EDICIÓN 1.055 domingo 20 de ENERO de 2013 Manizales - Colombia
creación y vida
Biblioteca del dragón Ibn Al-Nafis y la circulación menor Orlando Mejía Rivera
El cultivo del café
Rosaura y Recaredo Efraim Osorio López
Misioneras de la Inmaculada y Santa Catalina de Siena La madre Laura Montoya Upegui Alfredo Cardona Tobón
Sindéresis Santos: ¿por la paz, o por el nobel de paz? Luis Enrique García Restrepo
fotomontaje|VIRGILIO LÓPEZ|Papel Salmón
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Biblioteca del dragón
Ibn Al-Nafis
y la circulación menor Fue un gran médico e investigador de su tiempo. Profesor del Hospital Mansouri, gramático y literato. El descubrimiento de la circulación pulmonar lo hizo gracias a la disección anatómica de cadáveres humanos y de animales. Hipótesis. Orlando Mejía Rivera* Papel Salmón
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ació en Damasco, en el año 1210 o 1212, y murió en El Cairo el 18 de diciembre de 1288. Tuvo una agonía que solo duró seis días. Uno de sus antiguos biógrafos refiere que un discípulo le ofreció un trago de vino pensando en que se mejoraría, pero él le dijo que no quería dejar de ver el rostro de Alá, por permitir que su cuerpo se mancillara al final de su vida con el licor. Sin embargo, su fe en la religión islámica y su erudición reconocida en el libro sagrado del Corán, no le impidió ser uno de los grandes médicos e investigadores de su tiempo. Quizá, porque siempre tuvo presente uno de los Hadices (Consejos) atribuidos a Mahoma: "Buscad el saber, aunque hayáis de ir /hasta la propia China. Quien deja la casa para dedicarse /a la ciencia, sigue los caminos de Alá. Solo hay dos ciencias, la teología para /la salud del alma y la medicina para la salud del cuerpo". Estudió medicina en el Hospital AlNoori que fundó Nur al-din en el siglo VIII en Damasco y tuvo como maestro al famoso Al-Dakhwar. En el año de 1238 viajó al Cairo y se convirtió en afamado profesor del Hospital Mansouri, en gramático, en literato (El Teólogo autodidacta se podría considerar una novela precursora de la literatura fantástica), en filósofo, en comentarista de Hipócrates y Avicena, y en el médico personal del sultán mameluco Baybars al-Bunduqdari, que según Amin Maalouf, en su obra Las cruzadas vistas por
los árabes, fue un líder que a pesar de ser "sanguinario e inculto" se transformó en el "artífice de un auténtico renacimiento del mundo árabe. Bajo su reinado, Egipto y, en menor medida, Siria van a volver a convertirse en centros de irradiación cultural y artística". La protección de Baybars debió ser muy importante para Nafis, porque esta fue la terrible época donde los ejércitos mongoles comandados por Hulagu, nieto del gran Khan, destruyeron por completo ciudades como Bagdad y Damasco, y sus soldados quemaron en esta última, en el año de 1260, una biblioteca con más de cuatrocientos mil manuscritos.
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La obra médica conocida de Ibn alNafis incluye los siguientes títulos: 1- Al-Shamel Fi Al-Sinaa Al-Tibbiyya (Libro de la Comprensión del arte de la medicina). Esta es una enciclopedia gigantesca que iba a tener trescientos volúmenes, pero Nafis solo alcanzó a escribir ochenta de ellos. Sobrevivieron un puñado de páginas donde su autor habla del diagnóstico clínico diferencial, del acto operatorio y del periodo post-operatorio de los procedimientos quirúrgicos. 2- Al-Mujaz Fi Al-Tibb (El epítome del Canon de la medicina). Es un manual para la enseñanza médica dirigido a los estudiantes. Tuvo múltiples ediciones en el mundo árabe hasta, incluso, comienzos del siglo XX. 3- Risalat Al Aaada (Tratado de fisiología). Obra desaparecida. 4- Al-Muhadhab Fi Al-Kuhl Al-Mujarab (El refinado libro de la oftalmología). Un tratado sistemático que incluye todo el saber de los médicos árabes sobre la
óptica, las teorías de la visión y las enfermedades de los ojos. 5- Sharh Fusul (Comentario al libro de los Aforismos de Hipócrates). Muy conocido en las escuelas médicas árabes de la antigüedad, pero jamás se tradujo al latín. 6- Sharh Abidhimya li-Buqrãt (Comentario al libro de las Epidemias de Hipócrates). No sobrevivió. De igual manera, al parecer escribió un comentario al libro hipocrático de La naturaleza del hombre y otro a Los Pronósticos, del cual existen diversas copias. 7- Sharh Masa‘il Hunayn (Comentario al libro de las Cuestiones de Hunayn). Sobreviven fragmentos. 8- Al Mukhtar min al- Aghdhiya (La elección de los alimentos). Esta es una obra de dietética donde queda claro que Nafis prefería tratar a sus enfermos con alimentos simples y evitaba los medicamentos complejos. 9- Un Tratado del pulso. Perdido. Conocemos de su existencia por sus biógrafos Safadi y Umari. 10- Sharh Al-Qanun (Comentario al Canon de medicina de Ibn Sina (Avicena). Analiza de manera crítica el libro de Avicena sobre los medicamentos simples y compuestos, también el capítulo sobre los principios generales. Estos comentarios fueron incorporados a la mayoría de nuevas ediciones del Canon. 11- Sharh Tashrih Al-Qanun (Comentario a la anatomía del Canon de medicina de Avicena). Este es el libro, escrito al parecer en el año de 1240, que ha contribuido a la inmortalidad histórica de Nafis, pues es acá donde el médico damaciano contradice al gran Ibn Sina y también al mismo Galeno, que pensaba que la sangre del ventrículo derecho pasaba al ventrículo izquierdo a través de unos "poros invisibles" ubicados en el tabique interventricular.
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El fragmento, claro e irrefutable, don-
Fotos|Cortesía Orlando Mejía|Papel Salmón
Retrato de Ibn Al-Nafis.
de él describe por primera vez en la historia de la medicina la circulación pulmonar o menor es el siguiente: En el corazón humano y en el corazón de los seres similares que poseen un pulmón, es necesario tener otra cavidad donde la sangre se vuelva delgada y lista para ser mezclada con el aire. En efecto, si el aire se mezcla con la sangre mientras que todavía está espesa, la mezcla resultante no será de partículas homogéneas. Esa cavidad es la cavidad derecha de las dos cavidades del corazón. Y cuando la sangre en la cavidad se vuelve delgada, debe pasar a la cavidad izquierda, donde el "espíritu vital" (el pneuma) se forma. Pero no existe comunicación directa entre las dos cavidades, porque el tabique es grueso y compacto y no está perforado, como algunos piensan, ni hay los poros invisibles que dejen pasar la sangre, como lo pensó Galeno. En efecto, la textura del corazón allí, es compacta y gruesa. Por lo tanto, cuando la sangre se vuelve más fina, debe pasar a través de la vena arteriosa (arteria pulmonar) a los pulmones para que se mezcle con el aire a fin de que se purifique, y luego pasa a la arteria venosa (vena pulmonar) para ser llevada a la cavidad izquierda del corazón dispuesta para generar el "espíritu vital". Y la sangre que queda, la menos delgada, será usada por el pulmón para la obtención de sus nutrientes. Es por ello que la vena arteriosa es más gruesa y posee dos capas, mientras que la arteria venosa es más delgada y tiene una sola capa con el fin de permitir fácilmente la salida de la sangre. Pero, además, hay conexiones entre estos dos vasos. ¿Cómo se atrevió Nafis a controvertir de manera directa y rotunda al casi di-
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vinizado Galeno y, también al admirado Avicena? la respuesta proviene de él mismo. Amr y Tbakhi (2007) han citado que él escribió: "La anatomía es un arte y no una ciencia. Y el arte se adquiere por la práctica, así como la ciencia se adquiere por el estudio". Es decir, que todo parece indicar que Ibn al-Nafis realizó disecciones anatómicas, tanto en animales, como quizá en algunos cadáveres humanos. De hecho, existen otros elementos y situaciones que apoyan esta posibilidad. Por un lado, corrige otros errores anatómicos de Galeno y de los maestros árabes como son, entre otros, que el septo del corazón fuera cartilaginoso; refuta la existencia de un tercer ventrículo cardiaco; niega que el quinto par craneal estuviera unido al sexto par al atravesar la facia membranosa; rechaza
que el nervio óptico provenga del mismo lado del ojo y del cerebro y afirma que existe una decusación cruzada del nervio; considera errónea la descripción de un doble canal que comunica a la vesícula con el intestino. Además, describió los mecanismos de antirreflujo vésico-ureterales, explicó que la vejiga tenía dos capas en lugar de una y negó que la vena cava atravesara el diafragma. Todos estos comentarios los expresa Nafis con la certeza del que comprobó lo que dice, y nunca se acompañan de especulaciones teóricas, como sí era la constante en los textos anatómicos de Galeno. Aunque la mayoría de los eruditos occidentales han negado que los antiguos médicos árabes hubiesen realizado disecciones, lo cierto es que el Corán no prohibía de manera explícita
la disección de cadáveres animales y humanos. De hecho, Ibn Rushd (Averroes) médico y filósofo, gran autoridad en la interpretación de las suras coránicas, refirió en su libro Faslul Maqal (La última palabra) que: "El conocimiento de las formas naturales de la creación conduce a un profundo conocimiento del Creador". O sea, para los médicos islámicos estaba justificada la investigación anatómica, porque revelar y comprender los detalles del cuerpo humano y su funcionamiento era aproximarse a la sabiduría insondable de Alá. Abdel-Halim (2008) ha mencionado que la palabra árabe "Al-Musharrihon" repetida, con frecuencia, por Ibn al-Nafis y por Alrazi (Rhazes) se deriva del verbo "Yusharrih" que hace alusión a "disecar la carne y separarla de los huesos". Por lo tanto, "Al-Musharrihon" significaría "disectores". Ahora bien, esta práctica estaría reservada a los cultos hombres de ciencia y no se haría pública ante las masas del pueblo creyente e ignorante. Edward G. Browne, famoso arabista de la Universidad de Cambridge, cita en su libro Arabian Medicine (1924) que en un diccionario biográfico persa titulado Náma-i-Dánishawaran se dice que Yuhanná Ibn Másawayh cuando no conseguía cadáveres humanos, disecaba simios en un anfiteatro construido a las orillas del río Tigris.
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Andrea Alpago
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Después de leer los fragmentos de Ibn alNafis que se han redescubierto y vuelto a traducir en nuestra época, no queda ninguna duda de que su descubrimiento pionero de la circulación pulmonar lo hizo gracias a la disección anatómica de cadáveres humanos y de animales. Sin embargo, la incredulidad fue la que predominó en Occidente cuando el médico egipcio Al-Altawi halló, en el año de 1924, un manuscrito árabe refundido en la biblioteca de la Universidad Albert Ludwig de Berlín, que correspondía a un ejemplar del Comentario a la anatomía del Canon de medicina de Avicena de Nafis, donde se encontró la descripción de la circulación menor que ya cité.
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Circulación pulmonar y sistema digestivo por Ibn Al-Nafis.
Luego de seiscientos ochenta y cuatro años de olvido los eruditos occidentales descubrieron, con estupor, que un médico árabe no recordado, del siglo XIII, se le había adelantado a Servet, Colombo, Vesalio, Valverde, Cesalpino y Harvey. Ahora bien, otra historia será interpretar si ese silencio histórico fue casual o no. Pues Andrés Alpago, clínico y diplomático italiano que vivió treinta años en Damasco, trajo a Occidente los manuscritos árabes de varios médicos islámicos y su sobrino Pablo publicó, en el año de 1547, una nueva versión al latín, traducida por su tío, del Canon de Avicena y los comentarios de Ibn alNafis. De hecho, Andrés Alpago fue profesor de teoría en la Escuela médica de Padua en 1522, año de su muerte, y, como hecho casual, todos los médicos de Occidente que escribieron sobre la circulación menor, tuvieron relación con la Universidad de Padua. ¿Hasta dónde el fragmento de la circulación menor de Nafis fue leído, perdido y olvidado a propósito por sus colegas europeos? Todo parece indicar que no es descabellada esta hipótesis, pero se requiere de una investigación más detallada y objetiva, que todavía no se ha realizado. Sin embargo, como refiere Borges en una estrofa de su poema Soy publicado en su libro La Rosa Profunda (1975): Soy, tácitos amigos, el que sabe Que no hay otra venganza que el olvido Ni otro perdón. Un dios ha concedido Al odio humano esta curiosa llave *Escritor. Profesor titular, Departamento de Salud Pública. Universidad de Caldas.
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El cultivo del café
Rosaura y
Recaredo Para el doctor Gustavo Robledo Hoyos, quien, como amigo, es de los buenos; como anfitrión, de los mejores; y como caficultor, otro de los sacrificados; y para todos los demás caficultores colombianos, los que lo fueron, los que lo son y los que lo serán.
Efraim Osorio López* Papel Salmón
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uando la oyó por primera vez, Recaredo estaba preparando los mejores colinos para la siembra de café arábigo en un terreno hasta ese día virgen, pero ahoyado ya, limpio y preparado para tal fin. Recaredo era el hijo del finado Viejo Reca -así le decían todos en la vereda La Capilla- y dueño de la finca “La Lotería”, que lindaba con la de don Juancho Osorio, en donde molían los jueves, siempre, sin falta. Desde que tuvo conciencia de todas las maravillas que lo rodeaban (campos y laderas hermosísimos, un firmamento azulito, gente de verdad y animales de toda clase -vacas, terneros, caballos, perros, gatos, gallos, gallinas, pollitos, conejos, curíes, palomas, tórtolas, afrecheros, tominejos, azulejos, toches, cardenales, barranqueños, sapos, culebras, molestos ciriríes y pacientes y silenciosos gallinazos-, tantos -como se jactaba años más tarde- que no habrían tenido cabida en el Arca de Noé; árboles frutales -naranjos, mandarinos, mangos, guayabos, chirimoyos, guanábanos-, y palos de café arábigo, frondosos, de un verde oscuro y muy altos para su pequeña estatura, pero que no
pasaban de la de su papá), pensó que a esa finca le dedicaría todas su energías. –Y, esas maticas, ¿como para qué son? –le peguntó Rosaura. –Pues, vea, le cuento –le contestó, sin volverse a mirarla y sin dejar su trabajo: –Esas maticas que usted dice las buscamos debajo de los palos ya en producción, nacidas de los granos de café que caen al suelo; escogemos las que tengan dos o tres cruces; las arrancamos en escoba, sin la tierra, y las sembramos a unos cuatro metros de distancia, siguiendo el trazado en triángulo, en un terreno, limpio ya de malezas y de todo lo que pueda estorbar su crecimiento normal. Este trabajo de siembra se hace en época de lluvias, para que los palitos echen de pa’ arriba, como si no hubiesen sido movidos de su lugar de nacimiento. Y muy importante -fíjese bien-, hay que sembrar, además, guamos machete (llamados así por la forma de su fruto), carboneros y matas de plátano, para que más adelante den la sombra indispensable en esta clase de cultivos. –Y veo que ya está listo para la siembra de hoy –dijo Rosaura–. ¿En dónde piensa hacerla? –En un lote que queda detrás de la casa, por ahí a una cuadra, llamado El Ocaso, porque es por
ese lado por donde el sol termina su recorrido infalible y diario a través del firmamento. Ya los hoyos están hechos; el clima es el que necesitamos; los peones, dispuestos; y yo, muy contento y confiado, pues sé que la naturaleza contribuirá, como siempre, a la feliz realización de este sueño, porque un cafetal fértil de café arábigo es la ambición más grande de cualquier montañero de esta región. Pero, primero, desayunaremos, porque ya van siendo las ocho de la mañana, y el garitero está a punto de llegar con él. El mismo garitero vendrá, a media mañana y por la tarde a traernos el claro de maíz para calmar la sed, y el almuerzo en portacomidas, al medio día. Para la comida sí estaremos en la casa, puesto que el corte lo dejamos a eso de las seis de la tarde. Y para que no se me quede nada en el tintero, le cuento que, después de la comida, rezamos el rosario, encorado por la señora de la casa, acompañada por todos los presentes. Termi-
nado el rezo, los peones encienden sus pielrrojas, agarran los instrumentos, tiple y guitarra, usualmente, y se ponen a zurrunguearlos; el abuelo entretiene a sus nietos con interminables cuentos incompletos de brujas, espantos y seres fantásticos, para seguirlos al otro día, y al otro y al otro a la misma hora; las mujeres lavan los platos de la comida, descansan, algunas fuman, y después se disponen a repartir la merienda -café hecho con aguapanela o esta misma bebida sola (todo eso a la luz de las caperuzas de petróleo)-, con lo cual terminan las fatigantes faenas diarias, y ya, dormidos los montes y apagada la luz, todo el mundo se retira a descansar. El desayuno lo componían una taza de chocolate, una arepa con sal y mantequilla; migas hechas con huevos y con las arepas redondas de la víspera, cuando a los muchachos, que las buscaban afanosos en cuanto rincón hubie-
se en la cocina, se les escapaban; o con el apetecido y apetitoso calentao, si había de qué hacerlo. Muy rara vez con parva, reservada especialmente para el algo, alrededor de las tres de la tarde, al que no le faltaban los alpargates, unas arepas saladas y tostaditas, en forma de un cómodo calzado campesino, llamado alpargatas. Para el almuerzo, siempre, el clásico y abundante sancocho de plátano, yuca, arracacha o mafafa, arepa redonda sin sal, y una presa de res o de marrano; y, en días muy especiales, de gallina. Los sábados, de cola o espinazo. Aguapanela, leche o mazamorra, como sobremesa. En la comida, el plato principal, de fríjoles todos los días, con pezuña o garra; más el seco, compuesto invariablemente de arroz, y de carne y plátano maduro asados. De sobremesa, ¡cómo no!, aguapanela. El quiquiriquí de los gallos perezosos de las cinco de la mañana era el despertador infalible de Recaredo Jaramillo. Todavía soñoliento y aperezado, se levantaba y, ayudado por la escaza luz de una vela de parafina o sebo, se dirigía a la cocina a juntar la candela para prender el fogón de leña y preparar los tragos para su mamá, Encarnación Rodríguez, que se levantaba a las seis -hora en que ya las gallinas comenzaban a bajarse del gallinero- a empezar su dura rutina diaria con la preparación del desayuno para todos los que amanecían en la casa. A esa hora ya estaban también listos los peones (parte de la familia en esa época), los cuales, después de tomarse los tragos, generalmente chocolate en taza de pucha, o café hecho con aguapanela, salían con sus herramientas para la sementera a
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hacer los trabajos del día. –Veo que ya terminaron la siembra –dijo Rosaura. –¿Cuánto tiempo tienen que esperar ahora para la primera cosecha? –Más o menos dieciocho meses. Depende de la Madre Naturaleza. Los cafetos empiezan a florecer a los nueve meses. Todos los arbustos deben ser descopados, para estimular su crecimiento horizontal y facilitar la recolección del grano, cuando alcanzan una altura no menor de un metro con sesenta centímetros, ni mayor de uno con ochenta. Es en ese momento cuando comienzan a lograr su robustez y frondosidad. Su circunferencia, ¿puede creerlo?, llega a los cinco metros, y, de pronto, más. Durante la época del año en la que no hay cosecha -enero, febrero, marzo…- las actividades en la finca de Recaredo eran diferentes a aquellas en las que el esfuerzo de todos estaba exclusivamente puesto en la recolección del grano en canastos de bejuco (de tripe’e perro, el más apetecido por los artesanos, o el ataconal), su tratamiento en las peladoras, el lavado meticuloso y la puesta al sol en los secaderos tradicionales. Mientras algunos peones se dedicaban a desyerbar las sementeras con azadón, otros recorrían la finca arrancando de las matas de plátano y banano las hojas secas, y poniéndoles puntales de guadua a algunos para evitar que cayeran por el peso generoso de los racimos; y unos pocos cortaban, a punta de hacha, de los carboneros viejos y ya abatidos, los troncos que servían de combustible para el fogón en un duro oficio que
llamaban rajar leña, y recorrían la finca en busca de las frutas, “más abundantes y de mejor calidad que las del Paraíso Terrenal”, decía Recaredo sin ponerse colorao. Mientras tanto, el dueño de la finca se dedicaba a otros menesteres, como el cuidado y ordeño de las vacas de leche; la alimentación de las reses, los caballos de silla y de carga; y la supervisión de todo lo que se realizaba en su heredad. La primera cosecha del año (de poca producción, llama-
da tra- viesa o mitaca, porque los árboles no habían alcanzado aún su apogeo) llegaba durante los meses de abril y mayo; la segunda, la verdadera cosecha, alrededor de octubre, de unos cuatro meses. Todas las tardes, el café recolectado era llevado al peladero, un cairizo (folclórica pronunciación de caedizo), construcción baja de una sola corriente, unida o separada de la casa, y cuyo techo (de tejas de barro o láminas de zinc, o, si no había más, de guaduas partidas por la mitad a lo largo y en forma de canoa). Para pelar el café, llenaban con él la tolfa de la despulpadora, y, con agua corriente, que llegaba desde el nacimiento
por canales de guadua, realizaban la operación, que consistía en darle manualmente manivela a la máquina para que los rodillos cumplieran su cometido. Los granos de café, separados de la cáscara (que salía por la parte de atrás de la despulpadora, y que servía, a veces mezclada con otros materiales, de abono orgánico), caían a un cajón de madera, de donde eran evacuados, unas veinticuatro horas más tarde, ya bien lavados y libres del mucílago, por una abertura en su parte inferior para ser recibidos por el clásico canasto de bejuco. Del peladero eran llevados a los secaderos, generalmente construidos cerca de la casa paterna. Los de la finca La Capilla, la de don Juancho –recordaba el Viejo Reca- estaban en el lugar en donde, tiempo atrás, el bisabuelo de los Osorios había levantado una capilla. –Coincidencias ra-
ras–, coment aban todos: –Un lugar sagrado, en donde, cada mes, tomaban, en forma de pan y vino, el alimento espiritual los lugareños, convertido hoy en otro lugar, sagrado también para ellos, en el que el grano bendito, que aseguraba el sostenimiento corporal y la tranquilidad económica de toda la familia, recibía el último tratamiento, el secado, operación cuyo lapso de tiempo dependía de la presencia del sol
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ñ y de la ausencia de lluvias. Mientras se estaban secando al sol, un trabajador revolvía con un instrumento de madera los granos para que el secado fuera parejo. Cuando esos ingenios legos, que sabían el cuándo pero no el porqué, consideraban que los granos ya estaban debidamente secos, para cerciorarse de ello, trillaban un puñado frotándolo entre las palmas de las manos, soplaban las cáscaras secas desprendidas, observaban su color, y concluían que no se habían equivocado. Empacaban, entonces, en costales de cabuya la producción, y, para su comercialización, la llevaban al pueblo en el tren, que, con estruendo de fiesta, había pitado por primera vez en la estación de La Capilla en 1925. –Lo mejor del café arábigo, Rosaura, –dijo Recaredo– es que no es exigente, es agradecido y se deja querer. Al notar que estaba hablando solo, porque nadie lo escuchaba, siguió haciéndolo en su fantasía consigo mismo: –El único abono que necesita es su misma cáscara; produce en abundancia, y sólo pide que les mantengan limpios de malezas sus dominios. La era cristiana ya había llegado al año de 1935. El liberal Alfonso López Pumarejo era el presidente de los colombianos, que en esos años de relativa calma podían pescar de noche y andar y andar los caminos sin aprehensiones ni zozobras. La cosecha de ese año del Señor había sido la mejor de los muchos que se recordaban. Para celebrar, todos los campesinos de la región se reunieron con sus familias en la amplia bodega de carga de la estación del ferrocarril de La Capilla. El más alegre de todos era el vecino, don Juancho, el de la finca La Capilla, porque, como les decía a todos orgullosamente, hacía unos cuatro meses había llegado a su hogar el sexto de sus hijos. –Y el niño está gordito, coloraíto y muy avispao. Luisa está güete –añadía. En medio del jolgorio de todos, de la algarabía de los niños y del calor y sabrosura de algunos aguardientes, Recaredo alcanzó a ver a Rosaura, que en ese
momento charlaba animadamente con algunas amigas. Se le acercó y le pidió: –¿Rosaura, bailamos? –¿Nos conocemos? –Le respondió Rosaura. –¿Y cómo sabe mi nombre? –¿No recuerda? Usted me acompañó muchos ratos mientras yo preparaba la siembra del café… usted me preguntaba… En ese instante, Recaredo recordó que él nunca le había preguntado su nombre, ni de dónde era, ni por qué aparecía siempre en determinadas circunstancias… –¿No nos habíamos visto antes? –No, ¡nunca! Sin embargo, Rosaura Arbeláez estaba allí, de carne y hueso; una campesina trigueña, alta y muy linda, fuerte y resistente como una macana, y alegre y vivaracha, virtudes propias de las gentes de esos paradisíacos rincones de la patria. Recaredo no salía de su asombro, pues estaba convencido de que ya la conocía, pues siempre, siempre, ¡siempre!, tuvo en su fantasía la imagen de la mujer que tenía ahora delante, y podía jurar que había escuchado muchas veces esa voz, para él armoniosa y embrujadora. Por fin, Rosaura le concedió el baile que le había pedido; bailaron sin descanso; recordaron lo que para él era una realidad, y para ella, un imposible; y pasaron una noche que jamás olvidarían. Y después de un par de años de noviazgo, en 1937, un ocho de diciembre, día de la Inmaculada Concepción, contrajeron matrimonio en la iglesia parroquial de Santa Rosa del Campo.
Ya en las paredes de las casas estaba colgado el almanaque de 1988. El año a nterior, Rosaura y Recaredo habían celebrado sus bodas de oro de matrimonio. De sus cuatro hijos, tres, Adelfa, Marcos y Pastora, se habían ido a buscar fortuna a la Capital, y el mayor, Eliseo, permaneció en La Lotería, a cargo de la finca. Estaban sentados en el corredor de la casa que habían comprado en la vereda El Componete, cerca de la propiedad (la de los limoneros) del hombre de confianza de don Alejandro Saldarriaga, Arturo Serna, que en ese momento pasaba por ahí. –Don Recaredo, buenas noches; buenas noches, misiá Rosaura–, saludó. –Que Dios se las de a usted muy buenas, don Arturo… El rato de silencio conversado, como les gustaba calificar los espacios de tiempo que la pasaban juntos pero callados, había sido largo. Eran ya pasadas las seis de la tarde. –Mis gallinas ya deben estar en el gallinero, a salvo del animal–, dijo Rosaura. –Pues eso será lo único que no ha cambiado en estos últimos cincuenta años–, le contestó Recaredo. En aquella época, la misma naturaleza escogía los granos de café, los sembraba en tierra blanda y fértil, los cuidaba, los hacía germinar y me permitía su trasplante sin ningún perjuicio para esas maticas, como usted las llamaba. Hoy todo es distinto. Actualmente, a mediados de la segunda cosecha,
los caficultores escogen los mejores granos (grandes y bien maduros) de árboles crecidos, homogéneos y vigorosos, seleccionados en diversos sitios. Luego, los pelan a mano, y los ponen a secar al aire libre durante tres días. ¡Imagínese todo el trabajo que me ahorré! Una vez listos, los esparcen en el germinador (hecho de guadua y esterilla del mismo material, cubierto su fondo de gravilla, y ésta, de arena gruesa cernida). Finalmente, echan encima de los granos una capa de arena que apenas si los cubra. Me cuentan que a los sesenta días, más o menos, brota el fósforo (tallo con grano arriba); y, unos veinte días después, desaparece el grano para darle paso a la chapola. Así, me cuentan también, los siembran en unas bolsas negras llenas de tierra negra fertilizada, llamadas almácigos. Cuando ya estos tallos tienen la primera cruz -a los cuatro, cinco o seis meses-, los llevan a la sementera, en donde los siembran, después de haber descartado la bolsa negra, en su lugar definitivo para que, dos años más tarde, empiecen a producir el café suave colombiano. –Lo malo –dijo Rosaura–, es que con esos cafés de ahora -caturra, variedad Colombia y Castillo Naranjal, como dizque se llaman- desaparecieron los guamos, los carboneros, los plátanos, y, con ellos, todos aquellos pájaros bulliciosos y multicolores, las hermosas mariposas y el verdadero paisaje cafetero. –Y llegaron las plagas –añadió Recaredo–, la roya, la broca, la araña roja y el minador; la devaluación del dólar, el bajísimo precio internacional del grano, y el injusto de la carga. Pero nos cogió la noche, mija. Vámonos a dormir, que mañana tenemos que madrugar a desayunar. –Antes, una última pregunta –dijo Rosaura, sonriendo maliciosa y enigmáticamente: –Si usted pudiera volver a sembrar café arábigo, ¿lo haría? –¡Como saber que el sol brillará mañana! Pero, como dice don Diego Vargas Sabogal, un caficultor opita, muy estimado por los hijos de don Juancho -el de la finca La Capilla-, que viven ahora en la capital, “no para vivir de él, sino para vivir con él” *ephraim056@yahoo.com
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La madre Misioneras de la Inmaculada y Santa Catalina de Siena
Laura Montoya Upegui
No estaba de acuerdo con borrar las tradiciones y costumbres de los nativos. Al visitar la comunidad embera de Guapá, ella descubre su vocación de trabajar con los indígenas. Labor. Alfredo Cardona Tobón* Papel Salmón
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osiblemente la situación de los indígenas al empezar el siglo XX era más miserable que en los tiempos de la conquista y de la colonia cuando tenían el coraje de luchar contra los invasores o la oportunidad de esconderse en las selvas. Después de siglos de “evangelización” los misioneros habían convertido a los nativos en peones serviles y los que no se sometieron, los llamados “racionales”, los catalogaron como alimañas que se podían cazar y asesinar impunemente. La Madre Laura, en cambio, a la par con el mensaje cristiano, defendió a los indígenas y los hizo sentir personas; decía que no tenían que obligarse a cambiar la paruma por el pantalón, su lengua por el castellano y sacarlos de sus bohíos para alojarlos en casas estrechas. No estaba de acuerdo con borrar las tradiciones y costumbres de los nativos para que adoptaran las de sus victimarios. ¿Quién no ama su lengua?- preguntaba Laura Montoya- ¿Quién no quiere las tradiciones de sus antepasados como pedazos de su corazón?”Con esa visión, respetando la dignidad de los indígenas, integrándose a su vida y a sus costumbres, las lauritas se acercaron a los nativos para formarlos como personas con dignidad y con los derechos de los demás compatriotas.
La vida de Laura Montoya Upegui
Nació en Jericó, Antioquia, el 26 de mayo de 1874. A los dos años de edad fanáticos liberales asesinaron a su padre, el médico Juan de la Cruz, por entonces Jefe Civil de esa población. Allí empezó el calvario de Laurita, de su mamá Dolores y los dos hermanos, que sin medios económicos se acogieron a la caridad de los familiares en una sociedad de doble cara, con valores solo para exhibir, que reza para empatar con el pecado y cree que la caridad es de
una sola vía. Inicialmente doña Lola con sus hijos buscó asilo al lado de los suegros y de allí los arrojaron a la calle como ocurrió con un tío debido a las maquinaciones de la malvada abuela paterna. Al fin los acogió el abuelo materno, un viejo agrio y tosco que nunca le brindó cariño a la huerfanita. Doña Dolores fue maestra en pueblos alejados y por esa razón dejó a Laurita al cuidado de una pariente que le consiguió una beca en un colegio de niñas ricas y luego la sacó aduciendo que la niña era incapaz de aprender algo útil. La memoria de Juan de la Cruz vino al rescate de Laurita en la “Regeneración” nuñista. Los conservadores quisieron hacer justicia al mártir jericoano en la guerra de 1876 concediendo una beca a su hija menor, que se graduó con honores en la Normal de Medellín en 1893 y de inmediato fue nombrada maestra en la población de Amalfi. En 1897 Leonor Echavarría funda el colegio “La Inmaculada” en un caserón frente al Palacio Episcopal de Medellín y llama a su prima Laura para que trabaje con ella. La vecindad y la virtud de la jovenicita la acercan al arzobispo Pardo a quien confía su deseo de hacerse carmelita contemplativa. “El Señor la llama a usted a una empresa distinta aún no fundada”- le dice el alto prelado- y en una visita a la comunidad embera de Guapá, Laura descubre su vocación y se afirma su deseo de trabajar por los indígenas a quienes considera los más desamparados de los desamparados. Por murmuraciones de enemigos gratuitos Laura cierra el colegio y continúa de maestra en escuelas remotas, pero su deseo de evangelizar y trabajar con los nativos siguen ardiendo en su corazón y un día de 1911, con el apoyo de monseñor Maximiliano Crespo, se dirige a Dabeiba con cinco compañeras de aventura y se enfrenta a la labor quijotesca de arrancar a los indígenas que deambulan por las selvas del Urabá de la miseria física, espiritual e intelectual.
Madre Laura Montoya Upegui, fundadora de la orden de las Misioneras de la Inmaculada y Santa Catalina de Siena. Foto|Cortesía Alfredo Cardona|Papel Salmón
Una labor increíble
Soportando hambre, pobreza e incomprensiones, Laura y sus compañeras siguieron adelante con la labor misionera, viviendo en chozas miserables, aprendiendo el dialecto y empampándose de los mitos y creencias de los nativos. A los dos meses de estar en Dabeiba, el obispo Crespo les aconsejó que crearan una congregación religiosa y entonces nacen las misioneras de la Inmaculada y Santa Catalina de Siena, que extienden su labor a las comunidades negras de Uré y a las selvas del Sarare. Posteriormente las lauritas, como cabras montaraces, se internan en las regiones de los indios cunas, guajiros, arhuacos, motilones, sálivas y cubeos en territorio colombiano y continúan con su misión en 19 países de América, África y Europa con 90 casas y 467 religiosas. En 1934 el presidente Santos condecora a la Madre Laura con la Cruz de Boyacá, honor que comparte con sus compañeras. Las dolencias, la fatiga y la pesadez de su cuerpo ataron a la madre Laura a una silla durante nueve años; después de una penosa agonía la religiosa entregó su alma al Creador el 21 de octubre de 1949 en Medellín, a la edad de 75 años. En 2003 el Papa Juan Pablo II la beatificó y comprobados sus milagros dieron el aval para que el Papa Benedicto XVI lleve a los altares a esta antioqueña que será la primera santa colombiana.
Los frutos de una misionera
Es muy variada la labor de las “lauritas”: en el Vicariato Apostólico de Machique en Ecuador asesoran proyectos de
salud y educación; en Panamá trabajan con la comunidad Ngbe Buglé apoyando a la mujer, estigmatizada por ser mujer entre su tribu y por ser indígena, por los panameños. En el Perú estas misioneras son promotoras de salud en medicina natura; en el Instituto de Wijint de ese país, atienden la educación de 200 jóvenes y desarrollan proyectos con paneles solares e insecticidas naturales. Las lauritas son misioneras, trabajadoras sociales, defensoras de los indígenas a tal punto, que pese a su pobreza recaudan fondos para sostener líderes indígenas en colegios y universidades. La Madre Laura fue una escritora amena y prolífica; publicó 23 libros sobre diversos temas y dirigió dos mil 814 cartas a los prelados y a otros personajes que tuvieron que ver con su misión. Siguiendo el ejemplo de la fundadora, varias lauritas se han distinguido en diversos campos, entre ellas está la venerable Isabelita Tejada que con su guitarra y su voz se acercó a los catios y a los negros de Urá; Alicia Arango publicó mitos y leyendas de los catios y una gramática catía, y la hermana Estefanía Martín escribió una cartilla en quechua y estudió la genealogía de los indios de Dabeiba. Como toda obra importante, el trabajo de las lauritas tiene sus detractores que no alcanzan a opacar lo que han realizado las misioneras al arrancar comunidades de la ignorancia y de la miseria y apoyar a los líderes negros e indígenas, que con títulos profesionales y estudios avanzados están defendiendo a sus hermanos de raza *http://www.historiayregión.blogspot.com
|Director Nicolás Restrepo Escobar | Editora Gloria Luz Ángel Echeverri|Diseño Virgilio López Arce| Circula con LA PATRIA todos los domingos |Cra 20 No.46-35. Tel 878 1700 |Impresión: Editorial LA PATRIA S.A |E-mail: salmon@lapatria.com
8 | P U B L I C A C I O N E S | domingo 27 de ENERO de 2013
CONVOCATORIA
SINDÉRESIS
Santos: ¿por la paz, o por el nobel
de paz?
Literatura infantil y juvenil El Banco de la República convoca al VI Premio de Literatura infantil y juvenil “El barco de vapor”. Quienes deseen participar deberán enviar obras escritas dirigidas a los lectores entre los 5 y 14 años de edad. No se acepta poesía ni obras de teatro. Son 4 categorías: Serie blanca, para lectores entre 5 y 6 años, de 8 a 15 páginas. Serie azul, entre 7 y 8
RECOMENDADO
Luis E. García* Papel Salmón
¿
Qué habrá detrás de este parloteo gubernamental con la Farc? ¿Por qué tanta pantalla en la revista Time, en El Tiempo, con el ex presidente Carter, con la opinión pública? ¿Por qué iniciaron los diálogos precisamente en el lejano Oslo?¿ Por qué el presidente Santos insiste en repetir la mentira –pues él no es tipo ingenuo- de que se logrará la paz en Colombia con ese eventual acuerdo en noviembre? Mi sospecha es: “vanitas vanitatis…”. Lo único claro es su oscura intención de obtener el Nobel de Paz a costa de falacias y absurdas concesiones, habida cuenta de que: a) en Oslo se otorga el premio; b) los nominadores son los ya galardonados y jefes de estado; c) andan mal en candidatos; d) las nominaciones van de septiembre a febrero del 14; d) en Europa creen que Santos negocia con la guerrilla más antigua, más fuerte y más política del mundo. Y la estrategia le está funcionado; ya Carter vino y “aseguró que sabe por experiencia personal que el presidente Juan Manuel Santos tiene todo el apoyo de los líderes del mundo en la iniciativa de paz que decidió abordar con las Farc” (La Patria, 01,13). Por igual vanidad sostuvo Pastrana el Caguán y sus numerosas e inútiles vistas a jefes de Estado pregonando su iniciativa de paz (y que este servidor denunció ante el Comité Nobel antes de que la revista Cambio destapara el asunto). Para nadie es un secreto que la tercera generación de farquianos nada tiene de política guerrillera, de revolucionaria, de socialista y menos de estadista; degeneró en narcotraficante al igual que las autodefensas. Como alguien escribió en El Espectador, “estos grupos armados ilegales continúan con la costumbre de justificar su barbarie recurriendo a mitos fundacionales” (enero 11). Hoy carecen de líderes carismáticos, de unidad de mando, de principios; nada los une salvo las ganancias de unos y el miedo de otros a las represalias. Una vez se rompa el poder de la coacción verán a sus huestes tirando para todo lado… hacia bandas narcas y criminales, más halagadoras que una ceremonia de desmovilización y un salario mínimo. Será la claudicación de un estado inoperante y de un ejército ineficiente ante un grupo disfrazado de justiciero social, y todo por “vanidad de vanidades” *lugares@une.net.co
años, de 16 y 45 páginas. Serie naranja, entre 9 y 11 años, de 46 a 90 páginas. Serie roja, entre 12 y 14 años, de 91 a 150 páginas. Cada autor deberá enviar 5 copias del número de obras que quiera, a Ediciones SM, Cra. 85K No. 46A-66 Ofc. 502, Bogotá, antes del próximo 30 de abril. Informes en www.literaturasmcolombia.com
La tentación inconclusa
Una poesía que va de
lo particular a lo plural
Juan Carlos Acevedo Ramos* Papel Salmón
H
ellman Pardo (Bogotá, 1978) quien publica su primer libro La tentación inconclusa (Común Presencia Editores) es un joven poeta, ensayista e ingeniero. Aunque para muchos su nombre suene un poco lejano, su recorrido literario ya lleva varios años y va consolidándose con un tono propio en la literatura nacional. Dentro de su poética el lector advertirá un intimismo capaz de sobresaltarlo. Con poemas casi místicos, elaborará una serie de espejos para una generación que se busca y se pierde con la idea de dejar unas huellas que tal vez nadie siga. Con su ópera prima La tentación inconclusa explora en cinco partes del libro la humanidad que habita en su universo poético desde los objetos simples hasta la complejidad del hombre. Entonces el lector debe prestar atención al quehacer poético del autor que parece estar sujeto a ser testigo del devenir del ser humano y su historia. Y es obvio que no hablamos de los grandes héroes y los grandes hechos, sino apenas de los antihéroes que habitan nuestras ciudades y recuerdos.
En “Humanidad de las cosas”, Hellman Pardo recuerda el valor de los objetos, de los enseres, de los utensilios de las pequeñas cosa que nos invaden y nos sirven en silencio. Luego encontramos a la figura femenina como eje de su poética en la segunda parte del libro que titula “Humanidad de ellas”; y al adentrase en ese universo cerrado y misterioso de la mujer se encontrará extraviado y saldrá de allí solo cuando logre comprender desde una poesía íntima cada pliegue, cada sílaba, cada detalle de ellas donde el amor y la ausencia serán constantes. Llegamos a “Mi propia humanidad” donde el autor se convierte en heredero de nuestra tradición poética y lo deja entrever en los algunos versos de su poema “Frenético” que dicen: La noche árida se esparce todavía /y sabe a polvo a congoja,… así el dolor y el inconformismo aportan a la poesía de Hellman Pardo porque el autor hace de su poesía un testimonio de los tiempos que vive. Y si su poética puede ser testigo de algo es del desencanto, de la esperanza perdida porque el poeta no se encuentra en el mundo que habita y busca con el lenguaje, con las palabras quedarse con nosotros para decirnos que: Lo he llorado todo: /he llorado la muerte, el amor, el destino /la miseria, el hambre la desgracia /y ya no queda sal en ninguna lágrima. (Del poema “Camino interior”). Es desde las últimas partes del libro “Humanos inhumanos” y “El hombre” dónde logra su mejor poesía. Se llena de cuestionamientos, la rabia hace hervir su sangre, ve un siglo que dejó a atrás sin nada a favor y empieza otro que poco o nada ofrece. Pero en el fondo sabe que desde la poesía se vive y logra un conjuro en su libro que dice: Te lo pido sin súplica y sin cuerpo en la sangre /No tiempo, no te mueras. (Del poema “X”). Con su libro La tentación inconclusa Hellman Pardo avanza por un camino complicado, solitario y estrecho donde avanzan solo con la ayuda de los años PARDO Hellman. La tentación inconclusa. Común Presencia Editores. Bogotá. Pp. 80.