la amenaza de un infarto. http://laplumaenlapiedra.blogspot.com/
Mayo 2012
No. 10
Nada para ahora. Pero, eso sĂ, quiere tener a la niĂąa constantemente al alcance de su mano y siempre quiere saber dĂłnde la puede localizar en caso de emergencia, si la madre siente
La madre lo quiere todo para el futuro.
La pluma en la piedra Agradece la gentil visita que las mamás del equipo editorial realizaron a las instalaciones de esta revista, así como su infinita sabiduría y su increíble capacidad de piedad y perdón. Gracias a su omnipresente gentileza es que llega, como cada lunes, esta publicación a sus computadoras.
Portada: Johann Baptist Lampi, Madre e hijo, óleo sobre lienzo, 1783. Cita: Elfriede Jelinek, La pianista, Mondadori, México, 2004. Derechos Reservados. La
pluma en la piedra , Toluca, México, No. 10, mayo 2012.
La pluma en la piedra es
una publicación mensual e independiente de distribución
gratuita por internet. Todos los artículos, ensayos, escritos literarios y obras publicadas son propiedad y responsabilidad única y exclusiva del autor y pueden reproducirse citando la fuente.
Escribieron este número:
Joaquín M. Falamaro Alejandra C. L. Casandra Ariceaga Karina Posadas Torrijos
Artista
Alejandra C. L.
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Historia de un minuto... 5
Galería La primera nevada del Xinantécatl del 2012 Alejandra C. L.
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Creación literaria María, al otro lado Joaquín M. Falamaro 10 La maldición de Roma. Capítulo 5. El primer encuentro Alejandra C. L. 14 La prueba Casandra Ariceaga 26 Siameses Karina Posadas Torrijos 38
Léale 41
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E
l honorable y nueve veces heroico cuerpo editorial de La pluma en la piedra se encontraba, como cada fin de mes, arreglando los últimos detalles para el lanzamiento de la revista
favorita de todos. La calma y la camaradería se podían respirar en el ambiente, cual pan recién horneado sobre la mesa. Los chistes y el buen ánimo brotaban cuando, sin que alguien nos gritara “agua va”, sonó el timbre. Todos pensaron que se trataban de las pizzas pedidas 25 minutos con 32 segundos atrás, pero cuál va siendo nuestra sorpresa al ver, en comitiva, a las madres de todos y cada uno de nosotros. El pánico inicial pudo ser disimulado con facilidad, pues entendemos la preocupación de ellas al no saber, a ciencia cierta, en qué pasos andan sus pequeñitos que, de por sí, no estudiaron lo que ellas habían soñado (entiéndase para abogados, contadores o médicos). Todo transcurría con calma hasta que una de nuestras progenitoras pidió le mostráramos alguno de los ejemplares ya publicados. Como suele ocurrir, nos felicitaron con emoción y una que otra soltó alguna lágrima ante el regocijo de saber que su progenie era medianamente conocida en el mundo cibernético. Pero de los besos y abrazos con olor a canela, solicitaron, con aquella voz de dulce autoritarismo, que les mostráramos el proyecto de mayo. Se conoce de sobra que para las madres no hay excusas que valgan, así que retiramos los negativos de la máquina y se los mostramos. (Ojalá el Todopoderoso se hubiese apiadado de nuestras almas.) Admitimos, ante todos ustedes, que fue nuestro error el haberles proporcionado la dirección de nuestra guarida y, aún más, el no haber contemplado en el presente número odas a ellas, creadoras y dadoras de nuestra mísera existencia, sin quienes no estaríamos padeciendo este mundo que ya va de salida y por quienes, gracias a los mecanismos de defensa que nos brindaron en nuestra niñez (traumas), no habríamos podido sobrevivir tantos años. Transcurrían las cosas con calma, todas trataban de disimular su enfado por la naturaleza de la temática mensual hasta que llegó la gota que les colmó el vaso: tras hojear y hojear no encontraron por ninguna parte “El brindis del bohemio”… Eso y la colilla de cigarro en el fondo del bote de la basura fueron los detonantes de la molestia materna, que si para eso te pagué la universidad, que qué fuiste a aprender, que es mi culpa por no haber investigado qué enseñaban en 5
aquella escuela de perdición, que te debí de haber dado más cinturonazos, que cómo podíamos tener una cabeza de burbuja (Bubble head) de ese borracho de Poe como trofeo, que por qué diablos estamos obsesionados por los gatos y la magia si ninguno de los dos existe, que no van a seguir con su revista del diablo porque soy tu madre y yo lo digo y te callas, que si… Bueno… después de haber salido limpios en cada una de las pruebas toxicológicas que se nos practicaron y bajo la firme promesa de buscar (sólo buscar) un empleo redituable, tan elegantes damas dictaminaron que: o sacábamos la edición de mayo sin esas colaboraciones que ponían en duda su papel omnipotente dentro de la sociedad, o nos quitarían el servicio de internet por un mes completo. Cabe señalar que nuestros amables colaboradores trataron de explicarles cómo es que la figura de la madre posee una dualidad que ha sido ampliamente explotada desde que la humanidad tiene memoria, pero en un golpe de astucia, nuestras madres (las del equipo editorial) amenazaron a nuestros colaboradores con hablarles personalmente a sus progenitoras, para decirles en qué pasos se encontraban sus hijos. Fue así como ellos nos exhortaron a quitar sus escritos de esta edición, quedando vacía la sección del mes. Por ello, en este número, querido lector, únicamente disfrutará, no sin regocijo, de la infaltable Galería, donde artistas plásticos y fotógrafos comparten con nosotros su quehacer en imágenes; en este número, Alejandra C. L. exhibe una fotografía del Nevado de Toluca como hace mucho no se le había visto. Por otro lado, en la sección predilecta de niños y adultos, no podían faltar los textos de creación literaria de nuestros valientes escritores, quienes se salvaron por poco de la hecatombe, entre ellos se encuentran: Joaquín M. Falamaro con María, al otro lado; Alejandra C. L. con el quinto capítulo de La maldición de Roma, titulado: “El primer encuentro”; Casandra Ariceaga con La prueba; y Karina Posadas Torrijos con Siameses. Siendo todo por el momento y con el envío de una disculpa inconmensurable, esperando que los hechos acaecidos no mermen su gusto por La pluma, quedamos de ustedes El equipo editorial de La
pluma en la piedra.
* Esta nota fue escrita minutos antes de la publicación de la revista, para evitar que fuera descubierta en alguna inspección de rutina de nuestras progenitoras. * Ahora nos encontramos a la búsqueda de una nueva guarida. * Si alguno de ustedes desea aportar algo de índole filantrópica, agradeceremos sobremanera puedan brindarnos terapias psicológicas gratuitas, que nos permitan superar las secuelas dejadas por dicho incidente.
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La GalerĂa
La Galería
La primera nevada del Xinantécatl del 2012. Alejandra C. L. Fotografía digital a color.
Aquella tarde lo vi desde el autobús y supe de inmediato que debía tomarle una foto a nuestro querido Nevado. Al llegar a mi casa, corrí por la cámara y subí a la azotea, captando de inmediato esta hermosa vista. Como buena activista de las redes sociales, decidí colgar mi foto en el Facebook. Nunca creí tener tantos likes y compartir cómo pasó aquella semana (y hasta la fecha sigue juntándolos). Entonces, fue cuando supe que los mejores momentos en esos lugares, suceden cuando menos te lo esperas.
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María, al otro lado Por Joaquín M. Falamaro
M
aría pensando en su vida una mañana sin lluvia con todos los deseos que aparecieron un día al abrir las cortinas, mientras el amanecer se posaba de manera soberbia en los pálidos colores del firmamento sobre la ventana. Volvía la mirada al notar el incumplimiento de cientos de pretensiones hechas con
anticipación y lo único que se encuentra es la espera. Encontramos la temible realidad del olvido de todo aquello que añoramos, poco a poco los pasos del pasado van dejándonos vacíos, en tanto actuamos punzantes a la orilla de la vida que se presenta como una broma y el reflejo en el espejo se perdía en claros oscuros de luz, al fondo de un precipicio que va a dar a la habitación continua. Paredes: diminutas fronteras que guardan del otro lado pequeños universos. Puertas: instrumentos que ocultan dimensiones donde no se sabe qué podría encontrar al otro lado, tal vez una madrugada, un desierto, la nada, una mañana, una noche… Era muy de madrugada cuando me levanté, me froté el rostro, miré las fotografías pegadas a la pared, al otro lado de una pared, de una puerta, atrapada en un suspiro, sentada a la orilla de la incertidumbre mientras un veneno, dulce néctar de la belleza, roza mi garganta. Así lo quería, beberlo a sorbos y sentir en el paladar al mensajero de las causas perdidas, ese estado reclamaba el suplicio que orilla el acto más absurdo. Al otro lado de las paredes, mi madre ordena que abra la puerta, no deja de golpear la hoja de madera que no se deja someter tan fácilmente, gritando con los alaridos de un moribundo —ábreme, ¡estás ahí!, ábreme la puerta por favor, vamos abre María…— ruegos, suplicas vacías, una indiferencia que me lleva con lujo de violencia a las peticiones que he reunido hace años, sin embargo, no puedo dejar de pensar en mi madre, que grita a fuego lento una y mil veces “¡María, María…!”, mientras viene esa añoranza, la cual no deja que quite el cerrojo. Las súplicas siguen, abrir o no abrir la puerta, de pronto no se escucha nada, se apagan las luces, silencio. Entonces, nada viene a la memoria, todo va de acuerdo al plan, un cuerpo descobijado, tendida sobre sábanas color turquesa alrededor de objetos que realizan aquel ritual lúdico que me besa los instintos… Mirarla tendida en un espantoso vacío que ya no inspira nada, ni deseos en los dedos que dejan de moverse a voluntad. Convencida del sin-roce, de un rostro que no es mío sino el de María: sus cabellos, su cuerpo que se consume a pasos agigantados entre hormigueos de adormecimiento, de pupilas dilatadas, todo eso ya no es de mi propiedad.
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María, al otro lado
Aunque me gustaría mirar ese cuerpo destrozado, escondido entre las paredes que se pierden en algún lugar que nunca he visto, salvo las vanas locuras del mundo, como las luces de aquella habitación, como el tiempo que corre tan rápido cual tren bala y quedarme para ver el acto más intrascendente que se diluye como los gritos mi madre. Una mujer que empaña apenas las rarezas que acompañan su mundo, sus locuras, mi madre: una mujer quien ha pasado largo tiempo de su vida al otro lado de estas paredes y a quien no conozco. Siempre callada, su silueta —discreta especie capacitada— fue creada para desafiar la tarea más absurda: ser madre, papel que interpreta bajo un decadente carmín en sus labios, encerrada, mintiéndose con la publicidad… Mujer, amante sinónimo de soledad, de olvido que parece a simple vista no inspirar nada, como con la hija que se niega a abrir la puerta. Abrir la puerta, quizá. Abrir los ojos y encontrar del otro lado todas las esperanzas del mundo en un frasco, en el fondo, tropezar con todos los herederos de la desesperanza, jugando a no querer ser fuente de inspiración… 6:30 de la mañana: de un portazo se abre de par en par la puerta, mientras mi madre grita: —La puerta nunca debe estar cerrada, María. Ya levántate de la cama, vas a llegar tarde a la escuela. II Era muy de madrugada cuando me levanté, me froté el rostro, miré las fotografías pegadas a la pared y me sentí del otro lado de la puerta, atrapada en un suspiro que me consume, sentada a solas a la orilla de la incertidumbre mientras el veneno, dulce néctar de belleza, hace su labor en mis labios. Nunca se está desprovista de hacer algo y que alguien o algo lo interrumpa todo. Todos los días entro en mi habitación y cierro todo: libros, ventanas… hasta el ojo indiscreto de las cerraduras; enciendo maquinalmente la luz y dejo que se despliegan canciones, dulces melodías de medianoche, voces extrañas que ya no provocan algún estímulo —lo que me parece insuficiente a estas alturas del proceso—, quedando todo disuelto en el sinsentido. La poca luz de la lámpara en medio de un cuarto… Tengo en mis manos la pócima —el remedio— traída de algún lugar lejano sólo para mí, de algún lugar sin nombre, de los confines de la tierra. De pronto, en medio de todo este teatro, me recargo sobre mis sábanas, de tiempo en tiempo, cuadro a cuadro, me siento la protagonista de un escritor que ha traspasado los límites de su creatividad, la heroína que ha conservado a salvo, hasta hoy, sus huesos para ser partícipe de una última escena, donde está dispuesta a dejarse seducir por un placer exquisito.
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Joaquín M. Falamaro
Me percato del único frasco vacío sobre la mesa. Me lo he bebido vorazmente, sorbo a sorbo. Mi cuerpo permanecerá tendido sobre la cama, mi marioneta que no supo esperar a que llegara la noche. El reloj que sujeta la pared marca las seis y cinco de la tarde de un martes. Mi martes que empezó muy de madrugada, acompañado por la mirada incansable de mamá, en una insoportable tensión de silencio, suspirando por la llegada de la noche, por el regreso a casa y por encerrarme en mi habitación. En tanto una dulce melodía se repite una y otra vez en mi cabeza, se arremolina la idea de cerrar mis ojos lentamente, entonces respiro con calma, con los labios ya resecos… y en un instante me percato del mundo, ese que sigue afuera, con sus contrastes y sus limitantes, sin mí. Curiosamente es un proceso lento, esto de beberse lentamente hasta la última gota del frasco, para sentir esa pequeña posibilidad en el suspiro, pero, ¿si eso no bastara?… III Era muy de madrugada cuando me levanté, me froté el rostro, miré la fotografía pegada a la pared, atrapada al otro lado de la puerta en un suspiro que me consume, sentada a solas a la orilla de la incertidumbre mientras el veneno, dulce néctar de belleza, realiza su labor. El reloj marcando las siete con un minuto, ya no se escucha voz alguna en casa, el triunfo del silencio entre estas cuatro paredes. No me imagino que sería de la vida sin la segura protección de una cerradura. Cuando se habrá esa puerta (al otro lado o desde este lado) la mirada atónita de todos esos personajes con nombres de alquiler en el murmullo de una ausencia, la historia de todos, la vida, su vida detrás de un cerrojo, del otro lado de la pared, de la puerta. Al girar la llave, no se encontrará nada; escena poética a la que sólo se le ocurre un sentimiento de resignación. Una función que se avecina con las luces a medio tono, en flamas que iluminan imágenes abigarradas, a los días le seguirán semanas, meses, años… El viaje más absurdo que se llevará consigo un nombre y los disfraces diarios: la estudiante, la hija, la hermana, la amiga, la confidente, la nieta, la amada… Una deuda escenificada que no podría pagar. Una mañana nunca se encuentra desprovista de vacío como una madrugada de un martes. Me levanté inspirada, me aventuré a comprar la pócima que había visto en alguna parte, quizá en un sueño, en aquél que se me había ocurrido tantas veces ante mi ventana… una ventana, arte geométrico que representa cuadros fílmicos interminables. Esa mañana, por vez primera, se presentaba la primera función de una obra teatral en cartelera. Primer acto: una mujer suspendida en la cuerda floja, trapecista suspendida a mil pies del suelo; acto seguido, imagínense una habitación sin sombras, fotografías, música en devane o
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María, al otro lado
constante transpirando nostalgia indispuesta, un frasco al borde del naufragio lanzado al mar. Al fondo de la habitación una silueta tendida, mientras se pregunta: ¿Qué cosa es el mundo señores, ese querer salvarse de las atrocidades del mundo y por un momento apenas tocarlo? He visto esto antes, en un cuadro muchas veces representado como el último acto. Silencio. Infinito silencio imaginado ahora que todo puede ser representado. Mis manos que toman el elixir, sentir de pronto en los labios el dulce-amargo pasando por la garganta, extraño embrujo de un sueño, hechizo que cubre la nada de la resolución, Mientras caigo lentamente entre la pobre luz de una lámpara que relampaguea, alborotando las manos en el aire en lo visible —reglas esenciales— sentí cómo la realidad seguía ahí conmigo, pasando de lo hermoso a lo trivial. Pensé por un momento que alguien tocaría a mi puerta (quizá mi madre) así pasaron una, dos horas tendida en un espacio donde todo comenzaba a combinarse, un hormigueo flotando sobre mis manos desiertas de olvido, ya no me parecía artístico, más bien necedad. Notar de pronto algo noble carente de sentido se presenta al emprender un viaje interminable, mentir… mentirme seriamente, esperando que alguien abra esa puerta, del otro lado… se escuchan pasos en las escaleras, se acercan a la puerta ligeramente… pero no es nadie. IV Era muy de madrugada cuando me levanté, me froté el rostro, miré la fotografía pegada a la pared… estaba como ausente.
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La maldición de Roma Por Alejandra C. L.
A
5 El primer encuentro quella noche se quedaron en la casa de Adela, sin ningún otro pensamiento en la cabeza más que el viaje fantástico que emprenderían hacía la destrucción de la maldición. Sólo Victoria, quien ya había tenido más experiencias, había tratado de que los niños se calmaran, advirtiéndoles del peligro que podían enfrentar, pero
ellos emocionados hicieron caso omiso. Cerca de la medianoche, Xavier bajó despertado por un ruido. Al salir al traspatio encontró que Victoria con una varita en mano modificaba un carruaje. Sonrió y se mantuvo oculto tras los arcos pensando en Martha. “Pero qué bonita es ella y su voz es tan extraña. ¿Quién es esa sirena que llegó a mi vida? Yo por ella sí aceptaba que soy hermoso, atractivo y demás. Debo pensar que estoy loco, pero apuesto mi mejor hechizo a que ella sufrió lo mismo que yo, o bueno… casi lo mismo”. —¡Xavier! ¿Qué hacéis aquí? —lo despertó la severa voz de su madre. Xavier dio un brinco—. ¡Deberíais estar acostado! Mañana vamos a salir temprano. —¿Con lluvia? —señaló Xavier hacía el cielo donde se mostraban nubes grandes que desprendían grandes gotas de lluvia mientras salía de su escondite. Victoria sonrió y no evitó reírse. —Buena ocasión, ¿no creéis? A ver si a Amelia no se le ocurre atacarnos con un tiempo así. —Yo no dejo de pensar en ella —añadió Xavier como si pensará en voz alta, mientras Victoria le ponía cortinas a las ventanas del carruaje con una varita algo desvencijada y con un brillo verde. —Si ya sé que os emociona la idea hijo, pero no por eso debéis andar por aquí. —No es por Amelia madre —dijo Xavier con un suspiro—. Su belleza me inquieta. —Sí, vuestra prima se está convirtiendo en una mujer muy hermosa. Como todos los Balzac. —No es ella —murmuró Xavier malicioso. —¿Entonces Adela o Martha? —Martha Rowena Black, qué bonito nombre —sonrió Xavier, luego como si despertará de un sueño se dirigió al carruaje—: ¿Qué es eso?
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La maldición de Roma. Capítulo 5. El primer encuentro
—Nuestro transporte —dijo Victoria con un suspiro mientras se cruzaba de brazos—. Pero no sé cómo hacerle para no llamar la atención. Xavier observó el carruaje. Parecía fuera de lo normal y para empezar no tenía caballos. Las dimensiones eran inmensas en comparación con las de un verdadero carruaje. Se metió y salió conmocionado. Luego rió. —Le voy a ayudar —dijo—. Así nos van a quemar. Victoria sonrió y abrazó a su hijo. Cuando Iván despertó en la mañana del 8 de diciembre de 1773, lloró de tristeza al levantarse de su cama y veía en la ventana cómo la lluvia caía en la ciudad. No sabía si ir a aquel viaje. Mientras desayunaban en la cocina, María le sonrió cuando él le dijo que quería ver a su mamá. Los dos hermanos se dirigieron solos a la casa con la lluvia torrencial mojándolos y calándolos de frío hasta los huesos. Iván, algo triste, tocó la aldaba que tenía forma de una concha en forma de B, como la cicatriz que tenían ellos dos en la espalda. Al instante abrió una mujer menuda con una hermosa cabellera negra y ojos azules llenos de lágrimas. Se abalanzó hacía Iván con reprimidos sollozos. —Mi niño, ¿por qué ahora me lo quitan de mis brazos? —decía mientras lo apretaba con fuerza, Iván no podía respirar, pero no dijo nada porque se le había hecho un nudo en la garganta—. Vos apenas conocéis el mundo Iván, os han robado la inocencia, la infancia —dejó de abrazarlo, se puso la mano izquierda en la nariz, mientras con la derecha sostenía a Iván como si creyera que se iba a caer, luego le acarició el cabello con la misma mano que se había tocado la nariz—. Todo fue porque llegó mi hermana —agregó con rabia sin dejar de llorar—, si no hubiera sido así, vosotros se habrían liberado de la profecía, en especial vos Iván, que aún sois un niño, os falta mucho por vivir —volvió a gemir y ahora con más fuerza—. ¿Y sí os pasa algo? —volvió a apretarlo contra su pecho, luego lo desapartó con delicadeza y con más rabia agregó—: Ojalá no protegiéramos a esa familia desconocida para nosotros... —Vamos Laura, sabéis muy bien que regresará —interrumpió Victoria en tono consolador. Había llegado ahí junto con los otro cuatro hacia cinco minutos, para despedirse de su hermana—. Os prometo que lo cuidaré como un hijo mío. Laura apartó al niño con delicadeza y miró con brusquedad a su hermana. —¡Yo los habría librado! —rugió entre lágrimas—. ¡Si no hubierais venido, ellos se habrían librado!
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Alejandra C. L.
—Nadie puede liberarse de la profecía una vez que haya sido elegido y eso bien lo sabéis Laura —cortó Victoria. —Hubo uno—. Dijo Laura entre gorgoritos firmemente. —Ese no se liberó. Lo mató la propia Amelia. Laura no dijo más, sabía muy bien que entre más discutiera, más razón tendría su hermana. Miró a María quien estaba sonriente y, por un momento pensó en que nunca debió haberle comprado esos libros de leyendas mágicas, pues leyó en su rostro que creía que todo iba a ser color de rosa. —No os dejéis llevar —le espetó fríamente a su hija, ésta se echó para atrás, inmediatamente dirigió la vista a Victoria—. Los dejaré ir. Espero que eso los ayude a madurar —dirigió una contemplación fría a María—. Le diré a Soledad que prepare vuestro equipaje. Y acto seguido se metió. Una media hora después, Laura le dio a cada uno un baúl donde contenía su ropa. Le dio un beso en la frente a Iván, después le dijo a María que se acercará. Inmediatamente que se quedaron solas, mientras Victoria acompañaba a Iván hacia el carruaje (que ahora parecía completamente normal), Laura le dio una bofetada a María. —¿Por qué...? —trató de preguntar la chica mientras se acariciaba la mejilla golpeada, pero fue interrumpida por su madre. —No creáis que todo lo que brilla es oro —advirtió Laura enojada—. ¿Creéis que esto es un cuento de hadas? No hija, esto es al revés. Os vais a enfrentar al verdadero mal, y os vais a arrepentir de haber soñado algo así. Incluso si llegáis a sobrevivir, el toque amargo os roerá el alma y les transmitiréis esa inseguridad a los miembros de la familia. Pero si eso queréis, María, anda, id. María comenzó a llorar muy bajo, las lágrimas corrían por sus mejillas. Volteó hacia donde estaban los demás esperándola. Rápidamente miró a su madre cohibida. —Yo... —la verdad no sabía qué decir y hacer, se sentía realmente estúpida. —¡María daros prisa! —gritó Xavier. María sonrió, apretó su baúl con fuerza. Miró a su madre y le dijo “adiós”. Laura parpadeó pero no dijo nada. A continuación fue interceptada por Victoria, quien le indicaba que no debió haber sido tan dura con ella... María se quedó todavía escuchando, que su tía abogará por ella ya era algo. Así que se quedó a esperar, tal vez su madre después ya no sería tan fría. Después de un tiempo, Laura bufó. —La única forma de lograr un hechizo muy potente es concentrar toda vuestra energía. —Suspiró Laura, después le dio una figurilla muy extraña—. Cuídala, os va a ayudar.
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La maldición de Roma. Capítulo 5. El primer encuentro
—Gracias —musitó María mientras la recibía. Xavier, quien observaba todo mientras les daba de comer a los dos caballos, sintió un chorro de agua fría cuando escuchó la voz de Martha que le preguntaba en inglés que hacía. —Darles de comer a los caballos —respondió él tímidamente en inglés. —¿Gustarte los caballos verdad? —dijo Martha en español. —Sí, mucho —anunció Adela con odio mientras subía al carruaje cargando con el baúl donde guardaba la ballesta—. A ver si no te fastidia con sus cuentos. Martha sonrió. Xavier esbozó una ligera sonrisa, algo tímida y se sonrojó ligeramente. Al subir Iván, el chico algo atontado, para disimular lo dicho por Adela, comenzó a darle golpecitos al caballo negro. Este le dio un cabezazo al chico, quien se cayó. —¿Qué es eso? —preguntó Xavier un tanto perturbado, mientras se levantaba para disimular su nerviosismo y lo que había acontecido anteriormente, una vez que Iván hubiese desaparecido. Señaló algo de cristal que sobresalía de las manos de Martha. —Una cristalina maleta con pociones —anunció Martha con una sonrisa al levantarla. En efecto, era una maleta de cristal donde bien se podía contemplar a través de ella, como en una ventana que tenía apilados de forma muy ordenada miles de pequeños frasquitos con una etiqueta en cada uno. —Haber unas que otras plantas por si acabarse una —agregó ella sin borrar la sonrisa de sus labios—. ¿Ser tuyos? —agregó al ver los caballos. —Aparentemente —contestó Xavier, señaló a un caballo negro— ése se llama Sombra. —Señaló al otro que tenía un pelaje café—: éste se llama Tormenta. Le puse así porque corre muy rápido. Martha bostezó y dio vueltas alrededor del carruaje como si lo examinará por fuera. —¡María, ya apúrate! —gritó Xavier al ver que su prima seguía parada tratando de escuchar a Victoria y Laura. María apretó la figurilla con fuerza y cargó su baúl. —No olvidéis cambiaros de ropa diario —le advirtió su madre por encima de Victoria cuando María caminaba entre la arremetente lluvia hacía el carruaje. —¡Sí, mamá! —dijo algo enfadada ella—. Nos vemos hasta… Se quedó callada. La verdad no sabía cuando iba a volver, ni siquiera si eso iba a ser posible. De pensar que moriría mientras se enfrentaría con Amelia, como aquellos adolescentes que había visto en el cuadernillo que le dió su tía, sintió un escalofrío recorrerle por el cuerpo, que ni siquiera creyó que la lluvia la estaba mojando. 17
Alejandra C. L.
No sabía qué hacer. Se quedó por un momento atónita ante la puerta del carruaje. “¿Una aventura? ¡Por supuesto que será una aventura lo que va a suceder! Siempre he querido algo así: viajar a todos lados, experimentar la magia, lo desconocido. Pero me da miedo saber lo que me espera. No sé qué pueda pasar”. “Ay, María, ¿no querías algo así? Ni siquiera pensabas en los riesgos”, dijo una vocecita en su cabeza algo varonil. María asintió. Se metió al carruaje y ante lo que contempló desde la entrada se quedó atónita porque jamás lo había visto en su vida. Se preguntó cómo cabía todo eso ahí: desde la puerta había un pequeño pasillo donde se subdividían tres cuartos, de frente hacia donde estaba María había una pequeña sala, a su derecha un cuarto, donde distinguió unas camas y a su izquierda una pequeña habitación donde María vislumbró una mesa y seis sillas. Supuso que era la cocina o donde comerían. —Demasiado grande por dentro, ¿no creéis? —comentó Xavier al ver la sorpresa de María y que no entraba. Ella asintió nerviosa mientras sentía como el corazón le latía a mil por hora. Aún no asimilaba estar tranquila ante la presencia de su primo—. Lo de afuera tiene esa apariencia para que no nos manden a la hoguera los incrédulos. Mamá y yo lo arreglamos anoche. Además... —hizo una floritura con su mano y el carruaje tuvo las dimensiones de uno sensato, con sus ventanas adoseladas y sus sillones revestidos de piel uno a cada lado. María hizo una exclamación de sorpresa al contemplar que su hermano saltaba en uno sin darse cuenta del cambio brusco, Adela leía un libro titulado “Las mil y una noches”, al parecer ella tampoco se había dado cuenta del cambio. Martha no estaba. Xavier levantó su mano y pronunció cambio. María sintió que daba vueltas cuando la habitación giró. Ahora veía una mesa y seis sillas ahí donde estaban sentados Iván, quien no dejaba de saltar, y Adela. Seguían sin darse cuenta del cambio. Xavier volvió a pronunciar el conjuro y María sintió que las sorpresas iban en aumento. Ahora se encontraba en un cuarto lleno de camas. Las camas eran tres literas, en cada uno de los lechos había una placa de oro que tenía el nombre de cada uno de los integrantes del equipo, al que se había bautizado como Balzac. Bufó al saber que compartiría litera con Martha y, que para colmo, Martha se llevaría la de arriba mientras ella se conformaría con la de abajo. —¿Qué os parece? —preguntó Xavier contento, con una sonrisa de oreja a oreja, mientras veía como su prima se quedaba más perpleja mirando a Adela sentada en lo que parecería ser su cama e Iván dando tumbos. —Pero... —María no sabía qué decir, estaba realmente estupefacta. —¿La imagen que contemplasteis al principio? —Xavier se empezó a reír de manera escandalosa mientras se apretaba el estómago. María lo miró enojada, pero él no le hizo caso,
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La maldición de Roma. Capítulo 5. El primer encuentro
agregó de forma risueña—: Así es como lo ven los ansiosos. Visteis lo que hay, pero lo que no hay también. —Al contemplar que su prima lo miraba confundida, comentó de forma seria—: Cada quien tiene una perspectiva diferente, así que... bueno, vos visteis los tres cuartos que estaban juntos. Nadie lo haría... —¡Pero vos lo visteis junto conmigo! —exclamó María apesumbrada. —Bueno, porque yo lo hice —dijo Xavier como quien no quiere la cosa—. Ellos —señaló a Iván y Adela con la cabeza— al entrar sólo vieron el revestimiento de un carruaje normal y supongo que aún lo piensan así porque están como si nada. Después os acostumbrareis primita —le dio una palmada en el hombro y ésta sintió que una hormiga le recorría por el cuerpo—. En realidad es un sólo cuarto, pero puede cambiar de acuerdo a nuestras necesidades. Menos a defecar eso sí, lo vamos a hacer como lo hacen los... los... —Xavier no sabía que decir. —¿Los indios? —barbotó María con intensidad para ayudar a su primo. —¡No los llaméis así! —exclamó él con indignación—. Estoy seguro que hay un nombre más apropiado para los nativos de aquí. María se sintió insultada con lo que acababa de decir su primo. Así que colocó su baúl debajo de lo que sería su cama y se acostó. Xavier salió a recibir a Martha, quien acalorada sonrió al contemplar la habitación. No parecía muy sorprendida a pesar de que decía: —¡Tres cuartos en una habitación Xavier! Bueno, ahora sólo ver uno. María bufó y se bajo de la cama. Miró retadoramente a Martha. —El hecho de que vengáis no significa que os voy a tratar como a los demás —le advirtió. —Ji, ji, ji. Qué graciosa verte María cuando enojarte —rió Martha asida de Xavier. María refunfuñó y contempló a su alrededor. No veía ya los tres cuartos, ni el pasillo pequeño. Su esperanza de alejarse de ahí para meterse a una de las habitaciones se había esfumado. Tenía que resignarse a estar en ese cuarto lleno de camas. —Bueno, pues a mí... —Olvidad vuestras diferencias, María —ordenó una voz seca detrás de Xavier. María sonrió con maldad al ver que era su tía Victoria—, porque así seréis débil ante Amelia. —¿No haber forma de...? —trató de decir Martha con una nota de pánico, pero Xavier le apretó el brazo y le susurró algo al oído. María borró su sonrisa. Adela e Iván se acercaron a los otros cuatro como si aquella advertencia que Victoria le había dado a María fuera para todos. —Más vale que dejéis de temerle, Martha —anunció Victoria sin verla— y os acostumbréis a llamarla... 19
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—¡Usted no saber que es vivir con Ella! —espetó Martha con sollozos—. ¡No saber el terror que yo vivir por cuatro años! —Me temo que sí, Martha. Vais a enfrentar algo similar o peor aún. Así que si no consideraos elegida, podéis marcharos. Ante estas palabras todos exclamaron con sorpresa, excepto María. Para ella estaba bien. Si no era el sexto elemento, ya lo encontrarían por ahí. —No, no irme —dijo y se metió al cuarto. Dejó su maleta de cristal en su cama e inmediatamente se dirigió a la ventana. —Y vos, María —Victoria la miraba con severidad—, más vale que olvidéis vuestras diferencias. Y va para todos —perforó a cada uno de los niños con la mirada—. Nunca vayáis a hacer las cosas por separado, por más aversión que tengáis uno al otro —Adela miró a Xavier con un poco de resignación y él de la misma forma—, porque para Amelia va a ser más fácil acabar con vosotros. Es necesario que aprendáis a confiar en vosotros mismos, porque separados muestran ante Amelia una gran debilidad, pero juntos mantienen un nexo que puede llegar a romper barreras. Recordad siempre que mientras nos mantengamos unidos no habrá fuerza que nos venza. Los chicos se miraron unos a otros como si nunca se hubieran visto y estúpidamente se estrecharon las manos y se presentaron (con excepción de Martha que miraba por la ventana). —¡A sus camas! —exclamó Victoria. Los adolescentes y el niño la miraron extrañados. Victoria se ruborizó—: Quiero decir a los asientos —corrigió. Y acto seguido, el carruaje cambió a su condición normal. Todos se sentaron, con excepción de Martha ya que contemplaba en la ventana detrás de la cortina la lluvia que caía. Parecía un espectro oculto en las cortinas. Victoria hizo un gesto con la mano y la diligencia comenzó a moverse. —¿Alguien conduce esta cosa? —exclamó María con un hilo de voz mientras se escuchaba el chapoteo de los cascos que producían los caballos. —Por supuesto —sonrió Victoria como si no tuviera nada anormal. María contempló en toda la habitación, todos estaban ahí. —Pero no hay... —Con la mente todo se puede —sonrió Xavier—. Bueno, eso si tenéis mi don. María comprendió, aunque cuando lo hizo sintió una punzada en su pecho de euforia. Estaba rodeada de personas que habían experimentado algo fantástico, aunque con graves pérdidas como el caso de Adela. Sólo Iván y ella no, entendiendo inmediatamente porque no entendía lo que estaba ocurriendo. 20
La maldición de Roma. Capítulo 5. El primer encuentro
—¿No os da miedo que nos descubran? —volvió a preguntar María con angustia—. Porque allá afuera no hay... —De eso os equivocáis, primita —volvió a sonreír Xavier—. Una forma fantasmal con mi forma está allá afuera, conduciendo —luego suspiró—. Algún día voy a hacerlo de manera presente. Pero ahora no. Tengo sueño. De nuevo María se sintió extraña mientras Xavier bostezaba y se sentaba apoyando la cabeza en el respaldo. Una extraña sensación de emoción y miedo la embargaba por completo. Se acercó a la ventana sin importarle que Martha estuviese ahí. Vio como su casa se iba alejando, con su madre en la puerta diciendo adiós con la mano y pronunciando algo. Contempló como las calles empedradas se iban llenando de charcos que pronunciaban un ligero chapoteo con cada paso que hacían los caballos. “Mi tan esperado sueño se está volviendo realidad”, pensó. —¿Vas a extrañarla verdad? —dijo una voz débil y cansada con un extraño acento en la “r”. —¿A quién? —preguntó María mirando la ventana. —A mamá —suspiró Martha. —Sí, supongo que sí —María también suspiró. —Yo también. Ella estar bajo libertad conditional y sola —María sintió por un momento lástima por Martha, la miró por un rato y después volvió su vista hacia la ventana—. Pero si querer alcanzar un sueño a veces dejar atrás a los que más amar, ¿no? María miró cómo se empañaban las gotas en el vidrio y resbalaban por él. Jamás se había hecho esa pregunta, aunque no estaba muy segura de afirmarlo. Observó que el arco para salir de la ciudad ya estaba cerca y, mientras reflexionaba, distinguió a lo lejos una sombra negra que se posaba en el arco que marcaba la entrada o salida de la ciudad; pero no le tomó importancia, seguro era una nube. Martha tuvo una reacción diferente: ella gritó y salió de la cortina disparada. En ese mismo instante el carruaje hizo un extraño movimiento mientras los caballos relinchaban atemorizados, haciendo que el carruaje casi se volcará si no hubiera sido por la intervención de Victoria, que con un movimiento de la mano levitó la diligencia para después aterrizarla en el suelo como si no hubiese pasado nada. Xavier se despertó sobresaltado y se levantó de un brinco de su asiento. —¿Qué pasa madre? —preguntó atemorizado mientras se sentía una leve sacudida. María veía desde la ventana como la figura negra hacia movimientos con sus manos. —No me lo esperaba tan pronto —respondió Victoria asustada—, será mejor que...
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Pero ya no hubo tiempo de dar órdenes. Xavier, intrigado por lo que estaba pasando, bajó del carruaje a averiguar. Adela, ansiosa por probar su ballesta para lo que de verdad había sido fabricada, salió atrás de él. Adentro se escuchó un silencio extraño que sólo era roto por las gotas de lluvia que caían. Unos segundos después se escuchó un grito desgarrador como de alguien que ha sido condenado al fuego eterno y la caída de un cuerpo al suelo en seco mientras se golpeaba con el agua. Al poco rato entró Adela al carruaje, aventando la puerta con la ballesta apoyada en el suelo. Tenía en su mirada el reflejo de un terror mayor al que había tenido cuando aquella bruja infernal mató a sus padres. Recorrió con su mirada espantada a cada uno de los integrantes del equipo Balzac, quienes sentados la veían confusamente, como si esperarán un resultado. Martha estaba de pie con una mirada inquieta como si le fueran a dar una terrible noticia. María descorrió la cortina ante la extraña llegada de su amiga. —¿Él estar bien, verdad? —preguntó Martha asustada. Al ver que Adela abría los ojos como si el demonio estuviera ante ellos, María se llevó una mano a la boca algo consternada. Iván miró asustado a Victoria, quien se desmayó. Martha, ante la reacción de Adela, supuso que lo temible estaba sucediendo. —¡Nadie deber morir! —gritó entre sollozos. Sacó la maleta de cristal con pociones debajo del sofá donde Victoria estaba sentada y salió pitando. Adela consternada salió de nuevo, fingiendo que no había pasado nada, haciendo un frufrú con su capa. María realmente se sentía espantada, ¿tan pronto Amelia los había atacado? Era eminente que deseaba eliminarlos al instante para poder realizar la venganza a la familia condenada. Caminó hacia la puerta y... —¿A dónde vais? —preguntó una voz tierna atrás de ella. María volteó y distinguió a su hermano que estaba su lado, luego miró hacia fuera mientras la lluvia caía, ahí en el suelo debajo de los escalones que conducían a la entrada estaba el cuerpo de un muchacho con una extraña belleza, algo más pálido de lo normal. Martha estaba atendiéndolo mientras le daba unas plantas de color lila y palmaditas en los cachetes. —Si venís conmigo lo entenderé —dijo María sin apartar la mirada de la lluvia (y de Xavier por supuesto) —pero si no… —Pase lo que pase nunca os dejaré sola hermanita —sonrió Iván. María volteó a verlo y también le sonrió, extendiéndole la mano como cuando una madre desea estar aliada a su pequeño. Iván se agarró de la mano de su hermana. 22
La maldición de Roma. Capítulo 5. El primer encuentro
—Yo os protegeré siempre en cada uno de los peligros que existan en este viaje misterioso —anunció María con una sonrisa después de que se hubieran agarrado de la mano. Juntos descendieron del carruaje y al caminar un poco más allá donde estaban Martha y Xavier, Adela los interceptó. —Si miran arriba veréis una silueta negra y borrascosa. Cuando salí estaba quitándole energía a Xavier, lo apretaba con gran fuerza con unas manos esqueléticas y negras, se cubre de pies a cabeza con una túnica negra y roída, no le vi el rostro pero con algo de lo que supuse era su cabeza le robaba energía a Xavier, salía de la boca de él un aire blanco, apenas y le disparé, lo soltó y gritó ¡Dios, cómo gritó! Voló tan rápido que no pude dispararle otra vez. María e Iván voltearon hacia arriba. En efecto ahí estaba una sombra negra. María la distinguió: ¡Claro, era la misma sombra que se había posado en los arcos de la ciudad, la que había confundido con una nube! Miró a Adela, quien estaba metiendo más flechas en la caja. Martha gritó. Adela, aún cargando la ballesta, volteó junto con Iván y María hacia donde provenía el grito. Una sombra negra, tal vez la que acababan de ver los tres, había aterrizado entre Xavier y Martha. Avanzaba lentamente hacia Martha, quien asustada apoyaba las manos en el suelo tratando de levantarse, pero sólo conseguía hacerse para atrás. María observó bien la sombra al momento que se acercaba hacia ellos y distinguió que era exactamente como Adela la había descrito. Se veía realmente aterrador. ¡Y ahora Martha se los traía! Al poco rato ese ser volteó hacia María como si algo le hubiera incitado a hacerlo. Ella sintió como el frío del temor le recorría el cuerpo mientras ese rostro en sombras (ni siquiera los ojos se distinguían ¡los ojos, tiene que tener ojos!) parecía verla fijamente. Escuchó como en su cabeza decía una voz fría sin ningún sentimiento: “Armando, vuestra pequeña profecía no os va a servir, la venganza se cumplirá como lo predijo Melissa y vos seréis el testigo principal de cómo se realizará”, mientras escuchaba esto, María sintió que la cabeza le dolía fuertemente como si le fuera a estallar, cayó de rodillas para agarrarse la cabeza con las dos manos, trató de gritar pero parecía que no salía sonido alguno. Sin embargo, su grito sí fue escuchado porque en ese instante Adela disparó una flecha, pero el espectro se movió tan rápido que la flecha ni siquiera lo rozó. Cuando Adela logró distraer a la figura, aún cuando se sintió liberada María, se levantó con miedo. “Os vais a enfrentar al verdadero mal”, recordó con amargura. Se escuchó una sonora carcajada malévola después que Adela fallará su tiro. La sombra descendió. Martha, aún con su extraña compostura, decía con miedo: —She is... she is... she is...
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María sintió como si le dieran un golpe frío en la cabeza que le iba bajando por todo el cuerpo, sintió como las rodillas se doblaban en señal del miedo. No sabía qué hacer. —Nos volvemos a encontrar —dijo una voz seca que provenía del carruaje. Las adolescentes y el niño distinguieron a una mujer que estaba a un lado de un cuerpo inerte. La figura se dio la media vuelta. —¿En verdad creéis que estoy aquí? —rió la sombra, su voz era como un susurro ronco que daba miedo. —Aunque fuerais una ilusión, no tendría miedo de vos —silbó Victoria. Ella rió maléficamente y esa risa dejó petrificados a los niños, quienes estaban conmocionados. María trataba de discernir quién era la sombra. Unos segundos después el espíritu volteó hacia los niños, se le quedó viendo a María por un momento, haciéndole sentir a la muchacha una ligera comezón en los ojos, después la sombra miró a Victoria... —Lo pondré de manera simple —dijo el espectro—. Dadme a la más pequeña y todos vivirán. —Sabéis muy bien que la profecía se tiene que cumplir —dijo Victoria con un dejo de odio en cada una de sus palabras—. La más pequeña vendrá con nosotros. —Ya veo, ya veo. Por lo visto se sacrificarán todos. Pero de algo os advierto: la Maldición nunca se romperá. Y aquella figura se desvaneció con el aire. Cuando la noche caía en la estepa y el carruaje caminaba sin ningún peligro, Xavier despertó con grandes recuperaciones. Martha gritó de emoción controlando las emociones de abrazarlo y besarlo. Victoria en cambio lo reprendió por haberse salido sin indicaciones y sin tomar precauciones. —¿En verdad así de rápidas son las brujas a las que nos enfrentaremos? —preguntó Adela desde su cama mientras se acostaba—. Porque, si la primera no la maté, las que siguen... —No, las brujas no son así de rápidas —contestó Victoria adivinando el resto de la pregunta—. Es cierto, van aumentando de velocidad conforme vamos avanzando, como también de poder, pero vosotros también adquirirán esa habilidad —sonrió al final—. Haced de cuenta que es vuestra prueba final. —¿Entonces ser una de sus máximas? —preguntó Martha asustada, rogando porque la respuesta de su pregunta fuera afirmativa.
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La maldición de Roma. Capítulo 5. El primer encuentro
—No, era Ella —anunció trémulamente Victoria. La reacción de los demás fue pavorosa: Martha se puso una mano en la boca y gimió, Adela se sentó en su cama sobresaltada e Iván clamó. —¿Amelia? ¿Ese espectro que me robó parte de mi alma era Amelia? —preguntó interesado el joven. Victoria asintió con la cabeza. —Ella ser lo más perverso que existir. Su apellido Blesainets significar tinieblas u oscuridad, y ella ser oscuridad —corroboró Martha con un murmullo. —Tiene muchos métodos para impedir nuestra llegada —continuó Victoria— y hoy quiso encargarse principalmente porque teme que la Maldición se rompa hacia la familia condenada. —¿El día que muera Amelia la Maldición se terminará? —preguntó Iván interesado. —Eso dijo Armando —respondió Xavier dubitativamente. —¿Entonces...? —trató de preguntar Adela, pero rápidamente encontró la respuesta a su pregunta aún no formulada—. Tuvimos un encuentro con Amelia —musitó. —El primero —anunció Victoria con una sonrisa—, pero no el último. Sólo una persona no había dicho nada. Sentada en su cama, aislada de los demás, sin apartar aquellos ojos azul profundo de la ventana, mordiéndose los labios rojos, pensaba en las palabras que había oído dentro de su cabeza; como aquella figura fantasmal a la que habían descubierto como Amelia la había pedido. ¿Por qué la quería? ¿Cuál era la verdadera Maldición? ¿Qué familia estaba condenada? ¿Y sí eran ellos y por eso Amelia les había dicho: “Dame a la más pequeña y todos vivirán”? Incluso estaba la cuestión de cómo se había dirigido a ella como el autor: imaginó que se estaba burlando de él... Las cosas que había oído dentro de su cabeza al ver a aquella figura negra aún le daban vueltas. Quiso deshacerse de esos pensamientos, después de todo, estaba viviendo su sueño. Sonrió al pensar en eso. Miró la estepa iluminada por el sol que comenzaba a asomarse entre las nubes. Dos lágrimas corrieron por sus mejillas al pensar que se estaba alejando de su madre y… con pesar recordó lo dicho por Martha: si se quiere alcanzar un sueño, a veces se debe dejar atrás a los que más amas. Ella estaba segura que eso implicaría muchos riesgos, pero le costaba trabajo que sus seres más amados no estuvieran ahí para apoyarla. Después de todo, casi no conocía a la mitad del equipo y para colmo… de una no estaba segura.
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La prueba Por Casandra Ariceaga
H
abían pasado ya los minutos que la prueba de embarazo que Sara tenía en la mano requería para mostrar el resultado. Estaba casi en shock, no podía creerlo, cómo había podido suceder, habían tomado todas las precauciones para que esto no pasara. Trató de recordar los momentos en los que había estado con él la
última vez y al revivir de nuevo aquel recuerdo, sintió de nuevo un éxtasis que recorrió su cuerpo, sonrió con los ojos cerrados. De pronto todo se aclaró, recordó que durante varios minutos él la había penetrado sin ninguna protección. “Pero fue muy poco tiempo” —pensó—. Después de esos minutos Sara había sacado los preservativos del cajón donde su esposo siempre los guardaba. En verdad se sintió angustiada, el papá de ese bebé no era su esposo y en estos momentos él estaba tomando un avión rumbo a París donde estudiaría cine y seguiría su camino para conquistar sus sueños. Además era diez años menor que ella. Hace diez meses había comenzado esta historia. Sara era maestra de licenciatura, tenía 30 años de edad. Estaba casada con Ricardo desde hacía 5 años, tenían dos hijos, una niña de 4 años y un niño de 2 años. Sara había sido siempre una madre dedicada. Se entregaba completamente a sus hijos y a su rol de esposa. Era una mujer joven, inteligente y atractiva. En su trabajo era querida y respetada. Sus alumnos la consideraban una buena maestra, sus jefes le habían otorgado en dos ocasiones la condecoración del mejor desempeño académico. Ricardo era un empresario exitoso. Era cinco años mayor que Sara. Trabajaba todo el tiempo. Casi siempre estaba en giras y reuniones de trabajo. Tenían un buen matrimonio, raras veces discutían, eran la envidia de muchos y el anhelo de otros; sin embargo, la ausencia de Ricardo comenzó a pesarle a la familia. Los problemas en su matrimonio habían comenzado después de su cuarto aniversario de bodas. Ricardo había sido cambiado de área y comenzó a trabajar más tiempo fuera. De alguna manera Ricardo y Sara se distanciaron, hasta que un día Ricardo decidió dejar la casa familiar. Le dijo a Sara que estaba confundido y que tenía que pensar muchas cosas. Así que se fue. Durante varios meses se fue. Sara sabía además que su esposo había tenido una aventura con su secretaria. Por eso no le extrañó esa confusión repentina que Ricardo mostraba. Estaba herida, la situación la había lastimado en lo más profundo de su alma. 26
La prueba
Fue entonces cuando conoció a Luis. Habían pasado ya un par de meses desde que Ricardo se había ido. Esa mañana comenzaba el nuevo semestre, había preparado sus programas y estaba lista para comenzar con sus nuevos grupos. Sara tenía su primera clase con el grupo de quinto. La materia que impartiría era Publicidad. Entró al salón de clases y lo vio sentado en el escritorio, con las piernas estiradas, escuchando música y leyendo una revista. —Buenos días —dijo para los jóvenes que se encontraban ya en el aula—. Buenos días —respondieron dos o tres. Luis parecía no haberse dado cuenta de que su maestra estaba ya ahí, con los audífonos puestos no respondió. La actitud del chico la molestó. —Me permites —le dijo ella más fuerte. Por fin el chico volteó y se percató de su presencia—. Disculpe —le dijo, se levantó y pasó a sentarse en una de las bancas. Había entrado ya el resto del grupo y Sara comenzó con la presentación de su curso. Durante esta presentación preguntó quién era el jefe de grupo, pues acostumbraba tener contacto con sus jefes de grupo para cualquier situación académica. El grupo gritó a coro: —¡¡Luis!! —el chico se rió y asintió—. Bien, por mi parte es todo, pueden retirarse, menos el jefe de grupo, necesito sus datos y su número celular—. Los muchachos salieron del aula. Luis recogió sus cosas y se acercó a ella, le proporcionó los datos que le había pedido y se marchó. Ninguno de los dos se imaginó lo que sucedería después, ni qué tan intenso sería, al punto de marcarse la vida mutuamente. El semestre trascurría tranquilo. Sara acudía a sus clases, veía a sus amigas para desayunar, pasaba por sus niños a la escuela y seguía su vida. La separación con Ricardo la mantenía deprimida, con altibajos de humor, sin embargo, hacía bien su trabajo, como siempre. Una tarde mientras preparaba su clase del día siguiente recibió un mensaje en su celular. Era Luis que le preguntaba algo relacionado a un trabajo que les había dejado. Ella respondió la duda con amabilidad. Le había dado mucho gusto recibir el mensaje de uno de sus alumnos favoritos, pues Luis se había ganado ya la confianza y la estima de su maestra. Luis acababa de cumplir 20 años, era un chico extrovertido, inteligente y dinámico. Era popular en la escuela. Todo el mundo lo conocía. Era distraído y disperso. Pero por su desempeño como alumno se había ganado la estima de sus maestros, Sara entre ellos. Luis vivía con sus papás y un hermanito pequeño, de la misma edad que la hija de su maestra favorita. Pues por alguna circunstancia, Luis y Sara se sentían identificados en algunas cosas. Él respetaba a su maestra y también le tenía estima, le gustaban sus clases y le agradaba platicar con ella después de clase. E n
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estas pláticas le había compartido que quería ser cineasta, conquistar el mundo del séptimo arte y obtener premios importantes. Por lo mismo, era un cinéfilo total. Había visto sin duda alguna más películas que todos sus maestros juntos. A Sara le había hecho varias recomendaciones fílmicas. Cuando se despidieron a través del celular, Sara se quedó pensando en su alumno, había visto un par de películas que éste le había prestado y en plena soledad se dio cuenta que quería ver la siguiente película con él. De esta manera podrían platicar más. Así que a través de otro mensaje le hizo la invitación. Luis no le respondió. Al día siguiente tuvo clase con el grupo de quinto. Cuando terminó, llamó a Luis y le preguntó directamente si quería ver con ella la siguiente película. El chico se puso serio, guardó silencio por un instante y sonrió. —Claro —le dijo—, ¿cuándo nos vemos entonces? —El viernes por la tarde —le dijo ella— me encantará tener compañía esta vez. —El chico volvió a guardar silencio y le dijo—: creo que no podré, mejor le avisó después. Sara se desconcertó, acaso había hecho algo malo. Pasaron un par de semanas para que Luis volviera a hablar con su maestra, esta vez él se acercó para preguntar algunas dudas. Esa tarde alumno y maestra conversaron durante largo tiempo. Sara le contó a Luis lo que vivía, su esposo ausente, su dolor, su enojo ante aquella situación. El chico la escuchaba atentamente. Salieron juntos de la escuela. Ella se ofreció a llevarlo a su casa o a donde quisiera ir. Luis accedió y subió con ella a su carro. En el trayecto siguieron conversando. Le compartía sus puntos de vista, sus locuras, sus sueños. Ella lo escuchaba y disfrutaba de su compañía. La había hecho reír como hacía muchos meses no reía. La había hecho sentir bien. Sin quererlo tal vez. Pero ambos se sintieron bien. Luis se quedó en el centro de la ciudad y Sara continuó su camino. Esa tarde Sara recibió nuevamente un mensaje de su alumno, esta vez los motivos no eran académicos, le decía que quería ver una película con ella como lo había sugerido alguna vez. Sara accedió. Se verían al día siguiente después de clases. La verdad era que Sara pensaba en Luis a menudo. Y viceversa, Luis pensaba en Sara. Cuando terminaron las clases, maestra y alumno salieron juntos como lo habían planeado. Luis llevaba un par de películas, había escogido cuidadosamente lo que verían aquella tarde, le fascinaba hablar sobre sus conocimientos fílmicos, hacer críticas y reflexiones. A ella le encantaba eso también, en verdad disfrutaba de la compañía de aquel joven. Los hijos de Sara estaban en casa de su abuela, por lo tanto tendría la tarde libre y relajada para disfrutar de la función. Llegaron a la casa de ella y subieron juntos al cuarto de televisión. Sara pensó qué podí a
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ofrecerle a su amigo para acompañarlas. Entonces cayó en la cuenta de que su alumno estaba pasando a un nivel más cercano. Lo había pensado como amigo. Al final no dijo nada. Se sentaron en el sofá y comenzó la película. Como era de esperarse, Luis pronunció un discurso sobre el filme que estaban viendo, de manera casi magistral reparó en detalles y reflexiones que ella había pasado por alto. Sara sonrió divertida, le fascinaba cómo aquel joven era capaz de hacer ese tipo de reflexiones, sinceramente con ninguno de los amigos de su edad había visto aquellos detalles. Además, era un chico agradable que no pasaba desapercibido para el sexo femenino. Mientras lo miraba, llegó a su mente un pensamiento que le quitó la sonrisa del rostro; le gustaba, no era sólo su compañía, ni su agudeza de pensamiento, ni que en diversos momentos había sido como un confidente, le gustaba y lo deseaba. Después de todo, además de ser maestra, ama de casa y madre, era mujer. Comenzó a ponerse nerviosa. Y se odio a sí misma, pues no le gustaba perder el control en ninguna situación. Cómo podía sentirse así por un chico diez años menor. Cómo alguien tan joven podía ponerla nerviosa. Recordó que justo así se sentía cuando era más joven, cuando alguien le gustaba. Trató de fingir que nada sucedía, después de todo era una locura. La película había terminado. Luis se levantó para preparar la segunda película que verían esa tarde. El joven miró a su maestra demasiado callada. Percibió que algo sucedía pero no quiso preguntar. —Esta vez no hablaré tanto —le dijo riéndose—. Escogí esta otra película para que la disfrutes nada más, en verdad es buena, es de mis favoritas. —Sara sonrió, Luis la tuteaba porque unos días antes, durante una de tantas charlas que tuvieron, ella se lo pidió. No lo hacía frente a sus compañeros, sólo con ella, cuando estaban juntos fuera del mundo académico. Él también se consideraba su amigo y le fascinaba la idea de tener una amiga como ella, después de todo Sara era una mujer inteligente de la cual había aprendido cosas, no sólo de las cuestiones académicas, sino de las cuestiones de la vida. Tener una amiga mayor que él le había abierto la perspectiva del mundo. Además era una mujer bonita, él veía en ella una belleza distinta a la que veía en otras chicas de su edad. Definitivamente le atraía, pero se había jurado a sí mismo que nunca lo diría. Pensaba que la situación que Sara vivía la hacía vulnerable, que quizá de otra manera no lo buscaría como lo hacía. Ambos se concentraron en el filme. En realidad era una buena película, tal y como Luis había dicho. Cuando terminó había anochecido ya. Sara comenzó a sentir tensión, sabía que el momento de despedir a su amigo había llegado, pero ella no quería que se fuera. Había pasado ya muchas noches sola y en medio de todas esas noches había tenido deseos de estar con alguien. Recordó la última vez que había hecho el amo r 29
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con Ricardo. Habían pasado ya muchos meses de eso, recordó que las últimas sesiones de sexo matrimonial habían sido rutinarias e insípidas. Pensó en su esposo en brazos de otra persona y se sintió furiosa, llena de rabia y de celos. Un oscuro sentimiento invadió su corazón. Había pasado ya mucho tiempo desde la última vez que había tenido sexo y lo deseaba. Entonces miró al chico. Luis se estaba despidiendo. Se abrazaron y ella sintió un intenso deseo que recorría todo su cuerpo, en verdad quería besarlo, abrazarlo, llevarlo con ella a su alcoba y dejar que las cosas pasaran. Pero el chico rompió rápidamente el momento y con prisa se despidió y se fue. Luis tomó un taxi y se marchó. Él también lo había sentido y estaba nervioso y confundido. —¿En verdad estaba sucediendo? —se preguntó, o eran alucinaciones suyas, quizá lo había malinterpretado. Había sentido a su amiga como mujer. La había deseado también, pero sinceramente no se atrevía a preguntarle nada. Nunca se había sentido así con las chicas de su edad. Cuando de sexo se trataba, dejaba que las cosas fluyeran y ya. Pero esta vez había huido, sí, había huido y no entendía por qué. Sara se sintió estúpida. Se suponía que era adulta y tenía más experiencia en estas cosas. Pensó que definitivamente había malinterpretado las cosas y que quizá hasta lo había asustado. Seguramente él no pensaba en ella de esa manera. Esa noche, Sara se fue a la cama sola con todos estos pensamientos en la cabeza. Tenía necesidades de mujer —pensó— entonces comenzó a tocarse debajo de las cobijas y pensó en Luis, en aquella fantasía, él era quien la tocaba, quien recorría su cuerpo y la besaba. Sintió un inmenso placer, y no paró hasta que consiguió un orgasmo y se sintió aliviada y satisfecha. Y así recostada, mirando por la ventana, pensó en Luis una vez más y se durmió. Pasaron varios días para que Sara y Luis volvieran a encontrarse. El chico había estado evitando a su maestra. No respondía sus mensajes. Trataba de no mirarla, pero lo hacía. Ella notó la barrera que el joven ponía. Decidió que no intentaría nada más. —Definitivamente está asustado —pensó ella, pero el chico no estaba asustado. Luis había estado pensando en lo que había pasado. Creyó que era mejor alejarse y ya. Después de todo sólo era deseo, podía canalizarlo en otras cosas: fiestas, deportes, masturbación, en fin, tenía muchas opciones. Luis pensaba que no era conveniente vivir algo más intenso con Sara porque podían generarse problemas. A pesar de su edad analizaba las cosas y reflexionaba. Concluyó que si vivía una aventura con Sara, corría el riesgo de enamorarse y eso no era bueno, pues al final ella era casada y seguramente regresaría con su esposo y él quedaría como un idiota. Pero unos días después Sara tuvo muchas ganas de verlo otra vez. Decidió arriesgarse. Escribió un mensaje a su celular haciendo nuevamente una invitación para una tarde de cine . 30
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—Si no responde, qué más da —pensó ella. Pero Luis respondió aceptando la propuesta. Y como en la ocasión anterior, se verían el viernes por la tarde. Después de clases se encontraron para su cita. Luis llevaba otro par de películas. Subieron al carro de ella y llegaron nuevamente a su casa. Esta vez estaban más callados que de costumbre. Había tensión en el ambiente. Mientras el filme transcurría, ambos se quedaron callados. Esta vez Luis no pronunció ningún discurso referente a la película. Sara tampoco habló. En su mente había una guerra de pensamientos. Entonces miró a su amigo y rozó su mano con la suya, tomó su mano y quiso decirle lo que sentía, pero no pudo. En su mirada estaban las palabras que no había podido pronunciar. Luis la miró, tampoco dijo nada. Pensó que viviría una aventura con ella, sólo si todos los factores precisos se conjuntaban: el momento, el tiempo, el lugar. Entonces cayó en la cuenta de que esos factores se estaban dando y no se detendría. Habían resistido ya mucha tensión, como cuando una liga se estira, llega un momento en el que de tanta tensión la liga se rompe, y fue justo lo que pasó con ellos. Sara soltó la mano de su amigo, una vez más pensó que estaba malinterpretando las cosas, pero esta vez él no la soltó, se acercó a ella y comenzó a besarla. Lentamente se besaron y dejaron que las cosas fluyeran. Las etiquetas sociales entre ambos se disiparon, dejaron de ser alumno y maestra, para ser simplemente hombre y mujer. Los besos comenzaron a subir de intensidad, él comenzó a acariciarla, pasó sus manos por su cabello, por su espalda. Recorrió todo su cuerpo por encima de la ropa. Torpemente comenzó a desabrocharle la blusa y los pantalones del traje sastre gris que vestía, ella le ayudó a deshacerse de esa primera barrera. Metió su mano entre sus piernas y busco el punto donde sabía que le daría más placer. Entonces lo encontró y siguió tocándola, sintió cómo se humedecía. Por un momento, el chico tuvo dudas, ella era mayor y tenía más experiencia que él, pero al sentir el éxtasis de aquella mujer que tenía entre sus brazos, las dudas se disiparon, sabía lo que hacía, sus experiencias sexuales previas le habían dejado varias enseñanzas sobre el placer femenino y estar con ella le enseñaría todavía más. Quería tomarla y ya. Ella lo disfrutaba, se dio cuenta de que el chico sabía lo que hacía, se sorprendió un poco, pues nunca había estado con alguien tan joven y creía que quizá no llegaría a complacerla sin tener que enseñarle algunas cosas. Pero no fue así. Él siguió con lo que estaba haciendo, ambos estaban sumamente excitados, entonces ella tuvo un orgasmo. Se abrazó de su compañero, desabrochó sus jeans y lo acarició también. 31
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Se acercó a su oído y le pidió que la acompañara a su alcoba. Mientras se besaban caminaron hacia la alcoba y poco a poco fueron despojándose del resto de ropa que vestían. Cuando estaban casi desnudos se recostaron en la cama sin dejar de besarse. Las caricias comenzaron a subir de tono, ella sintió el éxtasis de su compañero cuando la tomó por los hombros y la abrazó por la espalda, su respiración estaba agitada. Entonces ella también lo acarició, siguió besándolo y tocándolo también, su pecho, sus brazos, su sexo. Quería tenerlo dentro de ella. Entonces sacó unos preservativos de un cajón y se los dio. No tuvieron que pronunciar palabra alguna para entenderse. Ella lo atrajo hacia su cuerpo y dejó que la penetrara. Entonces se dejaron llevar por un éxtasis total. Estaba sucediendo, hombre y mujer se entregaban al momento y ya. Tuvieron sexo por largo rato hasta que llegó el orgasmo de ella, seguido por el de él. Había sido sumamente placentero. Se recostaron unos momentos. La noche reinaba ya. Por las cortinas abiertas entraba levemente la luz de la luna. La luna con la que ella había llorado tantas noches, la luna que había perdido su brillo, esa misma luna que esta noche volvía a brillar. Se miraron y sonrieron. No sabían qué pasaría ahora. Pero se sentían bien, ambos se sentían bien. La televisión se había quedado encendida, ella se levantó para apagarla y le dijo al chico: —Creo que es hora de que te vayas. —¿Podremos vernos otra vez? —le preguntó él. —No lo sé —dijo ella—, tal vez. Luis recogió sus cosas y se marchó. Se sentía genial. Había cumplido una fantasía que muchos chicos de su edad tenían. No podía guardárselo para él solo, tenía que contárselo a alguien. Sabía que no podía decírselo a cualquier persona. Así que a través de su celular se comunicó con sus mejores amigos. Daniel y Edgar también tomaban la clase de Sara, eran compañeros de grupo. Habían sido amigos desde algunos años atrás, tenían su confianza, habían estado juntos en los problemas, en las fiestas, en las borracheras, en fin, se compartían cosas importantes de la vida de cada uno. Sólo ellos lo sabrían, nadie más. Sara por su parte también sintió la necesidad de comunicárselo a alguien. Al día siguiente desayunaría con una de sus mejores amigas y se lo contaría todo. A pesar de que tenía otras amigas, solamente con Katia tenía la confianza para hablar de aquello. Sabía que otras de sus amigas se lo reprocharían, Katia no lo haría porque era un poco feminista, tenía una mentalidad muy abierta, libre de prejuicios y moralidades. Ambas tenían la misma edad y habían sido amigas desde la infancia. 32
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Katia no paraba de reírse, estaba sorprendida: —No puedo creerlo —le decía— yo juraba que tú nunca caerías en ese tipo de tentaciones. Te la volaste amiga, entiendo que tengas necesidades, todas las tenemos, pero meterte con uno de tus alumnos… Sara se quedó callada. —¿Y qué harás ahora? —le preguntó Katia—. ¿Piensas seguir viéndolo? —No lo sé —respondió Sara. —Espero que no salgas lastimada de esta aventura, sabes que te quiero y no quisiera verte herida —le dijo Katia. —¿Crees que pueden lastimarme más de lo que ya estoy? —respondió molesta Sara—. No, Katia, no puedo estar más lastimada de lo que ya estoy. Ha sido algo casual nada más. No sé si vuelva a suceder. —Está bien, no te enojes —se apresuró a decir Katia—. Mientras no comiences a encariñarte con ese niño ya estuvo, porque si lo razonas, una relación con él no te llevaría a ningún lado. Si es por pasarla bien, allá tú. Además, estoy segura de que tu marido volverá, conozco a los hombres, cuando se les pasa la emoción de una aventura regresan, siempre regresan como perros apaleados con la cola entre las patas. —A veces quisiera que no volviera —se apresuró a decir Sara—, esta experiencia me ha enseñado que puedo estar bien sola—. Katia había tenido varias aventuras, tenía más experiencia que Sara, por eso tomó en cuenta sus observaciones. Después del desayuno, Sara se apresuró a llegar a su trabajo. Tendría clase con un grupo de tercero y posteriormente entraría al grupo de quinto. La idea le ocasionó ansiedad y nerviosismo. Una vez más se enfadó con ella misma, no le agradaba el hecho de que pensar en un joven diez años menor la perturbara. Cuando entró a clase con el grupo de quinto, se percató de las miradas que habían puesto sobre ella los amigos de Luis. Al mirarlos supo que lo sabían. Trató de no perder el control. Luis no se presentó a clase ese día. La clase transcurrió sin más interrupciones. Finalmente cuando su tiempo había terminado dijo como acostumbraba: —Por mi parte es todo, no olviden sus trabajos pendientes, hasta luego. Cuando salieron los muchachos, Sara se quedó sola en el aula, recogió sus cosas y se marchó. En el estacionamiento del campus encontró a Luis, estaba recargado en su auto. —No quise irme sin despedirme —le dijo a su maestra. Ella sonrió divertida, le hizo una invitación a tomar café y subieron juntos al carro. En el café conversaron un rato. Hablaron sobre cuestiones escolares, sobre el clima, sobre algunas trivialidades. Hasta que ella le lanzó una pregunta tajante: —¿Entiendes que lo nuestro ha sido sólo una aventura verdad? 33
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—Claro —dijo el chico—, estoy conciente de eso, lo juro. —Bien, no quisiera que tuvieras otras expectativas, conoces mi situación —le dijo ella. —¿Entonces podemos vernos de nuevo? —No lo sé, ¿tú quieres hacerlo de nuevo? —Si te dijera que no, estaría mintiendo. Sara rió divertida otra vez. La compañía de aquel chico seguía siendo genial. Ella también había disfrutado la experiencia y por supuesto que la repetiría con gusto. Se citaron nuevamente el viernes. Y sucedió una vez más. Entre besos y caricias trascurrió la tarde. Tuvieron sexo intensamente y dejaron que una vez más las cosas fluyeran. A partir de entonces sus encuentros se hicieron frecuentes. En la escuela se trataban como la etiqueta lo manda, pero fuera de los muros escolares su relación era distinta. Él se sentía en la cima del mundo, esa clandestinidad lo llenaba de adrenalina. Y ante sus amigos vivía algo digno que presumir. Cuando Sara estaba con él, a veces se olvidaba de que era mayor, había momentos en los que sentía que ambos vibraban en la misma frecuencia a pesar de la diferencia de edades, la adrenalina también le gustaba. La intensidad de hacerlo con alguien menor le fascinaba. Al ser un hombre joven no se cansaba tan rápido y eso hacía que ella pudiera disfrutarlo más tiempo, hasta que ambos quedaban verdaderamente agotados. Transcurrieron algunos meses así. El semestre terminó y Sara fue asignada a otros grupos. Sin embargo, habían comenzado a circular algunos rumores, pues el trato que se tenían Luis y Sara solía ser un poco distinto. Hubo alumnos y maestros que notaron la cercanía. En clases llegaban a notar algunas miradas de complicidad, algunas sonrisas traviesas. Edgar y Daniel que lo sabían todo se divertían horrores. Cuando captaban alguna mirada, una señal, una caricia furtiva. De acuerdo a las reglas de la escuela, eso ameritaría sanciones severas para ambos. Más para ella, pues si llegaba a descubrirse esa relación perdería su trabajo inmediatamente. Llegó un momento en el que Sara se dio cuenta de que ya no era posible seguir con eso. Aunque le gustaba la aventura que vivía, tuvo que ser sincera con ella misma y aceptarlo. Luis era más joven, tenía muchos sueños y proyectos por delante, no tenía por qué quedarse con ella, ni ser el padre sustituto de sus hijos, por supuesto, ella jamás había pensado siquiera en sugerirlo. Se dio cuenta que comenzaba a sentir algo más que deseo por aquel joven. Había empezado a quererlo. Era tiempo de parar.
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En una charla entre amigos, Daniel le había hecho esa misma reflexión a Luis: —Como que ya fue mucho no cabrón. Digo, está chido y todo, pero ¿no crees que puedes clavarte? —Sí, güey, al final ella está en otro mundo, imagínate si un día te invita a una reunión familiar o algo así —dijo Edgar quien había escuchado a sus amigos. —Además —continuó Daniel—, piensa qué pasaría si se enteraran tus papás—. Luis pensó en la cara de sus padres si llegaban a enterarse. Definitivamente a pesar de que tenía buena relación con ellos, no lo aprobarían. Entonces también reflexionó, al igual que Sara supo que era tiempo de parar, pues siendo honesto comenzaba a quererla también. Le faltaban cinco semestres para concluir su carrera, había comenzado a hacer proyectos de cine con uno de sus maestros que había trabajado en eso. Definitivamente era tiempo de seguir sin ella. Fue entonces cuando surgió su gran oportunidad. Había trabajado en el proyecto para un cortometraje y metió su trabajo a concursar por una beca en el extranjero. Cuando salieron los resultados con enorme emoción supo que su trabajo había sido seleccionado. Era ganador de una beca para estudiar cine en París. Ricardo llamó a su esposa desesperado. Estaba completamente derrumbado. Quería volver con su familia. Su tiempo de reflexión —como él le llamaba— había terminado. Al final, tal y como le había dicho Katia a Sara alguna vez, su marido volvería. Sara sabía que eso era lo mejor para su familia. Por eso decidió que estaba bien que Ricardo volviera y que poco a poco sanaran juntos las heridas que tenían. Antes de que Ricardo volviera a su casa, Sara quiso ver a Luis por última vez. Se citaron en un bar, un viernes por la noche. Conversaron largo rato sobre lo que pasaba. Ambos estuvieron de acuerdo en que tenían que parar su aventura. En el fondo de su corazón se alegró sinceramente por él, sabía que era talentoso y que podía llegar tan lejos como quisiera. Él se sintió bien de ver a Sara tranquila. Entre ambos había surgido un enorme cariño. El DJ comenzó a tocar. A ella le encantaba bailar, desde que era más joven era algo que le fascinaba. Y aunque a él no le gustaba tanto, se levantó y bailó con ella. Mientras bailaban se tomaron de las manos y se abrazaron. Luis comenzó a besar a su compañera de baile y ésta le respondió el beso con la misma intensidad. Salieron del bar y fueron a donde siempre se veían para tener la intimidad que solían tener. Ambos sabían que esa sería la última vez.
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Se desvistieron entre besos y caricias. Esta vez el preámbulo no fue tan largo. Sin embargo, sus sentimientos se hicieron presentes y permitieron que emergieran. Él la quería, aunque había prometido que no sucedería, así fue. Ella también lo quería. Por eso le permitió que la tocara y la besara como quisiera. Esta vez, en los besos y en las caricias había ternura además de deseo. Cuando estaban ya en el clímax del éxtasis, dejó que la penetrara sin tomar ninguna precaución. Era tan placentero que le costó mucho trabajo parar por un instante para sacar los preservativos. Sin embargo, lo hizo, pararon un instante y después de tomar las precauciones debidas continuaron. Como en las veces anteriores, estaban gozando de algo sumamente placentero, pero esta vez había algo más que deseo carnal, estaban presentes sus sentimientos, por eso el momento era aun más intenso. Ella logró tener un orgasmo y sintió que llegaba al cielo, poco después tuvo otro y luego otro y luego otro, así que se sintió en el cielo una y otra vez. Finalmente él la alcanzó en ese cielo y todo se detuvo por un instante. Esta vez, además de placentero, había sido maravilloso. Esta vez habían hecho el amor, no solamente se habían tomado el uno al otro. Se quedaron juntos toda la noche. Al amanecer, ella se abrazó al pecho de Luis y supo que era tiempo de decir adiós. En un par de semanas él se marcharía al extranjero. Ella continuaría con su vida. Y todo seguiría su curso. Por un instante pensó que quizá en otra circunstancia, en otro mundo o en otra vida, ella con cinco años menos y él con cinco años más, podrían quedarse juntos. Una nostalgia enorme se apoderó de su corazón, pero no dijo nada, sólo lo abrazo muy fuerte y tiernamente lo besó. Era sábado, no había que correr para dejar a los niños en la escuela y llegar al campus. Al mediodía, ella pasaría a recoger a sus hijos que se encontraban en la casa de la abuela. Salieron juntos de la casa y caminaron largo rato por la calle. Finalmente, cuando llegaron a la avenida principal, se despidieron. Se abrazaron fuertemente. Luis besó a Sara en los labios por última vez y se marchó. Él no quiso mirar hacia atrás, porque en su mirada había tristeza. La sensación del duelo, de la pérdida de algo o alguien importante estaba presente en sus ojos y no quiso que ella lo viera. Por eso no se detuvo. Subió a un autobús y se fue. La recordaría toda su vida y la guardaría en su corazón. Ella lo vio alejarse y lloró. No quería que él la viera, por eso también dio media vuelta y se marchó. Lloró toda la tarde, muchos días después lloró. Sentía que una parte de su corazón se había perdido y que ahora tendría que aprender a vivir sin ella. A su edad había recibido y a
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importantes lecciones de vida. Era más sabia y más fuerte que antes. Seguiría adelante. Pero aquel chico se quedaría grabado en su corazón por el resto de sus días. Ricardo comenzó a buscar a Sara otra vez. Su crisis existencial había terminado y quería seguir su vida familiar, tal y como le sucede a muchos hombres de esa edad. Además, un amigo de Sara le comentó que la secretaria de su esposo había terminado bajo tratamiento psiquiátrico con trastornos bipolares diagnosticados. Y al parecer se había conseguido otro amante. Dos semanas después del último encuentro entre Sara y Luis, Ricardo había regresado con su esposa. Estaba comenzando un nuevo proyecto en otra empresa, con horarios distintos para poder pasar más tiempo con su familia. Sara había renunciado a su trabajo. Estaba comenzando también un nuevo proyecto en otra universidad, esta vez tenía una coordinación a su cargo. Todo estaba ajustándose y acomodándose otra vez. Fue cuando ella comenzó a tener sensaciones y malestares que conocía muy bien. La prueba de embarazo que tenía entre sus manos revelaba la causa de su malestar. Sabía que el padre de ese bebé no era Ricardo, había analizado cuidadosamente su calendario biológico. Recordó una vez más el último encuentro con Luis, unos cuantos minutos de sexo sin protección habían bastado para que ahora estuviera gestando un ser vivo en su interior, producto del deseo, de la clandestinidad, de la pasión y del amor más tierno que había tenido. Decidió que no lo diría. Ninguno de los dos sabría nunca la verdad. Salió del baño y se dirigió a su oficina. Tomó su larga lista de pendientes y siguió trabajando. Ricardo sería papá por tercera vez. Y seguirían adelante con su vida. Por unos instantes respiró profundamente, miró por la ventana, envió su pensamiento a París y se quedó en silencio.
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Siameses Por Karina Posadas Torrijos
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El conocimiento arruina el amor: a medida que penetramos en nuestros secretos detestamos a nuestros semejantes, precisamente porque se nos asemejan. "La odisea del rencor", E. M. Cioran
i madre es una empedernida aficionada a los chicles con sabor a mora azul. Cada que ella compraba un paquetito para satisfacer el deseo del suave aroma, yo recogía el envoltorio de tan deliciosa droga. Los metía entre mis libros y, tiempo después, cuando los abría, una oleada de sabor corría inundando toda
la habitación. Pero bien, ¿a qué venía todo esto? Ah, por supuesto, me estabas diciendo que si se atravesaba una complicación, la muerte sería inminente. No sé tú, pero a veces pienso que si dejaras de lado tu cruel egoísmo, comprenderías un poco el porqué no quiero hacerlo. Exacto. Eres egoísta y te niegas a la posibilidad de una vida nueva, sin tener que estar atada noche y día a mí. ¿Nunca has soñado perderte en un sin fin de cavilaciones sin que alguien esté respirando sobre tu hombro? ¿O que pidas en el restaurante sin que sientas las náuseas del otro? ¿O dormir solo, una vez en la vida solo o quizás... acompañado de alguien más que no seas tú? Es cierto. Mi madre siempre olía a chicles de mora. Chicles de mora mezclados con el aroma del perfume de canela que siempre utilizaba. A veces, la nariz me picaba, aunque sintiera que algo profundamente suave acariciaba mi cuerpo. Todas las mañanas lo sentí y esperaba que me amaras sólo por mi esencia. Pensar que pese a los lazos carnales que nos unen, únicamente yo heredara la piel de canela y mar. ¡Y cómo me molesta esa sensación! ¿No te cansas? Y siempre en el peor momento. Si estás triste, toda la habitación se llena de tan nauseabundo olor y se pinta el aire de morado. No me deja ver ni dónde pisamos. Si llueve, te pones nostálgica y cada lágrima que derramas, impregna ese hedor por días. Por semanas. Y el peor es cuando sostenemos una plática así. Divagas. No me haces caso. Pero claro, ¿cuándo me has hecho caso? Ya ni te acuerdas de mamá. De las envolturas, el aroma, los libros... Ni siquiera de que una vez te amé. Ni que tú me amaste. Y ahora me culpas de nuestra unida naturaleza, como si yo hubiera planeado condenar nuestros cuerpos desde antes de nacer. Condena. Recompensa. No es culpa mía que tú seas hombre y yo mujer. De que yo no sea lo que tú quieres. Lo que deseabas. Entonces por qué fingiste todo lo contrario. Años mintiendo. Destruyendo. 38
Siameses
Pero no empecemos con esto. Pensar en qué le quitó el uno al otro es un círculo vicioso que no tiene sentido. ¿No quieres abandonar todo esto? Cuando nos separemos, únicamente te pido que no empieces a llorar. Mejor piensa en el sueño que cumpliré. Podré viajar por toda la Amazonía. Comeré cosas espectaculares jamás antes probadas sin que tu estómago se revuelva del asco. Pero ese es mi sueño. Ahora entiendo por qué siempre me desanimabas. Nunca has sido tú mismo. Vivir a expensas de los demás y a pesar de estar unidos por lazos inexplicables, quiero que sepas que descubrí la manera de conservar a las personas a mi lado. No. Tú nunca te enteraste. Porque ni siquiera te has dado cuenta que un abismo nos separa. Una mujer de mis sueños me dio la idea. Juntas buscamos todas las posibilidades y al fin lo encontramos. A veces me hubiera gustado que fueras otra persona. Me desesperas. No entiendo lo que me dices. ¿A dónde vas? No podemos comer antes de la operación, fueron indicaciones del médico. ¿Qué haces? Siempre me has asustado. Me asustabas de niño y lo haces ahora. Por favor, tú no quieres hacer esto, yo... Y pese a los riesgos y al temor, fue ella quien tomó la iniciativa de separarse de su siamés. Tomó un hacha y cercenó el lazo de carne que los había mantenido unidos toda una vida. El grito de dolor que él produjo, era justo lo que ella esperaba para guardar su esencia en una palabra. No permitiría que tan doloroso desencanto lo rompiera alguien más, ni que semejantes ofensas pasaran por alto. Clínicamente él murió desangrado y sin rostro, mientras ella no pudo soportar el peso de sus palabras. Tuvo un cuadro de tristeza profunda.
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La pluma en la piedra ¿Usted recuerda cómo era la vida antes de la revolución tecnológica, de las computadoras, los Ipod, los smartphone, las redes sociales y la alta definición?
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Fecha de publicación
Temática
No. 11
4 de junio de 2012
La pintura y sus matices. Escribiendo a partir de los trazos.
No. 12
2 de julio de 2012
Testimonios: la vida antes de la tecnología
No. 13
6 de agosto de 2012
El trabajo de escribir
Porque alguna vez vivimos sin internet. Comparta su testimonio de vida.
Violencia
¡Aquí, en
No. 14 3 de septiembre de 2012
La pluma en la piedra! 41
la amenaza de un infarto.
Nada para ahora. Pero, eso sĂ, quiere tener a la niĂąa constantemente al alcance de su mano y siempre quiere saber dĂłnde la puede localizar en caso de emergencia, si la madre siente
La madre lo quiere todo para el futuro.