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PUEBLOS ORIGINARIOS DE MÉXICO
Comparten La Herencia De Sus Ancestros Durante La Guelaguetza
Mexico’s Native Ethnic Groups Promote Their Heritage During Oaxaca’s Biggest Cultural Festival
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OAXACA, México (AP) --- En el suroeste de México hay una diosa que abraza. Cuando uno conoce a Leticia Santiago Guzmán, sus brazos se abren como si fuera un ave que ofrece su cobijo.
Desde finales de junio representa a Centéotl, la deidad mexica del maíz, y es el rostro principal de la Guelaguetza, el evento cultural más importante del estado de Oaxaca. Su rol de las últimas semanas ha sido acompañar al gobernador en los festejos previstos en la agenda y promover su propia cultura.
Todo en ella es color e historia. Su piel canela. El pelo largo —oscuro como fondo marino— acomodado en dos trenzas que remata con listones. Su collar de coral rojo. La pechera floreada que oculta leyendas ancestrales.
“¿Quieres que hable en chatino o en español?”, pregunta la oaxaqueña de 35 años antes de iniciar una entrevista.
Alzando la voz en la lengua de su etnia —los chatinos— Leticia arrancó el discurso que hace unas semanas le valió el triunfo en un certamen que allanó el camino a la Guelaguetza, organizada por el gobierno desde hace 91 años para difundir las tradiciones locales. En esta edición participan representan- tes de 16 pueblos originarios y la comunidad afromexicana.
Las calles del centro se paralizan cada mes de julio, cuando el evento transcurre entre desfiles, bailes y ventas de artesanías. Según el gobierno, tan sólo esta semana hubo más de 27.000 mexicanos y extranjeros que se dieron cita en la capital estatal.
El concurso de la diosa Centéotl, en el que Leticia representó al pueblo de Santiago Yaitepec, recibió por años críticas de académicos y asistentes por tener un jurado presidido por personas ajenas a las comunidades que banalizaban a las participantes. Ahora varias voces coinciden en que un reciente cambio de gobierno trajo consigo un nuevo comité más enfocado en destacar la trayectoria de las concursantes y mejorar la representatividad de los pueblos originarios.
Leticia coincide: “Los chatinos habíamos sido olvidados”. La idea de concursar no fue suya, pero cuando algunos conocidos la animaron, ni lo dudó. “Yo ya cumplí con un cargo público en mi pueblo. Fui regidora de cultura. Rescaté una danza ancestral de mi comunidad y toco la flauta”.
Leticia se estremece cuando alguien le pide mencionar qué hace único a Yaitepec.
Mientras pasa la mano sobre la falda que apenas cubre sus sandalias, responde que los textiles. “Entre hilos y agujas, entre telar de cintura, hemos armado una identidad que es una lucha también para nosotros”.
Cada vestimenta, accesorio o danza que los representantes de otras regiones lucen o interpretan durante la Guelaguetza también es una ventana a su cultura. Nayelli López, quien forma parte de las chinas oaxaqueñas de la capital, cuenta cómo el traje de gala que lució durante un desfile refleja su fe y algunos códigos sociales.

El lazo que las mujeres llevan alrededor de la cintura revela si quien lo porta es soltera o casada —dependiendo de que lo acomode a la izquierda o a la derecha— y el medallón que lleva prendido del pecho expresa su devoción por la Virgen de la Soledad. “Mis zapatos negros son el símbolo de la raza mestiza; nuestras canastas las usamos como una ofrenda hacia nuestro santo”.
Enrique Olvera, originario de Ejutla de Crespo, cuenta que su traje blanco y su sombrero de piel de burro representan la ropa antigua de sus ancestros, hombres dedicados a la siembra. Natasha Gutiérrez, de Santo Domingo de Tehuantepec, narra que su atuendo de terciopelo —bordado a mano con hilos de seda— se usa durante la fiesta patronal de Santo Domingo de Guzmán.
Desde la antropología hay expertos que coinciden en que la Guelaguetza difícilmente refleja las tradiciones reales de los pueblos porque éstas se llevan a cabo en fechas y contextos específicos, pero los oaxaqueños de a pie mencionan otro matiz. “Para nosotros es la máxima fiesta porque es de una cultura ancestral que nos dejaron nuestros antepasados”, dice Silvia Ramírez, quien tiene 56 años y disfrutaba con una amiga del festejo. “Nos llena de emoción porque los volvemos a sentir”.
La Guelaguetza genera música, color e historia, pero también polémica. Sólo un puñado de pueblos de 570 municipios puede participar y esa selección también ha provocado exclusión y congoja. Diversas comunidades y sectores sociales —uno integrado por maestros, por ejemplo— han creado sus propias guelaguetzas y a la fecha consideran que ofrecen mayor acceso al oaxaqueño común.
El sociólogo Víctor Raúl Martínez explica que el antecedente de esta fiesta surgió en los años 20, en un momento de nacionalismo posrevolucionario. En 1932, para celebrar los 400 años de la formalización de Oaxaca como estado, el gobierno organizó una celebración que convocó a distintas etnias.
Aunque ese evento ocurrió en abril, después se trasladó a julio, en coincidencia con la celebración a la Virgen del Carmen, que ocurría en el Cerro del Fortín, ubicado en la capital estatal. Ahora el evento más importante de la Guelaguetza se da en el mismo sitio y se conoce como “Fiesta de los Lunes del Cerro”.
Quien arranca ese festejo es la diosa Centéotl. En su discurso inaugural, Leticia hizo retumbar los altavoces en su lengua, el chatino, mientras sostenía su cetro con una mano y su falda con la otra.
Para ella la ropa no es mera indumentaria, sino aquello que une a su pueblo con la naturaleza. Las chatinas aprenden el punto de cruz desde niñas, porque bordar aves y flores tiene un significado espiritual. En su cosmovisión, su madre es la Tierra y, su padre, el Sol.
“Dicen que nosotros provenimos del mar”, cuenta Leticia. “Nuestros antepasados vivían como peces y un monstruo marino los empezó a comer. El Santo Padre Sol se compadeció, los convirtió en seres humanos y así surge la historia de los chatinos”.
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Para Leticia, un cerro tampoco es sólo un cerro, sino un sitio sagrado. Una ciénega es un lugar para colocar ofrendas y pedir bienestar. Una hondura es un signo de vida para honrar al Santo Padre Sol.
La diosa Centeótl no se venera entre los chatinos, pero la conexión del pueblo de Leticia con el maíz es total. “Me identifico mucho porque el 7 de octubre festejamos a la Virgen del Rosario, que está vestida de chatina, y salimos en procesión con nuestras milpas (cultivos de maíz) en las manos para pedir buenas cosechas”.
Sus planes a corto plazo son construir un nicho para su cetro, que éste inspire a otras mujeres de su comunidad a luchar por lo que creen y rescatar su lengua. Más de 41.000 personas hablan chatino, explica, pero su escritura se ha perdido.
Quizá recuperar su registro sea el último milagro de la diosa Centéotl.
OAXACA, México (AP) --- Leticia Santiago carries her ancestral heritage wherever she goes. Every time she addresses the crowds during the Guelaguetza, the biggest cultural event in southwestern Mexico, her words, her garments, and her skin reveal a clue about the town where she was proudly born.
The 35-year-old Mexican was elected as Centéotl goddess in late June, which means she’ll represent the Aztec deity of maize for a year and lead all festivities during the Guelaguetza, which runs in the state of Oaxaca in July. During the government-sponsored event, 16 Indigenous ethnic groups and the Afro-Mexican community promote their traditions through public dances, parades, and craft sales.
Santiago can’t help but smile when she talks about the history of her ethnic group, known as “Chatinas.” Her hometown, Santiago Yaitepec, is located five hours away from Oaxaca City, between the mountains and the coast.
“It is said that we come from the sea and our ancestors were fish,” Santiago said. “When a sea monster started devouring them, our Holy Father, the Sun, took pity on them and turned them into human beings. That’s how our story began.”
She claims that she entered the Centéotl goddess contest to share the Chatina heritage to the world. All her public speeches include some of her native language and every time someone asks for a photo, she enthusiastically raises a side of her bright-colored skirt.
Chatinas learn to cross-stitch as young girls because embroidering birds and flowers has a spiritual meaning. In the community’s worldview, the Earth is their mother and their closeness with nature can be seen in their textiles.
“Through threads and needles, through waist looms, we have created an identity. Preserving it has been a struggle for us,” Santiago said.
Not every Oaxacan community can be a part of the Guelaguetza, which began in 1932 when the government organized a celebration. Participants are selected by a committee, which for years was criticized by academics and activists over the groups it excluded. Santiago’s own community was ignored until now.
“Because of that, nearby towns started to organize their own Guelaguetzas and added more local elements,” said Oaxacan anthropologist Enrique Martínez. According to his records, up to 26 similar events have been held in parallel.
When a new governor came into power in 2022, the committee in charge of selecting the participants was overhauled and vowed to be more inclusive. “This year the discourse has changed, and they invited communities that were previously left out,” said Gabriela Zapién, who is also a Mexican anthropologist.
Some of the racial diversity of the local ethnic groups can be seen along the streets of Oaxaca City during this year’s Guelaguetza.
Tonatiuh Estrada, a craftsman who specializes in cardboard figures, was asked to create dolls representing women from the eight regions of the state. The three-metertall figures are regularly used during “calendas,” as Oaxacans call processions held during Catholic festivities to honor their patrons or saints.
“For me, these dolls are like documents,” Estrada said. “When people look at them, they don’t only see a ‘huipil’ (a traditional garment) or a local hairstyle. They can read them and understand their meanings.”
Among his latest creations for this year’s Guelaguetza is a devil who stars in a local dance.
Many have claimed that this cultural event is a mere show, but Estrada disagrees. “It was created by a government 91 years ago, but the Guelaguetza has nurtured and positively exhibited the people’s tradition,” he said.

“Oaxaca’s culture is not inside a museum or an exhibition. It’s alive.”
Hundreds filled the streets of Oaxaca City during a recent parade that was led by Santiago in her role as Centéotl goddess.
“For us (the Guelaguetza) is the ultimate festivity because it comes from an ancient culture that our ancestors bequeathed us,” said Silvia Ramírez, a local who enjoyed the parade with a friend. “It fills us with emotion because we can feel them again.”
Just like Santiago, most representatives from the 16 Oaxacan ethnic groups speak proudly about the garments, accessories or music shared with the crowds during the Guelaguetza.
Nayelli López, who is part of the “Chinas Oaxaqueñas” and lives in the city, tells how the gala dress she wore during the parade reflects her faith and some social codes. The bow at the waist reveals whether they are single or married and the medallion commonly worn near their hearts show their devotion to Our Lady of Solitude, a depiction of Mary, the mother of Jesus.
“My black shoes are the symbol of the mixed race, and we use our baskets as offerings to our saints or to make a request,” López said.
Enrique Olvera, born in Ejutla de Crespo, said that his white suit and donkey skin hat represent the ancient clothing of his ancestors, men dedicated to agriculture. Natasha Gutiérrez, from Santo Domingo de Tehuantepec, explained that her velvet outfit — hand-embroidered with silk threads — is worn on August 4, during the honoring of her community’s patron, Santo Domingo de Guzmán.
The mere word of Guelaguetza has a story to tell: it’s an ancient concept usually used among Oaxacans to help each other. It means mutual cooperation and support.
Leticia Santiago hopes to assist her own people as soon as she heads home. She says that the local government promised to work closely with her community to rescue their native language. Though more than 41,000 people can speak Chatino, its written form has been lost, Santiago claimed. While she holds her cedarwood scepter close to her heart, she says that she also hopes to lead by example and inspire other Chatina women to follow her path.
“This could show our descendants that they can preserve and maintain our culture, too.”
Por/By María Teresa Hernández, The Asso-
ciated
Press.
Fotos/Photos: María Alférez www.LaPrensaLatina.com/getit
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