Tic Tac - Si hubieras cooperado

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Crónica | XII

SI HUBIERAS COOPERADO A

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espertaba como a las cinco de la mañana, tomaba café y un almuerzo que yo mismo me preparaba; al jale me llevaba el lonche que mi jefa me preparaba, porque ella siempre estaba al pendiente de nosotros, y a diario nos consentía; lo llevaba porque vivía enseguida a donde yo dormía. Andaba trabajando en la albañilería, en el municipio de Arteaga, porque iban a hacer una hacienda y apenas estábamos empezando la construcción –desde abajo-. Tendría como un mes yendo a ese lugar. Yo conocía a todos los compañeros que andábamos haciendo ese jale, nos íbamos juntos; unos andaban de carpinteros, otros de fierreros; yo mismo estaba de fierrero poniendo la estructura de las columnas, colocando varillas. Regresaba en la tarde, y a veces me encontraba con camaradas. En una de esas tardes me dijeron que me estaba buscando la ley, y decían que traían orden de aprehensión en mi contra.

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a la calle; si salía a trabajar, tenía que salir a las tres de la mañana y esperar a que fueran las siete de la mañana para empezar la rutina laboral. Una tarde me puse a pistear con mis camaradas de la colonia González, amanecí crudo, con ganas de una cerveza, pero además tenía que ir a cobrar la semana. Estaba con un enorme dolor de cabeza. La cruda me hizo salir a buscar al ingeniero, pero andaban personas vestidas de civiles; no me conocían, pero estaba señalado. Me fui caminando a la vuelta de la esquina, y en un expendio de cervezas estaban escondidos los policías, esperando a que saliera de mi domicilio; salieron patrullas por todos lados, ni tiempo me dieron para correr. Me rodearon, me apuntaban con las pistolas y decían: “Detente, tenemos orden de disparar, si quieres evadir la justicia”. Me esposaron de pies y manos, me llevaron a unas oficinas en las que me sentaron en una silla, me amarraron, me golpearon todos los pinches oficiales que iban llegando, me ponían bolsas en la cabeza, y conforme llegaba un nuevo policía, éste me golpeaba. Ya estaba con el hocico reventado y los dientes estrellados. Fueron tan fuertes los golpes en la cara, que en uno de esos golpes, sentí como un temblor desde los dientes hasta el interior de la cabeza, pasando por la mandíbula, como la vibración del filamento de un foco.

Aunque antes pasaba sin problemas por donde estaban los que me buscaban, a partir de que me dieron el pitazo, a mi casa ya no pude entrar por la puerta, sino que entraba por atrás, pues la cuadra estaba rodeada de policías ministeriales. Así que si salía de mi domicilio, tenía que brincarme casa por casa, para salir en otra cuadra. Los policías tenían binoculares y veían hacia mi casa. Hubo ocasiones en que pasaba cerca de ellos y los veía dormidos arriba de la patrulla. No salía 215


XII | El Ojo Derecho de Polonio

En mi conciencia todo está bien, aunque me discriminen, no me acompleja. El 20 de abril del 2010 fue cuando sucedió esto hacia mi persona; ese fue el día de la detención. Del 5 al 7 de mayo estuve en el hotel Santa María, antes había estado de oficina en oficina, no sé dónde exactamente. Uno de los días que estuve en el hotel bajo arraigo, a las seis de la mañana que cambiaba el turno de quienes me custodiaban, llegaron policías ministeriales; ya estaba despierto. Como llegaron, dijeron: “Despierta cabrón, tira baño porque en este día vamos a ir a donde ocurrió el delito, a la confrontación y reconstrucción de hechos”. Yo estaba acostado y amarrado, como si me tuvieran secuestrado, no me soltaban para nada, parecía un perro furioso y enojado. Varias veces les decía: “¡Suéltame güey! Un rato estás armado, al parecer me tienes miedo, ¿Por qué no me dejas caminar un rato? … Ya me duele toda la espalda”. Me decía el Camacho: “Esa es la orden: No soltarte ni manos, ni pies. Así aguántate. Después llega el comandante, te va a ver sin los ganchos y nos van a encerrar”.

a mí me decía: “Mira hijo, cómo te dejaron. Si hubieras cooperado, no te hubieran golpeado todo. Era cuestión de que hubieras aceptado”. La recuerdo a ella y a sus palabras. Después de mi comentario, el comandante no volvió a sacarme conversación. Ya estando en la reconstrucción de hechos, antes de que me tomaran fotos, me filmaran, empezaron de nuevo a golpearme -era una pequeña golpiza, comparada con todo lo anterior-. Mercado me pedía que cooperara: “Vas a tener que decir lo que yo te diga; si no quieres que le pase nada a tu familia. Tienes que decir todo lo que yo te diga”. Mientras me estaban golpeando, la calle de Otilio González se llenó de gente. Al ver patrullas por toda la calle, y ver civiles bien armados, los vecinos empezaron a gritar: “¡Suéltenlos! ¡Les vamos a quebrar los vidrios de las patrullas!”. Cuando la gente estaba discutiendo con los policías afuera, a mí me estaban maltratando dentro de la habitación, y el pinche comandante me preguntaba: “¿Con qué le pegaste?, ¿Por qué lo mataste?, ¿Qué problemas tenías con él?”. Querían que tocara puertas, ventanas, botellas, todo lo que había en ese lugar. Lo que ellos querían era que yo les dejara las huellas. Que tocara aparatos, cama, puertas, envases de cerveza, bachas de cigarro, vasos que estaban en una mesa…

Ya como a las tres de la tarde de ese día, llegaron los comandantes estatales y ministeriales. El Comandante Mercado me subió en su patrulla, y en el camino me dijo: “¿Quieres que te presente a Beatriz?” (una licenciada que andaba ahí). Y me insistía: “¿Si te acuerdas de ella?”. Le contesté: “Sí, me acuerdo. Esa persona llegó cuando estaba todo golpeado, les dijo “ya déjenlo”, mientras 216


Crónica | XII

Primero me golpearon hasta que se hartaron y me perjudicaron. Hicieron lo que les dio su pinche gana por estar señalado por testigos falsos. No sé si las que se dicen ser licenciadas saben de leyes, porque violaron mis derechos, no sólo por los golpes, sino por no creer en mi declaración: Pisotearon mi dignidad. Después me llevaron al arraigo, donde quisieron casi casi contentarme. Me compraban cigarros y cerveza. Quisiera irme ya para ir a cobrarles lo que me salen debiendo. No quiero disculpas, lo que quiero es hacerles lo mismo: Pisotearlos.

nos contó el detenido que andaba asaltando gente, que llegó al domicilio armado con cuchillo en mano y con un tubo de material galvanizado, que le sacó el cuchillo para que le entregara el dinero, pero el difunto no se dejó intimidar, el detenido al notar que no le entregaba el dinero sacó el tubo, empezó a golpearlo, el difunto corrió para la habitación de más adentro de la casa, el “Quemador” lo siguió, cerró la puerta para que nadie lo viera, ya dentro de la casa y con lo loco que andaba, bajo los influjos de la droga, no supo lo que hizo. Lo golpeó hasta dejarlo muerto”. Y así lo dejaron.

Supongo que los licenciadillos que saben de leyes, conocen que para tener a una persona privada de su libertad, tienen que tener las pruebas suficientes, porque cuando no las tienen, ¡Agárrense que lleva bala! Al decir esto quiero decir que se les hace pagar lo mismo o peor por privar a una persona de su libertad aunque se tenga licencia como funcionario o policía. Supongo que eso, cualquier persona lo sabe.

Si llegara a salir antes del tiempo que me dieron y me encontrara a familiares de esa persona, seguramente reaccionaría de manera violenta. Una vez un primo que tengo se encontró con familiares de la víctima y quisieron golpearlo, le dijeron que estaban esperando que yo saliera para chingarme, así que vino mi primo a verme y me comentó ese problema. Estaba feliz porque me vino a ver y cuando me dijo eso, la pinche felicidad se derrumbó, me llené de coraje. Por eso digo que no tengo miedo, sino rabia después de todo lo que me han hecho pasar estas personas que dicen trabajar para la justicia. Realmente no se si dedicar mi tiempo a recuperar mi vida, incluyendo a mi chaparrita, o pensar en el muerto que estoy pagando en prisión, cruzado de brazos.

Digan lo que digan, en la declaración que les di, corregí un poco lo que con golpes me hicieron decir. Lo que está escrito fue lo que sucedió. Yo siempre he andado solo para todos lados. Me querían dar cuarenta años. Es mentira de que tengo cómplices, eso quedó escrito, yo andaba solo. Si en la cama del difunto había billetes regados, todos los policías los agarraron y se los repartían. Decían entre ellos: “Ya vamos a cambiarle, todos decimos que en la reconstrucción

- Edgar Iván 217


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