Fragmentos extraĂdos de MĂşsica Del Desdecirse. Por Pedro M. Serrot.
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Fragmentos extraĂdos de MĂşsica Del Desdecirse Pedro M. Serrot
Coordinación editorial: Mario Eduardo Ángeles. Jefe editorial: Erich Tang. Texto y obra plástica: Pedro M. Serrot. Corrector de estilo: Lizeth Briseño. Consejo Editorial: Manuel Bañuelos, Miguel Escamilla, Salvador Huerta, Pedro M. Serrot, Erich Tang, Mo. Eduardo Ángeles, Jesús Reyes. Contacto: latestaduraliteraria@gmail.com latestadurliteraria@hotmail.com México, 2012. Los derechos de los textos publicados pertenecen a sus autores. Cuida el planeta, no desperdicies papel.
Fragmentos extraídos de Música Del Desdecirse 1)
Cómo es que se construye exterior la actividad acumulada; en los materiales empleados; bien puede ser que no seamos sino deseo; más ya que la duda con él encarnado, y ya en esta incertidumbre, de que sea antes de volverse cosa otra. Tiene que llevar a cabo su camino, por hallar… Una apreciación no conforme: encarna la perplejidad de la duda. Pero, yo estaba entonces. De otro lado que la libertad absoluta, lo mío anulado de éste ser no más, que son las apariencias. Las cosas cuando estables y en armonía. Frágiles actuaban y sumisas acentuaban, de acuerdo a lo que se les decía, mientras no las alcanzara con el rayo lanzado desde fuera. Y para ser sepultadas por la normalidad, de las actividades cotidianas, que como una aplanadora paseaba su peso sobre ellas, como sobre un ramo de flores.
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2) En su sentido último todo acto solo puede aspirar al objeto. Si su fin es incidir en aquello de lo que participa. En su sentido último, todo arte de la acción, interviene la costumbre en el modo, suyo de relacionarse con las cosas. Y los eventos. Que conforman el habitual desenvolverse. En su realidad. Con el fin de transformar éste su marco de acción. Y para ello el shock ó el escándalo. Como forma de comunicación con lo contemporáneo, que se absorbe y se reintegra. Si el fin es el individuo y cómo se adapta, en esos límites. Llegue a tener la forma que guía. Que solo llega a darse en vista del objeto. Y su transformación, es lo único que dota al individuo, de una forma, de un sentido, de una recaída. Porque la materia es agreste. Regresa a sí, se resiste. Se tuerce. Da la espalda. Somos la expansión de su onda. 3) Con la misma cabeza trata de articular esos momentos. ¿Pero cómo voy a meter eso ahí? ¿Qué pasó? ¡Se lo han cortado! Se ve, no se ve… Todo tú yerras… tú mirada… te angustias… Una cosa así se percibe, no es evidente,
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pero está ahí, y por momentos sube a la superficie. Una intuición no del todo revelada. Que igual se oculta. Con los acontecimientos. Pero en lo que a ti respecta. Está siempre ahí. Por lo demás la imagen, la forma que la acción tomó de la lucha de los cuerpos. Contendientes eternos. Eso no se olvida nunca. Es un continuo; que espera insinuarse. Mientras todo lo demás está suspendido. Por eso, cuando frente a ella, rígidamente te parecen inalcanzables, tan metido dentro que te tienes, en el ano de tu sentido mismo. Y allá… acechan las estrategias, terminadas nunca de trazar; pues él resultado, la realidad, no lo acepta, luego en dónde hallar la fuerza, para los hechos. De los encuentros perdidos, que se van, como se van las personas, que atraviesan, la esfera, en la que tú, atraviesas. Y ahí tú, sin nombre, una mancha, que se debate entre las paredes del paréntesis. Hablar presume los términos clavados en la continuidad. Y en las nubes tronadoras rompen olas; que no es posible, toman la forma de lo que no es. 4)
En este paraje, la cara oculta de la realidad; ensueño aislante… que la voz recorre,
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simulando los bordes. Recortando planos, urdiendo las fisuras que delimitan los continentes imaginarios, en una losa. Por ahí la prueba, de lo intemporal estático. Advierta con los siglos de lo inerte, los ciclos en el magma que borbotea, entrecorta la quietud, de nuestras vidas peregrinas, y pasajeras, en espera. En la cámara de las sorpresas; que se abre para tragarnos, de pronto. Muy bien acogidos. De pronto, atrapados. Nos retienen. La consistencia de lo real. Nos alcanza. Nos toca. Nos golpea. Nos abraza, rodeándonos de un extremo a otro. Ahora en la punta de la lengua. Y de los dedos. Ahora como una hoja de papel, toda llena de anotaciones caligráficas. O la superficie del taburete aplastado en contra de nuestras nalgas, que nos sostienen. O la espalda el respaldo de una silla. O hurgan nuestros oídos. Con sonidos que atraviesan, la infinita variedad, llegan y tocan a la puerta, de nuestra casa. Te asomas para ver por la ventana, quién es. Quién está. La realidad es curiosa y tiene envidia. De la soledad. Y es por ello que terminará por aniquilarnos. En la oscuridad, nos confundimos, uno con lo otro. Nos vertimos vaciándonos en ella. Cuando nuestros límites se tornan difusos.
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Y los ojos se nos volvieron negros, volviéndose para adentro. Y apuntan con las lágrimas que les escurren, a la más noble de las formas. La bruma que han dejado los fantasmas del día. O los objetos arrastrados por las cosas. En el aliento de una boca. Y unos labios vivos. Igual que realidades armadas con hierro fundido. Descansan inmóviles, durante el trayecto, jugando a repetirse o imitarse. En el éter que lo sostiene. La verdad de las frases del sueño, dictadas, a los personajes, quienes dicen sus líneas, que se aprenden de tanto que se las llevan a la boca, para beber. Son tan difusos estos. Aquí, y cuando estoy despierto. Las alucinaciones que tanto nos seducen, y nos deleitan, y nos arrojan adelante. Que pasan tan fugazmente. Que nos parecen haber sido recuerdos. En qué encrucijada volvemos a encontrarnos con lo real, con su roce inaccesible. Borrando las huellas todas, las avenidas, talladas, con minucia, coloreando los atardeceres, con los colores de las cúpulas moradas, que sobresalen. Y las ventanitas del anochecer. Vistas desde la calle congelada, e inhóspita, refulgen acogedoras e inaccesibles. En las lozas derramadas por la luna, trazos de brillo de farolas. O neutros destellos de plata, salpican los techos y las fachadas arranca-
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dos como los ladridos de un perro alarmado. La tropa de aves que cruza por el cielo, de la comarca, va a perderse más allá, en un instante luminoso. Lo percibimos haciendo piruetas, multitudinarias, antes de ser aniquilado. Que falso parece entonces el astro solar, todo lo real, lo inalcanzable o probable, que languidece, en las orillas del olvido. Debajo de los cielos, los claros mechones de pelo de nube, se despeinan con el viento y se dispersan, de cualquier modo expandiéndose por toda la tela. De la nebulosa de la que han comenzado a salir, y en flotación, de sí los distintos aspectos, diseminados al modo del más próximo devenir. Era un para qué, que se abría escindiéndole la ruta de las analogías, en un área más densa de niebla, que era bruma fina. Bailando imitaba a su par. Ahí estaba él, bloqueado. Inútil respecto de la lógica de los eventos. Incluso lo que imagina el deseo. Que lo porta, y luego empuja, ha permeando la renuncia, inquietándola, doblegándola, y lanzándolo al encuentro. De esa imagen. Que al llegar el momento se proyecta, desde la mirada que encuentra en el par de pupilas en los globos de los ojos, de su cara.
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Eso hacía que en él se acumulara el instante. Los signos que había vertido, de la lógica, caídos, alrededor, semejaba a las inútiles, presencias, dibujadas, nada más, sin uso posible, pintura del interior de una casa con sus muebles colgados de las paredes. Por ello buscaba escusas; para disculpar su incoherencia manifiesta. Revelando el elemento extraño, inseparable, de sí, parásito de lo ajeno. Celoso de las distracciones, que lo quería en soledad, para devorarlo. Idealidad que se da en las relaciones, entre la distancia, y lo que tiene forma, y vacío, Que privilegia, la experiencia propia respecto a lo que en realidad, sucede, el acontecimiento retardado así, exigía de él la separación, y su potencia se le daba en forma de teatralidad pura, En el vínculo que estaba hecho, Viviendo, y así se orienta y dirige la función. Una alteración, así que fuera influjo de la ignorancia. Y como afecta el entramado de los sistemas, que descompone. Y de ahí… Cómo podría ir a parase, uno en un punto de cruce con lo real. Una de nuestras ausencias, estas lagunas, que anidan en ello. Inmutable, ello que acecha, extendiéndose,
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desde el interior agujero, ombligo de la ciudad habitada, o un sendero recorrido con el auxilio del sol, contra la sombra de la hondonada sombría, probables o abruptas son las irrupciones que de tajo cortan tal aspiración, esta cápsula desmiente la eternidad. 5)
Un impacto tan fuerte, se funden, y se disgregan, los retazos. El impalpable objeto entre sus dedos, a lo inmediato vacilante pensar, en el cuerpo. En la caverna hasta la escritura, resonando desde la laringe, en un murmullo, se revuelve la masa contenida en el interior. Retorna abriéndose, en las interrupciones cegadoras, arranca el alma de los vivos hasta las agujetas, se nos deshilacharon las manchas de las camisas hasta la orilla. Y en una subversión del orden, las circunstancias enlazan los magistrales descuidos, la mano extendida al borde, de lo cual girones del espacio dirigido, encarnado, causal, que testifique la certeza, la densidad desde la que él desaparece. Y escrito con un diente, fisonomía iluminada que remolino implícito, la excepción sería de llegar ambos extremos de los cabos los bordes de uno siempre se evaden. Que mientras tanto en una imagen, de lo que es, reflejo de la verdad a la que está enlazado, en su inabarcable recorri-
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do indefinible por cuanto incierto se interrumpe, para dejarlo caer en algún lado, fulminado. .. A cuyo desconocido fin va cayendo. Que intercedan por él para avanzar unos metros por la calle a través, el sentido hacia la última intención, de la presencia que se desarrolla. Igual que los travesaños de la escalera imaginada. Ensombrecida, hasta alcanzar nuevamente, oblicuamente, la muesca, que lo ponga en función, podía mover o utilizar. Lleno de aquella especificidad interior. Respecto a todo momento, o acaso pudiera intervenirlo. Pues tantos son que solo puede ocurrirle a otro, antes. 6)
Un suspiro irracional, algo no nacido… algo que nunca deja de pasar, y nunca pasa nada. Acaso, después, será la espera aún más inmensa en su misterio espaciado, inundado de vacío. Ante la constante presión el reducido yo, el día en la montaña, pase el tiempo, que sucedan lo sucesos, los árboles de por medio. Juntos alucinando la articulación de la experiencia; intercalando la nuestra. Apareja tu comprensión reducida, tu fuga, que se revela conduciéndote, en contra tuya. A donde mejor es no ir, pero que va tal
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y cual si jalara de ti, mirando el recorrido, presto, la mente, en otra parte, en tus manos el timón, la película pasa lentamente, reduciendo las acciones, a la mímica, sin sentido, delante de un conjunto de casas cuadradas, entre avenidas interrumpidas, por las luces rojas de los semáforos, y verdes, en las esquinas. El apremio, cuando vuelve a ti, detrás la forma que ha ido tomando, implantada, de las próximas imágenes, que en nada se parecen, unas a las que llegan a las otras, en los bordes de la noche, arrastrados por la marea, y las deja quietas en la arena, suturas deshiladas, que no rasgadas. O los agujeros que lo transportan a uno. A uno que es otro, otra vez, repitiéndose. La misma mueca, que es la expresión cuántica de un salto. Reviran dimensiones, igual que caras de la misma moneda, tan enormes que succionan, y chupan la luz, que escapa de nuestros ojos, y lo que ven, queridas imágenes adoradas. Que en la huida vertiginosa, deforma un lento prominente, hasta hacerse pasado, dejan el líquido de las huellas. Si dice que solo está de paso miente. Cuando quiere hallar al otro en lo que el otro dice, se engaña. Y si piensa en la inconsistencia, de que se siente formado, del mundo, por el mundo, en el que la irritante
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sensorial, descansa en el peso de un cuerpo, inquieto, desosegado. Por la incapacidad que tiene, de quedarse quieto. Nada más, toma la nave viajera, que lo lleva en ella, ese aerolito, en su trayectoria, tarde que temprano, y de sus restos y la dispersión, al otro lado, aquello, a lo cual, lo que conoce aquí allá ya no llega. Ya no más el uno, ese a medio devorar por sus propias quijadas, completando el círculo, que al rodar, lo alargan, igual que un sonido sostenido de goma y asfalto, y viento rebanado. 7)
Cómo en un frasco en el cual se va vertiendo acuífero, perverso, malévolo Un día de campo, rondado de lobos hambrientos ansiosos por devorarnos. Hay que dar a comer nuestros muertos, a la tierra profanada. Esa es nuestra magnífica tarea. La vida que es nuestra tarea. La experiencia magnífica de tener que vivirla. Encaramados, y así pasar las horas… La tuya, que no te la puedes quitar, de encima, ésta es el sello. Que te define, epíteto siniestro de cosa casi plana, casi cosa…
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8) Pero las formas del pensar; de dónde vienen, así sea que tomen la forma prestada, de otras formas, igual que el propio cuerpo que se define, por el sitio en que se encuentra. Que imita, y extrae las partes que requiere, de entre las imágenes que pululan, el rumbo que toma, y salva el inestable tránsito, frágil. Cuyos fragmentos al ser alcanzados por el deslizarse, un justo acá, que es exacto siempre. Los hace rebotar, y nos aguardan mostrando otro de los lados del polígono, al que la vista va a dar. Detrás del mismo instante. Que se extiende la longitud de mi zancada, una. Firme, dura, pesada, real, de pié. Ante lo que tenemos enfrente. La urdimbre ilusoria, Y nos empuja en contra. Al margen estamos apartados de ello. Y nos difumina con presteza, la presencia, la que escritura trasgresora, áspera costra del tronco del mundo, lámina, en la epidermis del instante superado. Y es la invocación súbita. Que tiembla y se desvanece. Y somos, la incapacidad de reconocernos. Vuelve sobre sí, y la certeza se le escapa; los objetos se le evaden de las imágenes, ó estas vienen sin ellos a su encuentro, mostrando los hechos separados.
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Alrededor, los minúsculos planetas de la sien, más verosímiles, en tanto que cables son los que sostienen la levitación con la que gravitan, sus cursos oscilantes que pasan ebrios por estas vías. Se enlaza las partículas, es la velocidad que las atrae, los rayos, se mueven entre artilugios refractores, murmuran hechiceras las frondas que se agitan. O soy yo ser, en el vacío que se desenvolverá, ser extraño cincelado en la nada interior, así los desarrollos hasta la escarpada cima del día. Y desfila, el asceta, el hampón, y el rey. El sol refresca sus mejillas de hielo, se vacían en un rastro de mentiras vertidas así a nuestras manos ficticias bruma, surco milagrosamente la palabra, de la pluma como escarnio de las esferas luminosas coloca las imágenes y se expanden inauditas, y sus nidos, sus hojas, sus raíces, sus tallos, sus ramas, resguardan a los pájaros, que crecen para lanzarse en picada sin paracaídas. Del mismo modo abrupto con el que despega, el eterno ojo inabarcable rueda de bajada, quién para éstas minutas inexplicables, que se desmoronan en pantomima. ¿Quién? –Aun le teme a la muerte que se escapa desgastada hermética, esa pizca de raciocinio revuelto, confundiéndose por el
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descuido que traza en la frente mía, en la sustancia de ésta orilla, subvierte la capsula a los súbitos estremecimientos por el congelado partir cuyo signo dibuja con tinta la punta que zanja la arena en el éter de tu cerebro que el rotor de la licuadora re-significa, tras la ventana los edificios que encontramos. 9)
Sin igual, en las partes conformadas. Cada una las acciones. Ellas mismas. Varias. Hubiese sido un práctico imaginar, lo que está presente. Dispuesto a todo. Devolver los cascarones rotos de sus huevos, en los que habían llegado. A través de los interestelares campos multidimensionales, Y cruzamientos magnéticos; que curvan el espacio tiempo. En el que ocurren tantas historias como los minutos de que está formado lo eterno. Cuando uno extiende la mirada para ir y extraer esa porción. Que existe. Los ejércitos amotinados emboscan, y arrasan las ciudades, de los horizontes poblados. Aquel sordo estruendo. Mira con sombro
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erguido frente a él, del dragón las fauces, engordando hasta desparecer; en la punta de su cola de reptil. En los pliegues hasta, ahí debajo, de los faldones, de quién descubrió, era, un ángel. En medio, no se sabe para qué, llevaba un guajolote. A donde huir. Metidos dentro de las pantallas del televisor, de unos niños encendidos. Hasta el último destello, cuando se hacen matar unos por otros. Amontonados en la fronteras. Saltar el margen. Aquella carne, una gruesa lonja, con la que amamantaba a su progenie. En las colinas el hombre asesino, caza y despelleja lo que atrapa. Tratando de escapar aquellas criaturas polimorfas, escalan apoyándose en las grietas de las paredes. El peligro de las palabras que caen de los bolsillos. Así también los discursos, con los que se sujeta los pantalones. De corruptelas, emboscadas en los arrecifes, o los malévolos salteadores. Recorren a nado los océanos. Con las mismas intenciones, acabándonos. Y rueda abajo con su fatiga. El colocarse de la vista en la comprobación, uno encuentra las fases, que retoma y
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conforma una, encuentra la estructura, una, uno que reconstruye. Por espacios inventados, transforma una letra más, en donde no se alcanza a definir detalladamente, esa plenitud en un balbucear, que inspira y expira, en un articular niño. Escanciar de verdades inocentes. No apresuradas, que iluminan de una densidad renovada la materia, que interrumpe desde antaño para nunca llegar a ningún lado, causa revuelo de aleteos al cruzar por ahí. Que lo manifiestan como posible, aunque no lo sea. Alterado por la regularidad crónica. Respecto a su presencia tiene que suceder. Tiene que quebrarse, la causalidad, había que extraer el nuevo ser. Expuesto, volcado, que deriva sucede fuera de lo conocido, se mueve en la penumbra, y el encantamiento, en el que nada de lo que creyó saber, funciona. Un condesarse de muerte, una obra que fuerza sin vida, que reacciona, y la memoria que es un revoltijo en el cual uno queda enredado, fuera de sí. Hasta que uno termina y uno se incorpora a la extraña viscosidad que perdura, que es la celda sin ventanas, en la que a tientas, intenta tranquilizarse. Dando vueltas, de un lado a otro. Deambulo. Y se adentra en la lentitud de los peces imaginados, grandes como zappe-
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lines, torpes, pero aun así ligeros, jugando con el viento, igual que una música que avanza; determinado como el pecado que va en busca de la redención.
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de mano en mano de pantalla en pantalla
¡¡¡Que la voz corra!!!
La Testadura. Literatura de paso hecha para olvidarse en lugares públicos y/o salas de espera
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