La Testadura no. 11: Zaira Gómez

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Por Zaira G贸mez


Coordinación editorial: Mario Eduardo Ángeles. Jefe editorial: Erich Tang. Correctora de estilo: Lizeth Briseño. Diseño de portada: Mo. Eduardo Ángeles. Ilustraciones págs. 3 y 8: Pulpo Santo. Fotografía: Mo. Eduardo Ángeles (p. 19) y Ko Ré (p. 21) Consejo Editorial: Manuel Bañuelos, Miguel Escamilla, Salvador Huerta, Pedro M. Serrot, Erich Tang, Mo. Eduardo Ángeles, Jesús Reyes. Contacto: latestaduraliteraria@gmail.com latestadurliteraria@hotmail.com México, 2012. Los derechos de los textos publicados pertenecen a sus autores. Cuida el planeta, no desperdicies papel.



NOMBRE: Gómez, Zaira. Sigue viva, nació el 27 de Marzo del 1982 Guadalajara Jalisco Disfrutar el silencio y escribir por las noches. Aprendí más que de ninguna escuela, de mi abuela Nicolasa y su hijo mi padre. Actualmente aprendo a reparar mis partes rotas con la ayuda de mi madre y mis hijos. Así es como me gusta; pero si quieren algo más mundano es ésta: NOMBRE: Gómez, Zaira 1982- actualidad Guadalajara Jalisco Cuento Corto. Estudié en el Colegio Alpes, posteriormente cursé el primer semestre de la carrera Letras Hispánicas en la UDG y concluí la carrera Administración de Empresas en el 2008.


La Luciérnaga • Nicolasa • La Chacamota Por Zaira Gómez


La LuciĂŠrnaga


LA LUCIÉRNAGA Ramiro era un niño de 10 años. Desde pequeño, su madre lo convirtió en mandadero de la casa al ver que no serviría para otra cosa; debido al ligero retraso mental con que había nacido. Julia lo despreciaba en silencio. Desde su nacimiento había intentado concebir un hijo sano sin resultados. Las vecinas la miraban con una mezcla de lástima y alivio. Lástima, porque Ramiro no tenía la culpa de haber nacido enfermo; y alivio, porque no era hijo de ninguna de ellas. A Julia le dieron varios remedios herbolarios para lograr un embarazo sano, sin embargo, unos se le venían a los tres meses y otros llegaban a término La Testadura

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sólo para dar a luz a un feto muerto. Después de nueve años de esfuerzos estériles, pudo concretar su sueño; estaba de encargo y podía sentir perfectamente las patadas de su hijo en su vientre. Se cuidó al máximo, se tiró en la cama y sólo se levantó para bañarse una vez a la semana. Entre tanto, Ramiro se quedó encargado de la casa durante la gestación. Julia le cantaba al vientre, mientras Ramiro escondido detrás de la puerta escuchaba aquellos cantos que nunca serían para él. Tanta fue la dedicación de Julia a su estado de gravidez, que Ramiro mismo se sentía a la expectativa de algo grande. Su madre le explicó en alguna ocasión que la bola que crecía en su vientre era su hermano. Ramiro imaginaba toda clase de monstruos emergiendo de aquella barriga La Testadura

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menos a un niño como él. No era posible que algo así sucediera sin que su madre muriera en el intento. Todos estos temores iban en aumento con el avance del tiempo; así que el día que su madre rompió en gritos, Ramiro supo que ya era hora. -¡Ramiro, vete por Concha y dile que venga, que ya es hora! Con suma rapidez el niño regresó a casa con Doña Concha de la mano. De inmediato, la curandera lo corrió de la pieza y se encerró con Julia. Ramiro se acomodó en el piso para ver lo que pasaba a través de la ranura entre la puerta y el suelo. Desde ahí vio la espalda de Concha acomodada entre las piernas de su madre. Chorros de sangre resbalaban de la cama al suelo, y de su madre, sólo alcanzaba La Testadura

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a distinguir una maraña de cabellos y un par de brazos que se aferraban a la cabecera de la cama. -¡Pújale Julia que ya casi viene! Julia gritó fuera de sí y Ramiro se tapó los ojos para evitar la visión de su madre explotando en mil pedazos. Sin embargo, al abrirlos, sólo vio la cara de Julia deformada por un dolor inmenso acompañado del sonido que hace la fruta madura al reventarse en su caída. De repente, silencio. Los sollozos de Julia lo volvieron a la realidad, su madre estaba viva. -Es un niño Julia, un niño normal. Ésta rompió en llanto, al mismo tiempo que la creatura. Ramiro vio a lo lejos que aquello no era un monstruo, era más bien una persona pequeña. Concha salió de la recámara por agua para limpiar al recién nacido. RaLa Testadura

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miro decidió entrar a ver a la personita; se acercó con timidez al lecho de su madre, quien no pareció notar su presencia al estar embelesada observando a la creatura. Lo analizó detenidamente, como esperando alguna señal de alarma para proteger a su madre. Pero no vio nada alarmante, aquella cosa que era su hermano no era nada especial. Cuando el bebé comenzó a llorar, Ramiro entró en pánico; esos gritos no le parecían familiares y mejor salió corriendo de la habitación. Al paso de los días tuvo bastante tiempo para entender lo que había sucedido. Perdió el temor y sus esfuerzos los concentró en hacer todo lo necesario para que su hermano no llorara por ningún motivo. En aquellos años, cuando la electriciLa Testadura

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dad aun no entraba al medio rural, por las noches los campos se inundaban de luciérnagas. Estos insectos convertían la oscuridad en una danza que hipnotizaba a Ramiro. Desde la llegada de su hermano nadie se ocupaba de él. Hubo días en que se la pasaba sentado afuera de su casa viendo caer la tarde en espera de las luciérnagas. Cuando éstas aparecían, lo abstraían tanto que más de una vez se quedó dormido afuera de casa. Una tarde, el bebé comenzó a llorar y no paró ni siquiera cuando Julia perdió la calma. Entonces, salió en busca de Ramiro con el niño en brazos y se lo entregó. -Haz que se calle, llévatelo un rato. Ramiro se llevó a su hermano a dar la vuelta por el patio. El bebé no paraba de llorar, y Ramiro sentía como se le eriLa Testadura

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zaban los pelos de la frustración de no poder detener aquel llanto. Entonces, comenzó la danza de las luciérnagas. Cayó la noche y éstas comenzaron a volar en todas direcciones captando de inmediato la atención del niño. Ramiro se sorprendió al ver que a su hermano también le gustaba eso. Se sentó con el niño en el regazo y ambos se quedaron en silencio viendo las luces verdes volando. El cansancio los venció y, al amanecer, Ramiro se despertó para verse solo en el mismo lugar pero sin su hermano. Corrió a su casa para alertar a su madre, pero la visión de ésta, acostada con el niño en su seno, lo hizo calmarse. Julia no lo miró, sólo le dijo un escueto – Gracias. Así ocurrió más de una vez, pero Ramiro ya conocía el remedio para calmar La Testadura

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a su hermanito. Comenzó el temporal de lluvia, y fue tan severo que no dio tregua por días enteros. El amanecer no se distinguía del crepúsculo gracias a la lluvia. La casa, emanaba un aroma a moho y años de encierro. Las goteras no ayudaban mucho a dormir y el frío era tan húmedo que calaba. No se hizo esperar mucho el siguiente episodio de llanto. Julia ya no hizo más que calmar ella misma al niño, atiborrándolo de leche hasta altas horas de la noche. Entonces el bebé descansaba por pequeños lapsos, antes de reanudar con más empeño su llanto. El primer día que el cielo clareó, Ramiro se dio a la tarea de atrapar luciérnagas para que su hermano pudiera calmarse en las noches de lluvia. Anduvo largo rato en espera de la noche para aLa Testadura

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trapar su presa, sin embargo, de inmediato notó que no sería cosa fácil, ya que los insectos se le escapaban con facilidad de la mano. Frustrado se fue a casa, furioso por no haber logrado su cometido. Un nudo amargo en la garganta le anticipaba la lluvia y la mala noche de llanto que se aproximaba. Como caída del cielo, se encontró una luciérnaga en el suelo. Ramiro supuso que estaba herida, y con mucho cuidado la tomó con un palito de madera y la envolvió en un pedazo de tela de su camisa. Al llegar a casa, encontró a su madre dormida y a la creatura sollozando a un lado de ella. Con cuidado para evitar que su madre despertara, colocó en la mano del bebé la luciérnaga. El niño quedó encantado viendo el resplandor y La Testadura

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no lloró aquella noche. Al despuntar el alba del día siguiente, Ramiro se despertó por los alaridos que pegaba su madre. Julia estaba desconsolada mirando un grano enorme en la cara de su hijo. Aquel lobanillo, era del tamaño de un ojo del bebé y a su alrededor se extendía una aureola roja. -Vete por Concha, dile que se traiga el remedio de Autlán. Ramiro corrió con la curandera, pero se encontró con que ésta se había ido unos días al cerro a recolectar hierbas. Regresó a casa con la mala noticia, y lloró la desesperación junto con su madre y hermano durante horas. El grano en la cara del niño fue creciendo y se tornó obscuro, en el centro tenía un punto blanco que supuraba un líquido pestilente. Al día siguiente, fue peor, la aureola que rodeaba el punto, La Testadura

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fue retrocediendo dando paso a una herida mayor y aún más purulenta. El bebé manoteaba su carita tratando de quitarse aquello, y no conseguía más que romper la delgada membrana de piel que protegía las pústulas, regando aún más la podredumbre. No fue sino hasta el tercer día que Concha volvió del cerro. Ramiro la llevó con su madre y con rapidez se dispuso a aplicar el remedio para el niño. Pasó un día más sin ninguna mejoría, al contrario, la llaga había cubierto ya los labios del niño. -Voy a buscar ahora la planta que da flores Julia, la que le puse no funciona. Pero ya era tarde. La lesión había avanzado demasiado. El cuerpo del bebé no resistió y murió a la semana. Julia y Ramiro lloraron la muerte de la La Testadura

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criatura. Ramiro lloraba parte por la pérdida de su hermano, y parte por la angustia que le provocaba sentirse partícipe activo de aquella desgracia. Durante años, madre e hijo se acompañaron en el más estricto luto. Las dudas, carcomían a Ramiro; hasta que una noche, mientras observaba la danza de las luciérnagas, se quedó abstraído por la visión de una de ellas arrastrándose por una de sus rodillas. Sin previo aviso, sintió un fuerte golpe que aplastó en el momento al insecto. Al voltear hacia la fuente de dónde provino el golpe, se encontró con la cara horrorizada de su madre que miraba al bicho que recién había aplastado. Ramiro no supo nada hasta que la madre dijo: -Era un arlomo, como el que le picó a tu hermano. La Testadura

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Nicolasa


NICOLASA Por las tardes armábamos rompecabezas de tela para alimentar fundas de almohadas. Las horas se consumieron y con dejos dulces en aquellos retazos. No era necesario hablar mucho porque componíamos relatos futuros con nuestros dedos. Ella y yo. Yo y ella. Sentadas en el rellano del tiempo tatuándonos en mi memoria. Ella cantaba “Bésame mucho”, yo aún no besaba ninguna boca. Ella olía a sábanas guardadas por mucho tiempo. Yo olía a hojas de elote tierno.

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La Chacamota



LA CHACAMOTA -Ve a ver quién es. -No se ve Apá, se robaron el foco otra vez. -Chingada madre. Pedro “La Venada” se encaminó a la puerta. -¿Quién es?- preguntó. -Soy yo compadre, Ramón. -¿Pásale hombre, cómo estás? -¿Pues aquí nomás visitando las estrellas, pero y qué modo? ¿Por qué estás a oscuras? -La Chacamota hija de la chingada, se roba los focos. -Ah chingá… -¡Vale con esto te digo todo, ya van La Testadura

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como seis docenas que me chingá! -¿Y pa' que los querrá? -¿Cómo pa' qué? ¿Pos qué no ves que le hace al foco? -Ummm… La deuda de los focos comenzó el día en que Pedro “La Venada” a punto pedo, le hizo una cría a la Chacamota en el baño de la cantina. -Ahíja de tu pinche madre, cuidadito y le digas a nadie porque ya sabes que soy casado. -¿Y eso qué? -¿Cómo que qué cabrona?, ¡ni modo que todos sepan que me cogí a la puta borracha de la cantina! -Pues te vas a tener que mochar si no quieres que hable… -¿Mochar con qué? ¡Si ya sabes que vivo al día! Desde entonces, Pedro se encargó de La Testadura

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suministrarle cristal y focos a la Chacamota. Después de cenar, se salía a con Doña Chuya la de los tamales a comprar la dosis de la mujer. Durante el embarazo, procuró que diario tuviera con qué drogarse; uno, para que no hablara, dos; para que la cría se malograra. El esfuerzo fue en vano, a los meses se apareció la Chacamota en la esquina de su cuadra con un envoltorio en las manos. Cuando Pedro la vio, sintió que se le caían las tripas al suelo y con toda precaución se aproximó a ella: -¿Qué quieres? -Ya sabes. -Ten y lárgate, no vaya a ser que te vea mi vieja. -Dame cien pesos. -¡Cien pesos! ¿Y de dónde quieres que los saque? -Pues de tu culo será, pero los ocupo La Testadura

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para callar a esta mocosa que llora tanto de hambre. Pedro no se había dado cuenta de que aquello era una criatura, hasta que el envoltorio comenzó a llorar. -Ten, lárgate. Como respuesta, la Chacamota sonrió con sus labios negros y de un manotazo retiró la manta de la carita de la niña. Era una criatura idiota, se le veía en los ojos rasgados y la mirada perdida. -Ten, te la vendo. -¿Y yo pa’ qué la quiero? ¡No hija de la chingada, órale a jondear gatos de la cola pa su casa! -Huy ya ni porque es tu hija… -¡Eso no puede ser mío, seguro te la metió otro pendejo, borracho como yo; y me la quieres colgar a mí! -No te hagas pendejo, tiene las jetas iguales a las tuyas y el mismo lunar que La Testadura

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nomás tu vieja y yo conocemos. Luego de esa vez, Pedro “La Venada” no volvió a ver a su hija hasta la noche del incendio. Se encontraba en misa de gallo cuando se escuchó una gritería en la puerta de la iglesia. -¡Padre, padre venga pronto que se queman las niñas! Como si se tratara de romería, todos los asistentes corrieron detrás del mensajero. Se detuvieron frente a la casa de lámina enchapopotada a observar las lenguas de fuego tragarse la casa. Como pudo, el sacerdote se abrió paso entre los escombros envueltos en llamas, a buscar a las niñas que chillaban como puercos en matadero. Cuando por fin salió todo tiznado, traía entre los brazos el cuerpo chamuscado de una niña. -¡No alcancé a sacar a la otra! La Testadura

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El sacerdote lloraba histérico mientras la niña boqueaba entre sus brazos. Cuando Pedro se acercó para ver mejor, reconoció en la nalga de la niña su mismo lunar. -Vámonos Martina, esto no es circo. En cuestión de horas, se extendió por todas las casas el chisme: Las dos niñas murieron quemadas porque la madre las dejó encerradas en lo que iba por su toque con Doña Chuya. -¡Ay Pedro, pobres creaturas inocentes, y esa pinche piruja que las dejó encerradas! Ve tú a saber si la cabrona ya sabe que se quedó sin hijas, y qué va, que si supiera; feliz se pondría de que ya no le iban a estorbar. -Qué sabes tú de eso Martina… -No ocupo saber, ni las perras paren crías y las dejan al ái se va, en su conciencia las va a llevar la cabrona, ella: y La Testadura

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el cabrón que se las hizo. Más tarde, acostado en su cama, “La Venada” no pudo dormir. La imagen de la niña quemada no lo dejaba en paz, ni tampoco la incertidumbre de que la Chacamota le fuera a poner dedo. Para su suerte, unos días después, se enteró de que la mujer había intentado suicidarse aventándose de un risco. Si bien no se murió, quedó mal de la cabeza y con la cordura perdida se le fue el recuerdo de las hijas y sus padres. Cosa curiosa, aunque se le olvidó quién era Pedro “La Venada”, el inconsciente la hacía sentir la necesidad de ir a su puerta a robarse los focos para seguir aspirando cristal. Primero comenzó por otras casas, pero de todas la corrían a escobazos o con baldes de agua de trapear. Finalmente, se estacionó en casa de La Testadura

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Pedro luego de que 茅l se encarg贸 de cambiar los focos cada que ella se los robaba.

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de mano en mano de pantalla en pantalla

¡¡¡Que la voz corra!!! La Testadura. Literatura de paso hecha para olvidarse en lugares públicos y/o salas de espera

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