Miseria Por Vテュctor Lテウpez Jaramillo Terrible ataque de honestidad Por Marlon Albores A solas con la almohada Por Mo. Eduardo テ]geles
Dirección Ejecutiva: Erich Tang Edición: Mario Eduardo Ángeles. Corrección de estilo: Lizeth Briseño y Jesús Reyes. Imágenes: Pulpo Santo (portada y p.7), Marlon Albores (p. 20) y Diana Enríquez (p. 28). Consejo Editorial: Manuel Bañuelos, Miguel Escamilla, Salvador Huerta, Pedro M. Serrot, Erich Tang, Mo. Eduardo Ángeles, Jesús Reyes. Agradecimientos especiales a la Facultad de Lenguas y Letras de la Universidad Autónoma de Querétaro por el apoyo recibido. Contacto: latestaduraliteraria@gmail.com latestadurliteraria@hotmail.com México; Octubre 2012. Los derechos de los textos publicados pertenecen a sus autores. Cuida el planeta, no desperdicies papel.
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Miseria Por Vテュctor Lテウpez Jaramillo
Terrible ataque de honestidad Por Marlon Albores Colテュn
A Solas con la Almo-Hada Por Mo. Eduardo テ]geles
Víctor López Jaramillo victorlopezjaramillo.com Nací a mediados de la década de los setentas en San Juan del Río, Querétaro... de vuelta en Querétaro, tras un bache periodístico televisivo, en 2005 regresé a las aulas universitarias, ahora para estudiar un posgrado en Partidos Políticos. Hoy, dirijo un periódico universitario en un estado donde cada vez es más difícil hacer periodismo; por lo menos en mi espacio lo intentamos cada semana con aciertos y fallas.
Miseria Por V铆ctor L贸pez Jaramillo
MISERIA “Soy tu miseria”, dijo simplemente. Era el final del diálogo. No contesté más. ¿Qué podía hacer ante frase tan contundente? Nada. Sólo permanecer aturdido. Y callar, que es lo mejor en estos caso, supongo. Octubre fenecía y yo con él. El frío se colaba hasta los huesos y me provocaba un leve temblor. O quizá era el miedo. No supe que hacer. Correr era inútil. Gritar o llorar también. Ni culparla a ella. Sólo cumplía su misión. A donde fuera, me encontraría, La Testadura
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tarde o temprano. Hay encuentros inevitables y este era uno. Supe entonces que los viejos tenían razón: uno se forja su destino. Y yo tenía que asumirlo. Tarde o temprano pasaría. Cuando se es joven, pensamos que la vida es eterna y nunca nada malo pasará. O que todo es efímero y, por tanto, el destino fatal nunca ha de llegar. Pero había llegado. Y allí estaba ella. Su rostro demacrado resaltaba sus grandes ojeras. Su cabello largo y terriblemente descuidado. Deprimentemente pálida. Frágil como el rezo de una anciana pero fuerte como el sino inevitable. No me podía mover. Nuevamente por mi dañado cerebro pasó la idea La Testadura
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de la fuga. Pero ¿a dónde? No despegaba la vista del suelo. Daba miedo verla. Maldije las veces que tanto me reí de ella. Nunca supuse que llegaría tan pronto. Yo, tan joven y con tanto futuro delante, hoy, con el frío otoñal como única sensación, me sentía viejo y acabado. Ahogado por la rabia, que se fundía con unas lágrimas impertinentes, intenté hacer una negociación con ella. Finalmente desistí. Ella nunca había sido derrotada. Invicta por siempre. Quise a volver a ser niño para tener otra vida por delante. En realidad sólo quería huir pero no existía lugar físico donde pudiera escapar de esta situación. Era algo más La Testadura
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allá de este mundo y súbitamente recordé la paz de los sepulcros. La leve neblina que a altas horas de la madrugada comienza a aflorar, daba un aspecto aún más tétrico a la situación, de por sí ya escalofriante. “Es el fin”, me dije para mis adentros, en un intento vano de consolación. Tantos proyectos quedarían ahogados, tantos sueños inconclusos, tantos… en fin, era el fin. Allí seguía ella. Parecía seguir mis pensamientos y quizá llegó a sentir mi tristeza que bien podría ser en ese momento la tristeza más grande del mundo. Era el fin. Su voz martilleaba mi cerebro. “Soy tu miseria”. Su voz tenía un acenLa Testadura
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to tan tenebroso como el frío que rodeaba mi piel. Intenté reconstruir mentalmente el diálogo para buscar una solución pero no encontraba salida. Sus frases eran simples y directas, las necesarias para estos casos. Con una mezcla de resignación y tristeza la miré a los ojos. Sus ojos que alguna vez llegué a pensar que eran dulces, hoy me parecían más profundos que una noche anclada en el infierno. En sus ojos se presagiaba el fin. Fija su vista en mi, yo era su víctima. Una víctima más de la noche. ¿Por qué habré amado tanto la noche? A estas alturas ya ni del amor me acordaba. Sólo esta maldita sensación cuando el tiempo se agota y La Testadura
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no hay salida. Estaba atrapado entre el frío, el miedo, la angustia y el temor de la clemencia negada. Ella, inamovible, sin apartar su vista, sus ojeras eran aún más notorias que hacía unos minutos, su rostro petrificado, quizá también triste, contagiada ya de mi tristeza, repetía las frases que provocaron mi terror: “Estoy embarazada. Te tienes que casar conmigo”.
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Marlon Albores Colín ( México, D.F. 1973). Estudios: Diseño gráfico; me desempeño como obrero en el diario de Querétaro, actualmente. Logros: no muchos, sólo algunos.
Terrible ataque de honestidad Por Marlon Albores ColĂn
TERRIBLE ATAQUE DE HONESTIDAD Me encontraba cagando cuando una mosquita de la fruta pasó revoloteando enfrente de mí. Instintivamente mi mano se abalanzó hacia ella, la tomé con un rápido movimiento, no sabía si la había atrapado. Estrellé mi mano contra mi rodilla y ahí estaba. La mosquita hecha mierda sobre mi rodilla. Y pensé que el día de hoy, a eso de las tres y media, fumando, mientras observaba a la gente caminando bajo los extremadamente calienLa Testadura
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tes rayos del sol, que la vida valía madres. Demasiado tarde me di cuenta de que ese no era mi lugar. O sea, el trabajar ahí o simplemente estar ahí parado escondiéndome del sol. Esperando a que alguien pase por la calle y me sonría. O que me aviente una piedra. Pero el calor era demasiado. Ni siquiera personas imaginarias sobrias lo harían. “Regrese a su lugar de trabajo, señor”. Antes paso al baño, me tallo las manos con fuerza hasta que los padrastros sangran. El olor a tabaco persiste en mí. Observo la atmosfera que ha quedado tras la extinción de La Testadura
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algunas de las personas que antes rondaban por aquí. El silencio es no muy alentador. A pesar de la frescura que brinda el aire acondicionado que siento al entrar, ver el paisaje me ataja el deseo de permanecer parado y refrescarme el caliente cerebro. Sin embargo ahí debo de estar. ¿Y por qué? Porque hace 5 años la vida se cayó. Me secuestraron a base de comida y techo. Después me acostumbré a las malas costumbres y a ciertas personas. Algunas me compartieron momentos de sus vidas y un poco más de sus muertes. Compartimos. Y decidimos desaparecer por espaciados La Testadura
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lapsos de tiempo. Conforme pasan los días y noches me he dado cuenta de que mi manera de perder las cosas que aprecio se hace cada vez más obvia. Y la obviedad a veces hace la vida más cómoda. Permanecer hastiado a cada rato no es justo y es obvio que cansa. Las densas pérdidas de la memoria hacen que pase por alto algunos de los momentos más agradables de la vida. Sin embargo todo resulta bien y cada quien se va rumbo a su destino. Todo cambia solo que todo sigue igual. A pesar de que varias neuronas se pierden en la acción, algunas sobreviven y vienen al gritarles La Testadura
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que las necesito. Acudan a mi llamado. Sin embargo decido ir a sentarme en mi lugar de trabajo, que no ha trabajar. Observo la computadora. Y deseo de nuevo salir a fumar. Abro la bolsita de chicles que he tomado del bowl de uno más de los que ahí trabaja. Veo todos sus colores y los voy saboreando mentalmente. Así ya no me harán caras cuando les hablo cerca. Mi aliento creo que es infernal. Dragonesco. Me siento a trabajar en una especie de limbo. Donde todo permanece frió, sin mutaciones de ningún tipo, con las mismas caras de por vida delante de ti. La Testadura
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Y aquellas que cambian no vuelven. Se han de ir quien sabe a donde. Me jalo los cabellos al recordar lo que no he hecho y que debería de empezar en ese mismo instante. Me levanto y le doy una bofetada a la nueva compañera que es fea y repulsiva. Sus manos son las de un chimpancé que fue quemado vivo, las uñas de los dedos de sus pies son grotescas y deformadas por años de andar en huaraches. ¡Maldita macuarra apestosa! Al recibir la cachetada voltea a verme conteniendo la ira dentro de ella. Sus reflejos, a pesar de ser una gorda compulsa, son rapidísimos loLa Testadura
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grando darme un puñetazo en el brazo. Volteo para tomar un tajo de lápices con la punta recién afilada y se los clavo en un ojo. Los demás compañeros de trabajo ni se mueven. Nadie dice nada. Mi compañera Rofla yace en el suelo de mosaico blanco ensuciándolo con su sangre que cada vez se hace más oscura. De pronto la gente empieza a reaccionar al observar que ahora la estoy pateando con todas mis fuerzas. Gritan mi nombre y algunos weyes me tratan de abrazar, de pegarme y alejarme de ella. Solo una amiga de Rofla se atreve a hincarse y tratar de ayudarla. Con mano insegura trata de sacarle La Testadura
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los 10 lápices que lleva clavados en su ojo izquierdo. A ella también le doy patadas. Justo le doy en la boca y puedo ver como se lleva las manos a su rostro cuando dos compañeros me toman y me sujetan. Logro escaparme de sus brazos de trabajador desnutrido. Brinco por encima de la barra que nos divide unos a otros. Nadie trata de detenerme. Les grito que son una bola de ojetes, hijos de puta macuarros que no hacen nada por cambiar la situación. Solo la señora Raki toma el teléfono para llamar a no se quien. ¿Para qué? Si de todos modos me acerco a ella y le doy tremendo madrazo con su fax. Noqueada cae al suelo. Su cabeza La Testadura
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hace un ruido hueco al hacer contacto con el piso. Salgo del edificio no sin antes ver al policía que corre a hacia mi diciéndome si no sé lo que pasó, que escuchó gritos y ruidos raros. Le digo que no y el cree que salgo de nuevo a fumar. Me detengo en la puerta del edificio donde trabajo. Destapo una cajetilla nueva de delicados y fumo. Me fumo otro. ¿Y porque aún no me detienen?
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Mo. Eduardo テ]geles (Querテゥtaro, Qro. 1978) Promotor cultural y de educaciテウn comunitaria. Creador de los Passatiempos literarios El Gallo: La Loterテュa Comunitaria Rural; La Charola, vulgar y corriente; y La Testadura, una literatura de paso.
A Solas con la Almo-hada Por Mo. Eduardo テ]geles
A SOLAS CON LA ALMO-HADA Recién habíamos llegado a la casa cuando le dije a ella –necesito estar solo porque quiero escribir- le dije eso, si es cierto, pero realmente quería decirle otra cosa, en realidad deseaba decirle -voy a escribir porque quiero estar solo- quiero, estar, solo; pero olvídenlo, se lo digo así, tal cual es, y la que se me arma, de veras que se me arma, para empezar tendría que dar por olvidado el querer estar solo, de soledad ya no se gozaría en esta casa el resto de la tarLa Testadura
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de, a partir de ese momento, todo serían sollozos y discusiones; y entre es que yo te quiero mucho- y -pero tú no me entiendes- se nos quitaría el hambre, habremos perdido la película que pasaban por la noche y a ti se te habrá espantado el sueño. Creo que todo el mundo ya sabe de lo que estoy hablando, lo que ella no sabe es que la navidad ya se acerca, estamos en las vísperas y año con año yo vengo padeciendo la misma enfermedad Depresión-Ego-AlterialAnti-Merry-Christmas, pero ni cómo decírselo sin que derrame una sola lágrima y convierta mi desventura en una comedia melodramática o, al contrario, que crea que detrás de los La Testadura
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primeros cólicos prenavideños que me vienen se esconde algún desazón amoroso y comience por enumerarme defectos y errores y encontrarme culpable de ese algo que supuestamente hay entre nosotros, y que me tiene así, deseando un rato a solas. Y aunque al fin estoy solo, mismo tiempo que aprovecho para escribir esto, no deja de intimidarme, no ha parado de caminar por los alrededores de la habitación procurando que le vea el rostro lleno de lágrimas; se ha puesto muy activa, demasiado para apenas media hora que llevo aquí encerrado, ya salió dos veces a la calle y ha regresado casi al instante, marcó algunos números telefóniLa Testadura
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cos y ahora pretende hacerme creer que se está cocinando algo; todo esto me está poniendo muy nervioso. Sigue dando vueltas alrededor de la habitación ¡Qué les digo! allí viene, allí va. Me rindo, ella gana, bueno, siempre ganan; ahora voy a salir y le voy a decir que la cagué, que me disculpe y que la quiero mucho. Más tarde, cuando se duerma, podré seguir estando solo. (2006)
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de mano en mano de pantalla en pantalla
¡¡¡Que la voz corra!!! La Testadura. Literatura de paso hecha para olvidarse en lugares públicos y/o salas de espera
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