La Testadura
Coordinación editorial: Mario Eduardo Ángeles. Consejo Editorial: Miguel Escamilla, Salvador Huerta, Pedro M. Serrot, Erich Tang, Mo. Eduardo Ángeles, Jesús Reyes. Agradecimientos especiales a Roxana Jaramillo, Diana Isabel Enríquez, Cristian Padilla, Tzolquín Montiel, Enrique Ibarra y David Morales. Contacto: latestaduraliteraria@gmail.com latestadurliteraria@hotmail.com México, Febrero 2013.
Los derechos de los textos publicados pertenecen a sus autores. Cuida el planeta, no desperdicies papel.
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Diego Abraham Olvera Luna
“DiEx” (Querétaro, 1992) <dxdhaulajo_m@hotmail.com> La Testadura
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CONTENIDO DIEX Hermano Carta a un amor terminado y jamรกs enterado Cipactli (I.H.R) Polyommatus Nivescens
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HERMANO DIEX
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Hermano Y allí estaba nuevamente Daniel, sentado en el sofá, frente a la ventana, con su pelota entre sus manos. Miraba fijamente a la calle. Era un hermoso día soleado, en pleno verano, una clase de día que todo niño desea para poder jugar, fuera de casa, con su pelota nueva. Pero Daniel sólo mantenía la mirada fija, como si estuviera ciego a todo lo que
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se desarrolla enfrente y al alrededor de él. Su madre, que se encontraba en la cocina, le miraba con un aura de tristeza. Le rompía el corazón que su "bebé", de apenas 6 años, llevara así un mes, sin sonreír, sin platicar, parecía que vivía únicamente para mirar por la ventana, ya que era todo lo que hacía. Mamá, finalmente, se "armó de valor" y se dirigió a él, le acarició la cabeza, como sólo una madre sabe hacerlo. -Dani, ya casi llega Papá, la hora de cenar se acerca, ven, ayúdame a poner la mesa, hice sopa de letras, tu favoritaLe dijo Mamá en voz baja, mientras ha-
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cía ademanes con sus manos, tratando de incitar a que Daniel le acompañara. No hubo respuesta hacia Mamá, quien tenía una expresión triste en el rostro, caminó nuevamente hacia la cocina a terminar los preparativos de la cena. Daniel abrazó fuertemente su pelota, recordando aquel día que la tuvo por primera vez en sus manos. El clima era idéntico al de hoy, soleado y alegre. Mamá, Papá, Daniel y Héctor estaban en el parque, disfrutando del día en familia; como cualquier sábado en la tarde. Dani sonrió un poco al recordar que
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él y Héctor tuvieron que rogarle a Papá para que le comprase la pelota más bonita que vio en la tienda y jugar con ella en el parque. Mamá y Papá estaban preparando la manta y todas las cosas para el "picnic". Mientras Daniel y Héctor se fueron a jugar con la pelota nueva. "No se alejen mucho y no jueguen cerca de la calle" les dijo Mamá. Pero eso no era justo, la "portería perfecta" estaba en un lugar donde aquellas reglas se tendrían que romper. El juego estaba muy reñido, Héctor iba ganando por un sólo gol, era el turno de
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Dani, para empatar las cosas y que el partido continuara. Tomó vuelo, corrió y le pegó a la pelota con el alma y corazón, pero la pelota se fue elevando más y más. Acababa de fallar el penal, había perdido el partido. Se hincó sobre el pasto con sus manos en su rostro, esperando que Héctor llegase a él festejando en un ligero tono de burla, como siempre lo hacía. Héctor no llegaba, entonces Dani alzó su rostro y pudo ver cómo la pelota caía en la calle. -No te preocupes, ahorita la traigo, Papá no se dará cuenta y no te regañará-
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Le dijo Héctor, con una sonrisa en su rostro Daniel vio como su hermano corría hacia la calle, directamente hacia la pelota que botaba sobre el asfalto. Héctor llegó hasta ella, la tomó cuando recién había botado, y la estrechó tan fuerte como pudo. Un corto rechinar de llantas y un golpe seco fueron suficientes para que la pelota botara libremente otra vez. Aquellos botes resuenan con eco en la memoria de Dani, quien aún abrazaba fuertemente su pelota, con grandes lágrimas desbordándose de sus ojos se al-
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canzaron a distinguir algunas palabras entre sollozos... -Dios, toma mi pelota nueva, pero; por favor, devuĂŠlveme a mi hermano.
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CARTA A UN AMOR TERMINADO Y JAMÁS ENTERADO DIEX
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Carta a un amor terminado y jamás enterado Lo único que atina a hacer, para mitigar su dolor, es tomar una hoja, una pluma y una botella de vidrio. Sale a caminar, deseando clarificar sus ideas y poder encontrar la mejor manera de expresar su malestar. El invierno está por terminar, pero el frío pareciera que va a continuar. Sigue caminando… “Total, no hay lugar definido, no hay me-
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ta fija; al menos no por ahora, si es necesario llegar al fin del mundo, que así sea”, piensa. La marca del paso de la humanidad empieza a desvanecerse lentamente, ahora sólo queda un simple camino de asfalto, dónde sólo pueden transitar dos automóviles; uno de ida y el otro de regreso, y donde la naturaleza se mostraba con mayor fuerza y frecuencia. Árboles ligeramente cubiertos de nieve, no se podía esperar menos de aquellos terrenos. La misma nieve estaba amontonada a los costados del asfalto, huellas marcaban su lento y largo caminar. El sol ya
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estaba a la mitad del cielo, y él había salido antes de que el mismo asomara si quiera un solo rayo, volteando a su derecha pudo ver un camino sencillo de tierra mojada, la nieve no estaba claramente separada del camino “Al parecer lo único que "lo salva" es el frecuente paso de automóviles, bueno, creo que éste es el punto de referencia”. Tomó aquel camino, va observando todo lo que hay a su alrededor, hermosos y grandes árboles. Se detiene enfrente de uno, colocando la palma de su mano derecha y mira hacia arriba, dónde los rayos del sol apenas alcanzan a
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colarse. Sonríe, y vuelve a caminar hacia su destino. No mucho después ve varios troncos en el suelo y, justo en medio de ellos, un círculo de piedras, indicando que es allí donde la fogata se tiene que hacer. No hay nadie, parece ser que ha llegado antes, bueno, eso era lo que él buscaba. Se sentó en uno de los troncos, no sin antes retirar la nieve que estaba colocada encima, mirando directamente al bosque, empezó a escribir, escribir y escribir, sacando todo lo que le lastimaba, no sin derramar lágrimas que, tímidamente difuminaban algunas
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letras haciéndolas parecer meros garabatos. [Carta:] {En la parte de enfrente:} Remitente: El fondo de mi corazón Destinatario: (¿)Al fondo del tuyo(?) {Contenido:} ¿Qué está pasando? ¿Qué hice mal? Vamos, no me digas que nada, es bastante claro que aquellas sonrisas que te robaba alguien más las ha estado hurtando. No, no lo niegues. ¿Crees que no me he percatado; que tu corazón, ante mí, ya no es acelerado? Excusas, excusas. ¡Deja ya de ocultarlo! Que el cora-
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zón al amor jamás estará acostumbrado. ¿Es que acaso las virtudes que en ti he encontrado (Sin parar de mencionarlo) te han abrumado? ¿De verdad crees que perfección, de ti, sólo he esperado? ¿Por quién me tomas? Que si todo éste tiempo te he amado no es por lo que te he encontrado, y mencionado; es más bien, por lo que me has mostrado. Virtudes, defectos, aptitudes, complejos. Características puras de tu persona. ¿Aún no comprendes? Es que… ¿Dónde te pierdes? Que yo jamás te he visto como mi todo, como mi vida misma. No eres otra cosa sino una simple
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existencia que circula a mí alrededor. Tan simple, que ha sido, para mí, abrumador. Que no quiero reír contigo, no quiero gozar contigo. No, no es así. Lo que busco es llorar a tu lado, sufrir a tu lado. ¡El amor no es cuestión de felicidad, es de duplicidad! ¿Tan difícil es de entender? ¡De tu lado no me quiero mover! Pero sucedió lo que tenía que suceder. Alguien más ha llegado, y mi lugar en tu corazón ha ocupado. ¿Ha esto has esperado? Si desde hacía ya tiempo lo habías encontrado. ¿No me lo habías dicho por temor a verme lastimado? ¡No
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me engañas, si desde siempre te ha gustado tener algo seguro! Y aun cuando a gritos mi alma y razón me lo habían advertido, sus voces callé y las dejé en el olvido. A ti que con fe ciega había creído. Mi corazón herido te di a guardar. Confiando en que lo sabrías proteger y amar. No, no te preocupes, ahora que todo me ha quedado totalmente aclarado, sin poner resistencia, me haré a un lado. Te pido disculpas por haber estado, todo éste tiempo, entre tú y tu amado. Para cuando leas esto ya me habré marchado (O tal vez éstas líneas jamás las has
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encontrado; que, finalmente, ese es el objetivo deseado). Adiós amor, adiós, como hubiera deseado que lo nuestro jamás se haya terminado. Pero las circunstancias de la vida nos han separado, y no tengo de otra que no sea vivir, de ti, alejado. Lamento no haberme despedido como es debido. Pero mucho me temo que las lágrimas no las hubiera contenido… Así es como nuestra historia ha terminado, con un solo enamorado.
Por fin terminó, tomó la hoja, la releyó, mientras con su mano izquierda limpiaba, calmosamente, sus lágrimas;
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la dobló con cuatro pliegues y la metió en la botella. Se hincó, limpió la nieve de una zona pequeña, para posteriormente dedicarse a excavar. Varias veces intentó colocar la botella en ese hoyo, en tres ocasiones las dimensiones no eran las suficientes para que quedara totalmente cubierta, hasta la cuarta encajó perfectamente. Colocó el montón de tierra que sacó encima de la botella, lo mismo con la nieve. Se paró y miró hacia atrás. Allí estaba, Karen, su cómplice. Estaba sentada, justo donde estaba él, hacía no mucho tiempo. Con sus piernas y
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brazos cruzados, le miraba con un suave toque de ternura, tristeza y profunda comprensión. Andrés permaneció estático, bajó la mirada. Karen colocó las palmas de sus manos en sus muslos y se levantó, extendiendo sus brazos mientras se dirigía directamente a Andrés, un cálido abrazo. No hubo palabras por un corto momento, sólo suaves caricias en las espaldas de ambos. -¿Y así terminará?-Preguntó Karen, queriendo no alargar más el tiempo de silencio. -Lo sé, es ridículo ¿No?-Respondió
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Andrés entre sollozos. -Vamos- Le golpeó suavemente la espalda-Sabes muy bien lo que pienso acerca de las decisiones que toman los demás. -Pero eso no le quita la “ridiculez”. -Bueno, si eso es lo que piensas de tu propia elección ¿Por qué la tomaste?. -Porque… porque…-Suspiró suavemente, con el típico vapor que pareciera emanar directamente de la boca en época de frío-Soy débil Karen, soy muy débil -No, no lo eres-Contestó rápidamente Karen-Tú mejor que nadie deberías argumentar lo contrario, tanto tiempo el
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andar en tales condiciones… -Pero, no soy capaz de decírselo cara a cara. -Aun así, es lo mejor, tu anterior idea no me agradó mucho, el que yo imitara ser ella y tú des-ahogarte simplemente enfrente de alguien más… No Andrés, no. Es mejor así, porque ahora sólo tú sabes lo que querías decir, lo que pensabas, lo que sentías, sin la necesidad de que terceros se enteren de ello. -Karen, gracias… de verdad… no sé qué haría sin ti.
Finalmente se soltaron, limitándose a sonreírse el uno al otro. Tomando
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ambos la dirección de regreso. Caminando dándole la espalda al sol. Andrés trató de no voltear hacia atrás; a partir de ese momento su vida cambiaría totalmente. -Borrón y cuenta nueva ¿Eh? -Es la “Idea General”… pero no del todo. -¿Cómo?-Karen volteó a verle con una ligera mueca de extrañeza, que por cierto no es nada común en ella. -Sí, la Idea era el “Borrón y cuenta nueva” pero no seré capaz de olvidar… al menos no todo… -¡No empieces! Que mucho te ha
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lastimado hacer esto… -No Karen, lo que quiero decir, no podré olvidar a aquellos que me han apoyado sin dudarlo en éstos momentos.
Karen ya no dijo nada, simplemente ocultó su rostro lo más que pudo en la bufanda café, tratando de no mostrar su rubor. Andrés no le prestó atención, estaba mirando hacia el horizonte, buscando pensar en cómo sería su vida de ahora en adelante. Ella, Julie, que se encontraba escondida, salió. Con suaves lágrimas en sus ojos pudo ver cómo su mejor amiga y
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aquel hombre que juraba amarla hasta el fin de los tiempos se alejaban lentamente. No entendía cómo fue que las cosas terminaron así. Pero había algo que si tenía claro, la respuesta estaría en esa botella que él enterró. Se dirigió hacia aquel punto, retiro la nieve con una clara desesperación, la tierra con ira. Habiendo encontrada la botella, la sacó. Tomó el papel que estaba doblado y…
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Cipactli (I.H.R) QuerĂŠtaro, 1986 Instrucciones: Rellene los espacios en blanco. Lic en_______ gusta de_______. Da clases de______. Quiere______ y planea________.
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POLYOMMATUS NIVESCENS CIPACTLI (I.H.R)
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POLYOMMATUS NIVESCENS Amaneció con ellas. Se quedaron estancadas, todas revoloteando; chocaban unas contra otras, algunas se atoraban en sus dientes, entre ellas mismas, y unas cuantas se quedaron pegadas en las amígdalas. Tenía un tumulto invadiendo su boca. Extraño tráfico aéreo en su garganta. Podía sentirlas desgarrando su lengua con uñas aladas. Intentó gritar pero sólo vio salir a
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unas pocas amarillas, pequeñas y desconcertadas. Tosió repetidas veces con la esperanza de vomitar algunas. Ni el más grande impulso del vientre logró sacarlas. Abrió y cerró la boca, intentó asesinarlas con los molares pero… desgraciadas. Seguramente no era la primera vez que se entrometían en un cuerpo ajeno. Temerosa, corrió al baño. No podían quedarse en ella, en algún punto no la dejarían respirar. No, no podían habituarse a su cuerpo. Ante el espejo, abrió la boca. Las vio revoloteando, ninguna con intención de huir. Al sentirse obser-
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vadas cada una de ellas se postró quieta en alguna muela, en la lengua, en el paladar… ninguna se movió. Las observo detenidamente. Una movió su pata sigilosamente, y otra tuvo la osadía de sacudir el ala con frenesí. Se estaban burlando de ella. Metió los dedos a su boca y todas se agitaron. Dio tirones a varias alas, con suerte a algunas patas. Pero ellas, tan rígidas, testaduras e insolentes sólo lograron lastimarla. Intentó gritar. Nada. Su voz había huido. Todo alrededor: silencio. Cerró la boca y ellas, agitadas. Fue con doctores. En cada consulto-
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rio entregaba una pequeña nota, intentando explicar lo sucedido. Algunos al leerlo, sólo rieron y la sacaron; otros la miraron arqueando la ceja y la empujaron bruscamente hasta la puerta. Ella por más que se resistía, por más que abría la boca para mostrarles, por más que hacía ademanes... nada. Fue a buscarlo. Ella estaba segura de que había sido él. Él ignoró las señas, ignoró las notas debajo de la puerta. Sucedió que fue la incertidumbre y el ruidoso batir de alas su única compañía. Pudo sentir cómo volaban de una
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mejilla a otra, levantando su lengua, haciendo fila india para atravesar su esófago y no perderse. Ella en silencio, ellas siempre, siempre ajetreadas. No supo cuántas horas, días o semanas pasaron para permitirse jugar con ellas. Saltaba por todos lados, subía a los sillones, bajaba, brincaba, daba vueltas sobre su propio eje. Aquellas se mareaban. Le tocó burlarse de su ir y venir, de sus choques constantes contra sus vísceras, contra sus dientes, contra ellas mismas como aquel día que llegaron. Otras ocasiones, las amedrentaba con su lengua, que iba de un lado a otro.
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Para reír sólo abría la boca, sus dientes sobresalían silenciosamente mientras aquéllas curiosas, se asomaban y regresaban. Aprendió a reír con y a costa de ellas. Mientras tanto su cuerpo empequeñecía. Una tarde la tomaron por sorpresa y sintió cómo se iban formando, integrándose con su cuerpo para empezar a mover sus alas rítmicamente, todas en sincronía: hacia arriba, hacia abajo, hacia arriba, hacia abajo. Le causó placer y cerró los ojos. Sintió la levedad de su propio cuerpo. Al abrir los ojos, sus pies estaban flotando muy por encima del
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suelo. La delgadez les permitió llevarla a la cocina, al cuarto, a la sala y de la sala al baño… El sórdido aleteo se convirtió en melodía. Fue dichosa con ellas. Por la noche el vértigo de la caída le hizo abrir los ojos tempestivamente. El azulejo se clavó en sus costillas y su nariz sangró con el azotar. Adolorida, con una mano tapando su nariz y en completa confusión se levantó cuidadosamente. No escuchó el batir de alas. Con todo derecho comenzó a reclamarles…enmudeció. Su voz había vuelto. Corrió al espejo del baño. Ninguna ala se burló, ni saludo. Fue testigo de la
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quietud y de su nuevo silencio. Metió el dedo. Tocó dientes, amígdalas, muelas, lengua y paladar. Escupió repetidas veces con la esperanza de verlas salir. Buscó por toda la casa. Encendió cada foco y abrió puertas. Temió que hubieran escapado, o aún peor, que ella las hubiera matado mientras dormía. Golpeó su estómago estrepitosamente y ellas no salieron. Se sentó. Miró cómo los cinco minutos reglamentarios de toda espera se cumplían. Después diez, veinte y treinta cinco; una, dos o cuatro noches, tal vez. Llegaron los escalofríos y tos. Con la
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tos, pizcas de sangre se dibujaban en la pared. Por último, el vómito nacarado sobre el piso. Tuvo horror. No podía permitir que murieran dentro de ella, o que estuvieran perdidas en el esófago o quizá en el intestino. El pánico se apoderó de ella cuando se percató de un olor fétido. Aún limpiándolo todo, la casa comenzó a tener un sabor maloliente. La piel comenzó a arder. Sus uñas se restregaban en cada poro. El salpullido apareció en las piernas, brazos, vientre, y entre sus pechos, diminutas llagas. Descubrió la procedencia de la peste.
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Era ella ¿o ellas? Comenzó a bañarse en frecuentes ocasiones durante el día, pero el escurrir del agua hacía caer descomunales pedazos de piel, todos provenientes de las llagas. Entonces decidió limpiarlas con trapos húmedos y movimientos suaves pero la escoriación secretaba un extraño líquido color tornasolado. La pestilencia invadió los rincones, impregnándose en las telas, en la madera, en el azulejo, en los vidrios. La llaga creció. Se hizo grande y densa entre sus insignificantes pechos. Esa noche comenzó a sentir pellizcos entre
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la mucosidad flotando entre sus senos. Advirtió diminutos pero forzados movimientos. Tocó la herida blanda con sus dedos y la examinó. Un nido de minúsculos parásitos se arrastraban entre el tejido necrosado, haciéndose paso, enroscándose entre la carne suelta. Se desnudó y entró a la regadera. Extasiada tomó un paño. Restregó entre los pechos; la sangre se deslizaba sobre el ombligo. Mientras tanto, un pedazo de piel, enrojecido, caminaba por el abdomen. Vio cómo aquellos pequeños gusanos caían sin ton ni son en la coladera. Aprisionó uno con sus huesudos
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dedos. Éste se retorció delicadamente entre sus yemas. Sí ¡eran ellas! Sus uñas tallaron con más ahínco los bordes de la llaga. No fue suficiente. Corrió desnuda a la cocina. Un grito crispado estalló en las paredes. La delató el olor. Se horrorizaron al ver la escena en la cocina. Parásitos encima del cuerpo descarnado. Se la comían y se comían unas a otras. Fragmentos de piel y carne putrefacta sobre el suelo. Sangre seca, nacarada, mirada hacia el techo y el ceño fruncido. Se encontraron ante un cadáver con rostro
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iracundo. Antes de morir, antes de darle el último tirón de su piel, supo el porqué de su llegada. Lo entendió a la par del último grito desaforado. Fue aquella noche. Él las capturó y las embutió en su boca justo después de besarla.
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