La Testadura no. 6: "La vaca" y otros relatos por Erich Tank

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La Vaca Los テ]gulos de la esfera Vini Vidi Visit Tanke


Ediciテウn: Mario Eduardo テ]geles. Textos: Tanke. Fotos e ilustraciones: El Pulpo Santo.

Contacto: latestaduraliteraria@gmail.com latestadurliteraria@hotmail.com Mテゥxico, 2012. Los derechos de los textos publicados pertenecen a sus autores. Cuida el planeta, no desperdicies papel.


LA VACA …Lo que se pone a prueba no es el decoro sino el modo de pensar, quien manifiesta inhibiciones para pasarse a una bandera extranjera, se vuelve sospechoso.

Ernst Jünger

Patria o muerte. Patria o muerte. Patria o muerte.

Algunos días amanece antes de haber conciliado el sueño. Crepúsculo. Un reloj despertador me obliga a poner los pies en la tierra, recibir el frío de la mañana, encender una luz para el nuevo día, fumar un cigarrillo, beber una taza de café, buscar un trozo de pan y, en el mejor de los casos, encontrar un huevo. El vestido, el aseo personal y una disLa Testadura

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tracción auditiva me llaman al trabajo diario, nuestros padres fueron condenados al trabajo, yo no lo escogí; así es, las condenas se cumplen sin consentimiento responsable. Un disco viejo con la fotografía de una vaca en la portada y la leyenda atomic heart mother me regresa a mi juventud. A los diez y siete años estaba yo parado a treinta metros de David Gilmour, veía sus dedos moviéndose entre las cuerdas de guitarra. Yo construí un muro con cada una de aquellas notas, otros construyeron una horca. Así, surgió un tiempo plagado de ideas y posibilidades, lugares donde se sostiene que mientras la música no deje de sonar habrá carnaval, así discurren los pensamientos y las imágenes de aquel mundo de alternativas y responsabilidad. Dentro de aquella música hay un recuerdo del Berlín amurallado por ideas, hay una La Testadura

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enorme pradera de ocres horizontes, un “enjambre” de cerdos que conquistan el firmamento y un rebaño de desenfrenadas ovejas que corren sin rumbo, sin ideología ni posibilidad, corren sin miedo, sin meta. Yo no vivo en el Dub side of the moon, tengo mi hogar en un cuarto de azotea que mide tres por dos y no tiene ventanas; cuando quiero ver ocasos, cierro los ojos, escucho la música y corro por aquellas praderas sin moverme de la cama. La madre patria y una universidad me llaman. Salir al mundo añorando praderas, correr junto al rebaño pastoreado por madres que sí saben hacer tortillas y, entonces, mi mundo, el vecino, la calle, la tamalera, la música. Caminar, escuchar, tararear. Sony, mp3, > (play). Salgo de casa para tomar el autobús, los libros de anatomía se disecan junto esas La Testadura

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ilusiones estudiantiles por algún día llegar a ser alguien, los idealismos son tan estáticos y huecos como los trescientos animales que se exponen en el patio de la escuela de veterinaria. En mi mochila guardo los libros que me dan esperanzas muertas, rellenas de aserrín, con los ojos vítreos y vacíos de vida, esperanzas disecadas, también guardo un futuro que se arrincona dentro de un reloj, una lap ansiosa por que le toquen las teclas y un GPS Magellan que me dice que no estoy perdido. Llego al matadero y los audífonos siguen susurrando un porvenir. Ahí, entre carniceros y camiones cargados con bestias, amanece. Trabajando en el rastro municipal la muerte no escapa de los parietales. La báscula, otra taza de café, afilar charrascas, apagar el teléfono, Nokia 10-52. Botas de hule relucientes La Testadura

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y overol impecablemente blanco, discman en off. Los asesinos, con pulcra nobleza y en silencio reciben a sus víctimas, los delincuentes manchan sus manos de sangre y gritan su angustia. Un cuarto de blancos azulejos, la atmósfera del oficio, la monotonía de la muerte, el hedor de las cálidas vísceras que produce un velo entre los compañeros y los asesinos me recibe, me separa, me coloca del lado de los idealistas, los que ya perdimos. Nubes de vapor y un ladrillo más de aquella pared aplastan mis pensamientos. Las vacas colgadas en garfios se balancean entre columnas, ora muertas, ora desnudas, otrora abiertas en canal, aquellas reses puestas de cabeza emanan un calor sofocante. Sin poder gritar, la rutina me constriñe y encarcela. Es así, como los celadores inventan un estado, una prisión para las ideas y con compasiva sonLa Testadura

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risa vacunan a sus hijos. Llega el primer animal y es inspeccionado por las autoridades sanitarias. Una mano por el culo y una vista a las ubres. Una señal del doctor y el oficial coloca una marca en el cuerno de la res. Inspección sanitaria reprobada. La vaca, por alguna razón me miraba fijamente o los ojos. Pronto morirá y tendrá que ser arrojada al basurero. Oportunidad para salir del sofocante mugir de la muerte. Aferrado a las redilas del camión, ir a tirar la carne al redoble de un mofle roto, mientras el aire del mediodía me arranca una lágrima a ochenta kilómetros por hora. Esta no es la primera vez que pasa esto con un animal. Nuevamente puedo visitar los rellenos sanitarios con sus costras de miseria y sus derruidas murallas de llantas calcinándose. La primera ocasión que tuve la oporLa Testadura

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tunidad de ir al tiradero, llenamos la parte trasera de un viejo camión pickup con los cadáveres mutilados dentro de varias cajas. Aquella vez conocí el basurero en las afueras de la cuidad y me sorprendió. Ese lugar donde el dulce olor de las flores y lo fresco de la hierba se mezcla con vapores de cerros de basura calcinándose esta ahí, inmóvil ante el olor de sus cenizas. Un esqueleto de perro cubierto con una delgada piel perseguía a una niña desnuda e intentaba lamer un extraño fluido verde que salía entre sus piernitas (bon-ice), nubes blancas y grises con soberbia rompían el libre azul del cielo mientras desafiaban a las gruesas columnas de humo negro, el chofer y yo nos acercábamos con cautela, la gente no volteaba y en la oscuridad de las casas de cartón, resaltaban maliciosas sonrisas. Un mundo donde todos están La Testadura

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desnudos hasta los huesos, o bien, vestidos de hollín hasta los párpados. Un lugar repugnante, sin embargo, propio para abrir el pecho antes de volver al claustro matadero de vacas. En esta ocasión, el campo me parece fraternal, un cielo abierto y acogedor. Por un momento pienso en lo feliz que sería despertar cada mañana y poder verme ante esa inmensidad humeante; fétida pero inmensa, ligera y libre, sin cálidos humores viscerales impregnando los cadáveres de mi trabajo. Pensé en lo sofocante de aquel rastro, en el hedor a estiércol caliente, en las dos cubetas de sangre recogida de aquellos cuerpos puestos de cabeza, en la pezuña hendida. Vislumbré mi afición por el cuerpo de una vaca desollada, por una piel sedosa… seda de vaca y el mugido mañanero, caricia de rocío que como mensajera La Testadura

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irrumpe a mi puerta, vierte la leche de las ubres humeantes y matutinas, alza la voz y grita como ninfa juguetona, ella te acompaña en la jornada, guarda en su regazo a los lechones que maman su juventud, pasea en un garfio exhibiendo sus carnes y pregunta: ¿a dónde irán los asesinos de nuestras madres con su sonrisa? La reconozco, es una anciana. No vamos a ningún lado. Sombras opacas de patria ficticia. Bondadosa y tersa boñiga, cálido cobijo de coprófagos charros surrealistas con sombrero de ala ancha. Vaca desnuda, imagino y me veo en un espejo, yo, parado con un hacha abriendo vacas en canal, recibiendo la mediocre sonrisa del mundo. Sin admirar las bondades de la leche, sin sentarme en un taburete, sin desdeñar pedirle sus favores, agregando una pinta de más, sin derramar una sola gota. Calostro de Venus. La Testadura

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Firmamento, espejo de hombres. Dioses hechos a imagen y semejanza y, sobre todo, sin estar frente ni sobre una seta venenosa. Sin amaneceres. Mi madre desnuda* Sentado en la parte trasera del pickup, lleno los pulmones una y dos veces. Respiro profundo. Dos perros se acercan al desvencijado andar del camiĂłn, uno de ellos le huele el culo a una perra parda parada a la orilla del camino. Parajes de sombra canina. Espera algo y nada acaece, el sol, el calor y la carne infecta que me rodea me hablan de un himno, el polvo, el camino y sus baches me susurran una vida (“las vacunas protegen a los hijosâ€?) mi discman calla, mi GPS me dice donde estoy y la madre patria sabe que no somos nada. A los pocos segundos, hay una docena de perros siguiendo los desechos de una ley sanitaria. De maLa Testadura

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nera súbita, un brinco y caen dos huesos secos justo ahí en donde los canes trotan. Uno toma un hueso entre los dientes y corre a perderse en la jungla de basura, dos más corrieron a arrebatarle entre mordidas y gruñidos. Otro par forcejeaba mientras un tercero les mordía las patas traseras a los hambrientos contendientes. Unos cuantos metros más adelante el camión paró. Mientras tiraba doscientos kilos de carne fresca, infecta pero fresca, toda aquella jauría rabiosa por un hueso seco hizo comprenderme dentro de esa extraña y ajena envidia canina, por fin pude entender que a pesar de la muerte, escucho a la madre de corazón atómico, suspiro por esa vaca que me mira fijamente a los ojos… y soy feliz. ¿Patria o muerte? Patria y muerte para ellos. Tanke 2006 La Testadura

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* Par谩frasis, James Joyce, Ulises, trad. De J. Salas Subirat, revisi贸n y notas de E. Chamorro, segunda edici贸n, Ed. Planeta, Espa帽a 1999, pp 13-14

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LOS ÁNGULOS DE LA ESFERA 1 Frente al castillo de Shömbrun, hombres y mujeres de piel morena danzan semidesnudos al ritmo de un tambor, la percusión de sus corazones invitan al rito guerrero, a la purificación, a la batalla para que devuelvan lo robado, lo regalado, lo sustraído. Devuelvan lo nuestro. Devuelvan el penacho. Plumas de quetzal adornan sus cabezas y colorean el invierno austriaco. Bailan, bailan sus pechos, sus hombros, sus cuerpos abrigados por la nieve. Sus rostros dibujan el placer de la danza. La flor y el canto nace del hielo y la roca, la nieve amaina. La Testadura

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Suenan los cascabeles. Los guerreros dispersan el color sobre la tierra de los Habsburgo. Diseminan el ritmo de la alegría. Una niña desconcertada le pregunta a su madre ¿por qué hacen eso? – no lo sé hija, vienen de occidente-.

2 En la exuberancia de las selvas del mayab nace el delicioso susurro de la naturaleza. De graznido de perico y chachalaca está hecho el numen de las cuatrocientas voces. Pero su etéreo deambular es contaminado por gritos de diminuto asombro y pequeña consternación, ooh, uuh, ouh, ouh, Dos mujeres rubias, ataviadas con grandes sombreros de paja, lentes obscuros con protección uv, pantalones de manta y playeras que dejan al descubierto sus blancos hombros, La Testadura

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bajan la escalinata de Kukulcán. Intentan dar un paso y el miedo las paraliza. Intentan relajarse y su condición nórdica las aterra. Al final de la escalinata, fingiendo un agotamiento extremo, se dejan caer en la alfombra de pasto que cimienta Chichen-Itzá, sus acompañantes se acercan para abanicar un poco de aire sobre sus cabezas, al tiempo que inundan el canto de la selva con sus vulgares carcajadas y extraños sonidos. Oooh, uuh, terrific, wonderful, ooh, oh, beatiful, beatiful. A lo lejos, en la faena del día a día un anciano desconcertado contempla la escena, intenta tapar los ojos de su nieto, intenta desviar la atención, intenta, intenta, intenta pero él le exige a su nieto limpiar su boca antes de comer, le ordena cuidar su machete, le señala lo imperativo de la palabra verdadera, le pide el La Testadura

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sabucam, le muestra la forma correcta

de chaponear. Intenta, intenta llamarlo pero dentro de la selva no se pronuncian los nombres. Intenta, intenta distraerlo pero la realidad se impone de la misma manera que ha ocurrido desde los tiempos más remotos. Entonces viene la pregunta ¿Por qué se comportan así abuelo? –no lo sé, no lo sé hijo, vienen de oriente-.

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VINI VIDI VISIT Al salir del hostal me encontré con una manifestación pública, la gente portaba pancartas y entonaba consignas entorno a la política económica mundial. Me detuve a observar la manera en la que aquella masa uniformaba y alineaba su indignación contra las imposiciones de una aldea global. Un viejo me extendió su mano ofreciendo un bolante en el que se anunciaba la presentación del cuarteto “Jazztá”. Le dí las gracias y me retiré con la firme convicción de conocer los rincones más hermosos de esta ciudad. Tarragona es una ciudad pequeña, limpia y tranquila, envuelta en la dulce brisa del mediterráneo, sus callejones y La Testadura

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pasajes confunden al visitante por lo caprichoso de sus formas. De un momento a otro, encontrarse frente a las catacumbas cristianas, o bien, recargado sobre una columna que mandó edificar un tal Augusto. Un gran teatro, pavimento de mosaicos, el foro, los baños, en fin, dos mil años de acomodar piedra sobre piedra crean el complejo conjunto que es esta ciudad. La belleza de la historia de Tarragona se erige frente al mar. El gran teatro romano, Plantado frente al azul mediterráneo con la soberbia de quien conoce la tragedia. La gradería dispuesta de tal forma que el público contemple el nacimiento del sol y al fondo algunos establecimientos comerciales, donde puedes adquirir un souvenir. Un turista más y que importa, quiero una foto tras bambalinas. Me dirijo a la entrada del museo y enLa Testadura

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tro. La primera parte del recorrido fue sorprendente y muy interesante, conforme avanzaban las explicaciones mi aburrimiento crecía. El guía, supongo de origen catalán, no hablaba bien el castellano, la confusión entre las épocas por las que ha transcurrido la historia del hombre y mi ignorancia acerca de lo romano vela la intención del recorrido y el tedio se apodera de mí. Con un poco de hambre y mucha confusión, producto de las anteriores explicaciones, me senté en la terraza de un pequeño restaurante que parecía ser el palco de honor de aquel gran teatro. La vista era impresionante, a mi alrededor una gradería y frente a mí, un poco a la izquierda, lo que fuera el escenario de ese teatro, al fondo, el mediterráneo coqueteaba con el cielo en una interminable gama de azules que bailaban en La Testadura

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la cresta de las olas, “abrazándose y soltándose, mar y cielo, uno para lo divino, otro para lo mundano, ambos para los hombres y por supuesto para los turistas”, pensé después de leer el verso en el papel de la mesa que servía de mantel. El camarero se acercó con una tabla surtida de embutidos, una pequeña jarra con sangría al estilo romano y un plato de frutas frescas. Intento sacarle una explicación. Debe ser un error, yo no he ordenado nada… mis palabras se perdieron en un -¡yastá, yastá!- Fue la única respuesta que obtuve a mis dudas. Frente a aquellas ruinas, me sentía casi, casi un Cesar, digamos un senador romano. La mesa servida y un paisaje de ensueño; fiambre y bebida eran excelentes. No quise tomarme demasiado tiempo en explicar la actitud del camarero, sin embargo, hubo un detalle que me hiLa Testadura

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zo comprender muchas cosas. Un poco de queso y pan serían el mejor complemento de estos manjares, llamé al mesero y le ordené que los trajera, un extraño nerviosismo se apoderó de él, haciendo reverencias y pidiendo disculpas se retiró. Al siguiente instante regresó con una tabla y señalando los quesos los depositó sobre la mesa ¿Cabra, oveja, vaca, manchego de oveja, uvas, curado, semicurado? Toma lo que quieras –dijo él-. Toda aquella plaga de sabores que invitan a las celebraciones de Baco, me hicieron echarle un vistazo a la cartera. Por alguna razón, que en ese momento no comprendí se rehusaron a servirme pan. Cuando el mesero estuvo un poco cerca le pregunté por el pan y, para sorpresa mía, sólo respondió -No, no, eso yastá, yastá, mientras señalaba la muralla que se enconLa Testadura

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traba a mis espaldas. Puede beber vino o comer lo que guste sólo llame y yastá. La confusión, a estas alturas ya no era importante, hice caso omiso de mi ignorancia extranjera y decidí por un poco de queso de cabra y dos tragos de sangría. ¡Qué importa el pan cuando se come desde el palco de honor en el teatro romano! seguí con los embutidos y el jamón de bellota no se vio por mucho tiempo en mi plato. A la mesa llegó otro plato plagado de embutidos ibéricos, nuevamente intenté pedirle una explicación al mesero pero éste comentó algo acerca de una “pata negra” que decidí no tomar en cuenta. Puso una copa sobre la mesa y sirvió de una botella que en su etiqueta podía leerse algo así como pingus, intentaba pedirle alguna explicación al camarero pero antes de poder articular palabra obtenía la misma respuesta, La Testadura

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-yastá, yastá. Al probar aquel vino, en perfecto balance entre acidez, dulce y barrica supe que yo no podría pagar aquella cuenta, en todo esto había algo especial, disfrutaba el momento sin dar oportunidad a la preocupación por el costo. Pasé cerca de una hora presa del hedonismo de un romano, conforme el tiempo transcurría el vino hacía lo suyo e imaginaba la grandeza de aquellos hombres. Lo que vi aquella tarde y las palabras del mesero me hicieron comprender que la imperial Tarraco, es muy similar a Beijín, Estambul o Roma, supe que no están muy lejos de la gran Tenochtitlán, de Machu Pichu o Chichen Itzá, New York o Bruselas, todas ellas tienen algo en común, no sólo por ser la ciudad de los emperadores y de los grandes teatros, comparten mucho más de lo que pensaba. La Testadura

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A lo lejos pude observar un grupo de personas muy diverso, entre la muchedumbre se podía identificar a un grupo de chinos que tropezaban con sus woks, uno de ellos cargaba un enorme fardo en el cual podía leerse “todo a dólar”, lo acomodaba sobre su espalda. Una pareja de bomberos ataviados para un servicio de emergencia, casco, mangueras y perro labrador. Un mosso d´squadra. tres chicos, que por sus chalecos fluorescentes, sus pantalones con líneas reflejantes y cascos amarillos seguramente eran trabajadores de la construcción, caminaban con la mirada al piso; nueve tipos con traje camuflado, chaleco antibalas y boina azul cielo montados en bicicleta custodiaban el contingente; dos hombres de estatura baja, enfundados en overoles anaranjados con franjas luminosas y escoba en su mano izquierda, recolectaLa Testadura

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ban la basura que el chino dejaba a su paso; me causó un poco de hilaridad ver a un tipo con bata y estetoscopio colgando del cuello, apresurando a cuatro chicas vestidas de enfermeras con pequeños pellizcos en las nalgas; una pareja de treintaicinco años, con sus cabezas cubiertas por un turbante y los rostros polveados, llevaban una enorme canasta de pan; cuatro muchachos, dos mujeres y dos hombres que vestían un chaleco rojo con la leyenda en sus espaldas: “estoy para servirle” saludaban y sonreían a todo aquel que se les acercaba. Otros más viejos, más altos, más delgados o más morenos se arremolinaban en dirección a la gradería. En esa muchedumbre pude observar cocineros con sus filipinas manchadas de salsa, carniceros con delantales manchados de sangre, serigrafistas con overoles manchados de La Testadura

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tintas multicolor, herreros con el rostro tiznado y prostitutas con sus muslos también manchados de amor. Aquella masa de trabajadores se acercaba al palco reservado para los senadores romanos, poco a poco sentí que la serenidad del sibarita se alejaba. De pronto el mesero les cortó el paso. Con violencia les ordenaba que abandonaran el lugar. Gritaba, señalaba la muralla y agitaba su servilleta. La multitud retrocedía con la obediencia de un perro fiel. El mesero regresó a mi mesa y con cierto aire de preocupación pidió una disculpa al tiempo que preguntaba -¿vino, queso, jamón para el señor? puso otra botella sobre la mesa y pregunté -¿Qué es lo que hay detrás de la muralla? -yastá, yastá, tomó la botella, cambió la copa y sirvió el vino –¿Balche cero para el señor que visita desde México? presa de la confuLa Testadura

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sión ordené que me trajera la cuenta, ¿La cuenta? yastá, yastá, ellos la pagaron. Un inmenso vacío se apoderó mi. La multitud se había perdido del otro lado del muro, el cielo se tornó gris. El mesero puso su rostro muy cerca del mío, sentí el olor a carne pútrida en su aliento , pude ver el sudor sobre su piel susurrando a mi oído y señalando la muralla, escuché Allá está el pan y el circo ¿quiere acompañarlos o prefiere más vino? Tanke 2010

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