El Cíclope por Estefanía Contreras Tendidos en el tendedero... por Óscar Édgar López Crisantemos por Zaira Gómez
Coordinación editorial: Mario Eduardo Ángeles. Imagen de Portada: Pedro M. Serrot. Consejo Editorial: Miguel Escamilla, Salvador Huerta, Pedro M. Serrot, Erich Tang, Mo. Eduardo Ángeles, Jesús Reyes. Agradecimientos especiales a Roxana Jaramillo, Diana Isabel Enríquez, Cristian Padilla, Tzolquín Montiel, Enrique Ibarra y David Morales. Contacto: latestaduraliteraria@gmail.com latestadurliteraria@hotmail.com México, Enero 2013. Los derechos de los textos publicados pertenecen a sus autores. Cuida el planeta, no desperdicies papel.
Viridiana Serna Reyes (Ciudad de México 1988). Escultora, pintora, fotógrafa, caricaturista e ilustradora. Realizó, en compañía del arquitecto Juan Velasco, las esculturas del parque bicentenario en el periodo 2008 -2009 y cuenta con varias exposiciones dentro del estado de Querétaro.
CONTENIDO
El Cíclope Estefanía Contreras Cerón
Tendidos en el tendedero de una tarde nunca atardecida Óscar Édgar López
Crisantemos Zaira Gómez
Estefan铆a Contreras Cer贸n, (1988). Estudi贸 Odontolog铆a en la U.A.Q.
Ha participado en tertulias literarias y publicado con La Charola, hecha con sacrificios humanos . estef.contreras@hotm ail.com
El Cíclope Estefanía Contreras Cerón
Ilustraci贸n: Viridiana Serna Reyes
El Cíclope Muchas vidas hay a nuestro alrededor, indiferentes, lejanas la mayoría, pero aún coinciden con nuestra brevedad. Casualidad, una palabra muy acertada para describir nuestras relaciones personales, por lo general, gracias a una, dos o más casualidades conocimos a la gente que ahora figura adherida, coLa Testadura
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mo una estampa invisible, en lo que llamamos corazón. A veces pienso que las personas nos resultan especiales no porque ellos individualmente lo sean. Sino son especiales en la medida en que nosotros permitimos que se involucren en nuestra vida. Podría confundirse con un ciclo: “los dejamos entrar en nuestra vida porque son especiales”. Creo que su “especialidad” es proporcional a cuanto tiempo les dedicamos del nuestro. Luego tan imperceptible y natural como el agua de rio que gota a gota ensancha su caudal, van enLa Testadura
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sanchando su permanencia en nuestra memoria. Cabe resaltar que en ningún momento estas son cualidades de la persona, no lo son. Y de aquí podemos partir hacia muchas ramas resultantes de la casualidad a largo plazo, como el amor, los amantes, y todo lo que tenga que ver con relaciones humanas. Pero ¿qué pasaría si pudiéramos intimar con todos los seres humanos y no solo con quienes alcanza nuestro radio social? ¿Realmente así podríamos tomar una decisión objetiva y real de con quien compartir nuestra efímera existencia? Nunca lo sabremos. La Testadura
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Ese ensayo utópico nos llevaría la vida entera y para entonces no habría tiempo de tomar una decisión, de lamentarse quizá, por malgastar la vida tratando de tomar una decisión que, como todas, termina en dos vertientes: lo correcto y lo equivocado. Las relaciones humanas no caben en estas definiciones. Pero cuando alguna vez has estado tan cerca de un rostro, que tus pestañas acarician las pestañas de quien está apoyando su frente contra la tuya, que tu vista se acorta y sólo percibe los ojos de tu pareja, que se aproximan tanto enLa Testadura
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tre sí que se desvanecen, hasta confundirse en uno solo y te encuentras mirando a un ojo que te observa, te enfrentas a un cíclope. Ese ojo no es perfecto, puedes distinguir que son dos muy cerca, si tu mirada o su mirada se desfasa, rompe la ilusión. ¿Será esta una señal de que esa persona no embona con tu destino? Los ojos siempre han representado algo muy enigmático en nuestra especie. “Son la ventana al alma” reza el dicho más popular. Para mí más que ventana hacia al alma, son una ventana al mundo, nuestra conexión más prácLa Testadura
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tica y eficiente con el exterior, una gran ayuda para traducirnos este mundo, pues basta con ver un mango para evocar también su olor y consistencia. Son el lugar donde ocurre la mediación, la batalla implacable de lo interno con lo externo. Es ahí donde apreciamos en nuestro igual quién ha ganado, en esos constantes intentos de fusión estampados en nuestra retina que nos reprocha con gotas; o un pasmo, indicio de la saturación de tanto y tanto de lo exterior. Son nuestros ojos quienes nos hacen un boceto del futuro, son el imán que La Testadura
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Foto: Abraham Cuevas
dirige nuestros pasos o el ancla que detiene nuestro barco, son el lugar de confusión. ¿Por qué tenemos dos si no podemos dirigirlos en direcciones diferentes? Y si fuera así, no sabríamos hacia donde caminar. Tal vez es para ayudarnos a encontrar a nuestro cíclope, tal vez deberíamos andar como los perros, que su primer contacto es oler su cola, tal vez así deberíamos saludarnos, tan cerca para ver nuestro cíclope, hasta encontrar esa perfecta unión que puede ahorrarnos mucho tiempo y desgaste. La Testadura
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Pero ¿para qué querríamos encontrar a nuestro cíclope perfecto? A lo mejor seríamos más felices y a la primera, pero caeríamos tantas veces a la tristeza a razón de esos cíclopes hermosos que no encajarían con esta referencia. Nos restaría tantas páginas de locura, nos quitaría el sazón de lo equivocado, no habría resabios de otras bocas, ni contracciones en el pecho, no habría poema XX, ni batallas en el desierto, ni un principito enamorado de una rosa. Basta con que dejemos invadir un poco nuestra burbuja para realmente interactuar con nuestra especie, para La Testadura
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dejar de buscar a uno y sentir la identificación con todo, la fusión extrasensorial que te posibilita el quitar los juicios anticipados, en este laberinto caótico, tan excitante como aterrador, tan líquido y compartido que es la vida.
Foto: Macaria España
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Óscar Édgar López (Zacatecas, Zac., 1984)
Licenciado en Letras por la UAZ. Ha publicado: Ella ama
lo puerco que soy (Espacios
literarios 2005),
Solo y sin bolsillos para meter las manos antes de llorar (Tierra adentro 2006). Es el autor de Una Catedrática que muerde (La Testadura no. 8) y Madame Píldoras (La Testadura no. 18).
Tendidos en el tendedero de una tarde nunca atardecida Óscar Édgar López
Foto: Viridiana Serna Reyes
Tendidos en el tendedero de una tarde nunca atardecida Soy manos de hielo desde el desierto, escribo para contenerme, para evitar el estallido de las ventanas y los vasos, para tragarme el ansia cabrona, estos dientes que chirrĂan, ese desamparo que me cuece. Y usted como si estuviera viva, como si viniera del mercado y la espera terminarĂĄ en abrazo, quihubo La Testadura
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mijo. Pero es la sombra de ese eucalipto la que baña estas baldosas, la cal de los callejones, la panza de los perros recostados en el sopor de la tarde que es cruel y lejana. La veo caminar y lloro; son las ramas, pienso y repienso, son las ramas a quienes el viento maldito no da tregua. Difusa avanza, pero no me acurruca, ni me dice ya no bebas. Fue su mano ancha de señora tremebunda, preocupada por la olla en el fuego, por los dientes de los bebés. Así viene ahora como venía siempre, pero es todas las hojas secas en el pasto, es la botella a medias, escondida entre mi ropa, un La Testadura
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traguito para despistar a la memoria y otro largo, largo para adormecer al coraje. Yo no la enterré con resoplidos, ni un sollozo de pobre crío, ahora la veo acercase, ¿me traerá chocolate de metate y patas de cerdo?, o vendrá triste por mirar a la ciudad volcar los despojos de su niñez. Esos autos y esas personas que nada saben de los hermosos ríos, de las espinosas nopaleras donde usted le halló el gusto a la vida, ahora que nadie encuentra el gusto por nada, ahora que más vale llegar a tiempo, estarse las horas metido en el dinero. Usted viró el curso de las catalinas, bebió la jalea de La Testadura
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las biznagas, correteó a la liebre cansina por la vereda polvorosa. Y yo el inútil no hago sino llorarla, aunque de nada valdrá la ausencia invocada, el martirio de no entender la multiplicación de su cuerpo en las estrías de la hierba, en las mismas criaturas que le hablaron: bruja bonita, tierna tamalera, esclava del ajo y la rodaja; ahí viene ya, casi me toca su fantasma, casi voltea cuando la llamo, pero es la sombra, las hojitas, el trago largo, largo. Usted se vengó abuela, por eso ha de volver tan seguido, por eso se ha de esconder en brazos del viento. Pero debe saber que la culpa es de los La Testadura
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Foto: Mo. Eduardo テ]geles
santos, todos los monigotes a los que adoró con ollas gigantes de mole y arroz, ninguno de ellos estuvo el día de mi muerte, ninguno detuvo sus manos, ni frenó su rabia; arcángeles acuclillados la vieron conjurar, invocar. Estoy sin voz, y sin vos me siento, mudo de ti, silenciado mi tormento. No hay palabras que domesticar, no muerdo a la vida vasta, ¿qué será querer si es lamento?, un nudo desanudado, un laúd enronquecido, un rosal herido en el centro por el silencio. Si visto de negro de luto vestido aparezco, ¿será el barullo o será la fecha de mi sepelio? Y el tuyo. Amo a la La Testadura
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noche helada que clausuró mi garganta, amo la espuma de tu voz que brinca de la bocina en el amanecer funesto. No te puedo querer sin que me quieran muerto, si brindo danzas si danzas bailo, amiga soñada: te espero despierto. Truhán y mendicante a mi pecho siento ladrar como un mástil furioso, curioso que le ladre a mi sombra, ¿será que sabe como rondo jorobado tu calle?, ¿conocerá de la noche los mismos despojos?, dime muerto si esta daga se guardó en tu costado, si fue la ventisca de Octubre o la cereza madura del cansancio, ¿o qué fue entonces el encanto? Limpia sigue La Testadura
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tu tez de muchacha antigua, lívida durmiente de un denuedo ensortijado, dolorosa dueles a mi duelo, de ti espero amor sin corona ni escapulario. Y a ella, a la que usted nunca aceptó, hurgar en sus cajones sin ningún resultado, sólo tenía el dinero de la venta de suéteres, ¿y toda la feria de la herencia? Usted la adivinó desde antes, cuando llegó a tocar la puerta, esta viene a chingarme, pensó camino a la cocina, cerró la entrada y las cortinas como hacía siempre con las clientas de la quiromancia y las limpias. Se tardó buen rato, tres o cuatro horas, pero muy calladas, apenas se La Testadura
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oían murmullos, pegada la oreja a la ventana de mi habitación escuché que cerró la puerta, que arrastró el anunció hasta el zaguán, salí para preguntarle por qué cerraba temprano, pero no contestó, una mirada furiosa nada más, para entonces ya tenias prisa por prepararlo todo. El amor es una ánfora donde se esconden los lagartos, también una jugada. Lo que fue de la especie es vicio, aullido de la carne, culto al pellejo; porque las pequeñas certezas van disfrazadas de verdades intachables, a ellas sujetamos las anclas, guardamos las velas. La higiene es para los ángeles, La Testadura
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porque no tienen sexo y jamás sabrán como saben, como huelen y vuelan los nuestros; aquella vorágine de vellos sudados, tu flacura flotaba en el cuarto, todo el olor del tabaco que nunca terminas-té. Pero hay que construir la certeza, no viene de ninguna parte, hay que arrastrarla, hacerla entrar al pecho, de ahí la dolencia, de no poderla domesticar, a esa verdad dolorosa, a ese payaso absurdo que se ríe de uno. El amor es un ánfora donde duermen los lagartos, salamandras de fuegos calmos ardidas en sus pieles múltiples, camaleones que rugen con sangre desde los ojos, una La Testadura
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mordida en la nalga de esa puta que es la vida, maldita farsante de caderas malignas, burlarte del pobrediablo que dilapida el salario, el sabio de cantina que le recita a tus pechos velardinas florituras, los idiotas de dedos felices, teclea que teclea recibos. Ese lagarto ha salido del ámpula, que se guarde, que se meta el condenado, no lo veas ni le creas el disfraz de santo, esa barba y el báculo son ilusión, mira sus colmillos, tan grandes como los de Cristo. En la calle, camino a casa ella me alcanzó, tenía bien fraguado el plan, comenzó por hacerme creer que jugaríamos del La Testadura
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Foto: Mo. Eduardo テ]geles
mismo bando, mira, me dijo maliciosa, tu abuela te trata muy mal, deberías mostrarle que eres independiente, que los tienes grandotes. Cohibido y excitado, pues aparte del cuerpo apetecible se encimaba como una ardilla a un árbol, le dije que no eras malvada, al contrario, recalqué cuando me soltó la camisa, mi abuela es la única que me ayuda a sobrevivir. Ayer mantuve la atención en algo más que llenar el hueco infinito y mortal de la impaciencia. Una pareja que se besaba detrás de una camioneta me hizo imaginarte recostada sobre la cajuela. Las manos del La Testadura
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muchacho eran las mías, los ojos tuyos los de ella, de ella tu respiración de criatura adolecente. Creciéndonos. Soy manos de hielo desde el desierto, escribo para contenerme, para evitar el estallido de las ventanas y los vasos, para tragarme el ansia cabrona, estos dientes que chirrían, ese desamparo que me cuece; nostalgia de tu sexo en donde caben todos los cuentos, sin ser verdad ni ser mentidos, y qué importa sin son mentiras, la verdad es que me hundo, conforme lo hago me separo de la raíz de la vida. Qué es la raíz de la flor sino una condena que aferra la dulzura del color La Testadura
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a la tierra, y qué el amor sino otra cara del hambre de los cuerpos, y qué el hambre de los cuerpos: nostalgia de lo que no se dio, cosquillas arrepentidas todo el día. Si observaras la flor de la embriagues como abre y cierra los pétalos y al traidor del sol doblegar la nobleza de las sombras. Estas cosas cantaré abrazado a ti en la montaña, haremos como aquellos que se contentaron al mirar la lluvia y un dejarse vivir como la hojarasca bendijo su hogar, su cuerpo. Escucha como se queja la carne hedionda de los que te montan, como ronca la bestia del desconsuelo, del desconocido La Testadura
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que se arrastra a tus pies, ten misericordia, ten piedad de nosotros, los muy solos, los muy gachos tipos, maravillosa mujer danos la saciedad de tus muslos, ten piedad de nosotros, insúltanos puerca libertina, ten piedad de nosotros, a eso hemos venido a tu templo. La nada, esa nada sepulcral que vuelve todos los días, que llama a nuestras puertas y se aleja corriendo, la bromista nada de los insanos, ella que es destino, a ella nos debemos y nada más, luego del desengaño, luego de las ortigas enmarañadas del camino, no hay un lugar mejor para el corazón de nadie. Denle un estirón de La Testadura
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la cola a ese gato para que se destripe lejos. Me convenció al fin, nunca fui ciego pero sí hipócrita, sabía muy bien que usted me quería, pero ella dio en el clavo con sus tretas, con sus tetas, instó mi ser carnal, lo llamó desde la enfermedad perfumadora del coito. El plan era simple y conocido: matar, robar, huir… ser atrapados, pensaba, porque siempre fui consiente que a nosotros nos atraparían pronto, aún si logramos escapar en el momento de la persecución, nos echarían el guante porque no éramos criminales de sindicato, sólo dos avariciosos desesperados como abundan. ALa Testadura
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brí la cerradura para dejar tras de mí la presentida muerte que no te dejaba en paz, tenías veladoras en toda la casa, el bracero hacía espeso humo de copal, escuché que rezabas; por una rendija entre vidrio y cortina te observé hincada orar delante de los veinte maniquíes que vestías en la tienda, de la sorpresa me dio risa, toda la vida rezaste a los santos, a las vírgenes, no comprendí por que de pronto te postraste ante aquellos muñecos. Me sentí de vuelo pero soy terrestre: me arrastro. Si vida y fortuna jamás aparecen y si has posado tus labios en la copa del hastío, sabrás entonLa Testadura
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ces que todo era un montaje, dolerá por meses y años, es condición de la criatura adaptarse al fracaso. Y ya perdidos, sólo aquellas creencias, aquellas certezas consiguen asir los despojos al barro, el festín de los gusanos, el milagro de pudrirse y comenzar una vez más el ciclo odioso de la gestación. Maldita humanidad, que libre sería el hombre sin ti, que ufano, que maravilloso brillarían las constelaciones sin el vaho asfixiante que exhalan tus máscaras, maldita humanidad, cierra esa llave que el gas se está tirando. Entonces es verdad que la mujer es un calvario para el lascivo tras La Testadura
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Pintura: Vicente Guerrero Cruz
la persiana, un simulacro de verdadera alegría, o la alegría verdadera tan semejante a una muchacha que baila con una pandereta alzada por sus brazos, qué hermosa mentira, qué fabuloso espejismo; no puedo atraparte como a las criaturas del aire, eres más etérea y alguien llamado dolor nos separó en un tiempo muy antiguo, cuando horadamos en el alma desnuda, desnudos y quietos, pero tienen semejanza nuestros cuerpos semejantes y ni eso, él tuyo decrece en las madrugadas para contraer el mío hasta la nimia ternura de mi mano en tu pubis. Me fui a la habitación a esperar que La Testadura
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fuesen las cuatro de la mañana, me acosté con ánimos de dormir profundamente, apenas cerré los parpados la vi a ella montada en mí, sobándome encima del pantalón con sus nalgas duritas; como quisiera no haberle hecho caso, decirle que yo también te quería, abuela, que mejor me estaba de niño en tus faldas que de jodido entre sus piernas. Me mandó un mensaje al teléfono y salí para abrir la puerta de la calle, la hice entrar y le ayudé con un costal donde pensaba meterte, quizá en pedazos. Creímos que dormías, entramos a tu habitación y tú sabes el resto… ¿para La Testadura
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qué te cuento lo que ya sabes?... los maniquís se abalanzaron a nosotros, aún recuerdo lo fuertes que eran, como sus manos parecían tener la flexibilidad y la fuerza de un humano. Saliste del armario de tus santos, traías en brazos a San Judas Tadeo y San Miguel Arcángel, de los ojos de las figurillas salían rayos de luz muy finos que iluminaron de azul profundo la habitación; ella traía el martillo, golpeó a los maniquíes aunque con muy poco tino, no logró derribarlos, sólo los detenía, frenaba el ataque, yo en cambio fui maniatado en pocos minutos, me tenían contra el suelo, amarrado La Testadura
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con sogas; con una mejilla en el piso helado la observé desaparecer por la puerta, comprendí que el castigo sería todo para mí, por creerle, por caer en la fantasía del solitario, por la ceguera lúbrica. El hado es traidor y se esmera en atacarnos, guarda reposo en las esquinas, nos asalta de un salto, somos tan infelices para creer sus falacias, de un golpe quedará muerto, de un golpe cierro este montón de hojas, la calle es silenciosa, bulle un calor de lámparas eléctricas, tengo mis pies y mis ojos, tengo el peso de la historia y el mal sabor de los años, quisiera hacer como La Testadura
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aquel perro: escarbar un hueco a la medida y dejarme morir, basta de este alboroto. Bajo las nubes, debajo del halito sombrío de su peso, sentí la gravedad hirsuta de la llovizna. Se mantenía cálida la herida de la tierra, verano leímos en rayados cuadernos de pasto y flores. Una lombriz blanda es mi pie derecho, depravado a voluntad ardió de dolor en su tibia poquedad de cinco dedos. Mi querida, espera a que baje la hinchazón para que cierres la llave de la lluvia, déjame respirar esta agua con mis branquias, perdidas en la madrugada cuando me fueron otorgados los inútiles La Testadura
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adoloridos bastones de hueso débil. Recuperadas ahora que vienen las limosnas del cielo, en el ocaso de mi carrera de joven, viejo a los veintitantos, gestual y farsante, te escribo sin auspicio de la lluvia. Escúchame amiga mía, ligera amiga: estoy comiendo de tu recuerdo trocitos de calma para las ansias, reventado de pastillas, sobado como un chichimeca al sol de la estepa tendido, y soy el ciudadano tal y tal, no puedo regalarte un puma ni construir una pirámide, cómo podría con el piquetazo recio del dolor de tobillo, cómo podría si he bebido incluso el vino de las La Testadura
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ofrendas. Voy a los prados cantando versos a las palmas, a los helechos, a las gladiolas; perdido en el tiempo, acariciado por sus lóbregas estaciones. La gota sobre el parabrisas mantiene su baile ejercitado en tintinear, lo mojado tiene el peso de la relajación, mis vísceras igual, por eso se callan, el rápido adiós del colibrí que llegó montado en la estrella de la mañana que es Satanás y el fruto lacio de la luz que comienza, reanima y comienza El amor es un ánfora donde rumian los lagartos. No sabía que tú hicieras los maniquís para la tienda abuela, nunca entré al taller ni sospeLa Testadura
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ché nada. Sentí el baño ardiente de la cera, mi piel fundirse como sebo a la jalea hirviente, desmayado por el dolor desperté en el cascaron tras el que ahora comienza a morir mi cuerpo verdadero, este muñeco que he sido por meses está desgastado, las tripas empiezan a inflarse, hace mucho que estoy muerto y es mentira que los muertos se encuentren en algún sitio, yo sigo atado a un cuerpo falso, todas las mañanas asoleado en este balcón, no debió dejarme en este lugar, desde aquí vi su funeral dos días después, desde aquí veo su fantasma columpiarse en brazos del viento y La Testadura
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usted como si estuviera viva, como si viniera del mercado y la espera terminará en abrazo, quihubo mijo. Pero es la sombra de ese eucalipto la que baña estas baldosas, la cal de los callejones, la panza de los perros recostados en el sopor de la tarde que es cruel y lejana. La veo caminar y lloro; son las ramas, pienso y repienso, son las ramas a quienes el viento maldito no da tregua. Difusa avanza, pero no me acurruca, ni me dice ya no bebas; fue su mano ancha de señora tremebunda, preocupada por la olla en el fuego, por los dientes de los bebés. Así viene ahora como venía siemLa Testadura
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pre, pero es todas las hojas secas en el pasto, la botella a medias, escondida entre mi ropa, un traguito para despistar a la memoria y otro largo, largo para adormecer al coraje. Qué es la raíz de la flor sino una condena que aferra la dulzura del color a la tierra, y qué el amor sino otra cara del hambre de los cuerpos, y qué el hambre de los cuerpos: nostalgia de lo que no se dio, cosquillas arrepentidas todo el día.
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Gómez, Zaira. Sigue viva, nació el 27 de Marzo del 1982 en Guadalajara, Jalisco. Disfrutar el silencio y escribir por las noches. Aprendí más que de ninguna escuela, de mi abuela Nicolasa y su hijo mi padre. Actualmente aprendo a reparar mis partes rotas con la ayuda de mi madre y mis hijos. Autora de La Luciérnaga y otros cuentos (La Testadura no. 11).
Crisantemos Zaira G贸mez
Ilustraci贸n: Viridiana Serna Reyes
CRISANTEMOS Josefina “la lluvias” entró corriendo por el zaguán con un crisantemo entre las manos y los ojos anegados en lágrimas. Su hijo Luis, la vio entrar esperando la noticia que llevaba años deseando escuchar. -Se murió mijo, se nos murió. Luis salió de la casa en dirección a la florería. Aquel crisantemo de la buena La Testadura
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noticia le resultó insuficiente, y compró varios ramos para llenar de su aroma la casa que compartía con su madre. Cada semana renovaba las flores sin falta, extraño ritual; para quienes no conocían la basura que había sido su padre. -Hijo mío, me hace falta tu padre… -¿Para qué le hace falta? ¿Para que se la madrié como acostumbraba el viejo cabrón? -No hables así de tu padre. Luis se calló por el bien de su madre. La rabia lo invadía cada que la veía lloriqueando su añoranza por las tardes. La Testadura
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-Ya no llore madre, que con lágrimas no lo va a traer de vuelta. -Es que me hace falta mijo… -¿Y cómo es que mi hermana Azucena no le hizo la misma falta? -Es que tu hermana se nos murió muy chiquita… -¡Pues por eso madre! Luis soportaba el estado de ella gracias a los crisantemos; constante recordatorio de la muerte de su padre. La presencia y aroma de las flores lo ayudaba a tolerar el otro recuerdo, el del día en que lo vio atravesando el cuerpecito de su hermana con la bestialidad La Testadura
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de un asno. Ése día, años atrás, su padre mató a su hermana recién nacida, quien no resistió las embestidas del animal que le dio la vida. Luis, acorralado; testigo de la saña que era capaz su padre, no tuvo armas para defenderse. -Tú te callas. Para todos, la verdad será que Azucena rodó y se cayó de la cama. Luis con apenas once años no tuvo otra alternativa más que callar bajo amenaza de que si decía algo su padre mataría a su madre. -Era tan bueno hijo… La Testadura
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-No se engañe mamá, no le quiera poner ropa de santo al demonio. -En lugar de hablar pendejadas de tu padre, deberías tirar todas estas pinches flores que ya me tienen harta. -Las flores no mamá, las flores se quedan en la casa. Por mucho tiempo consideró la opción de confesarle a su madre los motivos reales de la muerte de Azucena, pero al verla derrotada por las tardes; llorando por un muerto a quien dotó de virtudes extraordinarias, optó por dejar pasar el tiempo. Quizá ella sola descubriría lo falso de sus ilusiones. La Testadura
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-Anoche soñé con él hijo. Estaba vestido de blanco con su sonrisota y una pajita entre los dientes. ¿Recuerdas mijo la sonrisa tan franca que tenía? -Sí madre, la recuerdo y también me acuerdo de cómo se carcajeaba mientras la veía a usted tirada en el suelo molida de tanto chingadazo. -Es tiempo de que perdones hijo, no te hace bien guardar rencores ajenos, habías de ir a ver al padre. Más por insistencia de Josefina que por otra cosa, Luis accedió a visitar al cura. Pidió hablar con él en secreto de confesión y le soltó la verdad que conoLa Testadura
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cía. -Y por eso señor cura, por eso odio a mi padre. Por eso no soporto ver llorar a mi madre por la bestia que mató a su hija. -No es cosa tuya juzgar ni odiar a tu padre. Como penitencia vas a rezar un rosario diario por quince días y vas a tirar los crisantemos. -No padre, los crisantemos no. -No me discutas y retírate. En nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo Amén. Aquello terminó por matar a Luis. Rezar por arrancarle un odio tan bien La Testadura
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merecido, no era algo que le cuadrara en las ideas. Todavía sobrellevó por varios meses el luto de su madre, hasta que un día, al llegar a su casa; notó de inmediato la completa falta de crisantemos que había repuesto aquella misma mañana. -¿Dónde están las flores madre? -Las tiré. Ya te dije que ese olor a flores de muerto me tenía harta. Y tú nunca me has explicado por qué esa manía tuya de tener la casa llena de esas cosas. -Porque me recuerdan a diario la muerte de la mierda con la que te casasLa Testadura
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te. -Cállate Luis, tú no eres nadie para hablar así de quien te dio la vida. -Maldito el día en que ese bastardo se convirtió en mi padre. -Maldices tu nacimiento. -Sí, lo maldigo madre. Y te maldigo a ti por ser tan ciega y no darte cuenta de quién verdaderamente era ese por el que todavía lloras. -Desgraciado que reniegas de tu padre. Nunca te faltó nada, ni a ti ni a tu hermana. -Se equivoca madre, a mí me faltó el alma desde que vi a mi padre matar a La Testadura
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mi hermana. Josefina enmudeció. Luis prosiguió: -¿Qué no pensaste madre? ¿No se te ocurrió que la sangre de mi hermana no salía de su cabeza? ¿No te fijaste en los calzones manchados de sangre de tu marido? Josefina se dejó caer en una silla. -No, no puede ser, tu padre… imposible. Luis la dejó sola en la sala y se encerró en su cuarto. Al día siguiente, Josefina “la lluvias” amaneció afuera de la florería. Se llevó todos los crisantemos La Testadura
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Foto: Mo. Eduardo テ]geles
de la tienda y los acomodó a lo largo y ancho de la casa. Cuando terminó fue a la recámara de Luis. -Hijo, ya traje los crisantemos de vuelta, ábreme. Luis no respondió. Josefina forzó la puerta y lo encontró colgado de un barrote en la ventana. Rogó con toda su fuerza que Luis fuera enterrado en el lote que compró del otro extremo del que ocupaba su marido; pero el sepulturero y el padre no cambiaron de opinión, ni los vecinos permitieron que un suicida fuera sepulLa Testadura
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tado con el mismo honor que los muertos por obra de Dios. La señal para indicar quién había ofendido a Dios quitándose la vida, era enterrar medio cuerpo dentro de tierra santa y medio cuerpo en tierra común. Así enterraron a Luis, y fueron muchos años los que los transeúntes vieron la calla contigua al camposanto llena de flores blancas. Así fue, hasta el día en que encontraron a Josefina “la lluvias” muerta en la habitación de su hijo rodeada de cientos de crisantemos. La Testadura
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de mano en mano de pantalla en pantalla
¡¡¡Que la voz corra!!!
La Testadura. Literatura de paso hecha para olvidarse en lugares públicos y/o salas de espera
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