10 minute read
El Espejo Gótico
EL ESPEJO GOTICO
Si las hadas y las serpientes de los cuentos mágicos existieran y arrullaran los sueños de Emily, ella no tendría ganas de suicidarse; sus obregos no estarían perdidos en el techo buscando encima de los pájaros, de la luna, y de las nubes. Algún estúpido tipo de ojos verdes que la llevará cual princesa en un caballo negro o azul, diciéndole cosas bonitas, llenas de fantasía e ilusión; más bien diría que los pájaros vuelan al compás de la sangre que cae hoy por sus brazos, por el colchón.
Advertisement
Frente a un espejo de baño de niña cae una, dos y tres gotas de desespero.
¡Mierda! dice. Que caiga la puñetera sangre, que se abran los cielos para que mi espíritu salga de este infierno, la cuchilla penetré en mí, en mis sentimientos; se alimentará la fe de todos mis demonios
frustrados; iré al más allá, me encontraré contigo, haremos el amor mientras me tocas con tus ojos, con tu silencio, una, dos, tres puñeteras gotas y mi cuerpo aún no se muere. Mi cuerpo no quiere, no te quiere, ¡mierda!
Siempre había tenido problemas con la depresión, cortándose frente al espejo de aquel baño que reflejaba una figura blanca, y escuálida llena de cicatrices rojas y miradas llenas de odio, recordó toda su infancia y su dolor; los árboles, las calles y las tardes de domingo repletas de cigarrillos y alcohol. Tenía un poco de hombre, tal vez algo de limón, de bestia, de sudor. Su vida siempre fue mala desde todas las perspectivas, ella nunca supo si era compatible con Sagitario, Capricornio o Tauro, si hubiera querido tener sexo encima de una mesa de bar barato, o si a lo mejor quería ser artista porque se le daba muy bien dibujar.
¡Mierda! Me duele porque esto no es lo que quería, no quiero este cuerpo, ni estas aves, ni este maldito olor a sangre, a usted, a ellos, a dibujos sin vida teñidos de negro, a sueños a mí... 30
Se despertó como siempre, fea y pequeña. No recordó nada entonces, no supo si se había suicidado, o si su madre la había encontrado de nuevo en el piso llorando mientras en el parlante sonaba alguna canción triste de Evanescence:
«Talking over me
Que te amo
Talking over me
Que te necesito
Pero nada»
Lo único que hizo fue ponerse de pie, sentarse frente al espejo, y decirse:
—Hola muñeca; hoy estás más estúpida que nunca, vamos a pintarte las uñas, y arreglarte ese estúpido cabello.
Algo raro estaba ocurriendo: su cuerpo era ahora diferente; no sabía por qué pero estaba más bella, apenas se dispuso a 31
desnudarse, se miró los senos, estaban grandes; parecía estrella de Hollywood, ya no tenía pecas y muchas de las cortadas se habían curado; pero al final todo estaba bien, se metió al baño pensando que esta tarde a las seis se iba a clavar una cuchilla afilada mientras recordaba los ojos de él, o más bien mientras imaginaba una vida menos estúpida de la que tenía; puso su canción preferida, y como siempre antes de partir al Instituto, se arregló, se lavó los dientes , se miró ante el espejo y se dijo que la vida era una mierda, despidió a su sombra; cogió su estúpida maleta y partió.
Con cada paso en las calles sobre este mundo, ella sentía como miles de espejos, de sombras y demonios la observaban; todos los chicos la miraban pero ahora ese brillo de burla y de maldad estaba lleno como de agua, de erecciones repletas de deseo.
—Hola, hermosa... ¿Por qué tan creída? —decía una voz masculina.
—Mi amigo le manda saludos, continuaba otra.
Su timidez no la dejaba ni ver a los rostros de aquellos chicos repletos de ansias. Por fin se sintió libre, hecha; esos comentarios llenos de penes y vaginas que alguna vez le hubieran llenado de odio hasta el punto de querer matar a todos, y verlos arder en una zarza llena de azules, de verdes, hoy la tenían orgullosa; se sentía libre, como todas las chicas normales.
Llegó al instituto; extrañamente tenía amigas, todos vestían de negro y había espejos por doquier. Aun las risitas pausadas y tímidas de los heteros afuera del recinto, sonaban como un eco repleto de paz y desespero. Todos los muchachos se le quedaban mirando hasta el punto de hacerla sonrojar, ella solo sabía saludar con la mano a sus nuevos pares, y sentir como las rodillas le comenzaban a blandir entre el cielo y el suelo.
Por acción mecánica como atraída por un imán de dos mil gauss; fue al encuentro con una chica de cabello azul que la saludaba desde el parque (algo extraño para ella ya que su Instituto antes no tenía parque); de hecho, toda la estructura ahora 33
era distinta y no solo el Instituto, las calles, los muchachos y las mujeres eran diferentes; era como si de repente en un abrir y cerrar de ojos toda una existencia de sufrimiento y soledad se hubiera esfumado y entonces solo quedara un día perfecto: con frio, flores y amigas.
La chica tenía una mirada profunda, como triste y olía un poco a sangre, un poco como a Evanescence, tal vez a Fit for Rivals; luego de un beso en la mejilla le dijo:
—Hola, ¿Cómo te ha ido con Carlos? —le preguntó.
Carlos era el chico que le gustaba desde hacía seis años: tauro, alto y moreno. Cuando caminaba por las calles sentía que se le iba a estallar el corazón; tenía ganas desde hace mucho tiempo de cogérselo, de partirlo en dos, y decirle frente a la luna y las estrellas; que era de ella y que ninguna zorra con cabello azul o crespo se lo iba a quitar. Muchas veces tuvo la tentación de desnudársele encima, se imaginaba nadando en medio de un mar repleto de sudores y de gemidos tiernos, caras extrañas y piernas
adoloridas... Pero siempre la puta de Samara, esa estúpida con ojos azules y piel blanca, se llevaba toda la atención, iba como de nube en nube, atrayendo como un metal precioso al amor de sus sueños y ella solo la veía con la cabeza partida en mil pedazos, agonizando de soledad mientras le metía un cuchillo en el abdomen para que dejara de coquetear tanto.
—Supongo que no muy bien, no hemos charlado, además él está enamorado de Samara.
—No sea estúpida —dijo otra extraña de larga cabellera y piel color sol uniéndose a la conversación—. Él está enamorado de usted, de hecho, acaba de enviarle una carta para que usted la lea; pero debe leerla antes de las doce porque si la lee después, bueno, no puedo decirle, pero no tendría gracia.
—Sí amiga; él siempre ha estado enamorado de ti —dijo la niña de cabello azul—. Además, a Samara, bueno, no sé si te enteraste pero hace dos días murió, cuando regaba las flores de la terraza de su casa cayó del tercer piso y se rompió la nuca.
—!Oh, qué mal! la verdad no sabía.
—No te sientas mal, hace tiempo que esa perra necesitaba una lección —dijo la chica que recién se había unido a la conversación mientras se amarraba los cordones de sus zapatos verdes.
Emily no pudo dejar de sentirse feliz, y a la vez extrañada, dejando de lado el hecho de que de la nada Samara hubiera muerto porque en realidad si era toda una zorra y necesitaba una lección, lo extraño era que Carlos le enviara una carta y de repente tuviera amigas, además eso de las doce ya era demasiado extraño, sobre todo porque una sombra repleta de odio y oscuridad la acompañaba en sus andares.
Un pensamiento: ¿Acaso se había despertado en su cama? ¿Sí estaba frente al espejo de su guarda alcoba? Bueno, si su madre la había llevado a dormir llena de pesar y de fastidio, ¿por qué no le reprochó nada? ¿por qué todo era tan perfecto? Tal vez estaba haciéndose demasiadas preguntas y debería más bien apresurarse a evadir la clase de matemáticas para leer la carta.
Esta vez no llevaba consigo una cuchilla, después de "despedirse" de sus nuevas amigas se mezcló entre las chicas plásticas y las buckeras para terminar en uno de los inodoros del baño de mujeres. Como una acción mecánica y sin sentido miró su brazo, cosa extraña porque tenía un reloj de oro repleto como de diamanticos rosados, aunque nunca había usado un reloj en su vida, y menos así de lujoso; no le prestó atención eran las once con treinta minutos; tenía que apresurarse a leer la carta.
El sobre era de papel iris y estaba muy mal redactado:
«Para: emyly (Emily no se escribía con doble “y” y menos en minúscula)
De: Carlos»
—¡Oh!, ese nombre suena tan perfecto. —se dijo mientras se adornaba el cabello con una peluca de Hello Kitty. Abrió el sobre con cuidado, como con ternura, como con dolor, leyó: 37
"Hace tiempo que la observo, aunque usted es demasiado invisible ante el mundo, ante el movimiento de las rosas, de las flores, siempre la veo, aunque nadie la nota, yo siempre la contemplo. Me gusta la manera en la que camina, en la que mira mal a todo el mundo como con ganas de clavarles todo su odio en los intestinos; también me gusta la manera en la que se expresa como llena de rabia, de sangre, de cuchillas de doscientos, quisiera algún día tocar más allá de ese hielo que esconden su canciones, sus pantalones, sus lágrimas y esas cosas extrañas que escribe todos los días frente a los espejos con sangre y adrenalina; sé que es usted, hace mucho la observo y sé que es penoso, realmente no estamos hechos el uno para el otro, pero aun así quisiera que usted y yo nos tocáramos en algún punto de nuestra existencia para saludarnos, para sentirnos..."
Comenzó a llorar, mucho, poco. "¡Qué lindo! maldita sea, es tan hermoso" pensó; su reloj marcaba las once y cuarenta y nueve
con treinta segundos. Sus lágrimas se convirtieron en sangre; y alrededor de los sonidos y del espacio, unos pasos de zapatos negros mal lustrados y con cordones desamarrados se aproximaban. Un segundo, una peinilla y ya eran casi las doce, se secó las lágrimas y con algo de pena abrió la puerta. ¡Era Carlos!
—Ho... hola. ¿Qué hace usted aquí? ¿no sabe que los hombres no pueden, ni deben entrar en el baño de las niñas? —dijo.
¡Mierda! Siempre había tenido que ser así de nerda, si hubiera podido sacar a la luz sus instintos animales se le hubiera lanzado como un coyote y ya estarían desnudos jadeando de placer.
—Estoy aquí —dijo él—, porque necesito hablar, no sé si me hago entender, ¿sí recibió la carta que le envié?
—Sí y, de hecho, tiene muchos errores de ortografía, usted debería poner más atención a las clases de escritura.
—"¡Qué estúpida!" —se dijo, lo que realmente quería decirle es que estaba hermoso, que nadie le había escrito cosas tan lindas, que sus ojos verdes la tienen al borde del éxtasis mental y que quisiera cogérselo de una buena vez.
—Bueno —se escucha un vidrio roto —, ¿qué fue eso?
—No, no fue nada, prosiga.
Eran las once y cincuenta y siete, el ruido que habían escuchado provenía del WC trasero donde dos jóvenes a propósito para burlarse del profesor de Física habían roto el cristal mientras jugaban con un trompo cinco estrellas.
—Es que..., es que solo quería decírselo. usted me gusta…,
Las mejillas de Emily se encarnecieron. La escena se tornó cursi; hasta el más simple de los poetas hubiera vomitado sobre ese baño de solo ver tanto labial rosado, tantas 40
palabras mojadas. Lo más obvio hubiera sido que Emily se lanzara sobre él con miles de abrazos y besos y le dijera que se quitaran la ropa, después de que le diera un largo abrazo, un abrazo que supiera a café en las mañanas, a cigarrillos en las tardes. Pero después de una mirada y de un acercamiento, de una estrofa, dos estrofas, de que fueran las doce en punto...
Sus ojos se abrieron; había mucha sangre por el suelo; su madre le grita:
—¡Qué te hiciste!, ¡qué te hiciste!
El espejo estaba repleto de dolor, de te amos dibujados con sangre; gemía, aclamando el nombre de Carlos en medio de la cama. Y su madre solo sabía decir que se callara y que se sacara su demente dedo de la vagina.
Otro intento de besar a Carlos había fracasado de nuevo.
«Clínica Retornar; 16 de noviembre de 2019
Nombre: Emily Camacho Díaz
Edad: 19 años
Sexo: Indefinido
Ciudad: Bogotá
Diagnóstico:
Esquizofrenia y depresión agudas; síndrome de ansiedad con despersonalizaciones cristalizadas.
Recomendaciones:
No dejar objetos corta punzantes al alcance, espejos ni fotos de hombres con ojos verdes.
Estado: Internada.»