3 minute read

El nido vacío

Next Article
In Mem iam

In Mem iam

Hubo una vez un a casa con dos personas que deciden unir sus vidas para formar una familia feliz. En esta unión personal también se incluye la unión de sus cuerpos hasta la profundidad de sus entrañas. Al cabo de los meses o de los años, qué se yo, de esa unión corpórea y biológica se modelan durante nueve meses seres que son arcilla de cada uno. Durante cada unión se han amado, deseado y en tiempos difíciles hasta se han odiado. La sociedad les llama esposos y a sus productos biológicos: hijos. La familia ha crecido y los problemas con ello. Unos fáciles otros complejos, pero se sobrellevan porque esa es la consigna.

Esta larga estadía de unión echa raíces que al tiempo de los años se transforma en una gran fronda genealógica. Aquellos dos seres iniciales ya no están solos, han concebido hijos y construido sus vidas. Pues lo que es un hijo es resultado de lo que han sido sus padres, nos guste o no. El resultado final se verifica cuando, por fin, cada uno decide irse para seguir sus vidas cargando a cuestas lo que son. Sea porque se han casado o ido a vivir con la que llaman su pareja o para emprender sus propias rutas de aprendizaje. Aquella casa que quizá es la historia de muchas anteriores; fue alguna primera vez el departamento rentado, después la casa que se busca cuando la familia aumenta. Hasta lograr el tan deseado patrimonio que se convierte en la herencia que ningún hijo anhela cuando sus alas vuelan tan lejos que no quieren regresar. O la que es la espera ansiosa del hijo incapaz de esforzase en nada que no sea esperar la llamada del abogado que dará lectura al testamento. O la herencia que se transforma en un legado de linaje y apellido para el hijo que aquilata con orgullo el esfuerzo de aquellos dos que comenzaron alguna vez siendo una pareja de novios soñadores de una vida en conjunto.

Advertisement

Cualquiera al leer estas líneas y se encuentre a la mitad de la vida sabrá que casi no quiero mencionar que se llegó la hora de enfrentar el inanhelado “nido vacío”. Mirarán de reojo sus habitaciones, los vestigios de sus cosas que todavía conservan su humor. Sus fotos,

Por Isabel Rosas Martín Del Campo @Arq.IsabelRosas Isabel.Rosas.arquitectas.consultoras@outlook.com

sus juguetes de niños, sus trofeos, su ropa olvidada. Tal vez para aquellos esposos que continúan amándose sea el ansiado “por fin solos”. Como cuando la primera vez que ocuparon lo que en adelante sería su nido de amor tan visionado en el romanticismo de la literatura vuelta cine. Una segunda etapa de su vida en el ocaso de la madurez. Un acompañamiento leal y sincero rumbo a la vejez y luego a la muerte. Un estar juntos, admirándose las canas, las arrugas y el cuerpo deformado por los años, lleno de todos los imprudentes dolores que se van apoderando del organismo. De esta manera, resultará menos dramática la partida de cada hijo para cada uno, si ambos son todavía uno solo.

Sin embargo, en sentido opuesto están tristemente aquellos que dejaron de mirarse, de tocarse, de admirarse para transformar a los hijos en un pretexto de felicidad y de motor de vida. Despojados de su felicidad interna, porque pobremente se la recargan a los hijos que a veces se hastían de la lejanía de sus padres vueltos seres indiferentes. Entonces qué será de esa casa cuyos ruidos emanaban de las gargantas juveniles de los que se han ido. En dónde estarán los amigos jóvenes y sanos que peloteaban en el jardín o las amigas de la hija contándose sus aventuras mientras se asoleaban sus contorneados y perfectos cuerpos. Los ecos de sus risas y de sus voces guardarán silencio. Sus habitaciones serán museos o quimeras constantes.

No lo sé, no entiendo que pasará con cada rincón de una casa vuelta “nido vacío” que te gritará unas veces, te susurrará otras o se callará por siempre la imagen de cada hijo ido. Será que el alma o las manos estarán deshabitadas esperando eternamente su visita para volver a llenar los vacíos con sus alientos. No lo sé. Tal vez cada padre en lo más recóndito de su espíritu dé gracias a la vida por esos años de juventud para poder criar hijos; o por los años de madurez para verlos crecer y volar. Así en su presente de vejez hasta su muerte para saber que nunca dejarán de ser suyos. A todos los padres que alguna vez fueron los hijos que dejaron un nido vacío detrás de sí.

This article is from: