San Marcelino Champagnat

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SAN MARCELINO CHAMPAGNAT NOS CUENTA SU VIDA • Federico Andrés Carpintero Lozano • ILUSTRACIONES DE

Inés Burgos

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Proyecto editorial y dirección de contenidos

Departamento de Relaciones Institucionales GE Proyecto visual y dirección de arte

Departamento de Diseño GE Producción y maquetación

Departamento de Producción Editorial GE

Ilustración:

Inés Burgos

© Del texto:

Federico Andrés Carpintero Lozano Grupo Editorial Luis Vives, 2017

© De esta edición:

Impresión: Edelvives Talleres Gráficos. Certificado ISO 9001 Impreso en Zaragoza, España ISBN: 978-84-140-1027-3 Depósito legal: Z 49-2016 Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

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Índice Libertad, igualdad, fraternidad

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No volveré a la escuela

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Dios lo quiere

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La panda alegre

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¡Necesitamos hermanos!

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Nuestra intención y voluntad

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Un buen baño

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¡Cuántos niños…!

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Dos de enero

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Las primeras letras

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Como una lámpara sin aceite

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Gallinas mojadas

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Como una madre

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Acuérdate, María…

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Ella es nuestra buena madre

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Hermanos sencillos

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Mis queridos hermanos…

67

¡Es el padre!

73

Se me va la vida

77

Con todo el cariño de mi corazón

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Que viva en cada uno de nosotros

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Documentos

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Marcelino… ¿qué Marcelino? Marcelino

A ti que lees, imaginas y creces.

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Libertad, igualdad, fraternidad

1789. Un grito llena las calles en Francia; un grito que va del corazón a las gargantas de la gente. Por todas partes se oye, como un fuego: «Libertad, igualdad, fraternidad». Y una bandera tiñe de azul, blanco y rojo los sueños de los ciudadanos. Tiemblan los cimientos del pasado y la revolución acelera el pulso de la historia. Nacen nuevas ideas y florece el deseo de un mundo mejor y más justo. Marcelino nació el 20 de mayo de 1789 en Rosey, una aldea del ayuntamiento de Marlhes. Y fue bautizado al día siguiente, fiesta de la Ascensión de Jesús. Sus padres, María Chirat y Juan Bautista Champagnat, le pusieron los nombres de Marcelino José Benito. En la eucaristía, con voz fuerte, el párroco leyó en el evangelio: «Id por todo el mundo y anunciad la Buena Noticia». Marcelino fue el penúltimo hijo de diez, de los que vivieron seis: María Ana, Juan Bartolomé, Ana María, Margarita 5

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Rosa, Juan Pedro y Marcelino. María Chirat educó a sus hijos con sencillez y lejos de los caprichos. Enseñó a Marcelino a rezar y amar a María. También vivía en casa la tía Luisa (sor Teresa), que era religiosa y había sido expulsada de su convento al estallar la Revolución. Marcelino le preguntó: —Tía, ¿qué es la Revolución, una persona o una fiera? La tía Luisa le enseñó algunas oraciones y le preparó para la primera comunión, que recibió a los once años. En los prados y en los densos bosques de la comarca, Marcelino aprendió a contemplar la armonía de la naturaleza y descubrió que la vida va por dentro y nos habla profundamente. Se fijaba en las flores, en el rocío de la noche que brilla en las hojas de los árboles y en la hierba del campo. Comía los arándanos que crecían en las cunetas de los caminos… Sus ojos se posaban en las montañas para distinguir los diferentes tonos verdes que subían al cielo lleno de luz. Lo que más le gustaba a Marcelino era el olor del pan recién cocido, cuando ayudaba a su madre a sacarlo del horno que calentaba la casa. Juan Bautista Champagnat era coronel de la guardia nacional del distrito de Marlhes y secretario del ayuntamiento. También fue juez de paz. Talaba árboles y trabajaba la madera, ayudado por su hijo mayor, Juan Bartolomé. Siempre defendió los derechos de todos, especialmente de los más pobres, con el deseo de que muchos valores fueran desper6

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tando en las conciencias de la gente, después de muchos siglos de olvido y oscuridad. Fue secretario del ayuntamiento. El catorce de julio, dos años después de la toma de la Bastilla, ante el altar de la patria, renovó el juramento a la Constitución. Y habló así a los ciudadanos: —Nuestros derechos eran desconocidos. Ya los hemos recuperado. La libertad querida por todos, que nos había sido quitada en un tiempo de despotismo, acaba de ser restablecida; nuestros augustos representantes en la Asamblea Nacional nos han reconquistado los derechos sagrados. Tratemos de mantenerlos y mostrémonos abnegados y celosos en sostener esta constitución que ha sido una dicha para nosotros. Marcelino nació con la Revolución y toda su vida fue un grito revolucionario en favor de la educación de los niños y jóvenes de su región y del mundo.

Nota: Véase documento 1.

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No volveré a la escuela

El primer día que Marcelino fue a la escuela, ocurrió un hecho lamentable. Su madre y su tía le habían enseñado a leer, un poco, y querían que aprendiera a escribir y más cosas… El maestro del pueblo, don Bartolomé, llamó a Marcelino a su lado para que leyera una página de la lección que estaba explicando. Con timidez, Marcelino se iba acercando a la mesa del profesor cuando otro chico se le adelantó. Al instante, el maestro le pegó una bofetada. El muchacho rompió a llorar y Marcelino, temblando, no sabía qué hacer… Fue incapaz de pronunciar una sola palabra. —¡No volveré a la escuela! —dijo a sus padres, ya en casa. Y así fue. También, en la catequesis, el sacerdote le puso un mote a un niño de la aldea. Todos los demás niños le insultaban sin parar con ese apodo, y el niño se fue haciendo cada vez más arisco y solitario. Y se sentía muy desgraciado. Marcelino, con estas experiencias de la infancia, aprendió a crecer en sensibilidad y compasión. 9

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—¡Vamos a jugar! —decía Juan Pedro a Marcelino, cada día, después del desayuno—. ¡Vamos a jugar! —y se iban al molino que se encontraba al lado de la casa. Juan Pedro era dos años menor que Marcelino. Y jugaban al escondite, a buscar nidos, a saltar, a guiar un aro de metal, a pegar patadas a una pelota que habían fabricado atando trapos, a tirar piedras… Un día, sin querer, Juan Pedro golpeó a Marcelino en la parte superior de la mejilla izquierda. Unas gotas de sangre brillaron en su cara. Su padre les enseñó muchos trabajos de albañiles, herreros, carpinteros… Y también les enseñó a ahorrar. Juan Bautista confió a Marcelino tres corderos para que los cuidara, los engordara en los prados de Rosey y los vendiera. Con el dinero que sacó, compró más corderos. Con el oficio de pastor aprendió la belleza del silencio y la capacidad de escucha que proporciona en el alma; la paz y la tranquilidad que trae al corazón y a la mente. El paso de las horas, en el campo, almacenaba en Marcelino los recuerdos de lo vivido y sembraba las semillas de los sueños del futuro. Al caer la tarde, con la ayuda de un perro juguetón pero obediente, recogía los corderos y volvía a casa. Así, poco a poco, logró ahorrar seiscientos francos, equivalente al jornal de dos años de un obrero… Juan Pedro y Marcelino, una tarde que llovía, prometieron no separarse y llevar juntos sus negocios. 10

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—¡Nunca! ¡En la vida! —decían. Mientras tanto, el arcoíris dibujaba en el cielo un puente de colores.

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San marcelino Champagnat nos cuenta su vida • Federico Andrés Carpintero Lozano • Ilustraciones de

Inés Burgos

LAUDE

San Marcelino Champagnat nos cuenta su vida LAUDE

EDELVIVES

al servicio de los niños más desfavorecidos. Trabajó para que todos los niños tuvieran la oportunidad de recibir formación espiritual y educación, para lo cual fundó la congregación de los Hermanitos de María, más conocida como Hermanos Maristas, dedicados a la educación de niños y jóvenes.

Federico Andrés Carpintero Lozano

San Marcelino Champagnat, una vida apasionada

LAUDE

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Vida de santos


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