Infortunios Cuentos
Sánchez Magariños, María Guillermina Infortunios : cuentos / María Guillermina Sánchez Magariños. - 1a ed . - Mar del Plata : Martín, 2019. 80 p. ; 20 x 14 cm. ISBN 978-987-543-987-0 1. Narrativa Argentina. I. Título. CDD A863
La foto de la portada pertenece a Anabella Girardi Este libro fue editado por SADE Atlántica como Primer Premio otorgado a la autora por el cuento “Un amor en Berlín” en el Segundo Concurso de Poesía y Narrativa 2019 Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723 de Propiedad Intelectual. Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización de la autora. IMPRESO EN ARGENTINA Editorial Martin - 2019 editorialmartin@gmail.com ISBN: 978-987-543-987-0 Se terminó de imprimir en los talleres gráficos de Editorial Martin sitos en Catamarca 3002, de la ciudad de Mar del Plata, en noviembre de 2019.
María Guillermina Sánchez Magariños
Infortunios Cuentos
Editorial Martin
Prólogo Escribir es una experiencia muy personal, es la necesidad de decir lo que uno piensa, lo que uno siente, para que otro comprenda y entienda ese mensaje escrito con palabras. Es una aventura realmente apasionante. Es expresar en un papel lo que llevamos dentro, es abrir nuestro corazón y nuestra alma y crear un mundo nuevo. Es liberarse. Abre la puerta a un mundo impensado, desconocido, donde somos el nexo de unión, en el sorprendente viaje hacia la ficción. Escribir encierra conmociones, sutilezas, ironía y por sobre todas las cosas… pasión. Esta tarea requiere esfuerzo, dedicación e intelecto y una habilidad especial: una destreza fantástica donde entran en juego la técnica, la perseverancia y el talento. En las escasas páginas de un cuento breve, buscamos un arduo equilibrio entre armonía y proporción, entre rapidez para narrar y capacidad para mostrar ese mundo. No es poca cosa. En este libro, María Guillermina, logra lo antedicho… y con creces. Su escritura, a veces es tan descriptiva, que podemos conocer barrios de una ciudad como Miramar o
Buenos Aires, sin haberlas conocido nunca. Otras tantas, es tan concisa, que en una sola frase, es capaz de de describir un mundo. Mundos imaginarios sí, ficcionales, pero que también pueden ser reales, de acuerdo a la interpretación que le de cada lector; como en el caso de Aprendizaje y Avalancha. Aquí se podrá encontrar a la autora en las que podría ser la protagonista de alguno de sus cuentos, y en forma sorprendente, también nos demuestra que puede ser todo lo contrario. Sus personajes, ficticios, pueden salir de la propia realidad diaria en la que estamos inmersos. Con una técnica narrativa, a veces original, describe historias que pueden resultar interesantes, fascinantes o sorprendentes. Un amor en Berlín, ganó el 1er. Premio de Narrativa del Concurso Literario 2019 de SADE ATLÁNTICA MdP. Y no solo eso, sino que a su vez, su obra Anonimato, se llevó el 2do. Premio de Poesía. Esto nos da la pauta de lo que su escritura refleja. Narradora, poeta, palabras que encierran toda una gama de posibilidades. María Guillermina Sánchez Magariños, nos deja aquí en estas páginas, lo sorprendente, lo inesperado, lo entretenido, lo excitante… Disfrutemos pues de ello, para regocijo de todos aquellos que nos asomamos a su mundo. Carlos Pérez de Villarreal Escritor – Periodista 6
Aprendizaje Mientras desayunaba, una paloma se posó en el roble frente a mi balcón. Cortaba las ramas que el invierno había olvidado llevarse. Ella ponía todo su empeño pero las ramitas caían una tras otra de su pico. Recordé mi primer parto y adiviné al instante que ella también sería primeriza.
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Avalancha
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resión por todos los costados. Las manos sujetas tras la nuca, las rodillas contra el pecho. Estoy solo y somos muchos. El hacinamiento empuja, con todas mis fuerzas avanzo. Me cuelo entre otros codos y otras piernas. Huyo por la única boca de salida. ¡Estoy libre! Respiro y lanzo un grito. Detrás, viene naciendo el resto.
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Best seller Felipe Vázquez acababa de salir del bar cuando su sobrino le pidió al mozo el segundo café, esta vez bien cargado. No podía creer el planteo que su tío le había hecho y se sentía atornillado a la silla. La conversación de dos horas, fue interrumpida a veces por gente del lugar que reconoció a Felipe, un afamado novelista a nivel nacional. A ambos les gustaba escribir, salvo que Alejandro tenía en su haber una única novela, aún inédita ya que era un perfecto desconocido y ningún editor se había tomado la molestia en leerla. Felipe, en cambio, había escrito cinco con una amplia aceptación del público lector. Pero ahora pasaba por un grave problema, el síndrome de la hoja en blanco. Hacía meses que no podía escribir una sola línea y el grupo editor le reclamaba urgente el borrador de la sexta entrega. Así como así, como la cosa más natural del mundo, le había ofrecido a Alejandro una suma de dinero por su novela, que sería publicada bajo el nombre del tío. Además, sabía que Alejandro tenía que levantar la hipoteca de su casa y necesitaba el dinero imperiosamente. Así de simple y así de inmoral era la situación. ¿Qué debía hacer? ¿Cobrar y callar? ¿Negarse y perder la casa? Apuró el café casi frío y tomó el diario de la mesa vecina. Lo hojeó, buscando la sección de espectáculos. Allí 9
encontró los datos de un programa de investigación periodística. En su mente iba encontrando la solución, como si estuviera escribiendo el capítulo final de un arduo policial. Anotó el correo electrónico en la servilleta de papel, pagó la cuenta y se fue a su casa. Desde su computadora envió un mail a la producción televisiva solicitando realizar una cámara oculta al personaje del momento, Felipe Vázquez. Luego de responder varios requisitos formales, quedó de acuerdo en citar a su tío en el mismo bar. Ese día, con el manuscrito bajo el brazo, se sentó en la mesa de costumbre. Estaba muy nervioso, le parecía que todos se daban cuenta de la camarita que llevaba en los anteojos. Felipe Vázquez llegó con diez minutos de retraso porque en el banco había mucha gente. Pero traía el dinero y colocó un bolso sobre la mesa. Alejandro, para dar mayor crédito a su versión, se puso a hablar de cómo había concebido la trama de su novela durante cuatro largos años. Felipe miraba distraído, ya había escuchado esa historia de boca de su sobrino y daba por sentado que el trabajo realmente era bueno. Se sorprendió un poco cuando Alejandro le pidió otra suma igual al momento del lanzamiento de la edición. Dudó un instante pero aceptó, el dinero quedaba en la familia. Entregó el bolso y tomó la carpeta con ansiedad, 10
tenía apuro en dársela a sus editores. Después se despidió y, por sobre el hombro, le indicó a Alejandro que se pusiera a escribir pronto. “BUENOS AIRES INVESTIGA INFORME EXCLUSIVO: PESCAMOS A FELIPE VÁZQUEZ, CONOCIDO ESCRITOR, EN EL MOMENTO EN QUE LE COMPRABA UNA NOVELA A SU SOBRINO PARA HACERLA PASAR COMO PROPIA” se leía en la pantalla del televisor. El celular de Alejandro sonó. Era el editor, quien le informaba que había cancelado el contrato con su tío y que le publicaría la novela ya que se trataba de un verdadero best seller. Solo una cosa le restaba por hacer: cancelar la hipoteca.
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Derrota El augurio – Juan Rodolfo Wilcock
Te pareces a Helena, esposa de Melenao, rey de Troya. Como ella, tu cuerpo es espigado y aprisionas en los ojos la bravura de los mares griegos. Sorprendidos quedaron los troyanos ante el rapto de Helena por Paris, quien se la llevó a Esparta. Así te llevaría conmigo a los confines del universo. Luchó Illión por recuperar su perla helénica durante casi una década. Mi asedio son días interminables de batallas irónicas y ardientes. Aquella huida fue augurio de una guerra cruel, dolorosa. Igual ha sido tu primer mirada, predicción de una espera insensata y desgarradora. Vencido a tus pies, seducido por tu sonrisa, imagino ser Ulises y rescatarte de algún modo.
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Desconsuelo “En el café” – Pancho Aquino
Cerró el libro de Pancho. Las lágrimas le rodaban por el rostro. Metió la mano en uno de los bolsillos y sacó un pañuelo arrugado. Se sonó la nariz y se secó los ojos. Los lentes cayeron sobre el libro, apoyado en su falda. Era la tercera vez que lo leía y siempre terminaba llorando. Es decir, se la pasaba llorando todo el día. A la siesta, mientras miraba la novela en la tele. A la tarde, cuando se sentaba en el banco de la plaza y veía sonreír a las parejas. A la noche, escondiendo bajo las sábanas la cabeza. Añoraba los besos de película, las caricias en la espalda, un “te quiero” que le calentara las orejas. Se sentía inmensamente sola, recluida entre cuatro paredes. Temprano, se dedicaba a la limpieza, tender la cama, barrer los pisos y pasar la franela a los mismos adornos de hace años. A veces le parecía limpiar lo limpio, si nadie había tocado nada. ¿Almorzar? Hasta el hambre estaba ausente en esa casa. Un yogur era bastante. Después mate y mate. Dulzón, caliente la bombilla entre los labios, sorbos lentos, la mirada fija en la espuma de la yerba. Una y otra vez, la excitaba ese intercambio de saliva y agua. Las manos sosteniendo la calabaza tibia y el ruido final de satisfacción. 13
Usar el trapo rejilla para secar el mármol y sus lágrimas. Miró el reloj, las diez y media. Se levantó y arregló los almohadones del sofá. Puso el libro en la biblioteca hasta el próximo invierno y los anteojos en el estuche. Fue a la cocina y apagó el horno. Ni se preocupó por el pollo recalentado de la noche anterior. Pasó al costado de la mesa y acomodó la copa. Brillante, pura como siempre. En el cuarto, se sacó la ropa y la guardó en el sitio izquierdo del ropero. Se acostó desnuda, las sábanas frías hasta la cabeza. Y lloró. Lloró cuando sintió las llaves en la puerta, lloró con la caída de los zapatos en el suelo, lloró ante el movimiento leve del colchón. Y lloró de memoria cada palabra: “Un micro arrancaba y en él te alejabas. Me miraste, agitando la mano del adiós. No volveré a verte. No sabré quién eres. Pero estarás en mí, porque una noche triste hiciste ilusionar y estremecer mi corazón”
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El que ríe último I Diagonal Norte y Suipacha, pleno mediodía de diciembre. La cita era a las 10 hs. El retraso lo había ocasionado un maldito piquete en Retiro. “Puestos de trabajo”, “Vivienda digna” decían los carteles. –¡Estos negros de la Villa 31 tienen aire acondicionado y hasta un plasma! –le dijo el taxista. Andrés se bajó y se metió de cabeza en el subte. En el andén, las pantallas anunciaban 36° de sensación térmica. Tanta preparación previa en el atuendo y estaba hecho sopa. Se miró los zapatos: alguien le había arruinado el lustre con una pisada. Viajaban como sardinas, para las fiestas todos se ponían como locos. Y el horario bancario era el peor momento del día. Caminó de prisa por Suipacha. Solo tres cuadras y llegaría a destino. El sol le quemaba la calvicie. Tenía cuarenta años y era lo que se usaba. “Es más cool” le aseguró el peluquero, máquina de afeitar en mano. Hubiera querido ir por la sombra pero ambas veredas recibían los rayos solares en forma vertical. El último tramo lo hizo corriendo. Tomó Avenida de Mayo hacia la izquierda. A mitad de 15
cuadra lo esperaba el Café Tortoni y dentro su Ana, la luz de sus ojos desde que apareciera por la oficina tres años antes. Tan tímida, tan de pueblo, tan desdichada y necesitada de protección. Le había costado ganarse su confianza pero, tarde o temprano, ninguna mujer se escapaba de sus garras. Ahora ya la tenía acorralada. Almuerzo, siesta, palo y a la bolsa.
II Hace diez días que no voy a trabajar. Necesito descansar un poco de la rutina y otro poco del infeliz de mi “compañerito” de oficina. Me saca de quicio con su obsesión por arrancarme una sonrisa, por entablar un diálogo. Tres años aguantando sus miradas de soslayo, sus comentarios tontos al pasar, su acecho de felpudo. Nunca pensé que sería tan insistidor, plomazo y aburrido. Y eso que más de una vez le di la espalda, salí corriendo del trabajo para perderme entre el gentío y llegar sana y salva a casa. Una tarde no tuve más remedio que permitirle su compañía cuando se desató una tormenta histórica: las calles inundadas, los semáforos apagados y ni un transporte circulando. Me ofreció un paraguas y preferí sufrir el acoso de su sombra a empaparme. Terminamos en el Tortoni ¡Qué manera de decir boludeces! Lo hubiera amordazado 16
con la servilleta. Quería alejarme lo antes posible de esa babosa insoportable. Una hora de infierno que me pareció un siglo. Por fin Dios escuchó mis ruegos y la lluvia paró. Me levanté de la silla como un resorte, no me daban las piernas para escapar, creo que le dije algo así “perdóname, no soy de hablar, tampoco soy un ogro…” Lo que no le dije fue que me hacía sentir un monstruo, un espécimen raro, observada en detalle por la lupa de un coleccionista de insectos. ¿Por qué se empecinaba conmigo? ¿Acaso no había otras mujeres? Por ahora no quiero saber nada con los hombres, menos con los arrastrados. El estúpido creyó que no lo vi escondido detrás del árbol. ¡Esperarme en la parada del colectivo! ¿Qué se pensaba? ¿Qué lo iba a invitar a subir? ¡Flor de caradura! Un pelado ridículo moviendo los brazos en remolinos para llamar la atención. ¿Se cree que soy tarada por venir de un pueblo del interior? Y todavía no sé por qué fui dos veces con él al cine. ¡Je! Típico porteño, trató de tirarme de la lengua. Ni loca le doy mi número de celular, menos mal que tomé sola el taxi, si no, lo tengo todos los días parado frente a mi puerta. Esta relación ya no da para más. Necesito cortarla definitivamente. La última salida fue a la plaza, ¡a la plaza como si estuviéramos en mi pueblo! Hace años que no piso una. Yo estaba histérica, encima se me arrimó con la excusa de que el respaldo del banco le hacía doler la espalda. Y entonces, sentí su aliento a pescado. Es un bagre, la piel translúcida y esas ojeras de vampiro.
Tuve que contarle una historia increíble, bueno lo único cierto fue la internación de mamá en el siquiátrico. Después, no sé cómo, se me ocurrió lo de mi violación y el asesinato de papá. Tendría que dedicarme a la actuación, ya me lo decía tía Nelly. ¡Pobre viejo, murió de un paro cardíaco! No soportó la locura de mamá. Y sorpresa, ¡él me contó otra historia similar a las carcajadas! Es un psicópata y justo me viene a tocar a mí. No le creí una sola palabra. Me parece que es el síndrome espejo que le dicen. En un momento me asustó, tan grotesca era su risa. Tuve la impresión que me iba a partir un mosaico en la cabeza cuando me confesó que así había matado al hermano. Nooo, este tipo necesita un tratamiento urgente. Ya estoy decidida, a mí no me jode más. El lunes voy a hablar con Gutiérrez, amigo de papá de toda la vida, para que lo eche a patadas. Vamos a ver cuánto te dura la risa, pedazo de…
III Andrés miró las mesas junto a las grandes columnas de madera. No estaba. ¿Sería capaz de no haberlo esperado? El aire acondicionado era un bálsamo y respiró lento. Parecía estar clavado al piso, como las esculturas de Gustavo Fernández. Odió la sonrisa perenne del “Zorzal criollo”, quien parecía decirle: “¡Te dejaron amurado!” 18
De pronto, escuchó el chistido. –¡Chist! ¡Pelado López! Estúpido peluquero y sus consejos. Giró la cabeza hacia la barra. Sentado en el taburete estaba Gutiérrez. ¡Maldición! No podía hacerse el distraído. –Hola Sr. Gutiérrez. ¡Qué sorpresa! Entré a tomar algo fresco porque vengo del médico, me dio el día, ando con la presión por el piso y… –Callate pibe, no me des explicaciones y escuchame, escuchame bien lo que te voy a decir. Se terminó tu contrato. No te lo vamos a renovar. Decisión del Directorio. Pasá por Tesorería a cobrar. Y nada de sindicalismo, ¿entendiste? –Pe… pero… hace cuatro años que soy contratado ¡No pueden despedirme así como así! –López, el contrato era por dos años. Una vez se lo renovamos, dos, no. Y punto. Gutiérrez se levantó, le palmeó el hombro y le dijo al oído: –Tengo un recado de la señorita Fernández: “El que ríe ultimo…” Y se fue sin pagar el trago.
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“Et” “El caso Fito Vivas”- Miramar 1968
Avistaje I –¡Muy terráqueas tardes amigos oyentes! Quien les habla, Osvaldo “ET” Moreira, les da la bienvenida a una nueva emisión del programa “Noticias Interplanetarias” desde la ciudad de Miramar, provincia de Buenos Aires, República Argentina, en el Planeta Tierra, para todos los habitantes de aquí y del espacio exterior. Como siempre en los controles, los internautas Tito “Marte” en sonido y Andrea “Luna” en la atención telefónica, para aquellos que deseen salir al aire con alguna necesidad del Tercer Tipo. Vamos, entonces, a un corte comercial con la música que está sonando en el espacio. Para todos ustedes el grupo “Gases Cósmicos” y recuerden: ¡todo lo que sucede allá arriba in–de–fec–ti–ble– men–te repercute acá abajo! La luz roja del cartel “En el aire” se apaga. El locutor, con gran esfuerzo, se levanta del sillón destartalado. Su cuerpo, de 150 kilos, apenas puede moverse detrás del tablón que oficia de escritorio. Debe ir urgente al baño: los dos termos de mate y la docena y media de tortas fritas claman por salir. Hace señas delante de la “pecera” para que sus compañeros adviertan que se ausentará por un tiempito, el suficiente para satisfacer sus necesidades fisiológicas. Apretando los glúteos, camina por el pasillo angosto que conduce al patio. 20
El aire frío de la tarde de principios de junio le azuza la vejiga y comienza a desabrocharse el cinturón. Apura el paso todo lo que puede y al fin se mete dentro del baño, una construcción precaria sin revocar y cuyo tragaluz carece de vidrios. ¡“ET”, volvemos en cinco! El grito lo despierta del relax por la misión cumplida El agua en el balde apenas alcanza para limpiar la taza del inodoro y la bola humana sale pasándose las manos húmedas sobre los costados del pantalón. –¡Aquí nuevamente con Uds. haciendo contacto! Tenemos en línea un oyente que quiere contarnos algo. A ver, ¿quién está del otro lado? –Buenas tardes “ET”, me llamo Aníbal y anoche me sucedió una cosa muy extraña, no sé si decirlo porque me van a creer loco ¿vio? –¡Vamos amigo! Cosas raras que los humanos no estamos capacitados para comprender suceden todo el tiempo. Anímese y cuente, cuente… –Bueno, resulta que a mí me gusta pescar ¿vio? Y anoche me fui en bici a la escollera Cero, es que la bruja está cumpliendo años y se le antojó invitar a toda la parentela y… –¡Ah, con que estamos de festejo! Un tirón de orejas a la 21
patrona y saludos a la parentela entonces. –¡Gracias gordito! Soy Rosa, cuando termines el programa te esperamos con torta. –¡Y traela a “Luna” que le presento al marciano este que tengo acá abajo! –¡Eso, le vamos a hacer ver las estrellas! –¡Cierren la boca manga de vagos! Perdone “ET”, lo que pasa es que la muchachada empezó a brindar temprano y están algo alteraditos ¿vio? –No se preocupe Aníbal y siga con lo suyo. ¿Qué fue lo que le pasó anoche? –Bueno, le decía, tenía que darles de comer a todos estos hambrientos y ahora las cosas no son como antes que nos arreglábamos con un buen asadito ¿vio? Así que se me ocurrió ir a pescar, está saliendo mucho el pejerrey ¡y la bruja tiene una mano para el escabeche! Si quiere un día de estos le llevo unos frascos a la radio. –¡Pero como no, amigazo! Todo lo que sea para mandar al buche acá es bienvenido, pero no nos deje con la espina y continúe, que nos tiene intrigados. –En la escollera no había nadie. Hay que ser loco por la pesca como yo para aguantar el frío de la noche ¿vio? Y encima encarnar con los dedos duros. El mar estaba 22
bastante picadito ¡mi madre, cómo soplaba el viento! Por suerte aparecieron los “peje”, yo estaba entusiasmado ¿vio? La mayoría de las veces hacía doblete, habré estado dos horas más o menos. Cargué tres baldes ¿y qué iba a hacer?, me tuve que volver, más no podía cargar en la bici ¿vio? Y ahí, justo ahí, cuando pedaleaba para el Arco lo vi… –¿Pero qué fue lo que vio Aníbal? –La luz ¡qué impresión! El fogonazo salió del medio del mar. Se hizo día en plena noche, se lo juro, era una cosa redonda de fuego de todos los colores que subía, subía, subía y se movía de un lado para el otro y yo estaba como hipnotizado ¿vio? No podía sacarle los ojos de encima y de golpe, pasó como un rayo por arriba de mi cabeza hacia el Golf y yo, que seguía mirándolo, me pegué tal jabón que cerré los ojos y me tragué la loma de burro. ¡A la mierda la bicicleta, los baldes! Se me desparramaron todos los pescados en la banquina, menos mal, porque justo pasaba el “Transporte Sureño” y casi me lleva puesto ¿vio? En resumen, me pegué flor de porrazo, todavía me duelen las rodillas. Y acá estamos, matando el hambre con empanadas porque ni en pedo me quedaba un minuto más ahí. ¿Estoy loco “ET”? ¿A usted qué le parece? –¡Qué tenés que largar la birra papito! –grita Rosa y la aplauden. –¡Quédese tranquilo Aníbal! Usted fue testigo de otro 23
avistamiento de una nave extraterrestre, de las muchas que nos visitan aquí en Miramar pero que pocos tienen el coraje de contar cuando la ven. Yo lo pasé cuando era chico, allá por el 68, y no me olvido jamás de esa tarde alucinante. Gracias por su testimonio Aníbal, un saludo a Rosa ¡y que terminen bien la festichola! Queridos oyentes, a parar las antenas con este relato que acabamos de escuchar. Aparentemente, “ellos” siempre nos visitan. Esperamos recibir la declaración del chofer del “Sureño” que pasó por allí, aunque sea en forma anónima. Desde los controles me están diciendo que no, que lo van a mandar a pericia siquiátrica. ¿Ustedes de qué lado están? Llegamos al final amigos, esta ha sido una nueva audición de “Noticias Interplanetarias” y Osvaldo “ET” Moreira se despide hasta la próxima desde la ciudad de Miramar, provincia de Buenos Aires, República Argentina, en el Planeta Tierra, para todos los habitantes de aquí y del espacio exterior y recuerden: ¡todo lo que sucede allá arriba in–de–fec–ti–ble–men–te repercute acá abajo! ¡Y marcianas noches amigos! La luz roja se apaga nuevamente. De la pecera se asoma Tito: –Che gordo, ayer llamó una tal Godoy preguntando por vos. Le dije que llamara en el horario del programa y me cortó. ¿Qué te parece si nos tomamos unas “jirafas” en la peatonal? 24
–No, hoy no puedo. Úrsula volvió de Otamendi con las chicas y quiere que le prenda la parrilla. Con el hambre que tengo soy capaz de clavarme cinco choripanes. Otro día pibe, chau. Osvaldo camina por la 37 hasta donde tiene estacionado el Falcon. Antes de subir, se quita la campera para maniobrar mejor. Después se deja caer sobre el asiento anatómicamente ladeado hacia la izquierda. El volante se le incrusta en el abdomen. Mentalmente putea al gitano que hace tres meses que lo bicicletea con la venta de uno deportivo. Enciende las luces delanteras y al instante, se ilumina el tablero junto con las lámparas interiores verdes que hizo colocar en las esquinas del techo vinílico. La luz es tenue pero se intensifica al punto de reflejar cada una de las estrellas fluorescentes que hay pegadas encima de su cabeza. Mira por el espejo retrovisor, le fascina ese espectáculo de mágica noche estrellada que remata con la calcomanía de una luna gigante de cráteres plateados sobre el parabrisas trasero. Arranca despacio hacia la costanera, jamás regresa a su casa sin antes ver el mar. Por la mano contraria viene una mujer en bicicleta, reconoce el canasto lleno de carpetas y el bolso enorme. Es Evelyn, la maestra. Le hace un guiño con los focos cuando pasa a su lado y la mujer devuelve el saludo con la mano. Recuerda que hace mucho tiempo era amigo de su abuela 25
y mantenían largas charlas sobre el 68 y la desaparición de una persona allegada, pero Úrsula, cuando se juntaron, le prohibió seguir visitándola. Úrsula se burla de sus creencias, de su profesión y de su gordura. Las chicas también, lo llaman despectivamente Sapo, Teletubi o peor, Osvaludo. Sobre los techos de los chalets rurales se destaca la silueta de la cruz emplazada a la derecha del muelle. ¡Cuánto revuelo armaron con esa estructura! Para él no significa nada, el Reino de los Cielos pertenece a otro tipo de seres que no tienen forma humana, con superinteligencia y que algún día vendrán para transformar la Tierra en un paraíso energético ah, sin hambre, ah, sin sexo, ah, sin muerte. Baja la ventanilla para escuchar el oleaje. El muelle, iluminado con farolas, es una espina de cemento insertada en el mar. Da vuelta la rotonda hacia el Playa Club, donde la bruma se devora los últimos pisos. Acelera por la 12 haciendo rugir el motor como desafiando la rompiente. En la soledad de la noche se siente poderoso, dueño de la verdad y el universo. “Ya vendrán, sólo es cuestión de saber esperar, sé que tendré una segunda oportunidad” piensa mientras toma la avenida 9 hacia la izquierda. El Parque Patricios parece cubierto por un manto de tules con lentejuelas, efecto de la neblina y el alumbrado público. Aminora la marcha al cruzar la 26 y el Falcon inesperadamente corcovea antes de apagarse el motor. ¿Casualidad? Esa avenida era el origen de todo su pesar, había marcado a fuego su destino. 26
Avistaje II Allá por el ‘68 tenía doce años, era un pibe retraído que cursaba el sexto grado en la Escuela Normal Nº 1. Hijo único de un padre sesentón que cultivaba una pequeña huerta en el terreno baldío aledaño a la casa y vendía verduras a los vecinos y una madre joven, que se pasaba el día sentada detrás de la máquina de coser a pedal en un rincón del comedor. Él se las tenía que arreglar solo la mayor parte del tiempo, a veces iba a buscar a Miguelito para jugar en el arroyo El Durazno. Era divertido internarse en la maraña de totoras y desde la orilla, intentar pescar renacuajos con un colador en desuso. Como siempre, ese viernes 21 de junio volvía caminando de la escuela. La maestra, además de hablar sobre el recurrente tema del cambio de estación, había explicado que se producía un fenómeno donde el sol parecía que se quedaba quieto unos días, o eso había entendido él, llamado solsticio de invierno. Una pavada, ya que a las seis de la tarde el sol se había ido y era casi de noche. Sacó de la mochila un alfajor de maicena comprado en el kiosco del centro, en su barrio no había negocios, solo el pequeño mercadito de don Martín con productos de granja. Tampoco había muchas viviendas, estaban escondidas entre lotes de pastizales y eran visibles únicamente por las columnas humeantes de las chimeneas. El frío le hacía doler las orejas, volvía sin el gorro, se ligaría el reto de la madre por enésima vez. Él le decía que los chicos se lo robaban en el colegio pero nunca 27
le creía. Odiaba la escuela, era el tonto que no tenía bicicleta, todos los fines de año el padre prometía comprarle una pero la plata iba a parar a nuevas semillas o herramientas y si sobraba algo, la madre necesitaba telas, hilos y botones. Se sentía el bicho raro del grado con zapatillas grandes ligadas de un primo mayor, pantalones remendados y camisas confeccionadas de retazos sobrantes de los encargos de costura. Lo llamaban “Trapito” y sufría esa humillación en silencio. Cuando cumpliese los dieciocho se iría de Miramar a una ciudad más grande, a Mar del Plata o más lejos, en tren a Buenos Aires. Al llegar a la casa, su padre estaba hachando eucaliptos para la salamandra. Del fondo salió corriendo Pelusa, un perro que una mañana lo había seguido desde el arroyo y se había quedado, contra la voluntad materna ya que significaba una boca más para alimentar. Estuvo un rato acariciándolo y le dio el pedacito de alfajor que especialmente le había guardado. Pelusa era como ese hermano de juegos que no tenía, las únicas muestras de cariño las recibía de Pelusa, su amistad era incondicional. –¡Osvaldito! Ayudame a entrar los leños que baja el rocío –le gritó su padre detrás del galpón. –¡Ya voy pa! Dejo la mochila y te ayudo. Entró en el comedor y se acercó a su madre quien, encorvada encima de la máquina dale que dale al pedal, 28
apenas estiró el cuello ofreciéndole la mejilla. –Nene ¿cuántas veces debo decirte que no dejés la puerta abierta? ¿No ves que se enfría toda la casa? –y le reprochó–: ¿Dónde está tu gorro? –Es que… –no se le ocurría qué inventar– Dejo la mochila y voy con papá –se apresuró a decir. En ese momento Pelusa entró como un rayo y desapareció debajo de la cama. –¡Ves, ya se metió el perro! ¡Sacalo que se lleva las cosas del costurero! –¿Qué te pasa Pelu? Vení, vamos a jugar –insistió Osvaldo. Cuanto más estiraba el brazo para agarrarlo, más se acurrucaba el perro contra la pared, temblando y sin dejar de gruñir como si estuviera frente a un peligro inminente.
Avistaje III En algún lugar del auto suena el celular. Osvaldo revisa los bolsillos de la campera hasta que lo encuentra. Es Úrsula: –Escuchame, ¿por dónde andás? ¡Acá estamos muertas de hambre! ¿Me estás escuchando Osvaludo? –Sí, tuve problemas con el Falcon. En diez minutos llego. Hace arrancar el coche y sigue por la avenida. Al llegar a la rotonda de la 40 toca un bocinazo y los muchachos 29
de la estación de servicio levantan las manos. Después de pasar las vías, acelera a fondo para ganar tiempo. De reojo ve las luces de la Casa del Bicentenario. En su mente juega con la idea de organizar el Primer Congreso de Ovnilogía, con acreditados exponentes en la materia, videos de avistamientos y testimonios de quienes, como él, hubieran tenido un encuentro cercano con platillos voladores. La convocatoria sería un éxito total, quizás “ellos” se hicieran presentes. Miramar poseía uno de los cinco puntos de comunicación directa con el espacio, una especie de cinta transportadora entre la Tierra y otras galaxias: el Bosque Energético. Dobla a la izquierda hacia el barrio Marín y se interna entre las calles polvorientas. Estaciona el coche y baja frente a la casa con las paredes lavadas de celeste, la puerta amarilla y los postigones verdes. “Habría que darle una segunda mano” piensa, pero la pintura la había conseguido gracias al Tren Solidario y esos fueron los colores que ligó. Por el costado del lavadero se asoma Caty con una lata de cerveza: –¡Al fin Sapo! Mové el culo que no sabemos qué hacer con el carbón. Seguro que te olvidaste el pan ¿verdad? La mira con bronca, si pudiese abriría una bocaza de batracio y desenrollaría la lengua, larga, babosa y le pegaría un latigazo en medio de los ojos. 30
No logra entender cómo fue posible que aceptase vivir con esas tres culebras. Úrsula se le había enroscado al cuello hacía diez años en Otamendi durante la Fiesta de la Papa. Ella tenía un puesto de venta de empanadas y vino en la calle y él, con semejante soledad encima, estuvo prendido a la damajuana. Para cuando se dio cuenta, volvía a Miramar con el Falcon cargado de los bártulos de la mujer y sus hijas. Se despierta temprano, en realidad dormir es todo un problema. La vivienda tiene dos piezas y comedor con cocina incluida. En uno de los dormitorios duerme Úrsula y en el otro, las chicas. Él queda relegado al sofá del comedor, demasiado estrecho para su cuerpo. La única forma de acostarse es boca arriba, imposible darse vuelta. Fue a parar allí después de que Úrsula no soportara más sus ronquidos y flatulencias. El médico le había advertido que si no bajaba de peso podía sufrir un infarto durante el sueño. Jamás volvería a hacer dieta. Bastante sufrió durante la adolescencia; después de ese fatídico día del 68 su metabolismo cambió extrañamente y para fines de ese año había engordado veinticinco kilos. Su madre le hizo seguir miles de dietas: la de la luna, la disociada, la horrenda sopa de ginkgo biloba, hasta fue un tiempo a los grupos de Obesos Anónimos pero no hubo caso, su gordura no tenía explicación y fue en aumento. Nunca pudieron convencerlo de hacer algún tipo de deporte y eso sí, el sueño de la bicicleta quedó sepultado para siempre. 31
La casa está en silencio, es domingo y todos duermen hasta tarde. Abre la heladera. ¿Qué puede desayunar? Revisa los recipientes de plástico y descubre las lentejas del viernes. Es un buen comienzo. Pone el guiso en una ensaladera y lo introduce en el microondas. Tres minutos son suficientes. Busca en la alacena algún resto de pan de la noche, no encuentra. Lo salva el tarro de bizcochitos de grasa. Ahora necesita completar con un poco de líquido. ¿Leche? ¡Puaj! La odia. Piensa en el mate pero le da fiaca estar cebando. A veces debajo de la pileta hay gaseosas ¡Bingo! Una grande. En menos de media hora deja la ensaladera y la botella vacías. Su estómago le pide postre. De la frutera saca cuatro bananas, las pisa con el tenedor en un plato hondo y le agrega una buena porción de dulce de batata. Al finalizar, le pasa la lengua al plato. Ya satisfecho, sale al frente de la casa. Es una mañana de sol tibio, cielo despejado y sin viento. Un clima raro que no parece anunciar el invierno. Pero en todo el mundo la naturaleza se comporta caprichosamente: donde siempre hubo sequía ahora se inunda; donde se espera nieve hace calor. Al sur, un volcán definitivamente dormido despierta de su letargo y cubre medio país de cenizas. Del baúl del Falcon saca un plumero y desempolva el capot como acariciándolo. Lo mismo hace con el techo, las puertas y los guardabarros. Luego se sienta dentro del coche, toma la franela de la guantera y repasa el tablero. Pone el CD de Vangelis, la melodía de “Carrozas de fuego” y el inicio de la digestión lo adormecen. 32
Avistaje IV Imposible convencer a Pelusa de abandonar su refugio. Mejor era salir, su padre lo estaba llamado a los gritos. –¡Dale pibe! Tu madre necesita los troncos para la cocina, yo voy llevando los más gruesos y vos andá cargando el cajón con los medianos. ¡Ah! Fijate si hay piñas por los alrededores que esas son fáciles de prender. Osvaldito llenó el cajón hasta el tope y se dispuso a recorrer el terreno, tratando de divisar en la oscuridad la silueta abultada de las piñas caídas. A los pocos pasos encontró una y a lo lejos vio otras más. Cuando se agachó a recogerlas, dos lechuzones levantaron vuelo con un furioso batir de alas y se alejaron chillando. Del susto, cayó de espaldas y quedó mirando el cielo. En un hueco que formaban las ramas desprovistas de hojas por el otoño, un punto rojo daba vueltas en círculos. Luego cambiaba intermitentemente del rojo al azul y del azul a un naranja brillante. Se incorporó de un salto y corrió hacia una zona despejada de árboles. La luz se movía a gran velocidad en línea recta y de golpe se detenía para continuar en dirección contraria. ¿Qué era aquello? Sabía que las estrellas no se movían y, además, siempre las había visto blancas. Quería volver a su casa pero tenía las piernas rígidas y no podía apartar la mirada de esa chispa misteriosa. En un instante, la luz hizo un fogonazo como si se hubiera disparado un 33
flash y comenzó a agrandarse hasta convertirse en un disco platinado con una cúpula en el borde superior. Osvaldito giró su cabeza muy lentamente hacia la 26. El objeto volador crecía más y más y se acercaba. Una especie de corriente eléctrica le erizó la piel y sintió la opresión en el pecho. Tomó una bocanada de aire y sus pulmones se hincharon placenteramente. ¿Estaba flotando? Perdió toda conciencia de su cuerpo, del lugar, del tiempo. Estaba inmerso en una burbuja que le otorgaba paz, tibieza, felicidad. Ya no le importó si él subía o si la nave, porque ahora tenía bien en claro de qué se trataba, estaba descendiendo. Vio cómo el aparato, del otro lado de la calle ,se posaba sobre el césped tan suave como una mariposa. ¡Hasta tenía dos antenitas! Y se rió con ganas aunque no movió la boca. Su mente era una pantalla gigante donde aparecían números y letras sueltas: N A H 21 6 12 U A L T. ¡Qué loca alegría! Un agudo ja, ja, ja resonó en sus oídos. Reconoció su voz, recobró la conciencia de su cuerpo sentado a la manera india y soltó un largo suspiro, como si hubiese estado reteniendo el aire muchísimo tiempo. No veía absolutamente nada. ¿Dónde estaba su casa? Se largó a llorar a moco tendido. Así lo encontró su padre, linterna en mano, y lo alzó tratando de calmarlo. –¡Osvaldito, hijo! ¿Te perdiste? No te asustés, solo es un corte general de luz ¡Mirá, ahí viene Pelusa a buscarnos! 34
Oyó el suave ladrido del perro y se aferró con todas sus fuerzas al cuello del padre. De golpe, una sirena de bomberos ahuyentaba los últimos lechuzones del nido.
Avistaje V Media mañana de junio del año 2012, viernes previo al fin de semana largo correspondiente al “Día de la Bandera”. Por fortuna para los visitantes, el clima se presenta ventoso pero con sol. Osvaldo estaciona el Falcon en la 28, entre 21 y 23. La fila de ancianos, que esperan atención en la puerta del Pami, se abre para darle paso. Alguien lo llama: –¡“ET”! ¿Cómo andás querido? ¿Y la familia? Es Doña Picagoitía, siempre sonriendo y con esa simpatía encubridora de jovata de lengua filosa. Si hay una persona que sabe vida y obra de cada miramarense, es ella. –Bien, todo en orden. Sabés cómo son las cosas, Úrsula y las chicas se manejan por su lado y yo por el mío. –¿Te enteraste? Vinieron a mi casa a preguntarme sobre el ovni del 68 ¡después de tanto tiempo! Menos mal que a mí todavía me llega agua al tanque. –No, ¿en serio? Digo, lo del ovni. ¿Cuándo vas a pasar por la radio? Me interesa que cuentes tu versión. Te llamo y arreglamos que ahora se cumple otro aniversario del aterrizaje. 35
–Bueno querido, saludos a tu mujer y las nenas ¡Y cuidate un poco más en las comidas o vas a reventar! Osvaldo cierra su puño con el dedo anular en alto y sigue camino hacia el café “Hechiceras”. El lugar está poco concurrido. Se sienta en un rincón, sólo quiere leer el diario y engullirse la promo del submarino con churros. En la mesa contra la ventana está el viejo Urrutia y su infaltable copa de vino. El hombre se pasa las horas en el bar mirando la gente. Es otro sobreviviente del 68, imposible hablar con él, quedó trastornado después de la muerte de sus padres en ese misterioso incendio de la casa de la calle 26. Cierta vez quiso sonsacarle algo de información pero hizo flor de escándalo. Hay otra mesa ocupada cerca de los baños. “Turista” dictamina mientras se chorrea el chocolate caliente sobre la remera, en el lapso que va el churro de la taza a su boca. La mujer en cuestión lo mira con la nariz fruncida. “Típica porteña. ¿Por qué no se quedarán en su cucha?” Ve que tiene varios libros y reconoce el lomo de uno, es la reseña histórica de Miramar de Brugueras. Le llama la atención cómo observa al viejo Urrutia y luego hace anotaciones en una libreta. La curiosidad le pica, su instinto le dice que tal vez pueda resultar interesante entablar conversación con una extraña. Además, hoy no preparó material suficiente para la radio y le quedan algunos baches que pensaba rellenar con 36
música, pero quién sabe, quizás sea una persona interesante, al menos la boina francesa ladeada le da un aire intelectual muy llamativo. Escucha que le pregunta al mozo sobre las familias más antiguas de la ciudad y dónde ubicarlas. Es la oportunidad que está esperando. –Perdone, yo puedo ayudarla. Soy nacido aquí y conozco muchos descendientes de los primeros pobladores… ¿Me permite compartir la mesa? Antes de que la mujer pueda responder, Osvaldo levanta su corpulenta humanidad y se sienta a su lado haciendo crujir el respaldo de la silla. –Flaco, ¿me traés un licuado de banana? ¡y con agua, no se te ocurra meterle leche! ¿Desea tomar otro cafecito? –No, gracias. Pero ¿quién es Ud.? –¡Ah! Disculpe, soy Osvaldo Moreira, más conocido como “ET” por la película de Spielberg. Suelo andar en bici por el vivero ¡Ja! Dígame ¿Ud. en qué anda? Digo, ¿a qué se dedica? –Soy escritora, me llamo Lucila Godoy –dice y corre sus libros ante la llegada del pedido con terror a que el gordo tire el licuado sobre sus cosas. –¿Y se puede saber sobre qué escribe? Srrrruuuuppp –“ET” hace burbujas con la pajita–. Ah, me gusta bien espumoso… 37
–Intento escribir una novela sobre la sociedad y la inclusión de nuevas culturas. ¿Aquí son muy celosos de sus costumbres, verdad? –¿Lo dice por la eterna rivalidad entre los “NyC” y los “VyQ”? –No sé de qué me habla. –Vamos, los Nacidos y Criados contra los Venidos y Quedados, es una situación que todo el mundo conoce. –Yo creo que cada lugar tiene sus mitos. A mí me suena a ficción, como para darle una cierta personalidad al pueblo. La realidad es que sin la llegada de otros habitantes, una comunidad como Miramar podría reducirse hasta tal vez, desaparecer. Acá la juventud se ve obligada a emigrar, ya no se puede vivir pensando en la temporada y las nuevas generaciones no están acostumbradas al sacrificio en los trabajos rurales, si es que todavía el campo es rentable, lo cual dudo… –¿Pero quién se cree que es Ud.? –dice “ET” tan fuerte que Urrutia levanta la vista clavada en el suelo–. Para que sepa, realidad y ficción son dos caras de una misma moneda que no puede captarse en su total magnitud. Tenemos una faceta insospechada de nuestra existencia que solo vemos en parte… Lucila ve como el tono de voz va en aumento y el gordo 38
empieza a ponerse bordó. Disimuladamente agarra los libros y la cartera. Hecha una rápida mirada hacia la puerta más cercana. Calcula cinco pasos para su libertad. –…porque todo depende de la vibración y tiempos necesarios para la captación de la materia ¡Hay una inmensidad que rodea al hombre sin que se tenga la menor noción de lo que allí ocurre! –mientras habla su boca escupe gotitas blancuzcas– ¡Sólo utilizamos el diez por ciento de nuestro cerebro! ¿Me está escuchando? Las civilizaciones primitivas tenían una inteligencia superior, eran descendientes de seres interplanetarios que hicieron las pirámides, el calendario de la Puerta del Sol, entre otras maravillas ¡El planeta anda así por gente como Ud. que se cree el ombligo del mundo! Urrutia camina despacio hacia la salida. Lucila sabe que es su única oportunidad de escapar de esa catarata de banana inmunda. –¡Sr. Urrutia, espere que lo acerco con mi coche! El viejo la mira incrédulo con la puerta entreabierta. Ella sale corriendo y en la vereda una ráfaga de viento le vuela la boina, que se pierde rodando entre las patas de los perros furiosos por el paso de una moto. –¿Viste flaco lo desagradecidos que son los turistas? –le dice “ET” al mozo cuando paga la consumición de ambos.
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Avistaje VI –¡Adelante gordo! –ordena Tito. –Luego de este breve intervalo, “ET” Moreira, de “Noticias Interplanetarias”, les da las gracias por continuar en sintonía con Radio Universo. Quiero aprovechar los últimos minutos al aire para saludar a una turista que conocí esta mañana. Su nombre es… un momento, por aquí lo anoté, sí acá lo tengo: la escritora Lucila Godoy. Bien Señora, con todo respeto le informo que existe una tercera categoría de habitantes en la ciudad, además de los ya comentados en el bloque anterior. Los “TyU” es decir, queridísimos oyentes, ¡los Terráqueos y los Ufonautas! ¡A todos ellos nuestros deseos de que pasen un agradable fin de semana largo! Y será hasta la próxima desde Miramar, provincia de Buenos Aires, República Argentina, planeta Tierra ¡hacia el espacio infinito! –Che –le avisa “Luna”– Victoria, la del programa de golf que viene a continuación tuya, se quejó que ayer te olvidaste el queso y el salame en el tablón y que la sala hoy tenía olor a chancho. Quiere que compres un aromatizante de ambientes. –¡Qué vieja rompe pelotas! Ya me tiene harto ¿Sabés dónde puede meter su nariz? ¡En mi hoyo! –y “ET” inclina el cuerpo hacia un costado del sillón destartalado para despedir una sonora flatulencia. 40
Abducción “Ultima noche lo tengo todo pensado Ursula se puede ir al carajo con el colchón doble y su manía de almacenar recipientes con sobras y sus pichonas de buitre también ya van a ver lo que es no tener al boludo que las mantiene voy a hacer historia un atractivo turístico más el misterio de la costa locutor desaparece se lo tragó el mar fue abducido reventó como un sapo marcha en la peatonal primera plana de los semanarios el chimento del barrio Marín pobre con lo que le pasó de chico no era normal para mí que la jermu lo envenenó y fue a parar a los perros el gordo era un asco pero al final entretenía con la radio tendría alguna minita no era impotente se los juro lo dijo el médico hasta andaba mal del bobo debe estar en otra galaxia cagándose de risa mañana es el día y se van todos a la reputamadrequelosparió” –¡Mamá! ¡Mamá! ¿Hoy es 21 de junio? ¡Llamaron de la comisaría preguntando por Sapo! Dicen que encontraron el Falcon en la ruta a Mar del Sur, cerca del Bosque. No entendí, pero parece que andaba con uno de sus amigotes, Nahualt ¿Vos lo conocés?
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Familia tipo –Te diste cuenta a qué hora llegó anoche? –La verdad que no, dormí como una marmota. –Vos nunca te enterás de nada. Eran las cinco de la mañana y no podía subir las escaleras. –Y bueno, cuando yo era pendejo hacía lo mismo. –¿Lo mismo? ¡No me hagás reír! Tu viejo era un sargento, ni siquiera pudiste estudiar lo que querías. ¿O vos realmente querías ser abogado? –Con mi viejo no te metás que gracias a él tenemos la casa. –¿Por qué no hablás con Pablito? Deberíamos saber en qué anda. –Dejalo tranquilo, son cosas de chico. –A mí me preocupa, no hace más que pedir plata. –Y bueno, tendrá una minita. –No sé. Ese tal Gustavo con el que se junta tiene pinta de vago. –A mí me parece de lo más normal. –¡Ah sí! Resulta que ahora es normal andar como un zombi, sucio, no darle pelota al colegio, dormir todo el día 42
¡Abrí los ojos Alejandro! –¿Qué querés que haga? Ya demasiados quilombos tengo en el estudio. Ocupate vos, que para eso estás en casa todo el día. –¡Pero vos sos el padre! A mí no me escucha, no me deja entrar a su habitación. La ropa que deja en el baño tiene mal olor, no sé, raro. –No pretenderás que chive con olor a jazmín, querida. –Voy a ver si está despierto, tiene que bajar a comer. La comida ya está lista. –¿Pablo? ¿Pablito? Son las nueve y te hice milanesas. –… –¡Alejandro! ¡Subí que el nene cerró con llave y no responde! –Ufa… Está por empezar River–Boca. Vení, comamos nosotros que cuando le pique el bagre va a aparecer. ¡Vamos Boquita, que metemos tres goles! ¡Gallinas de mierda! –Uy, el timbre. Espero que no sea la pesada de Miriam, siempre cae en el momento menos oportuno. Hola Gustavo ¿cómo está tu mamá? Pablo está en la pieza, bajen a cenar. –… –Hola Gus. ¡Noooo! ¿Cómo penal? ¡Referí hijo de puta! Subí, subí nomás. 43
* * * –¿Me trajiste el fierro? ¿Cuánto? –Mil mangos. –Quinientos, faltan dos balas en el cargador. –Setecientos boludo, funciona bien. –Perfecto. Esta noche hay transa, una moto esta vez. * * * –Pablo ¡al fin bajaron! ¿Comen una milanesa? ¿A dónde van tan apurados? Traten de volver temprano. –… –¡Gooool, gooool, gooool! ¡Vamos la azul y oro carajo!
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Hallazgo Hacía seis meses que estaba preparando su tesis sobre misticismo occidental. Había leído numerosos libros sobre budismo, el tao y la filosofía zen, sobre todo la vasta literatura del monje trapense Thomas Merton. Pero no estaba conforme, necesitaba ahondar en su investigación. Tanto acopio de conocimientos y faltaba una pieza clave que redondeara esa búsqueda del método conductor a los más elevados niveles del discernimiento metafísico. Se dirigió a la Biblioteca Nacional de Buenos Aires para rever los textos del Dr. Daisetz T. Suzuki, un maestro de la revolución espiritual del siglo XX. A esa hora temprana, el lugar estaba poco concurrido y, pasando delante de la empleada, fue directo hacia el sector “Filosofía”. Comenzó a mirar los lomos de aquellos que se encontraban a la altura de sus ojos. Muchos ya los conocía. Sabía cuáles tenían anotaciones en sus márgenes y a cuáles les faltaban algunas hojas. Lentamente, llegó al final de la larga hilera de libros y giró por el pasillo transversal. Allí ya no llegaba la luz de los ventanales del edificio sino que los títulos se desdibujaban bajo la tonalidad amarillenta de los artefactos eléctricos. Continuó dando vueltas y vueltas, internándose cada vez más en ese laberinto de expedientes teológicos. Estaba seguro de que en alguna parte encontraría lo que 45
buscaba, algo superior a las enseñanzas del Dr. Suzuki. Bajó a los pisos inferiores donde la falta de ventilación enrarecía el aire y el polvo se acumulaba sobre las estanterías. Notó que las ediciones presentaban etiquetas ilegibles y encuadernaciones de cuero ajado ó directamente, carecían de tapas. Sí, ya había recorrido en otra oportunidad esa sección. Debía inspeccionar más allá de la altura de sus ojos. En el último subsuelo se topó con una escalera de rieles. Con esfuerzo la hizo rodar hacia el foco central. Subió diez peldaños hasta casi rozar con su cabeza el techo y con la punta de los dedos descorrió las telarañas en forma de túneles arquitectónicos. Descubrió cuatro libros que estaban puestos horizontalmente, uno encima del otro. Inclinó la cabeza para leer las letras doradas que parecían absorber la escasa luz reinante. Entre dientes pronunció: “ne – cro – no – mi – cón” y el corazón se le aceleró como un buitre a la vista de su presa. Con mano temblorosa tomó el tomo IV y sopló el polvo que velaba la tapa. Leyó “Libro del Destino” y al pie, Abdul Al – Hazred. Impaciente, lo abrió en la página 33: en letras góticas y bajo el título “Almas atrapadas” estaba escrita una larga lista de fechas y nombres. Mientras pasaba las hojas comenzó a sentir cómo una brisa cálida lo envolvía y se arremolinaba cada vez más alrededor de su cuerpo, sofocándolo. Sus pies se elevaron de la escalera y un reguero de letras, semejante a una cuerda de eslabones de 46
acero, lo jaló con fuerza hacia un agujero candente abierto en el techo. Las hojas del libro avanzaron con rapidez y, antes de soltarlo, vio su nombre escrito al final de la lista. La fecha inmediata anterior era 1937 junto a los datos de su autor preferido: Howard Phillips Lovecraft. A las 20 hs, la empleada accionó el botón del tablero eléctrico y la biblioteca subsistió, como todas las noches, en mortal soledad.
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Herencia La aguja de bordar Hace dos días que no trabajo y eso que antes apenas descansaba algunas horas. Y bueno, no es mi culpa si te estoy tironeando. ¡Un momentito! No me levantés la voz. El problema es del hilo de bordar. ¡Y qué se yo! Estaba siguiendo la raya negra y de golpe perdí el rumbo. Sí, me tiene agarrada pero suavemente. No tengo calor, no, más bien me enfrié. Esta quietud me exaspera, es el colmo del aburrimiento. Quiero volver con mis hermanas, me deben estar extrañando, sobre todo la más pequeña porque las demás la comprimen. Y claro, somos tantas en ese tubito de plástico… ¡No me lo repitas, me tenés cansada con tus reproches! Dejame tranquila y por un rato no me dirijas la palabra por favor. El bordado ¡Ufa! ¡Aguja gordinflona, envidiosa! Mientras yo voy a quedar hecha una belleza, vos vas a volver al encierro. Yo también estoy cansado. Ya es tiempo de que me liberen del corsé del bastidor. Che, en donde vos estás tirando ya hay 48
un agujerito. Sí, a vos te hablo, no te hagás el sordo, serás de seda pero me estás ahorcando. Dale, movete. ¿No ves que falta poco para terminar? Está oscureciendo otra vez y sin luz, sabemos que la tarea no se realiza. ¿Alguien puede decirme lo que sucede? El hilo de bordar ¡Qué mal educados son ustedes! Se nota que les falta roce. A mi me fabricaron en la hilandería de Pierre Phillipe Montand. ¡Oh la lá!, con qué suavidad y delicadeza me trataban… ¿Todo para qué? Para que después una mano temblorosa estropee mi brillo o una boca llena de arrugas me babosee ¡Qué asco! Me duelen las fibras de estar tenso, pero no puedo hacer nada si la señora Aguja no colabora y sigue desganada. A mi no me inmiscuyan en sus peleas domésticas. El costurero Oigan, ¿me escuchan allá abajo? Les informo que desde la posición en que estoy sobre la mesa, los veo a los tres perfectamente. Y también a la vieja. Tiene los brazos caídos 49
sobre la falda. No, los tiene cerrados. Parece dormida la pobre. Y sí, algo pálida se la nota y además, le ha salido un poco de sangre de la nariz. No, no te preocupes que no gotea, ya está seca. La pucha, ¡mirá que sos presumido vos, che! La hija ¿Ves Matilda? Este costurero era de tu abuela, están todos los elementos que ella guardaba. Con ellos bordó tu nombre en la sabanita. Lástima que no llegó a conocerte. Sí, es preciosa, tu abuela sabía de costura y me enseñó. Yo terminé el trabajo y creo que sus manos te acariciaron a través de la tela. Ahora la usará el bebé que estás esperando. Es la mejor herencia de mi mamá que guardé durante tanto tiempo para que sus caricias no se perdieran…
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La despedida –Esta noche me caso –dijo sin expresar ninguna emoción. Continuó revolviendo con el índice los cubitos de hielo en la copa de vino. De pie frente a la chimenea, le daba la espalda a propósito, para que le mirara el culo. En el silencio del living, sólo se oía el crepitar de los leños y el tic tac del antiguo reloj de pared. Dejó que el segundero avanzara unos minutos y se dio vuelta despacio. Encontró sus ojos enrojecidos por el reproche mudo. No esperaba respuesta, se conocían demasiado. Luego de tres años de encuentros furtivos sabían que, en cierta forma, llegaría ese momento. Se acercó al diván y acarició lentamente esa piel, que tantos placeres le diera, sin pedir nada a cambio. Sus hormonas se excitaron. La despedida era una espada candente de doble filo: le partía el corazón y a la vez, despertaba su deseo sexual volcánico. Se deslizó entre las mantas, enredó sus piernas sobre el cuerpo solícito e introdujo la lengua en esa boca resignada y eternamente suya.
El vestido de novia mostraba un profundo escote velado por el encaje. Se colocó los guantes de raso hasta los codos. La modista cosía el corsé, mientras hablaba de cosas que 51
para ella no tenían la más mínima importancia. Su mente aún permanecía anclada es esa despedida de soltera tan particular de la mañana. Le pidió a la sirvienta una copa de vino torrontés. –Con hielo, por favor. “La seda del baby doll resbalando por sus muslos. Sus pechos firmes imantados de besos” Ya estaba casi lista. La bocina anunció que había llegado la hora. Empinó la copa hasta el fondo. Sonrió, los cubitos de hielo sobre los pezones eran afrodisíacos. La maquilladora retocó sus mejillas con polvo volátil y le puso una leve capa de brillo labial. Tomó el bouquet de rosas blancas y salió al porche. El chofer aguardaba con la puerta trasera abierta del flamante Ford 35.
Las últimas luces de la tarde se estrangulaban en las cortinas. Así sentía su garganta, con el dolor anudado en el cuello. No había almorzado, rehusaba salir de la ternura de las frazadas que retenían el perfume de ella. La pensó en los brazos del otro y las lágrimas le suplicaron salir. No lo permitió, se había jurado no llorar. Volvería sin atormentarse a su antigua vida solitaria. Bueno, en realidad, le quedaba la compañía de su gato fiel. Desde la cocina le 52
llegó el insistente maullido del animal, pidiendo el tazón de leche acostumbrado. Sabía lo doloroso que era tener una necesidad insatisfecha. Se levantó, recurriendo a todas sus fuerzas, se vistió con el baby doll y desapareció tras la puerta.
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La mancha Tenía la piel tan fina y blanca que creyó que era una geisha. Los labios dibujaban una sonrisa roja desafiante. Parada sobre el escalón del borde de una vidriera, le pareció altísima. Llevaba un tapado negro hasta los pies. –¿Es ella? –preguntó. –Sí –le contestó él. Volvió a su casa y comenzó a separar las pertenencias. Las hijas ayudaban. –¿La llave inglesa de quién es? – De papá. –¿El cuchillo con mango de plata? –Dejalo, era del abuelo. Así fueron clasificados libros, mates, frascos con tuercas y tornillos, pipas y envoltorios de tabaco, algunas piezas de vajilla, los discos, cuadros y también postales, aquellas que señalaban dónde habían sido felices. Por último, su ropa. Cuando él regresó encontró las cajas apiladas en un rincón. Se llevó todo sin una protesta, las hijas no le dijeron nada. Ella, bien entrada la noche, abrió la parte superior del 54
placard y sacó un par de frazadas que estaban en primera línea. Atrás, escondida y hecha un bollo, apareció la camisa con la mancha en el cuello. Recién entonces pudo llorar.
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La señal Tarde de verano en el country. Cerca de la pileta, la mujer sin ropas se embadurna con bronceador. Su piel reluce como licor de avellanas y sus curvas se adhieren a la lona de la reposera. El zumbido del celular espanta un mirlo que picotea el césped planchado. –Hola cariño ¿Todo bien por la oficina? Acá no hay novedades, disfruto del agua y el sol. Bueno, nos vemos el fin de semana. Un besito amor. Detrás de la ligustrina, el hombre semibarbudo espía mientras se masturba. El sol le taladra la cabeza. La visión nublada de esa diosa con pezones chocolate lo excita tanto que apura el trámite. Pero no le resulta fácil, el vino tiene sus consecuencias. Con la garganta reseca, se muerde la boca para que no se le escapen los jadeos. La mano va y viene en rápidos movimientos hasta que, al fin, echa fuera ese líquido que le amotina las venas. A la mañana siguiente, la rubia bronceada sale al parque con la taza de café. Sobre las cerámicas del piso ve un montículo de pinocha firme. Se agacha y lo toca con la punta del dedo. Está duro como si el pino viejo hubiera sudado resina post mortem. Quizás un pájaro esté haciendo nido. Busca en el zócalo algún rastro de hormigas. Todo 56
está limpio. Pasea la mirada por los arbustos y se detiene en la copa cargada de piñas del vecino. No ha sido una noche de viento, además la montañita tiene una cierta estructura. Pensativa, se toma el café. Ya se lo comentará al gordo cuando llegue el sábado. Hace tres días que encuentra la misma señal. Alguien está haciendo un trabajo de magia negra. “Me tendrán envidia en el barrio porque, a mis cincuenta, parezco una piba de veinte”. Otra vez barrer y amontonar la pinocha en bloque para que el gordo investigue. Esta tarde vendrá y resolverá el misterio. Ni una nube en el cielo vidriado, ideal para sus baños de sol rejuvenecedores. Por la ventana superior, el hombre apenas se asoma. El pino le tapa la visión de la pileta. Sabe que tendrá que bajar después de la hora del almuerzo. La pieza es un desorden. En un rincón, hace días que las cajas de pizzas perdieron el equilibrio. Sobre la mesa de luz se apretujan vasos sucios y botellas de alcohol a medio terminar. Desde que se separó y le prestaron el chalet, no sale de la pieza. Salvo para desahogarse junto a la ligustrina. Se recuesta en la cama revuelta con el vaso de whisky y prende un pucho. El hueco entre las plantas no es muy grande pero alcanza a ver a la pareja. La rubia está tendida de espalda sobre el pasto. La mole de grasa del marido le extiende mimoso el aceite por las nalgas. 57
–¡Putas, son todas putas! –masculla desde su escondite. En la mente se sublevan las caricias negadas de su ex. Sin erección, siente el odio contenido, los ojos inyectados de bronca. Se manosea el miembro marchito. El alcohol le burbujea en la sangre y trastabilla. Da con todo el peso de su cuerpo sobre el ligustro y arrastra consigo hojas y ramas. De pronto, ve una sombra traspasar el cerco que le grita: – ¡Mirón de mierda! ¡Qué carajo estás espiando! ¡Ah! ¿Te gusta toquetearte ? ¡Maricón! El puño le da en pleno rostro. Los golpes son un tren a toda marcha en las costillas, en el estómago. El corazón acusa el knock out. –¿Quién sos, pedazo de boludo? ¡Te voy a hacer comer el muñeco! ¡Hablá o te mato! Dos manos tenazas le aprietan el cuello. Con un hilo de voz responde: – El…junta…pinocha… Y cierra los ojos con la risa burlona que la muerte concede a la mayoría de los estúpidos.
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Morpho Menelaus “Danza en azul” – obra pictórica de Ana Irene Bonaroti
El paquete venía de cierto país tropical del otro lado del océano. El entomólogo se colocó los guantes de algodón y muy despacio levantó la tapa. La mariposa, de un intenso color azul, batió sus alas al percibir la libertad. No vio la punta del largo alfiler.
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Muerte, sirena y sombra Cerró despacio la puerta del chalet. Los gritos de Ligeia se perdieron mientras cruzaba el jardín. Oyó el golpe del objeto contra la madera y el estallido de los cristales. No se dio vuelta. Era necesario responder los interrogantes que desbordaban su cerebro, encontrar una salida en ese futuro hostil que se le venía encima. Caminó hacia la playa distante unos pocos metros, e igual que las hojas marchitas, se sintió escobado por el viento de otoño. A su paso fueron cayendo caricias ajenas, besos prestados, excusas piadosas. Dejó un reguero de amores ficticios, camas vacías, miradas dolientes de espera. Al llegar al mar, el sol le mordió la nuca y la vio: flaca, desafiante, altiva. Se sentaron en la orilla, como si las olas pudiesen lavarles las manchas. Ella rompió el silencio. –Vamos ahora –le dijo cortante. –No estoy seguro. Ligea no se lo merece –contestó pensativo. –¡Ja! ¿Y ahora vas a tenerle consideración? Esa sólo quería hijos y como no se los diste, engendró una obsesión por la limpieza. ¿Hasta cuándo pensás aguantar? Ya van… –Treinta y cinco años. Pero no todos fueron malos. Está 60
enferma y creo que en algo contribuí con mis infidelidades. –¡Vamos! No te echés la culpa si fue la primera en darte la espalda en la cama. Dejala, vení conmigo y que se las arregle sola, que reviente. Te aseguro que a mi lado encontrarás la paz que tanto andás buscando por ahí… Una gaviota planeaba en el horizonte. La siguió con la mirada envidiando su libertad. Hundió los pies hasta que la arena húmeda los tapó y se imaginó así, totalmente cubierto, protegido por la oscuridad y el silencio. Ella se había movido unos centímetros a su costado y de reojo, espió su perfil. Muy ancha la frente y demasiada nariz para su gusto. Además, el sol empezaba a esconderse detrás de la hilera de edificios, alargándole el cuello extremadamente. Se levantó, ella también. Fue a lavarse en el agua fría y ella no tuvo reparo en meterse hasta la cintura. Le hacía señas para que la siguiera, lo llamaba por su nombre con tanta dulzura que estuvo tentado en acompañarla. Permaneció hipnotizado sin darse cuenta del tiempo y el último rayo de luz abandonó la playa. Entonces, ella desapareció por completo debajo de las olas. El viento había amainado y el cielo era un espejo naranja. Mientras se ponía el calzado pensó en volver a hablar con Ligeia. Tal vez ya no estuviera tan enojada. Cruzó la 61
costanera vacía y, antes de llegar a destino, sintió la urgencia de pisar cada montoncito de hojas desparramadas sobre la vereda, como si de esta forma venciera desgarros, angustias, indiferencias. El llanto se unió a los crujidos de su alma y, al fin, recobró la serenidad ante la puerta de su casa. En el jardín no había un solo vidrio. Desde la cocina le llegó el aroma reconfortante del café maduro.
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No abandonar los sueños
(A Mónica)
Miguel caminaba por Playa Varese, era septiembre y la tarde estaba en calma. Se sentó en uno de los bancos de cemento a observar cómo dos jóvenes hacían ejercicio en los aparatos de la Estación Pública Saludable. Él hubiese querido imitarlos, recién cumplía los cuarenta y siempre había deseado realizar alguna hazaña deportiva, especialmente escalar el Aconcagua, el cerro que lo viera nacer allá en Uspallata. Pero la vida lo había llevado a recibirse de médico a los veinticinco años y ejercer la pediatría. “Tantos años cuidando la salud de otros, ahora debo ocuparme de mí ¡Qué ironía!” Y acomodó los tubos nasales por donde ingresaba el oxígeno hacia sus pulmones. “Hipertensión Pulmonar Aguda” le diagnosticó Pablo, neumonólogo y colega del Hospital Interzonal. “Cambiá esa cara, diez años antes tu posibilidad de vida se reducía como mucho a uno o dos años. Hoy la farmacología está muy avanzada”. Igual sabía que no tenía cura y que el tratamiento era costoso y complicado. La pelota de colores rebotó en la mochila que sostenía entre las piernas. Un nene la persiguió a los tropezones hasta alcanzarla. “Debería haberles dado un nieto a los viejos…” 63
Volvió a la melancolía de la infancia, las trepadas a los árboles para hartarse de ciruelas, las idas al arroyo San Alberto a pescar truchas. Los viejos seguían con la empresa familiar de dulces caseros que les redituaba una ganancia para subsistir. Recordó sus inicios de periodista en la radio del pueblo, las entrevistas a destacados personajes como el folclorista Antonio Tormo con su archiconocido tema “El rancho e’la Cambicha”. Pero en ese entonces la paga era poca e irregular, así que optó por mudar de profesión e inscribirse en la Facultad de Medicina de la ciudad de Mendoza. En un congreso sobre neumotórax infantil, desarrollado en Mar del Plata, conoció a Sandra. Ella era neonatóloga y lo convenció para cambiar la montaña por el mar. A pesar del tiempo que se conocían, nunca construyeron una relación amorosa firme. Más bien era una compañera de salidas, o mejor dicho, un antídoto contra la soledad. Le dolía la zona estomacal donde tenía insertada la aguja para la dosificación de la droga. La bomba con la medicación la llevaba oculta bajo la camisa. Al principio fue todo un tema aprender la manipulación de esos elementos. Una alarma le avisaba cuándo debía reponer el medicamento y otro sonido, cuándo era necesario reemplazar la aguja. Un proceso que realizaba rigurosamente cada quince días hacía cinco largos años. Los tres últimos sin poder ejercer la profesión. Se quedaba sin aire de golpe, le costaba levantar sus pacientitos bebés. Y del sexo ni hablar. ¿Cómo mostrar 64
un cuerpo desnudo enchufado a un aparato? ¿Cómo explicar que para todo necesitaba tomarse su tiempo, que mejor de cucharita que en otra posición? Tanta exigencia asustaba a cualquiera. Más si la perspectiva de vida era un misterio. El celular dejó oír su llanto de niño, le hacían bromas con eso. Atendió, era la presidenta de la Asociación Hipua (Hipertensión Pulmonar Aguda), mamá de un muchacho enfermo. –¿Doctor Miguel Araya? –Sí, Señora Alicia ¿qué necesita? –Mire Dr., habrá un congreso en Brasil y necesitaríamos que Ud. nos represente, es dentro de un mes. Serviría de mucho su testimonio para difundir la eficacia de la medicación que se está probando. Hay que despertar conciencia. Miguel había firmado el consentimiento para que se le inyectara la droga como tratamiento con un laboratorio de Buenos Aires. La droga venía de España y aún no estaba aprobada en la Argentina. Hubo un silencio en la línea, seguramente sus padres se opondrían al viaje creyendo así que ahuyentaban la posibilidad de que él se muriera joven. –Bueno, Señora Alicia, me parece la ocasión perfecta para presentar el libro que estoy escribiendo sobre mi vida y la enfermedad. Lástima que no puedo subirme a un avión… 65
–No se preocupe, ya hemos arreglado para que vaya en micro con escalas. Hasta pronto. Miguel se levantó del banco. Los aparatos de gimnasia se movían solos. Ya estaba oscureciendo. Cuando llegó a su departamento, tomó el manuscrito de la biblioteca y leyó: “No abandonar los sueños” – Vida de un enfermo de Hipertensión Pulmonar Aguda por el Dr. Miguel Araya.
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Rigel Nací a mitad del Siglo XX cambalache, un domingo de primavera. Mi infancia trascurrió en una casona del barrio de Palermo, cuna de locos y de poetas. Mi madre crió cinco hijos, yo fui la cuarta. Mi padre, marino de alma, nos conoció de a poco, cuando su barco fondeaba en nuestro patio. Si bajaba a tierra, cada momento del día era una fiesta. Algunas veces, en las noches calurosas de verano, luego de la cena mi padre anunciaba: ¡Hoy clase de estrellas! Y allí salíamos disparados a buscar mantas y colchonetas para acostarnos sobre las baldosas del patio. Delante de nuestros ojos se presentaba el cielo como un inmenso pizarrón recubierto de blancos puntitos de tiza. Y mi padre señalaba diciendo: “Acá, las Tres Marías; más allá, la Cruz del Sur…” Cierta noche me llamó la atención una estrella pequeñita, separada del resto, que me hacía guiños de luces. Pregunté curiosa: ¿Y esa como se llama? “Rigel”, me contestó papá. ¿Rigel? ¿Rigel? ¡Qué nombre tan bonito para una estrella! pensé. Mi mamá, que era gran inventora de juegos quizás para distraernos y que no advirtiésemos la ausencia de papá, una tarde nos ordenó encerrarnos en las piezas de la planta alta. Obedecimos sin chistar, sabiendo que algo se traía entre manos. Mis dos hermanos mayores a leer revistas, 67
mi hermana y yo, a hacer la tarea escolar y el hermano del medio, sin nadie con quien jugar, protestando como siempre porque dormía solo. Luego de un buen rato, mamá nos llamó desde la planta baja golpeando las tapas de las ollas. Al abrir las puertas, descubrimos en cada picaporte un hilo anudado que se hacía uno al comienzo de la escalera. Seguimos ese rastro que bordeaba la baranda y al llegar al último escalón, el hilo desaparecía por debajo de la puerta de la sala de estar. La sala era un lugar en penumbras con sillones de terciopelo, cuadros de ángeles rosados y una alfombra que mamá no nos dejaba pisar con zapatos. Y el hilo seguía, esta vez entre las puertas corredizas que daban al comedor para los almuerzos del domingo. ¡Ese sí que era nuestro campo de batalla! Allí mis hermanos jugaban al ping–pong en la mesa de cedro, o rebotaban la pelota de cuero en las paredes y mi hermana y yo, hacíamos carreras de triciclos sobre la pista imaginaria de parquet. El hilo nos llevó a la cocina, el reino de mamá, con su olor a pan untado con manteca y amor o a torta de chocolate. El hilo se perdía por debajo de la mesa y tras él fuimos los cinco, golpeándonos un poco las cabezas. La ansiedad nos desbordaba, ¿qué misterio habría al final de tan largo camino? El último picaporte, el de la puerta de hierro del patio, nos estaba esperando. Mi hermano mayor fue el indicado en revelar el secreto: al abrirla, un cachorro de boxer saltó a lamer las diez manos inquietas que pujaban 68
por alzarlo. Entre tanta algarabía se escuchó la voz del hermano del medio: ¿Y qué nombre le pondremos? Miré los ojos brillantes del perro, miré los ojos solitarios de mi hermano y dije: Rigel, llamémoslo Rigel. Y Rigel me acompañó por más de quince años. Él dejó el patio y yo dejé Palermo. Algunas noches en que me siento triste, levanto los ojos para buscar mi estrella como si pudiera rescatar sueños perdidos. Aunque ahora debo estirar mucho el cuello, pero mucho, para descubrirla detrás de tantos rascacielos.
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Rush facial En el baño de su oficina Martín desenchufó la afeitadora y se miró en el espejo. Su rostro mostraba ese tinte rojizo que tanto le disgustaba. “Si pudiera dejarme la barba…” Pero no, el gerente no se lo permitía. Su imagen tenía que ser la de un joven seguro de sí mismo, impecablemente vestido. Abrió el botiquín repleto de cremas cosméticas y eligió una de aloe vera. Se la aplicó con leves palmadas en las mejillas. El rubor, terco, continuaba allí. Resignado, ajustó el nudo de la corbata de seda y se colocó el saco. “¿No sería mejor el traje azul en lugar de este gris que me avejenta?” Se dirigió a su escritorio y llamó por el intercomunicador: –Susana ¿podés venir un segundo? –Enseguida Sr. Echegoyen –le respondió la voz suave de la secretaria. Susana ingresó al despacho haciendo sonar los diez centímetros de taco de sus zapatos negros. Era una mujer madura, delgada y con buenas curvas producto de varias cirugías. Apenas llevaba maquillaje. –¿Qué sucede Martín? –inquirió mientras tomaba asiento en la butaca frente al ventanal. Martín vio como cruzaba sus largas piernas enmarcadas en 70
una brevísima pollera. Sintió una erección e inmediatamente un intenso calor le subió a nivel de la cara. La vergüenza lo obligó a darle la espalda. –No sé qué me pasa, los nervios por el discurso me provocaron dolor de estómago desde que me levanté. ¿Qué traje debería usar hoy? Abrió de par en par las puertas del vestidor donde un ejército de trajes, enfundados en bolsas transparentes, esperaba. –Como siempre Martín, el que llevás puesto. ¿Por qué tantas dudas? Como si fuera la primera vez que te enfrentás a un grupo de empresarios. El discurso lo repasamos varias veces y sabrás convencer a los japoneses de que compren la publicidad. ¿Querés un té para aliviarte? Destrabó sus piernas y, sobre el taconeo de sus zapatos, elevó la voz antes de cerrar la puerta: –Creo que estás abusando de la cama solar. A Martín el corazón le latió desaforadamente. Odiaba su trabajo. No, en realidad odiaba hablar frente a un grupo de personas. Se sentía observado y tenía miedo de lo que pudieran pensar los demás. Para colmo, la reunión se había adelantado y sólo le restaba una media hora miserable antes del cadalso. Volvió a pulsar el botón: –Susana, ¿el aire acondicionado funciona? Estoy sofocado. 71
Nadie respondió, su secretaria estaría en el buffet. Supuso que tardaría algunos minutos más. Se sentó frente a la computadora y cliqueó “Eritrofobia”. Leyó: “Trastorno de la ansiedad que consiste en la aparición brusca y repentina de rubor en la cara frente a situaciones sociales, al grado de producir bloqueos en el desempeño laboral”. Tic, toc, tac. Susana se acercaba. Hizo aparecer el logo de la empresa como fondo de pantalla. La secretaria entró portando una bandeja con la taza de té humeante. Realmente, Martín le despertaba cierta ternura maternal. Ella, demasiado exigente con su porvenir, se había quedado sin traer hijos al mundo. Ningún hombre la había satisfecho. Y eso que había tenido unos cuantos detrás suyo pero los pocos elegidos terminaron siendo un escollo. En su mente apareció el recuerdo de Álvaro, la última conquista seria, cinco años atrás. Diplomático y adinerado, un fiasco en la cama. En el instante de apoyar la bandeja sobre el escritorio, borró la imagen de ese cuerpo entre las sábanas frío como un pescado. –Relajate, disfrutá del té mientras te hago unos masajes. Martín cerró los ojos y se entregó a esas manos suaves que, por arte de magia, le quitaron el saco. “Señores, nuestra empresa lleva treinta años en el rubro publicitario y nuestros productos han recibido varios premios de la Cámara Argentina de Marketing…” 72
Los dedos mágicos hicieron desaparecer la incómoda presión la corbata y los botones de la camisa también se aflojaron. “Ojalá lograran desatar el nudo en mi estómago. ¿Cómo seguía? La experiencia nos indica que debemos tener en cuenta la franja de consumidores que queremos atrapar…” Las manos recorrían ahora la geografía de sus pectorales distendiendo cada músculo. El cabello de Susana le cosquilleaba los hombros. “¿Dónde habría ido a parar la camisa?” Comenzó a experimentar un intenso deseo de desaparecer, como cada vez que debía enfrentar una situación donde era protagonista. “Es necesario que la publicidad resalte la libertad de elección de la mujer en la conquista de sus derechos sexuales por el uso del producto, al estilo Marilyn Monroe, quien sólo necesitaba una gota de perfume para estar vestida…” El cinturón dejó de presionarle la zona abdominal. El nudo se estaba deshaciendo. –¿Me tenés miedo?– le susurró alguien en el oído. Movió la cabeza negativamente. Mentira, estaba aterrado, el sudor le caía desde la frente. La cara era una caldera, estaba seguro de que si abría la boca le saldrían lenguas de fuego. –¿Cómo se le ocurre una idea tan estúpida Echegoyen? ¡Emular a la competencia! – le gritaron en el otro oído. 73
Estaba paralizado, sus puños apretaban al máximo el estrés, la ansiedad, la angustia, la maldita vida. La erección primaria pasó a ser una formidable dureza entre sus piernas. –Eh… yo no quise… no era mi intención –no sabía qué responder. Dentro de un túnel oscuro sentía la presencia de millones de sombras que lo juzgaban. La pantalla de la computadora se encendió en un rincón de su memoria y leyó: “Dr. José Manuel Castro Navarro, especialista en fobias sociales”. De golpe, se apagó en una raya horizontal esfumándose en un punto. –¡Susana, elevá el aire acondicionado de mierda! Su voz retumbó reverberando ecos en cámara lenta. Sentía que, contra su voluntad, en cualquier momento eyacularía un río de lava buscando el orificio de salida, quemándole las entrañas, ametrallando inútilmente las sombras grotescas. Y no aguantó más. Lanzó un alarido, se estremeció en convulsiones, en un llanto de fuego, babeando espuma. Su corazón loco rodaba por el piso inyectado en sangre hirviendo… Todo su cuerpo se incendiaba y con él, el túnel, el vestidor, el salón con los empresarios, Marilyn Monroe y los zapatos de Susana. Despertó empapado, tirado entre el inodoro y el lavabo. Se incorporó como pudo, trastabilló, se tomó del toallero 74
y se vio en el espejo con la nariz sangrante y el pantalón gris manchado. Se arrancó la ropa y la arrojó al cesto de la basura. Tomó una ducha rápida. Se dirigió al vestidor y se puso una camisa nueva con el traje azul. Volvió al baño y abrió el botiquín. Esta vez eligió la crema de caléndula. Lejos, era la más eficiente.
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Sílaba sagrada En la antigua ciudad portuaria de Porbandar, el trajinar de los mercaderes era intenso. La mujer levantó el cajón de pescado y sintió las contracciones bajo el sari. Atinó a tenderse de espaldas sobre el desecho de redes. Cerró los ojos esperando el llanto. Nada. Solo el habitual bullicio de las transacciones comerciales. Cuando al fin escuchó un suave “oooommmm” se desnudó amorosamente el pecho. Era su pequeña alma grande. Y lo llamaría así, Mahatma.
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Un amor en Berlín Te fuiste sin decir adiós, como una sombra más en la penumbra de la noche. Desapareciste de mi vida dejando un vacío en las tardes de otoño. El Rhin ya no es el mismo, ni el canto de los pájaros ni el perfume de las orquídeas. Te llevaste la risa, el poco español de tu voz dulce, la mirada dócil de unos ojos alemanes. Me quedé con el calor de mis manos tomando tu cintura, mientras la moto se bebía el futuro borracho de esperanzas. Tus cabellos largos enredándose en el viento y el abrazo de la autopista asfixiando mis retinas un segundo antes. Me estrellé contra el silencio y el abandono. El dolor no tiene cura, la ausencia es desconsuelo. Regreso a mi tierra con los deshechos del alma en las valijas.
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Indice Prólogo............................................................................................ 5 Aprendizaje..................................................................................... 7 Avalancha........................................................................................ 8 Best seller......................................................................................... 9 Derrota............................................................................................ 12 Desconsuelo.................................................................................... 13 El que ríe último............................................................................. 15 “Et”.................................................................................................. 20 Familia tipo..................................................................................... 42 Hallazgo........................................................................................... 45 Herencia........................................................................................... 48 La despedida................................................................................... 51 La mancha....................................................................................... 54 La señal ........................................................................................... 56 Morpho Menelaus.......................................................................... 59 Muerte, sirena y sombra................................................................ 60 No abandonar los sueños............................................................. 63 Rigel.................................................................................................. 67 Rush facial...................................................................................... 70 Sílaba sagrada.................................................................................. 76 Un amor en Berlín......................................................................... 77
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