Mar del Plata contame otro verso

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Colecciรณn DELAPALABRA EDITORIAL MARTIN 2007


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Colecciรณn Delapalabra Escritores Marplatenses EDITORIAL MARTIN 2007 3


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Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723 de Propiedad Intelectual. Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio o método, sin autorización previa de los autores.

IMPRESO EN ARGENTINA – 2007 EDITORIAL MARTIN

ISBN: 987–543–180–5 Se terminó de imprimir en los talleres gráficos de Multicopy sitos en calle Catamarca 3002 de la ciudad de Mar del Plata, en septiembre de 2007

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A MANO CERRADA

El turquito no sabe. No entiende. El turquito ni siquiera está pidiendo una explicación. Solo siente que nunca más podrá ser el mejor, el negrito puño flemón. Le sangra la ceja, le resbala todo.¡De acuerdo!...¿De acuerdo? Se le estira el cuero. Ni siquiera siente que está harto de este tema de las estocadas, de buscar auxilio entre las cuerdas. Ni siquiera puede llevar la voz claramente a su cerebro. Y la izquierda y la derecha. ¡Las manos turquito! ¡Las manos! ¡Las manos! Abajo turco. Dale ¡Dale turco! Está fatigado, no siente las botas, la fuerza lo está traicionando y a puro de golpe, a puro de mosca, indefenso; desnudo de ira, en ese enojo sangriento que lo está bordando de puntilla, y no está vistoso, lo sabe y esa rabia que no sale, que ya no sabe decir y...¡La puta que lo parió! Parece un gallo pesado este cuando le entra en el hígado y la ve, lo vé, ese peso de cuerpo con humores, el chupón y la popular, la lengua metida dentro del agua, de prepo, con desgano y el beso, la otra lengua. ¡Chupá turquito, dale turquito! Y no sabe desviarla, y le viene de abajo el uppercut como una chinche con toda su cría. Y recuerda al Chino estrechando las manos, después al Caruza, al Chivo ¡Choca la cabeza! La mirada fija, golpe de manos ¡Abrí los ojos que te come! ¡Abrí los ojos! ¡Mirame turquito por favor! Mirame. Y la toalla, el barro, la chinela que se descalza en los tacos de la rubia de su rabia, y no te muevas, y los puntos y el rostro. ¡Escupí, dale! Y escupe, traga ¡Guarda con la derecha! Ahí viene, ahí viene, ahí viene macho, dale que es tuya, dale de blanco turquito ¡Lo tenés! ¡La tenés! ¡No bajés las manos! ¡No bajés las manos! ¡Carajo! ¡Andá a guardar tu ropa! Ligero va, superligero. Y sí . Y la recorre de memoria, el cuadrilátero está sordo, y sus ojos ¡Los más terribles! 7


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¡Puñetazo! Y la mira una vez y otra vez y ¡Puñetazo! La siente, dos veces, ¡Tres! ¡Cuatro! Y ¿Dónde estoy? Y el protector se le sale por fin y se le va arriba de un pelado. Respira y ¡Cinco! La bronca, el miedo, y lo ve, la ve y el hígado está dormido, el mentón estrangulado, y no habla y lo va a decir ¡Seis! Y los codos se le burlan, resbalan, roza otra vez el piso, y la costilla, el chirlo, los cachetes de churrasco, se define y la piedra tosca, el animal, el chicharrón y su boca y dale cháchara ¡Izquierdo al abdómen! Qué chichón padre, y al borde mi bonanza y sus cabellos de trono ebrio, el cinturón, la pieza y se desnuda y el tango ¡Dale turquito! ¡Dale, vas por el siete! ¡Siete! Sí, siete vidas y el gato en la lana, el héroe se la banca y la bañera lista, y la toalla vuela, se apaga la lluvia en su esqueleto, la piel, descargas eléctricas y la sangre, los cajones y la lluvia muerta y el abrazo, las cuerdas, el balanceo, la soga, el peso, la medida, los kilos, y la mujer en su pellejo y ¡Abajo! ¡Y otro directo de Izquierda! Y el mentón adelgaza, borracho de levadura y el león, la espalda en el banquito ¡Qué rudo horno viejo! La vaselina y los dedos ¡Carajo! Las venas, el metal frío, la campana y ¡Te amo rubia! Y el valor, la zancada y cintura, cintura y otro golpe, el hilo de semen y la sangre arrojadiza ¡Despacio! Y este toro sin colegio, y el párroco, el cuadrilátero ¡No hagas más fuerza! Y la punzada, el dolor rubia.Terminala viejo ¡Dios, dame la bendición! ¡Una Dios! ¡Dos! Y la resistencia ¡Tres! Ya vuelvo rubia no te me vayas ¡Las manos turquito! La cintura, flujo nasal, el dolor de cabeza, la autoridad y la guardia ¡La guardia turquito! Y el acto, el uso, el abuso, ¡Ahí voy carajo! Y esa parte, la parte adentro, y solo será una sola, una sola zurra y paliza. Y el miedo y la porfía ¡Carajo! ¿Cuánto falta? Vos seguí turquito, vos seguí rubia, dale a la campana, y el público, la injuria, la puteada, las muñecas. Y está tirada, tirado en el charco, y la protesta, colores, y el arrastre, el amarillo y el blanco, el agua ¡Agua! Ocho martillos y la espalda, el llamado ¡Vení turco! El choque de cabeza, la camilla, la chatarra y las pinzas, los gritos, la chispa, el daño, y Dios en la comparsa de los delantales y ¡Nueve! Nueve luces redondas y no dá el porcentaje, cuenta mal y la ciudad con el suero de mi rubia y la carta, aquel modo, que si te me vas rubia ¡Por cristo que no me levanto! Y Dios dejalo reír un poco dice la rubia, pero morir está de moda viejo ¡Qué tipo éste! Este gallo semipesado está de los troncos, del tomate. Ay rubia que mal me siento. Y el turquito no sabe, no entiende que la rubia lo tiene de las manos, entre agujas y la sonda. Y el helado ¿Te acordás rubia? Helado de funda y 8


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promesas, de sábanas, de fin pronóstico, y que se salva y que no dentro de una túnica sin botones y que alguien le robó la cruz y lo señala. Un dedo de derecha a izquierda, y no ve, y no va más. Y lo ve, la ve, y las manos que se le caen ¡Dale turquito! Grita la rubia de su rabia ¡Dale turquito que te llega el diez! ¡Dale la puta que te parió! Y la línea de fiambre, finita con el sonido de plena luna que se consume. Y el aliento, las gasas, el alcohol, lo rojo, lo rojizo del infierno, y hielo abajo, y ya la fiesta. Y lo rompe, suficiente ya. Ya delgado de pan como la rubia de su rabia, y el viejo, y la rabia turco, que no entiende lo negro del blanco, y sus ojos estacionados; la mudez, el principio de todo, sin protector, la saliva, lo último, el número diez. Lo ve, la ve, lo mira, la mira, y el número que falta y te amo dice la rubia y un abrazo, luego un brazo que lo cruza de derecha a izquierda, luego el otro y una acaricia que no pega y que baja por unos párpados que se perdieron para siempre en la memoria del turquito. Chau turquito. LUIS ESCOBAR*

* Integra el grupo De La Palabra coordinado por Marcela Predieri Publicó: Escaleras de Pájaros en el Mar y Espejos Descalzos Libros Inéditos: Después de los Pájaros, El Desierto de los Caballos Grises y Arlequín Negro Participó en las siguientes antologías: Mar del Plata Bardo, Poemas de la Palabra y Antyloghía. Luislupreste@yahoo.com.ar 9


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BUSCANDO UN TEMA Guido Fontana tenía que entregar el material literario antes de fin de mes. Faltaban sólo diez días para que se cumpliera el plazo fijado. Ya había tomado seis tazas de café, abierto y cerrado todos los cajones buscando ¿qué? Ideas. Salió a la calle. Miró a los que pasaban e imaginó sus historias particulares. Volvió decepcionado a la casa y revisó lo ya escrito. No econtró nada que lo motivara. Se dio una ducha. El jabón estaba deformado. Lo comparó con algunas almas. ¿Podría arrancar con un cuento desde esa imagen? Pensó en gente despreciable con el alma deformada como el jabón. Desfilaron por su mente abusadores de menores, asesinos, violadores... Tema trillado. Le ardían los ojos. Le había entrado champú. Lagrimeó. La imagen del jabón era una idea fija incrustada en su mente. Viernes 17 horas. Salió a caminar por la calle Rivadavia. Cada vez le quedaba menos tiempo. Le había asegurado a Goñi que tenía todo terminado y que estaba haciendo las últimas correcciones. Esas mentiras hacían que se sintiera como una mosca tratando de caminar sobre una telaraña. Se encontró en la puerta de la Iglesia Don Bosco y entró. Allí habían bautizado a sus sobrinos. Miró a su alrededor. Las imágenes, los bancos, la pila de agua bendita, hasta que su mirada frenó de gole en los confesionarios. Una sonrisa esculpió su cara descolgando tensiones. Salió casi corriendo y volvió al día siguiente. La iglesia estaba casi desierta, salvo dos muchachas qeu arreglaban las flores del altar. Seguro habría un casamiento. Caminó unos pasos y se hincó en un confesionario. Al rato una de las jóvenes se le acercó. –El Padre empieza a confesar a las cinco. –Gracias, lo espero acá mientras medito. –Como quiera. La joven siguió con su tarea. Guido se sentó en el banco más cercano a ese estuche que guardaba miserias humanas. Con movimiento casi imperceptible se ajustó el audífono y totalmente relajado esperó la llegaad del sacerdote y de los fieles. Escuchó infidelidades, estafas, droga, sexo, todas comunes y sin sorpresas. El domingo repitió el "trabajo". Tampoco rescató nada que 10


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le pudiera ser útil. Recién el lunes obtuvo lo que ansiaba. Algo que le podía servir y mucho: la confesión de un crimen. Se ajustó el receptor en el oído tratando de no perder ninguna palabra, rescatando las más valiosas para su interés. –Yo no puedo absolverte si antes no te entregas, confiesas tu crimen y devuelves lo robado. –Padre, no me pida eso. Tal vez más adelante...Pero ahora no. Mi mujer está por parir. Entiéndame, no puedo. –Tú mismo me has dicho que mataste con fines de robo. –No, no. Yo no lo quise matar. Sólo quería robarle el dinero. Sabía que se lo habían entregado en un maletín. Luchamos y le tiré. Sólo para que se asustara. –Pero lo mataste. –Sí, pero sin intención. Estoy arrepentido. –Debes entregarte cuanto atnes y devolver el dinero robado. Entonces podré absolverte si tu arrepentimiento es sincero. En cuanto el hombre salió de la iglesia, Guido lo siguió y constató dónde vivía. Los datos de filiación no fue difícil conseguirlos. Se sintió afortunado. El hombre tenía teléfono. –Sé quién sos. Tenés que darme cien mil pesos o te denuncio –Hola, hola ¿quién habla? ¿Quién sos? –Andá al cruce de Juan B. Justo y Chile esta noche a las 12 en punto con el dinero en una bolsa y lo dejás allí. –Y cómo sñe que cuando tengas la plata no me vas a denunciar –Tengo códigos de honor...– y cortó. Nadie lo había visto. Nadie sabía lo ocurrido. Sólo el cura, su confesor desde hacía años. Siempre lo había ayudado con sus consejos, pero evidentemente en esta oportunidad le había fallado. Sintió que la piel se le achicaba y le oprimía todo el cuerpo impidiéndole reflexionar y aún respirar. Su desesperación iba en aumento. Crecía, crecía cada vez más, igual que su indignación por le proceder del cura en quien había confiado. Iría a la iglesia para enfrentarlo. –Padre, quiero hablar con usted. Ya sabe por qué es. Mi homicidio. –Espero hijo, que hayas cumplido con lo que te pedí. 11


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–Yo siempre creí en el secreto de la confesión, pero usted lo violó. Es un hipócrita. Aunque disfrace la voz por teléfono, sé que es usted quien me llama para extorsionarme. Pare con esto o la va a pasar mal. –Estás totalmente confundido. No sé de qué extorsión me hablas. Jamás quebré ni quebraré mi juramento sobre la confesión. Pongo a Dios por testigo. –No mienta más, no sea cínico y ande con cuidado. Usted podrá denunciarme a mí, pero yo lo voy a hacer ante el obispo. Si yo pierdo, usted no lo va a pasar mejor. Se lo juro. Y yo cumplo mis juramentos. Esta misma noche Esteban Morales recibió otro llamado telefónico. Te dije que fueras anoche con la plata. Te doy 48 horas, sino hago la denuncia por robo y homicidio. Es la última llamada que te hago. Llevá la plata o vas en cana. Evidentemente la amenaza con denunciarlo al obispo no había resultado. No le quedaba otro remedio más que taponarle la boca para siempre. Al diablo con los principios. Tenía la solución para él y para su familia ¿No había coimas y estafas en las altas esferas? Y nadie estaba condenado. Además él no había querido matar a nadie. Fueron las circunstancias que lo obligaron a hacerlo. Había pedido una entrevista urgente con el obispo y esa misma tarde se presentó. –Monseñor, tengo un grave problema y quisiera consultarlo con usted. –Soy todo oídos, aunque me extraña que su visita sea por ese motivo. Usted es de los pocos sacerdotes que no me presentan problemas para resolver ¿Qué es lo que lo tiene tan preocupado? Luego de una hora de conversación, salió el padre Juan Loyarte de obispado con las palabras del obispo repicando en su oído, aunque sin comprender los hechos, pero con la esperanza de solución. Así se lo había asegurado su superior cuando le dijo: "Vaya tranquilo, hoy mismo queda solucionada su situación". La iglesia permanecía casi desierta hasta la misa vespertina. Fue hasta el confesionario donde siempre atendía el padre Loyarte. –Se lo advertí, le dije que no me llamara más. Le tendría que dar vergüenza llevar esos hábitos. Descargó el revolver a través de la mirilla y se fue rápidamente 12


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a su casa. Se sentó en un sofá con una copa de cognac en la mano. La decisión tomada lo había tranquilizado, sintiéndose relajado. Eran las 23 horas cuando el timbre del teléfono lo sobresaltó. –Es la última llamada que te hago. Llevá la plata esta noche o mañana vas en cana. Hilos de hielo bajaron por su espalda. Su cerebro descargaba conjeturas. El cura tenía un cómplice y este aprovechaba para quedarse con todo. Había matado al extorsionador principal pero estaba cercado. Durante las pericias policiales efectuadas en la iglesia, encontraron un transmisor debajo de una moldura del confesionario. A la misma hora en que el obispo de Santiago del Estero recibía al padre Juan Loyarte para designarle su nuevo destino, enterraban en Mar del Plata al teniente cura Carlos Flores. Una semana después le renovaron el contrato con la editorial. En su cabeza daba vueltas la imagen del jabón deformado.

EDITH RUZ DE COLOMBO*

*Cuentista y poeta radicada en Mar del Plata desde hace años. Lleva editados varios libros de cuentos y uno de poesía. 13


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Un muchacho prolijo y ordenado

Juan es un muchacho prolijo y ordenado. Juan trabaja en el banco. Está de novio con Elsita; una chica seria, muy de su casa, ahorrativa y trabajadora. Los domingos Juan espera el 553 en Juan B. Justo, se baja en la costa y camina dos cuadras, Elsita ya lo está esperando y se van juntos a misa. Cuando vuelven, almuerzan con los padres de ella y Juan alaba los ravioles que hace la señora. Están esperando que a Juan lo nombren cajero para casarse y formar una linda familia. Un lunes, a fin de mes, a Juan lo llama el tesorero. Cuando Juan sale de la oficina, diez minutos más tarde, está desnudo y solo, su trabajo terminó. –Hemos decidido prescindir de sus servicios. La frase martillea su cabeza cuando se despide de sus ex compañeros. Elsita se entera, incrédula y preocupada. Detrás del modular, el padre de Elsita mueve la cabeza. Cuando Juan se va, la madre de Elsita dice, por primera vez –Te lo dije. Juan reparte curriculums agrandados y algo mentirosos, con destino de papelera y escala en cajones oscuros. Juan se olvida de buscar y estira la mano. La indemnización no duró nada. Juan pierde a Elsita y recupera la mitad de los ahorros que, al final, no eran tantos como pensaba. En el fondo del pozo que se lo traga de a poco, empieza a titilar, sin brillo, una luz: un primo, que vive en Salta, puede conseguirle trabajo en un banco de allá. Pero hay un viaje que tiene que pagar y necesita ropa y zapatos sin agujeros. Revisa la lista de amigos y parientes a los que aún puede acudir, pero ya les pidió a todos y uno de los tíos, no abrió la puerta la última vez que fue a la casa. Y estaba, porque se oía 14


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música de tango y el tío es el único en la casa que escucha eso. ¿Y la tía Teresa? Es una mujer muy rara. Pero tiene plata. Claro que no la ve desde el velorio del marido. Pero si le habla, si logra que lo entienda, por ahí, lo ayuda. La tía Teresa no quiere saber nada con los bancos, tiene una lata llena de billetes que guarda en el ropero. Por lo menos así se lo contó su mamá; decía que se mareó de ver tantos dólares. Claro que es muy tacaña, pero bueno, a el siempre lo trató bien. Desde el puerto a La Perla hay un buen tirón para caminar, así que se apura para no llegar de noche. La casa resalta, incongruente, molesta, entre dos edificios. Mäs sucia que vieja, con los postigos de persiana cerrados. La doble cancel, opaca, con los zócalos podridos, hace rato que perdió la aldaba de bronce, la reemplaza un timbre de plástico marrón con la perilla rota. Juan golpea varias veces. –Vieja sorda y la re… En medio de un concierto de ladridos escucha los chancletazos que preceden a los rezongos, seguidos por el ruido de cerrojos y cerraduras. La puerta se abre; aparece una mujerona de pelo increíblemente sucio. Restos de pintura en las arrugas de la cara abotagada. Se tapa con un antiguo batón de percal, desteñido y lleno de manchas, las medias arrolladas sobre las rodillas y chancletas que dejan ver la punta de los dedos. Se apoya en un bastón, reparado en el medio con unas vueltas de alambre y la empuñadura envuelta en trapos. Lo mira por un momento. Detrás de ella, tres perros ladran y gruñen. El olor: una mezcla de sudor, orines, lavandina, perfume barato y perros sucios, casi lo hace retroceder. –Hola tía ¿Cómo andás che? Trata, infructuosamente, de aparentar simpatía y gusto, pero no le sale –¡Ja! ¿Te acordaste de tu tía? ¿O viniste a ver si ya podías empezar la sucesión? La dentadura baila en la boca arrugada. La voz es rasposa, tan chirriante como la puerta. Juan, conteniendo el asco, le acerca un beso que termina en el aire. Entra evitando las meadas y las tortas de los perros que adornan el pasillo –Lindos perritos. 15


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Esquiva por muy poco la dentellada a los tobillos del más chico –Cuidado con ese que es traicionero el guacho– Le advierte la vieja. Hay un remedo de charla. Ella pone sobre el fuego una pava de hierro muy negra. Juan trata de llevar la cosa hacia el préstamo que le quiere pedir. Menciona al primo que está en Salta y le cuenta la historia que preparó para la ocasión. Acepta el mate, se contiene para no limpiar la bombilla que ostenta restos de pintura de labios. Después de muchos rodeos llega al punto –…y yo pensé que vos, a lo mejor… Se detiene, ya ve la negativa en la cara. –¡Ja! Con razón te acordaste de tu tía ¡Necesitas plata! Te hubieras ido a la mierda sin un mísero chau. Pero te quedaste de a pie y se te pasó por la cabeza que, arrastrándote un poco, esta vieja pelotuda te iba a dar lo que no te sabés ganar laburando. –Pero tía ¿Qué decís? Yo te… –Pará pendejo infeliz, si querés guita, andá a pedir limosna a la catedral. Yo soy vieja, no tarada. La mujer es lapidaria, con cada frase le escupe saliva y desprecio –Toda tu cría es igual, lo único que les interesa es la guita que me quieren sacar ¡Unos inútiles de mierda son! Tu tío, paz descanse, me lo decía siempre: cuidate de esa manga de turros, me decía, en cuanto les des un metro te van a dejar en bolas, me decía. –Pero no tía, vos… –Dejame de joder nene y metételo bien en la cabeza ¡De mí no vas a sacar ni cinco centavos partidos por la mitad! ¡Y rajá de una buena vez! ¡Caradura de mierda! Juan no la escucha, el trabajo, la estabilidad, el respeto de los demás, al alcance de su mano y esa mujer que no entiende. Juan no grita, ni insulta. Juan no odia cuando se para y la golpea con la pava, tan grande y pesada que no sabe cómo puede levantarla y revolearla. Se quema el brazo y la mano con el agua caliente. A pesar del dolor sigue el impulso y le acierta justo entre los ojos muy abiertos por el miedo. El perrito de mala fama intenta morderlo, pero una feroz patada lo manda, llorando, al patio. Los otros dos se acercan al cuerpo caído, olfateando y gimiendo. Uno lame la sangre que comienza a manar del gran tajo en la frente. 16


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Juan se queda mirando, muy quieto, sin registrar el dolor, con la pava aún aferrada en la mano que se quemó, y el mate en la otra. Reacciona, tira todo sobre la mesa y corre al dormitorio. Abre las puertas del antiguo ropero y revisa los montones de ropa desordenada y sucia. Saca a tirones los cajones y vuelca el contenido sobre la cama. Hace lo mismo con la cómoda. Juan no encuentra nada. Temblando de rabia, sollozando y sorbiéndose los mocos, ve, en el espejo que cubre una de las puertas del ropero, a un tipo desgreñado, la camisa afuera, los ojos enrojecidos, con lágrimas que no contiene. Le cuesta trabajo respirar. Lentamente la cabeza se le llena de dolor. Loco de rabia y frustración, aferra el costado del mueble y lo tira sobre la cama. Y es ahí cuando ve la mítica caja, que alguna vez contuvo yerba. La levanta temblando, sin atreverse a abrirla. Vuelve a la cocina. Dos de los perros, relamiendo la sangre de la cabeza rota, lo miran sentados junto al cuerpo. El otro, a prudencial distancia, ladra y gruñe. Vuelca el contenido de la caja sobre el mantel de hule ¡Dólares! Casi todos de cien. Calcula más de diez mil. Cuando termina de contarlos, son quince mil setecientos veinte. Y seguro no es todo. Vuelve al dormitorio. En una de las mesas de luz encuentra trescientos pesos y dos mil más, nuevitos y crujientes, en una vieja cartera que antes pasó por alto. Deja de revolver, ahora solo piensa como terminar con esto. Con esta nueva condición que no se atreve a definir. Que es definitiva.– Recorre todos los ambientes que revisó antes para asegurarse que no quede nada suyo. Acomoda lo que desparramó en la búsqueda. Limpia todo lo que tocó. A último momento se acuerda del mate. Después de pasarle el trapo, lo pone, asqueado, cerca de una mano flácida. Revisa la pava y la deja, llena de agua, sobre la hornalla que, en una súbita inspiración, enciende. Mira por última vez el cuerpo derrumbado, flanqueado por los perros. –La están velando ¡Y después todos dicen que no la quieren ni los perros! Se ríe, nervioso, de su propio chiste. Atisba por las rendijas de los postigos y no ve a nadie. Ya está oscuro y la calle desierta le da confianza. Cierra con llave la puerta y se obliga a caminar sin rumbo, despacio y sin mirar atrás. Una cuadra antes de la estación, dobla y se va para Colon. Detiene un taxi y le pide que lo lleve al centro. En la plaza aborda otro 17


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auto y se baja a dos cuadras de su casa. Camina asustado. No se atreve a pedirle a Dios que lo ayude. En el caserón de La Perla, el corpachón de la mujer se mueve un poco. Un lamento provoca ladridos y gruñidos sordos. Luego, un suspiro muy largo, seguido de quietud absoluta. Los perros, reverentes ante la muerte, no se mueven. Al rato, uno comienza a aullar y los demás lo imitan. Esa noche, Juan se duerme cuando ya la claridad empieza a entrar por la ventana y despierta casi enseguida, sacudido por una pesadilla en la que la tía, con la cabeza partida por la mitad, lo mira sonriendo. Temprano a la mañana, se baña, se viste y se va a la Terminal. En un departamento de La Perla, una mujer se queja al marido porque los perros de esa vieja sucia no la dejan dormir en paz. Siempre ladraron pero ahora están insoportables. Todo queda ahí, en el comentario y la puteada correspondiente. Juan tiene el estómago agarrotado y los nervios a la miseria. Las placas rojas no anuncian el drama atroz que espera. Por un momento, hasta piensa en llamar para dar, el mismo, la noticia y terminar de una buena vez. Juan se va tranquilizando con el correr de los días. Para el fin de esa semana viaja a Salta; consigue el trabajo. Pasan veinte días; el portero de uno de los edificios que flanquean la casa vetusta, a pedido de los vecinos, hartos del olor insoportable, hace la denuncia. Los policías, después de romper la puerta, se encuentran con tres perros famélicos, una pava achicharrada y un cadáver que solo puede ser descrito con la jerga oficial: “En avanzado estado de descomposición”, frase que ahorra los humores, los gusanos, la carne desprendida de los huesos y los pedazos mordisqueados. Por fin, la placa roja aparece. Pero no alerta sobre un implacable asesino. Solo señala “El macabro hallazgo”. Como todo está en perfecto orden, y el cadáver boca abajo, el golpe de la frente es achacado a la caída. Hipótesis corroborada cuando uno de los agentes, por el ojo de buey de una vieja lata de galletitas, ve gran cantidad de dólares, más de cien mil, calcula el uniformado. Está casi a la vista en uno de los armarios de la cocina. Atrás de la bañera antigua, con patas en forma de garras, otro policía encuentra treinta mil más. Claro que estos hallazgos no son del dominio público. 18


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Juan vive en Salta, trabaja en el banco. Está de novio con Teresita, una chica seria, muy de su casa, ahorrativa y trabajadora. Los domingos, Juan saca el auto que compró cuando le dieron el trabajo. Bordea el cerro hasta la casa de Teresita, que lo espera en la puerta para ir a misa. Después; comen asado que hace el papá de ella. Juan siempre pide un aplauso para el asador. Están esperando el nombramiento de cajero para casarse y formar una linda familia. OSVALDO PAMPÍN*

*Nací en el pueblo de San Fernando, al norte de Buenos Aires, hace sesenta y cinco años. En 1991 me vine a vivir a Mar del Plata. La mejor decisión de mi vida Siempre me gustó escribir, pero jamás tomé en serio lo que escribía, hasta ahora.– Formé y conduje, hasta Agosto de 2007, el taller literario de Arte en Batán, que funciona en la Unidad Penal 15 y en el que conocí personas magníficas que me enseñaron muchísimo.– Osvaldo Pampín Internet: oopmdq@gmail.com

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En la mente de Descartes

Y gritó: Cogito, ergo sum1  Esa tarde, después de leer lo que él mismo había escrito se estremeció ante la idea de que todo fuera un sueño. Los estudios en la Universidad de Poitiers, la pasión por las matemáticas, la vida errante por Europa y hasta la presencia ausente de una madre. Piezas de un infinito rompecabezas, o en otras palabras, de un fantástico sueño. Examinó de nuevo los escritos para estar seguro. Si cuando soñamos creemos que estamos viviendo algo real, ¿qué diferencia hay entre la etapa de vigilia y el de los sueños? ¿Hay, en realidad, algo que distinga nuestras sensaciones en estado de vigilia de las de los sueños? Cuando reflexiono detenidamente sobre esto, no encuentro ni un sólo criterio para distinguir la vigilia del sueño. De esta forma ¿cómo podemos estar seguros de que toda nuestra vida no es más que un sueño? Extrajo un suspiro del fondo de los pulmones y se levantó de la silla. Caminó con pesadez hacia un ventanal que presumía vanidosamente una vista asombrosa de Ámsterdam. Eran las últimas horas del ocaso y pequeñas luces titilantes iluminaban la ciudad. Las casas de estilo renacentista, de cálidos, formas simétricas y fachadas limpias, reflejadas en el río Amstel, se transformaban en manchas grotescas. Esto le recordó a Platón, que decía que las sensaciones, comparadas a las ideas, eran pálidas copias; puesto que estas últimas eran fuertes y vivaces. Sus pensamientos se disiparon cuando oyó un gruñido. Se dio vuelta y chocó con unos ojos de caño de fusil. Era la ignorancia, ese monstruo que a veces pasaba inadvertido pero siempre permanecía agazapado en la oscuridad. Cerró los ojos con fuerza procurando que la bestia desapareciera y por fortuna lo consiguió. Para distraerse continuó con las meditaciones. Un manto negro envolvía a la ciudad, cuando Descartes pensó una estrategia de juego. Pretendió creer que los sentidos, el cuerpo, la  1

Pienso, luego existo 20


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figura, el movimiento y lugar eran puras quimeras. Dudaría de todo. Pronto su cuerpo fue desvaneciéndose como si alguien tirara de un hilo invisible. El reloj murió a las doce. Su mente, sitiada por el vértigo cruzaba los vastos túneles del tiempo. Era una clase magistral de literatura romana. El profesor leía unos fragmentos de La Eneida y la mayoría de los alumnos observaban al lector con desgano, salvo uno de ellos que lo miraba con una expresión estupefacta. Descartes reconoció a ese muchacho y atravesó la pared del salón. En un segundo plano halló a aquella mujer con un niño en brazos. Estaba exhausta, parecía que lo único que deseaba en la vida era trasmitirle las últimas fuerzas a su hijo. Traspasó sin dificultad una segunda pared y se encontró con un hombre de cabellos oscuros hasta el hombro inclinado sobre un escritorio de cedro. Había abandonado la pluma a un costado, con la mirada hechizada por el aire. Los ojos del sujeto delataban a un hombre taciturno, a un hombre que había visto más de lo que deseaba ver, en fin, a un hombre que anheló toda su vida conseguir un punto de apoyo para mantenerse ajeno de las crueles sacudidas del mundo. Le resultaba imposible concebir el dolor de aquel hombre. Sólo era capaz de calcular la cantidad de lágrimas que había derramado o de medir la longitud de los suspiros que había exhalado el pobre diablo. Abrió los ojos y sintió una molestia familiar en el pecho, el signo de que su cuerpo estaba de regreso. Quería ser como antes, estaba cansado de arrastrar ese cuerpo que hacía unos instantes había observado desde una distancia prudente. Y se preguntó ¿qué diferencia hay entre un cuerpo y otro? Todos desfilan sobre una cuerda floja que separa la vida de la muerte. Marchan sin rumbo, arañados por el tiempo y quemados por el destino. ¿Y qué sucede con las montañas, los ríos, la tierra y los animales? Las montañas se erosionan, los ríos se secan, la tierra se evapora y los animales mueren. ¿Puede algo tan efímero, ser verdadero? Humedeció la pluma en el tintero y escribió: Me he convencido de que no hay nada en el mundo: ni montañas, ni ríos, ni animales, ni tierra, ni cuerpos; pero, ¿me he convencido de que no soy? ¿Es posible que este tan atado al cuerpo y a los sentidos que no pueda ser sin ellos? ¿Acaso hay alguien que me quiere hacer creer esto? , preguntas y más preguntas. Preguntas volando por la habitación, caminando por las paredes, chocando entre sí. Descartes se encontraba en el ojo de una tormenta de dudas del que no había salida. Hasta que encontró la 21


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respuesta que lo salvó. Había caído en la cuenta de que estaba dudando de todo. Y si de algo debía de estar seguro era de que dudaba. Pero si dudo también tengo que estar seguro de que pienso. Soy una sustancia cuya naturaleza consiste en pensar. De esta manera puedo afirmar que pienso, luego existo La habitación estaba en penumbras .Los muebles de estilo formaban tenebrosas sombras en las paredes y el suelo. La llama del candelabro se extinguía con sigilo. Pero la mente de Descartes estaba más iluminada que nunca. Si de algo podía aferrarse en este mundo, como una náufrago a una balsa, era de su primer principio filosófico, y eso significaba sólo el inicio del camino hacia la luz del conocimiento.

CECILIA ACCATTOLI

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Un desarrollo tranquilo Conforme el tiempo pasa, mis nervios se han ido extendiendo. De niño ocupaban solo mi estómago, (lo recuerdo bien) y lo único que los alteraba era no comer. Pero poco a poco se fueron ramificando y al llegar a la adolescencia cubrían todos mis órganos, inclusive el más amplio, el de la piel. Por ejemplo, a los quince años bastaba un poco de frío, o un sonido chirriante para que mis nervios se destemplaran. A los veinte años apenas superaban las fronteras de mi cuerpo, pero hoy, a mis setenta años, todo lo que ocurre en un diámetro de cinco metros a la redonda me saca de quicio. NICOLÁS MONTANELLI

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MIMÉTICA

Sí, así la llamaban los vecinos, Mimética. ¿Por qué? Por su empeño en pasar desapercibida para su esposo, un hombre fornido, de cara rancia y aspecto devastador. Ella se vestía del color de la pared, usaba zapatos del color del piso; recogía su cabello; no utilizaba maquillaje y hasta había adquirido la costumbre de andar con los ojos semicerrados, ya que éstos llamaban la atención por su belleza. En realidad se llamaba Marietta. Era una hermosa italiana que él conquistara en uno de sus viajes de negocios engatusándola con mucho cuidado. Varias veces intentó escapar, él lo impedía y no dejaba de advertirle: “Si te vas, te busco y te mato”. Tenía tanto miedo de su marido que se fue resignando hasta asumir el papel de Mimética. Y así se volvió invisible, o casi… Porque si Alfredo volvía de La Bolsa derrotado, enseguida hallaba excusa para gritar, reprocharle insensateces y hasta golpearla con esas manos como raquetas, dejándola marcada por varios días. ¡Ni qué decir cuando se enteraba de que, otra vez, había llegado la menstruación! Se ponía como loco y la castigaba con más saña que nunca. Ella lo soportaba estoica, decidida a no darle jamás el hijo que pretendía. ¡Otra víctima sobre la cual descargar su furia! Los días se fueron arrastrando hasta acabar un año y otro más. La mujer era invisible para todos, para él aún no. Una noche de negocios poco redituables llegó a la casa como un huracán pronto a devastar. Buscó enfurecido a su pobre víctima, la encontró en la cocina donde el motivo surgió al ver que la cena no estaba lista. Ella corrió a buscar refugio; él la alcanzó primero con sus gritos, luego con sus manos. Mimética cubría su rostro cuando oyó el golpe, al mirar lo halló en el suelo, desmayado. Se sentó tratando de reponerse, de serenar su corazón. Si él no se incorporaba tendría una tregua… Y si estaba muerto... ¿habría acabado su tormento? Y si no es así, pensó ¿Por qué no cubro su cara malvada con… No, sería criminal… Fue hasta el baño, mojó su rostro, deslizó el peine a gatas por su pelo, luego tomó el teléfono. 24


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Alfredo volvió a la casa un tiempo después, medio cuerpo paralítico, las cuerdas vocales inutilizadas y la mirada rebosante de odio. Una enfermera se instaló a su lado; la esposa se lavó las manos. Enterada de que el dinero abundaba se dedicó a recuperar a Marietta. Pintó las paredes de blanco y se vistió de rojo. Como los pisos eran oscuros compró finísimas sandalias claras, de altos tacones. Retornó a su cabello rubio brillante poniéndolo en libertad. Abrió grandes los ojos y los adornó con sombra, delineador y rimmel. Roció su cuerpo, ahora libre de hematomas, con el perfume más contundente que encontró. Se instaló en el cuarto de huéspedes decorado a su antojo. Internet sirvió de aliada para manejar los negocios desde allí, lo hizo con inteligencia y al poco tiempo ya sobrepasaba en varios miles la cifra final de Alfredo. Había recuperado el buen humor, además de la autoestima. Y solo puso sus tacones, en la habitación del enfermo, los domingos. Para estar tranquila, solicitó la atención del doctor Iturbe, el médico más prestigioso de la ciudad, que a partir de ese momento visitaría a su marido varias veces por semana. Los domingos, la enfermera tomaba la mañana libre; era entonces que Marietta se vestía como una “star” y lo iba a ver. A Alfredo se le deformaban aún más las facciones ante semejante cambio; comenzaba a agitar su brazo activo en el vano intento de atacarla, lo que producía en ella un ataque de risa, máxime cuando de su boca salían rugidos selváticos, por supuesto incomprensibles. Por fin Marietta se cansó del juego. En varios meses no regresó, eso enloquecía al enfermo que ni siquiera podía articular ni una pregunta que le permitiera saber de ella. Jadeaba un rato intentándolo hasta que la enfermera decía “¡basta!” y le inyectaba un sedante.

El tiempo se deslizaba plácido y armonioso para la mujer que florecía gozosa, mientras esperaba el día señalado. Y por fin llegó en aquella mañana de domingo… Se dirigió a la habitación de su verdugo que ante lo insólito de la visita y la deslumbrante elegancia de su esposa, la recibió temblando de ira. Plantándose delante de su desconcierto, acarició su vientre henchido con ternura. Alfredo murió esa misma mañana. Por la tarde nacía… Marito Iturbe. AZUCENA OLIVA 25


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CON LOS OJOS NEGADOS

Perdida entre hilos de asfalto. En tinieblas. Esqueleto de trompo confundido como máquina rota. Desierta. Iluminada de locura. Consume palabras en silencio de sirenas. En su pala policromática, es gris obstinado. Confina anhelos en el vientre de la montaña. Desnuda. Habilitando asombros. Sus huesos de hule disipa en el aire.

NORMA B. DOVIZIANO

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ESA TORRE Así como las máscaras añoran gestos, el reflejo de esa torre roja estremecía la pseudo–tranquilidad de mi morada. Las calas que vestían toda su superficie me hacían recordar los tiempos en los que se jugaba a ser mujer. Tiempos fáciles de recordar pero difíciles de repetir. Tomé mi café y observé algo diferente en la pieza. Supuse que el piano había perdido sus notas, pero la puerta entreabierta em hizo ver que se habían ido para siempre. Sentada en la mesa seguí acomodando el puzzle que muy a disgusto me alcanzó el botones. Sin embargo esa torre me seguía inquietando, prepoteando. Cerré las cortinas y me desvestí para enfrentarla. En el hall del Provincial la gran variedad de ojos se buscaban mutuamente. Alcanzó sólo un par de vidas para atravesar esa maraña. Al salir del hotel algo paralizó todo, ante mis sentidos sólo se paseaban ríos y montañas de colores, ¡sí, de colores! A lo lejos, un castillo blanco. Pregunté qué había sido la torre roja. Nadie contestó, nadie entendió. Tomé mis senos y marché. Jamás volví a recoger mis cosas.

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FALTAN LOS BARCOS Es necesario invadir sus secretos las horas de agua que se trepan fértiles de anclas y de arena hasta el nido de la noche las bocas de esos hombres que ofrecen la pleamar y se abrazan a los puertos Sin rastros se pierden los nombres de las mujeres del bar como las estelas tras la rompiente irremediable y sus bocas de rouge arrancadas con el revés de las manos o la memoria Pero ellas saben guardar entre billetes sus salivas bautizan con champagne la pieza que ordenan la pieza que debe de mañana mantener ventanas abiertas mientras las dejan inspeccionar por el sol y cuadrillas de viento descarnan de los techos el jadeo de los clientes No hay en ellas rencor ni caricias Tras haber deshabitado la noche beben café despacio cepillan sus dientes y los cabellos enmarañados porque la pena no es pena mientras entre sus muslos es caliente aun el recuerdo de la paga Tal vez alguna novata llore hasta aprender a refugiarse de las manos y tache el calendario de jueves de su mueca con el estilete de los primeros ojos 28


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Aprenderá –dice la mujer con arrugas en las sienes– el segundo o el cuarto ya no importan y la besará en la boca como una madre Al costado de la cortina la rubia joven se depila una pierna se arranca uno a uno los marineros de esa tarde y es tan bello verla apareada al sol con sus ojos de sueño de mediodía aunque cargue olor a vino un mal recuerdo que dormirá hasta que el sol caiga exhausto detrás del horizonte Entonces arqueará las cejas y recortará sus labios será otra vez yegua ensillada un portaligas rojo o un corsette para su alma quizá dulzura de mentira y de duraznos como de duraznos los ojos y el latir de su cuello ebrio de sábanas Hoy en ella me encuentro a solas para beber su soledad Está calzando anillos en los dedos de los pies y se viste de luto acaso por el miedo

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VAMO Y VAMO Lito entra al Casino, busca una tregua, un alivio, encontrar algo. Lito juega y pierde, juega y pierde, una y otra y otra vez. Lito no se reconoce en los otros jugadores, él se piensa distinto, quizás mejor, apenas cambia un par de frases con algún vecino de mesa. Con la expresión más fría y concentrada que nunca, cada vez más adentro, en plena compulsión e imperturbable, juega y pierde, pierde y sigue jugando. Lito tiene el peso de la culpa de las cuentas impagas, de la mirada de su mujer y la conciencia de que algo no funciona. Se aparta de la mesa, piensa en volver a su casa, mañana tiene que entrar temprano a trabajar en el Banco Industrial, se tantea los bolsillos, toca una ficha. Lito sigue jugando y pierde. Se le hace larga la vuelta a casa y difícil no dar ninguna explicación. Lito a la mañana llega al trabajo, es cajero y tiene bastantes amigos, bromea un poco, saluda a su jefe el Loco Cuman que le encomienda las tareas de siempre, atender una caja aparte, donde van los clientes importantes que dejan bolsitas cerradas con boletas y dinero dentro, luego pasan a retirar los comprobantes del caso. Puede que el contacto con tanto dinero, leer algunas liquidaciones de gastos, el imaginar la vida de gente de mucho nivel, distinta a la suya, fuera el motivo que hiciera de Lito un jugador, es una hipótesis, me inclino por otras fuentes más ligadas al impulso de llenar huecos, a la creencia firme en algo mágico que ahogue la tristeza, a la búsqueda de poder comprar amor, pero esto es otra hipótesis basada en presunciones. Lito no está solo en la tarea .En esa caja, cerca de la gerencia del Banco, está Teresa que fue quien le enseñó ese trabajo .Ella está desde antes en el puesto, conoce a todos los clientes, la relación de cada uno con el gerente, a los jefes. Teresa sabe todo, sabe guardar secretos y tiene a su vez los suyos, algunos los imaginan por supuesto, pero otros 30


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ni siquiera arriman a conocerla a fondo. Tenemos que ir más atrás con Teresa, su vida de mujer independiente, su carácter reservado, su amor clandestino con el gerente Márquez, pintón, canchero, cerebral. El mayor secreto que tiene Teresa no es el departamento que le alquila su amante sino una relación mas profunda que Lito no puede adivinar. Volvamos, la bolilla comenzó a girar para Lito y no lo sabe, esta vez es en su trabajo. Entra Belmonte al Banco, es uno de los clientes importantes, deja una bolsa en la caja de Lito y Teresa. Pide una entrevista con el Gerente y pasa a verlo. Es otro juego, es póquer, los dos miran sus cartas, Márquez la carpeta de Belmonte, los balances que dicen mucho y mienten mas, las declaraciones juradas, los presupuestos,Belmonte tiene que esconder bastante, los empleados en negro, los impuestos colgados. Calla y espera la jugada de Márquez. Cada uno sabe su rol y espera que el otro hable. Empieza Márquez –Bueno, ¿180.000 pide? –Sí y me quedo corto. –Puede ser, va a andar la cosa, lo de acá está bien, a la salida hable con Teresa y arregla el resto. Quedó todo claro, los dos jugadores se saludan y Belmonte encara para la caja, llama a Teresa desde un mostrador. Ella ya había empezado la bolsa de Belmonte, lo mira y dice a Lito. –Seguí vos la bolsa de ese viejo de mierda que no sé qué quiere. La bollilla sigue girando y da un vuelco. Lito toma el dinero y los papeles, cobra un par de impuestos, ve una lista de pedido de cambio y cuenta el dinero, hay un error, en una suma ve claro, 40 en lugar de 400, sobran 360 pesos, levanta la vista, ve a Belmonte hablando con Teresa, está como ofuscado, Lito piensa, sabe que el cliente es desorganizado con la plata. 31


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Lito duda en hacer una apuesta difícil, se le despiertan los demonios. La bolilla gira apenas más lenta y el tiempo se estira. Lito vuelve a contar el dinero y constata el error, Levanta la vista, ve la cara cada vez más seria de Belmonte, como si tuviera una bronca contenida. Teresa le da un papel. Y acá tenemos que develar algo más sobre Teresa, su secreto mejor guardado. Era la titular de una cuenta en otro banco en la que se depositaba el 10% de algunos créditos otorgados por Márquez. Si Belmonte quería el crédito, primero tenía que depositar en el lugar indicado por Teresa. Lito todavía no toma una decisión. Teresa vuelve, Lito pregunta. –¿Qué le pasaba a Belmonte? – Nada a ese viejo hincha pelotas nada le viene bien. Lito la mira y pone la ficha. – Acá hay un problema, fijate vos, sobra esta guita, Teresa calla. Lito se sonríe –Si querés vamo y vamo, así comiéndose las eses le dice. El reloj se frena. Teresa apenas musita. –No sé, hacé lo que quieras.,yo no sé nada, pero nada de esto, así que hacé lo que te parezca. Termina el día, a Lito le queda una duda, pero sigue jugando. Deja el dinero aparte en su cajón y no comunica el sobrante, confía en que la ineptitud de los empleados de Belmonte le permita quedarse con ese dinero. La rueda gira cada vez más lento. Se para, la bolilla queda fija en un número. A la noche Teresa y Márquez hablan de sus cosas. 32


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A la mañana siguiente en la oficina de Cuman, el jefe de Lito, suena el teléfono. Es la secretaria de Márquez. El Gerente quiere hablar con vos y está recaliente.Llega al despacho y Márquez le larga la noticia. –El cajerito ese que me pusiste en la caja VIP, nada menos que en la caja VIP, metió la mano en la lata y lo afanó a Belmonte, me llamás a Sumarios ahora mismo y a este tipo lo quiero afuera.Vos sabés como pienso, los chorros afuera. El Loco Cuman encara para la Caja VIP. Cuando Lito ve la cara del Loco, sabe que había perdido todo .Cuman le dijo casi a los gritos. –Sos un pelotudo, acá uno puede cagar en el medio del salón y no pasa nada, pero sabés perfectamente que nadie se puede quedar con un centavo ajeno. FERNANDO BONATTO*

*Pretendo ser narrador y poeta Platense ,sufrido hincha de Estudiantes Radicado en Mar del Plata desde 1978 en que me trajo el viento Publique mi primer cuento “ La Barranca “ en el año 2006 Se pueden leer mis textos en poesiayramosgeenerales .blogspot.com 33


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La historia se repite pero el caucho no es el mismo Siglos atrás el soldado griego Fidípides corrió los cuarenta y dos kilómetros que separan Maratón de Atenas, alegró al pueblo con la noticia de la victoria y murió (Demasiado esfuerzo, corazón reventó). Ayer, el empresario marplatense Ricardo Vásquez corrió ocho kilómetros por la costa hasta la oficina, alegró a su secretaria con un beso clandestino y murió (Viagra y alcohol, noche anterior). NICOLÁS MONTANELLI

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INVESTIGACIÓN PERIODÍSTICA “EL CASO LÓPEZ FORESSI”

El 6 de abril del ’98, mientras armaba los bártulos para una excursión de pesca del dorado con mis colegas de la sección policiales del diario LA CAPITAL, recibí una llamada del director general, informándome que corrían rumores concretos acerca de la resolución del caso López Foressi y que era urgente que extremara mis contactos para confirmarlos y realizar así una nota de investigación para publicar en la edición del domingo 9 de abril. Con el lógico desencanto por mi paseo postergado y la urgencia de cumplir con mi deber de periodista, me aboqué de inmediato a mi trabajo, sabido es que cuando el deber nos llama nada se antepone a ello. Por motivos que no viene a cuento develar, en su momento, mi investigación no fue publicada. Hoy, que ya estoy jubilado y mis informantes también, puedo relatar lo ocurrido tal cual me fue contado por una fuente anónima cuya presencia en el momento crucial pude confirmar fehacientemente: Ya habían pasado casi seis meses de la dudosa muerte del conocido vecino de nuestra ciudad, el Licenciado Eufrasio López Foressi y recién después de cuatro días de someter a un duro interrogatorio a su viuda, el inspector Badilla, jefe de la Brigada de Investigaciones Especiales, ayudado por la oficial Fernández, lograba arrancarle dos palabras seguidas a la detenida. A decir verdad ya había pronunciado dos palabras: quiero dormir. Pero el sabueso no las había considerado importantes. Era claro que gente como la señora de López Foressi no estaba acostumbrada a los rigores de esa situación y por eso el inspector confiaba en que a la larga terminaría por confesarle todo lo que tenía guardado. Depuesta ya la reticencia a hablar de la interrogada, la confesión duraría toda la noche, interrumpida por los períodos en que el escribiente dormitaba y por los estertores eróticos, que en sueños, el inspector Badilla tenía con la oficial Fernández, de los que se despertaría 35


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de manera algo violenta una y otra vez. Vencida por el insomnio, la interrogada en algún momento deliraría convencida de que el inspector era un reconocido actor de cine para adultos e insistiría en mostrarle el pecho izquierdo para que allí le estampara su autógrafo al grito destemplado de “Badilla, Badilla, vení mostrame la ardilla”, ante lo cual la oficial Fernández, que sonreía cómplice al inspector y le guiñaba el ojo derecho, debió sujetarla con correas a la clásica silla metálica que invariablemente adorna las dependencias de nuestras telúricas comisarías. A continuación expongo en sus partes trascendentes, la declaración de la acusada tomada del expediente que con la carátula de “López Foressi Eufrasio, Muerte Dudosa en ocasión de acto carnal inacabado” (sic), figura en el archivo del Juzgado Nº 3 en lo Penal, de los Tribunales de nuestra jurisdicción. Allí podrá enterarse la ciudadanía de los detalles que precedieron al acto mortal que acabó con la vida de tan distinguido ciudadano. Luego de los prolegómenos acostumbrados en todo documento policial, los cuales obviamente salteo, presento la confesión que develó la incógnita que mantenía perpleja a la ciudad, en copia fiel de lo consignado por los funcionarios actuantes. Entre paréntesis, a modo de aclaración, las acotaciones proporcionadas por mi fuente: La interrogada afirma que: usted verá señor inspector, yo a mi marido, quen paz descanse, hacía tiempo que lo tenía calado. ¡Ahhh! ¡Qué sueño que tengo! Porque el señor era muy respetado, pero yo sabía perfectamente que era un viejo verde que se pasaba el día persiguiendo a las mucamas, peyiscando las nalgas de la cocinera y de cualquier mujer que se le pusiera cerca. Execto yo y todas las que tuviesen más de treinta. ¡Viejo verde degenerado! No le iba a permitir que se metiera con mi Romualdo, mi nieto preferido. Siempre fue un dulce, siempre. Cariñoso y atento con la abuela, no como los demás, los otros nietos que tengo, que solo hablan de fútbol y de poyeras y se acuerdan de mí solo para pedirme algo. Mi Romualdo no, no señor. Siempre fue diferente. Me acompañaba a la iglesia los domingos. Se quedaba hasta la tarde en casa para tomar el té con sus abuelos. Los domingos traía la mochila para hacer las tareas mientras yo miraba el diario, los dos sentados a la mesa grande del comedor. Tan educado que no parecía hijo de mi nuera. No sacó un pelo de la madre ni del abuelo, gracias a Dios. ¿Puedo seguir mañana, inspector? me estoy muriendo de sueño. ¿No? Bueno, si usted me lo pide, sigo. Su papá, 36


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quen paz descanse, no tuvo tiempo para hacerlo un hombre de bien. Por eso me ocupé yo. Le enseñé a rezar, a ceder siempre el paso a las damas, a no proferir nunca un hinsulto y a respetar al personal, a pesar de que el baboso del abuelo se empeñaba en mostrarle cual era punto justo en el que hay que cachetiar la cola de la cocinera. Yo corría desesperada a taparle los ojos al pobre niñooooooooooooooo... (aquí el escribiente sufre un repentino ataque de sueño, situación que se repite varias veces) La interrogada afirma que: el perberso de mi marido, un día de esos en que una se distrae o baja la guardia, qué se yo, se aparece con un libro para mi Romualdo y se lo regala con toda la ceremonia diciéndole: para que lo leas de noche, en la cama, cuando estés solo. Yo no reacioné. ¡Qué ingenua! Quisás porque en las tapas semejaba un manual, no sé. Quisás porque siempre abrigué la esperanzaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa de que mis oraciones fueran escuchadas y por fin hiciera algo sensato por su nieto. Pobre hilusa. No le pedí que me lo mostrara por temor a herir sus sentimientos de abuelo y luego me olvidé del asunt$%&()= )·$.... (el escribiente pierde parcialmente el uso de su dedo meñique izquierdo a causa de que, semidormido, Badilla le apaga su cigarrillo sobre la segunda falange). La interropgada afirma que: lo descubrí un día a Roomy tratando de levantarñe la pollera a lña mucama de ña planta alta, la más jovencita, que además es muda, oobrecita la chica, no tenía como decirñe que np. Y Romi que mide casi dops metros. La ppbre chica temblaba. Aunque ahora que ño pienso no sé si de ña emoción. Todas estas chirusas son igualesñessssssssssssssssssss. Otra vez, lo encontré haciendo ruidos rarops en el balño... (la señora de López Foressi se queda en silencio; de repente reacciona algo desubicada) ¿Dónde estoy? ¿Qué lugar es este? Vení papitp, vení conmigo, besame el pech... ¿porqué me pega, oficial Fernández? (la oficial la ubica rápidamente con un revés de derecha) Discúlpoenme, poor favopr ¿dónde estaba? (el inspector le lee la última frase) Si, se demooraba demasiado. Lños ruidos eran desgarradores. Estuve a punto de llamar al cerrajero pero el babosop no me dejó. Me dijo que yop vivía en una burbuja. Que el oobre chico estaba pperfeto. Pero cuando sañió del baño transpiraba como un pingüino en el Caribe. Y ookía raro, como a rancio, como a la keche cortada. No, si mi ppequeño estaba cambiando y no para bien. Ya no quería ir a misa. Prefería quedarse en casa enserrado en el altiñño con el klibro 37


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que el babosp le regalñó. Estaba ojeropso y páñido. Lla no me habría kla puerta ni me corría ña silla. Solo tenía ojos para ñas caderas de kla mucamita muda. Yo np iba a permitir que mi Romualdo se arruinara así como así. No seññor. Un día ñunes por lla malñana busqué y rebusqué hasta que encontré elñ libro. Estaba bien disimuladpo entre una Biblia y un mizal. ¡Casi me muero cuando lop tuve en mis manops! El infame babopso le había regañado un manualk, ¡si!, un manuak iñustrado para aprender a hacer, ¿cómp se dice? Me muero de vergüenza, bueno, este, ñe enselñaba paso a paso como tocarse ahí, en ese lugar, usted sabe, con fotops y dibujops, todop muy didácticop ¡qué ascpo! Además tenía fpotos de señoritas desnudas ¿Para qué iba a querer mi dulce nietito semejantes despropósito? La interrogada dice que: ¿ya se despertó, suboficial? Bueno, sigo. Casi me muerop. Mi Romualdo con esas ideas. El asquerpso me había dicho que era algo muy bueno para ña enseñanza. Un manuakl de inmundicias. Eso ñe regaló. Pero yo me vengué. Y lñe pagué con lña misma monedaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa (Badilla, desesperado por terminar, toma el mando de la computadora) No le iba a permitir reírse de mí. Una será mujer pero no estúpida. Yo lo maté señor inspector. Yo, la “pobre abuelita”. La que según mi nuera nunca se da cuenta de nada. Me tomé un tiempo para preparar mi plan. Pensé mucho en como hacerlo. Iba a degollarlo pero me pareció un crimen manchar las sábanas de seda con la sangre del viejo vicioso. También pensé en dispararle con el fusil de caza mayor, el que está arriba de la chimenea, pero la verdad, no sé como se usa. Tenía que encontrar una forma no tan obvia ¿no le parece? Charlando con mi amiga, que solo habla de los problemas de su marido para hacer el amor, encontré la solución perfecta. Una muerte por manual. El manual del prospecto médico de las pastillitas azules del viejo verde aventurero. Una vez que supe cómo, no lo dudé un instante. Molí seis pastillas de Viagra, las que nunca usó conmigo, y se las mezclé con el almuerzo. Con el zapallito revuelto con huevos que siempre fue su perdición. Dicho y hecho. El pez por la boca muere y este murió por la gula. Al baboso se le reventó el corazón, como usted ya sabe, mientras fornicaba con la cocinera en la despensa del sótano. El susto que se llevó la pobre. Que se le muera el patrón en pleno acto. Pero, señor inspector, hay algo que le exijo me otorgue como atenuante: el desgraciado murió felizzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz$% %/(&%&/. 38


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Al cabo de un par de horas, el inspector despertó e hizo lo mismo con el resto del grupo que dormía plácidamente. Repuesto del letargo, el inspector Badilla, sabueso ya curtido en estos trances, reconoció que la señora Rosa Magdalena Arzuaga tenía razón. Su admirado profesor de Moral y Buenas Costumbres en la Academia de Policía, el Licenciado Eufrasio López Foressi, había terminado su tiempo entre los vivos realizando una gran obra. Se levantó con presteza de la silla y descolgó el saco del perchero. Admiró su rostro en el espejo de la repartición mientras se peinaba con su Mascardi de bolsillo. Con su mejor sonrisa, después de asegurarse de tener al menos dos unidades de Viagra y con la euforia del deber cumplido, salió hacia su casa a preparar todo para su próxima misión. Esa noche iría a visitarlo la oficial Fernández disfrazada de cocinerita. Nota del Autor: Agradezco la desinteresada colaboración del personal de la Comisaría 10º de nuestra ciudad, quienes a cambio de dos pizzas con jamón y anchoas y el video de la última de Pamela Anderson, gentilmente me cedieron los datos que llevaron a la realización de este trabajo.

GUSTAVO J. ARAUJO*

* Currículum: esporádico ganador de premios y perenne perdedor de sueños, continúa molestando a propios y extraños con el afán insano de reírse de todo y que los demás lo aplaudan. Actualmente su mayor interés (y su mayor desvelo) pasa por no asesinar a su hijo adolescente y que los amigos no lo gasten por la campaña de su querido Huracán. e–mail: gustavojaraujo40@yahoo.com.ar 39


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LA TENTACIÓN DE BERTA A veces me hacés poner como un tomate, y mirá que soy negro ¿eh? Cuando me mirás fuerte, claro, así, con ganas de morderme, cargada de gotitas de sudor. Como ¿qué sudor? El tuyo, porque yo me mantengo helado como si tal cosa. Y no es así; ¿quién puede actuar fríamente si todos ven que te están desvistiendo, pasando el dedo, decapándote como a una cebolla… ¿Y vos? Meta llorar. ¿Por qué no sos como yo? –me dice a veces mi amigo El Perejil. Pero ¡qué va! Él ni se inmuta. Está con los pies siempre frescos en el vaso con agua; atadito y bien arreglado… ¡Viejo pancho! Dios da pan a quien no tiene dientes. A veces pienso que no se debe, pero al toque me pongo rígido cual si fuera una zanahoria. Pero ojo, que no estoy dispuesto a que me rallen. Eso sí que no. Pinchar, obvio, no soy ningún boludo, aunque a la rigidez la haya perdido en algún que otro corte de luz. Te acordás ¿no? Tu lengua como la frutilla para el postre, y yo: manteca derretida. ¡Vaya papelón! (que de esto no se entere mi padre, ¡habrase visto! porque si no ¡otra que un morrón mi cara! Pero zafé, gracias a Dios. Aquí no ha pasado nada. "Piolín en bolsa" sentenciaría el muy salame. Es que la carne tira ¿viste? Sobre todo si nos desvestimos de hipocresía y polietileno. Más color se ve. Más sabor hubiera dicho mi suegra, buena como el pan dulce, ella, pobrecita… Falleció para Navidad, con el pato y las naranjas que, aunque prestaron resistencia, igual las ensartaron. Cómo le retorció el cogote. Qué manera de llorar, las amigas de verdeo... y ¡cuánta salsa esa noche! Y sí, ¡no somos nada! Aunque seamos tantos en el crisper de las frutas. Tan vírgenes ellas, tan escondidito yo. "Tan frígidas todas" las acusa la banana. Rubia sectaria, ¡amarilla hija del Reich! Porque claro, ella ni se acerca. A ver si se contagia o se ennegrece… Tal vez estemos gorditos, no como los asépticos sachets o los yogures light de las clases altas, pero seguro menos estereotipados, con menos procesos de pasteurización y menos cirugías. Y acá estamos, tratando de sobrevivir a los empujones. Entre tanta 40


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rúcula, algunos tremendos pedazos de zapallo y los recién llegados de Bruselas; haciéndonos la Juliana o fricciones a ver si nos vuelve la sangre al cuerpo, a ver si levantamos temperatura de una buena vez al calor de unas manos golosas, y juntos, hervimos en deseo o transpiramos algo más que humedad cuando abren la heladera. ¡Qué sé yo! Sé que me mirás con ganas. Te miro la boca, la lengua… Hacés saliva. Dale, dejame entrarte y aferrarme a tus caderas. Soy el último havannet… y soy de chocolate. No, no. Nada de culpas ni llorar ni vomitar reproches. Haceme mierda si querés, pero jugate. Es la balanza o yo. Y decímelo sin sacarina aunque me duela. Como ¿y después qué? ¿Qué mejor una buena siesta? Si hoy es domingo… MARCELA PREDIERI

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Día de locos Aquella mañana desperté esperando ver en el celular Martes 14/06/06 – 9:00 hs. Me desilusionó saber que ni la cinta roja ni el trébol de cuatro hojas habían servido para correr esa fecha del calendario. Miré por la ventana para comprobar que el mundo aún existía, ya habían pasado nueve horas del martes. Nada nuevo, lo de siempre. Dos colectivos de línea 562 pasaban por la puerta de mi casa, Juan B. Justo y Buenos Aires. Desde el día en que me mudé a Mar del Plata, se me había hecho bastante difícil convivir con ruidos de colectivos, autos, camiones: ruidos de avenida. Sin embargo, nunca perdía la esperanza de comprar una de las tantas mansiones frente al mar. Ninguno de mis amigos jamás creyó que dependiera tanto de lo que ellos llaman cábala. Una vez me dijeron que tenían una sorpresa y con los ojos vendados, me hicieron pasar por debajo de una escalera. Yo era chica, y sí, un poco tonta. La inocencia proporcionada por la edad y por la superstición me dejaba sufrir cualquier tipo de burla. Ya perdí la cuenta de los espejos que se rompieron en mi casa. Los que son como yo estarán pensando cómo sobreviví a tales pesadillas. Y todos los que dicen que estamos locos pensarán cómo reconocerme en la calle para alguna bromita. Ese martes tomé todas las precauciones posibles: al levantarme de la cama pisé con el pie derecho, puse el trébol y la cinta roja en la billetera; en el almuerzo con la familia les pedí a todos que no pasaran la sal de mano en mano, y que, al concluir con la comida, revisaran sus ropas y de deshicieran de todo lo roto. Al salir para el trabajo, caminé tres cuadras de más para no pasar por la casa de Clotilde, la del gato negro. Al cabo de seis cuadras, me crucé con otro. Salí corriendo y en el apuro me choqué a una señora mayor, la ayudé a levantarse y al darme vuelta, una escalera se abría sobre mi cabeza al mismo tiempo que un chico en bicicleta me robaba la cartera. Pensé en la billetera. No, en la plata no: ¡en el trébol y la cinta! Otra corrida me llevó a estar quince minutos tarde en la puerta de la oficina. Así que creyendo que mi jefe comprendería, decidí volver a casa. Al pasar por la vidriería de la esquina, vi caer un espejo en la calle antes de que lo subieran al camión de flete. Crucé sin mirar y me desperté en la Clínica Colón con 42


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una fractura en el brazo. Dicen mis amigos más cuerdos que tuve “suerte”. Apenas un yeso. Yo no lo creo. La hija menor de Clotilde, que se me tiró encima, sólo venía, atolondrada como siempre, a saludarme. Ella tampoco cree que sea cuestión de “suerte”. El saludo, la ambulancia y la fractura nos unieron haciéndonos las locas más supersticiosas de Mardel. SOFÍA OCAMPO

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LA CIMA QUE ESPERABA

De chico, cuando ni imaginaba lo que vendría, al igual que tantos otros de su edad, cual relator radial sabía transmitir la jugada que en simultáneo iba creando en el potrero que sea. “Bertoni para Bochini, Bochini para Bertoni, le devuelve la pared…avanza el Bocha, deja uno, dos, tres hombres en el camino, enfrenta al arquero….Gooooool de Independiente !!!”. Cada tanto, a cada rato, casi siempre lo mismo, y de distinta manera, de todas las maneras. El pibe de Fiorito era fanático de Independiente y del Bocha. Uno de los momentos más felices de su incipiente pubertad fue aquella final contra la Juventus, donde el elenco de Avellaneda se consagró campeón intercontinental en 1973 (justamente con aquel gol de su ídolo, que tan sólo contaba con dieciocho años). Él quería ser Ricardo Bochini, acaso su máximo sueño era llegar a jugar como aquel ruliento muchacho que con su endiablada gambeta conquistó al mundo entero. Pasaron pocos años y la historia eligió los lugares exactos para zigzaguear en varios niveles (1973 fue un año denso en todas las áreas, todos lo vamos viendo). El pibe llegó a primera división, conoció a su ídolo y hasta llegó más lejos. Pero más lejos que nadie, se comenzó a erigir en el mejor de todos los tiempos. Argentinos Juniors, campeón mundial juvenil en Japón, Boca, la selección mayor, España, Italia, todos los caminos lo llevaban a ser el rey de reyes… le faltaba casi nada. El Bocha nunca dejó ni su club ni su país, no tuvieron demasiada trascendencia sus pasos por el seleccionado argentino, se le fue pasando el tiempo sin jugar ningún mundial (por lo menos sí había llegado, su amigo Bertoni). Hacía tan sólo once días que –desde el lugar que siempre anduvo buscando– Borges había vuelto a ver. Y libre de todos aquellos prejuicios, conoció por fin a los magos en el arte de pilotear el infinito con los pies sobre la tierra (en ese momento estaban en México). Ya no se llamaba Borges cuando vio como el pibe de Fiorito doblegó al 44


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sus habitantes no tienen historias ?

equipo de su otrora tan amada Inglaterra. Nadie lo vió, tampoco, festejar como festejó ese evento maravilloso. Es fundamental destacar que pudo ver además, la importancia de algo que sucedió por esos mismos días, previos a la consagración del nuevo rey. Miércoles 25 de Junio de 1986, Estadio Azteca: Argentina 2 Bélgica 0. Los dos goles de aquel que quería ser Bochini. La gloria cada vez más cerca, pero faltaba algo más que cinco minutos… para llegar a la final. Un hombre con camiseta albiceleste hace algunos ejercicios de precalentamiento. Se lo ve mayor de edad, ya casi no tiene cabello. Algunos de sólo verlo ríen, no entienden qué hace ahí (hasta el que fue Borges, que ahora entiende un poco más de todo esto, tampoco entiende nada). El árbitro da la orden, y ese veteranísimo futbolista que el mundo ya no recuerda… ingresa por primera vez en su dilatada carrera al lugar ese, al que por misteriosas razones no había llegado. “ ¡Pase maestro, que lo estábamos esperando! ”, le dijo Diego a Ricardo. Y durante esos pocos minutos fue el hombre más feliz sobre la tierra. No sólo bajó como nadie lo divino a nuestro mundo, sino que unificó (delante de todos), esas dos dimensiones que el que fue Borges ahora sí veía claramente: la realidad y el mundo de los sueños. Le dió dos o tres pases al Bocha, le mostró al planeta quién era su maestro, su inspirador, su ideal a alcanzar. Diego alcanzó a Ricardo sí, y Ricardo dejó pasar a Diego (hacía tiempo le había cedido la antorcha). No obstante, Diego no podía creer que en el momento en que estaba siendo el que siempre quiso ser, aquel mismo vino en persona a acompañarlo… Nada podía ser mejor. Después de todo esto, ya estaba absolutamente listo para llegar a la cima, que también los estaba esperando.

ROLY SALVATIERRA*

*Roly Salvatierra fue sereno, electricista , operador de radio y taxista, actualmente es chofer de larga distancia, y está tratando de escribir… para no olvidar todas las barbaridades que vió y vivió por ahí. Pueden localizarlo en: rolysalvo@hotmail.com 45


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... que esta ciudad es sรณlo playa?

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esta ciudad es solo playa ?

mar de plata

Descansa el día. Se adormece el oleaje cubierto por un manto escamado en plata de rocío lunar. La espuma oculta el callado lenguaje del espacio. Arena y piedra, presencia de los tiempos Días de proyectos, desafíos y redes en tierra de residentes, nativos y turistas. Arena y piedra, raíces de un pueblo Horas de bronceado, salitre y ocio. Noche de arena, metal y luna Luna capaz de transmutar la luz en reflejos de escamas plata y sugerir un nombre.

NANCY E. LUCOTTI

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PAISAJE Derrama el verde en curioso declive sobre su origen, el barranco. Confunde los azules y traza el brazo que en su viaje, alcanza la cualidad de mar. Allá, un poco desteñido moja la línea de horizonte, se detiene y ofrece su esencia sublimada en vuelo. Mientras estoy dormido, apaga la luz y custodia el tesoro salvaje de su mundo

ERNESTA CAMPOS

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VÉRTIGO DE PERTENENCIA

Por meterme en cada recoveco de esta bella ciudad Por el mar por la lujuria del agua, por el brillo del agua y de la luna de siempre Por el olor de la piel del hombre amado Y el color blanco redondeando la mía Por la inextinguible libertad de la lectura Por mis amables incontables rincones Por la longitud horizontal e indómita de Mar del Plata Por ser reina del silencio Por saborear al menos un beso cada día Por el olor y la voz de los hijos Me protejo del insondable Extenuantemente bello Laberíntico Indefectible universo VERÓNICA MONTERROSO

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La mirada de Silvina

Desde ese día, ella siente el llamado de la casa. Quiere que vuelva. Hay una presencia opaca detrás de las cortinas que la sigue cuando pasa por Quintana para ir al centro. La mira desde círculos de vidrio con pestañas de madera. Entonces, atraída por el aire inquieto dobla por Tucumán, mientras se esfuerza en pensar los parques sin el pavimento, sin los cercos, las dos casas entre los árboles, traídos de todo el mundo, confundiendo sus ramas. Las dueñas, no. Sabrían muy bien sus límites. Ella había conocido la casa en una muestra de arquitectura y decoración. Vamos a la Villa Silvina, quiero ver las ambientaciones, le dijo su amiga, recordando que ella amaba las mansiones antiguas de la ciudad y las historias detrás de sus paredes. Esa casa le permitiría, también, imaginar el mar entero, allá abajo, como antes que lo tapiaran. Había poca gente en la exposición y fueron recorriendo con tranquilidad los espacios diseñados para sentir placer estético entre almohadones, colores, telas. Llegaron a la habitación que exponía los objetos personales de la dueña de la villa. Un aire pesado los rodeaba. Se detuvieron en la entrada, como en un santuario. Estaban solas. Solas, con los objetos cercanos a ella, en su cuarto preferido, con las ventanas cerradas. Eran sus huéspedes y se quedaron quietas, juntas, sin hablar, esperando que las invitara a tomar el té. Los anteojos como los de su hermana, guantes, fotos, libros dispuestos sobre muebles como si todo lo hubiera usado unos momentos antes. En esta casa puedo pensar. Me encuentro con el aire del mar y mis libros. Y esperarlo, él está y no está. No se va del todo. Espío la casa de enfrente. La de Victoria. Es más alegre, tiene la galería para recorrerla. Yo no. Soy adentro o afuera. No tengo terrazas para tomar el sol. Estoy en una casa de invierno. Porque él se va una y otra vez y yo necesito techos inclinados para protegerme cuando no está. Tengo que mirar quién entra y quién sale. Con mis anteojos, mi sillón para leer, mi lapicera con punta de oro. Y lo espero. Ellos 52


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esta ciudad es solo playa ?

me ignoran. Yo sigo trazando curvas azules sobre líneas rectas en mis cuentos. Leo uno tras otro. Son tantos. Y escribir. Los vidrios se opacan sobre la tarde. El tiempo se forma en el espejo y me devuelve una imagen de foto antigua, vestida con horas gastadas, que busca un lugar en el presente y descuida el futuro. Mares de niebla le ponen trampas al pasado. Necesito abrir la ventana y que entre el aire, y no puedo. Estaban solas en el cuarto preferido, observando en silencio. Acá debe estar el fantasma de Silvina, le dijo a su amiga sin pensarlo. Y se oyó un ruido metálico de la falleba de una ventana. Que estaban cerradas y estaban solas. Se rieron de la casualidad y sin hacer ningún comentario dejaron la casa. Desde ese día, cada vez que pasa se siente atraída por ese recuerdo, por esas ventanas. Siente que alguien la reconoce. Y le habla. Quiere que escriba sobre la villa y la vida de los seres que espían detrás de las cortinas. Tengo que llamarla cuando pasa para ir al centro por Quintana o cuando vuelve por Saavedra. Tengo que estar alerta. Siente el llamado de la casa. Escribime, le dice. Y ella le escribe. ANA MARÍA RODRÍGUEZ ARBIZU*

*Narradora marplatense. Integrante del Taller de la Palabra. Cuentos publicados en las antologías: Metamorfosis Urbana, 2004– No hay que matar a la madre, 2005– Mar del Plata tiene palabra, 2006. Mail: anamr2001@hotmail.com 53


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LAGUNA DE LOS PADRES

Los pilotes agujan el agua alzan su ojo contra el cielo que ajusticia relojes Sienten al insecto hundirse hasta la savia y hacer legaña de tiempo al musgo enhebrado a sus pies pero la violación es herida breve preñada de belleza Él deidad de oeste a norte de sur a océano llama voyeur al viento pero blande juncos acaricia sus espaldas y besa la nuca de la tarde como excelso monje al muelle desposado MARCELA PREDIERI

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esta ciudad es solo playa ?

Ojo de agua las naves en la bahĂ­a son ampollas y soledad aguardando la estiba ganglios deshuesados sobre el vĂŠrtice de la sal y un olor circular agrio un solo pulmĂłn eunuco, del puerto sale vagabundo el silencio Anchoas atunes merluzas en rigor mortis sus tejidos ceden blancos obreros adivinan su labor repetida Un bostezo espeso bronco el cielo borda de neblina con pantalones agujereados 55


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Con abulia los cargadores sueñan la hora terminada de puntita a sus lenguas sostienen el cigarrillo

entre los lomos los cajones La piel espalda un corpúsculo de jorobas en dos patas a igual minuto la ciudad duerme y el abertal de la madrugada todavía se esconde el frío se persigna congelando las articulaciones de los peones aquí las palabras vienen por ser

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luego: un torbellino un ciclón se presiente mar adentro: Polifemo enjuaga sus piernas y ansía el rescate del azul para tan áspera tromba de siglos y taumaturgias.

YAMILA MONSALVO*

*e–mai: blimun7lunas@hotmail.com 57


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PERMANENCIA Es la grieta de los lobos nos dice una remota voz en la irrealidad del océano. La violencia apacible de la manada es costumbre de las rocas. Verdes olas desplazan a ritmo manso al tiempo. Los olores de pesadez amorfa los provoca un sol –solícito– que cocina sus sueños. Siglos hace que suavizan las mismas piedras en ausencia de ciudad y de hombres. Estaban aquí a la vista del pirata Drake y seguirán acá cuando nadie nos recuerde. Algo perturba el presente rugoso del aire. Un lobo reclama al cielo –grito transparente que rompe la mañana– envidiando a las aves desconoce la paciencia de la muerte. GUSTAVO OLAIZ GUSTAVO OLAIZ Reincide con los relatos y vuelve a ensañarse con la poesía. Incorregible. Contacto:gsolaiz@gmail.com 58


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LA sombra El sol comienza a adueñarse del horizonte. Pudoroso de su propia grandeza, se asoma poco a poco, por temor a que no sean capaces de soportarla. Todo empieza a tomar forma y color. Una mañana más en esas playas marplatenses, inmensas y abanicadas olas besando la arena con su abrazo redondo y enamorado. Una y otra vez repitiendo el rito de siglos un sabor turquesa agranda los ojos para llenarse de tanta hermosura. La sinfonía silbante de esa masa que ondula desde lejos y se vuelve mansa al llegar a su final, llena los oídos de rumores siempre antiguos, siempre nuevos. Vivir en Mar del Plata es un lujo para todo aquel que ama la naturaleza. Sus playas, los modernos enladrillados edificios que parecen acuchillar el cielo, con avaricia las rodean, formando una bellísima sinfonía de colores, predominando el ocre o el azul. Quien viene a Mar del Plata, siempre piensa en volver. El salió a su caminata diaria por el Boulevard costero – rutina de la cual no podía prescindir. El sueño pesa sobre sus párpados, como una losa de cementerio, y sin embargo sabe que no puede entregarse al descanso, que tiene que seguir. Todo esta desierto. Más tarde las horas serán aprovechadas a tope, para broncearse y descansar lo más posible. Nadie está integrado con el otro. Todos se consideran independientes y a su vez saben que no pueden vivir sin vecino. Nadie se parece a nadie, y todos sin embargo se desplazan como en un ballet silencioso. Mira a su alrededor pretende encontrar una sonrisa en esas caras estereotipadas, indiferentes unas a otras. Sigue el sueño. Esa losa cada vez más le aplasta la espalda y parece quererlo hacer desaparecer en las baldosas de las veredas abigarradas de pasos pesados como borceguíes de soldado. Hace calor, demasiado para esa época de transición del verano al otoño. Las moscas se aferran a las paredes calcinadas, como a una tabla de salvación buscando algo de frescor, pero el sol no tiene compasión de sus desagradables cuerpos. Se pregunta cual será, su utilidad, pero sabe que la naturaleza se controla a si misma. Todo tiene su razón de ser.. A pesar de sentirse terriblemente cansado, algo en su interior le dice que debe seguir, que no puede descansar, es parte del engranaje 59


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que le rodea. Sus pies continúan pisando las veredas. Ni atisbo de lluvia. Imposible caminar sin calzado liviano y protegido de las baldosas...¡Camina! ¡ Camina! No te canses algo en su interior le dice que es necesario que sea así. Sigue adelante con la fuerzas disminuidas. Lleva varias horas desplazándose de un lado para otro, el paisaje es hermoso y ya se empieza a sentir la brisa del atardecer y del terrible cansancio que lo invade, sabe que tiene seguir. Un paso, otro más.. El sol poco a poco se va ocultando en el horizonte y la tarde, casi sin darse cuenta se ha transformado en noche. A medida que avanza, las siluetas comienzan a ser solo sombras., las fuerzas están llegando a su límite. Casi no le es posible seguir adelante .Solo el sonido del mar se escucha con más nitidez a medida que se agranda la oscuridad. Se siente desfallecer. El sol ya se ha ocultado por completo. Con terror contempla que carece de piernas, que no encuentra sus brazos, que su cuerpo ha desaparecido. Busca a su alrededor, en el claro oscuro que empieza a llenarlo todo. Ve acercarse un solitario caminante que se dirige hacia él, cuando lo tiene ante si, le pregunta ¿dónde estoy? ¿cómo se llama este lugar?. El paseante pasa através de él sin dirigirle la mirada. Se mira a si mismo y no puede encontrar su imagen ¡No tiene cuerpo! Tampoco siente dolor y es consciente de que su entorno, desaparece junto con él. Es entonces cuando comprende es solo una sombra atrapada por la noche es la parte oscura de todo y de todos. Mañana cuando el astro amigo asome comenzará su fugaz mueva vida, Por el momento, puede descansar. Las luces de Mar del Plata, dibujan sobre el mar el misterio de bailarinas siluetas informes, que desaparecerán con el amanecer.

ANGELES VALDÉS MARTELES

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esta ciudad es solo playa ?

TONOS DE CIELO Difusión de celestes matiza el horizonte ambigüedad de límites temblores y glicinas Un añil de corolas puebla el aire abrazan un techo bajo niveles de sol sol de veranos resplandece en estambres húmedos como rayos de oro carga de juventud y polen que invade la respiración Oculta quietud en follaje silvestre el manto de pétalos puros impares palpables se adhiere a un remolque de plumas con tonalidades de otoño con la sonoridad del silencio con el silencio de la sonoridad DANIELA RICCIONI 61


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MAR Potro oscuro, encabritado Desenfrenado galopas Y haces resonar tus cascos Sobre las húmedas rocas.

Tu hálito flota en el viento Y bramas cual fiera herida Dejando que tu melena Repose en piedras dormidas.

Esparces ciego tu espuma Erizada en mil colores, Te cubres con luz de luna Trampa eres de soñadores.

EDITH RUZ DE COLOMBO

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...que

esta ciudad es solo playa ?

TORBELLINO El agua canta su canción amarilla. Un rayo de sol atraviesa las ramas del tamarindo que mira al cielo. En el umbral del mediodía, junto al mar, Iván lee. De a poco va recreando y completando lo que yo escribí. Mi mundo es ahora el suyo, el propio. Iván está pensando. Levanta los ojos, acomoda los papeles y vuelve a la lectura. El silencio se resquebraja. El sol deja de mostrarse. Enloquecen los árboles. En una danza ritual, un polvo pardo y esencial se levanta y se desparrama en nubes y motas. Yo escribo y cada tanto, desde la ventana, contemplo el espectáculo y al que, a pesar de las ráfagas, sigue leyendo y apretando las hojas. Ahora estoy convencido. Escribo para él. Quiero llegar al final de esta historia que comencé a hilar y deshilar hace dos días. Se apodera de mí un frenesí indomable. Brotan las ideas. Rastreo los sueños. Estoy terminando. Interrumpo mi tarea, abro la ventana y lo miro. Todo se transforma. Iván, imperturbable ante el vendaval, se ha detenido en la frase que dice:”cabalgando la ola”. ...infinito...el...escarceos...vibraciones...La...ensoñación. No es la primera vez que me ocurre. No sé qué hacer. Se me mezclaron las palabras. Algunas se volaron. Las miro, las pronuncio, no puedo acomodarlas, no logro desenredarlas. Busco un culpable. Lo encuentro. Tomo la lanza y corro. Como en una experiencia mística trato de herir al viento, o tal vez, de aniquilarlo. En mi maniática persecución, llego al borde del acantilado. No hay nadie. Sólo tres hojas manuscritas, sin rumbo, viajan por el agua. ENRIQUETA NOEMÍ BORRELLO Reside desde hace 13 años en Mar del Plata. Concurre al Taller Literario “La Usina” Recibió varios primeros premios y menciones. Sus cuentos figuran en nueve antologías. noekechy@yahoo.com.ar 63


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ACANTILADOS

Una y otra vez la esmeralda blanda golpea deformado esqueleto mientras besa la roca en ángulo recto. Siluetas de musgo escultura de siglos a escoplo y cincel, socavan la piedra con llanto de arena. Rencorosos huracanes vencidos buscan vida en las mareas que no saben huir de la solidez del tiempo. Abrazo de noche y furia retruécano de ternura y fortaleza borran límites de siglos enrejado de recuerdos Niebla de lágrimas negras esperanza de pescador muerte sin faro

ANGELES VALDÉS MARTELES

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...que

esta ciudad es solo playa ?

Atardecer del domingo

Derrite el sol los últimos reflejos El viento silba en la ciudad y el mar Calles desiertas tapizan las voces Persianas de tedio forman un altar. Los comercios tienen párpados cerrados Algún canillita se atreve a vocear Lúdicos finales de algún match de fútbol Dormitan las puertas sueño fantasmal. Una turbia cinta avanza sin pausa Y la alcantarilla la absorbe veloz Hay tenues latidos que anuncian su paso. Suma de silencios, espectro sin voz. Domingo, desgarras tus últimas horas La melancolía levita al andar Lamiendo los huesos. Se oye en lejanía Tañir de campanas que invitan a orar.

EDITH RUZ DE COLOMBO

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GOLONDRINA

Oración de espuma y trinos de distancia sus alas arrastran refugios de silencio Se aleja errante entre junco y sombra acumula estaciones bajo el plumaje duende

Corchea de madrugada Testigo de nítidas tinieblas cuaja un claroscuro de espejo en las pupilas Mientras desteje seducción de migraciones fragmenta nidos y aventura

Golondrina tanto y tanto y casi nada DANIELA RICCIONI 66


... que el amor no duele?

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el amor no duele ?

APARIENCIAS

La primavera se fuga en manojos de escarcha Guardamos en la boca silencios azules y los ojos laten cansancio Estamos aquí y cada unosomos dos La corteza del tiempo nos asalta con antiguas promesas como muertes que la historia revive Cae el granizo pero estamos aquí Somos huellas que perdimos el asombro en el camino El rastro de las mareas nos delata caricias varadas en el intento hacia dónde emigró la esperanza en qué huracán naufragó la sed Estamos aquí y el calor no derrite los labios de hielo Quebramos las renuncias con las caras marcadas en las tardes de fuego con máscaras que ocultan soledad Pero estamos aquí apenas Las fauces nocturnas nos disimulan y cada uno somos dos. PATRICIA NORA HORVATH 69


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Waterloo Era viernes y, salvo raras excepciones, siempre venía a visitarme. Solíamos charlar un largo rato y, pese a la diferencia de edad, nos entendíamos bastante bien. Todo sucedía en una atmósfera relajada hasta que le planteaba batirnos al ajedrez. A partir de ese momento dejaba de lado mi amistad, agrupaba milicias con mala saña y empezaba a tejer estrategias. La miraba, estudiaba sus movimientos en busca de alguna grieta. Cualquier cosa era útil, si me contaba que se había disgustado con su ex marido entendía que su accionar sería agresivo, y por lo tanto, aplicaba una estrategia cerrada, esperando sus errores como araña al mosquito. La llamé durante la semana en reiteradas ocasiones; mi interés era anticipar cómo se desarrollaría su juego el viernes. Me prepare especialmente para ese encuentro, a toda costa pretendía quebrar su experiencia. Sus movimientos eran elegantes, pensaba romper esa refinada táctica con un accionar caucásico, áspero, rodearla en su metodista proceder e infiltrar un alfil asesino a la guardia del rey. Siempre lograba diezmarme, no con facilidad, mis hombres daban buena batalla, a pesar de esto, me consideraba solo un adversario interesante. Su silencio ¡eso era lo peor! esa actitud indiferente luego de la victoria, totalmente ajena a lo que había sucedido. No le guardaba rencor, por el contrario, la admiraba, pero deseaba más que nada en el mundo ganarle para no vérmelas con ese desdén festivo. Sonó el timbre y la recibí naturalmente, se sentó y como si nada empezamos a charlar de nuestras vidas, del clima y la televisión. Disimulaba mis nervios hasta que, con tono frívolo, sugirió jugar ¿Jugar? Como nunca mis fieles hombres estaban listos, entrenados, armados con sed de venganza. Deslizamos el campo de batalla sobre la mesa y agrupamos las tropas rápidamente. Con mis blancos legionarios ya en formación decidí iniciar mi combate tibiamente por el flanco derecho, fingiendo pretender una contienda larga. Todo se desarrolla a mi favor; nunca la había visto así, con las dos manos apoyadas en su frente, la cabeza inclinada se perdía atónita en la confusión. Tardaba horas en hacer sus movimientos. Podía escucharla pensar, pretendía descifrar mis 70


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planes y no lo iba a permitir. Decidido a distraerla, utilizaba mi celular para llamar a mi teléfono fijo, hacia ruidos molestos con mi zapato y fingía orinar con una frecuencia casi enfermiza; todo fue inútil. La vi erguir de nuevo la mirada, esos ojos claros otra vez me habían descifrado como al código de una caja fuerte. Pronto su caballería acabó con mis torres y, al no contar ya con su protección, el indispensable asesino debió retroceder. La batalla se emparejó por breve hasta que un simple peón logró ultrajar a mi reina dejando el camino libre para sus alfiles. Mi rey, enfermo y rodeado se resguardó a la sombra de un grupo de peones. Tarde, a la vista impotente de lo que quedaba de mi ejército, su majestad, cayó víctima del preciso disparo de una de sus torres. Todo acabó. Aquel día algo quebró el silencio, ese insoportable ritual de victoria. Sus dedos sostenían un cigarrillo que, tembloroso, golpeaba al cenicero; me dijo: “Negro, por unos minutos peleaste como Napoleón”. Poco a poco perdí el interés por el juego, incluso unas semanas después logré ganarle.

JUAN MANUEL PINA*

* 24 años. Músico, docente y escritor. Se acerca a las artes por instinto, aunque muchas veces, el arte, salga corriendo. E–mail: juan–manuel–pina@hotmail.com 71


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EN ANDANA No he de quererlo pero es inevitable como la sombra esclava a los tobillos No estoy segura de mis brazos ni es lugar de la razón la boca contra el pecho pero no encuentro otra manera de quedarme si no es bajo tu asombro que me envuelve de lámparas y miedo Ya no estamos juntos pero igual amanece a pesar de nosotros los bostezos y las tazas vacías de café Habrá que demorarse en el tacto imperceptible quebrarle las piernas a las horas para que se queden y no ocupen el lugar de nuestros cuerpos “Porque hay dos historias” una nos demora y otra nos arranca de la feroz realidad de baldosas Ser dos rutinas que se besan sin encontrarse jamás sin haber sido nunca Por eso barro lágrimas de los rincones del cansancio 72


...que

el amor no duele ?

Sé que hay una capaz de ir hasta tu nombre con una estocada Pero el cielo está sangre de mis miedos aguachea sabe de mí Estoy segura a una milla de la dársena más oscura del puerto precisa como una luz de banda desgarrada en su mitad iluminada por faros invisibles a espaldas de tu nombre marinero y la obscenidad de los portazos No me siento sola La espera marcha hacia el costado tibio de los relojes y la desnudez del viento nos reclama Recorramos entonces los bares de muelle bebamos vodka y miseria Podemos renguear y seguir vivos ante el temblor de cicatrices jamás besadas mientras el monólogo del sueño se encabrita desnudo entre los muslos de la noche Por eso aguardo paciente a que haga un dosel con todos mis reparos y los derribe por fin como a cualquier invierno MARCELA PREDIERI 73


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SER REALISTA ES PEDIR LO IMPOSIBLE

Dicen que el hombre tiene deseos, imaginación y voluntad. Una razón para el movimiento. Un desafío en grandes guaridas. Días enteros de amenazas. Eso lee en su pensamiento Javier como si sus ojos estuviesen entre raíces. Eso piensa en un gran silencio debajo de las sábanas. Eso es lo que le ha quedado rondando por la mente al cerrar el libro “ El hombre y sus enfermedades” y “ Cuerpo, espíritu y mente”. Javier no sabe por qué su cuerpo ni siquiera le contesta. – Quiero decir que estoy de tu parte. – Piensa. Ahora continúa en voz alta – Quisiera descubrir como puede ser que nunca pienses en nada mientras yo me ahogo en palabras. Hoy podríamos ir juntos al río, tomar sol, unos mates.¿Sabés? es bueno recostarse junto a él y escuchar a los pájaros. El cuerpo se levanta sin decir palabra. Es un tipo frustrado. Eso piensa de Javier, que vive jodiéndole la vida. El cuerpo quiere hacer una vida nueva, lejos de él. Lejos de los dos y sobre la ventana el alma de Javier se muerde las muñecas. Los mira con gusto amargo a los dos. Los cuadros de la habitación son fieles al rostro de una mujer. Está ahí sin maquillaje, con suaves líneas de un mundo que aún no se ha puesto de pie. Queda claro que estamos hablando del mundo de Javier. Este mundo en que la vida transitaba por días extraviados, por las cosas que giran a su alrededor. Por aquellos intentos de poner en su memoria un cerebro de cara a la soledad. Sabe que lo casual y sensible de sentir el deseo de estar solo, de alguna manera, es lo que se admira. La camisa está tirada sobre la mesa de luz y para nada invade la trilogía de aquellos pensamientos.La puerta va recorriendo continuos golpes sobre el silencio. Javier abre los ojos, acurruca las rodillas, se sienta al borde de la cama, se calza con un traspié el pantalón. 74


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el amor no duele ?

Abre la puerta. En sus ojos perdura la invasión de una mujer angelical. Es un cuerpo que danza a cada paso. Javier siente que ha pasado mucho tiempo y fue él quien le dijo: – Anoche pensaba en vos. Anoche pensé... – ¿Que éramos la pareja ideal? –interrumpe groseramente la mujer– Que es sábado, la circunstancia ideal para que no me llames y te borres con tus amigos...¿ Sabés? Deseo cambiar de vida. El silencio también se dedica a estar entre dos personas. Javier recibía una ofensa y no se defendía y, en ese silencio había un culpable, un remordimiento asido en lo más hondo del alma de la mujer. Y el alma de Javier la escucha. Entiende muy bien lo que la mujer acabó de decir. En ese momento el cuerpo de Javier se queda instalado como si nada. La mente de Javier desea arrimarse junto a ella, solo que esta vez sabe que su cuerpo, desde esa mañana, no estaban de acuerdo. Por eso se acerca y piensa besarla. Sujetarle la cintura. Pero su mandíbula se endurece. Sus manos no se articularon. Así que es ella quien le habla mirándolo a los ojos. – Es un lindo día hoy. Vayamos al río, tomemos sol, como alguna vez lo hicimos. Javier lanza una carcajada. Claro, se rie, el universo les esta dando una mano, ese instante de azar donde el pensamiento a veces se entrecruza por las noches sin duda alguna. Luego él mismo se da cuenta de que su cabeza se le niega una y otra vez. Pero quiere decir que sí. Que justamente eso había imaginado esa mañana antes de levantarse. –¿Te parece una mala idea? – Pregunta ofuscada. – ¡ No!, me parece una buena idea – contesta Javier riéndose cada vez más. – Creo que te comiste un payaso o tengo que entender que me estás tomando por una boluda. El alma los mira. Los compara con los animales. Los escucha. Comienza a oír lo que nunca se dijo en palabras, lo que el tiempo desnuda. Es el desenlace de un condenado que eleva sus manos hacia el estrado. Una película sordomuda también para el alma. Una película en cámara lenta donde hay un cartel que dice “ no pidas lo imposible”. Pero es la voluntad de las suaves líneas de un mundo que se pone en 75


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movimiento en medio de Javier y la mujer. Es el desafío de las grandes guaridas humanas donde el amor a veces esconde una amenaza. Dicen que el hombre tiene voluntad para no exhibir su muerte para toda la vida. Porque bien se sabe que hay un instante de muerte que solo acompaña a las personas criminales. Decía el libro que el hombre vive enfermo. Lo masculino y lo femenino se aparea no sólo de amor. También se aparea de tiempo, de beneficios y de penas. De lo contrario al sueño de una palabra. De lo contrario al sentimiento, a la amenaza de un cuerpo. La mujer le pide un vaso de agua. Le lleva unos minutos calmarse. Luego apoya sus manos encima del torso de Javier. Lo besa. Una y otra vez. Javier por primera vez no cierra sus ojos. Él tiene sus manos en la espalda de ella. Pero no la abraza. Por encima de su cuello levanta una de sus manos y es en ese instante cuando la mujer pregunta: – ¿Por qué no me estás besando? Sin alejarse de sus cabellos susurra Javier: – Porque no me hacés caso. Dale. Vayamos al río. No me hagas esto. El cuerpo no le responde y Javier queda mirando su propia mano. Ella lo observa extrañada. Pone en Javier más de una pregunta. Ya no con la delicadeza de siempre. Javier interrumpe su mirada, va hacia la ventana y grita La mujer lo golpea, pero esta vez la mirada del alma de Javier la lleva hasta la ventana tomada por el cuello. La traspasa de tal manera que Javier sigue negando con la cabeza y también lo que el cuerpo lleva en sus manos. La mujer abre más grande los ojos – Me estás ahogando...Me estás... Javier ahora lo entiende claramente. Al cuerpo le jodía lo que Javier amaba con el pensamiento. El cuerpo quería otra vida para Javier. El cuerpo de la mujer yace sobre el jardín mientras que el alma se muerde las muñecas. Ella está ahí sin maquillaje. Lejos de los dos. Puesta de pie en el cuadro con las suaves líneas de un mundo que no sabe cómo lleva a la soledad. LUIS ESCOBAR 76


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el amor no duele ?

Fantasía Cuentos plagados de caperucitas rojas invitan a tomar el té con Hansel y Gretel en una casa de chocolate mientras saltan en laberintos lobos sin dientes ni garras que guiñan sus ojos saludando antes de dormir la siesta. Conejo de cuatro ojos espera en un pasillo de hospital ser atendido por el oculista de turno. Una zanahoria hace dieta y ralla un puñado de repollo para la ensalada. Un árbol me estrangula con sus ásperas raíces y se interna en el purgatorio para recibir sentencia. Mariposas festejan centenarios de seda. Sueño hecho pájaro escala desnudo intenta alcanzar las plumas que le robaron en un cielo de alambres. Una princesa que obtiene al príncipe visitando un sapo en el carrusel de la Plaza Colón. Una realidad que saca boleto para pasear en alfombra y pedir tres deseos al genio atascado en tus ojos. Un beso tuyo que guiña con mirada cómplice guarda en secretos lo mucho que me querés. La realidad parece ser vecina de Alicia en el país de las maravillas. Una realidad que no existe. Dejar de mirarte. MARIANA GARRIDO 77


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VELANDO DESAMORES

Vestías un silencio que disimulaba tu tristeza de amante. Sonabas tus dedos y te inventabas pasatiempos para prolongar el inicio de un diálogo. Yo, que un poco te adivino, sepultaba mi amargura imitando sonrisas ajenas y aguardaba el momento de tu despedida. Siempre fuimos así, de poco hablar, de mucho fingir. Maquillamos reproches, llantos y pasiones por no saber amarnos a cara lavada. Ya casi era la hora. Hice un intento por retenerte pero el humor que le imprimí lo volvió estéril. Uno dice grandes verdades mediante chistes, lástima que el resto sólo los festeje y ahogue la sinceridad en la risa. Eso mismo hiciste con mi plegaria. El almíbar de mis manos no consiguió penetrar el óxido de tu armadura. Secamos la humedad de nuestra derrota en un abrazo, y sin decir palabra, nos separamos. La noche se escarchó en mis ojos y se congeló con tu partida. Te llevaste sin saberlo, la frescura y la inocencia de mi niñez dejando avinagrada la soledad en un cuerpo de mujer. Demasiadas lágrimas para un recuerdo. Quiero limpiar por fin mi piel de tus roces hechos caricias y quemar uno a uno los segundos en que te soñé. Reparar el daño que le hiciste a mis alas, pegándoles cada pétalo que dejé caer. Y cuando ya no me quede el vicio de encontrarte en otro hombre, sólo allí podré decirte cuánto perdimos en nuestro esfuerzo por no ceder. NIEVES GONZALEZ*

*E–mail: nieves–gonzalez@hotmail.com 78


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última noche del bosque

1 hoy soy el bosque 2 vos eras la noche. el descanso. vos eras la noche 3 el sol se mantiene en lentitud encendida. revive 4 el agua baja porque ésa es la naturaleza del agua; nosotros somos agua 5 tuvimos que bajar y soportar en las costillas los golpes de la piedra; somos agua. vamos cayendo por el camino convexo llenándolo de sangre [ lo que se llama río ] 6 golpeamos contra la piedra. buscamos el cielo 7 desde que el hacha, signo de lo que se rompe, todos nuestros sueños, de carne silencio, cansados de que todo se rompa y se pierda, todo se rompe y se pierde 8 todo se rompe y se pierde 79


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9 busquemos sobre lo buscado, principio de la esperanza y la estupidez; todas las ratas vuelven a su hueco, el pasto puede volver a crecer 10 hoy soy el bosque. quiero salpicar el juego del sonido. los árboles callados están llenos de violencia 11 hoy soy el bosque vacío. eras la noche y me llenabas, con la ambigua fascinación de todo lo oscuro y del descanso 12 soy el bosque. estoy quebrando mi tierra estacado al sol en el día interminable. los árboles arden, no encuentran reposo. los búhos, ciegos, se pudren en sus cuevas 13 no encuentro descanso. vos eras la noche; como la oscuridad del secreto de la madre [ tierra ] me dejabas cerrar los ojos 14 todo se rompe, todo se pierde, te necesito, no puedo cerrar los ojos 15 los golpes de la piedra, también somos nosotros la piedra. se pierde el pañuelo de tu rocío negro en mi frente de madera

AGUSTÍN VISPO* *numeroneutro.blogspot.com 80


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Un profesor Funes y Roca. Una zona interesante los días de semana. Con varias facultades cerca, todo tipo de gente circula por aquí, y llegan a oídos de uno las conversaciones más variadas. Me llama la atención el hombre de la mesa de enfrente, que está mirando su café. Se frota los ojos. Anteojos y bolígrafo descansan junto a un cuaderno, rasgueado de fórmulas ininteligibles. Realiza notorios esfuerzos por concentrarse, por pensar –claro está– en su áspera ciencia: resultados recientes, investigaciones en curso; tal vez una oposición para un cambio de jerarquía. Acaso sólo la clase de mañana. Pero no puede. Su mirada acaricia la curva suave de un recuerdo. Su pensamiento comienza a remontar oscuros cauces; parece consciente de que acabará por naufragar, quizás en la niebla de un olor añorado. Hace un intento vano por volver al cuaderno. Los dedos de la memoria ya están recorriendo el arco de una espalda, repasan la dulce vellosidad final, avanzan. Cierra los ojos. Se pierde en recónditos surcos. Los cinco sentidos chocan entre sí; pugna alguno por seguir adelante, descubrir, adivinar; otros desean quedarse a vivir, a morir. Afloran a su rostro los contrastes que están abofeteando su mente: lo intenso y dócil, lo insolente y ruborizado, lo suave y moreno. La nítida visión casi lo fuerza a deslizar la mano. Mira la hoja en la mesa. Las ecuaciones no describen un ombligo, unos senos cuyo particular encanto consiste en pertenecer a cierta mujer, una mirada salpicada de pecas, unos labios, usados con frecuencia para dibujar el borde de una sonrisa, liberar los colores de una carcajada. Toma el bolígrafo y traza unos garabatos. Afuera, el verano, a su paso por la universidad, deshoja mujeres. El hombre suspira. Determina que ésta será la última vez que se sienta frente a un espejo.

ARIEL MÉGEVAND* *ahmegevand@yahoo.com.ar 81


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ME DECIDO A HABLAR Me decido a hablar No pude ser jamás espejo de otra cara Había en la mesa cuatro panes entonces y era todo reír guijarros y turrones en bocas desdentadas bebíamos del frío y de la lluvia mi madre lloraba la muerte de los trenes y no era poco mirarnos o aprender de las caricias del trigo sobre las frentes afiebradas Las procesiones del Corpus vestían sus pabilos de júbilo y el altar nos llamaba al regocijo de ser fieles No estabas –no voy a hablar de pormenores– La sombra hechizaba la maleza y daba lo mismo ser piedad o furia Pero aquella sombra de los cálices no seríamos jamás después como nunca antes Por eso ahora que hace ciénagas que el viento 82


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no puede desbebernos de las sangre que hace cuatro imágenes que el Cristo ha dejado de llorarnos que hace tanto que mi lengua no se pegotea a tu amor de hombre pasajero apaguemos los cirios y que el luto del sagrario se cubra de esperma para una creación nueva que hable que ningún perfil se arrobe de monedas que no serán pagadas Seamos Judas otra vez y nunca ya dejemos de mirarnos No hay redención posible Hartas de bondad las manos de los párrocos hartos de llorar mis rodillas sin peso comulgan con mis ojos a cuestas Qué mejor ultraje que cubrirme de tierra y no resucitar para que Dios se quede con las ganas

MARCELA PREDIERI

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EL MEJOR TRAJE Soy amigo de Estela y sé que siempre tiene su traje de novia dispuesto a usar en el maniquí. Cambió el modelo varias veces, en cada ocasión, según el hombre elegido. Unas era recatado, otras sexy, señorial, divertido, informal… Presente siempre esperando… Cuando todo parecía realizarse y a punto de seguir al destino, lo hacía retroceder y él volvía a su lugar. No era el momento. Cuántas veces los pretendientes habían desertado …¿o era ella? Esta vez, según me dijo, será la decisiva. El la vendrá a buscar y saldrán juntos. Ella confiesa que ningún hombre de los que ha conocido supo acceder a su interior. Presiente que esta relación corre peligro y recuerda otras que por ese motivo no duraron mucho, se destruyeron imperceptiblemente hasta convertir esa aparente unidad en jirones. ¿Qué pretende Estela? Le resulta fácil trabar relación con el sexo opuesto pero de ahí a encasillarse en cualquiera de los trajes con que viste a su maniquí…No, no es para ella, es muy arriesgado. Pienso que su necesidad de amor es la de cualquiera pero puesta en la balanza su libertad y el compartir otra vida, en el otro platillo… Ahí arruga. No tiene las condiciones de esas mujeres que saben donar su tiempo, su cuerpo… y algo más. Tiene miedos, no a la vida, sí a no poder salir de una situación que perjudique a otro y a sí misma… La conozco, no lo soportaría, prefiere arrastrar su soledad Mi amiga es fantasiosa y siempre sumergida en su propio mundo, para ella todo es posible aunque nada llegue a concretarse. Alguna vez tiene que asumirse, no es la belleza personificada, le cuesta poner en tela de juicio ante otro su propia imagen. Eso la horroriza. Me doy cuenta que Estela y Horacio han mantenido hasta ahora esa relación porque ambos se necesitan. Son distintos, en el pensar y en sus actos pero es indudable que los une cierta fascinación. Disfrutan estar juntos, siempre tienen tema para compartir Les gusta recorrer la ciudad, llegar al mar para admirarlo. La costa los atrae. ¿Este encuentro será definitorio? La noto triste y me empieza a contar. 84


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–¿Sabés Miguel, anoche todo iba perfecto, la magia de ese momento nos rodeaba. Estábamos en el Torreón del Monje y viste que todos los que se casan van a sacarse fotos? Yo descubrí el velo de una novia desplazando la luz hacia un oscuro intenso. Los fotógrafos la tomaron como centro de sus focos; serían fotografías para el recuerdo. Ese momento fue revelador. Casi con envidia miré la blancura que rodeaba el rostro de la afortunada. Cómo se embellecía el gesto, cómo la felicidad hacía luminosa la sonrisa. En ese instante miré a Horacio y le dije ¿Has visto algo más hermoso que una novia? El lanzó una carcajada, casi indiferente. ¿Vos sabés? Capté una segunda intención, un rechazo de esa imagen. Me di cuenta que no compartía lo que yo sentía. Nos íbamos del lugar y él trató de borrar ese momento, me rodeó con halagos. Quiso una rápida intimidad a lo que fui reacia. No pude dejar de pensar que era un hombre libre que estaba acostumbrado a las relaciones fáciles. Le faltó delicadeza para llevar las cosas adelante. Apuró la marcha y desenmascaró su propósito. Su violencia me asustó. Lo descubrí posesivo, intolerante. Me sentí presa en el auto, al deshacerme de sus brazos que sujetaban fuertemente pretexté no sentirme bien Me trajo hasta aquí. Nos separamos casi con rencor y te digo no sé si tengo ganas de volverlo a ver. Suena el portero eléctrico. –Miguel, es Horacio, insiste en subir contra mi resistencia ¿Qué hago, qué hago? –Atendelo no seas tonta, si te morías porque viniera. – Te voy a hacer caso, voy a bajar pero debo estar alerta. – Bajá tranquila no seas temerosa creo que vas a encontrar al hombre que por fin te entiende. Estela contempla su rostro que no es perfecto pero que cambia cuando lo adorna con una sonrisa. Está cansada de verse y sabe quién está adentro de esa apariencia. Advierte que él le ha trasmitido la ternura que siente por ella. Se da cuenta de que la ha conquistado, que necesita de su proximidad, de su apoyo. El maniquí queda desnudo y solo. El brazo de Horacio conduce a la novia que viste el último traje que no lleva ni perlas ni tules pero sí el corazón de Estela. ERNESTA CAMPOS

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SÓLO DOS Punto de partida El maullido de un gato sacude estrellas Una prenda rueda y se desarma El arco de doble filo ahuyenta insomnios Se acompaña la piel con el acorde sincopado de un cartel de neón Algún tictac respira a saltos En la oscuridad se entrecruzan los segmentos de un poema Un perfil y una espalda se acercan con suavidad de viento Lentamente se funden las siluetas en los nudillos de la noche DANIELA RICCIONI

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Pensante opaco El viento en Colón y Buenos Aires siempre es violento y cargado de cuerpos, de abundantes historias. De lunes a viernes, cuando faltan quince minutos para las siete, él cruza esa esquina en su auto y se sorprende al oír como se despedaza ese viento sobre el parabrisas. Le agrada pensar que un poco de cada una de esas historias que pegan contra el vidrio le penetran su cuerpo. Estaciona y toma sus cosas, baja del auto e ingresa al natatorio, saluda a todos con esa cara de enojado que tiene cuando se siente tan seguro de si mismo. Lo primero que llena sus ojos son las tres piletas con ese celeste que siempre le recuerdan a aquella mirada morena (siente angustia al entrar). A las siete en punto, de clavado se zambulle y aunque no quiere siempre se acuerda de ella. Durante el trayecto creyó tener un presentimiento, la idea de que algo malo le iban a transmitir hoy. Nadó hasta las ocho, cansado y tan vivo se duchó y volvió a sentirse un poquito mal, apenado; ya no le importaba, el contacto con el agua siempre le proporcionaba seguridad y bienestar. Al acercarse al auto (que lo aguardaba afuera) vio sobre el parabrisas un papel victima de la presión que ejercía una de las escobillas. Inmediatamente recordó que el día anterior había pensado lo bueno que sería recibir una carta de esa manera; una de ella, una que le dijera lo mucho que lo quería. Cosa imposible de suceder porque él, había estado todo el fin de semana afuera de la ciudad. Sin embargo, el deseo de encontrar una carta de esa manera se hizo realidad esa mañana y el presentimiento sobre la mala noticia iba cobrando forma a medida que avanzaba el tiempo. Apurado rompió el sobre, saco la carta que estaba fría y la leyó en tono bajo dentro del auto mientras sacaba una manzana roja de la guantera. “Mar del Plata, 15/8/07, hola Martín soy Carola, necesito verte ahora”. La reacción de su cuerpo fue inmediata: calor intenso subiendo desde el pecho, dolor como de clavo perforando en la cabeza, ganas 87


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de explotar y terminarlo todo. Su cerebro no tardó nada en inventar diálogos y situaciones. Encendió el motor y procesando distintas posibles realidades condujo hasta lo de su padre. Estaba decidido, pensó (para el): si la mujer que amo me abandona esta vez, voy a volarme la cabeza en un descampado. Como no estaba en su casa, pudo elegir cual llevarse: una pistola automática, aquella que la noche anterior, el mismo había limpiado después de una agitada tarde de disparos en el club de tiro. Con el arma en la mochila y las balas en el bolsillo derecho de la campera, preparado para recibir la peor noticia arribó a la casa en la que vivía con su novia desde hacía dos meses. Entro intentando disimular lo nervioso que estaba, no le salía muy bien: sus manos sudaban y una sonrisa le escapaba a su boca que intentaba no mover. Sentada en uno de los sillones que miraba al patio trasero, al parque y a las hamacas, ella leía un libro. Al notar que el entraba se paró, corrió y comenzó a llorar abrazándolo tan fuerte que, él, que siempre era tan serio rompió su silencio con lagrimas que sonaron contra el piso del peso que guardaban las mismas. No entendió la situación. El libro reposaba sobre una mesita ratona en la que además había un vaso con agua, cartas y un teléfono. Creyó que era el fin, los últimos momentos de otra relación. Ella, separándose de él unos pocos centímetros y mirándolo a los ojos que seguían estando rojos y no por el cloro de la pileta, le dijo con vos quebrada pero con una seguridad arrolladora: Martín, esta es la vida que elegí, la que siempre quise tener, sos la persona que forma parte de mi todo, el motivo por el que mis sentidos despiertan a la madrugada para saber que estas ahí, a salvo y a mi lado. Te amo mas que a nada en el mundo y estoy segura de querer disfrutar el resto de mis años con vos y con la criatura que inmersa en amor y vida nos transformara en pocos meses (a vos en un padre maravilloso y a mi, en una mujer preparada y dispuesta a todo por defender esa vida y esto que es todo). Con las lágrimas todavía rodando por su rostro, ella tomó el libro de la mesa y se lo dio; él busco un pañuelo en la mochila y se limpio los ojos. En ese momento no supo como reaccionar, quedó paralizado unos minutos y una fusión de sensaciones manifestó en su cuerpo. Eso era lo que necesitaba para creer de una vez por todas y para siempre en él mismo, para saber que el trabajo de años podía recogerse 88


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ahora y llevar adelante una vida cargada de plenitud. Al tiempo, ( ya había devuelto el arma y nunca mas volvería a tocar una) al sumergirse en la mas honda de las piletas creyó recordar una serie de pensamientos y sucesos que le resultaron muy extraños; esto no lo perturbó en lo mas mínimo y continuó su rutina de ejercicios. Al salir del natatorio, no reparó de la ausencia de una carta sobre el auto; en cambio si escuchó su celular y supo que ese día estaba en camino de ser el mejor de su existencia. Apuradísimo puso en marcha el motor y comiendo una manzana roja se dirigió al encuentro. ENRIQUE FACUNDO LEOZ*

*Nació en esta ciudad, un mediodía de 1983. Desde ese día su vida no fue la misma, su hábitat no sería el líquido materno, sí, éste aire que perfora nuestra existencia, el mismo que ignora que la vida tiene un valor. Y los individuos?

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AMIGO Este tortuoso camino de la vida tiene un sendero en el follaje espeso: la ruta que lleva hasta tu puerta. La toco y abres, me invitas a entrar y descanso. Hablar y decirse. Callar y construirse. Dudar y hallarnos. Reir y desconsolarnos. MARĂ?A CECILIA EPELE

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TRIBUTO A UNA ILUSION

Don Cecilio Cardoso tiene ya muchos años; si algo le pasara en la calle, un accidente, un percance, la información periodística diría “en el día de ayer un septuagenario.....etc. etc.”; no obstante don Cecilio se siente pleno, con un caminar firme. Goza de una posición cómoda, está casado y entre noviazgo y matrimonio se acerca a los sesenta años junto a su mujer. Tiene hijos, tiene nietos, pero ellos están en sus cosas. El carácter del hombre no es muy expansivo, con tendencia a buscar la soledad, pero si los interlocutores son de su agrado puede entrar en una larga charla. Siente que hombres y mujeres le muestran respeto, y él advierte que el afecto de ellos le agrada, le reconforta, es más, ha descubierto que lo necesita, pero sabe que los sentimientos no deben ser reclamados. Una dama, que calcula puede tener la edad de sus hijos, que conoció por circunstancias laborales, con frecuencia se cruza en su camino tratándolo con mucho afecto, besa su mejilla de una manera especial, le hace sentir su calor y si el cruce se produce por veredas distintas , ella empuja con un soplo un beso que parte de su mano. En sus cavilaciones Don Cecilio, entiende que esa es la manera natural de ser de su amiga, que seguramente a todos los que trata los saluda del mismo modo, que regala sin reticencia su simpatía, pero pelea con su interior para preservar la ilusión, la demostración es solo para él, la alimenta con su calor, y espera con ansiedad, la posibilidad del próximo encuentro. Cuando un día especial para el ánimo del hombre, por cierto nada halagüeño se encontraron, don Cecilio sacó coraje y le hizo, lo que consideraba una atrevida propuesta, encontrarse un día de sol y escaparse los dos en su auto para mirar el mar desde la costa. Le agregó que si consideraba absurda la proposición, se tomara el atrevimiento de mandarlo al diablo. La mujer respondió que no encontraba inconveniente en cumplir con la invitación y que de ninguna manera podía pensar en mandarlo al diablo, porque era mucho el respeto que le tenía. El invitante sintió que el tono de las últimas palabras no sonaba como afectuoso, tambien pensó que sus propios nervios no le 91


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permitían precisar en su verdadero sentido la disposición mostrada por la invitada. En verdad, encontró inapropiado para el momento mencionar aquello del respeto que tenía para él. No lo conformaba la idea del respeto. La cita quedó concertada, fijaron el día, la hora y el lugar donde encontrarse. El tiempo que separó los encuentros, el hombre lo ocupó en darle muchas vueltas a lo que ya consideraba un audaz atrevimiento de su parte, pero se atenía a la respuesta recibida y entonces se imaginaba cuanto podía suceder cuándo la cita se cumpliera. Dudaba de sus propios sentimientos, y llegó a alarmarse con algunas secuencias que mentalmente dibujaba con las dos figuras, solas, en el refugio de su auto. Se preguntaba: ¿si los sentimientos me traicionan, y ella toma la buena disposición por algo más que un afecto y esto termina con un brusco rechazo o un desagradable ridículo?.. Se daba cuenta de su confusión, porque queriéndolo, se negaba a pensar en un beso, una caricia, un abrazo. Tenía por seguro que la mujer no lo pensaba. De todos modos cuando disipaba de su mente todos los reparos, y volvía a dar calor a su ilusión, apartaba los temores y medía con ansiedad el tiempo que faltaba para encontrarse. El día fijado llegó. El sol brillaba, y seguramente el mar reflejaría con un intenso azul el cielo limpio de nubes. Repasó los lugares que en los acantilados se ofrecían como cómodos balcones para poner a vagar la mirada y clavarla en el ondeado horizonte. Decidió que en el camino buscaría el lugar apropiado. Revisó el auto. La ansiedad lo impulsó a salir con excesivo tiempo, que empleó en pasear por la costa. El camino, con el movimientos de los vehículos que seguían su misma dirección y los que circulaban en sentido contrario, le provocó una extraña sensación de agobio, sentía como si él no estuviera preparado. Descubría, como nunca le pasara, los modernos coches que lo sobrepasaban o enfrentaban, potentes, brillantes, y comparó su viejo, aunque cuidado Renault 12, con todos aquellos manejados por hombres y mujeres que, aún en el fugaz momento que la vista le permitía ver, .los encontraba jóvenes, todos vestidos elegantes, como perteneciente a un mundo que a él no lo contenía, un mundo que lo marginaba. Detuvo el auto y pensó cuanto tenía previsto hacer aquella mañana, cómo había esperado el momento, y el compromiso que tomara y que estaba a minutos de ser cumplido. Se encontró con la figura de la mujer dibujada en su pensamiento y revivió, el beso soplado 92


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de vereda a vereda, el calor de la cara de ella en su cara en cada saludo, su franca sonrisa, todo cuanto fuera alimentando en él la ilusión de un cariño especial. Se quedó unos instantes sin intentar un movimiento, podía ver el mar azul intenso que había soñado, el sol entraba por las ventanillas de su auto y lo envolvía con su calor.Retomó la marcha, miró la hora en el tablero del coche y advirtió su paso frente a un locutorio telefónico; se detuvo, buscó en su agenda el número del teléfono de la mujer que se estaría preparando para el encuentro. Llamó y escuchó su voz y con palabras apagadas, apenas entendibles, le comunicó que no podía cumplir con la cita. En principio no dio explicaciones, pero ante su insistencia se excusó diciendo que no se sentía bien, y ante una nueva pregunta manifestó que eran ”achaques de viejo”. No quiso agregar nada más, cortó la conversación, abonó lo gastado y de nuevo en su auto, lentamente, se puso en marcha, ahora sin destino fijo. La excusa le pareció de lo más acertada, ponía las cosas en su justo lugar y disipaba, si lo hubiera, todo mal entendido por parte de la mujer. Meditó el momento, y en rápida sucesión pasaron por su mente todas las cosas que soñara para el encuentro, pero advirtió que no se sentía mal, estaba seguro de que cada vez que encontrara a su amiga, seguiría siendo afectuosa, que lo trataría con el mismo cariño, que en definitiva, su negativa al encuentro era un tributo a la ilusión., un regalo a la amistad. LUÍS N. FABRIZIO

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AMOR REAL Tarde filosa, efervescencia temporal que dominó sus voluntades. El y ella, ellos. Se devoraron en una danza sin destreza. Amor real, pensó el perito al juntar los restos. FACUNDO EMILIANO DEIBE*

*Elfaka–xxii@hotmail.com En noches de luna llena se convierte en hombre y sale a buscar algunas lobas que le den amor. Se dice que escribió sus líneas en estado animal. 94


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SERÁ ESTA NOCHE

Por el resto de mi vida “será esta noche”… Nieva sin tapujos, descaradamente. Veo cómo las dos hondas grietas marcadas con cadenas, que dejó el coche del médico en su visita final, ahora solo son tenues pinceladas. El silencio insoportable hiere los oídos. Un jadeo lo parte cada tanto. Me acerco a la cama para controlar ese pulso cada vez más débil. En la habitación, el termómetro marca 25 grados. Mi cuerpo, marca bajo cero. La angustia del no poder hacer, me está congelando como el frío congela la nieve caída. Me tiendo a su lado como si esa cercanía pudiese hacerme comprender y aceptar qué ocurrirá esta noche. Así lo dijo el médico. “Será esta noche”. Decretó y se fue. Me arrebujo junto a ella aún sabiendo que ya no puede transmitirme calor. La abrazo tratando de asimilarla a mi cuerpo sano, vuelvo en un instante sutil a sentir la felicidad de tenerla, de ser yo lo más importante en su vida de niña. Pero la visión, ese retroceso en el tiempo, se evade dejándome ante la verdad desnuda. ¡Dios! clamo. He perdido otros seres queridos, todos se marcharon irremediablemente solos, sé que la muerte no admite compañía, pero esta vez es Maia la que me deja, mi hija amadísima, ¿no podrías hacer una excepción? El teléfono suena en su mesa de luz. Irresponsablemente lo he dejado allí. Lo tomo y salgo al pasillo. ¡Hola!... Un sollozo. ¡Hola!... En sollozos me pregunta cómo está. Será esta noche, le contesto con crueldad. Solloza… ¿Por qué llorás? ¿Porque no te fuiste primero, como debiera haber sido? Casi grito. ¿Porque tu contagio la lleva antes que a vos y serás vos el que tendrá que llorarla? Solloza…Sabías que era débil, no la protegiste, es tarde para llorar. No sé cómo pasó, te lo juro. Ahora el que grita es él. Mientras hablo, mi espalda resbala contra la pared hasta dejarme en el suelo. Mi debilidad me enfurece. Le corto. Vuelvo de rodillas a la cama. Tomo su mano y siento un aleteo. Sus ojos, muy abiertos, colorean de verde las sombras. Su boca sonríe amorosa e intenta hablar. Era Rodrigo, susurra, me voy a esperarlo… mamá. ¿Y yo? grito trastornada. Vos… comprendé mamá… y 95


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aceptalo… así se irá el dolor. Nevó y heló por varios días, el tiempo acompañaba mi sufrimiento. Cuando el sol calentó la tierra pude sepultarla. Ahora estoy volando hacia Buenos Aires. Rodrigo está grave y yo ansío estar a su lado. AZUCENA OLIVA*

*Pertenece al grupo “De la Palabra”, a Sade y a “Espacio de la Palabra” (La Plata). Participó en varias antologías. Publicó cuentos en la revista “La avispa” y “Albatros”. Mención de Honor en Junín País, 2006 y 2007. e–mail: azuliva@yahoo.com.ar 96


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La niña muerta II

La niña no puede respirar Le hundieron el pecho con una rosa helada La niña sueña que despierta en tus sueños Y que sos feliz, soñándola La niña sueña con madrugadas infinitas y no teme a la muerte Será como dormir en tus brazos por siempre

La niña sueña que el sabor del desamor no es tan amargo

VERÓNICA MONTERROSO*

*VERONICA MONTERROSO nació en Buenos Aires y reside en Mar del Plata. Es locutora nacional y profesora de inglés. Además pinta y escribe. Colabora y ha colaborado con publicaciones de Mar del Plata, Buenos Aires, Cuba, España y Venezuela. Los textos publicados en esta antología forman parte de su obra “100 POEMAS DE LOCO Y TANTO AMOR”, próximo a publicarse. Contacto: mariaveronicamont@hotmail.com o a veromonty4@yahoo.es 97


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IDEA EN PROGRESO Si entrara en este momento con un ramo de flores y me dijese que mañana tiene reunión de directorio, le pondría cara de pocos amigos y un gesto de, “me di cuenta”. ¿De qué me di cuenta? De que los maridos perfuman las mentiras que huelen mal. Si trajera bocaditos de naranja y chocolate para después, me haría la distraída, que no vi la caja. Aunque él sabe proponérmelo con buen gusto, nunca directamente. Tal vez durante la cena me dé golpecitos con el índice en la mano como quien reafirma lo que dice, y diga algo que no tiene nada que ver, pero sabiendo que ese contacto surtirá su efecto. O se muestre distante como pensando en otra. Eso lo podría oler, porque si hubiera otra, tal vez aparecería primero como una intuición. Cuando una cree haber visto pasar una laucha, seguro que vio pasar una laucha; claro, corre tan rápido, que no permite asegurarlo. Pero está y eso es lo que se me acaba de ocurrir. Que la laucha está. Sólo tengo que esperar o ponerle una trampera. También podría ser que para disimular alguna falta, se sentara en el sillón al lado mío después de cenar, pusiera el brazo en el respaldo, me rozara la oreja y yo no sabría definir si fue él, o yo que moví la cabeza. O si apoyara en mí su costado tibio, y me quedara por puro gusto, temblando sin querer. A esa altura, ya no sabría qué pasó en los últimos diez minutos de película. Y de tanto hacerme la distraída no aguante más, me abalance sobre los bocaditos de chocolate y empiece a comer recostada en él con la defensa vencida. Pero no, en esos casos hay que guardarse las ganas, ponerse firme. Pensar en la trampera, preguntarle las cosas varias veces de distinta forma. Hacer que se pise. Observar sus gestos mientras digo que estuve a punto de pasar por la oficina. Porque ellos son muy capaces de vendernos lo que quieran, o lo que una acepte comprar. No, éste no es el caso. No quiero comprar. Sólo saber el precio. Porque todo tiene un precio. La discreción, el amor, el odio. Hasta la amistad tiene precio. En este caso se pagaría por el conocimiento. De ser lo que pienso querría saberlo y decírselo. Bueno, decírselo no sé si se lo diría pero saber, es lo que permite tomar la delantera. No hay que dejarse pasar por estúpida. A mí ninguno me va a hacer eso y mucho menos él. Si hay que cortar por lo sano a juntar coraje. Someterse a la operación para salvar lo que 98


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sea. Él sabe que no me gustan las medias tintas y si no puedo decirle nada porque no tengo evidencias, lo mejor será abrir el paraguas. Leer su correo electrónico, mirar el último CD de fotos de la oficina. Buscar en los bolsillos, revisar sus prendas. Rastrear un olor ajeno. Si trae la ropa arrugada. Si dice que necesita renovarla. Si pone más atención en combinar los colores. Un cabello ajeno en un sweater. Observar si viene despeinado. Si se le mueren más clientes que lo habitual y sus nombres no me resultan conocidos. Si hace lavar el auto día por medio. Si me trae de regalo un perfume distinto del mío. Y si no encontrara nada y él llegase en horario, sin flores ni bocaditos, igual tengo que desconfiar y por las dudas, hacerme la indiferente porque puede ocurrir que me haya parecido verla pasar, lo que es decir que la laucha está.

Cuando desconfío de mi escritura no necesito investigarla. Puedo estar segura de que le he sido infiel. ELBA TESORIERO*

*eteaqui@copetel.com.ar 99


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ERAMOS Éramos la confluencia de los océanos. Igualdad de nivel en horizonte. En el fondo diversidad de caracolas y tormentas. Tú, el Pacífico. Yo, agitado Atlántico. Tú, cielo y sol. Yo, mar y luna. En tus brazos viví los otoños más bellos, pincelaste mi savia de cimas naranjas y azuladas ilusiones. Tras la noche blanca de montaña caminábamos en la niebla de un mar embravecido. Las fuerza de tus brazos ya no me contienen. ¡Hoy! ¿lo ves? Naufragamos en ausencia. No fuiste tú lo bastante consecuente, ¿o no supe yo besar? Sólo queda bullicio de crestas y gaviotas. ANA MARIA TOULOUSE 100


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Princesa azul Enamorarme de una mutante fue la experiencia más inolvidable de mi estúpida vida. La contraté para el servicio doméstico, obviamente, admitiendo los consejos de mis amigos. No podía continuar así, abandonado, abandonándome, la ropa encharcando el piso, los restos de comida sintética en los platos que no reciclaba nunca, mi propia mugre de soltero, en suma, que ahuyentaba hasta las babosas. Ella llegó una mañana y aceptó las reglas –normalmente no se negaban a ninguna. Hablaba poco y en invierno no me sobresaltaron sus curvas, embutidas en suéteres térmicos agujereados y con pantalones de fajina, pero al llegar la primavera vino un día semienvuelta en una musculosa lila que le exaltaban los tres senos esféricos, perfectos, que se hamacaban en el ir y venir del secador, y una falda mínima que solía ingresar en la medialuna de sus nalgas cuando se agachaba a recoger mis boxers. Sus ojos rojos me hacían arder como bombas de fósforo cuando me encontraban, directos y duros, ojos de un rencor específico, de la mujer herida por la historia, embarazada de injusticias, que se dulcificaban al sonreir, si su mueca era una sonrisa, miserablemente agradecida de que la arrancase, al menos unas horas diarias, de su condena a prisión preventiva sin haber cometido todavía el crimen del que en cualquier momento la culparían. Alguna vez la seguí a su rancho, celoso anticipadamente de un amante que no apareció. Sentí una rara ternura por sus hermanitos de muchos dedos, muchos hermanos en su paraíso tras las setas electrificadas, el mismo odio rojo, pero más abreviado, más doméstico, en las caritas de cráteres mal curados. Me fui enamorando primero de su terco silencio, de su sensualidad inútil, de su paciencia prenatal. Al principio no la quería de noche: me habían advertido sobre los hábitos asesinos de las siervas mutantes. Después decidí asumir el riesgo y un atardecer le emboqué un beso, que no rechazó, y di paso a que sus lenguas se enredaran en mi cara, en mi cuello, en mi pecho, dijo algo en su idioma, que no entendí, y enseguida me tatuó con su saliva amarilla el vientre, mi ombligo, mi sexo. Lo hizo sin violencia ni pasión, como si hubiera nacido para eso, o como si yo hubiera nacido para ella, para que ella lo 101


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hiciera conmigo. No fue fácil adaptarse al sabor de su piel azul, ácida al comienzo, agridulce después; yo sabía que ya no contagiaba y su gusto tenía un efecto endiablado. Probablemente era su mejor secreto, la razón por la que tantos solteros suelen tener idilios con mutantes. Mi sorpresa más grande fue su doble vagina. Ella no se mosqueó a causa de mi único pene, pero vi en su rostro, o creí ver, cierta decepción, que naturalmente no se atrevió a expresar. Penetrarla, ladeado, una desproporción de ángulos, medio cuerpo mío sobre su mitad izquierda, mi boca sobre su seno y medio, ella acariciándose la otra cavidad, yo hendiéndome en una parte suya, gozamos juntos de manera asimétrica, yo satisfecho y ella sólo una parte. Se vistió sin reproche ni angustia, indiferente, asimilando un éxtasis controlado, elemental, pese a mi denuedo acelerado, al deseo que me espoleó un priapismo empeñoso. La segunda vez, dos días más tarde, me volqué sobre su otra vagina, balanceando el desgaste, y otra vez el placer disperso, a ramalazos. Ella ahora sonrió, insensiblemente irónica, entendiendo mi pobre estrategia, y agradeció, muda, mi buena voluntad, sintiendo, adivinando que, un poco, la respetaba y me pesaba su inadecuado deleite. Generosa, o eficaz empleada, cebó sus múltiples lenguas y su aliento esponjoso sobre mi única y disminuida virilidad. No tardé mucho en resolver una cirugía que pusiera orden en el desencanto. Ella no se sintió especialmente halagada, se encogió de hombros como si le bastara, o se resignara a mi incompletud, pero me presagié una lástima próxima, un cansancio, el propio de la mujer incompleta. No tenía derecho a mutilar su felicidad sexual, y ella debía comprender que mi sacrificio orgánico, tan excepcional en un humano como concesión a una mutante, se enderezaba a mi, a nuestra, necesidad de perfección, y a la honradez de mi amor. Amor, eso sí, no era palabra de su vocabulario y no le sonaba en labios de un hombre, así que se abstuvo de hacer sugerencias o ensayar consuelos, siempre tan parca, al cabo una simple sirvienta que no dudaba en complacer a su amo, y no era ella la que iba a padecer una, otra, mutación. ¿Habrá sentido el poder, una vez en su vida, o yo ya había dejado de importarle, si alguna vez le importé? ¿Los te quiero que susurraba a su largo oído le habrán hecho algun eco en la posibilidad de su alma? Una semana después volví de la clínica, esperanzado, doblemente dotado para quererla, ansioso de mostrarle mi logro, mi sacrificio. La esperé, pero no regresó. Me maldije al recordar que le había dicho 102


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una semana: su ignorancia absoluta de las matemáticas, más la forma en que no negaba nada, la habría confundido, pero no fue capaz de repreguntar. Conociendo su casa me apersoné en el suburbio, pedí por ella y, tan sumisamente como cuando la conocí, como acudía a mis requerimientos de limpieza o cocina, de lustrar de rodillas mis botas o beber mi sexo, apareció en el vano de la puerta de lata. Fue la única ocasión que habló tanto. Iba a casarse, con uno de los suyos, que al parecer la había preñado. Su castellano se desbordó, como si hubiera aprendido de memoria las palabras exactas y no supiera ni una más. Un mareo súbito me entonteció. Pensé si tendría gemelos espontáneos, si cada ovario concibió un bebé simultáneo, los dos azules, y la imaginé, para mi dolor, gozando un orgasmo bifurcado como una explosión de fuegos artificiales en la bóveda de su sistema nervioso irradiado de desgarramientos nucleares. Ahora, mi sangre en estéreo se sienta a esperar al costado de la vida. Pido otra sierva mutante, pero no hay vacantes. Me enteré de que duran poco en el departamento de los solteros, y que no soy el único que las solicita. Una ablación de espíritu podría restaurar los escombros de mi corazón, que todavía sueña y ama a las princesas azules. GABRIEL CABREJAS

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Amor religioso Liturgia confesada de tu boca conciencia limpia de tanto pecado. Voy a rezar cada palabra que dones al silencio sepulcral cada perdón de lengua malcriada en este desesperado sacrilegio. Labios mojados en agua bendita ojos cegados en dócil penitencia. Voy a brindar la eternidad de esta virgen consagrada a tu divinidad de príncipe azul. Solo por una mísera hostia de tu religión seré la imagen que llore el calvario de tus pies. Y en el culto la gula devorándome la lujuria araña las puertas del encierro uñas disfrazadas de puta para secuestrar a la virgen. Nadie pagara el rescate. Esta soberbia de amar soledad empedernida envidia a quien tiene tus ojos a quien ora tus misas. Codicia de tenerlo todo 104


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conquistar los muros los te quiero en la mesita de luz. La pereza maldita en búsqueda de querer no de necesitar. Ira destructiva manera de habitar la casa que me vive. Soñar entre escombros una aparición milagrosa o internarme en las puertas de tu iglesia para predicar el olvido.

MARIANA GARRIDO

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contame otro verso

A LA VUELTA DE LA VIDA Decidí ir caminando. La calle Bernardo de Irigoyen se abría paso en la bruma del amanecer tardío de mayo. Eran casi las seis de la mañana y arrastraba los pies para cumplir con una tarea ingrata como es cualquier tarea cuya performance se realice en un cementerio. Un par de calles antes ya se vislumbraba el arco monolítico que precede la entrada. Dos farolitos, presuntas velas votivas, que por el color de su luz –el rojo– anticipaban confusas asociaciones, iluminaban el vestíbulo detrás de la reja. Entré sin poder reprimir un escalofrío. A la izquierda una puerta vetusta se anunciaba con un cartel enlozado como oficina. Golpeé respetuosamente y una voz femenina y destartalada me gritó que entrara. Iluminada por una lámpara de escritorio que pedía a gritos más watts, una empleada me arengó con la mano en el aire para que terminara de entrar y cerrara la puerta. –Saque número? me cortó cuando quise explicarle a qué iba. –Sa–que nú–me–ro–repitió cuando yo, un poco lento, intenté explicarme otra vez. Por lo tanto saqué número –el dos–y me senté al lado de una señora que esperaba como yo con un número en la mano –probablemente el uno–. La empleada abría y cerraba cajones, escribía a máquina y fumaba como si fueran las tres de la tarde y nosotros no existiéramos. Minuto a minuto me alejaba más y más del ánimo con que llegué al cementerio y, sintiéndome algo culpable, decidí recuperar mi pesar compartiendo ese indudable doloroso momento con mi vecina de banco. –¡Y bué!–dije reflexivamente mientras me miraba los pies. –Psss… –resopló la mujer, una señora buenamoza que andaba por los sesenta. –¡Qué va a ser! Los trámites, siempre los trámites –acoté. –Esto parece que no se termina nunca. Inmediatamente me di cuenta de que mi compañera era buen material para compartir una espera. Le gustaba charlar pero el pudor le impedía largarse. Sin embargo, estaba calentando motores. –No, no se terminan nunca. Pero disculpe, ¿usted viene por…? –Traté de animarla. –Por mi marido. Reducción. –Yo también reducción. Mi suegra. –¡Qué buen yerno! 106


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–Tendría que haber venido con mi mujer pero está embarazada así que le dije quedate que yo me encargo. –Sí, pobre, es un poco impresionante. –Y sí, pero en mi caso es mi suegra, en cambio usted… –Mi marido, mi primer marido. Un buen hombre. Pepe. Muy buen hombre. Estar acá, tantos recuerdos. –Me imagino. –Una elige un hombre para toda la vida sin pensar que la misma vida se lo quitará. Y a ese compañero, tan enamorada, tan inocente, te disponés a entregarle todo. Y se lo das, se lo das, nomás. –Debe ser terrible enviudar. –Terrible. Cuando él murió quedé desvastada pero Dios ha sido generoso conmigo y ahora lo tengo a Luis. –Bueno, me alegro por usted. –Es difícil. Es muy difícil reemplazar un amor, pero se logra. Con tiempo, con paciencia y con fuerza de voluntad, se logra. Además Luis fue un bálsamo en mi vida. Con Pepe estuvimos juntos treinta y dos años. Criamos cinco hijos. Nos hicimos una casa prácticamente con nuestras manos y logramos levantar una ferretería que fue una de las mejores de Mar del Plata, una de las más surtidas por esos tiempos. Fueron treinta y dos años de trabajo duro y yo le decía a Pepe: vamos al teatro, vamos a comer al puerto. Sobre todo en temporada, le decía vamos, vamos a algún lado. Pero él que no y que no; que trabajar y trabajar. En invierno porque como había poco trabajo había que aprovechar lo poco que hubiera; en verano porque ya que había trabajo, había que aprovechar todo lo que hubiera. Conclusión: ni a la esquina. Yo con los críos todo el día y en los ratos libres, a la ferretería a dar una mano. –Vida dura. –Sí, pero con Luis es distinto. Ya somos grandes, ¿sabe?, entonces algunos ahorros tenemos. Yo vendí la ferretería y él tiene una buena jubilación, de bancario, entonces aprovechamos. Los hijos hacen su vida y nosotros paseamos; vamos a las termas, salimos a comer. Y como salimos tanto Luis me dice que me compre ropa. Comprate esto, comprate lo otro. Hasta me regaló un anillo, lo eligió él solo. No pensamos casarnos pero me dijo que quiere que tenga su anillo, para que nunca deje de pensar en él. Y me trajo un anillo grandote, de oro, con una piedra verde arriba que no creo que sea una esmeralda porque es enorme pero es lindísima. Me lo puso en el anular y mientras yo protestaba me dijo que no era para tanto, que yo me merezco eso y más, que el anillo no era ni la mitad de lindo que yo. Y un montón de 107


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tonterías…. –¡Qué hombre más….! –dije yo sin saber qué adjetivo usar. –Y ahora lo tengo que reducir a Pepe. Sola, porque de mis hijos ninguno quiso venir. Como era el papá, les da impresión. Luis me quería acompañar pero yo le dije que no, que no correspondía, que tenía que venir yo sola. Entonces me dijo que venga, nomás, que me espera con el desayuno en casa. Así que ayer hizo un bizcochuelo para que sea algo especial. Bizcochuelo y mate. –¿Cocina también? –Como los dioses. Y se lo digo yo, que soy excelente cocinera. Mire que en los treinta y dos años que viví con Pepe, nadie, pero le digo nadie, me hizo ni un huevo duro. Porque los domingos venía toda la familia a almorzar. Los hermanos de Pepe con sus señoras y sus chicos, y de jovencita, mis suegros. Ëramos veinte o treinta y Pepe me decía dale vieja, hacé ravioles, y yo hacía los ravioles para todos. Empezaba el sábado cuando cerrábamos la ferretería cuando Pepe se iba al bar y yo estaba tranquila como para empezar a amasar. El tuco ya lo tenía preparado del jueves o viernes porque si no, no llegaba. ¿Sabe la cantidad que hay que hacer para veinte? Eso sí, postre liviano. Invierno y verano, ensalada de frutas cortada bien chiquita como le gustaba a Pepe. No supe qué aportar. Hasta la empleada parecía escuchar. La mujer continuó. –Pepe. Quién hubiera dicho que me encontraría acá. Tan sola. Bueno, con el divino de Luis esperando en casa. Y Pepe, con el que pasé los mejores años de mi vida. Porque yo también fui 90–60–90, o casi, pero a la vuelta de la vida, después de todos los batones que me regaló para el día de la madre, después de los cumpleaños de aspiradora, licuadora y batidora, lo tengo a Luis que me espera con el desayuno. Como que la vida me hace una reparación. –¿Reparación? –Recién ahora me veo las manos, sabe qué lindo me queda el anillo de Luis. Porque anillo nunca tuve. Las alianzas Pepe las vendió para comprar una oferta de taladros que venían de Norteamérica. Ya los vamos a rescatar, me dijo. Pero con la venta de los taladros compramos burletes Rapiflex ¿Se acuerda de los burletes Rapiflex? Ya no hay más. Y después le perdí el rastro a las alianzas. Y hoy lo vengo a reducir. Digamé: ¿le parece que hago bien? 108


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–Mmm… –no quise arriesgar. –Lo cuidé, lo ayudé, lo sostuve por treinta y dos años y él ¿qué hizo? Me usó, me hizo trabajar como una burra y, al final, se muere primero, me causa un dolor terrible y me deja con la carga de todos los trámites. –No creo que fuera su intención –dije, ahora sí, con seguridad. Pero la mujer ni me miró. – Si yo hubiese sabido que existían Luises, seguro que no hubiera enterrado mi juventud al lado de Pepe que ni me miraba. Luis me trata como una mujer, no como una bestia de carga. Me pasea, me luce, está orgulloso de mí. A pesar de mis años parece como si me viera como era hace veinte años atrás. Digamé: ¿qué hago yo? Yo, ¿qué hago? ¿Eh? La empleada se acomodó en el asiento. –Mientras Luis me espera en casa con su bizcochuelo, el mate, su anillo y el vaucher para ir a cataratas el mes que viene –siguió, ya algo desencajada –Yo estoy acá, casi de noche y cagada de frío para seguir atendiendo al finado que me hizo desperdiciar los mejores años de mi vida –a esta altura la señora estaba bien colorada –¿Sabe qué? –se puso de pie –A Pepe que lo vengan a reducir los hijos, que para algo los tuvimos –Y, enarbolando la mano con el número, agregó –¡Pepe y la puta madre que te parió! La señora llegó en dos trancos a la puerta, pensó un poco y volvió sobre sus pasos. –Tome, tome mi número –dio media vuelta y se fue azotando la puerta. El portazo heló la paz del cementerio. La empleada y yo nos sostuvimos la mirada mientras oíamos el resonar de sus pasos extinguirse por la calle Almafuerte. Después de unos decorosos segundos, la empleada carraspeó y dijo alto y claro: –Eeeluuunooooo– LAURA MONCLÁ* *Laura Monclá marplatense por adopción, nació en Capital Federal hace ya más años de lo que es decoroso reconocer. Participa esporádicamente del Taller de la Palabra. Escribe cuentos y ya lleva tres ediciones de autor. 109


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la casa del monstruo

sobre estos colchones me abandono libertina y robusta abandono lánguidamente la ballena de mi conciencia retorciéndose de odio ángeles ciegos me enredo en mi hombre igual que una serpiente se anuda entre los hierros

hago reír a mis felices huesos y dejo correr estos pechos de velos triunfantes hasta tu boca tímida que hubo succionado cada una de mis voluptuosidades VERÓNICA MONTERROSO

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DEGUSTACION

Te saco el vestido muy despacio. Te pongo de pie casi desnuda. En tu cuerpo virgen puedo leer lo que vendrá. Huelo, percibo, satisfago mis narinas. Bebo de tus jugos interiores, saboreo, le doy gusto al paladar y a los sentidos. Dos ojos ansiosos me miran expectantes, tratando de adivinar lo que vendrá. Termino mi tarea lentamente. Hiere el silencio el choque de nuestros cristales para deleite del oído... Salud, amor, ¡excelente el vino!

LUIS MÉNDEZ

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Veo, aunque no quieras la luna de agua que te crece dentro Sí, ya sé al desnudarme sólo deseo soles como si nada fuera nada Un vino agudo atraviesa mis meridianos y mi Este Salí del oleaje de tu cama no es lugar para la noche Las raíces de este vino nuevo me traspasan Mi canto me corrompe también vos, ya sabés.

CAROLINA DRAGOTTO*

*Email: carolinadragotto@yahoo.com.ar 112


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Laura escondida detrás de las palabras Eugenio, las manos hundidas en los bolsillos del sobretodo negro, lento paso tras paso bajo la noche oscura; hay poca gente hoy en la calle. Una mano fuera del bolsillo profundo y negro con un atado de cigarrillos entre los dedos amarillos de nicotina, toma uno; otro paso, y el cigarrillo gira tres cuatro veces entre el índice y el mayor antes de detenerse en su boca; un fósforo que no se resigna, raspar y raspar contra la caja, luego se quiebra con un chasquido sordo, otro fósforo; ahora sí, el fósforo en una mano y la otra cubriéndolo, y Eugenio aspirar con fuerza para que encienda. –¿Una moneda señor? –dicen dos ojos negros como pozos de noche negra y fría, mientras muestra la palma de una mano tan sucia de hambre como la cara; ¿sabés que no tengo un peso?, pero las palabras no llegan a su boca. Tampoco fue capaz de decir nada cuando Laura se vistió por última vez frente a él. Ella aún recostada sobre la tarima de madera en el centro del estudio, y Eugenio rondando con un martillo y un cincel entre las manos, parecía no saber que cosa estaba haciendo allí. Buscar las llaves en algún bolsillo del sobretodo, el negro nunca te quedó bien, donde mierda estarán, ¿una moneda señor?, acá están, a vos te van los colores claros Eugenio; volvía los ojos una y otra vez de sus manos al bloque de mármol tan blanco como la piel de Laura, la espalda contra la madera brillante bajo la estridente luz del cuarto, la pierna derecha flexionada, procurando cubrir su cuerpo sin ropa con los brazos. Aquellos ojos pálidos fijos en el techo alto lo obligaron a preguntarse donde estaba ella en realidad. –¿Cuánto hace que no comés? –Hoy, unas medialunas a la tarde. –¿Cómo estaban? Igual que siempre, viste como son; Laura no podía mirarlo a los ojos; nunca te la van a hacer fácil, los únicos que exponen son los amigos de ellos; quedate quieta Laura no hables. –Vení para casa así comés algo decente, vivo acá nomás –le dice 113


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Eugenio en voz muy baja mientras sigue caminando, solo seis metros hasta su casa, y el llamador de bronce aún resonando en su cabeza mientras la puerta se cierra; ¿hasta cuándo?; Eugenio en el atelier mirando las paredes de un blanco insoportable. Te digo en serio, ¿para qué te sirve todo esto?; pero la puta madre, andá entrando mientras Eugenio dos pasos hasta el cuadrado de tierra donde crece un árbol raquítico y frota con fuerza el zapato izquierdo contra el suelo perros de mierda, ¿cómo te llamás?. –Matías. –La voz es un susurro quieto bajo las luces de sodio; a Eugenio le parece más una disculpa que una respuesta; desearía comprender pero no puede, las cosas son así Eugenio, no tengo porque estar dándote razones, ¿entendés?; es acá Matías; las manos se extravían en los bolsillos del sobretodo; puta ¿dónde están las llaves? –Odio que me regalen flores. La verdad que no te entiendo viejo, ¿para qué perdés el tiempo meta golpear y golpear con ese martillito si al final todo lo que hacés no te lo va a mirar nadie?; esperá que enciendo la luz; ¿usted vive acá? –Acá estás vos Laura. No me parezco en nada; sentate Matías ya te preparo algo; la casa era un largo pasillo de baldosones bordó, azul, y blanco sucio; eso es lo que vos te creés, esta figura es más real que vos misma. A un lado de la medianera cubierta en verde, que más allá, donde el corredor se vuelve patio, la enredadera también se transforma, pero en vid; se pregunta para que está con él en este café de mierda, lo mejor es el Gancia botella solo para vos y un sifón después el mozo mide cuanto tomamos, ya se ven poco cosas así Matías caminaba como desconfiando de sus propios pasos, cada tanto se volvía hacia atrás procurando ver a Eugenio; ¿te gusta el salame?; un alero de chapa y cinco maceteros estallando con el rojo de los malvones. El paso lento de ambos, aquel deslizarse a través del corredor oscuro de la casa silenciosa, se asemejaba a una fotografía, ambos parecían estar quietos, cristalizados en medio de un paisaje donde el tiempo había muerto de un modo repentino y perturbador. Dos cuerpos desesperados buscándose uno al otro; instante último; a la izquierda puertas con vidrios biselados pintadas de azul, naranja o violeta; eclipse de manos dedos entrelazándose en un abrazo perpetuo. Se miraban uno a otro desde cada lado de una mesa de El Nacional; pocas cosas los unían, 114


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salvo los vasos de aperitivo entre Eugenio y su hermano. –¿Por dónde es señor? –Eugenio parece no escuchar, toda su cabeza está ahogada en un estrépito de pasos de Laura dirigiéndose hacia la puerta llamador de bronce. Las bocas abiertas en gestos grotescos, mudas; un cuerpo que parece querer alejarse de algo; cualquiera que los hubiese observado creería ver en Laura y Eugenio a las víctimas de una catástrofe terrible y definitiva. Sí, a lo mejor tenés razón y yo no entiendo, ¿pero sabés una cosa?; Eugenio miraba a través de la vidriera a su lado mientras frotaba lentamente el pulgar y el índice entre si. –Sentate por ahí –la cocina estaba iluminada por una luz demasiado fuerte y blanca; los muebles de colores claros parecían confundirse unos con otros, en aquel momento Eugenio habría sido incapaz de distinguir una silla de la mesada recubierta de granito gris. –No es tan así –sigue mirando a los pocos que pasaban por la calle a través de la ventana de vidrios manchados; parecía que todo el tiempo se hubiera recostado sobre ellos, que buena mina, mientras sigue pulgar contra índice, en un giro que parece que nunca acabará, hasta detenerse. Matías se mueve de un lado a otro de la habitación, deseaba hallar un sitio que le perteneciera de verdad; no me digas nada, ¿antes que las flores preferís ir a comer a algún lado, no?; vestido con un vaquero sucio y una remera azul tres talles más grande, giraba sobre si mismo procurando aprehender cada uno de los detalles que veía: la mesa de madera con uno de sus bordes golpeados; los azulejos lavanda, y más arriba las paredes y el techo alto de un blanco que nunca creyó que existía; una mancha en el suelo junto a la cocina, parecía té o aceite; Laura se acercó a él, tomándolo de las manos, intentando que volviera de ese paisaje absurdo en el que se sumía un poco más cada instante. Eugenio apoya su rostro sobre el bloque de mármol con los ojos cerrados, como sumido en un sueño del cual no deseaba alejarse. –¿Estás seguro? –deseó poder responderle, pero no encontraba razones verdaderas para hacerlo. –Sentate por ahí, donde quieras. Eugenio fue hasta la heladera: leche y fiambre entre sus dedos callosos; la leche en un hervidor, el hervidor sobre la hornalla que acababa de encender; revolver dentro de una bolsa, segundo cajón del bajo mesada, pan todavía fresco, ahora lo corta al medio; Matías lo 115


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observa con ojos que parecen asombrarse a cada instante, y alza los hombros una o dos veces; parece una marioneta desquiciada. –No me mires así, te lo digo en serio Laura; acá adentro estás vos, aunque no me creas. –Eugenio le muestra las palmas de ambas manos, como deseando ofrecer una especie de don que aquella mujer por momentos incomprensible no es capaz de ver; luego, se abraza lentamente, con pasión, al bloque de mármol entre ellos. –No me mires así –dice como en sueños–; vení apoyá las manos acá, tratá de sentir esto que te digo. –Vení, sentate –Matías aún parece no saber qué cosa hacer en aquel lugar tan extraño y ajeno a él–. ¿Dónde vivís? –Acá adentro, ¿me entendés?; la verdadera Laura, la que yo quiero está acá adentro –por un momento Laura creyó que Eugenio ya no tenía nada por decir–. Todos saben que a mí me toca sacar lo que sobra –terminó diciendo, mientras sonríe comprendiendo la obviedad. Eugenio se lo queda mirando en silencio; que siga comiendo, no hables, no pienses en lo que está del otro lado de la puerta, llamador de bronce. Todo lo tuyo es muy lindo, pero vos sabés muy bien que todas las estatuitas que estuviste haciendo los últimos tiempos eran una excusa. Se imagina a Matías como a un preciado objeto perdido demasiado tiempo atrás; no me podés salir con una cosa como ésta. Una Laura inacabada reposa de espaldas frente a Eugenio observándolo tristemente, está más viva de lo que parece; ¿querés más?; Laura no es aquella que él recuerda, piel blanca y tibia. Desesperada conjunción de cuerpos sudorosos sobre la cama revuelta; no se moleste señor; ella es una infinita superficie fría y pulida como un guijarro sobre la playa; es esta mujer que Eugenio va trabajando con sus manos, mientras deja de lado todo aquello que está de más; una piedra blanca y reluciente rodando por dunas suaves y pálidas, arrebatada a un sueño de Tanguy. Dos cuerpos teniéndose solo a sí mismos. Palabras ahogadas en medio de la locura y la fiebre de saberse dichas, pero incomprensibles. Muñecos de ojos ciegos moviéndose a tientas en medio de aquella maraña de sábanas revueltas y esbozos de Laura hechos a lápiz. Laura tan solo un trozo de mármol entre las manos ausentes de Eugenio. –Yo ando siempre por ahí, ¿vio?; –muerde el sándwich y las palabras ahora son confusas, como si Matías hablase a través de un pesado velo–; siempre encuentro algún lugar, ¿vio? 116


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Creeme lo que te digo Eugenio, no podés seguir dándole vueltas a lo mismo. Si alguien te escucha va a pensar que decís cosas de loco, o idiota. Pero es cierto, vos estás acá. Si no lo entendés de entrada no vale la pena que lo explique, Carlos. Una mujer y un hombre inmóviles incapaces de decir cualquier cosa; en sus recuerdos ambos parecían adoptar poses extravagantes, absurdas: los brazos extendidos hacia adelante. Todavía sigue hablando y me harté de mirar por esta puta ventana que no hay nada por mirar aquella está bastante buena, ¿me das bola o que?, te escucho Carlos, ¿tiene otro sándwich, señor?, una astilla y luego otra y otra más con cada golpe, Eugenio parece más Eugenio y Laura más real, esto es demasiado, tengo que terminarla, ¿no te das cuenta que sin vos esto no sirve para nada?, ¿una moneda señor? La luz blanca de la cocina recorta la figura de Matías de un modo extraño, Eugenio piensa en la figura inconclusa, tras la puerta laqueada del otro lado en el estudio Laura aguarda como cada noche de cada día que ya no está nunca más. Esperame que ya vengo y luego el silencio profundo y denso como pozo negro de noche oscura, Matías sin saber que cosa hacer allí en medio de aquel lugar tan raro para él, que blanco es el blanco acá, de pie con el último resto de pan de ayer pero todavía fresco peor es nada feta de salame queso entre los dedos mugrientos dientes amarillos a veces fumo, ¿cuántos años?, diez, ¿pero qué quiere que le haga?, nada ya no podemos hacer nada. Acercándose con miedo quizá timidez a la puerta abriéndose a su mundo más secreto, ¿te gusta? yo trabajo acá, Matías sentándose en el piso de pinotea cubierto de astillas blanco mármol. Ya sé, las flores no te gustan, entonces ¿qué querés que te regale? Matías parece no escucharlo, sentado en el suelo de madera rebuscando entre los cacharros que Eugenio alguna vez dejó caer, parecen los cadáveres de sus recuerdos más dolorosos, Matías entre ellos parece no darse cuenta de nada, un cincel en una mano y la curiosidad colgando de su rostro de ojos siempre asombrados; acá estás vos, solo tengo que quitar lo que sobra; todas estas estatuitas son excusas tuyas; jugá Matías, vos todavía podés; yo no sé si voy a poder seguir con esto; yo vivo por Quilmes, pero me vengo siempre para acá, para el centro; ¿no te das cuenta que hace rato que volcaste Eugenio?; Eugenio deja de mirar por aquella vidriera, mesa de El Nacional tarde 117


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de mierda Gancia por medio con su hermano; ¿una moneda señor?; Matías parece no darse cuenta de nada, Eugenio piensa que ya ha sido capaz de encontrar un mundo verdadero, y se acerca a la figura blanca que procura cubrir su cuerpo desnudo con los brazos, uno dos tres golpes y Matías sobresaltado lo observa arrodillarse junto a la tarima de madera lustrada con unas piedritas en la mano, que no puede entender nada de lo que diga o haga ese tipo raro que me llevó a la casa y me dio de comer un poco pero mejor que nada es ¿no?, y que ahora se la acerca con una mano cerrada, un puño duro en el cual Matías no puede ver los cinco trozos de Laura que Eugenio acaba de pulir. –¿Sabés jugar a la payana, Matías? DANIEL BATTISTON*

*Nació en Buenos Aires en 1966. Publicó un libro de cuentos, Sitio golpeado; y otro de poesía, Todos los espacios vacíos; ambos por Editorial Lulu (www.lulu.com) Además edita un blog literario, Un extraño, un hombre mundano (http:// unextrano.blogspot.com) y la revista El Margen, que puede descargarse desde la web (http://revistaelmargen.blogspot.com)

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Por mí sube el sonido de tu sal insomne Por mí sube esa marca que me hiciste con tus fuegos marítimos Te robo los fantasmas el espejo está vacío me desnudo éstas son mis palabras no desisto

CAROLINA DRAGOTTO*

*Email: carolinadragotto@yahoo.com.ar 119


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La esquela, la ternura Se despertaba temprano. “Los faroles de Carmen apagan la noche”, decía el padre. Carmen madrugaba… a veces me la encontraba en la parada del 54, yo volvía de la milonga y Carmen se iba al frigorífico, era hermoso irse a dormir empinado con la imagen de Carmen subiendo al bondi, “Anda flaco, anda, que a la tarde paso con biscochos para el mate”, ¡qué minerva! Y yo me dormía esperando, pensando en la tarde como si fuera algún futuro lejano. Filetera Carmen. Toda vestidita de blanco y con ojos azules, me golpeaba la puerta del cotorro y me cantaba despacito la del gaita: “ambiguas horas que mezclan al borracho y al madrugador…” Era hermosa Carmen. Era como esas flores extrañas, que son bellísimas, que te las quedas mirando y no sabes si arrancarlas y llevártelas, o dejarlas ahí y esperar que… qué sé yo, así era Carmen, bellísima. Yo vivía en la pensión del padre. Gracias a ella vivía ahí, porque el viejo nunca pudo verme la jeta… anda a saber, mirá, mirá, mirá, mirá como me embronca el chimenea…yo no tengo derecho de estar acá?, decime? Vine a despedirla, Carmen era amiga mía, che. Pobre flaca… Ella no hablaba mucho, pero te decía de todo por que te hablaba con el cuerpo, hermano, ¿entendés? No se movía demasiado… no sé como decirte, aprovechaba todos los gestos, y como tenía una delicadeza y un cuerpo hermoso vos le entendías todo, Esa tarde se quedo conmigo tomando unos verdes hasta las nueve de la noche, hablamos parva de cosas ese día. De cuando íbamos al primario, en la 26, me contó la primera vez que me vio, que yo había ido al aula de ella preguntando por una regla de madera que valía fortuna… mirá las cosas que se acordaba la flaca, ¡qué memoria! Yo iba a séptimo y ella recién a primero. Me contó que cuando salio del cole encontró la regla en la entrada y que cuando me la devolvió, al otro día, yo le encaje un beso en la mejilla y que quedo estúpida. Me lo dijo, ¿sabés? me lo dijo y se acercó hasta la catrera, me peinó el pelo de la frente y me encajo ella a mí un beso, pero en la boca, y ahí quede estúpido 120


...que

el amor no duele ?

yo. Jamás me imagine que una jermu como la flaca se fijara en un ñato como yo…te juro que me dio vergüenza ser tan fule. Y bueno, después de… como nos picaba el bagre, ¿viste? nos levantamos de la tranquila, morfamo con doña Inés, por que el viejo no estaba, chamullamo, ella se fue a dormir, y yo, chalado, me fui a hacer un laburo. Ocho meses sin verla, no la dejaban ir a verme porque… como no éramos parientes, ¿viste? pero me mandaba unas esquelas todos los martes, ¡todos los martes, loco! y algunos puchos también, me contaba un montón de cosas en pedacitos de papeles. Y yo le escribía promesas en los márgenes de las páginas del diario que leía el covani, el único pelpa que me daba el rati… y ahí fue, como al décimo martes me empecé a dar cuenta, ¿sabés? Porque de a poco le iba cambiando la letra a la flaca, cada vez más apretada las líneas de las palabras, y más desprolijas, pero siempre las mismas ternuras, che, siempre. Ella llena de esa mierda, rodeada de dificultades, de tristezas, y siempre con ese amor para las cosas. ¿Viste esas plantitas que crecen en las rajaduras de las medianeras, de las medianeras viejas? así era Carmen, loco, se metía en cualquier parte para serlo todo más bello… Cuando me largaron de la tumba y la fui a ver… me quería matar, hermano, casi no la conozco. Me imagino a lo último como le costaría escribir a la pobre, y sin embrago todos los martes, me llegaba…la esquela… la ternura… JUAN MANUEL ALFONSI*

*Tengo Juan Manuel Alfonsi, 26 años. Contacto: elgringova@hotmail.com 121


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Plata,

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AL TECHO (5000) No sé qué hacer con esta inmediatez que encripta mi silencio y lo vuelve trágico, traslúcido detras de una especie de araña con caireles. Cada vez que me abandono a la dulce presencia de vivir, cada vez que me doy la emoción de pasar un día feliz, contraigo los ojos y me pongo a oscuras a sentir mejor la realidad de lo feliz más cerca, más real. Cuando el hombre que amo me toca la frente, la vista eleva hacia él y eleva el corazón y soy un pájaro tomando la forma de la gruta en que cae, y soy la amurallada levedad de la bandera de Kundera y la obstinación de péndulo de Borges. Ahora me encontré de cara con el sol, se me calienta la piel, los labios resecos sed de todo lo que fluye y nos corrompe. Entonces me sé caníbal comiéndome la carne –la carne del hombre que amo es un bocado delicioso–. Me dejo caer en el hueco infinito de la embriaguez, clandestina en la belleza y dudosa en la certeza. Y la duda me desafía, y lo irreal, por absoluto, me enamora. Cuando esto me sucede, me yergo, aguardo una ducha fría y hago silencio. VERÓNICA MONTERROSO

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... que no tenemos memoria?

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del

Plata,

contame otro verso

Hambre Una cuerda floja se mece en la garganta. pedazos de carne se pudren sobre la mesa El hambre nos hace frío estómagos bulímicos se devuelven buscan desesperados saciar el apetito. Es la mesa que no existe y no está lejos porque no está. Hoy menú de esquizofrenia mañana y pasado hasta engordarnos de alucinaciones. Somos de carne y de gula las ropas colgando de la soga el vestir desnutrido palabras apolilladas de tanta noche. Rostros rastros y recuerdos gritos pintados en paredes desiertas. Las fuerzas escondidas en los techos cuelgan como horcas cuelgan como metas. Nadie puede desatar el nudo de una tormenta. No hay sogas en el viento. Hay sogas en el jardín de al lado en la terraza de un edificio en las redes del puerto. 124


...que

no tenemos memoria ?

Se secan los trapos se sostiene algo inquietan los perros se ata un secuestrado se ahorca un suicida. ÂżY en las gargantas? De las gargantas nos colgamos para gotear el dolor. MARIANA GARRIDO

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Plata,

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CÓMPLICE Retrepada sobre el frío respaldar de la cama permanece absorta. Lo sabía. Mamá lo sabía, dice en un murmullo que retumba en las paredes de la pequeña habitación. Camila llegó al instituto siendo una nena. Como profesional, intenté todos los caminos posibles para el abordaje, pero siempre, al acercarse al punto critico, cerraba sus ojos y su mente, permaneciendo así, como ahora, abstraída en su mundo. Lo sabía. Mamá lo sabía, repite mirándome a los ojos con toda la oscuridad bañada en lágrimas. La tomo de la mano y habla despacio. Lo recuerdo como un sueño, susurra secándose las lágrimas. De esos que querés despertar pero no podés. Hace calor. La casilla es un horno. Terminábamos de comer, y mientras saco los platos de la mesa, Rafa toma el resto de vino. Como todas las siestas, obedeciendo lo que mamá dice, me tumbo en el catre abrazada al oso de peluche que alguna vez ella me regaló. –Hacele caso al Rafa –le había dicho. –Gracias a él, no quedamos en la calle. Odio la siesta. Mamá lo sabe. Odio la penumbra que esconde la cama grande, deforma el ropero, y agranda la máquina de coser junto a mi catre. Un silencio impenetrable invade la habitación. De pronto, su mirada se aviva por el recuerdo. Se acomoda en la cama, replegando sus piernas junto a su cuerpo y sus manos apretadas sobre el pecho. Con esa máquina mamá empezó a hacer trabajos de costura para el barrio y yo la ayudaba ordenando sobre la derecha, la tijera, sobre la izquierda los hilos en un arco iris de colores y plateadas cabecitas de alfileres sobre la almohadilla. Cuando murió mi papá me cuidaba un poco cada uno. A veces mi abuela y otras una vecina. Pero cuando mamá decidió vivir con el Rafa... El nombre lacerante, la deja sin aliento. Hace una pausa. Su rostro casi adolescente desborda en lágrimas y abrazada a mi, buscando esconderse de tanto dolor, continúa. Me quedo dormida... su mano de cemento abre mis piernas y un tirón de ropas arranca mi inocencia. Me esfuerzo por zafarme. No lo logro. 126


...que

no tenemos memoria ?

Huelo su aliento a vino y paco. Sé que esta vez es diferente. Grito. Grito más fuerte pero mi voz queda como una mueca sin sonido. Mamá esta ahí. Como tantas otras siestas observando, apoyada sobre la máquina de coser. Cómplice de ese juego. La siento, como siento el cuerpo de él sobre el mío, como víbora húmeda escurrirse entre mis piernas y su voz ronca que repite «putita linda». Su jadeo aumenta. Mi mano busca a tientas. Está cerca. La tomo. Mamá mira. Mamá consiente... Mi mano en garra. Lo hago. Una vez, otra más, y otra. Un líquido caliente me salpica. Su cuerpo se contrae. Me escurro de la cama. Salgo a la calle. El sol me ciega. La gente corre en cámara lenta. Me hablan, pero no escucho. No sé qué pasa. Solo las palabras de él repican en mi cabeza «putita linda», ‘putita linda»... Caigo ensangrentada. Busco a mi mami y no la encuentro. Mantengo en la mano la tijera aferrada y desde sus ojos huecos mamá consiente.

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Plata,

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Divino el perdón Es difícil creer que el viejo crucificado en las termas y sin despeinarse los huesos temple por la salud de los asesinos que, (con sus corbatas filosas, con sus sombreros de hielo) bien llegaron a viejos. Pero mucho más difícil es creer que muerto de fuego ofrezca la otra mejilla y acepte la orina la coronilla y despacio casi perverso las ojerosas espinas se vuelva a cavar. NICOLÁS MONTANELLI*

*nicomontanelli@hotmail.com 128


...que

no tenemos memoria ?

HAZ LA BOMBA Y pronto. Pero sin prisa. Lo que cuenta es no perder el tiempo. Empalma el cable amarillo con el amarillo, el rojo con el rojo, la cama, que quede sin hacer, eso no es relevante. Y prueba el rico pedacito de papá con el primer micrón de la lengua, a ver qué agujero resulta ser el ganador, y entonces boom! Los dedos de una mano esparcidos por el aire, el descuido premeditado y una mancha de sangre expandiéndose en el piso, ay nena, qué lástima, mañana vas a sonreírle al día nuevo con los dientes rotos. Haz la bomba, make it now, tres vueltas apretadas de cinta de embalaje, vete caminando con esos tacos finitos que me aguan la boca y me endurecen el vientre, vete llevando en la cartera un latido mecánico entre la agenda, los anteojos y un pañuelo italiano, vete a la sombra de los edificios, vete, good bye amorcito, no mires hacia atrás, una buena terrorista dice una sola vez sí, una sola vez no. Acuéstate debajo del auto, y pon una gran bola de macilla abrazando al chasis el bombón que hace tictac con voz de soprano, María Calas duchándose primor. Y cuando la cinta plástica policial rodee la esquina y sus gentes de grandes ojos abiertos, bájale el ala a tu sombrero, tuércele una sonrisa a tu jetita carmín, e imita onomatopéyicamente el descorche de un champagne, y ahí sí, revisa el pasaje, toma el avión, y vuela, rajá, fly away baby. Que yo estaré esperándote sentado a la mesa, revolviendo el azúcar en una taza vacía, con las piernas extendidas, pie sobre pie, y sin preguntar. Porque así estallan las esquinas del mundo, y así estallan los cuerpos en el mundo, acaso todo es un reviente que unos defienden y otros denuncian. No, yo no voy a preguntar. Yo voy a decir haz la bomba mi santa perra puerca, haz la bomba para mí, véndame los labios con tela adhesiva y de la buena, la que arranca los vellos y hace doler. Haz la bomba en corpiño y bombacha, eso sí, no te quites los zapatos, por el amor de Dios. 129


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Plata,

contame otro verso

Y cuando la tengas lista, pon el reloj a una hora de ayer, and leave it under my chair, y siéntate en mi falda a escuchar un cuento antes de dormir. Así, con esa carita tibia sobre el pecho, comenzaré con el clásico había una vez, y millones de átomos proseguirán el relato liberados por un tac, latido salvaje de los mártires de agosto. GUSTAVO ORTIZ*

* Es coautor con Lidia Castro Hernando del libro LA CAJA NEGRA, publicado este 2007, y considera a Mar del Plata gran inspiradora de su narrativa y su poesía. Ha logrado un estilo único, reconocido por pares y maestros. elorni65@hotmail.com 130


...que

no tenemos memoria ?

Al asombro protegido y cálido titubean daguerrotipos bahía, extensión un mar a rescatar y la brea que ahoga la verdad No es aquel genio: son hombres simples escarbando, paleando a los costados de la ruta, estridente allí “ El Rulo” con su Nirvana en el pecho Devora el tiempo grosero los overoles en cuentagotas, relojes sin horario jamás le convidan pañuelo al sudor asalariado y en el perímetro natal de una pizca de aguja en el sitio de nacimiento moja sus espuelas la ingravidez plancton enreda los tobillos 131


Mar

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Plata,

contame otro verso

de lo estipulado como recuerdo, aserción mención evocar o invocar o más un rastrillo de fusas en fuga se persignan algunos para que escalpelo no agote su huida en ronda limosnera otros, quizás coincidan con una nube de sombra de copo oveja o barco hermano desconocido que natalidad y suelo te besen cada surco de maña: hay que saber todos somos algo de humo un país en castellano plagado en símil cuero desconcierta la tarde–noche es una avenida venida de rumbos un pregón de gente y autos 132


...que

no tenemos memoria ?

afectados de constancia una calavera se escapa de La Loma y cuelga sobre la garita de un vigilante oteador de propiedades en semi luz espera una corriente de vientos alisios que atraviese con la mas tersa caricia su mortandad de hueco a hueco. YAMILA MONSALVO

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Plata,

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El fuego y la noche buena Para armar una buena fogata basta encontrar un sitio al reparo, amontonar una pila de leños secos, rociar con combustible, arrojar un fósforo y chau. Del resto se encarga la naturaleza. Es noche buena y en la casa de los padres de Juan no falta nada. El quincho es de buen material y los pone a resguardo, los parientes están prolijamente amontonados y el alcohol, como todos sabemos, es combustible. Basta la chispa de una frase indebida para que todo arda.

NICOLÁS MONTANELLI Marplatense

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...que

no tenemos memoria ?

Luna abierta Es casi mediodía. Nunca llega a tiempo pero esta vez es distinto, camina lo más rápido que puede. Se le retuerce la panza como una quemadura, pero tiene que seguir. Intenta tragar un sollozo insoportable. Lo traga como siempre. Recuerda, no sabe por qué, las máscaras grotescas del carnaval. Tiene que gritarlo antes de irse. Ya no puede sostener el llanto adentro. A pesar del dolor, corre hasta el maizal. Toma el poncho, lo muerde y llora taponándose la boca, como siempre. Ese pedazo de tierra tibia es lo único que le queda. Se acurruca entre las plantas como en el regazo de la abuela cuando termina de hacerle las trenzas. Siempre le gustó esconderse en el maizal. Allí la montaña es más suya, sólo se oye el viento. Pero ahora, todo cambió. Al mediodía sale el tren. No hay tiempo. La abuela le dio toda la plata que tenía en la cigarrera de latón. Para el tren, dijo. La abuela sabe. La abuela no va a hacer nada, seguro que no va a hacer nada. Ese viejo hijo de puta. Tiene que gritárselo a alguien antes de irse. Intenta levantarse pero unas puntadas dolorosas la atraviesan. Siente algo caliente entre las piernas. La sangre empieza a teñirle la pollera de negro más negro. Las piernas se le quiebran. Todo empieza a girar. No puede caer, no puede caer. Cae. Se arrastra por la tierra. Se arrastra hasta el camino. No hay tiempo, tiene que gritárselo a alguien antes de irse. Grita. No muerde el poncho. Grita con todas sus fuerzas. CAROLINA DRAGOTTO*

*carolinadragotto@yahoo.com.ar 135


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Plata,

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La voz La voz llueve clavos taladra bosques en incendio quiebra el suelo busca agua. Los mares se internan tierra. Ciudad y vientre demolidos aire de vacío en el aire aire de vacío en los ojos. Respira gritos de ceniza socorros bajo nubes. La voz aborta espinas y quiere y puede rescatar la rosa limpia.

MARIANA GARRIDO*

*Mariana Garrido nació en Mar del Plata en Mayo de 1985. Se recibió de Analista en servicios Gastronómicos. Ama cocinar y escribir. Alumna del Taller Literario De La Palabra y del Taller Alfonsina. Participó en dos exposiciones colectivas con Poesías y Fotografías: Instereo en The Roxy (Julio 2006), y Colectiva Atlántico Sur en El Atril (Septiembre 2007). Primer Premio de Poesía en el Concurso Nacional Triangulo Azul 2006, y Primera Mención en La Distinción“Alfonsina Storni” 2007 del Foro Latinoamericano Femenino. 136


...que

no tenemos memoria ?

MAÑANA NO SE

Cero, tres, siete, nueve, doce, dieciocho, veintidós, veintiséis, veintiocho, veintinueve, treinta y uno, treinta y dos y treinta y cinco. Diez esperanzas redondas y rojas sobre el fondo verde. Otra vez, pero ahora son treinta y seis esperanzas. De nuevo pero con ciento cuarenta y cuatro. El silencio agudo del ambiente lo descubro con el ruido de los cubitos al chocar con mi vaso de whisky. Ya no son esperanzas ni son rojas. Son realidades cuadradas y azules, que habitan mi bolsillo acurrucadas. Hoy cobran todos. Para mi amor, flores y zapatos nuevos, para los chicos juguetes y Mc Donald. Mañana no sé...

LUIS MÉNDEZ*

*luis@mendez.net.ar 137


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Plata,

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Miradas Ciegas

Es de noche invierno cae la helada densa y húmeda el abrigo no alcanza guantes, bufandas, gorros pantalones largos La oscuridad invade hombres, mujeres, niños cargan sobre sus hombros retazos de vida En los zaguanes calientan sus cuerpos con leña y alcohol Desde algún lugar llegan el mate cocido el caldo caliente con olor a orégano Camas de cartón siembran la plaza Silencio de los que pasan rápidamente 138


...que

no tenemos memoria ?

y no ven al hermano que duerme en el piso La historia se repetirĂĄ maĂąana otra noche invierno escarcha blanca miradas ciegas.

MARGARITA BASSO *

Aunque usted no lo crea, es marplatense nativa. 139


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Plata,

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Político Fuiste uno de esos hombres que afirman con la cabeza y niegan con los pies. De esos que todavía hoy, convidan palabras esponjosas, fáciles de transpirar. Fuiste un miembro más del cardumen y te abrazaste a placeres rancios con sentimiento de calamar. Un día, con tinta china impecable presentaste un informe brillante. Hablaba, de rebeliones azules, de ajustes metálicos y remataba (entre aplausos) con una frase en espiral. Al tiempo, saliste a pasear mujeres que afirman con los pies y niegan con la cabeza. Por un mundo que baja al subir y sube al bajar. NICOLÁS MONTANELLI

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...que

no tenemos memoria ?

Nos quedamos sin tinta La impresora no responde las respuestas tampoco. No hay cómo imprimir sílabas ni resbalar caricias hacia la hoja. Somos eso y nada más que eso Mirarnos desangrar descarnados por el mismo espejo que nos mira. Pichones masticados por su propia madre lunas rojas en el fondo del mar. Y después de abrir puertas tragar llaves dónde esconder a la bestia dónde precipitar el incendio la injuria. Cómo velar el momento sagrado vuelto rutina de los que mueren cada noche porque esta hoja mata los oídos. Sordos estamos sordos de tanto grito bestias en la oscuridad de tus ojos y los míos. Comemos de nuestra propia carne hacemos de la hoja el insomnio de ecologistas. No se dan cuenta que reciclamos alma destrozada alma papel picado que podría estar en piñatas y está acá. Acá delante de los ojos. Reciclado de emociones. 141


Mar

del

Plata,

contame otro verso

Estamos en un tupper encerrados hermĂŠticamente negamos el aire abortamos atardeceres prematuros no queremos dormir escuchando el llanto que viene desde el vientre los huesos y la cornea. Nos quedamos sin tinta la impresora no responde las respuestas tampoco. Nos habitan embriones que rezan nacer en la boca imprimir de piel la sangre y con letras amordazar el grito. MARIANA GARRIDO

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...que

no tenemos memoria ?

MIGUEL La noche es oscura, Miguel camina en dirección a la costa, los fuegos de artificio revientan en el cielo con luces de colores, las explosiones ensordecen a la multitud que se encuentra en la plaza: Es el centenario de la ciudad y la mayoría de la gente está de fiesta. Apura el paso, se le ha hecho tarde y en ese gentío no va a encontrar a Clarita. No ve la zanja de Obras Sanitarias apenas cubierta con unas maderas clavadas en forma de rejilla. Su pie penetra entre la tierra y el palo que enmarca esta contención. «Puta que los parió» alcanza a gritar mientras cae en el pozo hundiéndose en el barro hasta la cintura: trata de aferrarse a la pared y termina deslizándose hasta el fondo; su cabeza golpea contra una piedra. Queda boca arriba, ve sombras que pasan gritando y saltando sobre la zanja, «Por favor» murmura. Nadie le hace caso, están por comenzar los homenajes. Entre las siluetas vuelve a ver el cielo iluminado por el resplandor de los fuegos, «pintaba para llover» (piensa en voz alta mientras caen las primeras gotas). «Es 2 de mayo... es sábado 2 de mayo de 1982...» repite para sí mismo tratando de serenarse mientras busca en sus bolsillos el Ventolín. El asma le cierra el pecho. Hasta el lunes los operarios no lo encontrarán. Intenta incorporarse. Está mareado. En la oscuridad sus dedos adivinan la sangre deslizándose entre su pelo, busca a tientas la herida y lo sorprende el bulto en su cabeza. Los estruendos parecen haberse multiplicado. –Tras que éramos pocos parió mi abuela –murmura con fastidio Molinari –Y tenía que ser encima de mí – Migñano se mueve con agilidad a pesar de su gordura. –¿De donde saliste pibe? – pregunta sorprendido un tercero. Puede observar al reflejo de una bengala que los tres son extremadamente jóvenes y le causa mucha gracia que estén tan embarrados y jodidos como él. Sin poderlo evitar larga una carcajada. –Además de aparecer como peludo de regalo es flor de pelotudo el amigo –comenta Molinari con rabia mientras trata de sacar la cabeza por el borde de la cava. De espaldas se lo ve enorme. 143


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Plata,

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–Hay cientos como éste que andan sin saber dónde están parados. ¿Se ve algo? ¿Viene alguien para este lado? – pregunta el tercero con un dejo de temor en su voz. –Nosotros deberíamos ir hacía allá en vez de estar escondidos como ratas – se enoja el gigante consigo mismo. –Y quién te lo prohibe – lo aguijonea Migñano mientras se introduce algo en la boca – Salí de la zanja y te vas a dar cuenta por que este tarado se cayo aquí adentro – le grita mientras mastica. Los tres lo miran, como interrogándolo. –No sé. Iba caminando hacía a la costa y no me acuerdo... resbalé y me caí. –¿Te das cuenta? ¡Si no te matan se te quema hasta el cerebro! cornenta mientras termina de masticar lo que tiene en la boca –¿Te fijaste Suarez? Ni siquiera trae ropa de fajina –su voz suena como corneta mientras se chupa la punta de los dedos. –Seguro que es más cagón que todos nosotros y tiró las pilchas a la mierda –la voz de Molinari suena inquieta– ¿De dónde venís vos, quién te manda? –Iba hacía donde está el fuego –(Ha visto sus armas, sus ojos se están acostumbrando a la oscuridad y trata de alejarse un tanto de esa enorme mole). –Y ustedes ¿Qué hacen aquí? –Los tres callan un instante. Las explosiones parecen estallar mas cerca. –¿Y a vos qué mierda te importa? –Nada... nada, me extraña encontrarlos metidos en este pozo, mientras todo el mundo corre hacía a la costa. –Y vos eh... ¿Y vos qué haces metido en este pozo? – lo increpa el tal Suarez. –Yo iba para corriendo y me caí, pero iba corriendo... –Pibe, ¿Sos boludo o te haces el boludo? – Le reclama la sombra parada a su lado – No tenés puestas ni las pilchas, no tenés... No responde, no comprende que hacen estos tres paranoicos metidos con él en ese maldito pozo, trata nuevamente de incorporarse y se apoya en algo que cede ante el peso de su cuerpo, tantea sin mirar 144


...que

no tenemos memoria ?

hasta que sus dedos tocan una masa de carne y sangre. El horror le sube en un vomito. –Es el mellizo Dini – le aclara Suárez que favorecido por su ubicación lo tiene de frente – quiso obedecerle al boludo de Correa y avanzar... Ja, ni la cabeza alcanzó a sacar, se la volaron. – –¿De qué me hablás? ¿Quién es Correa? – pregunta al borde de la locura. Siente arcadas, el jugo gástrico le quema la garganta. Nota que Molinari se revuelve entre el barro como si tuviera sarna, la lluvia es más intensa. Cierra y abre los ojos tratando de mejorar su visión. Entre irónico y amenazante Molinari muestra con la punta de su fusil un cuerpo semiescondido entre el barro mientras comienza a explicar. –Ese era Correa, el cabo primero Correa; ¡Negro hijo de puta! Nos quería mandar al frente mientras él nos miraba desde la trinchera – La granada de un obús revienta demasiado cerca, instintivamente los cuatro se agachan. El zumbido aumenta, «Son paletas... paletas de helicópteros.» (Estalla la respuesta en su cerebro) Desesperadamente trata de salir, la gente pasa a su alrededor, una pareja se besa con ternura, la música de Serrat parece envolverlo todo «Por Dios» ¿Adonde estoy? balbucea mientras se desliza nuevamente al hoyo. Un Seat Harrier vuela rasante sobre la trinchera. El general Galtieri vocifera en Plaza de Mayo. El Belgrano se hunde irremediablemente en el Atlántico. Los soldados Molinari, Migñano y Suarez, desertores del Primero de infantería en Malvinas, consideran seriamente eliminar a ese loco que puede constituir una amenaza en su futuro. Miguel comienza a comprender que jamás encontrará a Clarita. ALEJANDRO GÓMEZ * *Escritor – Actor – Dramaturgo PRODUCIÓN LITERARIA 13–12–2002.– «Escenas Mínimas». Editorial Martín Año 2003: «Cuentos de la Palabra» Y «Puzzle» novela experimental – Ambas con el grupo De la Palabra. Editorial De La Palabra Año 2004: «El Encanto de los Límites» – Relatos Eróticos – Editorial Martín. Año 2004: «Colección de Escritores Marplatenses» y «Metamorfosis Urbana» Editorial Martín. Año 2005: «Sucedió en Mar del Plata» Editorial Martín – «Colección Narradores Marplatenses» Editorial Martín 145


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HAY QUE ENSUCIARSE LOS OJOS

Hay que ensuciarse los ojos y ver sus cuellos que se arquean a besar la muerte Hay que mirarlos como árboles amarrados a sus huérfanos entre el polvo y las barajas A ellos de hembra alguna que tienen precio de orgía y abrasan en el agua las huellas del deseo que saben mutilar que sólo conocen la lengua de su espejo que no pueden evitar ser soga de mendiga colgada a sus monedas pan en la boca de un tigre nudillos al borde de no importa qué plegaria manoseada Hay que saber desnudarles el pellejo sepultar sus rodillas masticarlos como a hostias desgastarlos como a un centavo ciego y dejarlos inmóviles de tiempo 146


...que

no tenemos memoria ?

para ver lo que esconde la sepultura de sus cejas y descubrir por fin que lloran como cualquier mortal y que como a cualquier mortal la madre los traiciona Y serán tan bellos cuando lloren cuando los veamos morder con oficio de Dios ese miedo de pájaro a subirse a los ojos de los gatos mientras yo los araño MARCELA PREDIERI*

*Marcela Predieri: Es coordinadora de los grupos de estudio y creación literaria DELAPALABRA y directora de la revista “La Avispa”. Publicó entre otros: “Invierta Un Hijo” –poema novelado antibélico– y “Los Andamiajes del Miedo”. Los textos incluidos en esta antología son un adelanto del libro “Ébano”, que será editado por Ed. Martín en diciembre 2007. http://mpredieri.blogspot.com Contacto: delapalabra@hotmail.com 147


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1976 Pasos retumban sobre mi cabeza. Gritos. Algo cae. Silencio. Mi abuela se sentaba cerca del guayabo más anciano acunando su selva doméstica. Sus raíces se entramaban con ella para hacerla más verde todavía. Yo trepaba esos colores brillantes y mi boca era sol, lengua de fruta. Al anochecer sólo iba quedando un negro muy negro, ceguera, pies descalzos. –¿Dónde está Anita? Pasos retumban sobre mi cabeza. Gritos. Algo cae. Silencio. Eso. Eso mudo que tanto aturde. Con Anita de la mano cruzábamos el monte, esa boca uterina que iba de la casa de la abuela a la nuestra. Al llegar, corríamos hasta la habitación por el pasillo de helechos gigantes, a desplegar los mosquiteros y aguardar que el calor nos adormezca. A veces me despertaba gritando, Anita me tomaba la mano y todo volvía a estar bien. Pero esa noche un grito ahogado cortó el sopor del sueño. –¿Qué pasa? Tengo miedo. –Nada, nada. Rápido, escondete donde te dijo papá. –No te vayas, tengo miedo. –¡Escondete, carajo! Con la boca contra el piso del sótano. Esperar. Como un animal, el cuchillo. Un agujero. Un loco. Como la tierra, los huesos de nadie. Nada. Esperar que también me lleven. 148


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no tenemos memoria ?

Pasos retumban sobre mi cabeza. Gritos. Algo cae. Silencio. Eso. Eso mudo que tanto aturde, que me martilla una y otra vez. Los árboles callaron. La abuela se apagó de pronto. Yo me volví luna negra. Ya van a volver querida, murmuraba ella, ya van a volver. Pero no, solo pude esperar entre las sombras sin tiempo del guayabal.

CAROLINA DRAGOTTO*

*Email: carolinadragotto@yahoo.com.ar 149


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contame otro verso

Viento del sur Don Mario pone pie en tierra. Desciende de la camioneta que Félix, su amigo de toda la vida, mandó con un peón como chofer para ir a buscarlo a la ciudad, Comodoro Rivadavia. Sostiene con la mano derecha el sombrero y el poncho norteño de vicuña flamea sobre sus hombros. Jaqueado por las incesantes ráfagas de viento cordillerano permanece en posición de resistencia; quieto, sobre los pies rígidos. Eleva su mirada, por debajo del ala ancha, intentando ver a su amigo y anfitrión. Una nube de polvo tras otra se lo impiden, hasta que un viraje del viento provoca un claro. Félix sabía de la inminente llegada de la camioneta; había divisado la reguera de polvo allá en la loma del camino. Alto y erguido se aproxima a ella dando zancadas con un rumbo que la fuerza que sopla no puede torcer. Se detiene frente al visitante y, con ambas manos, lo toma por los hombros sacudiéndolo más que lo que ya lo ha hecho el rodaje por el sendero de ripio, luego lo abraza. Don Mario le corresponde, obligándolo así a liberar su sombrero para que sea arrastrado entre el tierral, perseguido por el peón que sale presuroso en su captura. Mario había llegado de Catamarca para trabajar en el hospital allá por la década del ‘60, que había transformado el desierto en una zona pujante, gracias a los pozos de petróleo. Félix siempre había permanecido en la estancia de su padre, que ahora regenteaba. Raras veces se llegaba hasta la ciudad, salvo para algunos trámites o situaciones ineludibles. En una de esas ocasiones habían hecho amistad. Nuevamente se encontraban. Corren a guarecerse en el galpón de chapa que permanece con los portones abiertos. Dentro se escucha un bramido como de turbinas que invade todo el lugar; las tres campanas que cuelgan de las cabriolas del techo con sus lámparas apagadas se bambolean. A uno de los costados de la entrada, en el rincón, se desgrasa lentamente un cordero estaqueado en los fierros de un asador, inclinado sobre los troncos llameantes de piquillín dispuestos en forma de pirámide. Dos banquetas tapizadas de piel de oveja están disponibles. Félix extiende una de sus manos conminando a Mario a ocuparla. Se nota alegre y lo demuestra 150


...que

no tenemos memoria ?

con una sonrisa permanente en el rostro, detrás de los tupidos bigotes. Félix había invitado a Mario a su estancia cuando por rumores se había enterado de su desgano y lo que entendía como cierta enfermedad del alma, algo comprensible, teniendo en cuenta los diez años de viudez y la reciente jubilación que decreta la inservibilidad de los hombres, en su caso, después de treinta años de servicio en el hospital de Comodoro Rivadavia como enfermero. Félix toma dos vasos de vidrio dispuestos boca abajo sobre un tablón sostenido por dos ladrillos, a pocos centímetros del suelo. Uno se lo entrega a Mario, que al tomarlo comprueba el contraste entre su lado caliente, próximo al fuego, y el opuesto. Inmediatamente lo relaciona con el que veía en su ánimo y el de su amigo, lleno de vitalidad. Y no lo puede entender, porque tiene tan presente circunstancias difíciles en la vida de aquel que lo recibe tan gaucho y afable como siempre. Una damajuana esta tumbada sobre el piso de tierra arcillosa. Félix la alza y la vuelca sobre su hombro derecho para llenar los dos vasos con un vino rojo violáceo y elevar el suyo para dedicar un trago a la salud de la visita. Aquel echa un trago a su boca y en su recorrido le hace arder la garganta desacostumbrada al alcohol. Quizá porque el tinto fue hecho para beber en compañía y él se había acostumbrado a la vida ermitaña. Se sirven de la carne asada al pie del fogón, a la manera criolla. Trozan las porciones en el fierro estaqueado y las sujetan con un trozo de pan abierto al medio, tironeando con los dientes cada bocado que es cortado mediante un filoso cuchillo. Sentados y acodados, sobre los muslos bien abiertos, comen y beben a gusto. Un gatito negro de ojos brillantes sale de entre el montón de leños apilados contra la pared de ladrillos de barro, que pone fin a la extensión del galpón. Merodea el lugar. Félix no para de hablar. Hechos que recorren el pasado no cesan de irrumpir a borbotones de su boca, que no deja de masticar en ningún momento. Mario lo observa en silencio. No puede sostener la atención al ritmo vertiginoso de anécdotas que su amigo lo obliga a rememorar y que, de todas maneras, ya conoce. Las ha escuchado innumerables veces. La soledad ha tornado su carácter más reflexivo. Acostumbrado a los tiempos de sus propios pensamientos, sólo lo contempla. Sin embargo sostiene su mirada enfrentada, cortés; pero su mente vaga 151


Mar

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por otros horizontes. El gato tímidamente se va acercando hasta donde ellos se encuentran y olfatea las gotas de aceite que chorrean del manjar, y se convirtieron en blancas y sólidas escamas de grasa, sobre la tierra seca. Mario estira una mano para posarla sobre la cabeza del animal y recorre su lomo; el gato eriza la cola y se voltea para mirarlo. Luego lo alza, deslizando su mano por debajo del pecho, para depositarlo sobre su regazo. Los ojos alertas e incandescentes no dejan de mirarlo. Félix advierte que no suscita el interés pretendido. Se calla y contempla la escena enternecedora de un hosco anciano y el joven felino que lo ha despojado de su protagonismo. Impulsivo y vehemente se lo arrebata en un acto; el animal emite un tímido maullido de descontento que más bien es un susurro. Le explica a Mario, que se ha quedado impávido mirándolo, que es la única cría macho que la gata de la estancia ha parido hace unos días. Piensa que sería una buena mascota para mitigar su soledad, mientras lo sopesa con una sola mano haciendo que éste ponga al descubierto sus todavía inermes y primitivas garras, estirando a un tiempo las cuatro patas. Entonces se pisa con el pie izquierdo el talón de la bota de caña alta para descalzarse el otro pie. La toma y de cabeza hunde en ella aquel animal que, ahora en forma desesperada, patalea con sus miembros traseros y traza en el aire latigazos con su cola. Los agudos maullidos apagados no cesan. Félix lo levanta del extremo inquieto y el gato adopta la verticalidad del calzado que huele a cuero. Mete las patas traseras también dentro, dejando al descubierto los testículos que cuelgan del borde afilado de la bota. Ha dominado al gato y entonces toma el cuchillo con el que ha disfrutado del banquete y lo hunde entre las brasas blancas que ya casi son cenizas, y espera un instante. Al rato lo retira y limpia su filo contra los fierros del asador que han quedado al descubierto, haciendo brillar la hoja de acero que desprende metálicos destellos. Con decidido y firme pulso aplica un tajo que corta el saco que contiene las gónadas del animal, que ahora penden de su cuerpo de dos cordones sanguinolentos, que secciona al volver hacia atrás el arma que empuña. Los testículos ya están en el suelo, confundidos con la tierra que se le ha adherido. Son un amasijo de sangre y humores viscosos. Félix le pide a Mario que le alcance el paquete de sal gruesa con el cual ha salado el cordero, para finalizar su tarea. Éste obedece, atónito todavía por el espectáculo que acaba de presenciar. El estanciero vierte una lluvia de granos sobre la 152


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no tenemos memoria ?

herida del ahora capón, que ha mermado en su furia inicial, para gruñir en esporádicos lapsos cada vez más espaciados, como entendiendo que ya todo ha sucedido, que no hay más nada que hacer. Mario retrocede en el tiempo. Retrocede hacia uno de los pasajes difíciles cuando aún era enfermero y el país estaba inmerso en una guerra tan absurda como desigual. Recuerda especialmente una noche, cuando vio por primera vez el rostro de la muerte que llegaba desde aquellas islas y con el cual, desde ese momento, tuvo que acostumbrarse a convivir. La ciudad desaparecía de noche, oculta en la oscuridad producida por los apagones. Las calles desoladas. La quietud se esparcía por entre los callejones hasta el Chenque, el cerro de la ciudad que, de vez en cuando, era iluminado por el resplandor de la luna. Sólo el hospital cobraba vida a esas horas. Las ruidosas aspas permitían adivinar la llegada de los helicópteros bajando desde la espesa negrura del cielo para traer su carga inerte. Incesantemente llegaban y partían, y con cada vuelo más muerte. Los cuerpos del frente de batalla eran descendidos en camillas. Médicos, enfermeros y camilleros se abocaban a la tarea, y entre ellos Mario. Eran jóvenes de rostro aniñado cuya palidez cadavérica les acentuaba aún más su escasa edad. Puestos a combatir retornaban desmembrados, como harapos de verdes trajes de fajina. La metralla y las esquirlas terminaban incrustadas en la carne de aquellos soldados. Gruesas frazadas ya no cumplían la función de abrigar, sino la piadosa de ocultar el rigor mortis de la expresión de los desventurados. Fue en una de esas fatídicas noches que Mario presenció el hecho que aún lo perturba. Al arribo de uno de los helicópteros, se llegó hasta él para continuar el trabajo que venía realizando durante las últimas horas. Tomó el extremo de una de las camillas, que traía un cuerpo cubierto por la colcha gris. Junto con un compañero lo trasladó a la sala; varios ya estaban dispuestos en fila. Depositó la carga sobre una mesada de mármol, tan fría como la humanidad que trasladaba. Lo asaltó la curiosidad; quería ver al menos una cara de entre los muchos anónimos infortunados. Y se animó. Levantó uno de los extremos del trapo ensangrentado y descubrió aquel rostro. Le pareció conocido; lo atribuyó a una confusión suya. La exigencia de varios días sin descanso lo estaba afectando, pensó. Entonces bajó la frazada y se quedó con la duda, pero ya se había animado y ahora tenía que sacársela. Volvió a descubrir ese cuerpo y entonces sí pudo reconocerlo. 153


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contame otro verso

Mientras los médicos cortaban con tijeras las vestiduras a aquel soldado, Mario permanecía estático a un costado de la mesada. Se estremeció al punto que los músculos de sus piernas perdieron tonicidad y, por un segundo, su cuerpo le pareció endeble. Retrocedió trastabillando. Aquel no era un ser despojado de identidad; el dolor se personificaba en alguien cercano. Un tajo en el abdomen, permitía ver las vísceras y le llamó la atención. Era un corte limpio, longitudinal, que se asemejaba a un corte quirúrgico que tantas veces había presenciado, y preguntó qué era aquello. Los médicos le dijeron que ya habían visto casos similares, y se lo explicaron: los gurkas cercenaban los testículos de sus víctimas para luego introducirlos en el abdomen como una muestra de la ferocidad guerrera de sus tropas. Mario abandonó la sala e hizo una llamada a la estancia de su amigo para que se llegara hasta el hospital. Félix extiende hacia su venerado amigo los brazos para ofrecerle, como obsequio, el infortunado animal condenado a no tener descendencia. Éste lo recibe mientras observa en el rostro de aquel su sonrisa constante, acentuada por este gesto, que cree una muestra de su leal amistad. Y piensa. Piensa que esa sonrisa que nunca copiará tiene una explicación: se debe a su ignorancia. Porque ese hombre recuerda al hijo como un héroe de la Patria, e ignora en qué circunstancias y de qué horrendo modo sucedieron los hechos. Es por eso que conserva su sonrisa, se explica. Entonces Don Mario entiende que, a veces, ignorar ciertas cosas permite a los hombres cargar con su tragedia de una manera más liviana; sobrellevar la existencia. Y permanece sereno en apariencia, acariciando el lomo de su nueva compañía, que ronronea sobre sus rodillas, temblorosa.

CÉSAR VON DER WETTERN 154


...que

no tenemos memoria ?

El digno osario

Ayudado por su gran memoria el elefante se dirigió al único lugar donde los demás lo dejarían solo. Un elefante no entra a un cementerio salvo si quiere morir. Pasos decididamente lentos mueven las columnas de sus patas, su andar arenoso. Se deja caer como un mundo en el lugar elegido. Una montaña gris respirando lentamente. Tal vez sea derecho, tiene el colmillo de ese lado más desgastado. Deja un ojo en tierra, el otro apuntando al cielo. El cielo que revolotean los buitres volando en círculos. Esqueletos blanqueados al sol, por los carroñeros, por el tiempo. Ruinas blancas de otras vidas. La manada lo sigue a unos centenares de metros de distancia. Sin embargo no penetran el campo de las enormes osamentas. Están afuera esperando. Cuando lo ven inmóvil, tirado a un costado pronuncian los más viejos un profundo bramido que los hombres y los animales de menor tamaño no pueden escuchar, no alcanzan a oír. Un sonido de muy baja frecuencia. El quejido sordo de la sabana, un elefante está muriendo. Es el ulular de un buque, las orejas flamean extendidas. Formados en abanico, las demás bestias de la manada le dedican una última mirada. Y se retiran solemnemente. Criatura yunque, bestia imán con conciencia de la muerte. Imágenes caóticas se suceden en la mente del animal, se ve peleando, nadando de noche bajo la luna. Empieza a delirar. La muerte se toma su tiempo para dominar sus toneladas. GUSTAVO OLAIZ GUSTAVO OLAIZ Reincide con los relatos y vuelve a ensañarse con la poesía. Incorregible. Contacto: gsolaiz@gmail.com

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contame otro verso

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... que Dios no llora?

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contame otro verso

METAMORFOSIS AZUL

Dilato mis dedos en estrellas amanezco raĂ­ces en los ojos la savia se derrite en la boca y te abarco con mi espacio sin fronteras Inundo tu sed en sudor de lluvia te ofrendo un instante Descansa el pulso y me disuelvo El universo sucede

PATRICIA NORA HORVATH

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...que Dios

vértigo

Solo sucede Transcurre simplemente a tropezones. Está ahí de leyes inmutables al caos y del orden al azar No hay lugar acá para espíritus piadosos, epifanías trascendentes o almas inmortales. Solo sucede Está Es Solo es Sin revelación sublime que baje de un cielo que guarda vacío, tanto que da horror. Lúcido, desvendado, a tientas, con las manos extendidas, me asomo al abismo y nada veo. Asombro, vértigo, maravilla Es algo, algo al menos, nada de consuelo Solo queda velar

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no llora ?


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Plata,

contame otro verso

In Situ I Hoy no pude serpentear hijo de la duda charco de los hombres Hoy no pude despejar X cuando vacila tanta diosa (Es mejor X) II Quise educar la arquitectura que adiestramos No sĂŠ negar el barro que cargan en las cruces ni llevarme el pan que masticamos por convenio percude las veredas III (Ella solo sabe recitar labios del hambre) IV No quise asumir ojos de tanta saliva oceĂĄnica en los rieles que llegaron del silencio de tanta madre a punto de volverse niĂąa

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...que Dios

no llora ?

V Entre muñecas rotas y calvario así se cometen los hijos Sombra de Tánatos en los padres en los puños VI Ya no cabe tanta vida en los centavos parabrisas para esos cuerpos sin antónimo de alma VII Ya no podrán arrancarle las alas volverlo uno de nosotros

(No basta alimentarlo) Es temprano para infectar un Ángel

PABLO NICOLÁS DE LA FUENTE

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contame otro verso

DIOS SE PERSIGNA Dios se persigna Su ser impar vaga con una copa de ron entre las manos En su lágrima hay una cicatriz de piedra Cuando la veo retiro mi mano de su mano como si ella pudiera avanzarme o montarme a su lomo detrás de los relojes Pero Dios juega a los dados en mesas de billar está exhausto y su vejez es noche en nuestros muertos Quién dijo que es todo poderoso Cobarde Él podría (y lo sabe) pero no consigue llorar por eso aúlla en la noche eterna de su nombre Su desgarro de soga y las perpendiculares de la cruz le recuerdan a la madre que no tuvo Un Dios huérfano cómo no acunarlo 162


...que Dios

no llora ?

Vení Dios papá cuenta cuentos a la luz de la Custodia y mamá sabe una canción que te hará dormir Vení Dios tengo un lugar dentro de mi mano para vos y tu cansancio pobrecito

MARCELA PREDIERI

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Plata,

contame otro verso

COSMOS

Abrazo clausurado. Me invades. Luces y sombras, lugar infinito y mansedumbre. Tan sรณlo un punto del misterio inacabado. Inmerso en ti, crezco.

MARร A CECILIA EPELE

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...que Dios

no llora ?

SUEÑOS Siento inquietud de alma en soledad. Deseo ahondar mi espíritu, descubrir lo que calla lo que esconde en su sordina. Quiero volar con el viento, unirme al mar junto a la elipsis de mis paradigmas. ¿Cuál es el precio de la ilusión de mi alma? Busco mi destino, tropezón oscuro en desierto hado. Estimo mi existencia lo que proyecto en ella. La incertidumbre conmueve mi ser. Tras eterna vigilias de ideales ambiciono encontrar dónde reinicia su desafío la vida.

ANA MARIA TOULOUSE

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Plata,

contame otro verso

Siervos elevan

colmillos ante la jauría de rosas que no saben espinas en el rocío cuando un dios sepulta pares (revela un dios sin Dios) Invierno persiste sin sol antes de gritar sus golondrinas pobres de rejas y catedrales que aprietan contra las cruces El mar siempre de piedra desdeña los peces que no cometen limosnas ovejas instalan lobos un pájaro no resultan nido (y es suficiente) Entonces un Cronos se espiga sin vocación de brújula y es todo prudencia de cosecha

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...que Dios

no llora ?

Cada naufragio es usura cuando la calle insinúa inclemencia En la muralla solitaria para los urgidos ya no queda refugio porque nadie intenta el alma de su cuerpo

PABLO NICOLÁS DE LA FUENTE*

*Actualmente estudio Licenciatura de Administración de Empresas e intento escribir algunos poemas y narraciones. También pertenezco al Nivel inicial del Taller de la Palabra que coordina Marcela Predieri. Mi mail es: pablo–delafuente@hotmail.com Mi blog es: http://versosblancos.blogspot.com 167


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CUADRO

El cuadro reflejaba un rictus doloroso Con cuencas desvaídas conteniendo los ojos. Tal expresión de pena contagiaba al mirarlo: Mejillas contraídas y los labios colgando. A mitad del camino, lágrimas detenidas Esperando por otras que ayuden su caída. La mirada perdida en quién sabe qué llanto Mirando, aunque sin ver, por haber visto tanto. Ojos que me miráis, sois iguales a los míos, Os observo azorada pero no me resigno. Cuadro que contemplé, temblando, mas no de frío. Eras espejo. Al irme, el dolor se fue conmigo EDITH RUZ DE COLOMBO

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...que Dios

no llora ?

DAR GRACIAS Soy árbol, raíz, cueva, hueco, sismo y tesoro. Me rodea la alegría. Sufro la felicidad, y sollozo. Cómo explicarte que te encuentro, me abrazas, y me besas. Siento la vida fluir, encantadoramente tierna, y sonrío. Voy hacia ti y te agradezco: la lluvia original, el canto suave, la tierra fértil, la confianza. Soy plenamente feliz y nada temo. He hallado el centro vital de mi existencia. MARÍA CECILIA EPELE 169


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contame otro verso

DIVERGENCIA Vuelvo comodín y encajo exacto en las hormonas del éter en manada haciendo rito o una partitura de nieve la materia que me vida acaso intuya los mundos que encripta cuánto fuego habrán vagado hasta llegar a la certeza gravitatoria no soy tan distinto a ese eclipse que narraron chamanes del brebaje hoy una aleación cercana al mito polvo cíclico que erotiza la galaxia quizás sea ahora porque alguien alguna vez en un cuento veneró con sangre a dioses inciertos y así lluvia inició mi dinastía érame lluvioso en el soy que seré. VÍCTOR CLEMENTI*

*VÍCTOR CLEMENTI: tiene doce publicaciones. Es director de las revistas: Sufrido Neanderthal y La Cocuzza. Contacto: victormarceloclementi@yahoo.com.ar 170


... que vivimos en un eterno verano?

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contame otro verso

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...que

vivimos en un eterno verano ?

A SALVO Ese letargo de ver pasar la vida, ese estarse inmóvil rodeado de fronteras. Esa necesidad de aire y a veces, escaparse. A veces descubrir el mundo, el desafío de correr en el espacio y en el tiempo la angustiosa carrera sin andén. La confusión de espejismos laterales y adoquines que tropiezan el paso. La caída con todo el equipaje y la rabia sin escarmiento. Caer con la rebeldía hecha jirones ardiendo en los ojos, con los intentos mancos y la sed y el regreso y la urgencia de agazaparse entre fronteras y estarse inmóvil a salvo entre muros espectrales donde nunca pasa nada. PATRICIA NORA HORVATH 2° premio IV Concurso Provincial de Poesía Inéditos AMAC 2007 173


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contame otro verso

Vicio circular El silencio huele a fracaso. Las palabras no se juntan las ideas tampoco. Tinta coagulada textos suicidas. Lo vulgar convive con lo vulgar. Un muerto no inspira un cuento no pare versos. Historia lĂ­quida escritor homicida. Un poema deja de latir se escucha el llanto de la prosa. El fracaso huele a silencio. NIEVES GONZALEZ

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vivimos en un eterno verano ?

AL TECHO VII Este silencio es pesado. Tan pesado y tan vacío. Es un silencio que carece. Un cero. Tu voz en dialogo conmigo, con mi mirada clandestina y atenta Es tan aquí tu voz, tan presente, que su falta me deja hueco desfondado, me deja sorda como la H cuando es muda. Yo hoy nací sorda. No oigo tu voz por más que me esfuerzo. Cierro las puertas, las ventanas y nada. Permanezco absolutamente sorda (es que ya no habré de escucharte mas?– pienso) no hay respuestas del afuera. Afuera llueve. Llueve a torrentes pero la lluvia muere antes de alcanzar las chapas del techo del patio. Gotas mudas. Es el día de la no–sensación. Solo estoy yo que nunca me dejo sola. Soy compasiva y tenaz con el desierto de mi cuerpo en llamas y silencio.

VERÓNICA MONTERROSO

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BORRASCAS Nubarrones hoscos pliegan mi frente. El cielo se aturde de sombras. Imágenes, metáforas, noches que no riman giran mi cabeza sin afuera. Te perdí en el borde de una nube y la ternura se fundió con el invierno amargo. El amor huele a cenizas. La desnudez de los árboles me toca. Naufragan en tinta las palabras. Serpentea los renglones, el temor de la tarde. Un camino de aire me traga. Fosa de luz y puentes rotos, la herida de nuestra historia. El sol sufre de insomnio, la luna lo mece en sus brazos para darle lugar a las estrellas.

NORMA B. DOVIZIANO

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...que

vivimos en un eterno verano ?

RECUENTO Me asomo a la frontera del ocaso la calma circunda obscena mi boca se emborracha y bailo un ritmo demencial la niebla se evapora desnuda con furia me aferro a ser feliz el grito quiebra la garganta sin impulso gime inanimado dibujo en los espejos un jadeo de labios la lluvia disemina sudor de estrellas y la máscara se ablanda la noche nómada me nombra la niña de mis sueños envejece olvidada un otoño bajo el árbol la espera susurra insultos usurpo un cuerpo urgente un vendaval de vientres licua el sexo eyaculado en los rincones esta sed y tanta quietud aterran PATRICIA NORA HORVATH 177


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AL TECHO 2006–B Sigue siendo catorce. El catorce es largo: hace tanto que son dos meses! Pero tomo aire y las lianas que repto y trepo e intento surgir de este punto medio, de este abajo en que me encuentro cuando intuyo lianas leves para el peso de mi alma roja. La reunión me sale de garante de un soplo de contención: deberé recomenzar a construir mi identidad, mi integridad, mi independencia. Yo sola soy. Yo soy, aún sola. Sola, soy yo; no soy otro ni otro es yo. Estoy haciendo un dibujo para regalarme. Me lo regalaré en instantes. Justo ahora lo hago. Me cansé de escribir para él, dibujarle a él. Extrañarlo. Desde hoy voy a extrañarme. No quiero escribir más hoy. Me cansé. Me harté de escribir en mí y pensar en él. Aun no divorcié mi cabeza de mi cuerpo. Quiero decir y se me atraviesa en la ruta del esófago verbal. Entonces me llamo “voz ahogada”, o “palabras demasiado pequeñas”, y me salgo de mí por escribir; pero tanto me salgo que me salto al CERO. Y el CERO es un agobio, una borrachera de frases prioritarias –cada una a su criterio–. El cero es profundo como un espejo: desde el borde del cero me zambullo a la nada; la nada es vacía como el espejo que es vacío mientras es solo. Conmigo es nunca “es”, conmigo es “soy”: Llora mis lágrimas de pronto pero luego se renueva incisivo, me espera. Y yo, en el CERO, fastidiada.

VERÓNICA MONTERROSO 178


...que

vivimos en un eterno verano ?

CONCEBIR

Amanece una hostia embebida en culpa una lágrima yo/ellas todavía con los ojos cerrados nos acurrucamos en una letanía En el barrio de baldosas ocres resuena la bofetada del invierno Frente a las rejas se zambullen los zaguanes y se enredan a los rosarios gastados de las vírgenes Ya no es posible dilatar el tiempo entre ajuares de jacintos Ellas/yo morimos de a poco como los jazmines frente a la tía muerta Las llaves del sagrario se recuestan al cobijo de la tarde –tal vez sea hora de arrancarnos de los ojos– Que la luz de la custodia se haga cómplice y deje de sangrarme entre sus piernas puntualmente cada mes MARCELA PREDIERI

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MAS FRÍO QUE LA LLUVIA Son las nueve de la mañana. Cruzamos la calle, subimos las escaleras, hasta llegar a la recepción. Detrás de la ventanilla lo primero que le preguntan es: ¿Su edad? Lo miro. Estaba serio. Tiene sus ojos inmóviles frente a la pantalla de la computadora. Lo miro. Y pienso que esa es la mirada que revisa a los ancianos, a los rostros envejecidos de un horizonte por detrás de una ventanilla. Nadie habrá de mentir. Eso piensa, ni siquiera aquellos que han deseado cambiar un rastro de sus caras. Es que los viejos ya no mienten. Han aprendido lo esencial del hombre. Pero más de uno verá al hombre como una larga ausencia, o más de uno deseará entender porque a veces el hombre camina humillado. No sé por qué están serias las personas atrás de un mostrador y de una ventanilla. Desde el pasillo se aproxima un sonido raro. Raro como la cara del hombre detrás de la ventanilla. Raro como la inmensidad del silencio en toda clínica. Ese raro silencio ajeno a la calle donde la vida parece distinta. La veo. Es una mujer sobre una silla de ruedas. Arrastra los pies, son los pies los que hacen ese ruido, tiene pies largos y un hombre la empuja.Tomamos asiento. El hall de espera es agradable, cálido como nuestra casa, nos quitamos los abrigos. Nada a veces es tan parecido a la vida de uno. Nada a veces es tan impaciente cuando la lluvia desea tenernos entre sus manos, nada es parecido cuando esperamos calladamente la ternura de una ancianidad que en realidad nos lastima. Es eso de dejar en la lluvia entre nosotros, que nos parecemos tanto, al cruzar la calle. Una simple calle que significa tanta distancia, esa que también se parece a nosotros, y que de hecho no está muy lejos. Como les decía, nada es tan parecido a la vida de uno. Tal vez por eso esperamos sin la lluvia. Son como esas cosas que se nos van demasiado rápido. 180


...que

vivimos en un eterno verano ?

Acomodo la bufanda, la gorra y la campera. Él revisa sus bolsillos con manos pesadas. No encuentra la pastilla. Nuevamente pasa por el pasillo la mujer en silla de ruedas, la que arrastra los pies con un hombre atrás. Desde atrás de la ventanilla el hombre serio vuelve a preguntar la edad a otra persona. Ninguna edad corresponde a la misma, y claro, es lógico, pero siento que en algo se parece a aquel misterio de responder la edad tras una ventanilla a un hombre serio. Ahora me llama la atención los movimientos que están adentro del silencio. Las caras causan efecto a mi curiosidad. Es como si cada paso de alguien me guiñara un ojo. También cuando veo a aquellos que están apoyados en la incapacidad de un tiempo. Pero es cierto, todo a veces es tan distinto a la vida de otro. Yo tampoco encontré la pastilla. Como siempre, se la había olvidado dentro de la memoria. A cierta edad el tacto pasa a ser un sentimiento intruso que se desgasta por los bordes de una aparente indiferencia. Es eso que no se encuentra o se nos olvida por el rumbo de algo esparcido en la quietud. Es eso de notar cuando uno envejece. Dicen su apellido. Cruza la puerta. Adentro está cálido salvo ese ruido de pies que vienen y van por el suelo. Son esos pies que van por encima del silencio. Llegan a la antesala. Están ahora frente a mí los dos. Los miro. Ya no me resulta rara la cara de ese hombre, el que empuja la silla de ruedas. El silencio me lleva a sus caras. Una y otra vez. Es su hijo, no caben dudas, soy testigo y reflejo de una misma sangre. Sacando lo masculino de lo femenino puedo ver tranquilamente a la mujer sentada y parada al mismo tiempo. Puedo ver perfectamente al hombre sentado y parado. Ver al hombre arrastrando los pies y la madre empujando. El hijo toma una campera roja y trata de colocársela. Le dice que afuera hace frío. Le pone una manga y me sonríe, toma el otro brazo, la madre empuña la mano sin articulación posible en el brazo. Mientras le arregla la parte de la espalda la cara le cuelga por el cuello como si fuera una mujer que no tiene nombre, como si llevara madrugada y desaliento. Veo sus cabellos teñidos de blanco y de humo de cigarrillos, pero sin embargo hay una palabra que es muy difícil de acomodarse como la campera roja. Esa palabra en su rostro era como si le estuviese 181


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contame otro verso

diciendo “ lo estás haciendo mal”. El hijo me vuelve a sonreír. Está protegido por el silencio o más nervioso. Eso parece. Esa sonrisa me da excusas como si me dijera “ seguro que otro lo haría mejor”. Pero rio. Me viene la frase de aquello que a veces es tan parecido a nuestra vida. Eso de abrigar a una madre que ahora está en silla de ruedas. Salen por el corredor. El también. Le doy su abrigo, la gorra, la bufanda. Llueve. Cruzamos la calle otra vez. La lluvia vuelve a lastimarnos en esa pequeña distancia como es cruzar una calle. Donde el tiempo no se detiene en la edad de mi padre.

LUIS ESCOBAR

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...que

vivimos en un eterno verano ?

INSOMNIO Como duendes las sombras me atraviesan. El silencio ruge nombres marchitos. Pensamientos diagonales se repiten. Las palabras muertas se balancean de la garganta a los labios mientras zozobra la noche. En el techo de mi insomnio mariposas negras hasta la madrugada, cuando el sol las abrasa. Ilusiones nacen y mueren cada instante, se fracturan contra la pared como luciérnagas ciegas. El sueño se colgó de una nube que viajaba hacia las olas. Migajas de presencias destiñen juramentos. Los ojos enrojecen abiertos en penumbra. Una estrella fugaz se mira en el agua que beben los grillos, ellos me soplan su canto verde arrullando mi vigilia. De pronto la noche escapa por una cuerda de luz y la soledad se esconde, de los gorjeos del alba. NORMA B. DOVIZIANO 183


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contame otro verso

EL VIAJE Desperté, luego de una desordenada noche (otra más de tantas), exaltada y sombría, buscando la calle que me llevaría al punto de encuentro. Defendiéndome contra la desazón, las congojas del fracaso, las insatisfacciones que nos marchitan día a día, llegué a la playa y no estabas. (Impuntual, como siempre). El Asilo Unzué, testigo de anonimatos (y desaforados meandros de ideas), me observaba, peremne y silencioso, respetando mi angustia con apremio de huida. Un doloroso amargor arribó a mi garganta al evocar retazos del pasado. Desear las aristas de tus labios y navegar en tus ojos mientras arañaban pedazos de luna. Inusitada y tibia bruma matutina rompió las rejas de mi prisión y remonté ese río pantanoso para reconciliarme con el presente. – Pensé – “La soledad es esto”. Es tarde ¿ por qué no llegas Alfonsina ? Me prometiste que desayunaríamos para compartir los truenos e inicar juntas la partida de una vez por todas.

MARÍA EUGENIA GATTO*

* Guía de turismo. Secretaria. Fotógrafa. Comunicadora audiovisual. Viajera empedernida. Amante de las culturas Precolombinas. Proyecto de narradora. Libre como la flecha disparada por el centauro de Sagitario. mariaeugeniagatto@yahoo.com.ar 184


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vivimos en un eterno verano ?

Baldosas que sostienen huellas que nadie reclama. Naufragio de tristeza. Claridad en lo oculto. Inmensidad como la desolaciรณn de no decir diciendo inquirir forzosamente las voces callar derramar soledad sobre las rocas agonizar, sobre las baldosas que sostienen huellas que nadie reclama.

CAROLA IANANTUONY

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ALTIVA LUNA Forma que combina pincel y soledad Estela que atraviesas telarañas vegetales te amodorras en suspiros y espejos La noche acentúa tu palidez tu rostro se bruñe en silencios Desnuda luces encantos de reina Cada madrugada cedes ante claridades el mar te acalla en los vaivenes el espejo guarda tu resplandor mis ojos se cierran con tu huída DANIELA RICCIONI*

*Poeta. En el año 2000 publicó su libro “Atardecer”. En el 2002, un cuadernillo “Contrastes”. Participó en varias antologías por selección e invitación y recibió diversos premios por presentaciones en concursos literarios. 186


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vivimos en un eterno verano ?

VERÓNICA DE NOCHE mi noche es ondulada y sola sola y escandalosa como la muerte cuando la nada suena sobre el techo me viene como un apego, como un temblor mi noche es negra de lo más negro del fondo de la tierra negra mi noche es callada, es breve tiene la mirada compasiva me perdona los desplantes indefectibles –algunas veces los alienta– mi noche tiene orgasmos cadenciosos con olor a uva chinche y mordida de pera mi noche dice más que mi día kilos de pastas el beso de la noche y mi miedo... y la loquísima y grandísima culpa me vomita a la vida una y otra vez mi noche es mi mano izquierda mi noche te da en la boca, en las costillas te da en puntas de pie te da en silencio mi blancura de puta inmaculada te ofrece el beso de la noche virgen 187


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y pinta en un lienzo tu cara de sorpresa tu mirada de felicidad verdadera tu cara de nada

VERÓNICA MONTERROSO*

*VERONICA MONTERROSO nació en Buenos Aires y reside en Mar del Plata. Es locutora nacional y profesora de inglés. Además pinta y escribe. Colabora con publicaciones de Mar del Plata, Buenos Aires, Cuba, España y Venezuela. Los textos publicados en esta antología forman parte de su obra “100 POEMAS DE LOCO Y TANTO AMOR”, próximo a publicarse. Contacto: mariaveronicamont@hotmail.com o a veromonty4@yahoo.es 188


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vivimos en un eterno verano ?

Eros y Tánatos Cuando María Laura decidió morir, fue tan convincente como en todos los actos de su vida. Fue una tarde de domingo mientras la lluvia acariciaba los vidrios del ventanal sobre el balcón del departamento. Convencerse le había llevado tiempo. Y ella, que es tan organizada, no podía dejar nada librado al azar. No era eso de querer morirse ya y hacerlo. No. Por supuesto que no. La ví tomar la agenda de cuero repujado y buscar con el dedo índice la fecha apropiada. Tenía tantos compromisos en los próximos días, que volteó las hojas una y mil veces para organizar el tiempo y cometer su objetivo. Solo el domingo 17 tenía disponible. Descartado ya el problema principal, intentó resolver el paso siguiente: cómo. Primero es lo primero, la escuché decir en un acto de reflexión e inmediatamente tomó del escritorio el anotador y la lapicera de pluma. Como disponiéndose a escribir una carta, dibujó una cuadrícula donde figuraban en el lado izquierdo la palabra Elementos, y sobre el lado derecho dos cuadrículas con las palabras Ventajas y Desventajas. El sonido del timbre la sacó de su concentración. Abrió la puerta con desgano, al tiempo que Adriana su vecina empuñando una taza se dirigía a la cocina .Solo un poco de azúcar, María Lau, dijo. Su perro, Homero, una mezcla de Terrier con Pantera Rosa, saltaba y saltaba alrededor de María Laura. ¿Qué estás haciendo María Lau? ¿Escribiendo? Pero salí, nena. ¡Disfrutá! Si querés vení con nosotros a caminar. ¡Es tan lindo chapotear debajo de la lluvia jugando a ser chicos! ¡A Homero le encanta! Rechazando la invitación, con la mano en el picaporte y la puerta entreabierta, se despidió de su vecina. ¿En qué estaba? pensó al volver a sentir la tranquilidad que por minutos Adriana le había quitado. Ah, sí, en las Ventajas y Desventajas. Retomó la lista y escribió: pastillas. Se incorporó rápidamente, fue hasta el baño y retiró del botiquín todo lo que tenía: antiséptico, curitas, crema para hongos, jarabe para la tos, aspirinas y una caja amarilla con antibióticos. Enseguida desechó los antibióticos y el jarabe porque 189


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estaban vencidos. Fue hasta la cocina y regresó con un paño para limpiar el interior del botiquín antes de guardar de nuevo los remedios. No había pastillas, solo una pasta en la canilla de la goma del jarabe. Decidió rechazar de plano esta opción y cruzó con un trazo firme una línea en la cuadrícula de Ventajas y Desventajas. Un arma sería una opción rápida y segura, si practicara. Pero el único revólver que había tomado alguna vez, era el de su papá y llevaba mucho tiempo arriba del placard. Las armas son la muerte, recordó la voz su padre. Y ella, que siempre le hizo caso en todo, o al menos eso intentó, guardó el arma en un lugar seguro. Tomó la cajita plateada y la abrió con calma, porque con las armas no se juega. El contacto la petrificó y un cúmulo de óxido le pintó la piel. Pensó en llevárselo a Donadío pero el viejo sabía de armas y mucho más de la gente. Decía que para cada uno había un arma diferente. Como en el amor, el arma debe pertenecernos. Ser uno solo. Sabía que no iba a ser fácil engañarlo. Entonces pensó comprar un arma, sin explicaciones a nadie. El primer inconveniente saltó enseguida: no tenía efectivo. Solo tarjeta, hasta cobrar el aguinaldo. Y debería financiar la compra para poder saldar la deuda, antes de morirse. Y sí, es así. Comprar un arma con la seguridad que después no la iba a pagar, daba cuentas de una persona muy irresponsable y ella no es así. Debería hacer el trámite ante el RENAR ser evaluada clínica y sicológicamente. Ella no estaba dispuesta a tanto engorro. Comprometerse con horarios de entrevistas, perder tiempo, del que no tiene, para poseer un arma y matarse. No. No era para ella. Y sin más cruzó una línea azul en el segundo renglón. Agotada, se levantó y fue hasta la cocina a prepararse un té. No percibió mi presencia. Mi pie, se enganchó con el suyo, al trastabillar y golpearse contra la silla del rincón. Volcó parte del té en la alfombra. Como un latigazo se levantó, sin importarle el dolor y limpió la mancha. Un cutter. Eso sería fácil. Podría hacerlo en el baño, sentarse tranquila y marcar la muñeca con un trazo firme, profundo. La sangre correría por todo el baño, se escurriría por el borde del cerámico en desnivel ensuciando todo, hasta zambullirse en el felpudo de entrada al baño y sobre la alfombra del comedor, que tanto le había costado conseguir, justo en ese color que hace juego con las cortinas. Con toda la bronca marcó tres contundentes rayas en el renglón de 190


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las Ventajas y Desventajas. Se desplomó sobre el sillón y miró hacia fuera. Caer al vacío. Se levantó y abrió la puerta de par en par.Había dejado de llover, y sobre los edificios el mar se dibujaba calmo. Un olor a algas frescas anunciaba el fin de la tormenta. Aspiró profundo y exhaló. Se acercó a la baranda de metal corroído. Sintió vértigo y se alejó un poco. Sonreí al verla temerosa. Débil. Ahora vuelve sobre la baranda y se inclina levemente. Probando. Seduciéndome. Quiebra la cadera y el miedo la sostiene. Me acerco hasta fundirme en su cuerpo tembloroso, en un éxtasis orgiástico. Su sangre efervescente. El corazón que grita. La gente en la acera señalando. Todo es cuestión de tiempo. Una puerta se abre con fuerza, su vecina y el perro que irrumpen en ese momento deseado. El perro le jala la ropa. Salta. Tira. Vuelve a jalar y el cuerpo de María Laura ya vertical a la baranda. Trastabilla y cae sobre el piso del balcón, casi desmayada. El perro salta. El perro lame. El perro ladra. Su vecina la abraza y, llorando, permanecen una junto a la otra, tiradas sobre el piso del balcón. Las veo levantarse y recomponerse lentamente. Cerrar las puertas del balcón. Sentarse en el sillón. Hundirse en el silencio. En el balcón, el perro y yo permanecemos uno junto a otro. Sus dientes expuestos, mi genio exacerbado. Midiendo nuestras fuerzas, irreconciliables. Cuando María Laura decidió morir no tuvo en cuenta que ese derecho no le pertenece.De esos momentos excelsos solo somos responsables Él y yo, Tánatos. SUSANA ENRIQUE

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BUSCANDO En un universo horizontal, de mezquindad y desvalores tu sombra se pierde entre grietas de cemento. Muerde manchas de humedad en vértigo de cólera. Los pies se disipan sobre caminos que se alargan mientras el sortilegio de una sinfonía rasguña tu desamparo. Con puños impotentes crispas las tinieblas, el corazón cruje cansancio perdido entre las ganas. Presa de un abismo plano se arrastra, se encoje, se expande hasta yacer cerca del crucifijo que trenza esperanzas. Vuelve la luz como astilla sobre el iris, interrumpe tu descanso, se recompone tu sombra y sale a caminar el ojal del nuevo día.

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NORMA B. DOVIZIANO


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AGRADECIDA Corté sus tallos, los hundí, debían beber el agua clara. Ocultas se organizaron en racimos, aquí y allá vestigios de promesas. De pronto una cápsula surgió y trajo su misterio. Creció y alimentó mi asombro. Dos pétalos valientes se abalanzaron, otras dos acercaron su blancura a las sombras de mi noche. Sin pensar, encontré en esa flor que se atrevió a vivir la más sublime compañía.

ERNESTA CAMPOS

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LA BESTIA DE TU GARGANTA

Me desencuentro a veces con mi bestia descalza Me encuentro en el acecho negro Huelo a jadeos y albahaca Y voy desenterrando viejos amores Algunas esquinas que pisé me miran absortas Algunas flechas dejaron veneno en mis arterias y yo Yo con ese veneno me pinto los labios una y otra vez hasta comulgar Con mis venerados hijos los reptiles Con las develadas demoradas serpientes Extensas como el mar y me enredo Verdemente viscosa babeante Mi locura se encuentra ocupada ahora Trazando diagonales excéntricas que me lleven A vos, intuyendo tus texturas Con el pensamiento hundo la nariz en el espacio hueco atroz de tu garganta Matriz del plácido infierno Juego mi rol de princesa checa y miro música en todos los ombligos Huelo bocas y no resisto sin besarlas hasta que algunas veces me sorprendo Extenuada Difícilmente amigable Distante Sonora Muda VERÓNICA MONTERROSO 194


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Huérfana del afuera detenida por hilos de tiempo avanzar buscándome tras los pies del recuerdo adioses huyen hacia mí, inmensidad limitada desordeno el silencio. CAROLA IANANTUONY

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Acá arriba estoy mejor

Es cierto, desde acá las cosas no parecen tan difíciles. Las calles no son tan anchas ni vienen tantos autos de todas partes. La mochila del colegio es menos pesada y hasta esperar el colectivo es más divertido, te juro ¿Viste que el tío Omar dice que en la tele nunca dan nada? Eso no importa. Desde acá, las películas son todas buenísimas en todos los canales y nunca me importa si ya las dieron antes ¿Qué tal, eh? Además, cuando estoy en el patio de la abuela, si me estiro un poco, alcanzo las ciruelas más oscuras. Esas que están bien blanditas. Esas que son más ricas y las podes comer sin quitarles la cáscara. En la casa de Lucas también me pasa lo mismo, el perro que compraron, el negro, siempre que paso cerca me quiere morder, pero si estoy acá arriba, me mira con cara rara y mueve la cola ¡Es genial! Yo me di cuenta con la señorita Candela, esa que grita todo el día y tiene una voz de pito ¿Sí? Bueno, cuando me ve acá arriba, pone la voz toda dulce, así como de buena y dice ¿Qué tal Matías, como pasaste el fin de semana? Yo le saco la lengua y le hago “Fuck you” con el dedo, así… pero ella mira para otro lado y se hace la que no me ve, dice, “Matías es un chico muy inteligente” y otras cosas parecidas ¡Esta buenísimo esto! Desde acá, también puedo ver todo sin que me tape nadie. Puedo ver cómo bailan los gauchos, a mí hermana que vende empanadas con la cara pintada de negra y a Colón cuando se encuentra con los indios. En navidad puedo ver lo más bien cuando los Reyes Magos le dan los regalos al niño Jesús. Todo. A veces, cuando estoy en casa, quiero ir al kiosco de la esquina a comprarme algo, pero unos chicos rubios que están todo el día sentados en el cordón de la vereda te molestan cuando pasas, te piden que les compres cosas y todo el tiempo dicen “boludo” y otras malas palabras, por eso me gusta estar acá arriba, porque puedo ir y comprar todas las veces que quiera sin que me digan nada, y compro lo más tranquilo doce paquetes de figuritas y todo lo que sobra de chicles de menta. Los domingos, cuando voy por el centro, veo a mucha gente paseando. Veo a chicos que lloran de la mano de su mamá y perros que andan sueltos sin sus dueños. También veo a muchos hombres que 198


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duermen en la entrada del cine o en la plaza y a señoras que piden en la puerta de la heladería. Yo no les tengo miedo porque son pobres, nada más, no te hacen nada, pero la loca de mí hermana dice que no los mire, que mejor preste atención al helado que se me va a caer. Yo no digo nada pero igual los miro, porque no me importa. Yo no voy a ser pobre, voy a ser aviador ¿Sabías? En verano, en la playa, pasan aviones con carteles que vuelan re alto y helicópteros que pasan re–cerquita. También los días de mucho viento está muy bueno acá arriba porque suelto las manos y cierro los ojos para pensar que estoy volando. ¡Brrrrrrrmmmm! ¡Es re grosso! Yo voy a volar en un avión de guerra porque son los más rápidos y van más alto que los cometas, pero no le voy a tirar a nadie, en serio, nada más lo voy a manejar, así podré usar los lentes de sol y los guantes verdes sin dedos de la tía Vero ¿Sabés? Todo es mucho mejor desde acá. La gaseosa con pajita, los sándwiches de miga, las canciones, los partidos. Saltar las olas en la playa. Todo. ¡Hasta cuando me da asma se me pasa más rápido acá arriba! ¡De verdad! No te miento. No me quiero ir nunca de acá arriba. Nunca. Por eso, dale pá, juráme. Juráme que nunca me vas a bajar ¿Sí? Juráme que toda la vida me vas a llevar a caballito. GUSTAVO FOGEL*

*Marplatense clase 65. Narrador, poeta, músico, plástico, novelista, dibujante lineal y publicitario, artista digital (pinta con los dedos), animador de velorios, astronauta, degustador de panchos, diseñador de bufandas, planificador de viajes, inventor, maestro mayor de obras y catador de “suttien’s”,( un vicio asqueroso). Además, aplica inyecciones, toma la presión y es padre orgulloso de Hanna y Sacha Fogel. Premios: 1° Premio de la SADE de Bs. As. El 2° Premio Julio Cortazar 2005, Mención en poesía del “RotaryClub2004”, 3° premio cuento SADE Escobar, Bs. As. 2005, 1° Mención cuento y poesía del Certamen J. Cortazar2004, y el 1° Premio Internacional JUNINPais en Narrativa. El presente trabajo es parte del libro de cuentos “Objetos de Texto” del mismo autor, promovido por el premio nacional de narrativa y mención de honor en la bienal Nacional de Libros de Cuentos 2006, y no sigo dándole porque va a ser más largo el currículo que el cuento. 199


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MADRE Vuelta hacia el silencio primordial. Quietud y mansedumbre. Inocencia y temeridad. Senda abierta y paso firme, expectativa. Lejano secreto de amor y esperanza. Ser y renacer a diario enorme empresa es la vida. Remanso final, noche larga y cosecha, lluvia matinal y sembradĂ­o. MARĂ?A CECILIA EPELE

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Visiones Hoy desearías saber de mí. En tus sueños, más que sueños pesadillas, ves un borrón en lugar de mi cara. Despiertas sudorosa y cansada. Cansada de luchar contigo misma. Me quieres abrazar y puedes abrazar tan sólo aire. Vapor que se deshace, sin forma. Sueño recurrente que no te permite reponer fuerzas. Creíste que con somníferos podrías solucionarlo. Vano intento. Tampoco te sirvieron de ayuda las sesiones en el consultorio del psicólogo. No pudiste ni quieres “desnudarte” por completo, porque sabes que entre los pliegues de tu alma, enmohecido, aunque vivo en tu mente, sigo incrustado. Enmudeces cuando en alguna conversación surge el tema y fijas la vista en un punto cualquiera, no en los ojos de los demás. Temes que te delaten. Desechas la idea de pasar por un confesionario. No te animas. Hurgas en tu interior para encontrar esa tranquilidad que te permitiría vivir sin culpa. Es inútil el esfuerzo. En la cama, para ahogar a la visión dominante imaginas paisajes, rostros, olores, música…Con los ojos cerrados y la almohada apretando la cabeza, deseas fabricar un telón que oculte tus recuerdos. No lo consigues. Siempre reaparece la otra imagen, cuando te libraste de mí. Esa que sólo pudiste ver de reojo, pero que se agranda en tu memoria: la cubetera teñida de rojo con mis restos sumergidos en ella, junto a la cureta.

EDITH RUZ DE COLOMBO

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SEPULTURAS Infecto en la pisada danza el paso junto al grito de un cuerpo antiguo La garganta se ahoga en una elipse de palabras La presencia pretérita se interna en la palestra de un recinto sin ventanas Los muertos despiertan de sus huesos al mórbido saludo de los vivos Se yerguen en la tierra sacuden los gusanos flotan sobre sus cabezas féretros de vidrio Los muertos retroceden con espanto, porque infecto en la pisada danza el huésped bajo las huestes de sus sombras desiertas de osamenta PATRICIA NORA HORVATH 202


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SOBRE MI PADRE

El recuerdo verde nacía y moría y volvía a nacer para sufrir otra vida más. Sancho era como un padre para mí; me educó en sus temores y me cocinaba guisos indescriptibles. Yo lo quería. Viendo pasar la niñez se dio cuenta de lo oscuro de mi destino. Pensé en hacer algo para que él no sufriera por mí, poco hice. Recuerdo como si fuera hoy que su boina daba sombra a aquellos veranos de Mardel y se mixturaba con el alero de la casa; eran casi la misma cosa, alero y boina, boina y alero. Era muy chico y yo no sabia apreciar lo que un techo significa para el pobre. Sancho se había lastimado una mano cuando era carpintero, y no pudo trabajar más, no porque no pudiera, sino porque se sentía menos. Ese malestar, esa imposibilidad de hacer lo que le gustaba fue lo que lo indujo a decírmelo. No sé como relatarte el día en que me contó la verdad. Yo echaba raíces color veneno al compás de su vomito. Ahí fue cuando el laberinto que nos unía se simplificó de golpe, tornando más compleja nuestra relación. No recuerdo un relato tan cruel, filoso como un pasquín, como el que Sancho emitió. Dijo que una nube de poca monta había tapado al sol justo cuando de entre los jazmines salí yo, medio desnudo y medio zapato, con cara de “ganaste un premio”. Lo que lo había 203


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convencido para adoptarme fueron mis ojos de muerte. Me creyó un ángel mortífero, y nunca me perdonó que solo le hubiera traído felicidad. Hoy que ya pasaron quince años de la muerte de Sancho, te encuentro entre jazmines y siento que mi boina se confunde con el alero. Espero que traigas muerte. FACUNDO DEIBE

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DESCALZO

Descalzo un hombre está en la tumba Así el mar la pulpa el jazmín todo lo que fue diciembre se refugia en el hueco de la mano abierta en el ambar de la tierra reposada en el muro que finalmente la hiedra soltó

CAROLINA DRAGOTTO*

*Email: carolinadragotto@yahoo.com.ar 205


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EL TEMA Cuando llegué hablaban de gargantas y de flemas, pero no escuché. Era un feo tema y, ya se sabe, a mí los temas feos no me gustan. Por eso me fui, ya llevaba unas cuantas horas tratando de encontrar un tema agradable, de esos con buena cara y lindos ojos, cuando escuché unos ruidos entre las plantas del patio y salí a ver que pasaba. Estaban los malvones tranquilos como siempre pero en el aire había un perfume diferente. Miré hacia el lugar donde crecían los tacos de reina, que eran amarillos, no los color naranja que se ven en todos los canteros de las calles y, ahí estaba, tan brillante, tan clarito, y sí, tenía buena cara y lindos ojos. Traté de infundirle confianza para poder acercarme y pedirle que se presentara a la conversación del día siguiente, pero me miró con desconfianza y no se movió del pimpollo en el que estaba sentado.¿Qué hacer? Era chiquito, se me tenía que ocurrir alguna forma de acercarlo a mí. Había en una maceta una mariposa aguatera– regalo de Juan Carlos que me conoce y me mima– y como el tema tenía una de esas caritas charlatanas que sin querer te dicen todo , me pareció que podía tener sed .Así que desenterré la mariposa y, se la acerqué. Sí tenía sed porque se tomó toda el agua y me sonrió. Lo acaricié con una pluma que se le había caído al plumero y las cosquillas lo acercaron un poco más. Como se estaba haciendo de noche y yo ansiaba que el tema se quedara lo invité a dormir y le preparé un lugar entre las caléndulas; bien abrigadito, porque este invierno ha sido feroz; lo tapé con hojas de palta y me despedí hasta el día siguiente. Cuando amanecí salté hasta el patio, tenía miedo de que fuera otro día de temas desagradables, pero ahí estaba mi huésped, con 206


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los ojos cerrados bajo la hoja de palta. Abriendo los ojos me adivinó y dijo: ni lo sueñes, hoy tengo franco, no tenía argumentos para detenerlo pero entonces se me ocurrió. Todavía podía zafar de la charla desagradable de esa mañana. Me puse en camino con el tema de la mano y juntos nos perdimos en la arena.

SILVIA M. FABRIZIO*

* herbesflores@hotmail.com Ambientadora. Armonizadora. Actriz. Dirección teatral. Maquillaje creativo. 207


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Muerte Vida Se pasea por las vísceras de un niño silencia rostros ideas muertes enfrenta pueblos, a mi madre con su madre que no para qué por qué deja agonizando a la agonía se queda vuelve latente en el latido se desliza hacia el deshielo reproduce transforma escudo de soledad bienvenida de nostalgia

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Los olvidos que se alejan se acercan presente en el presente hiere perturba lo simple lo complejo envuelve todo mimetiza llena vacĂ­a revive la muerte muerte vida. CAROLA IANANTUONY

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TROMPETAS QUE SIGUEN SONANDO

“Cuando el Cordero abrió el séptimo sello, se produjo en el Cielo un silencio como de media hora. Luego ví a los siete ángeles que están de pie delante de Dios; se les entregaron siete trompetas” ( Cap. 8, Versic.1, Apocalipsis de San Juan) Nadie sabe quién compuso “La Casa del Sol Naciente”. Se sabe que no fue Van Ronk, quien se la enseñó a Bob Dylan en un bar. Luego éste la graba, dando lugar a que Van Ronk no la pueda seguir tocando…por ser acusado de robársela a Dylan. Poco después, es el mismo Bob quien cae bajo tal acusación, cuando en 1964 Eric Burdon y The Animals, graban la versión que dio vuelta por todo el planeta. Se sabe que quien la grabó primero (habría sido allá por los años 30’), dijo haberla aprendido de su abuelo, por lo que sus orígenes se remontarían al siglo XIX. No se sabe exactamente de quién es esta canción casi maldita, pero se sabe que quien la hace, más tarde o más temprano es acusado de ladrón, o cae en el anonimato. Como venía diciendo, no se sabe cuándo ni de dónde data. Se dice que fue compuesta en Estados Unidos, también se dice que fue compuesta en Inglaterra. Lo cierto es que su letra habla de un lugar de Nueva Orleáns. No se sabe bien si es un prostíbulo o una sala de juegos, pero se sabe que es un lugar de perdición. No se sabe si la canta un hombre o una mujer. Hay versiones donde la narradora es una prostituta en caída libre, y otras donde el narrador es un hombre perdido entre el juego y el alcohol. Se han hecho muchísimas versiones –desde Jimmy Hendrix, Led Zeppelín, Brian Johnson u Scorpions, hasta Jaf en la Argentina– pero se sabe que cuando la grabó The Animals, igualaron lo logrado por Los Beatles con “El dinero no puede comprarme amor”. La misteriosa canción estuvo tres semanas primera en el ranking estadounidense (en plena beatlemanía, sí). Todo un récord para una banda inglesa, con un tema de cuatro minutos. Más allá de todo esto –que se puede rastrear por Internet– a mí me interesa contar que no sé dónde la escuché por primera vez. Ignoro 210


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si estaba despierto o dormido, si fue de un disco o una radio. Durante años creí que estaba de fondo en una película de vaqueros (que no sé tampoco cual es). La imagen que se me aparece es de dos tipos que van a caballo por un desierto, absolutamente sedientos, probablemente heridos, a la deriva, esperando un milagro… o a la misma muerte. Siempre me conmocionó esa canción, por la angustia y el desgarrador aire de desolación que irradia. A veces siento que quisiera morir escuchándola, a veces quiero ser como esos marginados sin nombre ni lugar, que la fueron cantando y componiendo a través de las décadas. Recuerdo que por mucho tiempo no paré de tararearla. Primero a solas, luego ante otros. Nadie me supo decir ni el título ni el autor. A mis diecinueve años, el amigo de una ex novia, me enseñó no sólo el nombre de la canción, sino también a tocarla con la guitarra. Al fin y al cabo no era tan complicada, aunque dudo que alguien la haga sonar como Eric Burdon. Hace muy poco, al ver por televisión la ciudad de Nueva Orleáns, arrasada por el huracán Katrina, se me ocurrió volver a tararear (muy despacio) “La Casa del Sol Naciente”. Y pensé que el hogar de la perdición son los Estados Unidos de Norteamérica, y que el autor de la canción podría ser yo. Pero, preferiría que alguien me asegurase… que el verdadero autor fue, en realidad, aquel amigo de mi ex novia. ROLY SALVATIERRA*

*Roly Salvatierra fue sereno, electricista , operador de radio y taxista, actualmente es chofer de larga distancia, y está tratando de escribir… para no olvidar todas las barbaridades que vio y vivió por ahí. Pueden localizarlo en: rolysalvo@hotmail.com 211


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Melancolía de mariposa ven, arrastra la ausencia al balcón conocedora contesta lo no escrito, imágenes asfixiantes demoledoras de olvido entre manos empañadas. Solitaria tras las voces comienzo a sentirte.

Me presentare diciendo quien no soy. Harta de estos versos los escribo, no los leas. Mi antiguo nombre era Carola, igual llámame así. 212


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PARA QUÉ LAS PALABRAS

Nunca lo había visto de traje. Parado en la esquina de Corrientes y Montevideo, con un Samsonite negro y el pelo canoso cortado a la americana, me sorprendió –tristemente– debo confesar. Yo estaba cruzando hacia él como hipnotizada y aunque con esfuerzo, lo admito, iba sonriendo. No me reconoció, o no quiso. Yo no podía creerlo y seguí, decidida. Entre la gente siempre apurada de Buenos Aires, que parece hablar sola, algunos con celulares, otros no, ese metro cuadrado del que estaba siendo propietario, por el momento no iba a cambiar. La esquina de La Paz, transitada día y noche por nuestras sandalias de cuero treinta años atrás, adhería sus zapatos y su porte de yuppie. El ruido hiriente de tímpanos por las bocinas, los escapes, los gritos de la gente, era el mismo. Mi estilo, retenido en aquel tiempo lejano, seguía siendo el de una pollera larga de colores imprecisos, las eternas ojotas trenzadas, la blusa de bambula al batik, el morral de telar que había comprado con él en Machu Pichu, el pelo cortísimo, la cara lavada, las pulseras hindúes y esos eternos libros, prolongaciones rectangulares del cuerpo. Mis ideales básicos de amor y paz no habían cambiado; sí se habían fortalecido y vuelto más ricos a través de años de violencia y sin razón, de los que no huí. No sabía qué había en su cabeza ni en su alma, pero la imagen no era la de mi compañero hippie en un puesto de Plaza Francia. Todo eso, en el largísimo minuto que me llevó cruzar la avenida. Subí el cordón de la vereda y ahí recién me di cuenta de que los autos me habían estado esquivando con su luz verde. Me paré al lado, le toqué un brazo, el que sostenía ese cigarrillo en otra época tantas veces censurado. Se dio vuelta molesto. No era ésa su costumbre: siempre sereno, centrado y alegre como un buda de ciudad. Entonces fue obvio que no miraba nada, tan concentrado se lo veía, seguramente en asuntos de plata, ajenos y despreciados en aquella época. Escuchó mi voz, ese apodo privado y clandestino de los que, como nosotros éramos tratados con lástima como a ingenuos idealistas. Dejó caer todo lo que ocupaba sus manos, y sin otra palabra que mi nombre, me encerró en un abrazo que duró lo mismo que una eternidad en 213


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el paraíso. Llorábamos y nos pasábamos un calor mantenido adentro como aquél de tantas noches de ácido y mantras; nuestras manos mezcladas acariciaban brazos, masajeaban espaldas, secaban lágrimas, reconocían perfiles; las bocas besaban cuellos y frentes y sé que olió en mi pelo el aroma dulce del porro de la mañana. Todo en un silencio mojado y caliente. En ese momento, creí verlo con el pelo largo atado en una colita, con collares, pulseras y anillos, regalando flores, y puedo jurar que volvieron para él los recuerdos más puros de su juventud. Junto con los míos. Nos separamos sin decirnos nada. Sólo nos regalamos dos sonrisas. Y supe que más allá de la vestimenta y la cotidianeidad de cada uno, más allá de si había o no familias esperándonos, nuestros ideales y sus anteojos Lennon estaban intactos, salvo que habían remodelado La Paz, muchos de los nuestros decidieron vivir en comunidades cerradas, algunos habían perdido el camino, otros partieron a uno más lejano. No importaba. Cuando la mujer lo besó, de reojo vi que él todavía sonreía. Me bastó. LIDIA B. CASTRO HERNANDO*

*Marplatense por adopción, escribe narrativa desde hace cuatro años. Publicó en 14 antologías, y recibió distinciones en certámenes del todo el país. Es coautora con Gustavo Ortiz del libro LA CAJA NEGRA presentado este año, de gran repercusión en la ciudad. castrolidia2003@yahoo.com.ar 214


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AL TECHO VI Se esperar si es que sé y me gusta lo esperado Lo haré. Embestirán mis fuerzas tu terquedad de toro Brillaré loca como el diamante de Floyd Igual de loco igual de puro No puedo esperar el instante de besarte porque el beso tuyo ya lo sé Es maravilloso Lo saboreolo lato lo escucho Y el gusto de cereza negra Y tus uñas afiladas Rasgando la guitarra de mi espalda La escena la conozco de memoria La filmó Pedro para nosotros

VI B La última vez que desistí de mirarte Me nublaron los ojos unos restos resecos de óleo rojo Ardiente, tan ardiente Como el recuerdo de tus manos de tu boca en mi piel VERÓNICA MONTERROSO

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Quimera Guardo mis recuerdos en una casona antigua, desgastada al extremo por el paso del tiempo. La entrada principal está custodiada por una reja oxidada que siempre se encuentra abierta. En un eterno otoño, el parque de adelante vive cubierto de hojas secas y las estatuas descansan abrigadas por un traje de musgo. Camino hacia la puerta, a cada paso cruje el viento entre las enredaderas que cuelgan de los muros. Saco mi llave y entro. La casa, siempre desordenada; observo los candelabros caídos sobre la mesa principal, el sol del crepúsculo que se filtra por las cortinas, un agrietado sofá haciendo equilibrio en las tres patas que le quedan y el inmortal hogar prendido. Me acerco al fuego esquivando las columnas de libros y papales, piso porta retratos, escucho el vidrio agrietarse, el olor a humedad desaparece. A pesar de la cercanía de los objetos las llamas nunca se esparcen, solo bailan en la leña. A veces vengo a este lugar a buscar algo concreto, pero generalmente, como hoy, vago por los salones con la mirada perdida, escudriñando los objetos en busca de algo de valor. Sigo arrodillado calentándome las manos; escucho pasos. Alguien baja las escaleras. Me acerco. Los pasos se detienen. Miro hacia el descanso y no encuentro a nadie. ¿Debería subir? No, mejor me voy. Doy media vuelta y corro hacia la puerta mientras atropello a las columnas de libros. La puerta esta cerrada y no quiere abrir. Nervioso fuerzo la cerradura. Los pasos avanzan otra vez. Resignado decido arriesgarme al encuentro, apoyado de espaldas a la puerta aguardo a que la figura se haga presente. Al fin logro verte, soy yo a los nueve años. Cruzamos mirada y me reconozco; relajado me sonrío. Es extraño, veo cómo me alejo, corro y tomo un leño prendido del hogar. Me observo cómo intento quemar la habitación. Trato de detenerme, pero aunque soy mucho más grande me es imposible. Me vence. Caigo al suelo, las llamas trepan cómo las enredaderas del patio. Río mientras me observo desvalido en el suelo. Ya me tenía cansado esta vieja casona. JUAN MANUEL PINA* *24 años. Músico, docente y escritor. Se acerca a las artes por instinto, aunque muchas veces, salgan corriendo. E–mail: juan–manuel–pina@hotmail.com 216


Índice general A MANO CERRADA..................................................................................... 7 BUSCANDO UN TEMA.............................................................................. 10 Un muchacho prolijo y ordenado............................................. 14 En la mente de Descartes................................................................. 20 Un desarrollo tranquilo............................................................... 23 MIMÉTICA................................................................................................... 24 CON LOS OJOS NEGADOS....................................................................... 26 ESA TORRE.................................................................................................. 27 FALTAN LOS BARCOS ............................................................................... 28 VAMO Y VAMO........................................................................................... 30 La historia se repite pero el caucho no es el mismo............ 34 INVESTIGACIÓN PERIODÍSTICA “EL CASO LÓPEZ FORESSI”.............. 35 LA TENTACIÓN DE BERTA....................................................................... 40 Día de locos........................................................................................... 42 LA CIMA QUE ESPERABA........................................................................... 44 mar de plata............................................................................................ 49 PAISAJE......................................................................................................... 50 VÉRTIGO DE PERTENENCIA..................................................................... 51 La mirada de Silvina............................................................................. 52 LAGUNA DE LOS PADRES......................................................................... 54 Ojo de agua............................................................................................ 55 PERMANENCIA........................................................................................... 58 LA sombra................................................................................................. 59 TONOS DE CIELO...................................................................................... 61 MAR.............................................................................................................. 62 TORBELLINO.............................................................................................. 63 ACANTILADOS........................................................................................... 64 Atardecer del domingo.................................................................... 65 GOLONDRINA............................................................................................ 66 APARIENCIAS.............................................................................................. 69 Waterloo................................................................................................. 70 EN ANDANA............................................................................................... 72 SER REALISTA ES PEDIR LO IMPOSIBLE................................................... 74 Fantasía.................................................................................................... 77 VELANDO DESAMORES............................................................................ 78 última noche del bosque ............................................................... 79 Un profesor............................................................................................ 81 ME DECIDO A HABLAR ............................................................................ 82 217


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EL MEJOR TRAJE ...................................................................................... 84 SÓLO DOS................................................................................................... 86 Pensante opaco.................................................................................... 87 AMIGO......................................................................................................... 90 TRIBUTO A UNA ILUSION ....................................................................... 91 AMOR REAL................................................................................................. 94 SERÁ ESTA NOCHE.................................................................................... 95 La niña muerta II................................................................................... 97 IDEA EN PROGRESO.................................................................................. 98 ERAMOS.................................................................................................... 100 Princesa azul....................................................................................... 101 Amor religioso.................................................................................... 104 A LA VUELTA DE LA VIDA....................................................................... 106 la casa del monstruo..................................................................... 110 DEGUSTACION........................................................................................ 111 Veo, aunque no quieras................................................................. 112 Laura escondida detrás de las palabras................................. 113 Por mí ...................................................................................................... 119 La esquela, la ternura.................................................................... 120 AL TECHO................................................................................................. 122 (5000)........................................................................................................ 122 Hambre.................................................................................................... 124 CÓMPLICE................................................................................................ 126 Divino el perdón................................................................................ 128 HAZ LA BOMBA........................................................................................ 129 Al asombro............................................................................................ 131 El fuego y la noche buena............................................................ 134 Luna abierta......................................................................................... 135 La voz...................................................................................................... 136 MAÑANA NO SE...................................................................................... 137 Miradas Ciegas..................................................................................... 138 Político.................................................................................................. 140 Nos quedamos sin tinta.................................................................. 141 MIGUEL..................................................................................................... 143 HAY QUE ENSUCIARSE LOS OJOS ........................................................ 146 1976........................................................................................................... 148 Viento del sur..................................................................................... 150 El digno osario ............................................................................. 155 METAMORFOSIS AZUL............................................................................ 158 vértigo................................................................................................... 159 218


In Situ...................................................................................................... 160 DIOS SE PERSIGNA.................................................................................. 162 COSMOS.................................................................................................... 164 SUEÑOS..................................................................................................... 165 Siervos elevan...................................................................................... 166 CUADRO................................................................................................... 168 DAR GRACIAS........................................................................................... 169 DIVERGENCIA........................................................................................... 170 A SALVO.................................................................................................... 173 Vicio circular...................................................................................... 174 AL TECHO VII........................................................................................... 175 BORRASCAS.............................................................................................. 176 RECUENTO............................................................................................... 177 AL TECHO 2006–B................................................................................... 178 CONCEBIR................................................................................................ 179 MAS FRÍO QUE LA LLUVIA...................................................................... 180 INSOMNIO................................................................................................ 183 EL VIAJE..................................................................................................... 184 Baldosas que sostienen................................................................. 185 ALTIVA LUNA............................................................................................ 186 VERÓNICA DE NOCHE........................................................................... 187 Eros y Tánatos.................................................................................... 189 BUSCANDO.............................................................................................. 192 AGRADECIDA........................................................................................... 193 LA BESTIA DE TU GARGANTA................................................................ 194 Huérfana del afuera........................................................................ 197 Acá arriba estoy mejor .................................................................... 198 MADRE...................................................................................................... 200 Visiones................................................................................................... 201 SEPULTURAS............................................................................................. 202 SOBRE MI PADRE...................................................................................... 203 DESCALZO................................................................................................ 205 EL TEMA.................................................................................................... 206 Muerte Vida........................................................................................... 208 TROMPETAS QUE SIGUEN SONANDO................................................. 210 melancolía de mariposa.................................................................. 212 PARA QUÉ LAS PALABRAS....................................................................... 213 AL TECHO .....................................................................................215 Quimera ......................................................................................216 219


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INDICE DE AUTORES

AGUSTÍN VISPO......................................................................................... 80 ALEJANDRO GÓMEZ .............................................................................. 145 ANA MARÍA RODRÍGUEZ ARBIZU............................................................ 53 ANA MARIA TOULOUSE.......................................................................... 100 ANA MARIA TOULOUSE.......................................................................... 165 ANGELES VALDÉS MARTELES................................................................... 60 ANGELES VALDÉS MARTELES................................................................... 64 ARIEL MÉGEVAND...................................................................................... 81 AZUCENA OLIVA....................................................................................... 25 AZUCENA OLIVA....................................................................................... 96 CAROLA IANANTUONY ........................................................................ 209 CAROLA IANANTUONY......................................................................... 185 CAROLA IANANTUONY......................................................................... 197 CAROLINA DRAGOTTO.......................................................................... 112 CAROLINA DRAGOTTO.......................................................................... 119 CAROLINA DRAGOTTO.......................................................................... 135 CAROLINA DRAGOTTO.......................................................................... 149 CAROLINA DRAGOTTO.......................................................................... 205 CECILIA ACCATTOLI................................................................................. 22 CÉSAR VON DER WETTERN................................................................... 154 DANIEL BATTISTON................................................................................ 118 DANIELA RICCIONI................................................................................. 186 DANIELA RICCIONI................................................................................... 61 DANIELA RICCIONI................................................................................... 66 DANIELA RICCIONI................................................................................... 86 EDITH RUZ DE COLOMBO ................................................................. 201 EDITH RUZ DE COLOMBO....................................................................... 13 EDITH RUZ DE COLOMBO..................................................................... 168 EDITH RUZ DE COLOMBO....................................................................... 62 EDITH RUZ DE COLOMBO....................................................................... 65 ELBA TESORIERO....................................................................................... 99 ENRIQUE FACUNDO LEOZ...................................................................... 89 ENRIQUETA NOEMÍ BORRELLO.............................................................. 63 ERNESTA CAMPOS..................................................................................... 50 ERNESTA CAMPOS..................................................................................... 85 220


ERNESTA CAMPOS................................................................................... 193 FACUNDO DEIBE..................................................................................... 204 FACUNDO EMILIANO DEIBE.................................................................... 94 FERNANDO BONATTO............................................................................. 33 GABRIEL CABREJAS.................................................................................. 103 GUSTAVO FOGEL..................................................................................... 199 GUSTAVO J. ARAUJO.................................................................................. 39 GUSTAVO OLAIZ...................................................................................... 155 GUSTAVO OLAIZ........................................................................................ 58 GUSTAVO ORTIZ...................................................................................... 130 JUAN MANUEL ALFONSI......................................................................... 121 JUAN MANUEL PINA................................................................................ 216 JUAN MANUEL PINA.................................................................................. 71 LAURA MONCLÁ...................................................................................... 109 LIDIA B. CASTRO HERNANDO............................................................... 214 LUIS ESCOBAR.......................................................................................... 182 LUIS ESCOBAR............................................................................................ 76 LUIS ESCOBAR.............................................................................................. 9 LUIS MÉNDEZ........................................................................................... 111 LUIS MÉNDEZ........................................................................................... 137 LUÍS N. FABRIZIO .................................................................................... 93 MARCELA PREDIERI................................................................................. 147 MARCELA PREDIERI................................................................................. 163 MARCELA PREDIERI................................................................................. 179 MARCELA PREDIERI................................................................................... 29 MARCELA PREDIERI................................................................................... 41 MARCELA PREDIERI................................................................................... 54 MARCELA PREDIERI................................................................................... 73 MARCELA PREDIERI................................................................................... 83 MARGARITA BASSO ................................................................................. 139 MARÍA CECILIA EPELE............................................................................. 164 MARÍA CECILIA EPELE............................................................................. 169 MARÍA CECILIA EPELE............................................................................. 200 MARÍA CECILIA EPELE............................................................................... 90 MARÍA EUGENIA GATTO......................................................................... 184 MARIANA GARRIDO................................................................................. 105 MARIANA GARRIDO................................................................................. 125 MARIANA GARRIDO................................................................................. 136 MARIANA GARRIDO................................................................................. 142 MARIANA GARRIDO................................................................................... 77 221


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NANCY E. LUCOTTI................................................................................. 49 NICOLÁS MONTANELLI ......................................................................... 134 NICOLÁS MONTANELLI.......................................................................... 128 NICOLÁS MONTANELLI.......................................................................... 140 NICOLÁS MONTANELLI............................................................................ 23 NICOLÁS MONTANELLI............................................................................ 34 NIEVES GONZALEZ................................................................................. 174 NIEVES GONZALEZ................................................................................... 78 NORMA B. DOVIZIANO.......................................................................... 176 NORMA B. DOVIZIANO.......................................................................... 183 NORMA B. DOVIZIANO.......................................................................... 192 NORMA B. DOVIZIANO............................................................................ 26 OSVALDO PAMPÍN..................................................................................... 19 PABLO NICOLÁS DE LA FUENTE........................................................... 161 PABLO NICOLÁS DE LA FUENTE........................................................... 167 PATRICIA NORA HORVATH ................................................................ 177 PATRICIA NORA HORVATH.................................................................... 158 PATRICIA NORA HORVATH.................................................................... 173 PATRICIA NORA HORVATH.................................................................... 202 PATRICIA NORA HORVATH...................................................................... 69 ROLY SALVATIERRA.................................................................................. 211 ROLY SALVATIERRA.................................................................................... 45 SILVIA M. FABRIZIO.................................................................................. 207 SOFÍA OCAMPO......................................................................................... 43 SUSANA ENRIQUE................................................................................... 191 VERÓNICA MONTERROSO..................................................................... 110 VERÓNICA MONTERROSO..................................................................... 122 VERÓNICA MONTERROSO..................................................................... 175 VERÓNICA MONTERROSO..................................................................... 178 VERÓNICA MONTERROSO..................................................................... 188 VERÓNICA MONTERROSO..................................................................... 194 VERÓNICA MONTERROSO..................................................................... 215 VERÓNICA MONTERROSO....................................................................... 51 VERÓNICA MONTERROSO....................................................................... 97 VÍCTOR CLEMENTI.................................................................................. 170 YAMILA MONSALVO................................................................................ 133 YAMILA MONSALVO.................................................................................. 57

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Contame otro verso Mar del Plata, no el de La Feliz y sus postales, queremos otra historia. Por eso DELAPALABRA -grupos de estudio y creación literaria- convocó escritores locales para que se encargaran de mostrar la cara oculta de una ciudad que dista mucho de ser solo playas; una Mar del Plata con sus bellezas y también con sus miserias; en todo su esplendor y por qué no en su caída. Cuarenta y cinco cuentistas o verseros acudieron al llamado y, en las distintas secciones que conforman esta antología, recorren no sólo paisajes, sino sobre todo las historias de su gente, la visión -a veces ácida, a veces tierna- de temas como la actualidad, el amor, la búsqueda espiritual, el trabajo, la fantasía o la memoria. Esperamos puedan disfrutar también de esta Mar del Plata, la que sus escritores aman, la que amamos, la que queremos compartir con ustedes. Marcela Predieri

ISBN: 9789875431805


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