Lidia Castro Hernando
Ni una palabra mรกs microcuentos
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© Castro Hernando, Lidia Ni una palabra más –microcuentos1ª ed. Mar del Plata: Lágrimas de Circe, 2016 108 páginas; 22 x15 cm ISBN 978-987-3857-46-1 1.Narrativa Argentina. I. Título CDD A863 Catalogación: 09.03.2016 Ilustración de cubierta: Edward Hopper Distribuye: http://lagrimasdecirce.com Contacto: info@lagrimasdecirce.com
Queda hecho el depósito que marca la ley 11723. Ninguna parte de esta publicación, ya sea total o parcial incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, digital, de grabación o de fotocopia, sin previa conformidad del autor y del sello editorial. Este libro fue impreso en Gráfica Tucumán (Tucumán 3011, Mar del Plata 0223 492-3930) y quedó concluido el 10/04/2016.
A Hernando y a Nancy, con amor
“Escribir es una provocación, una visión afortunadamente falsa de la realidad que nos coloca por encima de lo que existe, y de lo que nos parece existir” Emile Cioran (A modo de confesión)
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ADVERTENCIAS
ACERTIJOS HUMANOS Los especímenes que somos, carne y huesos ocultando vacíos infinitos, vienen y van mientras las nubes desconocen el rumbo que llevamos; las mareas suben y bajan indiferentes, la lluvia se desata limpiando sin objetivo alguno. Qué sinrazón se abre en esta naturaleza a la que no le importamos. Nosotros, queriendo entender, quedamos más interrogados e inquietos, menos significativos para el todo de este planeta que gira por inercia. Nuestro universo se estira y se estira y somos para él tan sólo un signo de exclamación. Perdidas las dimensiones, podemos sentarnos a la puerta de nosotros mismos y esperarnos queriendo responder nuestros ineludibles interrogantes. ¿Quién dijo que deberíamos preguntarnos algo? Vernos pasar y reconocernos debería ser suficiente. Somos un nombre, un género, y si lo hay, un relato de vida. Y no nos basta. Romper, escarbar, dividir, mirar, sumar partes. Es todo lo que hacemos y hacemos. Se nos ocurre una 9
insensatez viajar sin brújula como la tormenta. También, permanecer inmóviles ante el cielo como montañas aparecidas por fuerzas que se niegan a definirnos. Encontrarse con el otro nos parece un acertijo nunca resuelto. Mirarnos al espejo, una pregunta metafísica casi obligatoria.
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CUESTIONES PRIVADAS El golpeteo en el dormitorio de arriba es horrendo. Esa gente parece no tener hora. Durante el día se opaca detrás del ruido de bocinas, frenadas de colectivos, gritos de la gente y alguna música de otros departamentos. Supongo que en algún momento saldrán a pasear por la costa. Pero a la noche es insufrible. Las tormentas parecen excitarlos más. Me acuesto y cuando apago el televisor, el ritmo anuncia DE NUEVO INSOMNIO. Prendo la radio y me pongo los auriculares. Me quedo dormida pero sólo por unos minutos. Los golpes sobre mi cabeza me despiertan enojada. Me escondo bajo la almohada y suenan, lejanos pero suenan. Es indecente. Yo nunca fui una pacata, pero esto es demasiado. La intimidad debe ser privada, no pública. Además mis nervios ya son alambres electrificados y las ojeras me llegan hasta los pies. Mañana mismo me voy a quejar al encargado. Ya pasaron dos meses y creo que es suficiente. Se acabó la fiesta, tórtolos. El encargado toca el timbre en el departamento del piso superior. Nadie contesta. Usa la llave que los dueños le 11
dejaron al terminar la temporada y entra. La ventana del dormitorio habĂa quedado abierta de par en par. El viento estĂĄ haciendo el amor con las persianas.
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TRASNOCHE La noche exhibe su mirada parpadeante y lejana. Trenes dormidos en la vieja estación esperan que un hombre de gorra y uniforme les despierte el alma. Son las dos de una madrugada de invierno. Perros deambulan ansiando lugares ausentes de escarcha. El hombre arma una cama improvisada de cartón y trapos para mantener sus sueños calientes hasta que amanezca. Antes de que los párpados se le acomoden serenos, mira el cielo nocturno y siente que cada estrella que muere deja un vacío en su corazón. Un cometa miente una herida en la bóveda sin luna de la ciudad y huye después de que él pide sus tres deseos infinitamente repetidos y negados. Impreciso, el rocío cae mojando las veredas por donde una pareja trasnochada camina, besándose irreverente ante el sueño profundo de los otros. Un cartel luminoso se despabila sobresaltado y abre, a deshora, las hojas de los árboles que creen que despunta. Aquel sin techo no mide la dimensión de sus deseos, ni la noche prevé el alcance de su oscura placidez.
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FANTASMAS EN EL BARRIO Brandsen y México. Sábado 23 horas. Sobre el pasto que acompaña silencioso la pequeña vereda, dos fantasmas se dan cita. Entrecruzan sus prendas sutiles y cuentan historias sin tiempo. Les gusta esa esquina. Conocen los pinceles y la música que atraviesa las cortinas de la casa en ochava. Se sienten recibidos. Mueven sus amarillos y sepias siempre nuevos al son de los sueños murmurados. Escuchan las imágenes y huelen amorosos los sonidos de poemas ya fríos. Ellos saben que su llegada alegra las paredes y calienta el colchón. Se entrelazan sensuales como cuando tenían cuerpo de mujer y de hombre. Mientras bailan, el que la habita abre la puerta, sale y descansa en el verde. No los ve pero percibe la brisa adormilada. Esas figuras que fueron felices le colman el aire sin medida. A las 0 horas entra sonriendo y cierra la puerta. Durante la semana que tiene por delante mantendrá el pasto cortito para que los fantasmas encuentren fácilmente su hogar en el barrio Villa Primera.
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RITUAL DE INICIACIÓN Tambores convocantes para un llamado de amor que busca al compañero. Entre las ramas, en el impenetrable verde, los pájaros custodian el juego de escondidas que marcará el paso de la juventud a la adultez. La tribu, en un claro fuera de la selva, espera el encuentro, el grito, y del placer la sangre. La pareja toma el camino de regreso después de conquistar a la naturaleza virgen. Para ninguno de los dos será sólo un rito, sino el comienzo de un presagio contado durante años por las viejas sabihondas de historia.
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MEMORIA RECICLADA Ahí. Donde Medrano se hace Castro Barros, donde la esquina de Las Violetas retiene voces y gestos antiguos, donde Saummel y Hnos tuvo la desdicha repetida de verme jugar entre los cristales, donde el diariero fuera alguna vez el patrón de mi papá-canillita. Ahí. Frente a la pizzería El Tuñón que recibía los miles de fanáticos que a las dos de la mañana salían de la Federación de Box… recorrí mi infancia feliz de tranvías y masas de crema y dulce de leche, la vereda de sol caminada sin reloj por las parejas, una familia sin prejuicios tomando mate con bizcochitos a la puerta de su casa, el chico tonto del barrio tratando de patear esa pelota nunca acertada, ahí. Los grandotes sin historia burlándose de su torpeza; la nena del policía luciendo su mejor vestido,
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el vendedor de globos y paletas dulces y el carro abarrotado de canastos y escobas esperando compradores desde siempre. AhĂ. Capturados en un desvĂĄn del cerebro, los viejos hablamos con los recuerdos, que regresan mucho mĂĄs genuinos que lo realmente vivido.
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LA GRAN AUSENTE Concierto para la mano izquierda en re de Maurice Ràvel Esta única mano, la izquierda, resquebraja la tensión del silencio. Mis dedos en catarata van relatando su dolor por la compañera ausente, esa ira del ser distinto, potencias de la voluntad contra un destino guadaña, la alegría del encuentro de cinco dedos que se bastan a sí mismos y este triunfo del sonido colmando vacíos. ¡Qué pleno mi pecho después de la última nota, pulsada por un dedo de esta mano solitaria! La aparto con reverente lentitud de piano, sonrisa horizontal que me regala la vida generosa.
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VERDUGO DE CRISTAL Viernes. Cena familiar. Alrededor de la mesa se sientan como siempre el abuelo en la cabecera, la abuela, la hija con su esposo y los mellizos. Una vez más Luis, el hijo, no está. Seis personas de rostro sin gestos, silenciosos, a los que no escucho masticar, ni siquiera rozan los cubiertos al cortar la comida invariada de los viernes: antipasto, pollo con papas al horno, flan. La mucama, que ha aprendido los usos y costumbres de la casa, aparece y desaparece de mi vista casi en puntas de pies, dejando los platos servidos ante cada uno. Los niños amaestrados parecen muñecos; no sonríen, no se guiñan, no esconden. Han aprendido a callar durante una hora. Yo estoy aquí, en una mesa de apoyo con incrustaciones de nácar, como todos los viernes, guardando cuatro cuadrados de papel con nombres de adultos. Termina la cena. Ahora viene la palabra de la abuela: —Mercedes, traé la caramelera, por favor. 21
La mucama sabe que soy delicada y temida. Me coloca en el centro de la mesa y, como siempre, la niña menor levanta mi tapa y saca un papelito. Dice simplemente: —Abuelo. Es la persona que el sábado visitará, obligado, a Luis que está en la cárcel de por vida, por asesinato. Mercedes vuelve a colocarme sobre la mesita y durante los siguientes seis días escucharé cantar en la cocina, el ir y venir de los que habitan la casa, la música que proviene
de
la
habitación
de
descanso
y
esas
conversaciones usuales que pueblan los hogares comunes y corrientes.
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AUTOPSIA Los instrumentos están alineados junto a su mano derecha. De mayor a menor. Le gusta el orden. Piensa que tener lo que se necesita en el lugar adecuado y en el momento justo es fundamental. Ya lo ha probado. Nadie más pudo encargarse bien de esta etapa. Necesita que todo esté bajo su control. Con un golpe de vista, su mano alcanza con facilidad lo que requiere para hacer los cortes, abrir, sostener, limpiar, coser, etc. A las 6 de la mañana, comienza su labor y por cábala no se cambia la ropa blanca hasta terminar, al anochecer. Nunca hubo reclamos porque él domina bien su actividad. “Lo bueno de este trabajo” –se dice en palabras copiadas de su terapeuta- “es que sublimo mis impulsos agresivos sin hacer daño. Nadie grita ni protesta y siempre salen todos beneficiados.” Tantos años de análisis dan por fin sus frutos. Con total concentración, realiza los cortes indispensables y separa en cubetas los diferentes órganos después de pesarlos. Examina huesos, pelo, musculatura, nervios y da por terminadas las incisiones. Tira lo que no 23
sirve. Finaliza su tarea como el profesional que es. Limpia –minucioso- la mesa de trabajo, lava el instrumental y sus manos. Se seca. Satisfecho y orgulloso, como todos los días, da vuelta el cartel que dice: ‘Cerrado’ y abre la carnicería.
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MÚSICA INTERNA La música resbala por mi piel. En su temerario caer sin paracaídas desde el cuero cabelludo, se me engancha en las pantallas marcando un ritmo paralelo, interior y mágico. Cada redonda es una burbuja de lento arcoiris; cada blanca, una estrella que resplandece aún mucho después de muerta; cada negra un agujero, esponja de energía que sorbe la memoria; las corcheas bailan con desparpajo en un carnaval sonoro, mientras sus hijas semicorcheas saltan de agudos a graves, rebeldes y animosas; fusas y semifusas corren de la coronilla hasta los pies a inatrapable velocidad como si la distancia fuese cósmica. Quiero seguir respirando en el seis por ocho y empieza el ahogo. No logro mantener el compás; imagino que desaparezco en el universo con cada sonido. Música, prodigio maravilloso que me expande y libera sin que persona alguna se dé por enterada.
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JARDÍN JAPONÉS Ella, delicada y obediente, sabe preparar un simple lecho sobre el piso, armar las flores y las ramas de bambú en un ikebana que siempre cuenta una historia. Silenciosa, cocina el arroz y los brotes como ninguna otra. Canta melodías sin tiempo y enseña a sus hijos el respeto y la calma. Del otro lado del jardín, más allá de las rocas, los arbustos, el lago con sus peces saltarines, una casa de techos y lámparas de papel rojo cobija a las geishas. Su hombre las visita. La esposa no siente celos. Aprendieron desde niñas secretos que sólo ellas conocen: complacen su cuerpo, alimentan su mente con historias y tocan instrumentos que esa sencilla mujer no pudo nunca tener entre sus manos. Dan a su esposo un amor refinado que nadie puede igualar. Ella lo sabe y sonríe dulcemente cuando él vuelve al nido de sus brazos. No puede sentir celos de quienes lo alegran. Tanto y tan fuerte es su amor.
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UN MISMO FAROL, UN MISMO LLANTO La noche la sorprende bajo la penumbra del mismo farol, ese donde él le estampó el primer y último beso francés. Entonces se sienta contra la columna de hierro, con los brazos enlazados a sus rodillas y se le vienen miles de imágenes: el jean deshilachado, la remera de los Ratones y esos ojos…esos ojos húmedos en los que veía, embobada, su propio rostro. Y no puede evitar derramar unas lágrimas a modo de veintiuna salvas de cañón por ese amor de alto voltaje, que ahora sólo humeaba agonizante. ¡Qué tiene que aprender? Quién sabe… a veces no se aprende nada; y también está bien. Por eso se consuela con un cabsha y se tira en el sofá junto a su persa dispuesta a mirar una vieja película. Se pregunta: ¿cómo puede ser que la primera imagen sea la de una chica sentada contra una columna de hierro, la de un farol, con los brazos enlazados a sus rodillas, llorando? La realidad imita a la ficción.
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TODO PASÓ COMO EL VIENTO Está atardeciendo. Dejó flotar en el aire las palabras junto con el humo dulce del tabaco de pipa que fumaba, primerizo. Se acurrucó sobre ese madero rústico donde los pescadores habían disfrutado de largos silencios de espera. Ella no contestó. Su mirada aceptó el acercamiento de los cuerpos. Tomó la mano del joven que ya amaba y la apoyó sobre su vientre virgen. Se besaron sin vergüenza mientras la sinfonía de las aves del río iba apagándose. Encendidos, sus sexos iluminaron la noche. La sedujo la primera semana, la tuvo en la siguiente, y la dejó sin misericordia, sin himen y repleta, un mes después. Ella nunca volvió al muelle. Él se convirtió, de adulto, en un consumado fumador de pipa.
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LA DISCONFORME La disconformidad (RAE: oposición, desunión, desacuerdo en los dictámenes o en las voluntades) es el tema en cuestión de la novela Contra Todo escrita por Marea Roja, recientemente fallecida. Es una obra evidentemente autobiográfica que se editó por primera vez en 1978, cuando la autora ya tenía cincuenta y seis años de edad. Ese sentimiento, que la mantenía en constante rebeldía contra el mundo, motorizó su existencia durante más de noventa años; era tan fuerte en ella como puede haberlo sido el optimismo, la ilusión, la utopía en un idealista. Sin embargo, Marea se oponía y se rebelaba ante todo sin proponer nada. Cualquiera sabe que los momentos felices son los más deseados aunque los más cortos. Marea tenía tanto material en sus crónicas de viajes acerca de todo lo que consideraba malo, incorrecto, decadente y ruinoso en el planeta, que era una línea negativa sin un punto y aparte. Contra Todo es una novela de protesta individual, desaliento y escepticismo. 29
El corazón de este libro es lo que el lector deberá tomar como tarea a desentrañar. El enigma que plantea Marea Roja resulta ser una simple pregunta: ¿Qué la hizo vivir casi cien años, no pegarse un tiro y morir desangrada? Después de haber transmitido tanto pesimismo, paradójicamente se quedó dormida para siempre con una plácida sonrisa en los labios.
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REPOSITOR La ausencia de Pilar, castigo torturante aunque merecido, le niega el sueño y el hambre, pero anima su imaginación: seguirla, disculparse, rogarle, perseguirla, acosarla, acorralarla y violentarla hasta conseguir doblegar esa firme decisión de abandonarlo. Ella no es (ni nunca fue) mujer de dudas. Él, en cambio, es un vacilante. Ese constante ir y venir emocional le hizo creer que podría traicionarla rompiendo un compromiso sin papeles, pero compromiso al fin. Cuando aquel día ella subió al auto, dejándolo sin palabras y con las manos vacías de dos años de compartir mates, no había lágrimas en la despechada que se iba. Él era quien lloraba su propio terror a la soledad. Cuando no la vio más al doblar en la esquina, recostado en la puerta, recordó con amargura las mezquinas excusas que durante meses le había dedicado triunfador, al volver de hoteles alojamiento. Hoy, después de una semana, todo lo imaginado quedó sólo en eso. Recriminándose el triste final, no pudo siquiera comer esa tarta solitaria y seca que ella había dejado 31
en la heladera. Todo un desperdicio, como el último tiempo. Aulló como simio solitario, pero sin ruido. Al fin de cuentas concluyó, debía comportarse como cualquier ser humano: Pilar no era la única mujer en el mundo. No lo dudó ni por un momento. Un clavo saca otro clavo. Salió a reponer víveres para la heladera.
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NOCHE DE MILONGA Él cabecea. Ella asiente. Desde mesas distantes caminan para encontrarse en el centro de la pista. Piernas, tacos, manos, cuerpos que se rozan levemente al ritmo de la orquesta; se retiran, se acercan, todo en un mismo tango. El brazo de él la sujeta por la cintura y el dedo pulgar, como flecha, indica el guión tantas veces repetido y otras tantas, nuevo. Ella abandona su brazo sobre el hombro del compañero. Dos manos en suave contacto. Rostros que parecen mirarse intensamente y, sin embargo, no se ven. Simulan deseo, rechazo, intimidad al dibujar la geografía sobre el piso que cuenta una historia: dos desconocidos encontrándose y estudiando sus cuerpos, sin palabras, sin suspiros. La música termina y las piernas enajenadas, vuelven altivas a sus mesas.
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CÓDIGOS Le sirvió un mate dulce y espumoso. El gaucho Méndez no dijo nada, miró pa’arriba desinteresado. Sabía, como buen pampeano sureño el significado que tenía: la Rosario estaba muerta de amor por él. Pero el corazón del hombre pertenecía a otra. Cebó él y se quedó oteando las nubes negras que corrían hacia ellos como zainos desbocados. Se viene la lluvia —dijo y le alcanzó el mate frío. La paisana supo que la rechazaba. —Ahora déme un amargo y váyase pa’dentro; no se me vaya a mojar ni de arriba ni de abajo… Yo ya me voy pa’l rancho; se está haciendo tarde y su hermano no llega. La paisana pa’rematar la conversación le dio un mate seco, dando por terminada la relación amorosa que en verdad, nunca había empezado.
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DIVERSIÓN SIN PRECIO Entre las cuatro y las cinco de la tarde en la plaza, caíamos las dos al mismo tiempo y nos elevábamos también juntas. Las hamacas estaban bien niveladas. Nuestras risas estrepitosas e infantiles ocultaban cualquier diferencia entre dos nenas de siete años. Antes de que oscureciera, ya cansadas de hamacas, subibajas y tobogán, debíamos separarnos. Yo quería que la tarde de invierno nunca se acabara; ella lo mismo. Mi niñera de delantal bordado y resplandeciente, que leía bajo un árbol, se acercaba entonces al arenero, me sacudía la pollera escocesa tableada y me daba el chocolatín habitual. La hermana mayor de mi amiguita, que no tenía más de doce años, temblando de frío, con sandalias y los brazos al descubierto, venía corriendo de la frutería donde trabajaba, le sacudía la ropa gastada, le ponía su pulóver agujereado y unas zapatillas viejas sin cordones que se le salían al caminar. ¡Chau...! ¡Chau..!. ¡Hasta mañana! ¡No faltés! 35
La niñera jamás me dejó compartir el chocolatín con mi amiga: ella nunca se enojó.
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INTERCAMBIO Con dificultad introduje la llave: era la correcta. Abrí la puerta y tanteé la pared, buscando el contacto de la luz, que no pude encontrar. Todo giraba. Volví a cerrar la puerta y di unos cuantos pasos, inseguro. Había una mesa y una lámpara. Siguiendo el cable llegué a la perilla. Una luz azulada iluminó el rincón. Sentía vértigo y ganas de vomitar. Abrí la primera puerta a la izquierda. El baño. Largué una mezcla repugnante de vodka, naranja, menta y gin. Borrosa, vi una cara con barba crecida en el espejo. Era yo. Me arrastré por la sala buscando la puerta del dormitorio. Lo único que quería era acostarme. En penumbras arrojé los zapatos y casi sin equilibrio ni pantalones, aparté las sábanas y caí sobre el colchón. Un brazo enlazó mi cuerpo. Al rato, caricias desconocidas se adueñaron de mis deseos. Todo resultó extraño y seductor. Pero no tenía interés en conocer la cara de ese hombre que dormía a mi lado. ¿Qué estará sintiendo mi mujer, en nuestra cama, en nuestro departamento, recorrida por manos femeninas, 37
las mismas con las que en la barra de aquel bar de mala muerte los cuatro intercambiamos llaves y direcciones?
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BIZARRA HISTORIA DE AMOR Siempre solitarias al costado de un rostro poco llamativo, pálido, gastado por la vida, fuimos creciendo y dándonos cuenta de nuestra total inutilidad: somos como hongos cárneos para dos oídos absolutamente sordos. A veces, sostenemos con esfuerzo las patillas de unos pesados anteojos. El martes, por primera vez en setenta años, nos vistieron con corazones rojos. De inmediato los amamos. Les dieron vida a nuestra eterna accesoriedad. No queríamos que se alejaran, que los apartaran de nosotras. A la noche, la mano rugosa intentó separarnos y recurrimos a una solución desesperada: con una voluntad antes desconocida, derramamos una cascada de cera pegajosa que nos unió más a ellos. A la mañana siguiente, las patillas, envidiosas por nuestra íntima relación, resbalaron intencionadamente. Y en su camino empujaron a los corazones, que cayeron a un abismo del que no podían elevarse sin ayuda. Hoy jueves, abandonadas, no hacemos más que supurar tristeza por este amor que duró dos intensos días 39
con sus noches; cuando el rostro que enmarcamos se reflejรณ en la mirada de un hombre.
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AQUÍ Y AHORA Mi vida había sido una penosa sucesión de frustraciones, orfandad,
pruebas
fallidas, interminables
duelos y dolores físicos torturantes, que de tan conocidos se habían convertido en mis dulces y leales compañeros. El último año, al regresar de un retiro monacal voluntario en el que medí el completo vacío de mi existencia, creyendo -ilusa- que no habría nada peor, encontré mi casa ardiendo y conocí algo más cruel: la indigencia. Vagaba por las calles con lo puesto y descubrí que aún se podía caer más bajo. Comía si daba a otros unos minutos de mi cuerpo, ausente de emociones. Sola, sin siquiera un perro que me ladrara, añoré amistades engañosas de la adolescencia, hombres abusadores de la juventud e internaciones en los que para mí eran nidos de cemento y cristal. En ese entonces todavía tenía un nombre propio que ya estoy olvidando y sentimientos que se van adormeciendo poco a poco. El mes pasado encontré una paloma herida en la plaza; la curé con mis manos calentadas a soplo, y recibí de ella una fidelidad simple, sin palabras ni exigencias. 41
Ayer comprendí que al hacerme cargo de ese pequeño plumaje, había entrado por primera vez en un aquí y ahora perfecto y siempre diferente: incapaz de traicionar porque es presente absoluto. Cuando la paloma voló, como volaría un hijo, al fin conocí la riqueza del instante fugitivo.
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INMERSIÓN
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ABSUELTA DE PECADO Rodeada de mujeres oscuras día y noche, el hábito esconde sus formas femeninas, sus movimientos livianos y mudos; pero el roce de la tela negra contra sus piernas al caminar sumado a la presión constante de la faja alrededor del pecho, le generan sensaciones voluptuosas, aterradoras como todo lo desconocido. Ni el silicio ni la confesión semanal calman su culpa o su placer. En secreto, se depila desde la ingle hasta los tobillos y acaricia sus axilas anónimas en la austeridad de su celda. Afiebrada, imagina brazos amarrándola, bocas pegadas a su cuello huérfano de sol, manos enredadas en el pelo negro que dejó escondido y largo contra todas las reglas. Es célibe pero ya no es casta. Desde hace días mira al Cristo como quien adora al desnudo David de Miguel Ángel. Después de diez años de rezo y votos, ha llegado a la conclusión de que la alianza en su dedo le da el derecho a sentirse mujer. No confiesa, no habla, ya no sufre; ha aceptado el deseo y la placidez de ser esposa de ese hombre en la cruz. Aunque sea polígamo. 45
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SIMULADORES Todos lo saben, incluso yo. Una y otra vez repetirán las mismas palabras, idénticos gestos sin compromiso, las miradas, los espacios de silencio. Ahora entrarán Silvia y Roberto. Jorge y Ana María -los hijos mayores- y Miguel Ángel -el tío- y se ubicarán alrededor de la mesa. Las acciones, el cambio, las carreras de caballos, la Ferrari nueva… Y por debajo, un miedo abrasador que no van a expresar ni revelarán. Hasta que aparezca la policía a llevarse a Roberto. Todos saben. Todos tiemblan. Pero hoy como siempre hablarán de cosas sin importancia. Yo también mantendré el secreto.
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UNA FAMILIA DE CUENTO El Circo Argentino desarma su carpa por falta de público. Blanquita tiene 15 años y siete hermanos que la aman. Al morir sus padres en un accidente, quedaron solos. Hasta ayer, los más grandes mantenían económicamente a la familia porque trabajaban como payasos en el Argentino. Todos son enanos, menos ella. Blanquita es alta, pelirroja natural, buen cuerpo. Ahora deberá procurar el sustento y su príncipe azul tendrá que esperar. ¿Para siempre? se pregunta mientras sube al auto en la zona roja de la ciudad.
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TAL PARA CUAL El teléfono sonó impaciente. Le había contagiado mi ansiedad por ese llamado que no llegaba desde hacía varias noches. No me decidía a contestar por temor a que no fuera él. Lo había prometido. Lo había jurado. Pero pasaron ocho días y no cumplió. ¿Sabía ese hombre de la angustia en mi garganta, de los pies hablando rencores sobre el parquet, de la tinta agonizante de mis palabras en las ocho cartas escritas y no enviadas? Seguramente no, con su amor adulterado de domingo. Al quinto llamado atendí. Escuché su lengua negra de mentiras cuando dijo lo siento nena…tuve que viajar. Sin embargo, como prostituta en celo, compuse no sé cuántas frases ingeniosas y desde ese momento me recibí de farsante por migajas de un día a la semana. Éramos tal para cual. Ilusos, creyendo que el otro iba a alimentar como fuego una esperanza de dos que ya languidecía.
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ENSUEÑOS SECRETOS “Quiero gozar del crepúsculo en el cotidiano bregar para entrar en el sueño reparador” Todos los anocheceres papá recitaba esas palabras antes de cerrar sus ojos cansados y disponerse a soñar. Nunca supe qué lo invadía al dormir. Por alguna extraña razón, no explicada, ensayé esos versos como un rezo. Y cuando su vista dejaba de pertenecer al mundo real, ya había aprendido a imitarlo. No eran cuentos los que me relataba antes de que yo también cayera inconsciente. Jamás me narró uno. De todas maneras yo no sabía que existían. Sólo esa frase que me llevaba a otros mundos, míos, y que podía recordar al despertar. Imágenes que se entrelazaban creando historias, extrañas aventuras en las que era una heroína, animales feroces contra los que luchaba y arduos viajes por el universo. A pesar de lo
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complejos que resultaban, nunca sentí miedo porque él estaba ahí, acostado a un brazo de distancia. Despertábamos juntos como un dúo de soñadores. Yo le contaba mis historias. Nunca conocí las suyas.
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TRIBUNAL DESHONESTO Maricarmen, Esther y Enriqueta parecen buenas, pero en realidad son tontas. Aún más, tienen esa estupidez maligna propia de la adolescencia deseosa de ser y no poder, cansada de persistir y fracasar. Copian de sus madres los prejuicios y de sus padres, los vicios. Se dicen amigas pero, de a dos, son crueles verdugos de la ausente. Por eso se apartan lo menos posible. Han tomado la costumbre de conversar mirando el pueblo desde el andén de la vieja estación, e intercambiando chismes, seguramente falsos, sobre cuanta mujer vive sola. Esto les lleva tres horas de cada rutinario día de sus vidas. Cuando no queda más títere con cabeza, sacan las pipas y las cantimploras de vino y, en descontrol, fingen imitar a las criticadas cuando en realidad sueltan, como caballos desbocados, sus más ocultas y naturales tendencias.
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LA GOTITA La gota cae rebelándose sin ritmo, densa, con eco, lenta y luego rápida; seguramente formando un charquito alrededor del desagüe. Como no queriendo irse. La imagino desde mi cama y el sonido pequeño de día, se hace ruido viscoso, fantasmagórico en la oscuridad. No me deja dormir. Cierro los ojos y el impacto persistente del agua de la canilla contra la pileta me mantiene alerta. A veces, un silencio brusco me desorienta y la tensión de la espera se hace insoportable. Creo que se convirtió en agua inmóvil. Pero no. Súbitamente, una rápida cadena de sonidos llena el suspenso. Pienso que si la salpicadura tuviera ritmo definido, quizás un dos y uno, o tres y dos, haría las veces de acompañamiento, casi de canción de cuna, pero esta irregularidad me exaspera. Lucho contra mi propia bronca, pienso que aún despareja, es monótona, pero no logro convencerme. Tampoco me decido a ir y apretar la canilla. Todas las noches lo mismo. Es una lucha a oscuras entre un líquido que cae y un hombre que ya lleva días sin dormir. 54
BIOGRAFÍA SENTIMENTAL Sentada en la escollera del Torreón, Laura es tres mujeres en una, incapaces de separarse sin romper su esencia. La cadencia rítmica de las olas livianas, seda los recuerdos ásperos. Habían sido tres hombres: del primero germinó un nombre y un aliento; su útero esperó el primer llanto y poco después, con esas manos pequeñas en su rostro, partió sin mirar atrás. Con él aprendió el sabor de la derrota. Del segundo recordaba sólo el centro de su pupila celeste, en la que no cabía ningún reflejo: aprendió lo que era el egoísmo. Del tercero, bebió el dolor de la violencia: su corazón de vértices en ángulo recto rasgaba las caricias de Laura sin piedad. Aprendió que no todos son capaces de dar amor. El océano, que nunca es el mismo, le enseña el sentido de la impermanencia, y en su acercarse y retirarse hacia la costa con monotonía incansable, no le permite olvidar los errores repetidos de los que aún no aprendió nada. Las horas de la tarde pasan irregulares sobre las rocas y en su alma; el tiempo lento de la pena dobla la 55
esquina y se transforma en un instante pequeño de goce y luego otro dolor largo y después, una alegría corta. Cuando el crepúsculo empieza a cubrirla, cae en la cuenta de que se va a dejar, más pronto o más temprano: una línea recta marcará el momento de su partida sin retorno.
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PERDIDOS Observo tus ojos, nublados por el alcohol, a través de los vitrales empañados. Las caricias con que recorriste mi desnudez me dejaron un vacío atrapado en recuerdos. Ya no sos quien eras, aquel hombre mío pródigo de placeres. Te perdés en mundos mareados por el whisky y dejaste de reconocerme el cuerpo con tus dedos, ahora temblorosos. Cualquier mujer es tuya porque no lo es ninguna. Mi nombre ya no significa nada. Nos perdiste.
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ADICCIÓN En el sueño me acerco, silenciosa, prudente a tu retiro apartado del mundo; el sigilo me domina al abrir la puerta
y, en secreto, me deslizo temblando entre tus
sábanas. Tus brazos consienten mis caricias y el placer desborda nuestros cuerpos. La noche pasa vertiginosa y, exhaustos, nos rendimos a la pequeña muerte. Despierto empapada. Y estás lejos, muy lejos, separado de mí por un océano. El deseo me encadena noche tras noche tras noche, ansiando que vuelvas. Pero ya no es posible: hace tiempo que tu adiós fue definitivo. Y soy una adicta sin remedio.
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MEMORIA DE MANTECA El pensamiento caracol se desliza, pegajoso, por recuerdos que le parecen ajenos: un cerrojo frío y oxidado, de alguna puerta imprecisa que él no puede distinguir; ladridos familiares; terrones de azúcar en la palma de la mano acercada infantilmente al morro de un caballo de calesita; un lápiz que corre sobre un papel virgen; aroma a limonero; una sensación de plumas rozando el antebrazo; un corpiño rojo y absurdo lleno de arena. Está mirando la hoja del diario sin leer. Cada una de esas imágenes lejanas y difusas aparece sin porqué en la mente, y lo introducen en un mundo nebuloso, que se le escapa cada vez más y más. Esa palabra que nombre el indiscutible objeto que tiene delante de sus ojos. Esa palabra que no aparece aunque la espere por horas. Y el nombre del rostro detrás de la ventana. Infinitas veces salido de su boca. Y ahora ausente. Su esposa le dijo que hiciera algo esta mañana… ¿o fue ayer? Salió a la calle y simulando una seguridad que no siente desde hace mucho, entró en el bar de la esquina y tomó un café que el mozo le trajo sin que se lo pidiera. 59
Dedujo que lo conoce. Pero no sabe qué fue lo que Sara… o Clara le pidió, y tiene miedo de decírselo. No quiere que ella se enoje. Tiene miedo de estar solo.
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OBSESIÓN ESTÉTICA Silvia se mira en el espejo largo rato. Recorre pausadamente su rostro con las manos tratando de detectar anormalidades subcutáneas imperceptibles a la vista; ejercita sus músculos para retrasar la aparición de arrugas. Como se lo enseña a otras en su programa por cable sabe bien qué hacer. Se coloca lociones y cremas para mantener el cutis sano. Y por fin, prueba los últimos maquillajes que salieron a la venta. Tiene el cabello fuerte, brillante y dócil y esto le permite cambiar el peinado varias veces y quedarse con el que le sienta mejor. En el cuarto se detiene unos minutos ante el espejo de cuerpo entero observándose de frente, de perfil, de espaldas (de paso ejercita los músculos del cuello), verifica las medidas para controlar que su estricta dieta continúe dando buenos resultados; pasa entonces a probarse la ropa que usará esta noche, o mañana por la mañana. Conecta la plancha y deja impecable la pollera, el pantalón, la camisa o el suéter. Elige la bijou que se acomoda mejor al estilo que va a llevar. Termina justo a tiempo para tomar su baño de inmersión con espuma y aceites. En la bañera practica ejercicios modeladores y 61
reafirmantes y al terminar se ducha rápidamente con agua fría para estimular los capilares. Su madre, modelo profesional, le enseñó desde la niñez todo lo necesario para ser eternamente joven y bella. Silvio (nombre que le habían puesto al nacer) no consiguió nunca que su padre la considerara una mujer, como lo hacían todos los demás.
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LA CLARABOYA La falda volvió a volar en torno de la cabeza muerta: “¡Celestina, Celestina!”, y un fierro golpeaba con ritmo de saltar la cuerda. Grité aterrorizada: pero nadie vino. Mi tía seguía durmiendo la siesta; mi pelo rubio se volvía colorado y las manchas espesas de sangre que caían de la claraboya rota, se derramaban por mi cara. Volví a ahogarme en un grito. No sabía qué hacer con el miedo. Miré hacia arriba: los vidrios cuadriculados se veían transparentes, limpios. ¿Qué estaba ocurriendo? Corrí al baño y el espejo me devolvió una cara sólo pegajosa de lágrimas. La sangre había desaparecido, como la pollera, los zapatos, los piecitos. Una hora después, la tía despertó. Los vecinos murmuraban que una niña que saltaba a la soga, tropezó y cayó sobre el vidrio verde de la claraboya; mientras la pianola repetía una y otra vez la misma nota, botines (decían que endemoniados) se arrodillaron y un trozo de vidrio partió de la mano de la niña a la cabeza que lanzaba gritos amenazadores. 63
Nada era seguro: hacía más de treinta años que la casa misteriosa estaba deshabitaba. Pero yo guardé el caramelo de Celestina que esa tarde cayó sobre mi hombro.
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MANO DE SASTRE Dedos nudosos, yemas endurecidas, índice y mayor atacabos sosteniendo un cigarro artesanal inerte hacía ya no sé cuánto. Pinchazos sin sangre, de agujas destinadas a eternos hilvanes. Anular y dedal inseparables. Su postura asumía inconsciente la forma de manotijera de hierro, pesada y gris. No llevaba anillos: habían sido empeñados tiempo atrás para retener por minutos de temblor unos boletos que al fin resultaron perdedores en los burros. Cuando no hacía cortes y cosía, chasqueaba sus dedos –sin dejar caer el cigarro- acompañando coplas de Castilla que su boca hermana tarareaba. Revolvía la pasta diaria de buñuelos y medía acostumbradas lonjas de jamón y pan de campo, apurando un almuerzo siempre retrasado para acabar la prenda. Se metía en mi pelo, a ras de la mesa de moldes, reparando ausencias de tiempo de padre. Iba guiando mi triciclo por la vereda y conseguía por centavos chupetines que compartíamos. Esa mano me alzaba hacia los hombros, fuerte y segura. Podía someter firme la audacia de un golpe de puño.
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De joven recorrió cuerdas españolas y talle de hermanas. Eligió una para enlazarse hasta que la parca los viniera a retirar, de a uno. Secó llantos ajenos y propios. Se agitó en la cubierta de un barco al volver a su tierra, y recorrió
pausadamente
paredes,
rostros
y
árboles
abandonados cincuenta años antes. Pero ya era una mano argentina, abierta al otro, los hijos, nietos y el biznieto. Regresó sudorosa como llorando sueños perdidos y me pellizcó la mejilla, yo alegre por verlo. En meses, esa mano quedó helada. Yo aún percibo su tibieza al tomar la mía para bajar de la calesita.
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FUERA DE HÁBITO Muchos tratan de bajar en la oscuridad y salir a la calle. El apagón fue repentino. Nadie estaba preparado: los que no eligieron permanecer en sus departamentos, se resbalan en la escalera, algunos se caen; los chicos corren. Él salía a caminar como todas las noches por la costa: vive en el tercer piso y nunca usa el ascensor. Los escucha gritar, alguien lo golpea y lo desestabiliza un poco, sólo un poco. —Federico vení para acá… ¡tené cuidado! —¿Dónde estás Mariela? No te vayas a caer… Qué extraño, piensa. Parece que todos los padres buscan desesperados a sus hijos. Deberían estar cenando. Demasiadas personas pasan a su lado por la escalera. No es habitual: les gusta el ascensor; es más rápido y cómodo. Un nudo en la garganta lo sorprende. El perro se detiene y se echa en el rellano. Él se sienta en un escalón. Está desconcertado. Si él viera, se daría cuenta de que aun así no podría ver nada por el corte de luz.
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MENTES BLINDADAS En la negrura, el pánico la invadía casi al borde de la parálisis. Se acercó tortugueante a la puerta. Una luz mortuoria traspasaba por el ventanal contiguo a la entrada clausurada para ella. Lo supo. La vieja casa familiar aún seguía habitada. Buscó a ciegas un timbre y en su lugar encontró el eterno llamador de bronce – una mano- que permanecía grasiento, como de costumbre. Con una practicada ira martilló dos veces. Quería darse un ánimo artificial, ocultando su mansedumbre. Unos pajarracos huyeron despavoridos del dintel y quebraron la quietud del lugar. Después de la rabia, el silencio. Nadie vino a abrir. La luz, trampa inútil para ladrones, pensó. Sin embargo, conocía a sus padres y no habrían salido a esa hora tardía y calurosa. Adentro, todo quedó de pronto a oscuras. No deseaban verla. Un alivio casi empalagoso le transitó por el cuerpo. No tendría que enfrentar a quienes no veía hacía años, desde que la echaron. Llevaba la corbata de seda que Claudia le había regalado antes de morir. No hubiera podido evitar las miradas de censura. 69
AgradeciĂł
no
tener
que
escuchar
historias
olvidables, ni pedir ni otorgar simulados perdones. No habĂa cumplido su objetivo: reconciliarse antes del final.
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EL ÁRBOL DEL OLVIDO “En mis pagos hay un árbol… / que del olvido se llama… / donde van a despenarse, vidalitay… / los moribundos del alma”.
Era “La Canción del árbol del olvido” de Alberto Ginastera, y el árbol existía en Potrerillos, Mendoza. Era conocido por todos los lugareños y cuando yo comenté que quería ir a visitarlo, mis padres dijeron que debía tener mucho cuidado porque una vez ahí, todas las penas se olvidaban y nunca más tendrían dueño. No fui en ese entonces. Pasó mucho tiempo antes de que pudiera encarnar el valor necesario para tamaña empresa. Recordaba siempre esa palabra, únicamente esa: “cuidado”. Con los años, me hice mujer, me casé, tuve un hijo, me divorcié, infinitas veces me hirieron y herí. Me levanté una y otra vez, lloré, reí, me aparté del mundo, regresé. Cuando ya estaba convencida de que había aprendido lo suficiente de la vida, corrí el riesgo y tomé el tren. Luego un micro. Y allí, a la vera de aquel riacho de montaña bañado por el sol, encontré el árbol. Cansada de tanto vivir 71
dormité apoyada en él. Al despertar por el frío anochecer de los cerros, recordé sólo lo bueno transitado desde la infancia. Volví impaciente a la ciudad, inocente a los cincuenta y feliz como una niña. Después, poco a poco e inevitablemente, caí en los mismos errores que había cometido antes.
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PALABRAS DE ACERO En este reino, sólo los infames teólogos y militares determinan el nombre de los días y la esclavitud “misericordiosa” o no de las personas. Especifican
el
tiempo de aprendizaje, la fugaz duración de la memoria, quiénes son mujeres, quiénes hombres y quiénes hermanos. Disponen qué tramos de escaleras son para subir y cuáles para bajar, y la extensión de los muros circularmente infinitos que separan del extranjero. Regulan qué alegrías deben ser refrenadas y cuáles son las congojas permitidas. Legislan el idioma y el culto, igualmente rústicos e irreverentes. Decretan por dónde fluye la luz y dónde se estanca la sombra, qué pocas puertas se abren y qué incontables celdas se cierran. La enfermedad, el suicidio, la miseria y la disconformidad son, a pesar de todo, las únicas verdades, aunque sean acalladas o disfrazadas. Y a eso, con franca hipocresía, lo llaman “condición humana”. Durante ese último año que pasé en prisión, sólo pude dar siete atormentados pasos para escribir, sobre la
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puerta de acero cubierta de suciedad, las dos palabras solitarias de mi poema definitivo: “AÚN ESTOY”.
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CONDENA
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DESVIDA Nunca fue padre. Nunca se sometió al deseo ineludible. Nunca esperó con una novia el amanecer. Nunca sintió la urgencia de escribir un poema inspirado en una mirada única o en el profundo dolor de un rechazo. Nunca se graduó. Nunca confió sus secretos a nadie ni tampoco sus sueños. Nunca tuvo amigos ni compinches. Nunca jugó a la pelota ni a los videojuegos. Nunca lloró al lastimarse la rodilla o al ganarse un ojo morado después de una pelea. Nunca participó de un acto escolar. Nunca fue a pescar al río con su padre. Nunca, al circo con sus abuelos. Nunca lo llevaron a la calesita. Nunca le sacaron fotografías para el álbum familiar. Nunca hizo levantar a su madre de noche para acunarlo. Nunca tomó la teta. Nunca hizo nada de lo que hace cualquiera: los que iban a ser sus padres nunca lo concibieron porque no llegaron a conocerse.
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JUANITO LAGUNA Me despatarro sobre el laterío, cansado de vagabundear; laten ampollas en mis pies vestidos de medias rotas y alpargatas agujereadas. Siento el frío y la pobreza doliéndome en las piernas desnudas. No puedo más. Me escondo tras la empalizada: no quiero que me vean. No quiero que me huelan. ¿Cuánto hace que no me baño? No lo sé. Esta revista con dibujos y el avioncito los conseguí en la quema. Me acuerdo de aquel cuaderno Rivadavia en el que trazaba figuras. Iluso, de pendejo quería ser pintor. Tengo tanto sueño… El hambre me va venciendo y sé que estoy entrando, por un rato, en otro mundo sin pena.
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OTRO DOMINGO Joaquín entró a su casa, como todos los domingos, a las tres de la madrugada tambaleándose, dejando a cada paso un olor a bar de ojos vidriosos y bocas pastosas. El portazo que dio era su aviso de llegada. Estela reaccionó en la cama con un sobresalto de típico domingo. Sin abrir los ojos se llevó los brazos a la cabeza para protegerse. Era un hábito adquirido hacía por lo menos siete años desde que naciera Mabel. Acurrucada, escuchó ruidos en la cocina, vasos que se rompían, el gato que maulló de dolor seguramente por el certero puntapié tantas veces ensayado y errado; luego las pisadas oscuras, frías, ásperas, que subían por la escalera. Conocía el ritual: lo conocían sus piernas y sus pechos con moretones, sus ojos hinchados, su sexo y su alma rotos. Se cubrió con la sábana y deseó haber aprendido a anestesiarse. Sólo segundos y la puerta se abrió. Trémula, aún no podía contener las lágrimas. Lo único que contuvo fue el aliento. Joaquín arrancó la ropa de cama desnudando el miedo y una vez más, le mostró la única clase de amor que recordaba sólo los domingos. Estelamosca de nuevo 79
atrapada en la telaraña que juntos tejían durante seis días “amorosamente” normales. En el cuarto de al lado se ahogaba un llanto infantil. Mabel sabía que debía mantener silencio. Pero también que mamá faltaría a la reunión de padres tras haberse caído por la escalera.
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APROBACIÓN Sedosa es decir poco: la palma de mi mano corre despacio e involuntaria por esa humedad seca, casi delicada. Un visón extraño y sin pelo en el que los dedos se deslizan enfriándose poco a poco. Con los cortos brazos la enrosco en mi cuerpo; sus ojos –amarillo asoleado- me observan con una serenidad y fijeza inusual. No nos tememos. Soy un enano de circo, un engendro de la naturaleza tuerto y sin orejas del que todos se mofan. Encuentro en ella, por primera vez, aceptación: ese empático respeto de quien imagino que, como yo, descubre la repulsión en la cara del que nos mira: una amistad engendrada por la diferencia.
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TEMOR A LO INEVITABLE Como otras incontables veces, se descubrió dando un paso atrás; arrepintiéndose de lo aún no llevado a cabo, reprimiendo las heridas que todavía no se había infligido. Estaba siempre un poco adelante del ahora, para después poder evitarlo. Creía que sus hipótesis eran certezas y que el futuro que imaginaba para ella era el único posible. Se convirtió gradualmente en una mujer retraída, siempre tarareando algún día nunca llega… de Creedence. Jamás hablaba de aquello que “sabía” que iba a pasar. La creían una joven común y corriente, y en apariencia, bastante exenta de originalidad. No estaban al tanto del mundo complejo que la habitaba y la mantenía en permanente desasosiego. No hacer. Mejor no hacerlo -decía para sí-. Alguien puede resultar herido. Nunca tuvo en cuenta que las probabilidades eran infinitas. A paso de tortuga temerosa, fue dejando en el camino todo lo que la hacía una persona normal; debía impedir a toda costa que ocurriese eso que vaticinaba. Se 83
forzó al olvido de la fantasía y finalmente perdió la razón. La familia terminó internándola en un hospicio ya que, la mayor parte del tiempo, su mente era blanco tiza. Un día, escuchó una voz: —Todo temor oculta un deseo. ¿Cuál es el tuyo? Débilmente anunció: —Dar este paso. —Entonces, vas a tener que arriesgarte. —Bueno. La joven declarada autista despertó a la realidad cotidiana, y tan sólo en veinte días se convirtió en la prostituta más cotizada. Nunca se arrepintió.
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LA PRIMERA VEZ Fue difícil. Me acuerdo clarito. Pero tené en cuenta que yo tenía ocho, nomás. Mis viejos me mostraron cómo se hacía y lo ensayamos varias veces. Al final, me sentí listo. Ellos aplaudieron. Y yo saludé como en un escenario. Todo iba a salir bien, me dijeron; yo tenía que hacer lo que había aprendido y ya está. Imaginate, en el tren en hora pico, metido entre tanta gente, me agarró el miedo, empecé a temblar y quería que me tragara la tierra. Pero no podía fallarles. Ahí fue la primera. Nadie aplaudió, pero de lejos vi la sonrisa de la vieja. Orgullosa. La segunda, una semana después, ya fue mucho más fácil. A partir de ahí me hice un maestro, ¿viste? Ahora, después de 25 años, y a mucha honra, me considero un punguista profesional.
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ESPEJISMO CIRCULAR Me limitaba a dar un paso tras otro, extenuante, arduo sobre la arena. Era tanto el miedo, que luché por no paralizarme. Tenía que seguir fuera como fuese. Ni bien había encontrado una puerta abierta escapé sin saber hacia dónde. Corrí, enredándome, pero corrí durante horas en la penumbra, hasta que el corazón me derribó. No sé cuánto permanecí desvanecido. Cuando recobré la conciencia, el sol estaba en el cenit, fogoso en un cielo hiriente de tan blanco. Me incorporé presa del mareo propio de la insolación y, como pude, apreté el paso y avancé. A lo lejos se veía la torre de un reloj. Rogué que fuese un campanario de iglesia en un pueblo. Sin embargo, al acercarme, a medio camino y mirándolo bien, faltaba la cruz. Tampoco parecía un edificio público. No había pueblo, sino únicamente una construcción gris y seca en medio del desierto. Tardé el tiempo que tarda el sol en llegar a la altura de mis ojos para arribar al lugar. Sólo había una pared de hormigón desnuda, que se elevaba dos veces sobre mi 87
cabeza. ¿Qué es esto?, me pregunté. Busqué una canilla para saciar mi sed, una puerta, algún ser humano. Nada. Ya sin fe, di con lo que parecía ser una entrada a una especie de pasillo que giraba dos veces a la derecha y otras dos a la izquierda. Sin saber cómo, aparecí frente a la celda de la penitenciaría en el desierto de Sahara, de donde había escapado la noche anterior.
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AMOR DE UNA HORA Como Dulcinea moderna, Gladys, acodada en las rejas del balcón francés de San Telmo, fumaba ansiosa el último cigarrillo del paquete. Eran las once de la noche y la pequeña luz del tabaco encendido cada treinta segundos, iluminaba por un instante su rostro adolescente, mientras la suave brisa movía su pollera traslúcida. Adentro, las otras, trabajaban. Madame Marguerite le había permitido un descanso. Gladys sabía que él no fallaría esa noche, como ningún viernes de los últimos seis meses. Se adelantaba al encuentro, segura de que hacía mucho que no era un simple cliente. El corazón le saltaba del pecho. Vería sus ojos grises, sus rulos rubios, desobedientes, sus manos largas y delgadas de cirujano. Sebastián era casado, pero tampoco podía dejar de verla, de abrazarla hasta sofocarla en el éxtasis; no sabía por qué pero le era necesaria. Mucho. Los viernes se sentía un Quijote dispuesto a adorarla y defender su vida contra todo.
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Aunque ella siempre se había negado, él siempre duplicaba el precio para que se maquillara y se vistiera como princesa para él. El cigarrillo de Gladys se terminó y en ese mismo instante, como en una cadena irrompible, se encendió el de su caballero andante, a media cuadra de distancia. Lo demás: amor profundo de una sola hora. Sabía muy dentro suyo que para ella nunca habría un adiós, siempre un “hasta el viernes”.
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FRONTERAS Leo en el cuento de Marco Denevi: “En el ángulo que forman la avenida General Paz y las vías del Ferrocarril Urquiza hay un gran espacio abierto con todo el aire de una zona fronteriza” y me acuerdo. Ahí jugábamos a la pelota (de trapo cuando otra no había) los chicos del barrio obrero, consentidos por la Santa de Rodete enamorada del balcón rosado, y los del barrio Devoto, tradicional caserío fifí con jardines y techos rojos. Puteábamos como los mejores olvidando las maneras educadas de colegios privados y ellos ligaban nuestros sánguches y botellas de Trinaranjus con burbujas de soda. Durante tres horas la guita no nos separaba. Hasta el 55. Los aviones negros sobrevolaron la Plaza y nos separaron. El espacio abierto quedó sin gritos, insultos o comidas compartidas. La frontera se hizo infranqueable como una muralla china a ras de tierra. Ese ángulo vacío pero repleto de historia infantil se repitió por décadas en cada rincón argentino y lo dividió.
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Eran alpargatas contra libros, era mate contra champagne, era La Salada contra Punta del Este. Víctima de las transformaciones en el 2001 quedé en el vértice del ángulo, con mi alma vestida de traje, corbata y attaché; pero duermo dentro de una carpa de cartón y chapas, improvisada y permanente. Hoy, en el 2015, se ha logrado la alquimia de los bandos.
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MALDITO DON Un día nefasto supe lo que iba a suceder. Fue mi premonición inicial. Desde entonces, aparecían con celeridad como si estuviese poseída por un dios plantado en el futuro. Y lo peor no era el descubrimiento de lo que me pasaba. Lo triste era que ya nada me sorprendía, nada era inquietante, siquiera nuevo. Conocer todo el después, se convirtió en un tormento. Cuando por fin me harté de no dudar, grité maldiciendo mi clarividencia. Fueron las primeras palabras que escaparon de mi garganta hasta entonces muda. Once años después esos gritos siguen en mis oídos de plástico. Los humanos me consideran un fenómeno y se vanaglorian de poseerme. Yo, en el estante de una vitrina, me siento sola de aquellos brazos infantiles que me humanizaban.
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LA CAÍDA DE LA FORTALEZA Apretó los labios, tragó saliva y se justificó de inmediato: fue un impulso irrefrenable. Pero hubo algo en su voz, un timbre pesado, una sonoridad rojiza y fastidiosa, distinta a la habitual; como un eco de acusación hecha por otro, que hablara a través de él, usándolo. Se sintió esclavo y sádico al mismo tiempo. No sabía por qué lo había dicho… de jugando nomás, solamente para comentar algo mientras cenaban. Ella lo miró atónita, sin creer. Escuchó. La lengua se quedó pegada a su paladar, la boca abierta en una larga aaaaaaaa silenciosa; la mente se le tornó gris humo y los ojos, bailoteando, buscaban algún pensamiento, cualquiera al que seguir. Quería aferrarse a una cadena de ideas, no importaba cuáles, que permitiera soportar el golpe de las palabras que saltaron de la boca de su marido. Dos minutos de silencio: tiempo furiosamente largo. No: no podía pensar. Era como si nunca hubiese sabido. La pregunta qué quiere decir con esa frase filosa que me cortó la vida en dos apareció en la frente como en una pantalla de cine. La respuesta brilló por su ausencia. Y después The End. 95
Él seguía sin saber por qué. Un antes y un después de hablar, un antes y un después del dolor provocado sin para qué. Ya no hubo forma de reparar. Eran dos personas distintas, desconocidas, aún después de tanta convivencia. Ambos se dieron cuenta. La mesa con el mantel de florcitas, la ensaladera, los platos con pescado, los vasos casi llenos de jugo, los cubiertos suspendidos, los trozos y las migas del pan. Todo se volvió un agujero negro, un vacío penosamente hondo y mudo. Implacable, en un cándido juego de ruleta rusa verbal, los sonidos rompieron un lazo de años, ilusoriamente fuerte.
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RATONERA Quisiera poder gritar. La mordaza se lo impide. Le pusieron una venda en los ojos y la tiraron sobre su colchón, ahora mojado. Hace tres días que no ve, no emite palabra porque pegaron una cinta gris en su boca, y sus manos están atadas a la espalda. Teme morir de sed y de hambre. Mientras, espera la oportunidad. Le llega un olor a café. Su café. Están en la cocina. Qué no daría por una taza caliente, algo. Su desnudez la paraliza. Entre el frío recuerda que después de romper la puerta a patadas, anunciaron que venían a robar, pero ella no les creyó. La encerraron en el sótano y tuvieron la gentileza de trasladar el colchón de su cuarto. Pero no hay comida, no hay baño, no hay luz. Escucha pasos. Son botas. La levantan y la sientan en una silla. Le dicen que ya se cobraron. Pero la dejan ahí, sola. A lo lejos los escucha abandonar la casa. Hace tantos años que volvió del exilio y ahora se pregunta cuánto tiempo le queda de vida.
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EL ÚLTIMO VIAJE La valija está lista. Observo mi cara húmeda de llanto en el espejo, ese que ya no veré nunca más. Del bolso saco el pasaje y no reconozco el nombre escrito. Viajar. Irme lejos, tan lejos como pueda. Ha muerto todo lo que quería: las personas, la casa, mis mascotas. Ya no queda nada que me indique quién soy, adonde pertenezco. Sólo sé que busco un territorio donde arraigar, ese lugar que me reciba, aquel donde esté el espejo que me refleje y me diga quién soy. Mis raíces me echaron. Ya no importo.
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BAJO PROTECCIÓN Pasaron quince años. Casi sin darme cuenta. Trato de conservar el recuerdo de esa noche pero el tiempo lo enturbió. Era él en mi cama, era él con mi mujer. Era mi navaja toledana separándolos de un tajo. Pero no logro recordar sus caras, sus voces, sus gritos. Sólo el acero volviéndose rojo y el movimiento de mi mano entrando y saliendo, hipnótica. Contaron sesenta puñaladas. Hace quince años que lo sueño y eso justifica las tres paredes y la reja. Son un nido que me envuelve e impide que el recuerdo vuelva a encontrarla con aquel hombre. No quiero derramar más sangre. Entre los sueños que me habitan y la realidad carcelera, hay un cántaro de límites que me protege.
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LASTIMA BANDONEÓN Bajo un cielo noctámbulo sin estrellas, se recuesta solitario en el único banco ileso de la plaza. Tomó hace horas unas ginebras. No hay nada más en su estómago mendicante. Piensa, algo confuso, que el día quedó atrás como todo quedaba siempre atrás; nunca un adelante que le abriera el sendero, aunque fuera de piedritas nomás, por donde caminar seguro. Su bandoneón destartalado había gemido penas de autores anónimos, tan cercanas a su alma pedigüeña de afecto; desde su corazón, los sonidos se desgranaban por los dedos callosos. El tarrito oxidado por el aire de mar, terminó una jornada que a él se le hizo eterna con sólo cinco lastimosos pesos. Como otras incontables veces duda en qué gastar la dádiva ajena y, como las mismas incontables veces, vuelve a elegir la bebida que entibia su pecho huérfano. Se incorpora. Con debilidad alcohólica abraza su fiel instrumento,
desgarra en el centro de la plaza un
acorde final de despedida y se va silbando bajito a la pensión.
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LAS LLAMAS DE UN INFIERNO TERRENAL Aquel niño aterrorizado bajó de la torre sin haber hecho sonar la campana. Sus pesadillas, que hablaban del incendio de la iglesia, no solamente le alimentaban el miedo: eran la sutil manera de expresar el encierro en una situación de la que no sabía escapar. Gritaba, gritaba todas y cada una de las noches. Era Ciriaco el tímido. Era Ciriaco el obediente. Las cosas fueron cambiando de a poco entre los niños que concurrían al catecismo. El padre Luis decidió reunirse con ellos en la sacristía, de a uno, después de la misa. Un clima de desconfianza por lo que le sucedía a Ciriaco se iba extendiendo entre los pequeños feligreses. El cura se propuso revertirlo. Debía cuidarlos. Eran sus pequeños tesoros. Entre esas “joyas” infantiles estaban Joaquín y Santiago, sus preferidos. Amigos inseparables y ambos, hijos de padres violentos y abusivos. Quizás por esto, los menos inocentes. La noche los apañaba. Estaban hartos de ser aquellos a quienes más reclamaba a la sacristía. Sin 101
embargo les prohibía entrar juntos. Estaban hartos, si: de ser desnudados, tocados, acariciados, obligados a complacer al bueno del padre Luis y a abandonar el cuarto con una condescendiente palmada en la cabeza. La noche sería la salvación de todos: desataron un incendio que destruyó la iglesia, con el piadoso del padre Luis en su lecho. Ciriaco volvió a dormir sin pesadillas: un canalla menos se escudaría en la sotana.
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UN DIOS MALCREADO Un dios dijo: “Robaré los ideales de los hombres hasta dejarlos secos de futuro, porque los dados caen siempre en la oscuridad de mi mano”. Los hombres, encogidos como tortugas, evaden la realidad y sueñan mentiras, mientras con los ojos alzados hacia las nubes negras esperan que se les derrame un mar. Son estatuas de sal siempre a punto de morir con la lluvia, creyendo ilusoriamente que lo mismo se repite una y otra vez. Crearon un dios que no muestra su juego.
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Índice ADVERTENCIAS Acertijos humanos Cuestiones privadas Trasnoche Fantasmas en el barrio Ritual de iniciación Memoria reciclada La gran ausente Verdugo de cristal Autopsia Música interna Jardín japonés Un mismo farol, un mismo llanto Todo pasó como el viento La disconforme Repositor Noche de milonga Códigos Diversión sin precio Intercambio Bizarra historia de amor Aquí y ahora
9 11 13 14 15 17 19 21 23 25 26 27 28 29 31 33 34 35 37 39 41
INMERSIÓN Absuelta de pecado Simuladores Una familia de cuento Tal para cual Ensueños secretos Tribunal deshonesto
45 47 48 49 51 53 105
La gotita Biografía sentimental Perdidos Adicción Memoria de manteca Obsesión estética La claraboya Mano de sastre Fuera de hábito Mentes blindadas El árbol del olvido Palabras de acero
54 55 57 58 59 61 63 65 67 69 71 73
CONDENA Desvida Juanito Laguna Otro domingo Aprobación Temor a lo inevitable La primera vez Espejismo circular Amor de una hora Fronteras Maldito don La caída de la fortaleza Ratonera El último viaje Bajo protección Lastima bandoneón Las llamas de un infierno terrenal Un dios malcreado
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