Novela experimental
Armand Piece EDITORIAL MARTIN Colecciรณn De La Palabra
Puzzle
Novela experimental
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Armand Piece
Puzzle Novela experimental
EDITORIAL MARTIN COLECCIÓN DE LA PALABRA 2004
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Ilustración de tapa: Vilma Brugueras Coordinación general: Marcela Predieri Correspondencia a los autores: www.delapalabra.com.ar delapalabra@hotmail.com
Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723 de Propiedad Intelectual. Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización de los autores ISBN: 987-543-055-X IMPRESO EN ARGENTINA EDITORIAL MARTIN 2004 e-mail: editorialmartin@gmail.com
Se terminó de imprimir en los talleres gráficos de Multicopy sitos en calle Catamarca 3002 de la ciudad de Mar del Plata en febrero de 2004
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Cualquier cosa que puedas o sueĂąes hacer, empiĂŠzala Hay genio, poder y magia en el valor J. W. Goethe
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Agradecimientos: a Cecilia Bel Laura Monclรก Susana Trajtemberg y Daniel Herrera lectores atentos de la primera versiรณn de esta novela, por habernos ayudado a ajustar los encastres y a encontrar las piezas sueltas de este rompecabezas.
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I Estoy acá tecleando en la magia reproductiva de mi monitor de PC. Si no tuviera al lado a mi hijito de dos años, supongo que ya estaría muerto, o habría matado a más de uno. Pero no señor, tengo que convivir con mi legado de autoridad. Sí señor. Autoridad que no es lo mismo que poder pero, eso no te lo aclara nadie. Autoridad para ejercer el poder en mi argentina con minúscula, la de todos, la de todos los que le borramos la mayúscula el día que salimos del colegio para empezar a decir las boludeces que nos enseñaron. Manga de boludos, crédulos del verso de la justicia, de la paz y del culto a la escarapela, al desfile, a la bandita celeste y blanca en la gorra, al gatillo del lado izquierdo del pecho, y a la gente que por la calle te escupe con los ojos, y tomá la pistola flaco y hacete cargo. Domingo, llueve, pero igual hay que ponerse las botas que no son las de lluvia, ir al partido de la Academia, persignarse antes de asomarse por la ventana, y putear por sentirse harto de que el resto siempre piense en singular. Tomá la pistola flaco y hacete cargo de ser el que se proyecta en las series norteamericanas, de estar del lado de los buenos en las películas, de jugar en el patio de tus seis años a ser Chip, de que tu nene ahora juegue con la 38, de la casita regalada en el barrio de la federal, de los 500 pesos por mes, del sí señor obligado, de no poder gritar los goles en la cancha, de pertenecer a esta sociedad legal del crimen, de ser en tu argentina con minúscula un reventado cana hijo de mil puta. Tomá la pistola Juan y hacete cargo. Hacete cargo. Entre Ríos al 3400. Otro muerto. Otro caso de mierda que no se resolverá nunca. 9
II La campanilla del despertador trajo a Isabel a la realidad. Saltó de la cama y se dirigió al pequeño cuarto de baño de acero inoxidable. Bajo la ducha acarició el cuerpo que pocas horas atrás había estado entre los brazos de Reynaldo. Unos golpes en la puerta les anunció la presencia de Alicia. Desayunaron en el comedor del barco cuando, a través de las ventanas, el cielo rojo del amanecer destacó el perfil erizado de minaretes de Estambul. Rápidamente abandonaron el lugar y se dirigieron a la cubierta superior. Isabel, acodada en la baranda izquierda de proa observaba anhelante el paisaje. Curvas y rectas finas como flechas dibujaban el contraste de un horizonte oscuro sobre el luminoso cielo cambiante. Mientras el rojo profundo se aligeraba en naranjas y amarillos, el sol de abril, inmenso y dorado ascendía con lentitud detrás de las mezquitas. Las figuras planas poco a poco iban tomado volumen. Sacó algunas fotografías sin interesarse demasiado. El hombre se acercó a la baranda rozando con su brazo el de ella. El barco tardó casi dos horas en autorizar la salida de los pasajeros. Éstos, ansiosos por desembarcar aguardaban en el salón de baile. Trajeron las pizarras con los números de desembarque para cada uno y las guías leyeron las listas por nacionalidades. Alemanes, franceses, españoles, argentinos. ¡Ahí estaban sus nombres! Retiraron las fichas del pizarrón correspondiente, las fotocopias de los pasaportes y tomaron nota del número del bus que los esperaría en la playa de estacionamiento de la aduana para hacer el primer recorrido por la ciudad. Isabel había pasado toda su vida en Mar del Plata. Conoció a Alicia en la escuela primaria y desde entonces se prolongó la amistad. Ambas estudiaron psicología, se recibieron e instala10
ron un consultorio, al mismo tiempo que comenzaron a trabajar dos veces por semana en la clínica psiquiátrica propiedad de los doctores Arias y Weinstein. En ese tiempo Reynaldo hacía estragos con las mujeres y pasaba su tiempo libre practicando distintos juegos de azar. Se casaron casi al mismo tiempo, pero, mientras Alicia aún trabajaba, Isabel abandonó la profesión y se fue a vivir a “La Florida”, un barrio de casas elegantes con grandes parques alejado del centro de la ciudad. Su marido manejaba importantes empresas heredadas de sus padres y disfrutaba de un excelente pasar económico. Alicia, aún casada continuó en la clínica estrechando cada vez más la amistad con el psiquiatra. Con el correr del tiempo no sólo se convirtió en su mano derecha, sino que también estaba al tanto de los manejos del hombre: estafas, chantajes... Isabel en ningún momento sospechó que Alicia pudiera ser cómplice de Reynaldo y mucho menos que la usaría como lo hizo. Al atardecer, cuando los turistas regresaron al barco para la cena temprana, Isabel y Reynaldo fueron a la Mezquita Azul. Una vez que cruzaron el patio, al llegar a la galería de entrada tuvieron que dejar el calzado. Unos hombres proveían enormes pañuelos multicolores a quienes estaban con los brazos o las piernas desnudos. El interior del lugar era magnífico; una imponente cúpula de vidrio con entrelazadas caligrafías elevaba al cielo versículos coránicos. La luz que entraba filtrada llenaba de misticismo la estancia. En un espacio de entrada prohibida para los turistas, varios hombres balanceaban rezos inclinando la cabeza y los hombros en señal de respeto. Sutiles paneles filigranados acercaban la época en que las mujeres asistían a las prédicas desde las galerías altas, detrás de esas cárceles de encaje. Cientos de alfombras multiplicaban tulipanes de lana sobre el piso. Finalizada la visita caminaron con lentitud por el hipódromo. A pocos metros la imponente estructura de Aya Sofía se destacaba recortada en el claro atardecer. Sus pasos los llevaron hasta el Gran Bazar que a esa hora estaba repleto. Miles de peque11
ños comercios atraían la atención exhibiendo los más variados objetos. Reynaldo se detuvo en una joyería para comprarle un anillo de harén. Cinco finas circunferencias de oro unidas en su parte trasera dejaban ver los frentes con bandas de piedras preciosas de distintos colores: brillantes, zafiros azules, rubíes, topacios y esmeraldas. Tomó la mano izquierda de Isabel y con delicadeza le colocó la joya en el dedo anular –Como prueba de mi amor– le dijo mientras la besaba. Esa noche cenaron en el pequeño comedor de la suite. Con el último bocado brindaron por el futuro y el amor. El corazón de Isabel comenzó a estremecerse por lo que estaba viviendo, mezcla de la culpa por la acción prohibida y la pasión por Reynaldo. Terminada la cena, Isabel fue hasta el dormitorio, abrió el placard y eligió un delicado camisón de gasa rosada y un deshabillé de encaje al tono. Se dirigió luego al baño con ambas prendas y decidió tomar un baño de inmersión. Perfumó el agua con sales aromáticas para después, sumergirse con placer en el líquido tibio y disfrutar la fragancia que la envolvía. Cuando el agua comenzó a enfriarse salió de la bañera y secó su cuerpo con un espeso toallón blanco. Luego, lentamente, untó su piel con un aceite de rosas que había comprado en el barco, poniendo especial atención en sus pechos, luego se acarició los muslos. Una hermosa sensación de entrega la poseía. Cuando volvió al comedor, insinuante con su atuendo rosado, se sorprendió al ver a Reynaldo vestido con ropa de etiqueta. –Necesito dinero –con esas palabras sorprendió aún más a Isabel–. Dejé los cheques de viajero en la caja fuerte del barco y necesito efectivo para ir al casino. Asombrada y con cierto desencanto le dijo: –Creí que íbamos a aprovechar la noche para estar juntos. Me habías prometido que en este viaje disfrutaríamos de nuestro amor. Todos estos meses… siempre con temor a que alguien nos reconociera, pero ahora estamos a miles de kilómetros de distancia ¿no podemos discutir esto? –Bueno... no te pongas dramática, no me hagas pensar que 12
tenés los mismos signos posesivos de mi mujer. Desde un primer momento quedó en claro que, ni yo soy tuyo ni vos sos mía, simplemente estamos juntos porque nos elegimos, pero no me vengás con dramas. ¡Hoy, ahora, ya! Sólo necesito un poco de dinero para bajar al casino, aun nos quedan muchos días para estar juntos y no olvidés que el efectivo que traía en el bolsillo lo llevás puesto en el dedo. El anillo te queda hermoso pero, necesito dinero, ¿me lo das? ¿Sí o no? –¿Cuánto necesitás? –Lo que tengas en efectivo –El equivalente a cinco mil dólares y diez mil en cheques de viajero. –Está bien, dame el efectivo. –Pero, y si perdés, ¿qué va a pasar con los gastos del hotel? –Si gano no hay problemas, y si pierdo, bueno, si pierdo, supongo que no te negarás a salir en mi auxilio con tu chequera ¿no? –Mirá Reynaldo, todo este tiempo me dijiste que me querías, que era la mujer de tu vida, que si en este viaje descubríamos que lo nuestro podía marchar te separarías de tu mujer y yo haría lo mismo para iniciar juntos una vida nueva. Durante meses me diste sólo promesas… pero tenía la esperanza de este viaje. Desde que el barco salió del Pireo pasás todas las noches en el casino… ¡No lo puedo creer! ¿Qué clase de hombre sos? –¡El que vos elegiste! Haceme el favor, no perdamos tiempo, dame el dinero y mañana prometo que te compensaré por todas estas noches perdidas. Pero ahora dejemos la discusión. ¡Dame el maldito dinero! ¡Ya...! Cuando Reynaldo salió, el portazo comenzó a troquelar la historia. En su desolación recordó el día que acompañó a Alicia al consultorio de Arias. Los ojos se le fueron en viaje por el hombre que, de pie, las recibió. El profesor que dictaba cátedra de psicología en la facultad estaba ahora frente a las dos jóvenes 13
descendido del pedestal sobre el cual parecía presentarse ante sus alumnos, ella incluida. Despojado del espacio de miedo y respeto que mediaba en ese tiempo, Isabel le sumó al enamoramiento platónico de discípula la percepción de una fuerza sexual que la conmovió. Entonces se pregunta ¿cómo una mujer a punto de casarse puede temblar por esa presencia masculina?
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III
La luz del sol se filtraba tenue a través de los visillos de la habitación. Isabel despertó con la cabeza embotada y los ojos hinchados. Miró el costado vacío de la cama. El reloj marcaba las seis en el momento que la puerta de entrada a la suite se abría y se cerraba. Reynaldo entró contento. Traía un enorme ramo de tulipanes amarillos que depositó sobre el cuerpo de la mujer. Ella lo observó con tristeza y desilusión. Todavía somnolienta le dijo: – Parece que tuviste suerte. – Sí, me fue bárbaro. Ahora me pego un baño y después me acuesto. No me despertés. Lo miró quitarse el saco, los pantalones negros, el moño, la camisa y no pudo evitar estremecerse al observar a aquel hombre que ahora la ignoraba. Lo vio encaminarse desnudo hacía el baño. Algo parecido al odio comenzaba a poseerla. No podía creer lo que estaba ocurriendo. Reynaldo siempre había sido tan gentil y seductor ¿Cómo era posible que en lo cotidiano se transformara en un ser despótico y egoísta? No era el mismo hombre que había conocido en su juventud. Llevaba dieciocho años casada y nunca había considerado al adulterio como posibilidad, todavía amaba a su marido. Ahora sentada en la suntuosa cama de un hotel de Estambul comenzaba a comprender el error cometido: “El cazador cazado”, así podía titular la nueva página del diario de su vida, si lo tuviera. La culpa empezó a crecer más y más. Se levantó y se observó en un espejo. Vio a una mujer todavía joven, vestida con sutiles telas rosadas, envuelta para regalo 15
y despreciada. Alta, de armonioso cuerpo flexible, el cabello oscuro enmarcaba un rostro oval donde se destacaban los ojos oscuros, ahora aureolados de violeta y una boca aniñada. Como no soportó más ver esa imagen desolada decidió ducharse. Quizás llorar un poco le hiciera bien, pensó. Minutos después estaba sentada en la confitería del hotel, acicalada con prolijidad y con un humeante vaso de té de manzana entre las manos. Luego, reconfortada dirigió sus pasos hacia la parada de taxis. Visitaría las casas de madera en la orilla del Bósforo. “…Antiguamente en el Bósforo había pueblos de pescadores que no tenían comunicación entre ellos por tierra, pero, más adelante, en los terrenos regalados o dados como soborno a los altos directivos del estado por los sultanes empezó la construcción de pabellones o palacetes de madera. En el período de la república las orillas se vieron invadidas por los “yali” que cubrieron luego hasta las colinas del estrecho.” Entre esas serpenteantes callejuelas Isabel deambulaba tratando de despejar la mente de los últimos acontecimientos. No veía las coloridas construcciones orientadas hacia el mar, sus pensamientos volaban detrás de él y de las consecuencias que podía tener su relación con Reynaldo. Comenzaba a dudar de ese hombre. La belleza del lugar desfilaba solamente delante de sus ojos. Cuando regresó al hotel encontró a Reynaldo esperándola en el hall, elegante con su traje liviano de hilo blanco, afeitado y con ese agradable aroma mezcla de tabaco y perfume. La recibió con un beso efusivo y la invitó a almorzar algunas ensaladas de hoja con dátiles para terminar con café, espeso y fuerte. Los ojos de Reynaldo, como siempre, invitaban a compartir placeres mayores. Se retiraron del lugar y fueron directamente a la habitación. Él era un experto en las artes del sexo e Isabel aceptaba el juego que sus sentidos le exigían borrando todas sus dudas. Los días siguientes los pasaron entre visitas a lugares de interés, sexo y abandonos. Cada vez que Reynaldo salía para 16
sus regulares visitas al casino ella temblaba ante los frecuentes pedidos de dinero. Ya había cambiado casi la mitad de sus cheques de viajero y él no daba muestras de cancelar las deudas. A la semana comenzó directamente el chantaje ante su primera negativa de préstamo y el deseo de regresar. –¿Cómo? ¿Regresar ahora? Sabés que hace días que estoy buscando la revancha ¡Estás loca! ¿No pretenderás que deje todo mi dinero en este casino de mierda? Supongo que no pretenderás eso ¿Verdad? Ella trató de insistir sobre su preocupación por las continuas pérdidas, quiso explicarle que sus ahorros tambaleaban y que su marido podía sospechar. Él la tomó con fuerza y en un susurro amenazante comenzó a explicarle. – En verdad lo siento, pero por ahora no vas a poder abandonarme. Tenemos demasiadas cosas en común y mi discreción tiene un precio. Sus dudas se materializaban, había caído en una trampa pero no sólo de Arias. Alicia, era obvio, estaba al tanto de todo y la había "entregado". Se sintió estúpida y estafada. Contaba las horas porque le parecía que así pasarían más rápido los días. No veía el momento de que el barco abandonara Estambul y atracara en el Pireo. Pensaba en Atenas como el punto de escape, del retorno a la seguridad de su hogar, del alejamiento del hombre que le exigía dinero. Se sentía usada y no se cansaba de repetirse lo ingenua que había sido. La pasión ya no era suficiente.
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IV
La clínica vista desde afuera parecía una casa de familia. Es indudable que no debe ser fácil entrar y casi imposible salir. El frente es de piedra y si uno traspasa la puerta se encuentra en un gran living comedor en donde algunos pacientes caminan en estado de letargo, otros hacen manualidades sencillas y los más dormitan en sus asientos de madera apoyando las cabezas sobre la tabla de la mesa. Un par de enfermeros hablan entre ellos, detrás se ve un largo pasillo con innumerables puertas. Afuera, en el patio, un poco de sol y césped dan más vida al lugar. También ahí se repite la escena, pacientes ocupados en alguna tarea , escuchando sus voces interiores o conversando. Por qué me metieron en el psiquiátrico Y no sé debe haber algo mío que no les cae bien. Si en definitiva yo no he hecho cosas tan graves. Seguro que el problema está en lo hábil que soy para todo eso es lo que debe despertar algún tipo de envidia en la gente. Yo soy El Tano y no necesito de nadie y sé bien lo que quiero y lo que me gusta tanto una cosa como la otra la logro y cuando digo la logro ¡La logro! ¿Entendés? De la forma que sea. Porque el problema de la mayoría está en que son muy rebuscados en los métodos o los mecanismos que utilizan para alcanzar algo son muy complicados. Yo cuando quiero o necesito algo no pierdo tiempo. Por esto me deben encerrar no pueden concebir que para alguien sea tan sencillo lograr las metas que se propone. Pero ojo a mí no me interesan grandes cosas lo justo y necesario para mis gustos. Tampoco me interesa cambiar a la gente si son giles es cosa de ellos. Pero que no se acerquen a patear conmigo yo no avivo giles menos los aguanto. Cuando los tengo cerca ahí nace el problema de alguna 18
manera los tengo que alejar. Es posible que ahí aparezcan algunos problemitas. Como la familia. Imaginate lo que es para mí, imaginate que en la calle se percaten que mi viejo era militar ese sí que estaba loco porque mirá que hay formas de ganarse la guita que él ganó, ¡Pero ésa! Déjate de joder, después se quejan de lo que yo hice para lograr algo. Y mi vieja que no deja de hacer boludeces por ahí, con cualquiera, con ese hijo de puta que me hizo encerrar, ese que me metió no sé cuantos electroshock, ¡Hijo de mil putas! Sí. Se merecía los palos que le metí, si no que me traigan uno que lo conozca y me asegure que no es un jodido. Claro, me tenía que sacar del medio el gil sabía que conmigo en la calle no iba a poder meterse con mi familia eso ¿cómo se lo puedo perdonar a mi vieja? Mis hermanas todas perras ninguna tiene un pasado como debe ser como yo les digo que tiene que ser no aprenden más las estúpidas me ensucian me en– su– cian ¡Mi familia me ensucia!¡La puta madre! Entonces viene alguno y me dice porque vos tenés tal o cual cosa y yo lo tengo que romper todo mi respeto en la calle ya lo tengo ganado no puedo dejar que cualquier guachín o un berretinudo venga de arrebato a zarparme entonces yo me le tengo que parar de manos obligado. ¿Entendés?¿Todo por qué? Por mi familia vos crees que a mí me gusta andar a los cañazos por ahí ¡No! Es que a mi no pueden faltarme el respeto el Tano ya tiene su prestigio y no puede dejar que nada ni nadie lo manche ¿Entendés? Yo soy un tipo que dice la verdad no me importa lo que los demás piensen. Partamos de que nunca me equivoco y si alguien piensa lo contrario no importa si yo sé que el que se equivoca es el otro. Yo decido quién tiene derecho a vivir. Yo sé quién puede vivir solo un tipo como yo se puede dar cuenta de eso igual me tomo mi tiempo para evaluarlo. Pero yo no miento me puedo olvidar de decir algo pero no mentir eso jamás. Por ejemplo la falopa todos lo que toman milonga no se hacen cargo no sé a qué carajo le tienen miedo si no tiene nada de malo. 19
¿Yo cómo empecé? No sé ni me acuerdo a los trece años uno sabe lo que hace pero no tanto. A mí me gusta probar todo y me animo a cualquier cosa más si me desafían yo puedo contra todo. Creo que lo que más me acercaba a la milonga era que la gorra la odia y como buen turro todo lo que no quiere la policía yo lo amo. Esos ortibas están tan en contra de la menesunda que yo no podía hacerle asco ¿Entendés? Además mi viejo siempre puteaba contra los faloperos y como no estábamos de acuerdo en nada en esto tampoco podíamos estarlo. Después es todo mas piola te borra los sentimientos entonces salís a la calle a hacer cualquier verdura sin preocuparte por nada ni por nadie. Pero¿Qué tiene que ver esto con vos? ¿Para que te sirve? Me jode que me pregunten por una cosa que yo no oculto que jamás oculté. Sí Mi vieja de pendejo me tiraba toda la que me encontraba ¡Como si la pagara ella! Nunca se acostumbró a que yo sea así siempre me jodió por estas boludeces. Pero de todas maneras por estas cositas no dejo de ser el más pillo si hasta la falopa controlo ¿Entendés? Yo sí te entiendo No te hagás problema Y si no querés decirme el nombre no importa Vos flaca sos mi princesa.
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V Enero, sábado Hoy viene mi familia. cada día que paso acá adentro me voy dando cuenta de cómo se lleva la hipocresía, fingir ser una familia unida es solo parte del juego. son apenas unas horas, pero cualquier cosa es mejor a tener que ir hasta la casa y tener que soportar al resto de los perfectos parientes. qué quieren cuando me piden que sonría. si me dejaron acá adentro. si ellos me espían mandan gente para que yo les cuente. las pastillas son cada día más. apenas puedo pensar con claridad, sé que me están matando Enero, domingo Mamá le llena la cabeza al doctor Arias en mi contra. dice que estoy más loca porque no quiero hablar. que estoy loca como si ella estuviera muy cuerda. si así fuera no me hubiera dejado acá. no puede entender que no quiero no quiero hablar con ella ni con nadie los odio a todos por lo que dejaron que me hicieran no quieren creerme que me queman y él me pegaba . por eso pasó lo que pasó. por eso te extraño bebé . yo sé que íbamos a estar solos en el mundo. qué importaba. ahora estoy más sola. acá todos me pegan. cuando el Tano me defendió lo encerraron. qué sabe ella de lo que pasa acá adentro. nadie lo sabe sólo los que soportamos el encierro y que todos los días nos quemen el cerebro. falta poco. sólo un poco más. Enero, lunes Los lunes son terribles acá a dentro. el Tano está más agresivo que de costumbre su madre lo altera demasiado tendrían que prohibirle las visitas. hoy tiró las pastillas al 21
suelo y eso le costó una sanción. tengo miedo. a pesar de lo que dicen me gusta estar con él. él me entiende. la sesión de hoy fue una tortura. el doctor me aplicó unas inyecciones para calmarme y después me tiraron en el pasillo. cuando me desperté el Tano estaba conmigo. él intuye todo. me acariciaba la panza y los ojos. como si supiera Enero, jueves El Tano intentó pegarle al doctor otra vez. estuvo mal, pero sólo intentaba devolver un poco del dolor que me habían causado. no sé cuánto tiempo lo tendrán aislado. es demasiado para él no sé si va a aguantar mucho el encierro. creo que el médico quiere matarlo, todos ellos nos quieren matar están tan cerca nuestro siempre nos quieren mantener aislados del resto porque nosotros sabemos la verdad somos los únicos que la saben ahora van a perseguirnos como nuestra familia que se esconde en esos mantos de perfección ahí vienen siempre me leen mis cosas pero no me importa ellos tienen que saber que estoy dispuesta a morir Febrero, sábado No puedo pensar desde ayer me están dando unas pastillas nuevas. me tienen controlada. el Tano está igual que yo pasado de rosca. está continuamente golpeando puertas y muebles. le pegó a la Betty. no puedo defenderlo si sigue con esa violencia y no me entiende se peleó conmigo también. casi me pega. casi no me reconoce. Febrero, martes Me acaban de devolver el diario. de los cinco cuadernos falta uno. a los demás le arrancaron hojas. el Tano se fue. se escapó hace algunos días. él sí que la tiene clara. yo estoy sola. no sé qué hacer. Febrero, viernes Estoy asustada. hace dos días que me aislaron. no me dejan salir de mi cuarto. necesito ver al Tano. el doctor 22
Arias me tenía prohibido mantener algún contacto con él. solo quería ir a buscarlo. nada más. ahora va a castigarme. Febrero, domingo Hoy no me permitieron visitas . no me importa mucho si no fuera porque me traían cartas de él. el doctor dice que va a empezar un tratamiento nuevo. más pastillas .no soporto fingir que soy un perrito. me quiero ir pero mi mamá todavía no me habló de cuándo piensan soltarme. a la flaca de al lado le dio un ataque. creo que fueron ellos que anoche la ataron a la cama y ella no soporta estar atada. ahora vienen por mí. van a quemarme. los perros me atacan cuando duermo. vienen con sábanas en la cabeza y tienen dagas en las manos. van a cortarme toda. tengo los brazos llenos de puntos verdes y bordó. están por todos lados. tienen fuego en los ojos. me escupen. ayer me caí contra la cama no puedo mantenerme de pie y me abrí la cabeza. me interrogan. quieren saber por qué no hablo. ya no quiero que me escuchen. dije todo lo que tenía que decir y me encerraron. estar acá adentro. quieren quemarme para que no pueda... ahora me van a matar con esas pastillas y los aislamientos. pero no me importa lo que digan o hagan. no voy a hablar jamás. jamás. jamás.
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VI Habían pasado seis meses desde que Isabel regresara a Mar del Plata. Continuaba con la relación como lo había exigido Reynaldo creyendo que todo quedaría en un impasse pero, el destino se encargaba a cada rato de demostrarle que estaba equivocada. Reynaldo frecuentemente le solicitaba “en préstamo” sumas de dinero cada vez más importantes amenazándola siempre con revelar el engaño. Veía que sus depósitos mermaban en forma alarmante y no sabía qué inventar para justificar los faltantes ante sus contadores. Los pasos de Isabel sonaban en la vereda al ritmo de sus pensamientos. Una idea rondaba en su mente: “sacar de su vida a Reynaldo”. Un leve tic nervioso se había instalado en el vértice de su ojo izquierdo y el rostro denotaba a las claras que no estaba bien anímicamente. Los labios apretados pronunciaba constantemente su único deseo: “hacerlo desaparecer…” “liberarme…” “Tengo que liberarme de alguna manera” Estaba anocheciendo cuando entró en una confitería para tomar un café. Hacía días que pensaba en Martín Irurza, farmacéutico nada santo; era “vox populi” que transaba con todo tipo de anfetaminas y se encargaba de “cosas” más pesadas. Con él podía dar el primer paso, abrió la cartera, sacó el celular y lo llamó. –Hola Martín, soy yo, Isabel. Necesito verte. Hacía años se habían conocido en un bar de la costa. Él hacía más de veinte años que estaba al frente de la farmacia y aunque bien conceptuado conocía a cuanto malandra pululaba por la ciudad, a menudo tenía tratos con ellos. –¿Qué necesitás Isabel? 24
–Martín, estoy en un problema serio y sos el único que puede ayudarme – luego se largó a llorar. Lentamente y con un poco de pudor le fue relatando su relación con Reynaldo que hasta el presente la mantenía en vilo. Él la escuchó con atención. Cuando hubo terminado le dijo: –Ese tipo es un hijo de puta. No sabés la cantidad de denuncias que tiene por estafas, aprietes, peleas… Se maneja con unos abogados formidables que siempre encuentran alguna vuelta legal o testigos falsos que aseguran haber estado con él en los momentos precisos. Hace rato que me gustaría verlo... ¡Qué hijo de puta! A mí me partió el culo en el juego y me debe una fortuna, así que me gustaría ayudarte. En realidad sabés que siempre te voy a ayudar, vení mañana que voy a tener noticias.
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VII
Esa noche Isabel no pudo dormir. La imagen de un Reynaldo burlón y violento giraba en su pesadilla. Con un índice esquelético la espectral figura la señalaba mientras amenazante repetía – “Jamás podrás librarte de mí”. “Siempre estarás en mis manos”… Al llegar la mañana se levantó con el camisón adherido, los cabellos revueltos y un cansancio que le pesaba. Se dirigió al baño casi arrastrando los pies descalzos. Abrió la ducha, se desnudó y permaneció largo rato bajo el chorro de agua. Trataba de lavar hasta sus pensamientos pero el rencor y el miedo que la dominaban eran más fuertes que cualquier decisión de echarse atrás en su plan. Terminado el baño se envolvió en una bata, sacó del botiquín una caja de ansiolíticos y luego de pensar un instante tomó dos y se los puso en la boca, llenó un vaso con agua y lo sorbió de un tirón. Luego se preparó un desayuno liviano. Permaneció un rato en la cocina sentada delante de los recipientes vacíos. Se levantó más animada y regresó al dormitorio para vestirse: pantalón, remera de mangas largas, zapatos cómodos, algo de maquillaje y ya estaba lista para salir a la calle. El trayecto en auto hasta la farmacia le demandó quince minutos. Estacionó y entró con buen ánimo. Martín la hizo pasar al interior. –¡Tengo novedades! –le dijo mientras le mostraba un papel cuidadosamente doblado–. ¡Aquí está la dirección y el teléfono del tipo que se va a encargar del asunto! –la miró calculando su sorpresa y vomitó lo que para él era lo más importante–. Cobra veinte lucas gringas por el trabajo –ella no se inmutó–. Cincuenta 26
por ciento al “contrato” y el resto al finalizar... Una vez convenido no hay vuelta ¿Qué te parece? –ella asintió y él, henchido de satisfacción, prosiguió con los detalles–. El envío debía hacerlo dentro de un sobre precintado adjuntando una nota tipografiada con los datos, si era posible alguna foto y las condiciones aceptadas o sea la mitad del dinero. Él solo se contactaría con ella una vez terminado el trabajo. –Nena, acordate que no sé nada, nunca escuché nada, nunca conocí a nadie... ¿De acuerdo? Isabel por toda respuesta tomó el papel y apretando las manos le dio las gracias y se marchó.
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VIII La conexión estaba hecha. Isabel colgó el tubo con mano temblorosa. El trabajo había sido aceptado: dentro de cuarenta y ocho horas. Debía parecer un accidente.
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IX Ernesto Villegas a pesar de venir acompañado, no deja de tomar precauciones. Se nota que es un hombre acostumbrado al peligro. Baja del ascensor, camina pegado a la pared y antes de abrir la puerta de su departamento, observa con atención el rellano de la escalera. Una mujer lo provoca con sus movimientos y él acepta la insinuación casi indiferente. Algunos sobres están desparramados al lado de la puerta. Los recoge, desecha algunos, otros los pone sobre un mueble y guarda en el cajón de un pequeño escritorio uno marrón sin membrete. Es imperceptible el cambio en su rostro. Camina hasta la cocina, abre la heladera, elige un vino blanco y regresa con la botella y dos vasos en sus manos. Una sonrisa se dibuja en la cara de su acompañante. Por la mañana y luego de despedirla, cierra la puerta y desnudo, abre el escritorio, saca la carta y observa el sobre. La letra imprenta destaca su nombre, toma la precaución de cerrar las cortinas del ventanal antes de abrirlo. Hace casi cuatro años que no recibe este tipo de correspondencia, pero conoce el método. Si necesitan sus servicios, él cobra muy bien su tarea. Es cuidadoso, limpio y silencioso, su principal referencia es que no deja testigos de sus procedimientos. Tal es su facilidad en realizar los encargos que se ha ganado el apodo de “El Exorcista”. Habita un departamento frente al mar y desde su décimo piso se pueden observar los desplazamientos de las embarcaciones. Una camioneta negra todo terreno descansa en su cochera y una buena suma de dinero lo esperará en alguna isla del Caribe en caso de tener que “trasladarse” con alguna premura; brillante carrera para alguien que comenzó siendo un oscuro suboficial 29
en la ESMA El sobre contiene un fajo de billetes. Sin contarlos sabe que dan la suma exigida. Rompe el precinto y recorre con sus dedos el borde de los papeles. Sonríe ante la imagen de Washington. Un olor extraño persiste en el papel. La nota tipografiada menciona cantidad de datos: lugares, fechas y horarios con gran precisión. Él se encargará de verificar esos informes. Se acerca nuevamente a la ventana y entreabre las cortinas. Observa los movimientos de la calle, sabe que puede estar vigilado. Quien lo contrata no es una dama cualquiera, todo lo contrario, debe ser vengativa para terminar con los pleitos de esa manera, así que deberá cuidarse “...Pero si la mandó Martín...” Igual sabe que si es inteligente, estará detrás de la escena borrando cualquier huella que la pueda involucrar, así deba matarlo él mismo. No menciona la forma de la ejecución, pero es premisa que debe ser dentro de las cuarenta y ocho horas. Poco margen, piensa, mientras analiza los antecedentes. Casi sin querer abre otro cajón del escritorio y acaricia un estuche de cuero muy fino; sonríe ante la presencia sólida, la empuñadura de la Luger calza perfecta en la palma de su mano y a sabiendas de que es un arma antigua, conoce su precisión. Observa las cachas de baquelita mientras el frío del acero parece quemarlo. A su lado un puñal comando, engrasado con una fina película de vaselina habla del cuidado de su dueño. De acuerdo con las indicaciones en algunos minutos sonará el teléfono. El timbre no lo sorprende, levanta el tubo y responde con un “Hable” seco –¿Señor Villegas? –la voz del otro lado de la línea lo pone en guardia, prende el grabador y escucha sin contestar. El identificador de llamadas registra que se trata de un teléfono público. La voz repite la pregunta – ¿Señor Villegas? Contesta con un sí breve 30
–Ha recibido mi nota ¿verdad? –no contesta–. También el dinero ¿verdad? Siempre le ha preocupado la identidad de su empleador, pero en esta oportunidad la preocupación es doble. No le gusta trabajar para mujeres. Una nueva pregunta lo saca de sus reflexiones –Sólo queremos saber si lo toma o lo deja –no puede evitar la pregunta. –¿Queremos? –¿Es importante saber quién lo contrata? –¿En verdad...? No... ¿Personal o negocios? –Eso a usted no le incumbe, sabemos de su costo y nos arriesgamos a pagar por un buen servicio, es todo lo que debe saber –adivina la sonrisa del otro lado y reconoce que cuanto menos sepa mejor –Es verdad –admite, mientras escucha a través del teléfono el ruido de voces y un zumbido grave. –Una sola recomendación –la voz se hace aguda mientras especifica el encargo– . Debe parecer un accidente –Usted paga, yo planeo la forma del trabajo –intenta oponerse, la voz insiste. –Debe parecer un accidente, ese será el único trato. El sonido agudo entrecortado en el teléfono le señala que la conversación ha terminado. “Difícil una mujer por enemiga” piensa, mientras vuelve a mirar la foto de la víctima, le resulta raro que a último momento su empleador decida la manera de la ejecución, en la nota no hacía mención de ello, es posible que se encuentren sospechados. Deberá ser muy cuidadoso. Vuelve a pensar que no le gusta trabajar para una mujer.
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X
Han pasado dos meses desde la última vez que se vieron, en la clínica. El Tano está más delgado, tiene un ligero aspecto de cansancio pero sigue tan nervioso como siempre. No puede dejar de odiar al médico que le impuso su madre y cree que eso es natural. Su mente todavía está desajustada pero sabe, íntimamente que “su princesa” es el único vínculo con el que se siente bien. Al verla parada en la esquina de San Luis y Falucho con el canasto de flores, se le acerca. ¿Cómo andás flaca? ¿Te la estás rebuscando con las florcitas? Qué linda sonrisa que tenés hoy. Todo bien ¿viste? A mí no me jode que no me hables ¿Entendés? Pero si te molesta algo que digo no dudés en ponerme cara de culo aunque sé que vos no podés poner cara fea princesa. ¡La puta madre! No fue suficiente la paliza que le di a ese hijo de puta pero qué querés no sabía todo lo que hacía este tipo. . . Quedate tranquila que si te hubiera conocido antes lo mataba a ese puto. A mí me llevó de prepo mi vieja a verlo. Yo de alguna manera a la vieja la respeto ¿viste? Así que fui. Después que estuvo una hora preguntándome boludeces me tiró si era bisexual. ¿De dónde carajo sacó eso? Está bien que yo no perdono a nadie y a cierta hora en ciertas condiciones si es mujer mejor ¿viste? pero eso no tiene un carajo que ver con mi sexualidad. Además yo ya sabía que se volteaba a mi vieja. Ella tan orgullosa de su nombre Esther de Doble Apellido ¡Esther puta! ¡Mi vieja una puta! Pero él lo hizo Él fue el hijo de re mil así que me senté lo miré el tipo me miró y se paró. Me dice tranquilo muchacho es solo una pregunta. Qué pre32
gunta ni pregunta vos me estás bardiando así que ahora hacete cargo. El chavón me seguía dando explicaciones mientras reculaba. Yo lo miraba fijo estaba sacado entonces le dije que me mire a los ojos y diga mi nombre completo – Ya que me conocés tanto decime cuál es mi apellido ¡puto!– ¿A ver si te suena conocido? ¡A ver! El gil sí lo sabía y se hizo el boludo así que lo hice bajar a besarme los pies. Cuando se agachó por cagón le pegué en la cabeza. Ahí se quedó quietito le tiré todos los libros de las repisas le rompí el vidrio del diploma le pegué nada más que cuatro buenas derechas. Sangraba por todos lados. Entró mi vieja a los gritos ahí me calmé un poco. Como un pelotudo me fui para mi casa a los treinta minutos me encerraron. Seguro que si le pegaba nada más no pasaba nada pero por hacer tanto quilombo se les puso que era insano. Me gustaría saber bien lo que te hizo a vos contámelo Flor como sea ¡te importa si te llamo Flor? así por carta aunque sea si vos te comunicas así todo bien
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XI Villegas observa cada movimiento detrás de los anteojos. Ha trabajado todo el día. El psiquiatra comparte el piso del consultorio con otras dos oficinas. Si no hubiera adoptado el oficio que lo mantiene vigilante sobre el césped de la plazoleta de enfrente, seguro se hubiera dedicado a la jardinería. Le agrada el perfume que deja en el ambiente la hierba cortada y se refriega las manos tratando de impregnar el jugo del pasto en su piel. Es un aroma fuerte y agradable, no como la sangre cuyo contacto le provoca estremecimientos de placer pero su olor agrio le molesta. Le asombra la cantidad de pacientes que han entrado y salido del consultorio. Está allí desde las ocho de la mañana y ha contado un promedio de tres cada dos horas, y ya son casi las ocho y media de la tarde. Por fin sale la secretaria, acompañada por un paciente, luego de algunas palabras con él suben a su auto y se alejan con rapidez. Bajan los abogados que ocupan el bufete del lateral izquierdo, están los tres y riendo se dirigen al café. Faltan las odontólogas de la otra dependencia, pronto las ve salir hablando, cada una sube a su automóvil y luego de un par de bocinazos se pierden de vista. Con el psiquiatra sólo queda una paciente, la que entró casi a las ocho. Se la veía desencajada. Está seguro de que la conoce y eso no le gusta. No hay caso, trabajar para mujeres siempre le trae alguna complicación. Mueve la Chevrolet para que cuando salga no pueda verlo de frente y estaciona otra vez a media cuadra. ¿De dónde la conoce? se pregunta. De pronto le viene la imagen de la mujer con claridad; es la vecina de Berenice, la tarotista; se la ha cruzado un par de veces al ir por sus servicios. Tiene un hijo que entra y sale del loquero, aun34
que más que allí debería estar en un instituto de rehabilitación. Está hasta las manos de falopa, le comentó Berenice, que tiene por costumbre no guardarse nada. Por eso y por otras muchas virtudes la visita a menudo. Mira el reloj, seguro va a tener para un largo rato. Lleva casi una hora o más. Sin querer ha cabeceado un par de veces, está cansado pero como obedeciendo a sus deseos ve que la mujer acaba de salir. Llora y un pendejo la lleva casi en andas del brazo. A él no lo vio entrar, seguramente la estaría esperando adentro pero, le parece haberlo visto pasar e ir al kiosco de cigarrillos minutos después que la mujer entró. Estos psiquiatras “son unos hijos de puta”, piensa, “revuelven y revuelven hasta dejarte hecho mierda” Uno viene para que lo sostengan y la que tiene que aguantarte, después, es tu propia familia. Por precaución deja pasar unos veinte minutos. A pesar de ser un profesional cada vez que acomete un nuevo “trabajo” siente que las venas se le salen del lugar. Guarda las herramientas en la caja de la Chevrolet, se pone guantes y una gorra, toma un bidón vacío y cruza la calle. La Luger es una caricia en su cadera. Sabe que debe aparentar un accidente pero, por las dudas. . . Busca la llave en el bolsillo, la introduce en la cerradura, luego de un intento ésta cede. La copia es perfecta. Mira hacia atrás y a los lados con disimulo, empuja la puerta que está trabada con algo. Cuando consigue entrar a la oficina la sorpresa es mayúscula. Hay un cuerpo tirado en el piso. Sus zapatillas se pegan en un líquido viscoso que sale de la cabeza Apresurado cierra y traba por dentro. El hombre está desparramado sobre los baldosones de mármol, boca abajo, la sangre dibuja vetas, fluye lentamente, la herida es profunda. Escucha un estertor agónico, semejante a un ronquido, da vuelta al hombre; realmente te tenían bronca unos cuantos, murmura. Mira hacia lo alto de la escalera. Una sonrisa le estira los labios cuando, a pesar de los hematomas, reconoce el rostro de su víctima. “Un crimen perfecto” piensa, mientras sube las escaleras buscando algún posible testigo. Tantea las puertas, las dos oficinas están 35
cerradas con llaves, sin embargo el consultorio tiene la puerta entreabierta, martilla la Luger y se introduce en silencio. Un movimiento en la cortina de la ventana lo alerta. Con cuidado se arrima mirando hacia afuera y luego saca la cabeza para observar mejor. No ve nada, el psiquiatra debe haber sido un tipo con mucho calor. Baja para rematar la tarea. No hace falta, el psiquiatra ya no necesita remate. Le encargaron eliminar a Arias y el trabajo está hecho. Villegas piensa rápido, está acostumbrado. La mujer que lo contrató no lo conoce y no le dará oportunidad para que se entere de que alguien se le adelantó. Satisfecho se retira llevando el bidón vacío. Por si acaso mañana mismo reclamará la otra mitad del pago.
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XII Fabián Aguirre, periodista retirado, trató de despabilarse mientras desayunaba y leía el diario. Una noticia lo sorprendió
DUDOSA MUERTE DE DESTACADO PROFESIONAL Se trata del Dr. Reynaldo Arias, destacado psiquiatra de la ciudad, que ejercía su profesión en el lugar donde ocurrió el hecho y en una Clínica en la zona de Punta Mogotes. El cuerpo sin vida del reconocido profesional fue encontrado al pie de la escalera de su consultorio, ubicado en un edificio de la calle Entre Ríos al 3.400, luego de que la doméstica denunciara anormalidades, no aclaradas aún por el cuerpo técnico de la policía. El Comisario encargado del caso, manifestó que la causa de la muerte reviste características de accidente, sin embargo según declaraciones tomadas por nuestros enviados especiales son varios los vecinos y pacientes que descreen de esta versión. Ahora deben esperarse los resultados periciales para la confirmación. –Reynaldo –murmuró para sí– . ¡Sabía que ibas a terminar mal, viejo! Te la tenían jurada… 37
Lo habían asesinado, estaba seguro, su olfato de viejo periodista no podía fallarle. Él y la víctima habían sido compañeros de secundario y conocía bien todo el entorno nada limpio que lo rodeaba. De inmediato relacionó lo ocurrido con otra noticia aparecida dos meses antes, en la que había sido víctima de una paliza durante una sesión en su consultorio. Se abocó a la tarea de consultar los diarios viejos que guardaba celosamente en una biblioteca improvisada en el garaje para encontrar más datos. Definitivamente la muerte de Arias no podía ser un accidente.
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XIII
Espero que no quieran engarronarme también este hecho ¡La puta madre! Cuidate Tano que hay ruido ¿Cómo sabrán estos giles que me buscan? Ya va a aparecer un satélite que me bata quién es el gil que me está haciendo ruido. Cuando me entere lo quemo no sabe a quien le hace barullo. Tengo que descartar los fierros lo único que me falta es que ahora me toque un ajuste. ¿Qué hago? Puedo ver al topa así me presta alguna guarida. Pero no voy a poder hacer ninguna además ¿Qué es eso de refugiarse? ¿Cómo va a ser un refugiado el Tano? El más pillo no puede pedir refugio menos a un gil después tengo que devolver segundas. Mejor me entrego y se aclara que yo no fui pero ¿Si hay alguna prueba confusa y me ensucia? O por ahí me salta una causa vieja que me deja adentro. Bueno pero si pierdo me hago pasar por loco y me internan. Total de los loqueros me piro de toque además ahí ni con los electroshock pueden pararme sí ¿Cuántos me hicieron? Fueron como siete y no pudieron pararme no me paran con nada. La joda es que me salte algún otro piro. ¡Ya sé! Cuando se me aparezca algún milico lo quemo y listo. Síííi si esos hijos de puta tiemblan cuando me miran con el fierro en la mano saben que soy yo el que decide quien vive o no. Entonces no descarto ningún fierro mejor los espero. Pero ¡Tenés que estar bien atento Tano! Nada de milonga o si no podés esta noche mandarte una girita de despedida hasta que se aclare todo. Sí y por un tiempo nada de basura a ver si te enganchan anestesiado y te comés el garrón. Si perdés perdé por alguna boleta posta.
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XIV
Como siempre ocurre en los velorios, la gente se había agrupado en el amplio vestíbulo. Fabián Aguirre semblanteó entre los grupos y se desplazó entre ellos con el oído atento. Después sostuvo algunas entrevistas con los que habían sido sus compañeros de póquer, que defendieron la honorabilidad del amigo. No le convencieron las declaraciones que escuchó, intuía que ocultaban mucho de sus vidas privadas. Los investigaría, por así decirlo, en forma individual. De esa manera sin el apoyo de los otros al deslizar ciertos temas, trataría de hacerles pisar el palito. Era evidente que no hablaban sobre varios aspectos de la vida de Arias. Al entrar a la capilla vio a la viuda, a la hija y a dos mujeres. Todas se sonaban la nariz a pequeños intervalos, mientras hablaban recordando frases y las últimas vivencias con el muerto. –Mis condolencias, señora –miró a las otras esperando conocer sus nombres. –Gracias, el señor es periodista –añadió mientras le presentaba–: Mi hija, Isabel y Alicia colaboradoras de mi marido. –Comprendo su estado de ánimo después de haber trabajado tan cerca del doctor Arias. Toda la ciudad sufre por esta gran pérdida. No quiero perturbarlas más. Inclinó la cabeza y se retiró pensando: algo esconden esas dos mujeres. Debo averiguar más sobre sus vidas. Todo el mundo se había dado cita en el velatorio, con curiosidad morbosa, querían saber cómo había muerto. Esther Massara observó a la familia de Arias, amigos y pacientes reunidos en pequeños grupos En un rincón vio a su vecina Berenice que le preguntó por lo bajo. 40
–¿Qué estás haciendo acá? –No podía dejar de venir. Cuando entré, todas las miradas se dirigían hacia mí con un silencio acusador ¿Será así o me parece a mí? –¿No te diste cuenta? Alguien más está escuchando. –Te pido que no hagas alusión a mi secreto, olvidalo para siempre –dijo Esther. –Eso te costará muy caro. – Ahora me doy cuenta de la clase de persona que sos. ¡Perra!
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XV Esther salió del velatorio llena de odio, no quería entender las palabras de Berenice. Se sentó en su sillón preferido y observó el mar. Después de la bronca entró en una inercia total. Miró sin ver el piso lujoso lleno de comodidades, el personal de servicio entraba y salía. Los escucho hablarle. Así, en esa laxitud total, desandó su vida:
Para qué. Todo para qué. Tanto dinero, una fortuna en él para que la dilapidara en el juego. Y yo como una estúpida le daba todo lo que me pedía con tal de no perderlo. De mis hijos el único que está conmigo es Daniel. Él siempre sabe lo que hago y sabía de mi relación con Reynaldo. Y ahora qué voy a hacer. Todos saben, Berenice lo sabe..Lo mataría si lo seguía viendo, me dijo. Un escalofrío corre por mi cuerpo al recordarlo. Ahora todo saldrá a la luz. Los investigadores, psiquiatras, periodismo pedirán mi testimonio, aparecerán los antecedentes de mi vida y la de mi hijo. Tendré que declarar, es mi deber pero, ¿si al hacerlo inculpan a Daniel de asesinato? Y si callo ¿sospecharán de mí? Y si vienen a buscarme…
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XVI Mayo, martes Murió el doctor Arias. me cuesta creerlo. me dijo mi mamá y después vino el Tano a contármelo. estaba contento aunque muy pensativo y nervioso. silencioso. hay algo que no me está diciendo. tengo miedo que haya sido él. lo creo capaz de matar a cualquiera. me gritó que no me metiera. que fuera al velorio. después me pidió perdón por haberme tratado así está muy alterado fui al velorio aunque llegué hasta la puerta y no pude seguir. él me había pedido que vaya. que me fijara si estaba su madre. su querida madre. pero no pude entrar. lo vi. contra los vidrios con los cables del electoshock en la mano riéndose de nosotros. juzgándonos como enfermos. me dio asco. odio. lloré no sé si por su muerte o porque todo había terminado. me iba a dejar en paz. no más sesiones. no más preguntas. no más obligaciones. cuando comencé a caminar vi. detrás de mí a sus ayudantes me siguieron sé que quieren agarrarme otra vez. llevarme para el loquero. el Tano tiene razón no puedo estar lejos de él. ellos van a venir por mí. tengo que esconderme cambiar de ropa. me voy a cortar el pelo para que no me reconozcan. no tengo que dejar que me agarren de nuevo. las luces de la calle me van a delatar. me duele la cabeza. anoche me tomé todo el whisky de la botella que tenía escondida. nunca había tomado tanto. quise olvidarme del cadáver del doctor. de su cara contra la mía. de mi mamá. de todos. de los enfermos. hasta de mí. vi a la madre tan sofisticada ella y tan puta con su vestido negro al cuerpo. tan mujer. con razón el Tano se pone loco.
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XVII No sin esfuerzo Aguirre dio con la noticia que buscaba.
INCÓGNITA POR AGRESIÓN Prestigioso médico fue agredido ayer por un joven paciente, cuya identidad se mantiene en reserva. Alrededor de las l8,30hs. en una clínica de renombre, el Dr. Reynaldo Arias, médico psiquiatra de amplia trayectoria, fue agredido a golpes de puños por un joven de aproximadamente 20 años, el cual luego arrasó con libros y otros elementos. La intervención de la madre del agresor posibilitó controlar la crisis de su hijo, así como asistir al médico, cuyas lesiones no le ocasionaron mayores consecuencias
Por fin había conocido a la familia de Arias y aunque el trato, había sido superficial, notaba cierta afectación no carente de amabilidad. Todo parecía desarrollarse en un escenario y no en un hogar. Tomó una carpeta y anotó los nombres de los familiares y conocidos de Arias con los datos que poseía de ellos. Aún los más insignificantes.
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XVIII La salvación que esa muerte le iba a proporcionar a Isabel se trocó en una culpa que la esclavizó. Los retazos de la historia conjunta con Reynaldo comenzaron a asaltarla como espectros del horror. Un pozo negro la succiona, los miembros no le responden para asirse de los bordes y alcanzar la superficie de la huída. La uñas se destrozan al incrustarse en paredes que se desmoronan mientras boquea el cargo de conciencia. En la imaginación se ve como la mujer que deseó el amor , que engañó para vivirlo; la inconformista tan detestable como aquél que por un sueldo cumplió con su pedido. ¿Dónde podrá encontrar el camino de la liberación? ¿La carnadura de la responsabilidad la encadenará por siempre? Como una nadadora sin ojos se sumerge en el destino que se le presenta, ajeno al que imaginó.
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XIX Mar del Plata 22 de junio de 2002
Oficial Juan Ferraro Departamento de Homicidios
De mi mayor consideración: Con referencia a su pedido de realizar una pericia psicológica de los pacientes de la clínica ante la posibilidad de que existieran involucrados en la muerte de mi socio y amigo Dr. Arias, pasaré a explicarle sin ánimo de ofenderle que las características de las conductas compulsivas afectan a la gran mayoría de nuestros internados, por lo tanto todos presentan los rasgos que usted sugiere podrían acercarlos a un perfil de sospechoso. Las patologías más frecuentes son el Trastomo de personalidad antisocial, la Fuga psicógena, el Trastomo delirante de tipo paranoide y el de tipo celotípico, además no se puede descartar por supuesto el abuso de sustancias. Debe tener usted en cuenta que contamos con cincuenta y dos pacientes. Como conprenderá, no puedo satisfacer su pedido. ¿Sugiere acaso entrevistarlos a todos? Si aun así persistiera en su demanda, le ruego que me tenga al tanto para comenzar cuanto antes con las entrevistas y le agradecería cualquier novedad al respecto . Espero que usted no crea que no deseo hacer un diagnóstico; mi espíritu es 46
el de colaborar para esclarecer este hecho, pero no olvide usted que soy médico y que mi prioridad siempre serán mis pacientes. Saluda atte. Dr J .Weinstein Especialista en Psquiatría Médica
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XX Hacía veinticinco años que Arias se había instalado en Mar del Plata. Aunque gozaba de gran prestigio profesional, se sabía que era un jugador compulsivo además de mujeriego. Aguirre también estaba al tanto de rumores sobre algunos juicios que se le habían iniciado años atrás. Seguramente se habrían publicado. Indagando en sus archivos, no sin esfuerzo ya que aunque pensaba encontrar algo no sabía bien qué buscar ni fechas que lo orientaran en su búsqueda intuitiva, encontró dos nuevos y jugosos artículos:
ABSOLUCION EN FAMOSO CASO Absuelven del cargo de violación del secreto profesional a un calificado psiquiatra de la ciudad. El Dr. Reynaldo Arias acusado por un paciente de violar el secreto profesional, fue absuelto por el Juez interviniente en la causa, luego del proceso que contó con la defensa del prestigioso penalista Adelon de Bolsqui, abogado de destacada trayectoria. No trascendieron los detalles del juicio pero sí, la comunicación del fallo favorable al facultativo, presentada ante la Sociedad de Psiquiatría a fin de deslindar las implicancias ético profesionales que comprometían al Dr. Arias.
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JUGADA “CALIENTE” Fue protagonizada por socios de un club local, sede del Torneo Regional de Ajedrez, al concluir los encuentros del día. Aparentemente sin que mediara motivo vinculado con la partida, según informaron testigos presenciales, Martín Irurza, farmacéutico de larga trayectoria en la ciudad y un destacado psiquiatra, el Dr. Reynaldo Arias, protagonizaron un insólito enfrentamiento. Según los comentarios, tras reiterados reclamos por el pago de una vieja deuda, el farmacéutico hirió al Dr. Arias. Luego de ser separados por personal de seguridad del lugar ambos fueron detenidos.
El objetivo inmediato de Aguirre era ahora acceder al fichero personal que Arias tenía en la clínica. Los personajes que aparecían en las noticias publicadas hacía varios meses, debían tener relación directa con ese fichero al que no tenía idea de cómo llegar. Recordó el viejo adagio: «poderoso caballero es Don Dinero». Tal vez pudiera «convencer» a alguna empleada para que le posibilitara llegar hasta esa caja de Pandora. Dejó los diarios sobre la mesa del living y fue al dormitorio a buscar un traje. Aduciendo hacerle un homenaje póstumo a Arias, Aguirre fue a ver a la familia. Mediante ese pretexto no se negarían a responder algunas preguntas. Lo recibió la hija todavía muy acongojada por la muerte del 49
padre. De inmediato apareció la mujer. Llevaba un discreto vestido negro y sobrio maquillaje. Saludos de rigor y la pregunta obligada: ¿un café? Más distendidos se ubicaron alrededor de la mesa ratona. –Disculpe señora mi intromisión, pero como deseamos publicar en el diario una semblanza del Dr. Arias, querría, abusando de su gentileza, que nos aportara algunos datos. –Con mucho gusto. La esposa de Arias había mordido el anzuelo. –Cuénteme acerca de sus costumbres, o sobre sus amigos, sus inicios en la carrera, en fin todo lo que pueda ser de interés para los lectores. –Mi marido estaba totalmente dedicado a su profesión. Gustaba de la música en general, tanto de la clásica, como de la folklórica y el tango. Con sus amigos se reunía muchas veces acá o en casa de ellos. También acostumbraba a jugar al póquer. –¿Cuándo y por qué se instalaron en Mar del Plata? –Por un farmacéutico, Martín Irzurza, amigo de Reynaldo desde el secundario. Él había llegado unos años antes y lo entusiasmó para que hiciera lo mismo. Ese fue el motivo para venirnos desde Buenos Aires. –¿Siempre fue cordial el trato con los pacientes? –Totalmente. Es decir, una vez tuvo un incidente con un joven que lo agredió, pero como era un paciente psiquiátrico no hizo la denuncia.. –Le hago esta pregunta por si hubiera algún resentido andando por allí. Usted sabe, los médicos están permanentemente expuestos a las críticas. La gente, ante la muerte de un ser querido, por ejemplo, le echa la culpa del deceso. –Tiene razón en eso, pero gracias a Dios mi marido nunca tuvo que enfrentar esa situación. Sólo ésta que le acabo de comentar. Mire usted lo que son las cosas. La tarotista amiga me lo había anticipado, claro que yo no le hice caso. –¿Tenían proyectos inmediatos? 50
–Sí, un viaje, pero el trabajo abrumador de mi marido siempre impedía concretarlo. Bruja, ya me estás mintiendo. ¡Y con qué soltura! –Bueno señora no la molesto más. Le quedo muy agradecido. Nos volveremos a ver en otro momento.
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XXI El Periodista Fabián Aguirre, estacionó el auto frente a la casa del farmacéutico. Tardó unos minutos en bajar pero fueron suficientes para ver que las cortinas de una de las ventanas del primer piso se movían levemente. Sin demostrar haberse dado cuenta. Tocó el timbre. Tardaron en abrirle la puerta y su mente acostumbrada a las deducciones hizo que mirara hacia la ventana de arriba. Martín Irurza lo recibió con una mueca que semejaba una sonrisa. Juntos los tres, años atrás habían compartido el mismo placer por el tenis pero ya hacia tiempo que no frecuentaban las canchas. Sin embargo Aguirre sabía que Irurza había seguido viéndose con Arias y por alguna razón le costaba creer la versión de «aquel» compañero de colegio secundario con quien pasara tantos momentos de su adolescencia. –Qué inesperada visita –como en las películas hizo una especie de reverencia–. ¿A qué debo el honor? Entró con el saco en la mano, la camisa desabrochada le daba el aire de displicencia que lo caracterizaba; se sentó sin que lo invitaran y dijo sin demasiado protocolo: –Reynaldo Arias –enfatizó–. No creo que haya sido un accidente la causa de su muerte. ¿Supongo que ya lo habrás sospechado? Irurza se sentó frente él. –¿Qué me estás diciendo? ¿Hay algo oficial? Tomándolo como al pasar el periodista le dijo: –Pensá como más te guste. ¿Tiene alguna importancia? –Por supuesto que sí –dijo el farmacéutico adoptando la misma actitud displicente del periodista–. Imaginate… si hubiera algo, podría mentir o jugar al juego de la verdad. Sin demostrar asombro por la respuesta prosiguió Aguirre 52
–¿Y. . . entonces? –Entonces de vos depende dilucidarlo. Ya lo decía Saer: «El secreto consiste en parecer mentiroso cuando se esta diciendo la verdad». –Vaya, vaya –se levantó de su silla, recorrió el salón y se puso a mirar por el gran ventanal–. Agradable día. . . y sin embargo, Martín, me venís a complicar la tarea. Pero acepto el desafío. No creí que a un farmacéutico le gustaran tanto los acertijos, sobre todo porque esta evasiva también me asombra –dijo mientras descorría las cortinas que había apartado para ver mejor el exterior–. Tengo entendido que Arias tenía enemigos como para poder armar una larga lista de presuntos asesinos. . . Si te gusta tanto el juego, no vas a querer perderte el placer de ayudarme a descubrir al asesino. El farmacéutico quedó pensativo y dijo como deletreando y saboreando la palabra –A… cer… ti… jo. Podría ser interesante. A decir verdad yo también tuve la misma sospecha. –Por favor no juegues conmigo –increpó el periodista cada vez con mayor seriedad–. Acabás de decir que yo conozco al asesino y eso supone necesariamente que vos también lo conocés ya que tenemos muchas relaciones en común aunque haga tiempo que no las vea. ¿O hay otra cosa? – Yo no dije que lo conociera. ¿Ves que esas palabras en tu boca tienen un significado diferente que en la mía? –Acabemos con esto de una buena vez. Voy a pensar que estás ocultando algo o a alguien y, eso puede ser complicidad o encubrimiento. –Pará la mano –interrumpió el farmacéutico. La situación se puso tensa. El clima cordial y el juego de adivinanzas lentamente formaron una maraña de palabras que no llevaba a ninguna parte. Irurza continuó hablando con el mismo tono serio que había adoptado su interlocutor. – Arias era una persona muy conocida y no sólo en el am53
biente profesional. Decime ¿a cuántas personas entrevistaste hasta hoy? –Sólo a vos. –O sea que recién empezás… Entonces decime ¿Por qué me elegiste a mí? ¿Acaso no sabés por dónde empezar y viniste a pedir ayuda? No creo que exista nadie que haya conocido a Arias y no haya tenido motivos para desearle la muerte alguna vez. Si decís que captaste cosas en el velorio podés imaginarlas también. ¿No se te ocurrió, por ejemplo, ir al club Molino? Andá y preguntá cualquier noche por la «señorita» Marimari. –¿Quién es? –preguntó el periodista –Quién era….querrás decir. Una idiota. –Disculpá…¿era? ¿No dijiste que pregunte por ella en El Molino? – No quise confundirte. Ella era prostituta, eso es lo que ya no es. Por otro lado en cierta forma también nos perteneció en una época a todos; ya no. Él se la levantó una noche y vaya a saber cómo ella terminó enamorándose de él. Fue algo extraño porque siguió trabajando en su «profesión» y como él andaba siempre con deudas de juego, creo que por lo menos ese dato lo tendrás por cierto y no necesitás que te lo cuente ¿verdad? –interrumpió el farmacéutico para deleitarse con su sarcasmo–. Te decía que fue una relación extraña, ella lo ayudó a zafar de una buena. Creo que fue la única que lo ayudó de verdad. Cuando quedó embarazada, él se lo contó a todos en las mesas de póquer del club. Siempre contaba cosas, «anécdotas» de su Marimari para hacerlos reír. Pero esta vez no hizo reír a nadie. Era un hijo de puta. Y ya te dije, Marimari era un poco de todos. Aguirre seguía atentamente el relato pero las cuestiones sentimentales no le importaban. Así que quiso apurar el de Irurza –Bueno pero ¿qué pasó que sea importante. . . ? –Nada, que Marimari desde ese momento no tuvo paz. Él se borró, se llevó la plata y ahora… Bueno, primero dejó de reír pero siguió «fingiendo» ser la que era. Después dejó no sólo de reír 54
sino de hablar. Ahora no puede tener sexo con nadie sin estar drogada. Le arruinó la vida –terminó diciendo el farmacéutico con tono de pena y parecía sincero. –Bueno está bien –dijo el periodista–. Eh, a ver. ¿Algo más? –¿Para qué querés más? Si realmente fue un crimen, no podrá resolverse. –¿Por qué decís eso con tanta certeza? No me subestimés y aunque fuera así, nada te cuesta darme algún indicio más. Parece que te gusta contar cosas. –¿Qué cosas? –interrumpió Irurza fingiendo enojo. –Buena tu elocuencia pero los detalles del tema de Marimari son para una novela por entregas –se burló el periodista–. ¡A mí me viene bárbaro! –Qué tal si te vas y me dejás ir a mi juego de póquer que se hace tarde –le respondió el farmacéutico dirigiéndose hacia la puerta sin convicción. –¡Vamos hombre! –exclamó poniéndole una mano en el hombro con gesto de complicidad. Sin gran esfuerzo Irurza retomó el hilo: –Después de todo y ya que te entretiene tanto mi forma de relatar... –se acomodó nuevamente en el sillón. –¡Esto ya me está gustando! ¿a ver? –dijo en voz baja y haciendo ademán de pensar mucho en algo que parecía estar en la punta de la lengua–. En el bar de Neuquén y Colón preguntá por Alberto Bengochea, aunque… no va a ser necesario que lo hagas. Seguramente lo vas a encontrar al lado de la mesa de billar. No podés confundirte: ropa limpia gastada, tan gastada como su cara y tan quieto como sus piernas. Está prácticamente inválido. Arrastra las dos piernas. Eso si... ¡Al billar no hay quien le gane! –¿Qué tiene que ver su aspecto físico? –preguntó con seriedad el periodista. Irurza respondió como si lo hiciera con pena. –Porque lo que vas a ver, ese despojo, fue un joven próspero colega mío. Próspero y sano antes de toparse con «nuestra 55
víctima» –enfatizó.– Quizás demasiado ambicioso. Quería instalarse enseguida y con cierto lujo; ser el primero, triunfar y llegar de un día para otro a lo que habíamos llegado quienes le llevábamos muchos años de profesión. Resulta que alguien en el club. . . –¿Quién? –preguntó Aguirre. –No lo sé, realmente no lo sé, pero seguramente lo debemos conocer los dos. Tendrás que averiguarlo, pero lo importante es que debió ser el que le contó sobre la habilidad de Arias para los negocios sucios. Supimos que fue a verlo y que algún arreglo habían hecho porque de pronto empezó a pelechar. Cambió el nivel de vida, compró auto, ropa impecable, instaló el negocio tal como lo había deseado. Para mí que se le fue la mano, – reflexionó el farmacéutico– y no digas nada, no son celos esta vez. Haceme el favor, no especulés. . . En fin se los empezó a ver juntos. Un día nos enteramos que había tenido que hipotecar el negocio, según él «un problemita». Se sentó a jugar pero no pudo. No dijo nada pero estaba fuera de sí. Nosotros supusimos que le había prestado la plata el estafador ese, y lo digo aunque esté muerto. Pero nada más porque ni una palabra se le escapó de la boca, sólo sus ojos hablaban y la bronca se le notaba por todos lados. Fue algo muy molesto. Estuvo un rato y se levantó así como así y se fue. –¿Nunca contó nada o sólo esa vez no habló? –preguntó el periodista. –¿Hablar? –dijo Aguirre–. No; nunca. Al contrario, desapareció. Tiempo después supimos de él. Le habían hecho caer en una trampa, lo dejaron deshecho de una paliza y cuando salió del hospital ya era lo que es hoy. Un hombre muerto que repite una sola frase «quita por quita». Nunca más volvió por el club. –Y qué te parece que quiso decir –interrogó el periodista –Eso deducilo vos, pero te adelanto que después de eso, Arias levantó su deuda, se quedó con una parte del remate de la farmacia y andaba en el auto de Bengochea. Al pobre no le quedó nada, sólo una excelente puntería y el odio. Un odio que 56
se ve cada vez que repite la frase «quita por quita» y golpea con fuerzas el taco contra la bola. Quizás la venganza. –Quizás –acotó Irurza. –¿Algo más que recordés. . .? ¿Algo más que pueda…? –¿Decirte? –se adelantó al periodista. –Hombre no, no tengo ni la más mínima idea. Ahora me tengo que ir, ya te dije que tengo mesa de póquer. – Permitime robarte sólo un poco más de tiempo. Sólo unos minutos más. –Esta bien, pero ahora pregunto yo ¿no conocías estas historias? –Sinceramente no. El farmacéutico enojado le dijo: –No me vengás con eso. Todos sabemos lo que fue, de sus trampas en el juego o también me vas a decir que nunca te timó, que no conocías sus descalificaciones, sus traiciones, sus deudas y sus embauques. . . –Vaya, vaya, Irurza, mirá que vos también le tenías bronca en serio. –Vamos, no te vayas a dejar llevar por eso. Bien sabés que son las mismas palabras que cualquiera le diría. –Sin embargo lo heriste una tarde en el club. ¿Por qué, Irurza? ¿Qué es lo que reclamabas? – Al “Dr”. se le había hecho costumbre mandarme pacientes dados de alta con sus recetas de psicofármacos con la promesa de hacerse cargo de los costos. Como podrás imaginar la cuentita había alcanzado una proporción exagerada. Yo siempre había sido generoso con él pero hay un momento en que… Discutimos, nada más. Se quedó en silencio unos instantes hasta que pareció despertar y una chispa asomó en su rostro. Enrojeció levemente. –¿Qué pasa? ¿Te acordaste de algo más? –Algo sí –dijo Irurza–. La Sra. Isabel. . . bueno tuvo un per57
cance con él tiempo atrás, pero no muy grave. –Eso dejalo por mi cuenta, sólo contame qué pasó, ¿cuánto hace me dijiste? –No, no te dije –hace un alto–; más o menos, sí, poco menos de un año –acotó el farmacéutico–. Parece ser que Arias le debía dinero a Isabel. No se lo devolvía. El tenía otras deudas que jamás levantaba, y eso la ponía peor. Una vez ella vino llorando. –¿Cómo es eso de que «vino»? –acotó Aguirre inmediatamente–. No entiendo o ¿sí debo entender? –agregó pícaramente. –Nadie entiende nada ni a nadie. Sólo vale salvarse uno –se interrumpió de golpe el farmacéutico al darse cuenta de que expresaba en voz alta sus pensamientos. Unos momentos de tensión se vivieron en ese living donde los dos hombres jugaban un juego no muy claro: al farmacéutico le gustaban demasiado los juegos pero para ese entonces no lo estaba haciendo. De pronto recordó que estaba apurado, que lo esperaban en el club, y se lo hizo saber nuevamente al periodista. Esta vez su interlocutor no era un jugador más de los que se conocen tras un mazo de cartas sino alguien que usaba las mismas argucias que él, por vicio profesional. –Y ¿qué sucedió con la señora Isabel? –Realmente no lo sé Aguirre. Sólo sé que estaba asustada y no me preguntés cómo lo sé. Cuando recurrió a mí, temí que hiciera alguna locura. –¿Matar? – interrumpió el periodista. –¡O matarse! –agregó rápido. Pero, como sabía de su fortaleza no la llamé. En verdad ¡No hice nada! Sabía que de elegir no se quitaría la vida y menos por un hombre. –¡Pero hablaste de matar! –Puede decirse que sí –contestó sin remordimientos. –¿Sabés dónde está? –le preguntó Aguirre. –No. Vive, ella simplemente vive –enfatizo–. Tendrás que disculparme pero ya casi ni llego a la primera partida. 58
El periodista se levantó, se puso el saco, le extendió la mano, y se despidieron, guardó la libreta de apuntes en el bolsillo del saco y mientras se dirigía hacia la puerta con el farmacéutico a sus espaldas, levantó los ojos pensativamente y como un alumno frente a la mesa de examen, repitió. –«El secreto consiste en parecer mentiroso cuando se está diciendo la verdad» –repitió–. «Nadie entiende a nadie. Sólo vale salvarse uno». . . «Vive, ella simplemente vive». Esta charla tenía demasiadas aristas, demasiados protagonistas y un muerto que parecía seguir en la partida jugando al póquer aun con ellos o contra todos ellos. Un segundo antes de escuchar cerrar la puerta a sus espaldas dijo con voz imposible de no ser oída. –Hasta pronto «Mi locuaz infidente” –y se encaminó al auto con paso lento. Era un día para pensar.
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XXII A las ocho de la mañana Fabián Aguirre, como un paciente más, pidió un turno para psiquiatría. Inició una charla trivial con la secretaria. Creyendo haber conquistado la confianza de la empleada, insinuó el deseo de conocer el fichero, dando cada vez más firmeza a su pedido. Manifestó que como escritor necesitaba algunos datos para completar una novela y esa era la oportunidad. La muchacha se mantuvo inflexible. Ni las palabras persuasivas ni la tentación del dinero la hicieron cambiar de actitud. Comprendió que tendría que buscar otros caminos. Tras pulsar el abanico de posibilidades, decidió hablar directamente con el psiquiatra reemplazante de Arias: el Dr. Weinstein. Mantuvo el turno asignado y acudió a la entrevista decidido a tomar al toro por las astas. –Mire doctor, yo vengo acá no para hacerme atender, sino porque estoy investigando un caso medio turbio. Le puedo mostrar todo lo que recopilé hasta ahora y si está de acuerdo, podemos aunar nuestros esfuerzos para esclarecer lo que creo fue un crimen. –¿Qué pruebas tiene para tal suposición? Su actitud me hace desconfiar. –Cuando vea y lea todos los informes que conseguí va a cambiar de opinión. Estoy seguro de que detrás de estas publicaciones está la clave de lo que busco. De ahora en más, desearía que fuéramos dos los encargados de dilucidar el caso. Mejor dicho, lo que supongo un crimen. –¿Cómo puede estar tan seguro, primero: de que está en lo cierto y segundo: de que yo voy a colaborar con usted? –Porque no escondo nada y las pruebas están en esta carpeta. Creo sin temor a equivocarme que usted es uno más que 60
no cree que la muerte del Dr. Arias se debió a un accidente. Yo, creo que lo mataron. Le dejo fotocopias de todo lo que encontré. Si le parece bien, vuelvo dentro de cuatro días y conversamos. –Cuatro días, seguro que usted tiene una imagen muy particular del tiempo y sobre todo del mío, pero lo veo tan convencido que acepto su propuesta. Nos vemos el viernes a las ocho de la noche. –Hecho. Por favor maneje todo esto como secreto profesional. Usted y yo. Nadie más ¿De acuerdo? Con un movimiento afirmativo de la cabeza, Weinstein aceptó el pedido (aunque no sabía muy bien si era por curiosidad o por verdaderas dudas) y extendiendo la mano, dio por terminada la entrevista. Fabián se sintió satisfecho. A pesar de lo que le había insinuado Ferraro respecto a la poca colaboración del psiquiatra con la policía, presintió que él y Weinstein harían una buena dupla. Cuando el psiquiatra consultara el archivo, podría aportar más datos que, calculó, serían de gran importancia. Todavía le faltaba recorrer un largo y sinuoso camino y hacer soltar muchas lenguas para seguir armando ese rompecabezas.
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XXIII Sin nada en particular que me seduzca se me hace difícil apasionarme. Un caso más. Probablemente sí, un asesinato, un pobre tipo muerto. Un asesino. Un pobre tipo que mata. Un paciente más. Mi computadora. La pieza con olor a hotel, la tardecita en ésta ciudad mía, adoptada y del culpable y de la víctima. Un motivo, la motivación para la acción, pensá, pensá Josecito, todos tenemos alguien para matar, vos también. No todos tenemos alguien para amar. Yo sí. En Buenos Aires y ahora con esto el viaje se demora. Libros de Medicina Legal, de Psiquiatría forense, razonamiento, lógica, regla de tres simple. O no. Víctimas elegidas al azar. Psicóticos liberados de sentir culpa por su naturaleza de sicóticos. Nunca se sentirán culpables, ni siquiera si los condenan. Benditos sean. Bienaventurados los libres de culpa, de ellos es este reino. Siempre me he admirado de su capacidad amnésica, por la ingenua ignorancia de las responsabilidades. En realidad quizá los envidio. Puedo adivinar sus pensamientos, hipnotizarlos en el sentido estricto de la palabra, y nunca he llegado a su alma. Qué es el alma, el origen del presentimiento, lo que hace que pueda amarte, el lugar donde se guardan las cosas que nunca voy a confesar, la taquicardia paroxística del deseo, acaso quien está libre de culpa no tiene un alma más pura, más sana. Quienes son entonces los enfermos, dónde empieza la frontera salud enfermedad. Asesinos son los evaporadores de almas, si ésta es al fin y al cabo, lo que nos diferencia de los desalmados. 62
Afeitate José, mañana hay que ir a ver a este Aguirre, ahora antes que venga la noche y la lamparita del baño no alcance. ¿Perfume? Queda, corbata sobria, lapicerita con bordes dorados, apariencia de médico José, de profesional reconocido, planchate el traje. Mascarita sin carnaval. Más perfume que mate el aroma a licor de café, que quede solo el de café. Haz lo que yo digo, no lo que yo hago. Control para desfilar entre los uniformados y los cuervos, engominados sabelotodos de leyes escritas por el hombre. Cuervos. Al acecho. Como dice Serrat reglas de urbanidad. Como dice Shakespeare el mundo es un teatro y nosotros meros actores. Un caso más Pepe, un paciente más, una muerte, en el mundo de los muertos vivos. Como si yo no viajara a Buenos Aires. Hasta vos. Hoy acostarse temprano, y darle un descanso a la nariz, que mañana hay que oler a los desalmados.
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XXIV Sin duda Reynaldo seleccionaba los pacientes. Se comentaba su amabilidad extrema hacia quienes le despertaban el deseo, y su silencio hacia los demás. Es cierto que hay pacientes que aburren y otros que sublevan pero los de mi colega eran una colección siniestra de violencia que limita con el disparate. Faltan fichas de algunos. Dormir sigue siendo una forma de evitar el tiempo. Apellido: Massara Nombre: Daniel Médico tratante: Dr. Arias Aspecto psíquico: normal Actitud psíquica: activo Actividad: desordenada Orientación: global Memoria: eumnésico Atención: disprosexia Conciencia: sin conciencia de enfermedad, con conciencia de situación Contenido del pensamiento: puerilidad, temor Sensopercepción: sin particularidades Afectividad: distímico Juicio: desviado Pronóstico: reservado Impresión diagnóstica: 64
Adicción con compulsión Crisis de identidad sexual Síndrome delirante paranoide agudo Trastorno de personalidad tipo antisocial
La ficha de Reynaldo es tan completa que uno diría que no hace falta entrevistar al paciente, casi no tengo que verlo. Tan detallista, tan prolijo. Probablemente, eso es lo que le ha hecho sospechar a ese periodista. En realidad no hay muchos Massara, no es tan frecuente el apellido. Daniel Massara, sí, podría ser más que una coincidencia.
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XXV –¿Cómo estás Daniel? ¿Sabés por qué te citaron? –Yo no estoy loco. A mí me metieron ahí un montón de veces pero yo me hacía eh? Porque yo de loco no tengo nada. –Ya lo sé. Mirá, las cosas en el caso Arias no están bien. Quieren investigar a todos sus pacientes… –Yo no lo maté, aunque ganas no me faltaban. –Está bien. Pero es rutina, ¿entendés? A mí me llaman por rutina, no porque crea que estás loco. –Pero yo no estoy loco...Y no escribás más porque si no me voy, no me gustan que anoten lo que yo digo. –¿Puedo grabarte? ¿Me dejás? –Bueno,y... ¿no me decís nada? –Vos decime. Si querés contame de vos del Dr. Arias. –Pero no te hagás el pelotudo, como si no lo conocieras, con los quilombos que tenía...pero qué me hacés hablar, qué me preguntás ¿eh? Vos sos igual que los canas. –Sentate Daniel. –¡Qué Daniel! A mí, mi vieja nada más me dice Daniel. Yo soy el Tano...¡El Tano! –OK. Sentate, Tano. –¿Puedo fumar acá? –Sí, por qué no, “Tano”. –Qué sé yo...yo soy el Tano. –Con tu mamá no. –Nooo, ella me dice Danielito, ¿viste? como si fuera un nene, para mí que por eso iba también a lo del hijo de puta ese, porque no me podía ver así tan independiente. 66
–¿Dónde está tu mamá? –En mi casa. –¿Vive con vos? –De vez en cuando yo voy a ver cómo anda, y me acomoda, me limpia la ropa, me hace de comer, ahora va a tener más tiempo, ahora que se murió ese hijo de remil puta, y ya me cansé loco, no te cuento nada más, a ver si andás batiéndole al cana ese. –¿Era paciente del Dr. Arias tu mamá? –Conocida... Basta loco. No hablo más.
¿Qué hago con este pibe que encima debe creer que lo quiero meter en cana? Me mira con recelo. Me estudia, sin duda yo soy también su paciente. Hay un duelo de silencio entre ambos, o quizá sea un pacto, depende de cómo se vea. Y cómo se verá desde afuera con tantos ojos observándote. Lo miran a él no a mí y sin embargo su mirada. . . Punto, yo soy quien lo está estudiando, por qué me complico. Hay que concentrarse en el paciente. Está indefenso y eso me muestra, por qué no me enseñaron a interpretar las mirada. ¿Que pensará ahora, matarme? Cinco minutos demasiado mudos. Demasiado ruido afuera aunque no se escuche. –OK Tano, nos vemos mañana, pensá qué tenés ganas de contarme. –Nada, más vale que nada, vos hacé que me saquen de acá nomás. –Chau. –Chau, tordo.
Y sí, el pibe se sacó todos los números, impulsivo, marginal, más 67
marginal que vos José, viste que quedan todavía. Pero qué jodido que te mate un paciente, el colmo, el fracaso de la psiquiatría. Qué raro, qué raro que Reynaldo no lo haya derivado antes, si Reynaldo era rayado para elegir pacientes pero no boludo. Habrá que hablar como siempre con la madre.
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XXVI En el rojo espejado de la ventana, puedo mirarme desde el principio de los pies hasta la altura de los zapatos. Puedo sacudir mis bolsillos de las horas dormidas, mirar hacia la lámpara de luz anaranjada que también me mira con su cementerio de insectos por encima y aunque sea demasiado tarde preferir el rojo. ¿Qué importa llegar tarde, Juan? ¿Por qué no esta forma inútil de rebeldía uniformada? Antes de las seis y treinta horas las veredas siguen dormidas. Son las seis y cuarenta y cinco, a esta hora todavía no hay empujones, ni es hora de libros abiertos para devorar cuentos de tres renglones, ni de almuerzos habituados a destinos de fast food apretados en las carteras, ni de gotas espesas vecinas al celular y a la cuenta de la luz para pagar en el Super. Asfixia de este insólito invierno helado de cuestionamiento. Todavía no, Juan. Todavía podés desperezarte y bostezar las ojeras delirantes antes de entrar a la comisaría. Siempre es igual a la hora de los papeles. Ahora. Pero no esa vez, Juan. Tenías el uniforme recién estrenado y todas las ganas de pelear por la justicia. No esa vez. Porque a los cinco minutos de entrar escuchaste gritos que venían desde adentro, traían un preso con una faca clavada desde la nuca asomándose por la laringe. El escritorio se bañó de sangre y, en el apuro para que no se muriera en la comisaría, lo tiraron arriba de una camioneta y lo llevaron con la cabeza colgada largando sangre. Al preso que lo hirió lo mandaron a baldear la vereda. El otro por suerte se murió en el hospital. Se habían peleado por un par de zapatillas. Tu primer día, Juan. Y tuviste que hacerte cargo. 69
Vuelvo asomarme por la ventana del primer piso y aún veo de un lado al pibe que limpiaba las manchas, del otro a los dos perros lamiendo lo que no había sido limpiado aún. Dentro de la oficina la muerte sigue vistiéndose de causas cotidianas. Hacete cargo, Juan. Entre los tres no había muchas diferencias. ¿Y con vos, ahora?
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XXVII
–Hola Esther, ¿cómo está? –Se me hizo tarde, eh, bien, bien. –¿Cómo se siente con lo que ha pasado? –¿Con lo de Daniel? ¿Cómo voy a sentirme? ¿Lo consideran sospechoso, Dr.? –Yo no dije eso. Debo hacer la evaluación de todos los pacientes. Pero volvamos al punto. Cómo se siente con todo, con lo de Reynaldo, con Daniel… Reynaldo la atendía, según lo que me dijo Daniel pero no tengo la ficha y me llama la atención porque en eso era tan ordenado. –Sí, en eso. –Sí… –Sí, en el resto de las cosas no era ordenado. Por favor no escriba, no anote lo que le digo. –¿No? Bien. Decía que no era ordenado. –No, digo sí. Tenía muchos conocidos, yo le decía que se cuidara, porque Daniel le tenía bronca como cualquiera a su psiquiatra. –Ajá… –Pero yo estoy segura que él no fue, Reynaldo tenía muchos enemigos, eso es así, alguien lo tiene que decir, yo, yo puedo hablar con la policía si hace falta porque... –Esther... –Yo... yo sé que Daniel no lo mató. –Esther, a ver, ahora me interesa saber cómo está usted, hablemos de eso y de su relación con Reynaldo por favor. –Yo lo apreciaba mucho. 71
–¿No era que cualquiera le tiene bronca a su psiquiatra? –No, porque era distinto. Reynaldo conmigo era distinto, era especial, era un ser humano especial. Lo que pasa es que se mezclaba todo, yo como su paciente y como la mamá de Daniel, y... –¿Y? –No me pregunte, por favor, no me pregunte. –¿Se siente bien? –Sí, estoy un poco desconcertada nada más.¿Podemos dejarlo acá por hoy? –Sí claro, ¿quiere un vaso de agua? –No, no, está bien. –¿Le parece que nos encontremos el próximo lunes a esta hora? –Sí, sí –Hasta pronto, doctor. –Chau Esther, cuídese.
Desordenado, desordenado, qué me quiere decir con lo del desorden.
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XXVIII –Empecemos de nuevo, Esther. –No podía con todo, casada con un militar mi vida había transcurrido bajo un régimen de despotismo y tiranía. Obligada a callar y otorgar, tuve seis hijos de los cuales cinco fueron mujeres que pasaron a ser, en su adolescencia y juventud, una tortura por sus exigencias de niñas mal criadas. Y ese varón tan esperado por el padre para continuar con su apellido, que me dio tanto trabajo de chico, ahora me absore. Mi marido murió en el peor momento de la vida de Daniel, plena adolescencia. Cada uno tomó para el lado que quiso, liberados de ese autoritarismo paterno se dieron rienda suelta a tanto deseo de libertad. El que más estaba a mi lado era “el nene”, siempre vigilando mis movimientos, criticando y prohibiéndome todo tipo de amistades, con su complejo de Edipo, yo solo era para él. Con su forma tan impulsiva y vehemente lo que se proponía lo lograba. Mi amiga Berenice, que es tarotista, era mi confidente, ejercía sobre mí un poder tal que llegaba a realizar al pie de la letra todo lo que me aconsejaba. A Daniel le seducía el misterio del tarot. Yo, entre velas y esfinges, motivada por esos arcanos, liberaba mis más íntimos secretos. Pero ya no, Dr., le puedo asegurar que ya no. No puedo negarle que veía con frecuencia a Reynaldo pero nada más que eso, Dr., nada más… –¿Por qué se ataja, Esther? –Mi hijo lo adiaba y no permitía que tuviera ninguna relación con él. Pero ahora está muerto. ¿Por qué tratan de involucrar a mi hijo? ¿Por qué dudan del accidente? ¿Por qué no un suicidio? ¿Por qué no un acto de desesperación y de miedo? Entienda Dr. mi hijo puede ir a la cárcel por un crimen que no cometió. Tiene que apuntar esta idea, salvar a mi hijo es salvarme a mí.
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XXIX Silencio a pesar del murmullo. Silencio. A pesar del murmullo continuo. Silencio hermético. Amor forzado, no esperaba encontrarte. Hombre con mujer, mujer con hombre. Circular, capicúa, claustrofóbico. Ser valiente para no olvidarme de leer las fichas. Entre las dos ciudades, entre tanta ciudad se pierden los objetivos. Dejar por fin Mar del Plata. Codificarme en otro lenguaje para entender este otro planeta llamado Buenos Aires. Planeta urbano trillado, rural fantasma. Con aires de nación, aunque muchas naciones en un planeta le queda mejor. Religioso pero sin espíritu. Político. De rosas y de Evas. De countrys que se defienden en un pucará aristocrático de la pobreza. La pobreza de la violencia, la violencia de la pobreza. Estatal y privada. Nuestra. El miedo se gradúa en el subte. Mi nueva vida camuflada en las sillas eternas del Tortoni. Mi parlamento desequilibra las ideas, como siempre hablar, hablar, polemizar esquivando cuerpos por Florida. Atrás los cuerpos hallados en mi ciudad de mar, de plata, de la desesperación. Cuerpos que hablaron, que ya no, que ahora también hablan con el lenguaje acelerado de las piernas. Pararse en cada librería y buscar el libro que por supuesto estará agotado y nos llevará a parar en la próxima. Circunstancias que condicionan los hechos y las conductas, igual le habrá pasado a los culpables. Encontrar a alguien sin querer como si nos hubiéramos olfateado, coincidir sin un plan en común, sentir que se puede seguir como si todo y mi silencio a la distancia hubiera sido un accidente 74
transitorio. La gente se reproduce. Las fichas encajan en mi bolsillo, su cara encaja en mi memoria, sin duda lo intangible se corporiza cuando la recuerdo.
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XXX Aunque el salón estaba en penumbras, sobre el piso alfombrado podían verse varios almohadones dispersos. Las paredes sin ventanas estaban pintadas de colores intensos que iban desde el púrpura en el borde inferior, hasta terminar en un rojo electrizante que envolvía el cielorraso con lenguas de fuego. En la esquina del cuarto, ardían grupos de velas de diferentes formas, algunas con la apariencia de siluetas entrelazadas y otras, en cambio, mostraban la figura de un pene de proporciones descomunales. En el centro se levantaba una estructura de metal que conformaba una pirámide hueca. Dentro de ella, la mujer, en posición de loto, desnuda y con los ojos cerrados lentamente hacía profundas inspiraciones. A su lado, un hornillo humeante despedía aromas de benjuí.
“Soy la suma sacerdotisa” repetía Berenice, “soy la luz que ilumina las verdades universales. En mí se suma el poder cósmico de los arcanos mayores y la sabiduría de libro akhásico”. A continuación, la mujer tomó un mazo de cartas de Tarot y de a una las fue colocando en círculo a su alrededor. La primera carta en aparecer fue la Emperatriz. La tarotista sonrió, sabía de sobra a quién aludía la imagen, a su fiel amiga Esther. La Emperatriz representaba la fuerza energética esencial para dar nacimiento a la encarnación física. ¡Y vaya si había parido!. Seis nacimientos y varios abortos pero ¡cuánto había costado la concreción del hijo varón!. Para eso había untado el cuerpo de Esther con barro tibio, una mezcla de aceite de almendras, tierra fértil y orina de su marido. “Si vienes en busca del poder yo, suma sacerdotisa, 76
te daré el conocimiento del amor y la armonía del universo” murmuró. La segunda carta en revelarse fue la Fuerza, seguida de la Rueda de la Fortuna. Berenice exhaló aliviada, por suerte nunca había malgastado su energía espiritual y cada giro de su rueda le había redituado convenientes riquezas cíclicas. Así, pudo aprovecharse del dinero de Esther y amasar una buena fortuna con las drogas utilizando en su beneficio los delirios místicos del Tano y su adicción. “Soy una mujer victoriosa, protegida por la Espada del Caballero Templario”. Dio vuelta la siguiente carta y apareció el comodín del Tarot, el Loco. “El Tano vendrá a visitarme” sentenció Berenice. “El Loco, , aquél que está en la búsqueda de su mandala interno y no acepta ni reconoce autoridad”. El Tano idiota útil, que se escapó del psiquiátrico y vino a ella con la idea obsesiva de matar a Reynaldo, para apartarlo de Esther y cumplir con su misión terrenal. La única forma de apaciguarlo había sido con una dosis extra de cocaína y luego purificarle el cuerpo con gotas de la vela del Miembro Celestial, ya que, según él, los médicos y la familia le ensuciaban la mente. “Yo soy la justicia suprema y te conduciré al triunfo, al orgasmo metafísico”. De pronto se oyó un tenue tintinear de campanillas detrás del cortinado grueso que obstaculizaba la entrada al recinto. Berenice se incorporó y de un sobre de seda blanca extrajo una túnica abierta a los costados y se vistió. Alrededor de su cintura ajustó una cadena larga y con púas, que abrochó también en su tobillo izquierdo. Con delicadeza introdujo dentro del sobre una jeringa y una ampolla y lo colocó sobre una bandeja de plata. La campanilla sonó con insistencia, Berenice avanzó hacia el cortinado y se detuvo. Volvió sobre sus pasos, ingresó en la pirámide y dio vuelta la última carta. Era la número trece, la Muerte.
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XXXI ¿Qué le pasará a mi vieja? Hace quince días que no me llama seguro debe tener algún amiguito nuevo ¡Claro! Si se olvida de mí cada vez que aparece algún tipejo de esos. Hasta cuando me encerraron en la colimba recién después de treinta días que no aparecía por casa fue a ver que pasaba encima me sacó de ahí para meterme en un loquero ¡Qué hija de puta! Cómo les va a decir que eran ellos los locos por darme un arma si en definitiva yo las vendía en la villa para pagar basura porque ella no me tiraba un mango. Claro ¿Cómo me iba a dar plata de su marido? Si cada uno debía ganar su platita y gastarla en lo que quisiera. Después venía con esa historia de dejar las drogas o que estaba loco así me llevaba a lo de ese psiquiatra hijo de mil putas para verlo ella ¡Turra de mierda! Menos mal que ya está muerto el gil igual se llevó unos cuantos golpes míos de recuerdo. ¿Será por eso que me han metido en este quilombo? Lo único que falta encima que se movía a mi vieja me quería hacer pasar por loco. Decí que el viejo ya no vivía si no con lo hijo de puta que era lo limpiaba. Total a un militar en esa época quien le iba a tocar el culo menos por un psiquiatra de mierda timbero y mujeriego. Así que está bien que se haya roto la trompa Lástima que la vieja no se haya ligado algún golpe ella también. Así se hubiera dado cuenta de que me preocupo por ella que cuando hace algo que está mal está mal y si le tengo que romper la cabeza como se debe se la rompo. Como su maridito que cuando se la tenía que dar se la daba. Después a buscar consuelo con sus hijitas cariñosas. Esas boludas que eran santitas hasta que se murió el padre ¡Claro! Si las tenía al trote. Esas ya me van a escuchar también sobre todo esa hija de puta que se juntaba a jugar a las cartas con ese gil seguro que también se la volteaba. Pero ahora no podes tocar a nadie más ¡Hijo de puta! ¡Olvidate de tus mujercitas y tus cartitas! 78
XXXII
M
no se te entiende la letra Reynaldo. Pero con empieza Nombre: María Florencia. Pero está corregido. Parece que quisiste borrar María. ¿Se referiría a esto Es- ther? No, no creo Apellido:
Médico tratante: Dr. Arias Aspecto psíquico: normal Actitud psíquica: activa Actividad: ordenada Orientación: parcial Memoria: fallas Conciencia: conciencia de enfermedad y de situación Atención: euprosexia Contenido del pensamiento: desconfianza. Sensopercepciòn: alterada Afectividad: distimia reactiva Juicio: conservado Pronóstico: reservado Impresión diagnostica: Trastorno de personalidad tipo borderline.
Ah no , acá si que no coincido, si me dijeras una Histeria Gravis o una Depresión enmascarada OK, pero una border no, así sin verla igual estoy seguro. Una border con el pie más del lado de la psicosis que de éste, cómo pusiste, no, no, en todo caso un Trastorno 79
por conversión.¿Por qué no figura la afasia? La verdad que todo esto me devolvió las ganas, cuánto hace que no pensaba realmente en un paciente, de corazón José estabas automatizado, como la mayoría, como debe estar el Aguirre ese, como está desde hace rato el Oficial que mandaron para encarar al Tano, tiene algo ese chico, parece que siempre estuviera solo, ¡eso!, tiene un aire solitario en la mirada, en la postura, le pesa la pistola como a vos te pesa el guardapolvo,¿ ves? , estás analítico, te volvieron las ganas.
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XXXIII Agosto, viernes Estábamos en la esquina cuando llegó el Tano. Martín se fue ni bien lo vió. me dejó ahí parada y salió casi corriendo para el otro lado. el Tano me agarró del brazo y me llevó a la rastra. no sé cómo se enteró que había pasado la noche en la villa y que había estado tomando milonga. no paro de gritar que me iba a cagar a trompadas si me encontraba otra vez o se llegaba a enterar que estaba con ese loco. – ¿querés tomar?– gritó. Si vos querés algo me lo pedís a mí y no tomás mierda. que yo no pertenecía a esa historia. que no tenía ni la menor idea de cómo se manejaban. que él no iba a poder cuidarme si yo bardiaba. no paraba de zarandearme y de gritar como loco. estaba furioso. íbamos caminando. – ¿querés ir a la villa? te voy a mostrar la villa. me agarró de la mano lastimándome. cuando llegamos a la casilla estaba Martín con dos minas tomando falopa y fumando marihuana. había mucho olor a alcohol. el Tano agarró a una de las minas y se puso a transar con ella. me dejó ahí parada. Martín me miró y me dio un beso. suave casi sin rozarme apenas si sentí la mano tocándome la espalda después lo único que me acuerdo fue que al Tano lo tenía del cuello. me pegó con la otra mano y caí contra la mesa. gritaba que lo iba a matar si me tocaba otra vez. que yo era una putita como el resto pero que era de él. me agarró de los pelos y me besó. quedé sola tirada en la cama. se fue. después vino una de las minitas. me limpió la boca que me sangraba. no me obligó ni me dijo nada. después se fue no entiende que me siento sola.
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XXXIV ¿Qué hacés piba? ¡Mirame! ¡Che pendeja! ¡Te estoy hablando! Está bien está bien no me mirés pero escuchá bien lo que te voy a decir y que te quede bien claro bien claro¿ entendés? Primero que nada empezá a darme pelota con lo que te digo. Tenés que respetarme pendeja. Me respetan en la calle ¿ no me vas a respetar vos eh? Vos no tenés que darle motivos ni oportunidades a los giles ¿me entendés? Vos no podés meterte con cualquier boludo además ni boludo es ese Martín es transa el gil. Anda envenenando pibes por la calle y vos te vas a ir a revolcar con un hijo de mil putas de ése calibre.¿ No decías que era un viejo verde? No podés nena no podés hacerme esto. Es como si te revolcaras con el tordo que te hizo mierda la voz hija de puta. Porque este puto no es tordo pero enferma a cualquier pibe por unos mangos de mierda que no es capaz de ganarlos laburando ¿ entendés? ¿¡¡Entendés!!? ¿¡¡ Entendés hija de puta!!? ¡¡ Y llorá llorá!! Todo lo que quieras. Llorá pero llorá conmigo y si querés tomar milonga tomá pero conmigo. Y si no tenés un carajo que hacer me decís a que hora cortás acá te vengo a buscar y la pasamos juntos ¿está? ¿Está? ¡La puta que te parió! A mí no me molesta flaca que estés conmigo. Me gusta que estemos juntos pero no podés hacerme perder el respeto de esta manera no nena no y menos en esos lugares de mierda. Vos no sos una piba para andar por esos barrios yo te voy a dar una buena vida pendeja. Vos te tenés que quedar con el Tano. Vos sos la minita del Tano entonces tenés que respetarlo porque el Tano es bueno. Es muy bueno pero con vos flaquita y sólo con vos. Yo sé que tenés mucho adentro flaca mucho que querés largar pero no así nena. Esa no
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es la forma. ¿Sabés quién te va a mostrar cual es la manera? El Tano piba. El Tano va a ser quien te saque adelante pero vos no le podés fallar más. Tenés que rescatarte piba y manejarte. Hacerme caso a todo lo que te diga sin pasar por alto nada princesa ¿ entendés? Ahora dame un beso nena y mirame a los ojos no quiero que dejes de mirarme nunca chiquita por más enojada que estés.
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XXXV
Berenice abrió la puerta de entrada y la cadena de seguridad se tensó. A través de esa pequeña hendija pudo ver la silueta de un hombre corpulento y uniformado. –¿Quién es?–preguntó. –Policía bonaerense, Oficial Juan Ferraro –sonó la voz metálica–; traigo una citación para Berenice del Bianco ¿es usted? –Sí, un momento por favor. Berenice dejó la puerta y rápidamente acomodó los pliegues del cortinado que ocultaba el salón posterior, luego se colocó una bata con escarabajos bordados, fue hasta la puerta y sonriendo invitó al hombre a pasar. –Gracias señora ¿o debería decir Srta.? –el sargento se quitó la gorra empapada de transpiración e ingresó decidido. Berenice observó su espalda robusta, y más abajo, la curvatura de los glúteos, aspiró el rastro a desodorante masculino que dejaba a su paso. –¡Qué atento! ¿querés algo fresco? Perdón, puedo tutearte, ¿verdad? Hoy hace un calor insoportable, ponete cómodo y explicame qué es eso de la citación. Berenice se dirigió hacia el refrigerador, disimulado en el modular, y extrajo una botella. –Bueno, le acepto una gaseosa –Juan se dejó caer en el sillón y sobre la mesa ratona colocó un papel sellado– Hace 24 horas que estoy de guardia y no veo la hora de irme a casa. Berenice se acercó con dos copas color violeta llenas y heladas. Le ofreció una al policía.
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Juan se quedó en silencio mirándola. Había algo peligroso en esa mujer que lo atraía. Se dio cuenta de que ella había abierto un poco la bata, dejando a la vista una diminuta pirámide tatuada en su pecho. Nervioso, palpó la 9mm para recuperar la confianza en sí mismo. Vació de un trago la copa y un líquido perfumado le burbujeó en la garganta. –Excelente, ¿qué es? –Agua mineral con unas gotas de Parfait Amour, un licor de lavanda. Dicen que estimula la libido en forma instantánea –los ojos de Berenice se entrecerraron–. ¿Me vas a explicar para qué me citan? –susurró. –Negativo, no estoy autorizado a informarle... bueno, verá, sólo sé que debe presentarse en la seccional. Un caso que se reabre. ¿Me permite su documentación?
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XXXVI Cuando se fue el policía, Ernesto Villegas abrió el cortinado y salió entre gritos e insultos. –¡Sentí mi Luger putita, sentí como te gatillo! ¿Es más dura que la del cana? Berenice no ofreció resistencia y se dejó llevar hasta la cama. Ernesto era uno de sus clientes favoritos. Era un hombre apuesto, de espaldas anchas y brazos musculosos. El espejo del techo le mostraba una piel bronceada en su totalidad, signo de las frecuentes escapadas de él a las playas nudistas. Cuando el hombre se acomodó en el lecho tranquilamente al costado de Berenice, pudo observar en el espejo, una fina cicatriz que nacía por encima de la ingle y se perdía debajo del poderoso arsenal. No se podía negar que él estaba “bien calzado”. –¿De qué carajo estábamos hablando? –preguntó Ernesto, consciente de la mirada complacida de su acompañante. –¿Antes de . . .? Me pediste que te adivinara el futuro. Voy a tirarte las runas. Berenice se incorporó y tomó una caja india de una pequeña mesa de tres patas. Luego, se arrodilló detrás de la cabeza de Ernesto y puso la caja sobre el pecho fibroso del hombre. De su interior sacó un paño blanco que extendió cuidadosamente en el piso alfombrado. A continuación con ambas manos tomó las piedras de la caja. –Las runas de Tácito nos transmitirán los poderes de los antiguos magos –dijo Brerenice mientras las sacudía. –Ellas nos enseñárán los poemas rúnicos... “Como es arriba es abajo” ¡Muéstranos ahora el camino de la bendición!. Y de un solo golpe, arrojó las runas sobre el paño blanco. Las piedras, de colores pardos y con un signo rojo pintado en su centro, cayeron 86
con un sonido seco. Ernesto retiró la caja de su pecho y apoyó la mano sobre el piso. Sus ojos, acostumbrados a observar cada detalle de una escena, seguían los movimientos de Berenice en ese ir y venir de sus manos acariciando las piedras, mientras movía los labios con palabras incomprensibles para él. –Bueno –dijo Berenice– elegí solo tres runas y separalas del resto. Ernesto, sin dudar, así lo hizo. –El Dios Odín te acompaña –exclamó la tarotista– tus runas son positivas. ¿Y eso qué significa para mi futuro, brujita hija de perra? –Eso nos dice que tu camino astral es bueno, que podrás alcanzar los fines deseados con facilidad. Por ejemplo, la energía de esta runa te enriquece materialmente. Hay posibilidades de hacer buenos negocios, de tener mucho dinero a tus pies. Esta otra nos indica un viaje, bueno vos siempre andás por las islas Caimanes, pero este viaje es especial porque no irás solo. Es un viaje de placer sin retorno simbolizado en esta última runa, que eleva las fuerzas energéticas del sexo y del amor al séptimo nivel del cosmos. Berenice subió a la cama y de pie estiró ambas piernas a los costados del cuerpo de Ernesto, quien quedó con la mirada fija en la vulva sin vello de la tarotista y dijo: –Hablando de eso . . .
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XXXVII
Aguirre fue a desayunar al café de la esquina de su casa. Leyó los destacados en los diarios y se detuvo en las noticias policiales. Como un letrero luminoso una se desprendió del resto.
MUERTE POR SOBREDOSIS Una vendedora callejera de flores, conocida en el barrio como “la mudita”, fue encontrada muerta en la plaza Mitre ayer. Su cuerpo yacía junto al bolso con sus pertenencias: identificación, una receta extendida por el Dr. Reynaldo Arias, fallecido en mayo pasado cuya muerte no ha sido aun esclarecida, indicando psicofármacos y elementos personales, entre ellos el diario íntimo de la occisa que supuestamente revelaría la causa de su trágico fin, y podría comprometer a personajes influyentes de la ciudad. Por trascendidos se estima que la muerte se produjo por sobredosis de tóxicos. Aún no puede afirmarse que haya sido accidental o suicidio. Tampoco se descarta el homicidio. Aguirre había encontrado otra pieza del puzzle que estaba armando desde hacía ya más de dos meses. Era todavía muy temprano para entrevistar a Weinstein, pero tal vez podría encontrarlo más tarde en la clínica. Hacia ella se dirigió. ¿El doctor
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habría tenido ya acceso al diario de la chica? ¿Quiénes serían los otros involucrados? Su cabeza estallaba de preguntas. Demasiadas coincidencias en un lapso de tiempo tan breve.
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XXXVIII Buen día Mar del Plata. Mal día José. Mal día para mi almita Marihuana libre in London. Intoxicado de ideas. Todo demasiado evidente. ¿Qué se puede hacer con el diario de esta chica? ¿Qué más si no tirarlo? Todo evidencia demasiado, y del todo se está más cerca de la nada. Acatisia. Movimiento continuo, erotomanía, fuga de ideas. ¿Puede simularse? Nadie se lo ha preguntado, no está en los libros, dar vuelta el espejo, buena idea para que no evidencie mi aspecto similar al de estudiante pata sucia en La Plata. Correr las cortinas. Comer maní con cáscara para no perder tiempo. No asomarse a la oscuridad para no tener las cosas más claras. Buenas noches.
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XXXIX A las 9.30 en punto Aguirre estaba en la sala de espera. Weinstein se acercó con desgano hasta donde se encontraba él. –Buenos días, Dr. ¿Mala noche? –Buenos días. ¿Qué le preocupa ahora, Aguirre? –Mire Dr. En esta noticia sobre la muerte de la florista figura el nombre de Arias. ¿Por qué? –Era su paciente, como Daniel Massara y su madre. Todos seres desesperados. Disculpe, ¿va usted a involucrar a todos sus pacientes? –Creo que deberíamos investigar al grupo. ¿No le parece? –¿Deberíamos? Todos ellos han pasado a ser mis pacientes, de manera que no puedo darle más datos. ¿Me disculpa? –Una sola pregunta más. ¿Ya tuvo acceso al diario de la chica? Usted no se culpa de andar husmeando y escuchando atrás de las puertas. –No complique más las cosas, hágame el favor. Soy psiquiatra. Es todo lo que puedo decirle. No me pida más.
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XL Julio, jueves Fui a buscarlo a la casa. la señora me echó a los empujones. me gritó que yo era una arrastrada más que nada tenia que ver con su hijo. que no lo persiguiera. qué querés loquita, me grito, platasi querés sacarle plata vas muerta porque la plata la tengo yo. me empujó y cerró la puerta. quién se cree. terminé llorando como una estúpida. como siempre dejando que me pasen por arriba sin poder defenderme. necesito verlo aunque sea un rato. sé que siempre va a la villa a buscar falopa. él me contó que ahí tiene buenos amigos. que no vaya a la farmacia de Martín porque lo mata a él y me mata a mí. me tiemblan las manos no tomé las pastillas ninguna siento que el estómago gira y la cabeza me duele desde bajo. no quiero más pastillas necesito pensar con claridad por si vienen a buscarme para irme rápido. ahora duermo con la ropa puesta. lo único que me consuela es estar con él . en dónde estás Tano. en dónde estás Julio. Sábado hoy fui a buscarlo a la villa... se puso bastante fastidioso. no le gustó mucho que anduviera por ahí. estaba con algunos amigos y unas mujeres. empezó a los gritos y me sacó a los empujones. no entiende que no tengo dónde ir y no quiero volver a casa no paró de gritar que ese no era lugar para mí. que no tenía nada que ver con las minas que estaban adentro y que me mantuviera lejos de Martín o él lo iba a mantener lejos por mí. Todavía no entiende que yo quiero estar con él Julio, martes
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me mintió como a todos. siempre mienten. me voy. mi mamá me lo dijo. hoy ahora ya me quiero irrrrrrrrrrrrrrrrrrr. Agosto. lunes Se acabó. Martín me trajo lo que le había pedido a la plaza. me gustó escucharlo hablar. me hizo reír. estábamos yendo para la casa cuando apareció el Tano. se puso como loco. empezó a los gritos en medio del parque. se calmó cuando apareció la policía y Martín se fue corriendo. El Tano fue conmigo hasta casa. me pidió por favor que no lo volviera a ver. que no es buena gente. que tiene un campana en la farmacia. que ese tipo puede meterme en líos. que es un viejo verde de mierda. El Tano es una mierdaAgosto, martes hoy no fui a la plaza. Martín pasó a buscarme por la esquina . no quiero que mi mamá lo vea tomé cocaína. Martín me pidió que no le contara al Tano que él me la había dado. no sé por qué le tiene miedo. pero había otro flaco que le dijo que no podía estar conmigo que se le iba a pudrir todo. que yo era la minita del Tano. ya no soy de nadie. ni de Arias. ni del Tano. ni siquiera de Martín. de nadie. de nadie Agosto, jueves Pasamos toda la noche juntos. total si el Tano no quiere verme. al final Martín me esperaba me esperaba me esperaba y se le dio. estaba tranquila aunque no paré de reírme. vimos unas películas. jugamos a las cartas. tomamos vodka con naranja y a la madrugada no sé qué hora era aparecieron las minitas y otros flacos. me dijo que siempre me había amado. me puse incómoda. después no me acuerdo. cuando llegué a casa mi vieja estaba furiosa. dice que si no me comporto me manda de vuelta a la clínica. puede estar segura que ni muerta me va a meter otra vez ahí adentro. ¿para que? sí lo único que ella quiere es que yo desaparezca de su vida. ahora quiere saber quién es Martín. no se lo voy a decir. Jamás le importó quién iba a ser 93
el padre de mi hijo. qué le importa ahora con quién ando Agosto, sábado me siento mal. la cabeza a veces parece que me va a estallar. no logro calmarme. tengo el cuerpo cansado. no tengo ganas de salir de casa son las dos de la tarde y no puedo levantarme de la cama. allá hay personas que me siguen. están en la plaza cerca de mí a todas horas algunos me compran flores. otros sólo me miran .me quieren matar. cuando camino a casa los veo en la vereda de enfrente. siempre ahí parados mirándome fijo. tengo que tener más cuidado. voy a hablar con Weinstein Agosto, jueves No doy más.
está oscuro otra vez
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XLI Son apenas las siete de la mañana cuando suena la campanilla del teléfono, Villegas hace más de una hora que, como de costumbre, está levantado, sonríe. Después del estrés que le provocan estas “tareas” siempre viene bien un buen descanso, posiblemente Aruba o algún otro lugar del Caribe estará bien. Levanta el tubo, prende la grabadora y escucha. –Hola. . . ¿Villegas? –la voz femenina hoy no es tan firme, contesta con cierta sorna . –Con él habla. –Habíamos quedado en un accidente. . . –Es verdad y fue un accidente –contesta riendo. –No es lo que dice el diario. –¿Qué diario? ¿Qué dice el diario? Léalo y después hablamos. El clic del tubo al colgar lo deja lleno de interrogantes. Sin prisa decide ir por el diario, entreabre los plásticos de la cortina y observa afuera, no nota ninguna presencia extraña, abre la puerta y transita por la vereda rumbo al kiosco. Compra los dos diarios locales y entra a un pequeño café, se sienta y mientras un anciano le limpia la mesa, pelea contra su ansiedad. Relee las páginas deportivas, llega el café, fuerte con crema. Comienza a leer los diferentes títulos de la pagina veintidós de policiales. “Viale no reconoce a los testigos” No. “Secuestran vehículos robados” No. “Robo en casa de cambio”No. “Falsa gestora detenida” No. “Farmacéutico complicado en venta de estupefacientes”. Busca en los títulos más chicos y su atención queda detenida en uno.
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NOVEDAD EN EL CASO ARIAS Las últimas investigaciones conducen a la hipótesis de homicidio, en el caso de la muerte del Dr. Reynaldo Arias, ocurrida en mayo pasado de acuerdo a la opinión del periodista de este medio Fabián Aguirre quien realiza una investigación paralela a la de la policía. La pesquisa abre nuevas incógnitas y complica la carátula del caso en cuestión, hasta ayer: Muerte accidental. De acuerdo a trascendidos se especula que las autoridades proseguirán las averiguaciones. Hay pruebas en poder del citado periodista. La documentación será analizada dentro de los próximos días en el juzgado penal número cinco.
Por instinto mira hacía a los lados y repara que es el único cliente. La nota es apenas un comentario pero lo intriga. Fabián Aguirre. . ., Fabián Aguirre, el nombre comienza a mezclarse en su cabeza con las palabras de su empleadora. Es indudable que ella ha cometido un error y él deberá corregir el rumbo de la investigación para alejar a los sabuesos. Entre dientes, en un murmullo apenas audible repite un par de veces “No me gusta trabajar para mujeres. . . ¡No me gusta trabajar con mujeres!” Busca datos del tal Aguirre. Comienza por la editorial, luego el teléfono, después la promesa de una buena noticia y de a poco desprende las trabas burocráticas que alejan a las personas comunes de aquellos que se consideran importantes. Sonríe ante la ingenuidad de los obstáculos y no tarda en llegar a su objetivo. 96
Tiene sobre su escritorio, la dirección de la casa, el número del teléfono y el de su celular. Compara en Internet los datos en el padrón electoral y consigue informes anexos; números de documentos y patente del automóvil, un Renault Megane del año 2001. “Buena vida para un alcahuete” piensa mientras analiza cómo terminar con la amenaza. Saber que es soltero y que vive solo en el departamento “C” del cuarto piso sobre la avenida Colón al 1900, es sólo un entrenamiento. Colaboran desde el quiosquero en donde compra sus Marlboro hasta el encargado del edificio que desembucha horarios de entrada y salida de los habitantes del edificio. A Villegas la gente le parece a veces tan inocente que siente un raro sentimiento de culpa. “Es como robarle las monedas a un ciego” ha dicho en alguna oportunidad. Luego del almuerzo y de una paciente espera, Aguirre sale del periódico. Villegas lo sigue buena parte de la tarde y los movimientos del otro son transparentes. Una entrevista en una funeraria, tres encuentros con diferentes personas en un mismo café, dos horas de natación en un gimnasio privado y cena por la zona de Alem con una yegua de escote pronunciado y piernas larguísimas. Pasadas las dos de la madrugada lo abandona frente a un Pub de la calle Buenos Aires. Imagina cómo terminará la noche del informante.
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XLII
–Esther, usted me había hablado de un acto de desesperación, habló también de miedo. Miedo ¿a qué, Esther? –Desde que murió Reynaldo no puedo dormir. Cierro los ojos y me parece escuchar su voz, alargada en un grito seco. Es como si me ahogara, pero no lloro. No es que no esté triste, porque lo estoy, usted bien lo sabe. Lo ve, y lo que usted no ve es mi dolor, ni sabe la verdad del accidente. Desde aquel día, tampoco puedo llorar. Reynaldo había hecho que se me secara hasta la sangre. Sabía que lo quería, que podía conmigo, lo que tenía que decir para lograr su propósito, y su propósito siempre era el mismo sacarme plata, mucha plata, para irse de putas, para jugar en mesas de dinero, para vivir a costillas de mi debilidad, de mi estupidez, de mi amor. Ahora puedo ver las cosas con más claridad, y darme cuenta que estar con él era igual que estar parada sobre una ciénaga. Pero las cosas fueron a la manera del destino. Varias veces me había imaginado mi vida sin Reynaldo, y no era vida para mí. Pero estaba equivocada. Míreme doctor. ¿Estoy viva? Sí, liberada de él, de su despotismo. Esa noche el destino quiso hacerme un favor. Estábamos discutiendo, últimamente no hacíamos más que discutir por todo, cualquier cosa lo enfurecía, lo armaba de odio hacia mí. Esa noche fui a buscarlo para aclarar la situación. Estaba ciego de ira…, la pelea se hizo cada vez más violenta… Fue al darse vuelta para bajar cuando tropezó con la alfombra que estaba levantada. Cayó por la escalera y se golpeó la cabeza contra el barral. Tengo que decirle que mi amor también cayó por esa escalera.
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Lo dejé ahí, quieto, y huí despavorida. Mi hijo me había seguido y estaba esperando abajo. Yo, lloraba... Él estaba como loco. Me sacó de allí casi arrastrándome. No le dije nada de la caída. En realidad no le dije nada de nada. Volvimos a casa y me encerré en mi cuarto. No supe que había muerto hasta la mañana siguiente. Ahí empezó el miedo. Siempre tuve miedo de decir esto y que no me creyeran. Ahora por fin voy a descansar sin el peso de mi silencio.
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XLIII Aguirre se puso los anteojos y abrió con ansiedad la carta de Weinstein.
Estimado Sr. Aguirre: No puedo negar que en otra época, ésta no hubiera sido la carta que yo le hubiera escrito. Pero como dijo alguien que ahora no recuerdo, los únicos seres que no cambian son los necios y los muertos. Yo no estoy muerto Lo de necio queda a criterio suyo. Usted sabe bien, soy psiquiatra, y antes que eso soy médico y antes un hombre y más atrás el pibe fanático de Avellaneda a pesar de haber nacido en Flores. Simplemente quiero que comprenda. Ha estado alguna vez en el acto de colación de grado de un médico? Ha escuchado alguna vez el juramento hipocrático? Mire, yo podría describirle una por una y en orden las sensaciones que tuve esa mañana con la corbata haciéndome más fácil el orgullo de tragarme las lágrimas, con los violines de la orquesta agudísimos, con la novia de toda las materias y toda la carrera, acompañándome al lado de mi vieja. Y es casi como un casamiento, no mejor dicho es un compromiso. Mi compromiso, el único que tengo con este mundo y conmigo mismo y con esas personas mal llamadas pacientes. Y que Daniel Massara no es el asesino, y tengo, le confieso, la certeza de quién podría haber 100
sido pero no fue. No fue ninguno de ellos. Usted lo sabe bien, no puedo decirle más, y aunque los psiquiatras por lo general no lo usemos, el guardapolvo me tapa la boca. En ese momento sonó el timbre. Aguirre sabía quién era y no la iba a hacer esperar. Con lo que había leído era suficiente. Se merecía un descanso. Dejó la carta sobre la mesa del living, se acomodó el cabello revuelto, se arregló la camisa dentro del pantalón y se dirigió hacia la puerta.
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XLIV A la mañana bien temprano Villegas estaciona su camioneta a dos cuadras del edificio de apartamentos en donde vive Aguirre. Desde los vidrios espejados y a través de un par de binoculares de alta potencia observa los movimientos. El encargado y una mujer friegan con ahínco las baldosas de la vereda y empapan, a quien se atreva a pasar, con una manguera que el hombre maneja con cierta perversión. A las ocho en punto abre el kiosco, luego el supermercado y el barrio comienza a despertar. Villegas, vestido con un uniforme de correos, mira en un espejo su campera naranja con bordes violetas mientras cuelga de su hombro un carterón de cuero en donde lleva los supuestos mensajes. Ocho y cuarto en punto el Renault asoma su nariz en la vereda. Aguirre puntual parte hacia su trabajo. Villegas vigila que nadie repare en él, baja de la camioneta y comienza a caminar rumbo al lugar prefijado. El encargado y la mujer ya no se encuentran en la vereda, seguro deben estar en los pasillos terminando de limpiar. En el palier no se cruza con ningún vecino. Eso lo tranquiliza. Para evitar encuentros no deseados sube por las escaleras mirando para no chocar con sorpresas, hasta que llega al cuarto piso. Busca la letra”A” y saca una barreta del bolsón. La cerradura apenas se resiste y sin ruido se deshace, con cuidado abre la puerta y la cierra apoyando una silla contra ella. Es un living no muy grande y luminoso, montones de fotografías están colgadas en las paredes, pocos muebles y en un rincón una computadora, a su lado algunos papeles escritos en una letra ilegible. Mira hacía la cocina y con ansiedad se dirige a los papeles. En el momento que sus manos tocan la primera hoja escucha el gemido. Casi paralizado, agudiza su oído. La Luger no serviría de nada en un lugar tan acotado y apenas con un gesto el filoso 102
puñal queda aferrado a su mano. Apoya el bolso con suavidad y casi sin respirar se aproxima a la puerta de la habitación, se agacha para salir de un ángulo de observación lógico y apenas asoma la cabeza por un instante. Eso le sobra para darse cuenta de que el infeliz de Aguirre ha dejado a la pequeña yegua en su dormitorio. Se da cuenta de que todos sus planes se pueden desvanecer si esta estúpida lo ve o Aguirre vuelve por ella. Debe actuar rápido y sin titubear entra en el dormitorio y pone su mano sobre la boca de la pendeja, los ojos se le llenan de terror. –Si te quedas calladita no pasa nada, es un robo, bebé. . . ¿Estás sola? –pregunta tratando de distraerla. Ella se revuelca buscando zafar y los pechos quedan al descubierto–. Bueno, bueno. . . quieta, no te voy a tocar, si te portás bien no te toco –le asegura mientras la cubre con la sábana. Saca la funda de la almohada y le ata las manos a la espalda, luego mete parte de una remera en su boca y con la otra funda la amordaza, luego le ata los pies– Quedate quietita –le dice como si la otra pudiera moverse. La “mina” tiene unas piernas espléndidas. Lástima que se la coja este “chabón”, piensa. Necesita dejar en claro que es un robo. Le afloja la mordaza y pregunta con dureza –¿Dónde está la guita? la caja… ¿dónde está la caja? Ella lo mira sin comprender muy bien qué le está pasando cuando la cachetada le da vuelta la cara –¿Me escuchaste? La guita nena. . . ¿en dónde está? Escucha lo que él ya sabe que va a decir: que ella no sabe nada, que al flaco apenas lo conoce, que no vive ahí, que no le haga nada y se liga otro par de cachetazos por boluda. Debe aprender que después de coger hay que volar. Se ríe para adentro mientras la mira serio y le repite: –Si llego a encontrar una sola moneda y me doy cuenta de que vos lo sabías. . . te degüello hija de puta –luego le recomienda–: Quedate muy calladita, porque si hablás, te abro otra boca en el cuello ¿Me entendés? –al borde del desmayo ella asiente. 103
Revisa el placard, obligado se alza con un par de relojes berretas y cadenas de oro, encuentra unos pesos y desarma toda la habitación. Revisa prenda por prenda pues sabe que la información debe estar en un diskette. Ella lo mira aterrada. –Cerrá los ojos o querés que te los cierre yo –la amenaza. Luego sigue por el living y solo revisa lo que está a distancia de la computadora, ya tiene un plan. Luego de un rato y simulando estar frustrado, le dice agresivo–. Por cierto que debería cojerte. . . ¿Te gustaría? –piensa que no sería nada difícil hacerlo, pero ya no está en los servicios, ahora es un profesional y su objetivo es aterrorizarla para que quede únicamente grabado en su mente que esto es un robo cometido por un zarpado. Pero no. . . . se ríe – ¡Aunque yo sé que te gustaría, no te voy a coger! ¿Y sabés por qué? Porque aquí ¡No hay nada para robar!– y se ríe ¡Y si no hay nada para robar todo esto es basura!– y se ríe – Y la basura se quema ¿Verdad? – pregunta mientras juega con un encendedor al lado de las sábanas. La angustia de ella llega al paroxismo y sus ojos imploran hasta que el desmayo la protege. Es el momento que él ha estado esperando, se dirige al living, revisa los papeles que se encuentran sobre el escritorio. Mientras enciende la computadora, abre los cajones con cuidado y revisa uno por uno, sonríe al advertir que en la pantalla el sistema no le pide contraseña e ingresa en los archivos; no encuentra nada referido a lo que está buscando. Saca un diskette del bolsillo y lo inserta en la CPU, en pocos momentos los virus se encargaran de destrozar las claves de toda la información que el disco rígido de la computadora pudiera tener archivado. Sonríe al encontrar en el segundo cajón del escritorio, la cinta plástica que sostiene el sobre , lo abre. Ansioso lee en los últimos párrafos:
A esto le pongo la firma: el caso Arias fue un accidente. Mucha gente habría querido matarlo, es más con gusto habría ayudado, pero le repito, no fue así. Sé que ha invertido mucho tiempo en 104
tratar de descubrir otra cosa pero creo que es porque usted quería que así fuera. Ahora puede descansar o aburrirse o encontrar otro caso si quiere. No le diré más ¿sabe? Dr. José Weinstein Guarda la nota en su bolsillo y satisfecho da por terminada la tarea. Por las dudas revisa bajo el fondo de los cajones restantes. Nunca se sabe. Se saca el camperón naranja, guarda la ropa en el bolso y saca una chaqueta beige que hace juego con la camisa blanca y los pantalones oscuros. Los zapatos de Boticcelli brillan a pesar de haberlos traqueteado. Baja por el ascensor, el encargado responde a su saludo. Para sus adentros piensa: Sabía que no tenía de qué preocuparme. Villegas camina satisfecho, ha hecho un buen trabajo, ahora ya no quedan excusas. Piensa en Berenice y en continuar conectándose. Sonríe. Es un día claro, “Un día peronista, diría el General”.
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XLV
Para poder ver qué pieza falta, me dije una vez, es necesario observar el rompecabezas desde afuera. Y nada más cierto que esta deducción casi infantil. Ahora todo se ve claro, como al principio. Sí, como al principio. Al final, tanto laburo al pedo. Las piezas se acomodaban solas, encastraban en forma precisa, casi sin esfuerzo... pero dale que va. Vueltas y más vueltas. ¿Ves, Juan? Ahora y desde afuera todo es definitivamente distinto. Observo mis papeles desparramados sobre el escritorio, las grabaciones, las copias de las fichas de Weinstein, el diario de Florencia, los recortes del insoportable Aguirre y encastran. Como antes encastraron también. Aunque falte evidencia, aunque nunca encontremos la carta, ni volvamos a saber de Weinstein. Nadie asesinó a Arias, cualquiera podría haberlo hecho, todos querrían haberlo hecho. Pero no hay ni hubo nunca piezas sueltas. Siempre creí en la justicia y mis manos están libres para acomodarlas. A pesar del desorden, el rompecabezas puede ser rearmado. Así que cerrá el expediente, Juan y hacete cargo. Hacete cargo. Cualquiera puede ahora arriesgarse a entrar en el juego. Todo está sobre la mesa. Aunque la verdad no siempre sea grito, ni siquiera la que uno quiere escuchar.
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Palabras finales ¿Por qué novela experimental? Armand Piece es en realidad el seudónimo utilizado por un grupo de once narradores para configurar esta novela experimental. Ellos son: Mónica Aramendi Vilma Brugueras Élida Correia Edith Ruz de Colombo Alejandro Gómez Verónica González Nancy Lucotti Paula Marrafini Marcela Predieri Guillermina Sanchez Magariños Juan Mauricio Torres La idea surgió como juego/desafío después de haber analizado y discutido la conferencia “Qué es un autor” presentada por Michel Foucault a la Sociedad Francesa de Filosofía en 1969. En dicha conferencia se partió de una formulación de Beckett: “Qué importa quién habla” y por qué la presencia o desaparición del autor se había convertido en tema dominante para la crítica. “La obra que tenía el deber de traer la inmortalidad –afirmaba Foucault- recibe ahora el derecho de matar, de ser asesina de su autor”. Nos gustó la idea y de ella nació la propuesta: escribir una novela experimental (no con múltiples narradores sino con múltiples escritores lo que nos conduciría por consiguiente hacia una enmarañada selva con saltos cualitativos inesperados, variadas posiciones de autor, distintos puntos de vista, desiguales tonos discursivos, secuencias contradictorias, diferentes tiempos narrati109
vos… ¿Inmanejable? Eso parecía pero teníamos frente a nosotros la frase de Goethe: Cualquier cosa que puedas o sueñes hacer, empiézala y nos lanzamos a la aventura entre lícita e blasfema de abordarla; total no tendría reglas ni autor de manera que tampoco habría trasgresión y por lo tanto nunca castigo. Si como dijo Foucault “la escritura se despliega como un juego que infaliblemente va siempre más allá de sus reglas”, nosotros ya estábamos jugando, y la desaparición del nombre propio o de las marcas individuales no era en absoluto trascendente. Este sacrificio sería, para cada uno de los miembros del grupo, voluntario. Teníamos el punto de partida y no una sino once voluntades dispuestas a regir, ordenar, dar forma a los distintos personajes, adecuarlos a las distintas situaciones creadas, y por supuesto el regreso al origen (reunión semanal café, mate o whisky mediante) como punto de confluencia en donde las contradicciones podían discutirse y resolverse. El puzzle se fue troquelando, esto nos llevó un año y medio de trabajo, entonces descubrimos que la pregunta no es quién escribe la obra sino desde dónde se ejerce esta función. La respuesta: desde las distintas capas discursivas que conforman el cuerpo textual de la novela. Y fue así cómo cada uno de los once escritores fue perdiendo su identidad de troquel y adaptándose a la trama que exigía la ficción, borrándose en beneficio del carácter cada vez más sólido de este rompecabezas. Es verdad, por momentos pensamos que sería imposible; tuvimos muchos páginas de descarte y días de desánimo pero también períodos increíblemente fecundos, de trabajo tan intenso que sentíamos que literalmente se nos rompería la cabeza. Pero tuvimos el valor de hacerlo y nos divertimos… mucho. 110
Por eso seguimos con el juego hasta el final, por eso la presentamos asĂ, troquelada, para que Usted, amigo lector, la resuelva y la disfrute tanto como nosotros. De La Palabra -Grupos de Estudio y CreaciĂłn LiterariaMar del Plata, febrero 2004
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PUZZLE Rompecabezas pasatiempo acertijo
misterio
enigma
dificultad juego
fraude
La víctima es una y demasiadas las personas que tienen motivos valederos para ser sospechosos del crimen. Sin embargo en este caso aunque puedan existir varias razones, una sola es la verdad. En este Puzzle en apariencia incompleto existe toda una gama de posibles asesinos. Las piezas van encastrando una a una a través de la historia y arman poco a poco una figura difusa del país y su tiempo, muestran los personajes que lo habitan y nos dan pistas como para desconfiar de todos y cada uno de ellos en la medida que el relato avanza. Existen piezas que se ajustan perfectamente a su lugar y otras que parecen requerir de una tijera para encontrar su sitio. Hace falta paciencia y tenacidad para que un investigador interesado en el caso encuentre los motivos y las pruebas para demostrar el crimen. Las mismas armas que son necesarias para armar un Rompecabezas, aunque a veces sea preferible la ausencia de una pieza para evitar la decepción de ver un rostro o un resultado no deseado. Al menos eso es lo que piensa Juan ante el resultado de su pesquisa.
EDITORIAL MARTIN Colección Delapalabra 2004