Sucedió en Mar del Plata

Page 1

COLECCIÓN DELAPALABRA

EDITORIAL MARTIN


Sucediรณ en Mar del Plata

Sucediรณ en Mar del Plata

1


Sucediรณ en Mar del Plata

NARRADORES MARPLATENSES

Sucediรณ en Mar del Plata

EDITORIAL MARTIN Colecciรณn Delapalabra 3


Diseño de tapa: Gustavo Fogel fogelgustavo@hotmail.com

Colección DELAPALABRA 2005 www.delapalabra.com.ar delapalabra@hotmail.com

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723 de Propiedad Intelectual. Se permite la reproducción de los trabajos siempre que se mencione el autor y la obra.

EDITORIAL MARTIN - 2005 ISBN: 987-543-124-9 IMPRESO EN ARGENTINA

Se terminó de imprimir en el mes de noviembre de 2005 en los talleres gráficos de Multicopy sitos en calle Catamarca 3002 de la ciudad de Mar del Plata.

4


Sucedió en Mar del Plata

PRÓLOGO Se me hace cuento que haya sucedido en Mar del Plata. Que más de quince escritores, de distintas edades, distintas procedencias y distintos estilos, se hayan juntado para entre todos escribir un libro, eso también se me hace cuento. Que lo hayan hecho impulsados por las ganas de ver su obra en un stand de la primera Feria del libro que se hace en la ciudad, también suena a fantasía. Y es mentira, seguro que es mentira, que una editorial se sumó a la patriada de editar poemas, cuentos y relatos que hablan de nosotros, de nuestra gente, de nuestro paisaje, de nuestra historia. Ha de ser ficción -no puede ser otra cosa que ficción- esto de pararse con los pies en la arena, de cara al mar, y ponerse a gritar a los cuatro vientos que en Mar del Plata pasan cosas. Porque si esto hubiera sucedido, si no fuera cuento, fantasía, mentira o ficción, tendríamos que reconocer que estas costas tienen ya una identidad propia. Que escritores, poetas, editores, libreros y gente de la cultura se reconocen en lo “local”. Se piensan y se sienten partes desde un “aquí” que es territorio, pero también es costumbre, pero también es rito, pero también es historia. Celebremos que “Sucedió en Mar del Plata” y no en otro lado del mundo. Marcelo Marán Subsecretario de Cultura del Partido de Gral. Pueyrredón 5


6


Sucedió en Mar del Plata

PLAYA GRANDE por DANIELA RICCIONI

Surfistas soledades en equilibrio que amamantan historias invisibles como pelícanos de azabache se deslizan en secuencia volátil su ballet muere en la playa detrás de la espuma Inalterable la inmensidad se multiplica a sus espaldas La lluvia modela el horizonte con esmaltes acerados Mientras los minutos crujen aguaceros de cristales el sol se mimetiza con disfraz de tormenta Las luces comienzan a flotar en la fosforescencia de la espuma Límite lejano la escollera sur respira el aliento del agua En el morro la imagen de cemento con los brazos en cruz resiste

7


8


Sucediรณ en Mar del Plata

Del Pasado

9


10


Sucedió en Mar del Plata

CIUDAD FELIZ: “LA HISTORIA DEL COCHON ROUGE” por MARTÍN ARREGUI

M

ar del Plata está situada sobre el Océano Atlántico, en la zona Sudeste de la Provincia de Buenos Aires, 38º2 de latitud Sur y 57º39 de longitud Oeste. Disfruta de una extensión de 1453,44 kilómetros cuadrados, alrededor de 145000 hectáreas. La distancia entre la Capital Federal y Mar del Plata es de 404 kilómetros y a la ciudad de La Plata 367 kilómetros. “Dotado de un puerto natural sobre el Océano que lo pone en comunicación directa con el extranjero…, llamado a un gran desenvolvimiento… hay en él un saladero, molino de agua, iglesia de piedra y cal, botica, herrería, zapatería, y otros ramos industriales. Está listo el colegio municipal y 20 casas de piedra, madera y ranchos, ocupados por negocios de diversos géneros… La población que aquí se forme está llamada a ser una de las más felices de la provincia, por su clima y la feracidad del suelo”. Nota al gobernador Mariano Acosta solicitando autorización para fundar un pueblo llamado Mar del Plata. Nombre propuesto por su posterior fundador Patricio Peralta Ramos, 14 de noviembre de 1873. A los pocos meses de aceptarse el pedido de Peralta Ramos, a la lista de comercios se le tuvo que agregar un restaurante francés llamado Cochon Rouge donde la especialidad, como lo dice el nombre, era el lechón. El Cochon Rouge, estaba ubicado en la zona del puerto, donde hoy se encuentra una famosa estación de servicio. El dueño era el señor Henry Blanc y la llegada al balneario se realizó mediante cuatro carrozas con banderas francesas e imágenes pintadas de cerdos endiablados con una pequeña guarnición verde y su característica manzana que los animales usaban de mordaza. Entre los comensales se encontraban Marce11


Martín Arregui

lino Martínez, José Gregorio Lezama, Javier Ortíz, la señorita Cecilia Peralta Ramos, Patricio Peralta Ramos, Ovidio Zubiaurre, Antonio Iglesias y Juan Camet entre otros. Pero con el tiempo el Cochon Rouge fue decayendo; ya el bueno de Henry Blanc había muerto y una generación de hijos criollos tomó el poder de ese prestigioso restaurante, que se convirtió en antro de marinos y prostitutas. Bernardo Blanc era el nuevo dueño o el que se encargaba de emborrachar ingleses y argentinos de igual manera; impresionaba a los franceses con su acento demencial y seducía a cuanta prostituta entraba en el ya decadente Cochon Rouge. Los hombres tirados por la puerta dentro y afuera del establecimiento no asustaban a los pocos vecinos del lugar. La policía por estos lados no pasaba y de a poco esa ciudad que comenzó a crecer dejaba olvidada una parte de su historia. Mar del Plata ostentaba hasta esa época un record absolutamente favorable que era no tener ningún asesinato en su tierra. Las muertes eran naturales o por accidentes. No había robos ni ladrones. Lo que Mar del Plata no contaba era el Cochon Rouge y alrededores donde los asesinatos sobrepasaban la media de cualquier pueblo, los robos y crímenes eran de tal magnitud que ya la gente ignoraba por completo esa porción de tierra contaminada. Los faroles ciegos del puerto no podían ser testigos de estas atrocidades: la red de prostitución y juego que se había formado o el sector de mafias que se instaló ahí. Y hasta no pudieron ser testigos de esa vez que un tal Jack con galera, capa y bastón entró hablando en criollo y los pocos que lo conocieron se alejaron de él como si la peste roja hubiera entrado. Y así los dueños pasaron y el Cochon Rouge fue desapareciendo. Nunca se sabrá en que fecha cerró definitivamente ya que los archivos de la ciudad nunca aceptaron un lugar con ese nombre. Ni los familiares antes nombrados dan como cierto este restaurante. Pero la verdad es que el sitio fue y será el primer lugar que no fue feliz en la ciudad feliz. 12


Sucedió en Mar del Plata

ÚLTIMO VERANO por VILMA BRUGUERAS ucía sobrevive gracias a los pechos de Amancia, mulata que llega al palacete encumbrado de apellidos para llevarse camisas y enaguas, que luego devuelve impecables de blancura y almidón. Un pezón es para Lucía, el otro para Justina, su novena hija, última de una hilera decreciente de muchachitos capaces de ganarse la vida. Después del destete vino la entrega de la mulatita “Para la niña Lucía” dijo Amancia resucitando una costumbre esclavista ya abolida. ¿Un juguete? ¿Una mascota para la niña de la casa? Justina crece diestra en labores de niña rica. Bordados coloridos, filigranas de encajes, pinturas sobre raso salen de sus manos, artistas de salón, junto a confituras de cocina. Crece a un lado y un paso atrás como sombra de Lucía. Educación no. Institutrices, piano y francés no son para criadas. Nunca visita la casa materna. Madre y hermanos viven en un mundo aparte. Allí se pisa tierra, se convive con animales, se busca el agua del arroyo, se plancha al carbón protegiendo las prendas con trapos que ocultan la miseria que ensucia. No es lugar para ella que también usa enaguas de puntillas lavadas por Amancia. Cuando su madre trae los encargues suele cebarle mate con cascarita de limón o darle algún presente que resulta más para guardar que para ser usado. Unos años después de que el tren inaugurase el recorrido Buenos Aires-Mar del Plata, la familia decide no pasar más los veranos en la estancia. A mediados de enero se disponen a disfrutar de su primera temporada de descanso frente al mar. Luego de un largo y cómodo viaje en tren con coches cama llegan a Mar del Plata. Desde la estación de arribo, hasta el recién inaugurado ho-

L

13


Vilma Brugueras

tel Bristol, un carruaje asfixiado de baúles sigue al descapotado en donde la familia, incluida Justina, viajan. Los cascos al trote los acercan a la más bella construcción jamás vista por las adolescentes: Un hotel de dos manzanas se levanta frente al mar. La sombra se aprieta a Lucía para no perderse entre los tres pisos de dormitorios, la pequeña rambla y el otro edificio que recorren; el lujo del comedor rivaliza con los del salón de baile, el de cotillones y el de lectura; el del casino les está vedado. El palaciego hotel constituye el punto de reunión de la elite social. Cuando los veranos en el hotel Bristol comienzan a ser para Lucía carta de presentación, pasarela indispensable como joven casadera, búsqueda del mejor pretendiente para consolidar la fortuna de papá, la sombra, entonces, comienza a quedar relegada, sólo importa su compañía como chaperona, por el qué dirán. A Lucía ya no le interesa ver cómo los hombres de diversas nacionalidades compiten afinando puntería sobre indefensas palomas, o cuál es el caballero que remonta más alto un barrilete; los bailes y las reuniones sociales la mantienen ocupada. Justina se aburre en soledad. A veces se va al salón de lectura del hotel para ver cómo la extraña construcción del chalet Zamboni o deambula por el inmenso comedor. Allí cree sentirse en la nave de una catedral en donde los presentes imparten las más refinadas reglas de etiqueta. Detiene la vista en la gigantesca araña de bronce que preside el lugar, en las luces que producen destellos sobre las joyas de las damas. Otras, camina hasta la playa, para observar a las mujeres ataviadas de vestidos lánguidos y capelinas enormes, cubiertas con velos de gasa para impedir que el sol oscurezca la piel. En el mar se divierten los audaces, hombres y mujeres apenas cubiertos con trajes que sólo ocultan el cuerpo desde cuello hasta las rodillas y no pueden acercarse, salvo si son familia, a menos de treinta metros. El último verano que Justina pasa en Mar del Plata ya se había 14


Sucedió en Mar del Plata

inaugurado la rambla Pellegrini. El nuevo atractivo reúne locales para confiterías, ventas de productos fotográficos, cigarros, flores y joyas. El hotel Bristol ofrece, también, los más divertidos carnavales pasados por agua. Los hombres empapan a las jóvenes de su relación cuando cruzan distraídas el patio. El más entusiasta y osado es el mismo presidente de la Nación, Carlos Pellegrini. Después de arrojarles agua hasta en bañadera, no puede sustraerse de una bien planeada venganza femenina: Varias jóvenes lo atrapan y arrojan su humanidad en la fuente central. Esa temporada se concreta el casamiento de Lucía con un apellido de abolengo. Vendrá después un extenso viaje de bodas por Europa y la instalación de su hogar en la estancia del esposo. Para Justina fue su último verano de joven sombra vestida de rica. Debe volver con su madre. Lucía transita otro camino. Cuando llega al rancho las puntillas de almidón peinan la tierra, los tacos se han torcido desacostumbrados a tanto ripio. La madre sale a recibirla con un enorme atado de ropa para lavar. Sin sorpresa la saluda y se encamina al arroyo. Justina comprende. Arrastrando su baulito entra a cambiarse.

15


16


Sucediรณ en Mar del Plata

De los Bares

17


18


Sucedió en Mar del Plata

LOS TREINTA Y SEIS BILLARES por ELBA TESORIERO

S

ucedió una noche de enero de mil novecientos cuarenta. Mi padre, fue uno de los protagonistas. Mar del Plata era una pujante ciudad de la provincia con una población estable de algo así como cuarenta mil habitantes. Lo que equivale a decir que en invierno no pasaban cosas muy espectaculares. La llegada de un pasajero en tránsito o un viajante, resultaban acontecimientos sólo por el hecho de estar cerca, compartir una mesa, escucharlos contar historias de otros lugares. Como todas las noches papá entró al bar “Los treinta y seis billares” de Constante Menéndez, sito en la esquina cuatro de Belgrano y Mitre, en el conventillo ”La casa de alto”. La casa de alto, tenía un primer piso al que se accedía por una escalera de madera, con una galería cubierta sobre las puertas de las habitaciones de arriba. Albergaba desde el siglo anterior a muchas familias y, hasta mil novecientos doce en que se inauguró la red cloacal, se había surtido de agua con un molino instalado en el patio.1 El bar de Constante, como todos lo llamaban, con su reluciente piso de baldosas blanco y negro, ocupaba la esquina del conventillo. De aquí en más la narración será en primera persona, tal cual la refirió el protagonista en cuestión: —Cerré el almacén más temprano y crucé. El rengo Julián ya estaba sentado con la copa de semillón y el Boby, lanudo y pachorriento tirado debajo de la mesa, donde se acomodaba en las noches de calor. Pensaba hablar con Julián pero no pude porque enseguida llegó el forastero que nos tenía enganchados desde hacía varias noches. Casi sentí alivio de no decir lo que creía porque seguro que Julián y Pico pensaban lo mismo. El tal Acevedo, 1 Dato suministrado por el Sr. Arquitecto Roberto Cova. 19


Elba Tesoriero

que así dijo llamarse, había terminado de vender no sé que baratijas en las tiendas y seguiría viaje. Ésa, era la última oportunidad que teníamos para desquitarnos. La partida se armó algo tarde porque el vasco había tenido mucho trajín con el mateo. El pobre viejo debía aprovechar el verano que parecía ser el último del matungo, que al terminar, se paraba en el bar sudado hasta las verijas. Se contaba que una noche, un mozo, le apostó al viejo a una carrera de dos cuadras; le dio treinta metros de ventaja y le ganó de a pie, a Pico con el matungo, que al bardo, se llamaba “Flecha”. (Pero ésa es otra historia). Pedimos una botella de semillón fresco y Acevedo, que dijo ser de Rosario, una cerveza negra con ingredientes y un mazo de cartas francesas sin usar. Ese era un boliche de Truco, pero el hombre insistió de entrada con el Poker y sin estar convencidos, entramos de cabeza por hacernos los despabilados. El Boby hacía ruido, mordisqueaba. Barajé, el rengo cortó y empezamos. Al principio lo enganchamos lindo al Rosarino, que se había puesto nervioso se ve, porque empezó a darle maníes y papas fritas al perro y cada vez que bajaba la mano, le decía que se dejara de hacer ruido. Era bien tarde cuando pudo rehacerse un poco, pero estaba bastante embromado. El mozo apareció con la escoba molestando adrede. Cuando medio «sgunfios» le dijimos que se dejara de jorobar, se puso a barrer murmurando enfurruñado porque era tarde. Hacía cinco manos que esperaba el as, cuando el tal Acevedo se descolgó con una escalera real mientras nosotros, nos miramos sin entender, o sí. El Rosarino se levantó, cazó la guita, nos dio la mano, porque tenía que madrugar –dijo— y subió apurado a su cupé Ford con la que todas las noches se daba lustre en el boliche. El Boby se desperezó y se fue. El rengo Julián al pararse empezó a trastabillar a las puteadas. Lo que había entretenido al perro era la punta de su pata de palo. Al mirar debajo de la mesa vimos lo que no habíamos querido ver: diez o doce maníes, algunas papas fritas y un “as de pique”.20


Sucedió en Mar del Plata

BAR NACIÓN, donde todos los clientes eran bienvenidos por ELBA TESORIERO o inauguraron los hermanos Bocero en la esquina de Moreno y Dorrego, en los albores de la década del cincuenta en lo que antes había sido el Almacén “La nueva alegría”, cuyo edificio aún existe remodelado. Tenía entonces tres puertas, Una por Moreno, la principal por la Esquina y la tercera por Dorrego y también por ésta calle, un portón de chapa que daba a un patio donde se amontonaban cajones, botellas y todo lo que sobraba. El piso de madera antigua que constituía el techo del sótano tenía las tablas gastadas con rendijas bastante abiertas y cedía blandamente al pisar. Un bar como tantos de la época que reunía a los vecinos para jugar un Truco, un Mus o simplemente a charlar con un vino de por medio. Los parroquianos habituales eran: Manuel Besteiro, de oficio panadero. Gamboa, Antonio Tesoriero, Pajarito Pereyra, Pancho Sabugal, Don Clemente Adamini entre otros. Dos o tres años después el Club Nación, ubicado enfrente, alquiló las instalaciones a la Agencia hípica. La clientela se diversificó y el negocio se hizo floreciente. Se empezó a usar la cocina para algunas minutas y el depósito para acumular mercaderías. Esto dio lugar a “otros clientes” que fueron ganando confianza entre las mesas. Lo que les cuento ocurrió un sábado al mediodía donde lo habitual era el vermouth con maníes y papas fritas o un vaso de vino y las partidas de truco. El ambiente estaba animado con las bromas habituales hasta que un forastero pegó un salto hacia el medio del salón mientras gritaba: — ¡Una rata! ¡Miren que rata!— Efectivamente, debajo de la mesa había una rata de unos quince o veinte centímetros comiendo muy tranquila los maníes del piso. Marcelo, el dueño, se asomó acodán-

L

21


Elba Tesoriero

dose en el mostrador y exclamó —A ver, ¡Ah! Es la más oscura, La Coca, es mansa. La más arisca es La María Luisa. Estos clientes eran tan habituales como los ya nombrados pero con dos raros privilegios, comían debajo de todas las mesas y jamás pagaron la cuenta.-

Nota de la autora: Estas historias formarán parte de un compilado sobre bares emblemáticos de la ciudad, en una época en que poco había para entretener a los vecinos al terminar el trabajo. Si bien no son “grandes anécdotas”, sí es importante la ubicación geográfica, la descripción del edificio, sus propietarios y los nombres de los vecinos del barrio, como homenaje a los protagonistas de “ésos tiempos” en los que todo comenzaba.

22


Sucedió en Mar del Plata

CAFÉ AVENIDA por ALEJANDRO GÓMEZ

L

os primeros días, cuando lo vimos en el local, pensamos que aquel hombre era un albañil que reparaba los destrozos dejados por el anterior inquilino, por llamarlo de alguna manera. El “Topo” que así se autotitulaba el verdulero saliente, resultó que ni era verdulero ni siquiera topo. Cuando la “cana” lo vino a buscar por tráfico, estaba tan “duro” que no atinó a escapar ni a oponer resistencia; subió solo al patrullero y nunca más lo vimos. Al tiempo, un tipo que dijo ser su hermano arrasó con el local en busca vaya uno a saber de qué cosa y por último se conformó con la balanza, el mostrador y algunos estantes. El lugar quedó hecho una porquería y por eso no nos asombramos cuando vimos que lo estaban reparando. Al principio el hombre venía solo, luego lo empezó a acompañar una mujer joven que colaboraba en la refección del lugar. Debido a un verano caluroso y al esfuerzo que ella desplegaba en sus labores, su ropa liviana se pegaba demasiado a sus generosas curvas y nosotros, curiosos, nos fuimos acercando en afán de mirarla más de cerca. Así fue como nos enteramos lo del “Café Avenida – Próxima Apertura”. El salón estaba sobre la Av. Fortunato de la Plaza esquina Talcahuano cuando las laterales aun eran de tierra. Pipo, que así se llamaba el gringo, se instaló con cuatro mesas y la máquina de café. No dábamos cinco guitas por su futuro, pero atraídos por quien lo acompañaba, comenzamos a frecuentarlo y a darnos cuenta que un par de ojos claros detrás de un mostrador, persuadían mucho más que una milanesa con fritas. Aquellas visitas se hicieron frecuentes y no sólo ubicamos el lugar como el punto de parada, sino que Raquel, que así se llamaba la señora, se convir23


Alejandro Gómez

tió en nuestro confesionario y buzón de lamentos e ilusiones. Cualquier razón era válida para poder estar cerca. Ella, advertida, aumentó nuestro interés junto al semicírculo de su escote. En tanto, el gringo ahogaba su inquietud detrás de la caja registradora. Una tarde sobre la llegada del otoño, estacionó una camioneta y cuatro tipos bajaron munidos de grandes piezas de madera y planchas de pizarra oscura. Ese día el café cerró antes del anochecer y a medida que llegábamos, nos quedábamos sin saber que hacer ante la cortina ciega de metal pintada de verde. Desde afuera se escuchaba mucha actividad y nosotros esperamos con expectativa que Raquel acudiera a saciar nuestra incertidumbre, cosa que no hizo. Tejimos algunas conjeturas, pero todas culminaban en la presunta venta del negocio y la ida del matrimonio. Aquella noche nos quedamos como en los viejos tiempos reunidos bajo el farol de la esquina y añoramos estar apoyados en el estaño detrás de una copa, junto a la compañía de aquella figura femenina, fantasía manifiesta de nuestra adolescencia. Sin mucho disimulo a la mañana siguiente y de común acuerdo, acudimos temprano a tomar el café con leche. Fue una sorpresa ver sobre el centro del salón las dos mesas de billar. Los tacos, largos, suavemente barnizados colgados en un mueble adherido a la pared y las tres bolas de marfil sobre el verde paño nos llenaron de entusiasmo. Ese día ninguno acudió al trabajo y el ganador mantenía el turno mientras los perdedores rotábamos, previo pago de una moneda que habilitaba a un nuevo partido. Pasaron un par de meses en que fue un placer jugar y aprender, pero sobre todas las cosas verla a ella inclinada sobre la mesa, concentrada en el juego mientras nosotros, según la ubicación, nos maravillábamos de sus caderas o sus pechos alimentando diversos roedores que nos comían la cabeza. El simple hecho de observarla mientras le ponía tiza a la suela que empuntaba el taco, 24


Sucedió en Mar del Plata

era poco menos que una incitación, y era imposible no sufrir sed con la arena que se formaba en el paladar, tras la sensualidad que se desprendía de sus movimientos. Una noche el gringo anunció la novedad. En una semana Cordelio Griffero, campeón mundial de carambola libre, tres bandas y fantasía vendrían por el “Avenida” a dar una exhibición. Colgó afiches en las vidrieras del bar y a la otra mañana las paredes del barrio estaban atestadas de carteles con la noticia; a cambio de un café algunos de nosotros habíamos colaborado en la pegatina. En ellos se podía leer los países que el susodicho había recorrido, sus triunfos y los méritos que lo precedían; en el centro una foto blanca y negra mostraba a un hombre inclinado sobre una mesa de billar con un taco en su mano. Recuerdo que me impresionó su sonrisa y su peinado a la gomina. Si no hubiera sido porque en letras destacadas decía Cordelio Griffero lo hubiera confundido con la reencarnación del otro, el más grande, Carlitos. Si hasta sus iniciales coincidían con las mismas consonantes. Raquel, habló maravillas del visitante y la vi varias veces mientras observaba pensativa la figura en el papel. Por fin llegó el día de la exhibición y desde la tarde la gente fue ganando un lugar en el salón, nosotros teníamos reserva en primera fila y en tanto llegaba el campeón, jugamos algunos partidos ante la burla de quienes nos rodeaban. A las veinte horas en punto, Cordelio Griffero hizo su entrada en la sala. La presencia de ese hombre de metro noventa concibió tanto respeto que el silencio fue roto al cabo de un instante con un tímido palmoteo que pronto se convirtió en un cerrado aplauso. Raquel desde el mostrador miraba divertida, a su lado el “tano” con un lápiz garabateaba números sobre un papel, en donde de seguro calculaba las ganancias de la noche. Cordelio Griffero vestía un largo sobretodo oscuro y debajo se adivinaba su smoking negro, en su mano portaba un estuche de cuero de donde extrajo tres tacos de billar de distintos colores 25


Alejandro Gómez

y dimensiones. Luego se sacó el abrigo y lo entregó en mano a Raquel con una amplia sonrisa. A partir de ahí la noche fue mágica para aquellos que nos divertía admirar la destreza de un gran jugador de billar. Primero hizo una exhibición de carambola libre donde las bolas parecían guiadas a través de algún elemento psíquico porque nuestros ojos no daban crédito a lo que veían, luego aumentó nuestra admiración al mostrar el juego que realizaba en las tres bandas, en donde la exhibición nos dejó sin aliento ante lo irrealizable de sus efectos. Pero en carambola de fantasía fue por demás la pericia mostrada por ese hombre que a cada momento se agigantaba ante nuestra mirada. El colmo fue verlo realizar una carambola doble jugando entre las dos mesas. La ovación fue espontánea y una lluvia de billetes bañó el paño verde. Era el premio a su trabajo y el público respondía con holgura. Luego, sorpresivamente desafió a la esposa del dueño sabedor de su afición a dicho juego. No sé si decir que nos divertimos, hizo maravillas mientras las bolas quedara en posición favorable para que ella paseara su figura ante la admiración de todos. Era obvio que jugaba para que Raquel se luciera ante los aullidos de la manada. El sortilegio duró algunos minutos y quienes presenciaron el encuentro estoy seguro que no lo olvidaran. Al finalizar, saludó a la dama y le obsequió uno de sus tacos. Luego, impecable como el caballero que era, se puso el abrigo, enfundó los tacos restantes, recogió el dinero y se retiró. Al otro día acudimos temprano al local con la esperanza de encontrarlo, cosa que no sucedió. El lugar semejaba estar empañado de una triste humedad y el humo aun permanecía en él. El gringo arrancaba con rabia los afiches de la vidriera y por su cara era obvio que la exhibición le había dejado una enorme e inesperada pérdida. Desde lejos se adivinaba la ausencia y a nuestro pesar a Raquel no la veríamos más. 26


Sucediรณ en Mar del Plata

De las Plazas

27


28


Sucedió en Mar del Plata

DE LA VIDA EN LA PLAZA por GUSTAVO ARAUJO

E

l señor B está en una plaza grande. La tarde del domingo atenta contra su soledad. Grandes y chicos se esmeran por encontrar un buen lugar. El cielo enmarca sin problemas el sol de primavera. Temperatura perfecta para que descansen camperas, gorros, bufandas y otros abrigos, y exponer al sol algunas partes ocultas durante los largos y oscuros meses invernales. Este clima festivo estimula a la gente a codearse con la vida. Todos lo hacen, pero el señor B no. Está solo. Un visitante curioso mira y se pregunta por qué los juegos de los niños tienen cantos, esquinas y materiales de construcción lo suficientemente rígidos como para desnucar a quien se resbale, y al ver que se juega al fútbol en los prados, por qué se han puesto rosales en lugar de arcos e hileras de plantines de zinnias en vez de líneas de cal. Sería más lógico y menos costoso, le comenta a su mujer que no lo escucha, y más inteligente. La mamá del chiquito que llora luego de ser atropellado por un ciclista duda de la eficiencia de una supuesta área de educación vial, utilizada por pequeños, y no tanto, usuarios de bicicletas y kartings alquilados en una de las calles laterales, elegidos entre las decenas que se aglomeran en las veredas. Los hay rojos, blancos, amarillos, grandes, chicos, medianos, para una, dos o tres personas. El esfuerzo realizado por los conductores en la elección del vehículo deseado, y el desinterés de padres y tutores, se conjugan contra la calidad conductiva y el respeto por las señales viales, las que son ignoradas como en cualquier otra vía de la ciudad. Todo esto puede ser apreciado por el señor B, está ubicado en un sitio de privilegio para hacerlo. Sin embargo no muestra interés. En medio de esta ebullición se ven decenas de parejas. Abun29


Gustavo Araujo

dan las de adolescentes con sus bocas desdibujadas de tanto beso, y también las de pendeviejos imitándolos. Vemos parejas muy parejas y algunas no tanto. Como la flaca y el gordo tomando sol sobre una lona, costillas y rollos al aire, indiferentes a las miradas de una vieja y su viejo que los espían boquiabiertos. Dos yuppies treintañeros se recuperan del trote diario mientras toman su bebida energizante, atienden la casilla de sus micro-celulares y estiran los músculos. Junto al monumento a la Madre, un matrimonio discute porque el hijo llora por una pelota de plástico rojo y blanco que vieron en el quiosco, colgando en una bolsa de red. Rojo y blanco como los colores del club de los amores del padre, que orgulloso quiere cruzar a comprarla. La madre le recuerda que en la casa hay pelotas de todos los colores, de cuero, de plástico, y hasta de trapo. Un par de enamorados pasea en su bici para dos, ajenos al bullicio y al caos del tránsito. Sólo tienen ojos para sus ojos, y el resto del mundo se desmaterializa al ritmo cansino de la bicicleta. El extraño señor B, no se entera de nada. Si usted tiene un momento puedo contarle de la calesita que ahí nomás del señor B ventila su aburrimiento. Está recién pintada, con olor a pintura en sus rincones, brillante y orgullosa en su movimiento renovado. Los pasajeros eternos lucen trajes nuevos. Son cuatro autitos de carrera, seis briosos caballitos de madera, dos elefantes celestes de enormes orejas, dos tigres amarillos con ojos alucinados, una locomotora marrón y un par de modernos biplaza a chorro, inmortalizados en su mejor versión. Hordas de niños suben a unos y otros, se pelean por agarrar la sortija, gritan y saltan sin miramientos ante sus anfitriones ilustres. Los padres, cansados, saludan a cada vuelta como si fuera la última, mientras sostienen copos de algodón de azúcar rosa en una mano, y en la otra llevan camperas, bufandas, golosinas y botellitas medio vacías de agua. Tíos y abuelos se turnan en el esfuerzo. A pesar del barullo, el señor B sigue inmutable. En la esquina sudoeste se escuchan gritos y ruedas raspando 30


Sucedió en Mar del Plata

el cemento, alientos agitados. Si el señor B girara un cuarto de circunferencia su cabeza se percataría del origen de ese rumor susurrante, alternado entre arranques y frenadas. Es el sector dedicado a los skaters, que con sus piruetas y giros causan pánico a los abuelos que pasean con sus nietos por la vereda contigua. A pocos pasos de ahí, si usted lector me acompaña en la recorrida, ya que al señor B no le interesa, puede verse el espacio reservado a las creaciones, sólidas a veces, de las mascotas de los vecinos de la plaza, quienes sin otro interés que el propio, hacen lo posible para decorar el paisaje. Los mercaderes que gastan las veredas y calles de la plaza, ofrecen golosinas, helados, azúcar de algodón, pirulines, café, sándwiches, collares, anillos y baratijas, alentados por los deseos de chiquillos cuya frase mas utilizada es ¿me comprás?, ¿me comprás? Padres, tíos y abuelos cansados de ese eco, son el blanco perfecto. Aunque se quejen porque los chicos piden y piden. Todo ocurre a metros del señor B que no da muestras de enterarse. Una abuela lo mira, le encuentra parecido con alguien, y señala a su nietito el rostro del señor B. El chico, abstraído en descifrar los secretos de los pedales fijos de su karting, la ignora. La abuela se da por vencida mientras ve como el nieto se aleja a más velocidad de la que la artritis reumatoide que le carcome las rodillas le permite perseguirlo. A esta altura usted debe estar interesado en saber por qué el señor B es indiferente a lo que ocurre a su alrededor, igual que yo. Quizás nos saque de la duda una hoja de papel que está a sus pies y que en letras pequeñas de molde, contiene el reglamento de usos y abusos de la plaza “BARTOLOMÉ MITRE”. Leyendo en la sección “DE LAS ESTATUAS” nos encontramos con el inciso 2 del artículo cuarto que dice algo así como: -Las estatuas principales que habitaren la plaza tienen por obligación indelegable la vigilancia impertérrita de lo que sucediere 31


Gustavo Araujo

y dejase de suceder en los terrenos comprendidos en los límites preestablecidos, a los fines concretos de hacer nada. Esta carga pública queda determinada sine qua non por la naturaleza de la existencia de las mismas, y su incumplimiento acarreará las sanciones previstas en el convenio colectivo de trabajo, convenidas entre el gremio de las estatuas, bustos y afines y el ministerio público correspondiente. A saber: fundición, descuartizamiento o destierro en el sótano más húmedo y profundo que hubiese en las dependencias municipales de la ciudad.

32


Sucedió en Mar del Plata

EL ESCONDITE EN LA PLAZA ROCHA por LIDIA B. CASTRO HERNANDO

E

stoy harto! Si. Esa palabra es la que usa papá cuando vuelve del trabajo. También la usa mamá, cuando se sienta a tomar mate y ver la telenovela a las 6 de la tarde. Dice estoy harta de planchar ropa, lavar platos, barrer pisos, coser medias y calzoncillos de todos. Esa palabra se escucha un montón en casa. Ahora la entiendo. Es cuando uno está muy cansado de hacer siempre lo mismo o de que le pasen las mismas cosas. Por eso ¡Estoy harto! Pero esta vez no voy a llorar como siempre cuando me encuentran en las escondidas. Basta... Siempre. Era una palabra muy fea para él. Siempre lo encontraban antes de que pudiera tocar el árbol con la mano. Siempre perdía. Y por eso estaba harto. Esta vez no lo encontrarían, pensó con una insólita determinación para 7 años. Papá dice que el mundo es para los ganadores… Pero me parece que él pierde como yo, porque mamá le grita perdedor cuando viene los domingos de las carreras. Y cuando Candelaria se apoyó contra el árbol de XX de Septiembre y Rivadavia para contar hasta 50, ya tenía planeado lo que haría. Corrió rápidamente hasta la plaza Rocha, abrió la puerta de metal y bajó los 5 escalones que iban al depósito: ese sótano donde antes guardaban la máquina de cortar el césped y las demás herramientas. Ahora estaba vacío: hacía mucho que nadie cuidaba la plaza. La puerta de metal se cerró despacio detrás de él y quedó a oscuras. No tengo miedo. No tengo miedo. ¡Éste es un escondite bárbaro! También es lindo para jugar a los soldados y para guardar la colección de escarabajos. Después decidiría eso. Ahora se sentía contento. Los chicos no lo iban a encontrar ahí y por fin iba a 33


Lidia B. Castro Hernando

ganar. Seis meses después, la policía encontró el cuerpo de Marcelito -el chico desaparecido mientras jugaba con sus amigos- cuando rastrearon por última vez la zona comprendida por la Avenida Luro entre Independencia y San Juan, y lograron abrir la puerta de metal de la plaza, que no tenía picaporte por dentro.

34


Sucediรณ en Mar del Plata

Del Mar

35


36


Sucedió en Mar del Plata

EL BARCO FANTASMA por HÉCTOR SCAGLIONE

D

esde la rotonda de Constitución y el Boulevard Marítimo, un poco más allá de la rompiente de la playa, podían verse todavía los restos oxidados de un buque que había encallado años atrás. Lo que quedaba del viejo casco, carcomido y apocado por la acción implacable del mar, prolongada en el tiempo, que completó su trabajo de destrucción, fue desintegrándose…hasta desaparecer. Al principio, cuando estaba entero era una atracción para turistas y marplatenses que concurrían masivamente para ver cómo el oleaje al chocar contra el casco provocaba surtidores de agua que salían con fuerza por sus grietas. El mar ganaba, lento pero seguro, royendo y agrandando los boquetes, para expulsarlo como si fuera un intruso. La mole de hierros corroídos se reducía a ojos vista. Nadie pensaba que ese buque tenía una historia como todos los viejos barcos que ya no navegan. Había surcado gallardamente los mares del mundo con los tripulantes laborando en sus entrañas como parte de su vida y razón de ser; herramienta de trabajo y también hogar, vibraba en existencia plena que excedía lo inanimado, tenía espíritu. Había sido interdicto por la Justicia, once años atrás, amarrado en el puerto de Mar del Plata y en custodia. Al principio fue cuidado y atendido por personal especializado y con el mantenimiento al día, alistado para zarpar. Pero los años pasaron, la em37


Héctor Scaglione

presa quebró y en el abandono comenzó a ser saqueado sistemáticamente; todos se llevaban algún recuerdo o algo para vender. Quien más quien menos, habíamos pisado sus cubiertas o navegado en él, lo contemplábamos con un dejo de bronca y mucha pena. Al pobre le faltaba todo, pero flotaba, como si recordara su antigua gallardía, no se entregaba, no quería pertenecer al cementerio de buques de la escollera sur, donde había sido confinado. “Marcelina de Ciriza” se llamaba y había sido construido en un astillero de España, como buque pesquero factoría. Había sido, robusto y marinero como pocos, de probadas cualidades en el mar Cantábrico o en el Cabo de Buena Esperanza, notables por su temperamento borrascoso donde había navegado. El 19 de junio de 1991, azotó a Mar del Plata la cola de un huracán que produjo cuatro muertos y decenas de heridos, muchos techos volados y casas precarias destruidas. Esa noche al “Marcelina de Ciriza” se lo veía más imponente que nunca, removiéndose inquieto junto a los demás buques confinados. Cuando arreciaba el temporal cortó amarras y libre al fin, enfiló en dirección al antepuerto, pasó por la embocadura de la salida de la estación marítima, y ya en canal navegó frente a la ciudad, recorriendo su franja costera, sin sufrir varadura alguna. A la altura de Cabo Corrientes, donde el canal apunta al mar abierto, él prefirió continuar recorriendo la costa y demostrar a los que habitábamos la ciudad y a los que por nuestra profesión conocíamos del tema, que él aún era capaz de domar tormentas y, a modo de homenaje, navegó la última singladura con la dignidad de los grandes. Esa noche nadie salió de sus casas, la ciudad era una boca de lobos, los vientos rugientes y las calles a oscuras por los apago38


Sucedió en Mar del Plata

nes. Alguien desde un auto, vio a través de la bruma y la lobreguez de esa noche de locos, el desplazamiento de un buque a oscuras. Creyó ver personas en cubierta y algo así como una luz que titilaba, producida tal vez por el reflejo de las luces de los coches, sobre los vidrios de los ojos de buey que se habían salvado de la rapiña. Este testigo llamó a las radios para que certificaran la novedad. Esa mañana, las noticias de los medios periodísticos, sorprendieron a la gente con la historia del barco fantasma que, ya se podía contemplar a través de la resaca que había dejado el temporal y con el viento helado que seguía soplando del sur. Nunca se pudo dar una explicación racional de lo ocurrido, todas fueron hipótesis y cada cual más descabellada. El barco detuvo su marcha frente a la rotonda de Constitución, al tocar fondo en un bajío cercano a la playa. Ahí quedó, murió de pié como los grandes después de hacer su última navegación, triunfal, solo, ayudado tal vez por los espectros que lo habitaban.

39


Héctor Scaglione

40


Sucedió en Mar del Plata

SEMEJANZAS por NANCY LUCOTTI

A

marrado al muelle exhibe la herrumbre de todas las épocas. El agua balancea al barco, movimiento que deja ver el deterioro del nombre en la proa y hace crujir los hierros. Los últimos rayos de luz llegan al casco a través de la bruma, forman un halo que intima encuentro con el ambiente, mientras un ave después de ensayar gorjeos sobre la borda, apura el vuelo hacia la Escollera Sur. La embarcación ancló su cansancio, agotada por conducir sueños, desafiar tempestades y avistar faros. Frente a ella el marino fija su mirada en la lejanía, cierra un libro de páginas amarillentas de nostalgias, anecdotario de viajes. Toma el bastón, la mano de su nieto y le dice: es tarde, mañana volveremos. Luego murmura por lo bajo, el muelle es mi refugio.

41


Nancy Lucotti

42


Sucedió en Mar del Plata

FELIZ EN EL SILENCIO por MARTA VEGA DE BONIFACIO

L

a oscuridad no era problema, al contrario, la ocultaba. Se sentía fresca, liviana. Su vida era placentera, en un lugar tan agradable, con alimentos a su alcance y toda la libertad del mundo. De pronto esa tranquilidad se vio turbada por sonidos extraños, ondas expansivas que la alcanzaban y la agitaban. Notó a su alrededor algo indefinido, intangible. Vio elementos que se dirigían a ella hasta casi tocarla. Acercarse fue su perdición. Sintió un dolor intenso. Sacudió su cuerpo desesperadamente, quiso alejarse y no pudo. Se sintió elevada velozmente y el temblor se acentuó -¿Hacia dónde la llevaban? Algo grave le estaba pasando, algo muy grave... Sus ojos siempre abiertos, espantados, vieron pies a su alrededor. ¡Eran hombres! Nunca los había visto tan de cerca. -¡Hermosa! -decían -¿Será nuestro día de suerte? Su corazón estallaba pero alcanzó a ver como la colgaban de unos ganchos semejantes a un perchero. Sus ojos se nublaron. En estertores se consumió. Como viniendo de muy lejos, mientras su vida se escurría escuchó: ¡Con esta corvina seguro ganamos el concurso! Y los gritos de Mariano y Jorge, avezados pescadores resonaron por la escollera Norte, hallaron eco en Playa Grande, recorrieron las colinas del golf y se diluyeron acariciando los barcos dispersos en el mar turquesa.-

43


Marta Vega de Bonifacio

44


Sucedió en Mar del Plata

LA TORMENTA por HÉCTOR SCAGLIONE

H

abíamos zarpado desde el puerto de Mar del Plata el 12 de abril de 1990 en el pesquero de altura “Joluma”, rumbo al encuentro de los cardúmenes de merluza, situados a diez horas de navegación. A esta distancia por las noches se percibía el resplandor de las luces de la ciudad y a los tripulantes nos quedaba la sensación de cercanía de nuestros seres queridos, nuestro hogar. El informe meteorológico a los navegantes, daba aviso de temporal, pero mientras las autoridades no tomaran la medida precautoria de cerrar el puerto, los buques de altura continuaban haciéndose a la mar. Al iniciar la jornada laboral, la mañana siguiente, el barómetro bajó líneas en forma pronunciada; había calma chicha absoluta y otras señales del fenómeno climático que se avecinaba. El horizonte no se vislumbraba, cielo y mar igualaban sus tonalidades. El océano como un espejo y los barcos que se observaban en la zona parecían suspendidos, flotando en el espacio en una conocida ilusión óptica. El cielo fulguraba por los relámpagos y el olor a ozono descendía nítido de la alta atmósfera, presagiando la dureza climática que se cernía. El capitán pegado a la radio escuchaba los partes meteorológicos emitidos en forma continua, por Costera Mar del Plata. Ya habían cerrado el puerto cuando los vientos huracanados se desataron con toda su furia. De común acuerdo, los capitanes decidieron suspender las tareas de pesca, sacar las redes del agua y estibarlas; preparar los 45


Héctor Scaglione

buques a son de mar. Amarraron los objetos sueltos y clausuraron herméticamente todas las aberturas al exterior, puertas y escotillas. Los buques comenzaron a tomar distancia rápidamente para ponerse a la capa y evitar el peligro de colisionar entre sí. Todos pensábamos que sería una tormenta pasajera con vientos locales de corta duración, estábamos en pleno mes de abril y no se daban fenómenos de esta naturaleza. Razón por la cual, dos de las embarcaciones de menor porte, “Angelito” y “Amapola” que estaban en la zona no dieron importancia al fenómeno en ciernes y sus capitanes optaron por quedarse y resistir, para no perder la cercanía de los cardúmenes cuando amainase. El comienzo de los vientos fue repentino y con toda su furia. En un par de horas se generaron olas de más de diez metros de altura, que al romper, sobrepasaban las superestructuras de los buques y los golpeaban con violencia. Los tripulantes libres de guardia se refugiaron en sus camarotes y se acomodaron trabajosamente en las literas para no salir despedidos, otros (los menos) prefirieron quedarse en el puente de mando para ver el comportamiento del mar. Ya nadie pensaba que la tormenta fuera a ser de corta duración. Con el correr de las horas empeoró hasta un punto en que el piloto automático no pudo mantener el rumbo y se debió gobernar manualmente. El capitán decidió para tal fin, organizar guardias de timoneles entre la marinería. Anochecía rápidamente y un panorama lúgubre, oscuro como boca de lobo, amedrentaba al más empinado. Las montañas líquidas amenazaban con sepultar la nave y las olas rompían en un tumulto de espuma sobre la cubierta y costados del buque, provocando un ruido atronador. Las toneladas de agua embarcadas barrían la cubierta y escapaban por las bocas de tormenta, sabiamente instaladas. En cada arremetida de mar, el buque quedaba 46


Sucedió en Mar del Plata

sumergido, pero afloraba luego triunfalmente, demostrando sus cualidades marineras. Con cada golpe rogábamos que no se rompieran los parabrisas del puente, o se dañase algún punto vital que comprometiera aún más nuestra relativa seguridad. El tiempo pasaba y las olas eran cada vez mayores, ya de quince metros. Cuando los marineros se declaraban incompetentes para seguir empuñando la rueda de timón, (muchos de ellos, faltos de índole marinera tal vez por deformación del oficio de pescador) y en una reunión de oficiales, el capitán, jefe de máquinas y el primer oficial decidimos timonear por turnos de dos horas para poder mantenernos a la capa. Estábamos completamente solos, aferrados a la rueda de cabillas con la vista clavada en el girocompás y más que ver, percibíamos el rumbo a través de los parabrisas y la pantalla del radar, aunque era imposible detectar a otro buque por los falsos ecos que producía. Las comunicaciones con otras embarcaciones, las hacíamos solamente por VHF, sin soltar la rueda de timón y con el micrófono a la altura de la mano. Dar unos pasos en esas condiciones equivalía a hacer una caminata lunar, terminar estampado contra un mamparo, perder el sentido y dejar el buque sin gobierno. El huracán superaba los 200 km. por hora, generando olas de más de veinte metros. Resonaban en los cables de la arboladura y los mástiles de antenas con un lamento enervante que taladraba los oídos. El chiflete helado se filtraba por todos los resquicios de la superestructura, haciéndonos tiritar de frío. El barco trepaba las gigantescas olas como si escalara montañas, una vez en la cúspide, quedábamos suspendidos… Como volando, la proa y la popa asomaban al vacío y la hélice giraba enloquecida fuera del agua. Luego, en vertiginoso descenso como por un tobogán fantástico orlado de espuma, nos deslizábamos hasta el fondo del seno donde impactaba en tremendo choque 47


Héctor Scaglione

contra la masa líquida y el estruendo retemblaba en el casco que descomponía el agua del mar en millares de gotas que se desparramaban golpeando la superestructura como perdigones, por efecto del viento. El ciclo se repetía sin solución de continuidad. Mareos y vértigo en la boca del estómago, eran amo y señor, pero nos aferrábamos a la rueda de cabillas, sabiendo que de esa acción dependía la vida de todos y con cada golpe de mar pensábamos que sería el último y sobrevendría el desastre. La vista panorámica desde el puente, mostraba el cuadro dantesco, crestas fosforescentes que desprendían espuma de sus penachos por efecto del soplido infernal y las incorporaba a la atmósfera saturada de agua en suspensión lo cuál dificultaba la visión. A nuestro pesar, era un paisaje de rara belleza que domaba nuestro espíritu con un efecto narcótico, y nos convertía en espectadores privilegiados de primera fila, más aún cuando percibíamos que la embarcación se comportaba en forma previsible. En el interior del buque, se sentían los efectos del temporal. Rolidos y cabeceos hacían volar los objetos mal amarrados y que podían convertirse en armas peligrosas, provocar cortaduras o golpes violentos. Los oficiales con nuestra elemental formación en primeros auxilios, debíamos suturar o entablillar. Después de bastante experiencia no nos salía tan mal y los pacientes agradecidos. En nuestro buque, también nuestro universo, solos de toda soledad, como una hoja al viento, la tecnología puesta al servicio del hombre como herramienta, servía de muy poco sometida a tal prueba límite. Los que teníamos la responsabilidad de mantener la nave a flote, debíamos jugarla como una partida de ajedrez, estar muy serenos y no cometer errores. Las tripulaciones de los demás buques estaban en idénticas condiciones, con los efectos del “mal de mar” y con la sensación 48


Sucedió en Mar del Plata

de tragedia que se cernía sobre todos. Yo, como tantos, estaba decidido a pelear hasta el último esfuerzo, era la premisa. Nuestras familias en tierra también luchaban, pero con oraciones, para vernos regresar sanos y salvos. En lo peor de la tormenta la radio salió de su letargo con los primeros pedidos de auxilio. Eran ocho los buques con problemas en máquinas, al embarcar agua por las chimeneas los motores se detuvieron. Al no poder mantener el rumbo y quedar atravesados peligrosamente a merced de las olas, su situación era comprometida. Ningún buque estaba en condiciones de prestar ayuda a otro. Todos en pugna, no teníamos otra disponibilidad. El “Amapola” embarcaba agua y su capitán comenzó emitir pedidos de auxilio. Estaba sin máquinas ni energía eléctrica. Se hundían. El capitán del “Angelito” (del mismo porte) decidió adoptar una actitud heroica; -ayudar al hermano en desgracia-, y optó por tomarlo a remolque, maniobra que implicaba enormes riesgos. Al acercarse las dos naves, quedaron una en la cúspide y la otra el seno de la ola, y comenzaron a subir o bajar en movimientos constantes e imprevisibles, fuera de todo control, hasta que se tocan accidentalmente las dos naves, provocando un rumbo en la obra viva del “Amapola”. Después de varios peligrosos intentos, alcanzaron a pasarle un cable de acero, logro de una verdadera hazaña. Todos seguimos los detalles de esta maniobra a través de las radios, alentándolos para que la suerte los ayude. A los pocos minutos el “Amapola” no pudo controlar la entrada de agua y comenzó a hundirse. El cable de acero del remolque se tensaba sobre las cornamusas a las que estaba amarrado, apretándose cada vez más por efecto de la tensión extrema. 49


Héctor Scaglione

Del “Angelito” trataron de cortarlo con los elementos que tenían, pero no les alcanzó el tiempo. El gran peso del buque siniestrado, en camino a las profundidades, unido firmemente al que le había tendido la mano amiga, se hundía también entre las olas tumultuosas. Después del griterío desgarrador del último instante y que duró una eternidad, se produjo un prolongado silencio, las radios enmudecieron, nadie podía hablar ni salir del estupor. Mutismo general, ofrecido como responso a los que partieron con el ulular del viento como música de fondo, un saludo respetuoso a los que ya no estaban, dejando en su partida un vacío inenarrable. Conocíamos a los tripulantes. Todos hijos de familias marplatenses del puerto, muchos amigos, la mayoría padres de familia o novios a punto de casarse, algunos eran de la banquina chica, hombres de chacotear con todo el mundo, de hacer bromas, de risa fácil. A los que continuábamos en la lucha por mantenernos a flote, pero secos y a resguardo, el sentimiento de culpa nos atenazó el pecho. Seguíamos vivos pero con la impotencia de no haber podido ayudarlos; solo esperábamos que el temporal bajara su fuerza para que pudiéramos ver si habían alcanzado a abordar las balsas salvavidas. Los que no, seguro habrían tenido una muerte rápida y misericordiosa. El viento furioso, siguió bramando como si el Hacedor quisiera demostrarnos quién mandaba y que él hacía su voluntad con todas sus criaturas. Sentíamos un gusto amargo y la pregunta sin respuesta: ¿Si Dios es omnipotente, será justo o compasivo? Al término de mi turno de guardia antes de retirarme a descansar, quise hacer un repaso e inspeccionar los compartimientos del buque, comenzando por popa. Al llegar a la zona del cuarto de la maquinaria del timón, y abrir la puerta estanca, una catarata de agua helada estalló sobre mí y con su fuerza hizo que 50


Sucedió en Mar del Plata

cayera y rebotara contra los mamparos del pasillo. Me incorporé como pude y agarrándome de lo que tenía a mano para no perder el equilibrio, fui a buscar ayuda. – ¡Muchachos, tenemos un compartimiento inundado, levántense a ayudar!-…Por favor… Nada ni mu…Victimas de la desazón y el mareo, muchos con los ojos enrojecidos por el llanto contenido. Estaban en un sopor, como shockeados por la reciente desgracia, tumbados y vestidos en sus literas, alguno con el chaleco salvavidas puesto, parecía no importarles si el buque seguía a flote o no. –¡Levántense, carajo, maricones de mierda!- me enfurecí. Los hombres curtidos por las penosas tareas de la intemperie, se levantaron y fueron incorporándose al pasamanos de baldes, Para achicar el compartimiento inundado. Lo que al principio comenzó con un poco de vergüenza, culminó con un abrazo solidario. A más de uno se nos escapó una lágrima silenciosa en la soledad de los camarotes. Amaneció y la tormenta lentamente comenzó a ceder. Quedando la resaca y el mar de fondo que fue serenándose cerca del mediodía. Dejábamos atrás la noche más larga y triste de nuestras vidas. Todas las embarcaciones nos abocamos a las tareas de búsqueda de los náufragos, sumándose buques patrulleros y aviones de La Armada y Prefectura. Al paso de las horas se perdieron las esperanzas de encontrar sobrevivientes; solo aparecieron las balsas, unas bien armadas y sin ocupantes, otras, no alcanzaron a inflarse y algunos chalecos salvavidas, pero ningún cuerpo. Otra vez el puerto de Mar del Plata amaneció de luto y siguió por muchos días. Los familiares de los náufragos, se resistían a aceptar el fin de la búsqueda y deambulaban lastimosamente por los muelles en busca de alguna esperanza. Solo obtuvieron miradas de conmiseración y un nudo en la garganta como muda res51


Héctor Scaglione

puesta. Están ahí, quedaron para siempre en el inmenso sepulcro marino.

52


Sucedió en Mar del Plata

CARTA ABIERTA por CLAUDIA SAMTER A los enamorados de esta costa, a los pescadores de la mirada larga, a los niños que saben de encuentros mágicos, a quien corresponda:

T

arde de domingo. Mes de los vientos. Este año. Les ruego me ayuden a encontrar a mi compañera y a Juan Morrale. La última vez que los vi fue galopando una tormenta mar adentro, mientras viajábamos en el Adelita. Yo logré salvarme, pero no puedo dejar de pensar en esas aguas profundas y me pregunto qué habrá sido de los otros tripulantes. No debieron salir, la verdad que tenía razón don Oliverio. Los vientos del sudeste no perdonan, pero los muchachos no quisieron perder el día y pensaron que podían capear el mal tiempo una vez más. Al comienzo fue la hamaca de siempre, aferrarse al piso, caminar con las piernas abiertas, de espaldas a la lluvia. Pero al poco tiempo las ráfagas de viento comenzaron a sopapear cada vez más fuerte. Los relámpagos iluminaron la amenazadora danza de crestas gigantes que transformaban el horizonte. Los truenos redoblaban como parche. Hubo que comenzar a recoger las redes. Las telas de los pilotines, no podían parar el agua que invadía la ropa hasta la piel. Comenzaron los gritos, las órdenes nerviosas. Ya no se podía caminar hacia la proa. La cubierta estaba cada vez más patinosa, costaba avanzar. En cuatro patas apilaron los cajones de pescado. Finalmente solo importó la vida. Comenzaron a bajar por la bendita escalerilla chorreando agua. ¡Allí fue! Juan tras53


Claudia Samter

tabilló durante el embate de otra ola. Yo sentí que me despedía. No pude evitarlo, caí a los tumbos ante la mirada incrédula del muchacho. Intentó asirme, pero no pudo; ya nos separaban por lo menos dos peldaños. ¡Fue todo tan rápido! Lo último que vi, fue su cara desencajada, mientras de la boca echaba un insulto. Hoy me siento sola. Y aquí estoy pensando en ellos, olvidada en este estante, con un cartelito pegado en un borde, mientras pasan tediosos los días. Si el pibe sobrevivió, me necesita. Le va a costar mucho reponerme, yo no soy de las comunes, soy alta. Aunque ya tengo bastantes años, siempre le fui muy útil. Un marinero de los buques de altura nos regaló, porque Juan le había hecho una gauchada. ¡Además que va a hacer renga mi compañera! Por eso acudo a Uds., que tienen campanitas en el corazón y saben de la satisfacción de obrar bien. Su familia vive en una casita blanca con techo azul, en el barrio del puerto. Les ruego me devuelvan lo antes posible. Aún tengo mucho por andar. Los saluda atte. Bota Izquierda De Juan

54


Sucediรณ en Mar del Plata

Del Juego

55


56


Sucedió en Mar del Plata

LA CASA DE PIEDRA por MARCELA PREDIERI

E

stá bien, si no con un sándwich a la salida es lo mismo. Pero creamé, es una fija. Yo sé por qué se lo digo. Mire, le sigo contando: yo nací en Mar del Plata, vivíamos justo acá enfrente, en la manzana 115. Sí, la que demolieron. ¿Ve? Por donde está pasando el 523. Mi padre era abogado de Casinos, así que le quedaba bárbaro. Teníamos familia en Buenos Aires, mi abuela y dos tías, y en enero, aprovechando el mes de feria, íbamos siempre para allá con tío Ezequiel. Él también vivía acá, en la loma de Colón, pero tenía una farmacia por la calle Luro, frente a la estación de trenes. Tío Ezequiel era una máquina: trabajaba día y noche. De día, frente al mostrador; de noche era adicto a otro tipo de mesas. ¿Que qué mesas? Todas: las de dinero, las de pocker, de Black Jack, Punto y Banca, los tableros y las barras. Era curador mi tío, sanador de dolores de cabeza, especialista en constipados y cistitis de señoras. Farmacéutico, bah, aunque sin diploma. No se preocupe, yo tengo el remedio para todo mal, decía. Pero era más que un doctor, pensaba yo en esa época. Gracias. Que la fortuna le devuelva más. Si no con un sándwich es lo mismo. Mucho después me di cuenta de que hablaba de otros males: esguinces de la fortuna, mal de amor, maridos celosos, sueños inalcanzables, desconsuelo crónico. Para todos tenía su medicina, la que los mantenía vivos y expectantes por lo menos hasta la semana siguiente. Que una fija para la carrera del sábado, que un numerito para la quiniela, que un hágame caso: primera bola al diecisiete. Sale o sale. Yo vuelvo el domingo, si no puede dígame cuánto y le hago la gauchada. ¿O para qué son los amigos? Mucha gente venía a ver a Don Ezequiel. Don era un título 57


Marcela Predieri

entonces, no cualquiera… Y yo los veía abrazarlo, darle la mano con un ¡Gustazo! ¡Si no fuera por Usted!... o hundírsele en el hombro, agarrarse la cabeza… Y mi tío, siempre tan amable, campechano como pocos, los acompañaba hasta la puerta. No se desanime, vuelva la semana próxima. Ya va a ver… Gracias. Que Dios se lo pague. Tío Ezequiel era un maestro. Sí. Un maestro en jugarse la vida, el sueldo, el reloj y la campera en la primera bola. Pero eso lo entendí muchos años más tarde cuando mi padre murió en un accidente en la vieja Ruta 2. Era doble mano en aquel tiempo, demasiado angosta para el recambio del primero de febrero. A nosotros la Virgen nos puso la mano encima, como decía mi madre. Pobre, mi vieja que nunca había trabajado, tuvo que empezar obligada, pero no quiso ir de dependiente a la farmacia; ella no iba a vivir a costillas de un cuñado; así que el tío la colocó en la inmobiliaria de un amigo en Buenos Aires. Y nos fuimos para allá, un poco apretados, eso sí; hubo que acostumbrarse a la escuela pública y a los viajes en colectivo. ¿Las vacaciones? Si no hubiera sido por el tío Ezequiel, apenas un recuerdo de la infancia. Pero él empezó a traerme a Mar del Plata cada vez que podía. En tren, eso sí, jamás en auto o en micro; condición inamovible de mi madre. Yo tenía que guardar faltas, ni una rata a la escuela, creamé, porque él llegaba allá los viernes pero recién veníamos para Mar del Plata los domingos. Todavía me acuerdo…El tío siempre de traje, el pelo negrísimo y engominado; todo un caballero. Durante el trayecto me compraba una gaseosa o dos; los sándwiches que me preparaba la vieja los dejábamos para cuando llegásemos porque nadie come en pullman. La vuelta siempre era una sorpresa. Algunas veces en El Marplatense, con cena en el comedor y una botellita de buen tinto para él; otras veces de a tres, sentados derechitos en los asientos marrones de la clase turista. A mí no me molestaba porque aunque no tuviéramos ni para un sándwich de salame, nunca faltaba quien 58


Sucedió en Mar del Plata

te pasara un mate con un ¿Gusta, Don? Y ofrézcale al joven, por favor… Gracias. Que Dios le de el doble. Cuando cumplí los quince me trajo a debutar acá, fue en la casita de la Plaza Mitre. ¿No la conoce? A partir de ese día, en la mesa grande de los domingos en la casa de los abuelos, empecé a sentarme a su lado, nunca más con los primos menores. Tengo para él un gran futuro, solía decir mientras me palmeaba el hombro. Todo calculado ¿no?, se reía alguna de las tías. Y no falla ¿no? agregaba otra. Mi madre saltaba como una fiera con un: al chico más te vale que lo dejes tranquilo. Tío Ezequiel me hacía un guiño. Son mujeres… Cómo me hacía reír. ¡Yo me sentía tan hombre! Gracias. Que tenga suerte. Tres años más tuve que esperar para que me trajera a trabajar con él a la Casa de Piedra. Me compró un traje gris y una corbata de seda con un ancla. No me dejó traer mis ahorros. Pero a la salida te toca pagar la cena en la Taberna Baska, me dijo. Es tu primera visita; no falla, ya vas a ver. Y no falló. Negro el 17 en la primera bola segunda mesa a la derecha. Las apuestas no se levantan, indicó. Y no lo hice. Negro el 17… Después fueron el 11, otros tres negros y en seguida pasar a la tercera docena y los ladrillos. El sonido de las fichas me hervía en los oídos y en la cara. Así se hace, sobrino, así se hace… Fueron buenos años. Él me enseñó todos los secretos. Y yo era buen aprendiz. Que tenga fortuna, amigo. Gracias. Al cumplir los veintiuno, mi madre se casó de nuevo. Un tipo insoportable. Yo armé el bolso, largué Bioquímica y me volví para Mar del Plata. El tío me llevó a trabajar a la farmacia. Ahí, claro, tenía que llamarlo Jefe. Que Dios se lo pague. Para esa época alternábamos las venidas al Casino con tardes soleadas en el Hipódromo de Palermo. Y fue ahí mismo, con cincuenta y dos años cumplidos, que conoció a una mujer. Mala yegua. Mala yegua ella y su maldita obsesión feminista de desechar cuanto caballo ganador se cantara como fija. Sólo potran59


Marcela Predieri

cas. Y perdedoras además. Ezequiel estaba loco por ella. Sí, perdido es la palabra, porque fue perdiendo todo: nuestras noches de ruleta, el sueño, el depto, la dignidad, el rolex y la salud. Y a mí también, o casi, porque una noche no pude evitar cantarle la justa y nos fuimos a las manos. No me quedó otra que mudarme. Me fui con la vieja otra vez a Buenos Aires. Gracias. Que tenga suerte. Era mala hembra y no me iba a quedar para verlo mancarse frente a ella. Pero sí lo vi. Primero de a poco, cada vez más flaco, cada vez más amarillos sus dientes de tabaco o de caballo, ya era lo mismo, y por fin, de golpe, a pleno sol de setiembre frente a ella que gritaba como loca poco antes de terminar la cuarta carrera de la Polla de Potrillos. La ambulancia no tardó en llegar pero el corazón le había corcoveado fiero. La mina ni apareció por el entierro, si me permite llamarlo así. El tío había dejado testamento y una carta con su última voluntad: quería ser cremado y que arrojaran sus cenizas en la pista antes de la primera largada de sábado. Ese día era el Gran Premio Polla de Potrancas. Puras yeguas, me dije, y de la muy yegua, nada. Que la fortuna le de el doble… Las burritas se ubicaban ya en los Boxes de Exhibición, recorrían la Redonda para que pudiéramos apreciar su estado físico y realizaban el clásico paseo por la Pista. En ese momento esparcí lo que quedaba de Tío Ezequiel. ¿Será para que te acuerdes de cómo te puede pisotear una pollera? me insinuó un viejo colega. Se me hizo un nudo en la garganta. Y… habrá que creer en los mensajes del otro mundo, le dije con resignación. Siempre me acuerdo que el tío contaba cómo, cuando tenía siete años se le había aparecido en sueños un hermanito muerto de tuberculosis para cantarle el número entero del Gordo de Navidad. Él había corrido a decírselo a su madre pero como no tenían un mango para comprar el billete, con lágrimas en los ojos lo mandó a él mismo con una notita y las monedas hasta lo del almacenero de la esquina que levantaba quiniela. Con 47 terminaba. El número 60


Sucedió en Mar del Plata

salió cantado. Esa noche compraron sidra y al día siguiente fueron todos al cementerio con las calas más grandes. Yo, en realidad, no creía que fuera cierto. Gracias. Que Dios lo bendiga. La cuestión es que las potrancas casi estaban llegando a las gateras cuando se acercó un gordo de pelada brillante: ¿El viejo te dejó alguna fija? Seguro, me reí. Segura, querrá decir, respondió el gordo, qué raro, es una de las mayor sport. Mire, hay que creer o reventar: ahí mismo me di cuenta. No miré, en las Performances del Programa Oficial, en qué puesto había salido esa potranca en las últimas carreras; no miré quién era el Jockey ni pregunté por su entrenador. Corrí hasta las ventanillas ubicadas en las tribunas; podía tramitar apuestas sólo hasta el cierre del sport y faltaba poco. Todo lo que llevaba era la guita para pagar un nicho por cinco años en La Chacarita, que íbamos a llenar con una urna falsa para que mi abuela tuviera dónde ir a llorarle. Muy creyente, la abuela. Aposté a ganador, el operador me entregó el ticket de apuesta. Y no miré más que la largada. Me sumé al aplauso de los amigos trajeados por respeto, y cuando el polvo se arremolinó entre las patas de los animales… al ver cómo las yeguas le pasaban por encima, no puedo negárselo, lloré. Pero no por él, el tío se estaba elevando junto al polvo en medio de la Fiesta Hípica. Era su Gran Premio. Y supe sin que la Comisión de Carreras diera a conocer el resultado oficial, que podía ir hasta la ventanilla y esperar a cobrar. Gracias. Que Dios siempre le dé más. Saqué de la basura la caja de zapatos que había oficiado de coche fúnebre para llevar al Tío hasta su última morada, deseché el tarro ámbar y puse la guita. Una larga fila de amigos se acercó. También el gordo de la pelada brillante. ¡Sigue cantando la justa el viejo! Nos vemos la semana próxima en Mar del Plata ¿sí? No, le respondí. Está bien que el tío me haya heredado la farmacia pero hay que hacer tanto papeleo con todo esto… Nos vemos en un mes o dos. Está bien, pero no te lo gastés todo ¿eh? Que Dios 61


Marcela Predieri

se lo pague. Muy amable. Tenga fe. Me hice cargo del negocio en menos del tiempo pactado. Si a la ceremonia de las cenizas había ido mucha gente, el desfile por la farmacia fue interminable. Mujeres jóvenes que decían que Don Ezequiel era un Santo, ancianos que me preguntaban qué iban a hacer sin Don Ezequiel, y acreedores, docenas de acreedores. Algunos traían pagarés, otros argumentaban préstamos de amigo y los más, cara de matones, a los que pagué sin preguntar. Durante un tiempo seguí con el negocio, levanté quiniela, abracé a las viejas, di préstamos a cambio de sortijas de enlace y alguna que otra pelotudez hasta que apareció la blanca. Y fue que no, sin vueltas. Nadie iba a ensuciar la memoria del tío y yo no me iba a hundir en su memoria, mucho menos. Así que el negocio siguió despachando de aspirinas y antiácidos hasta que volvieron las boletas, las fijas y dos mangos al cuarenta y siete. Años tranquilos, pero nada es para siempre; y la fortuna tampoco es para todos. Muchas gracias. Que tenga suerte. A partir de aquí todo se acelera. En pocos años llegó el Prode, se oficializó la quiniela, y los bingos invadieron la ciudad. Que la inflación, que el dólar, que los saqueos y los pibes que salen a chorear; que el corralito, que el corralón… Y sí, es Argentina. ¿Que cuánto hace de esto? Casi veinte años, tiene razón; pero veinte años no es nada. Además la vida es una apuesta. A veces me pregunto si la mía valió la pena, o la de él… No, Señor, no me dé otra moneda. Ya tengo bastante. Gracias. Hoy entró mucha gente. ¿Me puede hacer una gauchada? Póngame esto al 17 en la primera bola, segunda mesa. Imaginesé, con esta facha no me dejan entrar. Yo lo espero a la salida. O mejor en la Taberna Baska. Sí mejor lo espero allá. No se preocupe, jefe. Es una fija. Invito yo.

62


Sucediรณ en Mar del Plata

Del Amor

63


64


Sucedió en Mar del Plata

LA DAMA DE LA VICTROLA por LUIS N. FABRIZIO

L

a noche de ese sábado era especial para el café Las Dos Américas que peleaba ardorosamente con las confiterías cercanas ubicadas sobre la calle San Martín. Todas habían agregado a sus ofrecimientos, música en vivo ejecutada por conjuntos reducidos, que los concurrentes aceptaban de buen grado como una manera de hacer más llevaderas las horas perdidas frente a un jarro de café. Estas confiterías habían copiado la oferta que ofrecían las instaladas en la Rambla durante los meses de verano donde las presentaciones se hacían preferentemente a la hora del té y en ocasiones después de la cena, con música variada, que incluían piezas del repertorio clásico. Los viernes, sábados y domingos las más ciudadanas se concentraban en la música popular, tangos, algún pasodoble y los primeros fox–trox que se conocían. Por aquellos años, los primeros de la década del treinta, eran contadas, la Jockey Club, en San Martín y Santiago del Estero, la Mar del Plata, en San Luis y San Martín, por años regenteada por el señor Dupetit y se había sumado la Tokio, también en San Martín entre Santa Fe y Santiago del Estero, que comenzaba a perder su individualidad, por que sumaba a los pocos mozos japoneses que quedaban, otros de nacionalidades varias. Las Dos Américas estaba instalada en una calle transversal a San Martín, a pocos metros. Sin el volumen de clientes que tenían las otras y los pocos, de capacidad de gastos más reducida, peleaba por su espacio. Se sospechaba que en habitaciones interiores se ofrecía el juego de cartas, –prohibido– seguramente con la complicidad de quienes debían hacer cumplir la prohibición. Los cálculos que hiciera su propietario buscando la posibili65


Luis N. Fabrizio

dad de agregar también él, música en vivo, terminaban con resultado negativo; así encontró, como una manera de acercarse a los otros ofrecimientos, instalar una victrola, procurando un complemento más atractivo, una dama que atendiera el aparato. Ese sábado se cumplía la primera noche de la novedad. El aparato había sido colocado en el fondo del salón sobre una tarima que lo elevaba por sobre la altura de las mesas. Como una manera de lograr que la música llegara a todo el salón, habían retirado los parlantes que estaban colocados en la parte baja de la victrola y ahora estaban ubicados altos sobre la tarima. El dueño de Las Dos Américas, encomendó a Esteban, un electricista habitué al salón, el trabajo de electricidad que la instalación demandó. Para beneplácito del propietario y del técnico, en las pruebas todo funcionó perfecto. Llegada la hora de iniciar, los hombres sin decirlo, esperaban quién sería la dama que se haría cargo del aparato, detenida la expectativa en sus posibles virtudes anatómicas que seguro habrían primado en el momento de la elección. Los parroquianos –no muchos–, vieron llegar alrededor de las nueve de la noche, a Esteban, junto con una mujer de buen porte, morocha, de facciones agradables, casi finas, con unos ojos cargados de vivacidad, aunque con un dejo de tristeza. La figura se completó cuando, ya sobre la tarima, quedaron a la vista de todos sus esbeltas piernas y una contorneada cadera. Esteban era un personaje especial, acusaba alrededor de treinta y cinco años, en todo caso no alcanzaba los cuarenta. En su profesión era reconocido, pero de la misma manera, era sabido de todos, su adicción a la holgazanería. Escapaba a los compromisos, si el trabajo propuesto le demandaba más de dos días, lo rechazaba. Lo que constituía la gran novedad era su compañera. La curiosidad comenzó sus tareas de investigación y al cabo de pocos 66


Sucedió en Mar del Plata

días la historia fue conocida; ¡y qué historia!, que quedaría en la memoria como la “ victrolera de Las Dos Américas “ Meses atrás, un importante ganadero de la zona de Tandil había conocido las virtudes técnicas de Esteban y lo llevó hasta su campo para que pusiera en funcionamiento un tambo mecánico. Sabedor también de los defectos del hombre que buscara, se ahorró toda clase de exigencias y hasta le ofreció que él se impusiera el horario de trabajo. Comprendía el señor que la tarea era compleja, y se desentendió de establecer condiciones, ni de tiempo ni de dinero. Más aún, consultó con su esposa, y dispusieron que mientras durara su trabajo, Esteban se instalara en una de las habitaciones que la casa principal tenía a disposición de visitantes. En el lugar había otras dependencias. Una, ubicada cerca, donde vivían Ramiro, el colaborador principal del ganadero, junto con su mujer Rosalía, ésta además atendía los quehaceres domésticos de la casa grande: la otra construcción, más alejada, servía de alojamiento a los peones del lugar El primer almuerzo al igual que la cena, Esteban lo compartió con los pocos peones. A la mañana siguiente fue la misma dueña de casa quién se apresuró a disculparse por la falta de atención y quedó establecido que mientras durara su trabajo comería en la casa grande. Esteban advirtió en ese momento que la señora ponía en su propuesta, una gracia especial. Incentivado por el tono de las palabras, se aplicó con clara intención a observar con mayor detenimiento a la mujer. Advirtió que era evidente la diferencia de edad con su marido, algunos cuantos años menos, era fresca, de buenos modales con melena oscura que enmarcaba un rostro agraciado, ojos vivaces que se ofrecían como pícaros. Su vestido no marcaba la línea de su cuerpo, caía sin ajustarse. Esteban ceremonioso, preguntó si el dueño de casa había con67


Luis N. Fabrizio

sentido –¿Cómo cree que haría ésta invitación sin consultarlo? –dijo la mujer. –Le agradezco entonces. Sepa usted lo difícil que me resulta estar lejos de mis amigos, por tanto tiempo. El campo me aplasta –remató. Ese mediodía, enterado de que el señor de la casa no se encontraba, le dijo a Rosalía, que entre otros menesteres, se encargaba de la comida , que prefería comer en la cocina Llegada la hora, la cocinera lo llamó y le indicó su asiento, que correspondía a uno de los dos platos que estaban sobre la mesa. –¿Usted no come? –pregunto el hombre –Sí, éste es mi plato –indicó el otro que estaba sobre uno de los lados –¿Y su marido no come? –Cuando sale con el señor a revisar potreros, llega más tarde Esteban advirtió entonces que estaría solo con la encargada de servicios .Había querido salir de la situación incómoda con la señora de la casa, pero ahora parecía no tener alternativa, se sentó y espero que le llenaran su plato y comenzó a comer. La muchacha llevó la bandeja con la comida al comedor, volvió con la misma bandeja, detrás suyo caminaba la señora de la casa, extrañada preguntó. –¿No le dije que comería con nosotros? Turbado por la pregunta, dijo sin fuerza: –Preferí quedarme aquí. –Entonces yo me quedo con ustedes –replicó la señora. Todo, las palabras y los gestos habían sido adornados por la mujer que con su simpatía, sin inhibiciones, mostraba casi gusto por la situación que creaba. La conversación giró sobre temas sin 68


Sucedió en Mar del Plata

importancia: gustos por las comidas, indagaciones sobre la vida en el campo y en la ciudad. Fueron contestadas por Esteban con cierta reticencia. Aquí mostró la señora, aunque nada explícito, cierto fastidio por la quietud del campo, el alejamiento de la vida social y su esperanza de que, convenciendo a su marido, llegaran a vivir en la ciudad. Costó dar término a la reunión. La diligente Rosalía comenzó a retirar platos y cubiertos de la mesa, invitando a los contertulios a dejar el lugar. Esteban así lo entendió, dejó su asiento y le dijo a su compañera de mesa que volvería a su trabajo. La señora siempre con una sonrisa le dijo: –Esta noche cena con nosotros –así se separaron. Lo sucedido, la mujer, su sonrisa, su afán por resultar agradable y algunas insinuaciones comenzaron a rondar en la cabeza de Esteban mientras trataba de destrabar el complejo sistema que debía poner en funcionamiento. No quería pensar en cosas raras; fresca como era, seguramente la simpatía brotaba naturalmente, nada de raro tenía, ni podía haber otras intenciones como las que él comenzaba a imaginarse. Llegó la hora de la cena, el ganadero estaba presente. La señora no perdió su frescura, siguió con la misma soltura de la mañana, tratando de agradar para hacer amena la reunión, ahora más cuidada en su vestido y su cara con un ligero maquillaje. El electricista había mejorado su aspecto: ropa limpia, afeitado y su cabello bien peinado. Todo el tiempo que duró la cena, la conversación giró en torno al trabajo que se realizaba con el sistema de ordeñe. Tímidamente Esteban insinuó su preocupación por el resultado final. La electricidad se generaba por un sistema de acumuladores y le hacía temer que la fuerza no alcanzara para hacer funcionar el equipo. Esbozó alternativas de solución. El interesado escuchó atentamente y sólo dijo “Veremos, veremos”. La señora Olga, así se llamaba la dueña de casa, ofreció café: los dos hombres aceptaron, y ella se dirigió a la cocina en procu69


Luis N. Fabrizio

ra de la infusión. El señor de la casa se retiró anunciando que volvería rápido. Esteban estaba solo en la sala comedor, miraba la importancia de los elementos que la adornaban y descubría que todos eran de valor y de buen gusto. Apareció la señora con la bandeja, las pequeñas tazas, cafetera y azucarera, las depositó sobre la mesa y comenzó a servir. El primer pocillo fue para Esteban. Él lo recibió, lo posó sobre la mesa y de inmediato la mujer se acercó con la azucarera para que él usara a su gusto, reteniendo la pieza de fina porcelana en sus manos. Ella, parada muy cerca; él sentado debió hacer un movimiento de su cabeza para mirarla a los ojos que estaban allí, brillantes, fijos en su mirada, casi desafiantes, al recibir el recipiente, Esteban tomó con sus dos manos la mano que sostenía la azucarera, y comenzó a escalar por el brazo que quedó inmóvil, como agradeciendo el gesto provocativo. La mujer miró siempre fijo al hombre, acompañando la evidente aceptación, con una sugestiva mueca de sus labios. Se oyeron pasos en los pasillos contiguos. El señor de la casa retornaba a la reunión. Esteban, estremecido sintiendo todavía el calor de la mano, la suavidad de la piel de Olga; ella moviéndose siempre suelta y radiante. El esposo, con signo de cansancio, dio por terminada la cena. Cada uno se encaminó a sus aposentos. Ya en su cama, Esteban trató de ordenar en su mente los momentos recién vividos, pero no encontró razón para tan resuelta actitud de seducción. Era conocida en Esteban su actitud de rechazo por los compromisos. No se sabía de relaciones formales con mujeres Sí ,dicho por él, sentía gusto por frecuentar de tanto en tanto algunas que se ganaban la vida ofreciendo sexo; hasta se murmuró que alguna vez ofició de tutor de una de estas señoras , lo que hacía suponer que la relación le brindaba sus beneficio. Por su parte, la señora Olga se llevó al lecho matrimonial, las sensaciones que 70


Sucedió en Mar del Plata

sintiera en el contacto con el huésped e hizo fuerzas para detener el vuelo de su imaginación. La actividad de la casa se iniciaba bien temprano con los preparativos de la tarea que cada día su dueño planeaba. Luego se marchaba, pasaba por la casa de los peones. Daba órdenes y encabezaba la faena, montando su caballo preferido si ésta así lo requería. La mañana posterior a la tan sugestiva cena, Esteban puso atención para escuchar los movimientos de la casa. Rosalía se movía en la cocina; después escuchó los ruidos que él entendió, pertenecían a las puertas del dormitorio del matrimonio y del baño. Apresurado acomodó su ropa y atisbó el pasillo para cerciorarse de que respondían al andar de Olga. No se equivocó. Agitado, con el corazón apresurando sus latidos, corrió hasta la mujer e intentó un acercamiento, a la espera de un abrazo, quizás un beso. Ella respondió serena: –No, aquí no –dijo con un movimiento de cabeza señalando la cercanía de la cocina y la segura presencia de Rosalía. Rápido, alentado por el "aquí no", le dijo: –La espero en mi pieza. La puerta estará entreabierta –dejó el pasillo y ocupó su lugar. Unos minutos después, la puerta se abrió y Olga quedó plantada, espléndida, resuelta, dentro del dormitorio de Esteban. Hubo titubeos, palabras dichas para no explicar nada, miradas ardientes, llegaron los contactos de las manos, apuraron con sus brazos la comunión de los cuerpos, y la estrecha cama de Esteban los recibió con la resuelta voluntad de dar escape a sus deseos. La situación obligó a que todo fuera rápido. La mujer insinuó dar término al encuentro, y el hombre, todavía sediento, hizo esfuerzos por retenerla, pero fue en vano. El día continuó, cada uno volcado a sus obligaciones. El almuerzo contó esta vez con la presencia del propietario. Los dos amantes de las primeras horas de la mañana trataron de buscar un 71


Luis N. Fabrizio

comportamiento que los liberara de sospechas. Se habló poco... Los días siguientes, buscaron y encontraron la manera de repetir el ardoroso encuentro, cada vez más ardiente, con mayor disposición de la mujer. Ya se acercaba a la semana la estancia del electricista en el lugar; había hecho pruebas del mecanismo con la presencia del dueño, de Ramiro y otros peones. El electricista, insistió con sus sospechas por la falta de capacidad del sistema para un funcionamiento pleno y continuado, pero ya en la cena anunció que terminados algunos detalles, dejaría el establecimiento. Para él la aventura, se terminaba para Olga fue un golpe que no supo disimular. Cuando quedaron solos, la cuestión quedó planteada –¿Te vas y yo qué? –demandó la mujer– Yo aquí no me quedo. – ¿Que pretendés?, Que me quede toda la vida. Mi trabajo terminó– fue la respuesta del hombre. – No. Yo aquí no me quedo. Todo lo que tuvimos estos días, de mi parte fue amor verdadero, y no lo quiero perder –reafirmó la señora. – No sé cómo hacerlo, qué razones hay para que me quede, y si me quedo, quién nos asegura que un día no nos pesquen. Tu marido arma el gran escándalo y nadie puede decir cómo termina todo esto – respondió Esteban... Luego preguntó si estaba resuelta a irse con él. – Sí. No me importa nada, estoy cansada del campo, del desamor, de esconder el deseo de mi cuerpo. Las palabras quedaron silenciadas ante la llegada del señor. La reunión había terminado. El electricista su fue con una tremenda carga, de una magnitud que lo abrumaba. Acostumbrado a rechazar compromisos 72


Sucedió en Mar del Plata

menores, ahora se enfrentaba al cúmulo de obligaciones que surgirían inevitablemente si la mujer insistía en irse con él a vivir juntos. Vivir juntos, ese era el gran dilema. No se veía como hombre de hogar, tampoco sabía como afrontar una vida en común. Los gastos le reclamarían una aplicación estricta a su trabajo, aplicación a la que había siempre rehusado como condición de vida. La mujer le había hablado de amor, pero para él todo había sido un agradable juego... La mujer no consiguió conciliar el sueño. Tiesa sobre el lecho conyugal, para no despertar a su acompañante, en su cabeza elaboró todas las posibilidades imaginables, mientras esperaba el nuevo día para volver sobre el tema con Esteban. Tenía firme la resolución de irse con él. En la mañana siguiente, temprano Esteban se dirigió a su lugar de trabajo. No había ya motivos que atender. Se dedicó a ordenar el lugar, recoger sus herramientas y preparar cómo llevarlas consigo. Sus movimientos eran automáticos, su cabeza estaba concentrada en encontrar cómo salir del dilema que se le presentaba. No advirtió la llegada de Olga quién resuelta, volcó su resolución. –Me voy con vos. Aquí no me quedo. –Vas a abandonar todo esto para vivir con un hombre de trabajo –reflexionó en tren de convencerla. –¿Y esto es vivir? ¿Metida en este campo? Yo me voy – afirmó con más fuerza La conversación terminó con la siguiente propuesta. El se iría el día siguiente, se alojaría en un hotel del pueblo; ella tendría que llegar un días después, y juntos tomarían el tren para volver Mar del Plata. Aceptada la propuesta acordaron que esa noche no cenaría con el matrimonio, con la excusa de salir temprano. Por la tarde arregló sobre el precio de su trabajo, recibió el dinero, reiteró recomendaciones y quedó todo resuelto para su viaje. 73


Luis N. Fabrizio

Lo planeado se cumplió. El tren llevaba a Olga y Esteban a la gran aventura. El no podía disimular su preocupación. Ella nerviosa, gozaba de sus actos. Para llegar a destino debían pasar a Buenos Aires y de allí tomar otro tren a Mar del Plata. Esteban pensaba, “no puedo llevarla a mi cuarto de soltero, al llegar iremos a un hotel, después se verá”. Así se cumplió y la noche los encontró en la habitación de un hotel de alguna categoría, lo que importaba gastos que no estaban calculados. Transcurridos los tres primeros días preguntó por la cuenta, y ese primer monto le produjo pánico, no podría soportarlo por mucho tiempo más. Planteado el problema, la dama accedió con gusto a la propuesta de alquilar una casa o un pequeño departamento, y el hombre se comprometió en el intento. El primer día buscó y tuvo éxito. Había encontrado una pequeña comodidad en la zona del centro, en una casa conocida como la de los “tres zaguanes”. Estos eran iguales, el primero correspondía a la planta baja, el segundo al piso superior, y el tercero se abría a un largo pasillo que conducía a la vivienda elegida, sobre los fondos del terreno. Esteban hizo cuentas del dinero que le restaba, y encontró que el depósito exigido y el mes de alquiler adelantado le consumirían todo cuanto tenía en sus bolsillos. No le restaba nada para equipar mínimamente la casa y aportar para las primeras comidas. El problema tenía la magnitud de un verdadero desastre... No encontró caminos fáciles, ni la paz que pretendía para sus días de despreocupado. El trato con Olga se resintió; las cosas comenzaban a entrar en los caminos de la rutina, y por momentos convocaban a la exasperación. La mujer lo advirtió y le reprochó sus actitudes. Él escapaba a entrar en los detalles, hacerlo reclamaría explicarle sus angustias financieras y la inevitable comparación con la situación anterior de holgura, que el desatino del abandono de su hogar, le provocaba ahora estas estrecheces. 74


Sucedió en Mar del Plata

El dinero se terminaba y la solución urgía, de la misma manera crecía el enojo por haber aceptado esta locura de la mujer. Por la tarde llegó con la noticia de haber convenido el alquiler, y que estaría dedicado a adquirir, por menos lo indispensable para armar la casa de la vida en común. De su pieza de soltero solo llevó un pequeño ropero, una mesa de luz y una desvencijada mesa. Aunque la casa tenía su correspondiente cocina económica, él llevo consigo el calentador Primus. Las novedades suscitadas le dieron cierto aire de satisfacción a Olga, y en ningún momento cayó en la referencia de su vida anterior. Las necesidades no le provocaban inquietudes, sí, sentía que las distancias comenzaban a pronunciarse entre ellos, que los ardorosos encuentros iniciales se teñían de indiferencia. Esteban poco tiempo quedaba en la nueva casa, el dinero no sobraba, casi no lo había, y ella advirtió que el apuro de la huida no le había dejado proveerse de la ropa que tenía en abundancia, menos aún de sus joyas, de las que gozaba. En ese clima de enrarecimiento sobrevino la propuesta para hacer el trabajo de instalación de la victrola en Las Dos Américas. El propietario le explicó que sería una de las primeras de funcionamiento eléctrico, que no tendría manivela ni cuerda y que reclamaba de su idoneidad buscar la manera de extender el sonido a otros rincones del salón, para magnificar el adelanto. – ¿Y quién va atender el aparato?, preguntó el electricista– porque los discos hay que ponerlos en la bandeja y el brazo con la púa hay que bajarlo... –Tengo pensado poner alguna muchacha para esa tarea,– contesto el dueño. – Yo tengo la persona indicada. Va a quedar muy bien – rápido propuso Esteban. Casi eufórico llegó hasta el pequeño departamento y le explicó a Olga su idea. Ella sería la dama de la victrola. Contra las 75


Luis N. Fabrizio

primeras reacciones de duda, terminó por aceptar que la tarea podría significarle manejar algún dinero para sus propios gastos. Así fue como se llegó al sábado inaugural de la música de la fonola en el Café de Las Dos Américas. Habían transcurrido algo más de dos semanas de la experiencia en el café. La mujer cumplía con religiosidad su horario. Los días sábados el horario se alargaba hasta las doce de la noche y en el resto de los días no sobrepasaba a las 22.30. En cada caso la pareja se reunía con un café final y se retiraba a su vivienda. Una noche Esteban, buscó argumentos pocos convincentes y le dijo a la mujer que no la acompañaría, que estaría un tiempo más en el café y que Don Matías, que llevaba su mismo camino, la acompañaría. La propuesta le desagradó. La insistencia de su compañero, le obligó a la aceptación. La distancia era corta. Cuando llegaron a la puerta Don Matías sugirió que la acompañaría por el largo pasillo hasta que entrara en la vivienda. El desagrado se pronunció y ya se agravó cuando el hombre resuelto se metió en la habitación. La sorpresa invadió a Olga y enfrento una sensación de temor y fastidio. – ¿Qué hace?, le demandó al hombre. – Quiero estar con vos– fue la respuesta, e insinuó una provocativa aproximación. – Usted está loco. Hasta aquí llegó. Por favor se va. – No, querida, no me voy –dijo seguro el hombre–. Tranquila, todo está arreglado con Esteban. – ¿Qué arregló Esteban con usted? –Que esta noche pasaríamos un rato juntos, porque sino mañana mismo, los dos van a parar a la calle. El alquiler de la casa, la cama, el colchón y todo lo que hay aquí se compró con mi plata, con la plata que yo le presté, que me la devolvería semana a semana, con intereses y todo, y hasta aquí, no vi un solo peso. 76


Sucedió en Mar del Plata

Así que aflojá. El prestamista –tal era su ocupación–, pasó a los hechos. Puso sus manos fuertes sobre los hombros de la mujer, la obligó a sentarse en una silla, se plantó ante ella, y comenzó a bajar su pantalón. El forcejeo de ella se debilitaba frente a la fuerza del hombre y con asco debió soportar el manoseo. Cuando hubo cumplido con sus deseos, que trató fueran aquellos que nunca la mujer conociera, el hombre se retiró. El llanto brotó como única reacción, había también mucho dolor y por primera vez se dio cuenta de su locura. Así la encontró Esteban. ––Volvé a tu casa, mañana mismo si querés –le dijo. Ahora había indignación, había furia, se sentía desgarrada. Había sido su noche más negra. Consideró la propuesta. Irse, pero, ¿con qué? ¿Cómo? ¿Volver junto a su marido después del escarnio y sobre todo sucia como se sentía? Esteban se levantó temprano y sin decir nada se alejó. La luz del día se filtraba por las ventanas de la vivienda. Cansancio, dolor, indignación, vergüenza, todo se acumulaba sobre el cuerpo de Olga. La claridad le marcó el tiempo de una noche entera desvelada. Sus ojos no soportaban mantener los párpados cerrados, y abiertos se lastimaban con la luz. El lugar era para ella, sólo suyo, el silencio se ofrecía abundante para que su cabeza se envolviera en pensados tejidos de solución. Todos resultaban dolorosos y todos se reducían ante la imposibilidad de ser concretados. Se sentía sin fuerza, sin coraje. En su pecho el dolor se agrandaba porque todo resultaba una absurda aventura. Dentro del desorden de sus ideas, fue acomodando una salida. El plan la obligaría a cumplir como hasta entonces con su participación en las noches de la confitería, seguir atendiendo a la victrola, lograr que nada trasuntara señales de su meditado proyecto. Las relaciones siguieron deterioradas; el electricista, sólo apa77


Luis N. Fabrizio

recía a altas horas de la noche y por vergüenza o por temor escapaba a todo cambio de palabras. De tanto en tanto cubría las necesidades de comida, siempre pobre, insuficiente. Olga cumplía con lo planeado. Todos los días llegaba puntual a la confitería, y ahora ya no esperaba a nadie para marcharse cuando su turno terminaba. Don Matías había reducido su concurrencia, pero no obstante hizo algunos ensayos de acercamiento. El odio en la mirada de la mujer,– por lo menos en público – lo retenía. El temor era que la interceptara en la calle, en la noche y no se equivocó. El intento se hizo, y la amenaza de gritos disuadió al prestamista. Cuando la señora consideró que la primera parte de su plan ya se había cumplido, arremetió con la parte que consideraba clave. Una noche, – hizo cálculos ya se aproximaba al mes de su trabajo–, reunió coraje y le pidió al propietario de la confitería que le adelantara el sueldo. El hombre accedió, ella recibió lo estipulado, trató de guardarlo en el mayor secreto, que por un lado le provocaba temores y por otra cierta satisfacción. Tenía en sus manos la mayor parte de la solución para escapar de lo que se había convertido para ella un infierno. Todavía faltaba un trecho final. La tarde siguiente, con la noche avanzando, Esteban, enfurecido le reclamó el dinero. Se había enterado del pedido de adelanto y exigió la entrega. Argumentando que Matías, el usurero, ya no sólo amenazaba con quitarles la vivienda y los enseres, sino que antes recibiría su merecido, una concebida paliza, a cargo de quienes lo secundaban en la tarea de amedrentar a sus víctimas. La mujer negó tenerlos, pero él revolvió todo lugar donde podía esconder lo que desesperado buscaba...Intuyendo que estaría guardado en la ropa interior de Olga, forcejeó con ella y en un rapto de furia le asentó un fuerte golpe que derrumbó a la mujer y fue a dar con la cara sobre el mismo filo del parante del ropero. Un tajo se abrió sobre su pómulo. Ella quedó sentada en el piso 78


Sucedió en Mar del Plata

junto al mueble. El llanto se mezclaba con la sangre de la herida abierta y caía sobre su enagua en dolorosa mancha. El electricista se fue con el magro botín. Sentada en el piso Olga no encontraba la salida. Cuando entendió que la hora señalaba el momento en el que habitualmente se preparaba para ir a su tarea, acomodó su ropa, lavó las manchas de la sangre sobre su enagua, las secó con la plancha de hierro que calentó sobre el Primus, acomodó lo mejor que pudo su aspecto, cubrió con polvo barato la parte de su cara que ya comenzaba a denotar el morado del golpe, se cubrió con un liviano saco de lana, y como siempre, llegó puntualmente a la confitería de Las Dos Américas. Los parlantes comenzaron a sonar con una amarga letra de tango. Todo mostraba normalidad. Cuando los primeros compases se escucharon, Olga volvió a cubrir su espalda con el liviano abrigo. Indiferente, tratando de no ser vista, encontró la manera de salir del local. En la calle dobló en la esquina de Rivadavia y siguió su marcha como una autómata. Los focos esquineros fueron marcando cada una de las cuadras que debía transitar, llegó hasta el boulevard ancho, subió escalones , se encontró en la soledad invernal de la Rambla, el viento se colaba entre las columnas, luego bajó otros, y comenzó a caminar sobre la arena de la playa. Los tacones de sus zapatos se enterraban, si quitó uno, luego el otro y siguió su marcha. La humedad de la arena mojada le advirtió que se acercaba al agua; siguió. Ya comenzaba a subirle por sus piernas. Caminó. Su mirada se escapó en la espesura de la noche, se perdieron los perfiles. Todo comenzó a no tener límites. Caminó, siguió caminando, empapada por las furias del mar. En la confitería alguien advirtió que la música se repetía una y otra vez en la última parte del surco y buscó a la victrolera, como no estaba, levantó el brazo que sostenía la púa. La confitería de 79


Luis N. Fabrizio

Las Dos Américas, quedó en silencio, los pocos parroquianos no prestaron atención. Aquella noche había terminado con la amarga canción de un tango.

80


Sucedió en Mar del Plata

AUTORRETRATO EN SEPIA por GUSTAVO ORTIZ

D

espués de la guerra nos volvimos todos para mar del plata. francisco nos había dicho que no tenía problemas para quedarnos un tiempo en su casa hasta habituarnos a la ciudad y conseguir algo que pudiésemos llamar nuestro. La verdad es que no tenía muchas opciones, así que le agradecí el gesto y nos vinimos apenas conseguimos un contacto que nos trajera. Antes del mes, la incomodidad era evidente de ambas partes. Francisco se deshacía por atendernos lo mejor posible, y laura y yo tratábamos de actuar de la misma manera, manteniendo bien lejos toda esa angustia para no hacer más pesado un clima que ya tenía un peso enorme. Y bien lejos era un silencio total en las cenas, salvo el ruido de los cubiertos y comentarios sobre la comida. Las nenas se la pasaban mirando el plato, muchas veces se dormían en la silla; entiendo que se protegían como podían de un presente así. De día la cosa no era muy distinta para mí. Levantarme a las cuatro, comprar el diario, hacer colas interminables con infelices como yo buscando algunas migas que nos tirara un sistema que se estaba cayendo a pedazos, aunque los medios pintaran lo contrario: afiches con puras caras sonrientes y enunciados que pregonaban la fuerza de la unidad. No me molestaba el dolor en los huesos de tantas changas pesadas; era algo así como pagar la culpa del que está al frente de una familia sin haber previsto una guerra, un terremoto o una epidemia. A los dos meses, creo que antes, no sé qué pasó. laura me llevó a un café, y ahí me dijo en una charla muy corta que lo sentía mucho, pero que se iba a otro lugar. No quiso entrar en 81


Gustavo Ortíz

detalles y yo no quise insistir en que me los diera. Lo que sí le pedí fue que me dejara ver a las nenas por lo menos una vez a la semana. francisco, así como yo, seguía simulando que no pasaba nada grave, pero no sabía hasta qué punto eso me hacía bien porque de a ratos me venían unas ganas tremendas de abrazarlo y largarme a llorar. Y por lo que podía percibir de él, también; casi siempre tenía los ojos vidriosos. Capaz que ya era un estado permanente, la misma secuela de la guerra; sólo que él lo tenía más digerido que yo, por lo menos me daba esa impresión. Así que, de cinco quedamos dos. Y de dos comidas diarias, apenas una, y a la noche mate y mate en el balconcito, sin hablar mucho más que de cómo estaba el cielo, cómo iban las cosas en el trabajo, y charlas de esas, sin proteínas. laura se había conseguido otro tipo. Lo conocí en una plaza, un domingo que me fui a encontrar con las nenas. Ella se había cortado el pelo y además se lo había teñido. Primero los tres estábamos a la defensiva, pero al rato nos pusimos a hablar de las nenas y nos fuimos aflojando. Lo otro lo dejé para más tarde, para la noche, después de los mates con francisco y después de apagar la radio y el velador. Hubo un período en que perdí la noción del tiempo. Parecía que no había tenido una vida anterior, nada más me dedicaba a cambiar un trabajo por otro hasta que conseguí un puesto de camionero en transportes tunuyán. Después de dejar el camión me iba a un bar a leer el diario y cambiar palabras con alguno. Lo que me daba señal de una vida anterior eran paula y carolina, que cada vez estaban más grandes, más lindas, y más lejos de mí. No sentía que tenía cuarenta y cinco; sentía que cargaba cuarenta y cinco, una correspondencia exacta a mi trabajo. francisco tenía la costumbre de ir a las tanguerías. Varias veces me invitó, pero me excusaba con el cansancio, con que el tango no era para mí y cosas que ninguno de los dos nos creía82


Sucedió en Mar del Plata

mos. Hasta que un día fui, haciendo de cuenta que era para darle el gusto, para no dejarlo solo. Esa noche me quedé en un costado con una cerveza y un platito de maníes, eso fue todo. De a ratos se me aparecía laura a los veintiuno, laura y su vestido de novia, laura con una panza de luna llena. Y francisco, impecable, me dejó con mi cerveza y mis recuerdos y se dedicó a lo suyo. La verdad es que bailaba bien, era algo que no conocía de él, una de tantas cosas. Y lo envidié. Y la envidia trajo otras noches de tanguería, y sin darme cuenta me vi pisándole los pies todo el tiempo a una mujer. Fue la primera vez después de laura, que sostuve una historia entre mis manos de este lado del atlántico. No me acuerdo de todo lo que hablamos esa noche, pero me disculpaba a cada rato por ser tan torpe bailando, a lo que ella, también a cada rato, me contestaba que no era nada, que en esta vida, todo se aprende.

83


Gustavo OrtĂ­z

84


Sucedió en Mar del Plata

SEDUCCIÓN por CLAUDIA SAMTER

D

isfrutaba de un café a media tarde cómodamente sentado en un bar de la calle Güemes. El tráfico pasaba tranquilo, mientras el sol asomaba tímido, confirmación de una primavera que se instalaba en la ciudad. Observé la calle. Frente a la confitería una obra en construcción y junto a ella los negocios. Los papeles que cubrían sus vidrieras caían lentamente, como una piel vieja, para comenzar a vestirse de verano. Desvié la vista. Enfoqué más cerca. Junto a la vidriera dos mujeres jóvenes compartían charla y café. Una hablaba con ademanes graciosos, mientras la otra sonreía divertida. La que llevaba la conversación era una morocha melena enrulada. La otra, una rubia de unos 35 años como su interlocutora, jugueteaba con su cabello lacio, imitando los movimientos que muestran las modelos en la tele. Ambas de cuerpos esbeltos estaban vestidas a la moda. La morocha llevaba un jogging, cuyo pantalón acentuaba largas piernas. La otra tenía una polera al cuerpo clara, que le marcaba unas buenas tetas y un pantalón negro ajustado. De repente la rubia me miró. Debió haberse dado cuenta de que yo las observaba. Simulé buscar algo en un bolsillo de mi campera. Rulitos llevó el jarrito de café a los labios, pero no paraba de mirar a la compañera. Reían y movían seductoras sus cabelleras que brillaban iluminadas por el reflejo del sol. De a ratos me llegaban trozos de su conversación. Oí temas como hijos, colegio, reunión de padres y por supuesto también hubo una crítica para la madre de alguno de los compañeros de la hija de una. La morocha voz cantante, explicaba con énfasis su postura al respecto. 85


Claudia Samter

Llamé al mozo y aboné mi cuenta. Cuando volví a levantar la vista, las dos mujeres estaban mirando la hora y parecían apuradas. Pelitos dorados comenzó a juntar sus cosas, se puso un par de anteojos negros mientras la morocha se levantó a pagar. Cuando pasó junto a mí, me rozó con una mirada entre distraída y seductora. Me tenté, salí atrás de ellas que subieron rápidas a un Ford Escord, color bordeau. Al volante la morocha. Sus cabelleras flotaban ante mis ojos. Subí rápido a mi auto y comencé a seguirlas. A las tres cuadras se detuvieron. Paré a una distancia prudencial. Los ratones ronroneaban. Esas hijas de puta me habían calentado. De repente la bofetada. Fui testigo de un largo y profundo beso. Segundos después la rubia bajó del auto meneándose con celeridad rumbo a su casa.

86


Sucediรณ en Mar del Plata

De la Gente

87


88


Sucedió en Mar del Plata

EL RESUCITADO por BERTA CARRETERO

C

erca del faro de Punta Mogotes, hace treinta y cinco años, funcionaba una clínica maternal con una obstétrica, un médico, administrador, enfermeras, mucamas, cocineras y otros empleados. Se había ido el verano abruptamente y el comienzo del otoño trajo su primer día lluvioso, frío y triste, propio del cambio de estación. El movimiento había sido intenso. Ocho niños venidos al mundo y el médico y el resto del personal se fueron a descansar agotados. A media noche fue llamada la partera. Se internaba una parturienta para tener su quinto niño. Todo iría rápido. Llegó a la clínica. La esperaba Blanca, alguien muy especial para ella. Las contracciones habían comenzado una hora antes. El niño venía de pie. Ya sacaba uno fuera del canal de parto. Llamó al médico que dio una orden mientras llegaba. Anestesien suavemente a la madre y llévenla a la sala de partos, en diez minutos estoy. Blanca presentía que su parto no sería fácil, estaba nerviosa y preocupada. La sala era blanca y reluciente, con olor a desinfectante. Comenzó el diálogo del médico con la enfermera: "Cálceme los guantes. Ya no hay latidos. El niño está muerto. El médico empezó a trabajar. Como un intruso se oía el ruego de la madre, una letanía. ¡Salven a mi nene! ¡Salven a mi nene! El médico dio vuelta al niño dentro del útero, con sus manos, y lo sacó de cabeza. Entregándolo a la partera mandó que no se hicieran maniobras de resucitación. Era imposible saber qué resultados podría traer una hora de anoxia completa pero sin duda las consecuencias serían muy graves para el desarrollo del bebé. 89


Berta Carretero

La partera no hizo caso; comenzó a darle respiración boca a boca, baños de agua caliente y fría, oxígeno y, en especial, un ruego a Dios para que se produjera el milagro. Y el milagro se hizo. El niño exhaló un gemido al que siguió el llanto que anunciaba su vuelta a la vida… con un apodo que lo acompañaría para siempre: el resucitado.

90


Sucedió en Mar del Plata

FANTASMA O GENIO por NANCY LUCOTTI

C

abellera canosa y desprolija, signo de distancia entre proyectos jóvenes atrapados por las arrugas de las manos y la presente década del 50. Mentón de firme contextura que apoya con placer en el extremo del violín. La mirada parpadea sobre partituras dispuestas a cumplir su función, junto al estuche abierto en el paredón playero, simulando atril. Abstraído del entorno, el artista de talla mediana, interpreta con movimientos ágiles y amplios, obras de Beethoven, Strauss y Liszt. Se destaca el vigor de su estilo pero trascienden acordes disonantes que no lo perturban, atribuibles a la infidelidad del engañoso Stradivarius, al choque de las olas contra el Espigón de los Pescadores, al teatro natural sin acústica, hoy Punta Iglesia, ayer Playas Bristol, El Torreón y La Perla, o tal vez, a la falta de maestría del violinista. Mar, arena, sol, brisa y algunos marplatenses intrigados, son los espectadores del concierto, que finaliza con pocos aplausos y unas sonrisas. Tal como se repite a diario el personaje en silencio acondiciona el violín, los papeles, cierra el estuche, roído por el tiempo. Vuelve a abrirlo y guarda con cuidadosa técnica el secreto del genio o fantasma, diseñador de un pasado, responsable de este ahora.

91


Berta Carretero

92


Sucedió en Mar del Plata

REPORTAJE por EDITH RUZ DE COLOMBO

C

uando estudiaba periodismo el profesor Roldan nos dio como trabajo práctico realizar entrevistas a distintas personas que actuaran en la ciudad de Mar del Plata. En la comisión en que yo estaba se barajaron algunos nombres de profesionales, empresarios y docentes. Finalmente yo opté por entrevistar a un conocido medico que ejercía su profesión desde muchos años atrás. Tenía los rudimentos de cómo iniciar el trabajo pero mi inexperiencia era tal que me quitaba el sueño la idea del fracaso. ¿Y si no consiguiera que aceptara mi pedido? Llamé por teléfono al Dr. para concertar la entrevista y le expliqué los motivos de la misma. Muy gentilmente me dijo que no tenía inconveniente pero que debía ir luego del horario de consultorio. Corté loco de alegría. Me empilché como para una fiesta. Controlé el grabador, tomé el cuaderno de apuntes y media hora antes de la fijada me instalé en la sala de espera. Cuando se fue el último paciente me miró sonriendo y campechanamente se dirigió a mí. –Pasá muchacho. Vamos a ver qué condiciones tiene este futuro periodista y qué quiere saber de mí. Con disimulo sequé mi mano en el saco antes de tenderla. Me hizo sentar frente a el y habló con simpleza. –¿Comenzamos? – Sí, sí. ¿Cómo era la ciudad cuando usted llegó? Dado que el tiempo que usted ejerce su profesión en Mar del Plata supongo 93


Edith Ruz de Colombo

que tendrá muchísimas anécdotas para contar. Yo querría conocer alguna de ellas. –Cómo no. Imaginate que yo vine a esta ciudad cuando el asfalto de la avenida Colón llegaba sólo hasta la calle Neuquén. Lo de alrededor era barro. Ni siquiera tierra. ¡Si habré chapaleado por las distintas calles! Tenía que ir con botas. Ahora todo cambió. Los colectivos no llegaban a los suburbios. Algunas veces llegaban los pacientes hasta el consultorio a caballo o en sulky. Finalmente ahora hay más comodidades. Pero antes también se enfermaba la gente y había que ir como se pudiera a atenderla. Muchas veces se quedaba encajada hasta la ambulancia y el único recurso era seguir a pie. Fueron épocas bravas. –¿Recuerda de ese entonces a algún paciente en especial? –A muchos pero te voy a contar lo que me pasó una noche al poco tiempo de instalarme. Te aclaro que yo era joven y sin experiencia. Me vino a buscar un señor en una destartalada camioneta. Según el su hija se estaba muriendo. No hacía más que gritar a raíz de fuertes dolores estomacales. Me dijo: “Yo creo que está envenenada. Comió hongos que habíamos ido a juntar el domingo. Pero nosotros también comimos y no sentimos nada. A lo mejor habría alguno malo. Por favor venga a verla enseguida”. Conocía al matrimonio y a la hija en cuestión. Eran gente de trabajo, rígida y austera, que vivían obsesionados con la educación de la niña. Tomé mi maletín y seguí al desesperado padre hasta los confines de la ciudad. Dejamos atrás asfalto y luces para llegar a la modesta vivienda. Desde la puerta se escuchaban los gritos. Habían acostado a la jovencita en la cama matrimonial para que tuviera mayor comodidad. Me acerqué para revisarla mientras ella se tomaba el vientre con ambas manos. No me quedaron duras sobre el lugar que le dolía. Al quererla revisar sólo respon94


Sucedió en Mar del Plata

día con llantos y quejidos. Me incliné sobre el cuerpo dolorido y al intentar palpar el abdomen observé sobre el mismo una amplia faja de tela que lo comprimía. Que lo había comprimido despiadadamente durante todo el embarazo con la presunción de ocultarlo. Yo mismo quité los alfileres de gancho que la sujetaban. Al hacerlo apareció el vientre voluminoso. Una mancha roja se iba desplazando por la sábana. Le dije a la madre que pusiera a hervir una pava con agua para alejarla del lugar. Al quedar a solas con la paciente pude hablar con claridad. –Está naciendo tu hijo. ¿Tus padres saben algo de esto? –No, no me matarían. –No te van a matar quédate tranquila y hace fuerza. La criatura, que ya tenía afuera la cabecita, completó su llegada al mundo en dos pujos más. Yo, que soy médico clínico no había asistido a ninguna parturienta. Desde que cursara esa especialidad no había estado en ningún parto. Pero no me había dado tiempo para derivarla al hospital. Al entrar la flamante abuela se hizo cargo de la situación. Higienizo al bebé lo envolvió con lo que pudo. Creo que con una sábana doblada mientras lloraba en silencio. Traté de calmarla, completé la atención de la parturienta y como no tenía ya más que hacer decidí retirarme. Recomendándoles previamente. –Vamos a llevarlos al hospital para controlar también al chiquito. Al pasar por la cocina vi al hombre. Serio, desorbitado, con los nudillos blanqueando los puños. Estos se estrellaban una y otra vez sobre la mesa mientras con ronquidos que aparentaban ser voz repetía: –¿Por qué? ¿Por qué? Los acompañé hasta el hospital y ya de regreso agradecí a Dios su ayuda en mi primer y único parto. 95


Edith Ruz de Colombo

Nunca más volví a verlos. Me sentí fascinado por el relato. Aprovechando la buena disposición de mi entrevistado me atreví a preguntarle. – ¿Recuerda algún otro caso que lo conmoviera como éste? – Varios. Pero te voy a contar un caso que más que conmoverme me sorprendió. También ocurrió hace muchos años. Yo atendía a una familia italiana que vivía en el puerto. El hombre era patrón de una barca de pesca. Un mediodía, estaba almorzando cuando sonó el timbre seguido de golpes violentos dados a la puerta de calle. Supuse que era una urgencia. Varias personas sostenían a una mujer a la que reconocí como esposa del pescador. Tenía la cara magullada y a simple vista se le veía un gran chichón en la cabeza. Hice pasar a la señora con un solo acompañante al consultorio. El resto del séquito quedo en la sala de espera. Pregunté que le había pasado y pensé que tal vez en una pelea ella había llevado la peor parte. Al marido lo conocía como un hombre tranquilo y de trabajo pero uno nunca conoce a fondo la intimidad de una familia. Pero no, no era por una pelea. Se había desmayado en la cocina y al caer golpeado contra el piso al cabeza. Nunca le había ocurrido antes un episodio como ése. La habían traído de inmediato y la pobre se disculpaba por no haberse podido cambiar de ropa. Realmente impresionaba verla toda de negro incluido medias y calzones, con la cara amoratada y apuntándome con el chichón. Le hice algunas preguntas que creí en ese momento eran orientadoras para mí. Hasta que la mujer empezó a hablar entre sollozos. Varios días atrás una feroz tormenta había maltratado a Mar del Plata. Muchas de las barcas sucumbieron en el mar. Se había homenajeado a las víctimas arrojando flores desde la costa con la presencia de los deudos de las víctimas y mucha gente solidaria con su dolor. Días después aparecieron restos de las embarcacio96


Sucedió en Mar del Plata

nes y pudieron rescatarse algunos cuerpos. No sólo el puerto estaba de luto. La ciudad toda se conmovió con la tragedia. Habían pasado diez días de este hecho. Asunta, en la cocina lloraba a su marido mientras cocinaba. De repente se abrió la puerta y recontado en el vano apareció Batista. Barbudo, con una expresión indefinida en su rostro, verlo y caer desmayada fue todo uno. El resto de la familia pudo soportarlo mejor. Y él contó lo que le había pasado. Al ver la tormenta navegó mar adentro, luego viró hasta llegar a las costas de Uruguay. Al mejorar el tiempo no tuvo inconvenientes para volver al puerto de Mar del Plata. No se le ocurrió avisar o que avisaran desde el país vecino que estaba a salvo. Lo había considerado una rutina de su trabajo. . Felizmente Asunta se recuperó de su traumatismo craneano aunque no sé si del emocional. –Espero que te sirva para tu trabajo práctico este material. Y que me informes si te aprobaron o no. –Muchas gracias doctor. Y se me ocurre que con todo lo vivido durante estos últimos treinta años usted bien podría escribir un libro. ¿Qué le parece la idea?

97


Edith Ruz de Colombo

98


Sucedió en Mar del Plata

PRÓLOGO BELICOSO (O BELIGERANTE) AL LIBRO “EL CANTO DE LA MUJEROSA” DE RENÉ VILLAR Por Aldo Orso por GUSTAVO OLAIZ

T

ranscribiré aquí, a modo de advertencia a los incautos que han adquirido el libro “El canto de la mujerosa” de René Villar, la conferencia que el Profesor Aldo Orso dio en el Centro Cultural La Rada (Jujuy 1673 MDP) en marzo del 2004. El profesor tituló la charla como Crítica no autorizada sobre la voz poética de René Villar (o algo parecido). Y dijo lo siguiente: Se podría decir que es un poeta cuya voz alerta sobre lo cotidiano de la singularidad de la existencia humana pero sería estar inventando mucho. «Poeta maldito» contemporáneo, aunque algunos dicen lo contrario, que es un «maldito poeta». Es un poeta sub-realista. Desestructuralista. Desestabilizador. Descontracturante. Analgésico. Su poesía hiere, pero no afecta la capa de ozono. En otras épocas podría haber sido un Chamán, un brujo o a lo sumo Sumo Sacerdote. El mexicano Héctor Hermosillo lo expresó muy bien en su libro «Diego Rivera y su Frida sufrida» Editorial Popocatépetl edición de bolsillotl: «El arte es 90% de transpiración y un 10% de elaborado plagio». René Villar es un orfebre de la palabra hurtada, de la metáfora sustraída. Luego ante las risas del escaso público presente su disertación adquiere un tono didáctico: 99


Gistavo Olaiz

Veo que la pronunciación de las palabras náhuatl1 provoca risas. Pero esa hilaridad es hija de la ignorancia. El idioma náhuatl tiene esa terminación, ese sufijo “TL” presente en muchas palabras (sustantivos): la serpiente emplumada quetzalcoátl, el pájaro quetzal y coátl la serpiente. Popoca: humo y tépetl: cerro, o sea es un volcán. O aquella recordada salamandra del cuento de Cortázar el axolotl, otros términos como el chocolatl, el tomatl, el coyotl, el merthiolatl, etc. Hay otras palabras también difíciles como el dios Huitzilopóchtli (significa Colibrí azul a la izquierda), el dios de la lluvia Tláloc (significa Caballeros al fondo a la derecha), Tlaxcála (Lugar de pan de maíz), Tenochtítlan (significa El tunal divino donde está Mexítli, y a su vez Mexítli significa El ombligo de la luna). Algunos estudiosos suponen que el motivo de las crueles y sanguinarias costumbres aztecas se debían a resentimientos, broncas y odios causados por el aprendizaje de tan complicado idioma en la niñez. Los aborígenes cortaban el interior de los cactus y usaban esa sustancia húmeda para impregnar su lengua que sufría terribles calambres al pronunciar estas palabrejas. Seguimos con Aldo Orso: En cuanto a la acusación de plagio sobre René Villar aquí tenemos un poema de ejemplo; el poema que leeremos a continuación René Villar lo incluiría en un volumen dedicado a aquel monje hereje, quemado en la hoguera que proclamaba la pluralidad de los mundos. De publicarse el libro su título tentativo sería “No me peguen, soy Giordano Bruno”. Leo el poema: Dichoso el árbol que es apenas sensitivo de angelicales ceras y labores 1 Se ha puesto acentos para mostrar la pronunciación probable náhuatl (palabras graves mayormente).

100


Sucedió en Mar del Plata

no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo como los enamorados labradores A las cinco de la tarde A las cinco en punto de la tarde en un vaso olvidado se desmaya una flor Dice el pensador y filósofo local Vicente Ciano2 «Lo vreve si vueno da vronca». El ejemplo es demostrativo. Entonces aquí el profesor se vuelve confidente: “Cierta vez estando en la Biblioteca Juventud Moderna escuché a René leer un poema muy hermoso. Cuando terminó le pregunté si era suyo. Quedó pensativo un momento y luego respondió: - Mmm. Todavía no.” 3 Sigue Aldo Orso: Como diría Samuel Johnson4 (de Johnson & Johnson) la poesía de René Villar es buena y es original. Lamentablemente las partes buenas no son originales y las partes originales no son buenas. La profesora Tamara Amador de Amoroso (Tamara o Tamase) en su libro «¿Qués la poesía? La poesía sos vos chabón» Editorial Alfaalfa Tapas rústicas… y feas, dice que todos llevamos la poesía adentro. Así mi visión es que René Villar exuda poesía, suda poesía. ¡¡Vomita poesía!! Su poesía no discrimina: se encuentra igual en los cenáculos más prestigiosos o entre los toscos albañiles o los paseadores de perros, en ambos ámbitos es desubicada. Su voz descubre lo intransferible, su obra roza lo inasible (por eso sólo lo roza), se sumerge en las vastedades del inconsciente, de lo lúdico, de lo lúcido y de lo lucido. 2 Periodista y conductor de Mar del Plata. Para hablar usa la “v” y no la “b”. 3 Esta anécdota de plagio es un plagio. No recuerdo el autor, humorista gráfico. 4 Poeta, ensayista y crítico inglés. Siglo XVIII

101


Gistavo Olaiz

Se internó en la poesía concreta. Creó un recordado poema que intenta desprenderse del tiempo y del espacio. Mejor dicho lo recordado es sólo el título del poema; “El agujero negro”. René en su máquina de escribir tecleó la 1º letra de su poema luego retrocedió al mismo lugar y tecleó la 2º letra de la 1º palabra del 1º verso de su poema en el mismo lugar de la anterior. Otra vez retroceso y la 3º letra de la 1º palabra del 1º verso del poema. Así, cada letra de cada palabra de cada verso del poema. El resultado, el poema ocupando el mismo punto del espacio. Era un borrón negro en el centro de la hoja en el mejor de los casos, en otros un agujero. Pero esto no era todo, hete aquí que René pretendía que debía ser leído en simultáneo, cada palabra, cada sílaba debían ser pronunciadas en el mismo instante, y el poema no transcurriría en el tiempo. Se necesitaría un coro para que cada boca pronunciara una sílaba. Por eso lo único recordado es el título del poema. René es retórica del absurdo, expresión subjetiva de lo innombrable, lo sentido y lo sinsentido, teología demencial de la escarcha. Sören Kierkegaard decía que la originalidad nace de la angustia. Podemos afirmar que René es un ser muy tranquilo. Contemporáneo del celular, de la globalización, de los fundamentalistas, de los trapitos, de los «todo x dos pesos». Voz poética urticante como la sal que cae sobre la inmaculada babosa, punzante como chinche olvidada camino al retrete. En un futuro todos los poetas argentinos serán como René (así de flacos muertos de hambre), pero no estaremos allí para comprobarlo...

Nota: Así como Aldo Orso no existe René Villar sí. Y carece de los defectos que le atribuye Aldo Orso. Poeta y creador de la Fundación de Poetas entidad que ha organizado alrededor de veinte encuentros nacionales de poesía y narrativa en todo el país. Y que últimamente llevó a cabo el primer Congreso de Poesía de Argentina.

102


Sucedió en Mar del Plata

EL CITRÖEN NARANJA por RICARDO MARTIN

C

he, te llevo ¿querés? –No, dejá, no te molestés, yo vivo por la loma y te vas a desviar mucho, gracias. –Pero no seas gilún. Vamos. No me cuesta nada. Además aprovecho y le llevo pan de El Condor a mi vieja, que le encanta. –Bueno. Dale. Eran las siete de la tarde de un día frío de junio. Estaba oscuro y Marcelo se sintió reconfortado por no tener que tomar el ómnibus que lo llevara al centro para luego esperar el 571 que lo dejaría en su casa, cargando libros y el viejo Geloso, que había llevado a clase para grabar al profesor. El 3CV estaba estacionado en la vereda de la facultad, justo donde, meses atrás, había muerto un joven policía al abrir la puerta de un vehículo “sospechoso” que resultó tener una bomba “cazabobos”. Las manchas oscuras en la pared recordaban la barbarie. Tomaron Juan B. Justo hasta San Juan y doblaron. Al llegar a la altura del Colegio de la Unión del Sur vieron en la oscuridad, un grupo de personas y varios automóviles en fila. –Cagamos –dijo Daniel–. Un procedimiento. Marcelo, indiferente, le preguntó: –¿Tenés los documentos? –Sí. –Entonces no te preocupes. –¡Bajen del auto! –gritó un gordo vestido de verde apuntando con su fusil. –Está bien, está bien –dijo Marcelo, algo molesto por la pre–

103


Ricardo Martin

potencia del zumbo. –¡Levanten las manos y apóyenlas en el techo! –gritó nuevamente con aire de superioridad. Al momento, otro suboficial revisaba el interior del Citröen. Cuando abrió el baúl, se encontró con el grabador de Marcelo y unos libros: “Transmisión de la Información” se titulaba el primero que vio. Con cara desencajada, amartilló su mauser y les apuntó ordenándoles que se tiraran al suelo. Sin entender nada, los chicos obedecieron mientras escuchaban al suboficial decirle al otro, al gordo: –¡Son subversivos, vea mi sargento, tienen un libro de transmisión y un aparato! –¡Llamen al oficial! ¡Llamen al oficial! –gritó Marcelo desesperado. –¡Son libros de electrónica! ¡Somos estudiantes de ingeniería electrónica! –gritó a su vez Daniel. Los dos fueron subidos a un carro de asalto y encapuchados. Tras un viaje de aproximadamente una hora, llegaron a lo que parecía ser una dependencia militar. Amordazados y encapuchados pasaron la noche. Para despertarlos, a la madrugada siguiente, les echaron un balde de agua fría y llevaron a Daniel a interrogatorio. Luego le tocó el turno a Marcelo. Ya no vio más a su amigo Daniel. Esa noche fue trasladado a una celda que contaba con frazadas y una cucheta. Desde allí pudo ver al gordo que le hablaba a alguien que estaba sentado en un rústico escritorio escribiendo en una Léxicon 80. –¡Teniente, yo quiero el Citröen! –le decía el gordo–. Yo lo pesqué y me corresponde –no se había percatado que Marcelo los estaba escuchando. –Pará, Molina que todavía tenemos que ver. No me quiero 104


Sucedió en Mar del Plata

meter en quilombos. El rubio dice que es hijo de un conocido médico de Mar del Plata. Tenemos que ver… A la mañana fue llevado hacia el escritorio y el teniente le hizo algunas preguntas sobre sus compañeros de la facultad, y sus actividades. Como al pasar, Marcelo le comentó sobre la amistad de sus padres con el jefe de la Base Naval. Fue convincente; un sudor frío corrió por las espaldas del teniente. A las dos horas lo dejaron libre y hasta le pidieron disculpas. Al preguntar por Daniel, el oficial le respondió: –Mirá, mejor no preguntés porque podés salir perjudicado. Los extremistas están insertos en los lugares menos pensados. Tuviste suerte que te rescatáramos. Cuatro años después, Marcelo se encontró con el Citröen naranja en un estacionamiento de la calle Belgrano. Aún tenía la marca en donde había estado pegada la calcomanía negra que decía INGENIERÍA.

105


Ricardo Martin

106


Sucedió en Mar del Plata

MARIPOSAS EN LIBERTAD por BEATRIZ SILVA espunta un día invernal, igual a todos. Una imagen pequeña, menuda, se despega del paisaje negro y gris de la

D

villa. El micro de las siete y media va repleto. Jessica Gómez va hacia el centro y como puede se cuela en él; aprieta contra el pecho una bolsa plástica de supermercado. Lleva un vestido de algodón de color incierto, el mismo que usó todo el verano, zapatillas de lona raídas y sucias. Ella tiene diez años, ojos profundos, oscuros; una mata de pelo largo y descuidado. Baja en avenida Luro, deambula, entre gente apurada, por los alrededores de la plaza San Martín; en el aire se mezclan tabaco, gasoil, facturas. Cruza la Avda. hacia la escuela N º 1, escucha el bullicio de los chicos en recreo. Llega hasta la entrada de un local abandonado donde un grupo de mujeres dobla frazadas mugrientas y encima cartones en un rincón. Allí está Mariela, tres años mayor, lo más parecido a una amistad que alguna vez tuvo; está fumando un pucho y le convida unas pitadas. Se conocieron un mes atrás, cuando a Jessica la sacaron zumbando de una confitería paqueta. Mariela, sentada en uno de los bancos la había visto y, sin mediar palabras, le ofreció su cigarrillo; desde entonces sólo se separan para dormir. No compiten, trabajan juntas esperándose mutuamente. Lo de Mariela es engatusar incautos y pequeñas raterías mientras lo de Jessica se asemeja más a la mendicidad. Sobre el cielo, la luna apenas muestra una curva fina de su panza. –¡Che Mariel, tengo un hambre! –dice Jessica, después de recorrer sin éxito las confiterías de la peatonal por enésima vez. –¡Vamo´a la Nieve, yo también tengo!. Saben que allí permiten que Jessica trabaje y nunca les niegan una porción de muzza. 107


Beatriz Silva

Suben al primer piso. Mientras Mariela va al baño, ella recorre el lugar dejando sus estampitas sobre las mesas; San Cayetano, San Pantaleón, la Desatanudos, arrugados por tanto rechazo, ajados de esperanza. Un villerita escuchado al pasar le tuerce la boca; el gorgoteo de su estómago se confunde con el murmullo del salón; parada en un extremo disimula su rabia y mira si alguien saca la billetera. –¿Juntaste algo? –pregunta Mariela. –¡Una moneda de veinticinco! –¡Son uno sorete loco, a esto mejor afanarlo! ¡Con los perro rabioso no se mete nadie!. –Mariela sabe muy bien lo que significa regresar sin plata. Después de comer, caminan hasta la Diagonal Pueyrredón, se sientan en el pasto, se cuentan cosas, ríen; por unos momentos olvidan los motivos por los que están allí. Un hombre moreno, lampiño, de cabello negro peinado hacia atrás, se detiene en la esquina. Jessica sabe que busca a su amiga porque lo ha visto otras veces hablando con ella. –¡Perame! –dice Mariela y salta a su encuentro. Los ve conversar, gesticular. Mira al hombre que se acerca y rodea a su amiga con un brazo mientras la otra mano hurga debajo de la camiseta. Después de un rato Mariela se despide: –Mañana nos vemo, este chabón tiene guita. –Jessica entiende a medias. De regreso, muy tarde, el micro la deja subir. Baja en la última parada y camina rápido hasta hundirse en la oscuridad que la devuelve a la villa. Al día siguiente sale como de costumbre, otro día igual al resto, excepto por los moretones en el cuerpo y las mejillas golpeadas. Ya en el colectivo, las palabras de Mariela martillan en su cabeza: con los perros rabiosos nadie se mete, nadie se mete... Abre la ventanilla, aspira una bocanada de aire fresco y saca la mano. Un séquito de mariposas en túnicas de santos, remonta vuelo. 108


Sucediรณ en Mar del Plata

De la Sangre

109


110


Sucedió en Mar del Plata

JUAN Y EL TREN por ALEJANDRO GÓMEZ

C

ómo nació en Juan aquella afición por los trenes no es un misterio. Teníamos en el barrio una vía (hoy abandonada), que se extendía a la par de la calle Vértiz desde el puerto hasta la estación Ferroviaria y que de alguna manera era lo único que nos unía a la parte mas poblada de la ciudad. La mayoría de nosotros vivíamos donde la calle Dolores se cortaba dividida por sus rieles. De un lado terminaba el pueblo contra aquella calle de tierra que se convertía en laguna a la primera lluvia, contenidas sus aguas por el alto terraplén. En esa especie de pantano aprovechábamos para jugar, mientras encontrábamos en ese barrial la única utilidad de aquel ramal ferroviario. Del otro lado prácticamente era campo, salvo dos o tres ranchitos desparramados y la presencia de “la chancha colorada” con la cual nos asustaban para que no invadiéramos aquellas tierras. De todas formas recuerdo haber hecho innumerables incursiones en las quintas de la zona y haberme descompuesto comiendo cerezas de aquel páramo prohibido... pero eso es otra historia. Para nosotros cualquier época del año era una fiesta. En invierno si la laguna estaba llena, chapoteábamos y nos deslizábamos sobre la escarcha como si estuviéramos en el Central Park. Al llegar la primavera y con los primeros calores, improvisábamos los arcos y “La Bombonera” nos parecía chica al lado de nuestro campo de juego. Juan era la excepción. De carácter callado y muy respetado por todos, no gozaba de una personalidad amigable y salvo los seis o siete que conformábamos la barra nunca le conocí otras amistades. 111


Alejandro Gómez

De observar no se cansaba nunca. Podíamos estar enredados en el mejor de los picados o en la peor de las peleas, que él se limitaba a mirar, como si la vida pasara en otra dimensión. A veces nos enojábamos, pero era imposible no perdonarlo, nos dábamos cuenta que nos quería, pero alguna razón le impedía participar de lleno en nuestras correrías. Con el tiempo nos acostumbramos a contar con sus silencios y pasó a ser parte de nuestras posesiones y bravuconeábamos con la amenaza “que nadie se meta con Juan.” Lo único que le llamaba la atención era el tren que pasaba dos veces por día; por la mañana rumbo al puerto y a las cinco de la tarde, cargado con harina de pescado volvía lentamente a la estación. Era una fiesta para él y un fastidio para nosotros ya que interrumpía nuestros juegos con su pesado paso. Juan advertía antes que nadie su cercanía y nosotros por su actitud sabíamos que en minutos pasaría aquel gusano de madera y humo. El estrépito de la máquina a vapor cambiaba su mirada, las manos le temblaban ante cada golpe de biela y se quedaba mirando hasta que la última voluta de humo se perdía en la distancia. Si de pronto el tren volvía a pitar, se paraba quedándose inmóvil por algunos instantes, hasta que se convencía de que no iba a volver. Con el tiempo tomó confianza y se animó a subir a las vías. Sentado en los durmientes observaba nuestros juegos, atento a la llegada del ferrocarril. Ante cualquier indicio, corría y cruzaba al otro lado de la laguna, estuviera seca o mojada, (en esos casos salía lleno de barro y agua dado que nada podía impedir su presurosa huida). Entre risas y bromas tratábamos de explicarle que no debía asustarse tanto. Pero continuó comportándose así hasta que un día el Indio Suárez, engañándolo, le acondicionó unos tapones en los oídos y se ató junto a él en un poste de luz cerca del alambrado. Pensamos que iba a enloquecer, sus aullidos tapaban 112


Sucedió en Mar del Plata

el estruendo de la locomotora. Alarmados corrimos a desatarlo. Juan gritaba, gesticulaba y saltaba de un lado a otro riendo a carcajadas; jamás había estado tan cerca de aquella máquina y eso lo maravillaba. Luego, cuando el tren hacía su pasada, él bufaba y pitaba imitándolo mientras corría a su lado hasta que exhausto se tiraba entre los pastos. Los maquinistas lo conocían y al llegar a la zona disminuían la velocidad sabedores que aquel admirador los estaría esperando. Teníamos doce años más o menos, cuando nos convencimos de que estaba irremediablemente perdido y que ya nada lograría regresarlo. Nos amaba y lo amábamos en forma inexplicable y nunca supimos muy bien que hacer con él. Era demasiado importante para abandonarlo y extremadamente libre para protegerlo. Algunos de los muchachos de la barra ya comenzábamos a ceder la canchita de fútbol o la laguna por los ojos de alguna compañera de colegio, a la que comenzábamos a intentar hacerle alguna gambeta. Entre su aislamiento y nuestra búsqueda de nuevos rumbos, Juan se fue quedando solo. Al tiempo nos dimos cuenta que a medida que nos iba perdiendo de su vida nos reemplazaba por cajones vacíos que enganchaba uno a uno a modo de vagones. Era indudable que cada cajón era uno de nosotros y aceptamos con cierto grado de alivio en nuestra conciencia, que se sintiera acompañado en aquella fantasía. Juan seguía día tras día esperando la pasada del tren, corría de un lado a otro hasta desfallecer de placer. Nosotros cada vez éramos menos testigos de aquello. La vida nos ponía excusas para comenzar a volar; el trabajo, la novia, los estudios. Sin darnos cuenta nos fuimos ausentando de él. Unos vecinos nos contaron que Juan subía con los cajones por el terraplén y con unas rueditas de rulemanes que le habían provisto, se las ingeniaba para 113


Alejandro Gómez

hacer rodar su tren por las vías y lograba desplazarse algunos metros para uno y otro lado. Por un mucho de afecto y un poco de culpa, un día nos juntamos con los muchachos y lo fuimos a ver. No puedo explicar si fue la figura quijotesca de aquel tren, la entrega total de Juan en desplazarlo o aquel sol rojo cayendo sobre las vías de ese atardecer, lo que convirtió aquella imagen en algo dulcemente mágico. Yo lo miré al Indio, al Pocho, a los otros muchachos y todos estábamos llorando. -Juan.-gritó “Cachila” -Dale campeón -me brotó desde muy adentro y en medio de una gritería infernal fuimos a su encuentro, él saltaba y bufaba mientras desplazaba aquel ingenioso armatoste. Haciéndonos cómplices de su dicha, corrimos un rato a su lado dejándonos caer uno a uno entre los pastos del terraplén, riendo ante su alegría de sentirse el mejor tren del mundo. Luego desaparecimos dejándolo disfrutar de su destino. Me casé, me fui del barrio, incluso del país. Algunos años después volví a mi casa a reencontrarme con mis afectos. En los primeros días y confundido por los acontecimientos no reparé en su falta, pero en cuanto me asenté, un antiguo sentimiento me llevó a preguntar por él. Una vecina me contó que una tarde jugaba en los rieles y como siempre apareció el tren del lado del puerto; que el maquinista le pitó varias veces y Juan lo ignoró, que chillaron los frenos del tren tratando de parar, que Juan lo encaró como reclamando su lugar en las vías. El maquinista detuvo el tren doscientos o trescientos metros después, mientras trataba de explicarse algo que no podía comprender. Durante años habían jugado el mismo juego y siempre ante la presencia de la maquina Juan bajaba al terraplén. Sin embargo aquella vez, Juan no bajó.

114


Sucedió en Mar del Plata

UN CUENTO BAJO LA LLUVIA por GUSTAVO FOGEL

C

omienzo. Un trueno sobresalta las tazas de té. Los tilos de la avenida levantan los brazos. La lluvia se arroja de espaldas sobre la tarde se refleja en el frente vidriado y se diluye como una acuarela. El palier del edificio ofrece una magra protección al pequeño perro traspasado por el agua. El perro se acerca con cuidado y apoya el hocico contra un viejo que duerme recostado en la entrada del Banco Provincia. El viejo no es un abuelo ni es un anciano, el viejo no es más que un puñado de pasos despojados que caen junto con la lluvia, el andar cansado de un domingo que nunca termina, dos pesos arrugados de promesas que lleva en un zapato. El frío que traspasa la piel, los diarios. La tos seca y cascada con que ríe de su propia suerte. Todo esto, apretado en un corazón hecho con restos de pan y una cama improvisada con cajas de calefactores. Pocos metros atrás, el oficial Fernando Olivera enciende un cigarrillo y observa desde el patrullero. Son las 19.30hs. Dos horas más y termina la guardia. Lo espera una ducha bien caliente, un poco de jazz, un CD de Marsalis que le regaló La Tére hace mucho, cuándo se llevaban bien. Mate caliente y pizza fría. Dos vueltas al despertador y la pastilla que no piensa tomar. Para qué. La noche está especial para quedarse despierto. Con letra gruesa, la lluvia escribe sobre el parabrisas la historia de otras lluvias. De horas vigilando en el auto, de la humedad goteando en la rodilla, del frío que empaña los vidrios. Recuerdos que el oficial Olivera fuma de memoria, pita y exhala, sin ver a los dos sujetos que cruzan desde la otra acera. Ángel y el Quilo son hermanos, los padres están muertos, o 115


Gustavo Fogel

borrachos, o presos, o manejando un taxi, no interesa. El Quilo camina de lado, apoyado en Ángel. Arrastra la pierna izquierda. Se queja. Muerde. El Ángel lo sostiene bajo el brazo. Le sujeta la herida con un pedazo de camisa y antes de cruzar mira a uno y otro lado de la calle. Lo acompaña. Lo cuida. El Quilo no tiene miedo. Tiene bronca. El más petiso de la clase, nació hipoacúsico y nunca aprendió a hablar muy claro, con los años, el resentimiento le comió la lengua y la paciencia, el único que le entiende es el Ángel. El Ángel es huérfano, no tiene madre ni Dios. Ateo, pedía a la salida de misa, los domingos, o en el Casino por las noches. Si veían la oportunidad, robaban algo. Con los años los dos dejaron de pedir. Ahora Quilo transpira bajo la lluvia y siente que la sangre le chorrea por la pierna, como si estuviera meándose. De chico le pasaba igual, el porteño le pega y el orín le corre como un llanto que nadie escucha. Pobre Quilo, se vacía hasta quedar seco. Hasta enmudecer de líquidas palabras, pero nada. Nadie lo ve. Nadie ayuda al pequeño Quilo, nunca lo escuchan < Hijos de puta> El arma le pesa en la mano como si llevara un muerto a la rastra. En el edificio de enfrente alguien enciende la luz del palier. Una mujer joven conversa con un hombre claramente mayor. El viejo duerme y el perro para las orejas, curioso. -No parece que vaya a dejar de llover, dice Lorena <La Tére> Se está poniendo oscuro. Mejor me voy. -Estas preocupada, dice el hombre ¿A que hora llega Fernando? -Probablemente, no antes de las diez. -Quedáte un rato más, entonces. Comemos algo y después yo te llevo. Acá cerca hay una pizzería. -No, mejor me voy temprano. No estoy tranquila estando afuera tanto tiempo. Quiero ordenar un poco antes que llegue Fer. El lunes trabaja de noche. Te llamo. -¿Cuándo le vas a hablar? 116


Sucedió en Mar del Plata

-No sé, es difícil hablar con él. Llega y se sienta a mirar tele. Tenés que sacarle un comentario con tirabuzón. Nunca empieza una charla de nada. -Bueno, vos fijate. No la pases mal al pedo, sabés que acá podes venir cuando quieras. -Lo sé. Te llamo. El hombre cierra la puerta y La Tére siente que la vida le queda grande. Resignada, mete las manos en los bolsillos y se dirige a la calle. El frío le muerde las rodillas. Se apura y maldice contra la lluvia, contra Fernando y también contra ella, por ser tan boluda de usar polleras y taco. Por donde mire hay agua. Los descartes del día bajan por el cordón de la vereda. Botellas de plástico. Cajas de cartón. Una rama. Un rosario. La Tére en punta de pies no quiere mojarse. Toma impulso y salta. Las piernas bien abiertas. Los brazos extendidos. Cruza el charco igual que una bailarina de ballet. Vuela. El cabello que flota y un haz de luz transparenta el vestido. La silueta con alas la semejan un ángel. Un semáforo la mira y se sonroja, Ángel no la puede esquivar, lleva al Quilo recargado sobre él, si lo suelta se va al piso, apenas si alcanza a frenarla con un empujón. Sentada en el asfalto, las piernas abiertas, totalmente empapada, con el pelo chorreándole y una tapita de cerveza clavada en la nalga, la cara la Tére putea absolutamente contra todo. Contra Dios porque creó el mundo y contra el mundo porque creyó en Dios. El Quilo la mira y le parece estar escuchando a su padre. En un rincón del palier, a oscuras, el viejo duerme sin enterarse de nada. El perro hecho un ovillo observa sin perder detalle y piensa; Hay cosas que nunca cambian, por ejemplo, que llueva para tú cumpleaños. Siempre tiene que llover el día de tú cumpleaños. Una verdadera lata. Y la compañía, que decir. Un desastre. Últimamente las cosas no están saliendo bien. Nada bien. No señor. Solía estar entre almohadones, caliente y bien alimentado. De117


Gustavo Fogel

sayunar con leche y jugar con una pelota desinflada. Hoy lo mejor que tengo es a éste viejo, tan flaco y pulguiento como él. Así son las cosas. Las vueltas de la vida. Ayer, regalo de aniversario. Hoy, perro de la calle. Sin casa. Muerto de hambre, con frío y sin un hueso pelado con que entretenerse. Si al menos no lloviera, porque te acostumbras a todo, al hambre, al frío, a que te corran de todas partes, pero nunca te acostumbras a estar mojado. Nada peor que andar por la vida siendo un perro mojado. Olor amarillo y rancio, mezclado con tilos y un toque, algo fuerte, de aliento a cigarro. Figuras en blanco y negro. Sangre. Un jean azul con agujeros de bala. Bastante cansancio. Enojo. La noche. La calle. La mujer sentada bajo la lluvia. El frío. La tela adherida a la piel, el agua que baja por el pelo, que le inunda los pechos, que la ahoga. La golpea. Le rebasa por el cuello, le endurece el vientre, le brota por los ojos. Agua que cambia de color sobre el asfalto, la salpica, la obliga a reírse, la obliga a llorar. Un arma, un metal, un brillo, un auto. Un reloj. Una hora. El relámpago fotografía la escena. Las gotas de lluvia quedan suspendidas en el aire. La mano crispada sobre el arma. La Tére en el piso, chorreando agua. La boca abierta del Quilo que no dice nada. El Ángel a un costado, mordiendo un cigarrillo apagado hace varios años. El estampido reanuda la acción y un disparo toma por sorpresa a los actores, incluso a Fernando, que baja del patrullero con la reglamentaria en la mano y sin saber que pasa. Está oscuro. Grita al bulto y la respuesta hace estallar el parabrisas de la patrulla en un presente de granizo y maldiciones. Sombras que corren en la lluvia. Puertas que se apagan. Luces que se cierran. Un zapato. Nadie. Fin del día. La casa esta fría y desordenada. Se nota que La Tére estuvo afuera toda la tarde. Fernando deja el chaleco en la silla, se ducha, toma unos mates, le da dos vueltas al desperta118


Sucedió en Mar del Plata

dor y a la cama. A dar más vueltas, no sabe cuantas. A Fernando le sobra cama, con tanto espacio no puede dormir, enciende el velador y mira la hora. Las cuatro de la mañana y ella no regresa. Llovía mucho, seguro que se quedó a dormir en la casa de Andrea. Podría avisar. Se levanta a ver si queda algo de pizza en la heladera. Se sirve un vaso con agua, un Valium y un CD. El jazz lo tranquiliza. Mañana tenemos que hablar, piensa. Esto no da para más. Así nos estamos haciendo mierda. Afuera dejó de llover. De los tilos gotea un té aguachento y perfumado. En el palier del edificio el viejo se despierta, tiene frío y siente que se orina, pero no le importa, está demasiado cansado para levantarse. Un arroyuelo cálido y dorado corre por la junta de las baldosas, hasta caer en una rejilla de patio. La sangre en cambio, es más espesa, y forma un charco color ciruela debajo del perro.

119


Gustavo Fogel

120


Sucedió en Mar del Plata

EL FALCON AZUL por HÉCTOR SCAGLIONE

C

on el sol fulgurando en el firmamento como presagio del verano cercano, caminar por la playa era un ritual que convocaba a marplatenses y turistas. José Luis, dueño de un comercio local dedicado a telas, también paseaba junto a otros amigos aprovechando el calorcito. Era alegre y dicharachero, con una sonrisa a flor de labios, querido por todos, sus empleados, amigos y vecinos con quienes siempre hacía algún comentario risueño o alguna chanza con los chismes locales. Mardel en los años sesentas era un pueblo grande y todos nos conocíamos. Un día, el extrovertido José Luis desapareció sin haber dado aviso a nadie, ni siquiera su familia o a sus amigos íntimos. Se tejieron diversas hipótesis: Que se había ido con una amante o de viaje por alguna provincia, pero nada de esto era normal en él, por ser apegado a sus rutinas. De última se decía que lo habían llevado los extraterrestres, con auto y todo. Los secuestros extorsivos eran una rareza, de manera que nadie mencionó esa posibilidad. Aunque la policía a instancias de su familia lo buscó intensamente, como no había dejado nota alguna y a nadie avisó,…no encontraron ninguna punta como para seguirle el rastro, y con el tiempo todo el mundo se fue olvidando, las autoridades cerraron el caso y la desaparición de José Luis quedó como una anécdota picaresca o escabrosa que hizo sufrir a su familia. Otra tarde de primavera, pero de 1969. Una grúa de brazo extensible sacaba algo del mar. Era inusual, pero había mucha gente en la escollera norte, me acerqué como un curioso más a ver qué ocurría. En ese momento izaban parte de los restos de un 121


Héctor Scaglione

automóvil, más precisamente la parte delantera. Todos nos remolineamos a su alrededor para ver más. El coche era un Ford Falcon y se había conservado bastante bien. Los paragolpes estaban bien, enteros y cromados, las cubiertas infladas, la carrocería de un color azul nítido y la chapa patente mostraba impecable su numeración. Salvo un corte transversal perfecto, seguramente producido por el paso de un buque con su quilla, el resto se encontraba bastante bien conservado. . Uno de los cruceros internacionales que solían recalar en nuestro puerto, en el momento de la zarpada, al separarse del muelle, había chocado con algo en el fondo. Tal acaecimiento alarmó a las autoridades portuarias que decidieron investigar. La Base Naval local proveyó buzos y material para tal fin. Seis años bajo al agua habían roído el tapizado y parte de la carrocería, pero no pudieron borrar los rastros del único ocupante del coche. Del lado del conductor, un par de zapatos con sus medias, conservadas curiosamente, con restos de huesos en su interior, se exhibieron impúdicamente a los curiosos. Cuando pasaban las lingas de acero para izarlo a superficie, uno de los buzos vio algo redondo en el asiento delantero. Al sacarlo de ahí se encontró con la risa macabra de una calavera, sorprendido la tomó en sus manos con delicadeza pero en el camino de subirla a superficie, se desintegró. No había muchas dudas sobre la identidad de los restos humanos. Los datos del coche hablaban por sí mismo. La mente humana en su laberinto insondable. En un instante de locura busca desesperadamente despertar del mal sueño y huye hacia ningún lado. Era noche cerrada lluviosa y fría, totalmente desapacible, la escollera norte se encontraba libre de buques amarrados, de pescadores nocheros y de enamorados, con mala iluminación y des122


Sucedió en Mar del Plata

cuidada como siempre. Era un panorama muy atractivo que el hombre desesperado, solitario y arrastrando una tristeza infinita, consideró como una tentación imposible de soslayar. La escena tantas veces elaborada en sus pensamientos, estaba al alcance y podía concretarla. Atormentado por sus fantasmas, quiso hacerle un clic a la vida, que todo terminara de una vez, sin testigos, en medio de una oscuridad cómplice y pegajosa. José Luis, conductor del Falcon azul tomó distancia, para asegurarse una buena velocidad y aferrado fuertemente al volante como para acentuar su resolución, con una sonrisa crispada, aceleró a fondo, dejando solo chirrido de neumáticos y olor a goma quemada,. En alocada carrera sobrepasó el borde de la pared de piedra, y voló con el auto por los aires como una marioneta que realiza su última contorsión y cae al agua en un estrépito ignorado y silencioso.

123


Héctor Scaglione

124


Sucedió en Mar del Plata

LA LLAVE por EDITH RUZ DE COLOMBO

D

on Pascual vivía en el barrio hacía más de cuarenta años. Desde su llegada de Italia y aconsejado por algunos paisanos que lo habían precedido, decidió afincarse en Mar del Plata. Se instaló en las afueras de la ciudad. Donde terminaba el asfalto de la Avenida Colón y las calles circundantes eran de tierra. A las cuatro de la mañana ya estaba en el mercado eligiendo frutas y verduras que luego acondicionaba con suma prolijidad en su verdulería. Se vanagloriaba por tener la mejor mercadería de la zona. El hombre no tenía horarios. En su cabeza no entraba la idea de trabajar ocho horas para luego, como él decía, holgazanear. Como sus hijos no compartían sus cerrados criterios, fueron uno a uno dejando la verdulería para abrirse camino por cuenta propia. Eso sí, los domingos se juntaban todos para comer “la pasta” amasada religiosamente por Doña Asunta. Toda la aspiración de Don Pascual era tener lo suficiente para comer y vestirse, aunque en esto gastara lo mínimo indispensable. Sus pantalones tenían tantos remiendos que ya no se sabía cuál era la tela primitiva y cuáles los agregados por su mujer. Un ventilador para el negocio y otro para la casa los consideró un despilfarro, aunque había cedido para la compra tras las reiteradas súplicas de la familia. A su manera Pascual vivía feliz. Tarareaba canzonetas mientras trajinaba entre los cajones de frutas y verduras. Había conseguido que el barrio, a medida que se extendía, sintiera verdadero afecto por él y valorara su honestidad y el buen trato dado a los clientes. Como buen tano cerrado, el dinero era manejado sólo por él. 125


Edith Ruz de Colombo

Pagaba religiosamente sus cuentas, pero nadie más tenía cabida en la administración. Cuando los hijos le habían sugerido abrir una cuenta en el banco, él respondió: – el dinero que gano yo, lo vigilo yo. No tengo por qué darlo a otros para que me lo guarden. Casi todos los domingos iba al cementerio para “visitar “en la tumba al que él consideraba su segundo padre: Don Humberto Taglietti. Siempre decía que su verdadero padre había muerto en su pueblo cuando él ya estaba afincado en la Argentina. Don Humberto vivía en su corazón y él le rendía culto periódicamente por todo lo que le había brindado aún sin conocer a la familia. Alguna vez que su mujer quiso acompañarlo, la respuesta tajante había sido: No. Los muertos ni piden ni dan; no preguntan nada. Y montando su bicicleta partía hacia el Cementerio de La Loma. Un día la verdulería apareció cerrada. Los vecinos comenzaron a hacer conjeturas. En la casa no había nadie. Pasaron dos o tres días más hasta que vieron a Doña Asunta. Ésta, frotándose el pañuelo por toda la cara aclaró la situación. –Pascual está muy grave en el hospital. Ahora están los chicos con él, pero el médico no nos da ninguna esperanza. ¡Maldita suerte! Tuvo un derrame cerebral y se quedó sin poder hablar. Quiere decirme algo y se desespera. Sólo pronuncia algunos sonidos. Entonces me mira con los ojos que se le salen de la cara y se pone a llorar. –Si necesita algo no tiene más que decirlo Asunta. –No, gracias, sólo quiero que mi Pascual se salve. Ahora le voy a prender una vela a la Madona. La suerte de Pascual estaba echada y esa misma semana falleció. De una tía de Pascual habían heredado una bóveda en el Cementerio de La Loma. Allí descansaban los restos del amado Humberto y allí llevaron también a Pascual. 126


Sucedió en Mar del Plata

Por primera vez en su vida, Asunta revisó los bolsillos de los pantalones de su marido. Sacó de ellos sus documentos, la gastada billetera y un manojo de llaves, guardando todo como si fueran reliquias. Por curiosidad los hijos las revisaron. Una era del negocio, la otra del acceso a la casa y una tercera más pequeña no supieron a qué cerradura pertenecía. – ¿Tenés alguna caja con cerradura Mamá? –No, ni tampoco en el negocio Esa llave los tuvo intrigados un tiempo, para finalmente quedar en el olvido. Todos los domingos Asunta iba al cementerio. Le hablaba a Pascual como si él pudiera escucharla, lloraba un rato y le pedía a Humberto que lo acompañara y cuidara. Luego se iba más tranquila. Habían pasado quince años desde la muerte de Pascual, cuando recibieron un llamado desde la administración del cementerio. El techo de la bóveda se había deteriorado y debían arreglarlo en un plazo perentorio, ya que se habían producido filtraciones. Fueron Asunta con sus hijos y comprobaron la denuncia. El cajón que guardaba los restos de Pascual se veía muy deteriorado, pero la urna con las cenizas de Don Humberto estaba mucho peor. Se había agrietado toda la tapa y había que cambiarla. El cuidador se encargaría de pasar los restos a una nueva urna y les aclaró que la llave se le había entregado al titular de la bóveda.– Tráiganla y hacemos el traspaso– Asunta aún guardaba el llavero que fuera de Pascual y a uno de los hijos se le ocurrió probar la llavecita que colgaba de esa “reliquia”, comprobando que coincidía con la cerradura de la urna. Al abrirla quedaron sin palabras. Allí estaba el verdadero Humberto Taglietti a quien Pascual visitaba los domingos. 127


Edith Ruz de Colombo

Bien acomodados, uno sobre otro, aparecieron billetes de dinero. Muchos ya sin valor por haber cambiado la moneda argentina varias veces.

128


Sucedió en Mar del Plata

CONEJOS ROJOS por JORGE GARRI

M

e encantan tus ojos!”. La primera vez que se lo dijo fue en la quema de La Falla. Había estado caminando toda la tarde, solo, como casi siempre y, a la noche, atraído por la música, las luces y el bullicio, se acercó hasta la Plaza Colón, sigiloso, tanteando el terreno. Precavido, se movía entre la multitud, zigzagueante y en guardia. Cuando la vio parada frente al fuego con la cabeza en alto como desafiando a la luna, lo primero que creyó oír fue el ruido de su propia armadura cayendo, desarmándose contra el suelo, y el crujir de las tripas mordisqueándole el vientre. Así, desnudo de temores, con ese cosquilleo en el estómago se acercó hasta ella. “¡Pero me encantan de verdad, eh!”, le volvió a decir clavándole la mirada en el núcleo de sus pupilas de savia. Mientras, miles de chispitas se desprendían de la hoguera y se perdían en un cielo superpoblado de estrellas, no sin antes reflejarse en el iris verdoso de Paula, como si un enjambre de luciérnagas nómades le efervesciera la mirada. Sí, definitivamente sí: iluminado por los destellos del fuego, para él, el rostro de Paula no se distinguía de los astros que moraban en el cielo. Con el reflejo de esa luz dándole a ella de frente, llenándole de claridad el contorno de los párpados, volvió a decírselo:”En serio... ¡me encantan tus ojos!”. Sin saber por qué, quizás abducido por la magia o el hechizo, viajó en el tiempo y la distancia y pensó en su niñez, allá, miles de días más atrás. Se acordó de los conejos, hasta creyó verlos: los ocho conejitos amontonados en un rincón, uno contra otro, sobre el piso de cemento gris. Cada mañana, cuando se levantaba, antes de que su tía le sirviera la 129


Jorge Garri

leche, corría hasta el gallinero, abría la puerta de tejido, pasaba bajo la higuera y, de rodillas, entraba al jaulón y los conejitos bailoteaban a su alrededor y le trepaban por los brazos y se le metían entre las piernas, bajo la ropa, tan suaves. Aquel domingo se había levantado más tarde. Hacía frío. Salió al patio aún bostezando. Tenía puesta la bufanda roja anudada al cuello colgándole hasta el pecho. Corrió hasta el gallinero y se frenó en la entrada: la puerta de tejido estaba abierta. Junto a la higuera había restos de pelos: pelos blancos y pelos rojos. Pasó caminando por al lado, se arrodilló y ni bien metió medio cuerpo adentro del jaulón, miró al piso y se miró el pecho, volvió a mirar el piso y volvió a mirarse el pecho. Creyó que se había enganchado la bufanda con el alambre: montones de hilitos rojos garabateaban trazos sobre el piso de cemento, pero no, la bufanda estaba intacta. Por todos lados había manchas y restos de... No, eso no podían ser los conejitos, si los conejitos eran blancos y todo eso era tan rojo. Aún muchos años después siguió soñando con aquella mañana de domingo; incluso a veces, despierto, todavía podía ver cómo algunos conejitos rojos le trepaban por los brazos y se le metían bajo la ropa, tan suaves. Pero eso había sucedido hacía mucho tiempo y no entendía por qué, ahora, mirando a Paula, lo recordaba. Si sus ojos eran verdes, tan verdes, y los conejos eran rojos, tan rojos. La segunda vez fue a las tres noches: “¡Me encantan tus ojos, sabés!”, le dijo ni bien entraron a la habitación del hotel, mientras la atraía hacia él apoyándole las manos a cada lado de sus caderas de marea alta y, en un mismo movimiento, cerraba de una patadita a sus espaldas la puerta que daba hacia el pasillo y que moría o nacía en la escalera por la que habían subido. Por el hueco de la cortina un chorrito de luna se escabulló curioso y chocó justo encima de las mejillas de ella resaltándole la mirada. 130


Sucedió en Mar del Plata

“¡Ah! si supieras cómo me encantan tus ojos”, volvió a decirle en un largo suspiro y, acercándole la nariz hasta los párpados la olfateó alrededor de las cejas y sobre las pestañas como si quisiera aspirarle, en ese gesto, todas y cada una de las imágenes que guardaba su visión; como si quisiera inhalarle, en ese acto, hasta el último resto añejo de formas y colores estampados en sus retinas. Obsesivamente, la pretendía para él, pura de percepción, casta de paisajes, virgen de antiguas escenas: amnésica irreversible visual. Así la quería. Esa misma noche, y por primera vez, tuvo un sentimiento ambiguo. Mientras le hizo el amor únicamente pensaba en comerla, hasta pudo saborearla en cada embestida. Más tarde, de regreso, después de llevarla hasta la casa, en el silencio del coche, jugando con la lengua contra el paladar, de golpe el asco le inundó la boca, le bajó por la garganta y chapoteó en su estómago. Ya no pensó en comerla: sólo deseaba vomitarla. Tuvo que detenerse a mitad de la calle, bajar a los tumbos y meterse los dedos hasta darse arcadas tratando de quitarse ese gusto a ella que le daba escalofríos. Esa madrugada casi no durmió, se levantó tres veces y, a pesar del calor, se metió bajo la ducha caliente, bien caliente, hirviendo, intentando arrancarse de la piel todos esos conejitos rojos que le trepaban por los brazos y que ya no le resultaban suaves. Nada suaves. La tercera vez fue en Punta Mogotes. La pasó a buscar por la mañana, almorzaron en Waikiki, después caminaron por las piedras tomados de la mano y, al atardecer, aún estaban sentados a orillas del mar. El sol de marzo rebotaba sobre el agua del Atlántico y esa luz tornasolada se proyectó sumisa sobre la frente de Paula. “¡No sabés cómo me encantan tus ojos!”, volvió a repetirle, y el eco de su voz autista se fue apagando hasta ahogarse, gozoso, en esas aguas verdes. A lo lejos, el cristo de la escollera abría los brazos resignado a 131


Jorge Garri

lo inevitable. La luz cambió, cambiaron las formas y de esa mutación surgió otra vez aquel sentimiento ambiguo. La miraba fijamente y veía que el rostro de Paula no era el mismo. Ni sus ojos, sobre todo sus ojos. Pero, ¿qué había detrás? ¿Qué era eso? ¡Sí!, por sus ojos brotaban, hambrientos, cientos de conejitos rojos que saltaban a la arena, le trepaban por los brazos. Y mordían. ¡La puta si mordían! De un salto, sacudiendo las manos, se metió al mar y nadó, braceando nadó, pataleando, bufando nadó mar adentro hasta verse, al fin, la piel limpia. Desde la orilla, Paula lo miraba de pie tapándose el reflejo con la mano ahuecada. La saludó agitando un brazo en alto y le dio la espalda. No aguantó más: el asco le cerraba la garganta. Ovillándose en el agua se metió los dedos en la boca hasta atrás de las muelas, y vomitó. Cuando salió del mar, ella, extrañada, lo esperaba cruzada de brazos. Él, aún algo doblado, se le acercó de frente evitándole la mirada. Las arcadas le habían provocado lágrimas y enrojecido la cara. “¡Ah! ¡Qué asco!”, se excusó escupiendo en la arena, “tragué agua”. Esa noche durmió mejor. La cuarta y última vez Paula no la olvidaría por el resto de su vida. Fue la noche EN que él la invitó a cenar A su casa. Desde el atardecer habían estado bebiendo en un bar de La Rambla y no habían parado ni de reír ni de mimarse. Abrazados, caminaron por Punta Iglesia hasta el departamento de La Perla, subieron al tercer piso por las escaleras y se besaron en cada descanso. Entraron. Mientras ella dejaba la cartera junto al espejo del pasillo él se descalzó, cerró la puerta con dos vueltas de llave y pasador y, dejando la marca de las pisadas húmedas sobre el mosaico oscuro caminó hasta la cocina. Ella lo siguió y se sentó en la punta de la mesa de la que colgaba un mantel verde con limones y soles estampados en los bordes. Tenía la cabeza levemente recostada hacia atrás, apoyada a un lado de la calcomanía. Mafalda parada sobre un globo terráqueo azul, con un moño rojo en la cabeza, 132


Sucedió en Mar del Plata

resaltaba en el blanco de la heladera. Sus manos pálidas, entrecruzadas sobre el pliegue de la falda negra, parecían palomas dormidas, indefensas, despreocupadas. Él, de pie a su lado, con un cuchillo untaba miel en una rodaja de pan tostado. “¡Si supieras cómo me encantan tus ojos!”, le repitió una vez más y le acarició el pelo y la besó en los labios y le lamió los párpados y le dio de comer en la boca, como a un pichón. Posiblemente hubieran tenido una noche perfecta de no haber sido por ese gusto repugnante que le segregó el paladar. Otra vez el asco pudriéndole el estómago. Y para colmo, por detrás del moño de Mafalda, le pareció ver asomar unas orejas. Orejas rojas. Sin decir nada, trastabillando, salió de la cocina y corrió hasta el baño. Todavía tenía el cuchillo en una mano, con los dedos de la otra se hurgó la garganta y pudo vomitar un líquido amarillo y restos de migas. Tiró la cadena y se quedó mirando en el espejo: sudaba, le ardía la vista. Con una mano se lavó la cara, respiró hondo y cerró los ojos; cuando los volvió a abrir no lo podía creer: ¡todos esos conejos rojos saliendo a borbotones de la canilla! ¡Y le trepaban por los brazos! Alcanzó a apuñalar a tres, el resto huyó y se escondió en los rincones. Se miró los brazos tajeados, sangrantes, pero sintió alivio de haber ahuyentado a todos esos malditos conejos rojos. Tomó un sorbo de agua, tosió, se pasó la mano mojada por el pelo y salió del baño. Paula seguía sentada en la punta de la mesa. Cuando lo vio ahí, de pie, estático, tan no él, tan él mismo, desigual e idéntico, con el cuchillo en una mano y los brazos sangrando, se llevó los puños a la boca. Apenas alcanzó a apagar el grito. No atinó a moverse. “¡Ay, cómo me encantan tus ojos!”, dijo él por enésima vez mientras acercaba su rostro al de ella y, sonriente, se pasaba el cuchillo de una mano a otra. De adentro del globo terráqueo azul vio saltar un tropel desbocado de conejos rojos que pasaban por encima del hombro de Paula y se le subían por las piernas, por los brazos, por el cuello, por la cara; algunos, los más voraces, se ensartaron en la hoja del cu133


Jorge Garri

chillo y, desgarrados, cayeron al piso. Él los ignoró. Ya nada importaba. Nada. “Y de tus ojos”, murmuró, “me encantan tus pupilas, tus córneas, tus iris, tus retinas, tus nervios ópticos, tus coroides, tus cristalinos...” .

134


Sucedió en Mar del Plata

MANDE UN HOMBRE PRESO por BERTA CARRETERO

M

iré el reloj, eran las 8 hrs. Como todas las mañanas me preparé para salir, iba a ir hasta el centro de la ciudad y no pensé que ése sería para mí un día totalmente distinto. El sol daba la impresión de estar descansando sobre el borde del horizonte. Hacía frío pero a pesar de eso tomé un colectivo de línea cuyo viaje duraría entre treinta y cuarenta minutos. Tenía por costumbre sentarme en el primer asiento para disfrutar del viaje siendo que a su paso vería todo lo hermoso que nos ofrece ésta, La Ciudad Feliz. Pasaríamos primero por el Bosque Peralta Ramos, donde tuve el gusto de vivir durante veinte años, con los aromas del eucalipto, el cantar de los pájaros y toda la belleza que pueda existir entre ese verde follaje. Siguiendo el itinerario llegamos a la banquina de pescadores, complejo hecho a la perfección, incluyendo el monumento al Pescador, símbolo de una vida dura. Luego, los suburbios que conforman el puerto de Mar del Plata hasta llegar a la zona de las plazas con sus calesitas. Una de ellas tiene un montón de años y el mismo bondadoso calesitero con la sortija. Yo llevaba a mi nietita hace mucho. Seguí el viaje contenta, como siempre, hasta que sucedió algo que no era común. La sensibilidad se atenúa en los viejos como yo y las vías de comunicación se embotan, cosa que no ocurrió conmigo ese día. Faltando poco para llegar al centro, subió un hombre mal vestido, trastabillando, negros eran los cabellos que se ajustaban a su cabeza como un casco. Su mirada daba la impresión de haberse perdido en la lejanía. Algo había en su persona que lo hacía encajar perfectamente en el marco de “chorro”. Habló con el chofer 135


Berta Carretero

unas palabras, quien al no entender le dijo que se sentara al fondo. Ocultando obstinadamente lo que él sospechaba, noté una sensación de enojo contenido por la incómoda situación que le produjo su presencia y se quedó reflexionando un minuto. Me imagino que el asunto se salió de la senda normal de sus actividades. Yo, atenta a todo, cuando él se agachó para murmurar con el chofer, pude ver en el bolsillo de atrás de ese traje mal trazado, una pistola de grueso calibre. El mecanismo de mi memoria fue accionado por mi voluntad. Pensé en otros casos ocurridos en Buenos Aires que fueron violentos, y el temor que pasara algo parecido me llevó a acercarme al chofer y decirle disimuladamente lo que había visto. El pasado es el padre del presente, dicen, conciente quizá de la existencia de un peligro si me callaba. Dos pares de ojos se fijaron inquietos en el espejo para observar los movimientos del sujeto; aminoró la marcha y buscó en la calle la ayuda que sabía iba a encontrar. Así llegó hasta una esquina donde estaba un compañero, “el Chancho”, como le dicen los choferes en la jerga que ellos emplean para llamar al inspector. Ya llegábamos al centro y, con cautela, el inspector bajó en la puerta de la comisaría. El colectivo se adelantó unos pasos más, para no alertar a nadie, e inmediatamente subió el inspector con un policía vestido de civil que tomó al sujeto y lo llevó a la comisaría. Al bajar pensamos que estaría sumamente alcoholizado o tal vez fuera sólo un perturbado mental. Nunca lo supimos. Los acontecimientos, muchas veces se precipitan de una manera extraña. Vuelta a la tranquilidad, el chofer me agradeció el coraje que había tenido, a pesar de mis 80 años. Me felicitaron también los pasajeros. Me sentía feliz. En Mar del Plata, ciudad de abuelos, no funciona el "no te metás". 136


Sucedió en Mar del Plata

De lo Extraño

137


138


Sucedió en Mar del Plata

FANTASMAS EN EL BARRIO por LIDIA B. CASTRO HERNANDO

B

randsen y México. Sábado 23 horas. Sobre el pasto que acompaña silencioso la pequeña vereda, dos fantasmas se dan cita como todas las semanas. Entrecruzan sus ropajes sutiles y se cuentan historias sin tiempo. Les gusta esa esquina. Conocen el color y la música que atraviesa las ventanas de la casa en ochava. Se sienten recibidos. No hay temor en quien la habita. Mueven sus amarillos y sepias siempre nuevos, al son de los sueños murmurados. Escuchan las imágenes y huelen amorosos los sonidos de mates ya fríos. Ellos saben que su llegada alegra las paredes y calienta el colchón. Se enlazan sensuales como cuando tenían cuerpo de mujer y de hombre. Ya son libres. Mientras bailan, él abre la puerta, sale y se sienta en el verde. No los ve pero percibe la brisa adormilada. Esas figuras que fueron felices, le colman el aire de esperanza atemporal. A las 0 horas entra sonriendo y cierra su puerta. Durante la semana que tiene por delante mantendrá el pasto cortito para que los fantasmas encuentren fácilmente su hogar en el barrio Villa Primera.

139


Lidia B. Castro Hernando

140


Sucedió en Mar del Plata

ABSTINENCIA por PAULA MARRAFINI

E

nero. Mediodía. Algún diario de Mar del Plata.

–Sí, dígame cómo es el mensaje. –Busco persona nocturna, no importa grupo o factor. –¿Cómo dice? –Busco persona nocturna, no importa grupo o factor. –Ah, original el mensaje. –... –Son siete pesos. –¿Cuándo sale? –Hoy mismo. Que tenga suerte. Hablo de la soledad ininterrumpida, del silencio que inventa sonidos absurdos, de cuando crujen las ventanas, de cuadros que caen y estallan en vidrios microscópicos, hablo de cuando solo se escuchan esos ruidos y sus pasos, y el pedazo de comida que roza el esófago con cada movimiento de mandíbula y el monitor de la PC que arde en un zumbido. Hablo de estar bajo llave. De ser una suma de rasgos precipitados y anémicos, de sobrevivir las épocas, de parecerse a los mortales, de cómo muchos de ellos, no reflejarse en los espejos. Hablo de Pablo. Suponen que nació como cualquiera, de una madre, que fue por lo tanto concebido, como cualquiera, en un minuto de sexo, que tuvo un padre, que, dicen, se quedó solo en Julio de algún 141


Paula Marrafini

año olvidado, que se adaptó al sol nada más que por una cuestión de costumbre, que de vez en cuando sonríe, que hay más como él, que se reconocen por el olor, que hay también falsos imitadores, que no hay que mirarlo a los ojos, que por las dudas usa lentes, que camina como volando. La noche no tiene puertas, es un túnel pálido, perfumado con jazmines viejos, adornado en inglés americano. Es el resto bermellón entre las uñas, aprovechar cada gota de las encías secas, buscarse otra vez en los espejos que lo evitan y no le dicen nada de la boca ni de los ojos, que necesariamente se adivinan al tacto y se ensayan en vidrios empañados. Es la espera extrema, aguantar hasta el último segundo, hasta el malestar y el mareo, hasta un estado similar a la insolación y a la fiebre. Es en ese momento final y cercano al alivio cuando alguien contesta el mensaje y dice ser cómo lo pide de costumbres nocturnas y dice ser también una persona. Recorre el diario para asegurarse y las coordenadas que le dejó su contacto y la peatonal entre las marquesinas que anuncian transformismo, tango y alfajores en oferta. En verano todo es inocuo y la belleza se equipara con el bronceado y con la arena acumulada en el hueco de las rodillas. Se disimula el levante callejero, el pub que en el frío es exclusivo de los caminantes nocturnos ahora parece un kinder de adultos all inclusive, paseo familiar teñido por la ilusión de marplatenses disfrazados de turistas y de turistas disfrazados de turistas, de personajes con maquillajes salados y cada tres cuadras un show y la zona roja transformada en un espectáculo circense apto para todo público. Pablo sigue por San Martín, esquiva gente con compulsión a hacer cola, sigue, llega, y espera en la esquina acordada, la cita. Mar del Plata se sincera en verano y se muestra tal cual es, como una ciudad acalorada pero no hot; es una calentura superficial, no real, como el acaloramiento de una menopaúsica. Tiene treinta y dos años. No puede olvidarse del día de su muerte (o su nacimiento). Tiene la virtud de desconocer los me142


Sucedió en Mar del Plata

canismos del olvido. Nadie podría olvidarse de ese día. Yo tampoco. El zumbido era similar al tintineo de las cortinas mal cerradas sobre la madera vieja. En abstinencia un sabor amargo recorre la boca empezando por la punta de la lengua y la sed suena como si el paladar fuera un piano desafinado y los labios la caja de resonancia; la sed se repite, es un balde vacío que se vuelca sobre notas, mails, servilletas. En abstinencia la sed se repite, resiste el paso del tiempo, pretende eternidad sobre la garganta, no mide riesgos. Algo similar debió haber sentido Jeremías, cuando lo convirtió aquella noche, en que todavía Pablo era John y sus zapatos no caminaban por Mar del Plata. Algo similar a la sed, a no medir riesgos, a no tener miedo. John era extremadamente John. Cerca de las cinco PM se decidió a dar una vuelta por el cementerio de La Recoleta. Había llegado de Gales hacia unos siete días, había conocido Buenos Aires según los parámetros del guía turístico. Había aprendido a decir gracias, buenos días y pelotudo. Argentina era divertida, era una especie de Europa salvaje y maníaca, Argentina era Gales repetida cincuenta veces, en fin, Argentina era Buenos Aires. Se desvió del tour cerca de la lápida de Eva, se acercó a otro grupo que sonaba alemán o belga y preguntó por la tumba del Almirante Brown. Alguien fuera del tour le contestó. –The father of the navy. Le hablaba por lo menos a unos dos metros, sin embargo le pareció que le susurraba a unos milímetros en un inglés perfecto. Charlaron un rato sentados en un banco, de espaldas a los relojes que marcaban los quince minutos restantes para el cierre de las puertas. Los idiomas y las diferencias, desparecieron. El argentino se presentó. –Jeremías. 143


Paula Marrafini

Las 18hs estaban más oscuras que en cualquier otro invierno. Uno de los encargados de fijarse que nadie quedase dentro antes de cerrar, fue a hacer justamente eso. Pero para eso también era tarde. El argentino lo invitó a conocer su casa. John aceptó. Caminaron entre la angostura que separa los epitafios, doblaron en ele, siguieron por un callejón rodeado de próceres y antes de llegar a la pared que cerraba la calle desaparecieron por una escalera rápida y tenue. Estaban en una especie de cueva, uno de esos panteones abandonados de porteños elegantes a los que nadie visita desde hace décadas y que suelen ser reciclados por inquilinos poco comunes. La casa de Jeremías. El panteón que conservaba la fachada por fuera, era por dentro la representación de sus motivos, de sus formas, de flores que no requieren agua y muebles que no se quejan del polvo. Era una habitación solamente, pero tan vestida de Jeremías, tan contaminada por su presencia, que se hacía interminable como un laberinto que se resume en pocos metros. Panteón por fuera, casa por dentro, habitación de Jeremías, nihilismo estético que combina monitores y telarañas, sahumerios y metal, Gales y Buenos Aires. Jeremías tiene un cuerpo delgado y largo y estaba quieto. Se sentó frente a una computadora vieja que ofrecía la única luz. Alguien pasó cerca. El encargado. John intentó mirar por una abertura pequeña que servía de ventana, pero el viejo ya estaba en el pasillo siguiente. El encargado cerró las puertas. Jeremías delante de la pantalla que le encendió los ojos color sepia. El reflejo se ponía más azul en la letra E y mostraba un mosquito muerto sobre el Enter. Un ventilador removía el mismo aire estancado de toda la semana. El galés se sonó los dedos. Jeremías lo abrazó desde la cintura. Se mordió la muñeca y se la puso 144


Sucedió en Mar del Plata

entre las encías. Jeremías esperaba. Esperaba hasta que John se volviera una criatura desesperada que se relamía en la geografía de sus venas. Entonces le habló. –Respirá y volvé a mirarme, sonate la nariz con el pañuelo blanco. Tosé, escupí, vomitá, desmayate. Tus retazos de cara están por primera vez más pálidos que los míos. Disimulemos un poco más, hagamos como que, juguemos al chiste, al no jodas con eso. Pero cuando suspire la noche y el vino de la cena me recuerde el olor de tu sangre, cuando los colmillos resuciten y tu espalda me mire salpicada de varicela, repetime al oído que querés más, que me seguís amando y que los vampiros no existen. La noche se tomó su tiempo, como ellos. John durmió boca abajo, un poco de costado la mejilla que miraba hacia la escalera, uno de los brazos estirados hasta el final de las sábanas y el resto del cuerpo sin ellas. El murmullo de la gente es un reloj inevitable, afuera es hora de nuevos turistas y recorridas. Jeremías lo vistió sin apuro y lo llamó Pablo. Trajo cortinas oscuras y lentes negros. Se ocupó de cubrir la única ventana. El olor del mar lo despabila del recuerdo. La cita veraniega llega impuntual, pero llega. Mar del Plata es coherente con su filosofía de posmodernidad e histeria. Pablo todavía busca los ojos color sepia.

145


Paula Marrafini

146


Sucediรณ en Mar del Plata

Del Futuro

147


148


Sucedió en Mar del Plata

“LA BIBLIOTECA DE LA VÍA LÁCTEA” por GUSTAVO OLAIZ

E

sa vez que estaba solo frente al mar se me dio por la filo sofía. Lo enorme y plano del océano siempre me lleva a eso. A la idea de infinito aunque el mar no lo sea para nada. Me llevaron mis pensamientos a aquel cuento de Borges «La Biblioteca de Babel». Biblioteca que era a la vez el universo, con galerías hexagonales de número desconocido, tal vez infinito. Invito al lector a leerlo, fue escrito en nuestra Mar del Plata en 1941. ¿Pero si lo fantástico tuviera algo de verdad? Una biblioteca de una civilización de nuestra galaxia que contenga mucha información de la tierra siglos atrás, milenios atrás o quizás millones de años. Recopilada por sondas no tripuladas que visitaron todos los confines de la galaxia. Pero hay un problema: ¿cómo guardarían esa información? Por supuesto nuestros idiomas, letras, números no tendrían sentido alguno para ellos. El único lenguaje en común podrían ser las matemáticas o la física, o la química. ¿En que forma captarían la información? ¿Hologramas, multimedia o algo semejante? ¿Nuestros sentidos tendrán algo que ver con los suyos? ¿Qué parte del espectro electromagnético podrían ver o captar? ¿O sea cuántos colores? ¿Tendrían muchos ojos? ¿Muchos oídos? ¿Cuántos sentidos desconocidos por nosotros? Y ni siquiera imaginados. ¿Qué vibraciones captarían sus sentidos: gravitacionales, magnéticas, eléctricas? Entonces: ¿cómo nos mostrarían la información de la biblio149


Gustavo Olaiz

teca de la Vía Láctea? ¿Adaptarían su información a nuestra forma de ver, de oír, de palpar, de sentir? Como decía Carl Sagan los extraterrestres seguramente no se parecen en nada a los seres humanos. Ni siquiera a algún animal. Su aspecto debería ser muy diferente al de los hombres. Y su desarrollo tecnológico cientos, miles o millones de años más adelantados. Teniendo en cuenta que la obtención de conocimiento se va acelerando cada vez más, su tecnología puede ser tan increíblemente superior. Pero a la vez las distancias son enormes en el Universo. Cientos de miles de millones de galaxias con a su vez cientos de miles de millones de estrellas es lo que se calcula hoy. Las civilizaciones deben estar inconcebiblemente lejos entre sí. De que forma brutal cambiaría nuestra historia, biología, física y tantas ciencias más con la ayuda extraterrestre de la biblioteca. De un plumazo cambiarían todos los planes de estudio, libros a estudiar, etc. Todo eso sin considerar el impacto emocional de conocer otra civilización tan tremendamente superior a la nuestra. Tal vez, allá arriba, un ser en una playa celeste frente a un mar amarillo bajo un sol azul razonaba como yo lo hacía en ese momento. Un ser cuya vida se prolongaba por siglos o tal vez su vida era muy corta, efímera, como la de algunos insectos. O quizás ese ser viva debajo del mar amarillo y se ha acercado a la costa, la tierra firme que no tiene vida inteligente. La vida inteligente del planeta es marina. Y desde su hogar líquido razonaba igual que yo desde mi costa marplatense. Luego de este ataque de filosofía algo me sobresaltó. Las optogravito-antenas de mi seudo cuerpo ya estaban recibiendo el mensaje interestelar. Se me había hecho tarde. 150


Sucedió en Mar del Plata

CORREO ELECTRÓNICO por GUSTAVO OLAIZ

T

e cuento gordo, mardel convulsionada por esto de la Cumbre. Y sobre todo la visita de Bush. Un amigo (el negro) jode y jode con inventar maneras de atentar contra Bush. Piensa los mejores lugares para hacerlo. La verdad como asesor de Bin Laden un desastre el tipo, pero al menos se entretiene con eso, en como hacer boleta a Bush. Según la gorda Carrió a los imperialistas les interesa y compran tierras por la escasez de agua que habrá en el futuro. Compran en la Patagonia. Dijo la gorda: “Vienen por el agua”. Gustavo dice que lo mismo dijeron los indios cuando aparecieron en sus costas los españoles. Las carabelas de Colón. Lo mismo puede decirse del portaaviones de Bush si aparece, “viene por el agua”. Otra buena idea es, en vez de declarar persona no grata a Bush o protestar, asignarle el estacionamiento al portaaviones frente a la planta de efluentes cloacales ¡que tan bien anda! Da para mucho la Cumbre y sobre todo la visita no grata de George doble U Bush. Otra cuestión que dio que hablar es que el avión que trae a Bush es más pesado que los Testigos de Jehová y que la pista marplatense no soportará el peso. Veremos si pasa algo interesante (y negativo para el imperio). Hace cuatrocientos años pasaba por acá el pirata Drake, hoy pasará por las costas Bush. 151


Gustavo Olaiz

¡La historia se repite! Te dejo, me voy al gimnasio de Loyola. Hago un par de horitas a full. Un saludo che Sergio “En todos lados se cuecen habas, menos en el puerto en donde se cuecen rabas.” Bisonte Siano

152


Sucedió en Mar del Plata

ORWELL 2030 por SUSANA TRAJTEMBERG A diferencia de combustibles como el petróleo no existen reemplazantes para el agua. Por eso será el elemento de conflicto de este siglo. Elsa Bruzzone

V

enían por el agua y desde el agua. El mar había comenzado el avance con un destinatario escrito en la frente de las olas. Parecía querer cobrarse siglos de robo y abusos. Cada día se notaban más fisuras sobre la paralela al mar. A pesar del recelo originado ante la inseguridad producida por el rápido avance de las grietas sobre el asfalto, de tanto en poco, algunos escasos peatones paseaban por la costa. Corría el año 2030, casas y edificios amanecían con profundas heridas como si un asesino trabajara sigiloso por las noches. Un sábado intranquilo de octubre, la calle GÜEMES, (que era la primera mirando al mar) fue arrasada por toneladas de agua con restos de barcos y desechos de todo tipo y tiempo. Peces de gran tamaño y formas nunca vistas en estas latitudes, con grandes ojos rojos desorbitados, engullían todo lo que encontraban a su nado, objetos, personas, y los etc. inimaginables. Ese día, el caos fue de tal magnitud que el gobierno intervino la ciudad. Todo sucumbía. Los peces asesinos acechaban las calles devorando hasta el cemento de los edificios. La autopista que conectaba la ciudad con la capital en una hora, rebalsaba por la multitud que huía, deteniendo el flujo a unos pocos pasos por minuto. Fue entonces cuando el submarino partió de los EEUU 153


Susana Trajtemberg

hacia la costa atlántica con el fin de investigar qué o quiénes osaban destruir el orden conocido (el argumento de siempre) Desembarcaron soldados y científicos, y raudamente construyeron un monolito con una placa que indicaba fecha y declaración de independencia, es decir su independencia de los autóctonos, y como esto era poco, proyectaron un holograma con la bandera norteamericana en una nube virtual. En pocos días, los peces tamaño XXL fueron reciclados con el antídoto que solían usar para este tipo de invasiones controladas. Comenzó la reconstrucción, no sin antes elaborar un censo poblacional y exigir a los vernáculos el trámite de visado para extranjeros. Ese mismo año acontecimientos similares comenzaron en Brasil, el único país independiente que aún resistía en Norteamérica del Sud. Venían por el agua y desde el agua. Si Orwell hubiera escrito la avanzada imperialista comenzó a gestarse en la Cumbre de Presidentes en el 2005, cuando se constituyeron para disputarse el reparto de los países del cono sur, con sus respectivos recursos naturales, habría tenido razón.

( N.A.)George Orwell, escritor inglés autor de la novela “1984”, considerada como una obra de anticipación en que el estado y la tecnología triunfan sobre el individuo.

154


Sucedió en Mar del Plata

PARQUE SAN MARTÍN por DANIELA RICCIONI

La mirada recorre anatomías de arbustos y espera un aroma floreado se esparce sobre la piel y el pensamiento se deforma en las ramas más altas Siesta playera que acentúa soledades en algunas páginas que vuelan poemas de vino y ataduras El libertador ecuestre se pierde entre sueños de bronce su dedo roza límites bebe marinas y reflejos de sal El brillo del parque se multiplica en silencios cuando el aire espeja verdes Me envuelve todo me envuelve nada la hora desnuda mis harapos y revestida de escamas vivo Un agitado tornasol de espumas a contraluz ciega la tarde

155


Daniela Riccioni

156


Sucedió en Mar del Plata

DE LOS AUTORES MARTÍN ARREGUI: Nació en Mar del Plata el 10 de marzo de 1979. Escribió en el 2004 su primer libro de cuentos y relatos: “El último café”. Ese mismo año participó del segundo ciclo de “Cuentos Leídos” organizado por la S.A.D.E seccional Atlántica y en conjunto con la Subsecretaría de Cultura del Partido de Gral. Pueyrredón, en el cual se editó una antología donde participó con cuatro cuentos. Actualmente cursa el segundo año de la carrera de periodismo deportivo en DeporTEA.

Contacto: Tinchopunk@hotmail.com VILMA BRUGUERAS: Ha publicado por invitación o premios en antologías nacionales e internacionales. Es autora de: Acción de gracias, Cantos de mi tierra, Recuerdos de puertos detenidos, Recuerdos de tiempos detenidos, Voz gastada en lluvia, En algún lugar, Espacio interno, Lejanías, Rescates y advenimientos, Miramar, Compendio Histórico (Historia de la ciudad y su gente), Decisiones Cardinales. MARCELA PREDIERI: Todavía no sabe cómo se le ocurrió la idea de armar esta antología. Para reunir autores e historias organizó 32 escaladas a las sierras, 23 cruceros en buques factoría; agotó 13 docenas de pilas para su grabador, 16.315 litros liquid paper en correcciones y alguna que otra contribución para gastos de confesionario. Obviamente quedó agotada pero Mar del Plata se lo merecía ¿no? Contacto: delapalabra@hotmail.com LUIS N. FABRIZIO: le gusta escribir. JORGE GARRI: De grande quiere ser escritor. O mejor dicho, ¿no es grande para ser escritor? O era ¡Qué grande este escritor! Bueno, algo así.

Contacto: cybergarri@copetel.com.ar 157


GUSTAVO ORTIZ: Nacido hace 40 años en Capital Federal, empezó a desarrollar esta actividad participando en distintos talleres a partir de los ’90: Mirta Constanzi, Vicente Zito Lema. Daniel Boggio, Adriana Ferragine, Pex Frito, Marcela Predieri entre otros). Publicó en distintos medios de la ciudad de Mar del Plata, Miami y en dos Antologías del Taller de la Palabra. Coordinó también su propio taller de narrativa. Contacto: elorni65@hotmail.com HÉCTOR SCAGLIONE: Estoy comenzando a amigarme con las palabras Contacto: hscaglione@hotmail.com LIDIA CASTRO HERNANDO: Esta narradora de cuentos y prosa poética (ganadora de varios premios provinciales, municipales, de centros literarios y fundaciones) aún no ha publicado obra individual, pero sí lo ha hecho en varias antologías. Sigue aprendiendo e intentando afinar su estilo personal -muy definido desde el comienzo de su quehacer- con nuevas formas y temáticas. Nacida en Capital Federal, vive en Mar del Plata desde 1989, donde escribe y ejerce su profesión de psicóloga. Contacto: castrolidia@hotmail.com SUSANA TRAJTEMBERG: La diferencia entre ser la mentirosa de la infancia y la narradora de la madurez es la misma que verse en el espejo en zapatillas o con tacos altos. Es el mismo reflejo, sólo un poquito más alto. Contacto: sushka1970@hotmail.com ELBA TESORIERO: Escritora Marplatense nacida en 1940. Publica en el Diario La Capital, El Atlántico, Revista La Avispa y participa en eventos culturales como “Cuento Leído”. Ciclo éste organizado por S.A.D.E (entidad de la que es socia) Libros publicados: Uno, “Lo Que Digas Al Terminar De Leerlo”. Concurre a eventos internacionales tales como: Foro Internacio158


Sucedió en Mar del Plata

nal de Resistencia, Chaco. Marathónica de Viedma 2005. Encuentros de S.A.D.E. En las ciudades de Miramar y Maipú. Pertenece al taller “De la palabra” Ganó el premio Rotary Mar del Plata Sur.

Contacto: eteaqui@copetel.com.ar GUSTAVO J. ARAUJO: Nació en Mendoza en 1965. Actualmente reside en Mar del Plata junto con su familia. Integra las huestes del Grupo De La Palabra. Participó en el 2004 en la Antología Metamorfosis Urbana. En el 2005 ganó el Primer Premio del Concurso de Cuentos organizado por la Asociación de Amigos de Villa Victoria y el Segundo Premio del Concurso Latinoamericano de cuento corto “Homenaje al escritor Horacio Quiroga”, organizado por el Grupo basesliterarias.com. Contacto: gustavojaraujo40@yahoo.com.ar BERTA CARRETERO: Publicó en el año 2001 “Perfiles de mi vida”, su primer libro de poesías y “Poemas y recetas para Carolina”, dedicado a su nieta. Participó en la antología “Poemas de La Palabra”, del año 2003. ALEJANDRO GÓMEZ: Nacido en Mar del Plata, secretario de producción en la revista literaria “La Avispa” Ha coordinado talleres de escritura creativa para niños y adultos en la biblioteca “Leopoldo Lugones” y en la biblioteca “Laguna de los Padres” Coordina con Marcela Predieri el programa literario “Mar del Plata Tiene Palabra” junto a la Subsecretaría de Cultura. Forma parte desde al año 2001 de MO.DRA.MA (Movimiento Dramaturgos Marplatenses). Libros publicados: “Escenas Mínimas” (teatro breve) y “El Encanto de los Límites” ( Relatos Eróticos). De su labor como dramaturgo se han puesto en escena: “La Gorda Berta (y el Héctor)”, “Un río llamado Lola” y “Ser o no hacer... Esa es la cuestión de...”, “Industria Argentina” y “Los adoradores de Onán” Actualmente se encuentra abocado a la puesta de una nueva obra de su autoría; “Sex Shop” (Monólogo de humor). Contacto: halegomez2003@yahoo.com.ar ; halegomez@hotmail.com 159


PAULA MARRAFINI: Contacto: pmarrafini@yahoo.com.ar GUSTAVO OLAIZ: Escribe humor hace años, profana cuentos –no tanto- y últimamente amenaza con escribir poemas... todavía no ha mancillado la novela. Carece del primer molar de la mandíbula inferior izquierda.

Contacto: gsolaiz@gmail.com MARTA VEGA DE BONIFACIO: Nació en Tres Arroyos, Provincia de Buenos Aires. Docente. Actualmente reside en Mar del Plata. Es socia de SADE Atlántica. Está en edición su primer libro de poesía.

Contacto: me_vega@hotmail.com DANIELA RICCIONI: En el año 2000 publicó su libro de poesías “Atardecer”, en el 2002 publicó “Contrastes” (poemas). Participó en las antologías “Poemas de La Palabra” (2003), “Antología del Mar VII” (2004) y “Anthylogía” (2004). NANCY LUCOTTI: Participó en revistas, antologías y novela experimental. Publicó en colaboración: Espacios del Alma y Convergencia. BEATRIZ SILVA: Participó en revistas, antologías y novela experimental. Publicó en colaboración: Espacios del Alma y Convergencia. GUSTAVO A. FOGEL: nació el año 1965 en la ciudad de Mar del Plata, Argentina. Residente estable de la ciudad, colabora para varias revistas literarias y tiene publicado relatos en diferentes antologías: “Metamorfosis Urbana”, “Anthylogia 2004”, “Sucedió en Mar del Plata”,”Certamen nacional de literatura Julio Cortázar 2004”, “Congreso latinoamericano de Poesía 2005”, “IV Certamen literario nacional Junin País 2005”, “No hay que matar a la madre” Etc. En el presente año, el IV Certamen Nacional de Literatura Junín País, lo 160


Sucedió en Mar del Plata

favorece con el primer premio en narrativa, haciendo posible la publicación de su primer libro de cuentos.

Contacto: fogelgustavo@hotmail.com CLAUDIA SAMTER: De Miramar, publicó trabajos en las colecciones Delapalabra de los años 2003 y 2004. En 2001 se editó su primer libro "Sentires". Obtuvo premios y menciones en la categoría Cuentos en Miramar y Venado Tuerto. RICARDO MARTIN: Leyó a todos los autores antedichos y fue contagiado por el entusiasmo literario de los mismos. No publicó nada propio salvo algunas cartas de lectores en el diario La Nación y en La Capital. La ficción aquí narrada es su primera aproximación al deseo oculto de saber qué sienten sus amigos los escritores.

161


Sucedió en Mar del Plata

Índice general PRÓLOGO ....................................................................................................5 Del Pasado ....................................................................................................9 CIUDAD FELIZ: ......................................................................................... 11 “LA HISTORIA DEL COCHON ROUGE” ................................................ 11 ÚLTIMO VERANO .................................................................................... 13 De los Bares ................................................................................................ 17 LOS TREINTA Y SEIS BILLARES1 .........................................................19 BAR NACIÓN, ........................................................................................... 21 CAFÉ AVENIDA ......................................................................................... 23 De las Plazas ............................................................................................... 27 DE LA VIDA EN LA PLAZA .....................................................................29 EL ESCONDITE EN LA PLAZA ROCHA ................................................ 33 Del Mar ....................................................................................................... 35 EL BARCO FANTASMA ........................................................................... 37 SEMEJANZAS ............................................................................................ 41 FELIZ EN EL SILENCIO ........................................................................... 43 LA TORMENTA ......................................................................................... 45 CARTA ABIERTA ....................................................................................... 53 Del Juego ....................................................................................................55 LA CASA DE PIEDRA ............................................................................... 57 Del Amor ..................................................................................................... 63 LA DAMA DE LA VICTROLA .................................................................. 65 AUTORRETRATO EN SEPIA ................................................................... 81 SEDUCCIÓN .............................................................................................. 85 De la Gente ................................................................................................. 87 EL RESUCITADO ......................................................................................89 FANTASMA O GENIO ............................................................................... 91 REPORTAJE ...............................................................................................93 PRÓLOGO BELICOSO (O BELIGERANTE) AL LIBRO “EL CANTO DE LA MUJEROSA” DE RENÉ VILLAR .......................................... 99 EL CITRÖEN NARANJA ........................................................................103 163


MARIPOSAS EN LIBERTAD .................................................................. 107 De la Sangre .............................................................................................109 JUAN Y EL TREN .................................................................................... 111 UN CUENTO BAJO LA LLUVIA ........................................................... 115 EL FALCON AZUL ...................................................................................121 LA LLAVE ................................................................................................. 125 CONEJOS ROJOS .................................................................................... 129 MANDE UN HOMBRE PRESO ..............................................................135 De lo Extraño ...........................................................................................137 FANTASMAS EN EL BARRIO ............................................................... 139 ABSTINENCIA ........................................................................................141 Del Futuro ................................................................................................ 147 “LA BIBLIOTECA DE LA VÍA LÁCTEA” .............................................149 CORREO ELECTRÓNICO ...................................................................... 151 ORWELL 2030 .......................................................................................... 153 PARQUE SAN MARTÍN ..........................................................................155 DE LOS AUTORES .................................................................................. 157

164


Las leyendas, los sucedidos, los tradiciones forman parte de la naturaleza humana y existen en todas las culturas. Estos mitos se adaptan y se transforman de acuerdo a quien las cuenta y el contexto en el que son transmitidas. Hasta hace muy poco tiempo, Mar del Plata sólo tenía historias divulgadas en forma oral a las que la creencia popular daba apenas un toque de veracidad. Este libro surge frente a la necesidad de recopilar estos relatos de seres anónimos y darlos a conocer. No podemos negar que han sido condimentados con la imaginación de sus cuentistas, de quienes algunos dirán: son los cuenteros más grandes de Mar del Plata. Pero como señaló Navokov: “La literatura no nació el día en que un chico llegó corriendo del Valle Neanderthal gritando «el lobo, el lobo», con un enorme lobo gris pisándole los talones; la literatura nació el día en que un chico llegó gritando «el lobo, el lobo», sin que le persiguiera ningún lobo.” Por eso, si usted quiere conocer algo de esta ciudad que nadie le haya contado aunque algunos susurren por lo bajo, este libro es para usted. Marcela Predieri


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.