C I N E L E O P O L D O C E RVA N T E S - O RT I Z
Poesía y espiritualidad en el cine de Andrei Tarkovski Yo no dirigí ningún “mensaje” a la Rusia actual, ni lo haré nunca, porque no soy un profeta. Tan sólo soy un hombre a quien Dios le ha dado la posibilidad de ser poeta: de poder decir una plegaria de una manera distinta a la utilizable por los fieles en una catedral. A.T.
A
ndrei Tarkovski es uno de los casos más excepcionales en la historia del cine, pues con apenas siete películas, situó su nombre entre los grandes directores. Si Robert Bresson aplicó al cine un rigor casi ascético, Tarkovski profundizó en esa línea y logró que su trabajo se adscribiera al “cine de poesía”, como lo denominó Pier Paolo Pasolini. La fuerza de las imágenes, el manejo del color y de algunas constantes obsesivas (como el agua, la lluvia, las manzanas), logran que su breve pero intensa obra alcance niveles de expresión metafísica. Sus personajes, cuya estirpe dostoievskiana es muy clara, se caracterizan por realizar una búsqueda espiritual, sin duda relacionada con las inquietudes
S i g n o s
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del autor. Por todo ello es considerado un cineasta “difícil”, sobre todo para un público educado por Hollywood. Hijo del poeta Arseni Tarkovski, nació el 4 de abril de 1932 en Shavrashye, un pueblo cercano al río Volga. En 1935, el padre se separó de la familia y luego se divorció. Después de estudiar música, pintura y árabe, y de ejercer una temporada como geólogo, en 1954 ingresó a una escuela estatal de cine en Moscú y se graduó en 1960. En 1962 realizó La infancia de Iván, al sustituir al director original, y obtuvo el León de Oro del festival de Venecia. A este film le siguieron Andrei Rúbliov (1966), Solaris (1972) y Stalker (1979), por las que enfrentó múltiples problemas con la censura gubernamental. En Italia dirigió Nostalgia (1983), y en Suecia, El sacrificio (1986, premiada en Cannes), antes de morir de cáncer el 28 de diciembre de ese mismo año, en París. En 1984 publicó Esculpir en el tiempo, donde reflexiona sobre la naturaleza y la función del arte. Escribe, por ejemplo: “Una obra maestra es un juicio —en su validez absoluta— perfecto y pleno sobre la realidad, cuyo valor se mide por el grado en que consiga
MARZO 2005 • 23