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O OCCTTA AVVO OA AN NIIVVEER RSSA AR RIIO O A AR RM MA AN ND DO OG GO ON NZZÁ ÁLLEEZZ T TO OR RR REESS:: U UN NA AA AN NT TO OLLO OG GÍÍA AP PEER RSSO ON NA ALL LLAA PPO OÉÉTTIICCAA EEN N CCO ON NFFLLIICCTTO OD DEE AARRM MAAN ND DO O GGO ON NZZÁÁLLEEZZ TTO ORRRREESS FFeerrnnaannddoo FFeerrnnáánnddeezz TTO OM MAASS TTRRAAN NSSTTRRÖ ÖM MEERR,, N NO OBBEELL D DEE LLIITTEERRAATTU URRAA:: ““N NO O CCAAPPIITTU ULLAAM MO OSS PPEERRO OQ QU UEERREEM MO OSS LLAA PPAAZZ”” JJoosséé EEm i l i o P a c h e c o milio Pacheco EELL AAIIRREE D DEELL PPO OEETTAA:: EEN NTTRREEVVIISSTTAA AA N I C A N O R P A R R A NICANOR PARRA LLeeiillaa GGuueerrrriieerroo PPO OEEM MAASS AArrm maannddoo GGoonnzzáálleezz TToorrrreess// M Maarrggaarriittaa VViillllaasseeññoorr// N Naaddiiaa EEssccaallaannttee AAnnddrraaddee

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elpoemaseminal es un proyecto independiente de divulgación sin afanes de lucro ni de promoción de una sola línea estética o cultural. no está vinculado a ningún grupo o institución, por lo que abre sus puertas a todos los autores/as de México y de cualquier parte del mundo. reconoce que los espacios para la poesía, con todo y que ahora son muchos dentro y fuera de la red cibernética, siguen siendo reducidos. el criterio de selección es únicamente la calidad poética, debido a lo cual se aceptan aportaciones en todos los sentidos. se citará siempre la fuente original. invitamos a los lectores/as y amigos/as a compartir poemas, libros, presentaciones, novedades y todo lo relacionado con la poesía, así como nuevas direcciones.


atisbos LLAA PPO OÉÉTTIICCAA EEN N CCO ON NFFLLIICCTTO OD DEE AARRM MAAN ND DO O GGO ON NZZÁÁLLEEZZ TTO ORRRREESS FFeerrnnaannddoo FFeerrnnáánnddeezz Me parece que ese género de vacilación, de maniqueísmo, o de balanceo entre extremos que encuentro en los textos de La peste, el nuevo libro de poemas de Armando González Torres, reproduce algo de la naturaleza interior de un escritor que ha desarrollado en laderas extrañamente contrapuestas dos maneras de entender la realidad. Si por un lado hay en él un ensayista pulcro y acabado, que se esfuerza por mantenerse en la vigilia, por el otro hay un poeta insatisfecho, metido constantemente en la búsqueda y con frecuencia en crisis. No pensé lo mismo hace tres años al leer su entrega anterior, Teoría de la afrenta, editada en la colección Práctica Mortal, cuando me pareció que, sin dejar la poesía, había decidido cambiar los versos por la prosa, lo que me hizo creer que acababa de conquistar el género que más le acomoda para entenderse mejor. Algunos de los textos de aquel libro son los que más me gustan de un poeta al que conozco desde hace largos años, y veo con gran satisfacción como la realización de unos recursos que conocí en su estado primigenio. Entre esos poemas puedo mencionar como ejemplos aquel en el que extrae del “chillen, putas” —del famoso poema de Octavio Paz— una escenificación con trama, atmósfera y personajes, o aquel en el que un tal Gregorio, al revés de lo que sucede en la metamorfosis kafkiana, un día amanece convertido en un nauseabundo… ser humano. Pero la insistencia, confirmada por su nuevo libro, en una poesía que vuelve a una búsqueda que llamaré, aun a riesgo de ser malinterpretado, sin resolver, me hace pensar que hay un conflicto en él que va más allá de la naturaleza misma de sus poemas. Estoy convencido de que Armando es uno de los lectores más claros con los que cuenta la literatura mexicana de hoy. Donde quiera que lo encuentro, en el lugar en el que tenga la suerte de escucharlo, en cuanto análisis suyo caiga en mis manos, me llama la atención su esfuerzo por conseguir el equilibrio expositivo y la mesura de juicio. Y sin embargo, al revés de lo que ocurre en sus ensayos, en los que se empeña en encontrar la expresión más directa y desnuda, la que más explique e ilumine, sin permitirse excesos ni vacilaciones, en sus versos, en los que la confusión y el caos deliberados juegan un papel preponderante, insiste en trabajar con valores contradictorios, regresa a la investigación formal y sonora que había dejado momentáneamente suspendida, salta otra vez de la luz a la oscuridad y del blanco al negro y viceversa, explora las opacidades y las perífrasis, y suele revestirse de una capa espesa, poco menos que matérica, hecha de prosaísmo y, de cuando en cuando, voces prestigiosas. Ya desde el principio, como poeta, Armando se mostró fascinado por una dicotomía entre extremos que al menos en apariencia no se reconcilian: lo sacro y lo profano —pongamos por caso—, lo delicioso y lo podrido, lo que se ama y lo que se odia o execra. Esa suerte de maniqueísmo, que en los poemas en prosa de su libro anterior me pareció atemperado, o quizá mejor dicho usado con la mano de quien ha aprendido a domar un peligroso recurso, está más viva que nunca en La peste. Me refiero al vaivén que hay cuando se refiere a “la exhalación feroz” y “el miasma agreste” que desprenden “los cuerpos más deseados” (p. 14). En un mismo sintagma leemos: “Cada día, al despertar y descubrir que respirábamos, nos decíamos: ‘afortunados de nosotros, pobres de nosotros’” (p. 15). Si señala la “prolijidad de los muertos”, es para advertir la “escasez del llanto”. El oído sutil del músico imperial acude a los cementerios “a descifrar la música de los cuerpos en descomposición” (p. 16). Por un lado están “las infecciones que deleitan” (p. 45) y por el otro se nos señala la delectación con la que se curan las llagas, y se lamen las bubas “como si fueran un postre delicioso” (p. 66)… —y que me recuerdan, dicho sea de paso, la visión de Celestina, que describe al amor como “la delectable dolencia”. El balanceo forma parte de la estructura 22

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misma del poema “Tarde”, en la que hay, como si fueran parejas representando una danza de contrarios, una serie de movimientos pendulares que unen “luminarias” a “borrascas”, la “calma” al “pavor”, la “rabia” al “arrepentimiento” y el “deseo” al “alivio” (p. 42). Hay también un fenómeno que aparece menos en los poemas en prosa y nunca en los ensayos, como si la naturaleza unitaria y satisfecha en sí misma del verso constantemente lo empujara a producirlo, y que tiene que ver con la sonoridad de algunas palabras, en sí mismas y en relación con otras, y en el que creo reconocer una pervivencia de recursos modernistas: “Esos días afócidos de lúgubre fastidio” (p. 27), escribe en un lugar. En otro: “sin forúnculo indigno para el ósculo”; o “lautos lechos de lábiles jergones” (p. 49)… No se trata sólo de la afluencia de voces esdrújulas: si escribe un poema con endecasílabos, en algunos casos las acentuaciones son impecables pero en otros también aparecen movidas del lugar aconsejado por la tradición, como si fuera posible todavía, a la manera modernista, encontrar escondrijos rítmicos no revelados en la contabilidad de las sílabas de siempre. Al péndulo entre polos y a la expresividad de raigambre modernista todavía se añade un consentimiento de voces prestigiosas —y digo “consentimiento” porque en este caso en particular me parece que Armando no ofrece resistencia a una tendencia típica de nuestra literatura—, como en los versos “adventicio encuentro de lechos provisorios” (p. 44), “indeleble noche deleznable” (p. 36) o “sus lampos residuos de insólita ardentía” (p. 93), en el que no sólo el uso del adjetivo “lampo” me hace pensar en Díaz Mirón y en ciertas expresiones verbales, como cuando se infibula “hembras ajenas” o se fraguan “infanticidios infaustos”, y hasta en el simple uso de palabras como “jocunda” o “protervo” o “aleve”… Si digo que se trata de una poética en conflicto, si creo que no ha acabado de resolverse, con la salvedad de los poemas en prosa de su última etapa, en los que creo que sus virtudes encuentran su combinación más efectiva, es porque la gama de recursos explorados en La Peste no excluye a los que las contradicen. Véase por ejemplo el poema “Confesión” (p. 74), en el que la voz poética plantea, aludiendo al lenguaje propio: “Quise salvarme, quise encarnar ese destino excepcional que se finca en el vocablo rebelde y paradójico”, para rematar de una forma que parecería propuesta como solución al conflicto general: “admito el desastre al que conduce la pasión impune por sus formas y agradezco que, para mis últimos días, me haya sido concedida la gracia de un vocabulario humilde, sencillo y vulnerable”. Para Armando la lengua se enferma, se llena de pústulas y bubas tal como afirma explícitamente en el título de una de las secciones del libro: “De cómo la peste infectaba el lenguaje”. En uno de los textos recogidos en ella, un experto en la enfermedad de los lenguajes afirma que recoge su obra de un muro pero también de una taberna y un orinal, y acepta que él sólo ha sido un “agónico exabrupto en medio del pudridero de las palabras” (“Diálogo”, p. 76). Acaso uno de los textos más significativos de la colección, porque creo que vuelve a preocupaciones del primer González Torres, en concreto a cierto tono de su libro La sed de los cadáveres, es el que se llama “La catarsis” (p. 49). Después de una danza macabra alrededor de una fogata, una suerte de noche de Walpurgis de signo terrible, en la que bailan “los muñones y las pústulas”, la turba copula “entre los muertos”, la plebe exige un culo de aristócrata y el padre fornica con las hijas, las imágenes concretas se resuelven en el vómito y la llegada de un sueño “lenitivo” y, por fin, en una extraña abstracción: “grata estancia en el vientre del olvido”. La peste, que es el paradigma de las enfermedades contagiosas destructivas y que nos es presentada con un poder de aniquilamiento que vuelve una y otra vez hasta dar al libro su característico tono apocalíptico, da paso a momentos de distensión y hasta calma que nos permiten pensar que no es extraordinaria sino común, está en la realidad más cotidiana y prospera en silencio delante de nuestros propios ojos contagiados. Ya en obras anteriores, Armando había trabajado con atmósferas anómalas y enrarecidas que, a pesar de ubicarse en el polo opuesto a sus preocupaciones como crítico, le son útiles para armar, con frialdad de ensayista, metáforas y alegorías, y son parte esencial de su mundo literario. 33

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Así parece admitirlo, no sin ironía, en el epígrafe de la colección, en que se leen estas palabras de Samuel Pepys: “Nunca he vivido tan dichosamente (y, además, gané tanto dinero) como en esta época de la peste”. Si la búsqueda de su lenguaje a veces da la impresión de haber sido llevada entre confusiones, a cielo cerrado, de cuando en cuando a ciegas, a veces alcanza cristalizaciones de un nivel de lenguaje admirablemente sostenido, como el que hay en estos versos del poema “Insomnio” (p. 18), uno de mis preferidos del libro: Los desvelos y los amaneceres de la ira y la ebriedad noches sordas, albas del desgano, el estrépito y el rumor, este presentimiento viscoso, esta proterva duermevela esta cavilación, este examen incesante esta estéril inquisición en el presagio. Si conquistado el sueño, viene el afán insomne, si el cansancio abruma, espeta el hastío del vientre su discorde melodía quién tuviera onzas de opio para la odiosa lucidez del músculo quién le diera dormidura a este sucio seso enardecido.

Cuando leo sus nuevos poemas, vuelvo a preguntarme: esa deliberada oscilación entre los extremos, aquel vaivén que nos lleva a los polos de cuanto nombra y explora, ¿son los que se producen entre el González Torres ensayista y el poeta? ¿Por qué se siente una fractura entre el poeta que denuncia con lenguaje contagiado la enfermedad colectiva y el ensayista que esclarece saludablemente en medio de los otros? Aquí la mesura, la sutileza, el trazo cuidadoso de las siluetas traslúcidas; allá la exploración quebrada de los recursos poéticos, la abrupta contabilidad de las materias opacas. ¿Por qué en un lugar eleva sus construcciones de luz a chispazos y en el otro da palos de ciego en el fango? Tengo una respuesta racional y otra intuitiva. La primera es que los extremos, tal como me pareció advertir en su Teoría de la afrenta y dije más arriba, se concilian en esas prosas de especie poética en las que sus dos géneros de virtudes contradictorias aparecen en una justa medida. Pero intuitivamente veo algo más, algo que está relacionado con su manera de expresarse. La dicción con la que expone sus ideas, por más que está convencido de ellas, suele acompañarse de un temblor característico. Ese discurrir trémulo, esa expresión en apariencia torpe, esa suerte de titubeo expositivo que se resuelve en certezas, deja sospechar a otro que lucha adentro de él, alguien que está interesado en mantener el conflicto, que no se deja convencer del todo por su propia claridad y se opone de alguna forma a ella, y que resulta más valiosa porque nos hacer sentir que proviene de una enraizada polémica interior. A ese temblor, a esa duda, a esa vacilación que sirve para mostrarnos con transparencia lo que los otros no vemos sino confusamente, fío con certeza absoluta la obra futura de Armando. Fernando Fernández (Ciudad de México, 1964) es autor de las colecciones de poemas El ciclismo y los clásicos y Ora la pluma. Tuvo la Beca Salvador Novo y fue becario del Centro Mexicano de Escritores. Fundó y dirigió las revistas Viceversa y Milenio y fue Director del Programa Cultural Tierra Adentro y Director General de Publicaciones del Conaculta. Su libro más reciente es Palinodia del rojo, publicado por Aldus. Este País, 15 de julio de 2011, http://estepais.com/site/?p=34413

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LLAASS M MU UCCH HAASS CCAARRAASS D DEE LLAA PPEESSTTEE:: EEN NTTRREEVVIISSTTAA CCO ON N AARRM MAAN ND DO O GGO ON NZZÁÁLLEEZZ TTO ORRRREESS Desde tiempos inmemoriales las enfermedades desconocidas, graves hasta la muerte y fácilmente contagiosas han provocado pavor en todas las sociedades que han padecido una epidemia, lo que ha dado 44

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lugar a una vasta literatura acerca del tema, la que va desde la poesía y el mito hasta la reflexión filosófica y el estudio social. Recientemente Armando González Torres (Ciudad de México, 1964) publicó su libro La peste (El Tucán de Virginia-Conaculta, 2010), en el que, a través de diversas formas poéticas, aborda el fascinante fenómeno de las epidemias mortales que ha enfrentado la humanidad desde diferentes ángulos: las costumbres, las leyes, la prostitución, el lenguaje y la religión. Sobre varios de estos temas conversamos con el autor. González Torres es poeta y ensayista, y ha colaborado en diversas publicaciones culturales, como Metapolítica, Letras Libres, Laberinto, Nexos, Luvina y Replicante, entre muchas otras. Autor de una decena de libros, ha ganado diversos premios, como el Gilberto Owen, por su poesía, y el Alfonso Reyes, el Gabriel Zaid y el José Revueltas por su obra ensayística. ¿Por qué publicar hoy un libro como La peste? ¿Por qué éste tema? La peste es un tema inmemorial en la literatura y tiene profundas connotaciones religiosas, sociales y literarias. La peste puede significar la ocurrencia de la falta y la enemistad con un dios, puede significar también la ruina de pueblos y linajes; es una advertencia metafísica y también un instrumento político. En la actualidad, pese a todos los avances científicos y médicos, las enfermedades colectivas y desconocidas siguen apareciendo y poniendo en jaque la autosuficiencia moderna. Por lo demás, muchas de las actitudes de terror y superstición frente a una epidemia siguen replicándose. El libro lo estaba escribiendo desde hacía muchos años y cuando la epidemia de influenza estalló en México vi mi ficción plagiada por una realidad dramática. En el libro nos presentas diversas formas de poemas. ¿Cuáles son las principales? ¿Por qué decidiste hacer esta amalgama de formas poéticas? Me interesaba reunir un conjunto de voces heterogéneas y para ello utilicé distintos tonos y recursos. En el libro confluyen el poema en prosa, el verso blanco, el aforismo, la miniatura narrativa y otras escrituras miméticas del lenguaje médico, legal o religioso. La idea era reproducir el abanico de experiencias y reacciones más variado posible frente a un mismo fenómeno. No me parece un libro trágico, sino que en muchas partes brillan el humor e incluso la lascivia. ¿Qué papel desempeñan estos dos elementos en La peste? La peste es un tema inmemorial en la literatura y tiene profundas connotaciones religiosas, sociales y literarias. La peste puede significar la ocurrencia de la falta y la enemistad con un dios, puede significar también la ruina de pueblos y linajes; es una advertencia metafísica y también un instrumento político. En efecto, más allá de la gravedad de su motivo es un libro humorístico y erótico, que, por un lado, busca contrastar la tragedia con la comedia y la dolencia con la risa y, por el otro, busca explorar en las salidas y explosiones hedonistas en los momentos límite. ¿Concibes en el libro a la peste como un mecanismo punitivo del placer? Tengo esa impresión en algunas partes del volumen. Más bien es una de las interpretaciones sociales recurrentes de la epidemia: la peste como una respuesta o censura divina a la incontinencia e impiedad de una tribu o una ciudad. También observo que una epidemia grave destierra la solidaridad y la amistad, y favorece la exclusión. ¿Consideras que sea así? Hay literatura histórica en torno a las pestes en la Edad Media que aventura la idea de que las epidemias eran utilizadas en parte como un recurso político para desplazar rivales políticos, segregar grupos sociales 55

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y lograr ventajas comerciales. En la actualidad, autores como Susan Sontag han sugerido que a la carga de ciertas enfermedades debe sumarse sus significados sociales. Asimismo, hay anotaciones escatológicas. ¿La peste trae consigo el asco? La peste, al ser incurable y colectiva, se supone que trae consigo el espectáculo de la descomposición y la decadencia del cuerpo lo vuelve un fenómeno compartido. Me parece que cuando la peste corrompe, no sólo lo hace con los cuerpos, sino incluso con los dioses, las religiones y los sacerdotes. ¿Éstos sirven para algo cuando la epidemia se viene? Cierto, la peste puede reflejar un castigo divino por una falta del individuo o la colectividad, pero también puede reflejar la inoperancia y decrepitud de una religión. En las ciudades antiguas la peste podía traer consigo la decadencia de las religiones oficiales y el florecimiento de nuevos cultos. Ante la inoperancia de los dioses pululaban los magos y chamanes. Hay un par de textos que dedicas a la corrección estilística. ¿Cómo se relaciona ésta con la epidemia? La parte de la peste y el lenguaje me parece fundamental en el volumen, pues muchas veces la peste no era producto de un pecado, sino de una errata, una forma inconsecuente de nombrar o dirigirse a la divinidad, lo que se reflejaba en una enfermedad del lenguaje, en una expulsión del paraíso original donde las palabras guardan una identidad con lo que nombran. Replicante, junio de 2011, http://revistareplicante.com/literatura/libros-y-autores/las-muchas-caras-de-la-peste

AARRM MAAN ND DO O GGO ON NZZÁÁLLEEZZ TTO ORRRREESS:: CCO ON NTTRRAA LLAA PPEESSTTEE EESSCCRRIITTAA JJuuaann D Doom miinnggoo AArrggüüeelllleess Inspirado, en parte, en los Diarios de Samuel Pepys, La peste (El Tucán de Virginia/Conaculta, 2011), de Armando González Torres (Ciudad de México, 1964), es un libro de poemas que mantiene un espléndido equilibrio en la cuerda tensa del verso y la prosa. Poema narrativo dividido en seis secciones, La peste admite, sin embargo, varias posibles lecturas: histórica, escatológica, picaresca, erótica, filosófica y, sobre todo, alegórica y simbólica. Pepys se vanaglorió de aquellos tiempos trágicos: “Nunca he vivido tan dichosamente (y, además, jamás gané tanto dinero) como en esta época de la peste.” Como bien señala González Torres, en un ensayo, los cientos de muertes cotidianas son, en los Diarios de Pepys, “sólo apuntes incidentales, ráfagas de preocupación sobre la volubilidad de la fortuna”. Y hace notar también que a la sombra de la peste prosperan muchas cosas, entre ellas el afán de gozar, el paroxismo del sexo, el frenesí del placer. Lo que nos dejó la peste, a lo largo de su larga historia, es, como bien lo advirtió Susan Sontag, un cúmulo de metáforas sobre la enfermedad, pues “como cualquier situación extrema, las enfermedades temidas sacaban a relucir lo mejor y lo peor de la gente”. En las crónicas de las epidemias y las pestes no sólo se registran los estragos de la enfermedad sobre las víctimas, sino el derrumbe de la moral y las costumbres, el placer del momento, y la corrupción –dice Sontag –“hasta del mismo lenguaje”. Todo se apesta, hasta la escritura, y ésta es una estupenda aportación crítica, desde el punto de vista poético, que encontramos en el libro de Armando González Torres, pues contra lo que supone Roland Barthes, cuando en Sade, Fourier, Loyola afirma que “la mierda escrita no huele”, durante la peste todo se 66

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llena de bubas, purulencia y mierda, y hay que cuidarse de los efluvios que emanan de la inmundicia del lenguaje hablado y escrito. En la sección De cómo la peste infectaba el lenguaje, González Torres escribe: “Erísticas carroñas competían/ sabandijas dialécticas mostrábanse/ sagaces en el arte del ultraje/ los libelos libaban en la escoria/ los letrados presumían la ignominia/ y sin cesar manaban los agravios.” Pero no sólo esto; también otras secuelas: “¿Sabe? uno puede matar con una simple frase/ una cruenta epidemia corroe nuestra sintaxis/ una letal retórica infecta a los más débiles/ y tiñe las palabras con su lepra invisible.” Esta lepra invisible es enfermedad que se contagia al entrar por los ojos y los oídos, y lo vuelve todo un pudridero de palabras. Al referirse a los presagios y a las sospechas, González Torres escribe: “Dicen que la epidemia germina en los cuerpos más delicados y que ofende de pronto los olfatos con una saliva pestilente surgida de los labios allegados.” Lo que hiede, hiere; lo oloroso es doloroso, pues es triste olor de exhalación feroz. La peste nos ha dejado sus metáforas. Hay acciones que son una peste, programas que son una peste, políticos que son una peste, gente que es una peste, televisión, literatos, diputados, libros, discursos, etcétera, que son una peste, y su hedor nos hiere, porque, contra lo dicho por Barthes, la mierda escrita sí huele. En su Historia de la mierda, Dominique Laporte nos recuerda unos versos de Paul Éluard donde la lengua habla así: “¿Por qué soy tan bella?/ Porque mi maestro me lava.” Cada uno debe limpiar la puerta de su casa, dice el proverbio, y cada uno debe limpiar su lengua, para que la boca no sea cloaca. La historia del desarrollo humano no miente, explica Laporte: “De la promiscuidad se pasa al pudor y éste no se da sin que se afine el olfato.” La lengua lavada es indispensable para no hablar mierda. En uno de sus aforismos de Eso que ilumina el mundo, Armando González Torres sentencia: “¡Hay tantas novelas obesas que te dejan un escurrimiento de grasa en las pestañas!” Así también tendríamos que decir: hay tantas novelas infectas que, al leerlas, te escurre su peste por los ojos. González Torres escribe: “Insomnes afecciones se solazan/ en urbes habitadas por mentiras/ una espuma prospera entre sus frases/ una fiebre ceñida en su gramática/ una furia escondida en sus licencias./ Pero no temas, amiga, estamos protegidos/ por tu trato veraz con las palabras.” “Por tu trato veraz con las palabras.” Afortunado verso. Esta veracidad admite también la limpidez de la visión cuando, como dijera Gabriel Zaid, leer limpia los ojos. Así, de acuerdo al trato que se le dé al idioma y a la poesía, serán su verdad y su limpidez: por tu trato, verás con las palabras. La Jornada Semanal, núm. 854, 17 de julio de 2011

D DIIAARRIIO OD DEE LLAA PPEESSTTEE.. LLAA PPEESSTTEE SSEE AAN NU UN NCCIIAA EEN N AABBRRIILL,, CCO ON N VVAAGGAASS N NO OTTIICCIIAASS Q QU UEE PPAARREECCEEN N FFAAN NTTAASSÍÍAA.. AArrm maannddoo GGoonnzzáálleezz TToorrrreess Samuel Pepys. National Maritime Museum London

Los jóvenes de Boccaccio dejan la ciudad asolada por la peste, escapan al campo y matan el tiempo contándose historias picantes. En medio del cordón sanitario sobre la Oran de Camus, los habitantes se emborrachan por las noches. En viejos relatos se dice que las piras funerarias servían para iluminar las orgías en las ciudades desahuciadas. Durante la peste de Londres de 1665, Samuel Pepys (1633-1703), el rico funcionario y hombre de mundo que dejó como testamento histórico y literario sus Diarios, comió, bebió, amó e hizo más negocios que nunca. La peste se anuncia en abril, con vagas noticias que parecen fantasía. Poco después, Pepys observa dos casas 77

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señaladas con una cruz roja y el “Dios se apiade de nosotros” y tiene que mascar tabaco para mantener el equilibrio. Con todo, Pepys sigue sus ocupaciones mundanas (las labores de funcionario del almirantazgo, las intrigas y alcahueteos de alta sociedad) y los cientos de muertes cotidianas son, en sus Diarios, sólo apuntes incidentales, ráfagas de preocupación sobre la volubilidad de la fortuna. Con el tiempo, sin embargo, el tema gana importancia: no sólo mueren plebeyos sino conocidos, hay casas clausuradas cada vez más cerca de su domicilio y cierran los comercios, lupanares y tabernas que frecuentaba. Pepys se muda a un lugar más seguro; aburrido por la mengua de actividades, se hace divertir por sus criadas, visita a sus múltiples amantes y consigna que se acostó con ellas con una frase que supone indescifrable para su aguerrida esposa “Faciebam le cose que ego tenebam a mind to con elle”. La vida social no se suspende del todo, pero tiene inconvenientes y es frecuente que, al regreso de sus compromisos, Pepys tropiece con los cadáveres de apestados. Afuera, las disposiciones sanitarias se hacen más rígidas, las familias confinadas reciben una virtual condena a muerte, todos desconfían de todos, a la ciudad fantasmal sólo la surcan turbas de menesterosos agobiados por el hambre. Por lo demás, las prohibiciones civiles y las prescripciones higiénicas chocan con el culto y el sentimiento de los londinenses: los ciudadanos rehúsan prescindir de las procesiones funerales y algunos hombres piadosos rescatan a niños sanos, condenados a morir con sus familias apestadas. Tras meses interminables, han muerto miles y aún se escuchan rumores de rebrotes, pero el helado invierno tiende a disipar la pesadilla. Pepys da gracias a Dios porque, en el curso de la peste, no ha perdido su sagacidad para los negocios, ni el buen humor, ni esa forma de ilusión que es la frivolidad, pero no todo son buenas noticias, el fin de la plaga le trae nuevas preocupaciones: “Día del Señor. Me puse el traje de color, que tiene gran prestancia y mi peluca nueva, que no me atrevía a usar porque la peste arreciaba en Westminster cuando la compré. Quisiera saber si las pelucas estarán todavía de moda cuando la epidemia termine: nadie osará comprar cabello con el temor de que pertenezca a cadáveres apestados”. Milenio, 2 de mayo de 2009

LLAA PPEESSTTEE,, N NU UEEVVO O LLIIBBRRO OD DEE AARRM MAAN ND DO O GGO ON NZZÁÁLLEEZZ JJeessúúss AAlleejjoo Foto: Héctor Téllez

Hace un par de años, con la crisis de salud por la influenza, el escritor Armando González Torres sintió que la realidad lo había alcanzado. Llevaba dos años de hurgar en un tema presente en la literatura de todos los tiempos, desde la Iliada hasta Albert Camus, como una manera de rendir un homenaje literario a autores y obras, pero en especial para reflexionar en torno a problemas de nuestro tiempo. “Ese pretexto me permitió hacer un ejercicio literario muy heterogéneo, donde se mezclan muy distintos registros: el poema en prosa, el verso blanco, la miniatura narrativa, la reflexión parafilosófica con el aforismo, el texto breve; en la construcción del libro hay una serie de juegos, de contrastes, que tratan de darle aire a la escritura y de contrastar la gravedad, lo fúnebre del tema, con la ironía y con el humor.” El libro al que se refiere el escritor lleva por título La peste, una historia sin historia que sucede en una ciudad indeterminada en el tiempo, asolada, golpeada y condenada por la peste, con la presencia de voces dolientes y también relajadas, cuya preocupación es gozar sus últimos momentos. “La enfermedad, como fenómeno individual, siempre es un recordatorio de nuestra condición mortal, de que tenemos siempre las horas contadas. Sin embargo, cuando esta conciencia se vuelve colectiva, cuando una epidemia condena a muerte a toda una colectividad, se produce una conciencia que tiene un impacto fundamental sobre la convivencia de los ciudadanos.” 88

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Realidad y ficción “Me permití —dice González— muchas vetas de reflexión, de indagación simbólica y alegórica: los fenómenos médicos que acechan nuestros medios de comunicación, la búsqueda de la verdad; las pestes provenientes de la política o de la mercadotecnia.” Para ello, se documentó lo mismo en la historia de las enfermedades como fenómeno médico y, en especial, como fenómeno social, si bien el cuerpo lo empezó a adquirir con la epidemia de la influenza, “en unos días la realidad alcanzó mi proyecto de ficción”. En su libro, González está interesado en mostrar cómo los seres humanos cuentan con la capacidad de ser risueño aún en las circunstancias más difíciles, la cual puede venir de la mayor banalidad y superficialidad. “Me interesa mucho contrastar esas voces de resistencia, contra las voces dolientes, apegadas al destino manifiesto de la muerte con esas otras visiones, donde la esperanza y la risa surgen de una fortaleza espiritual.” El humor sirve para darle aire a un poema y permitir una mayor reflexión sobre los asuntos más graves de nuestra sociedad, siempre con esperanza, porque aún en las circunstancias límite “la esperanza es fundamental”. Milenio, 6 de junio de 2011

U UN NAA EEPPIID DEEM MIIAA AAQ QU UEEJJAA AALL LLEEN NGGU UAAJJEE,, SSO OSSTTIIEEN NEE EELL PPO OEETTAA AARRM MAAN ND DO O GGO ON NZZÁÁLLEEZZ TTO ORRRREESS FFaabbiioollaa PPaallaappaa Q Quuiijjaass

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n este momento existe una peste, epidemias que aquejan al lenguaje como instrumento de comunicación, de juicio moral y de transcendencia espiritual. La política y la mercadotecnia también implican una enfermedad sobre el lenguaje. Todo este proceso de banalización, de ambigüedad y ambivalencia de las palabras, finalmente conduce a la erosión del lenguaje, sostuvo el poeta y ensayista Armando González Torres, a propósito de La peste, su libro más reciente, coeditado por Ediciones El Tucán de Virginia y la Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. En entrevista con La Jornada, el autor explicó que todas las ciencias se han disociado del lenguaje común, porque evolucionan a través de códigos muy particulares. Las matemáticas y la informática no requieren para nada del lenguaje común, y la mayoría de las ciencias avanzan de manera independiente. De acuerdo con el poeta mexicano, resulta difícil restituir el lenguaje como medio de expresión artística y de elevación espiritual, sobre todo después de episodios como la Alemania nazi, donde a través de eufemismos se documenta de manera minuciosa la barbarie, como si fuera un expediente burocrático. El volumen es un homenaje al tema de la epidemia, que ha estado presente en la literatura desde La Ilíada, “como una especie de recordatorio de la finitud y de la mortalidad. Sin embargo, en la enfermedad colectiva adquiere otro matiz, que puede generar una serie de reacciones sociales totalmente antagónicas”. En el texto, señaló González Torres, existe una dimensión alegórica de cómo la enfermedad, la peste, puede invadir diversas áreas, entre ellas, por supuesto, el lenguaje, instrumento fundamental del juicio, la comunicación e incluso de la trascendencia espiritual. No estoy seguro de que la poesía permita purificar el lenguaje, pero al menos sí da testimonio de estas enfermedades, epidemias, pestes, que aquejan nuestras formas fundamentales de comunicación e interrelación social, entonces se vale la poesía alegórica, señaló el poeta. En el poemario, González Torres juega con diversos registros del lenguaje al presentar poemas largos, cortos, de verso en prosa o a veces en blanco. Combina episodios dramáticos con ironía y humor. 99

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“Trato de jugar con distintos registros, porque en la poesía pervive un anhelo de volver a hacer del lenguaje algo medianamente preciso y contundente. La manera en cómo nos expresamos y comunicamos es una preocupación no sólo de la literatura, sino también de la filosofía contemporánea, que en las corrientes más importantes se ha orientado a desglosar los juegos del lenguaje, explicó el autor. Indagar en la tesis del significado de las palabras se ha convertido en una tarea paralela tanto en el arte como en la filosofía. La poesía también se orienta a poner en crisis al lenguaje convencional, subrayó González. De manera simultánea a la publicación de La peste, se editó el volumen Del sexo de los filósofos, de la colección Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, en el que Armando González reúne textos cortos sobre diversos temas de filosofía práctica. Presenta un abanico muy amplio que incluye por igual pensadores de la antigüedad y contemporáneos, que intentan volver hacer de la filosofía un instrumento cotidiano en los dilemas de hoy. En un apartado del libro, el autor incluye estampas de diferentes autores poco conocidos en México, como Albert Caraco, Raúl Zurita y Héctor Viel Temperley, entre otros. Son autores excéntricos que pertenecen a una genealogía peculiar dentro de la historia de la literatura y el pensamiento, agregó González Torres. La Jornada, 15 de agosto de 2011, p. a11

EELL LLEEN NGGU UAAJJEE,, PPAARRAA M MU UCCH HO OM MÁÁSS Q QU UEE CCO OM MU UN NIICCAARR M Maannuueell LLiinnoo Quedamos de vernos en una librería de la colonia Roma. Pero ninguno se comprometió a llevar un clavel en la solapa, un atuendo llamativo o un sombrero siquiera. Este reportero tal vez sabía qué esperar del poeta Armando González Torres por su fantástico libro de poesía La peste, pero no sabía a quién esperar. Por el libro, de tema sórdido e insano, muy bien escrito, profundo, cabía esperar a una persona de gran inteligencia y sensibilidad, pero eso no se ve. Resultaba, desde luego, inútil y pueril tratar de inferir el aspecto del poeta a partir de su obra, pero la tentación fue irresistible: Sería un “maestro” hirsuto y malhumorado, reacio a la entrevista y a charlar sobre su obra, que se considera a sí mismo “un agónico exabrupto en medio del pudridero de palabras”. O un ermitaño citadino, como el que, por prejuicio, tomamos a todos los poetas, uno que “Se alimenta frugalmente, toma notas y se enorgullece de que hace años no recibe una visita, ni contesta una llamada”. Lo peor, quizá no sería que llegara un apestado como los que pulula en sus páginas sino un celoso purista del lenguaje que vaya a encontrar en mis preguntas como “crece en la lengua una sinuosa flora / un hongo en lo confuso de dialecto / un musgo en las orillas de la frase”. Una amiga común, contactada por teléfono, tranquiliza las cosas. Dice que Armando será inconfundible: tendrá el aspecto más atildado y amable de todos los que se encuentren en la librería. Minutos después llega Armando. Una amable y tímida sonrisa, unos jeans y una camisa que parecen haber sido planchados hace apenas media hora aunque son las seis de la tarde, confirman que se trata de él. Podemos empezar.

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¿Cómo un poeta de aspecto tan pulcro se interesa por la peste? El de la enfermedad es un tema recurrente en la literatura, desde La Ilíada hasta Albert Camus, a los que hago un homenaje nada disimulado. Y el tema de la enfermedad me interesa porque, cuando la experimenta un individuo, es un recordatorio de su finitud de su mortalidad, y quizá sea un deseo de inmortalidad poco disimulado que siempre vemos a la enfermedad como algo externo. Pero cuando la enfermedad es un fenómeno colectivo, una condena social, adquiere significados mucho más amplios; sociales, religiosos, al interior del propio lenguaje. El libro tiene una buena dosis de erotismo… Creo que finalmente en esta escenificación de una peste hay el roce de dos momentos límite, que son la conciencia de la mortalidad inminente y el erotismo, que es una fuente también de muerte. Hay una serie de significados eróticos siempre asociados a la epidemia. Por un lado, en la antigüedad, la epidemias eran frecuentemente atribuidas a una falta, a un mal comportamiento social, que podía ser la lujuria, la incontinencia, y muchos, ante la inminencia de la muerte, buscaban agotar el placer, hay mucha literatura sobre eso, escenas en las que, junto a las hogueras donde se queman cadáveres, hay orgías de los que quedan vivos. En la actualidad, las epidemias son atajadas por los sistemas de salud, pero de alguna manera tus textos se sienten también contemporáneos… Es muy curioso porque, pese a todos los avances de estos sistemas y los avances científicos, a menudo las enfermedades tienen mutaciones insólitas y siguen mostrando la fragilidad del individuo frente a la naturaleza, frente al azar. En México tuvimos el ejemplo de la influenza, que afortunadamente no pasó a mayores. Pero tomó por sorpresa al sistema de salud, era una enfermedad nueva y había pocos instrumentos para conocerla y combatirla y por otro lado generó reacciones de histeria y hasta intolerancia, fueron un microcosmos de lo que puede ocurrir. Cuando eso ocurrió yo ya tenía tiempo documentándome para escribir este libro y fue ver como de una manera inusitada la realidad superaba la ficción. Recuerdo escenas en La peste de Camus donde en la ciudad van cerrando los comercios, se van estableciendo disposiciones sanitarias cada vez más férreas, y esto ocurrió en unos cuantos días en esta ciudad. Es un fenómeno social, pero en el libro hay aproximaciones muy personales… Exacto, lo que trato de establecer en estas páginas es un pequeño microcosmos con las distintas respuestas posibles de los más distintos temperamentos a una situación límite. Entonces unos buscan el aislamiento, otros buscan agotar el placer, otros caen en la desesperación, como unos renuncian a sus dioses y adoptan las más estrafalarias y hasta divertidas idolatrías y como otros siguen conservando la fe y la esperanza. ¿Cómo convives como poeta con la mugre y la peste cotidianas? El libro es una alegoría de las diversas enfermedades que nos pueden amenazar. Y pueden amenazar al lenguaje. Hay una sección donde se habla de la peste y el lenguaje y donde paso de hacer ejercicio alegórico sobre enfermedades y epidemias que yo creo que afectan el más importante de nuestros instrumentos para la comunicación, la indagación espiritual y la búsqueda de la verdad, que es el lenguaje. Hay una serie de enfermedades del lenguaje que van desde la política y la mercadotecnia hasta esta jerga totalmente independiente con que las ciencias se desarrollan sin necesidad de que el lenguaje común establezca una síntesis y donde, de alguna manera, se desliga el desarrollo del conocimiento y la capacidad de desarrollo de un juicio del humano promedio.

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En ese sentido, las nuevas formas de comunicación ¿son parte de la enfermedad o del remedio? De alguna manera contribuyen a la fragmentación y a este fenómeno en el que el lenguaje con el que nos comunicamos cotidiano se empobrece, se va volviendo cada vez más taquigráfico, no sintético, taquigráfico, y existen cada vez menos matices para expresar la emoción, los sentimientos de arrobo o agrado o de desagrado, y creo que contribuyen a corromper el lenguaje. Aunque desde luego hay ventajas, no creo que el medio sea malo por sí mismo. Internet ha revitalizado el correo y la comunicación escrita pero renuncia a muchas de las formalidades de la comunicación epistolar, que son importantes como formas de urbanidad y como formas de argumentación. El Economista, 6 de julio de 2011

LLAA PPEESSTTEE

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a peste no es una enfermedad del cuerpo humano sino del cuerpo social. La peste no es una enfermedad sino una percepción y una enunciación. La enfermedad se transforma en peste cuando altera no sólo los cuerpos sino las relaciones entre ellos. Portar la peste es portar el espectro maldito de lo social. Esto no significa que la enfermedad no existe, o que no incida sobre los cuerpos, al contrario, los hiere del modo más visible, los llaga, escribe historias con pústulas sobre la piel. Quien se acerca al enfermo se contagia de peste y de miedo, que es lo mismo. Se contagia de pasado. En su más reciente libro, titulado lacónicamente La peste, editado en 2010 por El Tucán de Virginia, Armando González Torres explora el núcleo social de la enfermedad. Más que describir el estado decadente de los cuerpos, González Torres relata los estados públicos de la enfermedad; más que una sintomatología, González Torres escribe la mitología de la enfermedad. La primera parte narra el origen de la enfermedad como un castigo pero también como un contagio. La causa de la peste es espiritual y física. No basta el sometimiento de los otros, lo que enferma es el contacto con los cuerpos, invasión de las ciudades y los cuerpos: […] Pero en la doncella prisionera que jugamos risueños a las cartas, en la algazara tersa de su carne, en su entraña jocunda y virginal se albergaba ya el contagio punitivo (13).

A lo largo del libro, González Torres parece rescatar el sentido antiguo de las pestes, como lo señalara Susan Sontag, no la vergüenza del portador sino el juicio a la comunidad. Al final, la peste es otro modo de la comunidad: “El inoculado busca con desesperación otro cuerpo en el cual gastar sus últimas fuerzas” (63). La desintegración de los enemigos se vuelve contra los opresores, los colma de pústulas, infecta las relaciones sociales mientras las regenera, enfermas y contrahechas, de nuevo corporales. La peste brota del cuerpo e infecta el lenguaje; la perla del lenguaje brota deforme de la llaga. De estirpe platónica, las voces del poema reconocen en el sofisma la contaminación. El lenguaje vuelto hacia su centro sonoro, incomunicable en su apariencia de brote: Erísticas carroñas competían sabandijas dialécticas mostrábanse sagaces en el arte del ultraje los libelos libaban en la escoria los letrados presumían la ignominia y sin cesar manaban los agravios (71).

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El libro concluye con la infección de los ritos y la profecía. La peste invade los cuerpos, las manos que tocan al prójimo y la boca que pronuncia; la peste invade al lenguaje, vuelto fango intransitable, para, finalmente, alterar el ámbito mágico de la palabra. Anulada la profecía, todo es presente. Anulado el culto, todo es carne: La peste había cambiado la forma y el fondo del culto. Todos los actos del pueblo estaban marcados por el temor. Creían en Dios por costumbre, pero combinaban su veneración al Dios Verdadero con la zalamería y el soborno hacia diversos diosecillos peludos, desaeados [..] (88). La peste que nace en la carne vuelve a ella. La carne es la posibilidad de la peste y su confirmación. El lenguaje desleído, hecho jirones en la comunidad pide a gritos el orden de la sintaxis pulida. He ahí la paradoja del poemario. No estamos frente a la mimesis caótica de la decadencia, sino frente al esculpido orden que la dota de sentido. Ante la tentación de leer el libro como una alegoría la actualidad nacional, como una fábula moral que indica el camino para la salvación, prefiero la lectura desde la distancia. Si hay una ética en el libro es la del relato, es decir, el orden de las cosas contadas, el orden del mito y su posibilidad explicativa: Recordemos el aliento aliterante no el sórdido temor, ni la resaca (51).

Antes el orden de la memoria que el presente desfigurado. http://presenciaysentido.wordpress.com/2011/06/01/la-peste

LLAA PPEESSTTEE,, D DEE AARRM MAAN ND DO O GGO ON NZZÁÁLLEEZZ TTO ORRRREESS GGrreeggoorriioo M a r t í n e z M o c t e z u m a Martínez Moctezuma Para Eloi, por el sueño compartido y por el 16

De la lectura de La peste, de Armando González Torres, es muy difícil salir indiferente, indemne, impertérrito. Considerado como poema por los editores, “...Entre el claroscuro barroco y la concentración sintética, propia de nuestro tiempo, este poema en fragmentos nos ofrece una visión tan erótica como apocalíptica”, se apunta en la contraportada. Es cierto, el conjunto es más poema que “Eso que ilumina el mundo”, antes reseñado en este mismo espacio, pero también está acompañado de muchos apartados en prosa que, aspecto curioso e interesante, rezuman poesía más en su significación que en su lenguaje depurado, preciso, casi profiláctico. Ni tan sintético, en comparación con “Eso...”, pues no abunda el aforismo. Los adjetivos de la “visión” son discutibles, mas no gratuitos. A cada quien con su peste, podría decir. No obstante, estamos ante un libro provocador, anticomplaciente —que no antisolemne—, decantado; no es difícil imaginar el trabajo de pulir cada verso o cada frase, según el caso, realizado por González Torres. Nuevamente, el ejercicio reflexivo del escritor se manifiesta mediante versos en los que las palabras –en muchos casos– actúan casi como bofetadas, zarandeos o latigazos; en los que su disciplina férrea y su conocimiento del idioma obligan a los vocablos a doblar las manos y expresar la dureza, el vacío existencial de la humanidad paliado por los sentidos. Tardes iguales Las tardes de estos días el alma estorba el alma es torva pues en las ciudades sujetas a una férrea cuarentena vagan torpes homúnculos erectos unos sueñan al trasgo de la brisa otros son víctimas de la modorra 1133

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languidecen sus grasosos semblantes con el letargo de los animales. A veces se compadece la sombra se reaniman los rostros marchitados las venas secas vuelven a imantarse acude el lustre del deseo a los sexos nuevos acontecimientos se añaden a esa leyenda amarga y aleatoria.

En el ejercicio de la escritura, González Torres se debate denodadamente entre el pensamiento agudo y la doma de la palabra, entre la descripción –ésta sí– sintética de una realidad ofuscante y la acción comprometida del intelectual –ética, artística, esencialmente–, entre el filósofo y el poeta, entre el verso y la prosa. Al final, el lector atento queda deslumbrado por la intensidad de la batalla vislumbrada y la iridiscencia semántica del resultado literario. Estremecedor, al menos. Si tomamos en cuenta el epígrafe inicial de Samuel Pepys y pensamos en la influenza que brotó en nuestro país en 2009, podríamos inferir en un posible motivo de escritura de este libro. Pero es especular; lo cierto es que la enfermedad –sus causas, sus síntomas, sus efectos en el tejido social– rige el trabajo literario en este libro reciente de González Torres. El libro está estructurado en seis capítulos –a la manera de las crónicas o libros de siglos anteriores: “De los presagios”, por ejemplo– y diez o más apartados con título propio, como el poema citado, lo cual evidencia el interés del autor por la forma, así como el dominio de los recursos formales y retóricos a su alcance –versos medidos y de distinta métrica, aliteraciones, prosa afilada... Lo que se puede afirmar sin titubeos es que en los dos libros comentados de este autor predomina el pensamiento sobre el sentimiento, el propósito de someter las palabras a la forma, tal vez la obsesión de recuperar el sentido, de mostrar el poder, la capacidad de significación de aquéllas. Además, logra un contenido atemporal, es decir, como si recreara las mismas situaciones que se producen en épocas pasadas o recientes, donde la decrepitud y la decadencia imperan ante el azote de la enfermedad y los hombres reaccionan de la misma manera: cansados de invocar auxilio divino se sumergen en la disipación y el olvido. En la enfermedad es cuando más son arrastrados por la vida, por las viejas válvulas de escape de una realidad lacerante. Sin atisbos de arrepentimiento, pero sí de salvación o redención, los enfermos – Taís como emblema de la mujer pública y enferma, foco de la peste– no encuentran otro alivio que apurar la vida bebiendo, fornicando o danzando alrededor de las hogueras. Llegan a ser escalofriantes algunas escenas dantescas, escatológicas, que se suscitan cuando el hombre enfermo no halla remedio a sus males físicos y su espíritu se ha cansado de clamar a un dios ausente, ¿inexistente? Armando González Torres construye en La peste un edificio verbal sostenido por la solidez de la palabra, aquella cercana a la música y que, después de ser proferida, ingresa al cuerpo por el oído con la potencia de una bacteria letal, capaz de transformar la vida del que la escucha. En este sentido, este libro también es un canto de esperanza, una afirmación de que la palabra tiene el poder de redimir al hombre, si es que éste tiene el conocimiento necesario para domeñarla. Tal es el caso de González Torres, quien sigue empeñado en crear una obra sólida, sobre todo singular en el panorama de la literatura mexicana contemporánea. Y La peste, creo, lo confirma. Sueño Lo más reciente fue el pavor ante un sonido que parecía provenir de una fulgurante estampida de enfermos. Di por favor que es un sueño y cierra las puertas a esas músicas que penetran el oído. Di que es un sueño y ruega que no lo acompañen murmullos contagiosos. http://azteca21.com/n/index.php/secciones/libros/14925-poesia-mexicana-la-peste-de-armandogonzalez-torres-10

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TTO OM MAASS TTRRAAN NSSTTRRÖ ÖM MEERR,, N NO OBBEELL D DEE LLIITTEERRAATTU URRAA:: ““N NO O CCAAPPIITTU ULLAAM MO OSS PPEERRO O Q QU UEERREEM MO OSS LLAA PPAAZZ”” JJoosséé EEm miilliioo PPaacchheeccoo De cada cien mil personas sólo una, se supone, tiene el don y el privilegio de apreciar y disfrutar la poesía. Se dice que no se vende y no interesa a nadie. Sin embargo, se sigue escribiendo y publicando –y en tales cantidades que la amenaza contra el libro impreso bien puede provenir de la explosión poetográfica más que del imperio de la electrónica. Quizá nadie la lea pero lo cierto es que casi todo el mundo la escribe. Hay una circulación que no registran las estadísticas. Como los humanistas del Renacimiento, los poetas forman una pequeña Internacional en comunicación e intercambio que no cesan. Proliferan en todas partes los festivales de poesía y, contra los temores del principio, el ciberespacio ha resultado más que favorable para esta actividad al mismo tiempo despreciada y exaltada sin medida. El gran poeta sueco Tomas Tranströmer es un ejemplo de todo esto. Adonis, siriolibanés que escribe en lengua francesa, lo ha difundido en el mundo árabe. Robert Bly ha sido su incansable divulgador en lengua inglesa. En español el poeta uruguayo Roberto Mascaró ha dedicado gran parte de su vida a traducir con excelencia a Tranströmer. Y sería injusto olvidar a este respecto la gran labor de Francisco Uriz y Justo Jorge Padrón. Los mexicanos tenemos la fortuna de que en 1981 Homero Aridjis lo haya invitado al Festival de Morelia y traducido en colaboración con Pedro Zekeli una veintena de poemas que ahora reaparecerán en la antología de Tedi López Mills. El propio Zekeli trabajó con Octavio Paz en Cuatro poetas contemporáneos de Suecia (1963) que nos dio a conocer a Harry Martinson, Artur Lundkvist, Gunnar Ekelöf y Erik Lindegren. El poeta británico Philip Larkin se vanagloriaba de no haber salido nunca de su isla ni haber leído jamás poesía que no estuviera escrita en inglés. Aquí estamos en las antípodas de Larkin. Nuestra miseria es nuestra riqueza. Abundan de generación en generación las traducciones. Gracias a ellas lo ajeno se vuelve propio y un poema francés, ruso o polaco se convierte también en poesía mexicana. Traducir es una tarea que exige mucho tiempo. Estas versiones de urgencia en ocasión del premio merecidísimo a Tranströmer son nada más un intento informativo y periodístico. Desde luego, en la ignorancia casi angelical del sueco, parten de las versiones en inglés. “Poesía”, sentenció Robert Frost, “es lo que se pierde al traducirse”. Desde luego. Pero, como replicó John Frederick Nims, es más lo que se pierde al no traducirse. Inseguridad nacional La subsecretaria se inclina y traza una equis. Sus aretes oscilan como espadas de Damocles. Si la mariposa moteada se hace invisible contra el suelo, el demonio se funde con el periódico abierto. Un casco sin nadie ha tomado el poder. La tortuga madre huye volando bajo el agua. Allegro Tras un mal día toco a Haydn y siento su calidez en las manos. Las teclas están listas. Dóciles martinetes golpean. Verde, vehemente y lleno de silencios es el tono. El tono dice que la libertad existe y hay alguien que no paga impuestos al César. Meto las manos en mis haydnbolsillos 1155

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Y actúo como un hombre que en medio de todo esto permanece sereno. Levanto mi haydnbandera. Quiere decir: “No capitulamos pero queremos la paz.” La música es una casa de cristal que se alza en una ladera. Las piedras vuelan, las piedras ruedan. Ruedan las piedras por toda la casa pero cada ventana sigue intacta. La pareja Apagan la luz y su sombra blanca por un instante brilla trémula antes de disolverse como una tableta en un vaso de tinieblas. Y después se levantan. Los muros del hotel se elevan hasta el cielo negro. Los movimientos del amor se han asentado y ellos duermen pero sus más secretos pensamientos se unen como cuando dos colores se juntan y fluyen uno dentro del otro sobre el papel húmedo en que un niño ha hecho su pintura. Todo es sombra y silencio pero esta noche la ciudad se ha reconcentrado. Con ventanas a oscuras las casas se acercan a sí mismas. Se yerguen unidas en una muchedumbre que espera, una multitud sin expresión en sus caras. Tras una muerte Hubo una conmoción que dejó atrás una larga, trémula y brillante cola de cometa. Nos da asilo. Hace borrosas las imágenes del televisor. Se asienta en gotas frías sobre los hilos del teléfono. Aún podemos esquiar bajo el Sol invernal a través de la maleza donde cuelgan algunas hojas. Se dirían páginas arrancadas de un viejo directorio telefónico, nombres tragados por el frío. Aún es hermoso escuchar el latido del corazón pero a menudo la sombra parece más real que el cuerpo. El samurai se ve insignificante junto a su armadura de negras escamas de dragón. Las vías del tren Dos de la madrugada. Claro de Luna. El tren se ha detenido en la llanura. A lo lejos, fríos en el horizonte, parpadean destellos de una ciudad. Como cuando alguien penetra tan profundamente en el sueño 1166

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que nunca recordará haber estado allí al volver a su cuarto. O como cuando alguien entra tan hondo en una enfermedad que sus días se vuelven chispas parpadeantes, un enjambre débil y frío en el horizonte. El tren está inmóvil por completo. Dos de la madrugada: fuerte claro de Luna, pocas estrellas. Bajo presión el sonido monótono del cielo azul ensordece como la vibración de una máquina. Vivimos aquí en un estremecido lugar de trabajo donde los abismos del océano pueden abrirse de repente, las conchas y los teléfonos sisean. Uno puede ver la belleza sólo rápidamente y al sesgo. Densas semillas sobre el campo, muchos colores en una corriente parda. Aquí las sombras sin sosiego se despliegan en mi cabeza. Quieren entrar en la semilla y convertirse en oro. Descienden las tinieblas. Me acuesto a medianoche. La embarcación más pequeña se aparta de la mayor. Estamos solos en el agua. El lúgubre casco de la sociedad flota a la deriva cada vez más lejos. Dos haikús Muro doliente: van y vienen palomas que carecen de rostro. * De este a oeste veloz como la Luna fluye la noche. Proceso, 10 de octubre de 2011, www.proceso.com.mx/?p=283704

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espués de pacientes años de espera para todos los que lo rodeamos, Tomas recibe el Nobel. Para mí ha sido una gran alegría, acompañada por un sentimiento de justicia, ya que mi intuición me ha dicho siempre que Tranströmer expresa grandes cosas con palabras pequeñas. Desde que Tomas sufriese un ataque cerebral, su comunicación con el mundo se realiza gracias a la única persona que lo entiende, su esposa Mónica. Hasta ha sido posible entrevistarlo detalladamente, y siempre ha respondido a las preguntas que le ha interesado responder. Y también ha estado activo en el arte, a través de los conciertos de piano de obras para la mano izquierda que Tomas ha seguido brindando, con su constante buen humor y su tranquilidad asombrosa. Creo que hoy, cuando recibe el Nobel (seguramente con su risa cascada e infantil) hay que hacer justicia también a Mónica, que ha sido su mágica intérprete durante estos años. Sin ella, no hubiésemos sabido casi nada de lo que pasa en la mente misteriosamente "bloqueada" del poeta... 1177

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Cuando los conocí, Mónica trabajaba como enfermera en un centro de refugiados de Suecia. Allí, los Tranströmer conocieron a familias uruguayas y chilenas que llegaban en los años 70 para rehabilitarse de las torturas recibidas en sus propios países. Hablábamos a menudo de Uruguay. Ellos siempre se asombraban mucho de que en un país de tradición democrática gobernasen los militares, unidos a los civiles arribistas y despóticos, con crueldad extrema, con las consecuencias físicas y psíquicas que Mónica se ocupaba en mitigar en su trabajo cotidiano. Ambos se asombraban de que los militares, con la excusa de combatir el terrorismo, tuviesen a la población secuestrada y sometida al terrorismo de estado durante tantos años. Entendían, a la vez, que los militares se mantuviesen en el poder solamente con la ayuda de ese terror que ejercían, sin el más mínimo apoyo popular. He sido amigo personal de los Tranströmer durante algunos años. Tomé contacto con Tomas al año de haber llegado a Suecia. Hace más de treinta años lo llamé una noche por teléfono, sin conocerlo, para contarle que había traducido un poema suyo y que deseaba enviarle una copia. Yo era un poeta incipiente y extranjero y no había practicado lo que yo llamo el arte de la traducción. Él no conocía el castellano, ni la poesía hispanoamericana (fuera de las obras de García Lorca, Vallejo, Borges, Neruda y García Márquez) pero su respuesta fue amistosa y natural: me expresó gratitud por el interés manifestado por su poema. Yo tenía la impresión de que sus poemas se prestaban para versiones que realmente fuesen reescrituras y no simples transcripciones Esta era para mí una manera fascinante de emprender mi viaje hacia el corazón del idioma sueco; viaje que, hoy en día, está aún muy lejos de haber terminado. Unos días después de mi llamada llegó Tomas a mi casa, en el barrio obrero-estudiantil de Estocolmo, Södermalm. A pocas cuadras estaba ubicada la Editorial Nordan, creada por uruguayos, que presentó en los años 80, entre otras cosas, una novela de Juan Carlos Onetti en sueco; y más allá, el boliche uruguayo Cono Sur, donde cantaron por aquellos años, entre muchos otros músicos sudamericanos, Los Olimareños y Susana Rinaldi. Nosotros, un grupo de refugiados, lanzábamos la revista Saltomortal. Tomas me contó que Södermalm era su barrio de infancia; de niño, había estado jugando en las calles cercanas a mi departamento de Bondegatan: es decir, en mi barrio de adopción. Me pareció una coincidencia bastante asombrosa; especialmente porque yo ambicionaba transformarme en su álter ego en castellano. Le hizo mucha gracia que yo viviese sin agua caliente ni lavadero en mi anticuado departamento (yo me bañaba en una enorme olla que calentaba en el gas de la cocina) en el país del confort. Lo convidé a comer asado hecho en la estufa a leña de cerámica, que era a la vez mi calefacción: mi kakelugn. Así, Tomas tuvo la oportunidad de presenciar otra vez un modo de vida que en los años 40 era seguramente muy extendido y normal, y de esa manera realizó una especie de visita al museo de su propia vida. Nuestra relación siguió con visitas mutuas esporádicas, noches de grillos y vino tinto en los jardines estivales de Suecia, noches en las que no hablábamos de nada especial, pero compartíamos todo. Todo ello resultó en que, con el tiempo, me transformase en su amigo y traductor al castellano. Extremadamente sencillo, de pocas palabras, de risa fácil, conocedor de la vida y de muchas regiones del mundo, respetuoso de todas las culturas y posturas. Ha ejercido la poesía con orgullo pero sin ostentación alguna, sin complejos ni culpas y también sin exigir privilegios por haber sido uno de los poetas más nombrados y traducidos del planeta. Siempre me ha asombrado la serenidad y libertad con que critica a su propio país, siendo a la vez un sueco tan integrado, tan favorecido por su prestigio, tan normal. Sobre todo ha criticado la destrucción de la sociedad sueca humanista en la que él se formó a favor de una vaciedad funcionalista que detesta. Un día, mostrándome una zona de depósitos y fábricas, me contó que allí había estado la ciudad vieja de Västerås (en una época capital del reino), que habían demolido siguiendo la planificación correspondiente. Cuando le pregunté el sentido de la tropelía urbanística, me respondió: "Lo hicieron para eliminar todo signo de humanidad". Me llamaron la atención las palabras, pronunciadas con su inalterable buen humor, sin amargura, pero llenas de una crítica implacable y exentas de odio. Al mismo tiempo, yo he sentido en él siempre al místico sin dios a la vista y al misionero (aunque jamás me habló de su trabajo en las cárceles y en los hospicios) que también aparece con nitidez y altura 1188

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incomparables en sus poemas. Y habló siempre de su poesía sin citar escuelas ni fórmulas (salvo los maestros griegos) con una llaneza digna de artesano fino. Tomas me confesó, apenas nos conocimos, que su gran capricho era conocer Montevideo, la ciudad donde había nacido Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont. A mí me hubiese gustado y me sigue gustando que pueda algún día ver jugar a Peñarol, que es poesía en movimiento... Y, para mérito de mi ciudad natal, Montevideo, hoy ya hace tiempo liberada del oprobio dictatorial, se publicaron allí sus Haikus y otros poemas en 2003, aún antes de que se publicasen en su lengua original en Suecia. Toda traducción implica cierta degradación del texto original; especialmente cuando se trata de poesía, esa modalidad tan concentrada y a la vez abierta del lenguaje. Traducir es en mayor o menor medida recrear, vestir los significados con nueva ropa -con la ropa de la lengua a la que se vierte el texto- y ello implica desnudar o desmontar y por cierto en ocasiones violar (omitiendo o agregando) el original. Tal vez se pueda describir el proceso de este modo: se somete al texto y su sentido esencial a sutiles pruebas y confrontaciones, hasta que los significados se hacen flexibles, manipulables, transportables, por así decirlo. Pero, no existe una poesía que se pueda reducir a significados, a ideas, a abstracciones. Toda poesía se funda en el lenguaje. Y, más allá: todo poema está escrito en una lengua específica. Por esto, una vez conocido e interpretado el original, después de leer varias veces el texto sueco, comienza el proceso de exploración o viaje al "centro mismo" del poema, eso que queda (o no queda) en el lector después de la lectura. Solo al final de este proceso sabemos si este puede llegar a existir en otra lengua. A esta altura, las preguntas que suele hacerse el traductor son: "¿Es comprensible el poema (su tema, sus motivos, sus imágenes) para el lector? ¿Se mantiene el sentido? ¿Es posible elaborar un ritmo que al menos recuerde el ritmo del original? ¿Hay aspectos que se verán favorecidos por la otra lengua?". Recién después de responder a estas y a muchas otras preguntas llega el momento de volver a escribir, transcrear o travestir el poema al castellano, creando así un texto nuevo, que no sustituye al original, pero puede guiarnos hacia él, hacia su sentido esencial. Como dice Walter Benjamin, hay que dejar que la fuerza del idioma original penetre la lengua de recepción, yo agregaría con cierta crudeza. Mis versiones no pretenden ser más que eso: versiones, posibilidades, equivalencias, aproximaciones, recreaciones, reescrituras, travestidos. Todo esto he tratado de expresar con este trabajo de largos años, y espero que sea un placer para el público hispanohablante encontrarse con este gran poeta, un justo premio Nobel. Siempre he afirmado que mis traducciones son como obras propias, y así lo siento. Es una manera de ser poeta por partida doble, de agrandar los horizontes de la poesía, que no tiene dueño. Y last but not least, España tiene que agradecer a Diego Moreno, de Ediciones Nórdicas, por su intuición de editor, que ha publicado recientemente estos dos magníficos volúmenes, que reúnen los poemas completos del poeta. El País, 6 de octubre de 2011

EELL PPO OEETTAA EEN N EELL M MU UN ND DO O AAnnttoonniioo M u ñ o z M o l i n a Muñoz Molina

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a gran ventaja de la ignorancia es que permite de vez en cuando la alegría del descubrimiento. Yo escribo ahora mismo urgido por esa alegría, por el asombro de haber encontrado una escritura de la que hasta hace unos días no sabía nada y que ahora va conmigo como una voz nueva y fiel, con esa suprema cualidad portátil que tiene la poesía, gracias a la cual uno puede llevar en el bolsillo la obra completa de una vida. El mes pasado, cuando oí o leí el nombre del ganador del Nobel de Literatura, me encogí de hombros, casi como todo el mundo, con ese instinto de recelo o indiferencia hacia lo desconocido del que no 1199

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está libre nadie. Un poeta sueco. Un poeta sueco con un nombre que uno nunca ha escuchado y que no se le queda en la memoria. Tomas Tranströmer. Uno, aunque no lo quiera, es tan provinciano que automáticamente considera falto de mérito o poco importante a un escritor por el simple hecho de que nunca ha escuchado su nombre. Como si uno lo supiera todo. Pero encontré aquí y allá opiniones favorables de personas de las que me fío y me despertó simpatía la imagen de ese hombre reducido al silencio y paralizado a medias que tenía en las fotos una cara de inteligencia y bondad y que sigue tocando el piano aunque apenas pueda hablar. Me prometí que leería algo, aun con la expectativa limitada de la traducción. Leer poesía traducida es aceptar que uno está perdiéndose en el mejor de los casos entre la cuarta parte y la mitad de lo que hay en el original. Leer poesía traducida de una lengua que uno ignora por completo es saltar al vacío. Poesía, argumentan algunos derrotistas, es precisamente aquello que se pierde al ser traducido. Hay poetas, poemas, que resisten bien la traducción. Antonio Machado y Federico García Lorca, que nunca faltan en las secciones de poesía de las buenas librerías americanas, se leen con una claridad magnífica en inglés. Una buena parte de la gran poesía americana, su naturalidad expansiva, viaja bien al español: incluso la solemnidad visionaria de Wallace Stevens, o el fraseo fingidamente coloquial de William Carlos Williams, que tradujo por cierto a Miguel Hernández, y que a veces tiene un ritmo entrecortado como de Jorge Manrique. Y hay fenómenos prodigiosos como las traducciones que ha hecho Edith Grossman de los sonetos que a uno le parecen más intraducibles de Quevedo o de Góngora, o el más difícil todavía de las Soledades, que cuando Edith las recita en inglés parece que se escribieron en esa lengua y también que preservan intactos los retorcimientos y los relumbres de Góngora. Pero cómo sería posible trasladar al español la cantinela de metrónomo o de redoble fúnebre de Baudelaire o de Mallarmé, o esa música sofisticada que dicen que hay en la poesía rusa. O la tensión sintética de la poesía latina, que une entre sí las palabras con una fuerza recóndita tan poderosa como la que une los protones y los neutrones en el núcleo de un átomo. Tengo la intuición de que Tomas Tranströmer sí puede ser razonablemente bien traducido. Hace unos días, en la primera librería de Nueva York en la que entré con algo de hambre atrasada después de meses de ausencia, vi de nuevo su nombre que había olvidado y un volumen austeramente editado en blanco y negro por New Directions que contiene toda su obra poética en prosa y verso en poco más de doscientas cincuenta páginas. Se titula The Great Enigma, y el traductor al inglés es Robin Fulton. Uno a veces compra los libros no porque tenga verdadero interés sino por la simple gula de comprarlos. Pero New Directions es la editorial que publicó originalmente a William Carlos Williams, y también a mi muy admirada Denise Levertov, y parece que sus libros tienen una astucia sutil para deslizarse entre los dedos del lector aturdido o abrumado por un exceso de posibilidades. No puedo imaginar cómo sonarán en sueco los poemas de Tomas Tranströmer. Pero en inglés, en un banco en un parque al sol de noviembre, en un vagón de metro, en una noche silenciosa de insomnio, junto a una ventana en una tarde en la que ha cambiado la hora y se hace de noche inesperadamente, esa poesía desconcierta un poco primero como una música que uno no ha escuchado nunca y después se impone, gradualmente, hasta un punto parecido a la intoxicación, o a lo que llamó Claudio Rodríguez el don de la ebriedad. La mejor literatura tiene un efecto físico. Provoca una inundación de vehemencia, como la inundación de endorfinas de una carrera o de una caminata larga y sostenida. Es el efecto físico de Whitman, o del Antiguo Testamento, el de Campos de Castilla o Poeta en Nueva York, el de Las flores del mal, el de Moby Dick o ciertos capítulos de Ulises. Yo he salido a caminar durante dos horas a lo largo de la orilla del río Hudson y he llevado conmigo los poemas de Tomas Tranströmer. Hay que encontrar el ritmo de la caminata, lo primero de todo. Hay que adaptar el oído: como cuando uno se familiariza despacio con una música rara y poco a poco arrebatadora, los cuartetos de cuerda de Béla Bartók, la música de cámara de Elliott Carter, los Preludios de Ligeti. Al principio la voz de Tranströmer es así de chocante. No la hemos 2200

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escuchado nunca. No se parece a ninguna otra. Lo cotidiano y lo visionario se superponen en el mismo poema, los paisajes de la naturaleza y los de los sueños, la pesadumbre sórdida de la soledad y la franca alegría del amor. Unas veces la forma se contiene hasta la concisión de un haiku: otras se expande en anchas corrientes narrativas, a la manera de Eliot en los Cuatro cuartetos o de los encabalgamientos de Whitman o las amplitudes épicas de Derek Walcott, con su confianza casi insolente en la potestad de la poesía para abarcar el mundo. Pero en Tranströmer hay, junto a la posibilidad de la desmesura, una contención probablemente escandinava. Es un Whitman o un Walcott metido para adentro, un Eliot sin solemnidades litúrgicas, aunque con una intuición severa de lo sagrado. Me paro a descansar en mi caminata frente al río y abro de nuevo el libro de Tranströmer. Qué mezquindad, qué apocamiento que la literatura se mida con la literatura, el arte con el arte. Con lo que la literatura y el arte tienen que medirse es con el mundo, con la misma vida, como se miden las manos extendidas de hierro de Eduardo Chillida con el mar Cantábrico, o los enanos de Velázquez y los fusilados de Goya con nuestra pobre condición humana. Frente a la anchura del Hudson leo Bálticos, el poema más largo de Tomas Tranströmer, que arranca hablando de su abuelo materno cuando pilotaba buques en la bruma incierta del mar, y la poesía, incluso traducida, resiste la confrontación con ese paisaje desmedido. En cuanto termine de escribir y haya mandado esta crónica seguiré leyendo. Tomas Tranströmer, The Great Enigma. Traducción de Robin Fulton. New Directions, 2007. 288 páginas. ndbooks.com/book/the-great-enigma. Tomastranstromer.net. En español, la obra de Tomas Tranströmer está publicada en Nordicalibros, Hiperión y bid & co editor, y en catalán en Periféric. ***

M MU URRIIÓ Ó LLAA PPO OEETTAA M MAARRGGAARRIITTAA VVIILLLLAASSEEÑ ÑO ORR Margarita Villaseñor, quien en abril de este año recibió un homenaje en el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) por sus 77 años, falleció la madrugada de ayer en la Ciudad de México a causa de un paro cardiaco, informó el escritor Julián Robles, amigo y colaborador de la autora. Villaseñor nació en la Ciudad de México el 30 de abril de 1934. Fue licenciada en letras francesas por el Instituto Francés de América Latina (IFAL), maestra en letras españolas por la Universidad de Guanajuato, doctora en letras españolas por la UNAM y doctora en literaturas comparadas por la Universidad de París. Fue directora de la imprenta y la editorial de la Universidad de Guanajuato, desde donde publicó importantes obras de la literatura mexicana. La obra de Margarita Villaseñor le valió obtener el Premio Xavier Villaurrutia en 1981, por su poemario El rito cotidiano. Su obra poética se compone de los libros Poemas (1956), Tierra hermana (1958), Poemas cardinales (1962), La ciudad de cristal (1965), El rito cotidiano (1981) y De muerte natural (1984). De acuerdo con Julián Robles, Margarita Villaseñor trabajaba en un nuevo libro con poemas inéditos, que sería publicado por Siglo XXI Editores. Es autora de las obras de teatro La gesta de Juárez (1972), Apocalipsis 1910 (1973), El árbol de la vida (1973), Los sueños de Quevedo (1974), Entremeses de la Nueva España (1974) y Camino negro, así como de la telenovela El extraño retorno de Diana Salazar (1988). Como señaló en entrevista Julián Robles, Margarita Villaseñor fue una de las grandes poetas del siglo XX en México y su trabajo fue respaldado por grandes plumas, como las de Rosario Castellanos y Pedro Garfias, quienes prologaron obras suyas. Sin embargo, agrega el también escritor, su obra no fue lo suficientemente reconocida. “A la obra poética de Margarita Villaseñor le falta reconocimiento, porque es 2211

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una obra que llega directamente al público, no es críptica, apela a cualquier lector, pero a pesar de eso tiene hallazgos importantes dentro del lenguaje, sin renunciar a la experimentación. Podía tener un contacto muy directo sobre el público, sobre los lectores”, destacó Julián Robles. El Universal, 13 de agosto de 2011

H HU UEELLGGAA D DEE H HAAM MBBRREE PPaabblloo BBuujjaallaannccee Ahora sí que va a necesitar Nicanor Parra una María Kodama que se haga cargo de la biblioteca, como reclamaba él mismo en sus Poemas para combatir la calvicie. El antipoeta se ha empeñado durante las últimas décadas en permanecer ajeno a cualquier tipo de exposición pública (con excepciones como la que cometió el año pasado al declararse en huelga de hambre en solidaridad con 34 presos mapuches, dos de ellos menores de edad, procesados según la ley antiterrorista que se mantiene vigente en Chile desde el último mandato de Pinochet), y ahora, como escribiría él mismo, la kgó. Pero, a cambio de la fractura en su plácida existencia en Las Cruces, los lectores españoles de su obra nos sentiremos menos solos. Nuestra particular huelga de hambre se nos va aliviar un poco, por más que Parra ni siquiera contestara ayer a las llamadas de González-Sinde. No importa. La antipoesía es, digámoslo de una vez, uno de los acontecimientos más felices que la literatura en español puede contar en el último siglo. Roberto Bolaño lo supo, y Parra correspondió con un estremecedor artefacto tras su muerte. Todo es poesía menos la poesía: he aquí su credo. Y así devuelve el verso a su función original, humana hasta las heces. Dios sólo es otro weon que también la kgó. Basta leer sus Hojas de Parra para que el escalofrío cunda. Y en él la libertad feroz que hace de la corrección política el enemigo a batir. Salve, Parra. Diario de Jerez, 2 de diciembre de 2011

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ive medio escondido, alejado de todo, en una casa frente a las negras olas del Pacífico. El chileno Nicanor Parra, poeta de referencia en lengua castellana, ha completado la compilación de su obra en un libro plagado de poemas visuales e inéditos y rompe su silencio. "Nunca fui el autor de nada, siempre he pescado cosas que andaban en el aire", asegura. Es un hombre, pero podría ser otra cosa: una catástrofe, un rugido, el viento. Sentado en una butaca baja cubierta por una manta de lana, viste camisa de jean, un suéter beis que tiene varios agujeros, un pantalón de corderoy. A su espalda, una puerta vidriada separa la sala de un balcón en el que se ven dos sillas y, más allá, un terreno cubierto por arbustos. Después, el océano Pacífico, las olas que muerden rocas como corazones negros. —Adelante, adelante. Es un hombre, pero podría ser un dragón, el estertor de un volcán, la rigidez que antecede a un terremoto. —Adelante, adelante. 2222

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Llegar a la casa de la calle Lincoln, en el pueblo costero de Las Cruces a 200 kilómetros de Santiago de Chile, donde vive Nicanor Parra, es fácil. Lo difícil es llegar a él. *** Nicanor. Nicanor Parra. Oriundo de San Fabián de Alico, hijo primogénito de un total de ocho venidos al mundo de la unión de Nicanor Parra, profesor de colegio, y Clara Sandoval. Tenía 25 años cuando la Segunda Guerra, 66 cuando mataron a John Lennon, 87 cuando lo de los aviones y las Torres. Nicanor. Nicanor Parra. Nació en 1914. En septiembre cumplió 97. Hay quienes creen que ya no está entre los vivos. *** Las Cruces es un poblado de dos mil habitantes protegido del océano Pacífico por una bahía que engarza a varios pueblos: Cartagena, El Tabo. La casa de Nicanor Parra está en una barranca, mirando el mar. En el antejardín, una escalera desciende hacia la puerta de entrada en la que un grafiti, pintado por los punkis locales para que nadie ose tocarle la vivienda, dice: "Antipoesía". En el pasillo que conduce a la sala, anotados con fibrón en la pared con su caligrafía de maestro, los nombres y los números telefónicos de algunos de sus hijos: Barraco, Colombina. —Adelante, adelante. El pelo de Nicanor Parra es de un blanco sulfúrico. Lleva la barba crecida y no tiene arrugas: sólo surcos en una cara que parece hecha con cosas de la tierra. Las manos bronceadas, sin manchas ni pliegues, como dos raíces pulidas por el agua. Sobre una mesa baja está el segundo tomo de sus obras completas -Obras completas & algo + (1975- 2006)- publicado cinco años después del primero por Galaxia Gutenberg, una edición a cargo del británico Niall Binns y del español Ignacio Echevarría, con un prefacio de Harold Bloom, que dice "[...] creo firmemente que, si el poeta más poderoso que hasta ahora ha dado el Nuevo Mundo sigue siendo Walt Whitman, Parra se le une como un poeta esencial de las Tierras del Crepúsculo". A fines de los ochenta, cuando aún vivía en Santiago, Parra dejó de dar entrevistas y, aunque siempre ha habido excepciones, las preguntas directas lo disgustan de formas impensadas, de modo que una conversación con él está sometida a una deriva incierta, con tópicos que repite y a los que arriba con cualquier excusa: sus nietos, el Código de Manú, el Tao Te King, Neruda. —Hombres del sur. ¿Cómo se decía hombres del sur? A ver, a ver... Echa la cabeza hacia atrás, cierra los ojos, repite el mantra perentorio: —A ver, a ver... ¿Cómo se llaman los pueblos del sur originarios de Chile? Antes se llamaban onas, alacalufes y yaganes... —¿Selk'nam? —Eso, eso. Selk'nam. Hay una frase. "La tierra del fuego se apaga". Autor: Francisco Coloane. Una gran frase. Pero él era un personaje bastante antipático, ¿ah? Insoportable. —¿Conoce Tierra del Fuego? —He pasado con un nieto, el Tololo. Es el autor de frases muy fenomenales. Lo primero que dijo fue "dadn". Y después "diúc". Años después le dije: "Usted me va a contar qué quiso decir con 'dadn". En ese tiempo yo estaba traduciendo El Rey Lear y me paseaba de un lado a otro, y él estaba en su cuna, y yo recitaba: "I thought the king had more affected the Duke of Albany than Cornwall". Y pensaba. "¿Cómo traduzco esto?". Y él ahí pescó: el "diúk". Y le digo "¿Y el 'dadn?". Y me dijo: "To be or not to be: that is the question". That is: 'dadn". Una vez la directora de colegio citó a una reunión urgente a su mamá porque pasaba lista y el Tololo no contestaba. Entonces le dijo "Oiga, compadre, ¿por qué no contesta cuando paso lista?". "No puedo porque yo ya no me llamo Cristóbal. Ahora me llamo Hamlet". Desde esa época yo renuncié a la literatura y me dedico a anotar las frases de los niños. 2233

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La frase puede parecer un chiste, pero no: Parra anota cosas que dicen sus nietos; o Rosita Avendaño, la mujer que limpia en su casa; o la gente que pasa por ahí, y las transforma en la engañosa sencillez de sus poemas: "Después me quisieron mandar al colegio / Donde estaban los niños enfermos / Pero yo no les aguanté / Porque no soy ninguna niña enferma / Me cuesta decir las palabras / Pero no soy ninguna niña enferma", escribió en 'Rosita Avendaño'. —¿Ha estado en la India? Estuve una semana. Yo no conocía el Código de Manú. Si lo hubiera conocido, me quedo. El último verso del Código de Manú es el siguiente: "¿Por qué?, se pregunta uno. Porque humillación más grande que existir no hay". Cuenta las sílabas con los dedos, llevando el ritmo con los pies. —Atención. Dice el Código de Manú: las edades del hombre no son ni dos ni tres, sino cuatro. Primero, neófito. Segundo, galán. Tercero anacoreta. Cuando nace el primer nieto, el hombre se retira del mundo. Nunca más mujer. Nunca más familia. Nunca más bienes materiales. Nunca más búsqueda de la fama. —¿Y la cuarta edad? —Asceta o mariposa resplandeciente. Quien haya pasado por todas esas etapas será premiado. Y para el que queda a medio camino, castigo. Resucitará. En cambio el otro, el asceta, no resucita. Porque no hay humillación más grande que existir. El mejor premio es borrarlo a uno del mapa. ¿Y entonces qué hace uno después de eso? Uno se va de la India y se viene a Las Cruces. *** Tuvo una infancia con privaciones y mudanzas hasta que, a los 16 o 17, partió a Santiago, solo, y gracias a una beca en la Liga de Estudiantes Pobres terminó los estudios en un instituto prestigioso. Como tenía notas altas en materias humanísticas pero no en ciencias exactas, estudió Matemática y Física en la Universidad de Chile "para demostrarles a esos desgraciados que no sabían nada de matemáticas". En 1938, mientras se ganaba la vida como profesor, publicó Cancionero sin nombre. En 1943 viajó a Estados Unidos para estudiar mecánica avanzada; en 1949 a Inglaterra para estudiar cosmología; desde 1951 enseñó matemáticas y física en la Universidad de Chile. En 1954 publicó Poemas y antipoemas, un libro que, con un lenguaje de apariencia simple pero con un tratamiento muy sofisticado, revolucionó la poesía hispanoamericana: "Ni muy listo ni tonto de remate / fui lo que fui: una mezcla / de vinagre y de aceite de comer / ¡Un embutido de ángel y bestia!". Llevaba prólogo de Neruda, con quien Parra tendría una relación cargada de contradicciones, entre otras cosas porque sus poemas empezaron a leerse como una reacción a cualquier forma de poesía ampulosa, y fue recibido con elogios altos. Siguió, a eso, una época pródiga. Publicó La cueca larga en 1958; Versos de salón, en 1962 (“Durante medio siglo / la poesía fue / el paraíso del tonto solemne. / Hasta que vine yo / y me instalé con mi montaña rusa”); Manifiesto en 1963; Canciones rusas en 1967. En 1969 ganó el Premio Nacional de Literatura y reunió su obra en Obra gruesa. Tenía 55 años, era procastrista y jurado del Premio Casa de las Américas cuando, en 1970, asistió a un encuentro de escritores en Washington y, junto a otros invitados, hizo una visita a la Casa Blanca donde los invitó, inesperadamente, la mujer de Nixon a tomar el té. La taza de té con la esposa de Nixon, en plena guerra de Vietnam, fue, para Parra, la aniquilación: Casa de las Américas lo inhabilitó para actuar como jurado y le llovieron denostaciones. Si su posición política cayó bajo sospecha, su obra no tardó en pasar al mismo plano: en 1972 publicó Artefactos, una serie de frases, acompañadas por dibujos, que se movían entre la irreverencia, la blasfemia y la incorrección política: “La derecha y la izquierda unidas jamás serán vencidas”, “Casa Blanca Casa de las Américas Casa de orates”. Los más amables dijeron que eso no era poesía. Los menos, que era la mejor propaganda que los fascistas podían conseguir. En 1977, durante la dictadura de Pinochet, publicó Sermones y prédicas del Cristo del Elqui ("Apuesto mi cabeza / a que nadie ser ríe como yo cuando los filisteos lo torturan"), y Chistes para desorientar a la policía ("De aparecer 2244

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apareció / pero en la lista de los desaparecidos"), pero, como sucedió con otros poetas que se quedaron en Chile en esos años, pesó sobre él cierta sospecha de no oponerse al régimen con demasiado ímpetu. En 1985 publicó Hojas de Parra y, poco después, se fue a vivir a Las Cruces. Siguieron, a eso, veinte años de silencio hasta que, en 2004, publicó, en Ediciones Universidad Diego Portales, una traducción de Rey Lear, de Shakespeare, que fue recibida como la mejor jamás hecha al castellano. ***

Nicanor. Nicanor Parra. Escribe con birome común en cuadernos comunes, toma ácido ascórbico en dosis masivas, come siempre lo mismo: cazuelas, arrollados, sopas. Fue varias veces candidato al Nobel, sempiterno al Cervantes. Hace tiempo le propusieron filmar una publicidad de leche y, como Shakira formaba parte del proyecto, pidió cobrar lo mismo que ella. Dizque le pagaron treinta mil dólares por medio minuto de participación y que, desde entonces, repite que su tarifa es de mil dólares por segundo. Tiene dos casas en Santiago, una en Las Cruces, otra en Isla Negra. Nadie sabe qué hace con aquellas que no habita. *** —Él tiene mucha conciencia de lo que vale, y también en eso es un antipoeta —dice Matías Rivas, director de Ediciones Universidad Diego Portales y quien se acercó a Parra para proponerle publicar la traducción de Lear. -Después que publicamos El Rey Lear entró en la universidad y eran miles de jóvenes detrás de él. Volvió convertido en un rock star. Está más vivo y despierto que uno. Por eso los interlocutores de su edad, o un poco menores, se quedan espantados con los Artefactos. Nicanor está en la onda punk, y los interlocutores más viejos llegaron hasta su onda jazz. “Más vale nuevo que bueno”, dice siempre. La frase no es una declamación vacía: hace poco, Parra escribió un rap, El rap de la Sagrada Familia, que cuenta la relación entre un viejo y una estudiante, y su producción de Artefactos, que ahora acompaña con el dibujo de un corazón con ojos, no sólo no ha dejado de crecer sino que se le han agregado los Trabajos prácticos, objetos intervenidos como una cruz donde, en vez de Cristo, hay un cartel que dice "Voy y vuelvo", o una foto de Bolaño con una cita de Hamlet: "Good night sweet prince". *** En 1940 se casó con Anita Troncoso, con quien tuvo tres hijos y, en 1951, con Inga Palmen. Tuvo un hijo con Rosita Muñoz, que fuera su empleada, y dos más con Nury Tuca, a quien le llevaba treinta y tres años. En 1978 conoció a Ana María Molinare, de poco más de treinta. Ella lo dejó y él, que mordió el polvo, escribió un mantra radioactivo, un poema llamado 'El hombre imaginario': "El hombre imaginario / vive en una mansión imaginaria / rodeada de árboles imaginarios / a la orilla de un río imaginario". Tres años más tarde, Ana María Molinare se suicidó. A mediados de los noventa conoció a Andrea Lodeiro, a quien le llevaba varias décadas -quizás seis- y con quien estuvo hasta 1998. Desde entonces permanece -más o menos- solo. "Lo que yo necesito urgentemente / es una María Kodama / que se haga cargo de la biblioteca (...) con una viuda joven en el horizonte/ (...) el ataúd se ve color de rosa / hasta los dolores de guata / provocados x los académicos de Estocolmo / desaparecen como x encanto", escribió. En sus años altos empezó a cultivar una imagen desmañada. Compra ropa de segunda mano en el Puerto de San Antonio, un sitio rufián por el que se mueve cómodo, como en todas partes: cuando, tiempo atrás, desaparecieron de su casa algunos de los cuadernos en los que escribe y supo que unos dealers locales los habían recibido en forma de pago, marchó a buscarlos y le fueron devueltos con disculpas. Su reticencia a publicar es legendaria. Aun cuando en Ediciones Universidad Diego Portales sacó dos libros más 2255

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Discursos de sobremesa (2006) y La vuelta del Cristo de Elqui (2007)-, demora años en firmar contrato, meses en llegar a una versión con la que esté conforme. El proceso de las obras completas llevó casi una década. En noviembre de 1999, Ignacio Echevarría y Roberto Bolaño, que se había transformado en un gran impulsor de la obra de Parra ("escribe como si al día siguiente fuera a ser electrocutado", escribió), fueron a visitarlo. —De regreso en Barcelona -dice Ignacio Echevarría-, Roberto me sugirió que hiciera las obras completas de Parra. Todos me dijeron que era imposible, pero se lo propuse y dijo que estaba dispuesto. Claro que luego yo le enviaba un contrato, él lo tenía seis meses y me decía que lo había perdido, y había que hacer todo de nuevo. Tres años pasaron hasta que, luego de la muerte de Bolaño, viajé a Chile, lo visité y me dijo: "Voy a firmar el contrato. A Roberto le hubiera gustado, ¿verdad? Vamos a hacerlo por Roberto". Pero he ido sintiendo un escrúpulo cada vez mayor por haber obligado a Parra a hacer algo que él no quería hacer. Él concibe la antipoesía como algo que se escribe en un muro, en una servilleta. Y creo que la idea de las obras completas le repugna. *** En el baño de la casa, colgada de un clavo, sobre el inodoro, hay una bandeja de cartón que, con su caligrafía, dice: "No tire el papel en la taza del water". En la sala, Parra toma té y recita en griego los primeros versos de la Ilíada. Después, echa la cabeza hacia atrás y se coloca la bolsa de té sobre el ojo derecho. —Tengo algo en el ojo. Con esto se cura. La vez pasada me fui corriendo de la clínica, en Santiago. El urólogo me dijo: "Preparesé, compadre, porque mañana es la intervención quirúrgica. Una simple sistología". Y entonces le dije: "Prefiero morirme. Deme de alta o salto por esa ventana". Y yo iba a saltar. Acabo de descubrir en mi biblioteca un libro que se llama El libro del desasosiego. —De Pessoa. —Ya no corre. Ese chiste de los heterónimos. Ya, compadre, ya. Tiene un poema que es insuperable. Dice: "Todas las cartas de amor son ridículas. Si no fueren ridículas no serían cartas de amor". Y sigue, "yo también en mi tiempo escribí cartas de amor, como las otras, ridículas". Mire usted las volteretas que se da. Como esas poetisas argentinas. La María Elena... la María Elena... —¿Walsh? —Claaaro. A ver, hay otras. —¿Alejandra Pizarnik? —Ah, la Pizarnik. Fantástica. ¿Y cuál de ellas es la autora de “La vaca estudiosa”? María Elena Walsh se dedicó, aunque no únicamente, a escribir para niños, rama en la que tuvo el más alto de los prestigios pero, en cualquier caso, es dueña de una obra muy distinta a la de Alejandra Pizarnik, una poeta oscura que se suicidó en 1972. “La vaca estudiosa” es una canción de María Elena Walsh, que cuenta la historia de una vaca que quería estudiar. —Ah, qué maravilla. Y para matar el aburrimiento la vaca se matricula en una escuela. Y a los niños les llama la atención, entonces ella dice: "No, yo me comprometo a ser una vaca estudiosa". No, la María Elena. Estamos cien por ciento con ella. *** —Tiene esa cosa ladina, Nicanor, de descalificar sin estridencias, dice Alejandro Zambra, que trabajó con Parra en El Rey Lear y que, como otros escritores jóvenes, asegura que se ha comportado siempre con una generosidad titánica. -Él no te va a decir algo malo de Neruda, pero te va a contar algo de tal forma que solidarices con él, y no con Neruda. 2266

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—Es un gato de campo, dice Sergio Parra, editor y poeta, que conoce a Parra desde los ochenta. -Una vez estábamos en su casa y él se fue a buscar sus cuadernos. Me dijo: "Te voy a leer unos textos". Y de pronto se da vuelta y me dice "Pero sin moverse, ah". *** —¿Le conté la historia de la huiña? La huiña es un gato salvaje, de monte. Parra abre la puerta que separa la sala del balcón y señala un trozo de tierra entre las plantas del jardín trasero. —Era arisca. Pero un día se acercó y la pude tocar. Y al otro día estaba muerta. Le molestó que yo la tocara. Se sintió desvirgada. Está enterrada ahí. Le hicimos los funerales. De regreso en la sala se pone una chaqueta verde, un sombrero de paja. —Vamos a almorzar. En el auto, camino al restaurante, mira por la ventanilla y dice, divertido: —¿Usted es de Buenos Aires? Una vez a Borges le preguntaron qué pasaba con la poesía chilena y dijo: “¿Qué es eso?”. Y le dijeron que ahí estaba un premio Nobel que era Pablo Neruda. Y dijo: “Ya lo dijo Juan Ramón Jiménez, un gran mal poeta”. Y eso que Neruda todavía no había descubierto el kitsch. Y le preguntaron por Nicanor Parra. Y dijo: “No puede haber un poeta con un nombre tan horrible”. El restaurante es un sitio familiar, con un menú que ofrece empanadas y mariscos y que él escudriña sin usar la lupa que lleva en el bolsillo (no usa gafas). —Yo quiero una empanada de camarón, le dice a la mesera. —Vienen dos. Parra hace un silencio. —Entonces nada. —¿Nada? Otro silencio. —Mire, tiene razón. Dos empanadas. Y nada más. Ya me enojé, ya. La conversación deriva hacia algunos poetas chilenos, hacia la visita que la fotógrafa argentina Sara Facio hizo en los años 50 a su casa de Isla Negra para hacerle un retrato. —Con lo de la Sarita hubo un punto de inflexión. Una revista puso en la portada una foto que decía: "El poeta de Isla Negra: Nicanor Parra". Neruda vio eso y dijo "Esta es la cabeza de una maniobra internacional antineruda, pero yo voy a descargar todo mi poder en la cabeza de Nicanor Parra". Y dicho y hecho. Descargó todo el poder del PC internacional. —¿Se acuerda de ese verso de Neruda, "dar muerte a una monja con un golpe de oreja"? —Un poeta, Braulio Arenas, me enseñó que cada diez versos hay que tirar uno oscuro, uno que no entienda nadie, ni uno mismo. Y ahí se arregla la cosa. Después, de regreso a su casa, desde el auto, señala una colina. —Ahí hay un desarmadero de automóviles. A veces voy. Me gusta ese sitio. —¿Está contento con las obras completas? —Sorprendido. Yo leo esos poemas y no me siento el autor. Pienso que nunca fui el autor de nada porque siempre he pescado cosas que andaban en el aire. El asfalto se desliza terso, entre los pinos y el mar, bajo una luz suave. —Bonito, ¿ah? —Para quedarse a vivir. —O sea, a morir. 2277

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Algo en la tarde recuerda la respiración plácida de un animal dormido. —Fíjese todo lo que han hecho y no han podido resolver ese asunto. —¿Qué asunto? —El de la muerte. Han resuelto otras cosas. ¿Pero por qué no se concentran en eso? Obras completas II. Obras completas & algo + (1975-2006). Nicanor Parra. Prefacio de Harold Bloom. Niall Binns e Ignacio Echevarría, editores. Barcelona, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2011. 1 200 páginas. 58 euros. Obras Completas I. Obras Completas & algo + (1935-1972). Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona, 2006. 1.224 páginas. 55 euros. Babelia, 3 de diciembre de 2011

BBÚ ÚSSQ QU UEED DAA D DEE D DEESSAARRRRAAIIGGO OSS JJ.. M M.. CCaabbaalllleerroo BBoonnaalldd

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ace unos 30 años, Tomás Segovia me envió su libro Anagnórisis con la siguiente acotación: “Esta otra búsqueda de desarraigado”. Esa condición de desarraigado va a acompañar efectivamente a Tomás Segovia a lo largo de sus muchos años de exilio. A pesar de ello, y aunque sean frecuentes las alusiones a esa experiencia deplorable, solo de un modo esporádico y en versión melancólica, se trasmitió a su poesía, al menos como tal argumento explícito. No cabe duda, sin embargo, que el hecho de que Tomás Segovia viviera en México a partir del final de la Guerra Civil (esto es, desde sus 11 o 12 años) tuvo que condicionar en muy buena medida su biografía. Los hijos de los emigrados, como es el caso de Segovia, padecieron una difícil integración en una tierra que no era la suya y que, si bien los acogió con hospitalidad magnánima, les resultaba ajena de algún modo. Además, el hecho de preservar la idea de España a través de los recuerdos familiares, no siempre supuso un aprendizaje confortable. Esa especie de conflicto emocional va a constituir a la larga un indirecto nutriente literario. Aunque no se refirieran regularmente a su experiencia de exiliados, hay como una impregnación, un contagio sutil que actúa de modo encubierto en la tramitación poética de quienes habían sido niños del exilio. De hecho, su pertenencia a una literatura específica -la mexicana o la española- ha suscitado desajustes operativos: se le ha incluido de manera intermitente en una u otra parcela literaria del idioma, o justamente en las dos, cosa que no contribuyó a normalizar la difusión de su obra. La poesía de Tomás Segovia se articula a un largo y sostenido proceso de introspecciones, un poco equidistante de los magisterios mexicanos de un Villaurrutia o un Octavio Paz y de los ascendientes españoles de un Juan Ramón Jiménez o un Luis Cernuda. Los sondeos en la intimidad, el discurso meditabundo, los quebrantos interpuestos, los recursos de la ironía, estabilizan el alcance, la madurez de objetivos de esta poética. Y junto a ello, la calidad gozosa del texto, su elegancia reflexiva, la estructura entrecortada que avala y enriquece una obra poética que debe integrarse en la del grupo poético español del cincuenta y que supuso un emocionante ejercicio de indagación simbólica en la realidad. El País, 9 de noviembre de 2011

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PPO OEESSÍÍAA YY D DEESSAARRRRAAIIGGO O IIvváánn CCaarrvvaajjaall Hablar de Tomás Segovia, uno de los grandes poetas y ensayistas de nuestra lengua, quien murió hace un par de semanas en México, obliga a una mínima exploración de los vínculos entre la poesía y el desarraigo. Contra lo que usualmente se cree, sobre todo contra lo que los funcionarios del aparato cultural creen, la verdadera poesía de nuestro tiempo no expresa las raíces de una patria, de una cultura nacional, sino por el contrario el desarraigo, la condición del ser humano en éxodo. Esta es la condición humana en nuestra época y los poetas están llamados a recordárnoslo. Segovia inició su éxodo vital en la infancia. Nacido en España, tuvo que emigrar debido a que al concluir la Guerra Civil se instaura la dictadura de Franco: primero París, luego Casablanca y finalmente México. El exilio de la familia republicana permitió al poeta pensar de otra forma su inserción en la cultura: lejos de la nostalgia por las “raíces”, asumió el desarraigo y la inquietud como experiencia esencial. Cuando hace un par de décadas volví de México con ‘Poética y profética’ entre mis manos, invité a un grupo de jóvenes amigos a participar en un seminario libre, fuera de las instituciones académicas, para leer ese libro potente y para meditar sobre una vía de pensamiento en que confluyen un vasto conocimiento de las ciencias humanas y la filosofía, la exigencia crítica y la voluntad de escritura libre y poética. Un pensamiento nómada, trashumante, despojado de ataduras, eso es ‘Poética y profética’. Lo que aprendimos entonces de Segovia fue el sentido de la libertad de pensamiento: la voluntad para poner en cuestión toda creencia, toda verdad arraigada en cualquier sistema de saber. Su dimensión ética se muestra a propósito de su “consagración” con el Premio Rulfo. Dice en una entrevista: “Yo no pertenezco ni a un país ni a otro (seguramente en referencia a México y España)… A lo largo de mi vida he ido cambiando de todo, incluso de esposa, y así he vivido toda mi vida. Nunca me he arraigado ni a un país, ni a una época ni a un matrimonio. Por eso me extraña más la concesión del premio, porque cuando se consagra algo se hace porque eso mismo que se consagra ya está arraigado. Y yo creo, insisto, que no soy consagrable”. Para Segovia no existe la identidad de las colectividades. Advierte el peligro de identificar la identidad con la nación, y la nación con el Estado. “Nadie quiere acordarse de que eso fue precisamente lo que utilizó Hitler”. De ahí su insistencia política en la igualdad de derechos entre los nativos de un país y los inmigrantes. Poeta del desarraigo, por tanto, de la hospitalidad: “Tu casa es ese sitio revocable y punzante donde late tu mano en otra mano, y el hombre sólo arraiga en una tierra cuando la transitan sus caminos”. El Comercio, Ecuador, 20 de noviembre de 2011

““EELL M MU UN ND DO ON NO O SSEE PPU UEED DEE D DEESSCCIIFFRRAARR FFU UEERRAA D DEE LLAA PPO OEESSÍÍAA””:: TTO OM MÁÁSS SSEEGGO OVVIIAA SSaannjjuuaannaa M Maarrttíínneezz

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terno refugiado, exiliado casual, republicano comprometido, perpetuo desarraigado, anarquista, Tomás Segovia tiene una lucidez prodigiosa a sus 84 años y escribe la poesía más libre, la de la vejez. Ya no tengo que demostrar nada a nadie. No tengo ningún temor. La poesía me lleva a la sabiduría, dice en entrevista con La Jornada el poeta, dramaturgo, traductor y ensayista, mientras firma al lado de su esposa y cómplice, María Luisa Capella, su más reciente poemario: Estuario (Ediciones sin Nombre, 2010; Valencia, Pretextos). Segovia camina y escribe poemas; piensa y redacta mentalmente hurgando como un hábil artesano las mejores palabras. Su cabellera y barba plateadas resplandecen en la luz de la mañana; sus manos, que han surcado los mares del conocimiento, hablan al moverse:

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Ahora escribo absolutamente por gusto. No tengo ningún temor de que me digan qué debo escribir o me reprochen. Por muy libre que quise ser de joven, estuve tenso, pensando en los críticos o en tal o cual opinión de fulano. A mi edad ¿qué van a decir los críticos? Nada. Autor de más de 50 libros, ha traducido al español a Rilke, Ungaretti, Harold Bloom y Lacan. Actualmente trabaja en Hamlet, de Shakespeare, y se ha propuesto un heroico reto: traducir Dios, el gran poema de Víctor Hugo, tarea que inició hace 50 años y ahora pretende terminar. Para Tomás Segovia una hoja, el sonido del aire, la luz del crepúsculo o el silencio de la noche, son lenguaje. Respira poesía, emite arte y abraza la vida en todo su esplendor cuando lee en público: Es un poco raro que la poesía de la vejez sea más llamativa que la de juventud, dice. —¿Por qué será? —Porque soy mejor poeta. —Supongo que gracias a la experiencia, ¿o hay otra razón? —Podría haber una explicación de mala fe diciendo que como tengo menos memoria y yo escribo de memoria tengo que hacer poemas más breves o reducirme a una idea poética. —Después de su más reciente libro publicado vuelve usted a los poemas largos... —Sí, son relativamente largos y los sigo haciendo de memoria. Tengo que reconocer que he perdido memoria y ya no puedo manejar tanto lenguaje como cuando era joven, pero sí puedo manejar poemas largos. —Poemas de la vejez... —La sorpresa de la vejez fue la libertad. Los achaques de la vejez los preveo. Sé que luego voy a ser sordo, con dificultades para caminar, dolores de lumbago, pero lo que nunca preví fue la libertad que iba a sentir con la vejez. A esta edad ya no tengo que demostrar nada. —¿De verdad? —Ya no estoy en competencia. Eso de no tener que estar justificándose. Ya no siento la vida como exigencia a la que le tengo que cumplir. Estoy en paz con la vida. Esa es la libertad. —¿De qué está hecha la poesía de la vejez, además de libertad y experiencia? —¿Te parece poco? (risas)... Hay sabiduría de la vida. La poesía tal como yo la concibo es justamente esa cosa milagrosa de llegar a la sabiduría. Lo que siempre me ha deslumbrado de la poesía es que cuando ya no era joven y escribía un poema, yo sabía que no era tan sabio como mi poema. Es la poesía la que es sabia. Es lo milagroso. La tentativa del poeta es producir algo que le asombre a sí mismo. Es un parto. —La poesía intenta descifrar el mundo, dijiste ayer... ¡menuda tarea! —La poesía lo descifra como nadie. El mundo no se puede descifrar fuera de la poesía. —Sus poemas amorosos escritos de joven también tienen sabiduría... —Los escribí cuando tenía 25 años y son de una sabiduría que yo no tenía. Yo no paraba de hacer tonterías amorosas, pero los poemas no. Entra uno en las fuentes del lenguaje. La sabiduría está allí. Llegas cuando estás desnudando las palabras. Pensar nunca ha sido otra cosa que hurgar debajo de las palabras. —¿Y el oficio sirve? —También sirve. La poesía no es una profesión, es un oficio. Claro que el oficio se va perfeccionando con el uso, con la táctica. Y yo creo que el oficio es mejor ahora, porque tengo más malicia de artesano. Ya no limo tanto donde no es necesario y sé dónde hay que limar. —¿Luz provisional, publicado en 1950, fue su primer poemario? —se le pregunta. —El primero que di a la imprenta. Fue una edición casera, manual. Eso es constante en mi vida. Yo tenía 21 años cuando hice ese librito con mi amigo Enrique de Rivas. Inventamos la tipografía manualmente, está hecho a mano, en casa. Con el sistema que se hacían los carteles de toros. Era una especie de grabado en cartón piedra. 3300

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—De ese poemario de 1950 al más reciente, titulado Estuario, publicado en 2010, hábleme de la evolución de su pensamiento... —Hay constancia. Soy un poco monocorde. Mis temas son los mismos. La sensibilidad sí ha evolucionado. Y creo que he evolucionado más en la poesía que en el pensamiento. —¿En sus ensayos? —Sí, también. Ahora me da vergüenza releer mis ensayos escritos cuando tenía 19 años. Hay un amigo español que ha hecho una antología de ellos, pero no encuentra editor y me pregunta mi opinión. Puso muchos ensayos de mi primera época desde los 20 hasta los 30 años. Y yo le decía que son inmaduros. Me siento un poco incómodo. No por mis ideas, que eran más o menos las mismas que ahora, sino por la torpeza para expresarlas. Es algo demasiado polémico y combativo, algo que se da cuando uno es joven. —¿Y cuando uno es viejo? —Ahora soy mucho más tolerante e interesado en lo otro. Aunque he cambiado poco. En la poesía sí he cambiado un poco más. Al principio empiezas buscando, pero cuando encuentras el camino no entiendo la manera de cambiar; me parece un prejuicio moderno completamente infantil. Es un daño que hizo sin querer la generación de Picasso, sobre todo él. Estar vivo es estar cambiando, pero también es permanecer. —La muerte casi no está presente en su poesía... —No mucho. Como poeta yo empecé cuando estaba de moda la muerte: Muerte sin fin, de Gorostiza, o Nostalgia de la muerte de Villaurrutia, la expresión de la nada. Desde muy joven comencé a pensar que no quería la muerte, a pensar que quería vivir. No tengo nada contra la vida. No tengo reproches. El terror de la muerte es una cosa más juvenil que de vejez. Hay un poema donde hablo de que al despertar del sueño vuelve uno a encontrarse con los demás, como en una plaza pública y dándome cuenta de que no me he muerto. Esa sensación de que yo quiero vivir y sé que me voy a morir. Tampoco hay que edulcorar las cosas y poner la vida color de rosa. Hay que enfrentar la muerte; otra cosa es entregarse de pies y manos. Cuando aparece la muerte en mi poesía la acepto, pero no la cultivo. —¿Hoy día no piensa en la muerte, a pesar de la edad? —Hace cinco años estaba muy enfermo, al borde de la muerte. Mis poemas de esa época son muy vitales. Escribí más que nunca: Si alguna vez pisé el terreno de la muerte... pero sigo siendo humano, porque sigue habiendo alguien que no quiere que yo muera. Las modas Tomás Segovia convivió con Luis Cernuda, Rosa Chacel, Ramón Gaya, pero su gran maestro fue Emilio Prados. Desde muy joven se reveló contra las vanguardias y la llamada modernidad o posmodernidad, y se fue imponiendo retos en la escritura. “Ahora trabajo un rato en la traducción del gran poema de Victor Hugo, Dios, la cual empecé hace 50 años. Traduje algunos fragmentos. Es un poema del tamaño de Dios. Y ése yo lo empecé a traducir cuando di mi primera conferencia pública. Es un poema filosófico, místico, de 3 mil versos, que nadie quiere publicar. Y espero algún día terminarlo. Es el tipo de poesía que está fuera de moda —¿Cuál es la moda en la poesía? —Estamos viviendo la modernidad vergonzante. Hubo un engolosamiento con la modernidad, una idea del siglo XVIII puesta en práctica en el XIX. Durante el XX seguían creyendo que era lo nuevo. La poesía moderna se inventó en 1897. ¿Cómo van a decir que es moderna? El cubismo es de 1909. La física cuántica es del siglo XIX. El mundo cambia velozmente, pero el conocimiento muy despacio. La posmodernidad no es antimodernidad, sino la hijita tonta de la modernidad. Es lamentable. —¿Por qué le choca la modernidad? —Porque la modernidad doctrinaria siempre empezó como un chantaje, diciendo: el que no crea esto es un nostálgico. Hay mucha gente que no se atreve a decir: la posmodernidad es una pendejada, pero en el fondo lo pensamos todos, lo que pasa es que estamos chantajeados”. 3311

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—Usted se formó bajo la influencia de Emilio Prados. —Sí, y mi primera pelea doctrinaria fue a propósito de Dalí, porque decían: es un farsante, estafador, ladrón, reaccionario, pero qué bien dibuja. Y yo decía: pero si dibuja como los anuncios de carteles de zapatillas. Eso no es dibujar bien. Luego me decían que Breton era lo moderno, pero si ese señor nació el mismo año que mi abuela. Conozco muy bien al enemigo: el surrealismo, el arte abstracto, el estructuralismo y el lacanismo. Todo lo que me parece sospechoso lo estudio, no lo niego simplemente. Se dice que el arte no es útil y que usarlo es traicionarlo. Y yo digo que no. La verdadera función del arte es imprescindible. En el momento menos pensado viene un poema que aprendí leyendo poesía y lo voy a usar para pensar, entender, comprender, sentir y tomar decisiones. —Y la esencia de Estuario, ¿cuál es? —Había personas que no tienen especial cercanía o afición a la poesía y que se sintieron cercanas a ella gracias a mi lectura. Eso es a lo más que puede aspirar un poeta: a revelarle la poesía a alguien. —Al leer sus poemas eróticos se descubre que el erotismo es una constante en su trabajo... ¿cómo vive ahora la parte erótica de su poesía? —Con la vejez el erotismo se va volviendo amor. Distinguimos el amor del deseo. Es algo muy sutil. El freudismo vulgar tiende a convertir el amor en erotismo. Tiende a pensar que el amor es una máscara del erotismo. Como si quieres mucho a tu mamá es que te quieres acostar con ella. La imagen que produjo el freudismo es ésa. El deseo sexual es fundamental, pero el deseo es más lo que dijo Platón que lo que dijo Freud. La gente piensa que es cumplir un instinto. Freud dijo no son instintos son pulsiones. —Ahora escribo una poesía que también es del deseo. Ya no es directamente sexual. En la pareja el deseo se vuelve amor, enamoramiento. En la vejez hay un amor... El placer de mirar a las mujeres: Aunque el hombre no coma la pera del peral, el estar a la sombra es placer comunal. —Su reciente novela, Cartas de un jubilado, cultiva el género epistolar. —Mi novela trata de la seducción del don Juan Santaella. El arte es seducción y no tiene nada de malo. Ese prejuicio contra la seducción es represión en el sentido freudiano. Machismo. —¿Para qué escribe? —García Lorca contestó: para que me quieran. Yo escribo para que me quieran por mi sabiduría, por mi sensibilidad. La Jornada, 10 de enero de 2011

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testimonios AARRM MAAN ND DO O GGO ON NZZÁÁLLEEZZTTO ORRRREESS EELLSSEERRM MÓ ÓN ND DEE LLAA AALLAAM E D A MEDA CCRRIISSTTOO

SSO OPPO ORRTTÓ Ó LLO OSS latigazos por usted, por usted que se avergüenza, por usted que se burla de mí. Sea valiente, aparentemente esto es un juego, pero no: Dios es real, Dios es realidad, Dios es carnalidad. Cierre los ojos, no piense en nada, entre en trance, hable en leguas: imagine ahora a Cristo en esa cruz, con esos clavos clavados. Suprima entonces la superstición, la masturbación y la lujuria. Vístase como pudo haberse vestido cristo, llore como pudieron haber llorado sus ángeles, moje sus lágrimas en su propia sangre antes de la fuga y recuerde que sin derramamiento de sangre no hay perdón. Y abra paso ya al vino fuerte de la alegría, al odre melodioso de la dicha, pues aunque su madre y su padre hayan pecado, aun con todo y el formidable estigma de su estirpe, Dios lo tendrá alguna vez a su terrible diestra.

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PPOONNM MEE D DEE BBRRUUCCEESS EENN TTUU SSEENNO O IIZZQ QUUIIEERRD DO O

píntame en el interior de tu piel de venado con una doble raya y déjame adorarte como a un haz de signos inaugurales mas no me dejes caer en el sentimentalismo: hazme beber esa droga que administras para que los hombres nunca cesen de maldecirte. ***

CCUUAANNDDOOEELLSSOOLLYYAACCEE

sobre sus últimos rayos y la miseria resplandece en la caída del ocaso qué bello aquel puente dorado donde la tristeza se convierte en oro cómo brillan las negras ausencias 3333

y una lágrima vale por todos los gestos del ocio. La conversación ortodoxa. México, Aldus, 1996.

PPOORRLLAADDEELLIICCAADDAARREEDDDDEELLM MIISSTTEERRIIO O por el sutil círculo aleatorio que gobierna los instantes sublimes que preside la fe, el deseo y la lágrima por ese azar fiero o compasivo fuimos siervos del signo sometido indagamos remotos alfabetos que envilecían la lengua de la tribu probamos con retóricas espurias que enfermaban de labia la garganta. Esos años de fuego convulsivo esas tardes de ansia y paradoja conocimos la sed de los cadáveres y bebimos el líquido piadoso. ***

LLAASSTTIIM MO OSSAALLAASSCCIIVVIIAAH HAACCEE FFRRÁÁGGIILLEELLLLIINNAAJJEE

que arrastra indelebles máculas pues el patriarca para estuprar enarbolaba un lábaro falaz: cebaba a su víctima con pervertidos néctares fingíase efigie desvalida o apacible forma, volvíase tal vez hombre bestial o bestia mansa que inducía a su propia, muelle y dulce descendencia y en cópula infeliz decretaba el cruel destino de una estirpe inaudita por deliquios agobiada. ***

Q QUUEE LLAASS LLLLUUVVIIAASS NNOO escapen de ese verano que

trabajosamente las contiene; que los animales permanezcan en su amenazada huida o vergonzosa servidumbre; que la prisa de los transeúntes, el asfalto mojado y la silente exclamación de las fotografías se transformen en una plegaria: “hágase pronto la noche; aspírese su oscuro aroma, piérdase el alma en sus brumas”. La sed de los cadáveres. México, Daga, 1999.

D DOOSSVVEECCEESSSSUUPPEEDDEELLCCAANNTTAARRDDEESSUU VVIIGGIILLIIAA

cuando el suspiro fue hondo a la sombra del pino cuando convalecía arrellanado en la arena. eellp pooeem maasseemmiinnaall 115522--115533aaggoo--ddiicc...22001111


Sus pasos son estruendo de una vasta cauda su imagen es la pavorosa remembranza de lo ido y lo ausente y, al cabo, lo vacío. Repútase presente en los vagos momentos en que la reticencia custodia los deseos en que el ansia y la culpa azuzan sus mastines en que el fastidio y el capricho nos desploman sobre una mesa de migajas y licores en esos días que se repiten implacables. ***

O OJJOOSSQQUUEEAALLFFIINNVVIIEERRTTEENNLLÁÁGGRRIIM MAASS qué alta anímula ha rozado la pupila glacial, la ácida niña, la óptima pestaña. Qué incandescente memoria sobre el endeble equilibrio sobre el liviano paréntesis del reposo y de la tregua ha posado sus malhayas. Qué refinada caricia qué bálsamo o ardentía o bien prodigado edén susurran labios incrédulos evocan ojos dolientes con mirada en lontananza cuando oscuro soplo adviene.

Los días prolijos. México, Verdehalago, 2001.

CCOOM MO O EELLTTRRAAZZO OD DEEUUNNM MAANND DAALLAAEENN LLAAAARREENNAA y la ascensión del trueno y una suave humedad de tierra y el ser posado sobre el recinto de piedra marrón quisiera así aprender de la parábola repetir por mil la palabra exacta que una visión, una ancla de lo nítido vinieran a estos ojos sin consuelo. ***

Q QUUIIEERROO UUNNAA RREELLIIGGIIÓÓNN CCOONN SSUUSS PPAARRRROOQQUUIIAASS,, arbustos y animales. Dame grana de mármol, teja y piedrín para su alegre templo. Quiero que los campesinos atiendan sus transparentes silbos y las bestias felices marchen al ritmo de su melodía. Por eso, dame piedrín para construir el templo. Porque quiero que el errabundo acuda a esta Iglesia y que en sus médulas sencillas el desdichado asimile los preciados dones. Por eso, ay, dame piedrín para construir el templo. ***

JJUUSSTTOOCCUUAANNDDOOEENNLLAAVVÍÍSSPPEERRAALLAASSAANNAAPPAALLAABBRRAA precede su presencia con un presentimiento cuando el rostro del prodigio y el resplandor de su perfume se incendian en las cercanías todo alivia y repara, nada compunge o daña. ***

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EELLEEJJÉÉRRCCIITTO O EEXXTTRRAAVVIIAAD DO O CCAAM MIINNAAM MO OSS EENNTTRREE RRUUIINNAASS D DEE LLO OQ QUUEE FFUUEERRO ONN ciudades opulentas. Siempre se escuchan lamentos interminables de deudos que no se acostumbran al sonido de la palabra ausencia. Nosotros también lloramos nuestros días insepultos. Arrugas infértiles surcan nuestros rostros secos. No hay duda: la muerte deshidrata y lo peor es que, contra lo que afirman ciertos beatos, no hay manera de florecer en los sarcófagos. ***

SSAALLVVEE SSAALLVVEE,, M MAARRCCOO A AUURREELLIIOO,, DDEECCIIDDEESS EEDDIIFFIICCAARR una nueva ciudad, fracasas en tu misión civilizadora y regresas a tu campamento de alacranes a consolarte con un pensamiento. Entre los rapaces, los débiles mentales y los estoicos eliges a los últimos y te dejas tatuar por su doctrina. Divino emperador, que ejerces el poder sin rabia, con una sonrisa resignada, atado a tu decrépita misericordia y a tu sabiduría pesimista, sin contar con una ambición, con un deseo mordaz, con un rencor que te supure y te sirva de motivo navegas en las guerras como un Dios refinado entre las bestias y resistes las intrigas, resistes las murmuraciones, resistes las conspiraciones con un eellp pooeem maasseemmiinnaall 115522--115533aaggoo--ddiicc...22001111


vigor que ya no es tuyo, con una fuerza que ya no te pertenece. ***

LLAASSEEÑ ÑAALL M MIISS TTRROOFFEEOOSS:: HHUUEESSOOSS YY

vestiduras del enemigo, recuerdos del extático saqueo de las ciudades, del júbilo que provoca la extorsión a pueblos arrogantes e inferiores. De mi hacienda quedan despojos y recuerdos personales; quiero compartirlos con mis fieles guerreros y letrados. En mis habitaciones, rindo sacrificios y oración a los dioses que acompañaron mis expediciones en esos veranos que parecían inextinguibles. No guardo rencor por el hecho de morir de una fiebre que mata a niños y ancianos, cuando sobreviví a las más duras y definitivas batallas de mi tiempo. Por lo pronto, me aseo diariamente mientras espero la señal definitiva y despido a los hombres de mi séquito con un gesto apagado mas patente, que a cada cual agradece y reconoce en su distinta jerarquía. ***

LLAACCAARRIICCIIAA IIN NÚÚTTIILL M MOORREENNAA,, CCAASSII SSEECCAA PPOORR EELL SSOOLL,, FFÉÉRRRREEAAM MEENNTTEE huesuda, la mano de mi abuela me guiaba por el camellón luminoso de la infancia, me preparaba sabrosas naderías, me aferraba con la extrañeza con que se acoge a una estirpe no esperada. Apenas recuerdo sus palabras, si es que hablaba, aunque entiendo que su boca desdentada sólo le servía para ensayar gestos de duelo o de resignación y para emitir los insultos de hienas con que ella y mi madre a veces se desgarraban. La mano de mi abuela, que preparaba una comida simple y nutritiva, aunque hubo un momento, niño melindroso, en que ya no me gustaba que cocinara porque olvidaba asearse y los platillos sabían a mugre o incluían algún insecto. Esa mano que acariciaba toscamente el cuero cabelludo con el peine, que pedía limosna, que solicitaba un vaso de agua cuando se encontraba postrada en el lecho de su prolongada agonía. La mano de mi abuela que 3355

parecía desvariar, mano admonitoria que con su bamboleo me recordaba que, por jugar fútbol, yo había olvidado administrarle su medicina. Esa mano cuyos dedos trazaron tantas veces la cruz en señal de despedida y que, sin embargo, seguían hurgando infantilmente en lo vivo, con sus fuerzas y su curiosidad menguadas. Mano debilitada, ya no morena, amarilla; ya no huesuda, casi yerta, que se posaba en mi frente sin reconocer a quién acariciaba. ***

LLAAPPRRUUEEBBAA EELL RREEVVEERREENNDDOO YYAA NNOO PPUUSSOO AATTEENNCCIIÓÓNN AALL arrepentimiento del pecador; miraba, más allá del oscuro confesionario, la imagen brillante, indescifrable que, desde días atrás, le perseguía con extraña pero apacible tenacidad. Con los ojos anegados de miedo y placer ignotos, con la mente en estado de suspensión, el reverendo dictó una confusa penitencia al feligrés reconfortado y caminó sin rumbo por los patios de su pobre iglesia. En su lejana juventud, aprendió a desconfiar de los místicos y los visionarios, aprendió a valorar la palabra racional y persuasiva; la utilidad del trabajo, la nobleza de las ocupaciones menudas y rutinarias, como el alimento de los animales, el cuidado de las plantas, la restauración de los muebles o las pequeñas proezas de albañilería. Aprendió también la higiene cotidiana de la razón y los sentimientos, el predicar el Evangelio con claridad y precisión, el laborioso ejercicio de domeñar las pasiones, la difícil poda de la envidia, la conformidad con la propia miseria y el valor de la obediencia. En fin, creía firmemente que la devoción es la labor constante de la hormiga y no el canto trivial de la cigarra iluminada. Y pensar que, ahora, deambulaba por las breves habitaciones, recorría la Iglesia y la modesta huerta con una imagen extravagante en el borde de los ojos; pensar que lo asaltaba una visión mansa pero inexplicable que podría ser el preludio de mayores males y arrebatos. Se estremeció al imaginarse trastornado, hablando en lenguas, alterando la ortodoxia de las ceremonias, provocando el asombro y la murmuración de su grey sencilla e ignorante. Pero pronto se avergonzó de su vergüenza y pensó que, eellp pooeem maasseemmiinnaall 115522--115533aaggoo--ddiicc...22001111


si su propio Salvador fue objeto de la burla, la pudicia no era más que una máscara de la soberbia. El reverendo rogó entonces a su Dios por humildad y entereza ante la prueba, prometió su aceptación al don o al castigo que vinieran, respiró hondo, trató de relajarse y abrió de par en par sus ojos dóciles al oprobio del milagro. Teoría de la afrenta. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2008.

SSEEÑ ÑAALLEESS TTEENNÍÍAAM MO OSS CCEEFFAALLAALLGGIIAAEENN EELLIINNIICCIIO O hollábamos la sombra en pos de cura acudieron entonces los presagios sueños en que vivos y muertos se mezclaban e imploraban clemencia.

Luego vendrían las pruebas agobiantes los edemas copando nuestro rostro las ránulas debajo de la lengua y, tal vez, lo más triste y doloroso: la exhalación feroz, el miasma agreste que desprendían los cuerpos más deseados. ***

O ORRAACCIIÓ ÓN N CCAADDAA DDÍÍAA,, AALL DDEESSPPEERRTTAARR YY DDEESSCCUUBBRRIIRR QQUUEE

LLAACCAATTAARRSSIISS M MIIEENNTTRRAASSEELLFFUUEEGGOOCCOONNSSUUM MÍÍAALLO OSS CCUUEERRPPO OSS figuras conocidas pululaban en torno de la hoguera gigantesca. ¡Ah, noche de inolvidable extravío!: danzaban los muñones y las pústulas confundíanse caricias y salivas sin forúnculo indigno para el ósculo sin ántrax que impidiera intemperancia. Lesa lascivia envolvía con sus redes lautos lechos o lábiles jergones y agónica lujuria compulsiva revivía a su vez tálamos letárgicos. No hubo lluvia que apagara aquel celo extraños incidentes acaecieron: los niños arrullaban a las fieras copulaba la turba entre los muertos inmersos en el lodo y la ceniza el soberano dormía con la esclava la plebe exigía un culo de aristócrata fornicó el padre impúdico a las hijas y aun la madre cedió al capricho odioso (el atroz episodio inexplicable que incitaron los númenes falaces fue seguido por arcadas de vómito un sueño lenitivo vino entonces: grata estancia en el vientre del olvido).

respirábamos, nos decíamos: “afortunados de nosotros, pobres de nosotros”.

La peste. México, El Tucán de Virginia-Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2010.

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SSO OSSPPEECCH HAASS

M MAARRGGAARRIITTAA VVIILLLLAASSEEÑ ÑO ORR

D DIICCEENN QQUUEE LLAA EEPPIIDDEEM MIIAA GGEERRM MIINNAA EENN LLO OSS

EELLCCO ON NSSAABBIID DO O PPAARRAAÍÍSSO O

cuerpos más delicados y que ofende de pronto los olfatos con una saliva pestilente surgida de los labios allegados.

Porque venimos de una música líquida, amniótica, que reproducimos al descomponernos. Seremos entonces los rumores involuntarios y póstumos de nuestros órganos contaminados. El músico del emperador, el del oído más sutil, solía acudir al cementerio a descifrar la música de los cuerpos en descomposición. *** 3366

B BAAJJOOEELLFFIILLTTRROORROOJJOODDEELLCCOORRAAZZÓÓNN

todos los amores son iguales con sello de exclusividad. Sus rayos infrarrojos afectan todas las epidermis. La historia del Edén se repite hasta el cansancio siempre idéntica en la perfección de su dicha: el hombre, la costilla, la manzana. Y siempre —siempre— termina con la intervención de la serpiente, la espada de fuego y el destierro. eellp pooeem maasseemmiinnaall 115522--115533aaggoo--ddiicc...22001111


CCIICCAATTRRIIZZ M MEEPPOONNEESSEENN LLOOSSSSEENNOOSSUUNNAAEESSTTRREELLLLAA

y unges la rosa abierta de mi cuerpo con el agua y el fuego con la tierra y el viento. Me das el alba en el Oriente la primavera en el Sur el punto unívoco en el Norte y el mar… —todo el mar las olas y la espuma— en el caracol de plata del Poniente. Me siento tuya de principio a fin la víspera y el día de diestra a siniestra de punta al cabo de la cabeza hasta el talón de Aquiles. Y no soy yo misma sino tú en cada movimiento en el saber del tacto en tu respiración que canta en tu saliva en el camino rojo que te divide el cuerpo y separa tu vida de tu muerte en tu frente que enjuga mi cabello en la abundancia blanca de tu semen en la recia vertiente de tu espalda en la generosa curva de tu espina en este ir y venir al ritmo de la luna en la marea del sueño cayendo en el grito, en el vacío en tránsito sin fondo hacia el silencio. De muerte natural. México, Katún, 1984.

LLAAM MO ORRAAD DAA D DEESSIIEERRTTAA U UNN SSOOLLOONNOOM MBBRREE:: EELLTTUUYYO O.. LLO O LLLLEEVVO O

encendido en la piel. Lo escribo en la palma de mi mano, lo pongo entre mis dedos, en el laberinto del oído, lo cubro de hoja de oro en el retablo de mi altar barroco. Puedo llamarte fuego cuando miro el crepúsculo. Puedo llamarte luz cuando veo las estrellas y tierra en el sepulcro que funde la tierra con la tierra. Puedo llamarte ausencia en el recinto de esta casa y soledad cuando miro adentro de mí misma, y muerte, cuando descubro que estás muerto. Y puedo confundir tu nombre con el mío, y llamarte, montaña, ave, o río, 3377

porque yo fui yedra y parra y musgo asida al tronco y adherida al muro. Puedo dar la vuelta al mundo y entretejer los años, y llamarte llaga, herida, verso. Puedo beber la savia de tu vida en el vaso labrado del recuerdo, puedo comer la rosa más oscura y romper el estruendo de los ecos. Hay que gritar tu nombre. El nombre del arcángel con el pez y el anzuelo. Eres mi patrimonio, mi comida, mi patria. Mi nave en tempestad, mi cerradura abierta. Eres mis párpados, mis sueños placenteros, diástole y sístole de un corazón sin rueca. Eres yo misma, en la morada que recorren mis pies y mis alas. Somos tú y yo desalojados, desahuciados en nuestro paraíso apenas probada la pulpa de manzana, arrojados con herida fulgente de esta casa en ruinas, ya desierta. ***

N NAAD DIIAAEESSCCAALLAAN NTTEE AAN ND DRRAAD DEE LLAASSIIM MEETTRRÍÍAAEESSNNAAD DAAD DO ORRAA IINNM MÓ ÓVVIILL las aguas la desmiembran con dedos larguísimos cielo azul azul azul hasta el fondo del verde hasta el fondo de las piedras azules hasta el fondo del mar blanco pasillos de lo inmóvil no dichos no hay un cuerpo que sea mi cuerpo si el agua no ha entrado en sus pulmones lentos mecanismos tentáculos sanguíneos abre adentro calamar de siete brazos en cardumen milimétrico se hincha arquitectura elástica en las células

aguja necesaria tornillo necesario grito subcutáneo montaña se repliega submarina el muro blanco no es montaña de silencio inyección langosta lenta sumerge sus tenazas en agujeros imantados hilos de sangre entre las piedras *** eellp pooeem maasseemmiinnaall 115522--115533aaggoo--ddiicc...22001111


H HAABBLLO OD DEE M MÍÍ en contra de mi lengua en el asedio de mi garganta en el caño inverso de la asfixia

retrocedo la mudez se enreda a mis vértebras giratorio atropello se atornilla ráquea hablo de mí un lugar que no conozco hablo de

mí el mar siempre retrocede hablo de mí frente al muro de sal mi lengua es un lugar que no conozco silencio es tornillo que sujeta tornillo ruido infranqueable silencio suido infranqueable ruido ruido ruido ruido atornilla silencio silencio en círculos Adentro no se abre el silencio. México, Conaculta, 2010 (La ceibita, 3)

zonas RREECCO ORRD DAAN ND DO O AA GGIIRRO ON ND DO O,, EELL PPO OEETTAA Q U E A N U N C I Ó : “ T O D O E S N U E V O QUE ANUNCIÓ: “TODO ES NUEVO BBAAJJO O EELL SSO OLL”” N Noorraa VViiaatteerr

Hace 120 años nacía el autor de un manifiesto que marcó la modernidad en el país. Ahí predicó contra la solemnidad. Performance. En 1932, presentó uno de sus libros paseando en una carroza fúnebre. Aunque parezca increíble fui un niño hermoso y rubicundo. Cuando mis padres me llevaron al colegio intenté suicidarme. En el Nacional me perfeccioné en el arte de las carambolas y los manoseos” . El poeta Oliverio Girondo es el autor de esta autobiografía. Había nacido el 17 de agosto de 1891, hace exactamente 120 años. Y moriría en Buenos Aires en 1967. Girondo publicó uno de los libros fundacionales de la vanguardia latinoamericana, Veinte poemas para leer en el 3388

tranvía, editado en Francia en 1922. Fueron apenas 1000 ejemplares, con ilustraciones del propio Girondo, que abrieron un nuevo sentido para la poesía. El decía que lo había escrito para redimirse de su primera obra, La madrastra, “un melodrama infecto”, según su definición. Hoy la editorial chilena Tajamar presenta una edición facsimilar, casi idéntica a la original. Alejandro Kandora, su editor, dice que Veinte poemas... “es un libro que editamos con las mismas ilustraciones pero, por primera vez, coloreadas, las tipografías de época y el mismo formato”. Y agrega: “En Girondo, es clave la relación con la ciudad. Su poesía, urbana, le dio a la ciudad imágenes esplendorosas”. Girondo tenía un enorme interés por las artes visuales. “Sus dibujos para Veinte poemas... no funcionan como un simple acompañamiento decorativo. Poesía y dibujo son más que complementarios, potencian mutuamente sus sentidos”, dice Martín Greco, investigador y especialista en la obra del poeta. Girondo había nacido en una familia de dinero, de apellidos lustrosos. Así que los viajes a Europa, de estudios, pero también de paseos y excursiones, eran más que comunes. Estuvo internado en un colegio inglés, el Epsom de Londres, y después fue a parar a otro en Arcueil, cerca de París. De allí lo expulsaron porque, según cuenta Ramón Gómez de la Serna en Retratos contemporáneos,le tiró un tintero por la cabeza un profesor de geografía que

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hablaba de “los antropófagos que existían en Buenos Aires, capital de Brasil”. El poeta se había comprometido con sus padres a estudiar Derecho, si ellos habilitaban esos viajes a Europa en los que comienza a contactarse con las nuevas ideas, las nuevas corrientes estéticas y literarias. Y así empieza a colaborar con revistas. Y funda alguna, también, como “Comoedia”, que armó con René Zapata Quesada, también coautor de aquel melodrama. Con Ricardo Güiraldes y Evar Méndez fundó la editorial Proa, que precedió a la revista del mismo nombre. En 1924 escribió el célebre “Manifiesto de Martín Fierro”, para la segunda época de la revista, en el que dice que “frente a la funeraria solemnidad del historiador y del catedrático, que momifica cuanto toca (...) Martín Fierro sabe ‘que todo es nuevo bajo el sol’(...). Escribió Calcomanías, Espantapájaros, Interlunio y En la masmédula, entre otros libros. La ensayista y crítica Beatriz Sarlo escribió que “quizá como nadie en ese periodo, Girondo afecta valores establecidos”. Para la presentación de Espantapájaros, hizo un desfile con una carroza funeraria y seis caballos y alquiló un local en la calle Florida, atendido por chicas jóvenes que vendían el libro: en un mes se agotó la edición. Dice Greco: “Su principal legado es la idea de que la poesía es más que nada una nueva forma de percepción de la realidad: se pueden encontrar poemas tirados en una escalera, en la calle, y el poeta los recoge ‘como quien junta puchos en la vereda’”. www.revistaenie.clarin.com/literatura/RecordandoOliverio-Girondo-poeta_0_537546440.html

Cienfuegos. Apenas quedan vestigios de aquel singular suceso que en pocas horas llenó de honores y aplausos a la ciudad. Solo en escasos periódicos, amarillentos y casi desvencijados por el tiempo, es posible encontrar hoy, después de 80 años, las estampas de una distinguida visita que por su gentileza y dones creativos recibió merecidos elogios entre los habitantes de esta urbe. Uno de los pocos ejemplares aún conservados de la prensa de la época testimonia que ya habían pasado las cinco de la tarde de aquel lunes chispeante de sol, cuando la honorable conferencista, con una modestia increíble y una naturalidad que impresionó desde el primer momento, hizo su aparición por la puerta principal del céntrico teatro Luisa Martínez Casado, en el que todos los palcos y lunetarios, y hasta los pasillos, se hallaban completamente llenos. El auditorio, en su mayoría educadores e integrantes del Ateneo cienfueguero, institución que había extendido meses antes la invitación a aquella ilustre señora, permaneció durante largo rato en absoluto silencio, prendido de la frescura y la vehemencia con que ella profería cada palabra, y se sobrecogía de hombros al referirse a la grandeza literaria del Apóstol. Las pocas horas de la estancia en la Perla del Sur de la poetisa chilena Gabriela Mistral, aquel 29 de junio de 1931, “han servido para aumentar los conocimientos de este pueblo culto, y sobre todo para agrandar nuestra sed de pureza mostrada, más que en otros, en los maestros”, refería en primera plana al día siguiente del acontecimiento el diario local El Comercio. Como mujer extraordinaria que ha llenado a América y al mundo con sus libros, sus versos y su

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LLAA PPO OEESSÍÍAA RREEVVEERREEN NCCIIÓ Ó AALL M MAAEESSTTRRO O YYooeellvviiss LL.. M Moorreennoo FFeerrnnáánnddeezz Conmovida por la fina prosa del más universal de los cubanos, la poetisa chilena Gabriela Mistral, en su primera visita a la ciudad de Cienfuegos, hace 80 años, calificó a Martí como un orfebre original y un prototipo de hidalguía.

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prosa de lauros puros por medio del saber y la ejemplaridad, y que regó ideas para moldear un nuevo corazón en el continente, definió el referido rotativo a la destacada humanista y Premio Nobel de Literatura, primera latinoamericana a la que le fuera concedido tan alto reconocimiento. Bajo el sugestivo título de La lengua de Martí, con el que buscaba dar una idea de transparencia y fácil camino hacia lo creado por el más universal de los cubanos, la disertante hilvanó de manera sucinta pero profunda la obra filantrópica y literaria del Maestro, por el que dijo sentirse a ratos atraída, cómplice y privilegiada. “Compartió y leyó su conferencia con voz natural, sin esfuerzo, como quien habla a un grupo de educandos. Totalmente abstraída en su discurso, parecía a veces iluminarse con los ojos milagrosos de la inspiración”, destacó la prensa. Auténtico Haciendo perdurables los instantes más conmovedores del suceso cultural, en una de las páginas interiores de aquella misma edición de El Comercio, apareció desplegado un artículo que cubría más de la mitad de la plana, en el que se reseñaba, detalle por detalle, todo lo acontecido, con énfasis en cada una de las apreciaciones de la conferencista. “No estuve en su fiesta, pero a través de sus lecturas me compenetré con su palabra de 48 quilates”, reparó inquietante la Mistral en torno a la obra del Apóstol. La crónica añade que la poetisa, hábil en la compleja tarea de enunciar juicios, expuso con detenimiento interesantes valoraciones sobre el sentido de la prosa, la lírica y la oratoria martianas. En primer lugar, se acercó al estilo de la obra toda, del que consideró «verdaderamente original», curioso, extraordinario. Poco después comenzó a adentrarse de modo gradual en la forma de su escritura, en cómo relacionaba las palabras sin perder la claridad ni la preocupación por lo auténtico, por lo distintivo. Se basó en el examen de sus metáforas tan bien logradas, y en la manera con que oportunamente justificaba el empleo de neologismos para con ese carácter hacer más suyo y representativo de sí cada escrito. 4400

Según se recoge en la mencionada publicación, exaltó la sintaxis característica de la mayoría de sus escritos, en la que prima el orden despejado y entendible, la imagen traslúcida de lo que quería decir, la incitación, la sensatez deslizada con cautela por debajo de cada palabra. Consideró al léxico martiano poseedor de una fecundidad inagotable, “limpio y claro, con el fondo expresivo y portentoso de las ideas”. Retrato exacto Con profunda humildad y un matiz laudatorio que parecía impedirle equilibrar por sí sola la emoción que le causaban los versos de aquel autor, la poetisa platicó feliz sobre las estrofas sustanciosas del Martí poeta. Habló de la intensidad, el ritmo y la métrica. Juzgó al orador de discursos encendidos y ponderó con sutileza la capacidad que mostró en no pocas ocasiones para tejer y destejer ideas desde la mesura y el argumento como estandartes. Recoge la prensa que hizo un elogio justo y acabado de la forma expresiva de José Martí en su integridad. Lo presentó como un prototipo de hidalguía, haciendo notar que la palabra de él no tenía las iras de los tribunos fogosos y deslumbrantes a fuerza de elevar el tono. En su expresión, apuntó la Mistral, sobresalía siempre «la frase persuasiva del evangelista, del guiador de multitudes, del orfebre original que descubre ante los ojos del que escucha un río de aguas limpias, ¡tan limpias en las superficies como en las profundidades! Martí convencía, no epataba; atrapaba con su verbo sin igual, no lanzaba al espacio pirotecnias inútiles y artificiosas”. Por último departió sobre el hombre íntegro, ese que «hacía su guerra diferente a todo el mundo. Su guerra era casi paradójica. Recurrió a ella por una necesidad extrema, pero lejos de predicar la barbarie en la tragedia del exterminio, guiaba a las masas a levantar una montaña de esfuerzos porque ellas tenían el derecho y había que hacerles justicia”. A juzgar por lo consignado en el periódico, aquella conferencia acabó despertando sentimientos profundos y creando la impresión de un “retrato hablado” en el auditorio. Casi en los finales del texto se expresa que como en la literatura, Gabriela fue “no menos grande en la eellp pooeem maasseemmiinnaall 115522--115533aaggoo--ddiicc...22001111


constante ejemplaridad de su propia existencia, consagrada totalmente al bien de los demás y la emancipación definitiva del pueblo (América) que no amó más, sencillamente, porque la vida humana tiene sus limitaciones y no abarca otras proporciones que aquellas que la naturaleza le señala”. Por segunda vez Siete años después de su primera visita, que dejó extasiada a la ciudad, la afamada escritora volvió radiante a la tierra perlasureña, esta vez invitada por el Lyceum Femenino. Allí, con la asistencia de un nutridísimo público ofreció nuevamente una disertación sobre sus propios versos, de la que dieron fe las páginas del diario La Correspondencia. «La conferencia, tan bien hilada, dicha con frases sencillamente profundas, rebosada de comentarios tan sutiles y de giros íntimamente deliciosos, causó en el auditorio una excelente impresión. Se le aplaudió mucho y se degustó como un manjar exquisito todo cuanto dijo». En medio de su apretada agenda y la insistencia por el regreso rápido, una reportera local consiguió entrevistarla en esta ocasión. La conversación buscó tocar algunas fibras sentimentales de la creadora. —¿Cuál es su género literario favorito? —Tal vez la poesía para niños, luego la folclórica. —En materia poética, ¿qué escuela prefiere, la clásica o la llamada de vanguardia? —Los clásicos y, por contraste, lo popular; pero leo con interés lo que hacen los mozos, pues hay que interesarse siempre por lo que ellos viven, por lo que les llega del mundo. A propósito de su retorno a la ciudad, ese diciembre de 1938, la prensa evocó con pormenorizadas reseñas aquel primer encuentro de la poetisa con los cienfuegueros, del que ya sobreviven pocas huellas, y en el que, como tantas otras veces, el Maestro inmortal de todos los cubanos devino motivo para una amable reverencia. Juventud Rebelde, Cuba, 9 de septiembre de 2011

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RRAAÚ ÚLL ZZU URRIITTAA:: EEN N LLAA IIN NTTIIM MIID DAAD D D E L C I E L O DEL CIELO LLiivviioo ÁÁvviillaa Escribió en aire y arena sus versos, literalmente, y hoy el chileno dice en exclusiva a Vanguardia que “no fueron operaciones estéticas, fueron actos de sobrevivencia”. “Ni pena ni miedo” es el verso que tiene escrito el planeta y mide más de 3 mil metros. En 1993 esta prodigiosa comunión entre la naturaleza y el hombre fue creada por el poeta Raúl Zurita en el desierto de Atacama, Chile, el más árido del planeta, y estas palabras sólo pueden leerse desde lo alto. El chileno señala que eso no fue una operación estética (tampoco lo fue escribir poemas con el humo blanco de aviones sobre el cielo de Nueva York en 1982), sino que son un acto de sobrevivencia personal. Zurita (1950) detalla que son sus poemas más íntimos y más grabados en él: son su forma de sobrevivir a cruentos escenarios de Chile, aprisionamientos e injusticias que vivió en este país que compara en su poesía con el desierto. Una de las figuras fundamentales en la literatura contemporánea, habla en exclusiva con Vanguardia antes de presentarse en la FIL Saltillo mañana a las 20:00 horas. ¿Qué lo motiva a atravesar los límites en poesía cuando usa al desierto y al cielo como papeles para escribir sus versos? Las escrituras en el cielo y en el desierto son mis poemas más íntimos, los que están más hondamente grabados en mí. Fueron pensados en las condiciones más desesperadas de mi vida y en lo más oscuro de la dictadura chilena. Pensar en esas frases escribiéndose en el cielo, o de la frase ‘ni pena ni miedo’ trazada con caracteres gigantescos sobre el desierto de Atacama en los momentos en que un país casi lo único que podía sentir era pena eellp pooeem maasseemmiinnaall 115522--115533aaggoo--ddiicc...22001111


—dolor— y miedo, fue quizás lo que hizo que no me rompiera. No fueron operaciones estéticas, fueron actos de sobrevivencia. ¿Qué evolución considera tendrá la poesía en el terreno digital? Cómo saberlo. Sólo sé que la poesía es anterior a la invención de la escritura, es anterior al libro, es anterior a la imprenta y que sobrevivirá a la muerte del libro, a la muerte de la escritura e incluso a la muerte del lenguaje. La poesía es la base de lo humano y si ella desaparece la humanidad se acaba, y literalmente, en los cinco minutos siguientes. El cristianismo aterriza en su poesía despojado de su dogma pues alcanza un nuevo significado, o esto es lo que sucede en su poema El desierto de Atacama al usar imágenes como “corona de espinas”; ¿por qué es uno de sus anclajes poéticos? Soy ateo, pero si le sacamos la palabra dios de la lengua castellana se produciría un hoyo más grande que la cuenca del Pacífico. El castellano es la lengua por antonomasia del cristianismo, la lengua de la reforma y de la evangelización de América. Al escribir es también la historia de la lengua la que nos escribe. Los hispanoparlantes de América, hablamos una lengua que guarda en cada una de sus letras la memoria de la infinita violencia con la que se impuso. No puedo decir por qué aparece la corona de espinas en el desierto, pero sí que si no estuviese allí se perdería un rasgo del mundo. Otro elemento fundamental en su poesía es el desierto, ¿qué vivencia lo motivó a admirarlo? Conocí físicamente el desierto seis años después de que escribí un poema sobre él. En una parte el poema decía: “los desiertos de Atacama son azules” ¡y eran azules! Lo vi por primera vez al amanecer desde la ventanilla de un bus y era azul, de un azul infinito. La poesía abordando a la política, ¿paga alguna deuda del poeta con la sociedad? La que tiene la deuda es la sociedad. Me cuesta pensar en esos términos: poesía política, ecológica, mística o lo que sea, porque las obras que me importan son aquellas que lo abarcan todo. Obras totales como lo es la vida misma: cometes los errores que te corresponden, te crucifican y en un instante dirás, al igual que todos los seres humanos que han pisado la faz de la tierra; ‘padre, padre, por 4422

qué me has abandonado’, tienes tus tres noches en el sepulcro y por una única vez conoces la resurrección y finamente te ocurrirá algo tan absolutamente alucinante como es morirte. Una obra o es el correlato de eso o no es. ¿Cómo descubrió el poder vital de la poesía en su vida? No lo sé, ni tampoco sé bien cómo empezó. Escribo desde un cuerpo que envejece, que se dobla, que se rigidiza, que tiembla con el Parkinson, pero también sobre ese cuerpo, sobre sus dolores, sobre los dolores que yo mismo me he causado, sobre su piel. Siento que ese poder vital que llamas tiene que ver con una irreparable desesperación y a la vez con una también imposible alegría. La escritura es como las cenizas que quedan de un cuerpo quemado. Para escribir es preciso quemarse entero, consumirse hasta que no quede una brizna de músculo ni de huesos ni de carne. Es un sacrificio absoluto y al mismo tiempo es la suspensión de la muerte. Es algo concreto, cuando se escribe se suspende la vida y por ende se suspende también la muerte. Escribo porque es mi ejercicio privado de resurrección. Un autor presente en su obra es Roberto Bolaño, ¿por qué? Es extraña tu pregunta porque Bolaño no está absolutamente para nada presente en lo que tú llamas mi obra, pero creo que lo contrario es cierto; de las escrituras en el cielo él sacó su Estrella distante que sea lo que sea es mejor que los poemas que él escribió. No, la poesía de Bolaño es insufrible, pero eso carece de importancia y en todo caso no es peor que la poesía de Faulkner, y Faulkner llegó a ser Faulkner como Bolaño llegó a ser Bolaño. Lo que quiero decir es que para quien le importa, no lograr escribir un poema mínimamente aceptable y darse cuenta de que no se es un poeta produce un sentimiento tal de frustración y de fracaso que, o pasas a formar parte del ejército de los resentidos o escribes ‘El Sonido y la Furia’. Entonces qué providencial que William Faulkner, que Julio Cortázar, que Roberto Bolaño, hayan sido pésimos poetas, ¡cómo compensaron! Las grandes obras que ellos crearon comparten una condición paradójica: fueron extraordinarios escritores gracias a que fueron horribles poetas. ¿Qué dice del movimiento estudiantil de jóvenes chilenos para pedir reformas al gobierno? eellp pooeem maasseemmiinnaall 115522--115533aaggoo--ddiicc...22001111


Es su gran asalto al porvenir. ¡La marcha de los pueblos, el canto de los cielos! Esclavos, no maldigamos a la vida. Los nuevos jóvenes chilenos me recuerdan esa frase del pequeño Rimbaud en su Temporada en el Infierno. Miles y miles de Rimbaud desfilando por las calles. Les deseo en nombre de ese océano infinito de difuntos de los que formaré muy pronto parte, que su victoria sea total, que escupan sobre nuestras tumbas y que conquisten las espléndidas ciudades que a nosotros nos fueron negadas. Vanguardia, 12 de septiembre de 2011

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““H HIIPPPPYY””,, M MO ON NJJEE YY PPO OEETTAA M MÍÍSSTTIICCO O JJuuaann CCrruuzz El argentino Hugo Mujica, que publica un nuevo libro, recuerda su amistad con los autores de la generación beat y explica su vida como sacerdote católico.

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ste hombre de 70 años es poeta y es un místico radical que cree en la vida y en Dios, pero que no se entretiene en poner rostro o palabras a ese ser innombrable en el que ha depositado su fe. Un poeta. Visor publica estos días Y siempre después el viento, que se une a la obra completa que ya publicó Seix Barral y a volúmenes de ensayo y poesía que le han dado notoriedad como escritor pero que no le han envanecido el cerebro. Es un sacerdote, además. Tiene parroquia en Buenos Aires, se ciñe a los Evangelios y mantiene una riña permanente (es decir, una indiferencia) con respecto a la jerarquía. Siente pena cuando evoca el boato con que viajan los papas. Estuvo siete años callado, en un monasterio trapense, después de vivir la agitación de los sesenta en el Greenwich Village de Nueva York, rodeado de artistas hippies como él mismo. ¿Qué pasó en Nueva York? Hugo Mujica tiene la cabeza totalmente rapada, viste con ropajes sueltos, sale de esta conversación, sostenida en el Café Gijón, saltando los setos y de hecho cuando se ve en el espejo "es cuando sé que tengo 70 años; salgo a la calle y considero que vuelvo a ser un chiquillo". Pues, qué pasó en Nueva York. "Ah, Nueva York. Viví 4433

allí los años sesenta, era la época del sexo, la droga y el rock and roll. Y eso se acaba, y al acabarse o te ibas al establishment o terminabas reventado de droga". Fue entonces cuando le surgió la necesidad de la mística, se instaló en un monasterio, primero en EE UU y luego en Francia, y estuvo en silencio siete años. Luego se hizo cura. ¿Silencio, siete años? "Lo que pasa es que el silencio para quien no lo ha experimentado antes es una carencia. Yo digo en un verso: 'En el silencio el silencio habla'. Adentrarse en el silencio es adentrarse a lo más prístino que tenemos. Aristóteles nos metió en la cabeza que somos el animal que habla. Yo digo que somos el animal que escucha". Es una de esas personas que de pronto se convierte en dos ojos que emiten sonidos. En medio de esa impresión susurra: "Yo no nací hablando, el lenguaje me lo dio la comunidad. Pero sí nací escuchando. Recuperando esa escucha nos damos cuenta de que está expresándose. Y es ponerse en tono con esa expresión lo que creo que es ser escritor". El escritor es "el que se demora en las palabras para ver qué más tienen que decir además de lo que ya dijeron". Del silencio al ruido. En Argentina sus charlas y sus discursos son una apelación a la esperanza. Ahora que está en este turbulento suelo europeo, ¿cómo nos ve? ¿Muy desastrados? "El desencanto europeo empieza en los años cincuenta, con el aburrimiento, la náusea, la constatación de un mundo sin sentido. Algo faltaba. Si una cultura no genera sentido genera violencia. Creo que ahí empieza el malestar de la cultura". El malestar viene de lejos. Este hombre que parece escaparse del cuadro en el que lo pone el fotógrafo cree que estamos marcados por el mercado. Nos dan regalos, como el iPad o el celular, como si así domináramos el malestar. "Pero el que sucede es un malestar mucho más profundo. Para parafrasear a Nietzsche, el malestar de que el paso de la historia aplaste la danza de la vida. Lo que se

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está reclamando desde las entrañas es volver a la vida". En el Village fue amigo de Allen Ginsberg y de todos los artistas que vivían aquel amago de resurrección de la vida. "Fueron años muy fuertes". Pero hubo muerte entre las flores. "Aparte del folclorismo de los hippismos piensa que mataron a John y a Bob Kennedy, a Malcolm X y a Luther King... Siempre describo el hippismo como un brote afectivo en la racionalidad sajona. Ese brote estaba reprimido y generó esa especie fantástica de creatividad y de circo". ¿Y cómo era Ginsberg? Hay gratitud en el rostro de Mujica. "El más grande de nosotros. En aquel tiempo era un gay declarado, ser militante gay era insólito. Y era maternal. Lo recuerdo siempre inclinado para ver si necesitabas algo; amable en el sentido fuerte de la palabra". Y Ernesto Sabato, agnóstico y quizá ateo, iba a sus misas. Se emocionaba. Hablaban de Dios. "Para mí, Dios es como la cuña que nunca deja que se cierre el mundo y que siempre está generando otra cosa. Pero no tengo idea de quién sea. Es el lugar desde el que merodeando hablo; pero nunca hablaría sobre Dios, intento hablar desde Dios". ¿A qué le obliga el sacerdocio. "A nada, en mi caso particular. He generado una libertad dentro de esa estructura; celebro misa cuando estoy en Buenos Aires. Me ven como alguien raro, pero no como un raro loquito sino como alguien que venía con experiencia, que estudia, que publica". Y que aprendió del silencio, hacia el que corre por encima de los setos. www.elpais.com/articulo/cultura/Hippy/monje/poeta/ mistico/elpepicul/20110927elpepicul_2/Tes

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““AA JJAAIIM MEE,, EELL GGRRAAN N FFEELLIIN NO O VVO OLLCCÁÁN NIICCO O”” Enrique Molina es, reconocidamente, uno de los grandes poetas latinoamericanos del siglo XX. Sin embargo, sus datos biográficos son particularmente escuetos. De él se dice, 4444

generalmente, que nació en Buenos Aires el 2 de noviembre de 1910, que su primer libro, Las cosas y el delirio, apareció en 1941 cuando el poeta tenía apenas 21 años. Se dice también que al año siguiente, en 1942, comenzó a navegar como tripulante de barcos mercantes; que en 1946 publicó Pasiones terrestres, y que desde 1947 recorrió los países americanos del Pacífico con largas estadías en Bolivia, Chile y Perú. Luego, los datos se refieren casi exclusivamente a la publicación de su obra y a su muerte: 17 de noviembre de 1997. Esta información sugiere naturalmente una pregunta: ¿Cuándo estuvo Molina en Bolivia? Unos pocos datos permiten rastrear su presencia en La Paz y, sobre todo, la relación que lo unió al poeta boliviano Jaime Sáenz (1921-1986). En la primera página de un ejemplar del libro Las cosas y el delirio, publicado en Buenos Aires por Sudamericana, se puede ver el dibujo a tinta de un pájaro seguido de esta dedicatoria: “A Jaime, recuerdo de unos días de hospitalidad terrestre” y una fecha: “La Paz, abril 7 de 1952”. En la misma página, la dedicatoria sigue: “A Jaime, en comunicación permanente con el fuego central”. Y esta vez también aparece la firma: “Con toda la amistad del mísero Enrique”. Molina estuvo en La Paz en 1952, precisamente en los días de la insurrección de abril. En agosto de 1987, un año después de la muerte de Jaime Sáenz recogí para el periódico Presencia testimonios sobre el poeta. Uno de los entrevistados fue Óscar Soria Gamarra, el recordado cuentista y guionista de cine. Soria había tenido una relación cercana con Sáenz en los años 40 y 50. ¿Qué recordaba de esa amistad? Entre otras cosas, lo siguiente: “Eran los días de la Revolución, el tiroteo seguía. Por esos días, Jaime tenía un huésped, su amigo el poeta Enrique Molina. Estábamos charlando los tres, le contábamos cosas que habíamos visto en la Revolución. Enrique nos dijo: ‘Qué pueblo maravilloso tienen ustedes’. Yo conté lo que había visto desde esa ventana: la toma del Laikacota, cuando ya parecía perdida la Revolución. Vi a los milicianos desfilando con las manos en alto, cuando de pronto un disparo tocó a uno de ellos, seguramente en la munición que cargaba, porque eellp pooeem maasseemmiinnaall 115522--115533aaggoo--ddiicc...22001111


el miliciano ardió en cosa de segundos, ardió con unos colores morados, violetas, rojos. Este relato emocionó tanto a Enrique que se puso a lagrimear”. Sigue el relato de Soria: “Justamente en esos momentos nos avisan que había ocurrido una cosa parecida a un minero de Milluni, que venía desde El Alto retomando la ciudad, haciendo retroceder a las tropas del ejército. A este minero le alcanzó una bala y voló porque estaba cargado de dinamita. Una de sus manos quedó colgada de la rama de un arbolito del parque de la universidad. Nos avisan esto y nos vamos, Jaime, Enrique y yo, a ver cómo había sido aquello. Este hecho me sirvió para escribir el cuento Presos en el cerro, que ganó el Concurso de Cuentos de la Revolución”. Pero volvamos a la dedicatoria. En la página siguiente, Enrique Molina escribe de puño y letra: “Recuerdo la colcha a rayas amarillas, rojas y verdes, los grandes horrores nocturnos, un santo, un atado de diarios en una carpeta verde y el inconfesable, inexpresable delirio secreto que siempre nos impulsará a vivir las cosas y el delirio, donde corre desesperadamente el agua negra de los viajes. Mil abrazos, demonio hermano mío, mi semejante”. Estas palabras expresan una relación más intensa, una complicidad en la poesía y un afecto rimbaudiano. En 1952, Sáenz tenía 31 años, ya había escrito poemas, pero aún no había publicado un libro. Lo haría recién en 1955, cuando se editó El escalpelo. ¿Cómo era Sáenz en ese tiempo? Su tía Esther Guzmán, también entrevistada en agosto de 1987, recordó lo siguiente: “Cuando Jaime tenía su departamento en el pasaje Muñoz Reyes de Miraflores, ocurrió lo siguiente: Serían las dos o tres de la mañana, yo estaba esperándolo. Ya estaba preocupada. De pronto escucho a lo lejos una música que se acercaba cada vez más hacia la casa. Siento que entran y suben las gradas, era una bulla terrible, atronadora. Se trataba de cuatro o cinco hombres con ponchos, zampoñas y tambores… y el Jaime por delante. Uno de ellos me dice: ‘Desde la Garita de Lima hemos vendido, lo hemos traído a su sobrino’. De una cantinita que yo tenía, Jaime me invita una copita de cóctel, y me lo

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tocan una música. Quiénes serían. Eran campesinos. Era la época del 52”. No sabemos cuánto tiempo estuvo Molina en La Paz ni la fecha de su partida. Pero su rastro sigue. En octubre de 1963, desde Buenos Aires, Enrique Molina le remite a Sáenz un ejemplar de una pieza central de su obra, Amantes antípodas. En la primera página reaparece el pájaro de tinta de 1952, pero esta vez tiene un título. “Pájaro de amantes en fuga”. La dedicatoria dice lo siguiente: “Para Jaime, hermano inolvidable de cabeza fosforescente, absolutamente fiel a la poesía, en su país mágico y absoluto donde la sangre tiene el rumor de astros golpeando sus estepas, este libro con todo el recuerdo y la amistad de Enrique Molina”. Sáenz y Molina sostenían correspondencia, de la cual no hay rastros, e intercambiaban libros. Rolando Costa Arduz, en un texto memorioso sobre Sáenz que escribió el 2008, recuerda casi de pasada su vinculación con Enrique Molina y Aldo Pellegrini “dos exponentes del pensamiento surrealista americano, gracias a las cartas que transporté hasta Buenos Aires, para entregar y conocer a tan elevados amigos de Jaime en la Argentina”. El rastro de esta amistad se pierde, por ahora, en 1967. Ese año, Molina remite a Sáenz (¿con Costa Arduz?) dos libros suyos: Las bellas furias, publicado en 1966 y uno anterior, Fuego libre (1962). En el primero le dice: “Jaime a través de las montañas y los años, con la misma invariable adhesión a su poesía y su gran aventura”. La dedicatoria del segundo es más breve, pero también expresiva: “A Jaime, el gran Felino Volcánico de especie más tierna”. Y, en la misma página, Molina le envía de regalo un collage original. Ya se sabe que Sáenz y Molina, además de poetas, eran dibujantes y afectos al collage. Hay una notable familiaridad en sus obras plásticas. ¿Sáenz aprendió y se aficionó de ese arte de Molina en 1952? No sabemos y quizás no importa; en todo

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caso, ambos descienden claramente del surrealista Max Ernst. http://libros-bolivia.blogspot.com/2011/08/jaime-elgran-felino-volcanico.html

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LLAASS M MEEM MO ORRIIAASS D DEE AAD DO OU UM M,, EEN NTTRREE EELL EEXXIILLIIO O YY LLAA PPO OEESSÍÍAA Su obra póstuma recopila sus recuerdos con otros artistas de Occidente "Por alguna razón, los escritores latinoamericanos a quienes la violencia oficial obligó a abandonar su país huyendo de la muerte, escogieron Europa — particularmente Londres, Madrid, Barcelona, París— para sobrevivir y trabajar, denunciar lo que sucedía en su América nuestra, escribir su historia reciente… O sea que en los 20 años que viví en Francia, conocí a muchos más autores que en el resto de mi vida en el Ecuador y en viaje a países más o menos vecinos…". Así narró el escritor ecuatoriano, muerto hace dos años, Jorge Enrique Adoum en De cerca y de memoria -lecturas, autores y lugares-. Adoum, como viajero y ciudadano del mundo (entre Asia, Europa y América), resume de este modo su contacto con 157 personajes, entre famosos y quienes no lo fueron tanto, del mundo artístico de Occidente. Sus memorias son un testimonio necesario, exacto y conmovedor de 13 partes en las que cuenta desde los orígenes de su oficio. Adoum descubre la poesía a los 13 años, pasa en sus horas de ocio embebido en la lectura porque era pobre. A esa edad, ya estaba enamorado del personaje de Madame Bovary, de quien varios de sus pares latinoamericanos también se enamoraron. Recuerda al mágico personaje de su vida, su padre, el Mago JEFA, artífice de las ciencias ocultas, 4466

esotérico, médico, naturista. Se dedicó a pintar y luego fue a Buenos Aires y al Brasil a probar mejor suerte para publicar sus libros. "El Turco", como lo llamaban cariñosamente sus amigos, conformó el grupo literario Madrugada, con diversidad de miembros. Conoció a Raúl Andrade, Enrique Gil Gilbert, Joaquín Gallegos Lara y César Dávila Andrade. En Chile, los vericuetos de las carencias y su relación estrecha con Pablo Neruda, de quien fue secretario, dejaron huellas indelebles en su vida. Allí conoció a escritores como Luis Durand, Nicomedes Guzmán, Joaquín Gutiérrez, Volodia Teitelboim, el brasileño Osvaldo Alves. En Guayaquil se casó con Magdalena, con quien tuvo dos hijas: Alejandra y Rosángela. Luego, en París en 1970, conoció a Nicole, su segunda cónyuge, invitada como actriz para una obra de teatro, cuyo director era amigo de Adoum. Su amistad con Guayasamín se fortaleció notablemente, de quien refiere que "dio testimonio sobre la Guerra Civil española, los campos de la muerte nazis, la Revolución Cubana, el sufrimiento de Nicaragua, las masacres de Sabra y Chatila, el asesinato de Salvador Allende…, y nadie ha expresado con tanta ferocidad el odio acumulado del mundo hacia Franco, Pinochet, otros dictadores, el Pentágono". El año de 1968 fue inolvidable para él. Se puso en marcha el Congreso Cultural de La Habana (donde conoció a José María Arguedas y Max Aub, entre otros) y el mayo de París. La vedette de ese congreso fue Julio Cortázar -con quien frecuentó durante años en París-, criticado por evadir el compromiso político. En su viaje a Sudamérica en 1969 conoció a Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti, Leopoldo Marechal, Ángel Rama, Marta Traba, Mario Benedetti. La muerte de Neruda y Benjamín Carrión lo golpeó sobremanera, así como la de la Guayasamín en 1999, pero comprendería que la muerte es dolorosa parte de la existencia en el tránsito del viajero de la vida. En 1971, encontró a García Márquez en casa de Plinio Apuleyo Mendoza, se hicieron muy amigos. El colombiano, en el umbral de la fama, empezaba a ser criticado por huir a los periodistas cuando él alguna vez lo fue. En 1989, se le concedió la medalla eellp pooeem maasseemmiinnaall 115522--115533aaggoo--ddiicc...22001111


Alejo Carpentier. El anfitrión de ese encuentro en Cuba era Roberto Fernández Retamar, la figura más visible de la cultura cubana durante años. Acudía a congresos, foros, encuentros y veía a Adoum constantemente en París u otra ciudad europea. Conoció también a Elena Poniatowska en ciudad de México, grande por su literatura testimonial. Además, Adoum cuenta sobre Violeta Parra, Ernesto Cardenal, Atahualpa Yupanqui, figuras de lo latinoamericano. Al final, habla de la literatura femenina, como siempre relegada del canon, y la "norteamericanización" global y de las artes, que amenaza la paz, la integridad y la identidad cultural de todos los países del mundo, en medio del desinterés de los jóvenes, decepcionados de la política. Quizá nada vuelva a ser como el ayer, sugiere, pero de eso se trata, de forjar algo nuevo viendo a la vez con ojos de caminante y esteta. (PCG) www.hoy.com.ec/noticias-ecuador/las-memorias-deadoum-entre-el-exilio-y-la-poesia-494897.html ***

PPRRÓ ÓLLO OGGO O AA LLAA EED DIICCIIÓ ÓN ND DEE LLEETTRRAA AA LLEETTRRAA,, D DEE CCAARRLLO OSS GGEERRM MAAN N BBEELLLLII M Maauurriizziioo M Meeddoo Mientras la poesía deriva con nuevas densidades manifestándose a través de formas, antes marginales. Mientras la crítica ensaya nuevas clasificaciones y taxonomías, obsedida en ordenarlas a través de nuevos sistemas y categorías —unos más abigarrados que otros— la escritura de Carlos Germán Belli, fiel y genuina, aparece, aparte de todo este desborde, hasta constituirse en uno de los territorios ineludibles si es que uno debiera referirse a la poesía hispanoamericana del siglo XXI. Oscura comarca, qué duda. Ahí el lenguaje es tensado hasta el extremo: el habla que callejea se eslabona con el cultismo —a través de la 4477

refundación semántica—, con la sintaxis clásica — hasta quebrar su preceptiva— o con una genuina preocupación social. Se trata de uno, que por su construcción, diera la impresión de ser, simultáneamente otro: dialoga con los maestros del Siglo de Oro, y sin embargo se da maña para hablar con el ciudadano de a pie; es profusamente barroco, y sin embargo no deja de mostrar nuestro presente; ostenta una erudición en el manejo del idioma, y sin embargo lo pulveriza —incluso a punta de pura onomatopeya; domina con maestría las formas clásicas—, y sin embargo las arrastra hasta la más pura guturalidad. Ocurre que Belli va edificando la realidad conforme la enuncia. Todo acontece en el habla —la de un amanuense “hipando/ hasta las cachas de cansado ya”; la de un hombre escéptico de la eficacia de las vitaminas “ni B ni C, que al diablo vayan todas,/ de una vez por los siglos y los siglos”; o de quien vislumbra “en el gabinete del gran más allá” la boda de la pluma y la letra. El yo —Belli o esa multiplicidad de conciencias, ocultas tras su máscara barroca— existe en la medida en que se “dice”. Incluso la blanca página “Aquella que nunca escribir se pudo” diera la impresión de estar(se) diciendo: Aprisa inmóvil inmediatamente (sin duda es éste un pensamiento absurdo, pero da cuenta de quien llega pronto al mundo y yace fijo como un clavo metido eternamente en la madera).

Meditar sobre el habla —escribe Heidegger[i]— exige en consecuencia que entremos al hablar del habla para instalarnos en la morada del habla, es decir, en su hablar, no en lo nuestro. Pero ello es posible sólo a través de su corresponder: escuchar. Cada escuchar tiene su propio decir. Cuando Belli, el sujeto —sujetado—, calla, también se hace audible, pues inmediatamente “La voluntad materna/se inclina por la química precisa”; “y a salmodiar empiezan cada día una línea”; “y el oculto don nadie (que es Miguel de Cervantes)”; “mas solitario como día u olmo”; “cual un pobre amanuense del Perú”. eellp pooeem maasseemmiinnaall 115522--115533aaggoo--ddiicc...22001111


Es decir su memoria, su observación y sus situaciones le toman la voz exigiéndonos no perder nunca la atención pues amalgama a toda la realidad en su melopea, sin perder nunca esa inconfundible dicción. Su poesía es difícil, melodramática, de un narcisismo negro, impregnada de extraño humor, cáustica y cultísima… Nadie ha sabido encarnar con más estrafalaria originalidad que Carlos Germán Belli el destino del poeta, escribe Mario Vargas Llosa. Y esto es cierto, como también lo es decir que muy pocos han permanecido en la poesía resistiendo “el alternado paso de los hados”, aún “con el pie sobre el cuello”, “por el monte abajo”, generando un lenguaje —y por ende una realidad, otra— qué decir, qué volver a decirle, al mundo. http://cascahuesoseditores.blogspot.com

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M MU UEERREE EEN NM MIIAAM MII LLAA PPO OEETTAA EELLEEN NAA TTAAM MAARRGGO O SSaarraahh M Moorreennoo La escritora cubana Elena Tamargo falleció el domingo al amanecer en Miami. Tamargo, de 54 años, había luchado durante varios años contra el cáncer a la vez que se mantenía activa en la vida cultural de la ciudad, y seguía escribiendo poesía además de crítica de teatro para El Nuevo Herald. “Elena simboliza para nosotros la belleza y la fe en la poesía”, dijo la profesora universitaria y crítica literaria Madeline Cámara, quien recuerda la fidelidad de Tamargo con sus amigos y su habilidad para mantenerlos unidos. “Elena le daba cohesión a la generación de poetas cubanos de los 80, a la que pertenecía. En 4488

sus últimos libros, escritos en Miami, le rindió culto a su ciudad, La Habana”, añadió Cámara. Nacida en el puerto de Cabañas, cercano al Mariel, en la provincia de La Habana, Tamargo se mudó a la capital en los años 70 para estudiar en la Universidad la carrera de Lengua y Literatura Alemana. Según apuntó Cámara, su labor como profesora de alemán era muy importante para Tamargo, que también enseñó en universidades mexicanas cuando se estableció allí a partir de 1992 con su esposo, el poeta Osvaldo Navarro. El fallecimiento de Navarro en el 2008 motivó que Tamargo se mudara definitivamente a Miami para estar cerca de su hijo Nazim Navarro. Con Navarro también compartió Elena una estancia en Rusia, donde presenció el fin del sistema comunista y la caída del muro de Berlín. Fue su fructífera estancia en México, sin embargo, la que le permitió trabajar como crítica y editora de la obra de grandes poetas latinoamericanos como Juan Gelman y Gonzalo Rojas y colaborar con la Fundación Octavio Paz. “Elena era una mujer llena de bondad, que en varias ocasiones me dijo que quería que la recordaran como una persona buena”, expresó su amigo, el escritor y promotor cultural Manny López, quien compartía mucho tiempo con ella y pudo comprobar como su profesionalismo se mantuvo hasta el final. “Me decía que quería trabajar y ser útil, su mayor preocupación era cumplir con sus críticas de teatro, incluso aunque a veces sintiera los efectos de la enfermedad”, contó López, recordando que “siempre me decía que la poesía estaba en todas partes y que sólo teníamos que notarla y después escribir”. López leyó ayer en la Feria Internacional del Libro de Miami poemas inéditos de Tamargo que se publicarán en el libro Días ya vacíos, un volumen recopilatorio de su obra poética que editará Bluebird. Elena es autora entre otros poemarios de El caballo de la palabra, que se publicó en el 2007 con la editorial Iduna. “Voy a recordar a Elena de muchas formas, sobre todo por su deseo de vivir y por su incesante trabajo, porque aún enferma le decía que sí a sus amigos para escribirles un prólogo o un comentario para un libro. También estábamos organizando una eellp pooeem maasseemmiinnaall 115522--115533aaggoo--ddiicc...22001111


presentación en Miami de la poeta guatemalteca Maya Cu, que ella admiraba mucho”, contó López, que considera que los planes de Elena le dieron energías para luchar contra la enfermedad. A Tamargo la sobreviven su hijo Nazim, su nuera Dani y sus tres nietos, además de su hermano José Francisco Tamargo y su familia. Sus restos serán cremados y no habrá servicios funerarios. www.elnuevoherald.com/2011/11/20/1069016/m uere-en-miami-la-poeta-elena.html#ixzz1gdwcvty9 ***

““LLAA PPO OEESSÍÍAA VVIIEEN NEE D DEE U UN N LLU UGGAARR Q QU UEE N NAAD DIIEE CCO ON NTTRRO OLLAA””:: LLEEO ON NAARRD D CCO OH HEEN N Ó s c a r M a r í n Óscar Marín Es más que pertinente traer aquí dos libros de Leonard Cohen: después de treinta ediciones, el jurado del premio Príncipe de Asturias decidió conceder este año, por primera vez en el apartado de Letras, su galardón a un cantante. Al igual que cuando Bob Dylan ha estado nominado (y en algún caso, favorito en las apuestas) para el Nobel de literatura, Cohen recibe, obviamente, este premio por las letras de sus canciones no por su música, sino por su producción literaria, que ahora se ve felizmente reeditada al calor del premio. También es oportuno empezar por la parte más insólita: la narrativa, a través de una novela que Cohen escribió hace casi cincuenta años y que ahora reaparece en Edhasa, El juego favorito, donde un alter ego adolescente del autor pasea por las calles de Montreal descubriendo el mundo y perdiéndose a sí mismo en el camino. A pesar de haber sido publicada en 1963, cuando Cohen no había alcanzado la treintena, no se trata de un autor buscando una voz propia, sino lo que está buscando es la forma que esa voz ha de tener ante los demás: en ese año ya había publicado dos libros de versos, pero ningún disco. Como señaló en su discurso de recepción del Príncipe de Asturias, no fue hasta después de leer a Lorca cuando encontró 4499

exactamente lo que quería decir. Permítanme citar ese discurso, justo cuando habla del poeta granadino y de lo que aprendió: "Nunca debemos lamentar. Y si queremos expresar la derrota que nos ataca a todos, tiene que ser en los confines estrictos de la dignidad y de la belleza". Si hay algún profesor de secundaria leyéndome ahora, por favor: dé a sus alumnos en clase el texto completo del discurso. Les enseñará en apenas siete párrafos qué es realmente la poesía. Volviendo a la novela, es, como puede preverse, una novela de iniciación donde aparecerán prefigurados los temas que han acompañado la discografía y poesía del autor: la soledad radical, el deseo, el impulso sexual, la derrotaÉ mediante auténticos puzles de palabras e ideas, que tratan de introducirnos en la mente del autor. El volumen de poemas titulado Libro del anhelo contiene unas doscientas poesías y otros tantos dibujos, y tienen el interés de que, aun dentro de la poética de Cohen, muchos de ellos fueron escritos durante el tiempo que el autor se hizo ordenar monje budista, y vivió en el monasterio de Mount Baldy con el sobrenombre de “El silencioso”. Como señaló él mismo al recoger el galardón, "la poesía viene de un lugar que nadie controla", y las composiciones fechadas en esa "época zen" parecen venir de un lugar especialmente oscuro, donde ha estado jugando con una mirada más sencilla sobre las cosas y la inevitable burla hacia sí mismo. También hay numerosos poemas que no corresponden a su retiro, pero sí a una de sus peores épocas: en esos años, su representante aprovechó para robarle todo el dinero que Cohen había ahorrado, lo que obligó al cantante a volver a los escenarios en una agotadora gira mundial que le hizo desmayarse durante su concierto de Valencia. Fue el colofón a una representación del antihéroe, la materialización del personaje que quizá el propio artista no pueda separar de sí mismo, que tanto atrae a sus fans en todo el mundo, y que quizá queda brevemente reflejado en una de las frases del libro: "Yo soy vuestra niebla. Pero no tengáis miedo". Información, Alicante, 24 de noviembre de 2011

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TTAAM MAARRAA KKAAM MEEN NSSZZAAIIN N:: ““CCO ON N LLAA PPO E S Í A Q U E R Í A N O N A R R A R OESÍA QUERÍA NO NARRAR”” SSaannddrraa O Occhhooaa Cuenca. La autora argentina Tamara Kamenszain intervino en el Certamen de Poesía Hispanoamericana Festival de la Lira. Lo interesante de la poesía es que no es una foto, no es una crónica, aunque tiene algo de eso, pero aparece algo inesperado, como el otro lado. Tamara Kamenszain, poeta y ensayista argentina y de 64 años, resultó ganadora de entre 57 obras pertenecientes a 15 países en la tercera edición del Certamen de Poesía Hispanoamericana Festival de la Lira. Para ella, descendiente de inmigrantes judíos rusos y rumanos, sus ganas de no contar, “sino de decir lo que no se puede”, fue la causa que la llevó a dejar la filosofía para incursionar en la poesía. Trabajó desde muy joven en periodismo, luego enseñó literatura. Sus ensayos sobre poesía argentina y latinoamericana son material de estudio en universidades argentinas y del exterior. Sus 13 libros de poesía y 4 de ensayos poéticos traducidos a diversas lenguas la llevaron a ser considerada una de las voces influyentes en las nuevas generaciones de poetas. También la condujo a ganar el Primer Premio Municipal de Ensayo, en su país; medalla de honor Pablo Neruda, de Chile; la beca Guggenheim, Premio Nacional de Ensayo y el premio del Fondo Nacional de las Artes en Argentina y con su obra El eco de mi madre, la Lira de Oro. ¿Por qué El eco de mi madre? Habla de la enfermedad y muerte de mi madre, que tuvo una enfermedad prolongada de Alzheimer, pero no es una crónica. Como pasa en la poesía, es una cosa transversal, donde el poeta transmite lo que no sabe, es decir, no de un modo realista, ni como un cuentito, no como narrativa, ni como novela. ¿Qué dice la autora en esta obra? Transmite momentos, imágenes, restos, voces, por eso se llama el eco, voces de un lenguaje que se distorsionó por una enfermedad y después la 5500

muerte, que lamentablemente o no, junto con el amor, son los temas básicos de la poesía, no los podemos evitar. ¿Entonces no se trata de una biografía? El poeta alemán Goethe dijo una frase que me parece maravillosa: “Todo lo que escribí lo viví, pero nada de lo que escribí, lo escribí como lo viví”, eso es la poesía. Todo es vida pero nada aparece de la misma manera que estaba, aparece transformado, esa es la relación entre la vida y la poesía. Lo interesante de la poesía es que no es una foto, no es una crónica, aunque tiene algo de eso, pero aparece algo inesperado, como el otro lado. A más de encontrarse con nuevos autores y compartir con otros que ya estuvieron en encuentros anteriores, ¿qué representa este nuevo premio? Cada vez es un placer más grande, porque cuando uno es más joven le parece casi lógico que le den un premio, sí me lo merezco, pero cuando es más grande hay más conciencia de lo difícil que es competir, porque hay otros escritores buenísimos, maravillosos y es difícil, por eso no hay que creerse el éxito, entonces uno dice realmente me lo habrán dado o se habrán equivocado, no es falsa modestia, es casi una angustia, es una presión enorme porque uno se pregunta: ‘¿Y si ahora los decepciono?’. ¿Por qué incursionó en poesía y no en narrativa o en otro género literario? Yo empecé increíblemente a estudiar filosofía, pero quería escribir algo y me salían cosas muy cortitas como fragmentos, me di cuenta de que la filosofía suponía un sistema y que nunca iba a meterme en eso, de ahí por cierta síntesis con las ideas que pide la filosofía fui pasando a la poesía y ahí me di cuenta de que con la poesía quería no narrar, justamente, no contar un cuento, no ficcionar, que todo fuera como verdadero, de todos modos dentro de este género narro un poco, suspendiendo cosas, dejando todo abierto. www.eluniverso.com/2011/11/30/1/1380/tamarakamenszain-con-poesia-queria-narrar.html

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LLAA PPO OEESSÍÍAA SSIIEEM MPPRREE EESS D E S O B E D I E N T DESOBEDIENTEE AAlleejjaannddrraa GGuuiilllléénn La ensayista, poeta, narradora y traductora argentina, María Negroni, participó en el Salón de la Poesía de la FIL. ¿Cómo que la poesía es subversión? Veamos, dice María Negroni, la poesía se escribe con las mismas palabras que cualquier persona utiliza para comunicarse todos los días. Si alguien dice “mesa”, todos entienden y no hay duda del significado. La poesía, en cambio, se recorre de ese lugar y desconfía de las palabras, porque existe una brecha entre la realidad y la palabra que la nombra, y se pregunta ¿realmente saben qué es una mesa? ¿Y si se trata de palabras más complejas como “amor”, “muerte”? ¿Realmente saben lo que significan? “Es ahí donde la poesía aparece como una especie de conciencia de que no hay equivalencia entre el mundo y las palabras, y la poesía se para en la duda, cuestiona los discursos autoritarios, y se convierte en un espacio de resistencia”, asegura – vía telefónica- la escritora argentina radicada en Nueva York desde 1985. En este tenor, cada que un autor hace una afirmación en la poesía, “es una derrota en ese mundo literario, porque lo poético se sostiene en la pregunta, en el cuestionamiento, y en ese sentido cumple una función social y política muy importante. Por eso no va a desaparecer nunca, porque es una especie de farol que está custodiando, de manera que cuando se dice ‘esto es así y no se discute’, la poesía cuestiona, ¿dónde está escrito que eso es así?”. La ensayista, poeta, narradora y traductora María Negroni (1951, Rosario, Argentina) charla vía telefónica, pausada, cuidando la precisión de sus ideas, previo a su participación en el Salón de la Poesía de la Feria Internacional del Libro de este año. ¿Cuándo siente la necesidad de la poesía porque comienza a dudar de las palabras?

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En mi caso es un poco interesante, porque cuando tenía 18 años, recuerdo que escribí mis primeros poemas, pero coincide con una de mi vida en la que tuve una participación política muy fuerte, entonces fue una época muy interesante porque seguía escribiendo, pero nunca encontré una forma de legitimarlo, se veía como una pérdida de tiempo porque tenía que estar en la lucha política y no escribiendo. Después de la derrota política, cuando vino la dictadura militar, digamos que… la poesía fue casi como mi salvación, porque estaba en una etapa de crisis vital muy fuerte. Entonces llegó en un sentido tarde en mi vida, tarde de lo que normalmente hubiera llegado si no hubiera vivido aquella época tan rica y tan terrible a la vez. ¿Cómo es su isla literaria, su isla de creación? La creación siempre es solitaria, la creación es una isla, la literatura es una isla, también el cuerpo es una isla porque hay muerte por todos lados... Entonces, la creación es siempre solitaria. En mi caso, que viví la dictadura militar y salí de Buenos Aires después de 10 años de asfixia cultural, fue una experiencia extraordinaria salir de Argentina para vivir Nueva York, una ciudad muy interesante de lo que podría explorar y ver, y que se convirtió en una especie de isla pero llena de posibilidades. Es algo que he vivido como un regalo. ¿Cuáles son las huellas de Nueva York en su escritura? La ciudad ha sido durante mucho tiempo una fascinación muy grande para mí, creo que en la época de esa fascinación escribí Islandia, un libro que se revisará ahora en la FIL, donde reescribo una saga nórdica, de finlandeses, que eran los personajes que amaba Borges, o sea que es una especie de viaje al Norte, para llegar al Sur donde está Borges, para volver a mí que soy argentina viviendo en el Norte… Y digamos que esta situación de estar fuera, de escribir una literatura para el país, estuvo muy presente en este título. Ha citado a Sade para hablar de la poesía como un lugar de encierro, donde toda libertad es posible. ¿Su poesía es una búsqueda de profunda libertad? Esta cita es interesante porque estamos hablando de dos cosas paradójicas, el encierro y la libertad, son como opuestos, sin embargo, creo que la búsqueda de la poesía es empujar los límites de lo eellp pooeem maasseemmiinnaall 115522--115533aaggoo--ddiicc...22001111


decible, porque como decía Ludwig Wittgenstein, los límites de nuestro mundo son los límites de nuestro lenguaje. Y cuando uno puede empujar lo que quiere decir, se amplía la posibilidad de lo que puede ocurrir. Para mí el trabajo con el lenguaje tiene que ver con una especie de insumisión casi personal, como de desacato; tiene que ver con establecer espacios donde puedo hacer lo que quiero o lo que puedo, y se convierte en un espacio de libertad muy grande, pero no de cualquier libertad, sino de la que tiene que ver con lo más profundo y desconocido de mí misma. ¿Cómo ha sido la búsqueda del deseo del que hablas en los ensayos sobre literatura gótica? El deseo es lo más difícil de atrapar, es lo que más se escabulle siempre, incluso fuera del territorio de la literatura. El deseo siempre es insumiso, no se puede controlar, por eso las revoluciones políticas siempre tienen problemas con el deseo. Y lo que me llama la atención de la literatura gótica es que surge en pleno iluminismo, en medio de la luz, como un cono de sombra, que yo interpreto como un lugar de resistencia en el que cabe todo lo que se escapa del mundo de la razón. En ese sentido me interesa este movimiento literario porque se para en el mismo punto que la poesía, como un espacio para lo que no se sabe dónde poner… en ese sentido la poesía siempre es desobediente, insumisa, explora lo desconocido. En sus ensayos dice que la literatura fantástica hereda elementos de la gótica ¿cuáles son esos elementos? La literatura mundial es como una especie de red de intercambios, de laberintos en los que todo se conecta con todo. Entonces la literatura fantástica, latinoamericana, como un movimiento enorme, es una especie de heredera del mundo de la novela gótica del siglo XVIII, en el mismo sentido de la oposición entre la razón y el deseo. Hay corrientes que no cuestionan tanto, hay libros que se venden bien, que narran una historia de forma realista, pero que no cuestionan sobre el instrumento sobre el que se hace, no complejizan en nada. Los autores de la literatura fantástica se paran en un lugar donde la escritura juega un papel primordial y todo el tiempo cuestionan la convención de la representación, como siempre lo hacía Julio Cortázar. Es, pues, una literatura que se para en la 5522

vereda opuesta del realismo e impulsa todo lo que es difícil de narrar, como el deseo, que es más difícil de contar que una anécdota. Y bueno, en lo gótico y lo fantástico hay elementos nocturnos, dobles, científicos, casas abandonadas, extrañas… En Aura (de Carlos Fuentes), por ejemplo, hay deseo, hay muerte, hay elementos como escalones, oscuridad, muñecas, una doble. ¿En esta etapa qué está leyendo y qué está escribiendo? Te vas a reír. Desde hace un año estoy muy metida estudiando la Biblia y el Antiguo Testamento. Estoy fascinada con todas las lecturas alrededor de este libro, y aunque conocía partes, nunca había hecho una lectura-estudio… y estoy fascinada, estoy en una etapa en la que me gusta irme atrás, a los clásicos, y me acuerdo de Borges que decía que no leía a sus contemporáneos. Bueno, yo sí los leo, pero en realidad me gusta más lo otro. Y lo que estoy escribiendo es un libro sobre el artista norteamericano Joseph Cornell (1903-1971), y una obra que se llama Interludio en Berlín, que es una especie de híbrido de poemas en prosa, pero que no sé muy bien en qué va a terminar. El Informador, 2 de diciembre de 2011 www.informador.com.mx/fil/2011/341931/6/lapoesia-siempre-es-desobediente.htm

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““PPEERRTTEEN NEEZZCCO O AA U UN NAA GGEEN NEERRAACCIIÓ ÓN N Q QU UEE SSEE CCAAN NSSÓ ÓD DEE LLAA PPO OEESSÍÍAA PPO OLLÍÍTTIICCAA”” EEzzeeqquuiieell AAlleem miiaann Su libro de ensayos Leer poesía busca vías de acceso para lectores del género. Y si fuese Funes, el memorioso, el personaje del cuento de Borges que no podía olvidar nada, un modelo deseable de lo que hoy podría ser un poeta? Enfrentado a una abstracción cultural creciente, Funes parece generar, “en esa infinitud en la que todos los lugares son igualmente importantes, el espacio que la poesía necesita para crearse”, señala Alicia Genovese. De Borges, pero eellp pooeem maasseemmiinnaall 115522--115533aaggoo--ddiicc...22001111


también de varios de los poetas argentinos más importantes, se ocupa Genovese, poeta y ensayista, en Leer poesía, un libro que acaba de publicar y en el que busca definir el lugar y la función de la poesía en la sociedad contemporánea. Se trata, dice, de un libro pensado para la gran cantidad de lectores potenciales que tiene la poesía, lectores que hay que crear y que tal vez necesiten de vías de acceso para llegar a lo que buscan. ¿Por qué alguien tendría que interesarse por la poesía? Si la pensamos como diferenciada de los discursos de la información, que tienden a la transparencia, y a pesar de que en su interior contenga momentos perfectamente legibles, como discurso la poesía se caracteriza por la opacidad. ¿Cuál es el valor de la opacidad? Que nos enfrenta con los enigmas, con lo desconocido, con lo que no sabemos. Trabaja con lo no dicho. Es el enigma de lo deseado, muy difícil de transmitir. ¿Dónde “agarra” la poesía? Siempre encuentra su carnadura en la subjetividad del poeta. Es a partir de ahí que empieza a ser diferente. ¿Qué efectos tienen las nuevas tecnologías sobre la subjetividad poética? No los mejores. La inmediatez no es buena para la poesía. La construcción de una subjetividad es más bien silenciosa, tiene que ver con un diálogo íntimo que cada poeta tiene consigo mismo y con las cosas más oscuras. ¿Qué poetas argentinos le recomendaría a un lector con ganas de acercase a la poesía? Juan L. Ortiz, Joaquín Giannuzzi, Hugo Padeletti, Alejandra Pizarnik, que produce un efecto de entrada a la poesía insustituible. Juan Gelman es también un poeta que doy mucho a gente que no lo conoce más que por alguna información política. La política no está muy presente en tu libro... Tiene una entrada importante, a través de Leónidas Lamborghini y su Solicitante descolocado. Pero no me interesan las lecturas temáticas. Pertenezco a una generación que se cansó de la poesía política, de ese uso instrumental que se hizo de la poesía, alejándola de su especificidad. www.clarin.com/sociedad/Pertenezco-generacioncanso-poesia-politica_0_604739607.html

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JJO OSSÉÉ EEU UGGEEN NIIO O SSÁÁN NCCH HEEZZ:: LLAA PPO OEESSÍÍAA EESS TTAAM B I É N U N C H I S T E MBIÉN UN CHISTE LLiivviioo ÁÁvviillaa Irreverente en su obra, el autor tapatío que se presentó en la ciudad junto a Alberto Silva, dijo a Vanguardia que está en contra de la solemnidad José Eugenio Sánchez sube al escenario y ya algunos comienzan a reírse: “Buenas tardes, me da mucho gusto estar aquí y esas cosas que se dicen en momentos importantes”. No es una broma: es la risa la que guía su poesía y busca llegar a un fondo más reflexivo con ella, según explica. En la Casa de la Cultura de Saltillo, el tapatío que vive en Nuevo León ofreció un espectáculo literario titulado “Pornodecirse”, donde las risas fueron la otra parte de la función; y lo hizo al lado del también escritor Alberto Silva, originario de Reynosa, Tamaulipas, quien también compartió el corte cómico. Fue una noche de comediantes, pero literarios: el poema sobre un hombre con un pene enorme por “Chepe” (como se le conoce a Sánchez) o el la anécdota al ver la última película de “Harry Potter” de “July” (el mote de Silva) y otros más, dieron al Festival Artístico Coahuila 2011 del Icocult un momento de “relax”. En entrevista, el ganador del 10 Premio Internacional de Poesía de la Fundación Loewe, otorgado por Octavio Paz, explica su escritura y dice que la solemnidad no es lo suyo. ¿Por qué te nace la idea de escribir algo cómico, chistoso?Nunca he pensado en eso. Se ha dado en una manera que no es voluntaria. No trato de ser comediante… a veces sí, pero es la ironía, ¿no? ¿Tú cómo lo sentiste? Muy divertido, un rato muy agradablePues sí dice cosas, ¿no? Cuestiona y habla de los seres humanos. Pues es que me gusta la ironía y es también tratar de conectar con la gente inmediatamente, con el espectador, tratar de eellp pooeem maasseemmiinnaall 115522--115533aaggoo--ddiicc...22001111


encontrar un lenguaje con el cual se pueda coincidir inmediatamente. Esta risa, como dices, aborda temas detrás, ¿tú estás mostrando tus propios sentimientos a través de ella?En esta lectura así sucedió esta vez. Pero siempre me gusta que se traten muchos temas dentro del propio texto y que la cultura o el ‘background’ que tiene cada lector o cada espectador le ponga más cosas al texto; conforme se van pronunciando las palabras, el espectador va produciendo imágenes; y también que sea con una frase directa, con una imagen clara. ¿Cuáles han sido los comentarios de tu obra?Pues que estoy bien guapo, güey (risas). Que estoy bien bueno, güey. Básicamente es lo que dicen. Mi físico, les importa más mi físico que mi interior (bromea). También dicen que se divierten y que se tocan temas con mucha irreverencia y rebeldía. Y que no se nota tampoco que es el discurso así del chistorete nada más, sino que hay sustento de elocuencia y que más bien es irreverencia. ¿Qué otros autores han sido tus influencias? Tengo muchas, hasta unos que no se parecen mucho a mí. Yo me siento un lector bueno, aceptable, de la obra de Octavio Paz, me gusta mucho y mi obra cada vez se parece menos a la de él. Eso se me hace muy agradable. De los que hacen una onda más experimental, vivencial y locuaz, a mí me gusta mucho un chico de Nueva York que se llama Saúl Williams, tiene discos, hace películas y escribe bien lindo; de aquí de México, Ricardo Castillo; y de Saltillo, Alberto Silva, Miguel Gaona, Claudia Luna, Julián Herbert, Claudia Berrueto, me agradan, lo que están haciendo se me hace fresco e interesante: aunque no abordan con tanta tendencia el humor, tratan de ser coloquiales y ligeros”. ¿Estás totalmente en contra de la solemnidad al escribir? Sí, claro y de la grandilocuencia y de las cosas que están preestablecidas. Juego con la forma del poema para encontrarle un sentido de comunicación; el juego de la forma es nada más para darle una etiqueta a lo que está sucediendo y lo demás es estar en contra de todas las formas que tiene la literatura convencional. Viniendo de Nuevo León, sobre la notoria y fuerte situación de violencia, el autor de La felicidad es una pistola caliente dice que en México “estamos viviendo el momento más triste de nuestra historia”. Y eso se 5544

nota en los escritores, que, dice, hoy son “documentadotes” del momento: “Todos estamos invadidos de ese problema; todos nuestros textos de todos los escritores que viven en el país están impregnados de la delincuencia organizada”. Pronto lo volveremos a ver en la Feria Internacional del Libro Saltillo 2011 el 13 de septiembre a las 18:00 horas, donde dará la conferencia “El Sexo en el Cosmos y Todo lo que hay en Medio” sobre un poema con forma de guión inadaptable: “A menos de que Spielberg o uno de ésos le ponga un chingo de dinero, nos saque de la miseria a todos y haga un gran film que nos dé varios Óscares”. Y con carcajadas, la entrevista termina. El perfil José Eugenio Sánchez nació en Guadalajara en 1965, actualmente vive en Nuevo León. Autor de La Felicidad es una pistola caliente” (Madrid, Visor, 2004) y El azar es un padrote” (La Habana, Ana Fernández, 1995). Ha sido antologado y traducido en distintos países. Obtuvo el 10º Premio Internacional de Poesía de la Fundación Loewe, otorgado por Octavio Paz. Fue becario de Jóvenes Creadores del FONCA y es Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Vanguardia, 25 de agosto de 2011

““EESSTTAAM MO OSS AAN NTTEE EELL RREEN NAACCIIM MIIEEN NTTO O D DEE LLAA PPO OEESSÍÍAA EESSPPAAÑ ÑO OLLAA””:: AALLÍÍ CCAALLD DEERRÓ ÓN N El mexicano Alí Calderón presenta en Granada su primer libro, De naufragios y rescates. Alí Calderón (Ciudad de México, 1981) es el joven poeta mexicano más importante de su generación. Así lo acredita el Premio Latinoamericano de Poesía Benemérito de América, que se une al Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde. Dos reconocimientos que lo han convertido en uno de los autores más importantes de Hispanoamérica. La eellp pooeem maasseemmiinnaall 115522--115533aaggoo--ddiicc...22001111


editorial Visor acaba de incluirlo en Poesía ante la incertidumbre, una antología de poetas en lengua española que se ha publicado en diez países y ha sido número uno en ventas en España. La pasada semana presentaba su primer libro, 'De naufragios y rescates', en Granada, que ha sido publicado por Biblioteca FIP. ¿Por qué De naufragios y rescates? Es el título del poema que cierra el libro. Se trata de un poema con significado al menos desde dos perspectivas. Es una manera de resumir nuestra existencia concreta, plena de altibajos, a veces más bajos que altos. Por otro lado, este poema refiere la historia de un conquistador español en el siglo XVI, Gonzalo Guerrero, que naufragó en una expedición hacia 1517 y vivió entre los mayas. Amó en Yucatán a una mujer, tuvo hijos, los primeros mestizos del continente, y cuando llegó Hernán Cortés a esa zona no quiso regresar con los españoles sino que luchó por su familia al lado de los indígenas. Lo de siempre: perdiéndose uno se encuentra. ¿Cómo valora publicar en España? Me interesa mucho, por supuesto. España es, junto a Argentina, Chile y México uno de los puntos centrales de la poesía en nuestra lengua. Publicar aquí es un privilegio porque me permite entablar un diálogo con autores y tendencias que me interesan muchísimo ahora mismo. ¿Qué visión tiene de la poesía española? Creo que estamos ante un renacimiento de la poesía española. Sí, dije renacimiento. Creo que durante los próximos años la poesía de la península recuperará el lugar de privilegio que le corresponde y que, me parece, ha perdido en las últimas décadas. Cuando yo leo las dos penúltimas antologías de la poesía española joven, La lógica de Orfeo y La inteligencia y el hacha, perdónenme, pero no puedo sino hacer gestos y desilusionarme y ver que aquello que es vendido como "lo mejor" de la nueva poesía española está muy muy lejos y hasta ingenua se ve frente a la poesía latinoamericana actual. ¿Por qué sucede esto? Contrariamente a lo que pudiera pensarse, la mundialización no ha acercado las tradiciones líricas de los distintos países que hablamos español. Eso ha generado una especie de aislamiento, de penoso desconocimiento de las diferentes poesías.

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Forma parte de la antología Poesía ante la incertidumbre, publicada por Visor en diez países. ¿Qué opina de la polémica que ha levantado? Este proyecto es de una importancia capital, según creo, porque trata de establecer vínculos entre los poetas de ambos lados del continente. También busca, y quizá esto es lo que más me interesa, iniciar y aún provocar el diálogo sobre el actual estado de la poesía en Hispanoamérica. Recientemente vi una reseña de Eduardo Moga sobre este libro (el autor se ha vendido en Wikipedia como "uno de los poetas más importantes actuales vivos" -¿Será?- Un autor ripioso como él). No era una reseña favorable, claro. No me preocuparon los comentarios de Moga, sino que me escandalizó su provincianismo. Piensa que la poesía en lengua española sólo se escribe en España y, peor, que sólo existe una tendencia estética aquí. Me parece que cierta zona de la poesía de España está encerrada en sí misma. Esto genera una grieta de desconocimiento y desprecio mutuo entre España y los países de América. Estamos en un excelente momento para revertir la situación y reencontrarnos. ¿Cuáles son los autores que más le interesan? Soy editor de una revista de poesía en México (www.circulodepoesia.com) y mi labor ahí es llevarle al público los poetas más representativos de nuestra lengua. Por ello creo que puedo reconocer lo sobresaliente en cada tradición lírica. En el caso de España, en lo que respecta a la poesía joven, me interesa especialmente Fernando Valverde por su lirismo e introspección. Me parece un excelente poeta. Me interesan también Raquel Lanseros por su erotismo, por su voz decidida; Daniel Rodríguez Moya por su vínculo con la poesía social; Javier Vela por la intensidad de su verso y el largo aliento; Ana Gorría por sus chispazos de agudeza y Javier Vicedo Alós, por su minimalismo emotivo. En otras generaciones me interesa lo que hacen Luis García Montero, Vicente Gallego y Benjamín Prado. De García Montero recuerdo dos maravillosos poemas de memoria: "Morelia" y "Garcilaso, 1991". ¿Cómo está la cultura en México, y en concreto la literatura? Más de un tercio de los hablantes del español viven en México o son de origen mexicano en Estados Unidos (más de 150 millones de personas). Por ello, eellp pooeem maasseemmiinnaall 115522--115533aaggoo--ddiicc...22001111


la literatura mexicana está más vital que nunca. Estoy muy orgulloso de pertenecer a esa tradición literaria. Hay narradores excelentes como David Toscana y Enrique Serna. También tenemos poetas de primera línea como José Emilio Pacheco, Efraín Bartolomé, Marco Antonio Campos, Eduardo Langagne y Mario Bojórquez. Este último es un poeta fantástico, quizá el más intenso y emotivo en nuestra lengua actualmente. ¿La cultura o la literatura es un arma contra la violencia? México está azotado por una violencia inmisericorde e insoportable. En una guerra absurda contra el narcotráfico han muerto más de cuarenta mil personas en los últimos seis años. Hay más de cuarenta millones de mexicanos en pobreza extrema y aún se ven miles de niños que mueren porque no existe para ellos la penicilina. La violencia en las calles (secuestros, asesinatos, decapitaciones, disolución de cuerpos en ácido, etc.) es resultado de una violencia estructural, de las políticas neoliberales impuestas desde 1982 y los fraudes electorales (en 1988 y en 2006). A lo anterior debemos sumar la corrupción infame de administradores públicos, políticos y policías. Ante ese panorama creer en la poesía (en la cultura) es, ante todo, una acción política que implica despreciar la vulgar coyuntura y creer en la acción social de ese "más-allá-de-mi-muerte" que propusiera Emmanuel Levinas. ¿Hacia dónde se dirige la poesía? Pienso que la poesía en español se está acercando cada vez más a esa construcción del sentido de la que hablé antes. Pero lo hará, creo, alternando lo emotivo y lo lírico con el riesgo y la aventura estética. Nos acercamos a lo que en la literatura norteamericana se conoce como hybrid poetry. El espíritu hispánico es barroco. Pienso que no dejará de serlo y que por ahí caminará la nueva poesía; se fusionará además con lo coloquial. Lo Barroco no sólo se identifica con la deliciosa desmesura lingüística sino con la angustia frente al mundo. Nuestras sociedades han demostrado estar angustiadas: de Puerta del Sol en Madrid al Zócalo en la Ciudad de México y de Corrientes en Buenos Aires a Queens en Nueva York vivimos angustiados. La Opinión de Granada, 25 de septiembre de 2011

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EELLVVIIO O RRO OM MEERRO O IIN NSSPPIIRRÓ Ó VVEERRSSO OSS D DEE PPO OEETTAASS IIN NTTEERRN NAACCIIO ON NAALLEESS En el exilio, Elvio Romero (1926-2004) no solo se ganó el afecto de sus compatriotas como José Asunción Flores, Herminio Giménez, los hermanos Larramendia, y muchos otros, sino también la amistad de escritores de todo el orbe. Decía Elvio Romero que “durante el largo exilio que padecí, mis compatriotas, mis amigos, y algunos desconocidos también, se acercaron a mi casa de exiliado, trayendo la fragancia de las cosas lejanas, reconfortando mi retiro”. En el poema “Elvio Romero, poeta paraguayo”, de 1948, Rafael Alberti escribe: “Casi recién nacida, / lumbre madura y fuerte, / sabes más de la muerte / quizás que de la vida. / Y tu nombre aromado / huele más que a romero, / a pólvora, a reguero / de cuerpo ensangrentado”. Romero recibió en vida el elogio y el reconocimiento de numerosos poetas, entre ellos tres ganadores del Premio Nobel de Literatura, como Gabriela Mistral (que afirmaba leerlo “como acostada sobre la tierra”), Miguel Ángel Asturias (“Poesía invadida llamo yo a esta poesía, poesía invadida por la vida, por el juego y el fuego de la vida”) y Pablo Neruda (“poesía llena de fuerza y follaje”). El poeta Hamlet Lima Quintana lo señala como uno de los referentes más importantes de la poesía latinoamericana. Josefina Plá dice que al leer la poesía de Elvio Romero “se va a escuchar la voz de un pueblo reclamando su lugar en el coro de la libertad”. El vate cubano Nicolás Guillén le dedicó estos versos: “Elvio Romero, mi hermano, / yo partiría en un vuelo / de avión o de ave marina, / mar a mar y cielo a cielo, / hacia el Paraguay lejano, / de lumbre sangrienta y fina. / Le llevaría mi mano / derecha y aprendería / de ti / gota a gota el guaraní. / Le llevaría mi piel / cubana y le pediría / que a mí / ay, me fuera concedido / su corazón ver un día, / que eellp pooeem maasseemmiinnaall 115522--115533aaggoo--ddiicc...22001111


nunca vi. / Que sí / (me respondió Elvio Romero), / que no; / hermano, será primero / que pueda ir yo”. Sin lugar a dudas, la de Elvio Romero es la voz poética paraguaya más conocida en el mundo hispanohablante. De su poemario “Despiertan las fogatas” (1953), se incluye en esta antología el conmovedor poema que él tituló “Con estas mismas manos” y cuya primera vibrante estrofa, en la que late el deseo de volver a su tierra, dice: “Con estas mismas manos... / Con estas mismas manos, tenaces herramientas / que aguzan tenazmente sus fabulosas llamas, / que con sus diez calientes martillos constelados / yerguen antorchas frescas de semilla labrada, / hemos de abrir caminos a las constelaciones / para que un día bajen a besar las escarchas, / a inaugurar un sitio de sencilla hermosura / donde edificaremos con luz las nuevas casas”. ABC, Asunción, 3 de noviembre de 2011

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2255 AAÑ ÑO OSS D DEE LLAA CCAASSAA SSIILLVVAA D DEE PPO OEESSÍÍAA D E B O G O T Á DE BOGOTÁ JJoosséé ÁÁnnggeell LLeeyyvvaa A Colombia y a México los une la paradoja. Pueblos sensibles a la cultura son también víctimas de la barbarie; el optimismo y la tragedia se revuelven en su historia con semejante furia; la palabra y su contradicción con la realidad nombran la imaginación impresa en su literatura. Quizás por ello mismo la fundación de la primera casa o centro dedicado al culto y al cultivo de la poesía en América Latina haya tenido lugar en Bogotá, con sus muchos y relevantes significados en una época en la que recaían sobre Colombia estigmas de desesperanza. Cinco años después, a propuesta de José Emilio Pacheco y por iniciativa de Alejandro Aura, por entonces director del Instituto de Cultura de Ciudad de México, se fundaría aquí la Casa del Poeta Ramón López Velarde, bajo diferentes circunstancias, pero 5577

con propósitos similares y un simbolismo muy aproximado. Luego vendrían otras Casas en diversos países, inspiradas en el modelo colombiano. Los acervos bibliográfico y fonológico son quizá los contenidos de mayor envergadura que posee la Casa de Poesía Silva, que registra la presencia de cientos de poetas de numerosos países del mundo. Las voces de poetas consagrados y noveles, de conferencistas, forman parte del enorme coro de la historia de un cuarto de siglo de este centro cultural dedicado al padre de la poesía colombiana, que por época y poética corresponde al modernismo, pero cuya vida encaja más en la leyenda romántica. Su naufragio, la pérdida de la obra en tal percance, y la decisión de consagrar la belleza de su juventud a la muerte por decisión propia, son hechos que reafirman tal vocación. Casa Silva, a diferencia de la López Velarde, aglutinó desde sus inicios a poetas de distintos perfiles estéticos e ideológicos en torno a la figura de la poeta María Mercedes Carranza. Vínculos que se han roto y unido de manera intermitente. Pero las causas de tales veleidades no atienden a otras razones que a las propias del ser humano y en este caso de la dinámica de las vanidades, de las disputas propias del gremio versificador que no está exento de las tentaciones del poder, los privilegios, el olor de la fama o por lo menos de la notoriedad. La Casa de Poesía Silva, tras la muerte, también por voluntad propia o movida por el desaliento, de María Mercedes Carranza, en el contexto social aún desgarrado de su país, vino a recaer en Pedro Alejo Gómez, diplomático y abogado, hijo de una de las luminarias de la narrativa colombiana, Pedro Gómez Valderrama, y él mismo escritor y poeta. La Casa Silva, junto con el Festival de Poesía de Medellín, es expresión genuina de la sociedad colombiana para mantener vigente el espíritu de los Alzados en Almas contra el horror y la muerte. Complicada gestión de recursos financieros para mantener a flote esta nave cultural, no sólo ante las instancias gubernamentales, sino en la elaboración de programas que produzcan autogenerados para sostener el rumbo y la movilidad, la asistencia de públicos fieles a los recitales, las conferencias, los conversatorios, los performances de carácter poético, la revista anual Casa Silva, que funge como memoria y referente imaginativo de las actividades eellp pooeem maasseemmiinnaall 115522--115533aaggoo--ddiicc...22001111


que se realizan y presentarán en sus instalaciones. Pedro Alejo Gómez, me consta, ha empeñado su voluntad en desplegar todo tipo de posibilidades que atraigan recursos y den nuevos vientos a esta casa insignia de la poesía iberoamericana, universal, diría yo. Una visibilidad más nítida, quizás, para quienes no somos colombianos, pero profesamos un profundo amor por este país y sus virtudes expuestas o inhibidas. Contrababel es uno de esos inventos de Pedro Alejo Gómez que nos permiten asomarnos no sólo al compromiso de la búsqueda, de la sobrevivencia, sino a la exploración de posibilidades de crecimiento y diversificación de la poesía con otras disciplinas, otros discursos, otros lenguajes, distintos modos de nombrar la vida, el hábitat natural de esa criatura expulsada del paraíso, que anhela construir un ámbito que lo ponga a salvo de la intemperie, de la inseguridad y el miedo, es decir, no sólo nombrar sino poner los cimientos, las bases, la perspectiva inagotable de la Casa de la Poesía. Casa Silva es ya patrimonio cultural de Colombia y de América Latina, parte de la memoria y de los significados de una sociedad que no se resigna a ser identificada por la violencia que la asuela, sino por la fuerza de su imaginación y sus afanes de paz, de justicia, de belleza. La Jornada Semanal, núm. 875, 11 de diciembre de 2011

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N NO O VV EE D DA AD D EE SS LLAASS N NAAD DAASS YY LLAASS N NO OCCH HEESS,, D DEE M MA AR RÍÍA A A U X I L I A D O R A Á L V A R E Z AUXILIADORA ÁLVAREZ M Mééxxiiccoo,, EEddiicciioonneess SSiinn N Noom mbbrree,, 22001111

EELL EEN NIIG GM MA A PPO OÉÉT TIICCO O D E M A R Í A DE MARÍA A AU UXXIILLIIA AD DO OR RA A Á L V A R E Z ÁLVAREZ CCrriissttiiáánn GGuueerrrraa BBrraavvoo La extensa obra de la poeta venezolana es publicada en España por Editorial Candaya en Las nadas y las noches, un 5588

completo recorrido por los once libros escritos por María Auxiliadora Álvarez. Poesía del cuerpo como espacio emotivo, de la reconciliación y del estremecimiento, y que tuvo su primer lanzamiento en un acogedor encuentro en Barcelona. “hubiera podido reunirlo / el dinero doctora / vaca amarga castrada que me agrede / para tener mejor asistencia / su ojo más detenido / si el embarazo dura varios años / a medida que me hubiera ido inflamando / cada arcada…. En la Llibreria Pròlog de Barcelona un silencio interminable es el protagonista. Un silencio emotivo y compartido ante cada palabra y frase de María Auxiliadora Álvarez (Venezuela, 1956). Más que la presentación de su libro Las nadas y las noches (Candaya, 2009) –un recorrido minucioso por sus once libros- es un encuentro con la poesía, con la palabra viva, con el sentimiento de una mujer que no tiene comparación en las letras femeninas, siendo hoy una de las grandes poetas contemporáneas de nuestra lengua. Y continúa leyendo. Y el silencio persiste. “cada pelo que cayese / cada estría / lo hubiera ido guardando / recordando / su baba / bata blanca sanguinaria / porque yo trabajo mucho / vaca baba bata blanca corrosiva que me agrede / lo hubiera ido reuniendo / desde niña / de haber tenido alguna pequeña inflamación / que lo indicara / a medida que usted fuera estudiando yo lo estuviera contando…” Treinta años de exigente creación literaria La primera etapa de la poesía de María Auxiliadora Álvarez se centra en sus dos primeros poemarios: Cuerpo (1985) y Ca(z)a (1990). Dos obras que causaron alto impacto en el público lector y en la crítica especializada de su país y que la catapultaron como unas de las poetas más prometedoras de Venezuela. Pese a los seis años que separan a estas obras, ambas poseen un fondo poético semejante: el dramatismo. Un dramatismo inscrito en diversas temáticas. Mientras en Cuerpo los poemas recorren una línea física por medio de la maternidad, el parto, el dolor (… usted nunca ha parido / no conoce / el filo de los machetes / no ha sentido / las culebras del río / nunca ha bailado en un charco querida / eellp pooeem maasseemmiinnaall 115522--115533aaggoo--ddiicc...22001111


doctor…); en Ca(z)a los poemas transcurren en una zona colectiva, en la familia, y en la aparición de la figura maternal y paternal (… la gran familia es una herida de muerte / que no se muere…). inmóvil (1996) -según precisa el destacado crítico y prologuista de Las nadas y las noches, Julio Ortega-: “Reúne un rutilante puñado de poemas debidos a la intensa contemplación del presente: cada poema es un dibujo preciso, y a la vez enigmático, que define la bondad del lenguaje, su capacidad de definir y recobrar la memoria” (… protegidos / por su naturaleza / viven los ecos/ los ecos nunca dudan / sólo se ejercitan / aceptando…). Después de escribir estos tres primeros poemarios, María Auxiliadora Álvarez decide -luego de la muerte de su padre- experimentar una experiencia en el extranjero, volver a recomenzar fuera de su natal Venezuela. Se instala en Estados Unidos, donde estudia Letras Hispánicas, y a la vez, comienza un nuevo camino poético, más libre. Una libertad que de algún modo, se despoja de sí misma. Una fase creativa que incluye poemarios publicados e inéditos, pero que de todos modos son parte de una misma nueva etapa. Y allí el plus de esta edición de editorial Candaya: la inclusión de sus cuadernos inéditos, dándole a la obra de María Auxiliadora Álvarez una integridad y continuidad en todas sus épocas. Veamos algunos casos de su obra: en Páramo solo (1997) –como dice Ortega- “Es ella misma pero es otra, capaz de mediar entre el mundo y la palabra, con la rara suficiencia de su música interna y su intensidad visual” (un hombre pobre / no tiene recuerdos nuevos / porque un hombre pobre no tiene memoria / donde guardarlos). Resplandor (2006) y Las regiones del frío (2007) pueden precisarse como dos poemarios de transición en esta nueva etapa y que dan cuenta, sí, de esa intensidad visual de que nos habla Julio Ortega (… La mañana / tiene una suave / luz / que se mueve / lentamente / Es mi padre / que quiere / hablarme…). El último poemario incluido en Las nadas y las noches, Paréntesis de estupor (2009), contiene la última parte de su creación poética. Un cuaderno que, según Julio Ortega, “le abre la puerta a otro discurso, el de un relato fragmentario en que el lenguaje poético trama la luz y la sombra, la 5599

presencia y la ausencia, la vida y la muerte…” (el salto del conejo fue más rápido para confrontar su destino / [que las hojas nuevas / Pero ellas se fueron elevando poco a poco a fin de cumplir / [su cometido Tanto como / la incidencia de la Silueta sobre el aire hendiendo con su / [golpe El polvo por venir). La poesía de María Auxiliadora Álvarez ha sido objeto de larga reflexión en suplementos, revistas y estudios académicos, pero es en sus propias palabra donde encontramos las claves de su poética y de la evolución de su obra: “Había otra realidad detrás de las palabras, y detrás de la apariencia de la realidad. Eran palabras más fuertes que decían más, que tornaban fuerte lo que parecía ligero, y aligeraban lo que parecía pesado. De este modo el mundo inextricable abrió una pequeña puerta para mí, y mi mente se hizo, o se reconoció, metafórica”. “Es posible que mi primera poesía haya construido una herida de palabras, pero creo que esa herida ha empezado a cicatrizar en la nueva poesía que escribo de unos años para acá. ¿Qué decir de esto? No sabría explicar, me imagino que las heridas y sus cambios tienen relación con la vida. Mi poesía se refiere a procesos existenciales que poseen una dinámica interna. Yo soy apenas un ser escribiente y viviente, un eterno aprendiz en ambos sentidos”. El público sigue atento, y la voz de María Auxiliadora Álvarez prosigue la lectura de sus poemas, como un eco interminable, comprometido, solidario, que rodea cada pedazo del salón en donde se congregan los presentes. Ahora su poesía está viva en España. Seguirá su largo camino, ese que comienza ahora acá en Barcelona, hasta quizás dónde… “… abajo / al centro de mis cuclillas / donde ahora usted lo busca / su baba blanca castrada / no se le hubiera ensuciado / con mis fragmentos acuosos / hijo carnicero órgano semental / hubiera podido reunirlo / el dinero doctora / porque yo trabajo mucho /bata amarga vaca blanca”. espaciocandaya.wordpress.com, 13 de abril de 2010

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PPO OEESSÍÍAA RREEU UN NIID DAA II--IIII,, D DEE JJU UA AN NG GEELLM MA AN N M Mééxxiiccoo,, FFoonnddoo ddee CCuullttuurraa EEccoonnóóm miiccaa,, 22001111

JJU UA AN NG GEELLM MA AN N,, SSU UO OB BR RA AR REEU UN NIID DA A YY U N R E C U E R D O UN RECUERDO Juan Gelman es poeta argentino y tiene residencia en México. Como muchos, en los años crueles del pasado fin de siglo debió emigrar y allá se aquerenció, porque los mexicanos son acogedores y saben ganar y mantener amistades y cariños, aparte de que tienen buen ojo para reconocer y propiciar a los talentos. Puede observarse que las conmociones políticas y particularmente las dictaduras de la índole atroz con que culminó aquí todo ese proceso, dejan el tendal de víctimas, que no son solamente los muertos y los desaparecidos sino también los que debieron irse. Algunos de ellos volvieron y tuvieron tiempo de fructificar aquí. Otros se perdieron en el anonimato, nadie sabe cuántos. Y otros, como Gelman, se convirtieron en hombres de dos patrias, o, quizás esté mejor decir que llegaron a sentir que había, en América latina, una patria común, vigente en la profundidad. También hubo emigrados por el mismo motivo que se establecieron en España, Francia, Estados Unidos... hasta en Noruega y Suecia. Fue nuestra diáspora de talentos. Esta comprobación no contradice a la anterior, pero quizás la enriquece con la posibilidad de que la capacidad de recibir al refugiado por ideas esté dando cuenta de un piso aún más profundo, donde llegan las raíces de una humanidad que no se deja 6600

aislar por tradiciones.

distancias,

fronteras,

idiomas

ni

Gelman Muchos leemos habitualmente a Gelman en su columna semanal en un diario porteño. Trata sobre política internacional desde una posición ideológica bien definida. No sé si siempre trabajó en dos huertas, la poética y la política, o si este segundo quehacer comenzó por la necesidad de ganarse el pan de cada día, que siempre es duro de conseguir en el exilio. Lo cierto es que se ha establecido como un columnista calificado, que supongo leen no pocos de quienes no lo acompañan en la ideología de fondo. Digo lo anterior porque en la pasada semana, Gelman tuvo su jornada en la XXV Feria Internacional del Libro, en Guadalajara, la capital de Jalisco. No como columnista político, sino como poeta. Fue presentada su Poesía reunida y cuenta Silvina Friera, que fue enviada para ese acontecimiento que es la FIL, que le vio brillar los ojos ante una sala repleta que lo recibió con un aplauso que era de reconocimiento a su calidad de poeta y literato, y también de afecto, porque se ha ganado un sitio en el sentimiento por su conducta y por algunas circunstancias íntimas muy dolorosa (hijo y nuera desaparecidos en Buenos Aires, nieta recuperada en Montevideo luego de largo y arduo empeño). Además, lo digo porque uno de los escritores mexicanos que habló en ese acto comentó que la obra poética de Gelman se ha desarrollado con llamativa independencia de su posición política militante y su base ideológica. Como si fuese un ciudadano de dos mundos, aunque su deeneí personal lo identifica como individuo cabal, confiable, valeroso y franco. Esta separación de sus dos quehaceres es un dato a considerar por quienes están enfrascados en el tema del artista, sabio u hombre de letras que, al mismo tiempo, tiene una definida militancia. Ciempiés Finalmente, diré que trae el tema Gelman a esta columna algo que narró en el acto de presentación de su Obra Reunida. Contó que su madre le hizo conocer una vieja "leyenda rusa" en la cual una araña le crea a un ciempiés un problema fatal. Le pregunta (la araña) cómo hace para saber qué pie debe mover

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primero, cuál segundo, tercero, etc., puesto que usa los cien para moverse. El ciempiés queda paralizado. He contado esta leyenda como de origen hindú. La escuché creo que en el teatro Español de Santa Rosa, de un recitador. A aquella Santa Rosa territoriana llegaban recitadores, entre ellos Berta Singerman (inolvidable su ¡Botas, Botas, Botas!) y conferencistas que iban de ciudad en ciudad. No es que se los invitara. Ellos programaban sus recorridos, seguros de contar con audiencias atentas en cada lugar. En el relato de este recitador, hombre corpulento, imponente, con acento extranjero, no era la araña el personaje insidioso y astuto. Era un sapo y el tema se denominaba La maldición del sapo. Como la araña rusa, el sapo hindú se propuso acabar con la soberbia del presumido ciempiés. Me pregunto dónde habrá nacido esta leyenda. Lo único seguro es su antigüedad. Lo recuerdo por la duradera impresión de la voz y la apostura del recitador y por el encanto de discreta marchitez de su compañera en el escenario. Tiene una moraleja, que a veces he desgajado, pero no es esto lo que le da permanencia en mi memoria. En el caso de Gelman, fue quizás su manera de evocar a la madre rusa y su propia infancia. La Arena, Argentina, 11 de diciembre de 2011

LLEEEERR PPO OEESSÍÍAA.. LLO O LLEEVVEE,, LLO O GGRRAAVVEE,, LLO OO OPPAACCO O,, D DEE A ALLIICCIIA AG GEEN NO OVVEESSEE B Buueennooss A Aiirreess,, FFoonnddoo ddee CCuullttuurraa EEccoonnóóm miiccaa,, 22001111

LLA A FFA ASSCCIIN NA ACCIIÓ ÓN N PPEER M A N E N T E RMANENTE JJuuaann PPaabblloo BBeerrttaazzzzaa Tan antigua como aspirante a la modernidad, la poesía siempre produce un efecto de asombro a quien la encara aunque esté acostumbrado a su lectura. Alicia Genovese aborda en sucesivos ensayos esta renovada sorpresa del lenguaje poético. La poesía es una de las expresiones artísticas más antiguas de la historia de la humanidad. Plagada de citas, referencias y reflexiones a cargo 6611

de figuras de toda época y de todo ámbito, en una gama ciertamente inabarcable que va desde Platón —quien pedía expulsar a los poetas de su República— hasta Julia Kristeva —destacada psicoanalista que, al visitar por primera vez nuestro país, recordó en una de sus conferencias aquel texto capital de su obra, “El sujeto en cuestión”, en el cual relacionaba las ecolalias con el lenguaje de ciertos poetas de vanguardia y también con el de los psicóticos—. A pesar de todo esto, cada vez que un lector se topa con un poema sufre, al menos por un instante, cierto azoramiento, una sensación de no haber estado nunca ahí. Esa es la inquietud básica que tomó Alicia Genovese al enhebrar Leer poesía. Lo leve, lo grave, lo opaco, un conjunto de ensayos y aproximaciones (algunos de los cuales habían sido publicados de manera dispersa en distintas publicaciones como Hispamérica y Revista Iberoamericana) en torno a la poesía y su relación con la percepción, la modernidad, la utilidad dentro del contexto de la comunicación, el verso libre, la producción y la lectura. A propósito, si comparamos el extenso corpus disponible destinado a alivianar el trabajo de los lectores de poesía con el género del autoconocimiento (un tema bastante ligado a la poesía), hay que decir que este libro no trae las soluciones mágicas que prometen los libros de autoayuda, es decir, no cambia de una vez para siempre la lectura ni asegura una vía de acceso determinada. Pero sí garantiza un puñado más que interesante de interrogantes sobre el tema. En ese sentido, esta es una obra seria, académica casi pero nunca aburrida que incluso, por momentos, incorpora también una forma poética de aproximarse a la poesía, como cuando Genovese se refiere al traspaso no tan radical desde las métricas clásicas hacia el verso libre: “En relación con los movimientos del verso libre, el poeta es más un surfista que un arquitecto, está más pendiente de lo azaroso, de una circunstancia de desequilibrio inestable que de un encofrado con límites precisos”. El título de este libro que también proviene de larga data, es decir, de la diferencia entre el coro lírico y el coro trágico, alimenta el —quizás— eellp pooeem maasseemmiinnaall 115522--115533aaggoo--ddiicc...22001111


ensayo central dedicado a la obra de Susana Thénon. La convivencia entre un componente leve, ligero, casi superficial por el cual fluye el texto y otro componente grave, terrestre y pesado que asegura cierta intensidad, sin que ninguno de los dos sea superado por el otro. Con esa idea base, Genovese lee también la oscuridad en Alejandra Pizarnik, estableciendo importantes comparaciones entre algunos de sus poemas más emblemáticos y determinadas entradas de su diario personal, la influencia de la pintura china en la obra de Hugo Padeletti, el vínculo entre fotografía y poesía, a partir de la ironía como una forma de implementar el zoom out, una forma de alejar el objeto y sacarlo del primer plano. El último de los ensayos, acaso el menos novedoso, teniendo en cuenta que no incluye la producción más reciente y termina anclado en los años noventa, ofrece lineamientos generales sobre la poesía actual, una poesía que busca quebrar la idea de subjetividad absoluta, especialmente a partir de dos antologías capitales: Poesía en la fisura (1995), de Daniel Freidemberg y Monstruos (2001), de Arturo Carrera. Lo leve y lo grave que, en definitiva, atraviesa el corpus que elige Genovese acaso tenga que ver con aquella contradicción que servía de motor a este libro, aquella idea según la cual, a pesar de ser un arte tan antiguo, la poesía siempre aparece vinculada a la sorpresa, a la novedad y, acaso en el primer instante de lectura, a lo inefable. Página 12, 20 de noviembre de 2011

TTEELLEEVVIID DEEN NTTEE,, D DEE Ó ÓSSCCA AR RH HA AH HN N SSaannttiiaaggoo ddee CChhiillee,, N Noorrm maa,, 22001100

Ó ÓSSCCA AR RH HA AH HN N LLLLEEVVA A SSU USS PPO OEEM MA ASS A A LLO OSS JJÓ ÓVVEEN NEESS EEN NU UN NA A A AN NT TO OLLO OG GÍÍA A IILLU USST TR RA AD DA A Últimamente, las antologías poéticas suelen ser ediciones gruesas, de aspecto casi sacro, que generan tanta certeza en torno a la 6622

importancia del autor antologado como cierta lejanía con el lector. Una serie de clichés y prejuicios editoriales que parecen derribarse en Televidente, la recién publicada selección poética de Óscar Hahn, uno de los autores más relevantes en la poesía nacional de las últimas décadas. El poeta de la Generación del '60 llega a la colección "Torre de papel" de editorial Norma, destinada principalmente a lectores jóvenes y que hasta ahora sólo había dado espacio a la narrativa, en una edición que incluye innovaciones orientadas precisamente a ese público objetivo. La más llamativa son ilustraciones que remiten al más tradicional cómic, y que reinterpretan varios de los poemas seleccionados, de acuerdo con los bolígrafos de los siete dibujantes convocados. De este modo, se observan piezas que implican una verdadera traslación del poema al dibujo, que lo reproducen de forma casi literal, y acompañado de la totalidad de los textos. Otros, en cambio, sólo incluyen ilustraciones complementarias en sus viñetas, cargadas de simbolismos, que sirven de acompañamiento al poema ubicado en la página de enfrente. Los textos —cerca de 60— fueron seleccionados por el editor Sergio Gómez, y abarcan prácticamente todos los periodos en la producción de Hahn, quien actualmente reside en Estados Unidos y que ha figurado permanentemente en las listas de candidatos al Premio Nacional de Literatura, en los útimos años. Emol Noticias, 7 de junio de 2010

LLO OSS TTRREEN NEESS Q QU UEE PPAARRTTÍÍAAN ND DEE M MÍÍ,, D DEE JJA V I E R P E Ñ A L O S A M . AVIER PEÑALOSA M. M Mééxxiiccoo,, EEddiicciioonneess ssiinn N Noom mbbrree-D i r e c c i ó n M u n i c i p a l d e C Dirección Municipal de Cuullttuurraa ddee TToorrrreeóónn--FFuunnddaacciióónn ppaarraa llaass LLeettrraass M Meexxiiccaannaass,, 22001111

PPR REESSEEN NT TÓ Ó JJA AVVIIEER R PPEEÑ ÑA ALLO OZZA A SSU U Ó ÓPPEER RA A PPR RIIM MA A LLO OSS TTRREEN NEESS Q QU UEE PPAARRTTÍÍAAN ND DEE M MÍÍ El libro Los trenes que partían de mí, ópera prima de Javier Peñalosa, fue presentado anoche por reconocidos escritores como el poeta y crítico eellp pooeem maasseemmiinnaall 115522--115533aaggoo--ddiicc...22001111


literario Antonio Deltoro, quien hizo manifiesto su gustó por el volumen al calificarlo como “un estupendo libro cargado de ricas y extraordinarias experiencias de vida”. La Casa Refugio Citlaltépetl acogió a la reunión de literatos, en la que el libro recibió también los comentarios de Dolores Castro, Alejandro Albarrán, José María Espinasa y el autor, quienes vertieron sus puntos de vista como críticos, editores, lectores y autores. Deltoro, escritor y poeta nacido en la Ciudad de México en 1947, señaló que “este primer libro que escribe Javier Peñaloza es una pieza magnífica. Estamos frente a un poeta de largo aliento que habla directamente a los sentimientos de los lectores que se acercan a su obra”. Dijo que el libro es aparentemente sencillo, pero no, “está cargado de mucha experiencia y, sobre todo, a través de sus páginas pone en relieve sentimientos que hoy ya no están de moda, como la compasión y la bondad, y eso nos lleva a reflexionar profundamente”. Conocedor del quehacer poético en México y en general de las letras en español, Deltoro subrayó que tras la lectura del libro se puede tener la impresión, “y creo que es la correcta, (de) que la bondad lejos de ser algo fácil, es un sentimiento difícil en esta época en la que está tan prestigiada la violencia”. Al explicar el contenido del libro, que ya está en tiendas, librerías y a través de Ediciones Sin Nombre, comentó que “trata de la figura paterna, de la amistad, de la bondad de y hacia los animales; está ubicada en tiempo actual en esta ciudad”. De entre los personajes que habitan en el libro, añadió Deltoro, el lector puede hallar al mismo autor, a sus amigos y a algunos de sus familiares. “Hay un poema sobre un filatelista, y se hace el análisis del personaje y qué significa ser lo que él es, y hay otro sobre un perro callejero, porque es poesía actual”. Desde su punto de vista, se trata de un libro que debe leer toda persona que sepa hacerlo, porque le va a ser muy útil para el resto de su vida, y porque es una obra que se recorre con placer. “Es el libro de 6633

un escritor maduro, quien se esperó mucho tiempo para, por fin, publicar este colosal poemario”. Finalmente, Deltoro recordó que el autor de “Los trenes que partían de mí”, Javier Peñaloza, fue su alumno, miembro de un taller que impartió hace ya algunos años. “Son los mismos poemas que escribió entonces, pero los ha madurado depurándolos, no complicándolos, por eso son de gran factura”. Publimetro, 31 de agosto de 2011

PPO OEESSÍÍAA CCO OM MPPLLEETTAA,,D DEE A ALLFFR REED DO O R . P L A C E N C I A R. PLACENCIA

M Mééxxiiccoo,, FFoonnddoo ddee CCuullttuurraa EEccoonnóóm miiccaa,, 22001111

LLA AR REESSU UR RR REECCCCIIÓ ÓN N D DEE A ALLFFR REED DO O R R.. PPLLA ACCEEN NCCIIA A JJoorrggee SSoouuzzaa JJaauuffffrreedd El libro —de 643 páginas— apareció hace unos días y es una maravilla. Bajo el título Poesía completa reúne por vez primera los textos del estupendo poeta que fue el padre Placencia y reconstruye su personalidad con profundidad y acierto. El trabajo, realizado por el maestro Ernesto Flores no tiene desperdicio; es fruto de una paciente investigación de veinte años realizada con rigor y profesionalismo. Ya antes había reunido la poesía completa del laguense Francisco González León, acompañada de un estupendo e iluminador prólogo. En esta ocasión, además de todos los libros del padre de Jalos, Flores entrega 150 páginas de investigación y entrevistas con personas que lo conocieron, que convivieron con él, que cultivaron amistad con él y que le proporcionaron testimonios invaluables; en esas palabras aflora el carácter, los rasgos de la personalidad, la humildad y también la rebeldía del poeta. Con estos datos de primera mano –consignados al pie de la letra por Ernesto Flores— queda de manifiesto, entre otros asuntos, el antagonismo del arzobispo Francisco Orozco y Jiménez (1864-1936) hacia el padre Placencia (1875-1930), un tema que eellp pooeem maasseemmiinnaall 115522--115533aaggoo--ddiicc...22001111


ha sido motivo de polémica y de diferencias entre los estudiosos. Los testimonios que recupera el libro no dejan lugar a dudas y muestran a un dignatario eclesiástico fustigando al sacerdote poeta. En sus páginas, por ejemplo, se consigna una entrevista con Luis Vázquez Correa, en la que señala: “Después de muerto Placencia, el señor arzobispo Orozco y Jiménez, no sé por qué, hizo recoger todo lo que había escrito el poeta, juzgando tal vez que hubiera algo que lo fuera a zaherir […] Entonces la mamá de don Salvador (Mejía, primo del poeta) le dijo: Mira Salvador, entrega esas cosas de Alfredo, no sea que esté sufriendo en el purgatorio […]. Y todo aquello lo quemaron en el arzobispado”. Esto y más se encuentra en el libro que editó el Fondo de Cultura Económica, por cierto con gravísimas deficiencias en perjuicio del esfuerzo de Flores, a quien ni siquiera se menciona en la portada. Por si fuera poco, el libro tardó casi diez años en aparecer. Más aún, en una falsa contratapa se cita a J. E. Pacheco (no es su culpa) y no a Flores. Esto muestra, una vez más, que en ese organismo prevalece aún el cáncer de un centralismo que ya no debería existir. Milenio Jalisco, 15 de diciembre de 2011

EEPPO OPPEEYYAA D DEE LLAASS CCO M I D A S Y OMIDAS Y D DEE LLAASS BBEEBBIID DAASS D DEE CCH I L E , D E P A B HILE, DE PABLLO O D DEE R RO OK KH HA A

SSaannttiiaaggoo ddee CChhiillee,, FFoonnddoo ddee CCuullttuurraa EEccoonnóóm miiccaa,, 22001111 Esta Epopeya de las comidas y las bebidas de Chile, confirma la importancia de uno de los mayores poetas chilenos del siglo XX. De Rokha nos muestra aquí todo el vigor y peso de una obra que desborda sabores y colores de cada rincón de este país en una nueva edición ilustrada y con recetas que extraen lo más enjundioso de la cocina popular chilena. “...El poema es así, tanto una celebración vitalista y desbordada de los adobos, aderezos y puestas en escena de una cocinería profundamente chilena, como la radiografía de un modo de sentir donde la obsesión por nombrarlo todo también debe ser comprendida como una desesperada defensa frente al presentimiento de una demolición arrasadora”. (Raúl Zurita)

Comité editorial luis alberto alfaro (costa rica)/ cruz benítez/ fabienne bradu/ sergio cárdenas/ luis cortés bargalló/ miguel jorge castillo/ evodio escalante/ julio césar félix/ alfredo giles-díaz/ jesús gómez morán/ armando gonzález torres/ saúl ibargoyen/ josé kozer (eu)/ eduardo langagne/ hernán lavín cerda/ lucía de luna/ floriano martins (brasil)/ josé manuel mateo/ santiago montobbio (españa)/ angelina muñiz-huberman/ jorge ortega (españa)/ armando oviedo/ george reyes (ecuador)/ manuel silva acevedo (chile)/ felipe vázquez/ óscar wong/ elsa zeferino/ editor web: ignacio simal (españa) coordinación: leopoldo cervantes-ortiz/ ricardo hernández echávarri elpoemasem@yahoo.com.mx elpoemaseminal2011@yahoo.com.mx correodepoesia@yahoo.com.mx

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