n154-155 [[eennee--aabbrr 22001122]]
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atisbos VVIISSIIO ON NEESS YY D DIISSYYU UN NCCIIO ON NEESS:: LLAA PPO OEESSÍÍAA D DEE AALLFFRREED DO O RR.. PPLLAACCEEN NCCIIAA LL..CC..--O . O. 1. Poesía, sacerdocio y tragedia personal Así te ves mejor, crucificado…1 A.R.P.
Un primer acercamiento Una de las grandes sorpresas que nos deparó 2011 en materia de poesía mexicana fue la aparición, largamente postergada y sin fecha anunciada de por medio, de la Poesía completa de Alfredo R. Placencia, compilada y prologada por Ernesto Flores en una impactante edición del Fondo de Cultura Económica. Ciertamente sus muchas erratas no le hacen justicia a tan valiosa y monumental volumen (casi 650 páginas), pero la posibilidad de ver desplegada esta obra poética no tan vasta, pero profundamente comprometida con la fe y la lírica, bien vale el esfuerzo de acometer su lectura. El inmenso prólogo de Flores (142 pp.) no sólo sitúa al poeta en su dimensión humana, literaria y religiosa, sino que también lo sitúa en un tiempo tan complejo en el que vivió, atormentado por su situación personal, al mismo tiempo que trataba de cumplir con su tarea pastoral. Por fin es posible leer sus 10 poemarios y recibir este “testamento” de una de las mayores voces líricas que ha dado el cristianismo mexicano y latinoamericano. Jalisciense (1875-1930) y, por tanto, cristero, es decir, de formación religiosa muy tradicional, Placencia pertenece a la vieja tradición de poetas-sacerdotes quienes, gracias a la ingente cantidad de tiempo con que cuentan pueden dedicarse a la escritura sin descuidar sus ocupaciones parroquiales. Muchos de ellos quedan casi en el anonimato y sus textos son leídos únicamente por sus cofradías provincianas. Otros, como le sucedió a los hermanos Méndez Plancarte, Joaquín Antonio Peñalosa y Manuel Ponce, alcanzaron notoriedad por la calidad de su trabajo e incluso gran reconocimiento al ser publicados sus libros más allá de esos circuitos confesionales e incluidos en antologías importantes. Ponce ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua y su obra completa apareció bajo el sello de la Universidad Nacional (UNAM). Placencia está también al lado de poetas católicas como Guadalupe Amor y Concha Urquiza, de una hondura religiosa incuestionable y auténtica. Placencia ha tenido una suerte muy escasa pues nunca ha dejado de ser un enigma para la crítica y el gran público que sólo tuvieron limitado acceso a esta poesía de tono religioso sin par gracias a los esfuerzos de la UNAM, que difundió en 1946 un volumen inconseguible recopilado por Alfonso Hermosillo, y en 1979 (aproximadamente) publicó un delgado cuaderno, Otro Adán expulsado, compilado también por Ernesto Flores, quien resume así las dos caras de esta obra poética: En todos los libros de Placencia se nos presentan dos caras en sus medios ambientes: Primero asistimos a los interiores eclesiásticos, en los que descubre los estofados, el crucifijo redivivo en comunicación con el poeta, la obsesión de la llaga, de los huesos descoyuntados, la tierna Guadalupana, los ángeles, la elevación, la comunión, párrocos, monaguillos, el sacristán, lámparas votivas, cirios, incienso, rezos,
A.R. Placencia, “Ciego Dios”, en Poesía completa. Comp. y pról. de Ernesto Flores. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Fondo de Cultura Económica, 2010, p. 159. 22 eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122 1
el Breviario, la doble sillería, el coro, el órgano... Algunos de estos elementos salen de la iglesia y se proyectan en el paisaje rural. La otra cara nos presenta lo mundano. Las mujeres de su vida sólo aparecen excepcionalmente en poemas donde se desdoblan las vivencias del poeta en figuras bíblicas: Adán y Eva, alguna versión muy libre del Cantar de los Cantares o en herméticas dedicatorias. Una de las excepciones: “Almas enfermas”, en su parte número seis. La tentación sale a flote en otros poemas: no verán sus hermanos los escotes impuros de las hijas del mal. 2
Sus fieles seguidores, católicos la mayoría, nunca se olvidaron de él e insistieron siempre en que debía conocerse mejor su trabajo. En 1959 la Casa de la Cultura Jalisciense hizo lo propio, en edición de Luis Vázquez Correa. Jus, editorial católica durante una larga época, dio a conocer una muy breve Antología en 1976, acompañada de unas palabras de Alejandro Avilés en la solapa, donde asienta: …al seleccionar los 45 poemas que aquí presentamos, los hemos clasificado […] en tres partes que representan, cada cual, una dimensión original del autor, indicando el libro de donde fue tomado cada poema […] “A la sombra de Dios” reúne […] los más acusadamente religiosos. Los más dolorosos y llenos de ternura los agrupamos bajo el signo de un verso suyo: “De los dolores sumos y las tristezas graves”. Finalmente, bajo el título “De olvido y desengaño”, ofrecemos aquellos que muestran su más punzante ironía, el trauma que dejaron en su vida los golpes de los hombres. 3
El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, reeditó El libro de Dios (su primer volumen y uno de los tres que publicó en vida junto con El paso del dolor y Del cuartel y del claustro, aparecidos en Barcelona en 1924), con prólogo de Javier Sicilia, quien afirma: …nos encontramos frente a un poeta que no hace concesiones cuando se trata de confesar. Su obra fue la confesión de su vida, y fue hecha minuto tras minuto como quien delante del momento supremo, con todo el dolor de su vida en el alma, hace un último examen de conciencia: confesó su dolor, su gozo, su miseria y su adhesión, y su palabra, como su vida, que para muchos fueron escándalo, se levanta ahora ante nosotros como el testimonio de la nobleza de un alma.4
En suma, que este recuento lo que quiere hacer es mostrar los avatares que de una labor poética que comenzaron cuando el cura Placencia se ganó la animadversión de su obispo y, además de confinarlo en parroquias olvidadas de Jalisco, incluso lo envió al exilio en Estados Unidos y El Salvador para que, finalmente, muchos de sus manuscritos fueran quemados a su muerte. Quien escribe estas líneas conoció el poema “Ciego Dios”, perteneciente a El libro de Dios, en una brevísima antología de poesía mexicana, allá por 1985. El impacto fue demoledor: sus líneas intensas, que lo han colocado como quizá el mayor texto religioso del siglo XX, resonaron en el aire con toda su fuerza y esos primeros versos abatieron cualquier resistencia ante una experiencia presentida detrás de esas palabras aparentemente blasfemas: “Así te ves mejor, crucificado”. Los siguientes endecasílabos no amortiguaban el golpe, por el contrario, hicieron que la fe se sintiera estrujada por una perspectiva acaso únicamente comparable con la visión que San Juan de la Cruz plasmó en su famoso dibujo que siglos después Dalí hiciera tan famoso: “Bien quisieras herir, pero no puedes”. Un Dios quien, al momento de estar su Hijo en la cruz, desea herir a quien lo mira resultaba impensable para ese diletante en las lides E. Flores, nota introductoria en Otro Adán expulsado. México, UNAM, s.f. (Material de lectura, poesía moderna, 54), p. 6, 3 A. Avilés, texto de solapa, en A.R. Placencia, Antología. México, Jus, 1976. 4 J. Sicilia, “Presentación”, en Alfredo R. Placencia, El libro de Dios. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1990 (Lecturas mexicanas, tercera serie, 9), p. 16. 33 eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122 2
teológicas que se asomaba al mundo. “Dios nunca desea herir a nadie”: así se enseñaba la fe en ese entonces. Pero el poema continúa, girando la mirada hacia quien produjo la tragedia del Gólgota: “Quien acertó a ponerte en ese estado,/ no hizo cosa mejor. Que así te quedes”. El arsenal religioso recibido sucumbió a este primer cuarteto y sólo quedó a la espera del siguiente golpe. Y llegó, en efecto: “Dices que quien tal hizo estaba ciego./ No lo digas; eso es un desatino./ ¿Cómo es que dio con el camino luego,/ si los ciegos no dan con el camino…?”. Encima de que cuestiona la perspectiva divina de que quien crucificó a Jesús no advierte lo que hace, el horizonte de Dios queda en entredicho y se le enmienda la plana en una oración desgarradora. El motivo bíblico de la ceguera es retomado con una “rudeza innecesaria” para un Dios todo amor que es capaz de mostrar el camino a quienes acabaron con la vida del Redentor. “Convén mejor en que ni ciego era,/ ni fue la causa de tu afrenta suya”: no hay afrenta, ni pecado, dice el poema, al plantarse ante la cruz. Dios no aprecia las cosas con exactitud, pero eso tampoco merma el sentimiento espiritual que anuncia, aun antes de concluir. “¡Qué maldad, ni qué error, ni qué ceguera…!/ Tu amor lo quiso y la ceguera es tuya”. Un Dios que no ve, que no advierte el tamaño de los sucesos, que está cegado por el amor con que viene en su Hijo a redimir al mundo. ¡Ésa es la confianza que se permite el poema! Dios deberá recapacitar y replantear lo que tan pomposamente llama la teología “historia de la salvación”. Ella misma está mediada, alterada por el amor que ha obnubilado al “autor y consumador de la fe”. Por eso sigue y concluye: “¡Cuánto tiempo hace ya, Ciego adorado,/ que me llamas, y corro y nunca llego…!”. El hablante poético se sabe llamado, buscado, anhelado, por ese Dios que a tientas lo busca en el mar de la desesperación y la falta de cordura, dominado por el pecado, como se verá luego, pues la vida de Placencia transcurrió entre sucumbir a las tentaciones y tratar de salir de ellas: con una mujer, el padre de ella y un hijo a su lado como compañía permanente, pero para quien no fue otra cosa que su “padrino”. “Si es tan sólo el amor quien te ha cegado,/ ciégueme a mí también, quiero estar ciego”. ¿Ceguera para no ver el mundo y el pecado acaso y no caer ante él, en una visión dualista? ¿Ciego para, como el mismo Dios, practicar el amor sin condiciones y caer de bruces ante la gracia. Tal vez también exageremos en esta exégesis ajena a cualquier teoría, pero el sentido se vence y triunfa al mismo tiempo, pues el poema es, en acto, una confesión y un auténtico programa espiritual. Nadie le habló así al Dios cristiano en México en todo el siglo XX… 2. El libro de Dios Tan sólo aguardo que tu amor me enferme. 5 A.R.P.
La “resurrección” de Alfredo R. Placencia Conocer algunos detalles de la biografía de este poeta sacerdote jalisciense, tan profundamente estudiada por Ernesto Flores en el prólogo de su Poesía completa, ciertamente permite trazar algunos puentes sin los cuales la lectura de sus poemas quedaría un tanto trunca. Pero es tal su capacidad verbal que los textos traslucen por sí solos la experiencia que los sostiene. Es el caso de su primer libro y el único que ha circulado de manera independiente, al menos en tres ediciones. Aquí se citará la incluida en la recopilación de Flores, pero también se hará referencia a la publicada por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Las otras, de 1973 y 2009, publicadas por el gobierno de su entidad natal, han tenido una circulación muy restringida. Dice Sicilia en su prólogo, citando a Rubén Darío, que a los escritores católicos la fama no los trata bien y que incluso cuando algunos de ellos llaman la atención no es su obra más religiosa la que interesa a la crítica. Para demostrar su dicho, pone por caso los nombres de T.S. Eliot, François Mauriac y Graham A.R. Placencia, “El libro de Dios”, en A.R. Placencia, Poesía completa, p. 155. 44 eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122 5
Greene, entre otros. En México, “país jacobino entre los jacobinos”, agrega, poetas como Amado Nervo, Ramón López Velarde y Carlos Pellicer han sido apreciados pero no por su aportación a la expresión lírica de la fe. De ahí que los lectores, de por sí escasos, se reducen y muy poca gente los valora o reconoce. Fiel a su estilo, Sicilia teje muy bien la biografía, la obra y una perspectiva casi teológica sobre la obra de Placencia cuando afirma: “…nació en Jalostotitlán en 1875 y murió en Guadalajara en 1930. Su vida es el itinerario del hombre desgarrado frente al misterio de la Gracia; su obra, al confesión de este desgarramiento. Una frase suya puede definir a ambas: ‘¡Qué dura cosa es […] creer!’. Y es que Placencia vivió abruptamente el drama del hombre caído y perseguido que busca acceder al misterio de la Gracia redentora de Cristo”. Su poesía, entonces, sería un intento desesperado por agenciarse la salvación a toda costa, a sabiendas de que los avatares personales que vivió la ponían en alto riesgo, especialmente dentro del esquema del dogma católico, máxime en su carácter de sacerdote. Este horizonte salvífico le permite a Sicilia agregar: “Y en efecto, si hay algo que caracteriza la obra de Placencia es la lucha de un hombre por saberse salvado a pesar de todo. El drama, dada la investidura del poeta, no es pequeño. […] Sin embargo, su sacerdocio no fue, en el terreno moral, ni fácil ni placentero. La fuerza de sus pasiones y la impiedad de la jerarquía eclesiástica lo llevaron de desgarramiento en desgarramiento”.6 El libro de Dios es un conjunto de 30 poemas más tres traducciones del padre San Bernardo, lo que da un total simbólico de 33. Aparecido juntamente en Barcelona (Eugenio Subirana, editor) con El paso del dolor y Del cuartel y del claustro como parte de un ingenuo y azaroso proyecto que según su autor le serviría para financiar su complicada vida (ya al lado de un hijo y su madre, Jaime y Josefina Cortés), el libro da fe de una creencia típicamente provinciana, pero con un toque de atrevimiento impensable para su época. Elsa Cross, en un perspicaz ensayo sobre el tema religioso en un puñado de poetas mexicanos, señala que en este libro es “donde se refleja una búsqueda espiritual tan viva, que lleva a pensar que si su vocación de sacerdote era cuestionable, no lo era en absoluto su aspiración mística”.7 El poema que da título y abre el volumen es particularmente intenso, pues el hablante confiesa su incapacidad para afrontar el encuentro o el trato con Dios: Aquí sí que no puedo nada, si no es temblándome la mano.
El nombre de Dios es, literalmente, intocable y la percepción creyente de la distancia hacia Él, la perfección total, marca el abismo moral y ontológico entre ambos: Tu nombre es inefable y soberano; tu nombre causa devoción y miedo, y, no puedo, no puedo. ¿Cómo voy a poder…? Soy un gusano.
Lo único que se puede hacer es llorar, acto genuinamente humano que se presenta como un refugio de la criatura que se sabe pecadora y cerca del abismo de la perdición. Pensar en Dios es sucumbir al fuego; escribir el libro divino, una quimera histórica, aunque viable después de la tormenta:
J. Sicilia, op.cit., pp. 10-11. E. Cross, Los dos jardines. Mística y erotismo en algunos poetas mexicanos. México, Conaculta-Ediciones sin Nombre, 2003 (La centena), p. 36. 55 eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122 6 7
Déjame antes llorar, eso es muy mío. Deja que piense en Ti y en Ti me abrase. Aguarda a que me pase esta ola de frío y luego escribiré, si es que ya puedo, tu libro este, que me causa miedo.
En la noche, en el silencio sepulcral, el poeta es objeto del amor de Dios, ese amor que enferma pero que al mismo tiempo es un bálsamo para el alma adolorida, aquejada por el peso del pecado, dominada tal vez por la ansiedad de saberse amado sin merecerlo. Y entonces Dios hace lo impensable, como siempre, lo agrede con su amor incomprensible: Mientras anda la noche y todo duerme, me sentaré a raíz, sobre la tierra, dando tiempo a tu amor de que me enferme. Así voy a ponerme, y el dique romperé, que el llanto encierra, y, en seguida vendré a desmorecerme.
Desmorecerse es “perecerse”, dice el diccionario, “padecer con violencia una pasión o afecto”. Quien habla aquí muere, pero no por no morir, como escribió Santa Teresa: ya muere en vida, se perece a sí mismo. Y además, llorar es un misterio, claro está, pero ese acto puede sanar y melificar, es decir, cambiar el estatuto del alma que sufre porque se sabe pecadora y el arrepentimiento no basta ante tanto amor, que “lava y cura y deifica”: tal percepción de la acción sanadora del amor divino habita en un corazón afligido, pero cierto de que es objeto de una acción redentora, deificante: Los misterios del llanto son los mismos que los solemnes del Amor. El llanto sabe salvar o ciega los abismos, tal como aquél, y sana y melifica. El Amor puede tanto, que a un tiempo lava y cura y deifica.
Así acomete el hablante, desde esta trinchera espiritual, su odisea estética de fe, lucha verbal por transcribir lo que se espera que contenga un libro divino, una bitácora de los encuentros y reencuentros con lo sagrado, en donde a final de cuentas, se desmorecerá nuevamente y esa será su consigna y el signo de su experiencia religiosa: Así lo voy a hacer, por ver si puedo con este Libro que me causa miedo. Me sentaré a raíz, sobre la tierra, mientras la vida calla y la luz duerme, y el dique romperé, que el llanto encierra. Voy a desmorecerme y a sentarme en la tierra. Tan sólo aguardo que tu amor me enferme.
El amor de Dios, incólume, sigue su camino redentor de manera permanente hasta hacerse uno con aquel a quien salva, y en este caso la frase es casi literal, de cualquier manera. Este pórtico advierte lo que viene detrás en el lenguaje de alguien que, representando a Dios ante un pueblo creyente, no oculta sus conflictos personales y desnuda su alma.
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3. Una fe bíblica y agónica Abre bien las compuertas El hilillo de agua, rompedizo y ligero abre la entraña obscura de la peña, de suyo, tan tenaz y tan dura, y da en la peña misma con algún lloradero. Señor: entra en mi alma y alza Tú las compuertas que imposible es que dejen que fluya mi amargura. Quiero que estén abiertas las compuertas de mi alma de roca, tan rebelde y tan dura. Soy Tomás; necesito registrar tu costado. Soy Simón Pedro, y debo desbaratarme en lloro. Dimas soy, y es mi ansia morir crucificado. Soy Zaqueo, que anda todo desazonado, viendo, por si pasares, dónde habrá un sicómoro. “Tocad, que si tocareis, se os abrirá”, dijiste. Por eso llego y toco y tus misericordias seculares invoco. Señor: cúmpleme ahora lo que me prometiste. Alza bien las compuertas, Señor; lo necesito. Deben estar abiertas las compuertas del llanto que purgará el delito. Abre bien las compuertas. El hilillo de agua, rompedizo y ligero, ¿cuándo no dio en la peña con algún lloradero...? 8
Uno de los numerosos méritos del prólogo de Ernesto Flores a la Poesía completa de Alfredo R. Placencia, además de la dedicación de largos años a la obra del autor jalisciense, es la manera en que combina biografía, crítica literaria e historia regional para lograr prácticamente un libro completo. Las fuentes directas a las que ha tenido acceso le permiten, por fin, que en esta edición tan esperada y postergada logre reunir en 150 páginas abundante información que ilumina la lectura de los poemas. La primera versión de este prólogo fue la nota introductoria a Otro Adán expulsado, reeditado en 2009. Allí, el recuento biográfico continúa con un análisis mesurado y con citas muy puntuales de varios poemas clave. Y aventuraba una hipótesis, siguiendo las claves religiosas de alguien que interpreta la obra desde ellas y que demuestra plenamente con el nuevo y abarcador volumen: “Como sacerdote católico que tiene a quien lo escucha, se confía en el momento del poema. A veces sus obras se vuelven oscuras a fuerza de autobiograficidad. Y es que Placencia es un poeta sobre cuya vida nada se había investigado y una búsqueda por todos los pueblos en que él ejerció el sacerdocio revelaba, hasta hace poco, claves de esta poesía de confesor confesado”. Ahora, dividido en varias secciones, una documental, con testimonios de gente muy cercana a Placencia, este estudio ampliado incluye muy al principio una muestra de la profundidad con que Flores expone las características de esta obra. El título mismo (“Para una resurrección”) es una declaración de principios estéticos, porque vaya que los poemarios reunidos atravesaron por toda una odisea vital hasta A.R. Placencia, “Abre bien las compuertas”, en Poesía completa, p. 168. 77 eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122 8
aparecer frente al gran público. Si en 1980 Flores concluía diciendo que Placencia fue “uno de los mayores poetas religiosos de todos los tiempos”, ahora pasa a demostrarlo abordando todas las aristas posibles de una vida y una obra que se entretejieron dramáticamente para forjar un conjunto lírico ciertamente desigual, pero innegablemente valioso. Luego de trazar las líneas básicas de la biografía del poeta y de los avatares de su obra, en la sección “Placencia y la insolencia genial” (pp. 13-16), esboza un análisis que sitúa el primer volumen (El libro de Dios) en sus coordenadas bíblicas, para lo cual recurre a algunos versos. Lo califica como un “desafío” y a continuación se concentra en “Abre bien las compuertas” para situar el contexto que le dio origen: Aquél era uno de esos momentos en que la inminencia de la persecución religiosa todo lo agravaba y era origen de paranoias. En este volumen está uno de los poemas representativos de Placencia: “Abre bien las compuertas”. En textos de la última década de su vida, salen a la superficie poderosas influencias bíblicas, sobre todo del libro de Job. Fue cuando la pobreza lo había obligado a vender, uno a uno, los volúmenes profanos de su librero, exiguo viajero que recorría todos los pueblos a donde lo condujeron sus destinos sacerdotales. Al fin, el único libro que lo siguió, el obligado profesionalmente, la Biblia, se volvió su raíz poética.9
Sobre la estructura formal del texto, explica: “combina dieciocho versos alejandrinos, cinco heptasílabos y un pentasílabo, distribuidos en tres cuartetos, dos quintetos y un dístico”. Y agrega, entrando ya al espíritu y la metáfora central de la composición: “Tenemos entonces presente que el alma del autor es una roca, cerrada por las compuertas del llanto que purgaría el delito y que impide lavatorio y expiación. Placencia habla para sí y, encerrado, el delito brumoso queda inalcanzable a su lector”.10 Flores se refiere a la presencia del salmo 78 en el poema, especialmente los versículos 16 y 20: “Pues sacó de la peña corrientes, e hizo descender aguas como ríos”; y “De aquí ha herido la peña, y brotaron aguas”. Esta familiaridad bíblica se aprecia en los personajes bíblicos aludid, porque, como sintetiza Flores, el hablante poético se identificará con cada uno en una vertiente plural de la experiencia religiosa: “espejo roto en cuatro fragmentos […] Aclarémoslo: soy el incrédulo (Tomás), el que traiciona por cobardía (Pedro), el ladrón (Dimas) y (Zaqueo) el defraudador. […] Placencia se denigra sin temor”. El prologuista aventura un esquema espacial: “Nunca encontré un retrato moral con tan recia capacidad de síntesis: especie de pirámide triangular con su polígono básico (Pedro, la piedra) y tres caras (Tomás, Dimas y Zaqueo) dirigidas hacia el vértice teológico”.11 Las alusiones a la actitud de cada personaje se conjuntan para que el texto se vuelva una oración apenas disimulada: “‘Tocad, que si tocareis, se os abrirá’”, dijiste./ Por eso llego y toco/ y tus misericordias seculares invoco./ Señor: cúmpleme ahora lo que me prometiste”. Reclamación y exigencia. (Las “misericordias seculares” suenan tanto a López Velarde por sus correspondencias insólitas… Sí, la misericordia divina en los asuntos del mundo.). Es la presencia del Sermón del Monte (Mt 7.7: “Pedid y se os dará…”) o, agrega, Flores, el recuerdo del salmo 69.3: “Cansado estoy de llamar; mi garganta se ha enronquecido; han desfallecido mis ojos esperando a mi Dios”. La voz poética se vuelve insolente por momentos, y ahí se citan otros poemas, “Lucha divina”: “¿Piensas poder más Tú…? Te desafío” y “Ciego Dios”: “Tu amor lo quiso y la ceguera es tuya”. “Jamás hubo tal contundencia en un poeta al dirigirse a Dios, nunca tanta valentía ni parecida ternura. Porque estas disputas entre tierra y cielo en Placencia fueron siempre plenas de humanidad y magníficamente resueltas”.12 La penúltima estrofa, concluye Flores, “recapitula y el tono, habitual en algunos finales de este autor, es dócil y pleno: ‘Alza bien las compuertas, E. Flores, “Para una resurrección de Alfredo R. Placencia”, en A.R. Placencia, Poesía completa, p. 13. Ibid., pp. 13-14. 11 Ibid., p.14. 12 Ibid., p. 15. 88 eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122 9
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Señor; lo necesito’”.13 El poema cierra con una confianza total: “El hilillo de agua, rompedizo y ligero,/ ¿cuándo no dio en la peña con algún lloradero...?”. El plano metafórico de la piedra y el agua (alma y lágrimas) se impone. Esta voz que alcanza el poema no es sólo religiosa, es existencial y desvela una experiencia de búsqueda y posibilidad de encuentro a través de una mística genuinamente humana, no fingida. 4. Una cristología atormentada: “El Cristo de Temaca” El Cristo de Temaca I Hay en la peña de Temaca un Cristo. Yo, que su rara perfección he visto, jurar puedo que lo pintó Dios mismo con su dedo. En vano corre la impiedad maldita y ante el portento la contienda entabla. El Cristo aquel parece que medita y parece que habla. ¡Oh…! ¡qué Cristo éste que amándome en la peña he visto...! Cuando se ve, sin ser un visionario, ¿por qué luego se piensa en el Calvario...? Se le advierte la sangre que destila, se le pueden contar todas las venas y en la apagada luz de su pupila se traduce lo enorme de sus penas. En la espinada frente, en el costado abierto y en sus heridas todas, ¿quién no siente que allí está un Dios agonizante o muerto ¡Oh, qué Cristo, Dios santo! Sus pupilas miran con tal piedad y de tal modo, que las horas más negras son tranquilas y es mentira el dolor. Se puede todo.14
De entre la larga lista de pequeños pueblos jaliscienses en los que deambuló entre 1899 y 1922 el padre Alfredo R. Placencia (Nochistlán, San Pedro Apulco, Bolaños, San Gaspar de Jalos, Valle de Guadalupe, Amatitán, Ocotlán, Portezuelo, Jamay, El Salto, Acatic, Tonalá, Atoyac, y San Juan de los Lagos), destaca Temacapulín (1910-1912), en el municipio de Cañadas de Obregón, un lugar que en la actualidad no llega ni a los 400 habitantes, de donde procede la escritura de uno de sus poemas característicos, el cual fue memorizado en décadas posteriores por escolares. Uno de ellos, el futuro escritor Juan José Arreola, dio cuenta de su apego a ese poema, que incluso recordaba como uno de los cimientos de su vocación literaria: Dice él, en Memoria y olvido, que antes de aprender a leer y de estar inscrito en la escuela memorizó el poema, porque acompañaba a sus hermanos mayores. Lo aprendió sin comprenderlo, escuchando a los muchachos de 13 14
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Ibid., p. 16. A.R. Placencia, Poesía completa, p. 169. eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122
quinto año, que estaban repitiéndolo. Se sintió deslumbrado por la armonía de las palabras, por aquel lenguaje distinto al que oía en la calle. Un día, en su casa, arrebatado por el entusiasmo, se subió a una silla y comenzó a recitarlo. Ya entonces estaba enfermo de amor por las palabras y ya sufría la manía de memorizar lo que le gustaba.15
La segunda sección de la compilación de Flores (“Destinos sacerdotales”) ofrece una colección de descripciones y testimonios de personas que conocieron al poeta-sacerdote. Se dice ahí que Placencia amó entrañablemente esta localidad, caracterizada por montañas de cantera rosa casi inexploradas y por fuentes de aguas termales. Elsa Cross se refiere a ello: “…parece haber sido el lugar que más lo conmovió y donde tuvo una estancia más feliz, a juzgar por los poemas que dedica al Cristo, a la peña, a la cuesta, al salto y aun al cementerio de ese sitio. ‘La peña de Temaca’ en El vino de las cumbres [libro póstumo], es uno de los pocos poemas felices, que parece rescatarlo de la desdicha anterior y abrirlo a una comunión casi franciscana con la naturaleza”.16 El cura anónimo entrevistado por Flores le narró algunos de los entretelones de la vida de Placencia en el lugar y le mostró el paisaje que contemplaba (“Sólo Dios sabe cómo voy subiendo esta cuesta de Temaca”, escribió en otro poema), y desde donde miraba el cementerio. Todo el lugar continúa hoy en la desolación que conoció el autor de “Ciego Dios”. El Cristo en cuestión “es una formación natural de piedras y líquenes que manchan, sobre las que cae un chorro de agua. Una figura humana de brazos elevados, rodillas semidobladas y cabeza caída hacia un costado. […} fue descubierto por una india, según se cuenta”.17 Y agrega el informante: “El Cristo se ve desde lejos, pero si usted se acerca, el Cristo se convierte en una serie de piedras, manchones y chorros de agua. Sin embargo, hace más de sesenta años Placencia escribió textos que confirman que él descubrió detalles en la imagen borrosa que nosotros vimos”.18 Y es que los versos no admiten ninguna confusión: “Yo, que su rara perfección he visto,/ jurar puedo/ que lo pintó Dios mismo con su dedo”. La fe encuentra lo que quiere ver el corazón y se confunde con lo mirado: “El Cristo aquel parece que medita/ y parece que habla./ ¡Oh…! ¡qué Cristo/ éste que amándome en la peña he visto...!”. El poema busca ser un acceso al misterio y entabla un diálogo místico consigo mismo: “Cuando se ve, sin ser un visionario,/ ¿por qué luego se piensa en el Calvario...?”. La observación religiosa obliga a existir a los detalles y los acerca a la experiencia del hablante: “Se le advierte la sangre que destila,/ se le pueden contar todas las venas/ y en la apagada luz de su pupila/ se traduce lo enorme de sus penas”. II Mira al norte la peña en que hemos visto que la bendita imagen se destaca. Si al norte de la peña está Temaca, ¿qué le mira a Temaca tanto el Cristo? Sus ojos tienen la expresión sublime de esa piedad tan dulce como inmensa con que a los muertos bulle y los redime. ¿Qué tendrá en esos ojos? ¿En qué piensa? Cuando el último rayo del crepúsculo la roca apenas acaricia y dora, retuerce el Cristo músculo por músculo y parece que llora. Para que así se turbe o se conmueva, Felipe Garrido, “Recordación de Arreola. (Entrega 4 de 7)”, en Justa: lectura y conversación, www.justa.com.mx/?p=23958. 16 E. Cross, op. cit., 39. 17 E. Flores, “Para una resurrección de Alfredo R. Placencia”, en A.R. Placencia, op. cit., p. 32. 18 Ibid., pp. 32-33. 1100 eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122 15
¿verá, acaso, algún crimen no llorado con que Temaca lleva tibia la fe y el corazón cansado? ¿O será el poco pan de sus cabañas o el llanto y el dolor con que lo moja lo que así le conturba las entrañas y le sacude el alma de congoja…? Quien sabe, yo no sé. Lo que sí he visto, y hasta jurarle con mi sangre puedo, es que Dios mismo, con su propio dedo, pintó su amor por dibujar su Cristo.
Placencia llegó a Temaca procedente de Ocotlán, “en busca de consuelo cuando muere doña Encarnación, su madre, en 1910, luego de una separación obligada por el clero” debida, se sabe hoy, a las aficiones etílicas de ella. Lo cuenta otro informante y asocia datos con la vida del poeta: “La mamá del padre se echaba sus copitas, él no. Tenía pocos libros. Los tenía en su biblioteca. Pero yo consideraba que eran los libros de su estudio, ¿verdad? Tendría unos cincuenta o sesenta”. Además, cuidaba de una huerta. Pero este testigo quiere hablar más acerca del Cristo, razón de ser de esos versos: “No hay fotografías del Cristo. […] Le dieron el nombre porque tiene los brazos elevados y, por lo mismo, lo llamaron el Señor de la Ascensión porque los brazos no están extendidos sino juntos, un poquito juntos, como en la cruz […] Uno de los brazos ya ahora está un poco borrado por un chorro de agua que tiene arriba de la peña y que lo ha manchado”.19 Visible o no, el poeta se extasía en su visión y se interroga profundamente: “¿qué le mira a Temaca tanto el Cristo?”. Ese Cristo mira intensamente y parece buscar a los seres humanos: “Sus ojos tienen la expresión sublime/ de esa piedad tan dulce como inmensa/ con que a los muertos bulle y los redime./ ¿Qué tendrá en esos ojos? ¿En qué piensa”. Y encuentra que también sufre, allí, aposentado en la piedra: “Cuando el último rayo del crepúsculo/ la roca apenas acaricia y dora,/ retuerce el Cristo músculo por músculo/ y parece que llora”. El creyente es provocado por la imagen virtual y le sirve a su fe para proponer otras formas de amor entre Dios y su Hijo: “Quien sabe, yo no sé. Lo que sí he visto,/ y hasta jurarle con mi sangre puedo,/ es que Dios mismo, con su propio dedo,/ pintó su amor por dibujar su Cristo”. III ¡Oh mi roca…! la que me pone con la mente inquieta, la que alumbró mis sueños de poeta, la que, al tocar mi Cristo, el cielo toca! Si tantas veces te canté de bruces, premia mi fe de soñador, que has visto, alumbrándome el alma con las luces que salen de las llagas de tu Cristo. Oh dulces ojos, ojos celestiales que amor provocan y piedad respiran; ojos que, muertos y sin luz, son tales que hacen beber el cielo cuando miran. Como desde la roca en que os he visto, Ibid., pp. 35-36. 1111 19
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de esa suerte, en la suprema angustia de la muerte sobre el bardo alumbrad, Ojos de Cristo.
El padre salía a pasear y a bañarse en el río y en esas caminatas se encontraba con el Cristo que le producía delirios poéticos que acicatean la imaginación y la devoción de quien miraba esa roca : “¡Oh mi roca…!/ la que me pone con la mente inquieta,/ la que alumbró mis sueños de poeta,/ la que, al tocar mi Cristo, el cielo toca!”. El poeta-sacerdote-creyente sabe que es visto por su Señor como un soñador que “canta de bruces” y se alivia “con las luces/ que salen de las llagas de tu Cristo”. Los ojos divinos provocan amor, naturalmente, y la voz poética se asoma a esa mirada para encontrar la luz ante “la suprema angustia de la muerte”. Esta cristología, basada en una visión física, inauténtica para otros, le sirve al poeta para experimentar un contacto con el Salvador y así tratar de reconducir su vida por el sendero de la luz. Porque, como observa Javier Sicilia, encontramos en esos versos “una profunda enseñanza espiritual y teológica que toca una ancestral revelación de la mística: ningún hombre es digno, sólo la desnudez ante la verdad del amor de Dios sana”.20 Y aquí se invoca la mirada de los ojos del Redentor en una intuición salvífica pletórica de esperanza. ***
O OBBRRAASS CCO OM MPPLLEETTAASS D DEE U UN N PPO OEETTAA RREELLIIGGIIO OSSO O:: AALLFFRREED DO O RR.. PPLLAACCEEN NCCIIAA EEN N LLAA FFIILL AAllbbeerrttoo ÁÁvviillaa RRooddrríígguueezz Al poeta pobre, rebelde, amoroso, generoso, que fue el Padre Alfredo, por fin se le hace justicia al recuperar todas sus obras. La carga de sufrimiento, por muchas razones, es el venero mismo que como fuente inagotable de su poesía fluyó en enormidad y grandeza. En algunas fotos, últimas de su vida, parece que se perdió la ternura y grandeza del Sacerdote; más bien, son palpables el sufrimiento y la soledad; pero es siempre, y a pesar de todo, el gran místico que supo ver las entrañas de la Gracia, así, con mayúscula, en todas las cosas de la vida y de la gente sencilla; el poeta religioso, en el sentido más profundo de la palabra, que se enfrascó en la noble tarea del religare: hacer que todas las cosas tuvieran sentido en la dirección de Dios. De alguna manera, así lo define el miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y Escritor jalisciense Hugo Gutiérrez Vega. Autor y presentadores de viejo cuño En la noche del lunes 28 de noviembre, en el marco de la Feria Internacional del Libro, y dentro de su vigésimoquinta promoción, en una sala abarrotada de Expo Guadalajara (precisamente denominada “Alfredo R. Placencia” en honor del vate eclesiástico alteño) presentaron la obra del literato nayarita Ernesto Flores, editada con el sello del Fondo de Cultura Económica: el poeta Raúl Bañuelos, el mencionado Escritor y Diplomático Hugo Gutiérrez Vega, y el mismo Ernesto. Fungió como Maestro de Ceremonias, Martí Soler. Editado en esta ocasión como obras completas, este grueso volumen es fruto de mucho escarbar aquí y allá, de encontrar joyas valiosas en papeles viejos, entre un acercarse metódicamente a las personas y a
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los espacios vitales donde peregrinó el Sacerdote Alfredo Placencia Jáuregui: 15 pueblos, villorrios de Jalisco y de Zacatecas, desde su natal Jalostotitlán, hasta ciudades más allá de las fronteras. Bolaños, Temacapulín, Nochistlán, Acatic, Portezuelo, San Gaspar, El Salto, fueron parte de su recorrido y de su inspiración trashumante. Alfredo R. Placencia (la “R” él se la sobrepuso en honor de su padre, Ramón). Poeta mexicano. Nació en Jalostotitlán, Jalisco, en 1873, y murió en Guadalajara, en 1930. Realizó estudios en el Seminario Diocesano de Guadalajara, en donde se ordenó Sacerdote, y cumplió su ministerio en pequeños poblados de Jalisco. Poeta místico por excelencia, dejó su obra lírica en los volúmenes “El paso del dolor”, “Del cuartel y del claustro” y, sobre todo, en “El libro de Dios”, que vieron la luz en 1924, ni más ni menos que en Barcelona, España. El hombre, el poeta, el sacerdote Hoy, más que nunca, a todos los seres humanos se nos exige congruencia con la identidad de nuestro pensamiento y filiación religiosa; sin embargo, tal exigencia no nos inmuniza contra nuestras rebeldías y deslealtades. Y entre el exigir y el perdonar sólo hay un paso muy fácil de dar, que se llama misericordia, que es la esencia que brilla sobremanera en la vida de Jesús de Nazareth. Así nos lo dicen los Evangelios. En esta ocasión se ha hablado de un gran poeta, con muchos sufrimientos y descalabros humanos, y a pesar de todo, esta misma situación le hizo llegar a la sublimidad de su poesía. Sólo así podremos adentrarnos en el corazón de quien supo darle a su gramática y sintaxis la secuencia de Dios. En esa noche se dijo mucho sobre la grandeza de los poemas del padre Alfredo. Nunca será bastante leerlos y casi meditarlos, desde su “Cristo de Temaca”, al “Ciego Dios”, y muchas páginas más. Se afirma: “Bienaventurados aquéllos que, aunque amargados por la pena, tenemos la boca libre para llamar a Dios”. Son muchos los interesados y muchas las plumas que han alabado la poesía del Padre Placencia, desde el literato tapatío Agustín Yáñez Delgadillo hasta un enorme desfile de letrados. Escribió poemas místicos de una fuerza excepcional, poemas de una gran originalidad, una redondez y chispazos incesantes. Y, a pesar de todas sus tribulaciones y desvaríos, el bardo jalostotitlense conservó siempre una intensa religiosidad. Sus poemas lo prueban. Alfredo tenía un gran sentido del humor; no era un poeta atormentado, sino un escritor profundamente religioso. Vale la pena volver a leer, valorar y disfrutar su “Viernes Santo”, y terminar este momento con su “…morir en un lecho raído, burdo, austero, del hospital más pobre…una alondra que me cante en el alero… un rayo de luna pálido, sutilísimo…y algún Cristo de cobre agonizante”. www.semanario.com.mx/ps/2011/12/obras-completas-de-un-poeta-religioso/
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EEFFRRAAÍÍN NH HU UEERRTTAA O O LLAA PPEERRD DU URRAABBIILLIID DAAD DD DEE LLAA PPO OEESSÍÍAA JJaavviieerr AArraannddaa LLuunnaa Un poema, decía Carlos Montemayor, sólo puede entenderse en función de criterios poéticos: por su lenguaje, sus imágenes, su ritmo, por su eficaz construcción, por la emoción que provoca y no por otros asuntos. Así como un trabajo químico sólo puede medirse químicamente, un poema sólo puede medirse poéticamente. Sólo así podremos darnos cuenta de que existen malos poemas de amor y malos poemas políticos. Tenía razón Montemayor: el estar enamorado no exime de hacer un pésimo poema de amor: el ser presa de un arrebato místico o de un fervor religioso, no exime de hacer un mal poema religioso. Y la Orestiada, Antígona o la Eneida son obras geniales, aunque también sean poemas políticos. 1133
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Efraín Huerta fue, sigue siendo, un gran poeta que lo mismo escribió poemas eróticos o de amor que poemas políticos. Y como todo poeta, hizo algunos poemas mejores que otros. Este 20 de febrero, que se cumplen 30 años de la muerte del poeta, da gusto saber que Huerta sigue siendo sus lectores. Lectores nuevos y los que hace medio siglo encontraron en sus versos la voz de la tribu, la otra voz. El pasado lunes le comenté a Mónica Mansour, atenta lectora de Huerta, que me parecía que habíamos sido un poco ingratos con El Gran Cocodrilo. Si te refieres a los premios, me dijo, ésos no importan. Importan los lectores. Yo se lo comentaba justamente por eso. Efraín Huerta no formó parte de ninguna institución que da cobijo o reconocimiento a los creadores, a ninguna academia y sólo fue premiado cuando se supo que tenía una enfermedad terminal. Creo que tiene razón Mónica Mansour, sólo importan los lectores: ellos recompensan a los poetas cuando los leen y se sienten recompensados cuando leen unos versos que hablan por ellos o les hacen ver al mundo con un ligero aumento de luz. Ese es el secreto de la actualidad y vitalidad de poetas como Efraín Huerta o Jaime Sabines que desde hace tiempo sólo son sus lectores. Que a otros correspondan mármoles y bronces, títulos y genuflexiones pues únicamente el laurel de los lectores es el que hace a las obras duraderas. En 1937 Efraín Huerta nos mostró una de las que serían sus obsesiones: considerar a la ciudad no como un contexto o como un paisaje, sino como una figura central en sus poemas. En el número 8 de Letras de México del 16 de mayo publicó La ciudad y su célebre Declaración de amor en la revista Ruta del 15 de julio de 1938. A partir de allí la ciudad se fue incorporando a sus poemas, donde se muestra rotunda e indudable como en Buenos días Diana Cazadora o Avenida Juárez donde calles, avenidas, monumentos, son quizá, sobre todo, una atmósfera amplia y dolorosa o pura, rojiza, cariñosa, donde la noche es grávida de sangre y leche o donde podemos escuchar los gritos de una muchacha ebria o encontrarnos con hombres que en vez de corazón tienen en el pecho un perro enloquecido. Pero así como la ciudad se instaló en la poesía de Efraín Huerta desde el principio, el amor y el erotismo también. Absoluto amor fue el título de su primer libro, publicado en 1944, y una revisión mínima de su poesía nos permite ver que aun sus declaraciones de odio y sus entusiasmos políticos están atravesados por un mismo sentimiento: el amor que hace indignar al poeta ante lo injusto, ante la miseria, ante la maldad que nos envuelve o lo invita a incursionar en la poesía erótica. Quince años antes de morir, Efraín Huerta publicó Borrador para un testamento, donde ratifica al amor como eje de sus poemas: Dije amor a la alondra y a la gacela,/ a la estatua o camelia que abría las alas/ y llenaba la noche de dulce espuma./ He dicho siempre amor como quien todo/ lo ha dicho y escuchado... Según las críticas literarias Aurora M. Ocampo y Laura Navarrete Maya, en la poesía de Huerta se cumple la sentencia de Ernesto Sabato sobre lo que es un gran escritor: más que un artífice de la palabra, es un gran hombre que escribe. Es verdad, sólo los grandes poetas hacen poesía con sus versos; los demás, literatura. La Jornada, 8 de febrero de 2012
EEFFRRAAÍÍN NH HU UEERRTTAA,, M MÁÁSS AALLLLÁÁ D DEE LLO OSS PPO OEEM MÍÍN NIIM MO OSS JJeessúúss AAlleejjoo Las lecturas en torno a Efraín Huerta suelen estar dominadas por el acercamiento a sus poemínimos, por lo cual se le ve como “dicharachero, coloquial y sencillo”. Pero, a tres décadas de su partida —20 de febrero de 1982—, no deja de sorprender con cada nueva lectura de su obra, lo que se demuestra con el hecho de que la edición de su poesía completa, realizada en 1988 por el Fondo de Cultura Económica 1144
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(FCE), compilada por Martí Soler, con prólogo de David Huerta, lleva dos ediciones y dos reimpresiones de la segunda edición, lo que no es poca cosa cuando de lírica se trata. Olvidado en algunos círculos, el actual gerente editorial del FCE, Martí Soler, lo define como un poeta extramexicano: “supermexicano y, a la vez, se sale de cualquier movimiento histórico de la poesía mexicana”, con lo cual se convirtió en un escritor libre en todo sentido, lo que se refleja en sus poemas, lo mismo con temas eróticos, de combate o los mismos poemínimos, “que llegan de otra manera al público, pero siempre con esa función de compromiso”, explica Martí Soler. Desde la perspectiva de David Huerta, su hijo, en la medida en la que el autor de Los hombres del alba se asumía como un hombre de izquierda, tenía una idea muy clara de la justicia y la libertad, estaba totalmente en contra de las condiciones en que se desenvuelve la sociedad, fundada en la explotación y la inequidad, sin dejar de reconocer asuntos polémicos en la vida de Efraín Huerta. “No voy a entrar aquí en el espinoso tema de su simpatía por Stalin, un asesino brutal; es un poco penoso, aunque haya explicaciones razonables para comprender esa simpatía. Prefiero ver el lado luminoso de la posición de izquierda de Huerta, muy real y muy auténtico, sin duda. “Quiero decir que Huerta fue siempre un oposicionista político. Estoy seguro de que habría estado de acuerdo con Tomás Segovia: dice éste que la izquierda sólo puede ser tal cuando es oposición y agrega que la izquierda es ‘la voz de los muertos’. También es o debe ser la voz de las víctimas, la voz de quienes no tienen voz ni tribunas.” Un long seller “Andar así es andar a ciegas,/ andar inmóvil en el aire inmóvil,/ andar pasos de arena, ardiente césped./ Dar pasos sobre agua, sobre nada/ —el agua que no existe, la nada de una astilla—,/ dar pasos sobre muertes,/ sobre un suelo de cráneos calcinados.” En el primer verso de “El Tajín”, se encuentra apenas un reflejo de la diversidad poética de Efraín Huerta: el dueño de una poesía combativa que, en cierto sentido, hace que el lector reaccione ante nuestro modo de vida en México; pero al mismo es un autor de la ciudad, “su poesía respecto de la Ciudad de México, que es bastante extensa, es fantástica a mi manera de ver”, cuenta Martí Soler. “Efraín forma parte del grupo de Octavio Paz, y en un momento determinado rompe con él; en ese sentido, es un poeta cuyas raíces parten de la poesía universal, de los grandes autores de izquierda, más que de una tradición mexicana. En cuanto a la tradición mexicana, lo ubicaría en la parte popular, sobre todo en los poemínimos, que tienen algo que ver con el albur mexicano, con la transformación del sentido de la lengua.” Por ello, David Huerta, quien se ha convertido en uno de sus lectores más acuciosos y críticos, asegura que algunos poemas de Efraín Huerta son un patrimonio irrenunciable de la izquierda oposicionista de nuestro país, pero también es un poeta amoroso. “Efraín entendía la historia tan bien como cualquier hombre culto de nuestro país en el siglo XX; pero comprendía mejor algunas dimensiones psicológicas o míticas de esta parte del mundo, como lo demuestra el poema ‘El Tajón’: una recreación de los mitos prehispánicos, pero también es una cala en los mitos que los mexicanos hemos forjado a lo largo de nuestra historia, un verdadero laberinto mexicano, un paisaje retorcido y sublime al mismo tiempo.” Más allá de la relación filial, David Huerta llama a reconocer la obra poética de Efraín como central en la literatura mexicana moderna, para lo cual es necesario salirse de los estereotipos (verlo sólo como el autor de los poemínimos o como poeta de la calle): resulta necesario “estudiar un poquito o siquiera leer con atención”. 1155
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“Creo que Efraín tiene lectores muy buenos, muy atentos, pero distan de ser una multitud; ojalá sean más en los años próximos. No lo sé. Hay que reconocer que la edición que hizo el Fondo de Cultura Económica de su poesía reunida es curiosamente, no un best-seller, sino un long-seller: un libro que se ha vendido bien a lo largo de muchos años, y que sigue vendiéndose. Me parece un buen signo.” Un acicate a lectores y poetas A David Huerta no le entusiasma que se recuerde a su padre como si sólo fuera el autor de los poemínimos, aun cuando reconoce que son una forma alegre, rápida, ingeniosa, de hacer observaciones poéticas y desencadenar una respuesta emotiva inmediata: “de risa, generalmente —aunque en casos contados he visto que los lectores se llevan la mano a la barbilla, entrecierran los ojos y se ponen a reflexionar, como si el poemínimo fuera algo así como un disparador del acto, ¡tan noble, tan descuidado!, de la meditación”—. “Algunos poemínimos son hermosos, o geniales, si quieres; otros son muy buenas ‘puntadas’ —y así por el estilo, según cierta gradación o una jerarquía que les es propia—. El ‘éxito’ de los poemínimos es muy fácil de explicar: son memorables, dan risa, recrean dichos o refranes que casi todo mundo conoce.” Como lector, Martí Soler encuentra en los poemínimos la chispa del ser humano, de un personaje que vivía con gran ansiedad, “era como decirle al mundo de la poesía aquí estoy y me burlo de la misma poesía. Los poemínimos son un acicate a lectores y poetas”. Milenio Diario, 19 de febrero de 2012
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U UN N PPO OEETTAA IIN NSSU URRRREECCTTO O JJoosséé--CCaarrllooss M a i n e r Mainer Cuando, hace unos años, Caballero Bonald dijo que ya sólo iba a escribir poesía, no anunciaba un regreso (porque nunca se había ido del verso), ni tampoco una voluntaria limitación. Como sucede en algunos otros escritores, su obra nos ilustra sobre los borrosos límites de los géneros. La poesía intensifica lo que la narrativa disemina pero, al cabo, la tensión es la misma y el motivo de ponerse a escribir tampoco cambia. En este nuevo libro se nos dice que "la literatura no es sino un proceso electivo de circunlocuciones subterfugios requerimientos perífrasis tapujos" y nosotros podemos añadir que eso es lo mismo que está al fondo de Ágata, ojo de gato o de Diario de Argónida, de Manual de infractores o de La costumbre de vivir: en todos están "las poéticas libres la mística progenie / el torrencial reducto de materias sagradas libros árboles cuerpos versículos suras mantras glosas", que son los recursos de un escritor que sabe que la literatura es fundamentalmente asunto de manipulación de palabras. En unos casos, se provoca una explosión deslumbradora y en otros, una explosión retardada y con ecos: fulminante y explosivo son los mismos. Claro está que en sus nuevos libros de poesía, tras el memorable Manual de infractores, hay una manifiesta voluntad de expresar los términos de una disidencia sistemática (contra el rumbo de las cosas del mundo) y, a la vez, una cierta complacencia rapsódica al recordar y volver sobre lo personalmente vivido, creído o gozado y comprobar que no fue vano. El último poemario tiene dos títulos que indican el acoplamiento de ambas direcciones: Entreguerras parece aludir al primer tomo de las memorias, Tiempo de guerras perdidas, y en ambos "guerra" evoca, más que la contienda bélica, la insurrección moral o la hostilidad que se percibe, como hubiera pensado un poeta español del Siglo de Oro (digamos Quevedo o Góngora); la segunda parte del título, O de la naturaleza de las cosas, repite, sin embargo, el del libro de 1166
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Lucrecio, "algo que tiene que ver con la altura poética de que me siento más próximo", y que conviene recordar que encarnó la sabiduría de los epicúreos, el coraje de los que negaron a los dioses y el ánimo de quienes construyeron la humana solidaridad sobre el cimiento del sano egoísmo. Lucrecio dejó su testimonio en algo más de siete mil hexámetros y Caballero Bonald lo ha hecho en algo menos de la mitad de versículos de extensión dispareja, pero de enunciación muy segura y entonada, en la que ha prescindido de todo signo de puntuación que no sean la interrogación y la exclamación. Han perseverado los que tienen que ver con los énfasis necesarios del sentimiento personal y han desaparecido aquellos otros -las comas, los puntos...- que pretenden pautar de acuerdo con la lógica lo que sólo tiene sentido en la fluencia viva e igualitaria: "el despliegue repliegue de mis soliloquios", como leemos en el volumen. Pero hay algo más en Entreguerras que ya pudo conjeturar el lector de la plaquette Soliloquio y del 'Epílogo' de la antología Tiempo de muchas aguas, que se anunciaba como "parte de un libro en preparación", ambos en 2010. Y es que Caballero Bonald andaba sobre los pasos de un poema unitario, fusión de "secuencias acumulativas" que aquí ha llamado "capítulos", como si lo fueran de un relato. Pero no es narración en verso sino poema de punta a cabo, con voluntad de serlo y entroncado en la tradición moderna que, en español, inspiró Espacio, de Juan Ramón Jiménez; Piedra de sol, de Octavio Paz, y Dador, de José Lezama Lima, entre otros. En todos hay imágenes seminales, biografía e historia alrededor, temporalidad vivida y simultaneidad creadora, preguntas de relevancia moral, quejas de la fugacidad de las cosas y convicciones bien ganadas. "La poesía y la historia se complementan, a condición de que el poeta sepa guardar las distancias", escribió Octavio Paz en El signo y el garabato; en eso confían quienes escriben poemas de esa traza cuya referencia, sin embargo, es el milagro del lenguaje: allí se revelarán al cabo historia y vida. También lo ha hecho Pere Gimferrer en su reciente Rapsodia, que se ha complacido en incorporar versos ajenos a su propio recorrido; por su parte, Caballero Bonald previene también una larga lista de deudas gozosas, entre las que se encuentra, claro, Gimferrer mismo. No es el único tributo a modelos o a admiraciones en los que el poeta se complace y quiere asociar a sus versos: en el capítulo III se cita -por sus nombres de pila, como ya es costumbre inveterada- a Ángel (González) y José Ángel (Valente) y Carlos (Barral) y José Agustín (Goytisolo) y Alfonso (Costafreda) y Jaime (Gil de Biedma), cofrades generacionales. Por sus apellidos, a Tàpies, Millares, Saura, Oteiza y Viola, que hicieron del arte abstracto un signo de afirmación e intervención en la vida de su tiempo. Poco más allá, a Juan Ramón, Cernuda, Vallejo, Lorca, Cunqueiro, Ory, Barral y Valente, otra vez, como referentes líricos. El lector de los dos volúmenes de memorias de Caballero Bonald (ahora recogidos y enmendados en uno, La novela de la memoria, 2010) conoce ya los acontecimientos, alguna fabulación divertida y otros significados de la vida del escritor y sabe que se trata de una de las cumbres del género en las letras españolas. Pero ya hemos dicho que Entreguerras no es un resumen, ni la busca de dimensión lírica de los hechos acaecidos, sino otra forma de revelación de sí mismo que el escritor ha recibido en forma de un lenguaje caudal y apasionado, urgente y demorado a la vez. Por supuesto, cada capítulo tiene un centro irradiante: el primero habla de Madrid, cuando estaba "asediada de vítores y máscaras de adalides"; el tercero, como se ha indicado, de los orígenes literarios; el quinto regresa a la geografía colombiana que marcó un trienio de su biografía en el comienzo de los años sesenta; el séptimo habla de Doñana, "Argónida en el listado de mi alma", y el décimo es un canto al Mediterráneo. "También yo soy aquel que nunca escribe nada / si no es en legítima defensa", arguyó Caballero en 'Bibliografía', de Diario de Argónida. 'Ubi bene ibi patria' (donde se está bien, está la patria) fue el título de un poema de Manual de infractores, inspirado por unas noches romanas y por una cita de Marco Pacuvio que Cicerón ha legado a la posteridad. Se diría que tales son las dos pautas centrales de Entreguerras. Que acaba, al borde del tiempo que concluye, "mientras musito escribo una vez más la gran pregunta incontestable / ¿eso que se adivina más allá del último confín es aún la vida?". Por supuesto, no es la vida eterna sino, en todo caso, la eternidad de la vida, lo único que puede desear un lúcido discípulo de Lucrecio y de Horacio. Ha escrito lo mismo que seguramente -y por repetir su nómina- habrían estampado Ángel y José Ángel y Carlos y José Agustín y Alfonso y Jaime, si la vida les hubiera otorgado 1177
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esos ochenta y cinco años admirables que Caballero Bonald celebra, superando "los miedos que tanto se parecen al ejercicio de la valentía", cuando está oyendo "la voz universal que alienta en lo más último". Babelia, 7 de enero de 2012
EELL PPO OEEM MAA TTO OTTAALL JJaavviieerr RRooddrríígguueezz M Maarrccooss José Manuel Caballero Bonald publica Entreguerras, un libro formado por un solo poema de casi 3 000 versos. Irracionalista y autobiográfico, es un compendio de la vida y la obra de su autor, que con 85 años afirma: "Después de esto ya no voy a escribir nada". “No voy a escribir nada más", dice sentado en su casa de Madrid José Manuel Caballero Bonald, jerezano de 85 años cumplidos en noviembre, con estudios de Náutica, Astronomía, Filosofía y Letras y casi todos los premios disponibles, entre ellos, tres de la Crítica en, caso raro, dos géneros distintos poesía: Las horas muertas (1959) y Descrédito del héroe (1977), y novela: Ágata ojo de gato (1974)-. Como las de los toreros, las retiradas de los escritores son casi un género literario: nunca se sabe si un artista se retira del todo. Pero Caballero Bonald ha dado ya señales de que habla en serio. En 1992 publicó la novela Campo de Agramante y no ha vuelto a reincidir en la ficción. En 2001 cerró con La costumbre de vivir las memorias que había abierto seis años antes con Tiempo de guerras perdidas. El relato de sus recuerdos se detuvo en la muerte de Franco y ahí sigue. Demasiado desencanto en la transición política. Demasiada gente viva en el posible índice onomástico. “Después de esto ya no voy a escribir nada, no tengo necesidad", dice. ¿Seguro? "Algún artículo que me pidan", concede porque conoce la costumbre necrológica de los periódicos y su condición de superviviente de una generación, la de los años cincuenta, diezmada antes de tiempo. Él formaba parte de ella con sus amigos Ángel González, Juan García Hortelano, José Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, Claudio Rodríguez... Alguna vez ha mirado la foto histórica del homenaje a Machado en Collioure (1959) y ha comprobado que solo él queda vivo de aquel viaje a Francia. Para Caballero Bonald el esto de "después de esto" es Entreguerras (Seix Barral), el libro-poema de casi 3.000 versículos que publica la semana que viene y que ha subtitulado con un homenaje, ambicioso y explícito, a Lucrecio: O de la naturaleza de las cosas. El volumen está rubricado en octubre de 2011 y Caballero lo empezó en abril del año anterior. Entre una fecha y otra hubo cuatro borradores: "Es el libro que he escrito en menos tiempo, cosa que va un poco en contra de mis hábitos. Lo escribí en un estado de ánimo muy especial, como estimulado por una apremiante voluntad introspectiva". Con un "carácter autobiográfico clarísimo", el conjunto prescinde de los signos de puntuación: "Lo pedía el carácter fluvial del poema, el propio flujo y reflujo de la memoria". Más de una vez ha dicho Caballero Bonald que en un poema las palabras deben tener un significado más amplio que el que tienen en los diccionarios y esa tensión se ha traducido en Entreguerras en un viaje por los límites del lenguaje, violentando la gramática, ahondando en la complejidad de la memoria: "No he huido del hermetismo, llegado el caso", explica el poeta. "La experiencia que estaba descifrando era a veces oscura y el texto también lo es. La poesía es hermética cuando lo es el mundo que pretende describir, esas palabras que lo identifican". Entreguerras tiene, de hecho, algo de salto mortal por parte de un escritor al que las historias de la literatura le habían abierto hace años un capítulo amplio y cómodo, con vistas al Parnaso y calefacción central. "A mi edad hacer este libro... Al terminarlo pensaba que no me correspondía, que estaba excediéndome en la cuota de las osadías testamentarias y que podía conducirme a un callejón sin salida. Pero superé el trance y ahí está todo lo que he escrito y todo lo que he vivido, ahí está como el compendio de mi literatura y mi vida y eso le da un valor estético especial. Con toda seguridad es el final de mi obra. Después de esto ya no voy a escribir nada, no me va a hacer falta". Más que de angustia, esa certeza, dice, 1188
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le produce una sensación de "liberación". "Antes, cuando terminaba un libro me sentía incómodo, sospechaba de mí mismo. En este he tenido menos dudas. Pensar que es mi último libro me da una sensación de plenitud, no me desconcierta. Ya he cumplido". La última palabra del último verso es "vida". No puede ser casual. No lo es. "Soterradamente hay una preocupación grave por la edad, por el paso del tiempo, esa sensación de acabamiento. Con este libro se ha acabado mi literatura y se ha acabado mi vida. Lo último sí es preocupante, pero se contrarresta con la sensación de plenitud". ¿Y la eternidad? "Me gustaría creer en ella. Cuando se esparzan mis cenizas en el sitio que yo quiero terminaré convirtiéndome en árbol, en agua, en piedra... Viviré en la naturaleza para siempre. Incluso puedo compartir la idea de divinidad, sin roces ni traumas". Cerrando todos los círculos posibles, Entreguerras ve la luz cuando se cumplen 60 años de la aparición de Las adivinaciones, el libro de poemas con el que se estrenó Caballero Bonald, y 50 de la de Dos días de septiembre, su primera novela. Aquel fue accésit del Premio Adonais. Esta ganó el Biblioteca Breve. Dos hitos más de un tiempo que parece otra era. Para su protagonista, que de continuo remite a su vejez "tengo ya muchos años y lo mínimo que puedo tener son etapas"-, la edad ha hecho su propia criba: "Tengo mis propios litigios con mi obra novelística", explica. "Renuncié a la narrativa hace ya años y hoy soy incluso mal lector de novelas. Entre mis novelas salvo Campo de Agramante y sobre todo Ágata ojo de gato, que en el fondo responde a una formulación poética. Lo demás han sido búsquedas más o menos bien articuladas. No me considero en puridad un narrador, soy un poeta que hizo algunas incursiones novelísticas". Pese a todo, Dos días de septiembre colocó a Caballero Bonald en la primera división de la narrativa española del medio siglo sin colgarle el, peligroso por perdonavidas, sambenito de novela de poeta: "Fue mi tributo al realismo social. La escribí deliberadamente así, pensando que tenía que ser el testimonio crítico de una determinada sociedad... Fue un ejercicio novelístico del que estoy satisfecho, sobre todo por el cuidado lingüístico. Apruebo en este sentido todas mis novelas, pero ninguna me complace tanto como Ágata". Además, aquella novela inaugural, denuncia de una sociedad andaluza anquilosada, le valió en su propia ciudad el calificativo de antijerezano. Agua pasada hoy, cuando el escritor tiene allí incluso una fundación con su nombre. "No me acuerdo muy bien, pero creo que se acabó entendiendo que también se critica lo que se ama. A Jerez le tengo el apego que se puede tener a la patria en la que naces, aunque ya se sabe que las patrias, chicas o no, son todas equívocas. Lo que se ve desde la ventana donde uno soporta la vida con placer, eso es la patria. Yo he tenido cuatro o cinco patrias predilectas". A Caballero Bonald no le importó que lo llamaran antijerezano, y el mismo efecto le produjo que lo llamaran barroco. "Supongo que soy barroco", dice convencido, "por naturaleza, por contagio del paisaje físico que más me atrae. Para mí el barroquismo nunca ha sido una complicación sintáctica o léxica ni una acumulación de bellos términos para llenar un vacío, sino una aproximación a la realidad a través de palabras nunca usadas para definir esa realidad. Eso es el barroco. Algo, por cierto, que conecta con la idea de lo real maravilloso de Alejo Carpentier, o con el surrealismo. Me interesa esa búsqueda del enigma que hay detrás de la realidad. A veces pones juntas dos palabras que nunca lo han estado y se abre una puerta, se descubre un mundo. Y eso se produce incluso por puro atractivo fonético, por la música de las palabras. Siempre he dicho que la poesía es una mezcla de música y matemáticas". Desde ese presupuesto, no es extraño que el fervor de Caballero Bonald por Góngora se sumara a su deslumbramiento adolescente por Espronceda, al que descubrió en una biografía que retrataba al poeta romántico con rasgos dignos de fascinar a un adolescente... Más rendido a su vida que a su obra, Caballero Bonald se lanzó a imitarlo escribiendo poemas y llevando una vida "licenciosa". "Digamos que siempre he estado abriéndome camino entre el surrealismo y el romanticismo". Las noches del poeta duraban días. Ya no, pero de entonces le queda un único proyecto que no pasó de ahí: escribir la biografía de un cantaor flamenco que fuera la cifra de los muchos que ha conocido. "Algo parecido a lo que hizo Cortázar con Charlie Parker en El perseguidor", dice un autor que ha escrito ensayos como Luces y sombras del flamenco y publicado una antología discográfica como Archivo del cante flamenco. "Todo eso de declarar al flamenco patrimonio inmaterial de la humanidad y de que haya 1199
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cátedras en la universidad e instituciones que lo tutelan no concuerda con la libertad intrínseca del flamenco, que siempre ha ido por libre, ha sido una protesta sin destinatario, el grito de un pueblo larga y tenazmente sojuzgado. A mí me atrajo porque era un arte marginal al que ni los propios andaluces apreciaban, salvo para esas juergas indecorosas ... Era un arte propio de gente errática, menesterosa, vinculado a un clima tabernario, prostibulario. Me conmovía andar con esas gentes que habían heredado la cristalización de muchas antiguas raíces musicales". Antes de dejarse llevar por el tobogán de los recuerdos, Caballero Bonald aclara: "No soy ni mucho menos un purista. Detesto el purismo en todos sus órdenes. El flamenco ha evolucionado de acuerdo tal vez con las necesidades de los destinatarios, que pedían algo más asequible. Yo defiendo las fusiones, con el jazz, por ejemplo, que no es mala alianza. Ya Demófilo, el padre de los Machado, contaba que el flamenco cambió cuando, en el siglo XIX, saltó del anonimato a los escenarios. Dejó de tener esa atracción de lo clandestino, de lo minoritario. Ahí empezó no a degradarse sino a tener otro sentido, a obedecer a otros estímulos, porque el sentido primordial del flamenco es una habitación y cuatro o cinco personas oyendo cosas imposibles. Pero todo eso ya es una estampa anacrónica". Con el primer ejemplar de Entreguerras sobre la mesa -hay un reloj deformado en la cubierta-, su autor, devoto de Terremoto de Jerez, de Manuel Agujetas, del Sordera, fantasea con esa biografía que, asegura, nunca escribirá. "El cantaor es un hombre de estirpe lunática, de una personalidad más bien delirante, saben mucho y no saben nada. Han heredado su sabiduría expresiva por tradición oral y cantan como el que es artista porque su padre también era un buen artista. Sus modelos de vida pueden ser muy enigmáticos y muy simples al mismo tiempo. Y luego están esos relumbres de ingenio, la sabiduría de la sangre... y la locura. Terremoto era un hombre disparatado, Agujetas más todavía. Todos se van volviendo excéntricos, tocados por una extraña tentación del abismo. Tal vez su desequilibrio venga de la propia naturaleza de lo que cantan, de ese tortuoso sacar a flote la intimidad por medio del ritmo. Como en el jazz. El grito del cante es una experiencia que lleva al cantaor a una situación límite". Caballero Bonald habla con tanta convicción que parece mentira que no vaya a lanzarse a escribir su perseguidor particular. Dice que no. Ahora habrá que buscarlo en los periódicos, donde la edad le ha obligado a redactar la necrológica de sus amigos más veces de las que hubiera querido. "Todos han muerto", dice sin patetismo. "Queda Brines, al que quiero mucho, pero con el que no anduve tanto. Echo mucho de menos a Ángel González y a Juan García Hortelano, mis amigos del alma. Y a otros grandes amigos suramericanos ya muertos: a Jorge Gaitán, a Eduardo Cote, a Martínez Rivas, a Ernesto Mejías, a Julio Ramón Ribeyro... Eran compañeros muy afines, muy predispuestos a la desobediencia, bebían lo suyo y las noches eran de larga duración... Pero todo eso se fue al garete, como tantas otras cosas... La vejez es una cabronada". Babelia, 7 de enero de 2012
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U UN NAA M MU UJJEERR LLLLAAM MAAD DAA PPAALLAABBRRAA CCaarrllooss CCoorrttééss Ingresar en la oficina de Carmen Naranjo en la Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA) entre 1984 y 1992, era entrar, más que en un espacio físico, en un estado del alma. Una puerta abierta a uno de los curiosos y orgánicos dibujos que trazaba entonces, que llamó Ventanas y asombros, abigarrados de elementos vegetales y de un bestiario fantástico recurrente en sus sueños. Trenes que iban a la infancia, 2200
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pueblos perdidos en la historia – como rezan sus títulos–, barcos de papel intangible, pájaros que revoloteaban incesantes en su corazón. Rememoro aquella oficina, al principio situada en San Pedro y más tarde en Los Yoses, con la misma intensidad y la misma emoción con la que en 1985 escribí mi primer relato y se lo dediqué por igual a Carmen Naranjo y a mi madre. La oficina siempre estuvo abierta a quien quisiera visitarla, pero no era menos enmarañada que los diseños que Carmen bosquejaba sobre los objetos más increíbles. En Costa Rica. A Traveler’s Literary Companion (1994), una de las mejores antologías de literatura costarricense que se ha publicado, la editora norteamericana Barbara Ras recuerda, divertida, la dirección que le dio Carmen para que fuera a visitarla: “La cuarta entrada de Los Yoses”. A partir de 1984, EDUCA se convirtió en un ritual de iniciación: “Ir donde Carmen”. Un jardín secreto para una o dos generaciones de escritores, un pasaje obligado para cualquiera que se interesara por la literatura regional, igual como, una década antes, pasaron por su despacho Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez o Julio Cortázar. En un país de tradición aislacionista, como el nuestro, fue la escritora costarricense más centroamericana; y ahora que, sin dejar de estar, ya no está, no es sorprendente leer que en Nicaragua o Panamá se hable de ella como “nuestra Carmen, nuestra Carmen Naranjo”. Vértigo de hacer Carmen llegó a ser ministra de Cultura entre 1974 y 1976, cuando ya era una escritora en pleno dominio de sus facultades creativas y había publicado la mitad de sus obras importantes, como las novelas Los perros no ladraron (1966), Camino al mediodía (1968) y Diario de una multitud (1974). Los años en EDUCA coincidieron con su segunda etapa más productiva, en la que escribió sus libros de cuentos Ondina (1983), Otro rumbo para la rumba (1989) y En partes (1994). Como lo he contado en otras ocasiones, para mí Carmen fue siempre la ministra que, al ser llamada para recibir el premio Gatunas –célebre en la década de 1970–, dividió en dos el cine Central con su andar irrefutable y recibió la estatuilla de manos de Hugo “el Gato” Araya diciendo: “¡Gracias porque sí me lo merezco!”. ¿Quién es capaz de decir eso en Costa Rica? Carmen podía ser así. Avasalladora, maravillosa y políticamente incorrecta. No podía durar en la política electoral y no duró. En 1982 aún se recordaba su renuncia como ministra de Cultura, pero, después de un breve periodo de trabajo en Guatemala y México, aceptó la dirección del Museo de Arte Costarricense (MAC). De nuevo se convirtió en uno de los ejes de la vida artística del país de la única manera vertiginosa que tenía para hacer las cosas, sin pensárselas dos veces, con una inconfundible sonrisa en los labios, y organizó el festival Octubre Cultural. En ambas ocasiones solo duró dos años en el gobierno y se enfrentó al poder hegemónico que no le perdonó jamás su independencia de criterio y su libre albedrío, en una Centroamérica cada vez más polarizada y ensangrentada por el ocaso de la Guerra Fría. Guido Sáenz me contó alguna vez lo que aprendió de ella cuando fue su viceministro y luego, al sucederla en el cargo de titular de Cultura: cómo transformar un hecho cualquiera en un acontecimiento. Hasta el final de sus días, Carmen tuvo ese raro privilegio de convertir en entusiasmo todo lo que tocara; ese precioso revoltijo de sangre, genio, locura, tenacidad y rebeldía corriendo por sus venas que la llevó a ser la personalidad que fue. Que es. Que será. Sin esta energía –que era como una voz interior que le salía del alma y le traspasaba los poros, y nos contagiaba a todos– no hubiera cultivado la amistad que tuvo con la primer ministra Golda Meir durante sus años como embajadora en Israel. Carmen hizo hablar en el Teatro Nacional a Juan Rulfo, el hombre más tímido del universo; logró que una jovencísima y diminuta Isabel Allende aceptase impartir una 2211
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conferencia en 1984, y podía escribir sobre cualquier superficie, encima de todo, por todo y en cualquier circunstancia, como si lo hiciera en contra de la resistencia del mundo. Voz constante Igual que otras mujeres de su generación, Carmen se acostumbró a escribir debajo, al reverso de los papeles oficiales que le fueron impuestos por la sociedad patriarcal; del otro lado del día, es decir, en la noche. En cierta ocasión, me relató una anécdota iluminadora de la posición de la escritora en la sociedad: cada vez que su madre la veía sentada a la máquina de escribir, al oscurecer, en horas inverosímiles de la noche, le pedía misiones domésticas imposibles, como arreglar las cortinas o correr los muebles de la sala, como si ser mujer no fuera suficiente justificación para poder escribir. Incluso siendo una narradora célebre, llenaba servilletas, facturas, tarjetas y papelitos con garabatos en los que tarde o temprano lograba descubrir el destino prodigioso de una historia o de una ventana detrás de la cual se ocultaba un universo en miniatura o una proliferación de personajes invisibles, nacidos de su imaginación. Sospecho que, en los momentos duros, eso la salvó del monstruo que todos llevamos dentro. Dibujaba y conscientemente ejercitaba sus manos en el arduo oficio de inventar para permanecer de este lado del espejo y recordar quién era –algo que un artista debe realizar como un ejercicio cotidiano–. Si un escritor quiere permanecer lejos de la locura, debe permanecer cerca del escritorio, decía Kafka. Sin embargo, Carmen Naranjo era dueña de un fulgor amaestrado: su voz, y nunca le falló en ningún momento, ni al principio ni al final de su existencia, como cuando leyó sin interrupción el larguísimo poema “Pequeña biografía de mi mujer”, del nicaragüense José Coronel Urtecho, sin que se le quebrara el aliento ni mermase la respiración. Fue un don. Una voz que escuché cantar, exclamar, estallar en expresiones de júbilo, arengar, gritar de alegría o llenarse de indignación. La misma voz de sus poemas, novelas y narraciones. Su voz era una chispa vital que iluminaba unos ojos inevitables, un tanto atrevidos e infinitamente penetrantes, como se aprecia en las fotografías de su juventud, enmarcados por el rotundo delineado de sus cejas. Una voz fuerte y decidida, a prueba de hipocresías y medias tintas. Tal vez por eso, Carmen podía hablar por horas cara a cara, y por teléfono, segundos. Decía lo que quería de una forma directa, franca y abierta, y ya. En el paraíso El 3 de mayo de 1976, Carmen se dirigió por última vez a la opinión pública en un discurso televisado: “Se ha criticado al Ministerio que dirijo por los programas de cine […]. Es cierto que hemos incomodado hasta el cansancio con imágenes que todos tratamos de olvidar. Pero no es cierto que con ello estemos provocando subversión […]. La subversión se abona cuando ocultamos verdades que están creciendo y reproduciéndose y reclaman, con justicia, pronta atención. La subversión se propicia cuando vamos cediendo la independencia de una cultura propia en aras de una cultura ajena, que nos ve y concibe en términos de mercado”. Han pasado 36 años, y su alocución profética –en la que también menciona la violencia y la transformación de los patrones de consumo– parece haber sido pronunciada ayer. En 1976 salió de su despacho para fundar lo que en la época se llamó famosamente “el Ministerio de Cultura en el exilio”, la productora cinematográfica Istmo Film, junto a los cineastas Antonio Yglesias y Óscar Castillo y los escritores Samuel Rovinski y Sergio Ramírez. Entre 1984 y 1992, en medio de la guerra centroamericana, EDUCA se constituyó en el cuartel de invierno de la literatura regional en el exilio –interior o exterior–, y el despacho de Carmen, en lo más parecido al paraíso para un escritor joven, viejo o perseguido. Allí, rodeado de torres de libros, pirámides de papeles por descifrar y café caliente las 24 horas, fui testigo de muchos milagros y de algunas resurrecciones. 2222
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El 13 de julio de 1984, Carmen debía clausurar el Simposio Internacional de Literatura, que se celebraba en Costa Rica, junto a las escritoras argentinas Luisa Mercedes Levinson –íntima amiga de Borges– y Luisa Valenzuela. No encontró otras palabras que volver a la palabra original: “¿Y por qué no nos ponemos a cantar?”, dijo. ¿Y por qué no? Espero que lo esté haciendo ahí donde esté ahora. Áncora, supl. de La Nación, San José, 8 de enero de 2012
LLAA VVIISSIITTAA AA CCAARRM MEEN NN NAARRAAN NJJO O EEuunniiccee SShhaaddee El pasado 4 de enero falleció la escritora Carmen Naranjo, un verdadero emblema de la literatura costarricense y gran amiga de Nicaragua. Como homenaje, reproducimos el fragmento de una crónica de Eunice Shade, en abril del 2007. Supongamos que meses atrás alguien lee “Mi guerrilla”, de Carmen Naranjo. Especialmente la parte tercera del poemario, el Mea Culpa. Alguien abre con respiros curiosos y lee: “Yo me acuso: /me acuso sin admitir defensa, /me acuso con tonos lacerantes, /incapaz de misticismos y látigos /me acuso en confesiones: /no puedo construir poesías, /fuerza y ritmo sólo están en los ríos... /Llamo fracaso a mi gloria, /a mi gloria llamo culpa /y a mi culpa llamo guerrilla...” Entonces alguien no puede evitar preguntarse quién es, cómo es, cómo ríe, cómo se enoja Carmen Naranjo. Alguien hipnotizado pasa por Costa Rica y piensa: quiero leer más de ella, quiero conocer, quiero conversar con Carmen, quiero verla de frente, palpar con la mirada cada uno de sus gestos, cada uno de sus movimientos. Así que aquella tarde de abril dos jóvenes nicaragüenses y escritores emprendieron la aventura de recorrer de extremo a extremo el valle central tico hasta subir camino a San Pedro de Poás y llegar a la casa de Carmen. Un sendero de eucaliptos fantásticos y gigantes nos condujo hasta la rústica casita de madera. Una casita de cuento de hadas perdida entre los árboles con una escritora esperándonos tras las ventanas. Esperándonos con café, chocolates y pan dulce. Lourdes, la nica leonesa que la cuida, fue nuestra guía hasta ella. La curiosidad, el estrechar las manos, el ritual introductorio del café y dos perritas echadas a los pies de Carmen. “Bienvenidos. Ellas son Gracia y Belleza”. Como es de esperarse, la emoción nos llena de cariño, saliva, pelos, rabito alegre. “Me llamo Rodrigo Peñalba”, le dice uno de los jóvenes. “Ese apellido me es familiar”, dice ella. “Imposible deshacerse de él o ignorarlo. Pero a diferencia de mi abuelo no soy pintor. Soy escritor, narrador, para ser precisos”. Luego ella me mira y me apresuro a responderle: “Yo soy alguien que quiere escucharla”. Y talvez le dije mi nombre o le di mi libro, no recuerdo bien esa parte. “Así que son de Nicaragua ¿eh?, yo quiero mucho a Nicaragua, especialmente a las escritoras. También fui discípula de Coronel Urtecho, quise mucho a María, yo amo a José Coronel Urtecho”. Coronel, el poeta granadino que escribiera en ciento treinta fragmentos el prólogo a “Mi guerrilla”: “Carmen Naranjo escribe desde toda ella... Las dos poetas de más aliento, de más alcance --no digo las mejores porque no creo que ningún poeta que lo sea realmente es mejor que otro-- son para mí Carmen Naranjo y Eunice Odio... Carmen Naranjo dice aún más de lo que dice por lo que no dice...” Pero volvamos a la casa de madera, al lugar mágico del que Carmen escribiera en uno de sus cuentos, al lugar “donde no existen las iglesias, ni los bancos, ni... aquí no hay nada de eso, aquí nada se vende”, nos dice mientras sorbe su taza de café. Carmen tiene 79 años. “Y sigo siendo la misma. Eso no se pierde”. Sigue siendo un puño cerrado y furioso con rabia de animal perseguido. “La nación costarricense es riquísima, pero el periódico es una porquería, por eso leo El País”, el cual está justo en la mesa, con los crucigramas completos de su letra. —Carmen, ¿puedo tomar uno de tus cigarrillos? 2233
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—Te regalo un paquete si quieres. —He notado que en Costa Rica es prohibido fumar en muchos lugares. —Cuando voy a uno de esos lugares me paro frente al rótulo que dice No Fumar, y fumo. Nos reímos todos. Incluyendo Lourdes, quien ha estado atenta a la conversación. Carmen fija su atención en ella, y nos dice: “Lourdes es nicaragüense. Yo sé cosas de la Revolución porque Lourdes me cuenta”. Y Lourdes nos cuenta su historia, su papel, su granito de arena a la Revolución de 1979 y nos pide discreción. Luego Carmen pregunta con interés: ¿Todavía existe culto a Carlos Amador? Rodrigo le responde: A Carlos Fonseca Amador. No tanto, o quizá no se note tanto como antes. Rodrigo le historia las facciones de la revolución, le cuenta episodios antes del golpe final. En sus ojos se pueden ver las armas en alto y los cánticos guerrilleros. Carmen le observa intrigada. “Pregunto porque yo lo tuve escondido en mi casa”, dice ella. A lo que sigue la “oh” de asombro en nuestros labios. “También recuerdo a Hope (Portocarrero). En esa época ella me ofreció ser asesora cultural, asesora para un plan cultural de la dictadura. Yo, por supuesto, le dije que no. No, porque en un país donde no hay libertad no puede haber plan cultural. Asimismo le dije”. Y en ese instante hace entrada triunfal una bola de pelos rempapada: “¡Belleza!”, exclama Carmen, y reímos nuevamente. “Por este lugar, un poco más allá (señala una de las ventanas), pasa el río Tambor. Es un río que a veces es clarito, clarito. A Belleza, mi perra, le encanta nadar en él. Nada en la poza de maravilla”. “Es que me encantan los perros”. Y reparamos en los perfiles caninos dentro de las retrateras de marco plateado. ¿Esa es Belleza? “No. Esa era Pecas. Les voy a contar una anécdota de Pecas. Una vez me tocaba estar en el Teatro Nacional y yo me traje a Pecas conmigo, pero el portero no quería dejarla entrar. Entonces yo le dije que Pecas era una actriz, que iba actuar esa noche. Me dejaron entrar con ella. A mí me tocaba decir unas palabras. El problema era cómo mantener a Pecas en el público. Fue divertido, porque cuando escuchó mi voz nadie pudo detenerla, se subió al escenario y Pecas actuó, a cada aplauso ella agachaba la cabeza y movía la cola. ¿Se imaginan? El Teatro Nacional es nuestra joya. Nunca antes había entrado un perro”. Sólo para efectos visuales del lector, Pecas era una distinguida cócker spaniel, igual que Belleza e igual que Flush, de Elizabeth Browning. Y la tarde se nos iba consumiendo en la cabaña. La conexión con los verdes infinitos de la naturaleza acechándonos mientras fumábamos y tomábamos café. Hablamos de cosas importantes, pero con tono sencillo, de Nicaragua, de Costa Rica, de los nicas en su país. Nuestra conversación fue espontánea, franca, porque no teníamos un plan, no teníamos una calculadora para formar palabras especiales y mucho menos interrogantes pretenciosas o de alarde literario. Le halo la camisa a Rodrigo. El sol está a punto de hundirse y nosotros tenemos que regresar al mundo real. La noche en San José nos aguarda. Carmen se ofrece a pagarnos un taxi, pero nuestro pudor se niega a la propuesta. Así que iniciamos la despedida. Ella nos obsequia un libro distinto a cada uno, a Rodrigo los cuentos, a mí la poesía. Nos apunta su dirección, nos dice: “No dejen de escribir”. Después de los abrazos, Lourdes nos conduce por el sendero de eucaliptos. Huele a fresco de menta. Una vez afuera cruzamos la carretera y Lourdes se ve al otro lado de la calle agitando su mano en señal de adiós, luego da marcha atrás, regresa al lado de Carmen. Rodrigo y yo nos reímos, intercambiamos impresiones y le tomo la promesa de ley que más adelante me va a prestar esos cuentos. Contamos los minutos. Por lo menos hora y media para llegar al epicentro cultural de donde veníamos. Así que con calma nos entregamos al clima de San Pedro de Poás, esperamos el bus hacia Alajuela y después a San José. Mientras tanto, leemos en silencio a Carmen Naranjo. Carmen Naranjo nació el 30 de enero de 1928 en Cartago, Costa Rica. Cursó la primaria en la Escuela República de Perú, la secundaria en el Colegio Superior de Señoritas y la licenciatura de Filología en la Universidad de Costa Rica. Realizó estudios de postgrado en México y en Iowa, Estados Unidos. Pionera de 2244
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la beligerancia femenina en la sociedad costarricense, emblemática de una época en ese sentido. Fue una intelectual dinámica, segura de sí, inteligente y discreta. Desde los años sesentas las novelas, relatos, poemas y ensayos de Carmen Naranjo invitan a la reflexión sobre la cotidianidad, a salir del marasmo a que nos puede someter el apurado trajín urbano, al encuentro frontal con la mediocridad. Fue una escritora prolífica y deja una obra sutil, renovadora y compleja. A su aporte literario hay que sumar una entusiasta trayectoria de promoción cultural, tanto desde cargos oficiales (diplomática, Ministra de Cultura, Directora del Museo de Arte Costarricense, asesora de la OEA), como en la calle, en conferencias y talleres literarios, y como artífice de proyectos editoriales. Además de haber obtenido premios internacionales, se le reconoció en Costa Rica con el Premio Magón (1986), el segundo para una mujer en su país. Algunas de sus más importantes obras son: En poesía: Canción de la ternura (1962), Misa a oscuras (1964), Hacia tu isla (1966), Mi guerrilla (1977), En esta tierra redonda y plana (2001) y Marina Jiménez de Bolandi: recordándola (2002). En narrativa: Los perros no ladraron (1966), Memorias de un hombre de palabra (1968), Diario de una multitud (1974) y Más allá del Parismina (2000). En ensayo: Cinco temas en busca de un pensador (1977), El caso 117.720 (1987) y En partes (1994). El Nuevo Diario, Nicaragua, www.elnuevodiario.com.ni/suplemento/nuevoamanecer/1508_la-visita-a-carmen-naranjo
EELL AAM MO ORR EERRRRAAN NTTEE:: PPOOEESSÍÍAA EESSCCOOGGIID DAA,, D DEE CCAARRM MEEN NN NAARRAAN NJJO O IInnééss TTrreejjooss Los conocedores del idioma afirman que los nombres y los apellidos que toman denominaciones de flores, plantas, árboles y animales, demuestran un origen judío sefardita. Carmen Naranjo quizás provenga de algunos de aquellos que hubieron de salir, por mandato de los reyes Católicos, en exilio a los países del Mediterráneo y aun a América, en busca de nuevos horizontes. Don Sebastián, padre de Carmen, vino de las islas Canarias. ¿Podría también haber algo de sefardita en esa familia que dichosamente plantó su simiente en Costa Rica? Su mismo nombre nos remite a los rincones líricos de Asia. El nombre “Carmen” proviene del árabe y significa “casa con huerto o jardín”; su apellido, “Naranjo”, árbol originario de Asia, fue importado a España por los árabes y ambos vocablos, “nárang” y “narang”, aparecen en los diccionarios árabes y persas. En Poesía escogida, algunos poemas son inéditos; otros, publicados en revistas o periódicos, y algunos, incluso, en poemarios editados en el extranjero o en libros que circularon poco en nuestro país. Esos poemas tienen gran valor histórico y sentimental y son muy válidos dentro de los momentos que vive nuestra América. De su libro Canción de la ternura se han escogido hermosos ejemplos de su quehacer lírico. Por esta antología transitan también figuras entrañables de su libro En esta tierra redonda y plana, y aparecen el eximio nicaragüense Rubén Darío, la poetisa hondureña Clementina Suárez, María Kautz (compañera del gran poeta nicaragüense José Coronel Urtecho) y la inefable artista costarricense Dinorah Bolandi. También está su autorretrato, que pinta despiadadamente lo que Carmen siente y piensa de sí misma. Más adelante viene “Compañeros”, respuesta que dio en 1976 a los empleados de la cultura que desfilaron hacia la Casa Presidencial solicitando a don Daniel Oduber rechazar la renuncia que Carmen, entonces Ministra de Cultura, había presentado. Su canto a los gitanos es una plegaria de amor a los errantes, maestros del engaño y la adulación, esos seres sin fronteras. Carmen cabalga, briosa, sobre la poesía de García Lorca (“La casada infiel”) para darnos “La dulce violencia”, en un juego moderno de abandonos y miradas amorosas. La poetisa rememora ternuras
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y evoca la seda de las caritas infantiles en “Un hombre, una mujer y un niño”. La musicalidad de esta poesía y la belleza de sus palabras trasuntan un dejo de hermandad. Su poema geográfico y sentimental “América” es siempre actual pues no estamos exentos de tropiezos, y la esperanza fallida o el huracán de codicia vuelven a encender en sangre y en dolor a la pobre América, tan bella y tan radiante, pero tan expuesta a injusticias. Carmen Naranjo nos habla de América, pero también de sí misma. Ella se encuentra en el vértice de esta tierra fecunda y a veces hostil, pero a la vez amante' América, donde el Sol sale para todos. Carmen se conduele también de nuestros vecinos, los que sufren la presencia de armas y botas militares que huellan las flores y los corazones. La ternura de Carmen Naranjo se refleja en los dos poemas que cierran esta antología y que provienen de ese libro precioso titulado Hacia tu isla, publicado en 1966, que recoge el sentir de una mujer que mira hacia el pasado y enarbola la presea que sus progenitores le pasaron. Con la literatura como un árbol de naranjo plantado en su interior, Carmen nació en 1928. A partir de la década de los años 50, junto con otros escritores, ella aparece con ensayos analíticos acerca del costarricense. Ha escrito cuentos, novelas, teatro y poesía, y ha recibido numerosos premios y distinciones en Costa Rica y en el exterior. Es Premio Nacional de Cultura Magón. Carmen Naranjo reside en Olo, una finca en Tambor de Alajuela, con sus fieles compañeras Gracia y Belleza, donde disfruta del clima, de los atardeceres, del afecto de amistades y familiares que la visitan, y continúa dando su aporte intelectual en la conducción de talleres literarios privados. Áncora, supl. de La Nación, San José, 9 de enero de 2011
testimonios BBÚÚSSQQUUEEDDAA IIN NAACCAABBAADDAA EEN N VVAARRIIOOSS M O V I M I E N T O S MOVIMIENTOS PPAATTRRIICCIIAA GGUUTTIIÉÉRRRREEZZ--O OTTEERRO O EEXXTTRRAAVVÍÍO O
BBUUSSCCAARRTTEE EELLJJAARRDDÍÍNN DDOONNDDEEEELL
árbol plantamos, comimos higos verdes contamos nubes y desciframos juegos de estrellas; ese jardín donde vimos girar el cielo en el olor del musgo y de la tierra seca. Los cuerpos florecían. Nuestro jardín, no es el mismo; lo extraviamos en un recodo con sus estrellas y sus higos.
A José Antonio Aspe
B BUUSSCCAARRTTEETTRRAASSLLOOSSLLIIBBRROOSS,,
tras la televisión, rastrearte por las calles de cielo bajo, perderte en el ondular de unas caderas. Buscarte en las rupturas, en la aridez de cada día, en el cuerpo sin vida de una madre. Y siempre tú, Dios inasible y aún con rostro que me persigue sin piedad y me busca en los libros, en la televisión, en la belleza y el desgranar de mi rosario. Soy todo tuyo.
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CCO ON NCCIIEEN NCCIIAA I
LLAAAARRDDIILLLLAAGGIIRRAA,,CCAAEEYY RREESSPPLLAANNDDEECCEE,,
III Hay razones del corazón que la razón no conoce. Blaise Pascal
oscura vida que sin alas vuela por perfecta confianza en su destreza. Perdido en el caudal de sus ensueños,
Rauda oscuridad usurpadora que me deja desnuda, sin asidero, recién nacida que un arcaico mundo espera.
en la orilla de sí, el hombre acecha el indicio sutil de una presencia, un cuchicheo, un guiño, una promesa que vuelvan habitable aún la ausencia.
En esta tiniebla tan poblada me quema el brillo de tu ausencia, luz, y mi negra retina se expande, amorosa, mas sólo la acogen los brazos negros de la noche y su voz inaudible que murmura:
La rápida centella de la bestia: se agazapa y tendiéndose se lanza, surca el aire, desprecia la certeza, volátil, el espacio hiende, pura dicha que exulta, alaba y ya se entrega. Los hombres, en la orilla de sí, tiemblan. II ¡Cómo aqueja el vacío las riberas cuando el río ya no llega y no besa las playas anegadas por su ausencia! Buscan los labios de las tercas olas el impetuoso cuerpo apasionado y lamen su recuerdo acariciando en aquel cauce su exigua huella. La soledad inagotable del mar es un lamento que a la noche preña. ¡Ah, razón razonante, que doblega el fluido correr y lo encapsula en metálicos tubos de cemento de dura rectitud bien orientada! ¿Y los dos cuerpos que anudó el deseo sin preguntar por qué ni para qué? Si el río se lamenta, muere el mar, aunque en temibles noches se subleva, memoria huracanada que arrodilla lo pequeño y le muestra su medida.
“¡Ámame!, en mí nadarás hasta la fuente. Soy bella, deja que acaricie tu piel desnuda. Azabache soy, mas hermosa, en mí aprenderás la cifra de la muerte y la vida”.
VVO ORRÁÁGGIIN NEE TTOODDOOEESSTTEEM MPPEESSTTAAD D,, TTO OD DO O GGRRIITTO O,, no lluvia incesante y lastimera; todo, potente fuego imperioso que arde, consume y no quema y arrebata el alma y la deja inerme.
Todo es pasión de una ausencia encendida en el centro del ser donde no hay nada, sólo vacío, hueco, abismo, oquedad que exige ser llenada y ansiosa solamente espera. Me sedujiste, noche, y me dejé seducir; negra soy ahora, como mi retina negra, como tu profunda realidad que nadie ve y que la luz esconde para que Moisés no tema. Presurosa oscuridad invasora, abrázame, pues, y llévame hasta el fondo, al lugar del torrente, de la caída, del vuelo inexplicable sobre un mar fosco. ¡Ah, negrura de marfil, luz de ébano, que negra yo, en ti me pierda!
¡Mira!, se eleva y juega un viento alado. 2277
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EEXXTTRRAAVVÍÍO O IIII ¿¿Q QUUIIÉÉNN EENNCCIIEENNDDEELLAASSLLUUCCEESS?? ¿Quién también las apaga? Cae la noche en la urbe, desciende y no se posa, murciélago nocturno que asustadizo huye. ¿Quién enciende las luces? El cielo rojo tiembla y en la bóveda irrumpe, de Babel, del orgullo, del terror, la criatura: bajo el neón de la lámpara Caín y Abel son uno. ¿Quién encendió las lámparas? ¿Quién ocultó tus Luces? Es oscura la noche; cómo calla el viento; los pájaros escuchan, esperan; los árboles respiran inaudibles. Es oscura la noche; la madrugada demora, teme rasgar el himen negro.
UUN NM MUURRM MUULLLLO O Como la cierva busca las fuentes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Salmo
CCOOM MO O TTUU PPEELLO O,, A ARRIIAADDNNAA,,DDEERRRRAAM MAAD DO O,, mis palabras se extienden en la bruma, inútil filamento que no logra llegar hasta el oído de mi amado, y son casi una queja, un murmullo, parecido al canto de las aves cuando en la primavera exultan y se buscan y en el canto del otro se complacen; 2288
pero mis versos tejen una trama, una red imperfecta de sonidos, una articulación ahora envejecida donde tu nombre es cascabel vacío.
CCRRIISSÁÁLLIID DAA EESSCCAAPPAARRAATTIIEERRRRAADDEENNAADDIIEE,, al lugar del cacto, de la arena, del reptil, de la piedra.
Enterrar la palabra en el centro, que se nutra de rocas, de mutismo, del vago rumor del fuego interno; que calle y escuche y se llene de vacío rotundo, redondo, de ausencia; que adelgace y se vuelva sutil, diáfana, pulida por los granos de arena, por el viento, que la absorba la sequía que purifica los corazones más recios. Que se quede oculta en un pozo austero hasta que le broten alas y dance desnuda frente al Fuego y se vuelva ígneo silencio. ***
CCAARRM MEEN NN NAARRAAN NJJO O IIM MPPEERRTTIIN NEEN NTTEE SSIIGGN NO O IIM MPPEERRTTIINNEENNTTEE SSIIGGNNO O del olvido las llaves dónde están la cita era antes no después y ese nombre en la punta de la lengua. Impertinente te acordás claro que sí y yo con persianas de dónde y cuándo. Impertinente símbolo de mejor apuntar y apunto destino
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sin saber por dónde que inmenso es el olvido.
D DEESSD DEE D DO ON ND DEEN NAACCEE LLAAVVO OZZ I
D DEESSDDEEDDOONNDDEENNAACCEELLAAVVOOZZ,,
la voz plena, sin ortografía ni sintaxis; la voz plena, sin los etcéteras de la impotencia; la voz plena, sin los énfasis angustiosos; la voz plena, desnuda de síes y noes; la voz plena, que sembramos sobre nuestras camas cuando somos un solo ser solitario y no cabría en el universo nuestra conciencia enorme de ser vivo y despierto. Desde esa voz y con esa voz quiero hablarte para siempre, simplemente hablarte. No puedo darle la novedad luminosa de los telones amanecientes. No puedo caer en los ríos para describir en piedra este taloneo de amargos afanes. No puedo quedarme en las cosas eternas porque tengo sangre, tengo pies, tengo adioses en el pelo y olvidos en los ojos. Hay dentro de mí un llamado de caminos. En cada paso que doy, voy dejando pañuelos mudos. A mi ausencia en tu ausencia, ¡qué inmenso himno de desconsuelo empiezo a recordar entre un ayer y un mañana (no vivido!; pretendo dejar algo de mi voz, esa voz plena que tú conoces cuando a orillas de la noche olvidamos la cadena de hormigas, las llaves que resbalan en los pavimentos, las hojas verdes que mueren a diario en las calles y en los archivos. Cuando frente a las estrellas juntos oponemos, desde distintas ramas, un desafío de ser brillante. Cuando sobre las camas, desfiguradas por el cansancio 2299
en nubes terrosas que peregrinan, todo lo vemos y lo sentimos con la agudeza de almas castradas, intoxicadas de una ternura sin puerta. Hermano, desde donde nace la voz plena, recíbeme con esta dádiva impotente. Y en la larga mudez de mi ausencia, recuerda el desvelo de mi lucha con la palabra. II Contra los párpados cerrados, ¡qué dulces sueños abren su retablo! Si pájaros fuéramos, si tuvieran alas nuestras tristezas y emigraran a la esperanza de una caricia! Si una vez apenas fuéramos un sueño: el sueño manso que anida el grito, el sueño tímido que el acomodo sacrifica. En los espejos mirando a lo eterno hay siempre muertos muriendo una muerte exigente, muriendo de sed de volver. ¿Los has mirado? En los párpados hay siempre sueños, que despiertan sobresaltados como el desvelo de gatos aullando en las tejas una noche negra sin tope de ángeles, que siguen empolvados en los ojos abiertos, que pretenden miopía de entraña profunda para seguir mirando las máquinas sin sueño, que se abren con hambre y pereza y aprisionan en cuartos lejanos y oscuros la voz plena, cautiva en la sangre, que vuelve a dormir su apetito de acariciar la punta de los árboles y de ser papelote con hilos de fiebre tierna en un cielo que no pregone misterio y angustia.
***
JJEERREEM MÍÍAASS M MAARRQ QUUIIN NEESS ((VViillllaahheerrm o s a , T a b a mosa, Tabassccoo,, 11996688)) Existen registros de la llegada Malcolm Lowry a Acapulco en 1936. El buque que lo trajo, el SS eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122
Pennsylvania, arribó al puerto a mediados de octubre de ese año. No pudo haber llegado el 30, como se ha dicho, pues el buque tenía marcadas sus salidas del puerto de origen los días 2, 16, 30 de octubre y 13 de noviembre, según un cartel de la época. Se hospedó en el Hotel El Mirador, junto a La Quebrada. Su estancia fue de dos semanas, según relató un antiguo trabajador de la hospedería. Se marchó en una flecha que abordó frente al muelle, pasando el Día de Muertos. Se dice que durante esos días bebió en una cantina llamada El Siete Mares, recorrió las playas, hizo anotaciones geológicas en unas hojas que dejó olvidadas y, por primera vez, bebió mezcal que le dieron los cazadores de moluscos en Pie de la Cuesta. Esto es lo que se dice, y a partir de aquí, reescribo esta ilusión. 20 DE OCTUBRE, 1936 En la cara oeste de La Quebrada había un grupo de ortoclasas semejantes a un puño roto. Guardé algunas muestras para examinarlas más tarde.
Me inclino sobre el agua con una vela encendida. Interrogo a mi padre que baila en el fulgor de las piras. Sus mejillas son muy suaves, su voz es esa playa donde me quedé esperándolo. Yo soy Malcolm, le digo. Tengo la cabeza envuelta en trapos, la sensación de que nadie me mira. Soy tu saliva con polvo negro, la caricia de tus dedos. Busco encima del humo mundos olvidados, vestigios de una chispa que brilló por instantes. Yo soy Malcolm, he aprendido a moverme como un salvaje dentro de mis vísceras. Soy esa planta trepadora que agrieta las ruinas, el momento de ilusión delante de las puertas. *** MISMO DÍA
Las que afloran en la ladera norte de este pico tienen una rotura recta del color de la carne; me recuerdan los muñones de los soldados heridos por esquirlas. A través de las fracturas rocosas, forman intrusiones tabulares donde la grama se sitúa oblicuamente. Ya casi no se oye el trepidar de las excavadoras; el sol v uela alto junto a un zopilote que hace nudos en el aire. Abajo, la bahía reposa igual que un chinchorro vacío.
YYOOM MEE LLLLAAM MO OM MAALLCCOOLLM M..
Es la primera vez que escucho mi nombre como si alguien me llamara. Tal vez voy a morir pronto. Tengo manos inservibles, nunca han servido para matar, aunque lo he deseado. Aún soy un crío que monta la cadera de mi madre lleno de terror. 3300
Cerré los ojos y vi la playa. De pronto tuve la sensación de estar ahogado. Un tipo hacía guardia frente a la entrada de un platanar, usaba gafas oscuras y hablaba dibujando las palabras. Entonces yo no sabía caminar, y mi madre me lanzaba besos desde su cama de hospital. Abrí los ojos; una silueta rosa pasó frente a mí; venía saliendo de un dibujo: “Te acuerdas de mañana”, me dijo, y se perdió en la pared. De nuestra sombra huía el tiburón ballena.
M MIIRROO LLAA VVIIDDAAEENN EELL BBLLAANNCCOO DDEE TTUUSSOOJJOOSSCCOOM MO O un cajón de juegos indefensos. Allá están las tachaduras en la pared, las calaveritas de dulce que me recuerdan la conciencia. La ropa que medita en los tendederos, las piedras que lastiman los pies. Ven conmigo, baja aquí conmigo.
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No hagas ruido, las mujeres de la casa duermen. El mundo esquiva nuestros pasos. Ven, cruza los horarios de la puerta. Yo soy Malcolm, ¿tú quién eres? *** ANOTACIÓN VESPERTINA Todo en Acapulco es espléndido. La bahía no es sino una cisterna agrietada que erosiona el viento. Siento como que los sueños desembarcaron aquí antes que nosotros. Todos eran náufragos como yo, gravemente enfermos.
TTEEPPAARRAASSEENN EELLM MUUEELLLLEE.. U UNN VVIIEEJJOOM MEETTEE SSUU cuchillo en las vértebras del pez vela. Sacas del pantalón un puñado de monedas que lanzas al agua, seguidas de niños renegridos que se sumergen lo mismo que pájaros hambrientos.
Tiovivos, bicicletas, cuchillos, todo gira. El día semeja una mariposa descomunal que entra a todas partes. La sirena del Pennsylvania extrae trozos de tu carne. Un ciempiés se abre camino entre las piedras de la playa, busca huesitos para morderlos. Tienes la sensación de ser un insecto atrapado en una botella. Observas el anuncio adherido a una
LLU UTTO O EEN N LLAASS LLEETTRRAASS:: FFAALLLLEECCEE EELL PPO OEETTAA YY EESSCCRRIITTO ORR D DAAN NIIEELL SSAAD DAA Unas horas después de que fuera anunciado como uno de los ganadores del Premio Nacional de Ciencias y Artes 2011, el escritor y poeta Daniel Sada Villarreal, de 58 años, falleció ayer viernes a las 23:00 horas debido a una enfermedad renal que padecía desde hace varios años como consecuencia de la diabetes. Sada no se enteró que fue galardonado, pues su esposa Adriana Jiménez decidió no darle la buena 3311
tabla desde hace treinta años: No se permite fijar anuncios. Buscando una cerveza entras al Siete Mares. Tratas de leer algo tatuado en los brazos del cantinero. En la mesa, alguien escribió tu nombre y el de Jan. Entiendes que Acapulco está hecho de siluetas y conversaciones viejísimas. Chocas con las sillas. En un rincón, las risas de las putas tachonan las paredes con capullos escarlatas. De la calle entra un rumor silbante, un cascabeleo de cabinas telefónicas, de carretas y camiones que empujan todo hacia un inevitable desastre personal. Miras las paredes y piensas que en cualquier momento tu mano puede caer muerta. En otra parte, alguien despierta perplejo después de muchos días, te observa como si acabara de contemplar la luna nueva. Como si todo fuera lo bastante real como para tomarse una cerveza, aunque el resto del mundo continúe en sombras. Acapulco Golden. México, Era-ICA-INBA-Conaculta, 2012, pp. 11-13.
zonas nueva por temor a que la sorpresa le causara algún impacto negativo en su salud. El escritor estaba internado en el Hospital Primero de Octubre del Issste, en la Ciudad de México, desde el miércoles pasado. Daniel Sada Villarreal nació en Mexicali, Baja California el 25 de febrero de 1953 y con su muerte deja una amplia y rica herencia literaria. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores en 1978 y sus tutores fueron Juan Rulfo y Salvador Elizondo. eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122
Era licenciado en Periodismo y Letras Hispánicas, además de que fue catedrático en la Universidad de Zacatecas y profesor en diversas instituciones universitarias. Autor de tres libros de poemas [Los lugares, 1997; El amor es cobrizo, 2005; Aquí, 2008], cinco de cuentos y nueve novelas, su obra Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, le mereció en 1999 ser considerado un renovador de la narrativa mexicana. Otros títulos de sus novelas son: Una de dos, La duración de los empeños simples, Luces artificiales y Casi nunca. De entre sus poemarios destaca Los lugares y El amor es cobrizo. Sada tenía fama de ser un escritor obsesivo y asiduo lector, además de apasionado del beisbol. Era también amante del buen comer y un hábil jugador de ajedrez. Hace unos meses apareció su novela A la vista, y su editor tiene ya en sus manos otra, lista para publicar: El lenguaje del juego. Apenas ayer la Secretaría de Educación Pública (SEP) dio a conocer los nombres de los ganadores del Premio Nacional de Ciencias y Artes, entre los que se encontraba Sada en el campo de Lingüística y Literatura junto con José Agustín [Ramírez Gómez]. Proceso, 19 de noviembre de 2011
M MU UEERREE EELL PPO OEETTAA YY EED DIITTO ORR N NIICCAAN NO ORR VVÉÉLLEEZZ M Maannuueell ddee llaa FFuueennttee
Detrás de un gran libro, disimulada pero atinadamente se esconden muchas personas y oficios, muchos corazones que se encargan de que las palabras del autor no caigan editorialmente en saco roto. Es un trabajo lento, minucioso, a menudo silencioso y que la gran asamblea de los lectores no 3322
siempre conoce, aunque el resultado de ese esfuerzo casi siempre titánico lo tenga entre las manos. Traductores, correctores, impresores ponen en negro sobre blanco lo que los ensayistas, los novelistas, los poetas, han dejado escapar de su imaginación. Pero alguien falta en este delicioso mecano de la literatura impresa, del libro que nos ayuda a caminar. Falta, sí, ya es hora de decirlo, el editor. El mariscal que tiene la visión de conjunto, el que decide, el que tiene mando en plaza literario, el estratega y también en el gourmet. Ellos crean las colecciones, ellos ordenan, revisan, recuerdan, desempolvan. Uno de esos hombres sin los que nos sería imposible escuchar el campanilleo de las palabras se nos ha ido. Se llamaba Nicanor y tras dejar su Medellín natal se instaló en España. Se llamaba Nicanor, se apellidaba Vélez, y desde 1997 dirigía la colección de poesía de la editorial Galaxia Gutenberg/Círculo de Letores, en la que a lo largo de estos años alumbraron los versos de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, José Ángel Valente, Gérard de Nerval, Jaime Gil de Biedma, Federico García Lorca, Octavio Paz, Pablo Neruda y Rubén Darío... Delicadísimo poeta también él, Nicanor nos deja tres preciosos poemarios La memoria del tacto, La luz que parpadea, y La vida que respira, el recientemente publicado en editorial Pre-Textos. Esa terrible enfermedad que todos conocemos y a la que todos tememos hasta el punto de no mencionarla quizá con el sueño de exorcizarla ha acabado con su vida a los 52 años de edad, de forma cruel y sibilina, sin que un solo momento Nicanor le volviera la cara y se defendiera de ella como un titán. Los que no teníamos la fortuna de la cercanía de su intimidad le conocíamos de manera profesional gracias a los encuentros, casi siempre desayunos, en el auditorio del Círculo de Lectores (Casa Ferreira, como solemos decir los colegas, por Lola, jefa de prensa de Galaxia, y el camarada Miguel Ángel), donde a menudo Vélez, de forma eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122
humilde y cercana, hacía de maestro de ceremonias en la presentación de los libros que en muchas ocasiones le debían a él media vida. Parecía serio, quizá demasiado, pero dramático es decirlo, ahora desgraciadamente lo sabemos, la procesión iba por dentro, muy adentro. Hasta siempre Nicanor, solo podemos quedarnos con tus versos que a estas horas estarán brincando por los cielos de tu Medellín: «Tus párpados se mueven y la vida / respira. / Algo de transparencia se consume. / El mundo / se refleja en tu piel / cuando el dolor es una herida, / por aquellos que azuzan / la avidez, la desidia y la ambición, / y olvidan ese cuerpo / otro. / Y es ahí, bajo el filtro / de toda transparencia, / donde se ve en el rostro ese dolor / de humana hembra. / A sí misma se crea la mujer / para engendrar al otro». ABC, 28 de diciembre de 2011
***
LLAASS PPU UEERRTTAASS EEN NTTRREEAABBIIEERRTTAASS AAnnddrreess N Neeuum maann Sobre los méritos del poeta sueco Premio Nobel Tomas Tranströmer. Su poesía prescinde del contexto, del énfasis y hasta de él mismo; o más bien casi prescinde, dice el autor.
prescinde del contexto, del énfasis y hasta de él mismo. O más bien casi prescinde, como matiza Carlos Pardo en el prólogo a El cielo a medio hacer, hermosa antología publicada por la editorial española Nórdica, y cuyo antecedente puede rastrearse en un volumen de la exquisita editorial venezolana bid & co. Ambas selecciones están nítidamente traducidas por su embajador en castellano, el poeta uruguayo Roberto Mascaró. Leo maravillado el poema “Elegía”, compuesto por tres puertas que van revelando escenarios con diferentes grados de luz: “Abro la primera puerta./ Es una gran habitación soleada./ Un camión pasa por la calle/ y hace vibrar la porcelana”. Ese súbito ruido exterior, ese atento temblor interior, ocurren al mismo tiempo. Y no necesitan (casi) del poeta, que ejerce apenas de bisagra o ventana entre ambos ámbitos. En Tranströmer, lo sensorial despierta la cuerda de la abstracción. “Abro la puerta número dos./ ¡Amigos! Vosotros bebisteis la oscuridad/ y os hicisteis visibles.” ¡Beber oscuridad para alcanzar la visibilidad! He ahí sintetizada toda una poética. Que busca dirigirse hacia una claridad final, pasando siempre por la penumbra. “Puerta número tres. Una estrecha habitación de hotel./ Vistas a un callejón./ Un farol que reluce en el asfalto./ El hermoso residuo de las experiencias.” Ver el mundo a la luz relativa de un farol: contemplar lo que sí y lo que no. En vez de registrar la anécdota, esperar a que se forme su huella, su vital residuo. La poesía nunca es tan evidente como para abrir una puerta de par en par, ni tan pretenciosa como para dejarla cerrada. Todo Tranströmer es un incesante homenaje al sentido de lo entreabierto. Eñe, supl. de Clarín, 2 de enero de 2012
*** Es costumbre, en poesía, que la complejidad se asocie a la retórica. Como si el claroscuro operase por acumulación. Entre los méritos del poeta sueco Tomas Tranströmer, a quien le han dado el Nobel a pesar de merecerlo, está su asombrosa capacidad para refutar ese prejuicio hermético. Tranströmer accede al misterio por eliminación. Su poesía 3333
LLAASS TTRRIIN NCCH HEERRAASS IIN NTTEELLEECCTTU UAALLEESS D DEE O OCCTTAAVVIIO O PPAAZZ YYaanneett AAgguuiillaarr SSoossaa El historiador John King y la poeta Malva Flores publican dos estudios sobre Plural y Vuelta, revistas
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creadas por el Nobel que tuvieron un impacto más allá de las fronteras mexicanas “El espíritu crítico. La convicción de que a partir de la literatura era posible crear otros mundos y criticar éste, fue un motor importante de ambas publicaciones”, dice la poeta y ensayista Malva Flores al reflexionar sobre Plural y Vuelta, las dos revistas que creó y animó el poeta Octavio Paz en los últimos 27 años de su vida. La pasión crítica del Premio Nobel de Literatura 1990 también es valorada por el historiador norteamericano John King, quien asegura que Plural, dirigida por Paz entre 1971 y 1976, fue “una revista abierta al mundo” que con los años se convirtió en el eje de la vida intelectual hispanoamericana. Los dos revistas emblemáticas animadas por Paz —quien también alentó antes Taller y El hijo pródigo— son el objeto de estudio de dos libros publicados por el Fondo de Cultura Económica (FCE) en su colección Vida y pensamiento de México, que están en la mesa de novedades de las librerías: Plural en la cultura literaria y política latinoamericana, de John King, y Viaje de vuelta. Estampas de una revista, de Malva Flores. Ambos autores y estudiosos de las dos revistas impulsadas por Paz entre 1971 y 1998 (año de su muerte), celebran que sus páginas fueron espacio de libertad e independencia y la pasión crítica que las alentó. Flores afirma que Plural y Vuelta fueron las dos últimas grandes revistas hispanoamericanas del siglo pasado. ¿Cómo medir su impacto? Basta ver su nómina de colaboradores, que supera el millar, de los cuales la gran mayoría fueron artistas e intelectuales de nuestra lengua. “Desde las revistas ellos establecieron una conversación y una reflexión constante sobre el arte, la historia y el devenir de los países latinoamericanos. Sus textos fueron también comentados y discutidos en prácticamente todo el continente. Un ejemplo de su impacto puede reflejarse, por ejemplo, en el hecho de que en distintos países fue prohibida la circulación de Vuelta por varias de las dictaduras latinoamericanas de su tiempo”, señala la poeta. La autora de Luz de la materia y El ocaso de los poetas intelectuales señala que Vuelta publicó más 3344
de 6 mil textos y más de mil poemas, y además que en esa revista convivieron hasta tres generaciones de escritores y un amplio número de sus colaboradores fueron jóvenes. “Creo que sería difícil imaginar el panorama intelectual y artístico de este país sin ellas. Durante un cuarto de siglo el debate sobre México (su arte, su historia, su política) fue central en sus páginas. El desarrollo de estas revistas está ligado íntimamente a la vida del país, a partir de una sistemática crítica al sistema político y una aspiración permanente: la democracia”, afirma Flores. También el historiador John King habla de la pluralidad en la revista Plural. Asegura que “a pesar de la falta de una tradición académica importante en México, Plural quizá es una revista de mayor alcance, más abierta y verdaderamente universal que sus homólogas metropolitanas”. Expresión de la cultura latinoamericana John King, quien realizó una larga investigación y documentación sobre el pensamiento político y la vida cultural de Paz, y quien conversó con él en varias ocasiones y pudo acceder a su archivo personal, asegura que Plural, desde su planeación, “pretendía expresar la cultura latinoamericana, además de proponerse como una fuente de información y crítica de la actividad literaria, artística y política en el mundo”. Incluso, King cita la carta que Paz le envío a Claude Lévi-Strauss, el 23 de julio de 1971, hablándole del proyecto de la revista. Dice Paz: “Vehículo de la literatura, el pensamiento y el arte a la vez que examen de la realidad contemporánea, Plural explorará también los puntos de encuentro entre la ciencia y la literatura, el arte y las ciencias humanas o sociales”. eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122
King, autor de Sur. Estudio de la revista literaria argentina y de su papel en el desarrollo de una cultura, 1931-1970, publicado también por el FCE, asegura en el libro que su investigación sobre Paz y Plural inició en 1968 porque quería “explorar la reacción de Paz ante los hechos ocurridos en Tlatelolco y sus consecuencias, que lo impulsaron a la creación de Plural tres años más tarde”. Malva Flores es enfática al hablar de las banderas que enarboló Octavio Paz a través de las páginas de esas dos revistas: “La pasión crítica, la independencia del intelectual, la certeza de que la tradición es un legado vivo, que la literatura hace visible el mundo y que los lectores no son ‘consumidores’, sino ciudadanos: los verdaderos interlocutores”. La poeta dice que otro asunto muy importante fue el hecho de que las revistas que Paz dirigió fueron publicaciones concebidas por él desde la participación de otros escritores, cuyas ideas podían divergir. “Paz fue el corazón de esas revistas, pero las revistas son también un cuerpo que construye una casa intelectual”. Flores habla de la vocación polémica de Paz, de su deseo de confrontar al otro y así reconocerlo, un asunto que, dice, ha sido comentado en muchas ocasiones. “Vargas Llosa dijo que Paz había sido un ‘formidable agitador intelectual’. Vuelta también lo fue. ‘Agitar’ las conciencias, mover las aguas estancadas, darle voz y espacio a la disidencia, propiciar la discusión, no es tarea sencilla y suele ser recompensada con linchamientos”. Pléyade de novelistas y poetas La apertura y la independencia fueron marcas que Paz dejó en las revistas que creó, primero en Excélsior (Plural, a invitación de Julio Scherer) y luego de manera independiente (Vuelta, entre 1976 y 1998). Flores dice que “la enorme curiosidad de Paz alentó también la existencia de dos revistas cuyos escritores ejercieron el derecho a la imaginación y la crítica. Otro aspecto que diferencia a las revistas de Paz del resto de las de su época es la importancia 3355
que tuvieron los poetas en ellas. No fueron sólo ‘revistas de poetas’, pero en ellas su papel fue determinante, también, como intelectuales”. King afirma que en cuanto a la crítica cultural, Plural recurrió a novelistas y poetas para que accedieran como críticos literarios o culturales, especialmente recurrió a los escritores latinoamericanos que fueron los mejores críticos de su propia obra y lo más importante: “Ayudaron a trazar un mapa determinando su posición y la de otros en el desarrollo de las letras nacionales y continentales”. Malva Flores afirma que Paz nos enseñó, mediante las revistas, que “el escritor no era el veleidoso arlequín de la nación o el mendigo de su burocracia, sino su crítico; que la poesía no era, tampoco, un adorno en la mesa de la cultura sino el alma de los pueblos, su memoria, y el antídoto contra el mercado. “Vuelta nos transmitió otro apunte esencial: era posible hacer una revista independiente, una empresa cultural en su sentido más generoso: la reunión de unos amigos que, sin menoscabo de sus divergencias, fueron capaces de reunir sus voces para animar una conversación inteligente”. John King cita a algunos de los primeros colaboradores de Plural: Claude Lévi-Strauss, John Cage, Noam Chomsky, Paul Goodman, Roman Jakobson, Henri Michaux, Dore Ashton, Harold Rosenberg, George Steiner, Roland Barthes, Michel Foucault, Pierre Klossowski, Charles Tomlinson y Juan Goytisolo. Esas revistas alentadas por Paz dieron cabida a escritores latinoamericanos como Severo Sarduy, Guillermo Cabrera Infante, José Bianco, Damián Bayón, Roberto Juarroz, Blanca Varela, Julio Ortega, Haroldo de Campos; también son revistas que impactaron, como pocas, el pensamiento cultural, político e intelectual de México e Hispanoamérica. El Universal, 28 de enero de 2012
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TTRRAABBAAJJOO IILLEEGGAALL,, D DEE Ó ÓSSCCAARR O OLLIIVVAA U N A R E F L E X I Ó N S O B R E L A F UNA REFLEXIÓN SOBRE LA FU UN NCCIIÓ ÓN N PPO OÉÉTTIICCAA Ó Óssccaarr W Woonngg Desde su irrupción en el ámbito de la literatura mexicana, en 1960, los cinco poetas integrados en el grupo denominado como “La espiga amotinada”, lograron consolidarse como artistas representativos de una corriente literaria –surgida de una fuente común como es la ira y la exacerbación–, gracias al poemario La espiga amotinada, editado por el Fondo de Cultura Económica en 1960. Un grupo que logró un elogio cálido del ya desaparecido Vicente Aleixandre, quien señaló que “una nueva generación se ha hecho presente, con personalidad propia en la lírica de ese país”[1]. Una pléyade de autores –Juan Bañuelos, Óscar Oliva, Eraclio Zepeda, Jaime Augusto Shelley y Jaime Labastida– que en su oportunidad intentó subvertir los manoseados cánones literarios y el estatismo dentro de la tradición poética mexicana de gran rigor, como señalara Miguel Donoso Pareja en 1979. En tanto grupo lograron lo que ninguno de sus integrantes pudo haber realizado desde la propia perspectiva personal: una actitud controvertible, ciertamente, donde el erotismo y la revolución, la angustia de una época se volcaron en manotazos de feroz alegría, espejos humeantes, himnos a la impaciencia, estados de sitio y compañías de combate; intentos líricos que transcenderían el realismo socialista, puesto que el ejercicio poético de estos autores era inherente al cambio de la sociedad; en este sentido el grupo se solidariza con la actitud de “Taller”, sobre todo en el deseo de trasformar –revolucionar, de hecho– al hombre y desde luego a la sociedad. Una posición inspirada, posiblemente, como respuesta a la actitud de la generación inmediata anterior, aunque de acuerdo con el juicio de Rogelio Carbajal, los poetas de La espiga amotinada se interesaron por una poesía con tema político, aunque no como consigna impuesta de forma externa[2] . 3366
Diferentes entre sí, los poetas de La espiga surgen como un grupo políticoliterario en una etapa crítica para el país, sobre todo si se recuerda la huelga ferrocarrilera del ´58, con Demetrio Vallejo a la cabeza y que hizo coincidir, políticamente, a José Revueltas con los poetas señalados; el movimiento magisterial, el asesinato de Rubén Jaramillo, etcétera. En este orden de ideas me permito citar una vez más a Carbajal, quien analiza la década de los 60: “bajo el axioma que reza ‘reprimir es gobernar’, sucesiva y simultáneamente son destruidos los intento de organización de los ferrocarrileros, los petroleros, los maestros normalistas, los electricistas, los telegrafistas. Se destierra la sola idea de pensar en una política de masas. Se refuerza el sistema de control vertical para con la masa obrera, vigente hasta hoy en día”. Carbajal continúa explicando: “En este estado de cosas surgen poetas como los de La espiga amotinada, Juan Bañuelos, Oscar Oliva, Jaime A. Shelley, Eraclio Zepeda y Jaime Labastida, a quienes desde entonces se les ha descrito como ‘socialistas’, ‘panfletarios’. Nada más opuesto a lo que sus textos nos permiten descubrir”. Observado desde la perspectiva del tiempo, el surgimiento de este grupo fue importante porque permitió exponer, líricamente, la voz de una denuncia y, sobre todo, las esperanzas de una generación atormentada por la impotencia, la cólera y, acaso, la frustración de no llegar hasta las consecuencias últimas, pese a la exacerbación que del oficio hicieron: la poesía al servicio de la acción, del cambio brusco, a saltos, como postulaba el marxismo revolucionario. Para confirmar lo anterior conviene resaltar las acciones políticosociales realizadas por estos escritores. Bañuelos y Oliva, durante el surgimiento del movimiento neozapatista, se manifestaron a favor de los alzados, en tanto que Zepeda, finalmente, optó por aceptar el cargo de Secretario de Gobierno durante la gubernatura de Robledo y Ruiz Ferro. Oliva también aceptó un empleo público en el gobierno de Pablo Salazar Mendiguchía. Lo anterior es demostrativo eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122
de que ética y estética confluyen en la vida y obra de estos escritores chiapanecos. A los 75 años. Óscar Oliva permanece en Chiapas, enfrentado a un padecimiento severo de salud, por eso se vuelve oportuno poner en la mira su función lírica, tan singular, renovada siempre. Irreverente y coloquial, la obra poética de Óscar Oliva va más allá de la vitalidad cotidiana (Cf. Poesía en movimiento, México, Siglo XXI, 1966: 60). Sus poemarios más recientes Escuchar el mundo (2000), Lienzos transparentes (2003) y Estratos (2011) lo confirman, puesto que busca un replanteamiento de su expresión. Sin embargo, a un poeta como Óscar Oliva es imposible marcarle límites, determinarle un cauce lírico, definirlo. No en estas líneas. Cuando mucho, luego de una lectura atenta de su obra “completa”, denominada Trabajo ilegal (1960-1982) [Editorial Katún, Méx., 1985, 328 pp.], se pueden detectar algunas situaciones, registros de su voz, matices. Y nada más, pues tal es la densidad de ese universo lírico al que la poesía de Oliva deviene de la zozobra cotidiana y que marcha abruptamente en un discurso pleno de libertad metafórica, es tanto como pretender encerrar su corriente emotiva en un río que, desde la razón heracliteana, no es el mismo. Cierto: el trabajo de Óscar Oliva (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, enero 5 de 1938), está marcado por algunas mojoneras que pretenden circunscribir sus intenciones, pero que de ninguna manera lo limitan. La voz desbocada (En La espiga amotinada, FCE, Méx., 1960), Áspera cicatriz (En Ocupación de la palabra, FCE, Méx., 1965) y Estado de sitio, (Premio Nacional de Poesía 1971, Edit. Joaquín Mortiz, Méx., 1972), se fusionan ahora para dar paso en una nueva relación poética –no de manera cronológica– a este poemario, Trabajo ilegal (19601982), que ahora comento. Siento que en este volumen hay mucha mayor “violencia organizada”, como refería Juan Bañuelos en esa declaración de principios de su obra inicial, que en la propia tarea lírica del citado Bañuelos. Y es que la iracundia verbal de Oliva da paso a la ternura, a las circunstancias sociopolíticas e históricas. Oliva es un cronista que describe recuerdos e invocaciones, pero también observa, muy de cerca, el propio oficio poético, lo cual me interesa destacar. Ya en La voz desbocada se palpa ese sentimiento que se 3377
desgarra en el afán de expresión y comunicación (y comunión si se quiere) con los seres y las cosas. Si Áspera cicatriz, en tanto libro independiente constituye el dialogar de los sentidos con los sucesos y acontecimientos sociales, como dije ya en otra oportunidad en el suplemento cultural que dirigía Luis Spota (V. “Oscar Oliva: un poeta que se avizora a sí mismo”, diciembre 14 de 1980), Estado de sitio es poesía volcada sobre el espacio literario. A pesar de su enorme contenido político y su intencionalidad amorosa, constituye una constante introversión sobre la problemática de la palabra, de su función y ejecución. Poemas reflexionados, indiqué. Poesía refleja que marcha a la par –en su propio corpus semántico– de su proyección y concreción. De esta manera en Estado de sitio, incorporado en forma temática a este Trabajo ilegal, la imagen se multiplica en su propio reflejo, frente a la realidad histórica. Erótico y sensual, Oliva vuelve una y otra vez a la posesión del lenguaje, donde la función expresiva y comunicadora cobra nuevo sentido al incorporar al poema el empleo de flechas, círculos y otros símbolos comunicativos, pictóricos y tipográficos. Su intencionalidad expresiva lo lleva a desembocar en el ritmo de la prosa, sacrificando muchas veces la imagen. El verso es largo, como versículos; de esta manera, su respiración se vuelve más densa. Las enumeraciones, por otra parte, son golpes, peñascos que caen y golpean con violencia. En su conjunto, Trabajo ilegal es demostrativo de lo anterior. Lo novedoso, aparte de agregar nuevos poemas, es la relación que adoptan sus libros anteriores, esfumados prácticamente en ese hermoso objeto que es este libro, diseñado por el pintor Rafael López Castro. Trabajo ilegal, independientemente de sus contenidos sociopolíticos, insisto, representa la reflexión sobre la función poética. Una poesía que se vuelve hacia sí misma, como el propio autor la advierte en el epílogo, que se consume y recomienza en un eterno derrumbarse para de nuevo volcar sobre la página. eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122
No es gratuito, en este sentido, ese epígrafe (“oye nacer el trueno del derrumbe”) con que abre sus páginas, tomado del tercer canto de la segunda parte de ese poema monumental, Muerte sin fin, de Gorostiza. El estruendo es total. Evolución e involución poéticas, a la que sigue el expirar y renacer de la palabra. “Oye nacer el trueno del derrumbe,/ óyelo arrastrarse del otro lado de la palabra,/ de aquella que no se ha escrito ni pronunciado,/ la que nos duele antes de pensarse,/ la que no tendremos jamás./ Oye mi nacimiento en esa palabra,/ óyeme sin piel tratando de hablar,/ golpeando los dientes desde adentro,/ abriendo las quijadas con un palo/ para caer de cabeza con un alarido/ a los pies de estas palabras maltratadas./ Tus manos reciben ese nacimiento./ Daremos esa luz que nadie ha dado”. ***
LLOOSS M MAALLD DIITTOOSS:: RRAAFFAAEELL JJO OSSÉÉ M MU UÑ ÑO OZZ,, PPO E T A , G U E R R I L L E R O , M E T A F Í S I C O OETA, GUERRILLERO, METAFÍSICO,, M MII PPAAD DRREE ((II)) BBoorriiss M Muuññoozz El siguiente texto forma parte del libro Los malditos, editado por Leila Guerriero, publicado por la Universidad Diego Portales de Chile y que estará en la Argentina en las próximas semanas. En Los Malditos, el argentino Alan Pauls escribió sobre el argentino Jorge Barón Biza; la chilena Alejandra Costamagna escribió sobre la chilena Teresa Wilms Montt; el peruano Daniel Titinger escribió sobre el peruano Martín Adán; el colombiano Andrés Felipe Solano escribió sobre Bernardo Arias Trujillo; el colombiano Juan Gabriel Vásquez escribió sobre el colombiano Porfirio Barba Jacob; el boliviano Edmundo Paz Soldán escribió sobre el boliviano Jaime Sáenz; la brasileña Graça Ramos escribió sobre el ¿brasileño? 3388
nacido en Polonia Samuel Rawet; la ecuatoriana Gabriela Alemán escribió sobre el ecuatoriano Pablo Palacio; el chileno Oscar Contardo escribió sobre el chileno Rodrigo Lira; el mexicano Rafael Lemus escribió sobre el mexicano Jorge Cuesta; el argentino Juan José Becerra escribió sobre el argentino Ignacio Anzoátegui; el chileno Rafael Gumucio escribió sobre el ¿cubano? nacido en Baltimore Calvert Casey; el venezolano Boris Muñoz escribió sobre el venezolano —y además su padre- Rafael José Muñoz; el chileno Roberto Merino escribió sobre el chileno Joaquín Edwards Bello; el peruano Marco Avilés escribió sobre el peruano César Moro; la argentina Mariana Enríquez escribió sobre la argentina Alejandra Pizarnik; el chileno Alberto Fuguet escribió sobre el uruguayo Gustavo Escanlar. El viernes anterior la vida seguía su curso. Al irme al colegio, me despedí con el ritual acostumbrado: “Bendición, papá”. “¡Dios me lo bendiga, catire buenmozo, carajo!”. Se estrujó los ojos antes de hacer a un lado Un nuevo modelo del Universo, un grueso tratado de metafísica del místico ruso P. D. Ouspensky, y sacó un billete de su cartera: “Aquí tienes 50 bolívares. Trata de que te alcancen hasta el lunes porque tu papá no ha podido ir al banco”. Después me abrazó dándome muchos besos en la mejilla, como siempre. Estaba sentado frente a la mesita del teléfono, en una silla mariposa con estampas de grandes flores, y seguía en piyama con la bata verde y los lentes oscuros de toda la vida. Cuando lo abracé dejó escapar un breve suspiro con un aroma a hígado alcohólico. Es un olor inconfundible, una mezcla acre de medicamentos y bilis. Entonces mi madre me llamó a la cocina. “Más tarde vienen a buscar a tu papá”. No quise comprender lo que me decía, así que fui otra vez a la sala y, antes de salir, lo abracé, estreché mi rostro contra su cara sin rasurar y pasé mi mano por su cabeza blanca. Aquella fue la última vez que lo vi vivo. Mientras caminaba hacia la parada del autobús pasó a mi lado la ambulancia de los bomberos que iba a buscarlo. Murió tres días más tarde, en el Hospital Clínico Universitario, ahogado por el agua acumulada en sus pulmones, luchando por liberarse de una camisa de fuerza. Tenía 53 años. Fue el 9 de noviembre de 1981, en Caracas. La noticia apareció eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122
desplegada en el vespertino El Mundo y, al día siguiente, en las primeras planas de los principales periódicos venezolanos: “Ha fallecido Rafael José Muñoz, poeta y dirigente político contra la dictadura”. Esa misma noche, por la capilla funeraria, pasó un desfile de amigos que contaban anécdotas de la resistencia clandestina, de la prisión y la guerrilla, para terminar lamentando la gran pérdida de “el poeta”. Así lo llamaba todo el mundo y yo estaba acostumbrado, aunque en aquel entonces no había leído una sola de sus páginas. Apenas tenía doce años y no sabía nada de la muerte. Me acerqué al ataúd y apoyé mi cara contra el cristal. Lo vi muy bien vestido, con un traje gris, una camisa blanca, una corbata oscura y la piel rojiza y fresca. Mi propósito era comunicarme telepáticamente, despertarlo con mis pensamientos, sacarlo del sueño profundo en que se encontraba. Esperé a que su respiración empañara el cristal, a que sus ojos se abrieran. Pero nada sucedió. El patio de la funeraria se llenó de coronas enviadas por familiares, políticos y artistas. Llegó el presidente de la cámara de diputados del Congreso Nacional y más tarde, cuando exhausto de tanto llorar me fui a dormir a una habitación de la funeraria, apareció el ex presidente Carlos Andrés Pérez, uno de sus grandes amigos, y en vez de darle el pésame a mi mamá se lo dio a mi tía, creyéndola la viuda. Cuando Carlos Andrés Pérez fue ministro del interior, poco menos de dos décadas antes, había hecho perseguir implacablemente a mi tía por guerrillera y, ya presidente, la había indultado por razones humanitarias. Al día siguiente apareció, algo desaliñado, el maestro Santamaría, quien en la escuela primaria había enseñado a mi padre las primeras rimas de Rubén Darío y rudimentos de versificación. “En los últimos tiempos, el poeta leía la Biblia y comentábamos sus pasajes por teléfono. Tenía gran conocimiento de ese relato, pero no creo que fuera creyente”, declaró Santamaría al periódico El Nacional. “Ahora es un Armagedón que navega en el mar”. Entre los amigos entrañables faltó al menos uno: José Agustín Catalá, antiguo mentor y editor con quien compartió la cárcel en los cincuenta, durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. “No quise ir al velorio del poeta –me dijo Catalá en 2009–. Estaba molesto con él porque 3399
destruyó su vida. Pero también conmigo por haberle conseguido el apartamento para que trabajara fuera de la casa en su ‘Homenaje a Neruda’. Fueron varios meses y durante ese tiempo, en realidad, usaba las horas de trabajo para beber sin parar hasta que acabó con su existencia”. Mi padre vivió bajo la sombra del alcohol casi toda su vida. Hizo lo que pudo para dejarlo, pero terminó vencido. Cuando yo era niño muchos de nuestros encuentros transcurrían en la barra o en alguna mesa del bar La Giralda, a una cuadra del céntrico bulevar de Sabana Grande, en Caracas. Era a principios de los setenta y las autoridades no le prestaban la menor atención a la presencia de niños en los bares. Recuerdo esa enorme casona como un sitio umbrío, pero no carente de atmósfera. Tras la barra solían estar Antonio o Manolo, los hermanos Gallardo, unos españoles republicanos que habían huido de Cuba cuando comenzaron las expropiaciones en los inicios de la revolución. Jamás le preguntaban qué iba a beber, sino que destapaban una cerveza muy fría y se la servían en una jarra congelada. A mí, en cambio, siempre me preguntaban. “¿Y qué quieres hoy?”. “Una Orange Crush”, respondía invariablemente, acomodándome en un taburete alto junto a mi padre para poder alcanzar el pitillo en la botella. Él abría su libreta y tomaba apuntes que después abandonaba, como éste, que llevé muchos años doblado en mi billetera: En los ojos del loro está el secreto del sol y de la formación del mundo sideral. — En la madera está todo. Contémplala. Allí encontrarás los misterios de la arquitectura y el secreto de las catedrales. — El universo lo hizo el hombre. Nadie osaría hablar de Cirio o del Alfa del Centauro si antes no hubiese estado consubstanciado con su ambiente. Todo lo que soy es lo que es el mundo.
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*** No estoy muy seguro de las causas que lo empujaron a beber desde muy joven, pero sí tengo alguna idea de dónde y cuándo descubrió el alcohol. “Cuando llegué a vivir a Puerto Píritu, al año siguiente que tu papá, él ya había comenzado a beber con Julián Saume, que era un muchacho encargado del bar” –me contó mi tío Alí Muñoz–. “Al cerrar, terminaban con todo lo que había quedado en las botellas y se emborrachaban a muerte mientras recogían y ordenaban”. “A los 14 años tu papá decidió ir de Guanape a Puerto Píritu a estudiar bachillerato, pues la escuela en Guanape sólo llegaba hasta la primaria”, me contó mi tío Tom López. Mi padre nació en Guanape un pequeño pueblo a 280 kilómetros de la capital venezolana, el 22 de mayo de 1928 y, por ser ése el día de Santa Rita de Casia, lo apodaron Rito. Era hijo ilegítimo de los tórridos amores de Agustín López, hacendado a quien llamaban el Kaiser, y Zoila Piedad Muñoz, hija del médico y farmacéutico de Guanape. Tom, en cambio, era hijo legítimo de don Agustín con Margarita Barrios. Aunque Rafael José era cinco años mayor que Tom, ambos pasaron parte de la infancia juntos en el pastoreo y el ordeño de la hacienda El Manzano. “Teníamos muy buena relación porque Rito era muy agradable. De los hermanos Muñoz, él era el único que se acercaba a nuestra casa, que era donde vivía don Agustín, e incluso llegó a mudarse con nosotros durante varios años. Trabajaba mucho y yo lo acompañaba a llevar las vacas”. Rafael José madrugaba para llevar leche fresca a la mesa, cortaba la leña para el fogón, daba de comer a las aves del corral, preparaba las alambradas, llevaba las vacas a los establos al caer la tarde. Era un peón más en las tierras de don Agustín. “Cuando mi papá veía un hombre trabajador se enamoraba de él. De ahí su relación especial con Rito. A pesar de la distancia que imponía el viejo, Rito lograba estar cerca del padre a través del trabajo”, decía Tom. Agustín López fue un hombre legendario en su región y bastante atípico para su época. Además de hacendado, llegó a ser jefe civil de Guanape, pero renunció al darse cuenta de que su carácter, poco 4400
conciliador, estaba reñido con el cargo. Tom lo recuerda como un hombre seco, calculador. Escogía a sus mujeres con cuidado, no sólo por su belleza física o su inteligencia, sino también por las tierras o propiedades que tuvieran en su haber. Piedad Muñoz, madre de cuatro de sus hijos, era la hija del doctor Pedro Celestino Muñoz, médico y gran autoridad del pueblo, y de él había heredado la única botica y la oficina de correos. Margarita Barrios de López, su esposa legítima, 30 años menor que él, era hija de un importante hacendado de la zona. En asuntos políticos, Agustín fue conservador casi toda su vida, pero también enemigo de la dictadura y el autoritarismo. En un viaje de negocios a Caracas asistió a un acto político que tuvo a Rómulo Betancourt como orador principal. Fascinado por las ideas del joven político –fundador de Acción Democrática y llamado, décadas más tarde, “el padre de la democracia venezolana”–, se hizo militante de su causa, dándole ánimos a través de extensas cartas y apoyo económico durante sus exilios. Cuando Agustín murió, Rómulo Betancourt le dedicó una de sus columnas en la primera plana del periódico. Desde entonces no ha dejado de especularse sobre el lazo que los unió. ¿Era el Kaiser de Guanape el padre biológico del hombre que llegaría a ser presidente en 1945? Sea como fuere, ambos tendrían una profunda influencia en la vida de mi padre, Rafael José Muñoz. En la infancia, Rafael José y su madre, Zoila Piedad Muñoz, fueron muy cercanos. Él era el primogénito de la mujer más independiente y culta del pueblo. Pero, cuando creció, la relación se hizo más distante y áspera, debido a la inquina sembrada por Agustín cuyo orgullo había quedado herido luego de que Piedad decidiera ponerle fin a ese romance que había dejado cuatro hijos y decenas de cartas de amor ardiente. “Cuando Rito tenía 10 u 11 años –recordaba Tom–, Piedad comenzó su relación con Serrano, el telegrafista, padre de Artajerjes, el menor de los Muñoz y también poeta. Estábamos don Agustín, Rito, Alí y yo en la esquina de la bodega de Tito. En la esquina opuesta, donde estaba el telégrafo, vimos a Piedad. Don Agustín entonces le dijo a Rito: ‘Allá está tu mamá pegada como una hiedra a la baranda del telegrafista’. Mi tío Alí Muñoz recuerda el mismo eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122
episodio, pero en su recuerdo las palabras de Agustín no guardan ninguna sutileza y en vez de decir ‘como una hiedra’, dice una ‘como una perra’”. El deterioro de la relación con su madre y el trato seco de Agustín animaron a Rafael José a buscar un horizonte más allá del paisaje de su infancia y mudarse al pueblo costero de Puerto Píritu. Decidió argumentar, para evitar discusiones, que quería seguir estudios de bachillerato, ya que en Guanape la escuela llegaba sólo hasta sexto de primaria. La tarde en que fue a buscar a su padre para contárselo, éste estaba en la barbería y, después de escucharlo, toda su respuesta fue: “Haga como mejor le parezca”. A partir de ese momento, la relación entre ambos se volvió monosilábica. Rafael José abandonó sin aspavientos la casa de los López. Sin embargo, en 1943, Agustín enfermó de cáncer en la garganta y, ya moribundo, tomó su caballo y atravesó la densa sabana por el camino de las recuas de mulas hasta el pueblo costero de Puerto Píritu, donde había mejor atención médica y donde estaba su hijo que, por entonces, tenía sólo 15 años. Rafael José cuidó a su padre durante muchos días, hasta que murió, asfixiado y en sus brazos, intentando decirle algo. De aquella tentativa de reconciliación nació, 20 años más tarde, la “Elegía a mi padre Agustín”, que cierra El círculo de los 3 soles, su segundo libro, publicado en 1969. Allí, Agustín no es una figura hosca y desaprensiva sino un padre brahmánico, con una estatura imponente y magnánima, como si la desazón experimentada en la infancia pudiera ser reparada por la imaginación. Elegía a mi padre Agustín (…) En fin, ha muerto padre Agustín, lo llora Baltazar, y los peones de la hacienda Manzano, y sus hijos. ¿Quién me regalará plumas de Cristofué, quién olerá raíces en la tarde, quién cogerá los nidos, quién se internará en el patio de las coitoras y llamará a los muertos, y levantará una lápida con un ladrillo que diga: Kroft, umugen de bornsnet, bertiken ats grubest, buitemb uonem para las rocas de Anchuría, sombrest para el delirio? (…).
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A los 16 años, Rafael José ya escribía poemas. “La pasión política y la pasión poética se manifestaron en tu papá desde muy joven –decía mi tío Tom–. La primera, le venía de don Agustín que como ferviente admirador de Rómulo Betancourt siempre debatía sobre los problemas políticos del país y era, además, un hombre muy atento al acontecer internacional. Nuestra casa era la única de Guanape donde había un afiche de la fuerza aérea británica durante la segunda guerra mundial. Papá seguía los acontecimientos cada día en la radio de un vecino. En la poesía, Rafael José comenzó escribiendo unas cartas de amor que eran la envidia de sus amigos, por lo efectivas. Sin ser muy apuesto, conseguía con las cartas la atención de las damas hermosas. Empezó a escribir sonetos eróticos que luego lo metieron en más de un problema. De hecho, no pudo terminar el bachillerato en el liceo Fermín Toro porque cuando le tocaba presentar exámenes de historia, en vez de contestar qué había caracterizado al Siglo de Pericles o como se había llevado a cabo la Independencia de España, se dedicaba a escribirle poemas eróticos a la profesora Eunice Gómez”. Poco después de la muerte de su padre, Rafael José decidió irse a Caracas. Abordó el vetusto vapor Trinidad que, en dos días de lenta navegación, lo llevó hasta el puerto de La Guaira. El viaje tuvo un incidente afortunado. El señor Álvarez era un extremeño de unos cincuenta años que había luchado en el bando republicano durante la guerra civil española. Allí había conocido a Miguel Hernández, de modo que al descubrir los ímpetus poéticos de Rafael José, Álvarez se puso a declamar poemas de Hernández, Machado y Lorca, ampliando el hasta entonces limitado repertorio poético de mi padre. Una vez en Caracas, y sin un centavo en el bolsillo, aceptó trabajar como facturador y cajero en el matadero de Agustín, su medio hermano mayor, que había prosperado en el negocio de los frigoríficos. A mediados de octubre de 1945, cuando tenía 17 años, la historia venezolana sufrió un quiebre radical. Un golpe cívico-militar derrocó al general Isaías Medina Angarita. El cabecilla del golpe era Rómulo Betancourt, ya por entonces líder de Acción Democrática, el partido que había fundado en 1941. Hizo un llamado a que los jóvenes eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122
se incorporaran a la fundación de la democracia, y de pronto todas las piezas del país parecieron encajar de forma nueva y deslumbrante. Rafael José había conseguido un puesto de maestro en una escuela de San Diego de los Altos, en las afueras, y ya por entonces la política empezó a convivir con la poesía. Por las noches iba a los cafés del centro a contagiarse del ánimo de renacimiento que reinaba en las tertulias universitarias donde se reinventaba el futuro. Por otra parte, escuchando a los poetas mayores como don Fernando Paz Castillo, y a otros más jóvenes pero ya consagrados como Vicente Gerbasi, sentía que la poesía era una pasión irrevocable. Descubrió que los surrealistas parisinos no lo conmovían tanto como el vitalista Neruda y el melancólico Vallejo. Había llegado a ellos a través del poeta y ensayista Juan Liscano, uno de los intelectuales más respetados del país, el primero en publicar sus poemas y notas críticas en la Revista Nacional de Cultura, quien lo alentó siempre a optar por la poesía y no por la política. Catorce años mayor, Juan Liscano no era sólo su amigo sino también, hasta cierto punto, su padre sustituto. Así lo demuestra la dedicatoria de El círculo de los 3 soles: “A Juan Liscano, amigo, maestro, padre”. *** La mañana del 24 de noviembre de 1948, la promesa de un país democrático saltó en pedazos. Rafael José tenía 20 años y se despertó aturdido por el ruido de los tanques mordiendo el asfalto mientras se desplazaban hacia el Palacio de Miraflores, muy cerca de su casa. Ese fue el fin de la presidencia de Rómulo Gallegos, el novelista de la legendaria Doña Bárbara, que había seguido en el mando a Rómulo Betancourt. Acción Democrática y el Partido Comunista de Venezuela fueron declarados ilegales y muchos de sus dirigentes forzados a marchar al exilio. Todo esto volcó a Rafael José a la lucha partidista. Ya era militante destacado de la juventud de Acción Democrática, pero se afincó aún más en su formación ideológica y desarrolló destrezas como organizador. Por esa misma época, la familia López se estableció en Caracas. Rafael José encontró, al mudarse con sus medio hermanos, el calor familiar 4422
que había perdido desde Guanape. Pasaba mucho tiempo escuchando tocar el piano a Titina, una de sus hermanas, a quien adoraba. La casa donde vivían quedaba en la parte más baja de La Pastora, justo detrás del Palacio de Miraflores. En el saloncito había un tocadiscos. Tom todavía recuerda que Rafael José era un gran melómano. “No le gustaba ir a conciertos pero le fascinaba la música. Nos sentábamos junto con Titina todos los domingos y escuchábamos la sinfonía Patética, que es la número 6 de Tchaikovsky, o la 5ta de Beethoven, que tanto le gustaba. Cuando no oíamos música, se encerraba muy temprano en la oficina del fondo con sus libros de poesía y una botella de ron. Todavía puedo oírlo recitar con enorme exaltación: “Desembarqué en Picasso a las seis de los días de otoño / recién el cielo anunciaba su desarrollo”. La poesía realmente lo tomaba, producía un rapto en él. “Soy feliz”, decía. La organización política comenzó a tomar cada vez más tiempo en su vida, pero su pulsión poética no entendía de dogmas y, cuando podía, se encerraba a escribir. Una tarde, a principios de 1952, se acercó a Vicente Gerbasi con un puñado de poemas. A Gerbasi lo asombró que alguien de 22 años hablara de la muerte aun en sus poemas amorosos. Ponderó sus sonetos, diciendo que estaban llenos de sonoridad y de “una fuerte luz oscura”, y lo alentó a ser original sin contemplaciones. Esa breve aprobación fue suficiente para que Rafael José se animara a reunirlos en su primer libro, Los pasos de la muerte (Ediciones de la Revista Hispana, 1953), cuyo prólogo firmó el propio Gerbasi. El libro es, en realidad, una desconcertante exploración de la muerte como presencia cotidiana, y está poblado de angustiosas visiones pero no exento de humor y parodia: Por aquí viene la muerte caminando con su pesada carga de cabellos Tiene un color de ojo de sardina su pelambre es de potro de carrera y su mirada, de nocturna máscara.
Pero, finalmente, se consagró a la política a tiempo completo. Decidió no abandonar el país y ayudó a Leonardo Ruiz Pineda, secretario general del partido en la clandestinidad, a reconstituir Acción Democrática. Un día de ese mismo año, a eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122
causa de que ya abusaba de la bebida, doña Margarita de López tomó una decisión amarga y le pidió que se fuera de la casa. Esa fue su salida definitiva del reino familiar. El desarraigo y la soledad se anclaron más profundo y nada lo consoló de la separación de sus hermanos: Titina, Celina, Tom. La dictadura de Marcos Pérez Jiménez estaba en el poder desde diciembre de 1952 y la situación de Rafael José se hizo precaria. A fines de 1952, Leonardo Ruiz Pineda había sido asesinado en una emboscada. Desde entonces, y en apenas tres años, Pérez Jiménez hizo eliminar a tres secretarios generales de Acción Democrática y a cientos de militantes, además de poner tras las rejas a sus dirigentes principales. Entre 1952 y 1958 Rafael José entró y salió de la cárcel no menos de una decena de veces. Cuando podía, escribía poemas que daba a sus amigos, para que los resguardaran en caso de que lo pusieran preso. De todos modos, en los allanamientos que practicaba la Seguridad Nacional en las residencias de estudiante donde vivía por entonces, se perdieron muchos manuscritos originales. Por esos mismos tiempos se acercó a los maestros metafísicos como George Gurdjieff, Piotr Ouspensky, Madame Blavatsky y Paul Burton, descubiertos gracias a la equipada biblioteca de temas esotéricos de Juan Liscano. En su doctrina del Cuarto Camino, Gurdjieff planteaba que la trascendencia era el resultado del desarrollo interior individual, de un conocimiento que podía llevar a la comprensión del lugar propio en el universo. Pero, de acuerdo con Gurdjieff, esa sabiduría sólo podía lograrse a partir de una cuidadosa exploración de la conciencia que llevara a la mente al límite. Esos pensamientos dejaron una huella permanente en su obra y en su manera de concebir su lugar en el mundo. Boris Muñoz es periodista venezolano, autor de tres libros, doctor en Literatura y Cultura Hispánicas por la Universidad de Rutgers, Estados Unidos y colaborador del puercoespín (más sobre él: www.hks.harvard.edu/cchrp/aboutus/fellows.php). www.elpuercoespin.com.ar/2011/12/22/losmalditos-rafael-jose-munoz-poeta-guerrillerometafisico-mi-padre-por-boriz-munoz/ 4433
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RRIIN ND DEEN NH HO OM MEEN NAAJJEE AA TTO OM MÁÁSS SSEEGGO OVVIIAA EEN B E L L A S A R T E S N BELLAS ARTES JJeessúúss A Alleejjoo
A los 84 años de edad partió Tomás Segovia. Ya pasaron dos meses de ese hecho, pero, como dijera su hijo, Rafael Segovia, para muchos de sus amigos, familiares y lectores, es muy poco tiempo para dejarlo ir del todo. Por eso su ausencia se hizo más que presente en el homenaje que se le rindió al poeta y narrador en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, un espacio que apenas si resultó suficiente para albergar a quienes encontraron en su poesía una forma de andar en el mundo. “El poema no es lo que está en la página, sino lo que ocurre entre la página y el lector”, le dijo alguna vez Tomás Segovia a José de la Colina, lo que refleja de mejor manera lo que sucedió al mediodía de ayer, en lo que fue una revisión de distintos intereses en el escritor de origen español, con especial interés en su poesía. “Era capaz de escribir su poesía como quien con ladrillos construye una casa; como quien siembra un árbol, como quien toma a otro poeta y lo hace suyo, y al mismo tiempo es leal a la identidad de ese poeta y nos lo da. Me parece que eso fue lo fundamental en él”, en palabras del colaborador de Milenio. En el acto, De la Colina, el más antiguo amigo de Tomás Segovia, hace más de 50 años establecieron su amistad, recordó algunos aspectos poco conocidos del poeta, como su pasión por los libros como objeto físico, su rechazo a ciertos conceptos eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122
de la modernidad y hasta la casa que construyó en Morelos. “Una de las cosas en las que él era muy resistente era en no ver a los poetas como ángeles y su artesanía tenía que ver con eso: tenía la concepción de que el poeta debía hacer con sus propias manos sus libros, pero no ve sólo al poeta como una criatura del aire, sino como un hombre que está en la tierra. Tiene otra frase que a mí me impresionó mucho, al hablar de la patria terrenal.” En la ceremonia, en la que se intercaló la lectura de poemas —a cargo de su hija, Ana Segovia Camelo, algunos de su autoría y otras del poeta homenajeado, incluso el inédito “Hasta el fin”—, Marco Antonio Campos definió a la poesía de Tomás Segovia como una lírica “del verano de las tardes soleadas, de los pájaros migratorios que viajan como si con ellos cantara el propio poeta”. Desde su perspectiva, en el personaje se comprueba una tesis de toda la poesía: lograr que la escritura le permita reconocer al autor cosas que ignoraba de sí mismo y de la poesía una especie de pieza musical cantada a solas. “En su vida retirada, Tomás Segovia no tuvo el anhelo de la vana riqueza ni el poder que degrada. Él sabía, como Albert Camus, que una vida dirigida a hacer dinero es una muerte”, a decir de Marco Antonio Campos. En presencia de familiares y amigos, entre ellos Héctor Orestes Aguilar, Luis Fernando Lara o Eduardo Vázquez Martín, el editor José María Espinasa, señaló que la obra del poeta de origen español hace posible algo imposible: “Desde las lindes, las playas, las orillas del mar o del acantilado, pero no desde las barreras como quien no se mancha, pues Tomás se manchó de todo, a veces de polémicas que no le correspondían”. De acuerdo con el director de Ediciones Sin Nombre, donde Segovia publicó 21 libros, el poeta busca siempre decirnos las cosas desde los lindes, como una escritura que siempre ocurre por primera vez. Dentro de los inéditos, Tomás Segovia dejó prácticamente terminada una novela, está una traducción de Víctor Hugo que trabajó en los últimos años, un extenso poema titulado Dios, y otro proyecto para editar entrevistas con Tomás publicadas en diferentes épocas y lugares. 4444
Tomás Segovia nació en Valencia, España, en 1927. Cuando aún era un adolescente llegó a México como parte de la comunidad española que emigró durante la dictadura franquista. Falleció el 7 de noviembre de 2011, a los 84 años de edad. Milenio Diario, 9 de enero de 2012
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SSEE IIN NTTEEGGRRAA EELL EESSCCRRIITTO ORR GGAABBRRIIEELL TTRRU UJJIILLLLO OM MU UÑ ÑO OZZ AA LLAA AACCAAD DEEM MIIAA M E X I C A N A D E L A L E N G U A MEXICANA DE LA LENGUA El escritor, poeta, narrador y actual docente de la Facultad de Ciencias Humanas, Gabriel Trujillo Muñoz, fue honrado por la Academia Mexicana de la Lengua al nombrarlo académico correspondiente a la ciudad de Mexicali. El comunicado emitido por dicha asociación señala que “de esta manera, la Academia Mexicana de la Lengua decide honrar a tan destacado escritor y se enriquece con la presencia en su seno de un poeta, narrador, ensayista, creador y promotor de las artes y la cultura, cuya presencia en pro de las letras en el noroeste de México ha sido constante.” Nacido el 21 de Julio de 1958, el profesor Trujillo Muñoz ha participado en la formación de numerosas generaciones de egresados de la Facultad de Ciencias Humanas; además de preparar y formar parte de varías antologías, ha incursionado en el periodismo cultural, ha producido y participado en programas de radio y televisión, y cuenta con 130 publicaciones propias, entre ellas novelas, poesías, ensayos, cuentos, relatos y compendios; su obra ha sido traducida al inglés, francés, alemán, japonés; y ha publicado en diferentes revistas de renombre internacional. Asimismo es socio fundador de la Asociación Mexicana de Ciencia Ficción y Fantasía. Su trabajo ha sido merecedor de diferentes reconocimientos como el Mérito académico 1994 por la UABC, el Premio internacional de poesía Pellicer-Frost en 1996, el binacional Excelencia eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122
Frontera 1998 por su trabajo en pro de la cultura y el arte fronterizo, otorgado por el Consejo de Bellas Artes de El Paso/Ciudad Juárez. Premio nacional Abigael Bohórquez de ensayo 1998 otorgado por el Centro Cultural Tijuana por su libro Testigos de cargo. Premio Nacional Colima para obra publicada 1999 por su novela Espantapájaros. Premios estatales de Literatura en 1990, 1992, 1994, 1996, 2000, 2002 y 2008, totalizando nueve premios en ensayo, periodismo cultural, poesía, novela y cuento. Premio regional de novela Vandalay 2005 por su novela La memoria de los muertos. Premio nacional de poesía por el ISC en Sonora en 2004 con su poemario Colindancias. Premio Internacional Altamirano de novela por la UAEM en 2005 por su novela Highclowd. Premio de narrativa histórica Pedro F. Pérez y Ramírez en 2006. Presea Mexicali por el Tecnológico de Mexicali por su trayectoria en el área de arte en 2009. Obra publicada Poemas (UABC, 1981); Rituales (UAM, 1982); Voces y canciones (UNAM-Punto de partida, 1982); Percepciones (UABC, 1983); Breverías (Larva, 1987); Moridero (UABC, 1987); Tres ensayos sobre el ensayo bajacaliforniano (UABC, 1988); La isla de los magos (SEBS-DAC-Gobierno del estado de Baja California, 1988); Rubén G. Benavides (UABC, 1988); Tras el espejismo (ICBC, 1989); Mexicali: Crónicas de infancia (UABC, 1990); Miriada (editorial Larva, 1991); Atisbos (UNAM, 1991); La ciencia ficción. Literatura y conocimiento (ICBC, 1991); A plena luz (Tierra adentro, 1992); De diversa ralea (Entrelíneas, 1993); Carlos Coronado Ortega (UABC, 1993); Laberinto. As time goes by (ICBC, 1993); Permanent Work (San Diego State University Press, 1993); Los signos de la arena. Literatura y frontera (UABC, 1994). Mezquite Road (editorial Planeta, 1995); Huellas incurables. Seis artistas mujeres del siglo XX (CONACULTA, 1995); Literatura bajacaliforniana siglo XX (editorial Larva, 1997); Alfanjes (UAM, 1997); Kitakaze. La comunidad japonesa en Baja California (editorial Larva, 1997); Conjurados (Sansores y Aljure, 1998); Los confines. Crónica de la ciencia ficción mexicana (editorial Vid, 1999); Baja California. 4455
Mitos y ritos cinematográficos (UABC-ABCDF, 1999); Mexicali: Crónicas de infancia (edición SEPRincones de lectura, 1999). Testigos de cargo. La literatura policiaca mexicana (CECUT, 2000); Diccionario biobibliográfico de escritores bajacalifornianos (IMAC, 2000); Orescu. La voz. Primer libro de la trilogía de Thundra (Times Editores, 2000); Orescu. La sangre. Segundo libro de la trilogía de Thundra (Times Editores, 2000); Orescu. La luz. Tercer libro de la trilogía de Thundra (Times Editores, 2000); El coyote multicolor (SEPUABC, cuento, 2000); Biografías del futuro. La ciencia ficción mexicana y sus autores (UABC, 2000); Mercaderes (Editorial Norma, Colombia, 2001). Rastrojo. Antología poética (UABC, 2001); El festín de los cuervos (Editorial Norma, Colombia, 2002); Entrecruzamientos: la cultura bajacaliforniana, autores y obras (Plaza y Valdés, 2002); Lengua franca. De Frankenstein a Harry Potter (Editorial Lumen, Argentina, 2002); Mitos y leyendas de Mexicali (editorial Larva, 2002); Mexicali centenario. Una historia comunitaria, (UABC, 2003); Trebejos (ICBC, 2003); Poemas traspapelados 1991-2001 (ICBC, 2003). Palabras sueltas (UABC, 2003); Mexicali: un siglo de vida artística y cultural, (FEBC, 2004); Mensajeros de Heliconia. Capítulos de las letras bajacalifornianas (UABC, 2004); Codicilo (editorial Eón, 2004); Bordertown (Universidad de Salta, Argentina, 2005); La cultura bajacaliforniana y otros ensayos afines (CECUT, 2005); Historia antigua de Baja California (ILCSA, 2005); Historia moderna de Baja California (ILCSA, 2005); Historia contemporánea de Baja California (ILCSA, 2005); La gran bonanza. Ciento cincuenta años de teatro en Baja California (Porrúa, 2006); Colindancias (ISC, 2006); Highclowd (UAEM, 2006); Il Banchetto dei Corvi (Feltrinelli, Italia, 2006); Tijuana blues (Unionsverlag, Suiza-Alemania, 2006); Mexicali City Blues (Bellacqua, España, 2007); Erinnerung an die toten (Unionsverlag, Suiza-Alemania, 2007); Mutaciones y mudanzas (FEBC, 2007). De los chamanes a los djs. Las artes musicales en Baja California (Plaza y Valdés-UABC, 2007); Visiones y espejismos. La sabiduría de las arenas (FORCA, 2007); La memoria de los muertos (Bellacqua, España, 2008); Las planicies del verano (UACM, 2008); Transfiguraciones (Jus, 2008); eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122
Loverboy (Les Allusifs, Francia, 2009); Mexicali City Blues (Les Allusifs, Francia, 2009); Tijuana City Blues (Les Allusifs, Francia, 2009); Nuevos mitos y leyendas de Mexicali (Caligráfica, 2009); Civilización (ICBC, 2009); Pasiones fronterizas. Dos mo(nu)mentos de la literatura bajacaliforniana (ICBC, 2009); La otra historia de Baja California (ICBC, 2009); El infierno en la tierra. El desierto Sonora-Baja California, sus hazañas y tragedias (UABC, 2009); La otra Baja California (EntrelíneaLibrería El Día, 2009); Aires del verano en el parabrisas (ICBC, 2009); Mezquite Road (Les allusifs, Francia, 2009); Escaramuzas. Ensayos y aforismos (Ediciones Fósforo, 2010); Trenes perdidos en la niebla (Jus, 2010); Los hombres salvajes de la bandera roja (ICBC, 2010); Gente de Frontera. Personajes memorables de Baja California (CECUT, 2010); Moriremos como soles (Random House Mondadori, 2011); Tan cerca de Hollywood (UABC, 2011); Paisajes con figura al centro. Poemas 1974-2010 (Juan Pablos-UABC, 2011). www.uabc.mx/noticias/julio11/Gabriel_Trujillo_Acad emia_Mexicana.htm
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““CCO ON N LLAA PPAALLAABBRRAA EESSEEN NCCIIAALL SSEE PPU E D E N E X P R E S A R M E UEDEN EXPRESAR MEJJO ORR CCIIEERRTTO OSS SSEEN NTTIIM MIIEEN NTTO OSS””:: JJEESSÚ ÚSS AALLO ON NSSO O BBU R G O S URGOS FFeerrnnaannddoo CCaabbaalllleerroo
Con Estrategias de la usura ganó a finales del año pasado el prestigioso premio San Juan de la Cruz, que incluye la edición del libro en Ediciones Rialp. Nacido en Palencia en 1952, Jesús Alonso Burgos se licenció en Derecho en Valladolid y ejerce como abogado en Manresa, aunque también es poeta y ensayista. También a finales de 2011 ha publicado Blade Runner. Lo que Deckard no sabía. ¿Con Estrategias de la usura se confirma su evolución hacia una poesía sencilla, alejada del culteranismo y experimentalismo inicial de su obra? Ciertamente, mis primeros libros de poesía buscaban más la experimentación, y también el efecto, pero con el paso de los años me he ido decantando por la sencillez formal. Creo que con la 4466
sencillez, con la palabra esencial, si se quiere, se pueden expresar mejor ciertas cosas, ciertos estados de ánimo, e incluso ciertos sentimientos, que era lo que yo quería con esta obra. ¿Qué lleva a un poeta a dar este giro a su obra? Excepto una pequeña antología de mi obra anterior, que publicó la Fundación Díaz Caneja, llevaba sin escribir ni publicar poesía más de quince años, en los que me he dedicado preferentemente al ensayo. Por tanto, no ha sido exactamente un giro, sino, en todo caso, un nuevo comienzo. Poesía automática Su poesía se ha hecho más íntima e interiorizada y más discursiva y reflexiva. ¿Cree que la poesía debe tener un mensaje claro y contundente? Creo que la poesía es más producto de la reflexión que de la inspiración. Desde luego, siempre hay, al menos en mi caso, una palabra o una voz inicial, pero sin una reflexión profunda sobre lo que te ha dictado esa voz inicial, solo puede haber poesía automática, casi siempre muy mala. Ahora bien, dicho esto, es evidente también que la poesía puede adoptar muchas formas y expresarse con voces muy distintas. Puede ser clara o hermética, contundente o no. El tiempo aparece en la obra con sus consecuencias. ¿Cómo asume usted el paso del tiempo? El paso del tiempo es demoledor y todo lo corroe. Su usura, y de ahí el título del libro, es lenta, pero eficaz. Es imposible sustraerse a ella. Pero, a fin de cuentas, así es la vida: un ir viviendo y un ir muriendo al mismo tiempo. En su poema “Grandes almacenes” evidencia las consecuencias devastadoras del paso del tiempo con la desaparición de elementos urbanos de una ciudad que formaban parte de la infancia del poeta. Al final, no queda nada que recuerde el pasado, ni su culpa. ¿Se puede ser culpable de este progreso?
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Ese poema hace referencia a vivencias personales mías muy dolorosas y trágicas, vivencias que transcurren en un determinado paisaje, tanto físico como moral. Ahora bien, a diferencia de otros poemas del libro, ese paisaje no tiene que ver con mi propia infancia, sino con la infancia de otra persona, cuyo recuerdo evoco a través de determinados elementos, o mejor lugares, de una concreta geografía urbana. Y sí, es cierto, al final no quedará nada de nosotros, ni siquiera el recuerdo, porque no quedará nadie que pueda evocarlo; ése es nuestro destino. Parte usted de referentes próximos al ser humano para llegar a un pensamiento esencialista. En algunos versos se percibe un cierto tono pesimista. ¿Está justificado este estado? No sé si está justificado. En cualquier caso, yo soy de natural pesimista, aunque, eso sí, un pesimista vitalista. “La estrategia del viaje” En 1980 publicó el libro La estrategia del viaje. ¿Tiene alguna relación con Estrategias de la usura? No, no tiene ninguna relación, ni temática ni en la forma. La estrategia del viaje es uno de esos libros muy culteranistas y experimentalistas de los que hablábamos antes. De hecho, es una obra en la que hoy no acabo de reconocerme del todo, y buena prueba de ello es que es el único de mis libros de poesía del que no incluí nada en esa antología a la que antes nos referíamos. La única relación entre ambas es la palabra “estrategia”. Tal vez sea una palabra que me guste. Este año ha publicado Blade Runner. Lo que Deckard no sabía. ¿Qué le interesa de esta película? Ese ensayo fue un encargo de la editorial Akal a raíz de la publicación, en otra editorial, de mi libro anterior, La familia del Dr. Frankenstein. Materiales para una historia del hombre artificial, que es mi ensayo más extenso y sólido. En Akal les gustó, y me propusieron hacer algo similar para la colección de
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cine. Y claro, ahí estaba Blade Runner, que es una película fascinante. ¿Aporta algo esta cinta a su trabajo poético discursivo? Son cosas distintas, aunque Blade Runner es una película de gran intensidad poética cuyo tema de fondo es, de alguna manera, el mismo que en Estrategias de la usura: el paso demoledor del tiempo y lo ineluctable de nuestro destino. ¿Llega a alguna conclusión sobre el comportamiento de seres fabricados a través de la ingeniería genética que narra la película? El tema de la inmortalidad, de la perfección física, del combate victorioso contra la muerte, etcétera, es un tema eterno. Mi ensayo, La familia del Dr. Frankenstein. Materiales para una historia del hombre artificial es un intento, no sé si logrado, de rastrear ese tema en los mitos, las religiones, la filosofía, la literatura y el arte. Y ya he dicho que el libro sobre Blade Runner viene a ser una continuación del anterior. Ciertamente, la ingeniería genética, las investigaciones en inteligencia artificial, la cirugía con biomateriales, las nuevas técnicas cognitivas, etcétera, están poniendo sobre la mesa, haciendo posibles, parcialmente al menos, viejos sueños de inmortalidad y perfección que los mitos y las religiones siempre habían vindicado. A este respecto, el futuro promete ser muy interesante. En todo caso, quiero creer que, sean cuales sean los logros, nadie llegará a negar, como en las peores distopías futuristas, como en Blade Runner, el parentesco biológico de los nuevos hombres perfectos de la ingeniería genética con el resto de los humanos nacidos del azar genético. Pero, la verdad, en esto tampoco soy optimista. Estoy de acuerdo con lo que dijo Peter Sloterdijk en la célebre conferencia de Elmau sobre el nuevo parque humano: ya es un mal presagio que en el pensamiento contemporáneo las voces del filósofo y el historiador estén siendo acalladas por las del biólogo y el genetista. Nietzsche ya nos advirtió de algo así. El Norte de Castilla, 9 de enero de 2012
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D DIIO OSS EEN N LLAA PPO OEESSÍÍAA EESSPPAAÑ ÑO OLLAA D DEELL SSIIGGLLO X X I O XXI JJuuaann CCaarrllooss R Rooddrríígguueezz
Ábside de nuestros labios Sin voluntad de crítica ni tan siquiera antológica, esta exégesis de lecturas trata de exponer, con más o menos continuidad entre los finales del siglo XX y la primera década del XXI, cómo el diálogo con Dios crece –y se multiplica– entre los poetas contemporáneos españoles. Es decir, constata la firme presencia de la poesía religiosa entre los jóvenes poetas de hoy, que aúnan calidad, fervor y tradición. “Dios desciende a poema y quiere ser ábside de nuestros labios”, que dice el verso de Pureza Canelo. Estas páginas –que tendrán su continuación en una segunda entrega coincidiendo con el período vacacional navideño– tratan de dar buena cuenta de ello. Está claro que el término poesía religiosa “no es uniforme, pues responde a actitudes disimiles”, como advertía Leopoldo de Luis (Córdoba, 1916Madrid, 2005) en su antología Poesía religiosa (Alfaguara, 1969), que recogía a los poetas españoles que la habían cultivado entre 1939 y 1964. Una simple enumeración permite distinguir numerosas vertientes: confesional, espiritual, humanística o sacra, que, a su vez, como hicieron en su Suma poética Miguel Herrero y José María Pemán, se podría compartimentar en bíblica, evangélica, eucarística, virgínea, hagiográfica y ascética-mística. Leopoldo de Luis afirmaba que “la poesía religiosa no puede tomarse solo como adoración. Tampoco, solo como virtud. También es duda, agonía; incluso negación. Y, desde luego, deseo de esperanza y ansia de justicia”. A su juicio, que es también el que nos interesa, hay dos clases, en líneas generales, de poesía religiosa: “La que responde a un sentimiento interior, existencial, y la que maneja asuntos 4488
relacionados con la manifestaciones externas”.
religión
en
sus
¿Poesía religiosa porque nombra a Dios? Del mismo modo que Ernestina de Champourcin (Vitoria, 1905-Madrid, 1999) en su antología Dios en la poesía actual (BAC, 1970) –que recorre desde el modernismo hasta 1968 en la poesía española e hispanoamericana–, nos preguntamos aquí: “¿Poesía religiosa porque se reduce a nombrar a Dios, a describir alguna piadosa ceremonia, a invocarlo por obligatoriedad devota? No se trata de eso. Pero tampoco, de ninguna manera, de eludir todo lo que sea únicamente poesía de amor divino, impulso desinteresado hacia la Perfección y la Belleza. Ni, sobre todo, de componer un florilegio de poetas contestatarios, como si hoy la única forma válida de invocar a Dios fuera protestando por algo”. La inconformidad, como a la misma Ernestina de Champourcin, nos ocupa –y preocupa–, claro está, porque ella misma configura una “característica esencial de nuestro tiempo”; pero también nos importa el sentimiento de lo sagrado, el temor hacia lo absoluto, la inquietud espiritual, la idea de eternidad y de esencia divina presente en los versos de algunos poetas no creyentes, escépticos o ateos. Sin embargo, sobre manera, hemos querido ofrecer un recorrido, a la fuerza sucinto y superficial, por la fe en la poesía española durante el joven siglo XXI, fe entendida, como en san Juan de la Cruz, como “hábito del alma, cierto y oscuro”, pero también como himno celebratorio, comunión, vindicación, asombro, presencia espiritual y diálogo constante en la vida cotidiana. Siempre consciente de aquello que escribió León Felipe: Nadie fue ayer, ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios por este mismo camino que yo voy; para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol… Y un camino virgen Dios.
Se ha hablado, erróneamente, de un “eclipse de Dios en la poesía española”; a partir, justamente, eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122
del último tercio del siglo XX, justo ahí donde Ernestina de Champourcin puso el colofón a la segunda edición de Dios en la poesía actual, en la Generación de la posguerra. Valoración que tiene más de desconocimiento que de atenta lectura, y que expone la verdadera necesidad de una crítica literaria atenta a la dimensión religiosa del hombre. Examinar la conducta del homo religiosus, como ya apuntó Mircea Eliade, supone contemplar el compromiso del hombre con lo absoluto. En cierto modo, ese es el poeta. Un hombre, una mujer, seducidos por la razón poética según la concebía María Zambrano, aquella que abarcaba de modo unitivo religión, filosofía y poesía, conexión que desarrolla en una de sus obras fundamentales: El hombre y lo divino. Pablo García Baena
El hombre es un animal religioso Esto no significa, como afirmaba Vicente Gaos de acuerdo con Aleixandre, que toda poesía sea religiosa, pero nacen del mismo germen: “¿Qué es poesía ‘religiosa’? –se pregunta Gaos–. En el fondo, toda. Porque, en el fondo, el hombre es un ‘animal religioso’, y la poesía es el máximo acto de trascendencia y de universalidad realizable por medio de la palabra […]”. Siguiendo a Jaime Siles, conviene afirmar para la poesía lo que Joan Sureda explica para el arte en su conjunto: “El arte religioso no es sagrado por ser arte, sino por ser doctrina: es decir, por transmitir conocimiento”. Siles llega a distinguir entre lo religioso —que es experiencia de Dios— y lo artístico, que es experiencia de lo sagrado. En cualquier caso, lo sagrado entabla un diálogo con lo religioso, ya sea en su alegría espiritual, su sentido de culpa, su lucha con el mal, su santidad, su oratoria o su invocación mística, formas todas de la poesía religiosa que se ha escrito –y se sigue 4499
escribiendo– en España, todas “declinaciones de Dios”, como el poema de José Luis Tejada incluido en la edición de su Poesía religiosa (Sevilla, Renacimiento, 2010), creyente y fundamentalmente sacra: Nominativo, Dios. El genitivo de Dios: Yo soy de Dios, la cosa es clara. Dativo, a, para Dios, yo nací para Dios y para su gloria escribo y vivo. Que me muevo hacia Dios, acusativo, si no fuera verdad no lo acusara y nadie, al saludarme, pronunciara ese “a Dios” que me torna transitivo. Vocativo, yo llamo a Dios a voces, con la boca: ¡Oh mi Dios! ¿No me conoces, si tengo ya tus casos declinados? Y ablativo, que tanto te hablo y nombro, cabe, con, por, tras ti, sobre tu hombro, y aun contra ti, por mor de mis pecados.
El siglo XX Aquí no se pretende ofrecer un panorama completo de la literatura de tema religioso en España, “tema en realidad inagotable” —como escribió Champourcin—, aunque se fije el punto de partida en la Generación de los 70, contexto mínimamente necesario para comprender hacia dónde va la poesía de Dios hoy. Para antes, estimamos aún vigente la tarea de Leopoldo de Luis y Ernestina de Champourcin, valiosa en la medida en que, aún hoy, para muchos lectores supondrá un valioso descubrimiento. Más actual es una interesantísima antología de poesía religiosa latinoamericana, El salmo fugitivo (Terrassa, CLIE, 2009), de Leopoldo CervantesOrtiz. Digamos ya que es incierto que el “sentimiento religioso” haya estado ausente, como ciertos antólogos repiten, de la poesía española eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122
desde la Generación del 50. No son los poetas, es la crítica la que ha querido mirar para otro lado. Ni José Luis Tejada, ni Manuel Mantero o Alfonso Canales —todos presentes en la antología de Champourcin— dejaron de exaltar o de interpelar a Dios. De muy diferente signo, más imbricada en una “sacralidad de la mirada”, son un gran número de poemas de Claudio Rodríguez, Jaime Gil de Biedma, Francisco Brines y José Ángel Valente, todos de gran proselitismo entre los nuevos poetas. Siles sostiene que “la relación que estos poetas tienen con lo sagrado puede ser vista como una forma de religiosidad”. Más evidente fue la honda vis religiosa del Grupo Cántico, con poetas muy personales y distintos, sin ser todos creyentes: Ricardo Molina, Juan Bernier, Mario López, Julio Aumente o Pablo García Baena. “Arca de lágrimas”, presente en su antología Recogimiento (Ayuntamiento de Málaga, 2001) es un buen ejemplo de la especial poesía religiosa tan característica de García Baena, poeta de deslumbrante armadura verbal, que penetra en el rito mariano de un Jueves Santo y culmina proclamando: Señora que camináis al atardecer tras el cadáver rígido sobre el frío de la losa, sobre la terca ceguera de los hombres marcados como el rebaño con la señal del matadero, Señora que volvéis los ojos/ en la fatiga de la compasión –velan aún, confusos, los tambores–, ayúdanos, Altísima.
Pliego íntegro, en el nº 2 762 de Vida Nueva. www.vidanueva.es/2011/07/15/dios-en-la-poesiaespanola-del-siglo-xxi-abside-de-nuestros-labios/
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Aunque "es un premio de toda justicia", señala la hija de Violeta que compartió con el antipoeta en su casa en Las Cruces. El celebró en familia, y pidió tangos de Gardel. La cantante, que será jurado del 5500
Festival de Olmué, afirma que su madre "no necesita ninguna película". Y añade: "La Violeta le da de comer a mucha gente". "No doy muchas entrevistas", anuncia de entrada Isabel Parra (72), hija de la gran Violeta y cantautora de vasta trayectoria. Pero ésta es una excepción: habló con soltura a propósito de su participación como jurado en el próximo Festival del Huaso de Olmué -que se realizará entre el 20 y el 22 de enero- y de su familia, por supuesto. Isabel acaba de pasar el Año Nuevo con su tío Nicanor, quien celebró con los suyos en Las Cruces, donde declaró que ansiaba escuchar tangos de Gardel y visitar Buenos Aires. "La Violeta era bastante genial y el tío Nicanor también. Ellos son de otra generación, fuera de serie. Me pasé unas horas del Año Nuevo con el tío Nicanor y juro que fue la mejor manera de empezar el año. Estar con él en Las Cruces fue realmente estimulante. Esos hermanos eran extraordinarios. Él tiene 97 años y parece que tuviera 20. Está muy lúcido y divertido. Estoy agradecida de tener a este tío instalado en ese lugar bello y sencillo", señala. Y recalca: "Sobre el premio, el tío Nicanor no está ni ahí. ¡No lo necesita! Toda la vida ha estado creando y trabajando intensamente, así que creo que es un premio de toda justicia. Pero al tío no le ha cambiado ni una cana de su cabeza por eso. Mucho habló del tío Roberto y de los tangos. Dijo que prefería ir a La Boca que hacer otros viajes". "No me convence ni esa película ni ninguna otra" La frase "El año de Violeta Parra" sobreabundó durante el 2011: coincidió el estreno del filme "Violeta se fue a los cielos", de Andrés Wood, y se llevó a cabo un concierto especial con músicos famosos de la escena local. ¿Habrá llegado tarde el reconocimiento a Violeta? "La Violeta se mueve sola y no necesita ninguna película. Ahora, cuando eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122
le gente dice 'éste es el año de la Violeta', no lo entiendo. ¿Qué es eso? ¡Todos son los años de la Violeta! Y van a ir in crescendo, pero no porque alguien se iluminó o porque se escribieron algunos artículos. Todo eso, por un lado, me da pica y, por otro, me da risa. Más risa que pica. En buena hora se están preocupando de la Violeta. ¿Sus canciones son más buenas, ahora, que se puso de moda?", advierte irónica, Isabel. ¿Ud. vio la película? Sí, la vi. Dijimos que no íbamos a hablar de ese tema, porque creo que seguir dándole vuelta a la cuestión no tiene sentido. A uno las cosas le gustan o no. Yo adoro el cine; me he pasado toda la vida viendo muchas películas. Es muy difícil entrar en un análisis de una mujer que llevo viva en mi alma. A mí no me convence ni esa película ni ninguna otra. ¿Cómo ha sido dimensionar el "boom de los Parra"? Además de la película de Violeta, Nicanor ganó el premio Cervantes y se publicarán 70 cuecas inéditas y una biografía del tío Roberto Las cosas llegan con el tiempo. El tío Roberto merece ese libro y es bueno que su viuda se haya dedicado a recopilar papeles. No creo para nada en los clanes, porque algunas personas han sido más o menos talentosas y han dejado una huella. Imagínate una familia de puros genios... ¡Dios nos libre de aquello! "Tradicionalmente, los festivales folclóricos hacen huir a las personas" El Festival de Olmué recibirá a los trovadores Pablo Milanés y León Gieco, además de Manuel García, Los Jaivas y Yuri, entre otros. Isabel también cantará el primer día. La competencia de este año será especial: solistas y bandas nacionales, como La Guacha, Jorge Coulon de Inti-Illimani, Natalia Contesse, Los Miserables y Miguel Barriga, de Sexual Democracia, interpretarán reversiones de canciones de Violeta Parra. "Es un festival que se ha ido agrandando y eso es bueno para la gente. Hay diferentes estilos: medio rockeros, medio folclóricos. Es muy atractivo porque, tradicionalmente, los festivales folclóricos hacen huir a las personas. Eso ocurre 5511
porque, quizás, somos poco entretenidos los chilenos. Y vestidos de huasos somos peores, sobre todo para los jóvenes que ven un huaso y salen arrancando (se ríe)", apunta Isabel. ¿Cómo se puede evaluar cuando se trata de su madre? Cuando se trata de mi madre soy bien exigente, porque la tengo como punto de referencia. Tengo una escuela rigurosa en un sentido artístico, no en un sentido disciplinario. La Violeta Parra era una artista de primerísima categoría, entonces no es llegar y decir "voy a cantar a la Violeta". La Violeta es muy manoseada y es muy maltratada también... con mucha frivolidad, ligereza y apuro. Tengo mucha experiencia en saber cómo las personas se acercan a la Violeta Parra y qué es lo que andan buscando: plata, connotación o protagonismo. Todas esas preguntas una se las puede hacer porque los artistas son públicos. La Violeta le da de comer a mucha gente y eso, a veces, no es malo, sobre todo a quienes tienen necesidades. Cuando le da de comer a quienes tienen abundante mesa, es horrible. Así que todas esas cosas se las diré al jurado (se ríe). ¿Cree que el método adecuado para acercarla a los jóvenes es a través del rock o el pop? No, yo creo que ese argumento lo aplica mucho la gente. "Nosotros queremos acercar a la Violeta Parra a los jóvenes". ¡Ésas son puras pamplinas! La Violeta Parra se acerca sola a la gente, ¡sola!, no necesita intermediarios. La Violeta no necesita que la promuevan. Creo, honestamente, que ella se promueve sola. No podemos dejar de aplaudir que un programa televisivo se preocupe de la Violeta, porque nuestra TV... mejor no entremos en ese tema. Son logros que la Violeta consigue con el peso de su obra. Cuecas para Gustavo Cerati El año pasado, Isabel reeditó tres discos con el sello Oveja Negra: Poemas, Alas inmediatas y Ni toda la Tierra entera. "Esos son una tercera parte de los discos que he grabado. El rescate de ese material me tiene contenta. He tratado que mis discos sean diferentes unos con otros, que tengan una gotita de originalidad. También tengo ganas de hacer otro disco", comenta. Y, luego, lanza una noticia inesperada: "Estoy escribiendo cuecas para eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122
Gustavo Cerati. Cuecas que nunca serán cantadas ni musicalizadas. Mis cuecas son femeninas, delicadas y son una forma de devolver todo lo que nos dio Cerati. Nosotros hemos seguido su carrera como si fuera parte de nuestra familia. Soy una fan de su música. No estoy haciendo cuecas para hacer un disco homenaje a Cerati, por favor". El año pasado se trabajó en un disco tributo a Cerati... Los discos tributo son una lata, son lo más superficial que hay y el que menos se beneficia es el tributado. A mí no me entusiasman. Ya la palabra tributo la encuentro muy cargante. ¿Y qué le pareció que su sobrina, Javiera Parra, hiciera uno en homenaje a Violeta? A mí me parece bien porque la Javiera lleva años luchando para ganarse un Fondart, para conseguir ayuda, entonces creo que ella tenía ganas verdaderas de hacer un disco con canciones de su abuela en su estilo, pero no ha sido fácil. Me escribió el jueves y me dijo que el disco ya está masterizado y que me mandará una copia. La apoyé lo más que pude. Hay momentos en la vida de una persona en que les hace bien cantar a la Violeta. Es un paso gigante en la carrera de una mujer. Creo que la Javiera está en el momento perfecto para cantarle a su abuela. ¿Qué opina de la actual música chilena? ¿Se han olvidado las raíces folclóricas? Yo soy bien escuchadora de los otros, y soy crítica. Creo que, en este momento, tenemos la música que nos merecemos. ¿Por qué los cabros recurren a la Violeta? Sus canciones no pasan de moda. No me gusta cuando la gente es muy facilista. En este país de copiones, nos estamos mereciendo la música que tenemos. ¡Y ya no despotrico más porque, si no, me sacarán del jurado! (se ríe). La Segunda, Chile, 9 de enero de 2012
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Quienes lo conocieron a fondo y sobre todo estudiaron su obra, coinciden en que deja un gran legado, fue Pano, Panito. Así era más conocido el 5522
poeta tabasqueño Ciprián Cabrera Jasso que ayer domingo por la mañana falleció pero deja para la posteridad una obra volcánica, de la que apenas se conoce la mitad, y que será de ahora en adelante su presencia permanente. Por la mañana la noticia sorprendía desde todos los ámbitos sociales: por celular, por las redes sociales, en los cafés la noticia recorría la ciudad con pesadumbre. Quienes lo conocieron a fondo y sobre todo estudiaron su obra coinciden en que deja un gran legado, fue un hombre que vivía la literatura de pies a cabeza. “Su presencia entre nosotros se puede considerar en al menos tres vertientes: el poeta, el amigo y el lector. Y en todos esos ámbitos calificó como sobresaliente”, comentó desde Comalcalco su amigo y poeta Francisco Magaña. Mientras que en Villahermosa, el crítico literario y poeta Miguel Ángel Ruiz Magdónel comentaría en sus oficinas del Instituto Juárez que el maestro Pano construyó una obra disciplinada desde que inició su primer libro Trilogía de sombras que dio a conocer en 1985. “Tan sólo de su obra poética conocemos tres tomos que juntos suman mil páginas, pero hace un mes me hizo llegar por correo siete tomos inéditos, del mismo tamaño que los anteriores. Es una obra inmensa”. El poeta Fernando Nieto Cadena, un autor con el que Cabrera Jasso mantenía una relación de lecturas, afectos y admiraciones mutuas, señalaría: Es un trago amargo. Duele, claro que duele su partida pero ahí está su obra y por eso puedo decir que no nos abandonó. “De Pano yo destaco al poeta, al hombre que era un poeta de la cabeza a los pies y que como tal, quizá no se dio cuenta precisamente porque vivía en la literatura, despertó una secreta envidia, ya que era el autor más publicado. Pero sobre todo destacó al poeta prolífico, gran lector y buen amigo que no se dejó llevar por la mundanidad y los oropeles de la vida social”. eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122
Son algunas voces de la comunidad literaria local que ayer domingo, junto a familiares, amigos, escritores y lectores lamentaban profundamente la muerte del poeta tabasqueño Ciprian Cabrera Jasso que falleció,a la edad de 61 años, alrededor de las 8 de la mañana de ayer domingo 11 de marzo de 2012 en Villahermosa, Tabasco. Ante el suceso que tomó de por sorpresa a todos pues no se sabía que el autor de “Trilogía de sombras” tuviese problema alguno de salud, muchos prefirieron callar, otras platicar entre amigos, y algunos pocos, comentar sobre su pesar. Fernando Nieto señala que como toda muerte de un ser humano con el cual tenía amistad, coincidencias y hasta desacuerdos en aspectos relacionados con la literatura, lo acepta como una gran pérdida. “Es una gran pérdida porque es uno de los pocos autores tabasqueños contemporáneos que dedicó totalmente su vida a la literatura, no sólo por el relumbrón de estar publicando ni por buscar la pose de la primera plana en los periódicos, sino porque se asumió como escritor y a eso dedicó su vida. “Como escritor y como lector uno no puede coincidir con todo lo que escribió, pero si puede celebrar grandes libros de su obra total como Los dones del insomnio, un libro donde logró lo que considero su punto más alto. “En ese sentido para mí es una gran pérdida, porque era para mí un poeta, de la cabeza a los pies. Mi esperanza es que no se vaya a mitificar su pérdida, ahí está su obra por lo que se puede decir que no nos ha abandonado del todo, y que los amigos y escritores de Tabasco no permitan que se haga eso con el nombre y con la figura de Pano”. Uno de los poquísimos escritores cercanos a Pano fue el también poeta Miguel Ángel Ruiz Magdónel, quien lamenta el deceso y lo recuerda cuando lo conoció en 1983, cuando coincidieron en la subdirección de educación y aún no había publicado ninguno de sus libros: Ahí me dio a leer sus primeros poemas de Trilogía de sombras. Como se sabe, Ruiz Magdónel es el director de Difusión de la UJAT y desde esa institución ha estado a cargo del cuidado los tres primeros tomos de la obra completa de Cabrera Jasso que suman en total una mil páginas. 5533
“Panito fue un poeta que escribía a partir de las cuatro de la madrugada hasta las 10 de la mañana, todos los días, y en los últimos años que seguía visitándome en el Instituto me dijo que mantenía ese ritmo de trabajo con el que producía alrededor de 10 cuartillas diarias. “Estamos hablando de una amistad, de una fraternidad de casi treinta años y fue el primer poeta tabasqueño vivo que yo conocí, él hace el prólogo de mi primer librito y me inicia en la lectura de autores importantes, pero sobre todo, tuve la fortuna de conocer sus textos inéditos. “Apenas en febrero pasado envió a mi correo 7 tomos inéditos de poesía, cada uno con la extensión similar a los tres primeros tomos que ha publicado la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco (UJAT), en los que hay unas 300 páginas por tomo. “En estos momentos que trato de asimilar la noticia de su muerte encuentro que en él, vida y obra, eran antípodas: Pano era un hombre de la sonrisa y la festividad y su obra fue durante mucho tiempo sombría, aunque sus últimos años tenía un discurso poético de la luz”. Ruiz Magdónel comenta que hay pocos lectores que conozcan la obra total del poeta, lo que se impone es promover su lectura. Así como se dice, hay que leer a Becerra, hay que leer a Pellicer, hay que leer a Gorostiza, ahora tenemos que empezar a decir hay que leer a Ciprián Cabrera Jasso. Milenio Diario, 12 de marzo de 2012
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I Ardua ha sido la empresa de Mauricio Beuchot en El ser y la poesía: el entrecruce del discurso metafísico y el discurso poético (Universidad Iberoamericana, 2003): buscar las semejanzas y las diferencias entre la filosofía y su sinécdoque principal (la metafísica) y la poesía con ambición filosófica. El filósofo ha dispuesto sus piezas reflexivas obediente al método lógico: cada capítulo es un aparente entimema en donde se anuncia una sola premisa, se despliega el abanico de varios incisos y se desemboca en una conclusión parcial: “De esta manera vemos cómo ¾y podríamos finalizar con ello¾ es cierto lo que decía Heidegger al final de su vida: el Ser de los entes canta en la poesía, habita en ella y en ella tiene que ser buscado y escuchado. Pero hasta aquí es también hasta donde lo sigo y donde me aparto de él; pues él declaraba imposible la metafísica y se refugiaba en la poesía; pero yo prefiero conjuntarlas, seguir haciendo metafísica tomando en cuenta la poesía” (p. 34). El mecanismo es argumentativo, mas la prosa del filósofo no renuncia a la poesía. Para Mauricio Beuchot la poesía es una ventana para asomarse al ser y su puesta en marcha respira con el poderoso fuelle de la analogía. Una analogía más preocupada en destacar la diferencia que en subrayar las semejanzas. La filosofía cabalga sobre la metonimia y la poesía sobre la metáfora. Pero los grandes poemas —Beuchot aporta ejemplos de Antonio Machado, Pedro Salinas, Francisco de Quevedo, Rodrigo Caro, etcétera—, poseen una cara referencial, denotativa y metonímica: en esa aspiración de lo particular o fragmentado que busca la universalidad ¾la totalidad anhelada¾ hay una estratagema metonímica que va de las notas particulares de las cosas a su representación general, de lo concreto a 5544
lo abstracto: “La poesía tiene la capacidad de apresar en el individuo lo universal, en la parte el todo, en el instante la eternidad.” (p. 37). Como la poesía, según Antonio Machado, es palabra en el tiempo, el escritor se detiene para analizar varios textos donde el tiempo del poema ¾paradigmático, vertical, sincrónico¾ es enemigo del otro tiempo: horizontal, sintagmático y diacrónico. Beuchot coincide con Melherbe, para quien el movimiento de la poesía lírica es monolocalizado, similar al de la danza; en contraste con el movimiento de la prosa, semejante al de la marcha. La palabra poética logra la armonización de contrarios, la alianza de voces enemigas, la unión ingeniosa de voces contradictorias, según la añeja definición del oxímoron, como lamento sonriente, expresión recogida de la Intuición del instante de Gaston Bachelard y simétrica de la risa agónica, que sorprende en el umbral de Muerte sin fin, de José Gorostiza. II Y el poeta repasa las tesis de María Zambrano, Juan García Bacca y Ramón Xirau. La poesía, dice el filósofo y poeta Beuchot, logra el entrecruce del hombre y el mundo. Las alas de la poesía surcan cielos metafísicos y su discurso es una metáfora metonímica que, en el retruécano, se abraza con el discurso metafísico, con la metonimia metafórica: simetría en cruz, equivalencia de máscaras retóricas del yo autor y del tú lector o viceversa, acto que preside esa conversión de lo auditivo en visual —la escritura— y esa reversión de lo visual en auditivo —la lectura—: yo y tú son pronombres —”¡qué alegría más alta: vivir en los pronombres!”, escribió Pedro Salinas— intercambiables. El filósofo cita a Hölderlin: “sólo por la poesía se hace el mundo habitable”, y nosotros agregamos “vivible y respirable”. Toda metáfora está teñida de coloraciones metonímicas y determinada por la intersección de dos o más sinécdoques. El filósofo sabe que es preciso advertir la persistencia de la eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122
función referencial del signo (como hace en el capítulo donde aborda el pensamiento de Ramón Xirau sobre este espinoso tema) en la metáfora: “La metáfora no llega a prescindir de lo metonímico, como tampoco la poesía llega a abolir la referencia en aras del solo sentido” (p. 51). La labor inquisitiva, aguda, acicular del ensayista no olvida el respeto del estatuto epistemológico (p. 56). Y atreve afirmaciones como ésta: “el hombre es un animal analógico”. Sabe que la metáfora es la fusión del cómo en el es y explica los matices entre los discursos con ademán poético: así por ejemplo nos asombra el adjetivo de la casa del ser, vuelta choza o cabaña: “ello nos enseñará a atender lo más posible a la poesía en el quehacer filosófico, señaladamente al buscar elementos para el edificio metafísico, que siempre tendrá el carácter de construcción no completamente sistemático, de tipo castillo o fortaleza, o palacio, sino de choza o cabaña cordial, provisoria, apenas afuera de las cavernas” (p. 97). Y después busca la relación entre los territorios contiguos pero no confundibles de la poesía, la metafísica y la mística. Dice que las operaciones que realizan el poeta, el metafísico y el mago son semejantes, aunque predomina la diferencia. Otro ejemplo de la respiración poética que potencia el valor estético del ensayo es la frase “transverberado por el vuelo de la emoción”. Uno de los propósitos centrales de El ser y la poesía es poder elucidar el tránsito del símbolo al saber, de la metáfora a la metonimia, de la poesía a la metafísica. Y el poeta repasa las tesis de María Zambrano, Juan García Bacca y Ramón Xirau. Por último: caminamos las páginas escritas por Mauricio Beuchot animados por una claridad expositiva tan convincente como estimulante. Enhorabuena. Milenio Diario, 12 y 19 de abril de 2012
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D DEE A AG GU UIIN NA AG GA A:: M MO OLLÉÉCCU ULLA ASS D DEE LLA A R E A L I D A D REALIDAD “Coincido, con alguna objeción, en que la vida / se va en un parpadeo. / Los años vuelan y pasan las generaciones / y uno lo admite porque sí, / con la mirada fija en ese tránsito. / El tiempo –nos han dicho- / no sabe más que irse, / pero también está frente a nosotros / como un caballo a media carretera”, dice el poema “Otra vez con lo mismo”, del libro Adolescencia y otras cuentas pendientes, de Luis Vicente de Aguinaga, quien hace 25 años escribió sus primeros versos, unos que describían el caos y el fin y que ahora recuerda a propósito de su reciente trabajo, editado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta). De Aguinaga cumplió 40 años y es el tiempo de reconciliarse con su adolescencia, una que no le gustaba tanto, asegura el poeta en la sala de su casa, donde hay un librero, discos compactos, un piano y una batería, que llama la atención por su pequeño tamaño, es de su hijo que quiere ser músico. El poeta dice que pensó agrupar sus poemas en un título donde la palabra adolescencia estuviera presente. “Excavando un poco más en ese material, que en este poema me había sido dado explorar, me di cuenta que no era tanto un asunto de cierta edad, la edad adolescente, sino más bien del ajuste eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122
de cuentas, que es una idea que me atrae mucho desde hace varios años”. Un fragmento del poema que le da nombre al libro dice: “No parece mentira / que pasen veinte o veinticinco años: parece la más fiel de las verdades”. De Aguinaga explica que casi todos sus libros buscan hacer un corte de caja, “como en un momento dado se cierra el escritorio y se cierra lo que hay”. El autor nacido en Guadalajara, en 1971, recuerda que en su cumpleaños número 15 escribió su primer poema. “Desde aquella primera vez, y hasta ahora, escribir poemas no es para mí un acto de voluntad, en todo caso no comienza siéndolo, es más bien una especie de conminación que me viene dada”. Un cuarto de siglo es una fecha que vale la pena recordar, aunque no se celebre, “aunque es un tema que no me parece que tenga que ser relevante para nadie, sino para mí; pero lo digo porque en este momento me resultaba bastante fácil remitirme a ese punto, y a lo que pasa conmigo a los 15 años. Uno se reconoce en lo que fue, pero también percibe lo que ya no es de aquél”. De Aguinaga dice que su madurez la ha adquirido reconciliándose con el adolescente que fue. “En los primeros años de mi juventud, es decir apenas pasando mi adolescencia, el adolescente que había sido no me gustaba, no me era muy simpático. Emprendí el camino de la edad adulta en conflicto con el adolescente que me había tocado ser, de modo que conforme pasaron los años comencé a percibir la necesidad de reconciliarme conmigo mismo como adolescente”. ¿Cuál fue el tema del primer poema? ¿Aún lo recuerda? Sí. Era un poema bastante terrible. Yo escribía una poesía muy apocalíptica, en cierta forma tremendista. No tuve una formación en la poesía clásica, esa formación me la fui procurando a partir de que haber empezado a escribir poesía. Cuando empecé con esa vocación, conocí mejor una tradición, que me fue dando herramientas para escribir y para resolver los problemas que me daba escribir.
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Mis primeros poemas no eran en versos medidos o rimados, ni me interesaba en realidad. Ése primer poema lo perdí, pero tampoco lo conservé con mucho interés, se publicó en una revista de la Prepa 5. Era una cosa muy apocalíptica. ¿Cómo llegó a definirse como poeta? Tratando de no meter tanto las manos, es decir, aceptando que en mi caso los poemas no nacen sobre un tema, del que quiera escribir, sino de un ritmo, que se manifiesta en primera instancia en una o dos frases, que anoto por ahí y luego retomo. En mi caso, el detonador de la composición de un poema no es temático, sino prosódico, es decir que viene dado por la forma de decir las frases. Los temas a lo que eventualmente me acaban conduciendo mis poemas son cada vez más pequeños pasajes de la vida cotidiana, en los que puede ocurrir de todo, pero siempre bajo la forma de una experiencia específica. Y por experiencia específica no me refiero a la experiencia del amor en general, sino más detalladamente a la sensación de cruzar una mirada con alguien, como una molécula de realidad, ahí me siento más en materia. ¿Cuáles palabras en el lenguaje están desgastadas? Y ¿cuáles tienen vivacidad? En general las palabras abstractas no es que se desgasten con el uso, sino que nacen desgastadas porque son el resultado precisamente de un proceso que acaba la parte sensorial e imaginaria de las palabras. Por ejemplo, la palabra soledad, yo la tengo que traducir a mi experiencia para saber lo que significa, pero como tal significa una generalidad, que es válida para todo mundo, pero no dice nada específico acerca de nadie. En un poema de mi libro anterior digo: ‘entre la soledad y estar solo, escojo lo segundo”, es decir, estar solo no porque quiera estar solo, sino en cuanto a la calidad de la experiencia, porque la soledad es una abstracción, mientras estar solo es una experiencia viva. […] El Informador, Guadalajara, 2 de enero de 2012
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VVIIEEN NTTO OSS D DEELL SSIIGGLLO O.. PPO E T A S M E X I C A N O OETAS MEXICANOSS 11995500--11998822,, D DEE M A R G A R I T O MARGARITO CCU UÉÉLLLLA AR R,, LLU UIISS JJO R G E B O O N ORGE BOONEE M MIIJJA AIILL LLA AM MA ASS YY M A R I O M E L É MARIO MELÉN ND DEEZZ M Mééxxiiccoo,, UUNNAAM M,, 2 2001111 ((PPooeem a s y e n s a mas y ensayyooss))
Vientos del siglo incluye textos de 55 poetas nacidos entre 1950 y 1982. De Coral Bracho a Alí Calderón, la muestra o reunión ofrece una lectura amplia y a la vez representativa del entorno nacional en el campo de la poesía actual. Herederos de la obra de los Contemporáneos, de Pacheco, Becerra, Lizalde, Bonifaz Nuño, Huerta, Sabines, Paz y de otras culturas poéticas, los textos que ofrece esta muestra son parte del registro de una tradición, que entrelazada o en los márgenes de la ruptura, ofrece un registro de variadas formas y múltiples tonos. Se adentren en los territorios del lenguaje, de la abstracción o de la realidad inmediata, los poemas contenidos en Vientos del siglo se muestran como un abanico de posibilidades temáticas y estilísticas, no para establecer un nuevo orden generacional ni una nueva tendencia poética, ni como una forma de atesorar poesía -Paz decía que "los poemas no dan intereses"-, sino para que el lector busque en las partes de este mosaico, las raíces, las huellas, las ruinas, el esplendor y los vestigios de un país. Sin lectores no hay poesía. Y sin poesía no hay memoria. (MAC) Durante parte de 2009 y 2010 tuve la oportunidad de coordinar un proyecto en la Ciudad de México que consistía en reunir en un libro a una serie de voces de la poesía mexicana nacidos a partir de la mitad del siglo XX, y cuya obra empezó a hacerse visible a finales de los años setenta y sobre todo en los años ochenta. Semana a semana coincidimos en un café de la colonia Roma, el arriba firmante, Luis Jorge Boone, Mijail Lamas y Mario Meléndez. En principio participó también el poeta Francisco Hernández,
pero a medida que se polarizaron los puntos de vista decidió no entrar en desgastes y retirarse. La invitación inicial fue de Marco Antonio Campos, coordinador de la colección Poemas y Ensayos de la UNAM. Con él barajamos los nombres de quiénes podrían involucrarse en un proyecto incluyente, que pusiera al día, más para los lectores que para los grupos literarios, una panorámica de la poesía mexicana escrita en las últimas décadas. Así nació Vientos del siglo. Poetas mexicanos 1950-1982. La muestra o reunión de poemas, más que antología, reúne textos de 55 poetas nacidos entre 1950 y 1982. De Efraín Bartolomé a Alí Calderón, el volumen ofrece en 544 páginas una lectura amplia, y hasta donde es posible representativa, del entorno nacional en el campo de la poesía actual. Herederos de la obra de los poetas reunidos en torno al grupo Contemporáneos, de José Emilio Pacheco, José Carlos Becerra, Eduardo Lizalde, Rubén Bonifaz Nuño, Efraín Huerta, Jaime Sabines, Octavio Paz y de otras culturas poéticas, los textos que aglutina esta obra son parte del registro de una tradición, que entrelazada o en los márgenes de la ruptura, ofrece un registro de variadas formas y múltiples tonos. Se adentran en los territorios del lenguaje, de la abstracción o de la realidad inmediata, los poemas contenidos en Vientos del siglo se muestran como un abanico de posibilidades temáticas y estilísticas, no para establecer un nuevo orden generacional ni una nueva tendencia poética, ni como una forma de atesorar poesía –Paz decía que “los poemas no dan intereses”–, sino para que el lector busque en las partes de este mosaico, las raíces, las huellas, las ruinas, el esplendor y los vestigios de un país. Estoy convencido que sin lectores no hay poesía, y de que sin poesía no hay memoria. Y veo en este esfuerzo editorial entre la UNAM y la Universidad Autónoma de Nuevo León, un motivo de suma y de celebración por la palabra. (Margarito Cuéllar) http://monterrey.milenio.com/cdb/doc/impreso/ 9116715
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M MEETTAAFFÍÍSSIICCAA YY D DEELLIIRRIIO O.. EELL CCA AN NT TO OA A U UN ND DIIO OSS M MIIN NEER RA ALL D DEE JJO ORRGGEE CCU UEESSTTAA,, D DEE EEVVO OD DIIO O EESSCCA ALLA AN NT TEE M Mééxxiiccoo,, EEddiicciioonneess SSiinn N Noom mbbrree,, 22001111
M MEET TA AFFÍÍSSIICCA A YY D DEELLIIR RIIO O:: JJO OR RG GEE CCU UEESST TA A R Riiccaarrddoo VVeenneeggaass
Alguna vez Jorge Cuesta se refirió a su inserción en “el grupo de forajidos”, los Contemporáneos, como “una coincidencia del destino”. Son pocos y nos parecen muchos quienes se han ocupado de esta generación de poetas que encienden la flama de la literatura mexicana: Luis Mario Schneider, Vicente Quirarte, Francisco Segovia, Miguel Capistrán y Guillermo Sheridan, entre otros. La aparición de Metafísica y delirio: el Canto a un dios mineral de Jorge Cuesta (Ediciones Sin Nombre, 2011), de Evodio Escalante, marca una lectura que se suma a los más lúcidos trabajos sobre el texto más enigmático de esta generación y a la imagen del autor de más reacia clasificación; de Cuesta hay una obra inacabada y mucho por pensar y reflexionar aún. A lo largo de las treinta y siete liras que constituyen el poema, Escalante incursiona en la vigencia de la obra cuando advierte que “los destinatarios idóneos de estas obras no son muchas veces los contemporáneos de la época en que éstas han salido a la luz, sino los escuchas de futuras generaciones que habrán de remontar con provecho las capas de incomprensión”, y en este renglón, el crítico, que ha investigado y ha macerado sus elementos, destila las similitudes del poema con Muerte sin fin, de Gorostiza: ambos se escriben en formas definitivas cultivadas en la tradición del Siglo de Oro: “En el caso de Gorostiza la silva, combinada con el romancillo y la seguidilla; en el caso de Cuesta, la lira de seis versos.” De Friederic Nietzsche al Rig Veda, Escalante busca y encuentra vasos comunicantes 5588
del poema: “¡Cuántas auroras hay que no han lucido!” La admiración del poeta por el veracruzano Salvador Díaz Mirón y sus lecturas de Heiddeger emergen, van a la superficie. Pareciera que la obra de Cuesta –como la antología que firmara– vale lo que cuesta y habrá que invertirle tiempo y esfuerzo para alcanzar una lectura más amplia que la primera. Evodio Escalante lo confirma, pues desde uno de sus primeros textos sobre el autor del Canto (Topodrilo, uam, 1988) hasta la publicación de Metafísica y delirio, han transcurrido ya veinticuatro años. En ese –casi– cuarto de siglo, la madurez del crítico lo ha conducido a saldar una deuda que contrajo con Salazar Mallén en los años ochenta, cuando éste le preguntó: “¿Y qué opina usted del Canto a un dios mineral?” No deja de sorprender que, pese a los problemas psiquiátricos del poeta, su hospitalización, castración y suicidio (y el terror pánico con que escribió), haya dejado en su obra crítica una colección de frases como ésta: “He aquí por qué son insuperables el diablo y la obra de arte, la revolución y la poesía. No hay poesía sino revolucionaria, no la hay sin la `colaboración del demonio´”. Cuesta reaparece cada vez con más fuerza y Escalante lo asume en sus hallazgos: “el momento en que se funde y se hace uno con el devenir”. La piedra, el mineral, está dotado de vida y espera su lector: “El ser parlante vive en la vida de la roca”. La Jornada Semanal, núm. 885, 19 de febrero de 2012
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SSO OBBRREEPPEERRD DO ON NAARR,, D DEE A AR RM MA AN ND DO O G O N Z Á L E GONZÁLEZZ T TO OR RR REESS M Mééxxiiccoo,, M Maaggeennttaa,, 22001111
Sobreperdonar, nuevo libro de Armando González Torres, transita entre el relato brevísimo y el aforismo, la sentencia ―incluso el poema, desprendido del aparato de la prosa. Gira en círculos concéntricos en torno de la idea amarga eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122
del perdón, la culpa y la tortura; y antes que buscar el resarcimiento o la luminosidad, busca la sorna y el brillo reverberante de la verdad descarnada. Sin concesiones para consigo, ni concesiones para el lector, este libro promete caer con el peso de una guillotina sobre determinadas certezas que nutren la hipocresía y el valor moral de la sociedad contemporánea. Libro lúcido, ríspido y de impecable factura. (Gabriel Bernal Granados). Los libros más recientes de González Torres son Del sexo de los filósofos (Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, 2011) y La pequeña tradición: Apuntes sobre literatura mexicana (UNAM, 2011). ***
RREELLO OJJ D DEE PPU ULLSSO O.. CCRRÓ N I C A D E L A ÓNICA DE LA PPO OEESSÍÍAA M MEEXXIICCAAN NAA D E L O S S I G L O S X DE LOS SIGLOS XIIXX YY XXXX,, D DEE R RO OG GEELLIIO O G U E D E A GUEDEA M Mééxxiiccoo,, U UN NA AM M,, 22001111 ((PPooeem a s y e n mas y enssaayyooss))
Este libro hace un acucioso análisis de los poetas y las corrientes poéticas que conforman nuestra lírica desde el neoclásico hasta nuestros días. Guedea va detallando las particularidades literarias, culturales y sociopolíticas que circunscribieron a cada movimiento estético, a la vez que plantea una relectura de poetas que forman ya parte "inamovible" del canon, y propone la revaloración de autores que no han recibido la atención debida y cuya obra, a la luz de las producciones actuales, vuelve a cobrar importancia. No obstante la exhaustiva revisión del corpus bibliográfico, y no obviar ninguna de las tendencias hasta hoy dominantes, Guedea concede especial consideración a dos líneas escriturales que han evolucionado al "margen" de la tradición, no por ello menos significativas: la poesía de carácter popular y la vertiente que fusiona ironía y crítica social. Este Reloj de pulso... se convierte, así, en una herramienta imprescindible para aquellos que
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busquen explorar, desde un nuevo enfoque crítico, pasado y presente del acontecer poético nacional. ***
TTRRAASSLLAACCIIO ON NEESS:: PPO OEETTAASS TTRRAAD DU UCCTTO ORREESS 11993399-11995599,, D DEE T TEED DII LLÓ ÓPPEEZZ M I L L S ( C O M P . ) MILLS (COMP.) M Mééxxiiccoo,, FFCCEE,, 22001111
Este libro es una compilación interesante, puesto que no se organiza en torno a un autor, a una escuela o a un tipo de textos, sino a un grupo de traductores elegidos por ser poetas mexicanos contemporáneos, con lo cual da continuidad al trabajo iniciado en otra antología: El surco y la brasa. De este modo, Tedi López Mills coloca en primer plano a la figura del traductor y nos invita no sólo a disfrutar la gran variedad de poemas reunidos en este volumen sino a reflexionar sobre la traducción, a menudo considerada imposible, de la poesía.
T TEED DII LLÓ ÓPPEEZZ M MIILLLLSS R RIIN ND DEE T TR RIIB BU UT TO OA A 3333 PPO OEET TA ASST TR RA AD DU UCCT TO OR REESS M MEEXXIICCA AN NO OSS A Arrttuurroo JJiim méénneezz
¿Qué tienen en común los poetas mexicanos José Emilio Pacheco, Carlos Montemayor, Mónica Mansour, Elisa Ramírez, Alberto Blanco, Pura López Colomé, Fabio Morábito, Verónica Volkow y 25 más, con poetas fundamentales de diversas épocas, lenguas y países, como Dante, Eliot, Montale, Pessoa, Stevens, Tranströmer, Nerval, Rimbaud y muchísimos más? Que los primeros se han lanzado a la aventura de traerlos al español. En Traslaciones: poetas traductores 1939-1959 (Fondo de Cultura Económica), la poeta y ensayista Tedi López Mills compila una antología eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122
monumental que sin duda se convertirá en referente para lectores de todo tipo. —Con sus casi 900 páginas, ¿este libro es como un homenaje a la imposibilidad de traducir? –se le pregunta en entrevista. —Más bien sería la paradoja de que la imposibilidad de traducir está constantemente contradicha por la cantidad de traducciones que hay. Esto es una prueba de que es muy posible traducir, que siempre ha sido muy posible y que la hermenéutica es más teoría que práctica en la traducción. —Es algo muy propio de la naturaleza humana que se empeñe en cosas que aparentemente son imposibles y que, al basarse en un sentido práctico, las hace. —Sí, hace falta la teoría para que la práctica no quede sola. Pero a la hora de la hora, en realidad lo que hay es práctica, lo que hay es esa posibilidad de traducir de un idioma a otro, cosa que se ha hecho desde hace siglos. Labor de seis años Tedi López Mills comenta que cada texto establece sus propias reglas para llevarlo a otro idioma. Traducir un poema de Manley Hopkins va a tener reglas y procedimientos muy distintos a uno de Robert Frost, por dar dos casos de una sencillez aparente y de una absoluta complejidad. Cuenta que comenzó este libro hace seis años y que hizo una investigación teórica e histórica sobre el tema. Me interesan las teorías que se convierten casi en literatura fantástica y que en realidad tienen muy poco que ver con el desenlace en la realidad. Y esas teorías acerca de la traducción me parecen casi teologías. —Plantea que en una traducción se pierde el espíritu del poema original, pero al final se gana otro espíritu en la nueva versión, que sería otro poema y a la vez el mismo. —Ésa sería mi teoría. Estoy hablando de buenas traducciones, las malas traducciones son otro problema. “Hay una frase en inglés que dice lost in translation, lo que se pierde en la traducción, que es casi una frase hecha. Yo diría que lo que se pierde en la traducción es precisamente la nostalgia que 6600
tenemos de ese original, que acaba perdido por las numerosas traducciones. Cuando uno lee la traducción siempre hay una nostalgia del original y la sensación de que de algún modo transgrediste las reglas. Pero eso me parece un problema moral y no tanto práctico de la traducción. Aunque, ciertamente, se trata de un problema moral que persigue a la traducción. —¿Estos problemas de la traducción en la poesía se deben a que es el género literario más inasible, subjetivo o mágico, fuera de la lógica y la razón, inclusive en la propia lengua en la que se escribe? —Exacto. Además, todas esas teorías acerca de la traducción son sobre todo acerca de la traducción de poemas. Es algo extraño, porque la traducción de poesía ya casi siempre la hacen poetas, en cambio la de prosa no la hacen novelistas. De algún modo la vocación de la poesía es traducir poesía, por lo menos ha sido el caso de México, donde hay una tradición de poetas traductores. Para todos los poetas de este libro parte de la práctica de la poesía es traducir poesía. —¿Son los adivinos más aptos para las adivinanzas ajenas? —Claro, es como si la traducción de la poesía fuera una traducción especializada que sólo practican los poetas. Poemas en inglés, la mayoría —¿Cuáles fueron sus criterios para seleccionar a estos poetas traductores y los poemas traducidos por ellos? –El libro se basa en un volumen anterior que publicó el FCE en 1974, El surco y la brasa, de Marco Antonio Montes de Oca y su esposa, Ana Luisa Vega. Ese libro va de Alfonso Reyes a Carlos Montemayor, son 58 años de traducción y 38 traductores. “Es un libro distinto en muchas cosas al que yo hago, porque además de los poetas incluye traducciones hechas por prosistas, novelistas y dramaturgos, como Carlos Monsiváis, Salvador Elizondo o Rodolfo Usigli. Es traducción de poesía, pero no solamente hecha por poetas. “El mío, que es como la segunda parte del anterior, empieza con José Emilio Pacheco, quien ya estaba en el otro libro y nació en 1939, y termina con Alfonso D’Aquino, nacido en 1959. Son 20 años de traducción de poesía hecha solamente por eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122
poetas. No fue sólo por una decisión que me impuse, sino porque los prosistas ya no traducen poesía. “No sé si hay un novelista actual que, como Salvador Elizondo, se ponga a traducir poesía. Yo creo que no. Los años 40 tienen menos traductores que los 50, ésta una generación híper traductora. No sé qué pase con las generaciones de poetas nacidas en los años 60 y 70. “En vez de ponerme a hacer una investigación interminable en miles de revistas, pedí a los poetas traductores 20 cuartillas de sus traducciones predilectas, las que consideran las mejores que han hecho. “Hay una constante: un soneto de Nerval, El desdichado, que también está en El surco y la brasa. Ese poema tiene algo, ocupa un lugar muy especial en el canon mexicano, porque lo traducen Elsa Cross, Francisco Serrano, Homero Aridjis, creo que en el libro anterior lo traduce Tomás Segovia.” Tedi López Mills destaca que también se trata de una muy buena antología para gente poco cercana a la poesía, pues encontrarán poemas de Dante, Eliot, Tranströmer, Nerval... Los poemas en inglés siguen siendo la mayoría en ambos libros, aunque en el nuevo volumen el autor más traducido es Arthur Rimbaud. La Jornada, 25 de enero de 2012
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PPO OEESSÍÍAA CCO OM MPPLLEETTAA,, D DEE O OLLG GA AO OR RO OZZCCO O
B Buueennooss A Aiirreess,, A Addrriiaannaa H Hiiddaallggoo,, 22001111 Reunir una obra poética supone que un hilo invisible la fue encuadernando durante años y que sólo queda hacerlo evidente. Es el identikit de una voz que desde lejos nos convoca a actualizar todos los libros en uno nuevo. Y en el caso de Olga Orozco esto es efectivamente así. "Desde lejos", su primer libro, publicado en 1946, ya nos habla del último. “Son los seres que fui los que me aguardan.” En la recepción en México del Premio de Literatura 6611
Latinoamericana Juan Rulfo en 1998, Orozco afirmó que “la poesía espera para sí misma la misteriosa gratificación de asir lo inasible y expresar lo inexpresable”. Y probablemente nada sea tan inexpresable como el tiempo de la subjetividad ni tan inasible como la muerte. Estos dos jeroglíficos que acompañan desde el inicio la investigación poética orozquiana, lejos de pretender aportar la versión definitiva, le van agregando a lo indecible, con cada vuelta de tuerca, palabras nuevas. Son repeticiones compulsivas donde lo mismo y lo diferente golpean juntos la puerta de acceso a lo real. Y lo real alcanzó por fin el futuro un domingo 15 de agosto de 1999 con la muerte de la poeta. Pero también alcanza ahora, con este nacimiento que actualiza todos los libros en un nuevo cuerpo (“es mi propia manera de partir y volver a nacer”, nos diría ella), una posibilidad renovada, distinta, impredecible de convocar las lecturas que vendrán. (Tamara Kamenszain) Olga Orozco nació en Toay, provincia de La Pampa, en 1920. Ya en Buenos Aires, estudia en la Facultad de Filosofía y Letras. Destacada exponente de la “generación del 40”, a los 18 años comenzó a publicar sus primeros poemas. Entre sus principales libros se destacan Desde lejos (1946), Las muertes (1952), Los juegos peligrosos (1962), Museo salvaje (1974), Veintinueve poemas (1975), Cantos a Berenice (1977), Mutaciones de la realidad (1979), La noche a la deriva (1983), Antología poética (1985), Con esta boca, en este mundo (1994) y Eclipses y fulgores (1998). Recibió numerosos galardones, entre otros en 1964 el Primer Premio Municipal de Poesía; en 1980, el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes; el Primer Premio de Poesía de la Fundación Fortabat, en 1987; el Primer Premio Nacional de Poesía, en 1988 y el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, en 1989. En 1995 obtuvo en Estados Unidos el Premio Gabriela Mistral, otorgado por la OEA, y en 1998, el Premio Juan Rulfo en México. Murió en Buenos Aires en agosto de 1999. ***
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D DEEU UD DA A SSA ALLD DA AD DA A:: SSA ALLEE LLA A PPO OEESSÍÍAA CCO M P L E T A D E O L G A O R O Z C O OMPLETA DE OLGA OROZCO EEzzeeqquuiieell A Alleem miiáánn
Olga Orozco nació en Toay, La Pampa, en 1920, con el sol en Piscis y ascendente en Acuario, y un horóscopo de estratega en derrota y enamorada trágica, según cuenta ella en sus Anotaciones para una autobiografía . Empezó a escribir “en serio” a los doce años, en Bahía Blanca, ciudad a la que se había mudado su familia, y publicó su primer poema en Buenos Aires, a los 18, en la revista del Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras de la UBA. Editó en total 11 libros de poesía, dos de relatos y uno de Conversaciones, con Gloria Alcorta, antes de morir en Buenos Aires hace casi 13 años. Ahora, y saldando una deuda, se publica por primera vez su Poesía completa. Su poesía, una de las más personales de la literatura argentina, fue definida por Jorge Boccanera como “un extenso collar de preguntas; al frotarlo aparece un relato, es siempre el mismo y es distinto: una niña despierta en medio de una cacería, corre tanteando las ruinas de otro sueño, una sombra le pisa los talones, debe atravesar una puerta, un muro, encontrar un talismán, una clave. Todo es imposible, pero en medio de la búsqueda se escribe el poema; surge a modo de conjuro”. Orozco recibió en vida numerosos e importantísimos reconocimientos, y en la Argentina, América latina y España se hicieron varias antologías de su obra. Su Poesía completa, ahora, incluye un libro póstumo. La edición es de Ana Becciú y el prólogo, de Tamara Tamenszain. “Tengo el sentimiento y la nostalgia de la unidad perdida. Todos los mitos indican que se crea nombrando, que hay una especie de progenitura de la palabra unida a la creación, como si palabra y cosa constituyeran una identidad. Cuando escribo un poema, creo con imágenes verbales suscitadas por esas mismas cosas, produciendo 6622
encadenamientos que me remiten cada vez más lejos, como si estuviera remontándome hacia la primera palabra y la unidad primordial ”, señaló Orozco. La muerte, la religión, la magia, el esoterismo, el amor y la poesía son las constantes temáticas a las que siempre vuelven sus versos. No le gustaba que la vincularan con el surrealismo, aunque del surrealismo ponderaba “la licencia para que el poderío de lo imaginario extendiera sus dominios”. “Nunca hice automatismo”, dijo, “Jamás. Si alguna vez lo hiciera, no desembocaría en la poesía sino en la plegaria”. Se sentía próxima a los románticos alemanes y a veces, cuando le preguntaban qué tipo de poemas hacía, contestaba que escribía tangos con categoría. Le gustaban Discépolo, Manzi, Expósito, Cátulo Castillo. Fue amiga de Norah Lange y de Alberto Girri. A los 36 años conoció a Alejandra Pizarnik, que entonces tenía 18 y que se convirtió en una suerte de discípula suya. Hay versos de Orozco citados en poemas de Pizarnik, hay un poema de Pizarnik dedicado a Orozco (“Cantora nocturna”), y un poema de Orozco a la muerte de Pizarnik (“Pavana para una infanta difunta”). El título de su último libro: Con esta boca, en este mundo, refiere a “En esta noche, en este mundo”, un poema de Pizarnik considerado paradigmático de su obra. Trabajó durante años en el mundo editorial: primero en Losada, después en Muchnik, que se transformó en Fabril Editora, donde colaboró con Aldo Pellegrini como secretaria técnica: seguía todo el proceso de elaboración del libro. De ahí pasó a la revista Claudia, en su época de oro, donde escribía sobre ciencia, ocultismo, problemas sentimentales, libros, moda, y vidas de artistas, usando siete seudónimos diferentes. Entre 1968 y 1974 escribió los horóscopos del Clarín. ¿Cómo escribe?, le preguntó Boccanera. “Escribo con una piedra en la mano, una piedra de San Luis en una mano y otra de Sicilia en la otra; claro que no puedo escribir con las dos piedras, pero las tomo alternativamente; una de San Luis, que es donde nació mi madre, y una de Capo Dorlando, donde nació mi padre. Y a veces tomo una piedrecita negra que me dio un chico del que estuve enamorada cuando tenía 6 años. Yo siento a las piedras, las
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PPU UEERRTTAASS AABBIIEERRTTAASS.. AAN NTTO OLLO OGGÍÍAA D DEE PPO OEESSÍÍAA CCEEN NTTRRO OAAM MEERRIICCAAN NAA,, D E S E R G I O R A M Í R DE SERGIO RAMÍREEZZ
siento latir como si tuviera un corazón de pájaro en la mano”, contestó Orozco. Clarín, 6 de marzo de 2012
M Mééxxiiccoo,, FFoonnddoo ddee CCuullttuurraa EEccoonnóóm miiccaa,, 22001111
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EELL BBAAIILLEE D DEE LLAASS CCO N D I C I O ONDICION NEESS,, D DEE Ó ÓSSCCA AR RD DEE PPA AB BLLO O M Mééxxiiccoo,, CCoonnsseejjoo N Naacciioonnaall ppaarraa llaa CCuullttuurraa yy llaass A Arrtteess,, 22001111 ((PPrrááccttiiccaa m moorrttaall))
El presente es un volumen que gira en torno a las obsesiones temáticas del autor: la crítica social, el humor y la historia. Sin embargo, su apuesta poética se ha radicalizado cualitativamente. Aquí, la imaginación combinatoria y el oído formal se autocuestionan con ironía; ya no buscan provocar en el lector emociones catárticas, sino reacciones críticas y reflexivas. El libro contiene poemas desnudos de valor de culto, de mística y de aura; canciones que no buscan arrullarnos, sino tirarnos de la hamaca. La presentación gráfica de los poemas, entendida como partitura, signa una voluntad de reducir al mínimo el espacio solemne de los cambios de verso. La apuesta de este libro está en jugarse la viabilidad misma de sus lectores a la revolución de nuestras condiciones. Óscar de Pablo (Ciudad de México, 1979) Poeta, autor de los libros Los endemoniados (2004), Sonata para manos sucias (2005) y Debiste haber contado otras historias (2006), con los que obtuvo, respectivamente, los premios de poesía Elías Nandino, Jaime Reyes y Francisco Cervantes. Ha sido becario de la Fundación para las Letras Mexicanas (en sus ediciones 2003 y 2004) y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en su programa Jóvenes Creadores (en sus ediciones 2006 y 2009) ***
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La poesía centroamericana no ha tenido hasta hoy la difusión que merece su indudable calidad. Antología de la poesía centroamericana posee la doble cualidad de reunir a los más destacados poetas de Centroamérica, algunos injustamente desconocidos incluso en nuestro país, y de cubrir un hueco en la literatura hispanoamericana actual. Sergio Ramírez compila en estas páginas a un total de cuarenta y ocho poetas vivos procedentes de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá, que dan cuenta de su capacidad poética. ***
CCU UEERRPPO OSS,, D DEE M MA AXX R RO OJJA ASS
M Mééxxiiccoo,, CCoonnsseejjoo N Naacciioonnaall ppaarraa llaa CCuullttuurraa yy llaass A Arrtteess,, 22001111 ((PPrrááccttiiccaa m moorrttaall)) Cuerpos, que reúne en un solo tomo los 25 libros de la obra más reciente del autor, fue presentado el miércoles 29 de febrero en la Casa del Poeta Ramón López Velarde. Cuerpos, obra monumental cuyo primer libro (de 25) dio al escritor Max Rojas el Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer 2009, aparece por primera vez reunida en su totalidad en un solo tomo editado por la Dirección General de Publicaciones (DGP) del Conaculta. Los versos que componen esta obra, que forma parte de la colección Práctica Mortal de la DGP, pueden considerarse inéditos en su conjunto, pues entre 2008 y 2010 sólo se publicaron cinco de los 25 libros que lo integran. Tras más de tres décadas de silencio, el autor de El turno del aullante y Ser en la sombra –libros que eellp pooeem maasseemmiinnaall 115544--115555//eennee--aabbrr..22001122
lo convirtieron en un escritor de culto en la década de los ochenta– reaparece para ofrecer Cuerpos, volumen en el que se aborda la experiencia desde lo corpóreo y se construye una poética con tintes metafísicos que discurre entre la visibilidad y la sombra. Obra con la que Rojas se confirma como una voz original y reveladora y una referencia obligada en la poesía contemporánea mexicana, Cuerpos encarna, con un lenguaje de ruptura y vanguardia, la eterna pugna entre lo decible y lo innombrable, entre el grito y el silencio, entre presencias que se evocan y la nada que aparece. Es también una batalla incesante con el tiempo, un afán de frenar inútilmente el deterioro y desgaste de aquellos cuerpos vueltos sombra. El libro, comenta Max Rojas, “se comenzó a escribir en junio de 2003 y muy pronto amenazó en convertirse en un poema interminable. Para mediados de 2009, el libro terminó por hartarme así es que lo abandoné, lo que no quiere decir que esté terminado…”. “Cuerpos fue pensado como un libro de poemas, sin embargo, me di cuenta de que se trataba de un solo poema, sobre todo al observar que en varios de los poemas que integran Cuerpos uno y Cuerpos dos no se alcanzaba el ansiado remate. A partir de
Cuerpos tres el poema me hizo a un lado y me tomó como a un mero escribiente”. El autor agrega que de ahí en adelante, cada libro ni empieza ni termina, y sólo tiene como hilo conductor las obsesiones del poeta y una “lógica poética” que le da continuidad y ruptura a todo el libro. Recomienda, a partir de Cuerpos tres, realizar una lectura en desorden; “para esto puede tomar como punto de referencia cualquier coma e iniciar su lectura o también concluirla en cualquier coma”. Max Rojas, poeta ensayista y narrador nacido en la Ciudad de México en 1940, es autor de los poemarios mencionados y de la novela Vencedor de otras batallas. Su obra ha aparecido en revistas y suplementos nacionales e internacionales, y en diversas antologías. De 1994 a 1998 fue director del Instituto del Derecho de Asilo-Museo Casa de León Trotsky y desde 2006 es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte del Fonca. www.conaculta.gob.mx/sala_prensa_detalle.php?id =1917
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