Mujeres Dignidad Ministerios

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Š D.R. Leopoldo Cervantes-Ortiz, 2011

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Contenido

Palabras preliminares, 7

1. Dignidad, libertad e igualdad humanas según la Biblia (2009), 9 2. Sabiduría y ética en las mujeres de la Biblia (Proverbios 8) (1999; 2011), 13 3. El mensaje de las mujeres o el seguimiento femenino de Jesús (2007), 17 4. Dignidad, disidencia y disensión. Espacios para la reivindicación de la vida y acción de las mujeres en el marco del Nuevo Testamento (1996), 25 5. La oración de las mujeres: modelo de fe y acción (2009), 35 6. Mujeres ordenadas en la Iglesia Primitiva: una lectura personal (2007), 39 7. ¿Qué significa género? (Testimonio de un esbozo de conversión a la causa de las mujeres) (1997), 43 8. La mujer en los ministerios oficiales de la Iglesia (1992), 47 9. Superar las diferencias de género en los ministerios como signo visible del Reino de Dios en la Iglesia (1995), 53 10. El derecho de las mujeres a la ordenación para los ministerios eclesiásticos (2005), 55 11. La ordenación de las mujeres, problema eclesiástico y extra-eclesiástico (2004), 67 12. ―Una confirmación del llamamiento de Dios‖: entrevista con Eva Domínguez Sosa (2010), 69 13. Sobre la ordenación de las mujeres: réplica, aclaración y cuestionamientos de forma y fondo al texto de Éver Gutiérrez Ovando" (2010), 75 14. Teología y ordenación de las mujeres en la Iglesia: tradición, conversión y cambio (2011), 87 15. Ministerios eclesiásticos y ordenación de mujeres desde una visión reformada y actual (2011), 89

Procedencia de los textos, 107

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Tanto licor en vaso tan pequeño, Señor, tan hondo afán, tan altas ramas, tanto clamor corriendo a borbotones en las estrechas delicadas venas. Tanto pesar, o luz o hiel, o nieve manando en mí, creciéndome ―continua marea sin reflujo que me bate― me romperán, Señor, me harán pedazos la débil envoltura que me encierra. Ensánchame, Señor. Dame el abismo más hondo y alto y ancho de tus mundos para volcarme toda y dilatarme con dimensión de mares, mar yo misma, y alzarme en olas, y cantar subiendo desde el oscuro fondo frecuentado por peces sin pupila hasta el ardiente contacto de los astros suspendidos, y revolverme libre, y alargarme hasta rozar las playas remotísimas con lentos pasos y tenderme en ellas como animal herido, descansando. ÁNGELA FIGUERA AYMERICH (España, 1902-1984)

Dios será la salvación, pero es difícil hallarlo porque no basta heredarlo y pedirle comprensión. Hay que abrirse el corazón y las entrañas rasgarse, y ya desangrada, darse, olvidándose de todo. Hay que buscarlo de modo que Dios tenga que entregarse. GUADALUPE AMOR (México, 1927-2000)

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Palabras preliminares

La reunión de este conjunto de textos responde a la coyuntura que representa, en 2011, la realización de un Concilio Teológico por parte de la Asamblea General de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México para discutir la ordenación de las mujeres a los ministerios. Como miembro de la misma durante toda mi vida, y habiendo experimentado (dentro de ella) una evolución espiritual y teológica que me obliga a tomar partido por una comprensión saludable de dichos ministerios desde 1992, aproximadamente, no creo que sea posible soslayar el hecho de que esta iglesia enfrenta ahora mismo una serie de desafíos, ante los cuales algunas respuestas han sido tímidas, tardías y en ciertas ocasiones, hasta muy lejanas a la realidad. Seguir limitando el acceso a las mujeres, aun cuando se siga aceptando que cursen los mismos estudios que los hombres, es una de ellas. Además, no se puede pasar por alto el hecho de que se difundan ampliamente otros materiales de estudio contrarios a la ordenación de las mujeres que, lamentablemente, no tienen el nivel bíblico-teológico ni la perspectiva predominante en un amplio espectro de las iglesias reformadas de hoy. Se trata de un gran déficit informativo y formativo que debe compensarse con la publicación de documentos que reflejen la pluralidad de acentos en cuanto a este y otros temas. Un primer impulso para reunirlos fue su publicación en orden cronológico, pero luego de reflexionar sobre su temática y características específicas (sermón, artículo, ensayo, ponencia o conferencia), así como de las circunstancias que los originaron, se impuso el criterio de agruparlos temáticamente, aunque sin dejar de referir la fecha de redacción. Al final del libro aparece la lista detallada. Un parte-aguas en este proceso reflexivo fue el periodo 1997-1998, en el que gracias a las aportaciones de los/as profesores/as de la Universidad Bíblica Latinoamericana, lo vivido hasta entonces comenzó a ser visto con otros ojos y, por supuesto con una mirada más sensible y crítica. Sólo hice algunos retoques y ajustes mínimos en donde resultaba imprescindible. Tengo la firme esperanza de encontrar lectores/as que sabrán dialogar con estos textos a fin de seguir soñando con la renovación de nuestra Iglesia en el marco de una obediencia cada vez más intensa al Dios de la vida, razón de ser de todo lo que existe, y quien, como lo reitera varias veces su Palabra, nunca ha hecho ni hará acepción de personas. Agradezco la simpatía y el apoyo de tantos hombres y mujeres de buena voluntad que han acompañado la gestación de este libro, especialmente a Rocío, Helena y Leopoldo (en estricto orden de aparición…), por su paciencia infinita. LC-O Agosto de 2011

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1. DIGNIDAD, LIBERTAD E IGUALDAD HUMANAS SEGÚN LA BIBLIA (2009) Una iglesia más democrática e inclusiva

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no de los problemas que las iglesias han enfrentado es la articulación entre la participación de hombres y mujeres en igualdad de circunstancias. El sueño de una

iglesia más democrática, esto es, de una comunidad en donde el servicio, la misión y el poder se ejerzan y practiquen de la manera más horizontal posible se ha cumplido apenas parcialmente. Y es que a veces la tendencia es a posponer o disimular las prioridades en el sentido de que la composición de las iglesias es plural y reclama respuestas y acciones concretas. Hay que ver cómo, en el ámbito sociopolítico, se habla de la necesidad de establecer ―cuotas‖ o una proporción cada vez más equitativa en la presencia de mujeres y cómo pasan los años y el número mínimo de mujeres en puestos públicos no se cumple. Parece que este tipo de decretos verticales no consiguen afianzarse por múltiples razones, entre ellas, se dice, porque no hay suficientes mujeres calificadas. ¿Y cómo las va a haber si el círculo perverso de la marginación, el hostigamiento y la descalificación hacen que, por ejemplo, la remuneración ni siquiera sea la misma? El sistema está hecho y funciona para impedir que las mujeres tengan acceso a los espacios de decisión porque su presencia en ellos es un peligro que pone en riesgo, se afirma también (muchas veces implícitamente) su estabilidad. Lamentablemente, democracia no es sinónimo de inclusión y por eso la lucha no termina sino hasta que se alcanzan prácticas comunitarias justas y equitativas. Pongamos por caso las prevenciones, todas ellas muy atinadas y pertinentes, de cierto panfleto que sigue circulando en el ámbito presbiteriano acerca de los enormes riesgos de que las mujeres accedan a los ministerios,1 lado a lado con un libro escrito por una mujer que busca que los hombres y las mujeres nos integremos de la mejor manera en la misión de la iglesia.2 En el primero se dice, por ejemplo, que sería insano y poco recomendable que una mujer embarazada presidiera un culto debido a su aspecto ―extraño‖: algunos miembros de la iglesia sufrirían ciertos traumas ante semejante ―espectáculo‖. El otro libro, por su parte, habla acerca de las bondades y posibilidades de la integración en la misión de ambos sexos, en igualdad de condiciones, especialmente en su aspecto formativo para las nuevas generaciones. Ambos autores son profundamente creyentes, pero algo falla en el razonamiento y en la manera de alcanzar conclusiones: mientras que uno descarta la 1

Bernabé V. Bautista, La ordenación de las mujeres: desde una perspectiva bíblica, histórica y teológica. México, Manantial, 1988. Quizá la crítica más concienzuda de este libelo ha sido la de Salatiel Palomino, ―A plea for recongnition. The battles of women in ministry‖, en Reformed World, vol. 49, núm. 1-2, primavera-verano de 1999, pp. 36-48. Ese mismo año apareció su versión en español en una edición especial de la misma revista. 2 Letty M. Russell, La Iglesia como comunidad inclusiva. Una interpretación feminista de la Iglesia. Trad. de C. Bonilla Avendaño. Buenos Aires-San José, Isedet-Universidad Bíblica Latinoamerticana, 2004. 9


observación de los contextos y deja de percibir la manera en que el Espíritu ―empuja‖ desde afuera a la iglesia debido a su soberanía sobre todas las esferas de la vida, la otra (acusada por el primero de ser, mínimo: ―feminista‖, ―modernista‖ y de la teología de la liberación‖, algo parcialmente cierto) se empeña en percibir y aplicar la diversidad y pluralidad de los dones del Espíritu en su espacio natural que es la Iglesia. Los postulados bíblicos se construyeron y pusieron por obra sólo después de un tiempo determinado en que las tensiones se canalizaron de tal forma que pudieran ser operativos. En el libro de los Hechos, por ejemplo, surgieron protestas, por decirlo así, ―desde arriba y desde abajo‖, cuando las viudas y los apóstoles entraron en conflicto por el servicio a las mesas (Hch 6.1-7). Así surgió el ministerio de los diáconos que, según vemos más tarde, también se amplió a las mujeres (Ro 16.1). Porque, en efecto, las negociaciones y acuerdos que subyacen a los relatos en la Biblia no difieren en nada de los que llevamos a cabo en la actualidad. La diferencia, tal vez, sea sólo el grado de disposición para los consensos en la aplicación de los avances que podemos reconocer como obra del Espíritu Santo, dentro y fuera de la Iglesia. 2. La imagen de Dios perdida y recuperada Según el primer relato de la creación del Génesis, la humanidad fue creada por Dios en una dualidad que representó, durante mucho tiempo, un misterio biológico. Las diversas culturas han coincidido en que, mediante una cadena de procesos de sometimiento, la mayor fuerza muscular masculina hay sido el sostén de los sistemas de sometimiento de la presencia femenina. No obstante, el propio texto, en su búsqueda de explicar el misterio de los dos géneros, acepta y proclama la igualdad en el origen divino de los hombres y mujeres. Dios decidió crear al ser humano ―a su imagen y semejanza‖, es decir, parecido a él, incluyendo a las mujeres en este parecido (1.26-27). Porque a la pregunta: ―¿Quién se parece más a Dios: ¿los hombres o las mujeres?‖, la respuesta ha sido más que evidente en la vida práctica de la humanidad. La narración del Génesis continúa hasta que aparece la otra versión de los hechos, la sacerdotal, en la que contra todas leyes de la biología, la mujer procede del cuerpo del varón. Esta versión suplementaria, procedente de otra tradición teológica, tenía como propósito justificar la sumisión femenina mediante un argumento que en su época era irrebatible, pero cuya fuerza simbólica debe ser leída hoy justamente en términos de la complementariedad humana y no ya como una afirmación tajante, como la de Pablo siglos después, en el sentido de que como la mujer fue creada después y pecó primero, debe aceptar su estatus supuestamente inferior como voluntad de Dios (I Ti 2.13-15). Un correlato extraordinario de estas afirmaciones es Gálatas 3.23-29, en donde Pablo afirma sin ambages la superación de los criterios raciales, sociales y sexuales mediante la obra de Cristo en un mundo marcado por el ejercicio de diferenciaciones arbitrarias basadas

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en la discriminación por el color de la piel, la clase social o el género. Pablo reivindica, en nombre de Cristo, a los marginados por su raza, capacidad económica y sexo, y contribuye a superar el racismo, la desigualdad social y el patriarcalismo (machismo) en las sociedades que conoció. La superación de esta situación es planteada como una intervención cristológica extraordinaria que va a buscar anclajes concretos e históricos en la vida humana. Calvino, por ejemplo, llegó a la terrible conclusión de que los ministerios no necesariamente eran también para las mujeres porque se dejó llevar más bien por las tendencias de su época, cultura y formación. Hoy, cuando somos testigos de la manera en que el Espíritu está moviendo a la humanidad progresivamente hacia la equidad de género, debemos celebrar esas iniciativas y unirnos creativamente a los esfuerzos divinos por integrar e incluir a los hombres y mujeres en la vida y misión de la Iglesia. No se trata, finalmente, de responder a una exclusión con otra, como tanto teme el autor del panfleto citado, ni de caricaturizar la presencia femenina en los liderazgos mediante sus aspectos supuestamente más grotescos. La parte masculina de la Iglesia debe asumir con humildad que ya no es posible esconder ―debajo de la alfombra‖ las consecuencias negativas y hasta nefastas que tiene la promoción de un sistema que ha mostrado sus debilidades y que, en estricto sentido, está agotado en su propósito de reflejar de la mejor manera los planes de Dios. La afirmación masculina, androcéntrica y pseudo-teológica de que la obra de Dios sólo tiene validez cuando es llevada a cabo por hombres es una herejía que pone en entredicho las afirmaciones bíblicas acerca de que los hombres y mujeres, por igual, son portadores de la imago Dei y del Espíritu Santo para llevar a cabo la expansión de su Reino en el mundo.

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2. SABIDURÍA Y ÉTICA EN LAS MUJERES DE LA BIBLIA (PROVERBIOS 8) (1999; 2011) Introducción

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l llamado ―eterno femenino‖ puede ser visto como un eterno retorno sobre el asombro y la extrañeza de la mujer que, desde la creación del mundo, representa para su

contraparte biológica y humana. La dificultad para interpretarlo ha propiciado el surgimiento de malos entendidos y, sobre todo, estereotipos relacionados con la forma en que las mujeres experimentan y transmiten la fe y la sabiduría. La alteridad femenina en la Biblia resuena fuertemente en diversos textos y personajes, lo cual plantea la necesidad de un modelo hermenéutico que permita entenderla mejor y proponerla como un modelo que, evidentemente brota de las Escrituras aunque en ocasiones haya mucha resistencia para aceptarla como tal. Las ―historias de las mujeres de Israel‖ en los libros de Jueces y Rut, por ejemplo, son una enorme veta de información y reflexión para alimentar esta búsqueda. Además, la ambigüedad de la celebración de la maternidad como elemento cultural en México se conecta, incluso si no se es consciente de ello, con la celebración de la fertilidad, del triunfo de la vida, en sentido antropológico, ontológico, del ser femenino, así como, en ocasiones, abre la puerta para la reiteración de un complejo de Edipo sumamente enfermizo, atormentado por la culpabilidad en el trato con la persona ―que nos dio la vida‖. La fraseología de los días que rodean a la fecha dedicada a las madres es muestra también de todo esto. La literatura bíblica sapiencial, vehículo de la sabiduría y de la ética de las mujeres del pueblo de Dios, es un modelo vasto y profundo de inspiración, reflexión y pragmatismo institucionalizados. La palabra griega misma para ―sabiduría‖, que también es nombre de persona, Sofía, se desdobla en el libro de los proverbios como ―la‖ Sabiduría personalizada en compañía del Espíritu divino creador. Sabiduría y ética en la cotidianidad femenina Podría decirse que existe una cierta ―ruptura‖ entre los capítulos 8 y 31 del libro de los Proverbios, con base en que existe una confrontación de ámbitos: en el segundo, la mujer está un tanto limitada o confinada al ―espacio hogareño‖, un espacio supuestamente restringido de sabiduría para una aplicabilidad inmediata e intrascendente socialmente, según los cánones de varias épocas, aun cuando el pasaje se esfuerza por abrir otras posibilidades existenciales en su afán de destacar las virtudes de la mujer. En Proverbios 8, la personificación femenina de la mujer se encuentra en la calle, es decir, en un espacio donde la sabiduría y la ética se ponen al servicio de las necesidades comunitarias. Se trata claramente de una voz urgente que busca ―evangelizar‖ a quienes desconocen las bondades del temor de Dios. Las tribunas, los púlpitos, los lugares para 13


expresarse son los más ―seculares‖: ―Las alturas, junto al camino‖ (v. 2) que muestran una perspectiva en medio de la conflictividad histórica. ―Los cruces de caminos‖ son sitios cruciales para tomar decisiones en medio de las disyuntivas coyunturales. ―Las puertas de la ciudad‖ (v. 3) hablan también de una acción determinante en medio de la vida política, algo que lamentablemente en muchas iglesias deja de verse al condenar a las mujeres a un reduccionismo muy significativo de su papel social. Como se pregunta Irene Foulkes al hacer un panorama crítico del Nuevo Testamento: ¿Qué esperaban encontrar las mujeres al ingresar en la Iglesia? No esperaban chocar con enseñanzas o prácticas que marginaran a las mujeres. Aunque sea por inferencia que llegamos a esta conclusión, la presencia, aunque difusa, de este tipo de actitud nos ayudará a comprender mejor algunos textos de hechos y las cartas del NT. Cuando aparecen mujeres con una cuota de liderazgo, como Lidia en Hch 16, o las misioneras o ministras mencionadas en Ro 16, los intérpretes de hoy no deben tener reparo en reconocer que ellas encarnan un ideal 3 presente en el contexto de la sociedad del primer siglo.

Sabiduría y ética en interlocución y proclamación activa Las interlocutoras o receptoras de las mujeres de Proverbios son, por supuesto, otras mujeres, pero también la humanidad con una proyección universal (el texto especifica aún más: son personas poco educadas, con escasos conocimientos o experiencia), pues estamos ante un discurso con proyección. Los dualismos propios de este libro distinguen consistentemente a las personas para colocarlas en estamentos basados en su grado de experiencia o sabiduría: justos-insensatos, por ejemplo. El valor de la enseñanza en los labios femeninos despliega una proclamación definitoria desde un espacio tradicionalmente denegado y rechazado (v. 7), lo que posibilita que las mujeres rompieran el círculo de exclusión que las tenía enclaustradas. Su influencia doméstica podía extenderse también al espacio social. La auto-identificación de la Sabiduría en femenino (12-21) muestra su utilidad en los espacios político (14-16a) y de impartición de justicia (16b), importantes para la conformación y estabilización social, algo que no necesariamente se aprecia en relatos históricos o anecdóticos, con todo y que la simbolización femenina está muy presente. La identificación con la Palabra divina en su valor (19) y la redefinición de la sabiduría como hábito vital (8.13; 9.10) es un reconocimiento no sólo a la ―sensibilidad femenina‖, en el sentido convencional, que es como suele ser leída, sino como a la capacidad intelectual de similar fuerza e ímpetu para influir en situaciones importantes, sin demérito del género o de la ubicación familiar o doméstica.

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Irene Foulkes, ―Invisibles y desaparecidas: rescatar la historia de las anónimas‖, en RIBLA, núm. 25, 1997, p. 49.) 14


La Sabiduría, co-creadora con Dios (22-31), se presenta como una compañía pensante y actuante al lado de Dios. Su papel no es el de una figura decorativa porque desempeña una función activa en las acciones creadoras. Esto se proyectará después en términos de una comprensión del Espíritu Santo y de Jesucristo mismo como coadyuvantes en la creación y en la redención. Algo que ha sido bien percibido por las teólogas actuales: Sofía-Jesús alimenta con el pan de la vida y sacia abundantemente el hambre [del pueblo]‖. Muchos textos evangélicos fueron escritos dentro de esta tradición y los lectores podían entender las alusiones a la Sabiduría divina: ―La Sabiduría divina habla con orgullo entre su pueblo. Ofrece vida, descanso, conocimiento y la abundancia de la creación para todos aquellos que la acepten. Es todopoderosa, inteligente, única, amante del pueblo, una iniciada en el conocimiento de Dios, una colaboradora en el trabajo de Dios. Es la conductora del éxodo de Egipto, la predicadora y la maestra de Israel y la arquitecta de la creación de Dios. 4 Comparte el trono de Dios y vive en simbiosis con lo Divino. La Sabiduría se construyó una casa y Preparó la mesa; Despidió a sus criados y Proclamó en público: ―Venid y comed de mi pan, bebed el vino que os he preparado‖. Sabiduría, trabajadora de la justicia, El conocimiento y la vida son Sus estandartes, Los profetas y los poetas Sus mensajeros. Proclamando la ekklesía Reunida en torno a Su mesa.

Sabiduría y ética como enseñanza vital y pertinente Podría hablarse, entonces, de un ―evangelio femenino‖ y de su aplicabilidad total a la vida cotidiana en todas las esferas como una alternativa al ―mundo masculino‖ tan predispuesto a la violencia y el abuso del poder y la fuerza. Lejos está de esta manera de ver las cosas la idea de una debilidad en el género femenino. Por el contrario, la manera propia en que las mujeres entienden, viven y transmiten la fe requiere ser asimilada por la humanidad entera, pero ahora como un modelo, no como un contra-ejemplo. Las mujeres, depositarias de una sabiduría ancestral, pueden incorporarse plenamente a los espacios de decisión para forjar nuevas formas de convivencia. Un ejemplo de ello es la nueva teología indígena, la cual es vista más como una forma de sabiduría vital al servicio de la liberación popular, de manera parecida a como las mujeres pueden contribuir con su visión a cambiar el rumbo del mundo.

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E. Schüssler Fiorenza, Pero ella dijo. Prácticas feministas de interpretación bíblica. Madrid, Trotta, 1996, pp. 30-31.) 15


La sabiduría y la ética, en ese sentido, son necesidades urgentes en estos tiempos globalizadores e insolidarios, pues la práctica de los valores del Reino de Dios desde la óptica de las mujeres, así como de otros grupos humanos tradicionalmente marginados, puede aportar nuevos horizontes para la esperanza y la transformación de las sociedades actuales. La sabiduría y la ética femeninas y humanas, bien pueden ser un efectivo punto de partida para una reconstrucción integral de la humanidad desde el ser femenino.

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3. EL MENSAJE DE LAS MUJERES O EL SEGUIMIENTO FEMENINO DE JESÚS (2007; 2010) La palabra decisiva del cristianismo al mundo es específicamente un mensaje de mujeres. Sólo ellas son a todas luces capaces y dignas de 5 ver la victoria de la vida sobre la muerte y de hacerla patente. EUGEN DREWERMANN

Introducción

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as mujeres no necesitan apologías ni insistir en que son igual de capaces que los hombres para ciertos trabajos aparentemente reservados a éstos. Lo que haremos aquí

será una serie de observaciones sobre el significado de la presencia de las mujeres en el inicio canónico del Nuevo Testamento, la revelación de Jesucristo como redentor de lo humano, en el seguimiento de Jesús según los Evangelios, y su relación con el bautismo como acto de iniciación e integración al pueblo de Dios. Presencia más bien reivindicativa luego de una ausencia negadora del seguimiento de Jesús en el evangelio de Marcos, por ejemplo, desde donde es posible advertir la forma en que las mujeres aportaron un tono característico a la proclamación del Evangelio del Reino de Dios. Como escribe el teólogo y psicoterapeuta Eugen Drewermann: Hay textos en el Nuevo Testamento que realmente sólo cabe poner en la cuenta de las mujeres. La historia de la pasión del Evangelio de Marcos es una historia de hombres; todo cuanto allí ocurre está planificado y desarrollado por hombres. Sólo muy al final, ya al pie de la cruz, se menciona un grupo de mujeres, que acompañan a Jesús hasta a muerte. Mientras que todos los discípulos emprenden la huida en la hora decisiva del Monte de los Olivos para salvar la propia piel (Mr 14.50-51), sólo tres mujeres: María de Magdala, María, madre de Santiago y de José, y Salomé, se mantienen leales a Jesús. Sólo ellas con su mera presencia se enfrentan al mundo masculino de la destrucción y del ―dominio‖. Y son ellas quienes la mañana de Pascua serán las primeras testigos de la resurrección de Jesús. Fundamentalmente a ellas confía el ángel en el sepulcro el mensaje pascual. La palabra decisiva del cristianismo al mundo es específicamente un mensaje de mujeres. Sólo ellas son a todas luces capaces y dignas de ver 6 la victoria de la vida sobre la muerte y de hacerla patente.

Una reinterpretación y reconstrucción de los inicios del cristianismo, vista desde la óptica de las mujeres, daría como resultado, sin duda alguna, algo así como la reinvención del cristianismo, una nueva Reforma pues. Del mismo modo que releer e interpretar el Evangelio desde otras minorías condenadas al silencio. La imposición de un estilo patriarcal y autoritario de fe y práctica ha marcado al cristianismo, ya entrados al siglo XXI. De ahí la

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E. Drewermann, El mensaje de las mujeres. La ciencia del amor. Trad. de C. Gancho. Barcelona, Herder, 1996, p. 7. Énfasis agregado. 6 E. Drewermann, op. cit., p. 7. Énfasis agregado. 17


necesidad de releer y reinterpretar nada menos que el seguimiento de Jesús, esto es, la realidad del discipulado en su vivencia y experimentación subversivos en los tiempos que corren, dominados por el adocenamiento y la superficialidad, adonde la falta de compromiso ideológico y político se imponen como dogmas indiscutibles. Así pues, la búsqueda de los reversos del cristianismo es una lección permanente. Cada generación de cristianos y cristianas necesita, entonces, un acercamiento, paralelo y simultáneo, a las raíces de su fe, desde las diversas otredades que nos desafían a vivir la fe y la misión de una manera apelante y pertinente. En el aspecto de género, los hombres y las mujeres, pero mayormente los primeros, necesitamos atisbar la forma y el estilo con que es posible hacerlo desde la otredad más radical que vivimos cotidianamente: las mujeres como prójimas y extrañas, parafraseando a Roger Bastide, pues no existe una contradicción más flagrante que la de a convivencia permanente y la incomprensión inveterada de la perspectiva femenina. Y conste que a estas alturas ya estamos más allá de las simplezas como ―Yo entiendo a Dios de otro modo‖ o fórmulas similares que no alcanzaba a asimilar los enormes retos para la humanidad entera que requiere una visión complementaria, sin superioridades de ningún tipo, de lo que representa la fe cristiana centrada verdaderamente en el testimonio neo-testamentario, respetuoso, desde sus inicios canónicos, de la presencia y acción de las mujeres. La genealogía femenina de Jesús: incorrección política a manos llenas Drewermann hace un ejercicio imaginativo y comparativo sobre Raquel, ―la primera madre de Israel‖, a partir de la forma en que Thomas Mann y Stefan Zweig imaginaron literariamente su vida. Mientras el autor de La montaña mágica, en José y sus hermanos, explora la cadena de tragedias de Raquel, aunque todo es considerado desde la perspectiva de Jacob. Por el contrario, Zweig interpreta su historia desde una discusión con Dios, y ve en ella una ―persona cuyo apasionado sentimiento le procura de continuo nuevos sufrimientos, pero cuyo calor y humanidad poseen una grandeza propia y en definitiva algo así como una exigencia jurídica, que explica y reclama la misericordia de Dios‖.7 A partir de la figura de Raquel como madre primordial de Israel, Drewermann sugiere: ―También el lector de la Biblia tiene que adoptar la actitud dde esa misericordia maternal, si quiere entender ese tipo de relatos históricos del Antiguo y del Nuevo Testamento como narraciones, que en medio de la madeja enmarañada de infinitas ataduras y tragedias, hablan en forma velada de la cólera y de la magnanimidad de Dios‖.8 Al acercarse a Tamar, la propuesta de Drewermann es sólida: ―Volver a soñar su vida, que a menudo sólo ha sido esbozada en unas pocas frases de la historia ‗sagrada‘ de la 7 8

Ibid., p. 13. Ibid., p. 14.

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Biblia, con los recursos de la visión poética viene a ser como un deber para todo el que quiere comprobar internamente los peculiares caminos de Dios con los hombres o, mejor aún, el empeño constante del hombre por conseguir la elección y justificación a los ojos de Dios‖.9 Su decisión de ―conseguir esposo‖ a toda costa fue un acto de protesta ante las condiciones de desventaja para las mujeres sin marido ni hijos. Su ―inexistencia‖ tribal la llevó a urdir un plan que desenmascaró la hipocresía masculina. Pasando al caso de Rahab, hay que puntualizar y enlazarla con Tamar: aquélla se hizo prostituta por necesidad y desesperación, ella era prostituta. En la historia de Rahab lo que prima es la ley humana de la sobrevivencia. Pero sobrevivir con dignidad no siempre es un objetivo alcanzado.

Drewermann es

particularmente incisivo al evaluar este relato: ―Tenemos que agradecer a ese Salmón que fuese el primero en transgredir y pasar por alto las leyes que Moisés había consignado en el libro anterior ([...] ¡eliminar a la población cananea en Dt 7.1-11!), al haberse casado con la cananea Rahab, al haber reconocido al hijo de ella y suyo y al haberse puesto al lado de aquella ramera de una ciudad conquistada. ¡Y la bendición de Dios descansó sobre aquella unión!‖.10 Rut es otra historia, casi calcada de la de Tamar, aunque en su caso lo sobresaliente es la suma de marginalidades, algo que no dejaba de aparecer en las historias anteriores: mujer, extranjera, pobre, viuda, sin hijos. En medio de la anarquía social y del primado de la violencia en todas sus formas que azotaba sobre todo a las mujeres (pues no debemos olvidar a la mujer anónima de Jueces cap. 19 ni a las benjaminitas del cap. 21), Rut obliga al pueblo de Israel a cumplir con la ley, incluso con ella, mediante métodos nada ortodoxos y moralmente cuestionables. Su solidaridad con Noemí va más allá de dogmas y patriotismos obsoletos: se basó en la identificación con otra mujer en crisis. Betsabé, a su vez, es violentada por el capricho del poderoso que la toma como si fuera un objeto, pero es reivindicada ¡nada menos que por Dios y, más tarde, por el canon bíblico! Enredada en las intrigas de la sucesión de David y condenada a la desaparición como miles de compañeras suyas, víctimas del terror masculino (conyugal, familiar, laboral, además de las guerras de siempre), Betsabé ingresa por la puerta grande a la genealogía del Mesías. Luego de la muerte del primer hijo de David, quien es el destinatario del castigo divino por su abuso del poder, Betsabé tiene a Salomón, cuyo nombre remite a la paz buscada con tantas ansias. Drewermann subraya que no deberíamos olvidar tampoco a las otras mujeres ligadas al destino de David: Mical, Abigail y Ahinoam, sujetas a las voluntad de los hombres, sin posibilidad de elección.

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Ibid., p. 25. Ibid., p. 52.

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Sobre estas mujeres, Drewermann concluye: ―La única historia de salvación que realmente existe está compuesta por destinos similares a los de Tamar, Rahab, Rut y Betsabé. Qu esto sea así es lo que en exclusiva justifica la esperanza de que tampoco las personas como nosotros estemos excluidos de la salvación de Dios. Dios no camina con nosotros hacia Utopía [...] Su humanidad y la nuestra constituyen la única forma de sanar la historia humana‖.11

Las discípulas y apóstolas de Jesús: de la invisibilidad a la misión De modo que, entre líneas, bien podría decirse que Tamar, Rahab, Rut y Betsabé, además de las no mencionadas, son madres espirituales, no sólo de las mujeres del llamado ―Nuevo Testamento‖, sino de todo el pueblo de Dios, pues su invisibilización implica borrar buena parte de la memoria histórica de la fe. Entre las mujeres anónimas de los evangelios están la suegra de Pedro, la mujer con flujo de sangre, la hija de Jairo, la mujer sirofenicia, la viuda pobre y la mujer que unge a Jesús en Betania, la samaritana, la mujer no apedreada, la esposa de Pilato, entre otras. Todo ello sin contar el resto de los libros. Pero en las menciones ―canónicas‖, el grupo no es pequeño: María, la madre de Jesús, Marta y la otra María, sus amigas, María Magdalena, apóstola y amiga, y, en los Hechos y las epístolas, Febe, Priscila, Lidia, Julia, Trifena y Trifosa, también entre muchas.12 Con todo, cuando Elisabeth Schüssler-Fiorenza realizó su reconstrucción feminista de los orígenes del cristianismo, el modelo de mujer que le sirvió como punto de partida fue quien ungió a Jesús en Mr 14.1-9, debido a la conclusión del propio texto: ―Dondequiera que se proclame la Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho, para memoria de ella‖. He aquí la palabra clave, memoria, porque como bien explica esta autora: ―La profética acción simbólica de la mujer no forma parte de lo que la mayor parte de los cristianos han retenido del Evangelio. Incluso su nombre se ha perdido para nosotros. Allí donde se proclama el Evangelio y se celebra la Eucaristía se cuenta otra historia: la del apóstol que traicionó a Jesús. Se recuerda el nombre del traidor, pero se ha olvidado el de la discípula fiel por el mero hecho de ser una mujer”.13 Pero el análisis va más allá y Schüssler explica que en Juan la mujer es identificada con María de Betania, pero que el relato enfatiza su carácter de pecadora.

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Ibid., p. 90. Cf. E. Tamez, Las mujeres en el movimiento de Jesús, el Cristo. Quito, CLAI, 2003. En este libro, la autora cuenta la historia asumiendo la voz de Lidia, lideresa de la iglesia apostólica. 13 E. Schüssler Fiorenza, En memoria de ella. Una reconstrucción teológico-feminista de los orígenes del cristianismo. Trad. María Tabuyo. Bilbao, Desclée de Brouwer, 1989 (Iglesia y sociedad, 18), p. 15. 12

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Según la tradición fue una mujer quien nombró a Jesús [como hacían los profetas con los reyes] por medio de su profética acción-símbolo. Era una historia políticamente peligrosa. [...] Marcos despolitiza así la historia de la pasión de Jesús, desplazando, primero, la responsabilidad de su muerte de los romanos a las autoridades judías y, segundo, definiendo 14 teológicamente el mesianismo de Jesús como título de sufrimiento y muerte

El matiz relacionado con las discípulas es bastante claro:

Mientras, según Marcos, los principales discípulos varones no comprenden este mesianismo sufriente de Jesús, lo rechazan y finalmente le abandonan; las discípulas que han seguido a Jesús de Galilea a Jerusalén se revelan de inmediato como el auténtico discipulado en el relato de la pasión. Ellas son las verdaderas seguidoras (akolouthein), comprendiendo que su ministerio no era la soberanía y la gloria sino diakonia, ―servicio‖ (Mr 15.41). De esta manera, las mujeres aparecen como las verdaderas ministros y testigos cristianos. La mujer anónima que señala a Jesús con una profética acción-símbolo [....] es el paradigma del verdadero discípulo. Mientras que Pedro había confesado, sin comprenderlo realmente, ―Tú eres el ungido‖, la mujer, ungiendo a Jesús, reconoce claramente que su mesianismo significa 15 sufrimiento y muerte.

De modo que aunque los autores masculinos de los textos dejaron en el anonimato a varias mujeres, el propio pasaje subraya la importancia de la acción de la mujer y así el paradigma femenino del seguimiento de Jesús es un hecho irrefutable porque, como comenta también Schüssler Fiorenza: ―Mientras los autores post-paulinos intentan estabilizar la frágil situación social del discipulado de iguales insistiendo en la dominación patriarcal y en las estructuras de sumisión —y esto no sólo en relación con la casa sino también en relación con la Iglesia— los escritores del Evangelio se sitúan en el otro extremo de la ‗balanza‘. Insisten en la conducta y el servicio altruistas como praxis y ethos apropiado del liderazgo cristiano‖.16 Y eso es precisamente lo que hacen por su lado Marcos y Juan, pues ambos enfatizan el servicio y el amor como centro del ministerio de Jesús y exigencia principal del discipulado. Marcos usa tres verbos para definir el discipulado femenino: le seguían en Galilea, le servían y ―habían subido con él a Jerusalén‖ (15.41). En otras palabras, tomaron la cruz con y como él, aceptaron el riesgo de ser ejecutadas (8.34). Ellas verdaderamente abandonan todo y le siguen en el camino amargo y trágico de la cruz. Marcos presenta a las mujeres al pie de la cruz como los primeros testigos apostólicos más eminentes. Al final del evangelio, aparecen como ejemplos del discipulado sufriente y del verdadero liderazgo, no ligado al ejercicio del poder según la manera establecida. La comunidad cristiana post-pascual ―debe luchar para evitar el esquema de dominación y sumisión que caracteriza el entorno socio-

14

Ibid., p. 16. Idem. 16 Ibid., p. 377. 15

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cultural. Aquéllos que están más lejos del centro del poder religioso y político, los esclavos, los niños, los gentiles, las mujeres, se convierten en el paradigma del verdadero discípulo‖.17

El mensaje de las mujeres a la Iglesia de todos los tiempos La historia de la iglesia, en sus diversas etapas, ha entendido la figura de María Magdalena de muchas maneras. La orientación general ha consistido en vehicular dicha figura según los énfasis del momento o incluso las modas. Como bien lo ha planteado un grupo de estudiosas españolas, Magdalena pasó de ser apóstol para convertirse en prostituta y amante. La teología tiene también, entre sus tareas, construir modelos de fe concretos para los creyentes, hombres y mujeres. Todos los evangelios mencionan a María Magdalena como la principal testigo de la resurrección: descubre la tumba vacía y es la primera en recibir una aparición del resucitado, por lo que es, doblemente apostola apostolorum (apóstola de los apóstoles).18 El cuarto evangelio la muestra llevando a Pedro y Juan al sepulcro y es enviada a anunciar las palabras de Jesús, aunque según Marcos no le creyeron hasta que se les apareció a otros, en una ―cadena de incredulidad‖. Al contrario de Mr 16.8, Juan dice que Magdalena les anuncia inequívocamente la aparición del Señor y, en contraste con Pablo, que afirma que Pedro fue quien lo vio primero. Además, ella es presentada como la discípula fiel desde tres puntos de vista: primero, porque Jesús le pregunta ―¿A quién buscas?‖; segundo, porque ella lo reconoce cuando él la llama por su nombre (reminiscencia del Buen Pastor del cap. 10); y tercero, porque su respuesta es la del verdadero discípulo al reconocerlo como maestro. Esto implica que María Magdalena legitima su discipulado, pero también su apostolado, esto es, ―como modelo de autoridad para las comunidades joánicas‖,19 en este caso, aunque por extensión puede extrapolarse al resto de los grupos cristianos. En ese sentido, Ivone Gebara ha reconocido cómo, a partir de la moda de El Código Da Vinci, la figura de Magdalena está de nuevo en el centro de la atención, aunque no debe olvidarse que el escándalo por dicha novela se aprovechó de la enorme ignorancia sobre los primeros siglos del cristianismo en el seno de las iglesias.20 Un texto de Hipólito de Roma (ca. 170-ca. 235), citado por Susan Haskins, ejemplifica la manera en que fe cristiana antigua encontró continuidades histórico-teológicas entre varias 17

Ibid., p. 386. Cf. el capítulo ―Apostola Apostolorum”, en Susan Haskins, María Magdalena: mito y metáfora. Trad. de Nicole D‘Amonville Alegría. Barcelona, Herder, 1996, pp. 79-120. 19 E. Schüssler Fiorenza, op. cit., p. 399. 20 Toni Longueira, ―Dan Brown revisa el papel de la mujer en la tradición cristiana. Entrevista a Ivone Gebara‖, en La Voz de Galicia, 14 de diciembre de 2006. A pregunta expresa, Gebara respondió: ―Pienso que su novela aporta datos históricos pero también imaginarios. La obra reflexiona sobre el patriarcalismo imperante en la Santa Sede. El Código Da Vinci tiene el mérito de revisar el rol de la mujer en la tradición cristiana antigua‖. 18

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heroínas de la fe, en este caso entre Eva y María Magdalena. Él fue uno de los primeros en reconocer la importancia de Magdalena al anunciar la resurrección a los discípulos: […] Y para que los apóstoles [mujeres] no dudaran de los ángeles, Cristo se les apareció en persona, de modo que las mujeres son las apóstoles de Cristo y remedian, mediante la obediencia, el pecado de la primera Eva […] Eva se ha convertido en apóstol […] Para que las mujeres no se mostraran como mentirosas sino como portadoras de la verdad, Cristo se apareció a los apóstoles [hombres] y les dijo: En verdad soy el que apareció a estas mujeres y 21 deseo mandároslas como apóstoles.

A partir de esta perspectiva es que deben considerarse muy en serio las lecciones del discipulado femenino para la Iglesia de hoy. Al carácter inevitablemente plural de la Iglesia, las mujeres, con su presencia activa, estimulan y animan a las comunidades para no perder la razón de ser del seguimiento de Jesús, su validez como utopía posible y su compromiso con la construcción de una nueva humanidad. Lamentablemente, luego de 20 siglos de iglesia patriarcal, todavía parece subversivo este modo de ser comunidad cristiana. Las mujeres desafían a la Iglesia a la inclusión, a la ternura, a renunciar a los paradigmas de poder patriarcal que poco hacen para colocar verdaderamente el amor y la justicia en el centro de todas las relaciones humanas. Son muy aleccionadoras las palabras finales del libro citado de Elsa Tamez: Se ha dicho que la actitud negativa frente a las mujeres obedece a la fuerte presión exterior de la cultura grecorromana, que veía en las casas-iglesia una célula subversiva. Por lo tanto, si seguían desafiando el orden patriarcal y los valores de la sociedad romana, las comunidades cristianas corrían el riesgo de desaparecer por completo. Por eso y por otras razones, había que tener un ―patriarcalismo de amor‖. Esta realidad, sin embargo, no justifica ningún tipo de opresión o marginación de miembro alguno de la comunidad cristiana. [... Esta resistencia de las mujeres a callase no ha parado hasta el día de hoy. Las mujeres cristianas sentimos que el espíritu de Jesús y su movimiento sigue animando a sus seguidores, mujeres y hombres, dándoles fortaleza y sabiduría para que la comunidad de iguales lleve adelante el mensaje del Reino de Dios y, a la vez, la denuncia de todo aquello que oprime y 22 excluye a las mujeres y a cualquier miembro de las comunidades.

Después de todo, el bautismo nos unifica a todos y nos inicia en la participación en la Iglesia, con ordenación a algún ministerio o sin ella. El bautismo es una práctica cristiana igualitaria que define e identifica a la comunidad. La identificación con María Magdalena y las demás mujeres protagonistas y acompañantes del acontecimiento de Cristo pasa por el filtro de la experiencia de fe y de las mediaciones culturales que favorezcan la empatía con ellas y su mensaje. Hace falta dedicar mucho tiempo a los acercamientos biográfico-teológicos con ellas y otros modelos más en la historia de la Biblia y la Iglesia en sus diversas tradiciones.

21 22

S. Haskins, op. cit., p. 87. E. Tamez, op. cit., pp. 122-123. 23


Cada una tiene historias propias que contar para alimentar la fuerza de un testimonio y acción que no deben seguir en la oscuridad y el desprecio. Finalmente, escuchemos las palabras de una poeta mística mexicana. Se trata de un fragmento de ―la cita‖ de Concha Urquiza (1910-1945). Te esperaré esta noche, Señor mío, en la siniestra soledad del alma: en la morada antigua donde el amor se lastimó las alas; por cuyos largos corredores gime la ausencia de tu voz y tus palabras. En el fosco recinto, hondamente cavado, donde jamás la antorcha de la risa, jamás la limpia desnudez del llanto, ni la serena atmósfera del verso los ecos agitaron. Allí te esperaré, porque esta noche no tengo otra morada; a lo largo del húmedo camino todas las puertas encontré cerradas, y en la sombra tenaz perdí tu huella —la senda de tu huerto y de tu parra—. ¡Oh Suavísimo, ven! Ven, aunque encuentres apagadas las lámparas nupciales, aunque el voraz silencio el roce niegue de tu planta suave, aunque tu faz se esconda en las tinieblas, aunque tu beso y tu palabra callen, y mis manos tendidas en la sombra 23 no acierten a tocarte.

23

C. Urquiza, El corazón preso. Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, 198 , p.

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4. DIGNIDAD, DISIDENCIA Y DISENSIÓN. ESPACIOS PARA LA REIVINDICACIÓN DE LA VIDA Y ACCIÓN DE LAS MUJERES EN EL MARCO DEL NUEVO TESTAMENTO (1996) Diles que no se sigan por sola una parte de la Escritura, que miren otras, y que si podrán por ventura atarme las manos. SANTA TERESA DE JESÚS ¿Y si Dios fuera una mujer? JUAN GELMAN

¿Es cristiano ser mujer?: La perspectiva patriarcal del texto bíblico como obstáculo para la lucha por la emancipación de las mujeres en la Iglesia

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e entrada habría que situarse ante el dilema de la perpetuación de la imagen ideológica de la autoridad de la Biblia y de su manipulación por el sexo masculino en

casi dos mil años de cristiandad. Un sexo que ejerce el poder eclesiástico en todos sus niveles le entrega el Libro al otro, el oprimido, y le dice que es voluntad divina su estado y condición. El otro, sumisamente aprende a percibir el misterio de Dios desde la óptica del sexo dominante. Toda la teología estaría contaminada así por una falsa superioridad. En el terreno literario, por ejemplo, la aparición de perspectivas inéditas (en términos de personajes o de motivos), como es el caso de la figura de los niños, sólo se establece con claridad hasta el romanticismo. En el campo que nos ocupa, ha tenido que ser hasta finales del siglo XIX y bien entrado el XX, en que la conciencia cristiana femenina desafía a toda la herencia cristiana con un grito de denuncia y reclamo por su marginación y su destierro ideológico. Toda la humanidad redimida se ha perdido así de las aportaciones del sexo que ha cargado con las imposiciones de la interpretación y la doctrina. Emilio García Estébanez, en la conclusión de su libro ¿Es cristiano ser mujer?, resume las posturas de las mujeres que se enfrentan a tal problemática:24 algunas feministas piensan que en la Biblia y en el magisterio eclesiástico masculino hay una negación absoluta de los ideales salvíficos y, por lo tanto, el Dios cristiano no puede garantizar la emancipación femenina, sino todo lo contrario. Muchas de ellas sienten que ya no deben de seguir en el seno del cristianismo. No están dispuestas a transigir ni a aceptar migajas. Esas mujeres, subraya dicho autor: No entienden por qué, siendo las mujeres las que mayoritariamente asisten a las reuniones de la comunidad cristiana, ha de ser siempre un varón el que presida. Los institutos religiosos femeninos, el lugar más privilegiado que la Iglesia de los varones ha ordenado para las mujeres, tienen todos por cabeza a un ―machito consagrado‖: el capellán, el confesor, el protector, el visitador..., cuyo cometido es velar por el orden e iluminarlas, dada la mayor circunspección e 25 inteligencia que adorna al sexo masculino.

24 25

Madrid, Siglo XXI, 1992. Ibid, p. 171. 25


Otras feministas creen que puede lograrse la emancipación femenina dentro de la Iglesia, sin abandonar la fe y sin entrar en complicidad con los poderes o privilegios masculinos, y a veces ni siquiera se trata de obtener la ordenación al ministerio pastoral, sino más bien ―pero nada menos, de que sus hermanos y co-específicos no las desprecien, sino que las consideren sus iguales y de que no presuman de que Dios les hizo a ellos primero‖.26 Por otra parte, si en la Biblia hay suficientes elementos que revaliden tal lucha, hay que seguirlos. Las partes de la Escritura por las que se ha seguido la teología cristiana han hecho de las mujeres unos hombres grotescos y humillados. Ante ellos, el cristianismo patriarcal es el fracaso de la historia de la liberación humana y la derrota del pensamiento evangélico [...] Tiene que haber otras partes en la Biblia que afirmen la imagen plenamente humana y divina de la 27 mujer [...] Si no las hubiera -que las hay- habría que inventarlas.

Los planteamientos actuales, que van desde la epistemología hasta la espiritualidad, pasando por la hermenéutica y la historia de las religiones,28 son una evidencia irrefutable de que los tiempos del absolutismo masculino en el terreno de la experiencia cristiana ddeben ceder su lugar a una vida de fe más abierta a todas las voces que no han tenido tribuna ni espacio para su difusión. Es admirable, por ejemplo, la tarea llevada a cabo por teólogas de todas las latitudes en el número de febrero de este año de Concilium, la revista internacional de teología fundada por Rahner, Küng y Schillebeeckx, donde se trabaja la fe cristiana desde la raíz misma de sus postulados universales.29 Y no basta solamente con hablar de una manera muy liberal y progresista de hermenéutica feminista, como si se tratara de una graciosa concesión. Estamos hablando de una auténtica revolución ideológica, cultural y religiosa. Humana en una palabra. En noviembre de 1992, la revista Time, con motivo de la ordenación de mujeres al sacerdocio por parte de la Iglesia Anglicana dedicó su tema central al asunto, interrogándose si una decisión como esa constituía una ―segunda Reforma‖.30

26

Ibid, p. 172. Idem. 28 Una aportación fundamental desde el campo de la mitología y de las religiones comparadas lo constituye el libro de John A. Phillips, Eva. La historia de una idea. México, FCE, 1988, que utiliza el método del psicoanálisis para explicar la sustitución bíblica de los elementos femeninos en los relatos de la creación y de la caída, y también en la concepción misma de Yahvé como una divinidad masculina. 29 Sobresale, por ocuparse del ambiente de nuestro continente, el ensayo de María José F. Rosado Nunes, ―La voz de las mujeres en la teología latinoamericana‖, pp. 13-28, el cual es una adaptación de otro más extenso: ―De mulheres y de deuses‖, aparecido en Estudos Feministas, Río de Janeiro, no. 0, 1992, pp. 5-30. 30 El artículo principal, ―The Second Reformation‖, escrito por Richard N. Ostling, señalaba: ―El debate sobre el status de las mujeres, con todos sus dramas teológicos y personales, representa un 27

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Además, cada movimiento de renovación al interior de la Iglesia, siempre ha sido conducido por una renovación en la apreciación y obediencia de postulados escriturales específicos. De modo que el esfuerzo por releer el texto bíblico no les corresponde sólo a las mujeres, es una obligación radical de todos los integrantes del cuerpo de Cristo. Así, el dilema inicial se coloca como una plataforma de acción y reflexión que desemboca en una afirmación incuestionable: la Biblia es un verdadero aliado en esa revolución. Las disidencias textuales: respuesta intrínseca del texto a las exigencias del presente Disidencias textuales serían aquellas partes escriturales que, implícita o explícitamente, favorecen interpretaciones actualizables de forma subversiva en contra de los hábitos predominantes de práctica y pensamiento al interior de la Iglesia. Disidencias, porque promueven la posibilidad de no encerrar las potencialidades del texto bíblico dentro de esquemas preconcebidos que corren el riesgo de anquilosar su frescura e intensidad liberadora. Tales disidencias, así entendidas, posibilitan un mejor acercamiento a la radicalidad con que Jesús interpela a sus seguidores en función del Reino de Dios. Se abren las puertas para incorporar cabalmente a los ignorados y maltratados por los sistemas de explotación, todas ellas formas instituidas del anti-Reino que se manifiesta en el mundo, combatiendo contra las acciones del Espíritu en el sentido de instalar aquí y ahora las relaciones del nuevo eón. En el caso de las relaciones de género, se ve ahora diáfanamente la necesidad de llevar a cabo una revolución hermenéutica, es decir, de poner en práctica una interpretación liberadora de la Escritura. Esto último, que a primera vista puede sonar a alguna forma de teología de liberación, coloca efectivamente a la interpretación feminista de la Biblia lado a lado con otros esfuerzos reivindicadores desde las periferias de la cristiandad institucional, pero se proyecta más allá de ellos debido a que la distinción de género es, en palabras de Julio de Santa Ana, la presencia y el ejercicio de ―la alteridad radical‖ entre los seres humanos,31 anterior a todas las demás distinciones (clase, raza, nación, etc), igualmente marcadas por el pecado de la humanidad y practicadas en consecuencia. Si las diversas teologías de liberación encuentran sus propias disidencias textuales para legitimar su lucha específica, eso lleva a crear un frente común que acumula reivindicación tras reivindicación. Pensemos en el caso de Rut y la acumulación de sus ―estigmas‖, que le hacían anhelar su reivindicación: mujer, pobre, viuda y extranjera. Dejó de ser pobre, viuda y extranjera, pero siguió siendo mujer (hasta el final de sus días). Hoy la mujer pobre y sola acumula factores en su favor para buscar una liberación integral.

gigantesco choque entre las venerables creencias religiosas y los movimientos sociales que han afectado a la mayor parte del mundo en la pasada generación‖, Time, 23 de noviembre de 1992, p. 49. 31 E. Tamez, Teólogos de la liberación hablan sobre la mujer. San José, DEI, 1986. 27


En otras palabras, el género se ha convertido ya en un paradigma hermenéutico ineludible e insustituible. En este punto quiero apoyarme en un trabajo de Beatriz Melano Couch, una de las primeras evangélicas que, desde América Latina, han ensayado prácticas de interpretación en este sentido.32 Dice ella, siguiendo a Letty Russell, que hay que intentar un cambio del lenguaje, de los símbolos y de los conceptos que se usan para referirse a Dios, y recomienda esforzarse en descubrir imágenes femeninas en la Biblia como parte del proceso de relectura del protagonismo femenino en la historia salvífica. Asimismo, resume la idea de la ―hermenéutica de la resurrección‖, según la cual El centro del proceso de interpretación es un acontecimiento autorrevelador, en el cual Cristo es conocido no sólo en su relación con la mujer, sino en su resurrección, en los relatos de sus apariciones a varones y mujeres, llamándolos a todos a ser testigos fieles de esta nueva era. Este es el escándalo de vivir la nueva realidad, la nueva era en nuestras iglesias en las que muchas veces quieren mantener las tradiciones retrógradas y judaizantes, del judaísmo 33 sacerdotal y no abrirse al judaísmo profético.

Sus sugerencias para que las mujeres interpreten y superen los textos androcéntricos, y en ellos se recuperen las disidencias textuales, incluyen: una lectura sin prejuicios, evaluada cultural e históricamente, retomar los textos androcéntricos desde la perspectiva de la mujer involucrada, señalar lo que el texto dice y lo que omite, usar críticamente las herramientas de interpretación (traducciones, comentarios), yendo a las fuentes originales, considerar la polisemia de los textos, y no olvidar la fuerte interpelación hacia la autocomprensión. Elisabeth Schüssler Fiorenza, por su parte, ha llamado la atención hacia los peligros de una interpretación feminista que se vaya hacia el extremo: la creación de ―un centro de vida ginecocéntrico‖ en los confines de la cultura y la historia que han girado alrededor del varón. El desafío consiste en reconstituir el mundo histórico de los orígenes del cristianismo. Aquí es donde nos asalta la enorme relevancia del Nuevo Testamento en la génesis de este proceso: no sólo detectar cuándo la Iglesia legitimó el patriarcado como paradigma de comprensión de la fe, sino cómo participaron las mujeres en la génesis del cristianismo como realidad histórica en el mundo de su tiempo. Una concepción hermenéutica feminista que tenga como norma la liberación de la mujer respecto a textos, estructuras, instituciones y valores patriarcales opresivos mantendrá que partiendo de la base de que la Biblia no debe seguir siendo un instrumento para la opresión

32

B. Melano Couch, ―Hermenéutica feminista. El papel de la mujer y sus implicaciones‖, en Vida y pensamiento, San José, SBL, vol. 14, no. 1, junio 1994, pp. 15-33. La profesora Melano publicó en 1973 un libro titulado La mujer y la Iglesia. También es muy conocido su artículo ―Sor Juana Inés de la Cruz. Primera mujer teóloga de América‖, de 1983. Ella enseñó Biblia en el Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos (Isedet) de Buenos Aires. 33 Ibid, p. 30. 28


patriarcal de la mujer- sólo aquellas tradiciones y aquellos textos que superen la crítica a la cultura patriarcal y las ―estructuras de plausibilidad‖ tienen la autoridad teológica de la revelación [...] Tal actitud crítica debe aplicarse a todos los textos bíblicos, a sus contextos históricos y a las interpretaciones teológicas que de ellos se hayan realizado y no sólo a los 34 textos concernientes a la mujer.

Esto querría decir que las mujeres al interpretar desde otro paradigma genérico la evidencia bíblica estarían trabajando para la liberación en un sentido más amplio que sólo para su propia urgencia. Su aportación es invaluable para el proceso revolucionario de liberación de la Biblia misma. Encontramos entonces en el NT un documento básico para revalorar el lugar de las mujeres en la historia de la salvación, por ejemplo. Sumergirse en él en la búsqueda de elementos liberadores para la vida y acción de las mujeres cristianas, implica un doble proceso: por un lado, el intentar leer con otra óptica los lugares comunes del patriarcalismo cristiano institucionalizado y, por otro, la posibilidad de reconstruir in vivo los elementos de disidencia textual que fueron oscurecidos por dicho patriarcalismo. En el Nuevo Testamento, el Espíritu Santo manifiesta una voluntad emancipadora de todos aquellos grupos olvidados o puestos en las orillas de la humanidad. El nuevo eón del Reino permite interpretar retrospectivamente la historia de la salvación y así integrar a seres humanos marginales marcados por el estigma de su sexo, su nacionalidad y su situación personal. El caso de las mujeres se observa desde la primera página, donde las mujeres de la genealogía de Jesús representan el esfuerzo divino por integrarlas en igualdad de condiciones a la historia de la salvación, como protagonistas autónomas. En el proyecto incluyente de Mateo, las antecesoras de Jesús son reincorporadas históricamente a posteriori, pero en el presente del nuevo pueblo de Dios que recupera su herencia profética, subversiva, en la asimilación de sujetos aparentemente enajenados de su propia vida y, lo que es peor, de su fe. Aparece así ante nosotros la delicada tarea de poder trazar el itinerario práxicoideológico de la Iglesia originaria, la del Nuevo Testamento, en su camino tras las huellas del Jesús reivindicador de las mujeres, en particular. Para tal fin se esbozará a continuación, con trazos amplios, la relación entre los bloques discursivo-textuales del NT y los niveles (espacios) en los que se da la reivindicación de lo femenino como lugar de manifestación de la gracia divina emancipadora. Espacios reivindicativos a la luz de la enseñanza neotestamentaria en sus diferentes bloques y niveles BLOQUES TEXTUALES NEOTESTAMENTARIOS 1. La praxis de Jesús (Evangelios) 34

E. Schüssler Fiorenza, En memoria de ella. Una reconstrucción teológico-feminista de los orígenes del cristianismo. Bilbao, Desclée de Brouwer, 1989, p. 68. 29


2. La praxis apostólica en los inicios de la Iglesia (Hechos) 3. El discurso teológico paulino 4. El imaginario apocalíptico (Apocalipsis) ESPACIOS DE REIVINDICACIÓN 1. La cotidianidad (vida doméstica, familiar) 2. La eclesialidad (génesis de la nueva comunidad) 3. La eroticidad (sexualidad, matrimonio) 4. La simbolicidad (proyección cristiana de lo femenino) Dada la encomienda del presente trabajo, revisar textos del NT sin incluir los evangelios, partiremos del libro de los Hechos para explorar dichos espacios. En este libro aparece el desafío de una nueva manera de experimentar la cotidianidad doméstica: las mujeres son discípulas (las acompañantes de los Doce), seguidoras (Lidia), militantes, maestras (Priscila) en la comunidad. Se da un paso más en la prototípica dialéctica Marta-María (servicio servilaprendizaje discipulador) de Lucas, aplicando en esta otra parte de su obra las consecuencias de la opción de María: la militancia cristiana femenina nunca más será pasiva. A partir del bautismo de mujeres convertidas, éstas entran en un proceso de reconstrucción existencial, donde no deja de haber conflictos, influidos por la ansiedad escatológica del momento, como en el caso del matrimonio Ananías-Safira. La relación vida cotidiana-vida eclesial se da en términos lineales, donde la segunda invade a la primera proyectándola hacia los fines de la promoción del Reino de Dios. La expansión de la Iglesia se dará a partir de las casas, es decir, de espacios familiares que van a sustituir la artificiosidad de los templos. Si el espacio doméstico se entiende todavía hoy como un reducto privilegiado de lo femenino, el hecho de utilizar las casas para los servicios litúrgicos y para la experimentación de la vida comunitaria, reivindica lo femenino en la medida en que las anfitrionas eran las encargadas de darle vida a la Iglesia. Incluso gente como Lidia, que aparece sin una figura masculina a su lado (Hch 16.13-15), va a diferenciarse por dos características: era una rica comerciante, es decir, empresaria; y tenía el don de ―forzar a aceptar‖. Dado que Pablo aparece desde los Hechos como un personaje fundamental, vale la pena situar su experiencia en relación con la mujer y las prácticas liberadoras de la Iglesia apostólica en ese documento: Pablo al convertirse entra en una comunidad donde no existe distinción religiosa alguna entre el hombre y la mujer. Los apóstoles jamás dudaron en bautizar a las mujeres. El Espíritu Santo desciende por igual sobre hombres y mujeres. Estas son discípulas de Jesús con iguales derechos que los hombres. Las mujeres hacen de anfitrionas en las asambleas, pues la liturgia se celebra en las casas. La madre de Juan Marcos es testigo de ello en Jerusalén. Y ellas poseen carismas, cuyo ejercicio no es coartado en modo alguno por las autoridades oficiales. Se puede leer Hch 21.9: Felipe, el evangelista, uno de los siete, tenía cuatro hijas vírgenes que 35 profetizaban. 35

O. Genest, ―Pablo y el feminismo‖, en Varios autores, La Biblia, libro para hoy. Madrid, Paulinas, 1987, p. 127. 30


Este último detalle va a ser un signo muy relevante de la eclesialidad en el libro de los Hechos: no sólo hay hospitalidad doméstica, fervor piadoso y discusión teológica (el caso de Priscila en su exhortación a Apolos, Hch 18.24-28), sino que además hay una tarea profética, dentro de la variedad de carismas, ahora también ejercidos por mujeres jóvenes. En el quehacer teológico de Pablo se van a entrecruzar los cuatro espacios de una manera muy peculiar. En primer lugar, la cotidianidad, que desde Hechos se ve invadida por la eclesialidad, ahora se verá influida por la eroticidad: Pablo va a afrontar la necesidad de hablar de la sexualidad y del matrimonio como espacios cotidianos o carriles a través de los cuales el Reino de Dios va a proyectarse sobre la vida de los individuos. La clara exhortación para los cónyuges cristianos a ―no negarse‖ sexualmente (I Co 7.3,5) busca impedir caer en la tentación de encontrar placer en otro lugar que no sea el propio, violentando el orden querido por Dios. La mujer casada no se pertenece a sí misma, pero también es propietaria de su marido (I Co 7.4); debe sujetarse a su marido como la Iglesia a Cristo, pero el marido debe amarla como Cristo a su pueblo (Ef 5.22-33) y satisfacerla plenamente colocando esto último como una responsabilidad espiritual particularmente del esposo; el casado se dedica en su cónyuge al mundo y se distrae de las cosas de Dios, pero eso no es reprobable porque también cumple una función (I Co 7.32-34). Además, el intenso erotismo religioso pagano practicado en lugares como Corinto, le obligó a dar una serie de orientaciones a fin de proteger la imagen de la mujer cristiana en un ambiente saturado del uso de la sexualidad (I Co 11.2-15). La eroticidad es trabajada en el sentido de que la mujer no será más un objeto sexual. El matrimonio deberá ser un espacio para el ejercicio de una sexualidad donde el erotismo humanice a ambos cónyuges, porque a la luz de esto es posible releer las palabras paulinas en que le reprocha a los varones unirse a las prostitutas sagradas, dado que era una relación en la que la corporalidad erótica se encontraba violentada de ambas partes (I Co 6.15-20). La eroticidad va a convertirse entonces en una práctica liberadora que recupere a la sexualidad y al erotismo propiamente dicho, que se había distorsionado tanto por las prácticas propias del mundo greco-romano. Es muy probable que quienes más salieron perdiendo en esa degeneración, hayan sido precisamente las mujeres: el cristianismo, por tanto, habría propiciado un retorno a la mujer como espacio erótico querido por Dios para convalidar las realidades originarias tal como se ven en los comienzos de la Biblia. En segundo lugar, en el ambiente que conoció Pablo, las mujeres gentiles vivían una emancipación mayor que la permitida a las judías y, como señala Genest, resultaría muy difícil evitar que ellas ejercieran su iniciativa en las iglesias, una vez convertidas a Jesucristo. Pablo tenía que haberlo entendido mejor que los apóstoles palestinenses. Con esto estamos ya en el terreno de la eclesialidad, el cual se finca en los supuestos antropológicos que manejaba Pablo respecto de la mujer, y que le han granjeado tanto enemigas como amigos. 31


Olivette Genest hace un brillante resumen al respecto, a través de un muy creativo entrecruzamiento de textos: El marido es el jefe de la mujer..., sí, pero si la mujer procede del hombre, también el hombre mediante la mujer, y todo viene de Dios (I Cor 11.12). Que las mujeres se callen..., sí pero toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta deshonra su cabeza (I Co 11.5), texto en el que no se reprueba el hecho de orar en alta voz, de profetizar, de tomar la palabra en la asamblea. El reproche se dirige exclusivamente a la modalidad de esta acción pública, a tener la ―cabeza descubierta‖. No permito que enseñe la mujer..., sí pero profetizar consiste en edificar, en el sentido de construir; por consiguiente, en aportar una forma de enseñanza proveniente del Señor. La seducción no comenzó por Adán..., sí pero así como por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte (Ro 5.12 y la larga comparación de los dos a Adán que jamás va de Eva a Jesucristo). La responsabilidad de la caída reace sobre Adán como jefe, como personalidad que engloba a toda la raza humana. En la mentalidad de los pueblos de la Biblia, una mujer jamás tendría peso suficiente para producir una flexión en la 36 historia de la humanidad.

El tratamiento tan afectuoso que Pablo manifiesta hacia varias hermanas de la comunidad de Roma en los ya clásicos saludos de Romanos 16, Filipenses 4.2 y Filemón 2, atestigua su aprecio por las funciones que ellas ejercían dentro del trabajo eclesial. Es bien claro que Pablo había encomendado a estas mujeres unas responsabilidades más relevantes que las que en la actualidad se les asignan a las cristianas del siglo XX. En el año 110, Plinio el Joven, en una carta dirigida al emperador Trajano, se refiere al arresto de dos cristianas importantes llamadas ministrae, sometidas a tortura por su carácter de esclavas: ¡ministras y esclavas, simultáneamente, en el seno de la comunidad cristiana! Hoy las queremos solamente como esclavas... cristianas sin ministerios oficiales. La eclesialidad, pues, entra en conflicto con la antropología paulina, del mismo modo que para nosotros hoy: si Pablo creía que la mujer valía menos porque había sido creada después que el varón, esto en abierta oposición al orden natural, el principal problema radica en que una creencia semejante siga moldeando a la propia espiritualidad femenina, como lo afirma Rosemary Radford Ruether: La idea de que la mujer es segunda en el orden de la naturaleza, y a la vez primera en el pecado define las restricciones y la espiritualidad apta para la mujer: ―La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción, porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. Pero se salvará engendrando hijos, si permaneciere en fe, amor y santificación con modestia‖ (I Tim 2.11-14) [...] El concepto de la mujer como segunda en la naturaleza y primera en el pecado ha formado la espiritualidad de la mujer. Se percibe a las mujeres como tentadoras peligrosas, propensas a la insubordinación. La vía de salvación de la mujer es a través del silencio y la subordinación, de sumisión a los papeles impuestos por la sociedad y por la iglesia patriarcal. La mujer debe aceptar su culpabilidad debido al pecado de Eva, que causó la caída de la

36

Ibid, pp. 122-123.

32


humanidad. Según este pensamiento, las mujeres deben ser exhortadas a reprimir toda 37 tendencia a insubordinarse.

La eclesialidad de la presencia de la mujer en la Iglesia sigue causando disensiones a causa de la lectura parcial, no sólo de los textos paulinos, sino de buena parte de la Biblia. Los condicionamientos ideológicos de Pablo ya no son los mismos de la actualidad, pero se siguen aplicando como si entre él y la iglesia presente no mediaran tantos siglos de aplicaciones patriarcales de la verdad revelada. Pero aun Pablo puede ser reciclado en una clave liberadora por medio de una lectura liberadora de sus textos. Él mismo, al combinar la eclesialidad con la simbolicidad, sobre todo en la alegoría de la Iglesia como esposa de Cristo, traslada virtudes femeninas al plano de la trascendencia escatológica, donde el misterio de la unión Cristo-Iglesia se anticipa en la realidad histórica de la unión conyugal, en una imagen que viene desde el Antiguo Testamento. Pero va a ser en el imaginario apocalíptico con el que se cierra el Nuevo Testamento donde se va a proyectar con mayor fuerza la simbolicidad de la Iglesia-Pueblo de Dios como una mujer protegida en el desierto por su señor, y de la cual nace el Mesías, siendo perseguida en su embarazo por el dragón, el mayor enemigo de Dios (Apoc 12). Esta MujerPueblo de Dios va a permanecer fiel y va a ser el contraste riguroso de la Gran Ramera (Apoc 17), símbolo a su vez de la oposiciòn organizada contra Dios y su Reino. Hallamos en esa proyección simbólica un elemento liberador que favorece la autocomprensión de la Iglesia como Esposa anhelante de la venida del Cordero, en el final mismo de la revelación. Sin embargo, la recuperación del elemento femenino en el imaginario cristiano actual, tan reducido en el caso del protestantismo, es una lección que la Escritura nos da para incorporar loa simbología femenina a nuestro bagaje espiritual, con piedad y responsabilidad. Las mujeres cristianas tienen entonces la obligación de rescatarse a sí mismas en las figuras bíblicas que las representan y las anticipan, en su lucha específica por instalar los valores del Reino de Dios en medio del ya largo conflicto entre el sexo dominante y el sexo dominado, el cual, según nos garantiza el Espíritu Santo, no prevalecerá. Bibliografía ARANA, María José, ―La vocación al sacerdocio de las mujeres‖, en Varios autores, El sacerdocio de la mujer. Salamanca, San Esteban, 1993. 132 pp., pp. 9-20. (Cuadernos Verapaz, 7) BINGEMER, María Clara, et al., El rostro femenino de la teología. San José, DEI, 1986. 208 pp.

37

R. Radford Ruether, ―Patriarcalismo y espiritualidad‖, en Vida y Pensamiento. San José, SBL, vol. 14, núm. 1, junio 1994, pp. 36-37. 33


CARRIZOSA, Mercedes y Pilar YUSTE, ―De hecho, presbíteras‖, en Varios autores, El sacerdocio de la mujer, pp. 77-79. DICKEY YOUNG, Pamela, Teología feminista. Teología cristiana. En búsqueda de un método. México, Documentación y Estudios de Mujeres, A.C., 1993. 126 pp. GARCÍA ESTÉBANEZ, Emilio, ¿Es cristiano ser mujer? Madrid, Siglo XXI, 1992. 172 pp. (Desigualdades y Diferencias) ____________________, ―Imagen teológica de la mujer y sacerdocio femenino‖, en Varios autores, El sacerdocio de la mujer, pp. 47-76. GENEST, Olivette, ―Pablo y el feminismo‖, en Varios, La Biblia, libro para hoy. Madrid, Paulinas, 1987. 156 pp., pp. 121-152. JEWETT, Paul K., El hombre como varón y hembra. Miami, Caribe, s.f. 205 pp. [Original inglés, 1975] KÜNG, Hans, ―Dieciséis tesis sobre la mujer en la Iglesia‖, en Mantener la esperanza. Escritos para la reforma de la Iglesia. Madrid, Trotta, 198 MELANO, Beatriz, ―Hermenéutica feminista. El papel de la mujer y sus implicaciones‖, en Vida y pensamiento. San José, SBL, Vol. 14, No. 1, junio 1994, pp. 15-33. MÉNDEZ-PEÑATE, Adriana, La Buena Noticia desde la mujer. Reflexiones sobre la mujer en el evangelio de Lucas. México, CRT, 1989. 127 pp. (Serie Pastoral, 9) OSTLING, Richard N., ―The Second Reformation‖, en Time, 23 de noviembre de 1992, pp. 49-54. RADFORD RUETHER, Rosemary, ―Patriarcalismo y espiritualidad‖, en Vida y pensamiento. San José, SBL, Vol. 14, No. 1, junio 1994, pp. 34-40. ROSENHÄGER, Ursel y Sarah STEPHENS, eds., “Walk my sister”. The Ordination of Women: Reformed Perspectives. Ginebra, Alianza Reformada Mundial, 1993. 176 pp. SCHÜSSLER FIORENZA, Elisabeth, ―Presencia de la mujer en el primitivo movimiento cristiano‖, en Concilium, No. 111, 1976, pp. 10-24. ______________________,

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5. LA ORACIÓN DE LAS MUJERES: MODELO DE FE Y ACCIÓN (2009) La espiritualidad de las mujeres, silenciada y subordinada

C

omo en muchos otros textos que pretenden documentar la realidad humana, la Biblia no escapa a ciertos condicionamientos ideológicos y culturales. Uno de ellos, ya se

sabe, es el sexismo patriarcal hegemónico, el cual, debido al uso del poder, llevó a cabo un proceso de silenciamiento y subordinación del patrimonio espiritual de las mujeres. La historia del ascenso al trono de David es un caso notable, pues está marcada por la intención irrenunciable de mostrar la forma en que dicho personaje surgió de la oscuridad para alcanzar la cúspide política y militar. El inicio del texto del primer libro de Samuel se ocupa de rastrear los orígenes del profeta y último juez de Israel a expensas de la situación vital de una mujer que sirve únicamente como una especie de escalón para dar paso a la narración que de verdad importa. Pero el libro conservará la marca de la espiritualidad y la actitud de Ana como algo imborrable y como una suerte de sustrato, plataforma o cimiento que dará la razón de ser a todo lo sucedido. La oración de Ana es un clamor profundo desde las mazmorras de la invisibilización a la que estaba condenada, una muerte social, en otras palabras. A pesar de la intención de silenciar y subordinar la experiencia espiritual de las mujeres de Israel, el texto tiene rendijas o grietas por donde, literalmente, se filtra esa otra manera de vivir la relación con un Dios que se manifiesta más allá de las barreras sexuales. Las madres espirituales de Israel (¿cómo no verlas de esa manera si Sara, al lado de Abraham, Agar, Raquel, Tamar, Séfora, Débora, Rahab, Noemí, Ruth, Betsabé, Ester, Judith y tantas otras, tienen tras de sí un interminable linaje espiritual que nos sigue alimentando?), aunque casi nunca reconocidas como tales, están ahí, protagonizando (o subprotagonizando, en el esquema patriarcal) episodios fundamentales de la historia de la salvación. La falta de reconocimiento y su necesaria reivindicación implican un esfuerzo de recuperación de la memoria, de lucha contra el olvido, pues su impacto en la fe del pueblo de Dios es inocultable, a pesar del empeño por oscurecer su papel e influencia. La relectura liberadora de la oración y de la espiritualidad de Ana la lleva a cabo el Nuevo Testamento cuando retoma su orientación profética y vivencial y la relanza en la clave de la fe y la esperanza de María en cuanto a las acciones de Dios. El libro histórico (de los profetas anteriores, según la Biblia hebrea) recupera la fe microhistórica de Ana y la ubica en el contexto de las grandes expectativas del pueblo de Dios, pero con un evidente elemento subversivo: Dios invierte las preferencias humanas y levanta, trae a la luz, a los pequeños/as para ―colmarlos de bienes‖. Yahvé lleva a cabo el sueño dorado de las clases subalternas, el más elemental acto de justicia, al quitar posesiones a los ricos poderosos para entregarlas a los pobres. Se trata de una genialidad teológica que brota de raíces religiosas que, progresivamente, entendieron la voluntad de Dios como un proceso de ―abajamiento‖, de 35


reconocimiento de los sectores menos favorecidos de la humanidad. Ana es pionera y abanderada de una teología liberadora experimentada desde las sombras del dolor y, literalmente, la esterilidad, traducida en términos actuales como improductividad e inutilidad sociales.

Una oración que surge desde el silencio y la incomprensión Es difícil simpatizar con alguien como Elcaná, el esposo de Ana, pues aunque el texto no se ocupa más que de ofrecer referencias geográficas y genealógicas, y acepta sin rubor la práctica de la poligamia, dando por entendido el peso socioeconómico del varón, la mención de Ana como primera esposa debería ponernos en guardia para abordar esta ―telenovela‖ bíblica con mayor rigor crítico en cuanto al uso y abuso de las vidas femeninas. El texto no escapa a los comportamientos y expresiones típicamente machistas, cargados de un insufrible sentimiento de superioridad y, hay que subrayarlo, de utilización de los sentimientos de las mujeres en perjuicio de ellas mismas y, claro, en beneficio del sector masculino. El estereotipo, casi poético, no puede faltar y es expuesto como si exigiera, tal como se muestra en el texto, un reconocimiento mayúsculo a la bonhomía de Elcaná. A la esposa humillada, que comparte al varón con la segunda esposa, y sin hijos, deprimida por ambos hechos, el señor de la casa le tiene un afecto especial: como era un hombre muy piadoso, al presentar sus sacrificios anuales, a ella le ―daba una parte escogida; porque la amaba aunque Yahvé no le había permitido tener hijos‖ (1 S 5.5). Es de admirarse la profunda espiritualidad de Elcaná, tan comprensivo y gentil hacia sus dos familias. Su fe no le producía ningún conflicto por lo que vivía y por lo que hacía vivir a ambas parentelas. El atento narrador (otro hombre que simpatizaba con el esposo piadoso) muestra a Elcaná presumiendo de su atractivo y control sobre Ana, enmascaradas ambas actitudes con un hermoso barniz comprensivo: ―¿Por qué lloras? ¿Por qué no comes? ¿Por qué estás tan afligida? ¿No te soy yo mejor que diez hijos?‖. El esposo amante y protector, preocupado por su bienestar, apela a su propio atractivo para ¿resolver? su situación, pero ella se dirige a Dios en el templo (bajo la estrecha vigilancia del sacerdote), como dice el texto: ―Con amargura de alma oró a Yahvé, y lloró abundantemente‖ (v. 10, énfasis agregado, por supuesto). Como escribe Nicanor Parra sobre una mujer con nombre y apellido (su propia madre): Clara Sandoval Qué mujer esta Clara Sandoval del Zanjón de la Aguada a Gath & Chávez de Gath & Chávez a la Casa Francesa de la Casa Francesa a la Recova de la Recova a la Gota de Leche

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todos los días hábiles del año de la Gota de Leche al Zanjón de la Aguada cuando no se la ve detrás de su máquina cose que cose y vuelta a coser -hay que dar de comer a la familiaquiere decir que está pelando papas o zurciendo .................. o regando las flores o lavando pañales infinitos no le pide peras al olmo sabe que se casó con un bohemio la salud es su único problema: al enhebrar la aguja frunce los ojos para ver un poco los anteojos son caros y esas enfermedades de señora... pero ella no pierde la paciencia: kilómetros de casineta siguen saliendo de sus manos mágicas transformadas en nubes de pantalones baratos hacia los cuatro puntos cardinales prohibido dormirse en los laureles mientras más sufrimiento más energía para seguir en la rueda para que el Tito pueda ir al Liceo para que la Violeta no se muera y todavía le queda tiempo para llorar esta viuda joven y buenamoza que pasará a la historia como la madre menos afortunada de Chile y todavía le queda tiempo para llorar

El contenido específico de la petición (negociación) es condicional acerca del ofrecimiento de su hijo futuro para el servicio divino. Pero los verbos que la sostienen son fundamentales: ―Si te dignas mirar la aflicción de tu sierva‖ (v. 11). Es, en estricto sentido, un voto mediante el cual solicita la posibilidad de ser madre, pero además reclama vi-si-bi-li-dad, aceptación, autoestima para levantarse y mirar a los demás con dignidad. La extensión de su oración es clara: ―Oraba largamente delante de Yahvé‖ (v. 12) bajo la mirada del sacerdote Elí, quien pasará a cuestionarla por su efusividad, a lo que ella responderá defendiendo su estilo peculiar de orar: ―No estoy ebria, soy una mujer atribulada de espíritu... He derramado mi 37


alma delante de Yahvé” (v. 15, énfasis agregado). Schökel explica que ―derramar el alma‖, en hebreo, es ―desahogarse‖, vaciarse delante de alguien, como libar vino. Ana define muy bien su oración: ―Si he estado hablando hasta ahora, ha sido de pura congoja y aflicción‖ (v. 16). Y el sacerdote comprende y casi le anuncia la respuesta positiva de parte de Dios. Esta cadena de sucesos, nada extraordinarios en apariencia, le devolvieron el apetito a Ana, y permitieron que, más tarde, ―Yahvé se acordara de ella‖ (v. 19). La oración de Ana es un modelo de ―plegaria desde las raíces‖ para alcanzar la bendición de Dios y, en ese sentido, una lección profunda de espiritualidad.

38


6. MUJERES ORDENADAS EN LA IGLESIA PRIMITIVA: UNA LECTURA PERSONAL (2007)

I

L

a lectura de este libro en México y América Latina puede ser muy distinta de la que se realice en otros ámbitos, aun cuando el problema de la marginación de los ministerios

de las mujeres esté todavía presente en diversas iglesias, comenzando con la Iglesia Católica, cuya influencia en este continente sigue siendo importante, lo que conlleva la aceptación generalizada, aunque cuestionada en algunos espacios, de su reglamentación interna. Además de tratarse de un problema eclesiástico y laboral serio, las implicaciones teológicas de dicha negación ponen en entredicho la credibilidad de las iglesias y su falta de respeto a los derechos humanos de las personas, pues cuando se entrecruzan loas argumentos bíblicos, teológicos e históricos en un uno u otro sentido, las conclusiones satisfacen a muy pocos, dada la falta de solidez que los defensores de ambas posturas señalan en su contraparte. La necesidad de que las mujeres reciban el reconocimiento y la dignificación de su trabajo eclesiástico con el mismo estatus de los pastores, sacerdotes, ancianos y diáconos, puede y debe ser planteada en el marco de las transformaciones sociales de las últimas décadas, a partir de las cuales resulta inexplicable la ausencia del conglomerado femenino en puestos dirigentes o clave. La innegable fortaleza que las mujeres le dan a las iglesias, más allá del estereotipo de la sensibilidad específica que complica en ocasiones la comprensión

de

su

participación

efectiva,

no

se

ha

traducido

del

todo

a

la

institucionalización. La existencia de órdenes femeninas en el catolicismo, al no encontrar equivalentes en las demás iglesias, hace que dicho trabajo cumpla una labor de invisibilización sistemática a pesar de que representen espacios de poder y desarrollo de proyectos muy específicos. Porque no deja de ser incómodo el hecho de que las altas jerarquías sigan impulsando la cultura de la marginación religiosa por cuestiones de género mediante la imposición de ―machos consagrados‖ (consejeros o representantes) que supervisan la ortodoxia y el apego a los lineamientos oficiales. Para superar esta problemática, la perspectiva bíblica, histórica y teológica que preside la investigación de Osiek y Madigan podría desactivar, si se utiliza bien, la resistencia de las instituciones eclesiásticas que se resisten a incluir a las mujeres en su nómina, dado que al acudir a las fuentes de las dos tradiciones antiguas de la Iglesia se cubren aspectos que no siempre se utilizan cuando se quiere defender o atacar la ordenación de las mujeres a los ministerios eclesiásticos. El primer paso, la clarificación lingüística de los términos usados para referirse a las mujeres con cargos dentro de la Iglesia inicial, es básico para deslindar, desde las palabras mismas del Nuevo Testamento, la forma en que debe entenderse la 39


presencia de las mujeres: presbíteras y diáconos, con la carga semántica que podía (y puede aún) enmascarar tendencias misóginas susceptibles de manipular las conciencias para reproducir indefinidamente el orden patriarcal establecido.

II ¿Se trata de un libro feminista militante? No exactamente, pues por el contrario, viene a abonar en términos de una lectura imparcial de los sucesos acaecidos al interior de la Iglesia en los primeros siglos. Por ello, la primera sección, que consiste en exponer la interpretación bíblica de los pasajes neotestamentarios más conocidos tal como se practicó por parte de exegetas tan relevantes como Orígenes, quien a pesar de su horizonte alegorizante, argumenta de manera irrefutable al interpretar, por ejemplo, Ro 16.1: ―Os recomiendo a Febe...‖. Este pasaje enseña con autoridad apostólica que las mujeres también están constituidas (constituti) en el ministerio de la Iglesia (in ministerio ecclesiae), oficio en el que se estableció a Febe en la iglesia de Cencreas. Pablo, con grandes elogios y alabanzas, enumera incluso sus magníficas obras… Y por ello este pasaje enseña dos cosas de igual manera y su significado se ha de interpretar, como ya hemos dicho, como que las mujeres han de considerarse ministras (haberi... feminas ministras) de se debe admitir en el ministerio (tales debere asumi in ministerium) a quienes han prestado sus servicios a muchos; 38 por sus buenas obras se merecen el derecho de recibir alabanza apostólica.

Y qué decir de Juan Crisóstomo al trabajar el mismo pasaje: ―Os recomiendo a nuestra hermana Febe, una diácono de la iglesia de Cencreas‖. Mirad cómo la distingue entre todas las demás, ya que la nombra antes que a ninguna otra y la llama ―hermana‖. Por si fuera poco nombrarla hermana de Pablo, le eleva el estatus llamándola ―diácono‖. ―Que le recibáis de una manera digna de los santos.» Es decir, por causa del Señor, ella debe ser honrada por vosotros. Aquel que es recibido por causa del Señor, a pesar de no ser muy importante, será recibido con mucha atención. Puesto que es santa, pensad cuánta es la atención que merece. Por esto añade que le deberían recibir de una manera ―digna de los santos‖. Hay un doble motivo por el que debe ser cuidada por vosotros: por tener que ser 39 recibida por causa del Señor y por ser santa‖...

Los autores lamentan que estos comentarios sólo puedan leerse en latín pues eso complica la interpretación definitiva de su valor argumentativo, pues no queda claro, por ejemplo, si la palabra ministra debería traducirse por ―ministra‖ o ―diaconisa‖, ―así como si ministerium podría significar ‗diaconado‘ en vez de ‗ministerio‘‖.40 Este tipo de detalles son la delicia de quienes desean mantener el statu quo desfavorable a los ministerios femeninos. Algo similar

38

Kevin Madigan y Carolyn Osiek, Mujeres ordenadas en la Iglesia Primitiva. Una historia documentada. Estella, verbo Divino, 2006, pp. 35-36. 39 Ibid., p. 37. 40 Ibid., p. 36. 40


sucede con las inscripciones, documentos y restos arqueológicos que permiten reconstruir sólo de manera parcial el papel de las mujeres en los primeros siglos del cristianismo. Esta reconstrucción, literalmente arqueológica, forma parte de un proceso reivindicativo y emancipador que las iglesias cristianas se deben a sí mismas, pues muchas de ellas no han conseguido ser fieles a la historia semioculta de la vertiente femenina que debe luchar, a su vez, para encontrar modelos de fe, servicio y praxis en términos de género, pues la simbolización de estos elementos fundamentales en el sexo masculino, en rigor no es aplicable a las mujeres que requieren basar su actuación cristiana en modelos cercanos a ellas. La estructura del volumen es óptima, primero, porque deja hablar a los documentos, inscripciones y vestigios que, al aparecer reproducidos dejan escaso margen a la especulación en uno u otro sentido. La veracidad de las fuentes es un punto de partida básico para consolidar una postura abierta a la igualación de posibilidades de servicio al interior de las iglesias, incluso en aquellas que ya ―aceptan‖ la institucionalización del trabajo femenino, cuyo reconocimiento es una exigencia humana ineludible.

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42


7. ¿QUÉ SIGNIFICA GÉNERO? (ESBOZO DE UN TESTIMONIO DE CONVERSIÒN A LA CAUSA DE LAS MUJERES) (1997)

E

l presente ensayo intentará dar fe de la conmoción personal que, en varios niveles, se ha desatado en mi persona a causa de las primeras lecturas para afrontar este curso.

La respuesta a la pregunta que aparece en el título, asignado de antemano, no busca sólo cumplir con el requisito formal, sino además clarificar interiormente algunas de las sugerencias planteadas por las lecturas realizadas, como parte de una experiencia inédita de sistematización sobre estos temas. La previa e intuitiva simpatía por algo que se podría definir como ―la igualdad de los sexos en la sociedad y en la iglesia‖, había sido alimentada por acercamientos parciales a unos cuantos textos de interpretación bíblica y teología feministas de diversa procedencia. Ahora, ante la oportunidad de poner en orden las ideas al respecto, no dejó de causarme sorpresa el texto tan contundente de Marcela Lagarde, en cuanto denuncia el proyecto masculino de desaparecer a las mujeres del mapa humano a través de todos los procedimientos imaginables, cuya máxima expresión es el feminicidio, definido como ―el conjunto de acciones que tienden a controlar y eliminar a las mujeres a través del temor y del daño, y obligarlas a sobrevivir en el temor y la inseguridad, amenazadas y en condiciones humanas mínimas al negarles la satisfacción de sus reivindicaciones vitales‖. 41 Ya un poco repuesto del trauma de esta lectura (que no dejé de anotar al margen, a pesar del shock), fui empezando a complementar la nueva visión del asunto a que me enfrentaba, a fin de superar la posibilidad de armar una defensa subjetiva contra toda la serie de acusaciones en las que me sentí aludido como parte del género opresor. El problema es real, qué duda cabe, pero en lo personal y, pensando sobre todo en el ejercicio del ministerio teológico-pastoral, lo que más me hace falta es articular toda una serie de argumentos que me permitan visualizar y delimitar dicho problema para atacarlo desde la raíz, es decir, desde mi propia conciencia. Así que ahora me enfrento al concepto de género con una nueva mentalidad, fruto de una urgente reflexión. Dicho lo anterior, paso a revisar sucintamente el tema y a tratar de responder la pregunta enunciada. La categoría género ha recibido en la actualidad un uso envidiable. Se podría decir que ha tenido amplia aceptación. Pero como demuestra De Barbieri,42 apenas llega a labios de los políticos, hay que empezar a sospechar de que, o se ha deformado por completo, o ha sido expropiada para servir a intereses muy distintos de aquellos que propiciaron su surgimiento. Ella misma subraya este peligro al recordar la suspicacia con que algunos/as feministas asumen estos hechos, dado que se perciben ―como una manifestación más del 41 42

M. Lagarde, ―Identidad de género y derechos humanos. La construcción de las humanas‖, p. 102. M.T. De Barbieri, ―Certezas y malos entendidos sobre la categoría género‖, p. 49 43


proceso de usurpación de conceptos movilizadores que se aplanan y empobrecen de contenido‖.43 Para el que ignora los grandes debates que se han dado en el campo feminista acerca de este concepto y su uso, las orientaciones de esta autora son de vital importancia, sobre todo porque es posible percibir, a partir de sus observaciones, que llevan de la mano en ese océano de aportaciones, el carácter interdisciplinario del problema. En las iglesias, cuando nos atrevemos a hablar normativamente sobre las relaciones entre los hombres y las mujeres, nuestra confusión es tal que mezclamos elementos tan di símbolos como sexo, género y papel asignado (rol) sin ningún pudor. De ahí que las precisiones de esta autora me parecen puntos de partida necesarísimos para situarse con un poco de claridad (y seguridad). La ubicación cronológica del surgimiento de la categoría en el escenario académico político hacia mediados de la década de los años 70, coloca sus inicios como componente de una época que se caracterizó por incluir muchas reivindicaciones que durante mucho tiempo no encontraban una buena autodefinición. El hecho de que incluso muchos/as marxistas vieran semejante lucha como de carácter burgués, ejemplifica el grado de incomprensión que alcanzó en aquellos años. Y estamos hablando de los grandes defensores de la igualdad humana. Ello tal vez se debió a que, como lo señaló Luis Villoro en el caso de los zapatistas en Chiapas, el concepto liberal de igualdad excluyó durante mucho tiempo el derecho a la diferencia, identificando homogenización con igualdad. En palabras de Lagarde: Las mujeres comparten con otros sujetos su condición política de opresión y, con grandes dificultades para ser reconocidas como pares y legítimas, han confluido con los pueblos indígenas, los homosexuales, las comunidades negras y los grupos juveniles, entre otros, en la crítica política a las opresiones de género, de clase, étnica, racista y etaria: han puesto en crisis el principio ideológico legitimador del orden enajenado que consiste en considerar naturalmente 44 desiguales a quienes sólo son diferentes. (Énfasis agregado)

El caso de Ruth en la Biblia, por ejemplo, es el de una mujer que acumuló niveles o factores desfavorecedores simultáneamente: sexo, raza, clase, estrato social, una suma de handicaps que el texto resuelve notablemente, pero no con un final feliz, sino a través de mecanismos integradores conflictivos, como es el caso de la coacción que ella misma ejerció sobre Booz para que cumpliera con sus obligaciones. Y es notable el papel que desempeña el cuerpo de Ruth, como detonante o catalizador del cumplimiento de dichas responsabilidades ante la Ley.

43 44

Idem M. Lagarde, op. cit, p. 89.

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El género se ha ido perfilando con la incorporación de referentes antropológicos, psicológicos, filosóficos, sociológicos, políticos y culturales, en una amalgama que a veces ha corrido el riego de privilegiar alguna de esas perspectivas. Tal vez, al principio, visceral mente, encarnó ―el malestar de las mujeres‖ ante el descubrimiento de su condición de seres oprimidos y, poco a poco, se ha fundamentado como una categoría epistemológica, según Ingianna. Para ella, el género es un paradigma revolucionario para pensar la Ciencia, debido a que la pretendida objetividad científica, tan manoseada por los manuales de divulgación, se ha sustentado en la polarización que identifica arbitrariamente al varón como único agente activo de dicha abstracción.45 El desmontaje de semejante paradigma, implica todo un proceso de renovación de la historia oficial de la ciencia, ese pretendido espacio de neutralidad omnímoda. La última parte de su ensayo se enlaza con la tarea teológica: El paradigma de género con-lleva una serie de liberaciones posibles, una de las cuales para por el des-velamiento de los discursos/recursos de la teología patriarcal. La teología, no la revelación, las instituciones eclesiales han sido, también expresión y manifestación del poder patriarcal […] Y aquí aparece como indispensable una nueva de-construcción: la del discurso filosófico e ideológico que cultural e históricamente ha re-cubierto a la revelación en sus formulaciones teológica y en sus instituciones eclesiales, mediante el des-poseer al patriarcado eclesial de la 46 hegemonía del discurso en que se expresa la revelación. (Énfasis original.)

A la luz de la lectura del texto de Ortiz Gutiérrez, el género se nos presenta también como una categoría bio-psico-social ante la cual no podemos hacer afirmaciones absolutas, aunque siempre ha sido visto también como un tranquilizante social, cohesionador y perpetuador de hábitos y conductas que pasan por ―normales‖ aunque no se indague en cada persona su grado de aceptación o identificación con el sexo asignado. La ley del continuo, razón de ser de la metáfora del ―arco iris del género‖ encuentra así su aplicabilidad, ya que al apegarse al realismo biológico y social, puede contribuir a gestar mentalidades verdaderamente más sanas. La relativización que producen los 9 factores estudiados por este autor en la compresión del género, ubican a esta categoría en un plano que muchos/as no estaríamos dispuestos/as a aceptar, puesto que traemos colocado de fábrica (ideológica y cultural) una especie de chip de intolerancia y de no aceptación de lo supuestamente diferente. Con lo cual estaremos negando la posibilidad de superar lo que Hinkelammert califica como fuerzas compulsivas de los hechos, es decir, aquello que se ha impuesto como norma de vida, pero que en realidad condena a la exclusión a millones de seres humanos. El género se nos presenta, así, más como una posibilidad dinámica que como algo enteramente acabo y/o delimitado en todas sus partes. La discusión que lleva a cabo De 45

Y. Indiana M., ―Teología, liberación y paradigma de género: apuntes en marcha para la reflexión colectiva‖, p. 26. 46 Ibid, p. 27. 45


Barbieri respecto del uso, en algunas definiciones, del concepto de ―construcción social‖, parte de la aceptación del género como un atributo de individuos o de colectividades. En ese abanico conceptual se mueven varias de las autoras mencionadas por ella. Poner el énfasis en la sociedad, permite afirmar que el género ―es una dimensión de la sociedad, aquella que surge a partir de un real, la existencia de cuerpos sexuados, una categoría o subconjunto de los cuales tiene (tendrá o tuvo) la probabilidad de producir otro (s) cuerpo (s)‖.47 Esta opción incluye la posibilidad de analizar reglas y normas, valores, representaciones y comportamientos colectivos, partiendo en ocasiones de estudios de casos. Lo cierto es que a partir de estas observaciones se dibuja ya el centro de la problemática a que se dirige la categoría género: la ubicación biológica, ideológica y político-cultural de los cuerpos sexuados, así como de su desempeño en el marco de las sociedades. La propia De Barbieri, en 1992 arribó a tres territorios de aplicabilidad de los ordenamientos (o campos de acción) del género: la actividad reproductiva, el acceso sexual y la capacidad de trabajo.48 Cada sociedad le otorgará mayor privilegio a alguno de esos campos, dependiendo del contexto, de las tensiones del momento histórico y de las redefiniciones por las que atraviesen los procesos. Finalmente, y conectándose con lo trabajado por Ortiz, se ha llegado a considerar que ni los varones ni las mujeres constituyen un todo homogéneo, porque en la realidad conviven y se expresan varios géneros. La corporalidad, al tener que pasar por pruebas u oportunidades temporales, puede o no contribuir a la reproducción de la especie, y los/as sujetos/as no permanecerán incólumes ante dichas oportunidades, aprovechadas o no. Aquí sería útil incluir dos ejemplos: en El callejón de los milagros, la versión cinematográfica de la novela homónima del premio Nóbel egipcio Naguib Mahfuz, un personaje masculino, con muchos años de matrimonio, se vuelve homosexual en una edad en que se diría que ―ya no estaba para esas cosas‖. Y aunque dicho film maneja cierto hastío vital como explicación de esa conducta, tampoco hay que creer que fue una fatalidad. El otro ejemplo es Sostiene Pereira, novela de Antonio Tabuchhi, donde un médico, personaje colateral de la historia, l presenta al protagonista la teoría filosófico-psicológica de que los seres humanos no poseemos una sola alma, sino una ―confederación de almas‖, sobre la cual se impone un ―yo hegemónico‖, que a su vez puede ser sustituido periódicamente, según se den los auto debates interiores entre dichas almas. Por lo visto, en el interior de las personas y de las sociedades estamos quizá enredados en debates genéricos interminables con los egos que quieren imponerse de manera autoritaria.

47 48

De Barbieri, op. cit., p. 61 Ibid, p. 71,

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8. LA MUJER EN LOS MINISTERIOS OFICIALES DE LA IGLESIA (1992)

Donde ella estaba, estaba el paraíso. MARK TWAIN, Diario de Adán y Eva

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n 1988 apareció un panfleto titulado La ordenación de las mujeres, del pastor Bernabé Bautista, en el cual se concluía, en tono casi doctoral, con una serie de interrogantes

acerca de la ilegitimidad del acceso al ministerio o a cualquier forma de ministerio oficial por parte de las mujeres miembros de iglesias presbiterianas. Entre otros argumentos se decía allí que, ―contra lo que dice la Palabra‖, quienes promueven la emancipación de la mujer no han sabido gobernar ni dirigir bien sus hogares con el amor de Cristo; que quienes apoyan estas iniciativas ―sufren de ciertos complejos porque sus esposas en cierta forma se les rebelan‖; que las damas que apoyan tal postura ―son solteras también con ciertos complejos‖; que algunas quieren seguirle el juego a las iglesias carismáticas que ―por ignorancia fueron las primeras que empezaron la ordenación de las mujeres‖; que algunos ministros ―antibíblicos‖ (sic) pretenden que las damas ocupen puestos oficiales porque ―es más fácil ordenar hermanas, que forman la mayoría de algunas iglesias, que salir a predicar el Evangelio llamando a varones al arrepentimiento, para que así ellos posteriormente ocupen puestos de oficiales‖; que algunos varones no dedican tiempo completo en la obra ―y por eso hay tan poco personal varonil en sus templos‖; que algunas damas ociosas pretenden ciertos títulos como el de ―pastoras‖ en lugar de ponerse a trabajar por Cristo y por su iglesia y sin ningún título rimbombante‖; o que al pueblo de Dios le falta más instrucción bíblica y que a los ministros les falta ponerse a estudiar y a actualizarse teológicamente; que, finalmente, algunos quieren seguirle el juego a la teología de la liberación que sigue luchando por las desheredadas y quiere que ocupen puestos ―que Dios no les dio‖. Hemos querido citar en extenso, no porque los argumentos tengan un peso específico propio sino porque revelan en buena medida los subterfugios y coartadas que la Iglesia en general utiliza para negar un derecho que, escrituralmente, no tiene ningún obstáculo insalvable. Se quiere sustituir con falacias la falta de obediencia a los mandatos bíblicos sobre la igualdad y la justicia; se pretende, en nombre de una ortodoxia mal ubicada, soslayar los derechos de más de la mitad de la Iglesia para así, seguir colocados en los peores bandos. Pro-Vida y los grupos más reaccionarios, que han hecho de la opresión de la mujer su más noble bandera, así como otros grupos y organizaciones de marcado carácter ideológico han venido a ser nuestros compañeros en la cruzada anti-mujer en este país. Una de las ideas enlistadas con anterioridad tal vez merezca un espacio antes de concentrarnos en la reflexión positiva: la falta de actualización pastoral y de lecturas teológicas. Si esto se diera en realidad se abriría la mente del dirigente eclesiástico para orientar la mentalidad de la iglesia: habría solidez doctrinal porque sucede un maridaje 47


peligroso pero sin duda consecuente entre fundamentalismo, dispensacionalismo y la oposición a la participación femenina en la iglesia. Pero no es la ―sana doctrina‖ auténtica la que se predica y la que se enseña en muchas de nuestras comunidades. Aquel que leyera la actualidad teológica sabría que desde hace mucho tiempo, en el ambiente ecuménico, ese que nos cauda alergia sólo con mencionarlo, la actividad femenina es ya una situación normal, deseable, saludable y muy edificante. Aquí sí tenía razón el autor de aquel libelo, pero al revés: todo pastor que se actualice dejará, gracias a Dios, su misoginia. Originalmente, el título pedido para esta reflexión incluía el término Beneficios al principio. Y los vamos a señalar, pero no parece que nada que involucre a la actividad femenina en el ámbito iglesia puede ser entendido de otra manera, es decir, negativamente. La mujer no puede perjudicar de ningún modo la marcha de la Iglesia si se incorpora a los ministerios oficiales de la misma. Por el contrario, el cuerpo de Cristo necesita estimularse a sí mismo y experimentar una conversión que empiece a eliminar la segregación y la marginación de sus mujeres. Se trata de un asunto eminentemente espiritual y humano, por consiguiente.

El despegue del potencial auténtico de la iglesia Debido a que no existen ―monjas evangélicas‖, casi las hemos tenido que inventar. Hay toda una filosofía conventual intra-eclesiástica que tiene por objeto desalentar la incorporación plena de las mujeres al trabajo eclesiástico oficial. Es decir, nunca la iglesia en México ha podido desarrollar todo su potencial al cerrarle el espacio a estos ministerios a la mujer. En concreto, no hay mujeres diáconos, ancianos o pastores, porque ello contribuye a perpetuar el monopolio masculino que pretende ser el propietario de todos los dones y operaciones del Espíritu Santo. Hay en esto una desobediencia esencial a la libertad del Espíritu: en el dogma se consigna que él es soberano para dirigir a la iglesia como le plazca, pero en la práctica sólo se sigue la norma sexista de gobierno, administración y enseñanza. En estas tres áreas, el potencial eclesial sigue perdiendo puntos por su incapacidad para educar, no sólo a las mujeres en su reclamación de derecho, sino en general a todo el pueblo de Dios. Hay también una dicotomía falsa en la vida de la iglesia: las actividades delimitadas por el sexo de modo unilateral no le hace justicia a desarrollo de la sociedad contemporánea. Si en ella los impulsos reivindicatorios han procedido en buena medida del sexo femenino, la Iglesia ya no puede acallar la participación de sus mujeres si quiere ser pertinente y eficaz en nuestro tiempo o en cualquier tiempo. Tiene que aprovechar al máximo las aplicaciones de la obra del Espíritu en el cuerpo de Cristo, en toda su diversidad. Las mujeres-diáconos podrán no sólo levantar a las alicaídas juntas eclesiásticas, sino que podrán trasladar a ese ámbito sus iniciativas de servicio a sectores muy concretos de la comunidad y de la sociedad. Las mujeres-ancianos podrán normar y enseñar a las comunidades y a sus propias familias un 48


estilo práctico de gobierno, de testimonio, de exhortación y de enseñanza, sin tener que recurrir a la imagen y a los usos patriarcales que sólo son un reflejo pálido del presidencialismo y del paternalismo político. Las mujeres-pastoras señalarán proféticamente rumbos para la iglesia que ni los más enfebrecidos de los pastores hemos podido siquiera imaginar. Pero es necesario subrayar que el acceso a los ministerios debe, en su apertura a los dos sexos, reconocer primordialmente la primacía del Espíritu para responder a las necesidades de la iglesia presente, a sus exigencias ideológicas, docentes e inclusive estéticas, que casi nunca se consideran a la hora de normar sobre el particular. Despegar el auténtico potencial de la iglesia es misión exclusiva del Espíritu: él no cierra la puerta a sus propios dones. Las quejas presbiterianas sobre la lentitud y frialdad de nuestra denominación, los treinta años de declive que vamos experimentando tendrían un valiente y firme contrapeso en la incorporación de las mujeres al ministerio. Ser vanguardia teológica nos debe llevar a superar las tareas que todavía afligen a nuestra iglesia de un modo penoso pero no por ello menos real. Ser eficaces requerirá de acceder a una madurez ideológica, teológica y espiritual que nos impida, por fin, luego de 120 años en este país. Seguir siendo otro obstáculo en la labor integradora del Espíritu en el camino victorioso de la implantación de reino de Dios en el mundo.

El aporte de la sensibilidad femenina a los ministerios Todos los tratados de teología y psicología pastorales están dirigidos, en nuestro medio, a los varones. No se contempla, en ellos, la posibilidad de acercamiento a formas de trabajo eclesial a partir de una nueva sensibilidad, de una sensibilidad diferente. No se concibe la posibilidad de una pastoral desde la mujer que ejerza el ministerio postora. En otros países esto no es ninguna novedad, e incluso en otras denominaciones mexicanas y se trabaja pastoralmente desde la mujer, pero no se ha planteado el tema de la sensibilidad. Y no se trata de aceptar románticamente y de un modo acrítico lo que toda la propaganda revisteril dice acerca de los sentimientos femeninos, sino más bien de replantear el manejo de la iglesia, la enseñanza de la fe, la búsqueda del testimonio evangelizador, desde lo inédito, desde lo nunca hecho. Buena parte de hermanos hombres dirán que no se sentirán igual si los pastorea una mujer, o si lo exhorta o si la administración de la iglesia la realizan las personas del sexo mal llamado débil, precisamente porque la opresión exista nos ha hecho aceptar injusticias como formas naturales de vida, como lo inamovible. Es muy difícil hallar enfoques que, la perspectiva igualitaria del reino de Dios, nos permitan tratar de conocer el otro lado de la luna, el otro rostro de la humanidad. Tampoco es el retorno al matriarcado, que muchos reconocen como presente en muchas formas en la intimidad de la vida conyugal y familiar, sino que se trata de rastrear 49


aquello que pueda hacernos más humanos, y el rescate de la sensibilidad, o si se quiere, de la cosmovisión femenina, es el rescate de algo que hemos dejado de aprovechar en muchos siglos de existencia como género humano. La Iglesia tampoco ha querido ver el rostro materno de Dios como lo ha expresado Leonardo Boff, en nuestro caso, por el miedo anticatólico de asumir posturas idolátricas, pero los profetas de Israel no dudaban en aplicar metáforas o imágenes femeninas para describir las emociones divinas. Jesús y Pablo también usaron un lenguaje femenino para hablar de la vida cristiana y de la fe. Recobrar la sensibilidad y la cosmovisión femenina es parte de un proceso de humanización, o si queremos se más teológicos y bíblicos, de encarnación de nuestra propia humanidad en los propósitos igualitarios del reino de Dios.

Replanteamiento de la predicación y la enseñanza Ya se ha dicho que las mujeres cristianas tienen que reescribir la doctrina y la teología cristianas para que la iglesia por fin esté completa. Ya hay teólogas latinoamericanas trabajando en ello. Pero lo que todavía no hay, o escasea bastante, es el fruto concreto de esta reflexión en la predicación y en la enseñanza para la iglesia. Nuestras comunidades deben ser preparadas para este cambio, para aceptar que sólo han recibido la mitad de la doctrina, de la teología, y también de la historia del cristianismo, por cuanto no han participado en su elaboración los de abajo, y en este caso muy particular, las de abajo, las que han vivido en el seno del mundo de la fe de un modo inexistente, ninguneadas, negadas a la superficie, subterráneas, condenadas a ser el telón de fondo de nuestra megalomanía masculina. Replantear la doctrina, la predicación, la enseñanza y la teología no es otra cosa que redescubrir a Eva, a Miriam, a Débora, a Ruth, a Bethsabé, a Rahab, a María y a todas las mujeres de la Biblia, pero sin los lentes de benevolencia con que siempre se han leído. Se trata de hacer una lectura feminista de la Biblia, de la doctrina, de la teología y de hacerla fructificar en las aulas del seminario y en las clases catecumenales del templo. Todavía se habla de Elcana como el pobre hombre que no podía dedicarle tiempo a Ana, su ―segundo frente‖, porque le era imposible tomar una decisión radical respecto a Penina. Todavía no se dice que María aceptó ser una madre soltera en tiempos más difíciles que los actuales porque a don José, lo único que le pudo dictar su justicia fue ―dejarla secretamente‖, todavía se lee a Pablo con el dedo inquisidor y absolutista que se solaza en unos textos para dejar de lado otros. En fin, ejemplos sobrarían. Pero una realidad está delante: el desafío para que las propias mujeres abandonen conscientemente el culto al machismo que todavía profesan, tristemente. No lo olvidemos, la participación en el campo de la fe, lleva inevitablemente a rupturas ideológicas y políticas. Ruiz Cortines tuvo que aceptar en su sexenio que las mujeres tenían derecho a votar, en 1952, hace apenas 40 años. Pero no nos curemos en salud. Leamos la Biblia desde el reverso de la historia. 50


Un testimonio evangelizador para la sociedad machista Una forma de lucha de clases es la lucha entre los sexos y la pretendida superioridad de uno de ellos. Esto ya nadie lo discute, pero hoy, cuando las utopías se nos dice que ya están pasando a mejor vida, en México apenas están alcanzando carta de ciudadanía. Hemos predicado, de palabra y de hecho, un reino de Dios incompleto, inmaduro, eminentemente espiritual o sobre espiritual: tú, esposo, hazte cristiano, pero no dejes de ser opresor de tus mujeres; deja la poligamia ola promiscuidad o la infidelidad, pero no cambies tu actitud sexista, todavía eres el más fuerte; el Evangelio no te pide que te iguales a tu mujer, no es necesario; la palabra de Dios hará sola su obra, tú no te preocupes. Y de arriba debajo de la estructura eclesial así están las cosas. Somos condescendientes con las hermanas; pastora, no misionera; diácono no, diaconisa. Y nos doramos la píldora todos, y el mundo vigilante y ateo dice, acepta que efectivamente, el Evangelio es muy cómodo porque perpetúa las luchas sexistas. Y, lo acepte en fe o no, la Iglesia sigue del lado de los poderes transitorios, en este caso, masculino. En este año del Quinto Centenario, cuando no celebraremos la muerte de hombres y mujeres por el oro del imperio, sí continuaremos fallando en nuestro testimonio: la sociedad ya avanzó, la mujer ya ha logrado reivindicaciones que la Iglesia no ha conseguido, pero le falta la explosión final del Evangelio. La mujer en los misterios oficiales de la Iglesia es un testimonio de congruencia entre un mensaje liberador y una práctica igualitaria. Porque si el Evangelio no levanta a todos por igual, en dónde está la buena noticia. Dónde puede haber buenas noticias para los desarraigados, para los sin voz, si las tradicionales sin voz en la iglesia siguen así. Urge pues entrar a la obediencia del Dios de los hombres y de las mujeres. Porque en el Reino de Dios no hay varón ni hembra…

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9. SUPERAR LAS DIFERENCIAS DE GÉNERO EN LOS MINISTERIOS COMO SIGNO VISIBLE DEL REINO DE DIOS EN LA IGLESIA (1995) En la ordenación de Evangelina Corona Cadena como Anciana de Iglesia

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a Iglesia, como el mundo, camina hacia el Reino de Dios. Vive y sobrevive tratando de realizar su misión, siempre bajo la óptica y el modelo del Reino de Dios. Históricamente,

le ha convenido más irse separando lo más sutilmente que le ha sido posible de dicho modelo y subordinación. La causa de Jesucristo ha sido sustituida por una enorme cantidad de argumentos y realidades cuyo rostro piadoso ha podido convencer a los cristianos más sinceros acerca de su validez. Pero siempre han surgido inconformidades promovidas por el Espíritu para reencauzar la naturaleza y misión de la Iglesia en el mundo. En el caso de las comunidades reformadas, esta búsqueda se encuentra plasmada en su lema histórico, que reproduce la ansiedad del Espíritu de Dios por colocar continuamente al Reino de Dios como centro y propósito de la vida de la Iglesia. Los signos del Reino también han sido relegados por la iglesia institucional con el fin de colocarse a sí misma como objeto de las tareas cristianas comunitarias. Actualmente, en el seno de nuestra Iglesia Nacional conviven, como siempre, signos positivos y signos ominosos con respecto al Reino; la clave bíblica y profética para discernirlos, interpretarlos y para situarse comprometidamente en relación con ellos sigue siendo la misma: ver con ojos atentos toda realidad enviada por Dios, juzgar con una mente crítica dichos acontecimientos desde una perspectiva liberadora y actuar solidariamente con una voluntad participativa en la lucha por el advenimiento del reino divino. Continuamente tendríamos que insistir en nuestro medio eclesial acerca de dichos signos. Uno de ellos es el que tiene que ver con el acceso de las mujeres a los ministerios ordenados. Si ya el profeta Joel había anticipado el derramamiento del Espíritu de Dios sobre toda carne, esa situación radicalmente nueva estría poniendo en entredicho las limitaciones de género, raciales y de edad, entre otras, que restringían en los tiempos antiguos la práctica del servicio a Dios y a la humanidad. El sacerdocio universal de los y las creyentes comenzaba a esbozarse, así como la superación de la oposición entre los ámbitos sagrado y profano. Las mujeres, los siervos y los jóvenes tendrían, entonces, todo el derecho de aprender a practicar el discernimiento histórico de la fe a fin de percibir la acción salvadora de Dios. Hoy se nos exige proclamar ardientemente esta buena noticia para ellos y ellas: la necesidad histórica de que en medio del pueblo de Dios se realicen verdaderamente las formas más genuinas de promoción humana, porque en el seno de la esa comunidad alternativa por antonomasia no debe tener cabida ninguna práctica que reduzca las posibilidades de una existencia y un servicio plenos.

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Según una estadística de julio de 1992, la gran mayoría de las iglesias reformadas (116 iglesias que representan 66% de un total de 177 miembros, en 87 países, de la Alianza Reformada Mundial) han dado ya el paso definitivo para incorporar a las mujeres a los ministerios ordenados. Semejante decisión afirma una vocación de genuino respeto por la voluntad liberadora de la Palabra de Dios. Lamentablemente, nuestro ambiente eclesiástico aún no ha desarrollado una mentalidad que permita reconocer las enormes posibilidades de cambio y crecimiento global de las comunidades si se incorporasen oficialmente las mujeres a los ministerios. O tal vez esto sea así porque los núcleos más conservadores de la INPM perciben demasiado bien el ―peligro‖ que ello entraña y se niegan a reconocer la flagrante desobediencia a la Escritura en la que hemos perseverado al reducir, por razones sexistas, el acceso a los ministerios de tantos miembros con la vocación auténtica para ejercerlos. La Iglesia necesita experimentar, vivir, asimilar y desarrollar en su vida, pensamiento y misión, los signos del Reino. Éste, el de la libertad cristiana para las mujeres es, quizá, uno de los más urgentes en la actualidad.

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10. EL DERECHO DE LAS MUJERES A LA ORDENACIÓN PARA LOS MINISTERIOS ECLESIÁSTICOS (2005)

No te puedo nombrar. No tienes nombre. Eres lo que se siente. Nunca lo que se explica. ¡Oh mi Absoluto Amado, a quien descubro ahora sin que ninguna forma lo limite! Perdóname la antigua reflexión. No eres lo que se piensa. Eres lo que se ama. No eres conocimiento sino sólo estupor. No eres el perfil sino el asombro. No eres la piedra sino lo inaudito. No eres la razón sino el amor. De la mano del Ángel yo he ascendido a tu hallazgo que nunca es un concreto tesoro sino continuamente un descubrimiento inenarrable. El Ángel, a mi lado, sintió también intensa, más intensa que nunca, más intensa que con algo o con alguien, esa visión de inmensidad. Como con nadie, no porque cada caso es singular, sino porque aquel acto fue más hondo que todos los suyos, como si recibiéramos de pronto un advenimiento de infinito. Y es útil pensar en encarnarte. Eres lo que nunca se puede encarnar ni nombrar porque sólo nos juntas las manos y nos haces doblar las rodillas. Déjame sentirte, ¡oh infinitud, oh zona inmensa, dimensión sobrehumana, oh mi Dios, siempre como la piel deslumbrada tanto que el cuerpo se me vuelva luz! Déjame estupefacta, arrebatada, y déjame que vibre para siempre con la palpitación mía e íntima. Quisiera ser aquella que permanece, atónita, ante ti. La que no sabe de tu nombre, 49 la que no sabe de tu forma, una ignorante estremecida. Y que así sea. IDA GRAMCKO (Venezuela, 1924-1994), ―Plegaria‖

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a negativa de diversas iglesias, incluida la católica, a incluir a las mujeres en los diversos oficios o ministerios de manera formal mediante la ordenación es vista como

sinónimo de retroceso, conservadurismo o cerrazón. El debate eclesial —ideológico, teológico y político— llevado a cabo en las iglesias que ya las ordenan acompañó, o al menos, fue una lejana consecuencia de las luchas feministas en la sociedad en general. Las interrogantes son muy claras: ¿las instituciones religiosas que aún no ordenan mujeres no se han enterado todavía de los cambios acaecidos hasta el momento? ¿O acaso su negativa, al escudarse tras razones seudobíblicas, teológicas o dogmáticas, esconde, más bien, uno de los últimos reductos del sexismo recalcitrante? La posibilidad aludida en la segunda pregunta plantea una problemática que pone en entredicho la fuerza o el impacto de los fundamentos mismos de la fe pregonada por las iglesias. Esto es, de lo que se trata es de que los ímpetus machistas se han posesionado y pertrechado con demasiada solidez en dichas instituciones y proclaman un patético ¡No pasarán! de naturaleza retrógrada, rendidas como están ante los altares del pasado y de la tradición.

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I. Gramcko, ―Plegaria‖, en Maricruz Patiño, sel., Trilogía poética de las mujeres. Tomo II: Místicas. México, La Cuadrilla de la Langosta, 2004, pp. 319-320. 55


En el catolicismo, por ejemplo, muchas voces se han levantado para demandar que por lo menos los monasterios o conventos femeninos gocen de plena autonomía y dejen ya de estar subordinados a las jerarquías vaticanas masculinas. El control de las vocaciones, de las espiritualidades y de las iniciativas que surgen de estos espacios religiosos no puede ya ser monopolio de grupúsculos aferrados a mantener sus privilegios. En las demás iglesias, resulta penoso observar cómo los contingentes del voluntariado femenino son literalmente explotados por las dirigencias masculinas, quienes no reconocen ni por supuesto pagan el salario de un trabajo que sostiene, en todos los sentidos de la palabra, y garantiza la sobrevivencia de esas instituciones. Calificar de voluntario un trabajo que no es reconocido más que simbólicamente, representa un agravio para la participación genuina de las mujeres en la construcción y desarrollo de sus comunidades. Lograr el acceso pleno de las mujeres a los ministerios eclesiásticos es un problema que no sólo concierne a las iglesias o comunidades, pues es un problema ligado al mantenimiento de las desigualdades sociopolíticas, laborales y económicas. Algunas teologías actuales, ocupadas como están en problemas que no han adquirido suficiente importancia en regiones como América Latina, corren el riesgo de olvidar las situaciones no resueltas, y de dejar en manos de los investigadores y científicos sociales su seguimiento. Esto último es bueno y malo a la vez, porque ahora las iglesias, carentes del prestigio moral y ético de que alguna vez gozaron, son exhibidas tal como son —o fueron siempre—, es decir, como entes ideologizantes al servicio de los privilegiados. La lucha, pues, por la ordenación de las mujeres en los espacios cerrados al cambio, no ha terminado y tal parece que en algunos de ellos se encuentra estacionada y ligada a los vaivenes políticos de las clases dirigentes, quienes controlan a sus clientelas ya sea con la invención de situaciones superfluas, con la inercia de la vida institucional o, en el peor de los casos, con la represión abierta en contra de los sectores progresistas. Todavía no se ha entendido bien, al parecer, que a estas alturas de la historia, resulta inadmisible que los beneficios de la actuación divina a favor de la humanidad y de la vida, no pasen por la experiencia y las manos femeninas. Todo esto constituye un atentado contra los derechos humanos, los cuales, mientras no se reivindiquen claramente, seguirán reclamando la actuación profética de los grupos minoritarios que claman por una mayor presencia de los signos del Reino de Dios en el mundo. Por todo lo anterior, parece que la pregunta lanzada hace varios años por Emilio García Estébanez sigue aún vigente: ―¿Es cristiano ser mujer?‖.50 Agregaba que tienen que ser machitos consagrados los encargados de vigilar las organizaciones de mujeres (la figura del consejero en las iglesias y uniones femeniles). Él mismo, en un volumen colectivo dedicado al tema en el ámbito católico, esbozó una ―imagen teológica de la mujer y el 50

E. García Estébanez, ¿Es cristiano ser mujer? Madrid, Siglo XXI, 1992.

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sacerdocio femenino‖. Allí concluía que: ―La timidez de la Iglesia para romper con el androcentrismo que ha impregnado su magisterio recuerda la que tuvo para romper con el geocentrismo. No sería bueno que se repitiera aquella desafortunada actuación a propósito de la mujer y su idoneidad para representar a Cristo sacerdote‖.51 El dilema, como planteaba María Tabuyo en ese mismo libro, es ―qué sucede cuando preguntan las ausentes‖. Ella hace un magnífico resumen acerca de cómo la comunidad juánica fue una auténtica comunidad de iguales.52 A continuación, se señalarán algunos niveles de debate, reflexión e inspiración que requiere esta lucha en el momento actual, al menos en el seno de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México (INPM).

1. Nivel informativo Las posibilidades informativas sobre este tema son vastísimas. Aquí sólo se harán algunas sugerencias específicas que toman en cuenta el hecho deque las mujeres miembros de las iglesias y congregaciones presbiterianas no han recibido suficientes insumos para alimentar su indignación, protesta y organización efectivas para la consecución de la ordenación a los ministerios. Se resaltan algunos hitos o episodios de particular importancia para el asunto del presente tema. Considerando que uno de los recursos para la reproducción del sistema patriarcal en la iglesia es la desinformación de las mujeres, hace mucha falta documentar, en primer lugar, la actuación de las mujeres en la historia de la Iglesia. Las figuras femeninas tienen que ser redescubiertas para servir como modelos actuales de vida y vocación. Janet May ha llevado a cabo una revisión cronológica de sus nombres.53 Un ejemplo magnífico es la vida de Eloísa, quien junto con Abelardo protagonizó, en plena Edad Media, lo que podríamos denominar una historia de amor y teología. El periodista Luis Sánchez Sancho la ha resumido muy bien.54 Roland Bainton, uno de los más importantes biógrafos de Lutero llevó a cabo el titánico esfuerzo de escribir acerca de las figuras femeninas de la época de la Reforma. En tres volúmenes, dedicados a varios países y regiones europeas, recogió los datos más

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E. García Estébanez, ―Imagen teológica de la mujer y sacerdocio femenino‖, en Varios autores, El sacerdocio de la mujer. Salamanca, San Esteban, 1993 (Cuadernos Verapaz, 11), p. 76. 52 M. Tabuyo, ―Cuando preguntan las ausentes‖, en El sacerdocio de la mujer, pp. 32-34 53 J. May, comp.., Mujeres protagonistas en la historia de la Iglesia. San José, Costa Rica, SBL, 1995. 54 L.Sánchez Sancho, ―Abelardo y Eloísa‖, en La Prensa, Managua, 3 de junio de 2005, wwwni.laprensa.com.ni/archivo/2005/junio/03/opinion/opinion-20050603-04.html. 57


relevantes sobre su participación activa en la lucha reformadora.55 En ese sentido, debería insistirse más en el papel histórico de Catarina von Bora e Idelette de Bure, figuras paradigmáticas, dado el impacto que pueden causar sus biografías como esposas de dos de los reformadores más influyentes, Lutero y Calvino.56 Dando un dramático salto en el tiempo, pero llegando hasta América Latina, hay que incluir la decisión de la Iglesia Presbiteriana y Reformada en Cuba de ordenar mujeres desde los años 70. La primera fue Ofelia Ortega, pastora y doctora en teología, ex funcionaria del Consejo Mundial de Iglesias, ex rectora del Seminario Evangélico de Matanzas y una de las vicepresidentas de la Alianza Reformada Mundial.57 En el seno del catolicismo ha surgido un movimiento muy intenso a favor de la ordenación de mujeres al sacerdocio. Existe una página web en varios idiomas que contiene muchos materiales al respecto: www.womenpriests.org. La Iglesia Anglicana tomó la determinación de ordenar mujeres en noviembre de 1992, un suceso que la revista Time calificó como el inicio de ―una nueva reforma de la Iglesia‖.58 Recientemente, se ha avanzado en el sentido de ordenar obispas.59 La Alianza Reformada Mundial (ARM) ha llevado a cabo una revisión cronológica de la aceptación de la ordenación femenina entre sus iglesias miembros en 1993 y 1999. La primera vez, en una publicación que reunió las ponencias presentadas en una consulta realizada en Ginebra entre abril y mayo de 1992.60 En dicha consulta participó Elsa Tamez — teóloga y biblista que en su juventud perteneció a la INPM, pero que debió marcharse a estudiar al Seminario Bíblico Latinoamericano de Costa Rica— con un estudio sobre I Co 14.34-35 y Gál 3.28.61 Los únicos ponentes latinoamericanos fueron ella y el profesor

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Cf. R. Bainton, Women of the Reformation in Germany and Italy. Minneapolis, Augsburg, 1971; Idem, Women of the Reformation in France and England. Minneapolis, Augsburg, 1973; y Women of the Reformation from Spain to Scandinavia. Minneapolis, Augsburg, 1977. 56 Cf. Alicia E. Walter, Catarina Lutero: monja liberada. Trad. de Martha Huebner de Dubke. México, El Faro, 1984. Cf. Alejandro Zorzin, ―Catalina von Bora (1499-1552). Una mujer en tiempos de la Reforma Protestante‖, en Cuadernos de Teología, Buenos Aires, ISEDET, vol. XIX, 2000, pp. 343-361. 57 Cf. O. Ortega, ed., Women‟s visions: theological reflection, celebration, action. Ginebra, Consejo Mundial de Iglesias, 1995. 58 Cf. ―Ordination of female priests and bishops in the worldwide Anglican Communion‖, en www.religioustolerance.org/femclrg3.htm, un minucioso seguimiento cronológico de la ordenación femenina en la Iglesia Anglicana. 59 ―Consideran la posibilidad de mujeres en el episcopado inglés‖, en ALC Noticias, 19 de enero de 2006, www.alcnoticias.org/articulo.asp?artCode=4052&lanCode=2. 60 Ursel Rosenhäger y Sarah Stephens, eds., “Walk my sister”. The ordination of women: reformed perspectives. Ginebra, Alianza Reformada Mundial, 1993 (Estudios, 18). 61 E. Tamez, ―No longer slent: A Bible study on I Corinthians 14.34-35 y Gálatas 3.28‖, en U. Rosenhäger y S. Stephens, eds., op. cit., pp. 52-62. 58


Osmundo Ponce. El segundo aporte apareció en la revista Reformed World, (marzo-junio de 1999, en inglés y español), adonde colaboró el doctor Salatiel Palomino con un ensayo sobre el estado del asunto en el presbiterianismo mexicano.62 Dos de los ejes alrededor de los cuales giró su análisis fueron, por un lado, la inclusión de ―experiencias humillantes en la vida de las hijas de Dios‖, y por otro, el examen de un panfleto contrario a la ordenación femenina que ha circulado ampliamente en el medio presbiteriano. El resto del ensayo es una exposición de los pasajes bíblicos relacionados con el tema. Su conclusión (―Un capítulo inconcluso‖) es digna de citarse: Las luchas de las mujeres, y en su contra, no han concluido en la Iglesia Presbiteriana de México. Este capítulo todavía no se ha cerrado pues una nueva ola de fuero conservadurismo de extrema derecha amenaza actualmente los esfuerzos de las mujeres para hablar con el apoyo decidido de un creciente número de varones conscientes en la iglesia. El capítulo sólo podrá concluirse cuando la denominación toda reconozca a las fieles mujeres, ministras del 63 Señor, el derecho que Dios les ha dado de servirlo a Él en plena igualdad con los varones.

Se trató, en ambos casos, de auténticos cortes transversales sobre la situación en el mundo reformado y presbiteriano mundial. Otro caso relevante para la situación en México fue el de la Iglesia Evangélica Presbiteriana de Guatemala que decidió ordenar a las mujeres, como pastoras y ancianas, en junio de 1998, después de un fuerte debate, aunque los presbiterios indígenas ya lo hacían.64 Sonia González de Gómez ha dado un conmovedor testimonio de este proceso, publicado por la Alianza Reformada Mundial.65 La situación en otras iglesias también es llamativa. La ordenación de Graciela Álvarez como obispa de la Iglesia Metodista de México, en 1994, causó un agrio debate en el seno de esa iglesia, pues se aceptaba, en general, que hubiera mujeres pastoras, pero mucha gente no toleró, en un principio, que llegaran a ejercer los puestos más altos dentro de la dirigencia eclesiástica.66

62

S. Palomino López, ―En búsqueda de aceptación y reconocimiento: las luchas de las mujeres en el ministerio‖, en Mundo Reformado, vol. 49, núms.. 1-2. marzo-junio de 1999, pp. 51-66. El número completo se puede consultar en inglés en www.warc.ch/dp/rw9912/index.html. 63 Ibid, p. 66. 64 Cf. ―Presbiterianos aprueban ordenación de mujeres‖, en ACI Prensa, www.aciprensa.com/notic1998/junio/notic377.htm. 65 S. González de Gómez, ―Cantando cosechamos. Mi primer año de servicio como anciana gobernante de mi iglesia me ha dejado desbordante de alegría‖, 14 de febrero de 2005, en http://warc.jalb.de/warcajsp/ side.jsp?news_id=305&part_id=0&navi=22. 66 Cf. La Gaceta Metodista, época II, núm. 2, 13 de octubre de 1994, pp. 3-9. 59


En los últimos años el problema de la cerrazón eclesiástica para los puestos de liderazgo femenino ha llegado hasta a los periódicos. El suplemento Masiosare del periódico La Jornada dio cuenta, el 23 de abril del 2000, de la ordenación de Rebeca Montemayor, conocida profesora bautista, luego de una larga lucha al interior de su denominación. La ordenación tuvo que llevarse a cabo a nivel local.67 El amplio reportaje de Daniela Pastrana incluyó una entrevista con Montemayor y con la obispa Graciela Álvarez. Carlos Martínez García, por su parte, resaltó lo sucedido en las iglesias pentecostales, donde hace mucho tiempo que se acepta el liderazgo eclesiástico femenino. Vale la pena destacar algunas respuestas:

La obispa Graciela Álvarez juega con la ironía: "En estos días de Jubileo, ¿pedirá perdón el Papa a las mujeres?" En su oficina de la Iglesia metodista, la primera mujer obispa en México y América Latina esboza las dificultades de acceso de las mujeres a la jerarquía religiosa, espacio dominado por los hombres. ―Se acepta la participación de las mujeres en la Iglesia como su espacio natural, pero no en puestos de liderazgo; aun entre los protestantes es difícil asumirlo", lamenta. Y no duda en aceptar: hay una responsabilidad histórica del catolicismo en la interpretación equivocada de la Biblia. Coincide Rebeca Montemayor, quien en marzo pasado se convirtió en la primera pastora bautista —otra de las congregaciones evangélicas— ordenada en México. [...] En México y en general en el protestantismo, la delantera la llevan las mujeres pentecostales, dice Carlos Martínez García, estudioso de asuntos religiosos. ―Las pentecostales son las que revitalizan el papel de la mujer -sostiene-. En México, desde hace unos 80 años hay pastoras pentecostales y en el mundo han estado en importantes movimientos de los marginados. Encuentras en su historia mujeres clave porque es una incorporación no excepcional, sino cotidiana‖. [...] Y en ese punto, reconocen las religiosas, aun las iglesias protestantes llevan retraso en el país. Apenas en 1980 la Iglesia metodista acordó que las mujeres fueran ordenadas. Los anglicanos lo hicieron hace cuatro años, y los presbiterianos todavía no lo aceptan. Rebeca reconoce que su ordenamiento -entre los bautistas no hay jerarquías episcopales- es un ―logro muy local‖ en su congregación. ―Las iglesias hemos estado caminando por procesos diferentes —explica la pastora—. Y en México, como en otros países donde todavía no hay esta consagración de las mujeres, lo que ha prevalecido es la tradición de una interpretación bíblica muy patriarcal, digámosle así, porque en realidad es machista‖. Para Graciela Álvarez, quien fue elegida obispa hace seis años (ganó en nueve rondas de votación frente a 12 candidatos hombres) y hace dos años logró la reelección en el cargo, no debe menospreciarse el impulso de las propias mujeres. ―Las iglesias están formadas por mujeres, en las bases son las participantes más activas, sólo falta el reconocimiento. Y yo creo que vamos bien, con pasos lentos, pero firmes‖. [...] Pese a todo, la obispa se muestra optimista de los avances. ―Muchas cosas van cambiando. Hay muchas mujeres, no sólo en la vida secular, que están listas para ocupar puestos de dirección y liderazgo. Y cada vez más la sociedad está lista para vivir esta nueva etapa, que no es fácil, porque trae siglos de tradición 68 en contra‖.

67

Daniela Pastrana, ―Santa igualdad‖, en Masiosare, supl. de La Jornada, 23 de abril de 2000, www.jornada.unam.mx/2000/04/23/mas-santa.html. 68 Idem. 60


El 4 de agosto de 2005, Pedro Miguel se ocupó ampliamente de la ordenación sacerdotal femenina en un artículo sumamente documentado.69 Expuso con lujo de detalles la situación en el ambiente católico y ofreció conexiones en internet para documentarse más. De entrada, calificó al Vaticano como un ―club de Tobi‖ y ofreció algunos pormenores de la segunda Conferencia Ecuménica Internacional sobre Ordenación de Mujeres, llevada a cabo en julio del mismo año en la Universidad de Carleton, Canadá. Además, pasó revista a algunos de los nombres de luchadores, hombres y mujeres, por la ordenación en varios países, como Joan Morris, Mary Simpson y Eric Doyle (Inglaterra), María H.C. Vendrick y John Wijngaards (Holanda), e Irene McCormack (Australia). Agregó, además, las palabras de Juan Pablo II acerca del asunto, que forman parte del documento Ordenatio sacerdotalis (1994): ―La no admisión de las mujeres a la ordenación sacerdotal no puede significar una menor dignidad ni una discriminación hacia ellas, sino la observancia fiel de una disposición que hay que atribuir a la sabiduría del Señor del universo‖.70 Su propia perspectiva no deja de ser interesante: ―Yo, que carezco de filiación religiosa, me pregunto, desde mi ignara otredad, por qué no mandan al diablo a Benedicto XVI y a sus misóginos en su Club de Tobi romano y se van a fundar una organización católica en la que las mujeres puedan oficiar la misa, bautizar, casar, confesar, dar la comunión y la extremaunción, y ser razonablemente felices. Por lo pronto, las mujeres que se empeñan en ser ordenadas sacerdotisas deben hacerlo en la más estricta clandestinidad, como si fueran culpables de matar a un bebé a puñaladas‖. Y termina con el relato de lo sucedido ―en junio pasado en ‗algún lugar del centro de Europa‘ con la ordenación secreta de una mujer, en una ceremonia a la que fue invitada la BBC de Londres con la condición de no revelar el nombre de la protagonista ni el lugar en que se llevó a cabo‖. Una semana después, incluyó dos reacciones a su columna: Beguina Giordano dice que "a veces insistir en el ministerio ordenado femenino es como dar golpes al aire, porque la resistencia no es sólo de los patriarcas ordenados, sino de las mismas mujeres que han pactado la sumisión a cambio de seguridades. Las dependencias que se crean en el interior de la iglesia van desde lo sicológico hasta lo económico. O al revés". Por su parte, Leopoldo Cervantes-Ortiz recuerda que "si se voltea la mirada hacia el campo protestante, las cosas también están difíciles para las mujeres" y que "entre los presbiterianos las dirigencias y ciertos pastores son enemigos a muerte de la ordenación femenina, dizque porque Dios no permitiría que predique una mujer embarazada y dé mal aspecto". Recuerda también que "hace unos nueve años, doña Evangelina Corona, ex lideresa de las costureras, fue 'des-ordenada' a un cargo directivo de su iglesia por el cuerpo eclesiástico 'progresista' al cual pertenece", y nos propone un link a la página de la Alianza Reformadora Mundial (sic). 71 www.warc.ch/dp/rw9912/04.html. 69

P. Miguel, ―La ordenación sacerdotal femenina‖, en La Jornada, 4 de agosto de 2005, www.jornada.unam.mx/2005/08/04/040o1soc.php. 70 Idem. 71 P. Miguel, ―Confesionarios en línea‖, en La Jornada, 11 de agosto de 2005, www.jornada.unam.mx/2005/08/11/044o1soc.php. El texto completo del mensaje enviado a la 61


2. Nivel formativo (bíblico-teológico) Este nivel implica la necesidad de estudiar en profundidad todos los aspectos que puedan incidir en el despertar la conciencia de las mujeres en las iglesias. La enseñanza bíblicoteológica debe estar presente no sólo en los seminarios sino en las comunidades e iglesias locales. El re-descubrimiento, en clave liberadora, de figuras bíblicas como María, la madre de Jesús o María Magdalena, la Apostola apostolorum (―apóstola de los apóstoles‖) constituye uno de los grandes desafíos para los responsables de la educación cristiana y teológica. En el primer caso, desde hace muchos años se ha planteado la necesidad de apropiarse de una nueva imagen de María como discípula y seguidora de Cristo, así como de reinterpretar su figura dada la ausencia de modelos femeninos protestantes.72 Sobre María Magdalena, urge ir más allá del esoterismo y de las lecturas de moda (como El Código Da Vinci, por ejemplo) para romper con estereotipos que se difunden por el escándalo y el morbo.73 El currículum de las instituciones de educación teológica, a su vez, debe incluir cursos basados en una sólida teoría de género aplicada a la teología, así como de hermenéutica feminista. Así, los y las estudiantes podrán enterarse de que, a finales del siglo XIX, en Estados Unidos, se editó la Biblia de la mujer, un esfuerzo para resistir la opresión desde la fe.74 En América Latina, un estudio pionero en esta línea fue el libro La Iglesia y la mujer, de

columna fue: ―Gratamente sorprendido por su artículo del jueves 4. Muy llamativo que se haya acercado a un tema que es crucial para el cristianismo en general. Sólo le comentaría que, si se voltea la mirada hacia el campo protestante, las cosas también están difíciles para las mujeres. Hace tiempo Masiosare dedicó un merecido reportaje a la ordenación de la pastora bautista Rebeca Montemayor. Pero entre los presbiterianos, por ejemplo, las dirigencias y ciertos pastores son enemigos a muerte de la ordenación femenina, dizque porque Dios no permitiría que, por ejemplo, predique una mujer embarazada y dé mal aspecto... Ésa es la altura del debate de ciertos individuos. Otro caso: hace unos 9 años, doña Evangelina Corona, ex lideresa de las costureras fue "des-ordenada" a un cargo directivo de su iglesia por el cuerpo eclesiástico "progresista" al cual pertenece. Fue todo un episodio de cerrazón e hipocresía. Para documentar el debate en las iglesias reformadas, hay que leer lo que aparece en la página web de la Alianza Reformada Mundial, donde el doctor Salatiel Palomino publicó un ensayo enjundioso al respecto. Pero en otras muchas iglesias las mujeres ejercen el pastorado desde hace un buen tiempo. Sobre todo en las pentecostales, aunque allí también se las gastan: todo el trabajo comunitario de las mujeres entra en la categoría de voluntario”. 72 Cf. I. Gebara y M.C.L. Bingemer, María, mujer profética. Madrid, Paulinas, 1988; Marina Werner, Tú sola entre las mujeres. El mito y el culto de la Virgen María. Marid, Taurus, 1991; y Wanda Deifelt, ―María, ¿una santa protestante?‖, en Signos de Vida, Quito, Consejo Latinoamericano de Iglesias, núm. 34, diciembre de 2004, pp. 10-13. 73 Cf. Susan Haskins, María Magdalena: mito y metáfora. Trad. de N. D‘Amonville Alegría. Barcelona, Herder, 1996, especialmente las pp. 79-120. 74 Cf. ―The Woman‟s Bible. By Elizabeth Cady Stanton and the Revising Committee (1898)‖, en www.sacred-texts.com/wmn/wb. 62


la profesora metodista Beatriz Melano (recientemente fallecida).75 Ella fue quien calificó a Sor Juana Inés de la Cruz como la primera teóloga de América.76 Urge, asimismo, que las estudiantes de teología se acerquen al cúmulo de estudios exegéticos y teológicos de autoras alrededor del mundo. Un ejemplo muy llamativo, en el ámbito reformado, de relectura de la tradición, es el libro Women, Freedom and Calvin, de Jane Dempsey Douglass, ex presidenta de la Alianza Reformada Mundial y profesora del Seminario de Princeton, donde aproxima críticamente la visión de las mujeres acerca de la libertad eclesiástica en la teología calvinista.77 Un reseñista de este volumen cita las palabras de Georgia Harkness, quien escribió en 1931: ―No es accidente que la Iglesia Presbiteriana haya rechazado ordenar mujeres... Calvino mismo no lo habría hecho‖.78 Y agrega que Dempsey Douglass ―argumenta que el abordaje de Calvino al material bíblico sobre el papel de las mujeres en la iglesia ‗puede usarse en apoyo de la ordenación de las mujeres‘‖. La autora no convierte a Calvino en un ardiente feminista, pero reconoce que Calvino ―estaba abierto al cambio futuro sobre bases teológicas, aun cuando estaba dominado por los prejuicios de una sociedad patriarcal‖.

79

Señala también que este libro estaba llamado a ser ―el estudio básico sobre los puntos de vista de Calvino acerca del papel de la mujer en la Iglesia pues coloca la obra del reformador ―en el contexto amplio de su sentido dinámico del orden‖.80 Dempsey Douglass resume su estudio diciendo que ―la persistente enseñanza de Calvino acerca del silencio de las mujeres en la Iglesia es un asunto limitado a los tiempos apostólicos más que una ley divina para cualquier época y que es un ejemplo de su apertura hacia un cambio mayor en el futuro‖.81 Estas alusiones a la apertura de Calvino ―sugieren que él previó una transformación gradual en los órdenes natural y eclesiástico llevada a cabo por los valores del Reino‖.82 Calvino ―previó circunstancias en las cuales la extraordinaria predicación de las mujeres podría ocurrir como el distante y reciente pasado. La interpretación de nuestras circunstancias, no previstas por él, a la luz del material bíblico, ha

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B. Melano, La mujer y la Iglesia. Buenos Aires, Escudo, 1973. B. Melano Couch, ―Sor Juana Inés de la Cruz, primera teóloga de América‖, en Cuadernos Teología, Buenos Aires, ISEDET, vol. 6, núm. 3, 1983, pp. 47-55. Recogido en 77 J. Dempsey Douglass, Women, Freedom & Calvin. Philadelphia, Westminster Press, 1985. Reseña de David Foxgrover en Theology Today, vol. 43, núm. 2, julio de 1986, http://theologytoday.ptsem.edu/jul1986/v43-2-bookreview2.htm. 78 David Foxgrover en Theology Today, vol. 43, núm. 2, julio de 1986, http://theologytoday.ptsem.edu/jul1986/v43-2-bookreview2.htm. 79 Idem. 80 Idem. 81 J. Dempsey Douglass, op. cit., p. 82 D. Foxgrover, op. cit. 76

de Cf. en en

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llevado a la mayoría de los cristianos a creer que la predicación por parte de las mujeres es parte de la normalidad actual de la iglesia‖.83 En un análisis inquietante, Marcella Althaus-Reid ha señalado las fases del desarrollo de la teología feminista y su relación con la ordenación de las mujeres. Según ella, a una etapa inicial, la teología feminista de la primera ola, cuyo paradigma fue el de la igualdad de papeles, le siguió la teología feminista de la liberación, que destacó el género y cuestionó, desde el Tercer Mundo, el marco liberal de las teologías feministas. La tercera fase radicaliza su análisis y va más allá del género, al plantear cómo las identidades sexuales han sido dictaminadas desde el patriarcalismo84 En este esquema, afirma, la ordenación no debería ser un tema por discutirse en pleno siglo XXI, pues parece mentira que después de tanto tiempo no se haya reconocido cabalmente cómo ―una teología se compone de una compleja mezcla de ideologías en pugna o contradicción, como en el caso de algunas teologías liberales que incluyen el sometimiento de la mujer en la iglesia, cuando el mercado exige su participación plena‖. De ahí que, agrega ―algunas mujeres hayan dicho que las iglesias les producen esquizofrenia: les exigen una conducta que no pueden aplicar en el mundo, donde se desempeñan, por ejemplo, como profesionales‖.85 Sus observaciones sobre las teologías feministas son incisivas: La teología de género tuvo y tiene su agenda. No contribuyó a una crítica de la teología sistemática. La teología feminista de liberación (TFL) leyó la Biblia sin el liberalismo que nutría a muchas compañeras en otras partes del mundo, pero no cuestionó los conceptos de gracia, de redención. Releyendo la Biblia se buscó la presencia de Dios en la vida de las mujeres pobres, oprimidas y silenciadas de la Escritura y de la iglesia, sin percibir que la búsqueda estaba ya condicionada en la misma Escritura. Ahora bien, más que la ordenación de las mujeres, el tema de la TFL de la primera ola fue el reconocimiento de las mujeres que trabajaban en 86 comunidades de base, en solidaridad con los pobres.

Por lo tanto, uno de los primeros frutos como resultado de esta tarea bíblico-teológica sería, reescribir la totalidad de la doctrina de la Iglesia en clave femenina, una tarea ciertamente monumental, pero que únicamente podrán llevar a cabo las mujeres, nadie más. Tal parece que el principal problema sobre la amplia reflexión bíblico-teológica que existe sobre este tema consiste en que no ha llegado hasta las bases eclesiásticas. Y esto valdría no solamente con respecto al común denominador de las comunidades eclesiásticas sino que implica, decididamente, a los creyentes de ambos sexos. 83

Idem. M.M. Althaus-Reid, ―Sobre teologías feministas y teologías indecentes: panorama de cambios y desafíos‖, en Cuadernos de Teología, Buenos Aires, Instituto Universitario ISEDET, vol. XXII, 2003, pp. 123-133. 85 Ibid, p. 124. 86 Ibid, pp. 127-128. 84

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3. Nivel estructural (eclesiológico) Un punto de partida en este último aspecto lo constituye la duda que pueden plantear las niñas de las congregaciones e iglesias: ¿Por qué no hay pastoras, ancianas ni diaconisas? Las posibles respuestas, necesariamente sesgadas, de la mayoría masculina, únicamente intentarían reforzar el estado de cosas prevaleciente, es decir, que no irían al meollo del asunto. Althaus-Reid refiere cómo Hetty, la hija pequeña de Charles Darwin, luego de ver las ilustraciones de los ángeles de El progreso del peregrino, de Bunyan, preguntó desconsolada: ―¿Adónde van a ir las mujeres [en el cielo] si todos los ángeles son hombres?‖.87 Si este estado de cosas ha pasado como normal durante tanto tiempo, la emergencia de una renovación verdadera puede nutrirse y consolidarse eclesial y eclesiológicamente desde varios frentes. Uno de ellos, de valor primordial, es la memoria. Específicamente se trataría, por ejemplo, de documentar las fechas de ordenación de las mujeres en las iglesias del mundo y América Latina, un esfuerzo que se ha llevado a cabo desde la Alianza Reformada Mundial pero que debería permear la conciencia histórica de las diversas iglesias. Otro frente es la Asociación de Teólogas y Pastoras de América Latina, un organismo que aglutina a las mujeres que poco a poco se han ganado un lugar en el difícil ámbito eclesiástico del continente. El ímpetu propositivo de Janet May, coordinadora en una época, ha dejado una huella profunda en otros espacios, como el Consejo Latinoamericano de Iglesias, donde actualmente se percibe la combatividad de la pastora Judith VanOsdol, quien desde Argentina coordina el programa de mujeres y género. Para el caso de la INPM, no se puede dejar de lado el papel de las diversas Uniones de Sociedades Femeniles, las cuales sostienen a nivel nacional una Escuela Bíblica para Misioneras, que no ha alcanzado en décadas un estatus académico digno, a pesar de la gran cantidad de egresadas, quienes no obtienen el debido reconocimiento eclesiástico para ejercer su labor eclesial ni para consolidar su formación teológica. Es proverbial la forma en que se les asignan tareas ―menores‖ como la educación infantil o la organización de sociedades. Mientras no se reconzacan adecuadamente los estudios que realizan en un marco académico e institucional estable, su influencia se reducirá, con todo el valor que tiene a un reconocimiento simbólico, moral o espiritual, que de ninguna manera afectará las estructuras de la iglesia. Lo que sigue en juego, qué duda cabe, es quiénes podrán seguir teniendo derecho a ejercer el poder real en las comunidades y en los cuerpos eclesiásticos. En este sentido, un caso paradigmático de formación teológica, pastoral (y musical) es el de Eva Domínguez Sosa, quien comenzó su carrera en una escuela bíblica del sureste del 87

R. Keynes, Annie‟s Box. Charles Darwin, his Daughter and Human Evolution. Londres, Fourth State, 2001, p. 14, cit. por M.M. Althaus-Reid, op. cit., p. 125. 65


país, para luego estudiar en la escuela mencionada y de ahí pasar al Seminario de la capital, donde estudió música y teología. Afortunadamente, encontró el apoyo y la disposición de un presbiterio, que le otorgó la licencia como predicadora. Otro caso es el de Evangelina Corona Cadena, quien sin ningún tipo de educación teológica formal, ha ejercido un liderazgo de amplia trayectoria a nivel local y que se ha proyectado en otros niveles debido a su desempeño como lideresa sindical y diputada. Ambas tareas las llevó a cabo con la oposición del pastor y varios miembros de su congregación, quienes interpretaron negativamente su participación en otras actividades. Por otra parte, los congresos sobre los ministerios de la mujer, organizados por el Seminario Teológico Presbiteriano de México en 1996 y 1997, fueron un intento por abrir el debate hacia una perspectiva eclesial más amplia. Fruto del primero se publicó el libro Tiempo de hablar: reflexiones en torno a los ministerios femeninos.88 Lamentablemente, la recepción de este tipo de iniciativas fue muy negativa por parte de la INPM, pues en muchos espacios presbiteriales se consideró como una presión innecesaria dado que ―las cosas caerían por su propio peso a su debido tiempo‖. Pero lo cierto es que los años pasan y el establishment eclesástico sigue sin considerar como un asunto urgente reconocer formalmente el reconocimiento del llamado del Espíritu Santo a las tareas que la propia iglesia promueve como básicas: la predicación, la administración de los sacramentos y la enseñanza teológica. Parece que ya es tiempo de que esto suceda.

88

Varios autores, Tiempo de hablar: reflexiones en torno a los ministerios femeninos. México, Ediciones STPM-Presbyterian Women, 1997. 66


11. LA ORDENACIÓN DE LAS MUJERES, PROBLEMA ECLESIÁSTICO Y EXTRAECLESIÁSTICO (2004)

L

a negativa de diversas iglesias, incluida la católica, a incluir a las mujeres en los diversos oficios o ministerios de manera formal mediante la ordenación es vista como

sinónimo de retroceso, conservadurismo o cerrazón. El debate eclesial —ideológico, teológico y político— llevado a cabo en las iglesias que ya las ordenan acompañó, o al menos, fue una lejana consecuencia de las luchas feministas en la sociedad en general. Las interrogantes son muy claras: ¿las instituciones religiosas que aún no ordenan mujeres no se han enterado todavía de los cambios que ya han acontecido? ¿O acaso su negativa, al escudarse tras de pseudo-razones bíblicas, teológicas o dogmáticas, esconde, más bien, uno de los últimos reductos del sexismo recalcitrante? La posibilidad aludida en la segunda pregunta plantea una problemática que pone en entredicho la fuerza o el impacto de los fundamentos mismos de la fe pregonada por las iglesias. Esto es, de lo que se trata es de que los ímpetus machistas se han posesionado y pertrechado con demasiada solidez en dichas instituciones y proclaman un patético ¡No pasarán! de naturaleza retrógrada, rendidas como están ante los altares del pasado y de la tradición. En el catolicismo, por ejemplo, muchas voces se han levantado para demandar que por lo menos los monasterios o conventos femeninos gocen de plena autonomía y dejen ya de estar subordinados a las jerarquías vaticanas masculinas. El control de las vocaciones, de las espiritualidades y de las iniciativas que surgen de estos espacios religiosos no puede ya ser monopolio de grupúsculos aferrados a mantener sus privilegios. En las demás iglesias, resulta penoso observar cómo los contingentes del voluntariado femenino son literalmente explotados por las dirigencias masculinas, quienes no reconocen ni por supuesto pagan el salario de un trabajo que sostiene, en todos los sentidos de la palabra, y garantiza la sobrevivencia de esas instituciones. Calificar de voluntario un trabajo que no es reconocido más que simbólicamente, representa un agravio para la participación genuina de las mujeres en la construcción y desarrollo de sus comunidades. Lograr el acceso pleno de las mujeres a los ministerios eclesiásticos es un problema que no sólo concierne a las iglesias o comunidades, pues es un problema ligado al mantenimiento de las desigualdades sociopolíticas, laborales y económicas. Algunas teologías actuales, ocupadas como están en problemas que no han adquirido suficiente importancia en regiones como América Latina, corren el riesgo de olvidar las situaciones no resueltas, y de dejar en manos de los investigadores y científicos sociales su seguimiento. Esto último es bueno y malo a la vez, porque ahora las iglesias, carentes del prestigio moral y ético de que alguna vez gozaron, son exhibidas tal como son —o fueron siempre—, es decir, como entes ideologizantes al servicio de los privilegiados. 67


La lucha, pues, por la ordenación de las mujeres en los espacios cerrados al cambio, no ha terminado y tal parece que en algunos de ellos se encuentra estacionada y ligada a los vaivenes políticos de las clases dirigentes, quienes controlan a sus clientelas ya sea con la invención de situaciones superfluas, con la inercia de la vida institucional o, en el peor de los casos, con la represión abierta en contra de los sectores progresistas. Todavía no se ha entendido bien, al parecer, que a estas alturas de la historia, resulta inadmisible que los beneficios de la actuación divina a favor de la humanidad y de la vida, no pasen por la experiencia y las manos femeninas. Todo esto constituye un atentado contra los derechos humanos, los cuales, mientras no se reivindiquen claramente, seguirán reclamando la actuación profética de los grupos minoritarios que claman por una mayor presencia de los signos del Reino de Dios en el mundo.

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12. “UNA CONFIRMACIÓN DEL LLAMAMIENTO DE DIOS”: ENTREVISTA CON EVA DOMÍNGUEZ SOSA (2010) El sábado 27 de febrero de 2010 fue ordenada en Granada, España, al pastorado, Eva Domínguez Sosa, todo un acontecimiento para la iglesia presbiteriana en México, pues ella es graduada del Seminario Teológico Presbiteriano de la capital. Desde Jerusalén, adonde se encuentra de visita en estos días, accedió a responder este cuestionario.

E

va, sabemos que procedes de una región de México (Tabasco, sureste) con fuerte presencia protestante (y presbiteriana en particular). ¿Qué consideras que signifique

para la iglesia del sureste mexicano tu ordenación al ministerio pastoral, sobre todo si sucede en el extranjero? Me parece que algunos que conocen mi trayectoria se congratulan conmigo me lo han hecho saber pues lo consideran un logro, pero más que representar un cambio estructural, este logro se reduce al nivel personal. Soy un caso singular dicen, pues nuestra Constitución señala otra cosa: en todo caso soy una teóloga liberal (y no presbiteriana). Ojalá me equivoque y diga algo más. La iglesia de base, muchas mujeres sobre todo, desde hace varios años también me han animado a seguir adelante. Ahora creo -con sus pro y sus contras- que ha sido una gracia de Dios venir de este contexto, pues me capacita en carisma para el trabajo pastoral; pues mas allá de fundamentalismos, pietismos, etc. existe un intento y espontaneidad de vivencia plena del evangelio, donde las bases de ese compartir la Palabra esta en las relaciones interpersonales, ya sean colectivos de jóvenes, mujeres, matrimonios, etcétera. Así como el sentido de compromiso y entrega por el evangelio. Hoy a mí también me gustaría saber qué piensan los líderes tabasqueños al respecto; pues la Iglesia en general creo que no tendría mayor problema de reconocimiento y aceptación de los llamados divinos.

Y en relación con las mujeres de la INPM que estudian y estudiarán teología sin tener derecho aún a la ordenación, ¿crees que tu caso las estimulará para no perder la fe en futuros cambios en ese sentido? Supongo que sí; varias jóvenes mexicanas, me han externado su interés de estudiar teología con el objetivo de servir en el pastorado, pero me han dicho: si no hay reconocimiento y ordenación entonces lo seguiré pensando, o buscare otra profesión. 69


Aunque el llamado ―al que es ineludible no responder afirmativamente― y la esperanza, más allá de las estructuras eclesiásticas, vienen de Dios, sabiendo que Él hará; como ya lo estamos presenciando en los recientes acuerdos de los presbiterios Juan Calvino y Estado de México al respecto.

Sobre tu vocación al ministerio pastoral, ¿qué influencias puedes recordar que te llevaron hacia ella? En primera instancia fue mi padre (Anciano de Iglesia desde hace como 30 años) debido a su amor y vivencia del Evangelio. La Iglesia a la que asistí en mi niñez y hasta la adolescencia, pues era mi segunda familia. Las "meditaciones" que hice de cinco minutos en el grupo de adolescentes, dar clases a los niños a los 12 años, tener una tía misionera. Y el amor a Dios y entrega que experimenté y en la subjetividad desde niña. Yo decidí servirle y me atreví a hacerlo (como a los 12 años), a sabiendas de que era una decisión de vida y un compromiso serio, a las vez que un privilegio; ignorando que por ser mujer, encontraría resistencia y recelo por parte de los varones y de muchas mujeres en la Iglesia.

Acerca de tu formación teológica, ¿qué etapas identificarías en el desarrollo de tu mentalidad más abierta con respecto a ella? Desde estudiante en la Escuela Bíblica Central para Misioneras, conocer la vivencia de situaciones de injusticia por ser mujer, y ser misionera; es decir la misma realidad de servicio eclesiástico, haber sido profesora de tiempo completo en la Escuela Bíblica "Dorcas" de Tabasco, y ver que ni siquiera tenía derecho a un salario digno, etcétera. Esto último no lo entendía, por qué la Iglesia o los líderes te llevan o violentan cuando Dios dice que padeceremos, pero que este padecimiento vendrá de los que no temen a Dios, no de los que se supone están contigo a favor del Evangelio, a favor del Reino de Dios. ¿O es que acaso estamos sirviendo en una Iglesia ―la cúpula― corrompida y extasiada por la ambición de poder en todos los sentidos, sin importarle realmente la causa de Cristo? Leer textos de teólogos latinoamericanos e identificarme con las situaciones de injusticia y violencia en todos los ámbitos con los pobres y violentados de nuestra América Latina; asistir a conferencias en el Seminario Teológico Presbiteriano (STPM), en la Comunidad Teológica, asistir, por ejemplo, a una reunión de la Asociación Latinoamericana de Instituciones de Educación Teológica (ALIET), siendo estudiante ya del seminario y conocer a Irene Foulkes y a mujeres católicas en militancia y con reconocimiento pleno a su labor. El testimonio y vida de los pocos profesores del seminario concientizados y en lucha a favor de una justicia de género. Colaborar con el Consejo Latinoamericano de Iglesias (capítulo México) también.

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¿Qué pensadoras o teólogas te han acompañado durante todos estos años? Por mencionar algunas, quizá las más trascedentes son las poetas: Sor Juana Inés de la Cruz y la chilena Gabriela Mistral por sus vidas y obras. Las filósofas Simone de Beauvoir y su libro El segundo sexo, y Marcela Lagarde. Las teólogas y biblistas Elsa Tamez, Irene Foulkes, Elisabeth Schüssler Fiorenza, Letty Russell. La cantora Mercedes Sosa. Las más cercanas, Laura Taylor y Regina Musselman. No simpatizo con el radicalismo feminista, sino como dijo en una ocasión Rigoberta Menchú, "mi lucha es al lado, codo a codo con los varones", no queremos sobrepasarlos. Yo añado, como otros/as ya lo han dicho: yo quiero aportar lo que por siglos o milenios la humanidad se ha perdido, la riqueza de la otra parte, las mujeres. Pues qué diferente se está tornando el mundo ¯incluida la Iglesia¯, con la participación de las mujeres. Lo que percibo por otra parte es que las mujeres ¯me incluyo¯ concienciadas y en proceso de ser concientizadas por formas más plenas de vida, estamos como enganchadas o unidas en un mismo barco, seamos del país y contexto social, económico y cultural que vengamos; ahora mi experiencia desde este lado del mundo es ésa, las mujeres hemos aguantado por siglos y seguimos resistiendo y gloria a Dios por aquellas que se han hecho oír desde los distintos estrados a donde han llegado y no gratuitamente, como Sor Juana Inés, Simone de Beauvoir o como Ofelia Ortega (cubana), etcétera. Pero al mismo tiempo unas y otras nos ayudamos en el proceso de levantarnos y estar en pie, y permitimos que las nuevas generaciones ya no nazcan doblegadas o en situaciones de desventaja, en la medida de lo posible, pues lo político y demás estructuras también condicionan nuestro mundo. Hace dos días he conocido la realidad de las mujeres palestinas ¯no israelíes¯, cristianas y musulmanas, especialmente en Belén, y no difiere mucho de la nuestra latinoamericana, sólo que en un contexto de guerra se hace aún más violenta y desesperanzadora para un futuro más justo. La intervención de Noemí Pagán (puertorriqueña) en este sitio, no sólo con las mujeres y familias cristianas sino aun con las musulmanas, me incentiva y me llena de esperanza y al mismo tiempo, me lleva a afirmar lo anterior. Dios está trabajando y su espíritu en todo el mundo con su Iglesia, y a pesar de ella, a favor de la plenitud del Ser humano, aunque también avanza y casi con ventaja lo negativo, lo que aliena y desfigura lo verdadero y lo pleno.

¿Imaginaste cuándo y cómo llegaría este momento? No imaginé cuándo ni cómo, aunque a menudo pedía justicia a Dios en este sentido. Lo soñaba, sí, era una utopía para mí, ser pastora ordenada, pues de alguna manera intuía que llegaría, pero no pensé que sería en España. Tenía la esperanza de llegar a serlo desde mi país, ya que desde hace más de 15 años un pastor estadunidense me propuso ir a su país a 71


trabajar y entonces sería una pastora ordenada, pero yo le dije que no, que yo quería lograrlo en la iglesia presbiteriana mexicana. Tenía esperanza especialmente cuando junto con los pastores Rubén Montelongo, Víctor Hernández e Israel (mi esposo), hicimos por lo menos durante todo un año, estudios debates, mesas redondas, predicaciones, etcétera, en el Presbiterio de la Ciudad de México. Al igual que el Congreso que se organizo en el STPM (1996), etcétera. Pero no sucedió así. Bueno, aquí se ha visto la necesidad de ordenarme porque a nivel presbiterial hacen faltan pastores y yo tengo formación y experiencia. Estoy contenta por ello, pero creo que el sueño sigue estando en que este paso se dé adentro de nuestra iglesia presbiteriana mexicana, pues así será un testimonio "hacia afuera", para la gloria de Dios.

¿Qué significa para ti que haya tenido que suceder en la Iglesia Evangélica Española la cual tendrá contigo tres pastores/as de origen mexicano? Significa la afirmación de parte de Dios a un llamado que Él me hizo y si ha sido en la Iglesia Evangélica Española se ha debido, en principio, a un llamado para la asignación de una Iglesia a Israel, y lo mío se ha dado por apoyo a ese trabajo (lo mismo que he hecho durante los últimos 13 años) y también por apoyar a nivel presbiterial con otros ministerios y a otra iglesia. De todas maneras, sí, en España existen mejores condiciones para vivir la igualdad de género, no sólo a nivel eclesial ¯reformado y evangélico solamente, no católico¯ sino también en lo social, laboral, familiar, etcétera; no considero azarosa mi venida, sino que la fuerza del Espíritu dispuso y acomodó las piezas del rompecabezas, de tal manera que yo ahora estoy viviendo y experimentando la justicia del Reino de Dios. Personalmente pienso que en España y Europa ahora mismo el ala protestante necesita del trabajo de nosotros como latinoamericanos para aportar entusiasmo, carisma y experiencias de fe, para este mundo cada vez más "secularizado" y desilusionado de la Iglesia como institución y por lo tanto insensibilizado con respecto a Dios, pero no por ello menos necesitado de su gracia.

¿Piensas que emigrarían más colegas tuyas con el propósito de ordenarse? Tal vez sí, y no sólo por mí, sino también por la experiencia de Rosi, a ella también le han dado oportunidad y reconocimiento en otro país, no en el nuestro. Aunque por el paso de fe que han dado recientemente dos presbiterios en México, como sabemos, me parece que ya no será necesario. Esperamos que sea pronto una concreción no sólo para Amparo Lerín como puntera en este momento, sino para muchas que están silenciadas y las que vendrán, me parece, con el camino ya hecho, pero no por ello más fácil, pues lo difícil no es llegar sino mantenerse en el servicio.

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¿Qué opinas de que se haya pospuesto oficial e indefinidamente el debate sobre la ordenación en la Iglesia Nacional Presbiteriana de México hace unos años? ¿Será que las posturas tradicionales están dominadas por el miedo a que las mujeres se "adueñen" de la iglesia? Un retroceso en la vivencia de justicia del Reino y una vergüenza para mí por tener que externar públicamente, desde otro país, que en México la iglesia presbiteriana no ordena mujeres, ni siquiera para ministerios locales, los cuales se perciben en función del poder, como si en el Reino de Dios también tuviéramos estructuras y niveles jerárquicos, pues se perciben en rasgos de menor a mayor los ministerios de representación democrática para el mejor funcionamiento de las comunidades: menor nivel el diaconado, segundo el ancianato, y tercero el pastoral. Dicho sea de paso, por eso algunos pastores se creen semidioses para hacer y deshacer desde lo institucional y aun comunitario, lo que más conviene a sus intereses, desde su óptica permeada más por una cultura misógina y no por los valores y el Evangelio que Jesús el Nazareno nos trajo y enseñó con palabra y acción. Con su praxis es que yo, por ejemplo, me he fortalecido en todo estos años. Por ahí circula una frase: "Si mi mujer ya manda en casa, cómo voy a permitir que mande también en la Iglesia?". Puede ser que haya un temor de invasión de territorio y de hecho lo hay; pues el espacio eclesiástico (a nivel liderazgo) ha pertenecido por siglos a los varones únicamente; pero esto no es así. Me parece que los varones tienen que empezar a entender que la democracia que proclamamos como iglesia reformada se ha de concretar en la praxis cotidiana, no sólo leerla o enseñarla desde los escritos reformados. Nuestro sistema eclesiástico no es piramidal ¯por eso vino la Reforma¯. Los llamados "espacios de poder", ya lo dijo Jesús, no son para enseñorearse, para sumisión, sino una gran oportunidad de servicio. Él nos recordó que no vino para ser servido sino para servir y para dar su vida por nosotros.

Luego de tu ordenación en Granada, ¿seguirás colaborando con tu esposo Israel en la misma iglesia o existen posibilidades de pastorear otra comunidad? Sí, seguiré colaborando en la misma y su misión en Almunécar, por lo pronto, pues ahora mismo soy responsable de varios ministerios como el de educación cristiana (niños, profesión de fe, jóvenes-adolescentes) en Granada y Almunécar, y además de la predicación de vez en cuando. Aunque no descarto ―ni el presbiterio― la posibilidad de desarrollar la tarea pastoral en otra iglesia, ya que de hecho también colaboro esporádicamente con una en Cádiz (San Fernando), a cuatro y media horas de Granada.

¿Qué piensan tus hijos, Milca e Isaí, y particularmente ella, acerca de que lo sucedido el sábado pasado? ¿Has hablado con ellos al respecto? 73


Isaí y Milca están contentos, y creo que lo ven como un paso obvio, pues han vivido conmigo experiencias por ser hijos de una mujer que sin tener reconocimiento ha realizado tareas pastorales, e incluso ya les había comentado que aquí me ordenarían porque en nuestra iglesia mexicana no reconocen a las mujeres la vocación pastoral, cuestión que les causaba desconcierto. Isaí, a sus ocho años, y aun antes, me cuestionaba: "Mamá, si tú estudiaste para pastora, ¿por qué no tienes una iglesia como mi papá y por qué no te pagan? ¿Por eso estudias otra carrera en la universidad?". Milca viene creciendo con equidad desde casa por la formación que les damos Israel y yo a ambos, y en ese sentido nos alegramos de estar un poco o bastante distantes de patrones culturales que puedan imponerse, incluso desde la familia extendida, y aunque acá también o todavía hay machismo en todas las capas y estructurales sociales; en ese sentido nos alegra que sea así como están creciendo.

Finalmente: eres la segunda mujer egresada del STPM en ser ordenada fuera de México. (La primera fue Rosa Blanca González en EU.) ¿Qué mensaje le enviarías a tus hermanas y colegas presbiterianas y de otras iglesias? Recorrer un camino de fe, donde se transita y se sirve desde la periferia por tanto tiempo no es fácil, pues por otro lado, el hecho de ser esposa de pastor me condicionaba y me ponía ―en los últimos 15 años―, en la disyuntiva de servir o no (por exigencia o por vocación), pero no podía negarme debido al disfrute del servicio, y a la necesidad que siempre hay en todos lados de pastorear, por eso siempre lo he hecho codo con codo al lado de Israel (dos por uno, sin reconocimiento oficial, ni remuneración). También les diría que la vocación para el trabajo pastoral da sentido de lucha y servicio pese a todas las desventajas. Dios, a pesar de todo, pues si Él nos ha llamado, es quien también nos sostiene; no nos deja, y siempre nos dice que está ahí, dando con su gracia todo lo necesario y animándonos. Nos pone en el camino hermanos y hermanas concretos, cercanos, que nos apoyan o alientan, o personas que aun en la distancia cronológica, como la Palabra o los libros nos ilustran y nos permiten caminar en la certeza de estar cumpliendo la voluntad de Dios. Muchos saludos y abrazos sororales a todos y todas las que están en este evento unidos/as en el Espíritu de Dios a favor de levantar la voz en favor de la vivencia en justicia y equidad de género, como fue la proclamación de Jesús y su ejemplo en la praxis. El mañana puede ser mejor y será mejor en Dios, en la unidad y en la lucha genuina de su pueblo, pues Dios siempre nos escucha y desata lo que nosotros/as desatamos aquí y ahora en la concreción de su Reino.

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13. SOBRE LA ORDENACIÓN DE LAS MUJERES: RÉPLICA, ACLARACIÓN Y CUESTIONAMIENTOS DE FORMA Y FONDO AL TEXTO DE ÉVER GUTIÉRREZ OVANDO (2010) Diles que no se sigan por una sola parte de la Escritura, que miren otras, 89 y que si podrán por ventura atarme las manos. SANTA TERESA DE JESÚS El asunto de la ordenación de las mujeres no es una cuestión de oficios, sino de la correcta relación entre hombre y mujer en Cristo, ya seo que ello se aplique a la tarea política, el servicio social, la profesión, la vida en 90 el hogar, el ministerio o el episcopado. KRISTER STENDAHL

El apoyo a la contrarreforma

C

omo parte de una contra-ofensiva para orientar el ánimo de la feligresía y de los representantes oficiales de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México (INPM) con

miras a la reunión que se realizará en los próximos días (19-23 de julio) en Toluca, Estado de México, la revista El Faro ha publicado, en su número más reciente (mayo-junio de 2010) una parte de la ponencia que expuso el Pbro. Éver Gutiérrez Ovando ante el consistorio de una iglesia de la capital.91 Desde la portada, la revista anuncia pomposamente que el texto en cuestión presenta argumentos ―a favor y en contra‖ de la ordenación de las mujeres al ministerio pastoral, algo que, por supuesto, no se cumple, pues las ―conclusiones‖ del artículo son previsiblemente contrarias a que las mujeres tengan acceso a los ministerios. Por ello, es necesario desmantelar los argumentos de este texto, y mostrar la forma en que se le utiliza para servir a semejante despropósito. (La revista incluye también otros artículos contra el aborto, la homosexualidad y la violencia intrafamiliar.92) En primer lugar, uno esperaría que Gutiérrez siguiera una línea similar a la de Bonnidell y Robert G. Clouse (Mujeres en el ministerio. Cuatro puntos de vista. Terrassa, 89

Cit. en ―Intuiciones teresianas para la lectura e interpretación de la Biblia‖, www.mercaba.org/FICHAS/Santos/TdeJesus/intuiciones_teresianas_para_la_l.htm#FOOTNOTE_15. 90 K. Stendahl, The Bible and the Role of Women: a Case Study in Hermeneutics. (La Biblia y el papel de las mujeres: un studio hermenéutico de caso.) Filadelfia, Fortress, 1966, p. 43. Stendahl, profesor y pastor luterano, fue decano de la Escuela de Divinidades de la Universidad de Harvard, Estados Unidos. 91 É. Gutiérrez Ovando, ―Argumentos a favor y en contra de la ordenación de la mujer‖, en La Luz de El Faro, mayo-junio de 2010, pp. 4-7, www.publicacioneselfaro.com.mx. 92 Los demás artículos son: ―El niño saltó de alegría en mi vientre: principios bíblicos para un reflexión sobre el aborto‖, de Iván Efraín Adame A., decano del Seminario Presbiteriano (STPM) expuesto previamente en la Consulta Nacional sobre Temas de Ética, STPM, 28 y 29 de junio de 2007; ―Lo que el joven cristiano [sic] debe saber acerca de la homosexualidad‖, de Francelia Chávez R., secretaría ejecutiva del Ministerio de Educación de la INPM; y ―El problema de la violencia intrafamiliar en las familias cristianas‖, de Alma Irma Maldonado T. 75


CLIE, 2005, Colección teológica contemporánea, 15, edición original de Inter-Varsity Press, 1989), quienes efectivamente incluyen los argumentos a favor y en contra de la ordenación de las mujeres en igualdad de circunstancias, con la debida tolerancia y respeto ante las posturas en juego. La introducción de este libro, que merece tomarse en cuenta para el debate actual en la INPM, termina como sigue: Esperamos que estos ensayos y debates ayuden a los lectores a desarrollar sus propias posturas sobre el papel de la mujer en la Iglesia. Como se ha dicho anteriormente, se trata de uno de los problemas más graves que enfrentan los creyentes de nuestro tiempo. Los seguidores de Jesucristo deben buscar entender su voluntad en relación con los derechos de la mujer. Independientemente de la necesidad de adaptarse al tiempo en el que vivimos, los cristianos tenemos el deber de tratar de forma justa a los demás, sin importar la raza, clase 93 social o género‖.

Lamentablemente, Gutiérrez no actuó así, y puso por delante sólo un ejemplo ―a favor‖ del ministerio de la mujer en la iglesia tomado del número especial (en español) de Mundo Reformado (marzo-junio de 1999),94 revista de la Alianza Reformada Mundial (ARM; dato

93

Op. cit., pp. 28-29, énfasis agregado. La introducción concluye con una cita del filósofo reformado Nicholas Wolterstorff, profesor del Seminario Calvino de Grand Rapids referente a la exigencia de justicia por parte de las mujeres en la Iglesia y al reconocimiento de sus dones espirituales. Las posturas expuestas y discutidas por las demás son la tradicionalista (Robert D. Culver, ―Las mujeres guarden silencio‖, pp. 31-68), en pro del liderazgo masculino (Susan T. Foh, ―La cabeza de la mujer es el hombre‖, pp. 69-119), en pro del ministerio plural (Walter L. Liefeld, ―Vuestros hijos e hijas profetizarán‖, pp. 121-160) y en pro de la igualdad.(Alvera Mickelsen, ―En Cristo no hay hombre ni mujer‖, pp. 161-206). El volumen cierra con bibliografías en español e inglés. 94 El contenido completo de la revista es: ―Introducción‖, de Páraic Réamonn (pp. 1-2); ―El caso del sínodo de Blantyre, Malawi‖, de Felix L. Chingota (pp. 3-24); ―Ocurre en Brasil‖, de Leciane Goulart Duque Estrada (pp. 25-35, en español; 36-46, en portugués); ―En búsqueda de aceptación y reconocimiento. Las luchas de las mujeres en el ministerio‖, de Salatiel Palomino López (pp. 51-66); ―Una perspectiva de Zambia‖, de Petronella D.S. Ndhlovu (pp. 67-74); ―Y por fin llegó a Grecia‖, de Ioanna Sahinidou (pp. 75-85); y ―Apéndice. La ordenación de mujeres en las iglesias miembros de la ARM‖ (pp. 86-96), un cuadro cronológico y por país de los avances de la ordenación en el mundo reformado. La revista puede leerse en inglés en el sitio web de la ARM: www.warc.ch/dp/rw9912/index.html. (El autor de estas líneas puede enviarla fotocopiada a quien se lo solicite: lcervortiz@yahoo.com.mx.) Con anterioridad, la ARM había publicado Walk, my sister. The ordination of women: Reformed perspectives (Camina, hermana mía. La ordenación de las mujeres: perspectivas reformadas). Ursel Rosenhäger y Sarah Stephens, eds., Ginebra, 1993 (Estudios, 18); en Internet: www.warc.ch/dp/walk/index.html, fruto de una consulta realizada en 1992, con participantes de 16 países. Otras publicaciones de la ARM relacionadas con el tema son: Reformed World, ―Women and men as partners in God‘s misión‖ (Hombres y mujeres como copartícipes en la misión de Dios), vol. 45, núms. 1 y 2, marzo, junio de 1995; Partnership in God's mission in the Caribbean and Latin America, 1998, (Estudios, 37); Patricia Sheerattan Bisnauth, Creating a vision for Partnership of women and men. Evaluation report of regional workshops on gender awareness and leadership 76


que no se consigna), dedicado íntegramente a ―Las mujeres y el ministerio ordenado‖ (y no como se afirma: ―la mayor parte de su contenido‖, Gutiérrez, p. 4). El epígrafe de la introducción es muy elocuente y necesario de citarse: Dado que se es ―llamado por Dios‖ al ministerio, no se elige simplemente ser ministro tal como se opta por una profesión. Se debe recibir el llamado y la iglesia debe confirmar el llamado. Las cuestión es, pues, si Dios llama a las mujeres, tal como lo hace con los hombres, a ser ministros en su nombre […] Dejemos que quienes tienen escrúpulos que sólo consideren lo que ha costado a la iglesia no servirse de los talentos de la mujer. Cualquiera puede consultar el libro de los himnos y ver lo que las poetisas [sic] […] han enseñado a cantar al pueblo de Dios. Que luego pregunte qué significaría si a esas mujeres se les permitiera pasar del relativo anonimato de los himnos a la plena visibilidad de la que han gozado los hombres en la iglesia como 95 evangelistas, predicadores y maestros.

Gutiérrez se basó únicamente en la experiencia de la Iglesia Presbiteriana Independiente de Brasil (IPIB), pero únicamente habla de los aspectos legales tomados de la constitución brasileña, y no incluye detalles del testimonio de Leciane Goulart Duque Estrada, quien hace un recuento de la lucha que se dio en esa iglesia hermana desde 1972 hasta alcanzar la ordenación de las mujeres en 1999. Allí se lee lo siguiente: La historia de esta lucha puede ser descrita como una construcción cuyas bases son sólidas. Poco a poco las mujeres fueron movilizándose, ganando espacios y haciendo que sus voces fueran escuchadas. Se creó el Grupo de Reflexión sobre el Ministerio de la Mujer, donde pastoras ordenadas de otras denominaciones fueron invitadas a enseñar y dar testimonio de sus experiencias. […].Hubo también encuentros de mujeres para divulgación y discusión de ese asunto desde la perspectiva bíblica, enfatizando el papel de la mujer en la iglesia y en la sociedad, donde se elaboraron estrategias de actuación con vistas a la aprobación del 96 ministerio ordenado de la mujer.

Queda claro que se oculta una lucha eclesiástica de las mujeres en todos los niveles (espiritual, teológico, educativo y cultural) por el reconocimiento de sus derechos, pues development (Creando una visión para la colaboración entre hombres y mujeres. Reporte de evaluación de los talleres regionales sobre conciencia de género y desarrollo del liderazgo), 2003, http://warc.jalb.de/warcajsp/news_file/doc-459-1.pdf; y P. Sheerattan, Created in God's Image: From Hierarchy to Partnership. A Church manual for Gender Awareness and leadership Development (Creados a imagen de Dios: de la jerarquía a la colaboración. Un manual eclesiástico para la conciencia de género y el desarrollo del liderazgo), 2003. 95 Paul K. Jewett, Man as Male and Female: A study in sexual relationships from a Theological Point of View. Grand Rapids, Eerdmans, 1975, pp. 162, 170, cit. por P. Réamonn, ―Introducción‖, en Mundo Reformado, Ginebra, ARM, vol. 49, núms. 1-2, marzo-junio de 1999, p. 1, énfasis agregado. Existe traducción al español del libro citado: El hombre como varón y hembra. Miami, Caribe, 1975. 96 L. Goulart Duque Estrada, ―Ocurre en Brasil‖, pp. 26-27. Algo similar a lo descrito aquí ha comenzado a suceder en México con las reuniones de hombres y mujeres a favor del sacerdocio universal de las y los creyentes. Véase el sitio: www.iglesiaigualitaria.blogspot.com. 77


parecería que Gutiérrez desea reforzar la idea de que solamente con argumentos ajenos a la Biblia y a la doctrina cristiana pudieron las mujeres de la IPIB ―presionar‖ a sus dirigentes. Mucho del pánico que existe en la INPM acerca de la eventual ―aprobación‖ de la ordenación femenina proviene del miedo al futuro, al cambio y a una nueva situación en la que las mujeres ejerzan sus ministerios a plenitud. Goulart escribe al respecto: Los que argumentan que la apertura de espacio para el ministerio ordenado de la mujer o para una vida profesional causaría serios problemas sociales […], describen un análisis extremadamente simplista de la realidad actual […] ¿no son los presbíteros y pastores, maridos y padres, hombres con responsabilidades dentro del hogar que deben orientar a sus hijos e hijas? El buen testimonio de incontables pastoras y presbíteras ya ordenadas desmiente muchos de los argumentos en contra de la ordenación y, a pesar de los traumas y desafíos 97 enfrentados, desempeñan plenamente sus ministerios.

Otras lecturas de la misma tradición Además, lo que Gutiérrez tampoco dice es que uno de los artículos principales de dicha revista Mundo Reformado es ―En busca de aceptación y reconocimiento. Las luchas de las mujeres en el ministerio", del doctor Salatiel Palomino (antiguo profesor suyo, graduado del Seminario de Princeton, ex rector del Seminario Presbiteriano y ex moderador de la Asamblea General de la INPM), en el que expone con lujo de detalles algunas de las humillaciones de las que han sido objeto muchas mujeres que ejercen el ministerio cristiano sin ninguna esperanza de reconocimiento oficial y lleva a cabo un sólido ejercicio de análisis exegético-teológico de los pasajes bíblicos más controvertidos, advirtiendo que ―en el estudio y la discusión de la enseñanza bíblica en torno a la ordenación de la mujer, ‗un argumento, independientemente de cuán ‗lógico‘ sea, que se desvía de los valores bíblicos de igualdad, respeto mutuo, la dignidad y la interdependencia entre seres humanos y la dependencia de Dios, para enfatizar la superioridad y la dominación de un grupo de personas sobre otro, no es un argumento bíblico ni un argumento válido‘‖.98 Este artículo puede leerse íntegramente en Lupa Protestante.99 Obviamente, Gutiérrez tampoco informa que, para discutir tales problemas de marginación contra las mujeres, en su texto Palomino desmenuza y pone, literalmente, en su lugar un panfleto del actual vicepresidente de la directiva de la Asamblea General que desde 1988 ha sido utilizado para atacar despiadadamente y sin respeto alguno a las mujeres y a

97

Ibid., p. 35. Énfasis agregado. S. Palomino López, ―En búsqueda de aceptación y reconocimiento…‖, p. 59. Palomino está citando el texto de la Rev. Laura Taylor, ―El papel de la mujer en la iglesia y en el reino de Dios: la nueva creación, el liderazgo y la ordenación de las mujeres‖. Inédito, documento de estudio solicitado por el Presbiterio ―Juan Calvino‖, México, 1993, p. 45. 99 Cf. www.lupaprotestante.com/index.php?option=com_content&task=view&id=2182&Itemid=129. 98

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quienes apoyan sus ministerios con ―lindezas‖ como éstas: ―¿Qué pensaríamos si una mujer embarazada de siete meses subiera al púlpito a predicar? La verdad es que lo consideraríamos antiestético, antibíblico, anti… todo‖,100 y ―Si bien es cierto que Dios concedió muchos privilegios a la mujer, también es cierto que le puso limitaciones; por eso afirmo categóricamente que la palabra de Dios, la historia, la psicología, la razón y la idiosincrasia mexicana, no permiten que la mujer ocupe puestos oficiales (de pastoras, ancianas gobernantes o diaconisas) dentro de nuestras iglesias presbiterianas”.101 Asimismo, para destacar la fortaleza de sus ―argumentos bíblico-teológicos‖, el autor de ese pasquín llegó al extremo de utilizar mayúsculas como muestra de su violencia verbal. La metodología usada en este artículo, que esconde información y llega al extremo de manipular el contenido de una publicación que tiene como propósito todo lo contrario de lo que se afirma como conclusión, puesto que la ARM siempre promovió el ministerio de las mujeres, al igual que la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas (CMIR), organismo recién formado (a cuyo concilio de organización asistió el Pbro. Samuel Trinidad, secretario de la directiva de la Asamblea General de la INPM). En la sección 6 (Justicia de género) de las resoluciones finales de la CMIR se establece: 1. Ordenación La Sección ve la ordenación como un elemento central para la comprensión de la comunión. La verdadera unidad no puede realizarse en un contexto donde no es reconocido el llamado de Dios a las mujeres para actualizar sus dones en el ministerio de la Palabra y de los Sacramentos. Metodología a) La CMIR promueve la ordenación de las mujeres y trabaja hacia el momento en que su ordenación sea vinculante para la comunión. b) La CMIR desarrolla un mapa de Iglesias miembros para indicar dónde no están bien resueltos los asuntos relacionados con la ordenación de las mujeres y la justicia de género, a fin de trabajar con y apoyar a estas iglesias miembros. c) La CMIR fortalece el programa de acompañamiento para las mujeres en el ministerio ordenado al incluir este tema en la agenda de los dirigentes de la CMIR cuando visiten a las Iglesias miembros.

100

Bernabé V. Bautista Reyes, La ordenación de las mujeres: desde una perspectiva bíblica, histórica y teológica. México, Manantial, 1988, pp. 32-33. Cf. José Ramiro Bolaños Rivera, La mujer cristiana: bases bíblicas y teológicas para considerar su ordenación a los ministerios de gobierno eclesiástico y cuidado pastoral. Tesis de licenciatura en Teología. Guatemala, Universidad Mariano Gálvez, 1997, http://biblioteca.umg.edu.gt/digital/13012.pdf; y Marco Antonio Meza Flores, El ministerio pastoral de las mujeres en la INPM. Tesis de licenciatura en Teología, Seminario Teológico Presbiteriano de México, 2004. 101 Ibid., p. 24. Énfasis original. Llama mucho la atención el hecho de que el Pbro. Bautista, con estas ideas en mente, haya publicado el libro Un milagro llamado Manuela y..., en honor a su esposa (México, edición de autor, 2008). 79


d) La CMIR continúa ofreciendo su apoyo y acompañamiento a la educación teológica de las mujeres, especialmente jóvenes, y el Fondo de Educación Teológica se utilizará para estos 102 fines.

No sólo es cuestión de metodología La estructura del artículo de Gutiérrez y su distribución en las páginas de El Faro sirven también para conducir el ánimo de los lectores/as: el segundo caso expuesto es el de la iglesia católico-romana (sin señalar sus fuentes), acerca del cual habla de siete razones ―por las que las mujeres pueden recibir las órdenes sagradas‖ (p. 5): un solo [así, sin acento] sacerdocio en Cristo; con poder de presidir; desviaciones culturales; mujeres diaconisas hasta el siglo IX; posibilidad de que las mujeres sean ordenadas; la Iglesia amplia acepta mujeres en el sacerdocio; y las mujeres también son, de hecho, llamadas a ser sacerdotes (usar la palabra sacerdotisa sería, evidentemente, un sacrilegio). La menos clara es la relativa a las ―desviaciones culturales‖, pues aunque se habla de prejuicios en contra de las mujeres, éstos no se especifican. En la misma página se muestran, resaltados, los argumentos en contra, siete también: ―Jesús no estableció la ordenación de las mujeres; Pablo prohibió a las mujeres enseñar (1 Tim 2.12); no es un elemento básico para la fe; las mujeres no pueden representar a Jesús porque Él es varón; la Iglesia antigua y antes y después de la Reforma no ordenaba mujeres; el ministerio presbiterial va contra la naturaleza de las mujeres; y Cristo es el esposo, la Iglesia la esposa. En el ministerio sacerdotal un hombre debe representar a Cristo‖. Como Gutiérrez no explica ni desarrolla estos argumentos y sólo los presenta por separado, puede darse por sentado que los acepta, dadas las conclusiones a las que llega al final. Cada uno de ellos puede ser refutado con base en estudios serios, algunos de los cuales han sido muy divulgados. El primero cae por su propio peso: si Jesús no ordenó mujeres, tampoco lo hizo con los discípulos varones, pues es hasta el libro de los Hechos en que surge una especie de ―reconocimiento‖ a su seguimiento de, aproximadamente, tres años, pero ello en ninguna manera constituye una ordenación. Sólo metafóricamente se puede aceptar que esos años con Jesús fueron equivalentes a sus ―estudios teológicos formales‖, los cuales no desembocaron en ningún acto eclesiástico equivalente a la ordenación. Habría que estudiar qué hizo la iglesia cristiana en los siglos posteriores en relación con la ordenación y cómo la instituyó al momento de jerarquizar los ministerios.103 Osiek y Madigan escriben:

102

―Section 6: Report of the gender justice section‖, en www.reformedchurches.org/docs/Section6Report.pdf, versión de LC-O. 103 Cf. Suzanne Tunc, También las mujeres seguían a Jesús. 2ª ed. Santander, Sal Terrae, 1999 (Presencia teológica, 98). 80


Examinando los testimonios hemos encontrado varias suposiciones que resultan ser falsas. La primera de esas falsas suposiciones es la de que nunca hubo mujeres con oficios eclesiásticos en occidente. A pesar de que es en oriente donde claramente se da una preponderancia de testimonios de mujeres diáconos, occidente no carece de ellos, siendo normalmente prohibiciones conciliares, presumiblemente promulgadas para controlar o suprimir la práctica existente. Existen inscripciones en occidente, aunque son mucho menos habituales que en oriente. Muchos de estos testimonios se pasan por alto normalmente y se deben tomar en serio. […] La segunda falsa suposición es que el título de diaconisa sustituyó al de mujer diácono a finales del siglo III. A pesar de que los testimonios sobre la función de esas mujeres son poco precisos, el título de diakonos para las mujeres existe durante el siglo VI. […] La tercera falsa suposición es que todas las mujeres con oficios eclesiásticos eran célibes, bien vírgenes o viudas. […] No hay duda de que existen muchos menos testimonios de mujeres presbíteros, pero no se restringen a grupos marginales o heréticos. Lo que resulta intrigante es el hecho de que la cantidad de referencias es mayor en occidente que en oriente, a pesar de los grandes esfuerzos 104 de varios concilios para eliminarlos.

El segundo argumento es reforzado por Gutiérrez con una frase de antología, digna de los tiempos en que se hablaba de la inerrancia bíblica con un absolutismo categórico, negando, de paso, los contextos culturales de la escritura del Nuevo Testamento y la comprensión de la evolución textual del mismo: ―Pablo no escribió porque estuviera cegado por prejuicios, ni contradice al Señor Jesús, ni el Señor contradice al Antiguo Testamento [¡hay que leer con más atención el Sermón del Monte completo!]. En todo hay perfecta armonía porque el autor es el mismo Espíritu Santo” (p. 7, nota 3, énfasis agregado). Para empezar, es muy probable que Pablo no fuera el autor de esta carta y, además, como se ha demostrado fehacientemente, las orientaciones de la misma están dirigidas a restar poder e influencia al creciente liderazgo femenino. Véase, en apoyo de esta interpretación lo que escribe Elsa Tamez, autora de un comentario completo a la misma carta: Para las mujeres cristianas, la carta de 1 Timoteo ha sido un problema. En ella se les prohíbe explícitamente que enseñen (2.12) y que opinen (2.11). También se recomienda con fuerza que las mujeres se casen y procreen; y si enviudan, que no se queden sin marido (5.14). Las jóvenes viudas organizadas en la iglesia, son descritas negativamente (5.13). El interés de que la mujer asuma el rol tradicional de ama de casa es tan desesperado que lo pone como requisito para la salvación (2.15). […] Posiblemente el autor tiene temor de que se socave la casa patriarcal con la participación activa de estas mujeres visitando las casas. Las otras enseñanzas que valoran el celibato (―prohíben el matrimonio…‖, 4.3) son una amenaza para el autor, pues éstas pudieran ser muy atractivas para las mujeres, especialmente las viudas, que no quieren casarse y volver a someterse a la casa patriarcal. […] …si bien pudo ser que el autor tenía en mente a las mujeres ricas, su discurso lo elevó a un grado de universalidad tal que cualquier particularidad quedó casi borrada. Por esa razón, el ejercicio hecho aquí de estudiar el tema de la visibilidad, exclusión y control de las mujeres tiene como objetivo subrayar la particularidad de un hecho circunstancial que corresponde a un

104

Carolyn Osiek y Kevin J. Madigan, eds., Mujeres ordenadas en la iglesia primitiva. Una historia documentada. Estella, Verbo Divino, 2006 (Aletheia), pp. 20, 30. 81


tiempo y espacio, que ocurrió en los orígenes del cristianismo, y que no es el nuestro. Quien universaliza el mandato del autor con la intención de aplicarlo hoy día, no sólo es un mal lector 105 de la Biblia, sino que está irrespetando las Escrituras.

Sobre que este asunto no es un elemento básico para la fe, habría que discutir detalladamente cuáles aspectos lo son o no, puesto que la doctrina de la imagen de Dios en el ser humano (imago Dei) viene inmediatamente a cuento a la hora de que esté en entredicho la dignidad humana, como en este caso del de la mujer. Minimizar el problema de que la Iglesia no acepte sus ministerios es también un asunto grave. Lo mismo sucede con el argumento sobre la representación de Jesús: al negársela a las mujeres, la salvación se reduce, para ellas, a un seguimiento sumiso e indigno mediado por la supuesta superioridad del género masculino. Este punto lo discute así: Aunque el uso de términos en masculino con referencia a Dios es significativo, y la encarnación de Jesús como hombre era teológicamente necesaria, la Escritura nunca ofrece este argumento. De hecho, no hay evidencias que indiquen que el ministro representa a Cristo para la congregación. Es más, cuando se usa este argumento de la naturaleza de Dios en contra de la ordenación de mujeres para el ministerio podemos contestar desde el mismo principio: 106 ambos, hombre y mujer, fueron creados a imagen de Dios.

Acerca de los demás argumentos, en general, bien valdría la pena que Gutiérrez y sus lectores nos acercásemos a un libro escrito por Jürgen Moltmann y su esposa Elisabeth, especialmente el capítulo ―Ser hombre en una nueva comunidad de mujeres y hombres‖, en donde ambos teólogos reformados discuten críticamente las posibilidades de compartir los ministerios dignamente y con plena disposición a la colaboración entre ambos sexos.107 Gálatas 3.28 tiene un lugar muy especial en el texto de Gutiérrez, pues se centra en su intención de refutar que el texto paulino se refiere a la desaparición de las diferencias entre hombres y mujeres. Para él, al reconocer que ―hay diferencias en una áreas, queda abierta la puerta a la admisión [de] que también existan diferencias en otras áreas, como de hecho ocurre‖, lo que lo lleva a decir que Gálatas no habla del servicio, ―donde claramente se dice

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E. Tamez, ―Visibilidad, exclusión y control de las mujeres en la Primera carta a Timoteo‖, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 55, www.claiweb.org/ribla/ribla55/visibilidad.html, énfasis agregado. Cf. E. Tamez, ―La opción por los pobres pero obedientes. Fundamentalismo patriarcal y el sujeto en 1 Timoteo‖, en Pasos, núm. 104, nov.–dic. de 2002, pp. 24-28; e Idem, Luchas de poder en los orígenes del cristianismo. Un estudio de la primera Carta a Timoteo. San José, DEI, 2004, y Santander, Sal Terrae, 2005 (Presencia teológica, 141). 106 Susan T. Foh, ―Una postura en pro del liderazgo masculino‖, en B. Clouse y R.G. Clouse, op. cit., p. 93. Énfasis agregado. 107 E. Moltmann-Wendel y J. Moltmann, Hablar de Dios como mujer y como hombre. Madrid, PPC, 1994, pp. 69-88. 82


que no todos somos iguales‖. Schüssler Fiorenza cierra así el comentario a este famoso versículo: Mientras los escritores patrísticos y gnósticos sólo podían expresar la igualdad de las mujeres cristianas con los hombres como ―virilidad‖ o como abandono de su propia naturaleza sexual, Ga 3,28 no ensalza la masculinidad, sino la unicidad del cuerpo de Cristo, la iglesia, donde son superadas todas las divisiones y diferencias sociales, culturales, religiosas, nacionales y sexuales y donde todas las estructuras de dominación son rechazadas. No es el amor patriarcalizante de la escuela post-paulina, sino el ethos igualatorio de la ―unidad en Cristo‖ predicado por el movimiento misionero paulino y pre-paulino lo que proporcionó a Pablo la ocasión para sus recomendaciones a propósito de la conducta de las mujeres profetas en la 108 comunidad cristiana.

En otro apartado que se resalta en la p. 6, Gutiérrez incluye una especie de glosario (―Algunas distinciones‖) para aclarar el significado de algunos términos: posición, sacerdocio, talento, don y ministerio. Sobre el sacerdocio, llama poderosamente la atención que no se refiera a las implicaciones del sacerdocio universal de los creyentes, con todo y que cita I Pedro 2.9. Justamente, Palomino trabaja este asunto en el artículo citado, donde escribe al respecto: Al convocarnos a todos a la salvación, al unirnos a todos en el Cuerpo de Cristo, al concedernos a todos los dones del Espíritu Santo, al llamarnos a todos a ser siervos y siervas de Dios, al enviarnos a todos a proclamar el Evangelio, Dios no ha hecho ninguna distinción en razón del género. El ministerio cristiano, por lo tanto, requiera o no la ordenación, ha de ser llevado a cabo por todos y todas las creyentes a favor de este mundo. Limitar el ministerio ordenado sobre la base del sexo de la persona es entonces contrario a esta enseñanza 109 bíblica.

4. Lo que urge es convertirse Finalmente, en sus conclusiones (―Orden funcional en la iglesia‖), Gutiérrez subraya que dado que ―el hombre tiene la responsabilidad de ser cabeza (liderazgo) tanto en el hogar como en la iglesia, por tanto la mujer tiene la responsabilidad de someterse voluntariamente en reconocimiento del orden de Dios (1 Co 14.34-36; Ef 5.23; Col. 3.18; 1 Ti 2.1—12; 1 P 3.1-7)‖. Es decir, que el principal deber o ―ministerio‖ de las mujeres es el de la sumisión. La cadena de citas bíblicas no es más que un despliegue de referencias absolutas a la afirmación indiscutible, a priori, de que las cosas deben seguir como están. En realidad, la mención del orden divino es un apoyo para consolidar el régimen patriarcal que, como verdad cultural, no puede ni debe ser tocado. Elisabeth Moltmann-Wendel observa, en este

108

E. Schüssler Fiorenza, En memoria de ella: una reconstrucción teológico-feminista de los orígenes del cristianismo. Bilbao, Desclée de Brouwer, 1989, p. 269. 109 S. Palomino, op. cit., p. 60. 83


sentido, la forma en que la Iglesia, en ocasiones, se somete y utiliza las ―bondades‖ del sistema social para mantener la situación: El patriarcado no ha llegado al mundo de manos del cristianismo. Es una vieja, extendida y masculina ordenación del mundo. El cristianismo no ha conseguido imponerse a esta ordenación de dominio. Desde muy pronto, más bien, los hombres se apoderaron de él y lo pusieron al servicio del patriarcado. Con ello se paralizó el potencial liberador del cristianismo. […] La liberación del patriarcado por parte de la mujer y también del hombre corre pareja al redescubrimiento de la libertad de Jesús y a una nueva experiencia de la fuerza del Espíritu. Tendremos que abandonar el Dios monoteísta de señores y hombres y, a partir de los orígenes del cristianismo, descubrir el Dios rico en relaciones, que ama apasionadamente, que unifica, el Dios comunitario. Éste es el Dios viviente, el Dios de la vida, deformado por el patriarcado mediante el ídolo del dominio. En él encontrará también el hombre su liberación de las deformaciones que el patriarcado le ha hecho soportar en el pasado y que aún tiene que sufrir 110 ahora.

Las palabras finales de Gutiérrez no podían ser más aleccionadoras, pues con gran sutileza, reafirma todo lo que ha expuesto antes, dejando de lado cualquier posibilidad de diálogo con otras posturas. La seguridad con que exhibe su defensa del statu quo es ejemplar: Consecuentemente, la función directriz/gobernante de la iglesia está reservada para el hombre. No hay ejemplos de mujeres “ordenadas” o “reconocidas” ancianas en las Escrituras; tampoco son animadas a buscar tal oficio. […] Concluimos pues, que el hombre es cabeza, y como cabeza es llamado a desempeñar, pues [sic], la posición de autoridad en relación con la mujer. Pero esta autoridad ha de ser practicada no para el abuso, sino para el beneficio de la mujer (y de toda la familia e iglesia). Esta es la enseñanza de Efesios 5.21-33 y de todo el mensaje bíblico (p. 7, énfasis agregado).

Semejante arrogancia es imposible de superar, pues la eliminación del adversario (en este caso, las mujeres y todo el conjunto del debate exegético, hermenéutico, teológico e histórico) no supone más que la intención probatoria de un prejuicio arraigado, que ni siquiera las palabras amables (―esta autoridad ha de ser practicada no para el abuso, sino para el beneficio de la mujer (y de toda la familia e iglesia‖) escogidas para atemperar el golpe consiguen disminuir. Ahora resulta que Gutiérrez es el vocero más autorizado en este planeta para definir y decidir cuál es ―todo el mensaje bíblico‖. Caramba, ni siquiera autoridades como Gerhard von Rad, Karl Barth u Oscar Cullmann se atrevieron a tanto. Ante todo esto, es muy difícil conceder el beneficio de la duda a Gutiérrez en el sentido de que en el resto de la ponencia lleve a cabo un buen trabajo analítico mediante las disciplinas mencionadas. Cabe preguntarse si se ha acercado mínimamente a la gran cantidad de publicaciones o sitios web que hay sobre el tema, o incluso si ha leído algo de las teólogas y exegetas actuales. 110

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E. Moltmann-Wendel y J. Moltmann, op. cit., p. 73. Énfasis agregado.


Lo que queda claro es que con artículos como éste, siguen sin responderse las preguntas de cómo traducir, en nuestro tiempo, el innegable interés de Jesús por levantar a las mujeres de su estado de indefensión, tal como aparece en el evangelio de Lucas, o cómo interpretar, por ejemplo, la exigencia permanente de conversión que experimentó alguien como Pedro, quien en el libro de los Hechos debió pasar por varias de ellas: a Jesús mismo, a los gentiles, a los otros apóstoles como Pablo, etcétera: quizá fruto de todas ellas haya sido su posterior enseñanza acerca del sacerdocio universal de las y los creyentes, enseñanza central de la Reforma Protestante. Parecería que ahora los varones hemos de convertirnos, también en esa línea, a las mujeres, en un esfuerzo por profundizar en la alteridad que Dios mismo nos pone delante, todo el tiempo, como prójimas inexcusables que son. Es muy probable que ellas también deban convertirse a sí mismas también. Nuestra obsesión por la conversión de los demás nos impide, acaso, advertir éstas y otras muchas conversiones a las que nos llama el Señor. En el lenguaje de Mateo 25, habría que tratar de descubrir la manera en que Dios nos interpela en las mujeres, tal como lo hace en cada persona necesitada, desnuda, hambrienta y pobre. Nos falta mucha obediencia, sensibilidad y creatividad ante tales evidencias. Obediencia, porque seguimos sin respetar las acciones de Dios en el mundo y nos negamos a ver con claridad el futuro hacia el cual nos llama, a nosotros, que hemos sido tan celosos de cantar y reivindicar su gloria y honra en el mundo, y nos negamos a creer que en los ministerios de las mujeres éstas no perderán ni un ápice. Sensibilidad, porque nos atrevemos a negar también la presencia de los dones, de los carismas mediados por la libertad soberana del Espíritu, y que él deposita adonde y a quien él le place. Creatividad, porque seguimos suponiendo que el Dios soberano está comprometido con nuestros intereses y formalidades y no es capaz de sorprendernos para ―hacer nuevas todas las cosas‖. Afortunadamente hoy se cuenta con recursos como la Biblia Isha, una edición de las Escrituras que permite asomarse al otro lado de la realidad para advertir que desde siempre Dios se ha preocupado por dignificar a todas sus criaturas. El celo evangelizador no puede ni debe entrar en conflicto con la dignificación de las personas, hombres y mujeres, en la Iglesia. Porque nunca nos hemos preguntado si las palabras de Jesús en Mateo 23.15 (―¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, le hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros‖) se aplican a nuestra obsesión por ―ganar almas‖, particularmente femeninas, para luego de que ingresan a nuestro círculo religioso hacerles sentir que ante Dios valen mucho menos que los varones. Pero el peso específico de la historia marginal y marginada de las mujeres, en este caso, al interior de la Iglesia está ahí, y la necesidad del empoderamiento social, cultural, intelectual y humano que necesitan ellas en México, un país con escaso acceso al desarrollo personal o educativo de amplia visión, también. Porque

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acaso la ordenación reconocida como don de Dios sea el único recurso de proyección para muchas mujeres y hombres en el seno de la INPM y otras iglesias. Vaya que es grande la responsabilidad y la necesidad para abrir el diálogo que permita superar la barrera del género en la Iglesia. Ojalá tengamos como iglesia y como creyentes el valor suficiente para responder a este enorme desafío.

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14. TEOLOGÍA Y ORDENACIÓN DE LAS MUJERES EN LA IGLESIA: TRADICIÓN, CONVERSIÓN Y CAMBIO Entonces Jesús se sentó, llamó a los doce discípulos y les dijo: ―Si alguno de ustedes quiere ser el más importante, deberá ocupar el 111 último lugar y ser el servidor de todos los demás‖. MARCOS 9.35, Traducción en Lenguaje Actual La historia de la Iglesia, desde el primer siglo apostólico hasta nuestros días, muestra un doble y constante movimiento: por un lado, las tentativas de las mujeres por participar en la difusión del mensaje evangélico y, en sentido opuesto, los esfuerzos de los hombres por 112 impedírselo. SUZANNE TUNC

1. Un mea culpa necesario, forzoso, de conciencia…

P

ocas cosas hay más tradicionales en el ámbito de la espiritualidad cristiana que la confesión. Ciertamente, en el espectro protestante, no dirigida a nadie sino a Dios y,

por lo tanto, confinada al espacio privado, aunque litúrgicamente sea también una práctica colectiva, ya sea en la forma del mea culpa o de otras variantes como el salmo 51. Como ha dicho la teóloga Uta Ranke- Heinemann: ―De los innumerables pecados cometidos a lo largo de su historia, de ningún otro deberían de arrepentirse tanto las Iglesias como del pecado cometido contra la mujer‖.113 Y nada más necesario, ciertamente, a la hora de acercarnos a un asunto tan sensible como el del rechazo oficial en el seno de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México (INPM) a la ordenación de las mujeres, en nombre, nada menos, que de la voluntad divina consignada en las Sagradas Escrituras. Porque la actitud espiritual que debe presidir estas reflexiones, discusiones y debates es justamente la del arrepentimiento y la conversión por el estado que guarda en este momento la persistente cerrazón al respecto por parte de la minoría masculina de la INPM, gracias al poder que ejerce desde los inicios históricos de la misma. Y es que si echamos una mirada a la historia sin dejarnos guiar por un ―criterio de género‖, la pregunta sobre quién ha sido, hasta el momento, la figura con mayor proyección teológica a nivel mundial que ha surgido de dicha iglesia en este país, tendríamos que responder que esa persona es mujer, que no estudió sus bases en un aula del Seminario de la INPM, ni se postuló nunca para ser pastora a sabiendas de que no se aceptaría su solicitud ni se reconocería su vocación o llamamiento. Tampoco donde ha vivido la mayor parte de su vida y adonde llegó a ser rectora de la institución que la vio desarrollarse ha 111

Cf. la Biblia Isha, edición de la TLA con notas referidas a la mujer, un esfuerzo notable por acercar a los y las lectoras a una reflexión histórica, crítica y contextual. 112 S. Tunc, También las mujeres seguían a Jesús. 2ª ed. Santander, Sal Terrae, 1999 (Presencia teológica, 98), p. 109. 113 Cit. por J.G. Bedoya, ―Ella como pecado‖, en El País, Madrid, 3 de septiembre de 2010, www.elpais.com/articulo/sociedad/pecado/elpepisoc/20100903elpepisoc_1/Tes. 87


ejercido las labores pastorales, lo cual no le ha impedido ser una de las voces teológicas latinoamericanas de primera línea. Con todo esto en mente, no hay que olvidar que en septiembre de 1975 participó en el Primer Congreso de Teología Reformada, apenas un año después de haber dado a la luz pública el primero de los frutos de su formación académica, un diccionario del griego del Nuevo Testamento. En aquella ocasión habló precisamente como pionera que fue de la reflexión teológica femenina, de los caminos que se abrían en este terreno y de sus posibilidades para la Iglesia de la época.114 En octubre de 1979, también en México, D.F., haría lo mismo en otro foro adonde estuvo presente la cubana Ofelia Ortega, primera pastora presbiteriana ordenada en América Latina.115 Evidentemente, me estoy refiriendo a la doctora Elsa Tamez Luna. Invito a escuchar su testimonio acerca de esos años formativos, donde se mezclan sentimientos y recuerdos encontrados: Si hoy me dedico a la educación y producción teológica, mucho tiene que ver la iglesia en la cual crecí. Una iglesia presbiteriana, pequeña. […] A pesar de ser ideológicamente conservadora, allí aprendí a ser persona con palabra, a ser líder, y sobre todo a estar muy cerca de Dios. La iglesia era como un segundo hogar en donde se aprendía mucho pero también se jugaba todo el tiempo. Ahora, como teóloga, me doy cuenta de tantas concepciones erróneas que escuché. Caigo en la cuenta, por ejemplo, de que ese Dios cercano era intimista e imparcial. […] Muy joven, a los 18 años, ingresé a estudiar Teología en el Seminario Bíblico Latinoamericano, ubicado en Costa Rica. Ni pude estudiar en México simplemente porque en la iglesia presbiteriana las mujeres no teníamos acceso a los estudios superiores de teología, sólo 116 los varones.

Si hacemos caso a estas palabras, se abre toda una veta para alimentar nuestra confesión al pensar en el rostro de Dios que transmitimos al impedir que muchas de sus hijas lo representen oficialmente en la Iglesia… Algunos datos históricos vienen en nuestro auxilio, no tanto para hacer menos doloroso el mea culpa, sino para tratar de abrir los ojos ante las realidades cambiantes que nos han tocado de cerca en México y América Latina. Hace varios años, el doctor Eliseo Pérez Álvarez, como parte de un recuento de mujeres en la historia de la Iglesia, rescató el nombre de la primera alumna egresada del Seminario Teológico Presbiteriano de México (STPM), Eunice Amador de Acle, en 1951, dos años antes de que se otorgara el voto a las mujeres en México.117 114

El libro que recogió las ponencias (Cecilio Lajara, comp., Un pueblo con mentalidad teológica. México, El Faro, 1976) no incluye su participación. 115 Cf. Varias autoras, Mujer latinoamericana. Iglesia y teología. México, Mujeres para el Diálogo, 1981. Cf. el testimonio de O. Ortega en J.J. Tamayo y J. Bosch, eds., Panorama de la teología latinoamericana. Estella, Verbo Divino, 2000, pp. 116 E. Tamez, ―Descubriendo rostros distintos de Dios‖, en J.J. Tamayo y J. Bosch, op. cit., Estella, Verbo Divino, 2000, pp. 647-648. Énfasis agregado. 117 Cf. E. Pérez-Álvarez, ―Teología de la faena; un asomo a los ministerios cristianos desde la Iglesia Apostólica hasta la Iglesia Imperial‖, en Tiempo de hablar. Reflexiones sobre los ministerios femeninos. México, Presbyterian Women-Ediciones STPM, 1997, p. . 88


Y qué decir de Evangelina Corona Cadena, ex costurera y diputada federal entre 1991 y 1994, cuyo testimonio acerca de la ordenación al ancianato sacude conciencias cada vez que lo presenta y da fe de su prolongada militancia cristiana.118 La Iglesia Presbiteriana de Estados Unidos (PCUSA) ordenó en 2007 a Rosa Blanca González, otra egresada del STPM, como Ministra de la Palabra y de los Sacramentos como parte de un proceso de integración a los ministerios hispanos, exteriormente, pero también para culminar un desarrollo personal que no necesariamente contemplaba de haber seguido militando en la INPM.119 Hace pocos días escuché de viva voz, hace unos días, el testimonio de una egresada del Seminario que fue recientemente ordenada como pastora en una iglesia hermana de la Península Ibérica y a quien había entrevistado a larga distancia para una publicación virtual. Allí, expresó también sus sentimientos y aspiraciones y la forma en que fueron canalizadas con su traslado a otro país e iglesia.120 Me refiero a Eva Domínguez Sosa, quien ha transitado todos los caminos exigidos por la INPM en los ámbitos femenil, misionero, musical y teológico. Otros nombres de egresadas del STPM se suman también a esta lista: Amparo Lerín Cruz, quien está en medio del proceso que eventualmente desembocará en su ordenación; Luisa Guzmán, quien desde el Centro de Estudios Ecuménicos colabora con diversos movimientos sociales; y Verónica Domínguez, quien ha asumido una sólida labor pastoral en el campo juvenil. De modo que, ante estos casos relevantes y con aspectos ambiguos debido a la forma en que estas mujeres han asimilado su llamado divino, pero quizá más ante los anónimos y distantes, producto del silencio a que han sido condenadas muchas siervas auténticas del Señor Jesucristo, los hombres de la INPM debemos inclinar la cabeza ante Dios y ante ellas en una actitud de confesión, arrepentimiento y conversión.

2. Fortalezas y debilidades de una postura tradicional El supuesto problema eclesiástico de la ordenación de las mujeres a los ministerios debería remitirnos, con toda claridad espiritual, psicológica y sociológica al verdadero problema: la forma en que las feminidades y masculinidades (en plural) se experimentan en contacto con las realidades propiciadas e iluminadas por la fe, a fin de que se vivan de maneras saludables, no patológicas. El rechazo sistémico (y sistemático) a este proceso como algo 118

E. Corona Cadena, Contar las cosas como fueron. México, Documentación y Estudios de Mujeres, 2007. 119 Cf. Mary Giunca, ―La esposa de un pastor presbiteriano mexicano será ordenada en la Iglesia Presbiteriana de Estados Unidos‖, en Boletín Informativo del Centro Basilea de Investigación y Apoyo, núm. 26, abril-junio de 2007, p. 28, http://issuu.com/centrobasilea/docs/bol26-abr-jun2007. 120 Cf. L. Cervantes-Ortiz, ―Entrevista con Eva Domínguez Sosa, recientemente ordenada por la Iglesia Evangélica española‖, en Lupa Protestante, 6 de marzo de 2010, www.lupaprotestante.com/index.php?option=com_content&task=view&id=2097. 89


―normal‖ o formal en la INPM sería así, un signo o síntoma de una patología eclesiástica relacionada con el uso del poder en la iglesia, pues como bien señala Hugo Cáceres en un trabajo sobre la masculinidad de Jesús: ―…el golpe más duro que recibió el patriarcado fue la auto-revelación de Dios en la fragilidad de la encarnación y la crucifixión que puso de lado el poder y dominio que han caracterizado a la masculinidad occidental‖.121 Este punto de partida, que va más allá del esquema clero-laicado e implica la forma en que debe entenderse antropológicamente la salvación, descubre varios énfasis que ubican la ordenación en el plano de la indefinida resolución de las luchas de poder entre personas del mismo sexo, pues como agrega Cáceres: Género, poder y sexualidad están definidos inseparablemente en la sociedad. No se puede postular que el asunto de género no tiene nada que ver con el poder en las instituciones; tal como es percibido el género (fuerte, débil, cerebral, afectivo) tiene su repercusión en las estructuras de poder. Igualmente la sexualidad (activa, pasiva, arriba, abajo) es manifestación clara de dominio en las relaciones. La autoridad fundamenta su poder en principios de género 122 para desarrollar una racionalidad que la sostenga.

La masculinidad de los varones de la Iglesia, quienes nos asumimos como los únicos con derecho a ser portadores del mensaje evangélico de manera oficial, se asimila al sistema patriarcal dominante, el cual, lo mismo que en la época de Pablo y de Jesús, no consideraba de ningún modo la posibilidad de compartir el poder que detentaba. Jesús mismo, como varón que se confrontó en diversas ocasiones con la otredad representada por mujeres que cuestionaron, así fuera tímidamente, su papel como representante de Dios, practicó un modelo alternativo de masculinidad que no se ha querido ver como parte prioritaria de su mensaje y acción: …el modelo de masculinidad que personificó y enseñó Jesús estaba en abierta contradicción con los valores de masculinidad dominantes en el imperio romano. Su propuesta fue sorprendentemente novedosa y desafiaba los patrones de conducta establecidos para un varón aceptable en el mundo mediterráneo antiguo. Al mismo tiempo hace hincapié en el modo cómo en pocas décadas después de iniciado el movimiento de Jesús, el modelo de masculinidad y la consecuente organización social que proponía la ortodoxia cristiana —como en Ef y 1 Tim— se adaptó decididamente a los modelos socialmente aceptables en el imperio y pasó de ser una novedosa propuesta social a convertirse en una defensora de principios de género ajenos a la 123 predicación y actuación del Maestro galileo.

Estaríamos hablando, entonces, de una ―masculinidad tóxica‖ que ha enfermado la praxis cristiana, deformándola especialmente en lo relacionado con la representación, los oficios o ministerios autorizados, debido a que habiéndose hecho del poder desde los inicios del 121

H. Cáceres, ―La masculinidad de Jesús. Recuperando un aspecto olvidado del seguimiento de Cristo‖, p. 181, en www.clar.org/clar/index.php?module=Contenido&type=file&func=get&tid=3&fid=descarga&pid=50. 122 Ibid., p. 190. 123 Ibid., p. 182. 90


cristianismo y practicado una progresiva ―invisibilización‖ y ―borramiento‖ de la labor de las mujeres al servicio del Evangelio, como han demostrado Suzanne Tunc y Diana Rocco Tedesco, entre otras autoras.124 La primera escribe al respecto: Lo primero que aparece es la eliminación progresiva de las mujeres, desde el final del periodo post-apostólico, de los ―ministerios‖ en vías de formación. Efectivamente, poco a poco la ―secta‖ judía nueva tuvo que adoptar los modos y costumbres de la sociedad patriarcal en que vivía. […] Las excepciones que hemos encontrado, debidas a la iniciativa de las mujeres en la evangelización, sólo fueron posibles gracias a la amplitud de horizontes que tuvo Pablo. Las mujeres tenían que desaparecer. En consecuencia, textos sucesivos irán encargándose rápidamente de volver a poner las cosas en orden. Son los llamados ―Códigos de moral 125 doméstica‖ y, luego, las Pastorales, donde sólo aparecerán las ―viudas‖ y los ―diáconos‖.

Así se puede apreciar que uno de los frentes históricos de este penoso proceso es el de la redacción y canonización del Nuevo Testamento, en donde una interpretación sesgada del nombre de una apóstola como Junia, no ha vacilado ¡en cambiarla de sexo! para tratar de demostrar que las mujeres no habrían alcanzado el espacio de los ministerios formales mientras vivió el apóstol Pablo, un hombre que tuvo que luchar a brazo partido contra otros hombres (a quienes denominó ―súper-apóstoles‖) a fin de que le reconocieran la legitimidad de su ministerio. Cristina Conti ha demostrado cómo se llevó a cabo este acto ideológico de ―transexuación‖ en contra de una mujer plenamente identificada como tal en el ámbito cristiano antiguo: Al final de su carta a los romanos, el apóstol Pablo envía sus saludos a unos parientes suyos, Andrónico y Junia, agregando que son ―ilustres entre los apóstoles‖ (Rom 16:7). Muchos traductores vierten el nombre de la persona que acompañaba a Andrónico como Junias, un nombre masculino. Sin embargo, el nombre Junias no existe en la onomástica griega, en cambio el nombre femenino Junia aparece frecuentemente en la literatura y en las inscripciones. Cuando estudiaba en el seminario, tuve el privilegio de tomar un curso con Bruce Metzger como profesor invitado. El Dr. Metzger es miembro del comité editor del Nuevo Testamento Griego. Recuerdo que un día le pregunté sobre el tema de Junia y él me dijo que efectivamente se trataba de una mujer y que su nombre era Junia, porque el nombre masculino Junias simplemente no existe. ¿Por qué, entonces, se ha traducido ese nombre como si fuera un nombre masculino? Y lo que es tal vez peor, ¿por qué el Nuevo Testamento Griego, incluso 27 en su última edición (NTG ) sigue apegado a la forma masculina Iouniân, el acusativo del masculino Junias (un nombre que no existe)? […] En la Iglesia Ortodoxa Griega, se tiene en gran estima a Andrónico y a su esposa Junia. Se cree que ambos recorrieron el mundo llevando el evangelio y fundando iglesias. Santa Junia es 126 celebrada el 17 de mayo. 124

Cf. D. Rocco Tedesco, Mujeres, ¿el sexo débil? Bilbao, Desclée de Brouwer, 2008 (En clave de mujer…). 125 S. Tunc, op. cit., pp. 109-110. Énfasis agregado. Cf. E. Tamez, ―Visibilidad, exclusión y control de las mujeres en la Primera carta a Timoteo‖, en RIBLA, núm. 55, www.claiweb.org/ribla/ribla55/visibilidad.html. 126 C. Conti, ―Junia, la apóstol transexuada‖, en Lupa Protestante, 15 de noviembre de 2010, www.lupaprotestante.com/index.php?option=com_content&view=article&id=2266:junia-la-apostoltransexuada-rom-167&catid=13&Itemid=129. Cf. Eldon Jay Epp, Junia: the first woman apostle. Minneapolis, Fortress Press, 2005. El propio Metzger explica los criterios de traducción del versículo 91


Si en verdad quisiéramos apegarnos a la llamada ―tradición reformada‖ y prestar atención seriamente a autoridades tan importantes dentro de la misma como el propio Juan Calvino y Jean-Jacques von Allmen, por sólo citar dos nombres, deberíamos reafirmar algunas de sus apreciaciones sobre la presencia y acción de las mujeres en la Iglesia y negarles la ordenación a los ministerios, especialmente el pastoral. ¿Por qué? Porque los ímpetus de la inclusión y la exclusión siempre han convivido, no siempre conflictivamente, en el seno de las iglesias cristianas de todas las épocas. En el caso del protestantismo, como bien ha demostrado el sociólogo Jean Paul Willaime, la doctrina tan invocada del ―sacerdocio universal de los creyentes‖ ha disputado la supremacía ideológica y cultural con las tendencias hacia el fundamentalismo (clericalismo) escondidas en el principio de la Sola Scriptura.127 Jane Dempsey Douglass ha demostrado que, a pesar de todo, Calvino abrió la puerta hacia la inclusión de las mujeres en los ministerios a causa de las derivaciones de su visión sobre el ministerio cristiano.128 Von Allmen, en los años 60 del siglo XX, aun oponiéndose a la ordenación femenina, aportó una perspectiva sólida y autocrítica en términos de la presencia de la gracia: Se aborda muy mal el problema tratándolo desde el ángulo de los derechos que se reivindican. Nadie, ni hombre ni mujer, tienen el derecho de ser pastor. Esto es siempre una gracia, y si esta gracia confiere a quien la recibe algunos derechos, sólo es para que pueda ejercerse en condiciones convenientes. […] No pertenece a la Iglesia apoderarse de la gracia como de una presa para administrarla después a su gusto; se trata, más bien, de que ella sepa que puede devolver gracia por gracia 129 recibida, y para que ésta no se altere, es la gracia recibida la que debe devolver.

La interpretación autoritativa (y con demasiada frecuencia, autoritaria) ha creado y desplegado con el paso de los siglos una tradición bastante cuestionable que por supuesto se niega a ceder espacios a quienes ha relegado al silencio y la marginación. No se advierte en cuestión: ―Con base en la nada despreciable evidencia de los manuscritos, el Comité rechazó por unanimidad ‟Iουλίαν […] y favoreció a ‟Iουνίαν, aunque hubo divergencias con respecto a la acentuación. Algunos miembros consideraron improbable que una mujer hubiera sido incluida entre los que eran considerados ‗apóstoles‘, por lo que interpretaron el nombre como masculino, ‟Iουνιαν, (‗Junías‘), que se cree era una forma abreviada de Junianus (véase Bauer-Aland, Wörterbuch, pp. 770ss). Otros, sin embargo, se mostraron impresionados por el hecho de que (1) tan sólo en inscripciones griegas y latinas descubiertas en Roma, el nombre femenino latino Junia aparece más de 250 veces, mientras que en ningún lugar se han hallado evidencias del nombre masculino Junías; y (2) cuando en los manuscritos griegos se comenzó a usar acentos, los escribas acentuaron este nombre como femenino, ‟Iουνίαν (‗Junia‘)‖. (Un comentario textual al Nuevo Testamento griego. Stuttgart, Sociedades Bíblicas Unidas, 2006, pp. 471-472.) 127 Cf. J.-P. Willaime, La precarité protestante. Sociologie du protestantisme contemporain. Ginebra, Labor et Fides, 1992; e Idem, ―Del protestantismo como objeto sociológico‖, en Religiones y Sociedad, México, Secretaría de Gobernación, núm. 3, 1998, pp. 124-134. 128 J. Dempsey Douglass, Women, freedom and Calvin. Filadelfia, The Westminster Press, 1985. Cf. Idem, ―Glimpses of reformed women leaders from our history‖, en U. Rosenhäger y S. Stephens, eds., “Walk, my sister”. The ordination of women: reformed perspectives. Ginebra, Alianza Reformada Mundial, 1993 (Estudios, 18), pp. 101-110. 129 J.-J. von Allmen, Ministerio sagrado. Salamanca, Sígueme, 1968, pp. 139-140. 92


con ello, desde una óptica derivada del vaciamiento de Cristo (kénosis) que la renuncia al poder en todas sus manifestaciones forma parte de una opción evangélica advertida incluso por los estudiosos de la masculinidad, como Walter Riso, quien señala. ―La liberación masculina no es una lucha para obtener el poder de los medios de producción, sino para desprenderse de ellos. La verdadera revolución del varón, más que política es psicológica y afectiva. Es la conquista de la libertad interior y el desprendimiento de las antiguas señales ficticias de seguridad‖.130 Habría que aprovechar la reconstrucción de aquellas tradiciones sobre ordenación de mujeres de las cuales dan fe varios libros ―apócrifos‖ y que en otros tiempos fueron confinadas a las ―iglesias heréticas‖ de los primeros siglos.131 En este sentido, es fundamental el trabajo realizado por Kevin Madigan y Carfolyn Osiek en su volumen Mujeres ordenadas en la Iglesia primitiva,132 que documenta muy bien nombres y registros de diversas iglesias institucionales en el mundo grecorromano. Muchos de esos movimientos fueron espacios de resistencia, como destaca Tunc, pues las mujeres lucharon contra las prohibiciones y la marginación en su afán por servir al Señor.

3. ¿Reivindicación, conversión o cambio?: el dilema de una Iglesia hipermasculinizada Las diversas motivaciones que puede tener la Iglesia para cambiar su perspectiva en cuanto a la ordenación de las mujeres atraviesan diversos niveles de comprensión de la creencia calvinista en la acción de Dios en la Iglesia y la sociedad, pues aunque se afirma que ―el mundo es el escenario de la gloria de Dios‖, paradójicamente no se acepta que la influencia de los cambios acontecidos en ―el mundo‖, así sean muy positivos, deba aplicarse automáticamente como muestra de que Dios desea transformar ambos espacios. Se insiste en creer que la Iglesia debe ser el motor de cambio para el mundo, pero no lo contrario, lo cual contradice claramente la visión reformada de una acción divina encaminada a establecer el Reino de Dios en el mundo. Pero, en ese esquema ideal (e idealizante) sólo la Iglesia puede ser vanguardia del Reino de Dios, por lo que la ruptura entre ambos espacios debe mantenerse como condición para hacer visible, en las prácticas religiosas y espirituales de la Iglesia, los valores del Reino. El desarrollo contemporáneo de la teología reformada, eclesial y académicamente, ha llevado este tema hasta el punto en que, con base en algunos antecedentes, coloca la definición sobre las ordenaciones femeninas en el terreno de las decisiones locales (basta con revisar el reciente documento sobre la ordenación de la Federación de Iglesias 130

W. Riso, Intimidades masculinas. Lo que toda mujer debe saber acerca de los hombres. Bogotá, Norma, 1998, p. 18. Énfasis original. 131 S. Tunc, op. cit., pp. 110, 121-126. 132 K. Madigan y C. Osiek, eds., Mujeres ordenadas en la Iglesia primitiva. Una historia documentada. Estella, Verbo Divino, 2006 (Aleteheia, 2). 93


Protestantes Suizas133) pero también ha anunciado, en el portal de la nueva Comunión Mundial de Iglesias Reformadas (CMIR), que la determinación de las iglesias miembros al respecto puede llegar a ser un factor vinculante para dicha membresía en el futuro. Uno de sus documentos básicos se refiere explícitamente al asunto y habla de que este organismo promoverá abiertamente la ordenación femenina entre aquellas iglesias que aún no la llevan a cabo. Para la CMIR, como debería ser para nosotros también, esto se llama justicia de género.134 Además, en continuidad a su antecedente, la Alianza Reformada Mundial (ARM), ha lanzado un material de estudio, ahora para hombres, que busca contribuir a la concientización de las iglesias no sólo en el tema de la ordenación sino en la necesidad de equiparse eclesialmente (convertirse) hacia una nueva etapa de relaciones entre hombres y mujeres en la iglesia.135 Previamente a la 24ª Asamblea General de Accra, Ghana, en 2004, la ARM publicó el material Celebrando la esperanza de la plenitud de vida: desafíos para la Iglesia, en donde se recogen testimonios de mujeres de diversas regiones del mundo. Esto se suma a los esfuerzos previos de promoción lanzados en 1993 y 1999, dos recopilaciones de ponencias de autores de diversas partes del mundo, entre las que destacan las de Elsa Tamez y Salatiel Palomino, por México.136 En síntesis, que el llamado a la conversión llega desde diferentes lugares y con diversos tonos y matices, y no habría que esperar, necesariamente, a que nuestra iglesia entre a una situación de Processus confessionis, es decir, de reconocimiento progresivo, educación y confesión, que la pondría en entredicho hasta que decida vincularse al proceso de reconocimiento de los ministerios ordenados de las mujeres, tal como ya lo han hecho la mayoría de las iglesias, como sucedió con algunas iglesias reformadas sudafricanas en relación con la segregación racial en los años 80 y con la convocatoria para discutir el tema de la destrucción de la creación en 1997. Parecería que el propio Dios está colocando en muchos lugares sus señales de advertencia para la integración de sus hijas al servicio formal en la Iglesia y que nos llama, a hombres y mujeres por igual, a convertirnos, no a una moda más o a un tema de actualidad, sino como lo hizo con el apóstol Pedro en el libro de los

133

Cf. Ordination from the perspective of the Reformed Church. Berna, Federación de Iglesias Protestantes Suizas, 2009 (IFSCPC, 10). 134 ―Gender Justice and Partnership‖, en www.wcrc.ch/node/487. 135 Cf. Patricia Sheerattan-Bisnauth y Philip Vinod Peacock, eds., Created in God‟s image. From hegemony to partnership. A Church manual on men as partners. Ginebra, CMIR-CMI, 2010, www.wcrc.ch/sites/default/files/PositiveMasculinitiesGenderManual_0.pdf. Un primer volumen fue: Created in God‟s image. From hierarchy to partnership. A Church manual for gender awareness and leadership development. Ginebra, Alianza Reformada Mundial, 2003. 136 Cf. E. Tamez, ―No longer silent: a Bible study on 1 Corinthians 14.34-35 and Galatians 3.28‖, en U. Rosenhäger y S. Stephens, op. cit., pp. 52-62; y S. Palomino López, ―En busca de aceptación y reconocimiento: las luchas de las mujeres en el ministerio‖, en Mundo Reformado, núms. 1-2, marzojunio de 1999, pp. 51-66. 94


Hechos, a una serie de conversiones que implican, para el caso de las mujeres, a una conversiĂłn hacia sĂ­ mismas, y para los varones, a convertirnos a la otredad para descubrir un rostro de Dios mĂĄs humano, cercano y solidario.

95


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MINISTERIOS ECLESIÁSTICOS Y ORDENACIÓN DE MUJERES DESDE UNA VISIÓN REFORMADA Y ACTUAL En reconocimiento y simpatía para Gabriela Mulder, flamante presidenta de la Alianza de Iglesias Presbiterianas y Reformadas de América Latina (AIPRAL) y en memoria viva de la fe de mi madre, Velia Ortiz Cruz Y dijeron [María y Aarón]: ¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros? Y lo oyó Jehová. NÚMEROS 12.2 Liderazgo significa caminar hacia adelante, salir de la sombra e involucrarse con las visiones que sostienen la comunidad o el grupo. Esa tarea no es ni femenina ni masculina. Pero tampoco son las mujeres las predestinadas de representar la renovación, de ser mejores, diferentes, más abiertas. El hecho de que aparezcan mujeres líderes en las iglesias es simplemente parte de la revelación de lo que 137 es ser iglesia.

1. ¿Debatir, llamarnos mutuamente a la obediencia o considerar seriamente la kénosis divina? Hoy nos convoca lo que la teóloga presbiteriana Letty Russell ha denominado ―el liderazgo alrededor de la mesa‖,138 es decir, el debate acerca del posible pronunciamiento oficial o institucional acerca de la aceptación de la obediencia de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México (INPM), como parte del Cuerpo de Cristo presente en el mundo, organismo surgido formalmente en 1947, al llamado del Espíritu Santo a algunas de sus mujeres miembros para ejercer, con pleno derecho, los oficios de diaconisas, ancianas y pastoras. No está en juego, al parecer, el hecho mismo de que las llame, o de que ellas experimenten la vocación para estos ministerios, sino de que los documentos de gobierno y liturgia de la INPM y quienes los representan acepten y establezcan ese derecho y privilegio como auténtico y eficaz, a fin de promoverlo entre la membresía. Evidentemente, esto último no ha sucedido antes y el hecho es que existen muchas mujeres integradas a la INPM que, sin recibir este estímulo por parte de la institución eclesiástica, han estudiado en seminarios y otras instituciones para ejercer como misioneras y obreras aun cuando su trabajo no ha sido oficialmente establecido con un grado de autoridad o reconocimiento. Otras más ejercen liderazgos de fuerte impacto en la edificación de la Iglesia, la enseñanza y la consejería de carácter pastoral. Estaremos, pues, ventilando, como pocas veces, la necesidad de que la Iglesia obedezca al Dios de Jesús, a quien dice representar y proclamar, o si se mantendrá en abierta rebeldía a hacia aquellos aspectos o motivos bíblicos que abren la puerta para el reconocimiento de la vocación de las mujeres para ser diaconisas, ancianas de Iglesia o 137

Fritz Imhof, ed., Cuando las mujeres dirigen las iglesias. Edición abreviada. Berna, Federación de Iglesias Protestantes Suizas, 2007, p. 26. 138 Ibid., pp. 77-130. 97


ministras de las Palabra y los Sacramentos, según el orden presbiteriano. No estaremos discutiendo solamente el significado de la ordenación a los ministerios como tal sino, más bien, la posibilidad, remota para algunos, de que el Espíritu soberano de Dios elija a mujeres para su servicio dentro de la Iglesia. No deja de llamar la atención que, en un ámbito doctrinal de herencia calvinista como es el campo de la inpm, se justifique la discriminación y exclusión de las mujeres para los ministerios ordenados mediante el argumento, un tanto extraño, basado en una deformación de tintes heréticos de la doctrina de la elección divina aplicada a personas que creemos que han sido redimidas por la mediación de Jesucristo y que, por lo tanto, son predestinadas para la salvación plena. Estaríamos hablando, así, de una falsa doctrina de ―la triple predestinación‖, en la que las mujeres serían condenadas, supuestamente por el mismo Dios, al limbo o el infierno de la no-participación formal en el extendimiento de su Reino, una aberración total y una forma de ―discriminación metafísica‖. Un ejemplo de esta deformación es el documento del Sínodo de Chiapas, que presenta argumentos como éstos para justificar su negativa a los ministerios femeninos (se respeta la redacción): […] 2. Por no ser un asunto Escritural. Nosotros creemos en el principio reformado, llamado “Principio regulativo de la iglesia” que dice: “que solo se puede aceptar con la autorización de las Escrituras lo que ellas mismas digan”. […] 4. Con todo el peso de nuestra herencia reformada afirmamos, no encontrar evidencias contundentes a la ordenación de la mujer. […] 6. Por ser la ordenación el punto de arranque del gobierno eclesiástico. El roll de la mujer no es de gobierno, sino de complementación. (no que no tenga la capacidad, sino que su roll es otro.) Ef 5:21,22,23. 7. Por ser la ordenación un asunto Escritural y Teológico, según nuestros credos y confesiones, manifestamos estar en contra de cualquier postura e ideología que quiera acoplarse según la cultura y momentos circunstanciales. 8. Porque las Sagradas Escrituras, tanto A.T. como N.T. recurrentemente presentan a los varones para los oficios de la iglesia. Ex 18:25; Hechos 6;5,6; 13:1,2; 1ª Tim 3:1-13. 9. Partiendo desde el Señor Jesús no se incluyeron mujeres en el grupo de los discípulos y ni en el de los apóstoles. Marcos 3:13-19, Luc 8:1-3. Estos principios, aunque radicales, no son un atropello a la dignidad, ni a la igualdad, ni a los derechos humanos. Simplemente principios reguladores de un ministerio Escritural.

Pero del seno mismo de este cuerpo eclesiástico ha surgido la valiente reacción de alguien que ha cuestionado, desde la raíz, cómo este tipo de sofismas pervierte la voluntad de Dios expresada en su Palabra.139 De este modo, queda la impresión de que, para

139

Timoteo Velázquez, ―Carta abierta a los hermanos presbiterianos con respecto a la ordenación de la mujer en la Iglesia Nacional Presbiteriana de México‖, en Lupa Protestante, 15 de agosto de 2011, www.lupaprotestante.com/index.php/opinion/2468-carta-abierta-a-los-hermanos-presbiterianos-conrespecto-a-la-ordenacion-de-la-mujer-en-la-iglesia-nacional-presbiteriana-de-mexico. 98


salvaguardar la unidad visible de la INPM no hay que vacilar en dejar de practicar la justicia hacia sectores completos de la misma, como en este caso lo son las mujeres. Tal como lo expresa Russell: ―Si las iglesias no pueden encontrar una manera de traer unidad y justicia al interior de sus comunidades, su integridad como comunidades de Cristo queda cuestionada‖.140 En otras palabras, el precio que hay que pagar para mantener la unidad es la humillación de las mujeres de la Iglesia. El motor que suscita los ministerios cristianos es, evidentemente, el Espíritu Santo, pero esa misma acción procede directamente del gran golpe divino contra el orgullo humano y patriarcal, la kénosis del Padre (Fil 2.7), el ―vaciamiento‖ o la debilidad asumida abismalmente por el Creador, que consiste en una negación radical del poder autoritario.141 De semejante decisión proviene la exhortación y la llamada a la conversión, algo que rebasa con mucho el mero hecho de un debate teológico y llega al ámbito de las definiciones éticas y espirituales, pues el modelo supremo de renuncia al poder autocrático para convertirlo en la fuente de servicio y empoderamiento de las y los débiles. 2. El sueño de una comunidad cristiana incluyente: la praxis de Jesús como modelo normativo para las iglesias de hoy Aunque en el Testamento Griego posterior vemos los inicios del rechazo a la iconoclasia del liderazgo patriarcal de Jesús, su propio ejemplo profético de ministerio como servicio elegido libremente, de liderazgo como diakonia, demuestra una revocación de las expectativas patriarcales y lo absurdo de los privilegios patriarcales en 142 las actuales instituciones eclesiales. LETTY RUSSELL

Apelar al contenido de las Sagradas Escrituras es una de los recursos y métodos mediante los cuales las iglesias reformadas han producido las doctrinas que constituyen el corpus de sus creencias básicas. Una de ellas es la doctrina bíblica de la ordenación para los ministerios de servicio en la Iglesia, extraída en buena medida del testimonio sobre el denominado llamamiento de los servidores, hombres y mujeres, escogidos/as por Dios en el Antiguo y en el Nuevo Testamentos. Ciertamente, en el caso del primero, lo que más se acerca al tema que nos ocupa son los relatos del llamado de Dios a quienes establecería como profetas, a causa de que para ese oficio, Él recurrió a personas cuyo origen podía ser diverso y sin ninguna relación hereditaria con la profecía (como fue el caso de Amós), a diferencia de lo que sucedía con el sacerdocio, confinado a una tribu específica designada para dicha labor.

140

Ibid., p. 112. Cf. R. Radford Ruether, Sexism and God-talk. Toward a feminist theology. Boston, Beacon Press, 1983, pp. 1-11. 142 L. Russell, op. cit., p. 102. 141

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Con todo, la memoria mutilada y condenada de algunas lideresas veterotestamentarias, como María (Miriam), la hermana de Moisés, aparece en los textos como muestra de la lucha al servicio de Dios que realizaron en medio de un rechazo manifiesto a su esfuerzo, aunque el pueblo dirigido por ellas nunca las olvidó. En Números 12.2, Miriam confronta a Moisés con argumentos sólidos y le reprocha su actitud monopolizadora del don profético que Dios también le había otorgado a ella y su otro hermano, Aarón: ―¿Solamente por Moisés ha hablado el Señor? ¿No ha hablado también por medio de nosotros?‖. Habitualmente, la interpretación de este episodio ha consistido en una defensa de la autoridad mosaica, en vez de retomar el espíritu igualitario promovido por Miriam, cuyo canto de Éxodo 15 fue alterado para atribuir a Moisés la mayor parte del mismo, a pesar de que ella era reconocida como promotora de la alabanza, la poesía y, por supuesto, de la dignidad humana: Examinando el relato de Miriam en Números 12.2-14 y 20.1-2, descubrimos que su liderazgo también crea comunidad. A pesar de todo lo malo que los escritores patriarcales y Dios pudieron hacerle a esta mujer contestataria, la comunidad de Israel no la abandona. Aun cuando Miriam fue confinada fuera del campamento por siete días, el pueblo la esperó hasta que ella ―fue traída de nuevo‖. Miriam contrae lepra y continúa sufriendo esa muerte en vida. Sin embargo, su pueblo viaja y espera con ella y ella con su pueblo [―…y el pueblo no pasó adelante hasta que se reunió María con ellos‖, Nm 12.15b], hasta que, al igual que Moisés y Aarón, muere antes de ver la tierra prometida. En la enfermedad y en el sufrimiento, la 143 comunidad permanece con esta líder que contribuyó a construir tal comunidad.

Hay que preguntarse, entonces: ¿fue solamente el supuesto ―orgullo femenino‖ (hoy se le calificaría, satanizándola, de ―creyente feminista‖, como si eso fuese un delito o un crimen) lo que la impulsó a reclamar el reconocimiento de su liderazgo o más bien ella obedeció el movimiento del Espíritu que la proyectó a servir a Dios y al pueblo de esa manera? El inmenso legado de los liderazgos femeninos del Antiguo Testamento ha sido sepultado y evadido como modelo de vida y servicio para las cristianas de hoy. Su no-ordenación al ministerio que compartió con sus hermanos, aun cuando pertenecía a la misma tribu de sacerdotes, grita hoy desde las Sagradas Escrituras y su clamor se extiende más allá de las fronteras de las iglesias. En estos tiempos, las mujeres llamadas por Dios al servicio siguen confinadas y aquellas que se atreven a protestar son vistas como leprosas o se alejan de nuestra iglesia para encontrar su dignidad en otras confesiones hermanas, como ha sido el caso de Rosa Blanca González, Eva Domínguez Sosa, Martha Esther López o Karina García Carmona, especialmente esta última, quien dentro del luteranismo ha alcanzado recientemente el sueño de ejercer como pastora.144 ¿Cuándo serán, estas y otras muchas

143

L. Russell, op. cit., p. 121. Cf. Phyllis Trible, ―Bringing Miriam out of the shadow‖ (Sacando a Miriam de las sombras), en Bible Review, 5, 1, febrero de 1989. 144 Cf. ―Instalación de Karina García, despedida de María Elena Ortega‖, 5 de junio de 2011, en Seminario Luterano Augsburgo, www.semla.org/?p=485. 100


mujeres, ―traídas de nuevo‖, literal y metafóricamente para superar el ostracismo al que están condenadas? ¿Cuándo dejaremos de verlas como leprosas y aisladas del servicio a Dios? Así explica Russell el tránsito del Antiguo al Nuevo Testamento: En el Testamento Hebreo, se combatió el rol de la mujer como sacerdotisa, por su asociación con la religión rival de Aserá. Las mujeres eran reconocidas como profetas a través de las cuales Dios hablaba, pero su función principal era la de ser madres (2 reyes 22.14-20; Joel 2.28). En el templo, y más adelante en la sinagoga, las mujeres no podían ejercer liderazgo ni en el culto, ni en la enseñanza de las Escrituras. En el Testamento Griego, el rompimiento radical con las estructuras patriarcales instituye un nuevo orden de libertad, en el cual las mujeres, como seguidoras de Jesús, son bienvenidas a un discipulado de iguales. Se incorporan a las primeras comunidades y se convierten en líderes 145 locales y evangelizadoras itinerantes.

Y agrega: ―Dicho liderazgo comienza cuando las mujeres retoman su antigua herencia de líderes llenas del Espíritu en la comunidad cristiana‖.146 Porque, si hemos de tomar en serio el mensaje de los Evangelios, resulta muy claro que en ellos se perfiló el proyecto de comunidad que deseó establecer Jesús de Nazaret, más allá de cualquier jerarquía o forma de superioridad marcada por la clase social, económica, racial o de género. Porque si algo caracterizó al grupo de hombres y mujeres que lo acompañó por los caminos de Palestina fue la pluralidad, ante la cual él entendió en profundidad que Dios manifestaba su disposición de superar las barreras que impedían la expresión plena del amor y del servicio para instalar las señales del Reino de Dios en el mundo. De ahí procedió su visión igualitaria de una comunidad que actualizara el designio divino para la humanidad, a contracorriente de las tendencias autoritarias, imperialistas y patriarcales de la época que conoció. La manera en que trató con los sectores sociales marginales, y especialmente con las mujeres, da pie para afirmar que muchas de las tendencias organizativas en las comunidades cristianas que se advierten ya en el Nuevo Testamento, entraban en contradicción con las líneas dominantes del movimiento que desarrolló Jesús. Russell comenta al respecto: ―Porque su historia [la de Jesús], aun cuando está contada en lenguaje patriarcal, es la historia de un hombre que se opuso al liderazgo patriarcal, creó una nueva forma de vivir en la casa de Dios y pagó por ello con su vida‖.147 Las comunidades actuales tienen la responsabilidad de recuperar el valor normativo de dicha praxis porque, si bien su reconstrucción y aceptación como modelo implica un esfuerzo histórico creativo, también una sana lectura de la vida y obra de Jesús dirigida hacia los sectores que poco a poco han perdido presencia y valor ayudará a devolver el impacto

145

Ibid., p. 105. Ibid., p. 109. 147 Ibid., p. 102. 146

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3. De regreso hacia una Iglesia igualitaria: una nueva dinámica entre los espacios comunitario y doméstico El liderazgo eclesiástico es un don suscitado por el Espíritu Santo, según san Pablo (I Co 12.28). Kybernesis, la palabra griega para definirlo, significa ―pilotear o manejar una nave‖ y, por extensión, se aplica ―a la habilidad de mantener una posición de liderazgo en la edificación de la comunidad eclesial‖.148 El concepto paulino no es individualista, precisamente por la orientación comunitaria del Espíritu. Algunas de las formas de discontinuidad asociativa, ideológica y doctrinal, marcadas por el deseo de adaptarse a la sociedad predominante, produjeron prácticas en donde el modelo patriarcal y clerical de liderazgo, autoridad y enseñanza se impuso como normativo, dejando de lado los impulsos iniciales del movimiento original, ante la presión de algunas variaciones que comenzaron a verse como peligrosas: En la era post-paulina, gran parte de la apelación a la jerarquía, como reflejo de la casa patriarcal y del orden patriarcal divino, surgió en respuesta a las visiones conflictivas de otras comunidades cristianas llenas de Espíritu, como las gnósticas y las montanistas. […] En el siglo segundo, los montanistas continuaron este ministerio profético y apelaron a Gálatas 3:28 como base para incluir mujeres como profetas principales que convertían, bautizaban y celebraban la eucaristía. […] En el segundo y tercer siglo, el liderazgo de las mujeres en la comunidad cristiana era un tema de discusión dinámico y controversial, en el cual ambas partes apelaban a la tradición apostólica para sustentar su punto de vista. […] El ministerio cristiano fue reemplazando gradualmente al antiguo sacerdocio romano, a medida que emergía el clero de la religión establecida en el imperio y el orden jerárquico. Para el cuarto siglo, una nueva casta sacerdotal había reasimilado la imagen hebrea del sacerdocio 149 del templo, con sus tabúes respecto a la presencia de las mujeres en el santuario.

Esa combinación entre elementos cristianos y los procedentes del ―paganismo‖ hizo que la comprensión del ministerio tomara otros rumbos, muy distintos al énfasis igualitario. En la actualidad, la terminología eclesial coloca en el mismo nivel algunas realidades que han sido ―contaminadas‖ por el uso. Eso le ha sucedido a ―ministerio‖, ―servicio‖ y también ―liderazgo‖, especialmente por las modas y tendencias misioneras empresariales. El servicio es la forma clave para la vida de toda persona que sigue a Cristo y una de las maneras de servir es como líder en la iglesia. La ordenación deja de ser un problema. El tema pasa a ser el estilo de liderazgo que es más útil para las congregaciones en sus contextos particulares. El ejercicio de la autoridad del liderazgo por medio de la dominación era muy común en los 150 tiempos bíblicos y se ha mantenido así en todas las épocas, incluida la nuestra.

148

Ibid., p. 95. Ibid., pp. 107-108. 150 Ibid., pp. 95-96. 149

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Y eso es lo que se sigue practicando en nuestro medio eclesial: un liderazgo, en este caso, sancionado por la ordenación, basado en la dominación y la falsa idea de superioridad. Nada más inaplicable en el caso del servicio cristiano, si se recuerda una vez el modelo de Jesús, quien se abajó a sí mismo para servir únicamente. Por ello, lo que hoy se requiere son verdaderos cambios estructurales en la Iglesia, que tengan que ver con la despatriarcalización de todos los ministerios, y no solamente administrativos ni burocráticos. De otra manera, el dilema consistirá, ahora, de aceptarse la ordenación femenina, en cómo ser una ministra en un mundo patriarcal. Pero, por otro lado, y positivamente, ―el liderazgo aún tiene que mucho que ver con la comunidad, pues „liderazgo‟, básicamente, se refiere a la capacidad de motivar el seguimiento. La gente busca líderes o personas con autoridad, capaces de suscitar su consenso, porque necesitan un sentido de seguridad y dirección‖.151 Porque debido a la separación entre espacios bien definidos mediante el dualismo entre la casa familiar y el ámbito público (hogar-calle), las mujeres siempre han estado como ―de visita‖ en el templo, espacio privilegiado de los hombres porque su ―zona de poder‖ es la casa, el hogar, es decir, la domesticidad y la invisibilidad, y el de los hombres, la calle, el poder público y visible. El lugar de ellas seguiría siendo ―el atrio del templo‖, las afueras, para estar a la vista y bajo la supervisión de sus señores. Los actos centrales de los primeros cultos cristiano, realizados en las casas, en particular el partimiento del pan (eucaristía), eran presididos por las mujeres, quienes actuaban en la cotidianidad de su espacio propio, sin presiones de ningún tipo (Col 4.15): ―Los ‗Códigos domésticos‘ en Efesios y en las Epístolas pastorales parecen reflejar una reacción patriarcal posterior a tal liderazgo, que trata de restablecer el orden de subordinación‖.152 Al surgir los templos, ellas quedaron marginadas porque allí ya no era su espacio propio y fueron relegadas a la vida doméstica. Justamente, la idea de los órdenes bíblicos, presente en la defensa del poder eclesiástico patriarcal,153 es refutada por la superación del énfasis sacerdotal centrado en la figura única de la persona responsable a partir de la doctrina del sacerdocio universal de los creyentes, porque éste se aplica a la totalidad de los integrantes de la iglesia. En ese sentido, toca a los diversos sectores actuales de la iglesia desarrollar formas de ministerio 151

Ibid., p. 96. Ibid., p. 106. 153 Cf. Karl Barth, Church Dogmatics. Edimburgo, T & T Clark, 1960 (cit. por Robert E. Culver, ―Una postura tradicionalista: ‗Las mujeres guarden silencio‖, en B. Clouse y R.G. Clouse, eds., Mujeres en el ministerio. Cuatro puntos de vista. Terrassa, clie, 2005, p. 36), donde luego de 165 páginas dedicadas al tema de los hombres y las mujeres y de referirse a 1 Corintios 11:7-9, afirma: ―Este orden básico del ser humano establecido por la creación de Dios no es accidental o aleatorio. No podemos ignorarlo ni minimizarlo. Está fundado sólidamente en Cristo… tan sólidamente centrado en el señorío y el servicio, la divinidad y la humanidad de Cristo que no hay ocasión ni para la exaltación del hombre ni para la opresión de la mujer… Es la vida de la nueva criatura que Pablo describe aquí diciendo que la cabeza de la mujer es el hombre. Gálatas 3:28 sigue siendo válido, a pesar de los exégetas cortos de vista, como los mismos corintios, quienes creían que se trataba de una contradicción‖ (III/2, pp. 311-12). Énfasis agregado. 152

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que, sin violentar la koinonia estimule la diakonia en un contexto pleno de equidad entre los miembros de la Iglesia, todos y todas portadores/as de dones o carismas para que así los ministerios de hombres y mujeres verdaderamente contribuyan al crecimiento de la dignidad y de la personalidad de todos en el amor de Cristo, cuya presencia crece también en medio de sus seguidores/as. La presencia de Cristo, que crea koinonia, transforma el ejercicio del poder en ejercicio de la capacidad de sanar y en la reafirmación de la autoridad como manifestación de que Dios está en medio de nuestras hermanas y hermanos más humildes. Una concepción de koinonia en el Testamento Griego, como nuevo foco de vinculaciones con la historia común de Jesucristo que nos libera para servir a las demás personas, nos ayuda a comprender que el verdadero ejercicio del liderazgo desde la perspectiva cristiana es un ejercicio de compañerismo. Es el don del 154 Espíritu que forja liderazgo como vida en comunidad en Cristo.

Para todo esto es que anhelamos que el Dios de Jesucristo mueva los corazones de quienes aún se oponen a compartir los dones y la representación del único Dueño y Señor de la Iglesia. 4. Las “Doce tesis de Xonacatlán” Tesis 1 La doctrina de la imago Dei (Gn 1), aplicada a hombres y mujeres, tiene implicaciones directas en los órdenes ministeriales de la Iglesia.

Tesis 2 La igualdad originaria de los géneros, establecida por Dios, se desarrolla también en los dones y ministerios que Él mismo estableció (Gn 1-2).

Tesis 3 La aparente excepcionalidad con que algunas mujeres ejercieron tareas ministeriales en el AT (Miriam, Débora, Hulda) obedeció más a la desobediencia del pueblo de Dios que a Su voluntad original.

Tesis 4 No existe superioridad alguna ni subordinación que justifique la exclusión de las mujeres para los ministerios en el nuevo orden salvífico instaurado por Cristo (Gálatas).

154

Ibid., pp. 120-121.

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Tesis 5 Manipular los oficios de Cristo (sacerdotal, profético y real) en beneficio de un género contradice las enseñanzas del propio Jesús de Nazaret (Lucas).

Tesis 6 Las llamadas "cartas pastorales" de Pablo (I y II Tim, Tito), con su énfasis limitado para la participación de las mujeres, deben ser leídas y aplicadas con base en la práctica incluyente del movimiento iniciado por Jesús y a la luz de sus circunstancias eclesiásticas, históricas y culturales específicas.

Tesis 7 El "silencio ministerial" o "litúrgico" de las mujeres (I Co 11), promovido en circunstancias particulares en algunos pasajes del Nuevo Testamento, ya no se aplica actualmente porque el Espíritu Santo no hace acepción ni clasificación de las personas para manifestarse.

Tesis 8 El sacerdocio universal de los creyentes (I Pe 2.9-10) no es solamente una opción para la vida de la Iglesia: es el horizonte y el perfil básico deseado por Dios para su pueblo en todas las épocas y responde a las expresiones de su llamamiento soberano sin ningún tipo de distinción humana.

Tesis 9 Según la carta a los Hebreos (cap. 7), Jesús mismo ejerció un ministerio fuera de todo orden (u ordenación) sancionado por una jerarquía religiosa, puesto que perteneció al "orden de Melquisedec", es decir, al de la libre y amplia soberanía selectiva de Dios.

Tesis 10 La tradición reformada, en obediencia la evidencia bíblica, siempre ha reconocido el llamamiento que Dios hace a las personas, sin distinciones de ningún tipo. Limitar la aceptación de este llamamiento a sus hijas bautizadas y redimidas es un atentado y una herejía contrarios a las enseñanzas centrales del Evangelio del Reino de Dios anunciado y hecho presente por el Hijo unigénito de Dios en el mundo.

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Tesis 11 Reconocer y formalizar el llamamiento de Dios a algunas de sus hijas (como a algunos de sus hijos varones) forma parte de la crítica profética que el propio Jesús de Nazaret practicó acerca de las diversas formas culturales de exclusión humana.

Tesis 12 Ordenar mujeres a los ministerios es una respuesta positiva a la acción del Espíritu que reparte dones y vocaciones para su servicio, libre y soberanamente (I Co 12). Negarles semejante bendición (y eventual derecho) significa interferir, como "pseudo-administradores de la gracia" en la acción divina de redimir a la humanidad en el sentido más amplio.

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Procedencia de los textos ―Dignidad, libertad e igualdad humanas según la Biblia‖, sermón predicado en la Iglesia Ammi-Shadday, México, D.F., el 7 de junio de 2009. ―Sabiduría y ética en las mujeres de la Biblia (Proverbios 8)‖ sermón predicado en la Iglesia ―Jesús de Nazareth‖, col. Álamos, México, D.F., el 9 de mayo de 1999. ―El mensaje de las mujeres o el seguimiento femenino de Jesús‖, sermón predicado en la Iglesia ―Peniel‖, México, D.F., el 29 de marzo de 2007, con agregados tomados de ―María Magdalena, modelo eclesial, hoy y siempre‖, 15 de mayo de 2010. ―Dignidad, disidencia y disensión. Espacios para la reivindicación de la vida y acción de las mujeres en el marco del Nuevo Testamento‖ ponencia presentada en el primer Congreso sobre Ministerios Femeninos, Seminario Teológico Presbiteriano de México, el 19 abril de 1996. Recogido previamente en Varios/as autores/as, Tiempo de hablar. Reflexiones sobre los ministerios femeninos. México, Ediciones STPM-Presbyterian Women, 1997. ―La oración de las mujeres: modelo de fe y acción‖, sermón predicado en la Iglesia ―AmmiShadday‖, el 8 de marzo de 2009. “Mujeres ordenadas en la Iglesia Primitiva: una lectura personal‖, reseña leída en la Comunidad Teológica de México el 24 de octubre de 2007. ―¿Qué significa género? (Testimonio de un esbozo de conversión a la causa de las mujeres)‖, reporte de lectura para la clase Teología y género, Universidad Bíblica Latinoamericana, San José, Costa Rica, mayo de 1997. ―La mujer en los ministerios oficiales de la Iglesia‖, conferencia expuesta ante la Unión de Sociedades Femeniles del Presbiterio Juan Calvino, 12 de marzo de 1992. ―Superar las diferencias sexuales en los ministerios como signo visible del Reino de Dios en la Iglesia‖, editorial del boletín de la Iglesia Nazaret, 26 de febrero de 1995. ―El derecho de las mujeres a la ordenación para los ministerios eclesiásticos‖, conferencia presentada en la reunión de estudio de la Unión Femenil Juan Calvino, Iglesia Presbiteriana Nazaret, 14 de diciembre de 2005; en Lupa Protestante, 31 de enero de 2006. ―La ordenación de las mujeres, problema eclesiástico y extra-eclesiástico‖, marzo de 2004. ―‘Una confirmación del llamamiento de Dios‘: entrevista con Eva Domínguez Sosa‖, en Lupa Protestante, 6 de marzo de 2010. ―Sobre la ordenación de las mujeres: réplica, aclaración y cuestionamientos de forma y fondo al texto de Éver Gutiérrez Ovando", en Lupa Protestante, 14 de julio de 2010. ―Teología y ordenación de las mujeres en la Iglesia: tradición, conversión y cambio‖, conferencia presentada en la reunión de estudio del Presbiterio del Estado de México, 15 de enero de 2011 y en la reunión ordinaria del Presbiterio Veracruzano, 26 de enero de 2011. ―Ministerios eclesiásticos y ordenación de mujeres desde una visión reformada y actual‖, ponencia presentada en el Concilio Teológico de la INPM, Iglesia El Divino Salvador, Xonacatlán, Estado de México, 17 de agosto de 2011. 107


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