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Víctor Núñez Jaime L A OTRA MEMORIA DEL NOBEL 3

Juan Cruz

L OS OTROS TODOS 4

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artículos/ ensayos/ noticias _________________________________ Proyecto de elpoemaseminal para conmemorar y dar seguimiento puntual a los textos, celebraciones, actividades y todo lo relacionado con el centenario del nacimiento del poeta y ensayista Octavio Paz Lozano, Premio Nobel de Literatura 1990, en México y por todas partes. Se trata de una recopilación permanente de publicaciones. En 2014 también se conmemoran los centenarios de Julio Cortázar, Efraín Huerta, José Revueltas y José Revueltas, todos ellos amigos cercanos de Paz.

COMITÉ

Rubén Vargas

DEFENSA DE LA POESÍA , DEFENSA DE LA LIBERTAD 6 José Reyes Doria O CTAVIO PAZ: POESÍA Y POLÍTICA 7 10 CONSIDERACIONES PARA LEER A O CTAVIO PAZ 8 Ruth Zavaleta L OS DISIDENTES INTELECTUALES DEL 68: PAZ Y K RAUZE 9 Raúl Espinoza Aguilera O CTAVIO PAZ: VUELO DE INFINITO 12 Raúl Espinoza Aguilera LA BÚSQUEDA DE DIOS: UNA FACETA DESCONOCIDA DE OCTAVIO PAZ 14 Juan Carlos Rodríguez O CTAVIO PAZ Y SU APASIONADA BÚSQUEDA DE D IOS

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EDITORIAL

Sergio Cárdenas Adolfo Castañón Leopoldo Cervantes-Ortiz (coord.) Julio César Félix Ricardo Hernández Echávarri Eduardo Langagne Santiago Montobbio Angelina Muñiz-Huberman

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Enrico Mario Santí S IETE TESIS PARA RECORDAR A OCTAVIO PAZ 21 Adolfo Castañón ¿ÁGUILA O SOL ? 25 Juan Malpartida O CTAVIO PAZ 31 Edward Hirsch O CTAVIO PA Z: EN DEFENSA DE LA POESÍA

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33 Luis Bagué Quílez TRES EN RAYA 36 Jorge Eduardo Gómez EL LEGADO DE 100 AÑOS DE O. PA Z SERÁ RECONOCIDO EN A MÉRICA Y EUROPA 44 C OMPARTE ALBERTO RUY SÁNCHEZ ALGUNOS PARECERES RESPECTO A O CTAVIO P AZ , SOBRE QUIEN DICTARÁ UNA CONFERENCIA EN EL CECUT 48 HERIBERTO YÉPEZ O CTAVIO PAZ VISLUMBRADO POR EVODIO ESCALANTE


artículos

La vida de la viuda de Octavio Paz, que habría cumplido 100 años el 31 de marzo, sigue girando en torno al escritor. Quiere ser digna de su memoria Mientras Octavio Paz (1914-1998) y Marie José Tramini se casaban en el jardín de la embajada mexicana en India, una manada de tigres de Bengala rugía con fuerza. “Es verdad, ¿de qué se ríe?”, ataja la viuda del poeta y ensayista mexicano, premio Nobel de Literatura 1990. “Es que era la hora en que les daban de comer a los tigres en el zoológico que estaba cerca”, aclara con un repiqueteo de sonidos guturales franceses. Marie José Paz –Mariyó, como la llamaba su marido– era una mujer casada con un diplomático francés cuando, en “un atardecer magnético” de 1962, conoció al autor de El laberinto de la soledad en el barrio de Sunder Nagar de Nueva Delhi. “Yo era muy joven para divorciarme y pronto me fui de India, sin despedirme de Octavio”. Pero el destino (“porque fue eso: el azar del destino”) haría que se reencontraran meses después en una calle de París. Marie José se divorció, se fue a India con Octavio (quien también se había divorciado de su primera esposa, la escritora mexicana Elena Garro),

donde él seguía siendo embajador de México, y se casaron en 1964 bajo un frondoso nim lleno de ardillas. Entre ambos se consolidó una historia “muy literaria”, regida por la fatalidad de la atracción y la libertad de la elección. Cuando la pareja se instaló en un piso del paseo de la Reforma, en México DF, sus días transcurrían entre la escritura, decenas de viajes, el cuidado de un invernadero y de algunos gatos. A primera hora, Marie-Jo leía los periódicos y seleccionaba lo que pudiera interesarle a su marido. Desayunaban juntos y luego él se metía a su estudio para escribir “sin interrupciones”. Por la tarde iban al mercado, al tenis (“solo jugaba yo. Pero Octavio me acompañaba, el pobre”), al cine, a una cena o se quedaban en casa viendo la tele (“¿sabe que a Octavio le encantaban Los Simpson?”). ¿No les hicieron falta hijos? “Pensamos en tenerlos, pero yo necesitaba una operación que nunca quise hacerme. No obstante, ahora que veo a Salma Hayek y a tantas otras tener su primer hijo a los 40, digo: ‘Me la hubiera hecho’. Pero nuestro amor fue tanto que parecía que no necesitábamos hijos. ¡Teníamos tanto que hacer, tanto que compartir!”. La noche del 21 de diciembre de 1996, un cortocircuito provocó un incendio en su piso. “Cuando llegaron los bomberos, subí y vi cómo se habían quemado varios libros, muchos recuerdos que teníamos de India, de Afganistán… un mueblecito donde Octavio tenía las primeras ediciones de sus libros. Estuvo bien que hubiera sido yo la que vio eso, para que él no tuviera la sensación de infierno”. Porque el entonces presidente de México, Ernesto Zedillo, se los ofreció, la pareja se mudó a una casa del colonial barrio de Coyoacán. Ahí pasó los últimos días de su vida el escritor que el próximo 31 de marzo habría cumplido 100 años. “Desde 1977, Octavio vivía con un solo riñón. A los 80 lo operaron del corazón… En fin, ya había salido

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de otras enfermedades. Por eso, cuando le diagnosticaron cáncer en los huesos, pensé que se iba a salvar. Pero no… Me queda la satisfacción de haberlo hecho feliz. Al final me lo dijo: ‘Soy feliz porque estoy con la mujer que amo y que me ama’. Y se fue”. Eran las 22.30 del domingo 19 de abril de 1998. Marie José Paz recuerda y la invade la melancolía. Echa de menos compartir una exposición o un viaje “con Octavio”. Pero varias de las actividades que realiza en los últimos años giran en torno a él. Revisa, corrige, aprueba, opina, coordina… libros y eventos. “Quisiera ser digna de su memoria”. http://elpais.com/elpais/2014/02/12/eps/ 1392211100_271540.html

El último miércoles tenían que hablar sobre Octavio Paz en el Instituto Cervantes el mexicano Juan Villoro y el español Fernando Savater. Iberia atascó al español en Roma y el mexicano estaba allí a tiempo. Luego habló Savater, por teléfono, para que lo escuchara la sala, y contribuyó a poner colofón a una de las conferencias más hermosas que yo haya escuchado en mucho tiempo en esta ciudad en la que, decía Eugenio D’Ors, a esa hora de la tarde o das una conferencia o te la dan.

Era porque ahora México y España celebran el centenario del gran poeta de Águila o sol, un hombre que es una enciclopedia de saber y de anécdotas, pues vivió algo menos de un siglo, pero tenía dentro de su cabeza bien puesta milenios de cultura. El discurso de Villoro debía estar en esas antologías que recogen lo que una vez dijo Ortega, o lo que dijo Unamuno, o lo que dijo Paz propiamente dicho. Pero estará grabado, está todo grabado, y ustedes lo pueden ver en las más diversas webs. Así que lo que yo quería traer aquí muy subrayado es algo de lo que Villoro celebró de Paz y que ya ha sido destacado en la crónica de Winston Manrique en este mismo periódico: el ventarrón de la historia arrojó a Octavio Paz a ese rincón de la historia de los que purgan, como dice Savater, “a aquellos que tuvieron razón antes de tiempo”. Y es cierto, tuvo razón cuando se opuso a los nacionalismos extremos, cuando denunció el estalinismo, y tuvo razón (y esa se la empezaron a dar hace rato los jóvenes mexicanos) cuando estableció su norma de conducta: juntarse con aquellos con los que pudiera discutir. “A mí lo que me interesa”, le dijo una vez a Villoro, que dirigía un suplemento literario en el más izquierdista de los diarios mexicanos, La Jornada, “es colaborar donde voy a estar en contra”. Esa saludable proposición, que él llevó a cabo minuciosamente, es algo exótico entre nosotros. Y por eso he traído aquí la buena vibración que me dejó esa evocación de Paz que hizo Villoro. Nosotros vivimos ahora (y ahora especialmente) en un nubarrón de descréditos: el que opina distinto de mí es mi enemigo; el que dice lo que yo digo es mi amigo. Ahora se ve, en el ámbito político, con qué fuerza se tiran las puertas (en el PP, por ejemplo) los amigos en cuanto no hacen los otros aquello que parece dogma de fe. Aznar, Mayor, entre otros, han juzgado oportuno hacer valer su disgusto y no descender a hablar con aquellos que los han disgustado. La agenda los separa, y parece que para un rato largo. En este mismo renglón de plantones y prohibiciones sitúo la persecución a la que se ha sometido al músico Albert Pla, que una vez dijo que este país no le gustaba y ya por eso lo han tachado de calendarios hasta tal punto que su actuación prevista (y suspendida por infarto del cantante) en el Círculo de Bellas Artes había sido amenazada de manera pertinaz y aviesa. Jamás diría lo que él dijo de España, ni de nada, ni de nadie, pero daría cualquier cosa porque lo dijera. Estamos haciendo un país cejijunto: los que jamás irían a escuchar a Pla estiman oportuno que ni siquiera exista Pla. Permitir que eso ocurra es hacer retroceder a este país a los límites de los que no nos queremos acordar.

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Tuvo la inteligencia Villoro de regalarnos este verso de Paz: “Los otros todos que nosotros somos”. Los otros todos somos nosotros también. Incluido Pla. http://elpais.com/elpais/2014/01/31/opinio

libertad. De ahí mi interés apasionado por los asuntos políticos y sociales de nuestro tiempo”. Defensa de la poesía y defensa de la libertad son entonces en la visión de Paz, dos actos que se suponen mutuamente y terminan por fundirse en uno solo: la conciencia de un escritor que interroga y explora el pensamiento y el arte de su tiempo y al hacerlo los ilumina y los transfigura.

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En su último ensayo de largo aliento, Octavio Paz intentó, una vez más, una defensa de la poesía Desde mi adolescencia he escrito poemas y no he cesado de escribirlos. Quise ser poeta y nada más. En mis libros de prosa me propuse servir a la poesía, justificarla y defenderla, explicarla ante los otros y ante mí mismo”, escribió Octavio Paz (19141998) en “Poesía, mito, revolución”, uno de los cuatro ensayos que integra su libro La otra voz. Poesía y fin de siglo (1990), la última reflexión de largo aliento que escribió el poeta mexicano sobre la poesía. Y enseguida agrega: “pronto descubrí que la defensa de la poesía, menospreciada en nuestro siglo, era inseparable de la defensa de la

Ensayos Cuatro ensayos integran La otra voz. Poesía y fin de siglo. El primero, “Cantar y contar” (1976) —adelanta el autor en una nota liminar—, se ocupa de los antecedentes del poema extenso, “una forma poética que ha tenido gran fortuna en la poesía del siglo XX”. El segundo, “Ruptura y convergencia”, escrito diez años después que el anterior, “trata de la poesía moderna y del fin de la tradición de la ruptura”. Sobre el tercero, “Poesía, mito y revolución”, texto de su discurso pronunciado al recibir el Premio Alexis de Tocqueville en 1989, dice Paz: “es una breve reflexión sobre las ambiguas y casi siempre desventuradas relaciones entre la poesía y el mito revolucionario”. Finalmente, el extenso ensayo “Poesía y fin de siglo”, escrito en 1989, conduce a una pregunta y a una tentativa de respuesta: ¿cuál será el lugar de la poesía en los tiempos que vienen?”. Pero, ¿por qué la poesía tiene que ser defendida? La defensa de la poesía tiene que ver, como problema y como necesidad, con el carácter mismo de la modernidad. En “Ruptura y convergencia”, retomando las ideas centrales de su libro Los hijos del limo (1974), Paz nos recuerda que el signo distintivo de ésta, su señal de nacimiento, es la crítica: “Todo lo que ha sido la Edad Moderna ha sido obra de la crítica, entendida ésta como un método de investigación, creación y acción. Los conceptos e ideas cardinales de la Edad Moderna — progreso, evolución, revolución, libertad, democracia, ciencia, técnica— nacieron de la crítica”. Todos estos conceptos pueden resumirse, quizás, en uno solo: la razón, que es a un tiempo crítica, utópica y revolucionaria. En otra parte del mismo ensayo, Paz escribe: “La modernidad se identificó con el cambio, concibió la crítica como el instrumento del cambio e identificó a ambos con el progreso”. Convergentemente, el arte moderno, y particularmente la poesía, se fundó también en la práctica de la crítica y en la voluntad de cambio. Y el primer objeto de su crítica, no podía ser de otra manera, ha sido y es la propia modernidad y sus valores: “La poesía moderna, desde su nacimiento, ha sido simultánea afirmación y negación de la modernidad”. Esta discordia o ambigüedad, en los que se han alternado momentos de armonía y ruptura, es históricamente la

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discordia entre los poetas, hijos rebeldes de la modernidad, y una clase social, la burguesía que ha sido, como puntualiza Paz, “la creadora de esa modernidad y su producto más acabado y dinámico”. “Poesía y fin de siglo” —el último ensayo extenso que dedicó Paz a reflexionar sobre la poesía— es al mismo tiempo un diagnóstico y una advertencia. Un diagnóstico optimista sobre la expansión de la democracia. Paz lo escribió hacia 1989, tras la caída de las burocracias del “socialismo real” de Europa del Este. Y una advertencia sobre un efecto perverso del supuesto imperio de la democracia en el mundo occidental: el triunfo del mercado. “La tradición poética —escribe Paz— es el resultado del cruce de dos ejes, uno espacial y otro temporal. El primero consiste en la diversidad de públicos en continua intercomunicación; el segundo en la continuidad a través de generaciones de poetas y lectores”. Esa diversidad y esa continuidad de las artes y la literatura están, para Paz, ante un peligro: un proceso económico sin rostro, sin alma y sin dirección: el mercado “circular, impersonal, imparcial e inflexible”. El mercado que no reconoce individuos sino consumidores, el mercado “ciego y sordo” que “no ama a la literatura ni al riesgo”, que “no sabe ni puede escoger”; o que sabe, pero “de precios, no de valores”. A lo largo de la historia la continuidad de la tradición poética ha sido posible por la existencia de

una fervorosa minoría: la comunidad de escritores y lectores. A finales del siglo XX el imperio del mercado y su lógica impersonal amenazaban con disolver a esa comunidad en la masa sin rostro de los consumidores. La defensa de la poesía era para Paz, otra vez, inseparable de la defensa de la libertad. Y la libertad, en su pensamiento, estaba asociada a una idea central de la democracia moderna: la pluralidad. Así, defender la poesía era para él defender la pluralidad de públicos y auditorios. No se necesitaron muchos años, sin embargo, para comprobar que la advertencia de Paz no solo era cierta sino que el mercado, que sabe de “precios, no de valores”, acabaría por imponerse también el ámbito de las letras. La situación de la poesía hoy no es mejor que en el momento en que Paz escribió su ensayo. La temida uniformidad de escrituras y auditorios, la medianía complaciente impulsada por la mercadotecnia editorial, acabó por imponerse. Hoy de la poesía solo se esperan fáciles certidumbres a la medida no de un lector crítico sino de un consumidor. En las páginas finales de “Poesía y fin de siglo”, Paz pensaba que había llegado un momento de un nuevo pensamiento político y social que “tal vez podría diseñar formas de intercambio menos onerosas”. Abrigaba también la “ardiente esperanza” de que la poesía —la “otra voz” de la sociedad, que no fue oída por los ideólogos revolucionarios del siglo XX— pudiera aportar en algo a ese nuevo pensamiento. Fue su profesión de fe y quizás su testamento: “Espejo de la fraternidad cósmica, el poema es un modelo de lo que podría ser la fraternidad humana. Frente a la destrucción de la naturaleza muestra la hermandad entre los astros y las partículas, las substancias químicas y la conciencia. La poesía ejercita nuestra imaginación y nos enseña a reconocer las diferencias y a descubrir las semejanzas. Prueba viviente de la fraternidad universal, cada poema es una lección práctica de armonía y de concordia… la poesía es el antídoto de la técnica y el mercado. A eso se reduce lo que podría ser, en nuestro tiempo y en el que llega, la función de la poesía. ¿Nada más? Nada menos”. www.la-razon.com/suplementos/tendencias/Defensa-poesia-defensalibertad_0_2002599837.html

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Ningún otro personaje encarna tan bien las contradicciones de la relación inteligenciapoder, los laberintos del vínculo entre la letra y el cetro, como Octavio Paz. Propios y extraños se aprestan a celebrar el centenario del natalicio de Octavio Paz. Se anuncian ya grandes eventos de las dependencias públicas culturales, de universidades, de las comunidades culturales; los países donde Paz tuvo presencia importante no se quedan atrás y programan festejos, España lo está haciendo ya. Ningún otro personaje encarna tan bien las contradicciones de la relación inteligencia-poder, los laberintos del vínculo entre la letra y el cetro, como Octavio Paz. Ave de tempestades, Octavio Paz mantuvo siempre una postura crítica contra los fanatismos ideológicos. Quizá a esto se deba que los intelectuales y los políticos de México, su México, hayan tenido, en su momento, diferentes rencillas con él. Su aguda pluma desestabilizaba sus certezas y denunciaba sus privilegios. Octavio Paz pensaba que la ideología convierte a las ideas en máscaras que ocultan al sujeto y, al mismo tiempo, no lo dejan ver la

realidad; máscaras que engañan a los otros y nos engañan a nosotros mismos. Su pensamiento siempre estuvo impregnado de pasión crítica, dispuesto al debate y a la discusión de ideas y posturas políticas. Paz concebía el pensamiento crítico como una búsqueda del verdadero lenguaje: Nuestra civilización -decía- se ha fundado precisamente sobre la noción de crítica: nada hay sagrado o intocable para el pensamiento excepto la libertad de pensar. En ese sentido, el escritor nunca debería renunciar a la crítica; la libertad del saber es, ante todo, crítica. Desde la izquierda y desde la derecha, desde el gobierno y desde la oposición, desde la institucionalidad cultural y desde los márgenes artísticos, abundaron las descalificaciones hacia Octavio Paz motivadas por sus señalamientos críticos. No hay que olvidar el bochornoso pasaje donde fue quemado en efigie. Las grandes transformaciones históricas de los últimos treinta años en México y el mundo coincidieron con la visión de Paz. ¿La historia le dio la razón? Digamos que su pensamiento fue visionario y que su prodigiosa inteligencia le permitió vislumbrar los elementos del cambio escondidos en las contradicciones del momento. Es importante que el Estado rinda homenaje a Octavio Paz. Es imperativo reconocer su gran aporte a la reflexión crítica sobre México y, a la vez, reivindicar la vida y la obra del personaje cultural más emblemático del siglo XX mexicano, revalorando su obra como invaluable legado a las nuevas generaciones. La transición democrática mexicana, aún inacabada, se debe en buena medida a las ideas de Octavio Paz. Sus críticas sin concesiones a los rasgos autoritarios del régimen durante las últimas décadas del siglo XX, tales como el patrimonialismo, la escasa representatividad de las instituciones, el corporativismo y la estrechez de libertades, nutrieron el reclamo democrático de la sociedad mexicana. El homenaje a Octavio Paz por parte del Estado debe acompañar la reivindicación política e intelectual con el reconocimiento y la difusión de su obra poética. Porque nuestro Nobel de Literatura fue, ante todo, un Poeta, creador de mundos a partir de la palabra. Su pasión central fue la poesía. Con motivo del centenario de su natalicio, el poema Piedra de sol será objeto de lecturas públicas en diversos lugares, entre ellos la máxima tribuna de la Nación en una sesión solemne el 20 de marzo. ¿Veremos una lectura de ese poema, u otro, en Los Pinos? La carga simbólica de tal acontecimiento pondría a la clase política mexicana a la altura de las de otros países, donde se reconoce sin reservas a sus personajes artísticos y culturales por críticos y adversos

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que hayan sido al régimen. Diversos grupos intelectuales y académicos también deberían reivindicar a Octavio Paz, pero esa es otra historia. Mucho se ha escrito sobre Piedra de sol. Octavio Paz erigió esta obra portentosa teniendo en mente la concepción cosmológica del México prehispánico, pero sólo para poder alcanzar una visión universal del tiempo, la existencia y la propia poesía. En México, solamente Muerte sin fin, de José Gorostiza y Primero sueño, de Sor Juana Inés de la Cruz, tienen esa profundidad poética e intelectual. Para cualquiera que se acerque a esa obra hay un antes y un después de su lectura. Poema fundamental, transforma nuestra concepción del mundo y propicia una nueva sensibilidad hacia la cultura y, sobre todo, hacia la vida. Es un poema vivo que nos devuelve siempre el aliento para combatir, para inventar la libertad, para experimentar el amor que ”es poderoso porque es contradictorio: cuerpo y alma, mortalidad e inmortalidad, fatalidad y libertad”. Octavio Paz fue un combatiente, criticó los dogmas, objetó los fanatismos, fustigó todo tipo de autoritarismo. Para él, el combate transformador, la batalla revolucionaria que revela al otro y propicia el encuentro fundacional, tiene por arma la poesía, como lo dice en una de las imágenes más bellas de su obra:

amar es combatir, si dos se besan el mundo cambia, encarnan los deseos, el pensamiento encarna, brotan alas en las espaldas del esclavo, el mundo es real y tangible, el vino es vino, el pan vuelve a saber, el agua es agua, amar es combatir, es abrir puertas…

Leer a Octavio Paz es indispensable para llegar al centro de la cultura mexicana contemporánea y entender su vinculación con las grandes culturas del mundo. Por eso, el Estado debería conmemorar su centenario, promoviendo la reivindicación de su obra, para mantener viva la memoria de un Poeta que amplió las fronteras de nuestra literatura y nos permitió conocernos mejor a través del diálogo con los otros. www.sdpnoticias.com/columnas/2014/02/20/octavio-paz-poesia-y-politica

Los cien años del nacimiento del quizá más reconocido y renombrado poeta, ensayista y escritor mexicano se acerca, y con motivo de dicha conmemoración es el momento ideal para retomar lo mejor de su obra y sumergirnos en ella. De la época de Paz hasta hoy han transcurrido varias décadas, y en este siglo habrá una nueva generación de jóvenes dispuestos a acercarse a este escritor, así como otros no tan jóvenes que por cualquier motivo o razón jamás han disfrutado de las palabras de este autor. Aquí dejamos 10 consideraciones para quienes deseen entrar de la manera más objetiva al corazón de las obras del gran Octavio Paz. 1. Leer sin prejuicios. Tener la cabeza fría y el corazón abierto y no ser presa de lo mediático que puede llegar a ser Octavio, para poder disfrutar de una lectura sin fanatismos ni odios adquiridos. 2. La obra de Paz, que conforman ensayos, artículos y poemas, culminó el siglo pasado; a 16 años de su muerte y más de 50 de la publicación de libros como El laberinto de la soledad, la manera de leerlo ha cambiado. Las nuevas generaciones deben tener un nuevo criterio al abordarlo, que seguramente dará un panorama distinto al de otras épocas.

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3. Paz fue un autor prolífico, que abarcó una cantidad enorme de géneros literarios, por lo que hay que intentar conocer la mayoría de estos antes de leerlo para brindar una opinión mejor fundamentada. 4. Conocer el contexto político, social y cultural en el que Octavio Paz escribió, sobre todo instruirse de las situaciones que atravesó mientras realizaba algunas de sus mejores obras, o al menos las más destacadas, así como el contexto de sus colegas contemporáneos. 5. Leer acerca de las críticas que recibió, tanto positivas como negativas, como una base inicial, sin tomar partido de ninguna. Es menester recordar que antes de escoger un lado se debe saber justificarlo. 6. Aprender cómo le ha tratado la historia. Muchas veces el paso de los años puede ser benigno con los autores, aunque en otras ocasiones es todo lo contrario. ¿Cuál era su lugar hace años? Y ahora ¿cómo lo muestra? 7. La obra de Octavio Paz no es para nada sedentaria, sino adaptable y constantemente en evolución, igual que él mismo. Para el autor sus escritos y sus actos nunca eran definitivos y eso es uno de los aspectos que más le vuelven fascinante. 8. Conocer sus influencias, su inspiración y a quienes admiraba, por ejemplo Ezra Pound, T. S. Eliot, Baudelaire, etcétera. 9. Relee. Si existe algo que pueda ayudarte a comprender un poco más

de este infatigable defensor de la libertad es volver al acojo de sus letras. Deja que él sea quien te de sus lecciones una y otra vez. 10. Sentarse en un sitio cómodo, con la luz adecuada y el criterio enfocado. Dejar que Paz te lleve de la mano por sus pensamientos, y en lo más hondo de su ser. La mejor consideración de todas es el deber de saber disfrutarlo. www.coffeeandsaturday.com/blog/literatura/2014/02/19/10-consideracionespara-leer-octavio-paz/

Treinta años de la publicación del ensayo Por una democracia sin adjetivos motivaron a que la Cámara de Diputados rindiera un reconocimiento a su autor. Coincidentemente, dos días después, este órgano legislativo aprobó que el año 2014 sea considerado como el de Octavio Paz, con quien Enrique Krauze vivió aventuras culturales y políticas importantes desde los años 60. El ensayo de Krauze planteó de entrada un tema poco reconocido en México: la necesidad de hablar de democracia, ya sin muchos adjetivos, simplemente retomando la idea de Francisco I. Madero. Y era ella la que debería responder al agravio que los sucesivos gobiernos de la Revolución habían creado. Definió así nuestra necesidad histórica: “Las sociedades más diversas y las estructuras más autoritarias descubren, sobre todo en momentos de crisis, que el progreso político es un fin en sí mismo. Confiar en la gente, compartir y redistribuir el poder, es la forma más elevada y natural de desagravio”. La publicación del ideario democrático de Krauze abrió un debate solamente planteado por Octavio Paz y quienes lo acompañaban en la revista Plural. El mismo nombre de esta publicación era un oasis en un mundo bipolar donde el Muro de Berlín parecía tambalearse ante el avance de la democracia. La presencia de Enrique Krauze en el panorama cultural mexicano también significó un cambio en el trato que los medios de comunicación tenían con sus lectores. Ante el discurso vacío, hueco, acartonado y cerrado de las páginas cercanas a las posiciones oficiales, un conjunto de escritores altamente preparados ponían en la opinión

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pública los temas que ella debería escuchar, discutir, vivir. La sociedad que vivía con la tormenta social por los errores económicos y con el agravio de la clase política, escuchaba hablar de la cosa pública sobre la que tendrían que decidir. Mirar el ensayo de Enrique Krauze a 30 años no significa desconocer la importancia que tiene aún. Ahí están todavía las referencias a la izquierda y al partido en el poder en ese entonces. Ese PRI que en marzo cumplirá años, pero ahora instalado en la Presidencia de la República, afirmó su necesidad de reconocer, en los ochenta, las victorias de sus opositores, lo que lo obligaría a “modernizar su sistema de reclutamiento, a definir sus diferencias con la izquierda y la derecha, a recuperar el siglo XIX —la herencia liberal y el sentido original de la Independencia— y, quizá, a encontrar formas imaginativas de renovar para las nuevas generaciones y para sí mismo, la imagen de la Revolución Mexicana”. A la izquierda, Krauze le hizo un gran reconocimiento: “…pocos cuerpos políticos hay en México con la vitalidad e iniciativa de la izquierda. Si los partidos de izquierda evolucionasen hacia formas europeas podrían constituir un motor positivo de reforma”. Y así fue, luego de 2006, ante la disyuntiva entre la radicalidad o la posibilidad de aprovechar el gran voto recibido de los ciudadanos, la izquierda mexicana se debatió y fracturó. La posibilidad para ejercer como

segunda fuerza política responsable en el país y en el Congreso de la Unión se fue diluyendo. Se alcanzaron importantes logros, entre ellos la proyección de la Reforma Política y la Reforma Judicial, que en este año se concluye. Sin embargo, las tendencias radicales promovieron una imagen diferente y fueron construyendo la deificación de un candidato que pudo haberse convertido, como Cuauhtémoc Cárdenas, en un líder moral de la izquierda. Treinta años después, Enrique Krauze estuvo en la Cámara de Diputados ante un auditorio plural que escuchó con atención y tolerancia sus observaciones, sus alertas y su reafirmación para que la democracia continúe como el proyecto de Estado en el que nos encontramos. Tres décadas son pocas para valorar lo que un ensayo promovió entre la sociedad y el sistema político pero, afortunadamente, como lo dijo Paz en su Piedra del sol: “El río…avanza, retrocede, da un rodeo y llega siempre”. Y como lo señaló Krauze en una entrevista: “Nuestro tiempo es una cátedra abierta de historia”. www.excelsior.com.mx/opinion/ruth-zavaleta-salgado/2014/02/28/946164

Con el fallecimiento de Octavio Paz, muere uno de los grandes poetas y ensayistas del siglo XX. Su obra es comparable a la grandeza literaria de Thomas S. Eliot, Paul Valéry, Antonio Machado o Rubén Darío, tanto por la profundidad y luminosidad de su poesía como por la agudeza crítica de su prosa. Sorprende su notable dominio sobre la lengua castellana y el arte del verso: emplea las más diversas métricas, incursiona en los más variados ritmos, sabe utilizar las pausas y silencios con elocuencia y maestría. Pero, sobre todo, el elemento predominante de nuestro Nobel de Literatura —a lo largo de toda su obra crítica y literaria— es la búsqueda poética e ideológica, la innovación continua y el notable esfuerzo por dilucidar sobre las grandes interrogantes de nuestra existencia: el tiempo, el amor, el mundo, la muerte y lo trascendente. Entre los numerosos ensayos y artículos publicados con ocasión de su muerte, leí un interesante artículo de uno de los más destacados discípulos de Paz, el crítico literario Christopher Domínguez Michael, titulado: “Octavio Paz: el demonio socrático”. En este escrito recoge

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unas palabras de su maestro pronunciadas a pocos meses de su muerte, al enterarse del fallecimiento de un viejo amigo, Claude Roy: “Octavio se quitó las gafas y no contuvo algunas lágrimas. Fue la única vez que lo vi llorar. Entonces decidió que había que hablar de la muerte. De su muerte. “Cuando me enteré de la gravedad de mi enfermedad”, dijo, “me di cuenta de que no podía tomar el camino sublime del cristianismo. No creo en la trascendencia. La idea de extinción me tranquilizó. Seré como ese vaso de agua que estoy tomando. Seré materia”. Ante nuestro silencio, el estoico prefirió bromear con su mujer sobre la creencia hinduista de ella en la reencarnación. “Tengo al hereje en casa”, dijo sonriente. Sentí entonces, alegría y dolor, esa grandeza de la sabiduría antigua, que jamás, estoy seguro, volveré a vivir”. Coincido con Christopher Domínguez Michael en llamarle “estoico” por la ecuanimidad con que hablaba de su propia muerte, ya tan cercana. Sin embargo, no considero que Paz fuera un estoicista en el sentido filosófico, porque al estoico no le interesa la metafísica ni la especulación trascendente. En lo personal considero que Paz se encontraba —en ese momento— en un contexto vital sombrío y depresivo debido a su misma enfermedad, porque la obra entera de Paz transpira una apasionada búsqueda de la trascendencia.

“… alguien me deletrea” Hace ya varios años, escribí un ensayo titulado ¿Cómo piensa Octavio Paz?, en el que —entre otras afirmaciones— decía que este autor caía en el desencanto del existencialismo. Sin embargo, después de la publicación de sus obras: Itinerario (1993) y La llama doble (1993), he reenfocado toda su obra con una nueva óptica sobre sus “búsquedas” y —releyendo sus poemas— concluyo ahora que Paz tenía un profundo anhelo metafísico, de llegar a las “últimas causas” de ese “Uno” y sus “otredades”. Específicamente, en La llama doble, Paz afirma que en el amor humano no sólo hay unión de cuerpos sino también unión de almas, de espíritus, siguiendo la más pura tradición escolástica en la que se enmarca la singularidad del individuo. Paz tuvo una importante evolución ideológica y filosófica a lo largo de su vida: primero, recibe la influencia liberal de su padre y la formación católica de su madre; después —en su juventud— se muestra escéptico ante lo trascendente, y se inclina por un agnosticismo del que nunca acabó de salir del todo. En los años treinta, abraza la causa marxista-leninista y viaja a la España republicana para apoyarla —como intelectual— en su Guerra Civil. Con la invasión de la Unión Soviética a Polonia (1939), abandona desilusionado el comunismo, como lo explica en El ogro filantrópico (1979). Posteriormente fue designado embajador de México en la India y se adentró en la cultura oriental. Renuncia como embajador, tras los sucesos de Tlatelolco (1968) y viaja a Estados Unidos. Retorna definitivamente a México en 1971, donde permanece hasta su muerte, y escribe quizá su obra más lúcida y profunda. Ciertamente, Paz nunca se convirtió al catolicismo, pero entre el budismo y la doctrina de Jesucristo, confesó sentirse más cercano a una civilización con hondas raíces cristianas. Miraba con añoranza los días de infancia en que su madre lo llevaba a rezar “a la vieja parroquia de Mixcoac. Le resultaba imborrable el recuerdo en Goa (India) de su reencuentro con la fe cristiana: Un día [...], en el centro de una civilización que no era la mía, entré en la vieja catedral. Celebraba la misa un sacerdote portugués. La escuché con fervor. Lloré. No sé todavía si redescubrí algo [...]. Pero sentí la presencia de eso que han dado en llamar la “otredad”. Mi ser “otro” dentro de una cultura que no era la mía. Mi identidad histórica. [...] El problema esencial del hombre es que, siendo hombre, no es sólo eso. No soy creyente pero dialogo con esa parte de mí mismo que es más que el

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hombre que soy, porque está abierta al infinito [...]. Hay en los hombres una parte abierta hacia el infinito, hacia la “otredad”. Reconoce Paz que el hombre no es el resultado de la ciega casualidad. Considera que la idea del amor ha sido la levadura moral y espiritual de nuestras sociedades. Ante la crisis del hombre en el siglo XX, se debe buscar la resurrección del amor, entre el hombre y la mujer, entre las personas, entre los pueblos. Con la lectura de cuatro versos atribuidos al astrónomo Ptolomeo, vio ¾ como el sabio¾ “el cielo estrellado como una asamblea de almas inmortales” que le sirvieron de inspiración para escribir uno de sus más bellos poemas, Hermandad: Soy hombre: duro poco/ y es enorme la noche./ Pero miro hacia arriba:/ las estrellas me escriben./ Sin entender comprendo:/ también soy escritura/ y en este mismo instante/ alguien me deletrea. Ese “Alguien” es Dios, la “Otredad”. Un Dios que se supone, un Dios espectador, aunque distante y lejano en Paz. Dios es el creador de la “escritura” de todo el universo. La “Otredad” es la Palabra de quien proceden las demás palabras y que forman un texto del todo armónico. Por eso dice en Certeza, otro poema: De una palabra a la otra/ lo que digo se desvanece./ Yo sé que estoy vivo/ entre dos paréntesis. Es decir, la vida del hombre está limitada por la temporalidad ¾ siempre tiene un

principio y un final¾ ; en cambio, la “Otredad” es eterna, inmutable y permanente, que produce asombro, “estupefacción” como dice en El arco y la lira (1956). En estas reflexiones, Octavio Paz llegó a la conclusión de que si el hombre es trascendencia, ir más allá de sí, el poema es el signo más puro de ese continuo trascenderse…. Belleza, eternidad Carlos Llano Cifuentes, en un excelente ensayo, dice que Octavio Paz y Antonio Machado, dejando de lado el pensamiento de la Ilustración, recurren a la filosofía de Aristóteles para acceder al ser a través de la analogía (substancia y accidente, acto y potencia, forma y privación). De esta manera, mediante las diferencias críticas y máximas (“plenitud” y “ausencia”; “quietud” y “devenir”), los extremos del ser y no ser (“todo” o “nada”; “luz” y “oscuridad”; “comunión” y “soledad”) logran unir lo diferente de forma que se mantiene la unidad del ser sin perder ninguna diferencia (“plenitud de presencias y de nombres”), y se mantienen las diferencias sin abolir la unidad (el “verso” y el “anverso” del ser). Carlos Llano señala: “La analogía es el recurso arbitrado por la metafísica para el pensamiento y por la poesía para el lenguaje, a fin de encararse con “lo otro”, a fin de habérselas intelectual y vivencialmente en cada caso respectivo, con la alteridad, o, según dirían Paz y Machado, la “otredad”“ . El mismo Octavio Paz explica cómo por la analogía se accede al “Otro”: Cuando queremos expresarlo no tenemos más remedio que acudir a imágenes y paradojas. Rafael Jiménez Cataño, especialista en la noética de la poesía de Octavio Paz, comenta que el poeta tiene muchos recursos para lograr la flexibilidad de los significados en la palabra poética: “usa al máximo la elasticidad de la lengua”. “Octavio Paz ¾ afirma también Llano Cifuentes¾ en sus análisis poéticos y la filosofía aristotélica en los suyos metafísicos alcanzan intuiciones casi idénticas, aunque parezca constar su desconexión histórica: dos corrientes de pensamiento pueden y deben coincidir en la verdad de las cosas o de los procesos”. Octavio Paz no llega nunca a la concepción de un Dios personal, del Dios Vivo que se da a Sí mismo el Ser. Su término “Otredad” resulta pobre y equívoco porque el Creador no se puede comparar con sus criaturas sino de un modo análogo. Cuando se dice “el otro”, sólo se puede aplicar —en estricto sentido— a las personas, a los seres humanos. Usar, pues, el término “Otredad” para referirse a Dios en

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relación con los hombres y de éstos entre sí, es limitarlo, es no entender su diferencia abismal con respecto a nosotros ni su infinita grandeza ontológica; es, en una palabra, cosificarlo, con el peligro de deslizarse —por la confusión terminológica— en un cierto panteísmo. Sin ese Dios personal, el poeta opta por la alternativa de la estética ante sus planteamientos metafísicos. Paz vislumbra la eternidad a través de la belleza. Su arte tiene el poder de detener el tiempo, de suspender su fugacidad y de inmortalizar el momento presente: es el instante de la delectación; de allí su búsqueda permanente de la belleza en la mujer, en la naturaleza, en la literatura, en la pintura, etcétera. Ese goce — dice— lo coloca en un estado de éxtasis, de plenitud al que llama “pequeña ración de eternidad”, Abundan en sus poemas —por ello— palabras como “reflejos”, “luz”, “centelleos”, “espejos”, “parpadeos”. Al mirar una pintura de Monet (Los chopos, 1891) escribe: “Tránsitos: parpadeos del instante./ [...] Latir de claridades últimas:/ quince minutos sitiados/ que ve Claudio Monet desde una barca./ [...] visos, reflejos, reverberaciones, centellear de formas y presencias,/ niebla de imágenes, eclipses,/ esto que veo somos: espejeos”. (“Cuatro chopos”). “Anhelo y sorpresa —comenta Margarita Murillo González— deseo y esperanza, ansia y desilusión

permean ‘Cuatro chopos’. Todo en el hombre es un intento, un impulso hacia el hallazgo de lo oculto, lo desconocido, lo fugitivo”. Esos “parpadeos” del instante los proyecta Paz, poéticamente, en la imagen del pájaro y más concretamente en la del colibrí: esa pequeña ave que se enseñorea sobre la naturaleza y liba el néctar de las flores; que se pasea vertiginosamente sobre el jardín —con rapidez y soltura—, dando la impresión de que es poco corpórea y casi etérea: Quieto/ no en la rama/ en el aire/ No en el aire/ en el instante/ el colibrí (“La exclamación”). Los espejos multiplican esas “pequeñas raciones de eternidad” como las miradas en los espejos de los que mutuamente se aman: Amar es perderse en el tiempo,/ ser espejo entre espejos. (“Nocturno de San Ildefonso”). El poeta busca afanosamente —como el colibrí— las delicias del jardín escondido y siente —por breves instantes— el palpitar de la eternidad. Son los espejos del colibrí. http://istmo.mx/1998/07/octavio_paz_vuelo_de_infinito/

A más de once años del fallecimiento del poeta Octavio Paz —Premio Nobel de Literatura 1990— me ha parecido interesante publicar la segunda edición de mi libro ¿Qué sabes sobre Octavio Paz?. Me han movido fundamentalmente dos razones: a) revalorar su obra literaria, cuya calidad indiscutiblemente se agiganta con el paso del tiempo; b) revelar a los lectores una faceta desconocida en este escritor: su apasionada búsqueda de Dios. Más de alguno se preguntará, no sin cierta sorpresa: ¿pero Octavio Paz no fue un ateo o agnóstico? Por increíble que parezca, nuestro Premio Nobel siguió un largo y tortuoso itinerario ideológico. Desde su infancia, recibió formación católica. Al llegar la juventud entró en una crisis religiosa y simpatizó con el marxismo-leninismo, al punto que —durante la Guerra Civil Española— decidió ir al país ibero para apoyar la causa republicana. Pero, en septiembre de 1939, al inicio de la Segunda Guerra Mundial, cuando la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas ( URSS) y Alemania decidieron repartirse como botín de guerra el territorio polaco, Paz se convenció que José Stalin era tan dictador como Adolfo

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Hitler y que todo ese discurso del dirigente ruso de trabajar “por el bien de la causa del proletariado y de la lucha obrera” no era más que demagogia. Sus reflexiones se recogen en un espléndido libro titulado El ogro filantrópico, que constituye una dura crítica al sistema comunista y demuestra cómo históricamente ha engañado a millones de sus seguidores. De este modo, el ilustre poeta mexicano inició un prolongado “camino de búsquedas”, como solía decir. En su libro Itinerario —de carácter autobiográfico— manifiesta que no le agradaba que le llamaran “ateo” ni “agnóstico” porque él se consideraba un hombre abierto a lo Trascendente, “a la Otredad”, en frase típica suya. Pero antes incursiona en muchas corrientes artísticas e ideológicas, como: el surrealismo de André Breton, el dadaísmo de Marcel Duchamp, el simbolismo, el cubismo, el creacionismo, el ultraísmo, el experimentalismo… Le impresiona la fe impetuosa del poeta Rilke y la fuerza lírica por el Ser Absoluto del poeta Hölderlin. Confiesa que en el amor humano ha encontrado muchas satisfacciones pero atisba que existe algo que va más allá y está por encima de esa unión afectuosa del hombre y la mujer porque el amor de Dios proporciona una plenitud superior, que nos reclama desde lo más profundo desde nuestra interioridad.

Lo describe magistralmente en su obra La Llama Doble y concluye que el amor proporciona al ser humano un sentido de trascendencia, a la vez que reconcilia a los hombres y a las sociedades. También en sus experiencias estéticas, por ejemplo, frente a una obra pictórica, un escrito literario, una bella escultura, etc. descubre lo que él llama “instantes de eternidad”, como chispazos de gozo y plenitud de un momento pero que intuye que proceden de un Ser que es toda Belleza. En los años sesenta, fue designado embajador de México en la India. En este país oriental conoció de cerca la religión Budista. Hizo un notable esfuerzo por adentrarse a ella, por entrar en comunión con esa creencia, pero relata que en ella no descubrió sino “una especial vacuidad”, la nada, un vacío que le daba vértigo… Tiempo después comentaba: “Descubrí que de oriente me separa algo más hondo que el cristianismo: no creo en la reencarnación. Creo que aquí nos la jugamos del todo, no hay otras vidas”. En su libro El arco y la lira, este escritor define a Dios como “lo Otro”: “Es algo que no es como nosotros […] Es un rostro al que afluyen todas las profundidades, una presencia que muestra el verso y el anverso del ser”. A “lo Otro” le llama “la otra orilla”, le produce asombro y siente atracción por Él. También considera que los hombres en todas las épocas y culturas se han hecho este triple cuestionamiento: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? , y que se requiere valentía y determinación para descubrir el verdadero sentido de la existencia humana. En una célebre entrevista que le hizo el político y periodista, Carlos Castillo Peraza, el Nobel de Literatura le confía que en la India tuvo un nuevo acercamiento hacia el cristianismo. Dice que entró en una iglesia católica y un sacerdote estaba celebrando Misa. Con sencillez reconoce: “La escuché con fervor. Lloré. [...] Sentí la presencia de eso que han dado en llamar la “Otredad”. Mi ser ‘otro’ dentro de una cultura que no era la mía. Mi identidad histórica”. Y concluía: “Dialogo con esa parte de mí mismo que es más que el hombre que soy porque está abierta al infinito [...] Hay en los hombres una parte abierta hacia el infinito, hacia la “Otredad”. El poeta parece dar un paso más, cuando afirma: “Debe haber otras formas de ser y quizá morir sea sólo un tránsito”. El hombre, añade, no es resultado de la ciega casualidad. Considera que el hombre de nuestro tiempo ha caído en una crisis espiritual por

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haberse dejado llevar por el relativismo, el agnosticismo y el materialismo hedonista. “Paz no soslaya, pues, -comenta Rafael Jiménez Cataño, especialista en este poeta- la parte escatológica de la otra vida. Pienso que podemos decir con cierta confianza que el ansia de felicidad es también ansia de inmortalidad. Queremos ser felices para siempre”. Es reveladora esta declaración en el ocaso de su vida: “Voy a cumplir ochenta años [...] A esta hora Don Quijote se resigna a ser Alonso Quijano y se dispone a poner en orden su alma”. En el discurso pronunciado durante la entrega del Premio Nobel, afirmó: “En la Eternidad no sucede nada porque todo es. Triunfo del ser sobre el devenir”. En uno de sus últimos y más bellos poemas, titulado “Hermandad” escribió: “Soy hombre: duro poco/ y es enorme la noche. / Pero miro hacia arriba: / las estrellas me escriben. / Sin entender comprendo: / también soy escritura / y en ese mismo instante / alguien me deletrea”. Finalmente, comprendía Paz que pertenecía a un Dios Creador, más cercano a él de lo que imaginaba y que buscaba comunicarse íntimamente con el poeta. El Nobel externaba un hondo gozo, como quien descubre un tesoro largamente buscado, su finalidad última, con el cristalino verso: “alguien me deletrea”.

El escritor J.M. Cohen afirma que: “La búsqueda de Paz es en esencia religiosa”. De este modo, frente a la finitud humana que son sólo “llamaradas” o “río de aguas pasajeras” (en imágenes que utiliza mucho en su poesía), todo ese recorrido existencial desemboca felizmente en el Mar Inmenso, reducto de la Paz Eterna. En su libro Libertad bajo palabra escribe: “Más allá de nosotros/ en las fronteras del ser y el estar, / una vida más vida nos reclama”. Después de una apasionada búsqueda, como en círculos concéntricos, descubre a un Dios que no tiene principio ni final y es fuente de felicidad última. Sin duda, un aspecto poco conocido en la vida de nuestro Nobel de Literatura. 1

Cfr. Raúl, Espinoza Aguilera, ¿Qué sabes sobre Octavio Paz? México, Minos Tercer Milenio, 2009. http://comunicadorescatolicos.org.mx/artculos-mainmenu-51/17-cultura/214la-bsqueda-de-dios-una-faceta-desconocida-de-octavio-paz

Octavio Paz (Ciudad de México, 1914-1998) es, como le ha definido acertadamente el novelista Juan Villoro, una “figura oceánica” que encarnó la conciencia crítica del siglo XX. Un intelectual que encontró en la poesía —Luna silvestre (1933) fue su primer libro— el modo preciso de indagar sobre quiénes somos y adónde vamos. Con sus incontables ensayos de filosofía histórica y crítica literaria desarrolló el deber del sabio con su tiempo: supo, como pocos escritores, reflexionar sobre el sentido de vivir y la dignidad del hombre contemporáneo. Octavio Paz fue, ante todo, un poeta —premio Nobel de Literatura en 1990— que en sus versos luminosos, profundos e innovadores abría las vetas que, más tarde, eran objeto de esos ensayos en los que reflexionaba con

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escepticismo acerca de los grandes interrogantes de nuestra existencia: el tiempo, el amor, la soledad, la muerte y lo trascendente. Ante el centenario de su nacimiento, que se cumple el 31 de marzo, no solo hay que analizar la dimensión inabarcable de su obra, releer poemarios tan elocuentes como Libertad bajo palabra (1949) o rememorar la biografía del hombre que supo hacer frente a los totalitarismos del siglo XX. También es obligatorio explorar la conciencia trascendente de un hombre que protagonizó una apasionada búsqueda de Dios. “La búsqueda de Paz es en esencia religiosa”, ha escrito J. M. Cohen. Así es. Tuvo, es cierto, una convulsa relación con el catolicismo, como describen las palabras del poeta Juan Malpartida, pero instaladas en un terreno común no del todo exacto: “Aunque dejó muy pronto de proclamarse creyente, fue siempre, ya que no religioso, sí espiritual. Una espiritualidad ajena a la teología. Las diversas teologías le interesaron como expresiones del mundo de las ideas y de las formas: también de los sentimientos ante el más allá. Le dieron que pensar, pero de creer”. Octavio Paz nunca fue ajeno a la teología, a lo trascendente, ni siquiera a lo católico. Nunca dejó de creer. Hay numerosos testimonios que lo demuestran. www.vidanueva.es/2014/02/07/octaviopaz-y-su-apasionada-busqueda-de-dioscentenario-del-nacimiento/

ensayos

I El 31 de marzo de este año Octavio Paz habría cumplido un siglo de vida. Un poeta laureado con el Premio Nobel que también escribió sobre historia y desafió por igual a estados y gobiernos. Un intelectual entregado a la causa de la libertad y, en particular, la libertad de pensar y crear. Un hombre que cantó al amor, al tiempo que analizó la soledad: la del mundo actual y también la suya propia. Pero en realidad es imposible resumir la carrera de Octavio Paz. Sus Obras completas abarcarán más de catorce tomos, cada uno de los cuales, en promedio, consta de quinientas páginas, con temas que van de la poética y la teoría literaria a la antropología y la crítica de las artes plásticas. Igualmente difícil sería encontrar una vida paralela a la suya. Como Reyes, su paisano, o Borges, su contemporáneo, fue un humanista, un poeta y un ensayista de amplios alcances. Pero el repertorio de la obra de Paz excede los límites de Reyes y Borges, quienes no incursionaron ni en la crítica de las artes visuales ni en debates sobre política e historia. Valéry y Eliot, por tomar dos casos más o menos semejantes de medio siglo, fueron sobre todo poetas y ensayistas, pero escribieron relativamente poca crítica de la cultura. Tanto Unamuno como Ortega y Gasset, dos ejemplos preclaros del dominio hispánico, produjeron obras en grandes cantidades, que toman sus temas de una amplia gama de la filosofía. Pero ni uno ni otro mostraron una sensibilidad semejante hacia las artes visuales, la cual perdura como una de las mayores contribuciones de Paz. Ninguno de los dos españoles tampoco reflexionó sobre el Oriente, nuestro gran Otro, a la manera creativa y perseverante de Paz; como tampoco lo hizo, por cierto, Neruda, el único poeta latinoamericano de importancia al que Paz se puede comparar, quien pasó temporadas en Oriente, aunque a disgusto. Pocos han sostenido el poder convocatorio, en el preciso sentido de “llamar a su lado2, comparable al de Octavio Paz. Fundó, a lo largo de su vida, por lo menos seis revistas. En ellas escribió sobre todos a quienes consideró dignos de promoción, realzando así las carreras no sólo de poetas y escritores, sino también de pintores, críticos

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literarios, filósofos y personajes de la cultura. Su influencia va más allá del mundo hispánico, y llega hasta casi todos los países de Europa y algunos de Asia. Esa influencia se debe, en gran medida, a la variedad de temas presentes en su obra, rasgo inusual que permite a todo lector identificarse con la voz que escribe. El vocero mundial de la hoy tan cacareada “cultura global” fue, precisamente, Octavio Paz. En su obra convergen culturas, tiempos, espacios, idiomas y tradiciones. Dijo Borges alguna vez sobre Quevedo, el mayor poeta de España, que había escrito tanto que, más que un escritor, era una literatura. No menos puede decirse de Octavio Paz.

de este escritor mexicano se distinguió sobre todo por privilegiar a la poesía. No exagero al decir que toda su obra constituye una extensa y poderosa defensa de la poesía. Contadas veces a lo largo de la historia intelectual de Occidente, y sólo una o dos en lengua española, un escritor ha concedido a la poesía semejante importancia, rebasando así los estrechos límites de lo que llamamos las Bellas Artes. Llegó a hacer de la poesía el cimiento de la cultura, y defendió su prioridad en relación con otros discursos o modos de conocimiento, incluso del instinto religioso. Porque según Paz, la experiencia de la Poesía, que para él era la experiencia de la otredad, la extrañeza del ser, es anterior a la experiencia de lo Sagrado. Esto implicó, para Paz y para todos nosotros, que la antigua disputa entre filosofía y poesía en Occidente quedara a un lado. Dice Paz:

II Cómo fue que Octavio Paz se convirtió en esta clase de escritor puede explicarse, en parte, por sus circunstancias históricas. Estuvo presente, como se sabe, en los principales acontecimientos de este siglo: de la Revolución mexicana, en medio de la cual nació, a la Guerra Civil española, en la que participó. Del París y el Tokio de la posguerra, donde vivió como diplomático, a los hechos sangrientos de 1968, tras los cuales renunció a su cargo de embajador, en señal de protesta; de la Guerra Fría a la caída del Muro de Berlín, asuntos sobre los cuales escribió en cantidad. Pero a pesar de haber presenciado todos estos eventos históricos y políticos, la obra

III La tensión que sostiene la totalidad de la obra de Paz asombra a cualquiera que se acerca a ella. A falta de una descripción más precisa, es posible decir que esta tensión se establece entre pureza estética y contaminación social. El propio Paz solía contar una anécdota que la ilustra. Comiendo un día a finales de la década de los treinta con los poetas del grupo Contemporáneos —Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, José Gorostiza, Carlos Pellicer, Jorge Cuesta, Jaime Torres Bodet—, éstos apuntaron la perturbador contradicción que atravesaba su joven obra. Su poesía, heredera de la tradición simbolista, trataba los temas acostumbrados en un lenguaje tradicional: naturaleza, deseo, el yo. Pero sus opiniones políticas, cerca de marxistas y anarquistas, favorecían, en términos por demás estridentes, una revolución social. Tal vez a resultas de esa reunión con sus mentores, Paz escribió poemas políticos, de los cuales unos pocos, como la oda a la segunda República española, “¡No pasarán!”, llegó a incluir, como excepción, en sus Obras completas. Pero a lo largo de su vida, Paz siguió siendo una especie de figura de Jano en lo que toca a la relación entre Poesía e Historia. Tal vez sea esta característica la consecuencia menos conocida de los lazos entre Paz y el Surrealismo. Porque en la

La poesía, como la filosofía […] es una actividad anfibia […] que participa en las aguas movientes de la historia y de la limpidez del movimiento filosófico, pero que no es ni historia ni filosofía. La poesía siempre es concreta, es singular, nunca es abstracta, nunca es general.

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opinión de los surrealistas, la revolución de la sociedad no debía confundirse con la del poema ni, para el caso, con la del espíritu. Edward Hirsch, el distinguido poeta estadounidense y autor de un conmovedor ensayo en homenaje a Paz, ha escrito sobre esta partición: Paz tenía un agudo sentido de las responsabilidades cívicas del poeta. Participó en la lidia política con energía como enviado diplomático, como fundador de numerosas revistas, como polémico pensador crítico. La reputación erudita de

indiferencia hacia ella con el fin de aislar a la imaginación de la barbarie cotidiana a través de la impersonalidad poética. Otros, como Pound, Neruda o Brecht, se fueron al otro extremo al reclamar del lenguaje poético una retórica civil y del poeta un compromiso político. Así fue que Paz, aun de joven, se llegó a separar de sus primeros dos modelos, inmediatos y opuestos: Xavier Villaurrutia y Pablo Neruda. El primero, poeta introspectivo de la muerte y el idioma; el otro, bardo apasionado del amor corporal y el “compromiso”. Se acercó, en cambio, a otros cuyo uso del idioma cotidiano le era más afín: Machado, Cernuda y Frost, a quienes llegó a conocer personalmente. Como Machado y Frost, Paz emprendió la tarea de acercar el lenguaje a la experiencia humana sin ser traicionado ni por la imaginación abstracta ni por el sectarismo político. En 1979, años después de haber rebasado estos modelos, resumió todo ese peligroso funambulismo en una poderosa declaración:

Paz, sus libros sobre historia y política contemporáneas,

Entre la persona más o menos real y la figura del poeta las relaciones

amenazaron hacer sombra sobre su

son a un tiempo íntimas y circunspectas. Si la ficción del poeta

obra poética, a pesar de que todo lo

devora a la persona real, lo que queda es un personaje: la máscara

que escribió nació de su entrega a la

devora al rostro. Si la persona real se sobrepone al poeta, la máscara

poesía.

se evapora y con ella el poema mismo, que deja de ser una obra para convertirse en un documento. Esto es lo que ha ocurrido con gran

Paz defendió esta partición, esta doble actitud hacia Poesía e Historia, a veces contra sus críticos. Interesado por las dos, no por ello dejaba de sentir que cada una tenía sus propios géneros literarios, sus manifestaciones y hasta sus ocasiones. Reaccionaba, de esta manera, contra la historia más reciente de la poesía moderna, cuya posición frente a las convulsiones políticas del siglo había extremado las opciones poéticas. Poetas como Yeats, Valéry, Juan Ramón, Rilke o Eliot habían continuado la tradición por igual de románticos y simbolistas: lejanía de la sociedad e

parte de la poesía moderna.

Al escoger esta poética de la “cuerda floja”, como aquel que dice, donde la poesía no es confesión ni documento, y al reconocer la naturaleza precaria de todo lenguaje poético, Paz se percató, hacia fines de los años cuarenta, de que debía dirigir su fáustica curiosidad hacia dos actividades paralelas: la poesía y el ensayo. A veces, es cierto, no pudo separarlos. Contra todos los imperativos racionales y geométricos, terminó juntándolos. Así, muchas veces cuando transitamos por la poesía de Paz —de las reflexiones introspectivas de Libertad bajo palabra a la pasión desesperada de La estación violenta, de las meditaciones orientales de Ladera este a la conciencia histórica de Vuelta y Árbol adentro — encontramos una creciente incorporación de especulaciones filosóficas y comentarios históricos, como si la percepción poética debiera sostenerse cada vez más sobre un razonamiento metódico. Lo contrario, es decir, la incorporación del procedimiento poético a la prosa, tal vez sea menos frecuente. Y

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sin embargo, tras su definitivo regreso a México, a principios de los años setenta, empieza a producirse una paulatina fusión de sus personalidades poética y política. IV Tal vez lo más crucial sea que, bien escribiendo prosa o verso, bien sobre sí mismo o sobre historia, la experiencia que Octavio Paz invocaba sin falta era la poesía: atalaya desde la cual todo debate contemporáneo sobre cultura y sociedad podía ser atendido y juzgado. Para Paz, Poesía no era meramente la actividad de escribir versos, sino una manera, a la vez escurridiza e implacable, de acercarse a la condición humana. Fue el discurso poético el que le otorgó una autoridad moral fuera del tiempo, trascendiendo así a la historia misma. No es otro el argumento de El arco y la lira (1956), piedra angular de su poética, y algunas de cuyas líneas principales ya estaban presentes durante los años treinta y cuarenta. Para Paz, la Poesía es el núcleo alrededor del cual gira toda la cultura humana. También era, por tanto, el centro privilegiado desde el cual podía interpretarla. Al recibir el Premio Alexis de Tocqueville, en 1989, Paz dijo:

Quise ser poeta y nada más. En mis libros de prosa me propuse servir a la poesía, justificarla y

defenderla, explicarla ante los otros y ante mí mismo. Pronto descubrí que la defensa de la poesía, menospreciada en nuestro siglo, era inseparable de la defensa de la libertad. De ahí mi interés apasionado por los asuntos políticos y sociales que han agitado a nuestro tiempo.

Uno de los peores malentendidos que persiguieron a Octavio Paz a lo largo de su vida, y podría decirse que aún después de su muerte, es que ese descubrimiento y construcción de la poesía como plataforma para juzgar hechos históricos fue interpretado como un intento por parte de Paz de erigirse en autoridad divina: especie de oráculo a la mexicana. Importa comprender que Paz siempre habló de la defensa de la Poesía, no del poeta. A diferencia de Shelley, quien alegaba que los poetas eran “irreconocidos legisladores de la humanidad”, pensaba que había otra ley: la Poesía. ¿Pero entonces cómo distinguir, al decir de Yeats, the dancer from the dance? ¿Es acaso posible separar las opiniones personales e interesadas del poeta de los requisitos impersonales de la moral poética? Contestó con sencillez. La legitimidad de toda ciudadanía poética se encuentra no tanto en la dicción personal del poeta como en la capacidad que demuestre para incluir a los otros en su discurso. Esto es, la fascinante habilidad que posee el poeta para incluir a quienes se encuentran más allá de su propia experiencia personal incluso cuando —como el loco, o como el niño— hable consigo mismo. A esta sencilla verdad le siguen otros corolarios. Más allá del poeta, está el poema; más allá del poema, está la Poesía; más allá de la Poesía, está el lenguaje; y más allá del lenguaje, están la Naturaleza y, por supuesto, el tiempo. Así como la Poesía habla a través del poema, es el lenguaje el que habla a través de la poesía y, por tanto, a través de cada uno de nosotros. Poesía y lenguaje fueron para él, en última instancia, dos horizontes ontológicos que, junto al tiempo, circunscriben la experiencia humana y ponen en claro los límites del sujeto. No es la persona quien construye el lenguaje; es el lenguaje quien construye a la persona. Y lo mismo vale para la Poesía, el poema y el poeta. Es la Poesía la que habla a través de todos ellos V Resulta consecuente identificar en esta declaración una polémica entre Paz y la mayor presencia filosófica de nuestro siglo: Martin Heidegger. En efecto, Heidegger pensaba que el último horizonte

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ontológico era el tiempo. Así, Heidegger privilegió el lenguaje, y en especial el lenguaje poético tal como lo maneja el poeta lírico —cuyo prototipo, a sus ojos, era Hölderlin—, porque la poesía revelaba el Ser, con lo cual el poeta pasaba a convertirse en lo que Heidegger llamó “el pastor del Ser”: Hirt des Seins. Paz pone distancia de por medio con respecto a Heidegger para acercarse a Wittgenstein, la otra gran presencia filosófica de nuestro siglo, para declarar que el poeta es el siervo, no el pastor de la Poesía, y que la meta de la Poesía no es Lenguaje, o ni siquiera el Ser, sino el silencio. Poco antes de fallecer, escribía: El escritor dice literalmente lo indecible, lo no dicho, lo que nadie puede o quiere decir. Por tanto, todas las grandes obras literarias son cables de alta tensión, pero no eléctricos sino morales, estéticos y críticos.

Durante su estancia en la India había escrito, a su vez: No es poeta aquel que no haya sentido la tentación de destruir el lenguaje o de crear otro, aquel que no haya experimentado la fascinación de la no-significación y la no menos aterradora de la significación indecible.

Los críticos concuerdan, y con razón, en vincular estas ideas con el contacto que tuvo Paz con el pensamiento oriental, y en especial el budismo y su notoria abolición del sujeto. Pienso, sin embargo, que a pesar de la evidente importancia que el budismo y el pensamiento oriental tuvieron en Paz, él mismo preferiría que viéramos la experiencia poética no a la luz de una experiencia filosófica o religiosa dada sino como la condición suficiente de cualquier experiencia subjetiva. Me atrevo a sugerir, sin embargo, que a Paz sólo le interesaba Buda en tanto su silencio pudiera convertirse en meta del conocimiento y, por tanto, pudiera servirnos de modelo para comprender el fenómeno poético. VI Igualmente grave fue el malentendido con que fueron recibidas las posiciones políticas de Paz, en especial tras su regreso definitivo a México en 1971. Resulta a todas luces irónico que después de ese regreso haya habido temporadas en que Paz llegara a ser más conocido en México por sus opiniones políticas que por su poesía, mientras que en el resto del mundo (y en especial en Francia y Estados Unidos) la situación era diametralmente opuesta. Es precisamente durante estos años que Paz renuncia a su cargo de embajador en la India, en repudio del sistema de gobierno unipartidista mexicano; cuando también propone la llamada “crítica de la pirámide” contra las izquierdas mexicana y latinoamericana, muchas veces a través de sus revistas Plural y Vuelta. En su propia tierra, sus enemigos, cuya inmensa mayoría proviene de la clase privilegiada del partido oficialista, lo tildaron o bien de reaccionario y anticomunista rabioso, o bien de haber abandonado sus orígenes revolucionarios para abrazar las conspiraciones neoliberales del propio PRI y del imperialismo estadounidense. Es bien sabido que cuando Paz se atrevió a criticar públicamente las tendencias violentas del sandinismo en 1984, una turba organizada quemó al poeta en efigie frente a la embajada norteamericana. Poco después, la Unión Soviética se desplomaba con el resto del bloque socialista, bajo el peso de su autoritarismo e incompetencia. Paz recibió el Premio Nobel en 1990 y luego fue recibido triunfalmente en México, con todo y mariachis y botellas de tequila. Pero a pesar de esta victoria, sin importar que el sistema político mexicano en parte deba su reciente apertura gracias a sus fuertes y oportunas críticas, sin importar ni siquiera su propia desaparición, nadie en México ha tenido la delicadeza, sensibilidad o

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cordura de retractarse públicamente para tratar de limpiar este bochornoso incidente. Incluso en Estados Unidos, donde se le aclama como poeta y pensador, se pasan por alto la gran mayoría de sus ensayos históricos y políticos, y su pensamiento se ve con desdén en ciertos círculos, en especial entre académicos estadounidenses de dudosa filiación ideológica. En algunas universidades del Oeste, por ejemplo, el nombre de Paz es anatema, debido en parte al absurdo resentimiento de un puñado de influyentes profesores méxicoamericanos que se niegan a leer sus obras y a veces hasta llegan a prohibir su lectura a estudiantes. En cambio, en los tiempos turbulentos que corrieron a partir de los años setenta, lo que Paz celebró fue la causa de la libertad, y no precisamente la derrota de la izquierda o el desplome del comunismo. Poco antes de recibir el Premio Nobel escribió: La libertad es la dimensión histórica del hombre, porque es una experiencia en la que aparece siempre el otro. Al decir sí o no, me descubro a mí mismo y, al descubrirme, descubro a los otros. Sin ellos, yo no soy. Pero ese descubrimiento también es una invención: al verme a mí mismo, veo a los otros, mis semejantes: al verlos a ellos, me veo. Ejercicio de

la imaginación activa, la libertad es una perpetua invención.

VII Sí: la poesía tiene derechos. Tiene el poder que proviene de un poder superior: la marginalidad a la que la modernidad ha relegado el discurso poético, incapaz de producir nada de valor, salvo tal vez las preguntas que la poesía siempre plantea. A saber: ¿Quién soy yo? ¿Por qué estoy aquí? ¿A quién amo? O ¿quién me ama a mí? La poesía tiene el derecho de inventarme mientras la escribo, tanto como yo invento al otro mientras el otro me inventa a mí. Así pues, la poesía no es sólo un derecho sino un ritual o ceremonia que comienza en el mutuo reconocimiento y termina en la experiencia que llamamos amor. Uno de los grandes poemas de su última época dice: Memoria: cicatriz: —¿de donde fuimos arrancados?, cicatriz memoria: sed de presencia, querencia de la mitad perdida. El Uno es el prisionero de sí mismo, es, solamente es, no tiene memoria, no tiene cicatriz: amar es dos, siempre dos, abrazo y pelea, dos es querer ser uno mismo y ser el otro, la otra; dos no reposa, no está completo nunca, gira en torno a su sombra, busca lo que perdimos al nacer; la cicatriz se abre: fuente de visiones; dos: arco sobre el vacío, puente de vértigos; dos: Espejo de las mutaciones.1

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La poesía tiene el derecho a nombrar la libertad en nombre del lenguaje, y a nombrarse a sí misma en nombre de la libertad. Tiene también el derecho a cuestionar el lenguaje, y tiene el derecho a cuestionarse a sí misma, e incluso a destruirse a sí misma junto al lenguaje en nombre de la vida y del amor. Coda Vi a Octavio Paz por última vez en vida el primero de abril de 1998. Había ido a llevarles flores a él y a su esposa Marie-José a la Casa de Alvarado, en Coyoacán, mansión colonial que fue su último hogar y hoy es sede de la fundación que lleva su nombre. El día anterior había viajado a México para presenciar un homenaje especial con motivo de su octogésimo cuarto cumpleaños. Esa noche me entristeció que se sintiera demasiado débil para asistir, y que ninguno de los amigos ahí reunidos lo pudiese llegar a ver. Había ido a Coyoacán con la esperanza de verlo, y tal vez de despedirme antes de regresar a Washington. Era un día soleado, con aire de primavera. En cuanto llegué, MarieJosé me informó que su esposo se sentía mal y que, por desgracia, no podía recibirme. Pensé: Abril es el mes más cruel. Maté el tiempo conversando con mis amigos Guillermo Sheridan, director de la Fundación, y Eliot Weinberger, el traductor norteamericano de su

poesía, cuando de pronto volvió a aparecer Marie-José anunciando que su esposo había despertado y quería que lo llevaran al patio, donde brillaba el sol y una fuente cantaba. Vimos a Marie-José empujar la silla de ruedas. El poeta vestía un suéter grueso y una manta cubría sus piernas. A pesar de su aspecto débil y estragado, me llenó de emoción volver a verlo. Recuerdo haber saltado y estrechado sus manos. Perdido en el silencio, miró las mías y alzó un rostro radiante, todo dientes y ojos azules, rostro inocente que, sin embargo, permaneció callado. “Es sonrisa de amigo”, dijo su esposa, como traduciendo la cortesía. Pero tanto él como yo sabíamos que no quedaba nada que decir, salvo tal vez lo indecible, que ni uno ni otro dijimos, porque en realidad ya lo sabíamos. Mis amigos llegaron a recogerme. Musité torpes despedidas, y como de costumbre, a Octavio le di un abrazo. Al tiempo que cruzaba la puerta de esa casa colonial, con su fuente cantarina, no pude evitar una última mirada hacia atrás y pensar que ésa era seguramente la última vez que le vería. No me abandona la tristeza que sentí en ese momento. Sí sé, en cambio, que esa sonrisa, esa mirada, ramo azul, y, sobre todo, ese magnífico silencio suyo nos protegerán y sostendrán, a sus lectores y sus amigos, durante el próximo milenio. Tal vez más l Traducción del inglés de Mauricio Sanders y el autor 1

Obra poética (1935-1988). Barcelona, Seix Barral, 1990, pp. 758-759. www.luvina.com.mx/AJUSTES/descargas/portada/74/Luvina74.pdf

Es curioso que el libro de poemas en prosa ¿Águila o sol? (1951) de Octavio Paz haya tenido que esperar cincuenta y dos años —cifra del ciclo solar azteca— para ser publicado en forma singular, vertido al italiano por el poeta Stefanno Strazzabosco en una traducción limpia y compacta como una piedra lavada por el río del tiempo. ¿Águila o sol? ocupa un lugar clave en la biografía literaria de Octavio Paz. Este libro llegó a las manos de Alfonso Reyes a través de Rufino Tamayo, quien desde Nueva York lo envió por correo a México. En la carta que le manda Octavio Paz a Alfonso Reyes —recogida en el epistolario preparado por Anthony Stanton para el Fondo de Cultura

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Económica— se lee: “le envío el manuscrito de ¿Águila o sol? Como usted verá al leerlo, se trata de un “volado” en el que se apuestan muchas cosas. Ojalá que usted no lo encuentre indigno de mis manuscritos anteriores. Ojalá también que Tezontle pueda publicar este librillo. Si se tropieza con dificultades económicas, le ruego que me lo diga. Acaso por un sistema de “suscripciones” o a través de otros artificios puedan obviarse los obstáculos financieros. Me doy cuenta perfectamente de que se trata de un libro de venta difícil”.1 El libro iría acompañado de cuatro ilustraciones de Tamayo. La respuesta de Alfonso Reyes —23 de febrero de 1951— no se hizo esperar ni su entusiasmo dejó de tocar las inevitables cuestiones prácticas: “Con su carta de enero me llegó ¿Águila o sol? Muy bienvenida. Ya procedemos a “Tezontlear”, y ya le diré qué arreglo económico le propongo, pues en esta casa de la Cenicienta andamos como de costumbre”. El libro finalmente se publicaría hacia fines de ese año, “sería un “Tezontle chico”“ que vendría a costar unos dos mil pesos, de los cuales Octavio Paz abonaría mil. La edición venía cuidada por Alí Chumacero y el tipógrafo malagueño Julián Calvo. Publicado en 1951, ¿Águila o sol? es una de las encrucijadas que orientan hacia su plenitud la obra de Octavio Paz. El breve libro está escrito en medio de esos años

milagrosos, entre 1949 y 1950, en que se suceden y agolpan bajo la pluma de Octavio Paz El laberinto de la soledad (1949), los primeros papeles de El arco y la lira y el primer ensayo sobre Rufino Tamayo, para culminar en 1957 con Piedra de sol y La estación violenta. Son años de intensa búsqueda y exploración fecunda. Cabe decir que de los cincuenta poemas que incluye la primera edición de 1951, aquí sólo se traducen los veintitrés que pertenecen a la sección titulada “¿Águila o sol?” y se excluyen las secciones “Trabajos del poeta” y “Arenas movedizas”. Antes de ser título de un libro de poemas en prosa, “¿Águila o sol?” es una pregunta que los niños y adultos se lanzan en México con expresión retadora cuando dejan una decisión a la suerte resuelta por una moneda lanzada al aire, por un volado. ¿Águila o sol? es la pregunta ritual del volado a cuyo alburero resultado todos los mexicanos nos rendimos. Por eso el libro de Octavio Paz que trae este nombre tiene algo de premonición, de apuesta, reto y desafío. “Se trata de un volado”, como dice el mismo Octavio Paz a Reyes, es decir, para rascar los sentidos de la voz mexicana: de un juego y de una jugada fuera de la norma. Recuérdese que ¿Águila o sol? es el primer libro del poeta Octavio Paz donde éste practica el poema en prosa. ¿Águila o sol? convoca, en el tiempo mexicano, la sombra del azar, el albur del juego, el juego de palabras. Quizá por eso habría que leer este libro como un libro augural —como un calendario, como por lo demás han comprendido perfectamente los editores italianos—, como cartas de una lotería o de un tarot cuyo ganador sería el que reparte las cartas, el que las anuncia y las dice, el conductor del juego, el poeta-lector que echa el volado y pregunta: ¿Águila o sol? En la pregunta del volado “¿Águila o sol?” está presente la dualidad de los dos signos míticos de la identidad mexicana: el águila que simboliza la ciudad de los hombres y de la política, el águila que simboliza al político, como bien sabía Paz: “De un hombre que ve de lejos a sus víctimas y las sorprende desde los aires, rápido, para el ataque y para la huida, verdadera ave de rapiña, se dice que “es muy águila”“, “águila silenciosa y voraz, agudo pico, garras terribles y alas poderosas” (“Política de altura”, en Obras completas, tomo xiii, p. 394). El sol, por su parte, es el símbolo mismo de la vida, pero también el padre de la sequía, el ojo sin párpados de lo sagrado que acecha, el símbolo de Huitzilopochtli y el ojo inmóvil de Lautréamont.

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La pregunta que apuesta por un destino todavía no decidido —el poeta tiene treinta y cinco años— le señala una disyuntiva desde nuestra lectura: ¿elegirá la ciudad de los hombres, iniciará desde el poema en prosa el camino de la narrativa (recuérdese que a la hora de escribir ese manuscrito Octavio Paz está muy cerca de Juan José Arreola), o bien escogerá buscar las ciudades sagradas de lo solar e iniciará una heliomaquia? O bien el poeta haría de la convivencia fecunda de estos dos polos —águila y sol— un método para vivir la vivacidad a través de la escritura y la contemplación. De ahí que el autor sea consciente una y otra vez de que “el tiempo se abre en dos” y de que es “hora del salto mortal”, hora de lanzarse a sí mismo al aire del azar como una moneda viva y ver de qué lado se cae. Todo está en manos del azar pero toda excepción tiene una regla y cualquiera que haya echado volados una y otra vez sabe que a veces la moneda no da ni cara ni cruz ni águila ni sol, sino que se queda erguida de canto, imantada como por una vida propia, de pie como el poema que ha cortado el cordón umbilical con su autor y va solo en busca de sus lectores. Por eso ¿Águila o sol? cuenta en filigrana una historia, intenta responder a una pregunta que a su manera cada uno de los textos plantea: ¿cuál es el lugar del canto? ¿Cuál es el sitio desde donde debe escribir el poeta moderno? La búsqueda del lugar del

canto, del punto de partida desde donde sería posible la palabra es el hilo conductor de este libro que concluye buscando “salidas”, “puntos de partida”, líneas para llevar “hacia el poema”. Ese lugar del canto se sitúa evidentemente en un altiplano mental, en un desierto o arena. El hecho de que la primera sección de ¿Águila o sol? se llame “Trabajos del poeta” y antes se haya llamado “Trabajos forzados” debe llamar la atención. Los “trabajos forzados” son los que realizan los presidiarios, y esa expresión, ahí, sugiere que el joven poeta de treinta y cinco años que escribe esas páginas tiene, ya desde entonces, conciencia de ser un presidiario: más todavía, un cautivo de por vida en el castillo de la poesía y la literatura. El motivo del poeta como prisionero no ha sido ajeno a la poesía moderna. Ahí está el libro de Jules Supervielle, Le forçat innocent (El presidiario inocente), que seguramente Paz no ignoraba, como tampoco ignoraba las imágenes carcelarias de Arthur Rimbaud o de Lautréamont. Sin embargo, el compromiso de Paz con la imaginación de la pérdida o privación de la libertad como una metáfora adecuada para interrogar su propia vocación poética va mucho más allá, como muestra el afortunado título que abarcará toda la producción poética de su primera época: Libertad bajo palabra. Al que está prisionero de por vida por su propia vocación, la única “salida” que le es dable imaginar es la de una “libertad condicional”, la de una “libertad bajo palabra” de la cual se hará merecedor si cumple puntualmente los “trabajos forzados”, los “trabajos del poeta” que le han sido encomendados. El primero de esos “trabajos” pone al lector ante un paisaje alucinante, demencial. Estamos ante una de esas escenas abigarradas donde proliferan y pululan las criaturas monstruosas: “Tedevoro y Tevomito, Tli, Mundoinmundo, Carnaza, Carroña y Escarnio”, como las que caracterizan la pintura flamenca del Bosco o de Brueghel el Viejo. También podríamos estar ante uno de esos paisajes medievales donde se exponen simultáneamente Las tentaciones de San Antonio en el desierto. De hecho, cuando en la breve introducción de ¿Águila o sol? Octavio Paz dice: “Hoy lucho a solas con una palabra”, está señalando el carácter de ese combate singular y solitario que debe emprender quien decide luchar con el demonio (el demonio de las palabras) para intentar romper el hechizo de sus inclinaciones y declinaciones. El resto de los “trabajos del poeta” está marcado por la idea de la purificación, pues ese combate íntimo es ante todo una lucha con y contra la suciedad y la cobardía del lenguaje público y privado.

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Cada uno de los veintitrés textos (veintidós más la introducción) que comprende este libro se erige como retablo, como misterio en el camino doloroso y jubiloso de esta vocación apasionada que se pregunta a cada instante ¿águila o sol, cuál es el lugar del canto? Libro de salidas fuera de la “pirámide de lágrimas “, fuera de El laberinto de la soledad, ¿Águila o sol? es, como se ha dicho, el libro donde más clara es la filiación, la afinación surrealista de Octavio Paz. No en balde está fraguado como una serie de poemas en prosa. Pero ¿Águila o sol? es un libro, como bien ha sabido señalar Guillermo Sucre, desde donde arranca esa “nueva exploración del lenguaje que la literatura hispanoamericana —y no sólo la poesía— ha venido explorando desde los años sesenta”. La clave tensa de esa exploración está en la combinación y fusión, de un lado, de la fuerza sensible, sensitiva y contemplativa, y del otro en la dolorosa y gozosa intensidad con que el poeta deja estallar en su interior la confianza en el lenguaje. Es un libro de monólogos dramáticos donde el “yo elocuente” es un yo inestable, itinerante, nómada, pues tan pronto le da voz al poeta adolescente que se autorretrata como se la presta a la Diosa dolorosa que se autoconsagra en “Mariposa de obsidiana” (implícitamente dedicado a Tonantzin-Virgen de Guadalupe), uno de los poemas “salidas” donde mejor se transparenta la condición

profética del poeta que ha sabido asumir la figura del mitógrafo y vivir como propios los mitos y arquetipos nacionales. Paz sabe bien lo que dice, lo que lo dice, el aliento que lo habla y lo hace digno de sus sueños, merecedor de su lenguaje. Esta autoconciencia es la que recorre este breve libro augural que —así lo demuestra la traducción al italiano—, lejos de haber envejecido, brilla hoy como una moneda recién acuñada. La edición original llevaba en la portada un dibujo de Rufino Tamayo donde se veía una mano echando al aire un volado, una moneda que en su trayectoria espiral iba preguntando ¿Águila o sol? Cabe subrayar que el título del libro lanza una pregunta, y la deja suspendida en el aire: ¿Águila o sol? Además, al artista oaxaqueño está dedicado el poema en prosa titulado “Ser natural. Homenaje a Rufino Tamayo”. Hay que recordar que, por esos años —precisamente en noviembre de 1950—, Tamayo expuso por primera vez en París y Octavio Paz escribió el ensayo de presentación que acompañaba dicha exposición. En ese ensayo habla Paz de la “ferocidad” y la “rabia lúcida” que llevan a Tamayo a pintar el “reverso de la medalla, el rostro nocturno de la sociedad contemporánea”: “La pared ruinosa del suburbio, la pared orinada por los perros y los borrachos, sobre la que los niños escriben palabrotas. El muro de la cárcel, el muro del hogar, el muro del dinero, el muro del poder”. Paz concluye que sobre ese muro Tamayo ha pintado “algunos de sus cuadros más terribles”. Cabría añadir que también contra ese muro —el muro de la historia— está escrito este libro de poemas en prosa; con él se afirma la conciencia crítica del poeta que ya está consciente de que el lenguaje no está dado: “Ayer, investido de plenos poderes, escribía con fluidez sobre cualquier hoja disponible, un trozo de cielo, un muro (impávido ante el sol y mis ojos), un prado, otro cuerpo”. Por último, unas palabras sobre el diseño del libro y sobre los dibujos de Juan Soriano. En la edición traducida al italiano, cada poema está señalado por una página falsa, pero el tipógrafo ha tenido el cuidado de imprimir en cada una de esas páginas falsas en una columna vertical la serie de los veintidós números romanos de que consta la obra y el título del poema respectivo junto al número romano. Este concepto tipográfico presta al libro una cierta apariencia de reloj o de calendario, además de manifestar en cada momento la “hora” que da cada texto, el lugar que en el conjunto del libro ocupa cada poema.

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Sobre los dibujos de Juan Soriano cabe decir que manifiestan con soberana sencillez y elegancia un diálogo, tanto con los poemas en prosa de Octavio Paz como con la pintura de Rufino Tamayo. Es como si Soriano hubiese ido a la raíz que en el subsuelo imaginario comunicó por un momento a Rufino Tamayo y a Octavio Paz. 1

Octavio Paz a Alfonso Reyes, 29 de

enero de 1951, p. 137. www.luvina.com.mx/AJUSTES/descargas/ portada/74/Luvina74.pdf

Imposible resumir la pluralidad de intereses de la vida y la obra de Octavio Paz, de cuya muerte un escritor dijo que equivalía al ocaso de toda una civilización. El poeta Juan Malpartida aceptó la invitación de

Letras Libres de proponer a nuestros lectores un nuevo acercamiento a la constelación que representa una figura intelectual mayor del siglo XX. Comenzaré con una confesión: hace más de 25 años que leo a Octavio Paz. No con la dedicación de un especialista en su obra. Tampoco con la del estudioso de la literatura mexicana o hispanoamericana. Mi acercamiento, en parte, se parece más al de quien, reconociendo en sus ensayos y poemas una dimensión fundamental, los toma por testigo y a veces por método —camino— de otras muchas lecturas y acontecimientos personales, sociales y políticos. A pesar de esta asidua frecuentación de su obra, al tratar ahora de pensar en una imagen, en una frase que, como una línea, definiera un poco su trayectoria, me he sentido abrumado por la incapacidad de cifrarla, de verla. Un perfil de Octavio Paz ha de quedar irremediablemente en algo parcial e inexacto, por estar condenado a ser mera tentativa. ¿Por qué? La complejidad de su vida, de sus poemas y sus ensayos es tal que todavía esperan al ensayista que sepa aclarárnosla. No niego la existencia de varios estudios serios, documentados y útiles, y de algunas breves páginas preciosas en las que se nos invita a entrar en su obra —esa casa de la presencia—; pero echo de menos los ensayos que hubieran escrito un Cioran, un Roger Caillois o una Marguerite Yourcenar sobre este apasionado y lúcido politeísta. Desde la fecha de su muerte, en abril de 1998, se han publicado muchas páginas sobre Octavio Paz, y en no pocas ocasiones se ha querido aprovechar la ocasión para situarlo, con más prisa que competencia, en algún lugar de la historia literaria del siglo xx. Unos lo conceptúan sobre todo como ensayista, otros (los menos) como poeta; otros más, finalmente, desde una soberana ignorancia —sólo igualada por su atrevimiento—, le niegan el pan y la sal reduciéndolo a divulgador y poeta segundón. ¿Es necesario aclarar que estos últimos suelen ser escritores mediocres que utilizan el nombre de Paz como medio para publicitarse? No me resisto a mencionar a otra especie bastante habitual: la de quienes nunca lo contradijeron en vida y ahora se precipitan a refutar, en una o dos páginas, aspectos centrales de su obra. Recuerdo que, a la muerte de Gil de Biedma, un escritor amigo suyo le escribió una semblanza, la mitad de la cual consistió en sostener que, en la disputa que habían tenido sobre un asunto, él, el vivo, tenía la razón. El silencio de los muertos no otorga razón a los vivos; pero, afortunadamente, las obras quedan vivas. Y responden. A Octavio Paz le tocó un siglo difícil como pocos. Nacido en 1914, vivió de cerca la Revolución Mexicana, supo de los estragos de la Primera Guerra Mundial y, seguidamente, la Guerra Civil Española, la

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Segunda Guerra Mundial, los campos de concentración nazis y soviéticos y, recorriendo el siglo —junto a las dictaduras militares que hubieron de sufrirse tanto en Latinoamérica como en otros lugares de Europa y del resto del mundo—, presenció el comunismo histórico. Siendo un hombre que se negó a todo jesuitismo ideológico, que quiso mirar de frente y decir lo que veía y pensaba, se vio insultado o negado, de manera más o menos frecuente hasta el final de sus días, por la caterva de convencidos, en muchas ocasiones fanáticos de una sola idea, incapaces de pensarla pero que, en cambio, eran pensados por ella. Fue un solitario con amigos en los cinco continentes. Hombre de la ciudad que amaba la naturaleza, vivió en cambio siempre cerca de los periódicos y de la calle, de la agitación de las multitudes, sin dejar de oír la voz solitaria entre la gente. Aunque le horrorizaban casi todas las ciudades modernas, en México vivía en el Paseo de la Reforma, en el centro de la urbe, rodeado por el tráfago de los coches, el humo y las voces. Dialogó con poetas jóvenes y viejos, con filósofos, astrónomos y astrólogos, políticos, arquitectos, científicos, sinólogos, historiadores, lingüistas y jardineros. ¿Qué buscaba Octavio Paz? ¿A quién buscaba? En un poema, pensando en su adolescencia, nos lo dice: “No buscaba nada ni a nadie, buscaba todo y a todos” (1930: “Vistas fijas”, Árbol adentro). Uno de los temas que ocupó a Paz desde sus comienzos literarios es el

de la soledad del hombre moderno: no sólo la soledad de los hombres y mujeres en las multitudinarias ciudades, sino, sobre todo, la soledad que resulta de sentirse aislado de un saber, sea filosófico o religioso. Aunque Paz dejó muy pronto de ser creyente, fue siempre, ya que no religioso, sí espiritual. Una espiritualidad ajena a toda teología. Las diversas teologías le interesaron como expresiones del mundo de las ideas y de las formas; también de los sentimientos ante el más allá. Le dieron que pensar, pero no qué creer. Su búsqueda de una sabiduría (matizada siempre por un escepticismo moderado: un escepticismo que duda de sí, cercano a un Pirrón o a un Montaigne) forma parte tanto de su poética como de sus reflexiones filosóficas. Es verdad que Paz no fue nunca un filósofo en el sentido convencional del término: no lo tentó la historia de la filosofía ni sus jergas más o menos legítimas (tampoco a Montaigne o a Cioran), pero creo que hallamos en muchos de sus escritos a un verdadero filósofo, es decir: a alguien que piensa de verdad. Esa preocupación por la soledad fundamental la vio Paz reflejada en La tierra baldía (1922) de T.S. Eliot; además observó que, en el gran libro de Eliot, la novedad radica en la aparición de la historia humana como sustancia del poema. Pero el poeta mexicano nunca estuvo de acuerdo con la respuesta que Eliot dio a la constatación de ese vacío. Sabido es que, ante los “hombres huecos”, Eliot reaccionó con un relleno de anglicanismo fuertemente institucional. En cuanto a Proust, Paz vio en las páginas de En busca del tiempo perdido una respuesta poética a la gran escisión que nos desgarra: no la respuesta de una ideología o de una religión, sino la de una obra que es a la vez ética y estética, en la que vislumbramos el otro lado de la realidad. No es la antigua totalidad sagrada, nos dice, sino un fragmento de esa totalidad. Hay varios poemas de “Calamidades y milagros (1937-1944)” en los que se hace evidente esta ausencia de Dios, nuestra búsqueda en pos del ser supremo y, finalmente, la aceptación de que nos toca carecer de él. En uno de ellos, “La caída”, encontramos tres versos en los que el poeta resume la situación en la que se encuentra él mismo, y sintetiza también una tradición heredera del racionalismo del siglo XVII y XVIII. Crítica de los absolutos y también de la ilusión de la metafísica, la razón nos hace soberanos, aunque al mismo tiempo nos revela nuestro ser desfondado: “Y nada queda sino el goce impío/ de la razón cayendo en la inefable/ y helada intimidad de su vacío”. Dos fueron los caminos, no siempre afines, que se abrían ante él. Por un lado, Paz constató que, si el universo habla solo, el hombre habla con los hombres, es decir, con la historia: no sólo el polvoriento

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pasado, sino sobre todo este presente en el que nos hacemos y deshacemos todos. Por el otro, el autor de Piedra de sol fue construyendo una poética en la que sitúa la imaginación como fundamento de lo sagrado, y no al revés. Esto es esencial para comprender el sentido de la poesía para Paz, y el significado que despliega su poética en relación con el resto de las disciplinas intelectuales. Para Eliot (ese interlocutor próximo y lejano), la poesía no fue nunca la respuesta: proponer esto le habría parecido una herejía. En cambio Paz no vio en el poema una explicación total sino una experiencia vivificante: una suerte de conexión entre las realidades visibles e invisibles del ser. Hay que retomar la afirmación de que el universo habla solo, ya que Paz, aunque se acerca muchas veces a esa escisión entre persona y universo, en realidad sintió y proclamó un fondo de hermandad con la naturaleza. La analogía es el salto que nos permite salir de esa soledad como especie para ser por un momento fraternidad, más acá o más allá de la razón y sus razones. No otra cosa dice en el poema “Hermandad” (Árbol adentro, 1987): si el universo es una trama de signos, “también soy escritura/ y en este mismo instante/ alguien me deletrea”. ¿Quién? No un Dios, sino ese dios sin rostro (por tenerlos todos) que es el tiempo. El tiempo nos deletrea y nos disuelve en su lectura: su creación es simultáneamente una destrucción.

“Ser tiempo es la condena, nuestra pena es la historia”, escribió en Pasado en claro (1974). Si somos tiempo, estamos condenados a desvivirnos tanto como a rehacernos en el presente. La forma que adopta el ser en la obra de Paz es fundamentalmente la del deseo: querencia, no plenitud de presencia. Lo que caracteriza al ser es su apetencia de otredad. Sin embargo puede resultar chocante, en principio, que la historia sea nuestra pena, especialmente para alguien que dedicó gran parte de su vida a tareas intelectuales, es decir, políticas. Desde su juventud, Paz estuvo tocado por el demonio de la acción, aunque no fuera más que como intelectual (le venía de familia: su abuelo paterno fue un novelista y periodista liberal; su padre, un abogado revolucionario zapatista). De muy joven estuvo cerca de los comunistas, participó en Valencia, en 1937, en el Encuentro de Escritores Antifascistas, denunció en 1947 los campos de concentración soviéticos, y fue un denodado luchador por la democracia, sin llegar a pensar nunca que la democracia fuera el sumo bien, sino sólo el espacio donde nuestra dignidad cívica se juega diariamente su nombre. * Para Paz, la historia es la pena porque no responde a las preguntas fundamentales que los hombres, desde los orígenes de la historia, nos hacemos. El mal de las ideologías modernas (especialmente la comunista) ha sido la deificación de la historia: un dios, el del Partido, administrador de la Revolución, que devora a sus propias criaturas. Crítico de los monoteísmos (judaico, cristiano o islámico), lo fue también del marxismo, con el que mantuvo un diálogo incesante. Vio en su producto, el socialismo soviético, la misma intolerancia, y quizá por las mismas causas, que en las tres religiones del Dios único. Tampoco —aunque hay matices— creyó en la tolerancia hindú: la exclusión de los parias se lo impedía. Así pues, los intentos de responder, desde la historia, a las preguntas radicales de la condición humana representaron otras tantas mutilaciones. Por eso su crítica a la tradición hegeliana: somos seres históricos, cierto, pero no todo en nosotros es historia. Esta es una de las razones de que tampoco la democracia, o la alianza entre liberalismo y socialismo que Paz entrevió, puedan dejar de ser también una pena. La historia es tiempo sucesivo, lineal, y contra esa sucesión se debate y lucha la poesía, en su deseo de ser tiempo que vuelve: un lo mismo (indefinido, inalcanzable) siempre distinto: el

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poema, el cuadro, la música. O, dicho con otras palabras: no existe la Obra sino obras; no hay una Respuesta sino respuestas que tratan de conjurar la escisión. Esta oposición es, en Paz, una paradoja. No se trata de que ese tiempo que vuelve, la dimensión cíclica de la poesía o de lo espiritual, se entienda como pureza radical contra la historia. En este sentido está lejos de José Ángel Valente o Roberto Juarroz, y también del poeta social, que hace o quiere hacer de la poesía una categoría de lo histórico. Paz no es un purista y se sintió, en este sentido, muy lejos de Mallarmé y de la tradición simbolista. El simbolismo expulsó la historia y, afortunadamente, la poesía estadounidense de los años veinte la retomó, y lo mismo hizo la poesía francesa un poco antes del comienzo de la Gran Guerra. La lectura que Paz hace de los nuevos poetas angloamericanos, durante su estancia en los Estados Unidos en los años cuarenta, es, en cierto sentido, tan relevante como su inmediato encuentro con el surrealismo. La historia es nuestra pena, pero es el lugar donde hablamos con los otros y donde forjamos nuestra libertad o nuestra prisión. El ser es nuestra condena, porque no podemos ser otra cosa que ser que se quiere ser. Incluso no quererlo es una manera de querer ser, una negación que, por un momento de vértigo, afirma su libertad. Esta paradoja, esta tensión trágica, ha alimentado varios de sus grandes

poemas: Piedra de sol (1956), El mono gramático (1970), el citado Pasado en claro (1974) y otros muchos. Recordaré que el primero es un largo poema lineal en el que la historia (los sucesos puntuales) está minada por la poesía. En el segundo —uno de los mayores poemas en prosa de nuestro siglo—, la liberación es una reconciliación, un acto de fraternidad resuelto gracias a la imaginación poética, la cual, en esencia, es liberación y reconciliación de los contrarios. Finalmente, bajo la advocación del Preludio de Wordsworth, en Pasado en claro Paz retoma su infancia, sus aprendizajes e iniciaciones , para ir deslizándose hacia las respuestas ante esos momentos primeros, que no dejan de ser el origen de nuestras búsquedas adultas. La advocación de Wordsworth no es vana: “El niño es el padre del hombre”, escribió célebremente el poeta inglés. El vacío, aquella falta de ser, el hueco que percibe el muchacho al sentirse a sí mismo, se transforma en una “plenitud vacía”, una respuesta que el poeta mexicano encontró en el budismo mahayana en sus años de estancia en la India (1962-1968). Le preocupó el vacío metafísico que había dejado, en Occidente al menos, la desaparición de la metafísica, y su resurrección perversa en las ideologías, y buscó en la poesía y en el erotismo una moral y una visión, ya que no del otro mundo, sí de este. No una visión del Uno, sino conciencia y percepción alterada del Dos, es decir de la pareja (en el orden amoroso) y de la pluralidad de las presencias. La analogía poética está regida por las leyes del erotismo, y ambos por la imaginación. La alteración analógica es, a diferencia de la dialéctica, afirmación de la unidad irreductible de cada semejanza. Paz nos muestra que en la metamorfosis poética sólo hay un sacrificio, el del yo. La complejidad del tema justifica mi esquematismo, pero el lector interesado puede leer Conjunciones y disyunciones (1967), “Nosotros: los otros” (introducción al volumen X de sus Obras completas) y La llama doble. Paz no fue ni relativista (pasto de los nacionalismos y una de las máscaras del nihilismo) ni absolutista (supo que no existe un Libro, ni Dios, ni tampoco la Idea): ha sido universalista a pesar de su interés por la antropología, o quizás debido a él. El laberinto de la soledad, un ensayo de 1950 sobre el ser y el devenir de los mexicanos, quizás no tan importante como se ha pensado —aunque comprendo que lo sea para los mexicanos—, es una respuesta a la dimensión ahistórica tanto del nacionalismo como del relativismo histórico: la historia de México, dice Paz, al fin es contemporánea de todos los hombres, es decir: puede hablar con los otros, puede oír y ser oída, puede verse en

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el espejo de la otredad, ese que siempre remite a otro cuando nos refleja a nosotros mismos. No lo creo un libro central de Paz. Sin embargo, ante el resurgir de los nacionalismos, muchas de sus observaciones se reavivan y se nos vuelven instrumentos eficaces contra esta petrificación de la historia y su delirio, el terrorismo (“En una esquina cualquiera/ —justo, omnisciente y armado—/ aguarda el dogmático sin cara, sin nombre” (“Ejercicio preparatorio”, Árbol adentro, 1987). ¿No es acaso el nacionalista excluyente alguien que proclama tanáticamente su acontemporaneidad, es decir su negación de la semejanza en nombre de la exclusiva identidad tribal? Hoy Octavio Paz tendría mucho que decirnos sobre el choque de las civilizaciones, sobre los paradigmas históricos, sobre las nociones metafísicas distintas e irreconciliables y, finalmente, sobre el qué hacer, pregunta insoslayablemente unida a la necesidad de la acción, la urgencia histórica. Aunque la acción no es lo propio del intelectual, sí lo es en cambio el decir. En Itinerario (1993) hay una frase que define el talante moral de Paz. Ante la situación actual de uniformidad de las conciencias, unida al culto grosero a un individualismo egoísta y desenfrenado, se pregunta: “Qué decir de todo esto?”, y responde enseguida con una frase que define su trayectoria moral: “Ante todo:

decirlo”. Aunque lo que podría haber dicho no lo sabemos (de ahí la pregunta que algunos nos hacemos, ante la lectura de ciertos libros o frente a nuevos acontecimientos sociales: ¿Qué pensaría Octavio Paz de esto?), hay indicios en distintos lugares de su vasta obra, y especialmente en Vislumbres de la India (1995) y también en La llama doble (1993). Este último libro, por su belleza y su fuerza imaginativa, aún espera ser leído como merece. Pero ¿dónde están esos lectores? Octavio Paz ha sido, sobre todo, un poeta: uno de los poetas fundamentales del siglo XX. En lengua española, claro, pero también para cualquier lengua. Esto no quiere decir que sus ensayos y críticas sean secundarios, sino que estaban animados por obsesiones que encontramos, trascendidas, en su vertiente poética. Aunque se interesó por temas muy diversos —de la biología molecular a la lingüística, del estructuralismo a la metafísica hinduista, de la historia a la antropología, sin olvidar su amplio conocimiento de la poesía universal y de las artes plásticas—, en su obra encontramos una señal que lo convierte en un escritor único: hay sentido. Esto, el sentido, la gravitación de su pensamiento —sea cuando escribe sobre el significado de las diferencias entre la métrica francesa y la española o sobre las memorias de Chateaubriand o las de Vasconcelos—, es un rasgo poco habitual que convierte la información o la reflexión en algo precioso. Ese sentido que he mencionado es, en realidad, una búsqueda de sentido, y la búsqueda misma dibuja un rostro. El rostro de Paz es el de la pasión pero también el de la distancia, el enamorado de la geometría de Fourier (la idea, la proporción, el número) tanto como del pasado inextricable de Rousseau. En su obra asistimos a refinadas especulaciones abstractas y a exaltaciones de presencias que rehúyen la abstracción. Es el poeta que sabe ver en un poema de cinco líneas un universo, actitud poco frecuente en nuestro actual mundo de vulgar gigantismo exhibicionista. Así lo vio al visitar en el Japón la cabaña del poeta Basho: “Troncos y paja:/ por las rendijas entran/ Budas e insectos”. Quien cree que Buda, la Belleza o cualquier otra categoría sólo entra por la puerta grande está lejos tanto de Paz como del saber clásico griego. Le gustaban el teatro y la poesía medieval españoles, El libro de buen amor, Juan de la Cruz, Góngora, Quevedo, Sor Juana y Fray Luis de León. Frecuentó a Paulo el Silenciario, Calímaco, Páladas, Agatías y las piezas noh de Zeami Motokito. Creyó que La cartuja de Parma era la gran novela amorosa del siglo XIX. Leyó a Nerval, al poeta pero muy especialmente al prosista, con un interés continuado, aunque, desgraciadamente, no nos ha dejado testimonio en forma de ensayo.

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Trató de razonar algo que nosotros deberíamos retomar: el “desajuste entre la evolución de la poesía europea y americana (incluyendo la hispanoamericana) y la española” (Memorias y palabras. Cartas a Pere Gimferrer, 1999). Fue un gran lector de Plutarco, interesado, incluso fascinado, por la suerte de los emperadores Antoninos, en los que se dramatiza la caída del Imperio Romano. No le interesaron Sartre ni Simone de Beauvoir, ni Foucault ni Derrida, pero sí Levi-Strauss, Jünger, Gracq, Michaux, Kostas Papaioannou, Cioran. Quiso y admiró mucho a André Breton, pero, ante la edición de su obra completa en la célebre Pléiade, lo oí decir que el poeta perdía con el paso de los años. Amaba España, pero no era un país (y le pasaba lo mismo con Picasso) que le hiciera pensar... Creyó, frente a los esfuerzos de los escritores modernos, que el secreto del poeta consiste en ser un buen administrador de sus distracciones. Cultivó, como él decía, una inocente manía druídica. ¿Qué más? Se interesó por la numerología, por las novelas de ciencia ficción, por ciertas novelas y cuentos fantásticos (admiraba a Michael Ende, a Tolkien, a Arthur C. Clarke), a pesar de que nunca escribió sobre ellos. Recuerdo haberle oído decir, al respecto de la serie televisiva Star Trek —para sorpresa mía, que no lo hacía siguiendo ese género—, que el uso de las pistolas con rayos curadores que exhibían en esa ficción era la versión moderna del “bálsamo de Fierabrás”;

o que Corneille era en realidad un autor teatral español, aunque esto no se le pudiera decir a los franceses; o bien desmontaba, improvisando, pero con argumentos sorprendentes y sólidos, cómo Lorca, aunque hubiera leído La tierra baldía en 1930, no podía haber sido influido por ella... Una sola conversación con Paz podía alimentar varias tesis. Pero los profesores oyen otro cantar. A pesar de que su obra es muy amplia, en realidad hay muchos temas y autores de los que no escribió nada o apenas nada, siendo para él importantes o por los que tenía gran curiosidad, como, por poner sólo dos ejemplos disímiles, la causa de la desaparición de los dinosaurios o la mencionada obra de Jünger. No sé si esos posibles ensayos habrían ampliado, en un sentido profundo, su obra, pero sí habrían enriquecido al personaje. No obstante, algo de todo lo que no escribió (y que aquí he traído para siluetear su figura), y que sabemos le interesaba e incluso formó parte de su intimidad, quizás vaya apareciendo en su numerosa correspondencia inédita Ese epistolario está llamado a ser una verdadera continuación de su obra, con la singularidad de que nos revelará, en ocasiones, a un Paz menos categórico en algunos juicios y, también, nos brindará la posibilidad de entrever de manera más cercana a la persona. Es verdad que, como él mismo dijo respecto a Fernando Pessoa, el poeta no tiene biografía: su obra es su propia biografía; es decir, el poeta es la figura que dibujan sus poemas. La biografía de Octavio Paz no explica su poesía, pero sin duda arroja una luz insoslayable sobre ella. Paz no rehusó indagar en los recovecos de la biografía de Juana Inés de la Cruz para comprender mejor algún poema o una obra teatral de la monja mexicana. Finalmente, la obra trasciende la anécdota biográfica, pero no la niega. Octavio Paz murió sin creer en la trascendencia. No se fue a otro mundo: se quedó en este. Alguna vez, viendo de cerca la muerte, no pidió la iluminación, sino abrir los ojos: tocar el mundo “con mirada de sol que se retira”, “memoria y olvido, al fin, una misma claridad instantánea”. Pidió en ese poema, frente a iluminación o liberación, algo más modesto y terrenal: la reconciliación. Abrir los ojos, mirar, tocar el mundo con mirada de sol que se retira no nos da la vida eterna ni nos explica los arcanos del ser, pero quizás nos otorgue, al cabo, algo más importante: el valor de ser hombres. En abril de 1998 los libros de Paz y su vida se cerraron. Los libros, para abrirse inmediatamente al futuro lector. Él está ahora en esas decenas de volúmenes de poemas, artículos y ensayos. Pero sin duda la leyenda

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ha comenzado: la de uno de los hombres más admirables que ha dado el siglo XX. Letras Libres, España, noviembre de 2001, www.letraslibres.com/revista/entrevista /octavio-paz

Octavio Paz practicó la poesía como una religión secreta. Habitó sus misterios, invocó sus sacramentos, leyó sus entrañas, inscribió sus revelaciones. Escribir era para él un acto primordial, y observaba la hoja en blanco como desde un abismo, hasta que alcanzaba el borde del lenguaje. Los poemas que trajo de regreso están llenos de un antiguo asombro y extrañeza, de sabiduría hermética, un sentido vertiginoso de lo sagrado. Están mágicamente desarraigados del silencio. He aquí su perturbador pequeño poema “Escritura”: “Yo dibujo estas letras/ como el día dibuja sus imágenes/ y sopla sobre ellos y no vuelve”. Paz comenzó a escribir poemas desde adolescente y no dejó de hacerlo hasta el final de su vida. La poesía lírica era para él una actividad central, en la raíz de ser, y durante casi 70 años se vio impelido a intentar conectarse, y conectarnos — a través de la sensualidad—, al fervor rítmico de las palabras. La inspiración no era para él una entidad estática sino un impulso

hacia adelante, una inspiración no era para él una entidad estática sino un impulso hacia adelante, una aspiración, el acto de ir “más allá de nosotros al encuentro de nosotros”. Paz escribía poesía con la aguda conciencia de ser él y, simultáneamente, alguien o algo más. A esto le llamaba “la otra voz”. Creía que la fusión de voces –el acto de poetizar− era una forma de romper la sucesión temporal, “una forma de acceso al tiempo puro, una inmersión en las aguas originales de la existencia”. He estado devorando los poemas y ensayos de Paz durante la mayor parte de mi vida, y sentí como si una luz radiante desapareciera del mundo cuando murió el 19 de abril a los 84 años. Una era literaria, todo el paisaje cultural de América, parece disminuido. Dentro de Paz se daba una colisión vigorosa entre poesía e historia, cada una reclamando su formidable inteligencia. Una era una aviesa canción de sirena que lo llamaba a un presente perpetuo, a una erótica consagración de los instantes y a la superabundancia de tiempo y ser, mientras que la otra se materializaba como un discurso medido que le recordaba las necesidades sociales y políticas de los otros, una disertación voluble sobre la naturaleza de la civitas, la importancia de las preocupaciones mundanas y las leyes del proceso temporal. Paz tenía un aguzado sentido de las responsabilidades cívicas del poema. Entró ansioso a la refriega política —como diplomático, como editor fundador de muchas revistas, como franco pensador crítico. Como Isaiah Berlin, Paz era un pluralista cultural y un héroe de la democracia liberal (“Mi libertad comienza con el reconocimiento de la libertad de los otros”, declaró). Desde su juventud lo atormentó la pregunta de si valía la pena escribir poesía, y partiendo de esa necesidad de explicarse se convirtió en un maravilloso apologista de la poesía misma. Su apreciación se extendió a todos los tipos de literatura, y se convirtió “en un hombre−orquesta de literatura” (como lo llamó Irving Howe) y un perspicaz arqueólogo cultural. Su trabajo en prosa está enmarcado por El laberinto de la soledad (1950), una especie de psicoanálisis de la psique mexicana colectiva, y por Vislumbres de la India (1955), un testimonio de la influencia que la India ejerció en su vida y en su obra. Qué asombroso que su búsqueda de la modernidad lo llevara de regreso a los inicios, a los tiempos antiguos, a los templos y a los dioses, a los mitos y las leyendas del México precolombino, al igual que a las fruentes de la religión india. Paz nunca perdió de vista el poder irracional de la poesía y su misterio sagrado, sus raíces arcaicas, su audacia espiritual. “Poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono”, escribió en El arco y la lira, una sostenida defensa de la poesía que el mismo Shelley hubiera

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apreciado. Paz trataba a la poesía lírica como una actividad emocional revolucionaria, un ejercicio espiritual, un medio de liberación interior, una búsqueda de transfiguración. Los obituarios delicados a él han sido respetuosos y llenos de alabanza; sin embargo, al leerlos he sentido como si la reputación de Paz como hombre de letras, autor de libros sobre la historia y política de nuestro tiempo, amenazaran ensombrecer su desempeño como poeta, aunque toda su escritura naciera de su conocimiento con la poesía. Como él lo dijo en “Poesía, mito, revolución”: “Desde mi adolescencia ha escrito poemas y no he cesado de escribirlos. Quise ser poeta y nada más. En mis libros de prosa me propuse servir a la poesía, justificarla y defenderla, explicarla ante los otros y ante mí mismo. Pronto descubrí que la defensa de la poesía, menospreciaba en nuestro siglo, era inseparable de la defensa de la libertad. De ahí mi interés apasionado por los asuntos políticos y sociales que han agitado a nuestro tiempo”. Paz regresó a la cuestión de la libertad, psicológica y de otros tipos, con intensidad despiadada durante toda su vida. Paz sabía tanto de libertad interior que resulta conmovedor recordar que gran parte de su poesía provenía de un sentido radical de extrañamiento y exilio, de una sensación de irrealidad. Consideraba la experiencia de haber nacido “una herida que nunca cierra”, y buscaba, a través de la poesía, reunificarse con

los otros. Sus poemas están llenos de túneles y puentes sombríos, cruceros y umbrales oscuros, pasadizos elementales, alturas vertiginosas. Vacila entre el aislamiento y la conexión, la soledad y la comunión, la duda y el arrebato. Tenía un extraño sentimiento por los espacios interiores que no dejan de abrirse en la poesía, y sus líneas pueden inducir a una especie de resbalamiento y vértigo mental, la sensación de estar viajando por interminables corredores internos: Busco sin encontrar, escribo a solas, no hay nadie, cae el día, cae el año, caigo con el instante, caigo a fondo, invisible camino sobre espejos que repiten mi imagen destrozada, piso días, instantes caminados, piso los pensamientos de mi sombra, piso mi sombra en busca de un instante…

Paz tenía una inteligencia escéptica, pero no era un poeta cerebral, como se ha sugerido con frecuencia. Antes bien, sus poemas son impulsados por un erotismo a veces angustiado, a veces gozoso. La mayoría de sus poemas parecen ensombrecidos por la oscura ausencia o presencia del ser amado. Cuando el ser amado está ausente del poema, Paz se siente agudamente separado de la naturaleza y de sí mismo, devuelvo a sus propios deseos enajenantes y al flujo lineal del tiempo. Pero cuando la amada visita al poema, percibe la rebosante circularidad del tiempo, la danza del ser, la afirmación del momento eterno. La poesía se convierte en un medio de realización, de conciliación de los contrarios, una manera de participar en un universo abundante. Se convierte en una forma de amor creativo que anula al mundo temporal. Aquí “todo se transfigura y es sagrado,/ es el centro del mundo cada cuarto,/ es la primera noche, el primer día,/ el mundo nace cuando dos se besan…”. En un espléndido libro sobre el sobre amor y el erotismo, La llama doble, Paz vincula explícitamente al acto erótico con el acto poético a través de la agencia de la imaginación. “La imaginación convierte al sexo en ceremonia y rito, al lenguaje en ritmo y metáfora”, escribe. “La imagen poética es el abrazo de dos realidades opuestas, y el ritmo la copulación de sonidos; la poesía erotiza al lenguaje y al mundo porque la operación es originalmente erótica”. Me conmueve la sugerencia de Paz de que el amor, como la poesía, “es

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una victoria sobre el tiempo, un atisbo del otro lado, del allá que es un aquí, donde nada cambia y todo lo que es, lo es verdaderamente”. Casi debemos regresar a Emerson para hallar una aprehensión tan poderosa y de tan amplio alcance de los logros imaginativos tanto de la poesía como del amor humano. Octavio Paz dejó tras de sí más de 40 libros, inmensa labor que estaremos explorando en los años por venir. Los lectores del español original y de las muchas traducciones inspiradas regresarán una y otra vez a esta poeta de la separación y la fusión, a esta mente de América. Su legado es un mayor encantamiento, más vida. Traducción: Julio Trujillo Vuelta, núm. 260, julio de 1998, pp. 6-7 www.letraslibres.com/pdfmex/100948

noticias

Corto como un tuit y rotundo como un aforismo, el haiku ha sido una gran influencia en el siglo XX. Varios libros demuestran la fortuna de esta estrofa de origen japonés en la poesía actual Jardín japonés, instalación de Esther Pizarro en Matadero Madrid (hasta el 20 de abril).

A menudo se ha dicho que el haiku es el soneto de los vagos. También podría considerarse el terceto de los pobres, donde se demuestra por la vía de los hechos el lema arquitectónico de Mies van der Rohe: “Menos es más”. Amarrado al duro banco de una galera de cinco, siete y cinco sílabas, el autor de haikus ha aprendido a remar a contracorriente de lo consabido. En tiempos de austeridad y minima moralia, este recipiente lírico reúne la economía de medios del tuit, la sentenciosa rotundidad del aforismo y la proverbial sabiduría del refrán. Todo haiku aspira a dejar su impronta en la sensibilidad del lector y a noquearlo con un puñetazo en los ojos. Lo sabía Matsuo Basho, que en el siglo XVII reformuló el haikai no renga y popularizó la forma volandera que conocemos en la actualidad. Atalanta acaba de reeditar el diario de viaje de Basho (Sendas de Oku),en la versión de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya. La reciente publicación de Un viejo estanque. Antología de haiku contemporáneo en español, en la colección La Veleta (Granada, Comares, 2013), confirma la permanencia de un molde compositivo que es antiguo y moderno al mismo tiempo. En el prólogo del volumen, Fernando Rodríguez-Izquierdo define el haiku como un “breve poema sensitivo” en el que se conjugan el ojo avizor, la sonoridad rítmica, el aroma del lenguaje, el placer del apetito y la textura del misterio. A su vez, la selección de Susana Benet y Frutos Soriano funciona como un escaparate en el que comparecen 135 autores del orbe panhispánico, algunos representados con profusión de ejemplos y otros con un botón de muestra, pues el haiku puede ser

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una dedicación exclusiva o un trabajo a tiempo parcial. Aunque convendría una organización en núcleos temáticos y una información bibliográfica más detallada —con la procedencia de los textos—, esta amplia selección ofrece numerosos alicientes para el fiel comensal y para el ocasional degustador de haikus. Se aprecia el interés suscitado por esta estructura en abundantes trabajos críticos, desde El jaiku en España (1984), de Pedro Aullón de Haro, hasta las recientes aportaciones de Fernando RodríguezIzquierdo, Vicente Haya, Teresa Herrero o Josep M. Rodríguez. Asimismo, en el nuevo milenio han prosperado las antologías (Alfileres. El haiku en la poesía española última), las páginas web (El Rincón del Haiku) y los libros consagrados en exclusiva a dicho género o a algún primo hermano, como el tanka. En los anaqueles de la literatura española se dan cita los haikus ornitológicos de Antonio Cabrera, los haikus urbanos de Andrés Neuman y los títulos de consumados haijines como Susana Benet, José Cereijo, Rafael Fombellida, Juan Antonio González Fuentes, Ricardo Virtanen, Martín López-Vega o Verónica Aranda. En suma, un libro de haikus ha dejado de concebirse como un pintoresco exotismo para incorporarse a la poesía sin aditivos ni denominación de origen. Sin embargo, ni es haiku todo lo que reluce ni todo el Parnaso es orégano. El haiku se identifica con un esquema métrico, con una manera de

estar en el mundo o con ambas cosas. Los puristas exigen que su receta incluya determinados ingredientes: presencia de la naturaleza o de los ciclos estacionales, exaltación del instante y plasmación objetivada de una vivencia. Los heterodoxos asumen, en cambio, que han de vérselas con un cajón de sastre en el que cabe todo. Así, hay haikus químicamente puros en la forma y nerudianamente impuros en el contenido, y haikus que pulsan las cuerdas temáticas originales, pero que comprimen o expanden sus diecisiete sílabas ad libitum. En el aderezo no deben faltar dos condimentos: la sal de la descripción y la pimienta del pensamiento. Por lo demás, el lector habrá de ponerle puertas al haiku y decidir si en su templo solo se admite a los discípulos de Basho o si tienen cabida aquellos iconoclastas dispuestos a torcerles el cuello a los tres cisnes. Con respecto a la relatividad del arte, ya Campoamor se había puesto la venda antes de la pedrada en un protohaiku disfrazado de dolora: “Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira”. No creo que a nadie se le ocurra rasgarse el quimono si otorgamos al haiku pleno derecho dentro de la constelación de lo breve, al lado de cantares y seguidillas. No en vano, uno de los mejores haikus de Antonio Machado es la siguiente soleá: “El ojo que ves no es / ojo porque tú lo veas; / es ojo porque te ve”. Y, puestos a buscarle las cosquillas al género, podríamos emparentarlo con la fórmula maestra de la greguería (humorismo + metáfora), con los aerolitos de Carlos Edmundo de Ory, con los anti-poemas de Nicanor Parra y con los gecos de Rafael Sánchez Ferlosio. Al fin y al cabo, como cantaba Pau Donés, “en lo puro no hay futuro: / la pureza está en la mezcla”. Si hay una estética y hasta una cosmética del haiku, no es de extrañar que también se reivindique su alcance geopoético. En la tradición hispanoamericana, que sintetiza dos orillas en un idioma, esta estrofa disfruta de una envidiable vitalidad. Al mexicano José Juan Tablada se le atribuye su importación a través de unos poemas sintéticos que combinan la pedrería modernista y la adivinanza lírica: “Parece la sombrilla / este hongo policromo / de un sapo japonista”. Abierta la veda, la preceptiva perdió fuelle y la creación ganó adeptos. Octavio Paz se atrevió a introducir dosis homeopáticas de metapoesía en sus composiciones: “Hecho de aire / entre pinos y rocas / brota el poema”. Borges agitó en la misma coctelera la filosofía zen y la escatología barroca: “El hombre ha muerto. / La barba no lo sabe. / Crecen las uñas”. Y Mario Benedetti cultivó un heterogéneo Rincón de haikus donde uno puede encontrarse con un epigrama de paisano y con un piropo a lo Baudelaire: “óyeme oye / muchacha transeúnte /

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bésame el alma”. Más allá del caso de Machado, dicen los que saben que algún que otro haiku se les cayó de entre las manos a Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda y Federico García Lorca. Aunque probablemente los haikus más impuros fueron los de los imaginistas y beats norteamericanos. Ezra Pound, Kenneth Rexroth, Allen Ginsberg o Jack Kerouac se sentían tan cómodos en la elasticidad del verso largo como en el metrismo enjuto de las formas mínimas. Pound fue el primer hombre capaz de meter una estación de metro en un haiku, como atestigua un texto publicado en 1913, en la revista Poetry:”La aparición de estos rostros en la masa, / pétalos sobre mojada y negra rama” (traducción de Antonio Rivero Taravillo). Por su parte, los haikus del Libro de jaikus de Jack Kerouac están llenos de gatos, huelen a gasolina y circulan por carreteras secundarias. En ellos, el autor no vacila en rociar los emblemas del american way of life con unas gotas de sake: “Campo de béisbol vacío / — un petirrojo, / a saltitos por el banquillo” (traducción de Marcos Canteli). En los últimos años un Nobel venido del frío, Tomas Tranströmer, ha confeccionado haikus con vistas al Báltico. En sus paisajes fragmentarios y en sus cielos a medio hacer —como los muebles de Ikea— se advierte la evolución desde lo descriptivo hasta lo asociativo. Si al comienzo de “Boceto en octubre” (Senderos, 1973) surcaba las aguas un remolcador “pecoso de

herrumbre”, treinta años después esa imagen se refleja distorsionada en uno de sus 29 haikus (2003): “Ya el sol parte. / Mira el remolcador, / cara de bulldog” (traducción de Roberto Mascaró). La ironía del sueco remite a la trascendente bufonería de los primeros haikus. Finalmente, en este cauce discursivo confluyen las huellas de diversos mestizajes culturales: los haikus hindúes de Jesús Aguado y de Verónica Aranda ejemplifican ese desplazamiento por el tablero de la aldea global. La retórica del haiku propicia los juegos de contrastes y las oposiciones binarias. En sus contadas sílabas combaten el paraje ameno y el capitalismo industrial, la incitación de la belleza y el lamento por la caducidad, la llamada en espera y la llamada urgente (“Un móvil suena / y nadie en la avenida. / Un móvil suena”, escribe Andrés Neuman). A veces, el choque entre los marcos semánticos desplegados se resuelve en una colisión frontal, como ocurre en ‘F1 Haiku’, de Jorge Gimeno: “Alonso entra en el box. // Las hormigas se echan / encima / del grano de trigo”. Otras veces, las nuevas tecnologías constituyen un excepcional laboratorio en el que ensayar la equivalencia entre los tres versos y las tres uves dobles del ciberespacio. Así, Jesús Jiménez Domínguez ha compuesto un haiku en código binario, y Javier Moreno ha adaptado una secuencia de haikus al formato de los comandos web: “www.¿Acaso_tú /has_ pensado_lo_mismo / que_ese_gato? jk”. Sin saltarse las bardas de lo estipulado, los haikus de Erika Martínez y de Ana Gorría exhiben la recreación icónica de ciertos mitos o se aproximan al arte de la pausa y a la estética de la suspensión: “Pez y mosquito / frente a frente en el aire. / Se quiebra el río” (‘Espejo’, de Erika Martínez); “Cielo cerrado. / El yunque del insomnio / sobre los párpados” (Ana Gorría). Tanto si transitan por la senda del haiku como si prefieren dar un rodeo por sus aledaños, varios integrantes de este entorno generacional se adhieren al fragmento como hilo conductor de la escritura, de la reflexión y de la mirada. Es el caso de Carlos Pardo, Josep M. Rodríguez, Mariano Peyrou, Juan Carlos Abril o Julieta Valero. La visión atomizada de la realidad se erige ahora en la alternativa a la antigua fiesta de la percepción. Con todo, preguntarse si en la poesía española fue antes el fragmento o el haiku conduciría a un bizantinismo semejante a la polémica ontológica acerca del huevo y la gallina. Ni el fragmentarismo actual deriva sin filtraciones de los de Schlegel ni los haikus contemporáneos son herederos directos de los de Matsuo Basho o Kobayashi Issa. De igual modo, un sonetista sólo procede de

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Garcilaso en la medida en que pertenece a un tronco genealógico común. La onda expansiva del haiku ha llegado también a otras artes. Buena muestra de ello es la sintaxis del cine, desde la cadencia estacional de Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera, de Kim Ki-duk, hasta las imágenes cristalizadas de Andréi Tarkovski, los embelesos oníricos de Akira Kurosawa y las sabrosas cerezas de Abbas Kiarostami. El poso de lo cotidiano y la levedad de lo pasajero explican la extraña fascinación que provoca el haiku en el lector occidental. La aparición de Un viejo estanque es un estupendo pretexto para repasar la prueba del tres.

http://cultura.elpais.com/cultura/2014/01/

El legado y la poesía de Octavio Paz volverán a ser discutidos en México para celebrar los 100 años de su nacimiento en marzo próximo. Desde la cancelación de un sello postal, lecturas de sus poesías, además de mesas de discusión sobre la obra de Paz en temas de la identidad, la política y la historia de México forman parte de la “fiesta” que organizará el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta). Octavio Paz nació el 31 de marzo de 1914 y falleció el 19 de abril de 1998. “Es una celebración ambiciosa, pero realista”, dijo este martes Rafael Tovar y de Teresa, presidente del Conaculta, órgano dependiente de la Secretaría de Educación Pública (SEP). El funcionario destacó el papel que Octavio Paz, premio Nobel 1990, desempeñó en la crítica del arte, al ser uno de los pocos escritores en dedicar sus obras a este terreno de la cultura y aseguró que esa influencia se verá reflejada en la exposición Un soplo de luz. Octavio Paz y el mundo del arte, que se inaugurará en septiembre en el Palacio de Bellas Artes. Otras ciudades en las que el escritor mexicano dejó huella como Río de Janeiro, Barcelona, Buenos Aires, Londres y Bogotá, se sumarán a los festejos con conferencias magistrales, exposiciones y mesas redondas. En Madrid habrá una ponencia con Mario Vargas Llosa, Jorge Edwards, el ex presidente español Felipe González y Enrique Krauze en la que se abordará el pensamiento de Octavio Paz en la política y democracia en el siglo XXI.

30/actualidad/1391091270_370545.html

http://mexico.cnn.com/entretenimiento/2014/02/18/el-legado-de-100-anos-

Un viejo estanque. Antología del haiku contemporáneo en español. Edición de Susana Benet y Frutos Soriano. ComaresLa Veleta. Granada, 2014. 192 páginas. 19 euros. Sendas de Oku. Matsuo Basho. Edición de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya. Atalanta. Girona, 2014. 196 páginas. 18 euros.

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Los estudiantes de secundaria que egresen durante 2014 recibirán el libro, en conmemoración del centenario del nacimiento del poeta. Como parte de las actividades para conmemorar el centenario del nacimiento de Octavio Paz, el secretario de Educación Pública, Emilio Chauyffet Chemor, adelantó que instruyó a la Conaliteg para producir una antología de la obra de Octavio Paz, que será entregado a todos los estudiantes de secundaria que egresen durante el presente año. Durante la presentación del programa de actividades, el funcionario aseguró que la celebración no tiene un ánimo estatutario ni busca la entronización ni el culto vano a la persona, sino apuesta por hacerle justicia a Octavio Paz y, para ello, “es fundamental respetar su espíritu crítico, alentar la discusión argumentada y, sobre todo, dar a conocer sus libros fomentando la lectura entre la población,

particularmente entre los jóvenes, pues una obra se renueva y permanece viva al ser interpretada, disfrutada y discutida por las nuevas generaciones de lectores”. En el acto, celebrado en el Área de Murales del Palacio de Bellas Artes, se adelantó que al menos tres premios Nobel de Literatura estarán en México para celebrar a Paz: Wole Soyinka, Dereck Walcott y Jean-Marie Gustave Le Clézio, además de intelectuales de la talla de Hugh Thomas, Ian Buruma, David Brading, Tzvetan Todorov, Norman Manea, Jorge Edwards, Juan Goytisolo, Julio María Sanguinetti, Héctor Aguilar Camín, Mark Lilla, Michael Ignatieff, José Woldenberg o Enrique Krauze, por mencionar sólo a algunos. “Leer a Octavio Paz es un placer y un privilegio de nuestro lenguaje, pero comprenderlo, discutirlo e interrogarlo es una responsabilidad que tenemos como mexicanos, ya que al entablar un diálogo con su obra viva y centelleante nos enfrentamos a una de las conciencias más preclaras de los últimos tiempos. Este año lo recordamos con admiración y respeto, pero ante todo con ánimo polémico, entendido como encuentro de inteligencias, sensibilidades y posturas. Su obra nos demuestra que esta idea le hubiese complacido”, reconoció el titular de la SEP. El programa, organizado por el Gobierno Federal, a través del Conaculta y su Dirección General de Publicaciones (DGP), en colaboración con el Congreso de la Unión y diversas instituciones culturales, se extenderá a varios países en el curso del 2014: Madrid, España; París, en Francia; Río de Janeiro, Brasil, y Tokio, Japón, son algunas de las ciudades en el mundo donde se recordará al poeta y ensayista mexicano. www.milenio.com/cultura/octavio_paz-sep-antologia_de_pazhomenaje_a_paz_0_247775602.html

Octavio Paz, el amante de las artes, el viajero, el crítico e incluso el rebelde será recordado en México con un homenaje que abordará la luz de su obra, pero también será crítico a su legado. “Hay que recordar que Paz fue un

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rebelde, yo creo que lo fue todo su pensamiento y toda su formación intelectual, y participa en movimientos sociales tan importantes como la Guerra Civil española, ese es un contexto de un joven nacido en 1914”, dijo el martes el presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Rafael Tovar y de Teresa, en conferencia de prensa en el Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México. El premio Nobel Jean-Marie LeClézio impartirá una conferencia magistral en Biblioteca José Vasconcelos de la capital mexicana; mientras que los premios Nobel Derek Walcott y Wole Soyinca, participarán en un conversatorio sobre su obra favorita de Paz con otras figuras cercanas al autor en el Palacio de Bellas Artes. El secretario de Educación Pública, Emilio Chuayffet, dijo que la celebración “respetará el espíritu crítico” del premio Nobel de Literatura mexicano, nacido el 31 de marzo de 1914, al dar a conocer su obra entre las nuevas generaciones, por lo que se entregará a todos los alumnos que se gradúen este año de la escuela secundaria una antología de las obras de Paz. “Su labor fue pedagógica al mostrarnos que el poema podía ser un modelo de la sociedad humana, afirmando a menudo que su oficio debía ser visto como una profesión de fe”, señaló. La Cámara de Diputados y la Cámara de Senadores participarán con la cancelación de un timbre

postal, la emisión de un billete de lotería y lecturas de la obra del autor, entre otras actividades. Además de la difusión de tomos gratuitos de su obra y de la venta de ediciones especiales, el homenaje a Paz incluirá lecturas de su poesía, mesas redondas, exposiciones y transmisiones de entrevistas las cuales serán gratuitas y difundidas en todo el territorio mexicano. Las actividades arrancarán el jueves 20 de marzo y se extenderán hasta septiembre. “No sólo para celebrar y recordar al hombre de letras, sino al hombre del pensamiento y al hombre que hizo una aportación indudable en las transformaciones mundiales, desde el punto de vista de las ideologías y de su terminación para surgir un nuevo estadio histórico del pensamiento”, dijo Tovar y de Teresa. Adicionalmente se sumarán actividades en Madrid, París, Tokio, Río de Janeiro, Barcelona, Londres y Bogotá, ciudades por donde dejó su huella el poeta. En Madrid se realizará en mayo un coloquio con Enrique Krauze, Jorge Edwards y Mario Vargas Llosa, así como una exposición de su obra en la Casa de América. Paz ganó el premio Nobel en 1990. Además de ser uno de los escritores que definieron la literatura latinoamericana en el siglo XX fue crítico, ensayista y diplomático. Murió en la Ciudad de México en 1998. Entre sus obras más destacadas se encuentran Piedra de sol y El laberinto de la soledad. www.am.com.mx/leon/mexico/octavio-paz-a-cien-a%C3%B1os-de-sunatalicio%C2%A0-86314.html

En cartelones, vehículos especiales y paredes, los capitalinos podrán observar fragmentos poéticos de los reconocidos intelectuales en diversos lugares de la ciudad, informó la Secretaría de Cultura del Distrito Federal Las calles de esta ciudad se convertirán en marzo próximo en el escenario de la obra de los poetas Efraín Huerta (1914-1982), Octavio Paz (1914-1998) y José Revueltas (1914-1976) , al cumplirse el centenario de su natalicio. En cartelones, vehículos especiales y paredes, los capitalinos podrán observar fragmentos poéticos de los reconocidos intelectuales en diversos lugares de la ciudad, informó la Secretaría de Cultura del

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Distrito Federal a través de un comunicado. María Cortina, directora de Proyectos Especiales de la institución, dio a conocer que esta propuesta vestirá la capital del país con la pluma de Huerta, Paz y Revueltas. Expresó que la difusión de la poesía y la lectura es una de sus prioridades, además de que funciona como estímulo contra la violencia y permite sensibilizar a los lectores. Las rutas poéticas que envolverán la metrópoli mexicana forman parte del programa especial “Conmemoraciones de los centenarios de Octavio Paz, Efraín Huerta y José Revueltas”. Además de la presencia de la Secretaría de Cultura capitalina, el programa contará con la colaboración de diversas instituciones culturales y del Gobierno Federal. El anuncio fue realizado durante el maratón poético “Poesía en voz de sus autores... y de nosotros, sus lectores”, que contó con la participación de los poetas Armando González Torres, Miguel Ángel de la Calleja y Carlos López, y el historiador Armando Ruiz Aguilar, entre otros. En el evento celebrado en el Kiosco Morisco de la colonia Santa María La Ribera, se dio lectura a textos de Octavio Paz, Efraín Huerta, José Revueltas, José Emilio Pacheco, Sylvia Path, Rosario Castellanos, Gabriel Zaid, Roberto López Moreno, Rubén Bonifaz Nuño y Julio Cortázar.

En cartelones, vehículos especiales y paredes, los capitalinos podrán observar fragmentos poéticos de los reconocidos intelectuales en diversos lugares de la ciudad, informó la Secretaría de Cultura del Distrito Federal http://elsoldelistmo.com.mx/site/index.php?option=com_k2&view=item&id=39 40:poes%C3%ADa-de-huerta-paz-y-revueltas-invadir%C3%A1-eldf&Itemid=483

Con el fin de consolidarse como un espacio para la reflexión de la cultura, del 25 al 28 de febrero se llevará a cabo en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, el Primer Festival Literario. Homenaje a cuatro escritores y poetas mexicanos, que rendirá tributo a cuatro grandes de la literatura mexicana. Se trata de Octavio Paz (1914-1998), José Revueltas (1914-1976), Efraín Huerta (1914-1982) y Armando Duvalier (1914-1989), de quienes este año se cumple un centenario de natalicio, informó el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta). El encuentro es organizado por Movimiento Ciudadano por la Cultura A.C., en colaboración con el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Chiapas (Coneculta), y busca ser un punto de partida para el homenaje y la difusión de la literatura mexicana. Eugenio Cifuentes Guillén, presidente de la citada asociación civil, recordó que la producción de Armando Duvalier, por ejemplo, es muy conocida, pero no es cultivada “y nuestra misión con este festival es dar mayor proyección de estas obras importantísimas que no muchos conocen”, indicó. El programa, cuyas actividades serán gratuitas, incluirá la presentación de semblanzas de la vida y obra de los literatos; de forma paralela se realizará la lectura de poemas, que serán musicalizados en vivo. Las lecturas estarán a cargo de Guadalupe Zepeda, Carmen Amalia Mejía, Guadalupe Chanona, Josefa Magdey, Rutila Mejía y David Escobar; con música de Rosario Maza, Cristian Camacho, César Gandy y Abraham Coutiño. El festival tendrá como sede el Museo del Café de Chiapas, el Auditorio del Centro Cultural “Jaime Sabines”, el Museo de la Ciudad y la Casa del Poeta “Rosario Castellanos”, señaló

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Cifuentes Guillén. La inauguración del evento contará con la participación de Juan Carlos Cal y Mayor Franco y María Eugenia Díaz, quienes hablarán sobre el legado del Premio Nobel de Literatura de 1990, Octavio Paz, así como de su obra “El laberinto de la soledad” (1950). El martes 26 se conmemorará a “El Gran Cocodrilo” Efraín Huerta, de quien se leerá “Poemínimos” (1980), con la presencia de Jorge Mandujano, Florentino Flores y Andrea Abarca; además, el poeta Fernando Trejo y Mercedes España se presentarán en el Museo del Café de Chiapas. Al siguiente día se evocará a José Revueltas, con su pieza literaria “El apando” (1969), con la participación de Neftalí Vázquez, José Francisco Nigenda y David Escobar. El encuentro concluirá con el homenaje a Armando Duvalier, al que asistirán el poeta Rafael Molina Matus, el doctor Mario Nandayapa, el maestro Ricardo Cuéllar y el cronista José Luis Castro Aguilar. Cifuentes Guillén adelantó que para la segunda edición el festival se ha considerado realizar un homenaje a Rosario Castellanos (1925-1974), Jaime Sabines (1926-1999) y Rodulfo Figueroa (1866-1899). Los tres poetas mexicanos representan un baluarte para la culturas chiapaneca, ya que compartieron gran parte de su vida en esa tierra, destacó el titular de Movimiento Ciudadano por la Cultura. (Notimex) www.ejecentral.com.mx/rendira-chiapashomenaje-a-octavio-paz/

Variedad. Dibujos, esculturas y textos, con la utilización de diversas técnicas, se incluyen en esta muestra. Palabras que crean formas El Instituto Cultural Cabañas acoge a partir de mañana la muestra Fuego petrificado, que reúne 52 piezas pertenecientes a su acervo Con Fuego petrificado, exposición que se inaugura mañana en el Instituto Cultural Cabañas (ICC), Carlos Ashida asume su primera tarea como curador en jefe, Carlos Ashida y, como él mismo indica, la muestra representa “un ejercicio curatorial que tiene como punto de partida el reconocimiento a la labor de Octavio Paz” como alguien que contribuyó enormemente a la “comprensión de la cultura mexicana”, con un diálogo entre un poema del autor de El Laberinto de la soledad y las obras de José Clemente Orozco y Mathias Goeritz. La muestra consta de 52 piezas (entre dibujos, esculturas, técnicas mixtas, piroxilinas y textos), todas pertenecientes a los acervos del ICC, entre las que se cuenta el poema Petrificada petrificante, de Paz, el cual se agrega a la exposición “como una pieza más”, refiere Ashida, pues recibe “tratamiento de obra visual” y se toma en cuenta su “capacidad para evocar imágenes de compleja riqueza”; de esta forma, la colección de versos convive con las piezas de “dos artistas relevantes para la cultura nacional”. En este sentido, es a través del texto poético que —dice el curador— se reconocen “las coincidencias entre estos tres personajes tan disímbolos”, tres perspectivas que se unen en la noción del artista “como testigo primordial de la historia, dispuesto a dar testimonio de ella” y cuya labor siempre proyectó las “constantes inherentes a la conducta humana”. Por estos motivos, Ashida no evita referir que el poema de Paz funciona como “equivalente verbal de uno de los murales de Orozco”, esto es, que puede considerarse como “una alegoría con fuerte sabor religioso” pues, detalló, los tres artistas de la muestra exhiben en su trabajo “una espiritualidad sin dioses o iglesias, pero con misterios y enigmas” en donde la existencia se plantea como una “búsqueda no alcanzada”; así, el espectador estará “ante obras con un carácter

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trágico común: la contemplación de la historia como un movimiento circular del que no se tiene escapatoria”. La exposición, que se encuentra en las salas 1, 6, 7 y 8 del Circuito Norte del Instituto Cultural Cabañas, se inaugura mañana a las 20:00 horas y estará hasta fines de mayo próximo. Dualidades con tres vistas Las obras de Octavio Paz, José Clemente Orozco y Mathias Goeritz dan cuenta de referencias compartidas, explica Carlos Ashida. “La historia nacional, la era prehispánica, la tradición cristiana y la modernidad en que estamos inscritos”, todas ellas involucradas en una representación de la naturaleza del hombre en su doble cualidad de “víctima y verdugo”. Esta triple mirada de los artistas representa asimismo “una mezcla de sentimientos en conflicto: la ira y el horror, la simpatía y la piedad”, puesto que ninguno de ellos es capaz de “condenar o celebrar en sentido categórico”; a lo anterior, enfatizó, se añade “el reconocimiento a la naturaleza inherente del lenguaje — visual y escrito— para aprehender la realidad”, como una característica esencial que —como escribiría Paz— “anima las mejores creaciones del arte moderno”. Más que un homenaje, la exposición es una invitación para acudir “de nuevo a la extraordinaria labor” que el escritor mexicano —de quien se celebra este 2014 el

centenario de su nacimiento— “realizó en torno al arte del siglo XX”. www.informador.com.mx/cultura/2014/514003/6/un-dialogo-con-paz-orozco-ygoeritz.htm

Como homenaje al Premio Nobel de Literatura 1990, ofrecen taller a través de su poesía, que impartirá Francisco Segovia, del 7 de marzo al 4 de abril Octavio Paz cumpliría este 31 de marzo un siglo de vida. A manera de homenaje al Premio Nobel de Literatura 1990, autor de Piedra de sol, la Librería Universitaria del Complejo Cultural Universitario de la BUAP abre el taller Octavio Paz a través de su poesía, que impartirá Francisco Segovia, del 7 de marzo al 4 de abril, los días viernes, de 17:30 a 20:30 horas, en la Sala Lúdica. “La poesía es sólo un pretexto para discurrir entre la ilusión y la desilusión a través de los escritos de Octavio Paz”, comenta a propósito de este taller su coordinador Francisco Segovia, autor de varias publicaciones, entre éstas Jorge Cuesta: La cicatriz en el espejo, Ley natural, Elegía, Partidas y Baladro. Octavio Paz, poeta, escritor, ensayista y diplomático, fue uno de los intelectuales más influyentes del siglo XX, se caracterizó por mantener siempre una actitud crítica ante el Estado y las “desilusiones” del siglo XX, específicamente, las revolucionarias. Esta actitud le ganó mala fama entre la izquierda latinoamericana, que incluso llegó a quemar en público una efigie del poeta, durante una manifestación. Francisco Segovia, quien impartirá el curso, sostiene que esa actitud crítica legitima una lectura política de la obra poética de Paz. Es decir, que su poesía se puede también leer como una crítica de la historia, universal, de México, y también personal. Con esta mirada, en Octavio Paz a través de su poesía se buscará descubrir esta hipótesis, usando como base dos de los poemas más extensos del poeta: Piedra de sol y Pasado en claro. Así también se leerán los testimonios que él mismo da de su trayectoria intelectual

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en el libro Itinerario y en una suerte de colofón a El laberinto de la soledad, una entrevista titulada Vuelta a El laberinto de la soledad. Segovia ha trabajado principalmente como lexicógrafo, profesor de literatura y traductor independiente, Ha formado parte, además, del consejo de redacción de revistas mexicanas de literatura, como La Orquesta, Diagonales, Fractal, Vuelta y Librero. En 1988 recibió una beca del Consejo Británico para escribir en el King's College de Londres un libro sobre Thomas Malory. En 1992, el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes le otorgó la beca de Creadores Intelectuales, y el Sistema Nacional de Creadores entre 1999-2005, 20082011 y 2012-2014. Actualmente, Francisco Segovia es investigador del Diccionario del Español de México, en el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México, y escribe una columna mensual sobre lenguaje y poesía en el Periódico de Poesía, publicación electrónica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). El taller se realizará del 7 de marzo al 4 de abril, un total de cinco sesiones, cada con una duración de tres horas, los días viernes de 17:30 a 20:30 horas, en la Sala Lúdica de la Librería Universitaria, ubicada en el Complejo Cultural Universitario de la BUAP. Los interesados podrán obtener más información en el teléfono 2 29 55 00, extensiones 2661 y 2663. Las

inscripciones están abiertas en la Librería Universitaria del Complejo Cultural Universitario de la BUAP, Vía Atlixcáyotl 2499, San Andrés Cholula. www.milenio.com/cultura/Conmemora-Libreria-CCU-OctavioPaz_0_250175111.html

La iniciativa que busca crear el Instituto “Octavio Paz” en el extranjero se encuentra detenida en la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados, reconoció la diputada panista Margarita Saldaña. En entrevista, la legisladora señaló que la propuesta que pretende que los institutos de México que funcionan en el exterior, lleven el nombre del Premio Nobel de Literatura 1990, y se inserten en una política de diplomacia cultural, no ha quedado clara para algunos parlamentarios de dicha Comisión. “Tenemos un asunto pendiente que no se ha podido resolver, que es la formación del Instituto ‘Octavio Paz' propuesto por la diputada Adriana González y las senadoras Gabriela Cuevas y Laura Rojas. “La iniciativa está detenida, y aunque la mayoría hemos optado porque avance, hay algunas interrogantes de parte de los grupos parlamentarios” , dijo. De acuerdo con la legisladora, una de las dudas por las que la propuesta no avanza, radica en el costo que representaría contar con dicho Instituto en las diferentes representaciones de México en el exterior. “Ya mostramos que económicamente no altera la situación de la Secretaría de Relaciones Exteriores, porque al final en todo el mundo, la Secretaria de Relaciones tiene una oficina de representación cultural de México” . “La iniciativa se encuentra en la Comisión de Cultura pero falta hacer un par de acuerdos, porque nos dicen que eso aumentaría el costo, el presupuesto, etcétera”, indicó la panista. Comentó que la idea, enmarcada en la conmemoración del Centenario del Natalicio del escritor mexicano, es la de crear un instituto similar a la Alianza Francesa, para Francia; el Instituto Cervantes para España; el Dante

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Alighieri, de Italia, el Instituto Goethe de Alemania o bien el British Council para el Reino Unido. Entre sus objetivos, figura promover y difundir en el exterior la cultura, la lengua, el arte, la educación, la ciencia y tecnología, así como otros rasgos de la idiosincrasia, la historia y el presente de la sociedad mexicana. Se trata de un órgano desconcentrado de la Administración Pública federal y encargado de la Diplomacia Cultural. En la propuesta, de la cual Notimex posee una copia, se menciona que se trata de una idea planteada originalmente por Gabriel Quadri, ex candidato presidencial de Nueva Alianza, que busca reconocer al escritor y poeta mexicano Octavio Paz (1914-1998) . “Desde nuestra perspectiva, fue un gran acierto proponer su nombre. Con Paz, estamos en presencia del intelectual que incursionó con gran éxito en la diplomacia y de manera especial en la promoción cultural tanto dentro como fuera de nuestro territorio. “Por si fuera poco, el mundo se apresta a conmemorar 100 años del natalicio de Octavio Paz, en marzo del 2014; resultaría inmejorable, a partir de la creación de dicho Instituto, el homenaje a este gigante de las letras y de la divulgación de nuestra cultura y literatura en el mundo” , menciona la iniciativa. www.eluniversal.com.mx/cultura/2014/pr opuesta-detenida-instituto-octavio-pazexterior-989969.html

El centenario del poeta, escritor y ensayista Octavio Paz (México, 19141998) se celebrará en España con una relación de actividades, entre conciertos, conferencias, exposiciones y publicaciones, con el objetivo de hacer una aproximación a las distintas facetas del universo del autor mexicano. El centenario del poeta, escritor y ensayista Octavio Paz (México, 1914-1998) se celebrará en España con una relación de actividades, entre conciertos, conferencias, exposiciones y publicaciones, con el objetivo de hacer una aproximación a las distintas facetas del universo del autor mexicano. Así lo han explicado este miércoles durante la presentación del programa conmemorativo la embajadora de México, Roberta Lajous, el director del Instituto Cervantes, Víctor García de la Concha, el director de la Real Academia Española, José Manuel Blecua, junto al comisario programa, Aurelio Major, el filósofo Fernando Savater y el exministro de Cultura y el director de la Casa del Lector, César Antonio de Molina. “El centro irradiador de la figura de Octavio Paz es la poesía y, a partir de ahí, se ha diseñado el programa”, ha afirmado el comisario del centenario, cuyas actividades comenzarán a celebrarse el próximo mes de marzo y se extenderán hasta noviembre. Tanto Major como el resto de personalidades que han acudido a la presentación de los actos sobre la figura del poeta mexicano han destacado que el “mejor homenaje” que se le puede hacer a un escritor de su talla es “releer sus obras”. Conversaciones en torno a Paz entre ensayistas y editores, organizados entre el Instituto Cervantes y el Centro de Estudios Mexicanos, la exposición 'Memoria de Octavio Paz' en la Biblioteca Nacional, la presentación de un número especial de la revista Cuadernos Hipanoamericanos en la Biblioteca Nacional, la interpretación en Barcelona de la soprano Lucía Salas del poema 'Olvido' y la exposición fotográfica de Ángel Merodio en el Instituto de México en España son las actividades programadas para el mes de marzo. En abril, se celebrará una conferencia de Pere Gimferrer en Santiago de Compostela y se proyectará Yo, la peor de todas en casa de América, donde también tendrá lugar el diálogo “Tres miradas sobre Octavio Paz”. En mayo, la Residencia de Estudiantes será el escenario

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para la lectura de poesía de Paz y el diálogo sobre su obra poética entre escritores. Mario Vargas Llosa junto a Felipe González y Fernando Savater, entre otros, rendirán un homenaje al poeta mexicano en Casa de América, también en mayo, y en la Biblioteca Nacional se presentará una antología de textos políticos de Paz. En el mes de junio continuarán los diálogos entre intelectuales sobre la figura y obra del poeta y se celebrará el espectáculo escénico Blanco en la Casa del Lector de Frederic Amat y en la Feria del Libro de Madrid jóvenes escritores y poetas leerán poesía de Octavio Paz. En junio se presentarán libros publicados por el Fondo de Cultura Económica con motivo del centenario y tendrá lugar la lectura dramatizada de poemas de Paz en Casa América Catalunya. En julio y agosto, la Universidad de Alcalá de Henares organizará el seminario 'Octavio Paz y los Premios Cervantes' y se exhibirán fragmentos de la obra del poeta estratégicamente colocados en el mobiliario urbano de Madrid, bajo el título 'Reencuentro con Paz'. En septiembre se celebrarán conversaciones entre expertos, encuentros entre editores y conferencias, mientras que en octubre habrá una exposición y lectura de poesía en el Círculo del Arte de Barcelona, además de conferencias y diálogos. www.que.es/madrid/201402261508-

El próximo 27 de marzo, a las 19h, se presentará en la Biblioteca Nacional de España el número 80 de la revista Cuadernos Hispanoamericanos, dedicado a Octavio Paz. En el acto, enmarcado en el Programa Conmemorativo del Centenario de Octavio Paz 1914-2014, intervendrán el poeta y ensayista cubano Orlando González Esteva, el filósofo y ensayista español Juan Arnau y Juan Malpartida, director de Cuadernos Hispanoamericanos. La revista dedicará un amplio dossier a la obra del autor mexicano con textos de Guillermo Sheridan, Juan Arnau, Jesús Aguado, Blas Matamoro, José Luis Gómez Toré, Andrés Sánchez Robayna y Orlando González Esteva. Octavio Paz es uno de los poetas y ensayistas más importantes del siglo XX. Recibió el Premio Cervantes en 1981 y el Premio Nobel de Literatura en 1990. http://blog.cervantesvirtual.com/centenario-de-octavio-paz-en-la-bibliotecanacional-de-espana/

Una introducción a Octavio Paz es el título de la conferencia que ofrecerá el escritor Alberto Ruy Sánchez este lunes 3 de marzo en el Centro Cultural Tijuana en el marco de las celebraciones nacionales por el centenario del natalicio del Nobel de Literatura. Doctorado por la Universidad de París Alberto Ruy Sánchez es ganador del Premio Xavier Villaurrutia por su primera novela Los nombres del aire en 1987, dirige la multipremiada revista Artes de México, su obra ha sido traducida a varios idiomas y ha sido distinguida por la Fundación

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Guggenheim en Nueva York, ha sido profesor invitado de la Universidad de Stanford en California. Fue condecorado como Oficial de la Orden de las Artes y de las Letras por el Gobierno francés, en 1990 publicó Una introducción a Octavio Paz obra homónima de la charla que impartirá a las 7:00 p.m., en la Sala Carlos Monsiváis de la Cineteca Tijuana y que dio motivo a la siguiente entrevista vía telefónica. ¿Qué lo lleva a analizar la obra de Octavio Paz? Por un encargo inicié la investigación de la obra de Paz, pero no fue solo como un trabajo, sino que me permitió aprender cómo editan un libro de divulgación de alto nivel, fue un trabajo muy largo de más de un año de trabajar todos los días en el tema, no solamente leer las 14 mil páginas de la obra de Octavio Paz y sintetizarlas, sino escribirlas de tal manera que fuera sabrosa y que se divulgara para la gente que sabe poco o nada del tema. ¿Cómo describiría la obra de Paz? Diría que la describo con tres palabras, lucidez, pasión y sensualidad, es decir, es una poesía inteligente, una poesía que te hace entender, hecha con una carga de vida desbordada una poesía en la que se implican todos los sentidos. ¿Qué influye en la poesía de Octavio Paz? Si revisamos lo que digo en ese libro Una introducción a Octavio Paz, toda la línea cronológica está acompañada de vínculos entre su vida y su obra,

todo desde las cosas que el recuerda hasta las cosas que va creando en diferentes momentos de su vida, mostrando la pertinencia de cada uno de esos vínculos, A veces es una anécdota, a veces una reflexión, a veces una obsesión hay un poema en que él habla de la muerte de su padre, alcohólico, en el que cuenta como fue con su madre a recoger los restos de padre que murió atropellado por un ferrocarril, una escena muy dramática, lo describe “atado al potro del alcohol” es muy fuerte, hasta imágenes que pudieran parecer misteriosas, el vivió de niño cerca a la Escuela Preparatoria que ahora es el Museo de San Ildefonso, las casas de la zona están hechas de tepetate y él las describe como “paredes del color de sangre seca” algo que solamente se entiende si se conoce esa parte de la ciudad. ¿Cuál es la vigencia de la poesía de Octavio Paz? La poesía de Paz siempre estuvo adelantada a su generación, cuando escribió sobre Juan José Tablada hizo el primer ensayo moderno, lo pone como fundador de la modernidad literaria mexicana, cuando regresó a México en los setenta se rodeó de la generación siguiente, la suya, tenía una disponibilidad muy abierta hacia las innovaciones no sólo tecnológicas, sino literarias en general. Le interesaba muchísimo lo que hacían los jóvenes, un día lo encontré muy desvelado y me dijo “es que me llamó un joven poeta de Hermosillo y me pareció muy importante lo que me decía, nos quedamos platicando hasta las cuatro y media de la mañana”, así era en ese aspecto Octavio Paz. Él era muy esmerado en la destreza de la construcción de la poesía, eso hace que ésta atraviese las épocas de una manera muy fresca y que pueda estar muy de moda una parte y después otra, en general hasta ahora no ha habido algo de su poesía que no haya sido acorde con sus inquietudes de joven. ¿Sus ensayos tienen también esa vigencia de la que nos habla? Es asombrosa su vigencia, pero esto tiene una explicación muy sencilla, cuando él escribe sobre historia o sobre política lo hace como un poeta, no simplemente como quien hace versos, sino que tiene visión poética; eso lo explica Aristóteles en su poética, el historiador escribe las cosas que fueron, el poeta escribe las que podrían ser y las que deberían ser, el historiador tiene una mirada, el poeta tiene una visión. Albert Camus murió antes de independencia de Argelia un periodista político y un poeta además y escribió sobre posibilidad y la

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necesidad de crear una Unión Europea, y no sólo eso sino una Unión Mediterránea, que va mucho más allá de lo que vivimos ahora, y te das cuenta de que es lógico y que es necesario, bueno Paz hace lo mismo cuando habla de política y su análisis del Virreinato no es el de un historiador, porque no solo habla de lo que investigó, sino de lo posible y lo mismo sucede cuando habla de arte por eso sus ensayos son atrozmente vigentes. ¿Comparte la iniciativa con Paz del impulso de nuevos escritores? En una de las publicaciones que dirigí alternábamos en cada edición un poeta internacional, un mexicano con gran tradición y siempre un poeta joven desconocido, el treinta por ciento de lo publicado era de jóvenes. ¿Qué hace tan singular a Paz que es el único Nobel de Literatura mexicano? Cuando se compara a Paz hay que hacerlo no del resto de los escritores mexicanos, sino con respecto a los de todos los países; ocupa un lugar muy singular por esta pluralidad de características, en el discurso del Nobel el representante de la Academia Sueca, habla de la importancia que Octavio Paz da a la sensualidad, no solo al contenido del poema, sino a los sentidos, y dice que se guió por un principio que en latín se dice Non serviam que quiere decir “no serviré” y en Paz significa “no serviré ciegamente a ninguna fuerza

política, ni industrial no comercial más allá de tu conciencia”, su renuncia como embajador en 1968 es ejemplo de ello. ¿Qué le significa venir a Tijuana a celebrar este Centenario? Cuando voy a Tijuana siempre se me hace poco el tiempo para conocer, para ver gente, y me da mucha alegría ir porque el Cecut es sensacional, es un espacio único en México, es un privilegio tener una infraestructura de ese tipo, es increíblemente superior a cualquier otra parte del país. www.conaculta.gob.mx/estados/saladeprensa_detalle.php?id=32527

Nueva Alianza, a través de la diputada Sonia Rincón Chanona, felicitó a la Cámara de Diputados por rendirle homenaje a Octavio Paz, impulsor de la transición democrática. El Grupo Parlamentario Nueva Alianza (GPNA), a través de la diputada Sonia Rincón Chanona, felicitó a la Cámara de Diputados por la iniciativa de declarar al 2014 como el Año de Octavio Paz. “Nueva Alianza reconoce la sensibilidad de la Comisión de Gobernación al aprobar la iniciativa de decreto para que el Congreso de la Unión declare2014, Año de Octavio Paz, así como de la Comisión de Cultura y Cinematografía que emitió la opinión favorable. El presente dictamen es la primera pieza del homenaje de esta Cámara de Diputado a Octavio Paz”, señaló el partido en su pronunciamiento. Asimismo, declaró que el Nobel de Literatura ayudó en gran medida a la transición democrática, pues criticó duramente los rasgos autoritarios del régimen del Partido Revolucionario Institucional (PRI) durante las últimas décadas, sobre todo el patrimonialismo, la escasa representatividad de las instituciones, el corporativismo y la estrechez de libertades. “Octavio Paz pensaba que la ideología convierte a las ideas en máscaras que ocultan al sujeto y, al mismo tiempo, no lo dejan ver la realidad; máscaras que engañan a los otros y nos engañan a nosotros mismos. Su pensamiento siempre estuvo dispuesto al debate y a la discusión de ideas y posturas políticas”, se explicó en el documento. Nueva Alianza detalló que la Comisión Especial para Conmemorar el Centenario del Natalicio de Octavio Paz surgió de la necesidad de reconocer la aportación del poeta a la reflexión crítica, y

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de reivindicar la vida y la obra del personaje cultural más emblemático del siglo pasado. “2014 es el Año de Octavio Paz. Todos los años y todos los días deben ser el tiempo de la poesía, el pensamiento y el diálogo, porque estos atributos construyen nuestra libertad. Conocer, reconocer, difundir y, sobre todo, leer a Octavio Paz, es la mejor forma de conmemorar a nuestro máximo poeta”, finalizó el partido a través de Rincón Chanona. www.sexenio.com.mx/articulo.php?id=44168

Como parte del programa Leer América de la XXIII Feria Internacional del Libro en Villa Clara se presentó en el Museo de Artes Decorativas de esta ciudad el libro Valoración múltiple. Octavio Paz. Yamil Díaz expresó que el texto nos lleva a los momentos más descollantes y al paisaje general de la obra escrita por Octavio Paz. Según su presentador, el escritor y periodista del patio, Yamil Díaz, había que agradecer la llegada de este volumen a Casa de las Américas, ya que el Premio Nobel de Literatura mexicano de 1990, ha pasado por el mutis literario debido a su distancia política con la Revolución Cubana. “No deja de parecer un contrasentido publicar primero la

bibliografía pasiva que la activa de un autor, pero hay que agradecer este volumen útil y oportuno de su ya imprescindible colección. A Enrique Sainz agradecemos también, por habernos dado una muestra de su rigor intelectual”, expresó Díaz. También destacó las dos praderas fundamentales de la extensa obra de Octavio Paz: su ensayismo y sus versos. Títulos que permanecen totalmente inéditos en Cuba, algo que calificaron de vacío lamentable para el lector medio de la Isla. http://vanguardia.co.cu/index.php?tpl=design/secciones/lectura/portada.tpl.html &newsid_obj_id=30958

Cumbre japonesa Fascinado por Oriente, en 1957 Octavio Paz abordó con la ayuda de Eikichi Hayashiya la traducción de este exquisito clásico, uno de los mas grandes cultivadores del haikú. La edición Atalanta sigue la versión definitiva de la editorial Shinto Tsushin de Tokio. Recuperaciones Seix Barral publicará en junio El fuego de cada día. Lo mejor de Octavio Paz, una orientadora introducción a su universo literario. También tiene disponibles títulos como Vislumbres de la India, El mono gramático, La llama doble, Memorias y palabras (correspondencia con Gimferrer), Sueño en libertad, Jardines errantes y Claude Lévi- Strauss o el nuevo jardín de Esopo. Galaxia Gutenberg recuperará su Poesía completa, mientras que la Residencia de Estudiantes reeditará La voz de Octavio Paz. Gimferrer e Hiriart El académico catalán, discípulo de Paz, participará en dos actos, una conferencia en Santiago de Compostela en abril y un diálogo con Hugo Hiriart en el Instituto Cervantes de Madrid. Homenajes Uno de los actos más significativos será el tributo que en Casa de América en Madrid se le dedicará en mayo con la presencia de Felipe González, Jorge Edwards, Enrique Krauze, Fernando Savater y Mario Vargas Llosa. Una exposición en la Biblioteca Nacional mostrará en marzo la correspondencia de Paz con Jorge Guillén. Dos de 1914 Varias figuras de las letras latinoamericanas comparten 1914 como fecha de nacimiento: Nicanor Parra y Adolfo Bioy Casares, pero también Julio Cortázar. La amistad de Paz con el autor argentino se mantuvo con los años a pesar de las diferencias ideológicas que existían entre ambos. Gonzalo Celorio y Víctor García de la Concha hablarán de ello en abril. www.elperiodicodearagon.com/noticias/escenarios/edicionesencuentros_923456.html

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En la última década, Evodio Escalante ha publicado importantes libros sobre José Gorostiza —quizá su mejor obra—, Jorge Cuesta y los estridentistas. Este 2013 aparece Las sendas perdidas de Octavio Paz (UAM-Ediciones Sin Nombre). Escalante hace crítica hermenéutica: escribe para des– cubrir el significado de obras literarias. Aquí explica desde el joven Paz hasta su concepción del tiempo. Mientras los críticos nacidos en los sesenta y setenta retroceden a la reseña basada en gusto canónico, Escalante hace ensayos o capítulos donde busca sentidos ocultos. Pero Escalante no prescinde de lo estético. Aquí deja ver su propia poética, según la cual la poesía alcanza su cima en la epifanía: “La culminación de esta asimilación del instante conduce a un momento de epifanía... un trance conciliatorio” (p. 157). Concibe la crítica como la búsqueda de “aquellos pasajes en los que la aparición se despliega del modo más genuino posible” (154). Y da a entender que el poeta poseído es identificable por “una sensación de vértigo relacionada con la experiencia del tiempo” (148).

El libro termina con el comentario a una escena masturbatoria, eyaculación y éxtasis de Paz. Final sorprendente, significativo. En zonas previas del libro, Escalante criticó a Paz. Por ejemplo, censa sus errores de interpretación sobre los Contemporáneos y recuerda que Neruda definió a Paz como un “pululante poetiso” de “dientes solapados”. A la pura mitad del libro coloca su discrepancia más ríspida. Escalante recorre el modo en que Paz define surrealismo y vanguardismo en general, y concluye: “Paz está valorando siempre de acuerdo con un prisma que arroja luces múltiples. Y, para sorpresa nuestra, el último rayo de luz arroja siempre una sombra conservadora. Una sombra de conformismo... Viéndolo de otro modo: mejor nos quedamos como estamos” (75). Este libro de Escalante es crítico de Paz y, a la vez, cae en “su extraordinario poder de seducción”. Paz era un poeta metafísico. Escalante es un crítico metafísico. En esa zona en que coinciden, Escalante lo salva. Lo condena cuando localiza errores de lectura de Paz y cuando su postura político–filosófica se acerca al quietismo. Escalante prefiere cierto espíritu de revuelta. ¿Es Escalante un paceano de izquierda? Esta parece ser la paradoja de su zigzag, donde la poesía se define como Aparición intermitente y el crítico como fenomenólogo posible. En el libro, Escalante prácticamente no dialoga con académicos. Es crítica literaria dentro de la tradición mexicana. De ahí su exaltación. Para Escalante poesía es revelación. Fustiga a Paz cuando no la logra y cae en equívocos mundanos o bibliográficos. Celebra al Paz poseído por aquello que también lo posee: la experiencia metafísica de la poesía. Sendas perdidas: recuento de los desvíos ideológicos y las vías místicas de Paz. http://archivohache.blogspot.mx/2013/06/octavio-paz-vislumbrado-porevodio.html

SERGIO CÁRDENAS Oigo latir la luz Música para barítono, clarinete, viola y contrabajo Poemas de Octavio Paz (1914-1998) Coro de Concierto de la Sinfónica de Hof Director: Gottfried Hoffmann Grabación del 25 de noviembre de 2011 en la Sala de conciertos de la escuela de Música de la Sinfónica de Hof, Alemania www.sergiocardenas.net, http://onomatopeyadeloindecible.blogspot.com

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