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ALMORADUX Aテ前 I, MAYO 2011

El 18 de marzo de 2011 se presentaron en el Hotel San Juan de los Reyes de Toledo los libros ganadores del I y II Certamen de Novela Lテウpez Torrijos.

Editorial Ledoria


EDITORIAL Nace ALMORADUX, una suerte de revista asociada a Editorial Ledoria, con la intención de servir de soporte a todos los autores, (consagrados y noveles), que deseen ver publicadas sus obras de pequeño formato: poemas, cuentos, artículos..., y con la pretensión de que se convierta en un punto de interés y contacto entre los navegantes de la red. También prevemos la inclusión de entrevistas a personajes relevantes del mundo de las artes y las letras y artículos de opinión sobre temas de interés. Periódicamente variaremos los contenidos de la primera plana, pero mantendremos a disposición del usuario una hemeroteca para la consulta de los contenidos atrasados; desde allí podrán ser descargados gratuitamente. El nombre Almoradux deriva de una palabra árabe y su referente es una planta originaria de Oriente que destaca por su buen olor. Hemos escogido este nombre por este motivo y por su eufonía. Jesús Muñoz Romero

ALMORADUX Revista literaria digital ligada a las actividades de Editorial Ledoria JMR. Dirección:

Jesús Muñoz Romero Redacción:

Wilfredo Mariñas Guerrero Fotografía y maquetación:

Equipo de Editorial Ledoria. TOLEDO - ESPAÑA


18 de marzo de 2011

Presentaci贸n de los libros ganadores del I y II Certamen de Novela

L贸pez-Torrijos

HOTEL

SAN JUAN DE LOS REYES C/Reyes Cat贸licos, 5 45002 - TOLEDO ALMORADUX


Miguel Ángel CARCELÉN GANDÍA

Miguel Ángel (Villalgordo del Júcar, Albacete, 1968) compagina su trabajo como funcionario con su afición a la literatura. Cuenta en su haber con más de trescientos reconocimientos literarios, colaboraciones en revistas de creación literaria como Barcarola, Calicanto, Pandemonium, El Ciervo…, y ha publicado una veintena de libros, la mayoría de ellos novelas, aunque también ha experimentado con el cuento infantil en Tornillo, Adriana y el Caracol. Cuentos para la solidaridad, y el ensayo en los dos tomos de Mi mochila, recopilatorios de artículos periodísticos. Forma parte de la antología A cielo abierto. Narradores de Castilla La Mancha, y ha ejercido como jurado en varios certámenes. Los títulos de sus novelas son: Aunque sea lunes (Premio Ciudad de Toledo); Ojalá que nos veamos en Macondo (Premio La Manchuela); ¿Oíste al mirlo silbar mi nombre? (Premio de Novela Negra Diputación de Albacete); Turno de Noche (Premio de novela corta Ciudad de Móstoles); No me esperes, corazón (Finalista Premio de Novela Rodrigo Rubio); Cólera y azogue para Ailene (Premio Joven Universidad Complutense); Crepúsculo de párpados (Premio Carolina Coronado); Las lágrimas de un clown (Premio Ciudad de Dueñas); Traje de sombras, vida de luces (Premio de novela corta Ayuntamiento de Ciudad Real); Igual que un colibrí (Premio de novela Fundación Dosmilnueve de Zaragoza) y Grillos de setiembre (Premio de novela Ayuntamiento de Ciudad Real); Dos pícaros de Toledo. Rinconillo y Cortadete (Premio de novela creativa Villa de Palomares del Río y Premio de Novela Singular Toledo Literario); El vuelo de las aves (Premio de novela López Torrijos); La Casa Grande (Premio de novela corta de Tíjola), y Masía Muela (Premio de novela corta Comarca del Maestrazgo). Como cuentista ha recopilado algunos de sus relatos premiados en el libro El silbo de la ocarina.


En la mesa, de izquierda a derecha, Mario Lamela, presentador del libro El vuelo de las aves, Miguel Ángel Carcelén ganador del I Certamen López Torrijos, Consolación González Rico ganadora del segundo certamen, Belén Hernández presentadora de La voz del mar, y Jesús Muñoz por Editorial Ledoria.

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EL VUELO DE LAS AVES GANADOR DEL I CERTAMEN DE NOVELA LÓPEZ TORRIJOS

1.- FICHA TÉCNICA TÍTULO: AUTOR: CIUDAD: EDITORIAL: AÑO: ENCUADERNACIÓN: COLECCIÓN: DIMENSIONES: PÁGINAS: I.S.B.N.: PRECIO:

EL VUELO DE LAS AVES Miguel Ángel Carcelén Gandía Toledo LEDORIA 2011 rústica Ya se aparejaba Erastro 14 x 20 cm. 224 páginas 978-84-95690-76-0 15 €

2.- SINOPSIS: Tres huérfanos criados en ambientes tan distintos como la Galicia profunda de principios de los años sesenta, la barriada marginal madrileña del Pozo del Tío Raimundo, o un novedoso colegio para invidentes en Aranjuez, van tejiendo sus vidas con desigual fortuna hasta acabar en un mismo espacio: la prisión. Benito, Águeda y Pisahuevos tienen en común una infancia marcada por la desgracia o la tragedia. El primero, a su condición de invidente, une la ausencia de madre y los intentos de varias mujeres por ocupar su lugar, así como la desorientación que padece el padre desde que falta su esposa. Ese cúmulo de circunstancias lo abocan al sinsentido, a la desesperación y, finalmente, a la ludopatía. Pisahuevos nace, se desarrolla y muere en la pura podredumbre, es el paradigma del aprendiz de delincuente sin la malicia suficiente para llegar a medrar ni la inteligencia necesaria para huir de la pobreza. Águeda es inteligente, bella y vengativa, por eso no perdona a sus paisanos, los que consiguieron hacer de su madre una proscrita en la sociedad rural de las parroquias gallegas. El vuelo de las aves es una novela breve de triple protagonista. Tres historias completamente distintas que se desarrollan de forma paralela en desigual extensión. El final, no por lógico, deja de ser sorprendente, la confluencia de tres hilos narrativos que han ido tejiendo historias de marginación, soledad, esperanzas abortadas, amores urgentes y necesitados no correspondidos… Ensayo de fotografía del alma humana en condiciones desfavorables, tanto en el original como en el negativo.


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Obra ganadora del I Certamen de Novela Corredur铆a de Seguros L贸pez Torrijos Marzo 2009

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Obra ganadora del I Certamen de Novela Corredur铆a de Seguros L贸pez Torrijos Marzo 2009


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Miguel テ]gel Carcelテゥn Gandテュa

EL VUELO DE LAS AVES

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Editorial LEDORIA J M R

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PISAHUEVOS

El Pozo del Tío Raimundo. Geografía de luz hambreada y tenderetes de harapos al amor de charcos pestilentes. —¡Que llames a la Vero, que la Rafaela ya está! Mierda. Escoria. Barrio edificado sobre y con los desechos de la gente que no tiene que defecar en un cubo de plástico cuarteado por soles inmisericordes ni abastecerse de agua grumosa de cenagales para lavarse a rodales detrás de los cartones de una caja de frigoríficos Otsein, marca registrada, garantía de prestigio. Al norte y a unos minutos, el Madrid de los Austrias; al sur, y a unos instantes, la procesión inacabable de los más fieles penitentes de la cofradía con mejor futuro de todas las habidas: yonkis, camellos, putas, drogadictos en fase de aprendizaje. Por dos libras un viaje al cielo con retorno… a veces, sin él; si la nieve es más cal que nieve. Por cuatro libras tres viajes. Si no llega, no se fía. Los llantos, súplicas y amenazas se resuelven de inmediato por los hijos de la Penetra, gitanos barbitaheños que repizcan las mejillas con alicates. Por media libra se te brindan cuerpos famélicos de viejas que apenas meses atrás rozaban la adolescencia. La Rafaela ha apostado muy fuerte y no puede arrepentirse, aunque quisiera. Su prima Vero, la partera, debe de estar durmiendo la borrachera; y su marido, por mucho que grite y le suplique, no


entrará. Un gitano de ley jamás verá el parto de su mujer. Gracias a Dios no es primeriza y sabe cómo manejar la situación. Asoman los hombros y la cabecita boquea en busca del aire que se le niega. Parece intuir el párvulo que hasta el respirar se le hará gravoso. La madre grita y empuja con todas sus fuerzas; de tardar mucho, el niño se asfixiará. Hay que palmearle la espalda, hay que palmearle, y seguir empujando. —¡Rafael, entra, por tus muertos, entra! Pero Rafael no entrará ni por lo más sagrado. Antes dejará morir a madre y criatura. La Rafaela se incorpora y se recuesta en la pared; en un último esfuerzo tira del niño y lo oye llorar. ¡Por fin! Lo del cordón umbilical es pan comido. Con la higiene de unas manos que hasta el día anterior habían estado rebuscando cartón en las basuras, cercena el vínculo sanguinolento. —¡Rafael, entra, es un guacho! El gitano entra, nervioso, y pregunta que si ya está listo. La madre le ha restregado la sangre sin conseguir limpiarle el brillo. En un chándal raído lo envuelve Rafael y sale con él de la chabola. La madre no tiene fuerzas ni para limpiarse los muslos. Luego, a la noche, cuando el barrio esté más tranquilo, se llegará hasta el pilón a darse un agua. Se adormila hasta que regresa Rafael, todavía con el bulto en los brazos, y le pega una patada para que despierte: —¡Es mu negro, cagüen la vida, me han dicho que es mu negro y no lo quieren! —¿No te han pagao? Ahí se exacerban los ánimos de marido y esposa, que, si no por la Iglesia, lo son por el rito de las cruces. —¡Que no lo quieren! ¿No oyes? —¡Señol! Te tien que pagar. —Que no me pagan, dicen que tan negro no lo puen vender, que se nota que es gitano.

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—¡Pos ahógalo! Ya no hay sitio pa más. —¡Ahógalo tú! —¡Yo lo he llevao nueve meses y lo he parío! Rafael lo miró. Miró a su mujer. Torció el gesto y frunció los labios: —¡Negro tenía que salir! —gritó con rabia—. Los de la Penetra nos van a reventar como no les paguemos. Pero yo no lo mato, que se muera él. —Llévaselo a la Penetra, a ver si le apaña. —¡Ni dicirlo! Aica que entonces sí nos revienta. Volvió a salir con el lloriqueante hato. Paso decidido. Atravesó Campo Divino, Campanares, el barrio de la Mortaja y se plantó en el arcén de la M 30. Desenvolvió al niño y lo dejó expuesto, sobre el chándal, a escasos metros de las ruedas de los coches. Mala muerte tendría; peor, la vida que le habría esperado. No se volvió a mirar, ni siquiera cuando un taxista se detuvo y le chilló. Un cartel rezaba «Cuatro Vientos» y un camión con matrícula de Burgos hizo sonar el claxon para advertir al taxista del peligro de su coche mal aparcado. El recién nacido, por azares caprichosos, acabó en la Casa Hospicio de las Adoratrices y se le bautizó con el nombre de Antonio por ser la festividad del día, trece de junio de mil novecientos cincuenta y ocho. «En la capilla de Santa Elena, adscrita y dependiente de la parroquia de San Miguel, diócesis de Madrid, al día de la fecha, yo, Jesús Nicolás García Cano, presbítero, cura ecónomo de la misma, bauticé solemnemente a un niño al que le impuse el nombre de Antonio Expósito Elena, encontrado en el soportal de la Casa de Misericordia de Bravo Garcés, a las doce horas del once de junio de mil novecientos cincuenta y ocho, por sor Juana


de la Inmaculada Algaba, T.O.R., quien ejerció de madrina, siendo advertida de las obligaciones que contraía, las que prometió cumplir fielmente. Fecha ut supra. Rúbrica ilegible.» Ocupó hueco entre Edelmira Expósito Miguel y Adoración Expósito Trinidad, quien murió tres días más tarde, según nota marginal, a consecuencia de meningitis. Rafael finó por esas fechas, de un hachazo que le desmembró la cabeza a las mismas puertas de la casa de la Penetra. Su mujer emigró con unos parientes hacia Badajoz, de donde nunca tenía que haber salido, jurando una imposible venganza. Antonio Expósito Elena. El primer recuerdo verdaderamente doloroso que le habitaba la memoria se remontaba a sus diez años. Las monjas, en la sala de labores, escuchaban la retransmisión de los primeros momentos del hombre sobre la luna y él jugueteaba con una canica, pasándosela de una mano a otra. A su lado, dos compañeros mayores, zagales ya, leían una revista. De pronto, se abrió la puerta de la sala de las hermanas y él, sin saber cómo, se quedó con la revista de los compañeros entre las manos. El gesto de Sor Trini al pasar fue, como siempre, amigable; al reparar en las imágenes de la revista, se le mudó y le propinó una bofetada. Aquella vez fue la primera que vio a una monja enfadada y a una mujer desnuda. Para entonces no era Antonio, sino Saltacharcos. Luego pasó a ser Pelasapos, Caga-prisas y, más tarde, Robaesquinas. Cuando, con trece años, lo internaron en un Reformatorio por haber destrozado una cabina telefónica que no destrozó, todos sus compañeros lo conocían por Pisahuevos. En el Reformatorio desaprendió rápidamente todo lo que en la Casa Hospicio le habían inculcado; todo, salvo a expresarse con distinción. Y se doctoró, sin necesidad de matrículas ni libros, en las artes del robo y del engaño. —Me llamo Antonio y se me llama Pisahuevos.

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—¿Por qué Pisahuevos? —Porque si algún cabrón se me atraviesa, se los pisoteo— en realidad el apodo se debía a su peculiar modo de andar—, y no creo que hayamos venido a contarnos nuestra vida. Ya te referiría el Sisa de qué va esto; tú sólo tienes que poner el camión. Y lo conduces, claro. Te estudias antes bien el recorrido porque el tiempo va a ser oro. Son treinta calles, dejando siempre una manzana entremedias y girando una vez a la derecha y dos a la izquierda, para que sea más difícil seguirnos el rastro. ¿Te vas a acordar? Una a la derecha y dos a la izquierda. El Sisa y yo vamos a ir recogiendo las tapas de las alcantarillas (tenemos dos monos verdes y podemos pasar por trabajadores del Ayuntamiento). Vete bien atento para no dejarnos atrás. —¿Y las cuentas? —Las cuentas están claras. Treinta calles a diez tapas cada una, trescientas tapas; cada tapa nos la pagan a mil, trescientas mil pesetas. Cien para cada uno. Si encuentras a algún chatarrero que pague más de mil, para ti la diferencia. —Mil está bien. ¿De dónde se pagan los gastos del camión? —El camión es tuyo, de tu parte. Nosotros tenemos otros gastos. Sobre el papel el golpe era perfecto. Y habría aliviado la desazón de Pisahuevos durante una buena temporada si un conductor poco hábil hubiese sorteado el agujero dejado por una de las primeras tapas de alcantarillas robadas. No tardó en localizarlos un coche patrulla. Otros cuantos meses más a la sombra. Y era la cuarta cárcel que visitaba en tres años. Al salir, seguro que al salir se le brindaba la oportunidad de su vida. Ya estaba bien, alguna vez, aunque fuese por equivocación, tenían que rodarle de cara los asuntos.


—Te llamas... —Me llamo Antonio, pero se me llama Pisahuevos. —Pisahuevos, ¿eh? Hay que tenerlos muy gordos para meterse en esto. ¿No te irás a cagar a la pata abajo al primer disparo? —He estado dos veces en el Puerto de Santa María, en Picassent, en Nanclares de Oca y me chupé en el Dueso el suicidio del Rafi Escobedo, ése del follón de los Urquijo. Hubo eches para todos los que sabíamos algo de cómo lo suicidaron y no despegué el pico. —Muy fuerte lo tuyo. No es mala tarjeta de presentación. Tampoco es que impresione, pero no es mala. El hombre gordo, señor Canales había dicho llamarse, nombre tan falso como la experiencia de un suicida, cuchicheó algo a la rubia celulítica que lo había abordado en el hostal de mala muerte donde sobrevivía. La mujer le entregó un sobre. —Cuéntalo, sonrió el gordo. —No es necesario, me fío. —Como quieras. Van doscientas mil pesetas, como anticipo. Como anticipo y pago de otros seis años fuera de circulación (dos en Carabanchel y cuatro en la Modelo). Lo utilizaron de señuelo en el atraco a una sucursal bancaria mientras sus traicioneros compinches desvalijaban a placer una joyería en la otra punta de Majadahonda. Se tragó la rabia junto con las risas del comisario: —No me vaciles, Pisahuevos. O sea, que los del butrón en la joyería te sacrificaron. ¿Y cuándo se te aparecieron los Reyes Magos, antes o después de quedar con los enanos de Blancanieves? ¿Qué datos podía dar?, ¿que uno era gordo y la otra rubia?... A tragar sombra a cuenta de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias. Seis años, seis. Y durante todos ellos un recurrente pensamiento: «El próximo negocio será el bueno.» Dulcedo quedam mentis advenit Para continuar la lectura de esta obra: www.editorial-ledoria.com

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Consolación GONZÁLEZ RICO Consolación González Rico nació en Torrecilla de la Jara (Toledo). Profesora de Lengua y Literatura, siempre ha compartido su dedicación a la docencia con su afición a las letras. En el campo de la narrativa, sus manuscritos han sido finalistas de premios como el Planeta, Azorín, Ciudad de Badajoz, Ciudad de Mérida o Felipe Trigo. Su novela Una mujer de la Oretana recrea la memoria de un pueblo de los Montes de Toledo, y pone voz a las generaciones que nos precedieron dentro de una trama de duro realismo, rigor y respeto a la Historia. Con ella logra en 2008 el X Premio de


Narrativa Alfonso VIII de la Diputación de Cuenca. Otra de sus novelas, Entre la arena y el cielo, aborda la realidad social de la inmigración y pone de manifiesto los valores de la vida sencilla, de la naturaleza en estado puro; del respeto a las personas sin diferencias. Obtiene en 2009 el X Premio de Novela Casino de Lorca, y se publica en mayo del mismo año . La voz del mar consigue en 2010 el premio del II Certamen Literario López-Torrijos. En una trama breve e intensa, la protagonista refleja la historia personal de tantas mujeres, que todavía hoy continúan sufriendo las consecuencias de una sociedad donde sigue pendiente la verdadera igualdad. Perteneciente al Grupo Literario Arrendajos, es coautora, junto con los miembros del mismo, de libros como Nuevas leyendas toledanas, publicado por Editorial Ledoria en 2008, y Cuéntame Toledo, un libro de narraciones infantiles publicado por Everest en febrero de 2010.

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LA VOZ DEL MAR GANADOR DEL II CERTAMEN DE NOVELA LÓPEZ TORRIJOS

1.- FICHA TÉCNICA TÍTULO: AUTOR: EDITORIAL: COLECCIÓN APARICIÓN: ENCUADERNACIÓN: DIMENSIONES: PÁGINAS: I.S.B.N.: PRECIO: ENLACES:

LA VOZ DEL MAR Consolación González Rico LEDORIA, Ya se aparejaba Erastro Toledo, 2011 rústica 20 x 14 cm. 104 páginas 978-84-95690-78-4 12 € www.editorial-ledoria.com

2.- SINOPSIS Celia es una mujer que ha olvidado los sueños en el camino de la vida, pero será la pérdida de los afectos de su única hija, arrancados por una sociedad donde los valores materiales se anteponen a los sentimientos, el detonante de su huida sin importarle el lugar ni el tiempo. Un mar envolvente y liberador recibe su confusión, su fracaso como mujer y como madre; las marcas imborrables de una convivencia establecida sobre los cimientos de la opresión y la desigualdad; los pedazos de una existencia que flota a la deriva bateada por las olas y los recuerdos. Es entonces cuando se da cuenta de que el agua y ella tienen en su poder las llaves de la vida y de la muerte. Sin voluntad para volver a la playa, Celia se abandona al abrazo tentador de un mar que se encrespa, mientras van pasando por su mente las escenas cruciales de su vida; los hechos que la han conducido al punto sin retorno donde se encuentra… Y el mar se convierte para ella en la única posibilidad de liberación. La voz del mar es una novela de destrucciones y de pérdidas, de desencuentros y de huidas, pero plantea al mismo tiempo la perspectiva esperanzadora de una reconstrucción.


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Novela ganadora del II Certamen de Novela Corredur铆a de Seguros L贸pez Torrijos Marzo 2010


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Consolaci贸n Gonz谩lez Rico

LA VOZ DEL MAR

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Editorial LEDORIA J M R

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Fue la primera en llegar a la playa aquella mañana de finales de julio. Las máquinas de la limpieza habían arrancado las huellas de los bañistas desaprensivos y los múltiples tesoros traídos por la pleamar: bolsas y botellas de plástico, tubos de crema solar, excrementos, restos carcomidos de alguna embarcación, perlas de gasoil solidificado, medusas, conchas de moluscos y preservativos, fueron barridos o sepultados, dejando un suave pulimento en la arena. Eran las siete y once minutos de la mañana cuando Celia dejaba caer sus zapatillas de playa para sentir la vida en sus pies desnudos. Miró la línea donde el mar llegaba al cielo, o quizá era el cielo el que se hundía en el mar; no estaba muy segura. Tampoco sabía con certeza el tiempo que había transcurrido desde que contemplara por última vez aquel estallido de belleza y luz que oscilaba en el horizonte; hacía demasiados años que tenía aletargados los sentidos. Respiró hasta sentir la presión de las costillas, y una bocanada húmeda llenó su pecho. Quería abrir las puertas al aire impregnado de brea, estrenar la caricia de la arena en la piel; dejarse abrazar por la frialdad de las aguas, que la llamaban con suaves reclamos cuando las ondas se rompían con un leve rumor en la orilla.


Celia tenía cuarenta y seis años, unos ojos enormes y tristes del color de las algas, circundados de profundas ojeras, y una piel clara que envolvía un cuerpo todavía firme. Esto era lo que se veía de Celia, porque si los ojos que aún la desnudaban hubieran visto su interior, se habrían encontrado con una mujer que intentaba recomponer los pedazos de una vida a cuyo destino se le había ido la mano. Apenas hacía veinticuatro horas que había dejado Madrid, y no se habían cumplido aún cuarenta y ocho desde el último juicio. Cuando salió del juzgado abrazó a su hermano, dio las gracias a Ernesto, su abogado, y tomó un taxi para no demorar el regreso a su casa. El ruido familiar del ascensor, la llave en la cerradura, y aquel olor amargo de la ausencia volvieron a oprimirle el pecho, como le sucedía tantas veces desde que su hija se había ido. En los momentos más bajos, le ayudaba evocar la voz imperativa de la doctora Almazán: No te dejes ganar por el desánimo; mira adelante y camina. Necesitaba dejar la ciudad. Se dirigió al dormitorio, cogió la maleta del altillo, abrió el armario y fue metiendo lo imprescindible para sobrevivir una semana lejos de Madrid. Llamó a información de RENFE para interesarse por el primer tren con destino a no importaba dónde. Otra noche más, las horas se estiraron en la oscuridad. Al alba, logró aletargar sus sentidos en un duermevela más cerca de la pesadilla que del reposo. El sonido vibrante del despertador de su móvil la fue arrancando de aquel estado de somnolencia. Eran las seis de la mañana, y a las ocho debía tomar el tren que hacía el trayecto Madrid-Girona. Una fuerte brisa con sabor a sal enmarañaba su melena, deslumbrada por el reflejo de un sol incipiente. Abandonó la toalla

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en la arena, deshizo el nudo del pareo, que resbaló perezosamente por sus piernas, y empezó a caminar en busca de las olas. Ella y el mar. Sólo ella, y el frío del agua tonificando su cuerpo. Necesitaba nadar. Dejarse llevar por las olas. Sin ataduras ni reproches. Sin amenazas. Sin largas esperas junto al teléfono, añorando la voz de su hija. Arriba, el cielo; abajo, el mar, y entre el mar y el cielo su cuerpo ingrávido flotando en el agua. Tenía que sentir el mar en la piel; convencerse de que estaba viva. Aquellas sensaciones olvidadas revivieron sus recuerdos. Era el verano del 84, su primer verano de casada, y habían ido a pasar las vacaciones a Alicante con los padres de Jaime. Aquella mañana, su suegro había decidido salir a la mar con el barco que acababa de adquirir en una subasta. Contrató a un patrón para costear desde San Juan a Santa Pola; como solía decir, no había nada que no pudiera conseguirse con dinero. Estaban los cuatro en cubierta. Era mediodía y se disponían a darse un chapuzón antes de comer. Elvira, su suegra, se resistía; no sabía nadar. De pronto, la vio chapotear en el agua con ojos de terror. Un salvavidas y una cuerda la acercaban y la alejaban del barco entre las carcajadas de Eloy, que jugaba con su mujer como un gato caprichoso con un ratón. Cuando se cansó del juego, Elvira, con la cara desencajada, tiritando y con los labios morados, logró asirse a la escalera y trepar hasta cubierta. No te preocupes, hija; los hombres son así, ya te irás acostumbrando. Les gusta jugar; en el fondo son como niños. Celia quiso mostrar su desacuerdo, pero Jaime, su marido, le indicó con un gesto que permaneciera callada. Aquel recuerdo inoportuno, la frialdad del agua, o los doscientos metros largos que la alejaban de la playa, agarrotaron sus músculos. Miró a la orilla y sintió que estaba demasiado lejos. Su pensamiento también comenzó a alejarse en busca de los


acontecimientos que habían condicionado su existencia, y que de una u otra manera la habían conducido hasta allí.

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Celia no podía dormir aquella víspera de Reyes. Tenía cinco años y había pedido un muñeco llorón. Con el cuerpo blandito y la cara y las manos de carne, como el de Ana, le decía a su madre. Porque Ana, la hija del médico, tenía su misma edad y unos juguetes que eran un sueño. Pero en el campo no había lugar para los sueños. Por eso, su madre había velado dos noches para vestir aquel muñeco de caucho rígido, que consiguió en la única tienda del pueblo. Un metro de raso azul y seis horas de vigilia no fueron suficientes para disfrazar el cuerpo desgarbado del monigote. Los ojos de Pilar, enrojecidos por el sueño, le dirigieron una última mirada antes de guardarlo en el armario. No era lo que su hija le había pedido, pero sí lo mejor que podía ofrecerle. Aquella noche del cinco de enero del 64, Pilar tuvo que esperar largo rato hasta escuchar la respiración acompasada de la niña. Con sigilo se acercó al armario, cogió el muñeco, levantó la cortina y lo acomodó en el hueco de la ventana. Como si el roce de la tela hubiera tocado el sueño de Celia, ésta suspiró entrecortadamente y se dio media vuelta. —¿Ya vienen los Reyes, madre? —preguntó sin abrir los ojos.


Pilar arrebujó entre las mantas el cuerpecillo menudo de su hija, la besó en el pelo y le dijo muy quedo al oído: —Duérmete, no vayan a oírte los Reyes Magos y pasen de largo... A las pocas horas, el canto de los gallos, o tal vez las siete campanadas del reloj de la torre quebraron el sueño intranquilo de Celia, que se incorporó con el corazón saltándole en el pecho. Buscó a tientas el interruptor de la luz y lo pulsó varias veces, hasta que sus dedos infantiles acertaron con el mecanismo. Necesitaba los zapatos, pero enseguida recordó que su madre los había puesto en la ventana, y su madre no quería que anduviera descalza por el suelo. No importaba. Desde los pies de la cama, si estiraba mucho el brazo, podía asir la cortina y tirar de ella con todas sus fuerzas hasta descorrerla. ¿Cómo sería su muñeco? Seguro que abría y cerraba los ojos, y hasta sería capaz de llorar si lo volteaba hacia abajo y hacia arriba. Lo mismo que el de Ana. Y cuando lo estrujara fuerte, como hacía su madre con ella cuando la quería mucho, su cuerpo sería blando y suave, igual que el del muñeco de Ana. ¡Cómo le gustaba cogerlo! Pero Ana era una tonta; sólo se lo había dejado una vez. Claro, que eso ya no le importaba; en cuanto tuviera en los brazos a su muñeco, ya nadie se lo iba a quitar. Lo iba a querer tanto como su madre la quería a ella, porque ella iba a ser la madre de su muñeco llorón desde ese día. Y hasta le podría lavar la cara y las manos con el agua de la fuente, como le había visto hacer a Ana. Dominada por la impaciencia y la curiosidad, levantó las dos manos y tiró de la cortina. Cuando su madre entró en la habitación, dos horas más tarde, la encontró abrazada al monigote de caucho con la cara brillante y la almohada humedecida. A sus cinco años, acababa de conocer la amargura de la primera desilusión.

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Y desde muy temprano se fue a la plaza a jugar con sus primas, dejando al muñeco en cama, que como hacía frío y había pasado mucho tiempo en la ventana, se había cogido anginas y tenía mucha calentura. Al mediodía, cuando volvió a casa a la hora de comer, encontró a su padre sentado al amor de la lumbre, cabizbajo y pensativo, golpeando los leños con el atizador. Corrió hacia él y se subió en sus rodillas. Su padre la acarició con la aspereza tierna de su barba, y ella le dejó un puñado de besos en la cara. Tienes que aprender a esperar, hija. Los Magos de Oriente vienen de muy lejos, y se encuentran a muchos niños por el camino. Tú sigue soñando con el muñeco; las cosas que se desean con fuerza terminan alcanzándose. Nunca olvidaría las palabras de su padre; le saltaron del corazón con la misma viveza que se desprendían las chispas de los leños que ardían en la lumbre. Tampoco olvidaría, ocho meses más tarde, aquella rifa en la fiesta mayor del pueblo, ni a aquel hombre de piel oscura, curtida por mil ferias, que subastaba a grandes voces cientos de números, apretados en puñados de tiras azules, verdes y rosas donde se agitaba la ilusión. Celia no miraba la profusión de las luces de la plaza, ni escuchaba las piezas de la orquesta, ni prestaba atención a las roscas de churros humeantes, cuyo agradable tufillo ascendía entre el polvo y la música. Sólo tenía ojos para aquella muñeca, mientras su padre intercambiaba con el feriante un puñado de números por un puñado de dinero, que ella entonces no podía valorar. Siempre recordaría la breve conversación mantenida entre los dos, y la rapidez con la que aconteció el feliz desenlace. —Buen hombre, ¿cuánto pide por los números que le quedan? Y la respuesta del hombre: —Doscientas.


Y su padre: —Cien, y está hecho. —Treinta duros, y no hay más que hablar. Luego, aquella bolsa de tela, sucia y gastada, en la que el hombre introdujo diez bolitas de madera numeradas del 0 al 9. Y tres manos inocentes, que fueron sacando un número cada una: el 4…, el 2… y… ¡el 5! —El 425. ¿Quién tiene el 425? —voceaba el hombre. Cuando quiso darse cuenta, su padre alargaba la mano con la tira de la suerte y el feriante le entregaba aquella enorme caja con una hermosa muñeca de pelo rubio y rizado, de mejillas sonrosadas y brillantes, que abría y cerraba los ojos. Llevaba puesto un vestido de rayas azules y blancas, y calzaba unos zapatos negros de charol. Era la muñeca más bonita que había visto nunca. Y casi tan grande como ella. Además, al apoyarla en el suelo cambiaba los pies despacito, y si le apretaba la espalda, decía ma-má, ma-má. Dormía con la muñeca, comía con la muñeca, salía a la calle con la muñeca. Y la muñeca y ella jugaban con la tierra. Y las dos se manchaban el vestido, y la cara, y los zapatos… Un día caluroso de septiembre, cuando su madre se ausentó de la casa para acompañar a su padre en las faenas del campo, la muñeca y ella, mientras su abuela hacía ganchillo en el patio debajo de la higuera, se metieron en la pila que había cerca del pozo. Cuando la abuela oyó el llanto desconsolado de la niña, dejó la labor sobre la silla de enea y corrió asustada hacia el lugar de donde procedían los gritos. En la pila llena de agua flotaban manojos de pelo amarillo, dos piernas y dos brazos esponjados, y una cabeza vacía con la cara hacia arriba y los ojos huecos. —¿Qué- le- ha- pa-sado a- mi- muñeca? ¡Mi- muñe-ca está rota, abue-la! —sollozaba la niña. Ni las palabras de consuelo, ni la ternura de los brazos de su

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abuela, ni los intentos fallidos de ésta por componer las piezas del cuerpo de la muñeca, que se le deshacían entre los dedos, fueron capaces de calmar el llanto de la niña. Aquel día conoció el dolor que puede sentirse al perder lo que se ama, y descubrió que no sólo ocurren las cosas que se desean con fuerza, sino también aquéllas que con la misma fuerza se temen.


Las olas balanceaban el cuerpo de Celia, cada vez más lejos de la playa. Al principio, había intentado bracearcontra la fuerza del reflujo, nadar hasta la orilla,pero enseguida desechó la idea; prefería abandonarse a merced del mar y de los recuerdos. Sin saber cómo, una idea asaltó su pensamiento. Elagua y ella tenían ahora las llaves de la vida. De su vida. Lo mismo que el agua del pozo y ella tuvieron un día en sus manos la vida de la muñeca. Ella misma podía convertirse en una muñeca rota, desmadejada; en pocas horas, los restos de su cuerpo flotarían en el mar. No tenía fuerzas para seguir admitiendo las amenazas de Jaime. Y menos, para aceptar que lo único que le quedaba de su hija eran aquellas llamadas al móvil que tanto temía; o sus ojos esquivos huyendo de los suyos entre los listones brillantes del suelo del juzgado. No quería más juicios. Sólo tenía que dejarse hacer y que las olas la cubrieran. ¿Qué podía esperar ya? Había fracasado siendo muy niña cuando estrenaba sus instintos de madre con su muñeca; y ahora en la madurez, después de haber amado a Irene desde antes de sentirla en el vientre, Jaime se la había arrancado sin que ella hubiera sido capaz de retenerla.

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Calma, Celia. Si dominas tus sentimientos negativos,tú sola saldrás de esto. No busques la fuerza fuera;está en ti misma. No lo olvides nunca. Eso era lo que siempre le repetía la doctora Almazán. Pero Celia fue perdiendo la esperanza, al tiempo que la fuerza, en la medida en que los meses y Jaime la fueron separando definitivamente de su hija. Llegadas las cosas a ese punto, las indicaciones de la psiquiatra fueron tajantes y precisas. Si encuentras en el buzón una carta de tu ex marido,no la abras; y si tu hija te llama, no cojas el teléfono.Vete lejos una temporada y corta con todo. Cortar con todo ahora sería muy fácil. Hizo varias inspiraciones profundas para relajar los músculos. ¿Qué estaría haciendo Irene en aquellos momentos? Seguro que,pasado el juicio, Jaime no tardaría en planear otro de los muchos viajes con los que empezó a distanciarla de su hija. Al principio, Irene se quedó con ella en el que había sido hasta entonces el domicilio familiar, situado en el Paseo de Delicias, mientras que Jaime se trasladó al piso de la Castellana, de dimensiones más reducidas. Después del comportamiento de su marido en los meses que precedieron a la demanda de separación, en ningún caso habría aceptado Celia compartir el domicilio conyugal hasta las previas. Si él no se hubiera marchado,lo habría hecho ella. A los pocos meses, una tarde de finales de febrero,Irene bajó a la calle a buscar una pizza. Celia y ella llevaban casi tres horas preparando esquemas de historia. Las dos necesitaban un breve descanso para renovar fuerzas y seguir desbrozando el complicado entramado de monarquías, repúblicas y dictaduras que


compusieron el marco político de los siglos XIX y XX. La materia era mucha y, en vista de que las frecuentes salidas de Irene con su padre contribuían a que dedicara cada vez menos tiempo a sus estudios, intentó convencerla de que no estaría de más que empezaran a ver juntas el examen de Selectividad. Mientras regresaba su hija preparó unos refrescos,sacó la cubitera, puso dos cubitos de hielo en cada uno de los vasos y esperó. La pizzería estaba al otro lado de la calle; no tardaría en volver. Cuando Irene entró de nuevo en la sala de estar, hacía media hora que los cubitos de hielo se habían fundido.Su madre, preocupada, la miró a los ojos y supo que algo importante le había sucedido durante el tiempo que estuvo ausente. Sin darle ocasión a preguntar, Irene dejó sobre la mesita la caja con la pizza y un sobre blanco con la letra de Jaime. —En el buzón he encontrado esta carta de papá. Lo está pasando mal. Dice que me necesita. Un miedo premonitorio recorrió el cuerpo de Celia. La voz de Jaime y sus palabras cargadas de odio, escupidas en su oído momentos antes de dejar la casa, estremecieron su memoria: Te vas a arrepentir de esto. Voy a dejarte sin nada. Y en el lote entra también tu hija; no lo olvides. Irene dijo que iba a pasar un mes con su padre, pero pasaron dos y no había regresado. Luego llegó el juicio. Irene tenía la mirada en el suelo y Celia en Irene. Esperaba sus palabras con tanta ansiedad como las del juez, pero su hija no habló. Después de haberse vaciado de sí misma durante dieciocho años, su hija no dijo una sola palabra en favor de la verdad. Podía haber entendido

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su silencio; no su mentira. —¿Alguna vez presenciaste el maltrato psicológico del que tu madre se ha declarado objeto? Irene levantó los ojos de la tarima, miró a su padre y después la miró a ella. El hoyuelo de la barbilla le empezó a temblar, como le ocurría de niña cuando tenía miedo. Hubiera querido evitarle a su hija aquel momento,pero no estaba en su mano. Los golpes de la sangre le subían a la cabeza en aquellos segundos eternos. —Nunca… —Respondió Irene. —¿Quieres decir entonces que las declaraciones de tu madre, en relación con los malos tratos recibidos en estos años, son falsas? Un silencio breve y volvió a escucharse la respuesta vacilante de Irene. —Sí… El abogado de su marido le dirigió a éste una mirada de triunfo. Nunca y sí. Aquellas dos palabras, aunque contrapuestas,significaban lo mismo para Celia: su rotundo fracaso. La tarima del suelo del Juzgado nº 3 se convirtió en la plataforma de una atracción de feria. Celia se agarró al asiento y apretó los ojos y las manos para no caerse. Después de oír a su hija no había réplica ni argumentos. Quiso levantarse, mirarla de frente y decirle que repitiera aquellas dos palabras, pero la voz se le enredó entre los sentimientos. Al poco tiempo, llegó el dictamen judicial. Jaime se quedaría en el piso del Paseo de Delicias, puesto que su hija había decidido vivir con él, y ella debería trasladarse al apartamento de La Castellana. Los bienes continuarían indivisos mientras llegaban a un acuerdo, incluido el chalet de Las Rozas, la última propiedad que habían adquirido en régimen de gananciales. Celia no poseía


acciones en la empresa familiar Pavimentos ELOY E HIJOS S.A., ya que Jaime planteó la separación de bienes diez años atrás, casi al mismo tiempo de su constitución,por lo que nada podía corresponderle en concepto de dividendos. Además, según rezaba en los documentos presentados por el abogado de su marido en el juicio, la empresa carecía de beneficios. Así las cosas, quedó demostrado, al menos en apariencia,que la solvencia económica de Jaime era escasa,de manera que la pensión compensatoria se estableció en setecientos euros, cantidad que su ex marido habría de pasarle mensualmente, durante el período que durase su situación de desempleada. Pero desde hacía mucho tiempo a Celia sólo le importaba su hija. Ya era una mujer. Tenía que hablar con ella. Después de aquellos meses, estaría en condiciones de entenderla. Por eso había vuelto al paseo de las Delicias. Por eso se había puesto en su camino. Allí estaban los tres, a la puerta de un restaurante de lujo. Irene cogida del brazo izquierdo de Jaime, y éste,en medio, rodeaba con el brazo derecho los hombros de alabastro de Kalyna. Ella sólo quería hablar con su hija, pero cuando quiso darse cuenta la voz de su marido le llegaba cargada de ironía. —Dichosos los ojos, Celia. ¿Cómo te va la vida? —le preguntó Jaime mirándola con más sorna que sorpresa. Ella no contestó y siguió mirando a su hija. —Perdona, mujer, ¿no te acuerdas de Kalyna? La educación por delante, que a ti siempre te han gustado las buenas formas. Saluda a Kalyna, que lo cortés no quita lo valiente. Desde que te has despedido, es ella quien se encarga del comercio de la empresa con el extranjero. Allí estaba Kalyna, erguida y elegante; con su piel transparente y tersa, su metro ochenta de estatura, y aquella mirada

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azul de niña que había crecido demasiado deprisa. Kalyna casi tenía la edad de Irene. —Puedes cenar con nosotros —añadió su ex marido en un tono no exento de burla. Celia esperaba expectante la reacción de su hija; pero cuando buscó sus ojos se le escurrieron como el agua entre los dedos y le tembló la barbilla. Se alejó de ellos confusa y empezó a caminar sin saber hacia dónde. Las luces, los reclamos publicitarios,la belleza de Kalyna, alta, joven, transparente y perfecta; pero, sobre todo, en medio de su confusión, los ojos esquivos de su hija… Y se dejó empujar por los transeúntes sin voluntad ni destino. La imagen de Irene anulaba cualquier otra y le ardía en la cabeza y en el pecho. Debió de transcurrir más de una hora. No sabía cómo,pero allí estaba otra vez. En el Paseo de Delicias. Frente al portal de la que había sido su casa durante casi veinte años. Era tarde para huir. El portero, al descubrir su presencia,salió a su encuentro y le tendió la mano con la discreción y la cordialidad que le eran habituales. Por él supo que Kalyna vivía allí, con Jaime y con su hija. No quería oírlo, pero el hombre entendió que merecía la verdad escueta, sin distorsiones malintencionadas. No le importaba lo que hicieran con su vida su ex marido y aquella traductora, pero la actitud de Irene se le escapaba de los parámetros de lo comprensible. El hombre hablaba y hablaba… y ella se resistía a la evidencia. Ni el carné de conducir, ni el coche nuevo que su padre le había regalado a Irene por su cumpleaños,ni los vuelos en avión saltando de un lado al otro del mundo, ni el gimnasio, ni los modelos de Armani o de Dolce&Gabbana, ni los hoteles de lujo, ni las cenas en los mejores restaurantes de Madrid,


podían explicar el cambio que se había producido en su hija… El hombre continuaba hablando y hablando… Ya era suficiente. No quería saber nada más. Siempre creyó que no bastaría el universo para que su hija dejara de amarla, como no bastaba el desdén de su hija para congelar los sentimientos en su corazón de madre. Le dolían los ojos de Irene en el suelo, su abandono,pero su silencio cómplice del último encuentro se le desbordaba en el entendimiento; como un torrente que quisiera arrancarle los años entregados, las esperanzas muertas. Se despidió del portero apresuradamente y se dirigió al metro. Ya en el interior, Celia se abandonó al traqueteo envolvente del convoy. Su cuerpo oscilaba en el asiento y ella no oponía resistencia alguna. Los ojos esquivos de su hija y el temblor de su barbilla emergían del recuerdo y se convertían en el cordón umbilical que la ataba al dolor.… La brusca oscilación del metro ponía ritmo a su propio pensamiento, hasta que su cerebro se fue vaciando de contenido. Detrás del cristal, los intervalos luminosos de las estaciones, los paneles publicitarios y la gente, empujándose entre sus recuerdos recientes. Celia se aferró al asiento y tuvo la sensación de que el vagón se despegaba de los raíles. Sintió que las manos la abandonaban, y los pies, y el resto de su envoltura material… y hasta el pensamiento. Pasó mucho tiempo. El metro era una isla de luz en la noche,subterránea y vacía. Las lágrimas se escapaban sin control de sus ojos, pero no disolvían la densidad de su pena. Ajena a las miradas que la contemplaban, su pensamiento continuó vagando entre la bruma doliente de lo perdido.

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Las imágenes de aquellos recuerdos pasaban por su mente a velocidad de vértigo, como si el subconsciente tuviera reparo en retenerlas. No le importaba Kalyna,ni lo que Jaime y ella pudieran compartir. Ni Jaime ni Kalyna tenían ya ningún peso en la decisión que pudiera tomar acerca de su vida. Lo único que contaba para ella era Irene, y a Irene se la habían llevado. Le habían arrancado sus caricias, la seguridad que le proporcionaba verla cada día, la música de su voz en la casa, su sonrisa,sus horas compartidas y sus ilusiones. Sus primeros desengaños. Pero lo que más le dolía era que le hubiesen arrebatado su mirada. El sol se había despegado del horizonte pintando el cielo de un azul brillante. Los ojos dorados de Irene flotaban en el mar, pero Celia no podía alcanzarlos. La mirada de su hija se hundía entre aquella inmensidad azul que la rodeaba, y ella seguía buscándola en el vaivén de las olas, a sabiendas de que el mar se empeñaba en alejarla cada vez más de la playa y de su hija. Apretó fuerte los párpados y se miró en el espejo del tiempo. Muy lejos, se encontró a sí misma estrenando la vida, cuando su padre le enseñaba a escuchar la noche al relente de la madrugada, y las ilusiones le estallaban en el pecho. Y en aquellos momentos de confusión, se abrazó a los recuerdos.

Dulcedo quedam mentis advenit Para continuar la lectura de esta obra: www.editorial-ledoria.com


REVISTA DE PRENSA eldígoras concursos y premios I Certamen Literario Correduría de Seguros López-Torrijos

Miguel Ángel Carcelén Gandía gana el I Certamen Literario Correduría de Seguros López-Torrijos El jurado del Certamen Literario José María López-Torrijos ha decidido que “El vuelo de las aves” es la novela merecedora del premio reflejado en las bases del Certamen.

Sus cualidades como persona y como escritor se ven reflejadas en la ingente actividad social que desarrolla en proyectos relacionados con ONGs como Ayuda en Acción, Profesores Cooperantes, Manos Unidas, Maná, Aventura Solidaria, Médicos del Mundo, África Directo, ASPRONA, Escuelas para el Mundo… a los que dona todos los beneficios que le reporta su actividad literaria (derechos de autor, premios, derechos reprográficos, conferencias…). MIGUEL ÁNGEL CARCELÉN GANDÍA ha obtenido cerca de trescientos premios literarios, entre los que destacan, dentro del género de novela: !Premio de Novela Félix Urabayen “Ciudad de Toledo”, !Premio de Novela Negra Diputación de Albacete “Rodrigo Rubio”, !Premio de novela corta Ciudad de Móstoles, !Premio Joven de Novela Universidad Complutense, !Premio de Novela La Manchuela, Premio de Novela Corta La Cárcel de Totana, !Premio de Novela Creativa en Español Villa de Palomares, !Premio de Novela Carolina Coronado, !Premio de Novela Corta Ciudad de Dueñas, !Premio de Novela Corta Fundación Dos mil nueve, !Premio de Novela Ayuntamiento de Ciudad Real. MIGUEL ÁNGEL ha publicado dos libros recopilatorios de artículos periodísticos (aparecidos en La Verdad de Albacete, Jerez Información,

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Diario de Ibiza, La Tribuna de Toledo…), un libro de relatos, El silbo de la ocarina, un libro de cuentos para niños, Tornillo, Adriana y el Caracol, y varias novelas: Turno de noche, Crepúsculo de párpados, Ojalá que nos veamos en Macondo, Aunque sea lunes, ¿Oíste al mirlo silbar mi nombre?, No me esperes, corazón, Grillos de setiembre, Traje de sombras, vida de luces, Cólera y azogue para Ailene, Las verdaderas mentiras, Me llamo barro, Igual que un colibrí, Las lágrimas de un clown. Ha formado parte de varios jurados literarios junto a Rosa Regás, José María Merino, Luis Mateo Díez, Juan Gómez Rufo, Alfonso Ruiz de Aguirre, etc. En la actualidad colabora en prensa, en revistas literarias, visita clubes de lectura, institutos y bibliotecas para hablar de sus obras y ultima la publicación de su próxima novela. Para conocerle mejor es muy recomendable acceder a su Web (http://www.miguelangelcarcelen.co. cc) y al espacio que comparte con su hija Ailene (http://miguelangelcarcelen.blogia.com) La organización del Certamen felicita a MIGUEL ÁNGEL CARCELÉN GANDÍA por la calidad literaria de su novela “El vuelo de las aves”. Http://www.eldigoras.com/premios/premios1278.html


Presentación de “EL VUELO DE LAS AVES” Por Mario Lamela. Buenas tardes. Normalmente, los escritores buscan un apadrinamiento de reconocido prestigio social y literario para abrigar de la intemperie a su obra y como paraguas para protegerse de las tormentas críticas que pudieran caerle. Es evidente que yo no soy la persona que cumple los requisitos básicos para cumplir esta misión. Simplemente, soy el mayordomo en la organización del certamen literario López Torrijos. Ahora bien, del mismo modo que mis padrinos de bautizo estuvieron pendientes de mí, dándome su cariño y la “pegarata” en pascua durante muchos años, prometo que mantendré la admiración y el apoyo a la persona y la obra de MA mientras el tiempo lo permita; y respondo a la confianza, temeraria sin duda, que ha deposito en mí para presentar su novela, con afecto y sinceridad. En primer lugar: agradecimientos. A Jesús, de Editorial Ledoria, por haber creído y confiado en nosotros (en José María y en mí), en nuestro proyecto (en el certamen literario), en las novelas que pusimos en sus manos. A Miguel Ángel y Consolación, autores de las novelas premiadas que, como escritores, creyeron y confiaron en el certamen literario LópezTorrijos, poniendo en nuestras manos su obra. A José María que, como mecenas, pone su tiempo y empresa como aval para apoyar la creatividad de los escritores. Como ven, CONFIANZA: Esa es la palabra clave en toda esta historia. Todos los que trabajamos en el certamen literario somos unos paletos perdidos en este mundo que es la creación literaria. Estamos aprendiendo a descubrir y apreciar el proceso que va desde que alguien: ! se pone delante de una hoja en blanco y comienza a escribir, ! escribe 120-150 páginas estrujándose las meninges, ! ve un anuncio de un certamen literario perdido entre la multitud, ! confía en las bases establecidas y en sus propias posibilidades, ! imprime su obra, la graba en un cd en formato pdf, lo guarda todo en un sobre ! va a la oficina de correos y ! lanza todas sus esperanzas acumuladas en su yo secreto y privado

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!haciéndolas públicas a unas personas que no conoce, que hacen de jurado, que enjuician y deciden sobre su obra… ! y ,a lo mejor, lo premian Esto sí que es confianza en nosotros, temeraria desde luego. Como verán en la edición de las novelas, no aparece la composición del jurado. No aparecen unos nombres reconocidos culturalmente que avalen la calidad de las novelas. Este es un aspecto importante. Aprendimos pronto cómo funciona el mecanismo que tienen montado grupos de poder bien organizados para repartirse el pastel de los certámenes literarios. Como somos humildes, no podemos permitirnos ciertos dispendios. Nuestro certamen no es un certamen de jurado, es un certamen de lectores que les gusta disfrutar leyendo. Como verán también, no aparece sello o logotipo de ningún organismo público apoyando financieramente o logísticamente el certamen. Todo el esfuerzo del certamen se lo carga a sus arcas y paciencia José María López Torrijos. Queremos ser independientes buscando la calidad literaria. Por eso puedo decirles que estamos muy satisfechos con: ! con la calidad de las novelas premiadas, !con quienes han escrito las novelas: por su personalidad, por la ayuda que nos han prestado, por la confianza que nos han dado Como les decía somos un certamen de lectores. Y el jurado lector premió la novela “El vuelo de las aves” de Miguel Ángel porque le gustó la estructura narrativa de su argumento, la manera de contar, las imágenes que transmite el lenguaje y la sinceridad que emanan sus personajes. La novela convence de que los caminos inescrutables de sus vidas no tienen salida…. H. JAMES escribió “La razón única de la existencia de una novela es que trata de representar la vida”. M. KUNDERA corroboró: “Una novela no es sino una investigación sobre lo que es la vida humana dentro de la trampa en que se ha convertido el mundo”. Pues eso es exactamente “EL vuelo de las aves”: una representación, una investigación, de y sobre la tristeza con que los humildes, los parias, aceptan ser zarandeados por las trampas de la vida. Es una novela de diálogos que son exabruptos de emociones primarias de personajes excluidos de la sociedad por el azar, por la aplicación equivocada de su “particular manual de desobediencia”… El panorama


global es un mundo de vencidos. La novela es una investigación sobre el teorema de Ginsberg: no se puede ganar, no se puede empatar, no se puede abandonar la partida. La única salida que el autor ha dejado a sus personajes es la desaparición. Al finalizar la lectura de la novela el escenario ha quedado totalmente vacío. No hay futuro, continuidad. Si buscan al asesino lo tienen delante de ustedes: es el autor. Evidentemente, no les voy a contar el argumento de la novela. Con la ansiedad de quien quiere compartir emociones, les digo: léanla, por favor. Tampoco les voy a hablar de Miguel Ángel. Sus amigos ya le conocen. Quien quiera conocerle como persona no tiene más que acercarse a él. Y quien quiera conocerle como escritor, no tiene más que abrir GOOGLE, escribir su nombre, hacer clic en el enlace de su web y descubrir a un escritor sorprendente: con una capacidad de producción abrumadora y con unas dotes para subyugar jurados de certámenes literarios dignas de análisis. En resumen, es una persona inteligente. Cuando lean la novela entenderán la justificación de su título “El vuelo de las aves”. Águeda, que a sus 14 años “era la niña más dulce de la clase” tiene incrustados es su memoria, como “cristalitos imantados”, versos que le sirven de ensoñación de la asfixia cotidiana, de guía y justificación de sus acciones: Pacientemente, como los primitivos, hemos vuelto a escrutar la dirección de las aves, los signos de las olas, la filigrana que la luz madura compone en los olivos centenarios, pues ya no nos servían la vibración mecánica del mundo, el asfixiante, indomable laberinto de cemento, el saqueado huracán de la palabra. Son versos de Antonio Colinas tomados de su poema “HACIA EL ORDEN Y LA LOCURA DE LAS ESTRELLAS”, que forma parte del poemario “LIBRO DE LAS NOCHES ABIERTAS”, incluido en su libro titulado “ASTROLABIO” , que recoge poemas escritos entre octubre de 1975 y junio de 1979. Curiosamente, la primera estrofa del poema escrito por Antonio Colinas podrían ser palabras de Águeda antes de iniciar su vuelo final: Pacientemente,

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hemos ido levantando nuestras vidas bajo el orden y la locura de las estrellas. Y ese orden celeste permite el milagro de la respiración en nuestros pechos, pero la inevitable, infinita locura de los derrumbaderos de la noche, tiende a abrir nuestras venas, a astillar nuestros huesos. Ya saben: “Lo peor de la vida es que cercena a su antojo pasajes decisivos”. Cuando leí la novela por primera vez muchas cosas me resultaron familiares y vinieron a mi memoria: ! Mi visita al pozo del tío Raimundo. Salí espantado. ! Mis visitas al penal de Ocaña. Nunca entendí nada ni fui consciente de lo que allí había. !El mundo rural gallego (Miñeiros es tan mágico como Macondo). Hace un mes visité en Vigo, en el Museo de Arte Contemporánea, una exposición espectacular de fotografías, tomadas por VIRXILIO VIEITIZ, del mundo rural gallego de los años 1950 a 1975 y, créanme, no me costó nada ponerles rostro a Águeda, a Martín Tiz, a Don Alfredo, a Emilio Couto...a las calles, los “caleyos”, y las casas de Miñeiros… ! La magia que transmiten las ondas hertzianas…. ! La filosofía: Heidegger. ! La época en que cantábamos romances. ! El paso del LP al CD… …Y me sorprendió la descripción psicológica tan detallada y preciosista de Águeda y Benito. Miguel Ángel ha creado unos personajes tan mágicamente reales que siento que los tengo a mi lado en estos momentos y que ellos deberían contar la historia. Después, cuando conocimos a Miguel Ángel y hablamos, comprendí entresijos de la novela, que, por supuesto, no les voy a contar. No quiero quitarles el placer de que los descubran ustedes en la soledad de la lectura. Pero, sí les voy a contar algo en lo que caí el otro día: Águeda le dice al secretario del ayuntamiento “¿Me los dices, me lo cuentas, me lo narras o me los refieres?”. Miguel Ángel y yo hemos podido disfrutar, en tiempos distintos, de la sabiduría de un genio, también gallego, que, consciente de que no entendíamos nada de lo que explicaba de lógica matemática, nos decía “¿capiscas, atisbas, dilucidas, vislumbras, entrevés?”


Evidentemente, mi adormecimiento burgués no me permite asimilar la complejidad del mundo de la delincuencia, de las cárceles, de las llamadas reinserciones sociales, de la locura, de la ceguera. Miguel Ángel no sólo conoce esos mundos, sino que es capaz de representarlos. Ha creado una trama, con una amalgama de realismo y una estética propia del expresionismo, que con la técnica narrativa y el lenguaje utilizados ha dado como fruto un texto impactante, una novela visual. Si quisiera contemplar la novela como cuadro, se lo encargaría a EMIL NOLDE y a EGON SCHIELE. Si quisiera disfrutarla como sonido, transformada en música, elegiría la formación de cuarteto y el encargo sería para KURT WEILL y ALBAN BERG. Si quisiera hacer de ella una película, la dirección sería para ERNST LUBITSCH. Evidentemente, podría elegir otras opciones. Lo mismo que harán ustedes cuando lean la novela. En fin, es una suerte. A pesar de lo que nos está cayendo, tenemos vuestra confianza y generosidad. Por favor, lean la novela “EL vuelo de las aves”. Gracias. 25 de marzo de 2011. Hotel San Juan de los Reyes (Toledo) Fuente: http://miguelangelcarcelen.blogspot.com/2010/04/presentacion-de-elvuelo-de-las-aves.html

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La voz del mar, de Consolación González Rico ¿Quién soy yo? y ¿qué va a ser de mí? Estas son las dos preguntas que, a juicio del filósofo español Julián Marías, nadie debe orillar cuando se pretende comprender la vida humana. Hallar respuesta a estos interrogantes radicales implica reconocer lo que el propio Marías llamó el carácter futurizo de la vida, porque esta es una continua proyección hacia el futuro desde el presente, un arquero que tensa el arco y apunta la flecha. Sin ese afán de proyectarse en el futuro, la vida carece de sentido. El yo que soy ahora es inconcebible sin el yo que aspiro a ser y, para proyectarlo, debo tener en cuenta también el yo que he sido, mi yo pretérito: recapitular la vida vivida para averiguar si estoy siendo fiel hoy al yo que proyecté ayer. Entre todas las circunstancias vitales, la que con más fuerza nos obliga a echar la vista atrás y hacer balance es, sin duda, la presencia de la muerte. Pero si la filosofía nos plantea las preguntas, la ciencia y el arte intentan dar respuestas. Consolación González Rico echa su cuarto a espadas y acota en su novela La voz del mar (Editorial Ledoria) el drama particular de una mujer cuyo proyecto vital ha sido truncado. Celia, la protagonista de la narración, echa la vista atrás para saber qué o quién le arrebató sus sueños y encontrar una respuesta a cada una de las dos grandes preguntas: ¿Quién es? y ¿qué va a ser de ella? La autora nos presenta un relato en el que el narrador en tercera persona gobierna, ordena y distribuye la materia narrativa. En el ahora de la narración, Celia está metida de hoz y coz en el proceso de divorcio de su marido, un personaje repugnante, acabado ejemplo de machista cuya divisa es tener antes que ser, convencido de que todo se puede conseguir con dinero, incluso el amor de su hija. Y es, precisamente, el hecho de que esta, seducida por la vida regalada que le ofrece su padre, dé la espalda a su madre,lo que termina de destrozar la vida de Celia, que decide alejarse de la ciudad donde reside, darse una tregua y poner su existencia en


orden. En otras manos, este esquema narrativo correría el riesgo de convertirse en una novela lacrimógena, cuando no empalagosa, y, sobre todo, previsible. Afortunadamente, la autora demuestra tener un excelente bagaje de lecturas a cuestas y un dominio sobresaliente de su herramienta, la lengua, que le han permitido salir airosa del reto con oficio literario. Lo sé: escribir bien es al escritor lo que el valor al soldado, pero corren tiempos en los que lo que debería darse por supuesto es motivo de alabanza. Destaco el juego metafórico que nos propone la autora en la composición de los dos planos temporales de la narración: el ahora en que se sitúa la protagonista y su pasado. La novela comienza con Celia en una playa de Gerona, a una hora temprana que le garantiza la soledad en el lugar. Necesita reencontrarse con sensaciones ya olvidadas y entra en el mar, que poco a poco la va meciendo en su oleaje. En ese estado, comienzan a aparecer en su memoria episodios de su vida (la voz del mar) que confirman que veinte años atrás abandonó su sueño para adoptar otro que no era suyo. Veinte años dejándose llevar por el oleaje de la vida, sin voluntad ninguna. ¿Casualidad o destino? ¿Dónde está la responsabilidad de una mujer a la que el azar le une con un hombre que la desprecia y con el que forma una familia? Al mismo tiempo que los recuerdos la asaltan, el oleaje la arrastra mar adentro. De pronto, surge la posibilidad de que Celia se entregue a la muerte. Unos versos de Manuel Machado explican la elección por parte de la autora de este peculiar modo de concebir la historia: ¡Que las olas me traigan y las olas me lleven y que jamás me obliguen el camino a elegir! ¡Que la vida se tome la pena de matarme, ya que yo no me tomo la pena de vivir! Una mujer sometida dos décadas al oleaje de la vida y ahora al albur de las olas del mar Mediterráneo que amenazan con destrozar su cuerpo contra las rocas. El lector, concernido por el drama personal de la protagonista, siente la angustia de la incertidumbre ante lo que puede ser un desenlace fatal. A medida que avanza el relato sabemos quién es Celia, pero necesitamos averiguar qué será de ella. La pericia literaria de Consolación González Rico le permite armar un relato de inventiva y factura notables que sobresale por encima de la mediocridad que hoy asola el maltrecho panorama editorial español, entregado con entusiasmo bobalicón a vampiros, a novelas históricas de

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dudosa valía, a grandes nombres del establishment literario reconvertidos a meros funcionarios de la pluma que pontifican, entre bostezo y bostezo, sobre lo divino y lo humano desde alguna tribuna del cuarto poder, galardonados en grandes certámenes ad hoc, y a traducciones de la novela de turno del primer nórdico despistado que pasaba por Franckfurt. La de Consolación González Rico es obra con enjundia que rezuma saber hacer y amor por la literatura, a la que respeta en cada párrafo. Goza de buena salud la novela corta española, que discurre por cauces subterráneos, ajena al guirigay y al barullo de novedades y más vendidos, que no son siempre (¿pero es necesario decirlo?) ni los mejor escritos ni los mejor leídos. Paciencia. Entretanto, el buen lector tiene en La voz del mar una buena novela que le sitúa frente al drama de una vida sin que sea imperativo buscar al asesino acechando a la vuelta de la página. Cuando esta marea baje, arrastrará consigo la mayor parte de títulos que asedian al desorientado lector y solo quedarán en la arena obras de peso y poso. La de Consolación González Rico debería ser una de ellas. Depende de ustedes. Publicado por Jaime Gonzalo Cordero en: Http://escritordeoficio.blogspot.com/2011/03/la-voz-del-mar-deconsolacion-gonzalez.html Lunes, 28 de marzo de 2011.


'La voz del mar' de Consolación González Rico se presenta en Toledo La novela 'La voz del mar', de Consolación González Rico, se presentará de la mano de la Editorial Ledoria, como ganadora del II Certamen Literario de Novela López-Torrijos, de Almansa. El Hotel San Juan de los Reyes de Toledo acogerá esta presentación, que contará igualmente con la novela ganadora del primer certamen, según ha informado en nota de prensa el Grupo Literario Arrendajos, del que forma parte Consolación González. La escritora aborda en esta nueva novela la inquietud del ser humano, adentrándose visceralmente en el mundo de los sentimientos, las frustraciones y el dolor que producen las separaciones de los seres queridos y el derrumbamiento de los pilares donde se sustenta la felicidad. Celia, protagonista de la novela de Consolación González Rico, se enfrenta a una sociedad hipócrita, materialista y ajena a conceptos relacionados con la convivencia, la lealtad o la igualdad, empujando al personaje a un abismo irremediable. 'La voz del mar' es una novela de destrucciones y de pérdidas, de desencuentros y de huidas, pero plantea al mismo tiempo la perspectiva esperanzadora de una reconstrucción. Consolación González, natural de Torrecilla de la Jara, es una representante destacada de la narrativa contemporánea, como lo demuestran sus galardones en el X Premio de Narrativa Alfonso VIII de la Diputación de Cuenca, o en el X Premio de Novela Casino de Lorca, además del premio objeto de la novela 'La voz del mar'. Http://www.globalclm.com

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