Angel del mundo oscuro, de maría moreno alfaro

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Para mis padres, テ]gela y Paulino.


DISEテ前 DE PORTADA

Marテュa Moreno Alfaro


LISTA DE PERSONAJES

Al final del libro, el lector encontrará una lista que podrá usar como guía con los nombres de los personajes y así no perderse. Están escritos por orden alfabético y contienen una breve descripción para entender su cometido en la historia.


EL ÁNGEL DEL MUNDO OSCURO ¿QUIÉN ERES SIN TUS RECUERDOS?


PREFACIO

Nunca olvidamos todo aquello que vivimos. Nuestros recuerdos son nuestros y nadie nos los puede arrebatar. Permanecerán en nuestra mente hasta el fin de nuestros días. Algunos se olvidan, quedan ocultos, pero tarde o temprano saldrán a la superficie junto con el resto. No se evaporan simplemente, siguen ahí. Esperando brotar en cualquier momento. Recuerdos que llevaban años escondidos, arrinconados en algún lugar oscuro y deshabitado de nuestras mentes. ¿Quién eres sin tus recuerdos? Nadie, salvo otra persona con la que no te asemejas. Los recuerdos forman parte de quienes somos; igual que nuestros sentimientos. Son únicos y propios, fluyen con libertad sin nuestro consentimiento. Unas veces, para mal, otras para bien. Pero no se pueden evitar. Nadie puede obligarnos a sentir algo que no sentimos; de igual manera no podemos evadir nuestras emociones ni deseándolo. Existen sentimientos que nos duelen como un puñal clavado en el corazón, sangrando a borbotones. Otros sentimientos te hacen sentir en la cima del mundo, viendo a los demás como hormigas en un mundo injusto, pero pareciéndote perfecto con la persona amada a tu lado.


Capítulo 1

Al principio, oí a alguien gritando mi nombre. La voz no era muy nítida, la oía muy de lejos, como un eco en una pesadilla. Sentí mi cuerpo pesado y cansando, intentando sumergirme en las profundidades de la oscuridad en la que estaba sumido y contra la cual estaba luchando por escapar. Aprecié el choque del agua contra mi cuerpo inmóvil. ¿Agua? No entendía nada, ni siquiera sabía que había pasado. No sabía dónde estaba, ni cual era mi situación. Conseguí abrir los ojos durante un breve lapso de tiempo; observé cómo un tipo calvo, robusto y de aspecto fuerte me cogía en brazos. Mientras me levantaba, observé a una mujer mayor, que se acercaba a mí, pesarosa y asustada. ─ ¿Estás seguro de que es él? ─ Claro que sí, madre. ¿No lo reconoces, ni aun después de la infinidad de veces que ha salido su foto en las noticias? Quise seguir la conversación, pero no pude. Cerré de nuevo los ojos, agotado, mientras que la oscuridad me sumergía hacia sus entrañas.

***

Cuando abrí los ojos otra vez, escuché una voz distinta que me llenó de seguridad. ─ ¡Óscar, cariño! ¿Me oyes? Aquella voz desesperada era la de mi madre, a la espera de que le contestara. No entendía nada, sólo sabía que mi madre estaba preocupada y no sabía porqué. Quise contestarle. Sin embargo, no encontraba las fuerzas para hablar, ni tampoco mis labios. Mi madre suspiró aliviada, pero tenía los ojos vidriosos por culpa de las lágrimas. Intenté erguirme, pero no pude. Luché contra la negrura, que amenazaba con ahogarme repetidamente en ella, una y otra vez. Cuando me desperté me encontraba en el hospital, tumbado en una camilla y vestido con un de esos horrorosos camisones que ponen a los pacientes. Unas sábanas blancas, aparentemente pulcras, me tapaban de cintura para arriba. Frente a mí, una impresionante televisión de plasma se sujetaba en la pared con unos hierros y una plataforma de madera. Las luces estaban encendidas, aunque bastaba con


la luz que entraba por la enorme ventana, con las cortinas echadas hacia un lado. Un mueble blanco con adornos verde pistacho, dos sofás y un sillón completaban el resto del mobiliario de aquella habitación. Mi madre estaba a mi lado, sentada en una silla, guardando mi mano derecha con un abrazo entre las suyas. Sonrió, pero en sus ojos había preocupación. A su lado distinguí a mi hermana pequeña, Susana, de seis años; y más atrás, a mi padre. ─ Creí que te había perdido para siempre ─ me susurró al oído cuando se agachó para abrazarme ─. ¿Necesitas algo? Puedo conseguirte cualquier cosa. Sólo pídemelo. ─ Estoy bien, mamá ─ le contesté con voz ronca. No recordaba nada de lo que había pasado. Ella utilizó una voz tranquilizadora, pero con un oculto matiz de histeria, para decirme que no me preocupara. No obstante, aquello apenas me valía de nada. Seguía inquieto porque no entendía el motivo por el cual me hallaba en un hospital, ni sabía de dónde procedía el agua que había sentido chocar contra mi cuerpo. Me pregunté si me habría caído. Examiné mi cuerpo en busca de heridas. Nada. Recordé al tipo robusto, cómo le había dicho a aquella señora, su madre, a juzgar por sus palabras, que me habían visto en las noticias. Que alguien había dado mi foto para salir por televisión. Las noticias eran asuntos muy serios. Se hablaban de desapariciones, asesinatos, violaciones, accidentes de tráfico, noticias sobre el pueblo, dejando a un lado aquellas sobre los políticos y las corrupciones. ─ Mami, tengo que ir al baño – dijo mi hermanita, juntando mucho las piernas. Sus rizos rubios brillaban bajo la luz de la lámpara que pendía del techo. ─ De acuerdo ─ luego se dirigió a mí ─. Papá se quedará contigo. Cuando abandonaron la habitación, mi padre se acercó a mí y me despeinó los rubios cabellos con su enorme mano. Mi padre había sido rubio, como yo, incluso más atractivo a juzgar por las fotos que mi madre guardaba minuciosa y cuidadosamente en un álbum de fotos. Ahora, sin embargo, no lucía un solo pelo en su cabeza. Recordaba aquellas manos suyas. Me hizo sentirme seguro, pero su rostro carecía de expresión. Aquella expresión únicamente podía significar malas noticias.

Malas de verdad. ─ Hemos estado muertos de preocupación, Óscar. No te imaginas lo mal que lo hemos pasado tu madre y yo.


─ ¿Qué ha pasado? ─ ansiaba encontrar respuestas. ─ Te encontramos en la orilla de la playa ─ contestó de forma acompasada; luego, su voz se endureció ─: ¿Quién fue? ─ ¿Quién fue, qué? ─ no entendí la pregunta. ─ El que te secuestró. O los que lo hicieron si fueron más de uno.

¿Secuestrado? Hice un esfuerzo por asimilar sus palabras. No recordaba nada de un secuestro. Lo último fue que mamá me había mandado a comprar a una panadería nueva. Me esforcé una vez más aclararme. Nada. Otra vez nada. ─ ¿Secuestrado? ─ repetí esta vez en voz alta. ─ ¿No te acuerdas? ¿No sabes quién lo hizo? ¿No recuerdas su cara? ─ No ─ contesté, aun aturdido. La cabeza me daba vueltas. ─ ¡Qué extraño! ─ ¿Qué ocurre, papá? Cuéntamelo todo, no sé de qué me estás hablando – supliqué. ─ Fuiste a comprar a la panadería nueva que habían abierto recientemente. Tardabas tanto que comenzamos a preocuparos. Fuimos a la panadería, enseñamos tu foto y el dependiente nos dijo que no te había visto. Llamamos a la policía, pero nos explicó que teníamos que esperar cuarenta y ocho horas para que lo consideraran desaparición. Era muy frustrante, pero los vecinos nos ayudaron. Cuando pasaron varios días, la policía se unió a la búsqueda también. Se contrataron hasta perros para rastrear los campos y buzos para buscar en el mar. ─ ¿Desaparecí? – pregunté alterado. ─ ¿De verdad no recuerdas nada? ─ ¿Cuánto tiempo he estado desaparecido? ─ mi padre se limitó a rechinar los dientes, costumbre que tenía cuando se ponía nervioso. La primera vez que lo había visto hacer eso, quiso decirme que nuestro hámster había muerto. Preferí no agobiarle, aunque me moría por saber la cifra. ─ Ocho meses.


Empalidecí. ¿Ocho meses? ¡Imposible! ¡Me acordaría de algo! Tragué saliva ante aquella noticia, pero pareció hacérseme un nudo en la garganta. ¿Por qué no me acordaba de nada? ¿Dónde había estado? ─ Papá, eso no es posible. Mi último recuerdo es el de la panadería. ─¿Recuerdas cuando entraste en la panadería? ─No ─ contesté, rápidamente y sin dudas. ─Ahí lo tienes. ─¿Antes de llegar? ¿Eso es lo que piensas? ¿Crees que, de camino, alguien me secuestró? ¿No crees que, al menos, me acordaría de ese momento? ─No. Tal vez te golpearon, hijo, y quedaste inconsciente al instante. Dejé a un lado las preguntas que seguían acudiendo a mi mente cuando vi cómo, con cara de horror, mi padre acercaba su titánica mano a mi cuello y dejaba reposar en su palma una medalla de oro con una cadena. No recordaba cuando me había comprado esa cadena. No la recordaba. ¿Había sido un regalo? ¿Y de quién? ─ ¿De dónde la has sacado? ─ No lo sé. No lo recuerdo. ─ ¿La adquiriste durante tu desaparición? ─ Puede, no lo sé, no me acuerdo de nada. La cadena estaba grabada por ambos lados. En la parte delantera rezaba: “Una promesa que no romperé. Z”. Y por detrás: “Regresaré cuando cumplas dieciocho años”. ─ ¿Quién es Z? – preguntó mi padre, cada vez más irascible y ansioso, casi gritando. ─ No lo sé ─ repetí. ─ ¿Tu secuestrador? ─ me urgió. ─ Papá, no lo sé. ¡Te he dicho que no sé nada! – vociferé confuso.


Mi padre estaba consiguiendo que me sintiera cada vez más perturbado, llegando a rozar la histeria. No comprendía absolutamente nada. “Una promesa que no romperé”

¿Qué promesa? “Regresaré cuando cumplas dieciocho años” Significaba que aquella persona, Z, volvería a por mí dentro de cuatro. Pero, ¿quién era Z? ¿Por qué quería volver a por mí? ¿Por qué me conocía? ¿Dónde demonios había pasado mis últimos ocho meses y con quién? Papá me arrebató la cadena y se levantó para tirarla en una papelera cercana. Así lo quise en un principio, pero un dolor henchido en mi pecho apareció súbitamente y se acrecentaba conforme mi padre se alejaba. ─ ¡Papá, no! – grité. Él se dio la vuelta, confuso, preguntándome con la mirada. ─ ¿Por qué? – inquirió. ─ No lo sé. Pero no la tires. Quiero tenerlo presente. ─ Pues yo no quiero que recuerdes esto. Debes volver a casa y seguir con tu vida normal, te costará, pero lo superarás, hijo mío. Si guardas esto, jamás podrás pasar página. ─ La quiero conservar, aun así. Mi padre lo meditó unos segundos. ─ Tienes razón. Podría servirle a la policía para la investigación. ─ No, papá. No voy a dársela a la policía. La quiero para mí. Es mía. ─ Óscar, es una prueba que no se puede eludir. Pueden sacar huellas dactilares de aquí. ─ Mira, hacemos un trato. Te permito que se la entregues a la policía, si los convences para que me la devuelvan, una vez que ya no la necesiten. Mi padre me miró ceñudo, pero no quiso discutir más conmigo. Se acercó a mí, se sentó en el sillón mugroso de color beige en el cual había estado mi madre minutos antes y depositó la cadena en la palma de mi mano. Volví a mirar ambas inscripciones. Seguía sin recordar.


Nada. Absolutamente NADA. Mamá volvió con mi hermanita de la mano y, tras ella, venían mis amigos. Los acompañaba el hombre musculoso que me había encontrado. ─ Mira a quien me he topado por el camino – sonrió mi madre, todavía con ojos tristes. Escondí la cadena debajo de la almohada y miré mi padre, indicándole con la mirada que no dijese ni una palabra. Pero se lo contaría todo a mamá. A ella siempre se lo contaba todo. Además, tenía un trato con él, debía entregársela a la policía que, dos semanas después, me hicieron entrega de ella. Aseguraron que las únicas huellas dactilares halladas habían sido las de mi padre y las mías, y que no revelarían pista alguna sobre mi desaparición. Dicho esto, cuando la medalla y la cadena volvieron a ser de mi posesión, juré que siempre serían mías, que siempre las llevaría puestas y que no se lo contaría a nadie más.


Cuatro años después…



Capítulo 2

Mi vida era la envidia de cualquier adolescente. Cada día mi teléfono móvil (de trescientos euros, todo hay que decirlo), se saturaba de mensajes instantáneos como consecuencia de mi enorme popularidad. Tenía tras de mí a un séquito de amigos (los de verdad y los que fingían) y de admiradoras fieles y acérrimas. Al segundo de mirarme cada chica se volvía loca por mí, todas ansiaban estar conmigo, aunque sólo fuera una noche fugaz. Y a mí no me importaba, por supuesto. Mis amigos me adoraban de igual forma, pero por ser el jugador estrella en nuestro equipo de fútbol. Los profesores se enorgullecían por tenerme como alumno, ya que sacaba excelentes notas. Nadie parecía recordar mi desaparición, ya que no hablaba al respecto de aquello. Era un tema prohibido. Al principio, todos me miraban, pavorosos y trémulos, como si fuese un bicho raro al que evitar. Sólo mis tres mejores amigos, los más íntimos, se quedaron a mi lado, apoyándome, haciéndome sentir normal. Me costó superar aquel mal trago, incluso me sentí acongojado y vulnerable, cualquier tontería o broma me hacía pensar que todo el mundo se reía de mí. Me esforcé mucho en TODO: en los estudios, en los deportes, con las mujeres, intentando simpatizar con todos mis compañeros. Tuve que cambiar completamente el chip. Dejar a un lado la vergüenza, cambiar mi forma de vestir, hacer bromas y tonterías sin llegar a ser considerado un bufón de feria. Llegó un punto en que los chicos que tanto se habían metido conmigo guerreaban por ser parte de mis mejores amigos y las chicas competían por pasar las noches a mi lado. Pero ninguno de aquellos falsos y mentirosos idiotas conseguiría de mí nada más que una simple apariencia y una simpatía y educación que no se merecían. Los únicos merecedores de tan prestigioso (aunque yo más bien lo calificaría de “dudoso”) lugar en la corte de honor de mi compañía, eran Bruno, Mateo y Arturo, que habían estado tanto en las duras como en las maduras en el sinuoso y sempiterno trayecto desde el marginalidad hasta la popularidad. Eran las 7:00 de la mañana cuando sonó el maldito despertador con su molestísima alarma.

Cinco minutos más, por favor. Dado que el despertador siguió dándome la lata, deseoso de que saliera de mi cómoda y calentita cama, no tuve más remedio que aceptar su petición. Me levanté de un salto, decidido a sonreírle al día.


Era otro día más de instituto. Me sentía lleno de vitalidad y energía cuando recordaba que los días que quedaban para acabar el curso ya estaban contados. Además, dentro de una semana cumpliría los dieciocho.

Mayor de edad. Guay. Es lo que pensaría cualquier persona corriente. Pero yo no. Mientras para otro significaba más libertad, para mí significaba soportar sobre mis hombros un peso mayor. Suponía retroceder al pasado, el momento de mi desaparición, tener que enfrentarme al hecho de que alguien volvería a por mí.

Qué rápido se me han pasado estos cuatro años… Me miré al espejo. Me lavé los dientes y la cara. Abrí el pequeño armario plateado del espejo y cogí el bote de color amarillo, le quité la tapa y lo presioné. Mis manos se pringaron con el gel fijador y lo restregué por mi pelo, como cada mañana. Lo moldeé, dejándolo perfecto. Mi estilo desenfadado contribuía a completar mi imagen de guaperas y presumido. Sabía que la gente me veía como alguien frívolo y superficial, aunque únicamente yo, en mi fuero interno, sabía que eso no era cierto. Simplemente codiciaba esconder mi tristeza, era la máscara que me permitía ocultar lo que sentía de verdad. Nunca había logrado superar mi desaparición. Tal vez podría haberlo hecho si no hubiese sido por las inolvidables y doradas palabras de Z, grabadas en un estúpido colgante, cuyo propósito era amargarme la vida. Siempre había imaginado a Z como un hombre alto, robusto y fortachón. Sería un secuestrador obsesionado y tal vez un pederasta. Con un bigote o con una cicatriz en la mejilla. Desagradable y antipático. ¡Vaya estupidez! ¿Dónde se ha visto un secuestrador adorable? Todos dan miedo, ya sea por un aspecto salvaje y cruel o por ser unos pringados marginados de la sociedad y con problemas mentales. Las chicas con las solía salir eran todas guapísimas y encantadoras, con un espectacular cuerpo diez. Sí, de esos que a los hombres se nos olvide respirar. Jamás me había enamorado. ¿Amor? Yo no sabía qué era eso. Aunque a veces cuando estaba con alguna de ellas sentía un aterrador vacío en mi interior, como si algo o alguien me faltara. ¿Quién sabe? Igual podría tratarse de hambre. Sólo tendría que comerme una hamburguesa o unas patatas fritas. Después de tantos años y tanta lucha por ser popular, al fin lo había conseguido, formaba parte del rebaño de cabezas huecas que componían la cúspide de la escala social del instituto. Además, por las miradas de algunos me atrevería a pensar que hubiesen sido capaces de hacer un pacto con el diablo


por ponerse en mi piel. Pero, ¿todo eso de que me servía a mí? ¿Qué utilidad podía tener para mí ser popular si no me sentía completo? Sabía que faltaba algo en mi vida, pero ni siquiera era capaz de descubrir el qué. Desde que “reaparecí” siempre había sentido en mi interior un aterrador vacío que me asustaba y que no conseguía llenar con nada. Jamás había vuelto a sentirme el mismo ni aquel niño alegre y risueño que había sido siempre. Cogí el colgante y me lo puse, con la medalla de oro, como cada día. Mis padres insistían en que los tirara o se los entregara a la policía definitivamente, ya que no querían que tuviera presente todos los días la promesa de Z. Pero en algún lugar de mi interior, una voz me susurraba que debía permanecer conmigo para siempre ese nombre. Bueno, esa letra. No sabía quién era Z. Podía ser cualquiera y había sopesado muchos nombres y creado grandes listas. El paradero de Z y su nombre real me tenían en un sin vivir. No sabía quién era, si era uno de mis conocidos o no, ni qué relación exacta tenía conmigo. Un sexto sentido parecía darle un significado especial e inexplicable para mí a ese colgante. ¡Todo aquello era tan misterioso y extraño! En ocasiones, cuando me encerraba en mi habitación con el pretexto de estudiar para que ni mis padres ni mi hermana me molestaran, solía reflexionar sobre mi vida. Una desazón enorme me recorría desde la cabeza hasta la punta de los pies. Ante mis padres jamás me mostré débil, ya era suficientemente arduo para ellos. Quería que creyeran que todo el asunto de Z estaba olvidado y guardado en un cajón con llave y que no me importaba lo más mínimo. Me vestí con unos pantalones vaqueros con rotos y un cinturón de uno de mis grupos de rock favoritos. Lo tapé con una blusa blanca de calaveras y esqueletos morados. Cogí mi garabateada mochila llena de libros y me acomodé en una de las sillas plegables al llegar a la cocina para desayunar. ─ Buenos días, cariño – me saludó amablemente mi madre con una sonrisa, como cada mañana –. ¿Has dormido bien, cielo? ─ Sí, mamá – contesté cansinamente, pero apenas fue perceptible para ella. Todas las mañanas la misma pregunta y con el mismo tono de voz. Miró resentida el colgante y la cadena pendidos de mi cuello. ─ Óscar, sabes que no estoy a favor de que sigas llevando esa cadena. Debes hacer borrón y cuenta nueva. No entiendo porqué te niegas a entregársela a la policía. ─ La policía ya dijo que no había huellas dactilares en ella, estaban seguros de que no podían sacar pista alguna de ella. ─ No me importa si a la policía le sirve o no. La cuestión es que no me siento cómoda sabiendo que la llevas siempre encima. ¿Quién sabe si ése tal Z es un pederasta, un violador o un asesino?


─ Mamá, si fuese un asesino yo ni siquiera hubiese aparecido vivo – dije bruscamente. En seguida me arrepentí y utilicé un tono más dulce –. Por favor, dejemos las cosas como están, ¿vale? De hecho, recuerda que no me importa Z lo más absoluto, no creo que venga. Sabe que la policía le estará vigilando y le pillaría. ─ De acuerdo. Olvidado – me acarició el cuello y me dio un beso. Había vuelto a tranquilizarse. Cogí una tostada del plato y desaparecí por la puerta.

***

Cuando llegué al instituto un grupo de chicas muy guapas cuchicheaban y se reían mientras me miraban con picardía. Reconocí a una de ellas cuando se acercó a mí. La oxigenada Esmeralda había sido mi última conquista: una chica muy guapa pero sin cerebro alguno. Se preocupada demasiado por su aspecto y ella misma comentaba que de nada le valían los estudios si se iba a convertir en una famosa modelo de ropa interior. ¿Por qué mis amigos y yo le llamábamos oxigenada? Esmeralda era rubia natural, sin embargo, se aclaraba tanto el pelo cada mes para parecer más y más rubia que había acabado pareciendo un pollito. ¿Alguna vez se fijaría en mí una chica que tuviese más cerebro? ¿O tan sólo atraía a descerebradas? En el instituto seguro que había montones de chicas muy listas. ¿Se escondían de mí? A lo mejor ésa era la razón por la que no me enamoraba: porque debía tener uno requisitos mínimos de inteligencia. Yo solía ser bastante espabilado en los temas de la vida. Cuando sufres una desaparición y vuelves sin recuerdos, los cinco sentidos se desarrollan y acrecientan más y más; incluso un sexto y un séptimo sentidos se despiertan del lugar en que estuviesen dormidos, convirtiéndome en una especie de superhéroe. ─ Oye, Óscar – me dijo con su pijo tono de voz –, el fin de semana lo pasé genial contigo. ¿Cuándo podremos volver a estar juntos, tigre? ─ La semana que viene es mi cumpleaños – comenté con indiferencia –. Supongo que lo celebraré con mis amigos. Puedes venir, si quieres. ─ No hace falta que te lleve el regalo envuelto, ¿verdad? Abrió sus enormes ojos brillantes de excitación. ─ Mmm…supongo que no.


─ ¡Porque tu regalo seré YO! – gritó, y se echó a reír ella sola ante su estúpida broma. La miré boquiabierto. Tenía que prometerme a mí mismo no salir con más chicas del estilo de Esmeralda. ─ Lo decía porque si voy envuelta en papel de regalo me asfixiaría, ¿lo pillas? – y soltó otra carcajada, tapándose la boca con la mano –. Aunque puedo ponerme un lacito rojo, como los que se ponen en los regalos… ¡Oh, no! – exclamó, sumamente preocupada. ─ ¿Qué ocurre? ─ ¡Qué tonta soy! ¡Acabo de decirte cual será tu regalo! ─ Oh, Dios mío… ─ musité horrorizado. Proseguí la marcha para reunirme con mis amigos, que se reían por lo bajo. Vale, habían escuchado la conversación con Esmeralda. ─ Tigre – musitó Arturo, imitando con la mano la garra del felino. ─ Imbécil – le solté.



Capítulo 3

Pasó una semana y llegó el día que tanto temía: mi dieciocho cumpleaños. Mis padres y mi hermana me esperaban en casa para celebrarlo al llegar del instituto. Y por la noche me iría de fiesta con mis amigos…y con Esmeralda.

Puaj…tengo que deshacerme de ella. Con mi pintarrajeada mochila al hombro, me dispuse a atravesar la angosta calle principal, siempre atestada de gente que salía de trabajar, que iba cargada con bolsas de la compra o que, como yo, acababa de salir de las clases. Debería sentirme dichoso y feliz por ser mayor de edad, ya podría beber, fumar, sacarme el carnet de conducir… pero la angustia volvió a apoderarse de mí cuando recordé la cadena en el cuello. No podría hacer nada de aquello aunque lo desease sin realmente Z volvía a por mí y me llevaba con él. Acto seguido de aquel deprimente pensamiento, sentí que la cadena me pesaba como un quintal. Aquel nefasto vacío de mi interior no se llenaría jamás. Absorto en mis pensamientos y tras incesantes empujones de la gente, sentí un escalofrío. Unos ojos que me observaban. ¿Sería Z? ¿Había vuelto a por mí? Me paré en seco y miré a mi alrededor. No había nadie que me observara. ¿Me lo estaba imaginando o simplemente comenzaba a enloquecer? Confuso, reanudé la marcha. Otro escalofrío. Volví a girarme para examinar cuanto había tras de mí. Al principio no creí que me estuviera mirando a mí, pero un hombre alto, desgarbado y de aspecto salvaje parecía seguirme. Pude ver en sus ojos un atisbo de reconocimiento. Me conocía y parecía aliviado de verme. Se parecía a uno de los muchos perfiles que establecí en mi mente sobre mi presunto secuestrador. Esta vez reanudé la marcha corriendo. Me apresuré para volver pronto a casa y no dejar que Z me atrapara como lo había hecho hace cuatro años. Cerré la puerta tras de mí cuando llegué con éxito. Mi madre me miró preocupada: estaba sudando y temblando y no precisamente por la carrera. ─ ¿Qué ocurre? ─ inquirió, tensa e inquieta. ─ Nada – mentí – tenía ganas de llegar a casa y vengo corriendo. ─ Ah, vale – y sonrió. Luego, regresó a la cocina.

***


La noche llegó fulminante y vertiginosa como un rayo. El tiempo había corrido demasiado deprisa, más de lo que a mí me hubiese gustado. Después del encontronazo con Z estaba más aterrado todavía. Había estado siguiéndome para cazarme. ¿Sabía dónde vivía? ¿Quiénes eran mis amigos y mi familia? La oscuridad tiñó el atardecer anaranjado, apagándolo con su manto lúgubre y tenebroso. Solamente unos puntitos blancos y brillantes como luces alumbraron el cielo. Permanecí esperando a mis amigos durante unos pocos minutos en la puerta de la discoteca a la que siempre íbamos. Conocíamos al dueño y a los empleados, así que seguro que habían montado una fiesta en mi honor.

Que no se hayan pasado, por favor. Mi instinto acertó una vez más. No me equivoqué. Mucha gente que no me conocía me felicitaba y, aunque me pregunté la razón no tuve la duda durante mucho tiempo, ya que descubrí una foto mía, impresa sobre una monumental tela para que todos lograran reconocerme. Todo el mundo gritó al unísono cuando entré por la puerta. ─ ¡¡Feliz cumpleaños, Óscar!! Mis amigos no entendieron muy bien la reprimenda que les eché. Para ellos hubiera sido un lujo un cumpleaños así y puesto que teníamos enchufe en aquella discoteca pensaron que podrían hacer lo mismo en cada cumpleaños. Todos me felicitaron y me dieron sus regalos. ─ ¡Yo te mato! – musité a Bruno, de broma. ─ Oye, siéntete privilegiado, el tanga de elefante es uno de los mejores regalos que he hecho. ─ Claro, también te salía bastante económico, ¿no? ¿Cuánto te ha costado? ¿Sesenta céntimos en un bazar de “Todo a menos de un euro”? – empezaron a bromear Arturo y Mateo. ─ Gracias de todas formas – le dije yo. La verdad es que Bruno siempre andaba mal de dinero. Su madre le había criado sola y debía mantenerlo con un sueldo de barrendera. Así que, lo entendía. No todo el mundo podía hacer regalos caros. Al menos hacía un esfuerzo por regalar algo aunque a veces no tuviese ni para el autobús. Me alejé de ellos y escudriñé todo cuanto me rodeaba. Estaba lleno de gente y muchos me observaban por el rabillo de ojo cuando pasaba por su lado. Otros parecían indecisos, no sabían si acercarse a mí o no. Muchas chicas guapísimas clavaban sus enormes y maquillados ojos en mí, creyendo que, con minifaldas y escotes de infarto acompañados con unos altísimos tacones, iban a llamar mi atención.


El resultado final de una larga sesión de maquillaje a la que se sometían las mujeres me recordaban siempre a las excéntricas cantantes de la actualidad. En cualquier caso, yo no entendía esas modas femeninas. Siempre había defendido que una mujer debería ser lo más natural posible.

¡Allá ellas! De pronto, sin saber muy bien porqué, se produjo un cruce de miradas que duró un instante, pero que me pareció una eternidad. Sin duda, era la chica más hermosa que había visto jamás. Aunque era más una mujer que una chica. Tenía una figura esbelta y una cara bonita, un rostro de fina piel como la porcelana. Era de una belleza devastadora, pero también infantil. Sus oscuros rizos alborotados le llegaban justo por debajo del hombro y sus hipnotizadores ojos eran de un color azul intenso que me recordaron al mar. Tenía unas cuantas pecas de color claro debajo de los ojos, que resaltaban todavía más su aspecto aniñado. Esbozó una preciosa sonrisa cuando me quedé embobado. Era tan encantadora que no pude evitar devolvérsela como un pasmarote. Me examinó con ojos tiernos y llenos de amor. Podía ver en su cara una señal de alivio y orgullo.

Genial, he ligado gracias a un cartel. ─ Tú debes de ser Óscar, el cumpleañeros. Felicidades – su voz era muy afeminada. Iba a contestar pero, sin saber porqué, mi corazón empezó a latir con fuerza. Sentí una sensación de seguridad absoluta, una emoción que jamás en la vida podría manifestar con simples palabras. ─ Gracias – conseguí decir al fin. ─ ¿Cuántos años cumples? ─ Dieciocho – contesté en un suspiro, afligido. ─ No pareces muy contento. Dieciocho años supone tener mucha más libertad. ─ Depende de para quien – dije pensando en mí. Se quedó pensativa durante un minuto, luego agregó: ─ Vale, tienes razón. Los mayores de edad podemos ir a la cárcel si nos desmadramos un poco o si cometemos actos ilegales. Si eres un delincuente juvenil, ahora serás juzgado de igual manera que un adulto. Solté una breve y seca carcajada. Nunca lo había visto de aquel modo. ─ ¿Y ese colgante? – me preguntó. Lo cogió y lo contuvo en la palma de su mano –. ¿Quién es Z? ¿Tu novia?


─ Definitivamente no, pero es una larga y complicada historia – la chica me miró sorprendida y fascinada. ─ ¡Óscar! – gritó desde lejos Esmeralda.

¡Oh, no! Llevaba un lazo rojo, tal y como había dicho. La chica de alocados rizos puso mala cara. ─ ¡Voy a ver a mis amigas! ¡Después voy a por ti, tigre! ─ ¿Es tu novia? – preguntó con petulancia. ─ Absolutamente no. Pasé con ella el fin de semana pasado en su casa porque sus padres se fueron de vacaciones. Nunca salgo en serio con ninguna chica. ─ Eres un ligón – afirmó.

Mierda, he metido la pata. No supe que contestar y en su cara se reflejó un sentimiento indescifrable para mí. Supongo que serán cosas de mujeres. ─ ¿Entonces no la quieres? – insistió. Mi cara era un poema. ¿Cómo querer a una chica como Esmeralda? ¿O a cualquier otra que fuese como ella? Eran estúpidas e insípidas para mí. ─ Jamás he amado a ninguna de las chicas con las que he estado – admití. ─ Ah – inexplicablemente, aquello pareció aplacarla.

¡Qué raras y complicadas son las mujeres! ¿Acaso era otra admiradora mía y yo no lo sabía? No sería la primera vez. Ana, una chica de mi clase que yo desconocía que existía, me espiaba continuamente y no lo descubrí hasta que llegué un día a su casa para hacer un trabajo y encontré un montón de fotos mías. Tal vez ella quería también pasar un fin de semana conmigo. Podría cortar con Esmeralda, si es que había algo que cortar. Eso explicaría lo que yo podría haber visto en ella como celos cuando reconocí que no estaba completamente disponible. Hasta ese momento tampoco me había fijado en la indumentaria de la chica. No llevaba unas ropas que dejaran ver sus encantos ni maquillaje en el rostro. Vestía unos vaqueros ajustados de pitillo, con


rotos en las rodillas, una camiseta de tirantes con lentejuelas y unos botines negros. Tenía buen gusto a la hora de vestir. ─ Oye, si quieres te puedo presentar a mis amigos – le dije al ver que éstos se acercaban. ─ Claro que sí, ¡me encantaría! – sonrió. Nos acercamos más a ellos, que nos miraron con los ojos como platos. Vi a la chica mirándolos de reojo. ─ ¿Y esta monada quién es? – preguntó Bruno, con los ojos como platos y sonriéndome con picardía. Todos tenían el rostro expectante, ansiando mi respuesta ─ Es su última conquista – se me adelantó Arturo. Le tiré de la coletilla que se estaba dejando crecer para hacerse una rasta. La chica sonrió, sonrojada. ─ La acabo de conocer. ─ ¿Y cómo se ha tomado Esmeralda este mazazo emocional? – preguntó Mateo, con preocupación fingida. ─ ¡Cállate de una vez! – le solté. ─ ¿O es que estás jugando a dos bandas? – dijo Arturo. ─ ¡Eso es muy cruel, Óscar! ─ Qué simpáticos – contestó la chica sarcásticamente, como ausente. ─ Sí, claro. Te presento a “Coletilla”, “Ricitos de oro” y “Rastitas”. ─ ¿Y tú que apodo tienes? – preguntó por curiosidad. ─ Picaflor, ligón, rompecorazones, Don Juan… ¡a lo largo de los años ha acumulado muchos! – exclamó Arturo. ─ Si quieres estar con él, aunque sólo sea una noche tendrás que pedir cita previa. ─ Oye, ¡parad ya! – contesté bruscamente. Miré a la muchacha. Tenía la cabeza gacha y no parecía nada contenta. De hecho, parecía estar realmente incómoda y desilusionada. ─ ¡Óscar, cariño! – gritó una voz impertinentemente conocida. Esmeralda otra vez.


─ Por ahí llega tu chica. ─ Recordarme que esta noche tengo que dejarla – les pedí –. Me pone de los nervios. ─ Le romperás el corazón – Bruno fingió pena. Esmeralda por fin llegó donde estábamos nosotros y me abrazó.

Llegó el momento… ─ ¡Feliz cumpleaños, mi amor! Mira, he venido como te dije. ¡Con un lacito rojo porque yo soy tu regalo! Observé por el rabillo del ojo como mis amigos se reían por lo bajini y como la chica nueva hacía muecas de asco. Algo había en ella que no me permitía dejar de mirarla. Era como si me estuviese hipnotizando aun cuando ella ni siquiera me prestaba atención. Esmeralda siguió el recorrido de mi mirada y reparó en la hermosa muchacha de ojos azules y rizos morenos. No debió sentarle muy bien al ver a una chica tan guapa frente a mí. Sobretodo conociendo mi reputación. ─ ¿Quién es? – me preguntó en un susurro, pero con mirada inquisidora. ─ Acabo de conocerla – le repetí a ella. ─ No me habrás engañado, ¿verdad? – preguntó, levantando la voz. ─ Si acabo de conocerla ahora mismo, ¿cómo quieres que te engañe? Además, no estamos juntos. –─ Óscar, te conozco muy bien, todo el mundo sabe cómo eres en cuanto a mujeres. ─ Y si me conoces tan bien, ¿por qué sigues esperando algo de mí que no sea sexo? Es decir, ya sabes que jamás he estado con una chica más de una semana, sabes que no busco nada estable. Te liaste conmigo sabiendo de antemano que esto no iba a ser nada más que eso. ─ De acuerdo. Tienes razón. He tomado una decisión: te dejo. ─ Por última vez: ¡No estamos juntos! – contesté con sus mismas palabras. ─ Adiós, Óscar. Suerte con la chica nueva, espero que no le destroces el corazón igual que a las demás. Espero que sea ella la que te deje igual que yo. De hecho, ojalá todas las chicas con las que salgas a partir de ahora te dejen plantado. Es hora de que la tortilla comience a dar vueltas. ─ En realidad se diría: “Es hora de darle la vuelta a la tortilla” ─ susurró Bruno lo suficientemente alto como para que Esmeralda lo oyera.


─ No necesito saber cómo se dice un estúpido refrán – se refirió a Bruno, enfurruñada –. Voy a ser modelo. Y se marchó.

Perfecto. Estoy libre de nuevo. ─ Perdona por la escena… – me giré hacia la chica. Pero no estaba. Se había ido. ─ Yo la he visto irse mientras decías: “Sabes que no busco nada estable” – me dijo Mateo.

¡Mierda! ¡Estúpida Esmeralda!



Capítulo 4

Los días siguientes mis pensamientos estuvieron ocupados únicamente por aquella chica. No por Esmeralda, sino por la chica misteriosa cuyo nombre desconocía porque no había llegado a decirme. Me hacía feliz pensar en aquella atracción. Nada podía sacarme de mi ensueño, ni siquiera los insultos de Esmeralda o las miradas picaronas de otras chicas guapas carentes de un amor pasajero de una noche. Pero no volví a verla, no en aquellos días en que ansiaba reencontrarme con ella. Recordaba que no había llevado maquillaje, ni una minifalda de talla mínima por la que se desvivían el resto de chicas por comprarse. Con tan sólo unos minutos que había estado con ella ya me había formado una idea de su persona. Me recordaba a un sueño que tuve de niño, mucho antes de mi desaparición. Consistía en una versión más joven de mí mismo, que conocía a una chica misteriosa, como una novela de intriga, una historia de crímenes e investigaciones. Un amor apasionado e imposible dentro de aquellas palabras de tinta que se escribían a lo largo del papel. Una belleza de ojos marinos, una sirena con el gran secreto de que su casa es el mar, sus amigos los peces y su gran miedo la soledad. Un día le pregunté a Bruno en clase cual había sido su impresión sobre la chica. Él me contestó que era otra más, una admiradora nueva que se había espantado al ver que no estaba disponible y que no se hubiese conformado con una noche loca de pasión. Bruno era el más compasivo de mis amigos y, como yo, pensaba que no todas las chicas eran trozos de carne a los que hincarles el diente. Aunque, muchas chicas se sentían trozos de carne o, al menos, así se mostraban. Podía hacer una lista de las chicas que conocía que reflejaban a la perfección ese tipo de mujer. No mostraban pudor o vergüenza algunos al hacerse fotos semidesnudas con su teléfono móvil en el baño de su casa y mandarlas a todos los chicos de clase, a ver si alguno caía en la trampa de la araña. Que les digan lo guapas que son, el cuerpazo que tienen, lo hermosas que son. Creen que así consiguen a su príncipe azul y se sienten traicionadas y tremendamente sorprendidas cuando, después de pasar una noche juntos, el falso príncipe la abandona para buscarse a otra. Entonces, ellas insultan a los hombres, los critican por haberse aprovechado de ellas. Sin embargo, esas chicas no son dulces, no las que son capaces de enseñarle a todo el mundo sus turgentes pecho apretados en un sujetador con un relleno de diez dedos. Las verdaderas princesas son las que reservan esos encantos para el hombre que ya les ha demostrado que las ama y que las cuidará por siempre. Por supuesto, este ejemplo, también puede mostrarse a la inversa. No todas las mujeres son niñas dulces indefensas ni todos los hombres son unos


desalmados aprovechados. Ni todas las chicas a las que traicionan son arpías sin escrúpulos. También son princesas que buscaban a su príncipe y encontraron un sapo en su lugar. Recordaba que Bruno, meses atrás, en un estado de embriaguez total y estando ambos solos en un parque (antes de que pudiera llevármelo a casa), me confesó que era un romántico, que soñaba con ser el príncipe azul de alguna princesa encantada cuyo honor y orgullo estuviese por encima de sus ansias de placer físico. Jamás le había visto en aquel estado y aquella manera de hablar tan cursi supuse que únicamente era su forma de pensar, que jamás lo admitiría estando sobrio. Al día siguiente no recordaba nada, o eso supuse yo, ya que no volvió a mencionar el tema, ni me miraba avergonzado como si hubiese confesado un asesinato. Y yo, como buen amigo, me prometí a mí mismo no decir una sola palabra ni a Arturo ni a Mateo. Ellos jamás habían mencionado nunca querer estar en serio con una chica, ni en sus estados de embriaguez absoluta. Y yo supuse que jamás habría dicho nada parecido tampoco, ya que de ser así, alguno de ellos – excepto Bruno – se hubiese burlado de mí. Me pregunté si era precisamente en aquel tema de amores en lo Bruno pensaba en aquellos momentos en que miraba hacia el horizonte con ojos brillantes y dejaba escapar pequeños suspiros cuando creía que nadie le prestaba atención. En el espejo de mi habitación vi reflejarse el brillo del colgante y volví a recordar a Z. Ahora tenía ventaja sobre él. Sabía quién era, ese hombre leonino al que había pillado siguiéndome, seguramente para secuestrarme de nuevo. Podía estar en guardia. No podía engañarme. Si le veía, podría esquivarle. Lo tenía todo tan bien planeado que mi siguiente ocurrencia hundió mi plan. Los cómplices. No tenía ni idea de si los tenía o no. Mi padre me había comentado en una ocasión a escondidas de mi madre que aquel secuestro tuvo que ser obra de varias personas. Maldición. No sabía quiénes eran sus cómplices. Pero al menos sabía quién era Z. Estaba claro que era él. Me había mirado a mí en aquella calle y me había reconocido. Era la mirada de alguien cuando encuentra un tesoro perdido. Aquello me aterraba. No quise contarles nada a mis padres. Ellos querían que llevara una vida normal, si les explicaba que le había visto tenderían a volverse locos de preocupación. Serían capaces de hacer las maletas en cinco minutos y mudarnos lejos, muy lejos. No volvería a ver a Bruno, ni a Mateo, ni a Arturo. Ni a la chica desconocida, cuyo misterio se posaba cada noche en mi almohada y se colaba en mis sueños. Podría acudir nuevamente a la policía. El colgante no les servía de nada, pero podría describirles al individuo en cuestión y que ellos dibujaran un retrato robot y así identificarle. Tampoco sabía si residía en la ciudad o si estaba de paso. También se me ocurrió que podía ser extranjero, por su extraña indumentaria. No podía dar nada por hecho. Acudir a la policía no implicaba que lo fueran a atrapar y


encerrar. Además, no tendrían pruebas. Yo no recordaba el lugar donde había sido retenido y carecía de cualquier recuerdo no solamente sobre el lugar, sino sobre él, no recordaba el momento en que me había tomado contra mi voluntad, ni de qué manera había procedido para hacerlo, ni cuales habían sido los métodos para mi pérdida de memoria. ¿Cuál era mi único testimonio? Que le había reconocido mientras iba de camino a casa, que había visto el brillo en sus ojos. Eso no era válido para la ley. No lo era.

***

El sábado por la noche fuimos nuestro restaurante favorito, donde la dueña preparaba unas suculentas comidas que estaban para chuparse los dedos. Nos sentamos en una mesa, cerca de la televisión donde a partir de las diez retransmitirían el partido de fútbol más importante del año.

¡Qué ganas! La superficie del restaurante se repartía entre la zona de la barra y la zona de las mesas. Nosotros solíamos sentarnos en ésta última, ya que la barra no era muy cómoda para cenar los cuatro. De las paredes colgaban infinidad de carteles de famosos cantantes que había conocido la dueña, así como camisetas y bufandas del equipo español de fútbol, que lucían en la pared, sobre una pequeña plataforma donde se hallaban réplicas en miniatura de los trofeos ganados por la selección de fútbol. Sobre la barra se hallaba un jamón entero, listo para cortar y una vitrina con varios platos de entrantes para servir de aperitivo. Detrás de la barra, pegando a la pared, había otra vitrina mucho más grande, llena de postres y bebidas refrescantes. Al lado de la vitrina, se hallaba la caja registradora, la máquina de café y una doble fila de botellas de alcohol. Cuando llegó el camarero pedimos unas bebidas y, más tarde, varios platos de comida, entre ellos queso frito, sepia y carne a la brasa. Mientras esperábamos con hambre e incómodos ruidos de tripas procedentes de nuestros estómagos, entró por la puerta la estiradísima Esmeralda.

¡Qué mala suerte! ¡Y justo hoy! No tenía más días para venir a cenar aquí. Cuando entró se estaba riendo junto a sus amigas, parecía tan natural, tan tranquila…y justo cuando me vio puso su típica cara de limón a la defensiva con la que ya todos la identificábamos. La sonrisa se le había helado en los labios y me miraba con prepotencia y asco. La vi cuchicheando con las otras chicas y se sentaron en la mesa más alejada de la nuestra. Evidentemente, no quería estar cerca de mí, estaba resentida. Esta idea me hizo sonreír.


¡Ja! Sin embargo, cuando pasó camino del baño se paró en nuestra mesa, justo detrás de mí. Me giré para verla mejor. ¿Qué querría decirme esta chica caprichosa y mimada? ─ Buenas noches, Arturo, Bruno y Mateo – les dedicó la más amplia de sus sonrisas ─. Hola, Óscar.

Ahí está de nuevo su cara de limón. Nunca falla. ─ Buenas noches, Esmeralda, la que brilla como un diamante y es un incordio incesante. Mis amigos se rieron por lo bajo y ella les lanzó una mirada envenenada. Creí que empezaría a blasfemar cuando volvió a mirarme, pero de repente sonrió de oreja a oreja, mostrando sus blancos y perfectos dientes en una sonrisa desdeñosa. ─ ¿Dónde está la chica de los pelos revueltos? No la he vuelto a ver desde aquella noche de tu cumpleaños. ¿Cómo se llama? Podrías presentármela. Sin rencores.

Maldita bruja maliciosa atiborrada de veneno. ─ ¿No contestas? Oh, qué pena. ¿No la has vuelto a ver tú tampoco? En ese caso, está todo dicho. Hacía semanas que no pensaba en la chica, ni en Z, ni en nada doloroso. Me había limitado a pasar el tiempo con mi familia y con mis amigos. Evidentemente, no sabía dónde estaría escondido ni que estaría planeando, pero estaba seguro de que iba a volver. Lo había prometido, había grabado su promesa en una medalla de oro, una medalla que cada vez me pesaba más llevar, pero que quería seguir teniendo presente. Sentí una oleada de rabia que me hizo arder los ojos. Me disculpé con mis amigos y me dirigí al baño. Encendí la luz y pasé a uno de los inodoros. Me tomé mi tiempo para salir. Estaba absolutamente encorajinado y no quería montar una escenita. Abrí uno de los grifos y dejé el agua correr mientras colocaba las manos bajo el chorro para, después, pasarlas por mi cara y así refrescarme. Después de repetir la misma acción varias veces durante varios interminables segundos, apoyé las palmas de las manos sobre el lavabo, con el grifo ya cerrado. Respiré profundamente varias veces y esperé que el agua obrara sobre mí de alguna forma milagrosa. Necesitaba relajarme para volver a enfrentarme a Esmeralda sin derrumbarme. Las chicas solían conocer de antemano mis límites con ellas, pero la chica oxigenada había creído que podría ser más que las demás, que podía hacerme cambiar de parecer. Solía llevar la cadena escondida para que ninguna chica pudiera verla, ni mis amigos ni nadie. Aunque recuerdo a Bruno una vez consiguió descubrirme. Antes de que leyera la inscripción la guardé de nuevo. Intentó, cínica y descaradamente, sacarme la información mediante una lucha cuerpo a


cuerpo, pero acabé respondiéndole que era sobre un tema familiar muy complicado que acabó por aplacarlo. Estaba solo cuando se apagó la luz. Presioné el interruptor, pero ésta no se encendía. Le estiré al pomo de la puerta, pero parecía estar cerrada con llave.

Imposible. No puede ser. ─ Óscar – me llamó una voz desconocida llena de ternura, no como si fuera una persona, sino como si fuera un espectro, aunque no podría decir si la voz era de hombre o de mujer. Raro, ¿no? ─ ¿Quién anda ahí? – pregunté, amedrentado. ─ Óscar – repitió la voz. Me di la vuelta, pero seguí sin ver a nadie. Entonces vi un brillo reluciendo en mi pecho. La cadena de oro se elevaba como por arte de magia y destellaba una tenaz luz, poniéndose a la altura de mi mirada, justo enfrente de mis ojos. ─ Óscar… ─ susurró por tercera vez la voz – he venido a cumplir mi promesa, prometí no romperla bajo ningún concepto. Estaba aterrorizado.

¿Será Z? ¡Tiene que ser él! ─ Óscar, Óscar, Óscar… ─ el susurro se hacía cada vez más lejano.

Y después, nada. Absoluto silencio. La luz se encendió de repente, iluminando hasta el último rincón del baño. La cadena y el colgante habían vuelto a su sitio, no resplandecían ni levitaban. Volví a esconderlas bajo la camiseta. Todavía con el miedo en el cuerpo y completamente exhausto, salí del servicio. Debí salir con la cara blanca como un fantasma – que ironía –, porque mis amigos, al verme, se miraron entre ellos, con gesto de preocupación.


Capítulo 5

La angosta calle principal por la que caminaba todos los días se me antojaba siempre como las innumerables ferias atestadas de gente que acababan con olores tan nauseabundos como orina, alcohol, drogas y basura. En aquella concurrida calle Z se me había aparecido y yo había salido corriendo. El día de mi cumpleaños. Seguía sin contarle nada a nadie, ni tenía intención de hacerlo…de momento. Pero no me había atrapado, yo había sido más rápido. No podría alcanzarme a no ser que me tendiese una emboscada y en aquella calle siempre había mucha gente, muchos testigos. Yo siempre utilizaba aquella calle para volver a casa, pero aún no había encontrado más indicios que determinasen que Z había estado allí de nuevo. No sabía que estaba esperando, pero sabía que volvería. Sabía dónde localizarme, simplemente estaría esperando una mejor ocasión para engatusarme y tenderme una emboscada. Esa mejor ocasión podía plantearse como aquella en la que Z me esperase en un lugar que no tuviera tanto tránsito. Si, de verdad, tuviera cómplices y todo indicaba que era una teoría bastante probable, no sabría cómo actuar, cómo ponerme a salvo. Depende de la situación en que me encontrase. Pero estaba claro que, con cómplices o sin ellos, no actuaría con tantos testigos delante. Cuando por fin pensé que eso era lo más lógico, volví a sentir otro escalofrío. Igual que la última vez. El mismo presentimiento que cuando descubrí a Z siguiéndome. Miré hacia atrás. Horrorizado, descubrí que no me había equivocado. El mismo hombre, entremezclado con el resto de gente, con la misma extraña indumentaria, una túnica que más bien podría considerarse de la Edad Medieval que de la actualidad. Volvió a fijar sus ojos oscuros en mí, complacido; y retrocedí a ver esa chispa de reconocimiento en ellos. Recorrí con la mirada el resto de la calle, buscando indicios extraños que me llevaran a pensar que mi segundo secuestro iba a producirse. No encontré nada. Ni un vehículo sospechoso, ni más personas vestidas de igual forma que aquel tipo. El instinto me dijo que estaba solo. La idea que se me ocurrió en aquel instante era estúpida y temeraria. Y una vez determinada mi decisión, no podía echarme atrás ni desmoronarme ante la misma. Mi caminar se volvió una carrera a contra reloj. Un pinchazo de flato me hizo jadear y me apresuré a deslizarme en silencio a un callejón. No tenía salida, tal y como yo esperaba. Sobre él se extendía una fila de numerosos cubos de basura que olían a comida podrida y a moho. Los ladrillos se tornaban sucios, agrietados y mugrientos. Bajo mis pies se hallaban tiradas un par de jeringuillas usadas y unas colillas. Su aspecto en general era tétrico y repugnante.


Apoyé el hombro izquierdo contra la pared de callejón, de espaldas a la salida, para pasar desapercibido al resto de la gente. Si aquel hombre realmente era Z, me seguiría. Así saldría de dudas. Y por una vez no tenía miedo. Pero tenía que resolver mis dudas, saber que había sido de mí aquellos meses que mi memoria no llegaba a alcanzar. Es imposible de explicar, no era algo lógico o coherente. Pero era mi forma de pensar. Sabía que me habían secuestrado, pero no recordaba nada, quería saber la verdad. De repente, en el muro del callejón se proyectó la sombra de una silueta, correspondiente a un hombre alto y robusto. ─ ¿Quién eres? – le exigí y me di la vuelta para estar frente a frente con él. El extraño tipo pareció confuso. Se masajeó la frente con las yemas de los dedos. ─ Lo sabes…tú me conoces. ─ No, no es cierto. Nunca antes te he visto – él esbozó una sonrisa, aunque triste – No sé quién eres – murmuré inocentemente, como si no supiese de sus intenciones. ─ Sí lo sabes, pero no te acuerdas. ¡Haz un esfuerzo! Tus recuerdos están protegidos por magia y si te esfuerzas la romperás para recuperarlos.

¿Magia? ─ ¿De qué demonios me estás hablando? ¡Qué locura! ─ No, no lo es. Estás influenciado por la magia del mago. ─ ¿Eres tú Z? – decidí ir al grano. ─ ¿Z? – preguntó extrañado. Se quedó pensativo un momento y después de que su semblante se llenara de comprensión, comenzó a reírse con fuerza, más fuerza con la que nunca había escuchado reírse a nadie. Me pilló completamente desprevenido. ─ ¡Ah! ¡Z! ¿Todavía no sabes quién es? ─ ¿Todavía? ─ Entonces, me voy – dijo todavía riéndose. ─ ¿Qué?

¡No! ¡No puede irse!


¿Qué sentido tenía? ¿Quién era ese hombre? ¿Quién era Z? ¡Maldita sea! ¡No entendía nada! ¡Y el tipo se iba a marchar y a dejarme plantado! ─ ¡Dime quién eres tú y quién es Z y donde puedo encontrarlo! – rugí de furia. ─ No, no quiero estropearte la sorpresa. Z quiere decírtelo en persona si tú no lo descubres por ti mismo. Eres más tonto de lo que pensaba. ¿Y tú has sacado sobresalientes en los exámenes y cinco matrículas de honor? ¡No lo parece en absoluto!

¿Cómo sabe él eso? ─ No te preocupes, cada cosa a su tiempo. Puede que ahora te estés volviendo loco, pero acabarás descubriéndolo todo. Tu vida es un continuo tedio que cambiará pronto, Óscar. ─ ¿Cómo es que sabes mi nombre? El extraño ensanchó una exagerada sonrisa. No lo era como de un psicópata o alguien que pudiera tenerte atemorizado, sino más bien una divertida. Como si se hiciera eco de mis pensamientos, dijo: ─ Sé de ti más de lo que tú mismo sabes. ─ ¿Fuiste tú el que llevó a cabo el secuestro? ¿O fue Z? ¿Fuiste su cómplice? ¿O sólo su marioneta? ¡Contesta! ─ ¿Secuestro? ¿Quién te ha secuestrado? Nadie, que yo sepa ─ farfulló, burlón. ─ No te rías de mí – repliqué. El hombre suspiró y echó un vistazo hacia el cielo; luego dijo: ─ Me voy, Óscar, querido amigo. Volveré cuando me recuerdes y cuando sepas quien eres tú en realidad. ─ ¡Sé quién soy! ─ vociferé. ─ ¡Qué ingenuo! Una persona no es ella misma sin sus recuerdos. Y ahora mismo, tú no tienes recuerdos, por lo tanto, no tienes ni idea de quién eres en realidad. Y dicho esto, salió corriendo con tanta agilidad por el callejón que no pude evitar un estremecimiento que me heló los huesos. Aquel hombre me había dicho que no era Z. Pero tampoco me había dicho su nombre. Según él, el supuesto Z quería que yo descubriera quien era. Pero, ¿cómo? ¡Estaba todavía más perdido que antes! Me había convencido a mí mismo de que era mi secuestrador y que venía buscándome para llevarme de


nuevo con él. Simplemente tenía que esquivarlo y huir cuando le viera, pero ahora resultaba que no. O igual era lo que quería que creyera. Y no poseía ningún indicio ni pista de quien podía ser. ¿Me estaría mintiendo aquel hombre o de verdad no era Z? No podía llamar a la policía, me había dicho a mí mismo. ¿Qué decirles?

Hola, agente, vengo a denunciar a un tipo que parece salido de una película de la Edad Media. Creo que es mi secuestrador, aunque me ha dicho que no tengo recuerdos porque hay magia de por medio y que yo no sé quién soy. Además, hay otro tipo, al que llaman Z, o eso creo, que quiere decirme él mismo quién es. Sin embargo, no sé qué ocurrirá cuando, supuestamente, descubra todo y ya no haya magia de duendecillo metida en mi cerebro. Me encerrarían en un manicomio, seguro. Una vez más, no podía acudir a la policía. Y allí me quedé aturdido, pensativo y exhausto. ¡Maldición! Ahora me encontraba en un estado de confusión mayor del que había sentido en mi vida. La ira comenzó a inundarme y sentí un pitido en mi cabeza. La frustración salió de mí disparada contra la pared en forma de puñetazo. Sentí los nudillos ardiendo y, cuando los examiné, descubrí algo de color en ellos. Apoyé suavemente la frente contra la fría pared de ladrillo y cemento, cosa que no era muy higiénica. No podía acudir a casa de esta guisa. Sentí otra vez un impulso de furia, pero me contuve antes de hiperventilar.

¿Cómo se suponía que debía actuar a partir de aquel momento? Me había enfrentado a aquel hombre creyendo al cien por cien que encontraría respuestas. Pero sólo había conseguido más preguntas y las anteriores seguían sin ser respondidas. Pero, sin duda, podía dar por hecho que aquel hombre conocía a Z. Había dudado al principio al mencionarlo; sin embargo, momentos después, había roto a reír. Z debería ser un apodo o algo similar, o podría ser extranjero. Podría crear una lista de personas cuyo nombre empezara por dicha letra. Tal vez alguien de mi entorno, algún vecino. Pero si mi teoría de que podría ser extranjero era cierta, seguramente llenaría una hoja entera y continuaría sin tener ninguna pista.


Capítulo 6

Mi equipo de fútbol jugaba el último partido de la temporada. Si ganábamos, nos llevábamos la copa. Llegué con una entrada triunfal al campo de juego, admirado cual estrella de Hollywood. Ya que mi reputación me procedía, podía reflejarse esperanza y entusiasmo en la cara de mis compañeros y desilusión y resignación de del equipo contrario. Parecían estar desmoronados incluso antes de empezar el partido. La gente todavía estaba sentándose en las gradas cuando el árbitro hizo sonar su silbato. Comenzaba el juego. La primera parte del partido se hizo eterna, ya que ninguno de los equipos acertábamos a colar un gol. Nosotros jugábamos mejor que ellos, ya que pasamos la mayor parte del tiempo en su campo. Sin embargo, parecía que su portero era toda una estrella de la portería, ya que paraba con facilidad todos nuestros tiros. Debía encontrar su talón de Aquiles…o al menos pillarle en un momento desprevenido. En el descanso, cambiamos la estrategia, aunque pronto descubrimos que ellos habían hecho lo mismo por su parte. Nos costó bastante entrar en su territorio, pero al cabo de un rato, machacamos sus defensas. Un pase, otro pase, un regate…sorteé tres rivales, pasé el balón a Bruno para quitarme a un contrincante de encima y me devolvió el pase. Y finalmente… ─ ¡Gooooooooool! Mis compañeros me levantaron en volandas para celebrarlo. Los veía a todos borrosos y extraños a causa de la adrenalina. Las personas apalancadas en las gradas se levantaron a la misma vez y gritaron entusiasmados. Oí cómo aullaban mi nombre cual héroe mientras hacían la famosa ola de los partidos. En un primer momento todo era sudor y gritos pero por un momento pude ver con claridad la silueta de una persona que acabó siendo perfectamente reconocible para mí. La chica de pelo rizado que había desaparecido sin dejar rastro. Cuando me bajaron al suelo, Julia, una de las animadoras, vino hacia mí y me abrazó con fuerza para besarme con pasión. Me separé de ella rápidamente y me dispuse a reencontrarme con la chica misteriosa y cuyo nombre desconocía. Pero no estaba, había desaparecido. Otra vez. Se esfumaba cada vez que me devoraban las chicas. Pero el partido no había terminado todavía. Colaríamos otros dos goles y nuestros contrincantes uno; ganando el partido. Ni rastro de la chica.


Cuando el juego llegó a su fin y nos dirigimos a los vestuarios, Pau, uno de mis compañeros de equipo que siempre estaba de reserva en el banquillo, se acercó a mí. ─ ¿Buscas a alguien? ─ ¿Perdón? ─ inquirí, confundido. ─ Afuera, me preguntaba si habías estado buscando a alguien antes. Le miré absorto y un poco molesto. ─ ¿Me has estado observando? Me sentí contrariado, y él pareció confuso y avergonzado. ─ No, pero una chica muy guapa me ha pedido que te diera esta nota. No la he abierto, lo juro. ─ Ah ─ me aplaqué. Al principio, no la abrí. ¿Era de aquella chica o de otra admiradora más? ─ ¿Cómo era la chica? – pregunté dubitativo. Él se encogió de hombros. ─ Ya te lo he dicho, muy guapa. Con rizos morenos y una sonrisa como la de los anuncios de pastas de dientes o los enjuagues bucales. Parecía modelo. Sin duda, era ella. La nota tenía que ser de aquella muchacha. Justo cuando me dispuse a abrirla percibí que Pau me estaba mirando con picardía. Enarqué una ceja. ─ La curiosidad mató al gato – me limité a decir. Se encogió de hombros otra vez. No la abrí cuando se dio media vuelta y se fue. Esperé hasta que salió por la puerta y lo perdí de vista completamente. Pasado. Una vez solo en el vestuario, la abrí por fin:

<Esta noche, a las once y media, en el parque de la fuente de las águilas. Tú y yo, solos.> Sentí como mi corazón desbocado daba un vuelco.

***

El parque de la fuente de las águilas era un sitio muy apartado y solitario donde no solían ir ni los jóvenes a hacer botellón, era demasiado fúnebre y tétrico. Las figuras que de antaño habían dado una


hermosa vista a aquella fuente y sus alrededores, estaban ahora carcomidas por numerosos excrementos de aves y moho. Parecían componer, junto con sus arbustos y vegetación mal cuidada, un escenario sacado de una película de terror. Esa típica escena en la que aparece el asesino con un cuchillo y la pobre víctima acaba cayendo desangrada sobre la fuente, cuya agua acaba tiñéndose de rojo. Llegué con cinco minutos de antelación. No podía esperar por más tiempo encerrado en casa. Al cabo de un rato escuché unos pasos, pero permanecí quieto en mi sitio. Hice como que no la había oído. Los pasos se pararon, justo detrás de mí. Me giré sobre sí mismo para enfrentarme a su mirada hipnótica. Sin embargo, no era ella. Era una mujer de mediana edad. Su ondulado pelo caía en cascada hasta la cintura y sus enormes ojos verdes me miraban con feliz inquietud. Vestía unas botas de piel y una túnica de cuero marrón; así que deduje que aquella mujer conocía a Z y al extraño hombre de días atrás. Sentí que un escalofrío recorría mi columna vertebral y que las rodillas comenzaban a flojearme cuando vi en su mirada la misma con la que me había contemplado aquel extraño que un principio creí como mi secuestrador. La miré horrorizado mientras se acercaba a mí. Su mirada de ternura se transformó en pura tristeza y decepción. Su rostro estaba marcado por la confusión y el desconcierto, mirándome con ojos cautelosos mientras yo me quedé petrificado, sin saber muy bien cómo reaccionar. Descarté el deseo irrefrenable de salir corriendo. Aunque podría atravesar el parque de una punta a otra y llegar hasta la gran escalinata que desembocaba en una calle secundaria, que a su vez daba a otra principal. Entonces, aquella mujer no me atraparía. Busqué a mi alrededor al tipo extraño que ya se me había aparecido dos veces o a algún otro con ropajes similares. Nada. ─ ¿Cómo se encuentra mi querido niño ligón? Tanta mujer te traerá problemas un día de éstos. Aunque me siento orgullosa de ti, Óscar. ¡Cinco matrículas de honor! ¡Qué listo, mi niño!

Ella también sabe eso, así que, ya no hay duda. ─ Estás muy callado, Óscar – susurró ─: Dime algo. ─ Yo… no sé ─ no podía hablar. Mi cerebro estaba demasiado ocupado, barajando opciones e incluyendo nuevas teorías.


─ Te he echado de menos – la mujer estaba inquieta y nerviosa, como si estuviera decidiendo entre hacer algo o no. Entonces, comenzó a acercarse a mí, despacio y con cautela y después se abalanzó sobre mí. Me estaba abrazando. Hundió su rostro en mi hombro y aspiró mi olor. Sin embargo, yo no la abracé, dejé caer muertos los brazos a los costados. Estaba confuso. Y no podía evitar dejar de temblar. ¿Quién era ella en realidad? Sin dejar de abrazarme, me miró a la cara, sonriente. ─ Dime algo, Óscar. Necesito oír tu voz de nuevo ─ me susurró. ─ ¿Quién eres? – me limité a decir. Se soltó de mí y dejó caer los brazos, pero solo se alejó un paso. ─ ¿Tú…no…te acuerdas…de mí? ─ No te ofendas, pero no sé quién eres. ─ Interesante…así que todavía no has eliminado la magia que rodea tus recuerdos – susurró para sí misma. ¿Magia? ¿Ella también me iba a soltar el mismo rollo de la magia? Aquello empezó a darme mala espina. Me alejé de ella más de lo que había estado. ─ ¿Te alejas de mí? ¡Esto sí que es nuevo! Ya es tarde, deberías acordarte de todo. Tendríamos que hacerle una visita al mago. Él sabrá que hacer. ─ Pero, ¿quién eres? ─ Me llamo Wizha. Quizá así brote algún recuerdo. Eres como un hijo para mí, Óscar. ¡Estoy deseando abrazarte de nuevo! Claro que podría abrazarte ahora, pero si tú no me recuerdas…sólo me llena de pena. ─ ¡Dímelo, por favor! ¿A qué viene tanto misterio? ¿Es que nadie puede decirme de una vez qué demonios ocurrió conmigo hace cuatro años? ─ Oh, cariño. ¡Yo quiero decírtelo! Pero me es imposible. Que yo te lo diga no entra en los planes. ─ ¿Qué planes? ¿Planes para qué? ¿Qué va a sucederme? ─ Todo será como antes, cariño. ─ Deja de llamarme así. ¡Joder! ¿Alguien quiere matarme? ¡Dímelo! ─ supliqué. La mujer se quedó pensativa un momento. Luego asintió y yo empalidecí. ─ Sí, lo cierto es que alguien quiere matarte. Pero no creo que debas preocuparte por eso ahora. Justo en este momento no estás en peligro, si es lo que deseas oír. Ya tendrás tiempo más adelante de saber


quién quiere matarte y porqué. De hecho ─ dijo algo disgustada ─, te estoy contando más de lo que debería. Así que tendré que sellar mis labios. ─ ¡Óscar! – gritó una voz femenina. ─ ¡Lárgate! – le susurré a aquella extraña mujer llamada Wizha –. Por favor, vete. Tengo una cita con una chica y no quiero que te vea aquí. No sabe nada de mi pasado, concretamente no sabe nada de mi desaparición. ─ ¿Una chica? Umm, espero que te dure más que todas las demás, ¡no puedes seguir así toda la vida! ¡Tienes que sentar la cabeza! Y exactamente igual que había pasado con aquel extraño que no me había dicho su nombre, la mujer desapareció de repente. Al momento, la muchacha apareció, un poco confusa.



Capítulo 7

La hermosa muchacha de rizos locos apareció tan magnífica como la primera vez que la vi. Egoístamente bella y sensual. No había derecho a que una mujer fuese tan guapa. Con chicas como ella algunos hombres se volvían huevones y calzonazos. No vestía de forma elegante como el día de mi cumpleaños, sino más bien informal. Pero igual de espectacular. Esta vez vestía unos desgastados vaqueros de pitillo, un jersey negro y unas zapatillas de lona del mismo color. ─ Te he llamado, pero no me has respondido. ¡Estaba como loca buscándote! ─ Am, no te he oído – mentí. ─ No me he presentado, ¿verdad? Todavía no sabes mi nombre. ─ Y me tienes en un sin vivir – me burlé. Ella soltó una carcajada. ─ Me llamo Gabriella ─ su voz era aterciopelada y dulce; y su olor, embriagador. ─ ¿Gabriella? Es un nombre muy bonito. Y algo extraño teniendo en cuenta el país en que estamos. ─ Lo sé ─ se limitó a decir. ─ ¿Eres de por aquí? ─ No exactamente. Soy de aquí y de allí. Del Norte y del Sur. Del Este y del Oeste. ─ ¿Eso significa que viajas mucho? Gabriella pareció dudarlo un segundo. ─ Se puede decir que sí. ─ Bueno, yo me llamo Óscar, pero eso no es nada nuevo para ti. ─ La verdad es que no. Incluso lo sabía antes de verte por primera vez. Sentí que me transformaba en piedra. ¿Era ella una de esas locas acosadoras que me vigilaban sin cesar? Ante mi expresión me miró confusa y aclaró: ─ Ya sabes, por la pancarta. ─ Maldita pancarta.


Y otra vez me miró con esos ojos azules de zafiro con los que me hipnotizaba. Realmente era encantadora. La luz oscura de la discoteca no había mostrado todo su poderío, sin duda. ─ Estás temblando. ¿Qué ocurre? – me preguntó alarmada. ─ Oh, nada, no te preocupes. ─ Bueno, ¿no tienes ningún ligue pendiente por ahí? – cambió de tema. ─ Hace ya que no tengo ninguno. Desde la rubia de bote del estúpido lazo rojo en la cabeza, no. Con ella se me quitaron las ganas de estar con cualquiera…excepto contigo. Voy a romper mis reglas. ─ ¿Y la chica del partido que te metió la lengua hasta la garganta? Por supuesto que lo había visto. Como deduje en aquel momento, se alejaba cada vez que una chica se arrojaba a mis brazos. Me miraba impaciente, esperando una respuesta. ─ Jamás me había besado con ella. Fue un impulso suyo, supongo. Ahí no tuve nada que ver. ─ Ah, ¿no? – se quedó pensativa –. Entonces, ¿estás libre por fin? ─ la chica recuperó la alegría y sonrió de nuevo. ─ Yo siempre estoy libre. Y sin más preámbulo y sorprendiéndome cogió mi rostro entre sus manos y me besó. Normalmente era yo quien tomaba la iniciativa y besaba a las chicas, pero aquella vez no me importó. Sus labios eran dulces, pero a la vez salvajes. Eran ardientes y a la misma vez hacía que los míos se helaran. Fue una dulce sensación que jamás había sentido con otra mujer. Mis sentidos parecieron avivarse, como si hubiesen estado dormidos durante mucho tiempo. Nunca jamás permitía que una mujer diese el primer paso. Y siempre era el mismo procedimiento: ellas me lanzaban miradas felinas y yo tomaba aquello como una señal de que podía atacar. Dicho y hecho, me lanzaba hacia la chica más guapa de todas las interesadas y me la llevaba a mi campo de juego. Y todas y cada una de ellas caían rendidas a mis encantos naturales. Gabriella no paró de besarme y yo tampoco hice nada por evitarlo. Me sentía bien, ¿por qué parar? Mi móvil sonó en mi bolsillo. Era Bruno. Tenía dudas sobre un trabajo de historia.

¡Maldita sea! ─ ¿Quién es? – me miró con mala cara. ─ Un amigo, así que tranquila. Como te dije, estoy libre. No más líos amorosos.


─ Lo tienes delante ─ discrepó ella. ─ Me refería a desde que te conozco. Tú eres especial – admití. ─ ¿Se lo dices a todas? ¡Qué romántico! – espetó sarcásticamente. ─ No, en serio. ¿Cómo convencerla? Realmente no tenía argumentos para explicarle que le estaba contando la verdad. Por una vez sentí el deseo irreprimible de que una chica confiara en mí. Quería que Gabriella tuviera seguridad, que supiera que no la estaba engañando. ─ Debería irme, tengo asuntos pendientes ─ mencionó, de repente. ─ Oh, de acuerdo. No te retengo más – acepté de mala gana. Ella se dio la vuelta e hizo ademán de marcharse. ¿Cómo volvería a verla? Desconocía la localización de su domicilio, no disponía de su número de teléfono. No poseía ninguna información que me ayudara a localizarla. Y lo último que deseaba era perder su contacto. Me había costado mucho que nos reencontráramos. ─ ¡Gabriella! – grité. Cuando se dio la vuelta, vi su mirada complacida y satisfecha. Había estado esperando que la llamara. Evidentemente, yo también le gustaba. ─ ¿Qué? ─ ¿Te apetecería quedar un día de éstos? ─ ¿Mañana? ─ preguntó sin pensárselo un segundo. ─ ¡Sí! Mañana me viene perfecto. No sé si tengo algún plan, pero si lo tengo lo cancelaré. Entonces ella rió, encantada. Me gustó ver la forma de sus ojos achicándose cuando sonreía. La hacía parecer más infantil y encantadora de lo que ya era. En realidad, recordaba perfectamente que tenía planes. Había quedado con Arturo, Bruno y Mateo para jugar al fútbol en el campo viejo, a dos calles de la casa de éste último. En breve tendríamos un partido muy importante en el cual debutar y entrenábamos constantemente. Pero sabía a ciencia cierta que si les explicaba el motivo lo entenderían perfectamente. Incluso, me apostaría la cabeza a que me echarían la bronca si no fuera a la cita con Gabriella. Ahora su rostro y su misterio tenían adjudicado un nombre.


─ Pues perfecto – culminó ella, satisfecha. No se imaginaba que quién más satisfecho estaba con aquella cita era yo. Me dio un beso en la mejilla y se largó de allí con un movimiento de bailarina, no sin antes darme una dirección y una hora. Parecía feliz. No entendía cómo había descubierto aquella mujer que yo estaría allí. Tampoco entendía como el extraño hombre de la indumentaria medieval conseguía adivinar el lugar exacto en que encontrarme y en el momento justo. O eran coincidencias o siempre estaban vigilándome. Aquello me hizo estremecer. Pero Wizha no podía ser Z. Al menos, eso es de lo que estaban intentando convencerme a mí mismo. Wizha era cómplice de Z, seguro. El muchacho cuyo nombre desconocía, también. Éste último, además, había reconocido que conocía a Z. Sin embargo, Wizha no había mencionado nada. Simplemente había dicho que no podía revelarme nada porque entraba en los planes. ¿Qué planes? ¿Quién había trazado aquellos planes? Recordaba con aprensión cómo aquel hombre me había explicado que nunca hubo ningún secuestro respecto a mí. Pero sabía quién era Z, sabía sobre mi desaparición; aquel ser estaba implicado hasta los ojos, eso sin duda alguna. Pero, según él, yo no recordaba nada por culpa de una magia en la cual yo no creía. Con magia o sin ella, podía seguir siendo un secuestro. Cuando aparecí de nuevo y comprendí que había estado en paradero desconocido, creí que a partir de aquel momento no podía hacerme a mí mismo más preguntas que las que ya rondaban sin rumbo en mi cabeza. Que sólo podría encontrar respuestas si es que las encontraba. Pero ahora miles de preguntas más bombardeaban mi cabeza, con ligeras sospechas, teorías descabelladas y plena incertidumbre e incredulidad. Esa misma noche soñé con Wizha. El sueño – que más bien era una pesadilla – me dio otra teoría más. Una absurda, ya que, la mujer llamada Wizha, atacaba a mi amada y todavía desconocida Gabriella. Me pareció extraño, ya que aquella mujer no había dado la impresión de ser peligrosa pero, como dice el dicho, las apariencias engañan. Me conocía perfectamente, sin duda. Me había dicho que era como un hijo para ella y me había llamado su “querido niño ligón”. Si de verdad me quería, no podría hacerme daño. ¿Había sido una persona buena conmigo durante mi desaparición? Entonces también recordé que no había palabras malvadas en el otro hombre. Él también se había referido a mí como “querido amigo”. Recuerdo que en sueño, la pobre Gabriella estaba muerta de miedo ante la hostilidad de Wizha. Ella corría y corría para ponerse a salvo, pero la mujer siempre estaba a punto de atraparla entre unas fuertes y poderosas garras en las cuales aferraba una enorme espada de acero con empuñadura roja. La atacaba y ella no podía defenderse. Tomé aquello como que, a pesar de las apariencias, Wizha podría ser una persona malvada capaz de deshacerse de cualquiera que considerara enemigo. Eliminar a alguien


que viese como una amenaza, la amenaza de que alguien que se interpusiera entre ambos. Reflexioné sobre ello y se me antojó como un comportamiento obsesivo y demasiado protector.

Al final del sueño, yo me interponía entre ambas mujeres justo cuando Wizha iba a atacar a la indefensa muchacha de ojos azules, hermosa como una diosa del Olimpo, que se acurrucaba en el suelo lentamente.


Capítulo 8

Quedé con Gabriella sobre las cuatro de la tarde en su pequeño piso. Vivía sola, tenía edad suficiente, ya que era un año mayor que yo. Era sábado, así que sería una velada perfecta y con tiempo de sobra más que suficiente para disfrutar de intimidad. Sin embargo, una extraña oleada de sentimientos indescifrables acompañaba a un temblor de rodillas que se me extendía por todo el cuerpo. No entendía cómo Gabriella me hacía sentir tan eufórico, que magnetismo ejercía sobre mí. No recordaba haberme puesto jamás tan nervioso por estar con una chica; y eso que había estado con decenas de ellas. El piso de Gabriella era sencillo, pero de un gusto impecable a la vez que curioso. Se componía de un salón pequeñito con cocina integrada. La decoración de esta sala se culminaba con un sofá de cuero negro de tres plazas, una alfombra de color morado, una televisión de plasma y una alacena de madera de cedro. De las paredes de gotelé morado colgaba una gran colección de cuadros, todos sobre un mismo paisaje irreal de cuento de hadas. Uno de color morado, con árboles llorones del que colgaban frutos que brillaban en la oscuridad. El autor de aquellos cuadros sí que tenía imaginación… La casa entera se definía con colores morados, púrpura y carmesí. Incluso la habitación tenía las sábanas moradas y una lámpara con una luz fosforescente que hacía recordar los frutos de los árboles de aquellas extrañas pinturas. ─ Déjame que adivine. Creo que me voy a arriesgar: ¿tu color favorito es el morado? ─ solté en tono burlón. ─ ¡Oh, no! – fingió, horrorizada –. ¿Cómo lo has adivinado? ─ Creo que soy adivino. ─ No sé si me conviene tener un adivino cerca. Nos quedamos mirando durante unos segundos y luego rompimos a reír con fuerza. Gabriella me hizo tomar asiento mientras ella iba a la cocina, que era una barra americana, y traía un par de tés helados y unas pastas. ─ Me recuerda a los japoneses – musité sin pensar. ─ No me extraña. Su procedencia es de allí. ¿Has estado alguna vez en Japón?


─ Lo cierto es que no. Pero tengo un amigo al que le gusta mucho el cine, en general. Y me he fijado que esto es típico de las películas orientales. En ese momento, Gabriella dejó su té sobre la mesa y me arrebató el mío de mis manos para dejarlo al lado del otro. Se acurrucó junto a mí y comenzó a darme tímidos besos en el cuello que acabaron siendo besos apasionados cada vez que nuestros labios se juntaban. No recuerdo en que momento me quité la camiseta o si me quitó ella, pero sólo reparé en ello cuando la vi tirada en el suelo hecha un ocho. A día de hoy sigo sin entender que ocurrió, cómo me pude aturdir de aquella forma para que no recordar aquel momento con claridad, pero entre tanto salvajismo, acabamos cayendo ambos al suelo. ─ ¿Estás bien? ─ pregunté. ─ Sí, genial. ─ Ge… genial ─ balbuceé. ─ ¿Eres tartamudo? ─ No, la…la verdad…es que…n…no. ─ ¿Cómo es posible que un experto en líos de faldas como tú se ponga nervioso al hablar con una mujer? ─ La verdad es…que solo me pasa…contigo – admití avergonzado. Ella sonrió de forma maliciosa. ─ Te creo. ─ ¿Sabes? – comencé a decir una vez estuve más tranquilo ─. No sé qué me ocurre contigo. Cuando estamos juntos siento un deja vu, como si ya te conociera de antes. No sé cómo explicarlo…es extraño. ─ Mmmm… ─ Y tú eres tan misteriosa… de verdad, siento como si… ─ ¿Cómo si qué? ─Creo que estoy divagando, ¿verdad? ─ Nunca se sabe – me confundía esta sonrisa encantadora y maliciosa a la vez. ─ O tal vez me sienta tan atraído por ti que mis neuronas se han vuelto estúpidas y han acabado revueltas, chocándose unas con otras. Y por lo tanto, creo que me he vuelto más idiota y bobalicón.


─ Puede ser – dijo con voz seductora y mirada misteriosa –. Yo también siento que en otro tiempo fuimos dos partes de un todo, uña y carne, un solo ser – y diciendo esto, puso una mano en mi pecho desnudo y acercó sus labios a mi oído –, un solo corazón. Hizo ademán de alejarse de mí, pero yo la retuve suavemente de la cintura, besándola con pasión. Parecían haber saltado chispas entre el estrecho espacio que separaba nuestros cuerpos. Había estado esperando con ansia aquel momento desde la primera vez que me sentí hechizado por sus encantos y atrapado por esos zafiros azules que me miraban con fuego. Una corriente eléctrica recorría mi cuerpo y una fuerza magnética lo impulsaba a unirse al de ella. Sin embargo, una llamada telefónica de mis padres hizo añicos lo que sería el mejor momento de mi vida.

Otra llamada telefónica haciendo trizas mis ilusiones. Genial. Voy a acabar tirando el teléfono a la basura...o regaládolo. Igual Susana lo quiere... ─ No pasa nada, vete. Igual es mejor que vayamos despacio, ¿no crees? Aquella frase me hizo sentirme confuso, pero lo dejé pasar. ─ Siento que acabo de besar a un desconocido ─ dijo, pero no pareció muy convencida. Ambos nos habíamos dejado llevar. Para que no se sintiera mal, contesté: ─ Bueno, es que soy un desconocido. Y tú una desconocida para mí. Apenas nos conocemos. ─ Cierto ─ y sonrió de forma encantadora, otra vez, mostrando unos dientes blancos y perfectos. Me vestí y salí por la puerta al encuentro de mis padres, que lo único que deseaban era que volviera a casa para tenerme controlado.

***

Mis días transcurrían felices junto a Gabriella. Pasé varios días en su pequeño apartamento. Por fin sabía lo que de verdad era disfrutar de alguien al estar enamorado. Mi vida parecía que iba cobrando sentido y el misterioso hombre que decía no ser Z y la extraña mujer que correspondía al nombre Wizha no volvieron a aparecer más. Sin embargo, nuevas pesadillas extrañas me atormentaban por las noches; no lograba descifrarlas al principio pero, una vez analizadas, todas me llevaban al mismo fin: quería proteger a Gabriella. Temía que el mal que se cernía sobre mí recayera sobre ella también. Y ella no tenía la culpa. Si le pasaba algo, sería responsabilidad mía.


En los delirios de mis pesadillas se interpuso un nuevo paisaje: el de los óleos enmarcados de Gabriella. A falta de saber el lugar en el que estuve en mis meses de desaparición, este nuevo paisaje significaba para mí una nueva perspectiva desde la que ver mis terroríficas pesadillas, en las cuales se colaban nuevos personajes desconocidos decididos a atacarme a mí y a Gabriella. Este temor a que ella sufriese me hacía sentirme a la misma vez ansioso e intranquilo, ya que nunca había sentido la necesidad de proteger a nadie. No creía que las mujeres fueran trozos de carne, pero así había considerado yo a todas aquellas que habían estado conmigo. Algunas sólo habían estado conmigo por el sexo, otras por los regalos y el resto suponía que para presumir porque era considerado popular. Yo tampoco les di mucho valor a esas chicas. Al fin y al cabo, ¿para qué? Sólo pasaba una semana como máximo, no tenía sentido buscar sentimientos que no iba a encontrar de todas maneras. Así que, acababa dejando claro a las chicas que no habría nada serio. Otras simplemente lo suponían. Del mismo modo sabía que yo era una presa fácil para ellas y acabé ganando el título que me correspondía: “Fácil de cazar y fácil de perder”. Sin embargo, si todo salía bien, estando con Gabriella no tendría que preocuparme nunca más. Estaría a su lado para siempre. Éramos jóvenes pero ya daba por hecho que estaríamos siempre juntos. No sabía qué era exactamente esa fuerza que me hizo arrastrarme hasta ella en cuanto la conocí, pero estaba encantado y entusiasmado. La palabra amor era una palabra muy grande e importante para mí como para utilizarla a la ligera, pero supuse que aquello que sentía por Gabriella era lo que más se parecía. Normalmente sólo necesitaba una noche para hacer el amor con una chica, no necesitaba conocerla, pero con Gabriella era distinto, en aquellos días jamás hicimos nada que sobrepasara los besos y las caricias, pero nunca me pregunté porqué ni tampoco me importó. El jueves por la noche, cuando llegué a mi casa (bastante tarde, por cierto) mis padres me estaban esperando sentados en las sillas de la cocina. El resto de la casa estaba a oscuras, así que supuse que mi hermana estaría durmiendo. No me saludaron cuando me quedé plantado en la puerta de la cocina, mirando sus semblantes serios y llenos de preocupación. ─ Siéntate – me ordenó mi padre con voz dura. Hice lo que me pidió sin rechistar.

Aquí viene la bronca. ─ ¿Dónde has estado? ─ En casa de Gabriella. ¿La recordáis? Os lo comenté hace unas semanas…


─ Nos acordamos perfectamente de ella. No sabremos cómo será, ni donde vivirá, ni cuántos años tiene… ─ Uno más que yo. Vive en la calle... Mi padre me fulminó con la mirada. Hice ademán de cerrarme la boca como si fuera una cremallera. ─ El caso es que últimamente te encuentras desaparecido. Abrí la boca para protestar ante la ironía de pésimo gusto, pero mi padre levantó un dedo para hacerme callar. ─ Tus amigos vienen a preguntar continuamente por ti, en cuanto acaban las clases intentan hablar contigo pero tú desapareces.

¿Por qué tiene que utilizar esa palabra? ─ Tu tutora ha llamado diciendo que ha bajado tu rendimiento escolar, apenas vienes algún día a comer a casa y por la tarde ni te vemos el pelo, llegas a casa por la noche mucho tiempo después de la hora de cenar, hay noches que ni siquiera apareces. ¿Qué demonios te pasa? ─ Estoy enamorado – solté sin pensar. Mis padres me miraban boquiabiertos. ─ ¿Enamorado? – preguntó mi padre, incrédulo. Sonrió de forma petulante. ─ Sí. Mi madre se tapó el rostro con ambas manos, como si quisiera llorar. ¿Tan vergonzoso era que yo estuviese enamorado? ─ Eso no cambia nada, hijo. Quiero que veas más a tus amigos, que sigas atendiendo en clase y que lleves un poco más de control sobre tus noches, al menos que nos avises. Siempre has ido un hijo modélico, no entiendo porque has tenido que cambiar eso, estar enamorado no es excusa. Si vives en esta casa, tendrás que acatar mis normas. Así que ya te puede estar entrando esto en la cabeza: no me importa si te enamoras o no, si la chica no es la adecuada ya la puedes estar olvidando. Estar con alguien no puede implicar que haya tantos cambios en tu vida. Dicho lo cual, se levantó de la silla y mi madre le imitó. Ambos salieron por la puerta de la cocina y escuché sus débiles pasos por las escaleras hasta llegar a su habitación. Y después de un rato, hice lo mismo.


Así que es eso, se sienten decepcionados porque creen que estoy con una chica que tiene mala influencia sobre mí. Esa noche volví a tener una pesadilla sobre aquel mundo morado que tenía bombillas por frutos. Y un personaje nuevo aparecía también. Era rubio y podría decir que guapo; sin embargo, un gesto de su semblante me hizo darme cuenta enseguida de que era alguien malo. Malo de verdad. Me saludaba y me decía que había algo que me quería enseñar. Pero no sabía qué era. Le seguí cuando me lo pidió aunque sabía que estaba temblando de miedo. Me llevaba a una casa suya de cuyas paredes colgaban numerosos retratos de él con una joven hermosa. Rubia y de ojos azules. Sería su mujer o su novia. Hasta que él no se hubo detenido al lado no reparé en una gran tela roja que servía de telón. Como en los teatros. Tiró de una cuerdecilla y apareció Gabriella. Cubierta de sangre y encarcelada en una jaula de hierros oxidados. Salí corriendo hacia ella para liberarla, pero jamás llegaba a mi destino. Se alejaba más y más mientras escuchaba la malévola risa del chico rubio.


Capítulo 9

Al día siguiente volví al piso de Gabriella después de clase, pero intentaría no abusar de la segunda oportunidad que mis padres me habían concedido. ─ Recuerdo los motes que te pusieron tus amigos la primera noche que te conocí. ¿Eran ciertos? ¿Te llaman así de verdad? ─ Ni idea. Supongo que a mis espaldas, sí. ¿Tú nunca has tenido un apodo? Sus ojos brillaron de excitación, como si hubiera estado esperando esa pregunta. ─ Sí, más o menos. Un amigo solía llamarme “Gabrizella”. ─ ¿Gabrizella? Si tu nombre ya es extraño por sí solo… ─ bromeé y ella puso los ojos en blanco ─ ¿Por qué ese mote? ¿Fue por algo de una gacela? Porque me suena a eso… ─ No, qué va. Fue a causa de un chiste. Me lo contó sin gracia alguna, sin embargo, aquella vez él me hizo reír. ¡Era un chiste tan malo! ─ ¿Y qué pasó con ese amigo? ─ Me enamoré de él. Y él de mí. ─ ¿Y luego qué pasó? – pregunté interesado. ─ Él se fue. Y lo pasé realmente mal. – Luego se animó y dijo con una sonrisa –: pero ya no importa. Es cosa del pasado. Ambos nos quedamos callados un momento. Ella se quedó con la mirada ausente, seguramente pensando en aquellos momentos en que había echado de menos a su amado. No quise agobiarla, pero me moría de curiosidad por saber qué era lo que había sucedido para que se separaran y porqué se había marchado de su lado aquel chico si estaba enamorado de ella. Seguramente ese era el motivo por el cual no hacíamos el amor y prefería ir despacio: tal vez ella se acordase demasiado de él cuando estaba conmigo. Tal vez la herida era demasiado reciente. Si algo tenía claro era una cosa: yo no haría lo mismo que ese chico. Y esperaría, sería paciente hasta que ella se sintiera preparada. ─ ¿Sabes luchar con espada? – me preguntó animada de repente.


Negué con la cabeza; ella se levantó y desapareció en la habitación. Cuando llegó de nuevo al salón, empezó el espectáculo. Era desconcertante y extraordinario ver a Gabriella empuñando un arma. Se movía como una bailarina a la misma vez que hacía movimientos salvajes con la espada; acciones que, supuse, serían de ataque. Gabriella convertía el arte de la lucha en una danza. Era todo un espectáculo. Creí que la espada sería ligera, ya que parecía manejarla como si apenas pesaran unos gramos, pero cuando me la tendió para cogerla se me cayó al suelo. ─ ¿Cómo lo haces? – pregunté, fatigado por su peso. ─ Práctica. Te enseñaré. ─ No creo que sea muy legal ir por la calle con una de éstas para defenderme. Además, ¿de qué me sirve saber empuñar una espada? ─ Nunca se sabe. Y no es empuñarla, es saber manejarla. Empuñarla puede hacerlo cualquiera. Te sacaré una más ligera para el principio. Cuando hayas cogido algo más de práctica haremos duelos entre nosotros, ¡será divertido! Gabriella sonrió y vi como esa idea la hacía feliz. Era un hobby extraño, pero ¿quién no tenía un pasatiempo? Unos coleccionaban sellos, monedas y billetes, otros, viajaban por el mundo; otros, aprendían idiomas; y mi novia era una experta en espadas. Cada día me enseñaba un movimiento nuevo y cada fin de semana organizaba un duelo para evaluarme. Un día, durante un descanso, me atreví a preguntarle por el autor de los cuadros del paisaje extraño que colgaban de su pared. Escuché, atónito, que era ella quien los pintaba. ─ Am. ¿Y en qué momento se te ocurrió pintar frutos que brillaban? ¿Son frutos radioactivos o algo así? Me miró de forma enigmática. ─ No. Que un fruto brille no significa que no se pueda comer. ─ Claro. Lánzalos al mercado, todo el mundo se morirá por probar los misteriosos frutos que brillan sin parar. ¡Oh, no! ¡Se ha ido la luz! No te preocupes, los frutos brillantes te guiarán en el recorrido por tu casa. Gabriella me dio muy suave con el puño en el hombro. Me había reído de su cuadro. Le sonreí un poco a modo de disculpa. A partir de ese día practicamos con la espada todas las semanas y a todas horas. Pensé que me acabaría gustando y al pasar el tiempo descubrí que así era. Estaba en compañía de la mujer que amaba, pasaba el tiempo con ella – aunque también había empezado a quedar más con mis


amigos y a estudiar y a atender en clase más para que mi tutora no volviera a llamar a mis padres. La próxima vez no serían tan considerados. Sin embargo, mis pesadillas no cesaron. Cada noche se escurrían nuevas caras en mis sueños, seres extraños de indumentarias antiguas que intentaban hacer daño a Gabriella y yo siempre tendía a protegerla. La atacaban con espadas, flechas, porras…nunca vi un arma de fuego y el paisaje siempre era el mismo: el de los cuadros de Gabriella. Veía los frutos brillando en la noche del cielo morado, las cascadas de agua cristalina con peces de colores, dinosaurios voladores…y ella siempre hacía lo mismo en los sueños cuando estaban a punto de matarla: acurrucarse en el suelo. La veía tan bella y perfecta, sin saber que un peligro desconocido se cernía sobre mí y que podría afectarla a ella también. Deseaba poder contarle todo aquello, pero me aterraba que pudiera alejarse de mí. Estaba cometiendo un acto egoísta y era consciente de ello. Me costaba luchar contra mis pesadillas y los sudores y lágrimas que acarreaba con ellos. No podría soportar que le ocurriera nada por mi culpa. El hombre que no era Z y la mujer llamada Wizha parecían haberme dado una tregua, pero sabía que no me dejarían vivir tranquilo así como así. Además, había una promesa por medio. Una promesa que me quemaba por dentro como mil demonios. E increíblemente, los duelos con Gabriella me hicieron sentirme más seguro ante la posibilidad del regreso de mi serpenteado y recóndito pasado. Cuando luchaba me sentía cada vez más agotado y sudoroso, a pesar de que manejaba la espada con mayor facilidad. Ella notaba mis repentinas distracciones y me preguntaba al respecto, pero yo siempre le contestaba que eran sueños que me perturbaban por las noches. Gabriella me suplicaba que se los contase porque así sabría descifrar que era lo que me preocupaba, pero el hecho de que apareciera en todos me daba una terrible vergüenza y ella se sentía frustrada al creer que no confiaba en su criterio. Ante mis continuas negativas, proseguía con la lección. Con el tiempo me acabó enseñando también a luchar “cuerpo a cuerpo” y aquello me gustó más. Era un arte más útil, sabría defenderme en la vida. Gabriella me preguntaba continuamente por mis pesadillas, intuyendo que estas seguían atormentándome. Pero no podía. Era demasiado embarazoso. Y sabía que ella sentía que cada vez confiaba menos en ella. Pero no era eso lo que yo sentía. En mis pesadillas yo siempre la protegía. Un día, cuando llegué a su casa, se limitó a estar sentada en el sofá. No me preparó una acalorada bienvenida como solía hacer. Ni parecía dispuesta a organizar otra clase de preparación para la batalla. Me acerqué a ella y le pasé los dedos por su sedoso cabello rizado, intentando calmarla, ya que parecía alterada y triste. No sabía si aquello tenía que ver conmigo y, aunque supuse que no, me equivocaba. Repasé mentalmente los momentos que había tenido con Gabriella, buscando uno de ellos que


evidenciara que había cometido un fatal error. La besé en la frente y le pedí que me lo contara, que yo podría escuchar sus problemas e intentar aconsejarla. Entonces, saltó la bomba. ─ No confías en mí ─ suspiró afligida. ─ Claro que sí – musité bajito. No entendía absolutamente nada. ¿En qué momento le había inducido a pensar que no confiaba en ella? ¡Daría mi vida por ella! Bueno, aquella frase era demasiado peliculera; ¿pero acaso no decían eso todos los enamorados? Citas de cómo el amor es más poderoso que la muerte y que la muerte no importa si hay amor de por medio. ─ ¿Tan malos son tus sueños? ─ preguntó casi en un susurro. Así que era por eso. ¿Cómo explicarle aquellas pesadillas? ¡Ella aparecía en todas y cada una de ellas! ¿Qué pensaría si se las contara? ¿Debía contarle mi pasado y lo que parecía acarrear con él? Finalmente, me decidí por contarle la verdad. Si se mantenía a mi lado, al menos que fuera por voluntad propia conociendo de antemano los fantasmas que parecían perseguirme. ─ No es eso. Es que…apareces tú. ─ ¿Y piensas cosas malas de mí? ─ ¡Por supuesto que no! Jamás podría pensar nada malo de ti. ─ Entonces, ¿qué es? – exigió saber. Su mirada me quemaba en lo más profundo. ─ Siempre estás en peligro. Y yo siento el deber de protegerte. Sus ojos brillaron. ¿Le hacía ilusión?

Esta chica está realmente loca. ─ No he sido del todo sincero contigo y creo que serlo, ahora, es probablemente lo más justo. Entonces, podrás elegir si estar conmigo o no. ─ No es necesario que me cuentes nada más si no lo deseas. ─ Tengo que hacerlo. ─ De acuerdo ─ aceptó. Me miró expectante, completamente interesada. ─ Hace cuatro años, desaparecí. No recuerdo absolutamente nada. Cuando me encontraron, habían pasado ocho meses. Nadie, ni la policía, han conseguido averiguar nada. Hay un terrible vacío en mí


desde entonces. La única pista que tengo es este colgante y esta medalla ─ me los quité y se los entregué ─. Una promesa: volver a por mí el día de mi cumpleaños. La policía estuvo vigilándome, por si encontraban algún sospechoso. Pero dudo mucho que la policía sea tan eficiente como debería, porque aquel día me crucé con Z. O, al menos, con un conocido de Z. Hui de él y volví a casa sano y salvo. Fue el día de mi cumpleaños, al mediodía, exactamente, cuando salí de clase. Me encontré con él otro día y me enfrenté a él pidiendo respuestas, pero sólo conseguí entender que él no era Z, pero que le conocía. Y luego encontré a una mujer llamada Wizha que conoce a ambos, o eso creo. Gabriella abrió mucho los ojos, como esperando que continuara. Cuando no dije nada más, frunció el ceño. ─ ¿Qué quieres decirme con esto, Óscar? ─ Estoy siendo sincero contigo. Y necesitaba que supieras que estoy en peligro, que ese tal Z va a venir a buscarme y me da miedo que acabes herida por mi culpa. Me aterra que me abandones, pero tienes derecho a elegir.

Ella sonrió. Ella se sentía aliviada por saber por fin el motivo de mi silencio y yo me sentía aliviado porque había dicho en voz alta y delante de ella las preocupaciones que había guardado en mi interior desde hacía tanto tiempo. Dicho esto, se levantó sin decir nada, pero con su eterna sonrisa de felicidad, cogió su rostro entre mis manos, dándome un sonoro beso.


Capítulo 10

Había prometido a mis padres pasar más tiempo con mis amigos. Aunque ahora se añadía una nueva compañera al grupo; que después de un tiempo deduje que era otra admiradora mía. Se llamaba Rosario, muy mona ella, con sus cabellos negros y su piel levemente bronceada. Distaba mucho su tonalidad de piel de la de Gabriella. La asemejaba a una lapa, ya que no me dejaba ni a sol ni a sombra. Si me veía preocupado, me preguntaba al respecto; si me veía cansado, me preguntaba también…día, sí; y día, también. Mis amigos comenzaron a preguntarme cosas sobre Gabriella. Querían saber todo lo posible. La edad, dónde vivía, su familia (de la que no sabía nada), sus hobbies (de los que preferí no hablarles) y sobre otros temas que no debería mencionar (como aquel amigo que la abandonó). Les mencioné lo que supe que a ella no le molestaría. Les conté que era un año mayor, que una de sus aficiones era pintar cuadros, que vivía sola en un piso muy pequeño y algunas anécdotas, como la de que, por culpa de un chiste, comenzaron a apodarla “Gabrizella”. Insistían en que era un apodo ridículo pero que cuando tuviesen la suficiente confianza con ella la llamarían así cariñosamente. Yo sentía el impulso de matarles, pero siempre encontraba la fuerza de voluntad para acobardarme. Sin embargo, no les comenté que esa broma había sido causada por alguien que había desaparecido de su vida. Pasaron los días y Gabriella y yo comenzamos a salir más con mis amigos…y con Rosario, que nos miraba ceñuda cada vez que nos cogíamos de la mano. Recuerdo que Arturo le preguntó un día a Gabriella porque no tenía amigos. Ella le respondió: ─ ¿Y quién te ha dicho a ti que no los tengo? Todos nos empezamos a reír ante su cara de idiota. Luego nos explicó que sus amigos estaban muy lejos, en otro país, pero que mantenía el contacto con ellos y, cuando podía, hablaban horas y horas. Y yo me pregunté porqué nunca había querido ella presentármelos, aunque fuese por teléfono o por Internet. Pero lo dejé correr. Seguramente ya era bastante duro para ella. Me di cuenta de que existían muchos asuntos sobre Gabriella que no entendía o que desconocía por completo. Para colmo, cuando le preguntaba al respecto, me respondía con evasivas, fingiendo de repente que le apetecía dormir o que quería organizar otro duelo de espadas. No fui consciente al principio, pero llegué a desconfiar de ella. Frecuentemente la veía como una extraña y realmente era una completa desconocida para mí si me paraba a pensarlo.


Aquella noche de diversión con mis amigos acabó en casa de Gabriella, donde ella muy gentilmente les invitó a pasar para que vieran el piso. Mis amigos, por supuesto, repararon en los cuadros del paisaje morado, que parecía ser siempre el mismo desde distintas perspectivas. ─ Pues a mí me gustan – dijo Rosario cuando todos se rieron de los frutos brillantes. ─ Gracias – contestó Gabriella con una sonrisa. Rosario era un poco bipolar. O bien era muy simpática tanto conmigo como con Gabriella como si fuésemos sus amigos de toda la vida, o bien nos miraba con cara de querer torturarnos cruelmente hasta la muerte. Pero supongo que en el fondo debía de caerme bien porque acabé tomándole cariño y confiando en ella. Lo cual no sabía si era algo bueno o malo. Todos se fueron alrededor de las cuatro y media de la mañana, dándonos a mi dulce Venus de Milo y a mí un poco de intimidad. Se metió al cuarto de baño mientras yo me dirigí a su cama y comencé a desnudarme, quedándome solo en ropa interior. Así me quedé durante unos minutos, en los cuales creí que llegaría a dormirme si ella no aparecía pronto. Estuve a punto de levantarme e ir al baño yo también cuando, como una diosa griega apareció apoyada en el marco de la puerta, sensual y hermosa hasta unos límites jamás imaginados. Gabriella se abalanzó sobre mí y comenzó a besarme. ─ Nunca te lo he preguntado pero, ¿aparte de intimar conmigo lo habías hecho con alguien más? ─ Te sorprendería ─ sonrió con suficiencia. ─ ¿Le conozco? ─ le pregunté, con voz áspera. Un sentimiento de celos se apoderó de mí. No dijo nada. Sólo sonrió. ─ No me lo vas a decir – adiviné. ─ Tiempo al tiempo. ─ Bueno, lo único que tenía claro desde el principio es que supe que no podría ser tu primera vez. Una chica tan... ─ no pude terminar la frase, pero entendió perfectamente lo que le quería decir. Ella bajó la cabeza avergonzada, pero asomó de sus labios una pequeña sonrisa. Se sentía alagada. ─ ¿Vas a llevar la iniciativa? ─ le pregunté. ─ ¡Vaya pregunta! Yo siempre llevo la iniciativa ─ murmuró. Pero el tono de su voz me mostraba que para ella era algo evidente.


La desnudé con pasión y, por primera vez a pesar de mi experiencia, no sólo las manos, sino todo el cuerpo me temblaba por verla sin ropa. Pasamos toda la noche en su cama, sin pegar ojo. Nuestros cuerpos ardían en llamas, como si llevaran siglos esperando ese encuentro. ─ ¿Me deseas, Óscar? ─ Más que a nada en el mundo – ella sonrió. Yo la miré fascinado. Jamás había profundizado tanto en los ojos de una mujer, cuando a través de ellos pareces ver su alma y su corazón. En aquel momento era ésa la inconmensurable sensación que obtuve y no podía compararse con ningún otro sentimiento en el mundo. ─ He tenido una palabra en la cabeza tantas veces que ya no sé distinguir si sólo ha sido en mi mente o si realmente la he llegado a pronunciar, pero eres hermosa, Gabriella.

***

Sólo dormimos por la mañana, pero fue la peor de todas. Me desperté a mediodía, bañado en sudor a causa de otra de mis pesadillas. Estábamos en el paisaje pintado en el cuadro de la pared, cuando volvía a aparecer aquel chico rubio, ésta vez sin reírse, sólo con el semblante serio. Me miraba con odio: quería matarme. Entonces, volaba. No sabía cómo, pero volaba, porque mis pies no tocaban el suelo, se elevaban por el cielo y yo también. Y descubrí unas alas, negras y majestuosas. Era un ángel de alas negras, un ángel que me protegía. Y me sentí feliz y tranquilo hasta que una espada con empuñadura negra e hilos de oro se dirigía a nosotros y se clavaba en la carne. No era mi carne, le había dado a mi ángel y, aunque no podía verle la cara, sabía que estaba sufriendo. Le oí gritar de dolor. Gotas rojas caían al vacío y sus alas comenzaron a flojear, sin tanta fuerza para volar. Al final de la pesadilla, mientras caíamos y antes de despertarme contemplé el rostro del ángel: Gabriella. Intenté analizar el sueño, no comprendía nada en absoluto. Normalmente, era yo el que protegía a Gabriella de los peligros que me acechaban a mí, la protegía de mi pasado y del peligro que se burlaba de mi vida como si yo fuera sólo un niño que no tiene escapatoria. Pero en esta pesadilla, era ella la que me protegía a mí. Quise convencerme de que era sólo una muestra de mi confianza y amor hacia ella; de que estando a su lado me olvidaba de los problemas, aunque siguieran ahí, acechándome. ¿O significaba que ella acabaría herida por mi culpa? Reparé en que estaba solo en la cama de Gabriella cuando ésta apareció con una bandeja que olía a las mil maravillas.


─ ¿Te gustan las tortitas? – preguntó, ilusionada y llena de vitalidad. La miré con los ojos desorbitados. Todavía estaba sudando. Ella se acercó a mí y se sentó en el borde de la cama. No me miraba preocupada, pero advertí un brillo de curiosidad en sus ojos cuando me miró. Me pidió por favor que le contara la pesadilla que había atormentado mi sueño, pero no quise preocuparla otra vez. Este sueño era distinto. Frunció el ceño ante la negativa, pero se suavizó cuando le di un beso en la frente. Devoré las tortitas en un momento junto con un vaso de leche y me dispuse a vestirme. Tenía que ir a casa a cambiarme, ya que había quedado con mis amigos por la tarde en el parque de las tres fuentes.


Capítulo 11

El parque de las tres fuentes era mi parque favorito. Era un parque grande, dividido en secciones. En una sección, una zona infantil con muchos columpios y un tobogán. En otro, varios bancos de madera formaban un círculo. El último era una pista de arena que algunos adolescentes usaban para jugar al tenis o al fútbol. De camino al parque se me ocurrieron nuevas teorías. ¿Y si mis sueños intentaban decirme algo sobre Gabriella? En aquel sueño, ella era un ángel, pero tenía alas negras y eso me preocupaba. ¿Significaba que Gabriella era mala? ¿Qué era yo el que estaba en peligro? No podía resistir aquello. Pero era demasiado misteriosa y protegía mucho los secretos sobre su vida como para dar algo por hecho. ¿Sabía ella algo que yo desconocía? Debía desahogarme urgentemente con alguien. Tenía que contarle a alguien mis preocupaciones. Pero mis amigos se burlarían diciendo que estaba enamorado y con las hormonas revolucionadas. Y se me ocurrió un nombre. No me podía creer que de verdad estuviera pensando en ella para contarle mis problemas… ─ ¿Eso quiere decir que las cosas van mal entre Gabriella y tú? – pude ver un brillo de esperanza en los ojos de Rosario. Arturo, Bruno y Mateo corrían como niños pequeños por el parque mientras nosotros descansábamos en uno de los bancos. ─ No, no es eso… Creo, no lo sé. Pero esos sueños me dan miedo. ─ Cuéntame esos sueños. Uno al menos, tal vez así pueda ayudarte. ─ No. Lo siento, Rosario. No es que no confíe en ti, pero prefiero guardarme esos sueños para mí. ─ De acuerdo. Pero, si no me los vas a contar, no entiendo qué quieres que yo te diga. ─ No lo sé, supongo que sólo necesito desahogarme. ─ Bueno, lo entiendo – en realidad, pude ver en su rostro que no lo entendía. Ella se preocupaba por mí. Yo estaba realmente angustiado. Amaba tanto a Gabriella. Simplemente quería tener una relación sana con ella. Recordé todos los momentos que habíamos pasado juntos. Suspiré. ─ Creía que te gustaba. ─ ¿Eh? – me sacó de mi ensoñación. ─ Gabriella. Creía que te gustaba.


─ Y me gusta – pareció desilusionarse ─. De hecho, creo que siento algo muy, muy fuerte por ella. Pero algo falla. Y eso me asusta. Siento que ella va por delante de mí. ─ ¿A qué te refieres? ¿A qué ella lleva la iniciativa? ¡No seas machista, hombre! ─ No, no es eso. Es como si ella supiese algo que yo no sé. El que me oculte tantas cosas de su vida o que siempre aparezca en mis sueños. ─ ¿Crees que te oculta algo? Nunca me había hecho esa pregunta a mí mismo cuando pensaba en Gabriella. No de forma tan directa. Y me asustó mi propia respuesta. ─ Sí. Durante un momento me quedé pensativo, sospesando mi respuesta. Jamás en mi vida me lo había planteado de esa manera. ─ Mira el idiota de Arturo. Es que no se puede ser más infantil – comenzó a reírse Bruno. ─ ¿Qué ha hecho ahora? – preguntó Rosario. ─ Pintar en uno de los bancos las iniciales de Gabriella y Óscar dentro de un corazón. ─ Es un regalo de bodas – se rio Arturo –, cuando lo veáis os acordaréis de mí. Además, soy un artista. Siéntete privilegiado de que os haya dedicado una de mis obras. ─ Ya tienes muchas obras como ésta y no son un privilegio ─ le soltó Bruno. Nos acercamos al banco a contemplar la obra de arte de Arturo. Ahí estaba, un corazón perfectamente pintado – con sus detalles y todo – rodeaba hermosamente nuestras iniciales. Bueno, no la inicial de Gabriella, sino una zeta. ─ Es una zeta porque, como ya ves, en este banco siempre he pintado tus iniciales con las de las otras chicas y ya hay varias G. Y como contaste que le llamaban Gabrizella, pues dije: “¿Qué mejor que una Z para distinguirla de las demás?” ─ ¿Hay más ges? –preguntó Rosario, mosqueada. ─ Sí, Gema, Genoveva, Gisela… ¡Oh! ¿Os acordáis de Gisela? ¡Menuda delantera! Continuaron hablando de otras chicas. Y yo, al ver ese corazón con esas dos letras, lo comprendí todo. <Z y O>.


Y como si una pequeña ruedecilla en mi cabeza hubiese encajado y comenzase a moverse todo un mecanismo entero, lo vi todo claro. Claro como el agua. <Z y O>. <Z>. Una promesa que no romperé. Z. Regresaré cuando cumplas dieciocho años. Me quedé helado. Rosario vio mi cara, que debía estar blanca como una sábana, y me puso una mano sobre el hombro. Le aseguré que me encontraba bien antes de que me preguntara. Toqué la medalla, que se encontraba oculta bajo mi camiseta. Jamás le había contado la historia de mi desaparición, así que me miró confusa. Me marché con la patética excusa de que estaba enfermo y todos me desearon que me recuperara pronto.


Capítulo 12

Me dirigí, con la furia a punto de estallar por mi boca en forma de gritos y blasfemias, a casa de Gabriella. Me había mentido. Había estado jugando conmigo. Ella era mi secuestradora. Apareció el día de mi cumpleaños. También recordé el día que la cadena comenzó a brillar y a elevarse, aquella voz debía de ser la suya, aunque distorsionada. Estuvo en el partido de fútbol, le dio la nota a mi compañero y mandó a esa tal Wizha a por mí. Ella era su cómplice. Y el hombre cuyo nombre todavía desconocía. Me dijo que un chico del que estaba enamorada había desaparecido de su vida. Ése era yo. Yo era su amor y ella estaba obsesionada conmigo. Por eso desde el primer momento le molestaba que yo estuviese con otras chicas, estaba celosa. Por eso decía que creía que alguna vez habíamos sido uña y carne. Por eso tenía aquella extraña sensación de estar enamorado de ella. Porque ella no me conoció el día de mi cumpleaños. Ese día lo que hizo fue volver a buscarme. Me dijo que viajaba mucho, que era de aquí y de allí…seguramente era una fugitiva a la que buscaba la policía, por eso no podía permanecer siempre en el mismo lugar. Ahora tampoco me extrañaba su afición a las armas, seguramente traficaba con ellas. Y en cuanto a porqué no me acordaba de nada seguramente se debía a que también era traficante de drogas y me había drogado durante todos esos meses. Cuando llegué a su portal hice ademán de pegar un porrazo en la puerta, pero ella la abrió de repente con una sonrisa en la cara. No parecía percibir mi enfado ni se imaginaba que ya la había descubierto. Cuando le contara mi descubrimiento no tendría tantas ganas de sonreír. Entré en su piso y me paré en el centro del salón. Observé los cuadros del grotesco paisaje morado que se burlaban de mí. Intenté tranquilizarme para que no me escucharan gritar sus vecinos mientras sentía sus ojos clavados en mi espalda. ─ No más mentiras – conseguí decir al fin. ─ Creía que nunca te darías cuenta de la verdad. Tendrías que haberte acordado de todo desde el primer día. ─ ¿El primer día? No me lo digas: el día de mi cumpleaños. Así que, no lo negaba. Todavía no me atrevía a mirarla a los ojos.


─ Se suponía que tenías que darte cuenta en ese momento. Has tardado mucho en recuperar tus recuerdos. Gabriella se acercó a mí por detrás y me abrazó. Luego, acercó una mano a mi cuello y posó la cadena sobre la palma de su mano. ─ ¿Recuerdas el chiste que me contaste sobre el zorro? ─ ¡No! – grité, y la obligué con brusquedad a separarse de mí. ─ ¡Tú me secuestraste! Ella me miró exhausta y confundida, con los ojos desorbitados. ─ ¡Creía que habías recuperado tus recuerdos! Pero ya veo que no… ¿de dónde has sacado semejante tontería? Nadie te ha secuestrado. Nunca. ─ ¿Con que no fuiste tú, eh? ¿Cómo explicas mi desaparición de hace cuatro años? ¡Oh, espera! Tal vez fuese esa mujer llamada Wizha o ese chico cuyo nombre todavía no sé, pero que me persigue siempre por la misma calle. ─ Óscar, yo no te secuestré, ¡cómo si no tuviera otra cosa que hacer! ¡Nadie ha secuestrado a nadie! ─ Entonces, ¿qué pasó? ─ Que metes mucho el hocico donde no se te llama. ¡Qué morro! ¡Si toda la culpa es tuya! En menudo lío te metiste… ─ Deja de irte por las ramas, ¡cuéntamelo todo! ─ Con esa actitud no llegarás a ningún sitio – replicó. Pero luego comenzó a contarme su versión ─. Cuando me encontraba en el mundo real a causa de una visita a una persona especial, tú me seguiste y te colaste en mi mundo sin querer. Eso te pasa por ser demasiado curioso. ─ No te creo. Ni siquiera sé de qué me hablas. ─ Si no te acuerdas de algo, no puedes echarle la culpa a otro. ─ Estoy absolutamente perdido en esta historia. ─ Óscar, creía que lo recordabas. Hay dos mundos. El tuyo y el mío. El mío es el mundo oscuro, ¿no lo recuerdas? – y señaló uno de los cuadros – Tú me seguiste a mi mundo a través de uno de los muchos portales sin saber que existía y yo me sentí en la obligación de devolverte a casa. ─ ¿Y por qué no volví en ese mismo momento?


─ ¡Porque Cefas y su grupo se encargan de la vigilancia de los portales! Si ven a un ser humano dentro del mundo oscuro lo matan y tú tuviste mucha suerte. Pude esconderte, pero no podías volver en ese momento. No sólo no puedes culparme, sino que además deberías darme las gracias. Si yo no te hubiese ayudado, Cefas o alguno de sus hombres te habrían matado en ese mismo instante. Y no es que hubieses vuelto a casa unos meses después, es que jamás hubieses vuelto. Como tantos y tantos humanos desaparecen por el mismo motivo. Cefas te descubrió y quiso matarte al instante, pero no lo hizo porque desplegué mis alas a tiempo y te llevé conmigo a una cueva. El resto de mis amigos te ayudaron también. Acto seguido, se levantó la blusa y me enseñó su espalda, cubierta por dos marcas negras, pocos centímetros por debajo de los omóplatos. Nunca me había fijado en su espalda. Entonces, comprendí a qué se referían mis sueños. Gabriella aparecía como un ángel de alas negras y era cierto: poseía un par de ellas. ¿Era Gabriella un ángel caído? ─ ¿Qué? ¿De qué me hablas? ¿Otro mundo? ¿Y quién es Cefas? ─ Cefas es el chico rubio que aparece en tus sueños. Me quedé boquiabierto. ¿Cómo sabía ella eso? Le había contado que yo la protegía en mis sueños. Pero jamás le había descrito a nadie ni dicho nombres. No sabía siquiera que aquel hombre era real. Y como si me estuviese leyendo el pensamiento, me dijo: ─ Lo sé porque yo misma he incitado a tu mente a tener esos sueños con la intención de que te ayudaran a recordar tu instancia en mi mundo. Con los cuadros del mundo oscuro, con las luchas… Las pesadillas son únicamente reflejos de nuestras preocupaciones y miedos. Tu caso es especial, ya que tenías unas preocupaciones de las que no eras consciente. Estimulé a tu mente para que recordaras todo cuanto vivimos. Cómo huíamos de Cefas, cómo otros habitantes nos ayudaron a llevarte a la guarida del mago para que te llevara de regreso a casa sin correr riesgos, cómo nos enamoramos… Se acercó a mí y me abrazó. Rehuí de ella. Sus ojos se llenaron de lágrimas y habló con la voz débil y contenida. ─ ¿Vas a romper tu promesa? Yo no he roto la mía. Regresé a por ti. No protestaré aunque me duela, pero sí intentaré convencerte…llevo mucho tiempo esperándote, esperando pacientemente para regresar junto a ti. He soportado que fueses tan ligón. Cinco novias y unos veintitrés líos amorosos contando a esa chica estúpida del lazo en la cabeza. Claro que, es normal, ¿no? ¡Cómo has cambiado! Estás tan guapo…lo he pasado realmente mal. Me he sentido muy celosa. Todavía estaba asimilando todo aquello. ¿Lo sabía todo sobre mí? ¿Todo realmente? Todas las chicas con las que había estado. ¡Las había estado contando! No podían habérselo dicho mis amigos, ellos tampoco las sabían todas. Les había ocultado unas cuantas. Ella continuó hablando.


─ ¿Cómo…? ─ Estaba aquella chica de la risa rara… ¡no sé cómo no me reí en aquel momento en que tú le preguntaste si alguna vez se había liado con un chico y ella empezó a reír! Claro, que si yo me hubiese reído, tú me hubieses descubierto. Y aquella otra chica rubia de las mechas casi blancas…algunas quieren ser tan rubias que acaban pareciendo que tienen canas. La chica del pelo cobrizo era mona… ¡pero le gustaban los chicos más que a un tonto un lápiz! ¿Sabías que el día de su cumpleaños cuando tú la llamaste por teléfono ella estaba con otro? Un chico muy cachas que juega en el mismo equipo de fútbol que tú. ─ Juanjo. Ahora están saliendo juntos. Espera… ¿estaba con él? ─ ¡Claro! Sabía que tú, con tu fama de rompecorazones, no tardarías mucho en darle calabazas y, antes de que eso pasara, te sustituyó por el primero que le hizo promesas de amor. ─ ¡En ese momento estaba saliendo conmigo! ─ ¿Y qué? Tú la dejaste dos días después. Ella lo predijo y no se equivocó. Estaba furioso y confundido. ¡Había estado con otro!

Espera… ¡éste no es el tema ahora! ─ Te he amado siempre, Óscar. Y no me iré sin antes convencerte de que todo lo que te cuento es cierto. ─ Lo de las chicas y mi vida, sí. Pero lo de que exista otro mundo y… portales y un malo que mata humanos… ¿Por qué me estás contado esta película? ¿Realmente quieres que me trague toda esta calumnia? ─ Quiero que te lo creas porque es la verdad, es nuestra historia. Porque lo sé todo sobre ti. Más de lo que tú mismo sabes. He sido tu ángel protector desde que volviste a tu mundo. Te he visto en clase, estudiar por las noches para poder sacar buenas notas, en tus cumpleaños, en los entrenamientos de fútbol, en los partidos he sido una espectadora más, ni siquiera me escondía, simplemente tú no te acordabas ni te fijabas en mí…te he estado cuidando tal y como me pediste que hiciera porque te daba miedo que Cefas viniera a tu mundo y te matara. ¿Recuerdas las piedras moradas que llevaban escrito un “Feliz Cumpleaños, Óscar” que creías que eran de tu hermana? Yo fui quien las dejó en tu mesita de noche para felicitarte por tu décimo quinto cumpleaños. Y no estaban pintadas, eran piedras del mundo oscuro. ¿Y el peluche que un día encontraste encima de tu cama por Navidad? Creías que aquella chica llamada Ángela lo había dejado ahí. No tienes ni idea de la impotencia que sentí, de lo ilusionado que te vi con aquella chica y con la idea de que te había regalado un mísero peluche ─. Luego, paró de hablar,


como si se hubiera desviado mucho del tema ─. Te he visto como mirabas esa medalla buscando respuestas mientras las lágrimas corrían desbocadas por tus mejillas y cómo ocultabas ese dolor que te quemaba por dentro a tu familia para no hacerles sufrir. Y la idea de tener algo material para tenerlo presente fue tuya. ─ Entonces, ¿por qué no me acuerdo? ─ ¡Porque no te esfuerzas! Óscar, tus recuerdos sobre mi mundo están bloqueados con magia, puede que ahora mismo no te acuerdes, pero están ahí. ¡Tienes que creerme! ¡De eso se trata la magia! Si tu mente no quiere aceptar la realidad o quiere olvidarla, la magia que bloquea los recuerdos que tienes sobre el mundo oscuro y sobre mí no desaparecerá y jamás volverás a acordarte de toda nuestra aventura…ni de nuestra historia de amor. ─ De ser así, ¿por qué están bloqueados mis recuerdos? ─ ¡Porque ningún humano puede saber de la existencia de nuestro mundo, sólo si pertenecen a él! Y tú puedes pertenecer a él si estás conmigo. Y así tendrás más derechos. Será mejor que antes porque ya nadie tendrá que bloquear tus recuerdos y no tendremos que volver a separarnos. ─ ¿Por qué tenías que volver justo el día de mi dieciocho cumpleaños? ─ Porque con dieciocho años tenías más libertad de moverte por tu mundo. Y más libertad en tu mundo significa más libertad para ir y venir al nuestro. Para pertenecer no sólo a tu mundo sino también al mío. ─ No puedo creerte, Gabriella. Todo esto me supera. Me vienes con esta historia… ─ Hay otra manera de recuperar tus recuerdos. Es un arriesgado plan B al que no pensé que recurriría. Ir a ver al mago. Él fue el que cubrió de magia tus recuerdos, él la puede anular. Muchos de los sueños que tenías no eran producto de tu imaginación: la mayoría son reales porque son recuerdos, no simples sueños. Son recuerdos rodeados de magia. ─ Magia… ─ susurré afligido. Ya estaba cansado de todo aquel rollo de la magia.


Capítulo 13

Gabriella estaba aplicando el método (o la excusa, según por dónde se mire) que habían utilizado Wizha y el tipo del callejón. No colaba. Evidentemente. ─ Sí, magia. Hay que creer en ella. No pude evitar soltar una sonora carcajada. ─ Claro, esto es como los cuentos de hadas, que si no crees en ellas se mueren… ¡Menuda tontería! ─ ¿Te das cuenta de que encierras una sola idea en tu mente y no permites ni aceptas cambiarla? ─ Yo tengo una idea muy clara de qué es lo que pasó exactamente. Me robaste el corazón siendo un niño. Me drogaste para que no recordara nada. Eres la causante de que mis padres estuvieran preocupados durante ocho meses, creyéndome muerto. Y por si fuese poco, estos años no he sido capaz de vivir feliz a pesar de tener una vida envidiable. Me he sentido vacío, sin vida y he sido incapaz de amar a nadie, a ninguna de las chicas maravillosas que he conocido a lo largo de mi vida. Me encontraba lleno de incertidumbre con este estúpido colgante – me arranqué el colgante y se lo lancé, los ojos se le salieron de las órbitas, eso sí que no se lo esperaba ─. Temía que llegara el día de mi dieciocho cumpleaños. ¡Se supone que todo el mundo desea con ilusión llegar a la mayoría de edad! A mí, en cambio, me aterraba. Creía que Z era un asesino, o un pederasta que volvería a mi vida para raptarme de nuevo. ¿Y con qué me encuentro? Con una niñata obsesa y caprichosa que dice ser de otro mundo, llenándome la cabeza con absurdas ideas que nadie creería. Y volviste a colarte en mi vida, seduciéndome, como si te estuviera conociendo por primera vez, intentando convertir mi vida en un videojuego. ¿Qué te crees? ¿Qué te voy a aceptar? Con ayuda de las drogas o lo que demonios me dieras me obligaste a quererte. Y la incertidumbre de no saber qué pasó esos meses me traumatizó lo suficiente como para no ser feliz con nadie. ─ Eso no es cierto, Óscar. Se está formando en tu mente una historia totalmente incierta. Yo te amaba y tú también. Cuando llegamos a casa del mago yo asumí que te perdería para siempre, pero tú suplicaste al mago que encontrase la forma de que ambos volviésemos a estar juntos. Él te dijo que habría consecuencias y tú las asumiste. Y me prometiste que si yo iba a buscarte a tu mundo en la fecha pactada tú y yo estaríamos juntos para siempre. ─ Sal de mi vida ─ mascullé entre dientes.


─ No – susurró con miedo, pero decidida. Me asustaba su tono ─. No permitiré que salgas de mi vida una vez que has entrado. Te he estado cuidando estos cuatro años, he sido paciente, ahora me toca ser feliz a mí. Hiciste una promesa. ─ No pienso cumplirla. Aquellas palabras le dolieron más que un puñal en la espalda. Pero no contestó. Sin dejar de mirarme con dureza, comenzó a llorar. Ella no gimió de tristeza, ni dejó escapar sonido alguno de sus labios, pero las lágrimas le corrían como un río desbocado por sus mejillas. Al cabo de un rato, pareció asumir mis palabras. ─ Cefas tenía razón. Los humanos sois malvados y crueles por naturaleza. Nosotros no debemos mezclarnos con vosotros, ni debemos dejarnos entrar en nuestro mundo. ¡Qué tonta he sido y que ciega he estado! ─ Déjate de tanta palabrería. ─ Como desees. Rompe tu promesa si te da la gana, yo me iré con mi conciencia tranquila sabiendo que cumplí la mía. ─ Me engañaste siendo un niño, pero no lo harás siendo un hombre… ─ me asusté de la facilidad con la que mi rabia soltaba las palabras, una por una, sin dilación ─ ¡LÁRGATE DE MI VIDA! La rabia comenzó a consumirme miembro por miembro al pensar todo lo que estaba asumiendo. Sin mirarla a la cara, salí de la casa y me paré a unos metros del portal. Estaba en la calle y era de noche. Gabriella me siguió. ─ No volveré a tu mundo ni a molestarte más si eso lo que deseas – susurró sin ánimo en la voz. ─ Es lo que deseo – dije sereno ─. Tranquila, no pienso denunciarte a la policía. Lo haré porque te sigo amando, a pesar de todo, pero no puedo seguir tu juego. Pasamos un minuto en silencio, uno que me pareció una eternidad. Ella bajó la cabeza. Ahora me parecía una chica completamente vulnerable, nunca la había visto de ese modo, La imagen que tenía de ella, tan independiente y autosuficiente, se rompió en mil pedazos. No tenía sentido que me importara que sufriera porque simplemente era una mujer obsesa con mentalidad de niña y sufría porque su plan había fracasado. Supuse que estaba esperando a que yo me despidiese o dijese algo más, pero no lo hice. Y se marchó, no sin antes pedirme un último favor: ─ Cuídate.


Ella se fue, pero yo todavía permanecí de pie, mirando al mismo sitio, como si ella siguiera allí. No recuerdo si estaba pensando en algo o simplemente tenía la mente en blanco, pero no me di cuenta de que hora era, ni de cuánto tiempo permanecí bajo la lluvia, ni siquiera de cuando había empezado a llover. Únicamente la música del móvil cuando mi madre me llamó logró sacarme de mi estado de shock.

***

Cuando por fin desperté de mi letargo, puse rumbo a casa. La llamada de mi madre había sido un aviso para que volviera a casa. Sin embargo, no lo hice. Caminé por las calles, desiertas por culpa de la lluvia. No llevaba paraguas, ni siquiera un chubasquero. Deambulé durante tanto tiempo que cuando llegué a casa mis padres me echaron la bronca, no sólo por la hora a la que había llegado – que rozaba la medianoche – sino por la ropa mojada y el futuro resfriado que sabían que habría cogido y que ya estaría incubando en mí. Después de quitarme toda la ropa y meterla en el bombo que la llevaba directamente a la lavadora, me atavié con mi pijama y busqué en mi armario empotrado las piedras moradas y el peluche de Gabriella. ¿Realmente aquellas piedras podrías ser de un mundo paralelo al nuestro? Las examiné bien. Su color no parecía ser pintura, sino su apariencia real. Sin embargo, aquella nueva situación me estaba superando y comiéndome por dentro, así que guardé los regalos de Gabriella en el fondo del armario.


Capítulo 14

Pasaron las semanas y no volví a saber nada de Gabriella. Se había marchado para siempre. Mi pesadilla por la que tantos años había sufrido se había terminado. O eso creía. No obstante, no me sentía libre ni relajado ni feliz. Sólo más triste y vacío que nunca. Y las pesadillas continuaban acechándome por las noches. Tal vez fuera cierto lo que decía Gabriella. Lo de mis recuerdos. Dejando a un lado la locura que me contó, ¿y si fuese eso lo real? Los sueños. Pero no recordaba a ese tal Cefas, ni a Wizha, ni al muchacho que me perseguía por la calle principal y que se rio de mí cuando le pregunté si él era Z. No quería admitirlo, pero echaba de menos aquellos momentos felices que pasé con Gabriella. Echaba de menos besarla, acariciarla, hablar con ella…la añoraba. El día que empezamos la universidad, Bruno me preguntó si la echaba de menos. Yo le contesté que no, mintiéndole. ─ Tío, has rellenado una hoja entera con su nombre. Y allí estaba la maldita hoja. Su nombre se leía en cada trozo blanco. Gabriella. Gabriella. Gabriella. Gabriella. Gabriella. Gabriella. Gabriella. Gabriella… A veces pasaba horas y horas dando vueltas por las calles, recordándola. Regresé al callejón donde tuve mi primer contacto con el hombre desconocido, al parque donde quedé con ella en el cual también había aparecido la maternal Wizha, y sobre todo, me iba al portal de su casa a esperarla sentado en el suelo horas y horas, pero ella nunca aparecía. Uno de aquellos días, cuando miré por la ventana me di cuenta que el piso estaba vacío. No había rastro de sus cuadros ni de ningún mueble. No había nada. Solo las paredes seguían cubiertas por una capa morada, un poco desconchada por el abandono total del piso. Un día la vecina, harta de verme por allí merodeando me comentó que Gabriella se había mudado de país, o algo así le había dado a entender ella. Y me sugirió que no volviera más por allí. Y no volví…durante dos meses. El día que volví fue sin apenas pensarlo, la nostalgia que me embargaba me hizo deambular por las calles sin rumbo fijo hasta que mis pies, involuntariamente, me llevaron hasta su calle, y me encontré


nuevamente en su puerta. No pude evitarlo y volví a mirar al interior del piso. Estaba amueblado y lleno de vida. Mi pecho se hinchó de esperanza. La pintura blanca había sustituido a la morada y había retratos de niños donde antes habían estado los pintados por Gabriella. Mi esperanza se redujo nuevamente a cenizas. No me di cuenta de la pinta de espía que debía tener hasta que dos adorables niños de cabellos rubios me miraron horrorizados desde la ventana y parecían avisar a alguien a gritos. Salí corriendo de allí. Al final, acabé otra vez en aquel parque de la fuente de las águilas. Normalmente, era un parque que solía darme respeto, pero en aquella ocasión yo sólo lo veía como un portador de respuestas. Unas respuestas que creía que nunca se me concederían. Se oía el murmullo de la gente que pasaba cerca de aquel parque. Las farolas lo iluminaban en el caos de aquella noche sin luna. Una suave brisa corría, envolviendo árboles y embriagando el aire de un cálido aroma resinoso. Había estado muchas veces de pequeño con mis padres, e incluso con mis amigos cuando queríamos contarnos historias de miedo, pero ahora me recordaba a ella. Un remolino de sentimientos y pensamientos inundaron mi mente de nostalgia con el rostro de Gabriella. Después de ver como la extrañaba, probablemente no podría resistir la tentación de volver a sus brazos. Pero tenía que admitir otro punto mucho más importante: Gabriella no iba a volver. El tono y el poder de mis palabras en aquel último momento que estuve con ella – estúpido momento – dejaron claro que no deseaba volver a verla, que estaba furioso, por haberme mentido desde el principio. ¿Era cierto lo que me contaba? ¿Y si los sueños extraños que había tenido no han sido producto de mi imaginación? ¿Y si eran trocitos de recuerdos reales? ¿Es ése el mundo oscuro? ¿Un mundo extraño de color morado con frutos brillando? ¿En serio? ¿Alguien se aburría y le metió bombillas dentro o qué? Aquella noche que visité por última vez el que había sido el nidito de amor que compartía con Gabriella – aunque la casa era suya – volví a tener otro sueño. Y ésta vez no me pareció una pesadilla, sino más bien un recuerdo.

La muchacha no me había parecido tan hermosa antes de desplegar sus enormes alas. El plumaje era de un color negro intenso como el tizón, y brillaban como el sol ante mis ojos curiosos. El suelo se desvaneció bajo mis pies y me sentí volar. Sentía la húmeda brisa de aquel extraño paisaje en tonos morados, lilas y carmesí. Jamás había visto nada igual, ni en las fotos retocadas de Internet. A pesar de lo extravagante, era un paisaje bello, poseedor de un río cuyo cauce acaudalado arrastraba consigo numerosos peces de colores chillones. No pude reaccionar cuando se acercaba a gran velocidad una espada procedente de alguien que se encontraba en la superficie. La espada tenía la empuñadura negra y unos hilos dorados tejían un hermoso dibujo en ella. El hombro de Gabriella sufrió el impacto.


No podía verle la cara pero profirió un grito de dolor. Y contemplé como se derramaban gotas de su sangre al vacío. Sus alas ya no se batían tan fuertes y pude ver cómo nos acercábamos a una cueva pequeña en lo alto de una montaña. No era muy profunda, pero podíamos ocultarnos fácilmente gracias a su posición. La muchacha me fulminó con la mirada, pero yo la miraba fascinado. ─ Te has metido en un buen lío – me gritó –, a mí y a todos. Cefas y su banda controlan todos los portales. Y no dudarán en matarte. Saben que estás aquí y saben que te estamos ayudando. ─ Me gustan tus alas – en aquel momento, no sabía que otra cosa decir. ─ ¿Qué? ¿Me estás oyendo? – gritó, furiosa. ─ ¿Las has comprado en algún sitio de por aquí? – aunque no veía ninguna tienda ni signo de urbanización, estábamos en un paisaje natural. ─ ¿Comprado? ─ ¿En alguna tienda de bromas? ¿De tecnología? ¿Aeronáutica? ─ ¡Estas alas son mías! ¡Las tengo desde que nací! ¡Eres un niñato impertinente! ─ Tranquilízate, Gabriella – dijo una mujer de mediana edad. Se llamaba Wizha. La muchacha que correspondía al nombre de Gabriella me odiaba, eso estaba claro. Aunque yo todavía no alcanzaba a entender muy bien porqué. ─ Tenemos que curarte esa herida – dijo Wizha – sino no aguantarás hasta la guarida del mago. ─ Está demasiado lejos – espetó Gabriella. ─ No importa. Haremos noche aquí. Quelthar y los demás haremos guardia por turnos. ─ Dichoso niño… ─ No te lamentes. Lo pasado, pasado está. ─ ¡Es que no es pasado, Wizha! ¡Acaba de empezar! Cefas sabe que hay un niño humano en nuestro mundo y no parará hasta encontrarlo. La guarida del mago está muy lejos todavía. Y Cefas dará la orden de que nadie nos ayude. ¿Cómo vamos a cargar con este dichoso niño todo el rato sin que nos descubra? ¡Tardaremos semanas, incluso meses en llegar!


─ Tardaremos lo que haga falta, pero este chico llegará sano y salvo a su casa. Es nuestro deber. No podemos permitir que caiga en manos de Cefas. Pase lo que pase, prometo protegerle. ¿Y tú? Gabriella tardó en responder. Me volvió a fulminar con la mirada y bajó la cabeza, resignada. ─ Prometo protegerle pase lo que pase. ─ Bien. Y ahora, túmbate y déjame que te cure – luego, se dirigió a mí –. Necesito que Gabriella esté apoyada, ¿te importaría ayudarme? ─ Ayudaré en lo que haga falta – contesté. Wizha mezcló unas hierbas con agua y las machacó. Entonces, aplicó el mejunje sobre el corte que Gabriella había recibido. Luego, cerró los ojos y comenzó a soñar. Mientras dormía en mi regazo, recostada de lado, reparé en el enorme agujero en la parte trasera de su poncho. Aparté cuidadosamente con los dedos el roto producido por el crecimiento de sus alas para examinar su piel. Algunas llagas y heridas ocupaban el lugar en el que unas monumentales alas habían estado unos minutos atrás. Unos restos de pequeñas plumas negras seguían pegadas a su blanquinosa piel. Fue entonces, al despertarme, cuando comprendí que era cierto. Entendí que el mundo oscuro, Gabriella, Cefas y todos esos personajes de los que no tenía recuerdos existían de verdad.

Mierda. Mierda. Mierda… Aquel simple y escueto recuerdo me borró de un plumazo casi toda la magia apalancada en mi mente y los recuerdos fueron saliendo a flote uno por uno como un submarino bajo el océano. Muchos de los momentos íntimos y secretos salpicados de ternura salieron a la superficie. Gestos, acciones de complicidad que nos convirtieron en amantes en un mundo irreal en la que la muerte nos pisaba los talones. Habían sido los mejores de mi vida. Recordé que me sentía dichoso y feliz en aquellas memorias ahora recuperadas. Los celos de algunos chicos, la indiferencia de otros, la alegría y maternidad de Wizha, la protección del hombre que me había perseguido por la calle de siempre. Ahora recordaba de él que se llamaba Quelthar y que sólo tenía unos años más que yo. Las bromas y tonterías de Elzik. El momento en que Wizha se convirtió en mi segunda madre gracias a un abrazo lleno de sentimientos indescifrables. Había tratado a Gabriella de mentirosa, obsesa y otros adjetivos despectivos más sin darme cuenta de que ella me contaba la verdad. Y de mi mente empezaron a brotarme más y más recuerdos.

Eché un vistazo a la rodilla lastimada de Gabriella. Se había lastimado en un entrenamiento contra Quelthar. La piel se le había saltado por el tremendo golpe al esquivarle y la tenía en carne viva y


sangrando. Cogí las hierbas medicinales que había utilizado Wizha la primera vez que la observé curándola. Las mezclé y machaqué y, cuando se dio cuenta de lo que pretendía, bajo la cabeza, azorada y sorprendida. Sentí un exquisito placer al tocar su fina y delicada piel. Ambos nos miramos, ella todavía colorada por la vergüenza. Acaricié cuidadosamente su pelo y aspiré su olor, ante su atenta mirada. ¡Era un olor tan exquisito! Normalmente las chicas de mi clase solían llevar litros de colonias, pero no pasaba eso en ella. Pasaron meses y mi mente recuperó más y más recuerdos que había olvidado. La magia estaba desapareciendo.


Capítulo 15

Recordé el momento en que nos encontramos cara a cara con Cefas. Era un momento definitivo para todos, ya que, una vez me hubo encontrado, supe que no me iba a dejar marchar. Al menos, no por las buenas.

Yo no sabía que pasaba, pero Gabriella y los demás comenzaron a murmurar por lo bajo blasfemias que no alcancé a entender. Sin perder un segundo, todos prepararon las armas. Y supe que no se avecinaba nada bueno. Sólo se escuchaba el tamborileo de la lluvia, que comenzaba a calarnos hasta los dientes, pero nadie pareció darle importancia. De repente, apareció un hombre, no parecía muy mayor, rondaría los veinte y muchos años o los treinta y pocos. Una fina mata de pelo rubio platino le llegaba hasta los hombros. Su mirada era angelical, pero su sonrisa perfecta era salvaje y vil. Le seguían unos hombres muy extraños, vestidos con unas túnicas negras y con la tez coloreada de blanco, como si fuesen pintados para el carnaval o como un mimo de feria. El chico rubio me examinó de arriba abajo, escrutándome con la mirada. Miré como Gabriella le acechaba sin quitarle un ojo de encima. Él dijo algo de que los humanos no pertenecíamos a este mundo y, seguidamente, Gabriella le gritó que jamás me tocaría, que yo había entrado en su mundo sin querer. Por lo que pude deducir, él era algo así como el jefe de este mundo, aunque Wizha me había contado en la cueva que Cefas había tomado el poder por la fuerza, que nunca nadie había mandado en el mundo oscuro, pero que él había comenzado a matar a los humanos y algunas personas se habían unido a él y habían empezado a seguirle. Supuse que serían los tipos extraños del rostro blanco. ─ Han llegado a mis oídos múltiples rumores sobre ti, mi pequeño amigo Óscar. Rumores de que acabarás con la matanza de humanos en este mundo, rumores de que te han estado entrenando estos rebeldes y te has convertido en un gran espadachín, rumores de que me matarás para poder unirte a este mundo, rumores de que cuando me mates permitirás una circulación libre de portales y sin cobrar tributo…y otros tantos. ¿Cuál de ellos es cierto? Me quedé paralizado. ¿Quién había dicho todo eso? Todos esos rumores se los había sacado la gente de la manga porque era la primera vez que oía aquellas ideas. Ni siquiera entendía muy bien cómo había entrado en este mundo ni que era exactamente… ─ Ninguno de ellos – respondió Gabriella.


─ ¿Ninguno? – preguntó Cefas, sorprendido. ─ No. Él apenas entiende que hace aquí. Se coló en nuestro mundo cuando me seguía y…eso es todo. Le llevamos de vuelta a casa. El mago sabrá que hacer. Cefas dudó un segundo. ─ Por favor – suplicó Gabriella –, permíteme devolverle a casa. Cuando esté en su mundo jamás volverá aquí. No molestará a nadie. Sin embargo, la ignoró y se dirigió a mí. ─ ¿Qué te impulsó a seguir a Gabriella? ¿Su belleza? No serías el primero, así que no me sorprendería. Gabriella no le es indiferente a nadie. Dudé de si debía decir algo. Jamás le había contado a Gabriella porqué la seguí. Nadie me lo había preguntado y yo no era capaz de sacar el tema. Ella me miraba, curiosa. ─ No sé qué me pasó. Todo lo que puedo decir es que la seguí porque… me pareció hermosa. Todos callaron. Nadie dijo nada. Me daba miedo mirar a Gabriella y, a pesar de que me daba más miedo todavía, miré a Cefas. No parecía sorprendido. ─ Sí, Gabriella. La hermosa Gabriella. Una decepción para tu padre, ¿verdad? – sonrió, dirigiéndose a ella. Yo no entendía nada. Cefas atisbó la confusión en mi rostro y dijo: ─ Gabriella, hermosa y maldita. Sus padres querían casarla con un hombre rico para salir de la pobreza. Eran unos pobres campesinos…pero ella tenía otros planes. No quería aprender a coser, quería aprender a dominar el arte de la espada. No quería vestidos, quería pantalones y ropas cómodas para moverse libremente por el bosque. No quería pinturas ni polvos con los que maquillar su cara, quería saber cómo camuflarse. Su padre murió sintiéndose desgraciado por la hija que le había tocado y… ─ ¡Basta! – gritó Gabriella. Cefas sonrió complacido. Luego, su semblante se tornó serio. ─ Quiero luchar contra él ─ y me señaló con el dedo ─. No daré pie a nuevos rumores sobre el hecho de que alguien quiera quitarme de en medio. Me dijeron que eres buen espadachín. Lucha conmigo. ─ Ni siquiera ha tocado una espada. No sabe empuñarla. No tiene ni idea. ¡No sería una lucha justa! ¿Tan rastrero eres como para matar a un humano indefenso?


─ Querida – le contestó a Wizha –, lo hago continuamente. Aunque, hace tiempo que no lucho contra nadie. Ya no me divierte matar humanos como antes. Ahora, cuando corto a un humano en dos, cabeza y cuerpo, no siento esa satisfacción y adrenalina que sentía al principio. Simplemente siento que hago mi trabajo. ¿Acaso no recuerdas lo que le hice a tu hijo? Los secuaces se relamieron. Yo tragué saliva. Vi como a Wizha se le llenaban los ojos de lágrimas. ─ Vale. Dejo que os marchéis. Todos, excepto Quelthar parecieron relajarse. ─ Os daré unos días de ventaja. Luego, os seguiré persiguiendo. Y, por favor, enseñadle a luchar. Que no sea un inútil, que pueda defenderse cuando yo le ataque, aunque sea una sola vez. ─ Espera, eso no es… ─ No he prometido nada, ni he dicho en ningún momento que os fuera a dejar marchar libremente, ¿no? Dentro de un par de días, no dudes que te buscaré, Óscar. Eres humano y no puedo dejar que te vayas de rositas. Sería injusto para los humanos a los que ya he matado con anterioridad. ¿Qué podrías tener tú de especial para que te deje ir? Si de verdad los rumores de que quieres quedarte aquí son ciertos, no dudes de que si vuelves a tu mundo sin enfrentarte a mí, atravesaré la barrera, te seguiré el rastro y te mataré, no sin antes asesinar a todo aquel que ames para que sientas la culpa y sepas que tu muerte está próxima. En el caso de que no quieras saber nada sobre Gabriella y este mundo…te dejaré en paz. Ella sabe a qué me refiero exactamente y los demás también. Que te lo expliquen de camino a la guarida del viejo. Y se marcharon. Pasé días entrenando con la espada, por si la suerte no estaba de nuestra parte y Cefas me encontraba. Todos, excepto Gabriella, me daban consejos y me ayudaban a adiestrarme. Ella se limitaba a mirarme entrenar. Durante todos esos días no me dirigió la palabra y apenas me miró a los ojos una vez. Cuando le pregunté a Wizha al respecto me contó que Gabriella temía que Cefas me encontrara, pero que estaba decidida a no permitirme luchar si eso pasaba. Estaba dispuesta a atacar a Cefas aunque fuese la primera en acabar cortada y desangrada por la espada de éste. Aterrorizado, fui a hablar con ella. Desviaba su mirada y me contestaba, orgullosa y groseramente, que no era de mi incumbencia. Yo sabía que eso no era verdad. Todo esto era por mí y claro que me incumbía. No pude evitarlo, afloraron sentimientos en mí que jamás había tenido y la besé. Ella me miró sorprendida y su rostro duro e impenetrable de cualquier sentimiento pasó a ser vulnerable.


Y no llegaron a contarme aquello a lo que se refería Cefas. Aquello que todos sabían excepto yo. Cuando llegamos a casa del mago, lo entendí todo. El mismo día que recuperé este recuerdo, quedé con mis amigos en el bar de siempre por la tarde para tomar un café. Desde que habíamos empezado la universidad ya no estábamos tan unidos. Rosario, por supuesto, como uno más, no faltó a nuestro encuentro. Todos hablábamos sobre la universidad, los trabajos de clase, los compañeros, las juergas con éstos, los exámenes…nadie mencionaba ya nunca el nombre de Gabriella, y yo lo agradecía de corazón. Era el único momento en que me olvidaba de ella. Casi. Pero siempre seguía allí, su presencia. La sentía como si estuviese a mi lado. A veces, a Mateo se le escapaba decir algo que no debía, como si hubiera soltado una blasfemia, se callaba súbitamente y se tapaban la mano con la boca mientras los demás le reprochaban con la mirada. Yo simplemente me limitaba a sonreír y a decir que no tenía importancia, que estaba más que superado. Siempre las mismas respuestas estúpidas para fingir que no pasaba nada. Pero mis amigos me conocían lo suficiente como para saber que yo estaba sufriendo. Rosario estaba encantada con la partida de Gabriella. Su marcha suponía tener vía libre para conquistarme, aunque no interesado en ella. Sin embargo, ¿quién sabía? Gabriella no volvería a por mí y yo no sabía dónde buscarla. Estaba al noventa y nueve coma nueve, nueve, nueve por ciento de que jamás volveríamos a cruzarnos siquiera. Permanecería en el mundo oscuro, lejos de los humanos que ahora mismo, seguramente, odiaba sin excepción, y yo me encontraba en el número uno de su lista. Estaría llorando, furiosa, deseando atravesar un portal y venir a matarme. Tal vez tendría que aferrarme a Rosario igual que una sanguijuela se pega a tu piel para chuparte la sangre. Después de haber conocido a Gabriella ya no quería seguir con la vida de desenfreno de sexo y mujeres que había llevado antes: quería sentar la cabeza. ¿Por qué cuando nos enamoramos tenemos que ver las cosas distintas? ¿Les pasaría también esto a las mujeres? ¿Y a los hombres? ¿Les pasaba esto a todos los hombres o era yo el único bicho extraño e incomprendido que lo veía de esa manera? Los días y las semanas pasaban y así hasta un mes y medio desde el último sueño sobre el mundo oscuro. Mis sueños, estas últimas veces, habían sido sobre Rosario y Gabriella. Mis sueños me mostraban el futuro que podía vivir con Rosario, la chica guapísima, femenina y débil que me amaba sin condición alguna, aun sabiendo mi fama de ligón. Mientras dormía, una serie de imágenes recorrían mi mente. Graduado en la universidad. Compartiendo una casa hermosa con Rosario. Una espléndida boda donde ella era una princesa vestida de blanco raso y labios rosados y yo una persona importante en la vida con un exquisito esmoquin. Tumbados en la cama de nuestra noche de bodas. Arrodillado junto a ella para sentir como el fruto de nuestro amor daba pataditas desde la abultada barriga. Comprando juguetes y ropa de bebé. Jugando con mis hijos gemelos. Llevándoles al colegio. Echándoles broncas y sermones en su época de hormonas revolucionadas. Pagándoles la universidad. Viéndolos graduados. Casados y con


hijos después de haberse marchado de casa. Y a Rosario y a mí frente a una chimenea, con el pelo cubierto de canas y pasando tranquilos y felices nuestros últimos días. ¿Y qué sería de Gabriella mientras a mí me sucedía todo aquello? ¿La olvidaría algún día? Y la pregunta más importante: si hubiese creído a Gabriella en su momento: ¿cómo hubiese sido mi vida? Dejando la universidad a medias para luchar con Cefas en el mundo oscuro. Poniendo en peligro mi vida cada día, cada minuto, cada segundo; sin poder dormir nunca tranquilo por miedo a un ataque. Tendría problemas con mi familia, ya que mis padres, que estaban aliviados con la huida de Gabriella, la odiaban sin remedio. Querrían que me divorciara de ella. Eso en caso de que me casase, ya que no tenía muy claro si en su mundo se casaban o no. Y si me casaba y mis padres no la querían ni la aceptaban tendría que elegir o a ellos o a mi amor verdadero, o vivir dividido, soportando como unos y otros se criticarían tanto a la cara como a las espaldas. ¿Tendríamos hijos? No sabía si el mundo oscuro era un lugar adecuado para criar a un hijo. Si Cefas iba tras nosotros, Gabriella no podría luchar estando encinta. Y tendríamos desventaja. Tampoco sabía si Gabriella tenía instinto maternal. Seguramente Wizha la hubiese convencido o al menos lo hubiese intentado. Y con estas incertidumbres que jamás llegaría a resolver, me quedaba durmiendo cada noche, exhausto sólo de pensarlo; y al quedar plenamente inconsciente, los mismos miedos me invadían en mis oscuros pensamientos y pesadillas de película.


Capítulo 16

El tiempo corría de igual manera que el interior de un reloj de arena. Pasaron siete meses desde la marcha de Gabriella. Rosario me confesó oficialmente que me amaba y que quería ocupar el vacío que me había dejado Gabriella. Que ella jamás me abandonaría. Que permanecería a mi lado para siempre si yo deseaba. A ojos de todo el mundo, Gabriella me había abandonado por una tonta discusión. Sólo yo sabía que ése no era el caso ni de lejos. Semana tras semana Rosario y yo quedábamos juntos a solas. Íbamos al cine, cenábamos en el restaurante de siempre. Empezábamos a cogernos de la mano y a besarnos en público. No estaba siendo justo con ella. Yo amaba a Gabriella y, aunque sabía que jamás volvería a verla, también sabía que nadie podría nunca ocupar su lugar. Rosario poseía unos hermosos ojos azules, pero jamás me perdí en ese brillo intenso con que relucían los de Gabriella. Viviría hasta mi muerte con la culpa golpeándome el corazón y el alma por no haberla creído. Si hubiese sido así, en aquellos momentos en que caminaba tranquilamente con el corazón vacío cogido de la mano de Rosario, estaría luchando con Cefas y cualquier enemigo que intentase hacernos daño al lado de la mujer que amaba. Los recuerdos y los sueños seguían brotando como el agua cristalina de una catarata. Y si ya tenía claro que sabía que existía aquel mundo y aquellos personajes misteriosos y desconocidos para mí, con cada brote en mi mente lo creía todavía más. Como consecuencia, el dolor se agudizaba con más ímpetu y mi culpa era mayor y más fuerte.

─ Esto es como un videojuego. – dije al ver unos dinosaurios voladores. ─ ¡A este niño le hace falta golpearle con una piedra en la cabeza! – decía Gabriella detrás de mí. ─ No, que me vuelve tonto – contesté dolido. ─ Querrás decir que te vuelve más tonto de lo que ya eres de por sí. ─ ¡Eh! ─ ¿Hacemos la prueba? ─ Ya sé que te mueres por pegarme, pero no inventes excusas. Tu idea no soluciona los problemas. ─ O sí.


Ese había un pedazo de otro de mis recuerdos escondidos. Estaba claro que antes de enamorarnos, Gabriella me había odiado. Más de lo que yo la había odiado a ella cuando creía que era una secuestradora. No me soportaba porque la había puesto en peligro a ella y a sus amigos. Se estaban arriesgando por mí. Para protegerme. En ese recuerdo todavía no habíamos encontrado a Cefas porque recordaba, aunque de manera confusa, una parte en la que una chica llamada Zimbarella discutía que rutas debíamos tomar para no encontrarnos con él, ya que eran más seguras. También recordaba que durante el viaje, nos encontramos una pequeña tribu y a una mujer que estaba a punto de dar a luz. Unos seres extraños de ojos azules y gigantescos para su diminuta estatura. Wizha, tan maternal como siempre, había ayudado en el parto. Salió para enseñarnos a la niña que acababa de nacer. No se parecía en nada a los niños humanos, evidentemente. También tenía los ojos azules enormes. Cuando quise acariciarla para ver que tacto tenía su piel rugosa abrió una boca llena de puntiagudos y afilados dientes que se antojaban colmillos como los de los vampiros de las películas y las series de televisión. Además, esta tribu hablaba una lengua extraña y no entendí ni una palabra.

─ ¿Qué demonios era eso? – le susurré a Gabriella, que seguía odiándome. ─ Una niña – contestó confusa, como si fuera evidente. ─ Eso no era una niña. Bueno, puede, pero cómo las que salen en las películas de exorcistas. ─ No sé qué es un exorcista, pero ha sonado despectivo. Me desperté bañado en un mar de sudores y temblores provocados por nuevos recuerdos brotados de mi mente. ¿Gabriella hubiese sido capaz de pegarme con una piedra? Me reí. No sabía porqué, pero me reí. ─ ¿Qué es lo que te hace tanta gracia? – susurró una voz femenina en la oscuridad. ─ ¿Gabriella? Me pareció su voz. ¿Había vuelto a por mí? ¡No podía creerlo! Necesité preguntar nuevamente. Necesita que aquella voz volver a aparecer y saber que no estaba soñando. ─ Gabriella, ¿eres tú? Encendí el flexo de mi mesilla y contemplé desilusionado dos figuras de pie en mi habitación. Una correspondía a Wizha, cuya voz había confundido con la de Gabriella. Probablemente por culpa de mi estado grogui. ─ Este chico alucina – dijo el hombre que jamás me había dicho su nombre, pero reconocí gracias a mis sueños que se llamaba Quelthar.


─ ¿Wizha? ¿Quelthar? ¿Qué hacéis aquí? ─ ¡Venir a buscarte! ¿Tú que crees? – preguntó retóricamente Wizha ─. Tienes que ayudarnos, te necesitamos. Gabriella se ha unido a Cefas. ─ ¿Qué? ¡No puede! – sus caras me mostraban que iban a convencerme para ir tras ella. ─ No debería haber hecho eso y te necesitamos urgentemente antes de que cometa una estupidez. ¿Cómo te sientes sin ella, por cierto? – preguntó con picardía. Era muy típico en Wizha preguntarnos a todos sobre nuestros sentimientos y pensamientos. Muchos abrían su corazón hacia ella, ya que solía dar unos excelentes consejos. ─ Pues… Jamás había expresado en voz alta mis sentimientos por Gabriella. Bueno, en general, nunca había expresado mis sentimientos. Desde aquella discusión en su piso – ya ocupado por otras personas – me sentía más afligido que nunca. No había superado la marcha de Gabriella a pesar de haber sido yo el causante. Mi situación era más patética y triste que en los cuatro años transcurridos entre mi primera visita al mundo oscuro hasta el abandono de Gabriella. ─ Dime, ¿te sientes mejor sin ella? – me presionó. Me llevó un minuto responder a la pregunta. Pero cuando contesté, lo hice con sinceridad. ─ No – admití al fin. Wizha, nuevamente como una madre, se sentó junto a mí en la cama y me acurrucó junto a ella, permitiendo que apoyara mi cabeza en su pecho. Era extraño porque sólo le había visto una vez y a Quelthar igual, pero sabía que podía confiar en ellos gracias a mis nuevos recuerdos. ─ ¿Qué es lo que te ronda por la mente en estos momentos? ─ Yo pensaba que Gabriella me había secuestrado. No fui capaz de creerla, ¡otro mundo paralelo al nuestro! Cuando descubrí que estaba relacionada con mi desaparición, creí que ella me sedujo para obligarla a quererla. Creía que el sentimiento y los deja vu eran sólo parte de su juego. Creía que me obligaba para no querer a nadie más, y que una vez que me dejara romper su promesa yo sería libre y que mi corazón no estaría atado al suyo y podría amar a quien yo quisiera. Rosario es perfecta, pero sigo enamorado de Gabriella. ¡Me equivoqué y estoy listo para asumir las consecuencias si consigo recuperarla! ─ ¿Y qué esperabas? – preguntó Wizha tranquila.


─ ¿Eh? ─ Nadie puede obligarte a amar a una persona, Óscar. O a dejar de quererla. Pueden bloquearte tus recuerdos, pero no se pueden forzar los sentimientos. ¿Te acuerdas de cuándo naciste? ─ No – contesté confundido. ─ ¿De cuándo te daban el biberón tus padres? ¿O de cuando te cambiaban el pañal? ─ No. ─ ¿Te acuerdas de todas las chicas a las que has besado? ¿De todos los amigos que has tenido? ¿De todas las fiestas a las que has ido? ¿De todas las veces que has llorado? ¿O reído? ─ No – suspiré. ─ Pero, sin embargo, tampoco recuerdas en qué momento comenzaste a querer a tus padres, pero sabes que siempre han estado en tu corazón. ¿Entiendes lo que te quiero decir? ─ Perfectamente. ─ Con magia o sin ella muchos recuerdos acabarán abandonados en algún rincón de tu mente. Un recuerdo jamás se escapará de tu memoria, puede que no lo tengas presente en un tiempo o que no lo recuperes jamás, pero seguirá ahí, deseando salir a la superficie. Lo que realmente nunca podría acabar abandonado son tus sentimientos. Eso sí que lo tendrás siempre presente. Ni yo mismo me esperaba la reacción que tendría ante aquellas palabras. Como un niño pequeño, me eché a llorar con fuerza y Wizha me apretó todavía más contra su pecho. Quelthar me miraba atónito, sin dar crédito. Pasé un largo rato acurrucado en el regazo y el pecho de Wizha. Tenía razón: era como una segunda madre para mí. La llantina se me había pasado casi al mismo empezar, pero no había tenido fuerzas para levantarme y erguir la cabeza con orgullo. Seguramente tendría que volver a recuperar esas fuerzas si partíamos hacia el mundo oscuro para salvar a Gabriella del maldito destino que ella misma se había forjado por mi culpa. Tendría que aprender a pelear y a usar las armas. Gabriella había sido astuta: me había enseñado bastante y no tendría que empezar desde cero. Como si me leyese la mente, Quelthar, el hombre cuyo nombre nunca había sabido y que recuperé gracias a los brotes de mi mente musitó: ─ Vas a tener que recuperar los conocimientos y la destreza que adquiriste con las armas en tu primera visita al mundo oscuro – Wizha y yo nos miramos el uno al otro, era sólo la segunda vez en toda la noche que Quelthar hablaba. Casi se me había olvidado que estaba en mi habitación.


─ Por fin has hablado – y sonrió, tímidamente. No quería desaparecer de nuevo. No sin rastro. Les dije a mis padres que me iría de viaje una semana con mis compañeros de clase. Hice unas maletas que no me valdrían para nada y que tendría que esconder de algún lugar lejos de casa para no levantar sospechas. Me despedí cariñosamente de todos, no sabiendo al cien por cien si volvería a verles. ─ Nunca te llegué a decir mi nombre – me preguntó Quelthar ─ ¿Cómo lo sabías? Porque al entrar en tu habitación, mencionaste los nombres de ambos. ─ Lo sé porque mis recuerdos sobre el mundo oscuro han seguido brotando después de que Gabriella se fuera. ─ Dejaros de charlas y démonos prisa. El mago nos dijo que hoy abriría el portal y que sólo permanecería abierto quince minutos. Evidentemente, recordaba de mis sueños que el mago era el único que podía controlar los agujeros de los portales. Los portales se abrían y cerraban de forma natural, pero él también tenía poder para ello cuando quisiera. El gran portal se agrandaba majestuoso sobre una enorme pared a las afueras, lejos de la población. Además, al ser de noche, no pasaba ni un alma por allí. Era colosal e inmenso. No sabría describirlo a la perfección, pero mezclaba en él unos tonos muy oscuros como el negro y otros en grisáceo. Arrastraba un pequeño remolino de aire, hojas secas y otros materiales diminutos a lo largo de todo su borde. No me di cuenta de mis rodillas habían empezado a temblar y con ellas, todo mi cuerpo se estremecía de pánico y terror. E incertidumbre. Quelthar corrió hacia el portal y Wizha me cogió de la mano y yo la seguí adentro.



Capítulo 17

─ Allí está la casa del mago – gritó Elzik. ¡Gracias a Dios! La casa del mago se levantaba sobre una majestuosa montaña de hierba morada y musgo carmesí. ─ ¡Bien! ─ grité yo ─ ¡Por fin voy a volver a casa después de tanto tiempo! – salí corriendo, pero me paré en seco. Me di la vuelta. Gabriella me miraba con expresión triste. Rápidamente, sonrió, sin mucha alegría ─. ¿Tú no te alegras? ─ Tienes buenos motivos para ser feliz, Óscar – susurró, todavía triste – ahora todo será como antes, como si yo no hubiese aparecido en tu vida. ─ Eso no es verdad. Que tú pertenezcas a un mundo y yo a otro no significa nada. Podemos atravesar los portales para seguirnos viendo. Pero ella no me contestó. Bajó la cabeza y siguió caminando hasta alcanzarme. El resto del poco camino que nos quedaba por recorrer transcurrió completamente callada. Los demás seguían varios pasos por delante de nosotros, hablando sobre una posible visita al mundo real. Le cogí de la mano y ella me sonrió de nuevo de una forma amarga. Después, sin soltarse de mi mano, se puso seria y triste otra vez. No entendía porque Gabriella estaba tan apenada y no lo soportaba. Yo la quería aunque viviésemos en mundos distintos, podríamos vernos siempre que quisiéramos gracias al mago, que podría abrir los portales de un mundo y de otro. Estaba enamorado de ella a pesar de tener tan solo catorce años. Gabriella era mi primer amor. Era la única chica por la que había sentido algo más que amistad. Nunca la olvidaría, ¿lo decía porque éramos demasiado jóvenes? Yo solo era un año menor que ella, pero eso no me impedía amarla. Para mí, Gabriella era un ángel, mi ángel de ojos azules en un peligroso mundo lleno de criaturas extrañas para mí. Mi ángel protector. Mi ángel del mundo oscuro. Cuando llegamos a casa del mago, éste nos recibió con los brazos abiertos. Se alegró de ver a Gabriella, y ésta pareció recuperar el ánimo. ─ ¡Me alegro tanto de que hayáis llegado sin cruzaros otra vez con Cefas! ¿Cómo sabía él eso? ¿Quién se lo había dicho? ¿La gente que contaba los rumores? ─ Lo sé porque soy mago – me dijo.


─ ¿También lees los pensamientos? – el mago soltó una sonora carcajada. ─ No, pero sé leer la expresión del rostro. También sé que te llamas Óscar y que te colaste en nuestro mundo persiguiendo a la hermosa Gabriella. Los rumores vuelan. ─ Él lo sabe todo acerca de este mundo – me dijo Elzik, maravillado. ─ Ay, Óscar. ¿Tienes idea del revuelo que has montado en tu mundo? Tu familia, tus amigos, tus vecinos, tus conocidos. Aunque no me extraña que te quedaras maravillado por la belleza de Gabriella, todos lo hemos hecho alguna vez – entonces se dirigió a ella ─: ¿Estás lista para despedirte de Óscar? Ella se encontraba de espaldas a mí y, cuando se dio la vuelta, contemplé cómo las lágrimas le rodaban por las mejillas. Tenía los ojos nublados y vidriosos. ─ No llores. Lo ángeles no lloran. Gabriella, esto no será para siempre. Volverás a mi mundo, ¿verdad? O yo puedo volver aquí – pero mi ángel no contestó a mi pregunta. Se limitó a correr hacia mí y abrazarme muy fuerte. Tanto, que casi me tira al suelo –. ¿Qué ocurre? ¿Hay algo que deba saber? ─ Por supuesto – me respondió el mago con el rostro ensombrecido –. Óscar, esto es un poco complicado, así que, atento a lo que te voy a explicar ahora. Un humano que sepa de la existencia de nuestro mundo y que no vaya a permanecer en él deberá ser devuelto al mundo real sin los recuerdos que tenga de éste. ─ Pero… ─ Óscar, me veo en la obligación, por mucho que me duela, de cubrir tus recuerdos con magia para que no te acuerdes de nada ni nadie que tenga que ver con el mundo oscuro. ─ Entonces… – la sangre huyó de mi cara y miré a Gabriella con ojos aterrorizados y ella a mí, todavía abrazándome. ─ Me olvidarás – susurró, casi sin voz. Solté a Gabriella de mis brazos dulcemente y me acerqué al mago –. ¿No volveré a ver la nunca? ¿Nos olvidaremos? Es decir, yo la olvidaré… ¿tendrá ella que sufrir recordándome sin que yo ni siquiera sepa que existe? ─ ¿Comprendes ahora porque un humano no puede entrar en nuestro mundo? De forma positiva o negativa, estas acciones humanas crean dolor en nuestro mundo para aquellos que han tenido algún tipo de relación. Precisamente Cefas detesta a los humano y creó la banda de la que forma parte con el resto de súbditos.


─ ¿No puedo hacer nada? El mago dudó ante mis palabras y se quedó pensativo durante un instante. ─ Tal vez. Si haces una promesa, cuando seas mayor de edad en tu mundo, Gabriella podría ir a buscarte. ─ ¿Por qué cuando sea mayor de edad y no antes? ─ Porque cuando seas mayor de edad en tu mundo tendrás más libertad, más responsabilidad, se te dará capacidad para pensar por ti mismo y serás independiente. No serás responsabilidad de tus padres. ─ ¿Cómo sabes todo eso del mundo real? ─ Él lo sabe todo – repitió Elzik. ─ La magia de tus recuerdos – prosiguió – brotará poco a poco después de encontrar a Gabriella, o incluso antes. Si no es así, siempre puedes volver a mi casa para que yo libere tus recuerdos. ¿Lo entiendes? ─ Creo que sí. ─ Óscar, tendrás que asumir unas consecuencias. Si de verdad quieres pasar a pertenecer al mundo oscuro, no podrás librarte de Cefas. Acabarás luchando con él si así lo decides. ─ Pero estaré con Gabriella. Eso es lo único que me importa. Prometo amar a Gabriella siempre y para siempre y permanecer a su lado el resto de mis días. Gabriella me abrazó. ─ Y yo prometo ir a buscarte el día de tu dieciocho cumpleaños. ─ ¿Qué pasa si Cefas se entera de que quiero volver? ¿Me perseguirá a mi mundo? ─ Yo te protegeré. Aunque tú no me recuerdes estaré ahí, cuidándote. Lo prometo. ─ Y yo te ayudaré – dijo Wizha. ─ Y yo – dijo Quelthar. ─ Me gustaría poder tener todo esto presente. Una nota, una foto…algo. ─ ¿Un colgante y una cadena? – me preguntó el mago.


Cuando asentí cogió una piedra, la cubrió entre sus manos y, tras murmurar algo, una luz proveniente de ella pareció refulgir. Al abrir las manos, una cadena de oro y un colgante aparecieron. Y con ellas, una inscripción que me marcaría durante los siguientes cuatro años sin saberlo en aquel instante: “Una promesa que no romperé. Z”. Y en su reverso: “Regresaré cuando cumplas dieciocho años”. Después, el mago abrió un portal sobre la pared, exactamente con la misma apariencia que tenía aquel por el que me había introducido cuando perseguí hipnotizado a Gabriella. Adelanté un pie, miré hacia atrás, a Gabriella, le susurré sin palabras que la amaba y me adentré en el portal.


Capítulo 18

Durante el viaje, Quelthar me seguía entrenando, aunque por suerte todavía recordaba las lecciones de Gabriella. Por aquel motivo había insistido en enseñarme a luchar cuerpo a cuerpo o con un arma. Ella se había propuesto, no sólo hacerme recordar la vida que podría ganar al estar junto a ella, sino que quería que tuviese conocimientos y experiencia para encajar en su mundo y poder enfrentarme al peligro. Para hacer frente a Cefas. Mediante más y más sueños y, más tarde, a numerosos grandes reencuentros, seguí conociendo y reconociendo a personas que había conocido en mi primer e involuntario viaje. Recordaba cómo les había conocido, como habían arriesgado sus vidas por llevarme de vuelta a casa en aquellos días que yo fui un ignorante y no comprendía el peligro en que estaba su propio ser y el miedo de algunos al entender que yo era el humano buscado por el mayor dictador de la historia en cualquier lugar. Sus métodos de tortura eran crueles e inimaginables, podía cortarte miembro a miembro hasta morir desangrado, no sin antes haberte sacado información de tu pequeña, insignificante y maltratada mente. Uno de mis mejores amigos había sido Elzik. Había sido amable y generoso conmigo durante mi primera estancia. Físicamente se parecía a mí, era rubio y de ojos azules. Recordaba las burlas de algunos compañeros de viaje, apodándole casi siempre “cabeza de chorlito”, “cara de susto” o “cabeza de serrín”. Lo cierto es que Elzik era un chico muy feliz que siempre andaba sonriendo cuando viajaba a su propio mundo privado dentro de su mente y se le veía suspirar y reírse sin motivo aparente. Era muy expresivo y quedaba maravillado con cualquier insípida e insignificante cosa. Me contó entre susurros una vez que Gabriella y yo hacíamos buena pareja cuando ella todavía me odiaba. Hasta mucho tiempo después no supe que ella realmente se sentía culpable por todo aquel desastre formado únicamente por culpa mía, al menos eso me decía otro chico, cuyo nombre jamás recordé que hubiera mencionado. Quizá creía que tendría que haber sido más cuidadosa cuando entró al portal, haber vigilado cautelosamente que nadie la viera entrar, que nadie la seguiría hacia su mundo. Cuando se lo conté a Wizha había estado de acuerdo con aquella teoría. Así que Gabriella no me odiaba, simplemente se odiaba a sí misma: se sentía culpable, por ello me trataba de aquella forma que yo odiaba: con hostilidad, distante, sin dirigirme apenas la palabra, sólo en situaciones en que me mandaba callar cuando nos ocultábamos ante posibles aliados de Cefas. O cuando estaba harta de mis estúpidos chistes, con los que me gané, sobretodo, a Elzik.

─ ¿Son chistes de humanos? – me preguntó Elzik, todavía riéndose por el anterior.


─ Sí, lo son – dije en una ocasión ─. Pero no consigo hacer sonreír a Gabriella. ─ Intento que no te maten – me espetó, dirigiéndome una mirada hostil. Se me heló la sangre. ─ Cuando Gabriella me mira tiemblo como un flan – le susurré a Elzik para que sólo él pudiera escucharme. ─ Me gustan los flanes – murmuró relamiéndose.. No pude menos que reír. - En mi casa siempre hay flanes. Es un postre que no puede faltar, ¡como el chocolate! Quelthar me contó en una ocasión que Gabriella era una mujer de honor, leal y comprometida con sus principios. Pero siempre había luchado y vivido por libre. Jamás había pedido ayuda en su vida, únicamente aquella vez porque sintió que no podía rescatarme ella sola. Era una aventura en la que no estaba dispuesta a arriesgarse sin pedir ayuda, por mi bien, no por el suyo. Cuando volví a la cueva aquellos recuerdos aparecieron con más fuerza y no me parecieron para nada simples sueños. Pero fue en las aguas termales de El Lago Profundo, donde recordé el momento más dulce que había sucedido entre nosotros. Nuestra primera vez. Estando en su piso le había preguntado si alguna vez había intimado con un hombre además de conmigo. En ese momento, comprendí la respuesta: No. Su primera vez, esa que en mi mente había ansiado que me perteneciera, había sido mía. Y ahora la recordaba por fin. La primera vez de ambos.

Los hombres fueron a bañarse con los hombres y las mujeres con las mujeres. Le pregunté a Wizha porqué motivo se había metido Gabriella sola en un agua termal y ella me dijo que probablemente para reflexionar. No solía mostrar sus sentimientos y ahora podía aprovechar la ocasión perfecta para desahogarse. Me deseó que me gustaran las aguas termales y entró con el resto de mujeres. Elzik me pidió que nos diéramos prisa y le animé a que se adelantara, alegando que yo iría después. Pero no le seguí. Me dirigí hacia el agua termal donde sabía que se encontraba Gabriella. Probablemente ya estaría en el agua, calentita, desnuda… ─ Tiene que ser muy hermosa – susurré para mí mismo sabiendo que nadie me oía. Supongo que fue ése el motivo el que me impulsó hacia ella, sabiendo que cuando me viese probablemente me gritaría, avergonzada, que me fuera, y que estaría todavía más cabreada conmigo. Pero aun así no me paré. Llegué a dónde estaba ella y me miró sorprendida. Su tez blanca como la nieve se coloreó al verme allí y bajó la mirada. Pasó un minuto y yo seguí de pie, observándola. No podía verla


entera, solo hasta los hombros, y eso me hizo sentir frustrado. No sabía si irme, porque ella tampoco me lo había ordenado, pero lo hubiera hecho si ése hubiese sido su deseo. ─ ¿Qué haces ahí todavía? – me preguntó incómoda. No dije nada. Me di la vuelta e hice ademán de marcharme, pero ella me espetó con reproche: ─ ¿A dónde vas? ─ Me sentí confundido. Ante mi cara, prosiguió ─: Ven aquí conmigo. Hice lo que me pidió. Antes de meterme al agua, me desnudé lentamente, sin apartar los ojos de ella. Y ella no apartó la mirada ni un segundo mientras me desnudaba, me contemplaba también. Me sentí cohibido. Recorrió cada centímetro de mi cuerpo con la mirada y sonrió complacida. Me ardían las mejillas. En cuanto me sumergí ella me abrazó y besó. Aquel había sido nuestro segundo beso. Comenzó a acariciarme la espalda con las manos y a apretarse contra mi cuerpo. Saltaban chispas. ─ Me gustaría preguntarte algo, pero tal vez sea demasiado íntimo ─ vacilé. ─ Nunca – respondió, adivinando mi pregunta no formulada. ─ ¿Y? ─ ¿Para eso has venido, no? ─ En realidad, no. Sólo había venido a verte, porque yo tampoco…jamás. ─ Pues, aún así, te irás con mucho más. Me besó apasionadamente y yo la agarré por la cintura. Cuando la sentí mía profirió un pequeño gemido. Instantáneamente, descubrí que me amaba igual que yo la amaba a ella. Era mi compañera perfecta. A pesar de no estar a salvo, me había defendido de Cefas, había sido herida por mi culpa. Confirmé mi teoría de que no me odiaba, que había estado preocupada por mí y por los demás, simplemente. Se había comportado como un ángel guardián, un ángel de alas negras. Mi ángel.


Capítulo 19

Cuando Quelthar me llamó para proseguir el camino para encontrar a Gabriella, me miró extrañado. Intuyó que había tenido un buen sueño, ya que, incluso antes de despertarme, había estado sonriendo. Quelthar me hizo un corte en la mejilla mientras peleábamos. Wizha, la mujer más maternal que había conocido en la vida, se encargaba de que a ninguno nos faltara de nada. Se preocupaba de todos y cada uno de nosotros. Un grupo que empezaba a ser numeroso. No conocíamos a muchas personas de las que decidían unirse a nosotros, pero Wizha les cuidaba y atendía de la misma forma que a cualquiera de los demás; actuaba de forma desinteresada. Muchos de ellos me miraban escépticos, con un brillo especial en los ojos; no podría decir si era miedo o curiosidad. ¿Qué imagen tenían de los humanos en este mundo? Cefas odiaba a los humanos, pero nadie alcanzaba a entender el motivo. Cabía la posibilidad de que se dejara llevar por sus prejuicios. Tal vez fuera el nuevo Hitler del mundo oscuro, y en vez de odiar a los judíos, detestaba los humanos. No lo entendía en absoluto, ya que aún no lograba entender completamente las leyes o funcionamientos de este mundo oscuro. Existía una leyenda que decía que Cefas había sido un romántico, pero un amor envenenado alimentado del rechazo de una mujer humana por ser de este extraño mundo, acabó con toda buena fe y amabilidad que podía poseer. Y fue ese frustrado desamor lo que le llevó a actuar de aquella forma déspota y cruel, llegando no sólo a odiarlos a ellos, sino a cualquier ciudadano del mundo oscuro que les ayudara o protegiera. Casi cinco años habían pasado desde la última vez que había estado en aquella cueva. Aquella noche plagada de estrellas, Gabriella dormía recostada sobre mi regazo, mientras descansábamos de nuestra escurridiza huida de Cefas. Me desperté en sudores pensando en aquello. Me pregunté qué estaría haciendo en aquellos momentos al lado de mi enemigo, el cual a estas alturas ya se habría enterado de mi presencia y estaría buscándome por cada rincón para matarme. Rickpa, uno de los nuevos, era el encargado de hacer la guardia en el momento en que me desperté. ─ ¿A dónde vas? – me preguntó sorprendido. ─ Necesito dar una vuelta ─ contesté, agobiado. ─ ¿Cómo vas a bajar? No creo que ninguno de los que poseen alas quiera bajarte. Están todos durmiendo.


─ Prometo que no llegaré hasta abajo, daré una vuelta por el camino que rodea la cueva. Necesito despejarme. El muchacho se encogió de hombros. ─ No me importa siempre y cuando no te mates. Si te pasa algo la culpa será mía. Le dirigí una mirada sombría, sin embargo él se limitó a encogerse nuevamente de hombros. Comencé a caminar hasta llegar a recorrerlo entero, desobedeciendo mi promesa. No me importaba si estaba en peligro. Llevaba mi espada colgada. Quelthar me la había devuelto, ya que todos estos años fue él mismo el que se la quedó, siendo su guardián. Según él, había sido un regalo de Gabriella hace cuatro años, cuando por fin ambos habíamos adivinado con certeza que nos amábamos. Era una espada hermosa, de empuñadura roja y con exquisitos grabados en el acero.

Se acercó a mí dando pequeños saltitos de bailarina y se posó a mi lado, en el suelo. Sus movimientos eran algo exagerados y eso únicamente ocurría cuando ocultaba algo. Pero Gabriella sonreía, así que no podría ser nada malo. Ladeé un poco la cabeza y la miré con los ojos llenos de interrogantes. Escondía sus manos detrás de la espalda y, entre ellas, un pañuelo morado, para variar. Sin decir una sola palabra, me vendó lo ojos y me pidió que confiara en ella. Claro que confiaba en ella, siempre lo haría. Entonces, me agarró con firmeza de un brazo para ayudarme a levantarme y comenzamos a andar con cautela. Bueno, al menos el que andaba con cuidado era yo; Gabriella se limitaba a ser la guía. Me mantuve prudente durante todo el trayecto a ciegas hasta que me hizo sentarme sobre una piedra. Acto seguido, me animó a que me quitase la venda. Cuando lo hice, contemplé frente a mí una ostentosa espada de empuñadura roja. Al principio, no supe que decir, hasta que ella movió las manos, en señal de que podía cogerla. Luego, pronunció las palabras mágicas que estaba esperando oír de sus labios: - Es para ti, un regalo. Inmediatamente, me explicó que había pertenecido a su padre, antes de que éste muriera. A pesar de que Gabriella no había sido la hija que esperaban, su padre la amaba y su legado había sido aquella espada. Gabriella me habría regalado la espada porque, de una forma u otra, era también parte de ella. Ella pensaba que cuando yo volviera a mi mundo, ya no regresaría al suyo. En ese caso, la espada volvería a ser de ella. En el caso de que me quedara (cosa que ni ella ni nadie esperaba), al estar junto a ella, la espada formaría parte de su vida, aunque fuera a través de mí Sin embargo, no entendía el motivo por el cual era Quelthar el que se había encargado de guardarla durante todos aquellos años si pertenecía a Gabriella. A pesar de todo, no me importaba, Quelthar era una persona de confianza y la espada se había quedado en manos de un amigo.


Simplemente quería dar una vuelta. Me sentía demasiado protegido. Recorrí varios metros y me paré junto a uno de los árboles llorones con frutos brillantes. Cuando había visto los cuadros de Gabriella, me había reído de ellos. Había bromeado con el hecho hipotético de que alguien había metido bombillas dentro de aquellos frutos y por aquel motivo brillaban. Pero ahora que todos aquellos pensamientos sobre el mundo oscuro arrebatados volvían a mí, recordé de nuevo su textura, recordé que me gustaban, sin embargo no me ocurría lo mismo con el sabor. Sólo necesitaba probarlo para que su recuerdo volviera a mí. ─ ¿Qué demonios haces aquí? ─ preguntó una indignada voz. Aquel reproche me resultó tan familiar… ─ ¿Gabriella?



Capítulo 20

Gabriella se encontraba plantada frente de mí como una diosa de la belleza, mientras me miraba con los ojos dilatados por la sorpresa. La vi temblar. Estaba claro que no esperaba verme ni lo deseaba. Por otro lado, yo no podía creerme que la tuviera delante, que estuviera viéndola de nuevo. Mi mente se quedó en blanco, bloqueada. No sabía que decir ni que hacer. Abrazarla, besarla, decirle hola, echar a correr… ─ ¿Gabriella? ─ A pesar de que tú no ibas a volver, Cefas quería darte caza por tu mundo. Estaba muy enfadado por lo que me has hecho y he tenido que convencerle para que no lo hiciera. Si te ve aquí, no dudes que querrá matarte. ─ ¡A eso he venido, Gabriella! A enfrentarme a él. Lucharé, no me importa. Llevo mucho tiempo entrenándome. ¡Necesito recuperarte! ¡He sido un imbécil! ─ ¿Por mí? ¡Lárgate, Óscar! Te cegó la idea de que yo era una secuestradora. ─ Lo siento. Siento haber pensado así. Te amo, Gabriella. Siento no haberme dado cuenta antes. ─ ¡No juegues conmigo! – dijo ella llena de resentimiento –. Yo no soy como esas cabezas huecas que se mueren por perder su autoestima por una noche de pasión. ─ Lo sé, sé que no eres como ellas. Eres distinta a las demás, por eso me gustas. Siempre me has gustado, desde que te conocí…o sea, cuando te conocí la segunda vez…, aunque también cuando te conocí la primera….Mira, me estoy haciendo un lío, pero tú me entiendes, ¿verdad? ─ No sé… ─ Gabriella, he recuperado casi todos mis recuerdos. Por favor, perdóname. Clavé las rodillas en el suelo. Quería recuperarla a toda costa. ─ Por favor, no te unas a Cefas. Tú eres buena, no serías capaz de matar a nadie. Con él tendrías que matar a los humanos que se cuelan en vuestro mundo y tú no serías capaz de eso. Estás llena de rencor hacia mí y lo entiendo. Nadie merece lo que yo te he hecho, pero no por ello otras personas deben pagar por mis errores. Si me perdonas, te juro que jamás permitiré que nos separemos.


Unas palmadas lentas, a modo de aplauso, sonaron a mi espalda. Gabriella bajó la cabeza, vencida. ─ ¡Qué romántico! – exclamó Cefas, sarcástico, mientras me daba la vuelta – : Qué bonito es el amor. Por primera vez desde mi vuelta, le conocí en persona a través de mis nuevos recuerdos. ─ ¿Has vuelto para robarme a mi prometida? ─ ¿Prometida? ─ pregunté, atónito. ─ Gabriella va a casarse conmigo, ¿no te lo ha dicho? ─ ¡NO! ─ gritó, furioso. ─ Sí, ella sabe lo que le conviene. Casarse con el hombre más poderoso de este mundo...es una oferta maravillosa. No soy imbécil, sé que no está enamorada, tampoco yo…pero su rencor hacia ti es una bonita muestra de que me obedecerá. Formaremos un buen equipo. Me ayudará a eliminar a cualquier enemigo, sea humano o no. Por cierto, me alegro de verte de nuevo Óscar. Hace tanto tiempo que ni me acuerdo. ─ Casi cinco años. Me estaba cambiando de tema. No se lo iba a permitir. ─ No puedes casarte con él – bajé la cabeza resignado, con lágrimas en los ojos y dirigiéndome a Gabriella. ─ Puede y lo hará. Gracias a ti. Qué ironía, ¿verdad? Y sin llamarlo ni desearlo, el flash de otro recuerdo vino a mi mente.

─ Gabriella es una mujer encantadora. La gente siempre la ha apodado “la hermosa Gabriella”. Es una calificación que le viene como anillo al dedo. – me decía Kuyr, una mujer de pelo moreno y ojos del color del chocolate. ─ Lo sé. ¿La conoces desde hace mucho tiempo? ─ Desde pequeña. Es perfectamente compresible que la siguieras. Ella tiene ese efecto en los hombres. Ella es toda valentía envuelta en luz y color. Su padre quería casarla con un hombre rico, pero ella siempre ha esperado a su amor verdadero. Puede que seas tú. Creo que ella quería cumplir la voluntad de su padre, pero a su manera. Su madre la perdonó antes de morir. Gabriella le prometió que algún día se casaría. Deduzco que ella quiere cumplir esa promesa, no es de las que faltan a su palabra. Querrá una boda, seguro.


─ ¿Son muy distintas las bodas humanas de las de aquí? Jamás he visto una en el mundo oscuro. ─ Depende. Las vestimentas son muy distintas, por ejemplo. Sobre todo, la de los hombres. El vestido de la mujer también es blanco, pero más sencillo y con flores. Además, la mujer debe llevar una corona de flores en vez de un ramo y ambos contrayentes deben ir descalzos. ─ Quiero saber más. ─ Es tarde, debes dormir. Es probable que en unos pocos días lleguemos a casa del mago. ─ De acuerdo. Pero querré saber más. Entonces, Kuyr se acurrucó en su cama improvisada y yo me fui a dormir con Gabriella, al otro lado de aquella diminuta cueva en que nos encontrábamos aquella vez. ─ ¿Quieres una boda, Gabriella? ¡Pues cásate conmigo! – grité, desesperado por recuperarla. Cefas rompió a reír. Era una sonrisa arrogante e infantil. De veras mi idea le había hecho gracia. Me sentí impotente. ─ Óscar, esto es serio. ¡Lárgate! – exclamó Gabriella, nerviosa. ─ ¡Nooo, déjalo que se quede! ¿Te apetece ser el padrino? ─ ¡Te mataré! – rugí de furia. ─ Uh… ─ Te mataré si así consigo que Gabriella regrese a mi lado. No voy a perder sin luchar la única oportunidad que me queda para ser feliz. Querías combatir contra mí, ¿no, Cefas? Pues lucha conmigo…a MUERTE, como tú querías. Quien sobreviva se queda con Gabriella. ─ ¡Óscar, cállate! ¡Por favor, lárgate! ¡Cefas, deja que se vaya! Sin embargo, tanto Cefas como yo la ignoramos. ─ ¿Crees que esto es como un cuento? – preguntó Cefas –: El caballero, honesto y valiente, que lucha contra el malvado que tiene prisionera a una princesa y debe rescatarla y matar al malo para que el final acabe bien con un “y vivieron felices y comieron perdices”. Esto no es un cuento, ni una película, Óscar, esto es real. No puedes hacerte el héroe, porque no lo eres. Y para derrotar al malo no te vale ser honesto y valiente, también tienes que tener agilidad, fuerza e inteligencia. Y de ésas careces. Soy más poderoso que tú, estás en mi mundo, mi territorio… ¿de verdad crees que tienes alguna posibilidad de matarme, Óscar?


─ Lo creo.

***

No sé muy bien que pasó a continuación. La risa de Cefas se convirtió en cero coma cero en un semblante serio mientras desenvainaba su espada. A continuación, comenzó a correr en mi dirección. Sentí un dolor punzante en la cabeza y mi mente me mostró con claridad una imagen en la cual yo caía rendido y sin fuerzas al suelo. Mis piernas no me respondían cuando les pedí que me levantasen. Quería estar de pie para atacar. Pero ningún miembro de mi cuerpo parecía escucharme. Mi visión se había vuelto roja por la sangre que resbalaba por mi rostro y todo se volvió borroso. No sabía cuándo habían llegado, pero todos mis compañeros de viaje se posicionaban en torno a mí. Ellos gritaban, furiosos y exasperados; sin embargo no escuché sus voces. Wizha me miraba como a una madre a la que han arrebatado un hijo. Todavía recordaba aquella historia, pero no recordaba si me habían contado porqué Cefas lo había asesinado.

Qué irónico. Estaba condenada a repetir la misma historia. Pero lo que más angustia me produjo en ese momento fue Gabriella. Cayó al suelo de rodillas, gritando desesperada y con lágrimas en los ojos. Hizo ademán de levantarse y tres secuaces de Cefas se posicionaron sobre ella para impedírselo. Gabriella seguía amándome. Con eso me bastaba para morir feliz. Contemplé a Cefas posicionándose frente a mí y frente a mis amigos una vez más y, todavía en su mano, empuñando la espada cuyo filo seguía manchado de sangre. Mi sangre. Luego cerré los ojos y me sumergí en un sueño eterno del que no esperaba despertar.



Capítulo 21

Intenté abrir los ojos, pero una inmensa claridad me advertía que me quedaría ciego si lo hacía. Moví mi brazo para taparme con él y no permitir que aquella luz cegadora me quitase la visión. Me percaté de que mi cuerpo descansaba boca arriba y me giré hacia un lado, de cara a la zona oscura. Abrí los ojos poco a poco, percatándome de que no quedaría cegado. Escudriñé el lugar cuidadosamente; al menos, la zona que divisaba desde mi incómoda posición. Me sentí inquieto al encontrar en mi campo de visión una estantería con lo que parecían ser recipientes de cristal con líquidos extraños de muchos colores. Otros contenían unas hierbas, pero no sabría decir cuales, ya que tenían un extraño tono morado. Entonces aprecié los múltiples olores que se mezclaban en la habitación. Unos dulces y empalagosos, y otros amargos y fuertes. La habitación era solamente un pequeño y angosto cuarto cerrado. Las paredes, desnudas de cualquier pintura o papel, estaban atestadas de numerosos cuadros enmarcados de fórmulas, dibujos de hierbas y animales y otras tablas extrañas que no supe comprender. Del techo pendía una simple bombilla colgando de los cables, pero no estaba encendida. La luz provenía de los rayos del sol que se filtraban a través de las cortinas de una claraboya, la única ventana existente en aquel deprimente lugar. ¡Cómo me duele la cabeza! Instintivamente, dirigí mi mano para examinar mi cabeza. Estaba cubierta por una especie de tela áspera y un poco húmeda. Mi mente me hizo recordar una instantánea terrorífica. Cefas atacándome. Oh, Dios. Cefas estuvo a punto de matarme. Bajé mi mano y reprimí un grito ahogado. Estaba empapada de sangre. Me sentí soliviantado. Poco a poco mi memoria se fue recuperando y los recuerdos de la batalla vinieron a mí como la nieve al invierno. Cientos de preguntas comenzaron a agolparse en mi cabeza: ¿Dónde se encontraba Gabriella en aquel momento? ¿Dónde estaba Cefas? ¿Estaba Gabriella con Cefas todavía, aun después de haberla visto llorar por mí? ¿Y mis amigos? ¿Qué les había pasado? ¿Dónde estaban en aquel momento? ¿Y yo? ¿Dónde me encontraba yo? No era un lugar que recordara de mis sueños; no había estado allí jamás. Y eso me hizo sentirme ansioso. Pero la pregunta más importante y general de todas era: ¿Qué pasó después de desmayarme? Me incorporé con las pocas fuerzas que mi cuerpo me permitió. Me pitaban los oídos. Hasta ahora no había reparado en que estaba tumbado en una cama. Las blancas sábanas estaban cubiertas de manchas


de sangre. Contemplé la habitación en la que me hallaba desde otra perspectiva; ya no me parecía tan estrecha, pero sí era cierto que era pequeña. Suspiré apesadumbrado; seguía sin recordar aquel lugar. Puse un pie fuera de la cama y me sentí inseguro. Mis piernas parecían estar entumecidas. Confirmé la teoría cuando puse el otro pie fuera de la cama también y mis rodillas acabaron chocando estruendosamente contra el suelo. Puse las manos sobre los fríos azulejos y esperé para que mis miembros se despertaran y pudiera ponerme en pie. Me vino un flash a la mente y caí en la cuenta de que jamás había estado en casa de Cefas. El sueño en que éste había tenido a Gabriella encerrada en una jaula correspondía a la casa de los padres de Gabriella. Bueno, en realidad, a su casa. Sus padres habían muerto hace años. ¿Podía ser aquella casa de Cefas? Reparé nuevamente en la estantería repleta de pócimas extrañas. ¿Y si era la casa del mago? No, no podía ser la casa del mago. Rechacé esa teoría en cuanto recordé cómo era. Era majestuosa, enorme, repleta de cristaleras tan extensas como las propias paredes para que pudiera penetrar en ella toda la luz del sol posible. Podía recordarla del sueño que tuve cuando iba a volver a casa. Mi casa. ¿Cómo estarían mis padres? ¿Mi hermanita? ¿Mis amigos? ¿Cómo se habrían tomado todos ellos que desapareciera otra vez? Al menos esta vez me había despedido, con la pobre excusa de un viaje de clase. ¿Y si no volvía? Si Cefas me mataba jamás volvería a ver a mis seres queridos. Tenía que escapar de aquella habitación. Sin embargo, no sabía cómo. Ignoraba que podía haber tras la puerta. ¿Un sitio al aire libre? ¿Otra habitación? ¿Un pasillo? ¿Un salón? ¿Un guardia custodiándome? Tampoco me veía con fuerzas para echar a correr si era necesario. Mis piernas apenas me permitían mantenerme de pie de forma estable. Todavía seguía con las rodillas clavadas en el suelo.

Tranquilo, piensa con claridad cómo salir de aquí. Recordé de nuevo la claraboya. Era demasiado pequeña y casi tocaba el techo. Era imposible salir por allí. Mi única salida era la puerta y el misterio e incertidumbre de no saber que había al otro lado me comía por dentro. Si me recuperaba, ¿podría salir corriendo? Podría esperar un poco más hasta encontrarme perfectamente bien. Pero mis tripas rugían de hambre. ¿Cuánto tiempo había pasado desde el encuentro con Cefas? Al salir por esa puerta podría encontrarme con un pasillo muy largo, pero de igual manera también podría encontrarme al mismísimo Cefas esperándome. Me levanté y me senté en la cama nuevamente, esperando recuperarme. No sabía que había pasado con Wizha, Quelthar, Elzik, Zimbarella y los demás. Me acordé nuevamente de Zimbarella, cariñosa, guapa, rubia y de ojos azules. Ambos nos habíamos cogido muchísimo cariño, aunque ni comparado con el que sentía por Elzik. Era joven y guapa. Tendría sólo algunos años más que yo. Ella era romántica y una buena chica. Tal vez podría emparejarla con


Bruno. Pero no conocía sus gustos en hombres y tampoco sabía si estaría dispuesta a mantener una relación con un humano. Ni si yo estaba dispuesto a revelar a Bruno la existencia del mundo oscuro. Bruno. Le echaba de menos. A él, a Mateo y a Arturo. Echaba de menos ir a la Universidad y hablar con Bruno. Darle la tabarra mientras él intentaba sin éxito atender a las enseñanzas de los profesores. Sus intentos de animarme a ir a fiestas para olvidarme de Gabriella. En aquellos momentos sólo importaba una cosa: mi ángel del mundo oscuro. Cuando aparece el amor en tu vida no importa lo demás. El amor es lo más valioso del mundo sin llegar a poder pagar por él. Y no sólo el amor verdadero por una persona con la que quieras estar durante el resto de tus días. Cuando aparece, también te das cuenta de que amas con locura a todos tus seres queridos, a tus amigos, tu familia…harías cualquier cosa por ellos. Y es que cuando hay amor no importan las fiestas, ni las juergas, ni la diversión, ni las cosas materiales. Todo eso pasa a un segundo plano. Me pregunté si volvería a ver a Susana, mi hermana. Si la vería crecer, verla en la Universidad, enamorada, casada, con hijos… Suspiré. Esperaba que jamás se enamorase de un habitante del mundo oscuro. Esperaba que no. No tendría tan mala suerte como yo. Aunque, en mi caso, la mala suerte de toda esta aventura se compensaba con el amor que podría profesarle a Gabriella y ella a mí. Si ambos se aceptaban, ¿qué importaba realmente? Escuché unas pisadas que se acercaban detrás de la puerta. Conseguí tumbarme – no sin esfuerzo – y me giré hacia el lado oscuro de la habitación. Estaba preparado. Fuera quien fuera, se las tendría que ver contra mí. Aunque fuese el mismísimo Cefas y aunque él me hubiese tumbado anteriormente de un solo golpe. El factor sorpresa sería mi ventaja. Cerré los ojos y agudicé el oído. Alguien abría la puerta y oí su respiración cuando entró en la habitación. Suspiró. Comenzó a acercarse a mí. Había llegado el momento de ponerme en acción. Apreté el puño derecho con fuerza, llegándome a clavar las pocas uñas que tenía. Me tocó el hombro y yo me dispuse, por fin, a atacar a mi enemigo.



Capítulo 22

─ ¡Maldita sea, Óscar! ¿Querías matarme? Zimbarella apoyó su mano contra el pecho, en el lado del corazón. Luego, colocó la mano sobre la pared y me escudriñó con la mirada. ─ Lo siento, no era mi intención – musité avergonzado cuando vi sus enormes ojos desorbitados por la sorpresa y la confusión ─. Creí que Cefas me tenía prisionero o algo así. ─ ¿Cefas? ¡Ah! Entonces me explicó que estábamos en casa del mago. Había supuesto mal. Aquella era solamente una de las muchas habitaciones. Por eso no la recordaba, tan sólo había estado en el salón del mago, donde siempre recibía a sus visitas. Zimbarella me ayudó a levantarme y entró a la habitación con una silla de ruedas, ya que sentía que mis piernas seguían agarrotadas. Me llevó hacia el salón cuya enorme extensión la cubrían montones de muebles de cedro, sofás de cuero, una enorme alfombra en el suelo hecha de tejidos y bordados a mano, entre otras muchas figuras y cuadros. Estaban todos allí, a salvo. Wizha fue la primera en levantarse y venir a mí. Me dio un abrazo y comenzó a llorar, pero en seguida su llanto se convirtió en una monumental bronca por haber salido solo de la cueva y de noche. Quelthar no se levantó pero comentó que era humano y que si había sido curioso una vez no le extrañaba que siguiera siéndolo. Elzik hizo una broma sobre mí que no entendí muy bien y todos, incluida Wizha se echaron a reír. Después, distinguí entre todos ellos al mago. Lo recordaba de mis sueños. No era el típico mago como el que te imaginas en un cuento de dibujos o en una película. No llevaba las barbas blancas ni el cabello largo. Su pelo corto era rojizo, como el de una zanahoria y una perfecta barba recortada y cuidada. No llevaba una ridícula túnica azul bordada de estrellas y un sombrero puntiagudo a juego, sino una especie de poncho muy largo y unos pantalones negros. ─ Bienvenido, Óscar ─ me saludó como al que saluda a un amigo de toda la vida. Su voz era jocosa y afable. ─ Gracias – le respondí ─. Eres muy amable. Instantáneamente, me acordé de Gabriella. Pasé los ojos por toda la habitación, buscándola entre los presentes. ─ Gabriella no está – me contestó el mago, haciendo alusión a mis pensamientos.


─ Sigue con Cefas ─ no era una pregunta. ─ Por supuesto. Posé la mirada en la de Quelthar y luego en la del mago. ─ Necesito saber qué es lo que ha pasado exactamente. Zimbarella y Wizha me ayudaron a sentarme en un cómodo sofá. No censuraron ninguna parte de la historia, al menos eso me dijeron. Todo con pelos y señales. Elzik se había despertado y al no verme a su lado durmiendo, preguntó a Rickpa por mí y le contó que me había marchado para dar una vuelta. Enseguida, llamó a Quelthar y a Wizha. Él tenía intención de ir solo a buscarme. Sin embargo, Wizha no estaba de acuerdo. Elzik se marchó con Quelthar. Fueron a buscarme y al verme con Cefas y Gabriella, el primero – por órdenes del segundo – corrió hacia la cueva para dar la alarma. Wizha, que todavía seguía despierta, no había dudado en gritar a pulmón abierto que se levantasen todos, que mi vida estaba en peligro. Corrieron todos hacia el lugar, donde Quelthar ya se posicionaba delante de mí para no volver a ser atacado por Cefas. Así que, en ese momento ya estaba herido y fue a continuación cuando todos se apalancaron a mi alrededor. Ése había sido mi recuerdo borroso. Pregunté por Gabriella. Zimbarella fue la encargada de relatar esa parte, segundo a segundo.

─ ¡Basta! – gritó Gabriella cuando Cefas estuvo a punto de destruir la barrera que formábamos y que le separaba de ti. ─ ¡Cállate! ¡Él sigue en este mundo! ¡Debería estar en el suyo! Ha prometido matarme…yo prometeré lo mismo – rugió de ira. ─ Tú quieres que te sea fiel, es lo que más deseas. Quieres que te siga y te proteja de igual forma que tus súbditos. Hay una manera. ─ ¡Gabriella, no! – grité yo. ─ ¡Cállate, Zimbarella! – gritó ella desesperada. Cefas miraba ceñudo y furioso a Gabriella. Fue inteligente. No importaba lo heridos que estuviesen sus sentimientos por tu culpa, ella te sigue amando y en aquel momento no iba a permitir que salieses perjudicado. Miró durante unos minutos eternos tu cuerpo inmóvil en el suelo. Todavía era evidente el rastro de sus lágrimas. ─ Si le dejas vivo, juro que no existirá en el mundo un perro más fiel que yo. Incluso más que tus queridos súbditos. Pero si le matas o vuelves a hacerle daño, también juro por mi vida que te mataré.


Me quedé helada y creo que puedo hablar también por los demás. Había jurado servirle con tal de que no te produjera daño alguno. Cefas hizo una mueca con sus labios y volvió a fruncir el ceño. Se alejó varios pasos de nosotros y nos miró a los ojos uno por uno. Luego sonrió, como si algo le hubiese hecho muy feliz. Se dirigió a Wizha. ─ Tú tampoco querrás que mate nuevamente a un hijo tuyo, ¿no? Devolvedle al mundo de los humanos lo que le pertenece y luego volved sin él. Dejadle allí. Es la única garantía que puedo ofreceros. Dicho esto, se acercó a Gabriella, que miraba al suelo, con los ojos nuevamente llenos de lágrimas. Él le acarició suavemente su mejilla con el pulgar y secó sus lágrimas. Luego, lleno de ternura y pasión la besó en los labios. ─ Vamos, querida, tus amigos tienen trabajo que hacer. No les molestemos más. Luego la rodeó con el brazo que quedaba más próximo, sin percatarse apenas de que ella echó una última mirada hacia nuestra dirección. ─ Después de aquello te trajimos aquí y el mago curó tu herida. Aunque creo que todavía no ha cicatrizado del todo. La sangre está húmeda. Mala señal – dijo mientras miraba la sangre, empapando todavía las vendas de mi cabeza. ─ Eso no supondrá ningún problema. El mago se marchó por una de las puertas que había en el salón sin decir nada más y volvió al rato con unas vendas, y uno de los frascos que recordaba haber visto en la estantería en cuya habitación había permanecido… ¿durante cuánto tiempo? ─ ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? ─ Dos días – dijo Elzik con naturalidad. ─ ¿Dos días? ¿Estás de guasa? ─ Con esas cosas no se bromean, Óscar – dijo Wizha ─. Hemos estado muy preocupados. Exactamente igual que papá y mamá cuando desaparecí del mundo real. El mago se sentó a mi lado y comenzó a trabajar. No le miraba, pero notaba sus dedos palpando y examinando mi cabeza. Pasamos el resto del día hablando sobre Cefas. Tuvimos un debate sobre si era cierto aquel rumor que circulaba sobre él; aquel que hablaba de que se había enamorado locamente de una humana y ésta, al


saber que no pertenecía a su mundo, salió huyendo de él. Y que aquello le destrozó el corazón. A pesar del entretenimiento y la distracción de todo el día, Gabriella no desapareció ni un solo segundo de mi mente, ya que todo aquello era solamente por ella. Era mi motivo personal. Cada uno tenía el suyo, pero la mayoría coincidía en una única idea: venganza y libertad. ─ Está a punto de hacerse de noche – dijo el mago ─. Será mejor que todos os preparéis para iros a dormir. No te preocupes, Óscar, no tendrás que dormir otra vez en la habitación de los experimentos. Sólo te trasladamos allí porque a mí me resultaba más fácil curarte teniendo todos mis medicamentos cerca. ─ En la habitación que me asignaste a mí hay dos camas. ¡Qué duerma conmigo! – gritó Elzik. ─ Por mí vale – sonreí. ─ Dentro de dos días será la batalla, todos tenéis que descansar y reponer fuerzas. ─ Espera… ─ dije yo ─ ¿Qué batalla? ─ Ya es tarde – sentenció el mago – mañana sabrás todo cuanto desees. ─ ¿Mañana volverá a haber flanes? – se entusiasmó Elzik. ─ ¿No los hay todas las mañanas? – preguntó sonriente el mago. ─ ¡Genial! ¡Me encantan los flanes! Elzik me dirigió entusiasmado a nuestro cuarto. No iban a devolverme a mi mundo. No con esta guerra inacabada que nos quemaba a todos por dentro como ácido. Aunque, realmente, no era una guerra inacabada, acababa de empezar y mi mayor recompensa era recuperar a Gabriella. Me amaba. Seguía teniendo esperanza, ya que la imagen de verla caer al suelo llorosa y desesperada por mí y el juramento a Cefas de matarle si me hacía daño, hacía que las ilusiones por conseguir mi sueño se avivaran con fuerza.



Capítulo 23

Cuando Elzik me despertó por la mañana no me dolía la cabeza. Aquello era buena señal; no quería estar débil el día de la batalla. Quería tener las pilas recargadas, estaba dispuesto a matar a Cefas, no importaba si yo terminaba malherido. Había permanecido inconsciente durante dos días y durante aquel tiempo mis amigos no habían perdido el tiempo. No llegaría a saber hasta el día de la batalla lo que realmente habían preparado. Me ganaría el derecho a ser de este mundo sin serlo. Todo por Gabriella. Mi Gabriella. Mi ángel. A las personas nos llena de ilusión el esfuerzo por conseguir un sueño, a cada paso que damos nos llenamos de esperanza por conseguirlo, para conseguirlo tenemos que esforzarnos duro, ya que nada es fácil en esta vida, y una vez conseguido nuestro sueño, llegamos por fin al éxtasis de la felicidad. Y es que la felicidad puede estar a la vuelta de la esquina y no encontrarla, hay que buscarla con esfuerzo y paciencia para hallarla y hacerla nuestra. En aquellos dos días me entrené más duro que nunca. Wizha había insistido en que yo no podría con Cefas; solo un golpe le bastó para dejarme KO en el suelo y cubierto de sangre. Sin embargo, me conformaba con hacerle aunque solo fuera un rasguño para borrarle su eterna maliciosa risa. Debíamos ganar esta batalla o Gabriella jamás sería feliz, se había unido a su banda por rencor y odio a mí por haber herido sus sentimientos. Sin embargo, una brecha de esperanza se abrió entre nosotros desde mi llegada y deseaba que ella pensara en aquellos momentos de igual manera. Sería el orgullo que me llenaba por dentro, pero deseaba matarle yo. Como en las típicas películas de policías y asesinos, él era el malo, ella la atractiva chica secuestrada y atormentada y yo el héroe que debía salvarla para vivir felices y comer perdices. Entrenaba casi siempre con Quelthar, que era el que más conocimientos me hacía llegar desde su infinita experiencia. A veces, Elzik también colaboraba conmigo, pero con él era todo mucho más lento y solía acabar chillándome a pulmón abierto cuando no entendía algo a la primera. En aquellos días también pensé constantemente en mi familia y mis amigos. Me preguntaba a mí mismo que se les pasaría por sus abrumadas cabezas llenas de preguntas si pasaba la semana y yo no volvía. Les había extrañado enormemente que me apuntara a un viaje, ya que jamás me había gustado viajar. Deberían estar cohibidos ante este nuevo hecho. Aunque, probablemente creerían que lo hacía para olvidarme de Gabriella. No les había contado que era lo que había pasado realmente entre ella y yo. Se habían sentido aliviados cuando les conté que ya no estábamos juntos, pues para ellos Gabriella


era una mala influencia que me alejaba del buen camino. Pero yo no consideraba ser parte del mundo oscuro una mala elección, solo una opción especial que apenas unos pocos humanos podemos elegir. Sólo aquellos a los cuales el destino interpone en el camino de su vida a una persona de dicho mundo. Y yo había llegado a pensar incluso que Zimbarella podría ser emparejada con Bruno, el romántico y bohemio amigo desconsolado. En este mundo predominaba el amor verdadero por encima de todas las cosas, no se podía comparar apenas con las modas y pensamientos de nuestro mundo, tan caóticos y extravagantes que habían llegado a parecernos normales por culpa de los estúpidos modelos y patrones de comportamiento de la sociedad. En muchos sentidos y desde mi humilde opinión, el mundo oscuro era mucho más perfecto y extraordinario. Tal vez fuese un mundo más inferior informática y tecnológicamente, careciendo de televisores, medios de comunicación y vehículos. A simple vista, parecía ser un lugar más atrasado y retardado, como un tercer mundo. Sin embargo, la diferencia es que ellos mismos conocían todas las modernizaciones de los seres humanos y estaban al tanto de cada nuevo invento, pero se negaban a convertir su mundo en una copia exacta del nuestro. Cuando por fin llegó el día tan esperado y bajé las escaleras junto a Elzik, todos los allí presentes que habían sido acogidos, como yo, en casa del mago, estaban despiertos y terminándose de preparar con numerosos escudos. Jamás había visto un arsenal de armas blancas tan completo. No había pistolas, escopetas ni balas. Todo se componía de espadas, machetes, navajas, cuchillos, escudos, hachas, lanzas, flechas, arcos y otros tipos que no supe reconocer. Tragué saliva con los ojos desorbitados. Elzik puso los ojos en blanco al ver mi expresión y me dio una palmadita en el hombro. ─ Puedes elegir, supongo – musitó a mi oído mientras me sentaba ─. Aunque creo que deberías coger la espada, que es con lo que te han entrenado. ─ Quiero mi propia espada, la de la empuñadura roja. Quelthar me escuchó, así que se acercó a mí y la colocó a mi lado, en un sillón marrón con unas pequeñas motas verdes. ─ Levántate, tenemos que protegerte, o al menos, intentarlo ─ Quelthar levantó las cejas, preguntándose si realmente aquello era posible. Antes de la pesada armadura con que me cubrieron para que me pudiera proteger; me envolvieron con numerosas capas de pieles y cuero. Me sentí como una cebolla. Casi no podía moverme y toda agilidad aprendida durante tanto tiempo acabó por desaparecer con aquel atuendo agobiante para mí. Supliqué que me quitasen alguna capa y, aunque Wizha negó con un NO rotundo, Quelthar suspiró y


me quitó temporalmente la armadura para poder retirar dos capas de protección. Cuando volvió a ponerme la armadura, sentí que volvía a ser yo mismo; mi velocidad y destreza regresaron a mí. Al cabo de una hora todos estábamos listos, habiéndonos pegado un atracón de comida para obtener suficientes fuerzas. Éramos diez personas en total, sin contar al mago, por supuesto. Él se quedaría aguardando el castillo para refugiar a todos aquellos habitantes que quisieran resguardarse de la guerra. Además, tenía que controlar los portales, si un portal se abría él se encargaría de cerrarlo para que ni Cefas ni sus hombres pudiesen pasar al mundo real. Y sólo podía hacerlo desde el castillo. Cuando salimos a las afueras encontré con el pastel: decenas, veintenas, tal vez un centenar de personas se agrupaban formando una gran extensión. Todos con uniformes de batalla, igual que nosotros. Iban a luchar contra Cefas, que sólo poseía el control de un par de hombres, una veintena a lo sumo. Quelthar dio un paso al frente y levantó la mano derecha, en la cual sostenía su espada. Y profirió un grito. Toda aquella masa lo imitó, aullando salvajemente con sus armas en alto. Wizha me dio una palmadita en el hombro por detrás de mí. Aquellas personas habían venido para dar el golpe de sorpresa a Cefas. Se habían entrenado duramente desde hacía cuatro años, cuando vine al mundo oscuro por vez primera. Volviéndose guerreros, fortaleciéndose con sed de venganza. Nadie deseaba la dictadura y las arbitrariedades que Cefas había implantado a la fuerza sin consentimiento de nadie. Lo que hubiera sido un mundo sin políticos ni líderes, él lo había destruido y eliminado. Y sus habitantes estaban dispuestos a lo que fuera, siempre y cuando aquel mundo volviera a ser lo que de antaño fue. Mi desafío a él y mis deseos de permanecer entre ambos mundos por amor a Gabriella había animado a otros a armarse de valor y enfrentarse a Cefas. Mi mayor enemigo estaba localizado, había sido vigilado por un grupo numeroso de personas que se coordinaban en turnos, ya que él ignoraba nuestros propósitos. Atacaríamos por sorpresa. Primero nuestro grupo, inferior en número al suyo. Luego aparecerían los demás, para darse cuenta de cuanto le odiaba su propio pueblo. Y como regalo y triunfo final, yo le mataría, recuperando a Gabriella y liberándola para siempre de sus desalmadas garras.

***

Las rodillas comenzaron a flojearme y con su tembleque y estremecimiento todo mi cuerpo vibraba y se convulsionaba. Los nervios se hicieron un nudo inquebrantable en mi estómago y en mi garganta.


Creo que voy a vomitar. Jamás había presenciado una guerra y, menos todavía, una en la que yo participase y no fuese precisamente un soldado más. Era por el que todo el mundo se había levantado contra su líder y dictador. Nadie abrazaba la idea de la violencia y la corrupción en aquel mundo; la esperanza llenaba las entrañas de cada habitante oscuro; la expectativa de un mundo lleno de paz y justicia. Un mundo oscuro que jamás debió serlo porque, a pesar de su apariencia, la gente amaba la tranquilidad. Solamente querían estar felices, vivir con serenidad y confianza. Levantarse cada día con una sonrisa, sabiendo que nada podría perturbar sus quehaceres aburridos y rutinarios. Sólo paz. Felicidad. Tranquilidad. Esperanza. ¡Qué contradictorio resultaba todo! Esperanza de encontrarse un mundo de paz a través de una guerra donde el único objetivo era la muerte. La muerte de Cefas. Podríamos encerrarlo en alguna cárcel. Y recordé que en el mundo oscuro no existían las cárceles. En el mundo real las había para mantener alejadas a las malas personas de las buenas. Pero algunos podían pagar fianzas para evitarla y salir antes de tiempo por buen comportamiento. Había leyes y normas. Eso no existía en el mundo oscuro. En el fondo, yo tampoco deseaba mantenerlo encerrado. Un sentimiento muy oscuro se apoderó de mí: quería verle muerto y no descansaría hasta que su último aliento desapareciera entre mis manos. Entonces encontré el valor, me armé de coraje y mis piernas cesaron de temblar. Volví a ser el mismo, porque todo aquello solo lo hacía por una mujer: Gabriella. Mi Gabriella. Mi ángel del mundo oscuro. Mi ángel cuyas alas negras no podían compararse con las de un ángel. Ella era pura bondad y generosidad. Y Cefas iba a pagar por hacerla cambiarse de bando.

¡Maldito! Uno de los vigilantes, Gilde, se aproximó a nosotros corriendo. Susurró algo a Quelthar y se mezcló entre aquella masa de personas hasta que dejé de verle. Wizha se posicionó al lado de Quelthar y luego, me tendió la mano para que fuera hacia ellos. Hice lo que me pidió. ─ ¿Unas palabras, Óscar?


─ ¿Yo? – susurré. ─ Sí, tú. Todos ven en ti al revolucionario que les llevará de camino a la paz. ─ ¿Y no les importa que sea un humano el que pase a la historia en su mundo? ─ Claro que no. Simplemente desean la paz, no importa quién la lleve a cabo. Miré al frente, a la gran multitud de personas que me miraban expectantes esperando a que dijera algo. Las rodillas volvieron a traicionarme. Volvía a estar nervioso. ¿Qué podía decirles salvo que íbamos a librar una batalla? Desvié la mirada hacia el suelo. No teníamos constancia de que hubiera más súbditos de Cefas de los que ya conocíamos. Así que, ¿y si hubiera más? El mundo oscuro no tenía tantos habitantes como el mundo real, pero Wizha me había hablado alguna vez de antiguas tribus, como la del sueño, en la que nacía aquella niña extraña que me había helado la sangre. En mi mundo también las seguía habiendo, no era nada extraño. ¿Cefas había convencido a aquellas personas unirse a él? Deseché esa idea rápidamente. Elzik había comentado alguna vez que no se mezclaban con el resto de la población. Wizha me sacudió el hombro, sacándome de mi ensoñación. Me hizo señas con la barbilla, señalando a la muchedumbre, que todavía me miraba.

¿Qué decir? ─ Hola a todos. Lo cierto es que no sé qué decir. Esto es una batalla contra Cefas, vamos a hacerle frente. Veo mi situación cada vez más clara y mi motivación es impedir que Gabriella se vuelva como Cefas y comience a hacerle daño a la gente. No la veo capaz de ello, pero tampoco la veía capacitada de unirse a él. Después de que todo acabe, vosotros seréis libres para ir y venir por los portales, sin ser cuestionados ni pagar impuestos por ello. Sólo tenemos que confiar en que Cefas no tenga más perritos falderos que los que suele llevar normalmente. Todos tenéis un motivo por el que luchar. Yo ya lo tengo: el mío es Gabriella. He sido un imbécil rechazándola pero, ahora que poseo mis recuerdos otra vez y me he dado cuenta de todo, estoy dispuesto a lo que sea. Quiero recuperarla. La amo. Cuando la guerra llegue a su fin, me gustaría…que me aceptaseis como uno de los vuestros. O al menos, que me toleraseis. Quiero esto. Quiero esta vida. Quiero a Gabriella. Dichas mis palabras, todo quedó en silencio. No sabía si la gente gritaría, si creían que no había acabado o simplemente bastaba con mis palabras. Pero entonces, Quelthar volvió a gritar con su espada en alto y todos lo imitaron de nuevo. Wizha, Elzik, Zimbarella, todos gritaron esta vez también, al unísono. Y yo los imité.


Capítulo 24

Excitado, ansioso, alterado, inquieto, nervioso, histérico, perturbado, frenético… El plan era fácil de explicar: pillaríamos a Cefas desprevenido junto con sus súbditos, les atacábamos, inmovilizábamos y les matábamos.

Sí, suena realmente sencillo. Llevarlo a cabo, no tanto. Pero éramos numerosos, más que sus súbditos, y podríamos con ellos. Al menos, debíamos actuar con aquella mentalidad. Jamás nadie les había hecho frente, temerosos de su enorme poder y sus crueles y sanguinarios castigos a todo aquel ser viviente insignificante que se atreviera a desafiarle. Sin embargo, montones de cabos sueltos se entremezclaban en las ansias de venganza que ambicionaba mi mente. Y tenía que proteger a Gabriella. A mi ángel. Tardamos algo más de una hora en atravesar el desierto y solitario recorrido hacia la casa de Cefas. Completamente frustrante, ya que con toda aquella vegetación y maleza echaba de menos la llanura limpia y abierta que teníamos como vista desde la cueva de nuestra salvación. Echaba de menos su claridad, su río lleno de peces de colores chillones que parecían sacados de una feria, incluso aquellos árboles cuyos frutos me habían parecido tóxicos. Sentía mis piernas entumecidas y rígidas en el mismo instante en que reconocí a lo lejos la hermosa casa de madera oscura que pertenecía a mi más odioso enemigo. ¿Gabriella estaría allí con él? Empalidecí. El recuerdo de que se iban a casar vino a mi mente con fuerza y rechacé la imagen que le siguió a continuación: Gabriella, preciosa con un vestido blanco y un velo y al lado Cefas con un estúpido esmoquin. Sacudí la cabeza. Volví a acordarme de que no tenía ni idea de cómo se celebraban aquí las bodas ni que ritos o costumbres tenían, apenas sabía algo de las vestimentas. Pero eso no importaba, me casaría con Gabriella después de recuperarla y lo haría de dos formas distintas, una en cada mundo. Quelthar hizo un gesto silencioso con la cabeza, indicándonos que era la hora de entrar en la majestuosa casa. Para mí, la hora de recuperar a Gabriella.

Tranquila, mi amor, ya estoy aquí. Fue mi último pensamiento antes de incapacitar a los guardianes de la casa y poner un pie en la boca del lobo.


Tan sólo accedimos un pequeño grupo en la que, a mí se me antojaba, como una mansión del terror. Jamás habíamos estado en aquel tenebroso y sombrío lugar, desconocíamos cuán grande eran sus dimensiones, el número de estancias, así como el de guardias y súbditos guerreros. Desconocíamos la localización exacta en la que se encontraba, así como la de Gabriella. Mi Gabrizella. Y en aquel instante recordé el momento en que comencé a llamarla así.

─ ¡No me lo puedo creer! ¡Gabriella se está riendo! – gritó Elzik. ─ Es un milagro – musitó Wizha ─. Jamás la había visto reírse de esa forma. Todos miraban con los ojos abiertos a mi pequeño ángel de alas oscuras. Quelthar simplemente puso los ojos en blanco. Era un chiste muy malo. Pero no malo de los que te dejan con la cara blanca, sino malos de esos que te tienes que reír por no llorar. ─ ¡Por el poder de la zeta! – gritó Elzik. ─ ¿Zeta? – pregunté asombrado – Oh, ¡se me ha ocurrido una idea! Te llamaré Gabrizella. No tienes ningún apodo y en mi mundo se usan mucho. Mis amigos y yo tenemos cada uno el suyo y cuando vuelvas a mi mundo a por mí y les conozcas, querrán saber cuál es el tuyo. ─ ¿Gabrizella? – preguntó ella asombrada, aunque se quedó algo seria y me pregunté el motivo ─ ¿Vas a ponerme ese apodo por culpa de un chiste? ─ No es sólo un chiste. Es el chiste con el que te has reído. Y sólo yo te llamaré así, ¿qué te parece la idea? ─ Una idea horrorosa. Pero si a ti te hace feliz… ─ y me dedicó una enorme sonrisa. Sumido en un nuevo recuerdo, no me había dado cuenta de que ya habíamos recorrido mucho camino desde la entrada. Sin duda, era un laberinto, como una especie de oasis. Por fuera, el edificio estaba construido con madera, pero ahora podía ver los pasillos hechos de ladrillo. Ladrillo desnudo de pintura y frío al tacto. El suelo era de cemento. Además, como habíamos prevenido, había un pasadizo subterráneo y por ello no lográbamos comprender cuáles eran las dimensiones de aquel terreno. Nos habíamos dividido en cuatro grupos: Zimbarella, un chico llamado Fikzo y yo íbamos por un camino; Quelthar y Wizha por otro; Elzik, y una mujer llamada Shasian por otro; y en el último grupo un hombre cuyo nombre era Helione y un chico joven llamado Bolth. Los demás permanecieron fuera: unos en el valle y otros dentro de la casa de Cefas, cubriendo la entrada. No teníamos ni idea de cómo actuar. Sólo sabíamos que si alguno de ellos, incluso el propio Cefas intentaba escapar teníamos a nuestro ejército propio cubriendo cada salida y cada abertura de la casa.


Bueno, más que casa era un castillo, aunque nada comparado con el del mago. Si querían escapar, no podrían. Fikzo me sacó de mi ensoñación con un leve y bajo siseo. Me señaló con la barbilla una puerta al final del pasillo en que nos encontrábamos. La puerta parecía ser de madera, del mismo material que la fachada. Además, una pequeña ventana con barrotes se situaba en la parte superior de la misma. Eso me recordó a las antiguas cárceles. ¿Sería aquella sala una celda? ¿Tendría allí a Gabriella? Descarté la idea casi al instante. Mi ángel había prometido casarse con Cefas y serle fiel siempre y cuando me dejara libre y no me hiriese. Sería estúpido por su parte mantenerla encerrada. ¿Estarían juntos en aquel momento? No lo sabía. Pero aquella idea me quemaba por dentro. Zimbarella echó un vistazo mientras Fikzo y yo flanqueábamos la entrada. ─ Falsa alarma – musitó ella. Después, ambos miramos también. La habitación se encontraba vacía. Era probable que Gabriella estuviera con Cefas en una habitación lujosa, o incluso sola, pero sin ser maltratada ni aislada contra su voluntad, no en una celda. En aquel momento, escuchamos un grito femenino a lo lejos. Identifiqué la voz como la de Wizha.

¡Dios mío! ¿Qué habrá pasado? Los tres comenzamos a correr como si nos fuera la vida en ello. Yo no sabía a dónde nos dirigíamos y tampoco supe reconocer la posición exacta de Wizha, pero Zimbarella y Fikzo corrían sin vacilación ni duda, como si supiesen exactamente hacia donde debían dirigirse. Me pregunté si Quelthar seguía con ella o si ambos se habían separado en algún momento. A mitad de camino nos chocamos con Elzik y Shasian, que nos miraron sorprendidos. Pero rápidamente recuperaron la compostura y siguieron corriendo. Fuera cual fuera el peligro, podríamos con ello. Mis pensamientos giraron en torno a Gabriella de nuevo.

¡Qué novedad! También recordé a Helione y Bolth, desaparecidos todavía por el castillo. Seguramente también se dirigían desesperados hacia Wizha. ¿Se cruzarían Wizha y Quelthar con Cefas? ¿O con uno de sus súbditos? Y cuando creí que jamás llegaríamos, un nuevo grito retumbó en los anchos e infinitos pasillos. La escena que nos encontramos no se alejaba mucho de cómo me la imaginaba.

La sonrisa de Cefas iluminaba la sala donde tenía a Wizha amenazada y apresada por uno de sus hombres. Quelthar lo aguijoneaba con la mirada, impotente y furioso, con las venas a punto de reventar.


Cefas me había estado esperando. Era por mí. ¿Lo había sabido desde el principio? ¿Había descubierto que vendríamos a por él? Una chispa de furia y satisfacción brillaba en sus ojos. Sin embargo, la sonrisa se le había helado en los labios. ─ No estaba seguro – me aterró volver a oír su voz ─, pero mi intuición no me ha fallado. Sabía que se cocía algo a mis espaldas. Y sólo podías ser tú. Sin ti el mundo oscuro estaría tranquilo, habría vuelto a su cauce habitual. Pero me encuentro una revolución, sin embargo. Siguió sonriendo; me aterraba más que cuando me miraba seriamente. Helione y Bolth aparecieron pocos minutos después de nosotros. Se quedaron perplejos ante la situación. Conté hasta diez siervos de Cefas, incluyendo el que apresaba a Wizha. Habíamos supuesto bien en cuanto al número de perritos falderos. Wizha me miró con ojos aterrados, con contemplación incondicional de madre. No forcejeaba como lo había hecho hasta hace un momento. Había asumido que aquel individuo no la soltaría. No tenía ni la más remota idea de qué ocurriría a continuación. Tal vez el que diese el primer paso desencadenaría la gran temida pero inevitable guerra. Cefas sabía desde el principio la existencia del ataque a su fortaleza. Sin embargo, nos había permitido entrar. ¿Conocía con exactitud todo nuestro plan? ─ No le hagas daño – oí decir a Gabriella tras él. Acababa de entrar en la sala. ─ Le pedí que se marchara. ¿Y dónde está él? ¡Dentro de mi castillo, Gabriella! Con amigos suyos intentando matarme y un ejército entero fuera de aquí. Gabriella abrió los ojos con sorpresa. Al parecer, ella no sabía nada. Cefas prosiguió: ─ Tu antiguo amante ha irrumpido en mi hogar para asesinarme y llevarte con él a su mundo lleno de estúpidos e insignificantes humanos. Cefas agarró a Wizha por los cabellos, formando con él un ovillo desecho. ─ ¡Suéltala! – rugió Quelthar. ─ ¡Quietos! – gritó a su misma vez Cefas – o mis hombres no sólo la matarán a ella sino a vosotros también. ─ Por favor… ─ suplicó Gabriella. Las palabras de ella no lo ablandaron, sino más bien todo lo contrario, por alguna razón.


─ ¡Estoy harto de tus súplicas, Gabriella! ¡Y de tus amigos, y tu amante enamorado! – luego, se dirigió a mí ─ ¡Te vas a arrepentir de haber nacido! En aquel momento, nadie supo cómo reaccionar. Nadie creía lo que estaba haciendo. Enterró el cuchillo en la garganta descubierta de Wizha, hiriéndola. La sangre salpicó sobre la cara de Cefas y la del vasallo que la tenía apresada. Después de esto, todo fue un caos.



Capítulo 25

Ver a Wizha, pálida e inmóvil sobre el suelo, rodeada de un charco de sangre, me impidió reaccionar al principio. Sus ojos abiertos parecían mirarme con horror, como lo había hecho hace un momento, pero lo cierto es que realmente ya no me miraba. Nunca más lo haría. Había sido como una madre para mí. Cuidó de mí desde el principio, desde que entré por error en su mundo cuando perseguía como un descerebrado la impactante belleza de Gabriella. Cuando ésta me odiaba y se sentía culpable de mi situación, Wizha fue quién la convenció para que me protegieran. Me ayudó en todo cuanto necesité durante el duro viaje a la casa del mago. Veló por mí mientras no recordé nada del mundo oscuro. Junto con Quelthar, vino a buscarme a mi mundo para darme la noticia de la fatal decisión de Gabriella de unirse a un hombre que no amaba. Toda una secuencia de imágenes suyas vino a mi mente como un flash lleno de adrenalina. No podía apartar mi mirada de ella y, aunque lo que tardé en reaccionar me pareció una eternidad, lo cierto es que apenas fueron unos segundos; de otra forma ya estaría muerto. El miedo y el asombro se tornaron en una inmediata decisión no meditada. Tal vez, ni siquiera fuese una decisión, sino un impulso. Como el que puedes sentir cuando apartas la mano al acercarla a una hoguera. No sólo mi mundo no era justo, aquel tampoco lo era. Y una batalla acababa de comenzar y se estaba librando en aquellos momentos en que yo me quedé paralizado. Un “todos contra todos”. Habitantes del mundo oscuro contra servidores de Cefas. No pude evitarlo y quise abalanzarme sobre Cefas, pero uno de sus hombres me agarró fuertemente por detrás, inmovilizándome. No le había visto venir. Mientras forcejeaba con él, los demás luchaban también contra los demás hombres. Cefas se debatía contra Quelthar. Quelthar era fuerte, inteligente y ágil. Podría con él, o eso esperaba.

Que no salga herido gravemente nadie más. Mis pensamientos se tornaron nuevamente sobre Gabriella cuando la vi, apoyada en la pared de fondo. Permanecía inmóvil. Me pregunté porqué demonios no nos ayudaba y recordé la promesa que Zimbarella me había contado de Gabriella.

Si le dejas vivo, juro que te seré fiel siempre. Pero si le matas o vuelves a hacerle daño, también juro por mi vida que te mataré.


Juró mantenerse fiel a Cefas si no me hacía daño a mí. Jamás había mencionado rebelarse si hería a alguno de sus amigos; sólo a mí. Y se me ocurrió una gran idea. Una idea que muchos hubiesen calificado de todo menos sensata. Pero era la única manera que se me ocurría en aquel momento de caos en hacerla volver junto a mí como una aliada. Me miró con esos ojos azules vidriosos, incapaz de hacer nada por culpa de su promesa.

Estúpida promesa. El terror y el pánico se reflejaban en sus ojos, se movía nerviosamente sin apenas dar un paso. Quería ayudarnos y pedía ayuda con su eterna mirada. Sólo yo tenía el remedio para liberarla de tan fatal promesa. Los recuerdos de los combates de lucha cuerpo a cuerpo que organizaba Gabriella cuando nos encontrábamos en su acogedor piso morado brotaron de mi mente con fuerza. Sabía cómo invalidar al hombre que me tenía inmovilizado. Dejé de forcejear y, aunque sentía todo mi cuerpo entumecido y dormido, con toda la fuerza que fui capaz de hacer, eché hacia atrás el codo, golpeándole en el estómago. Solamente me soltó con una de sus manazas, pero fue suficiente para golpearle de nuevo con mi puño y dejarle KO en el suelo. Gabriella me había enseñado bien, había sabido perfectamente cuales eran las técnicas que me ayudarían a combatir contra mis enemigos. Retiré rápidamente la armadura que cubría mi cuerpo y la arrojé al suelo de cemento. Mi ángel me miraba horrorizada como una estatua de vida atada con cuerdas invisibles. Quería ayudarme. Necesita ayudarme urgentemente. Sólo una simple promesa le impedía hacerlo, pero yo haría que esa promesa no tuviese validez. Sorteé a los dos hombres que se pusieron en mi camino, con sendos puñetazos como regalo para cada uno. Mi meta estaba cerca y seguía ocupado, luchando con Quelthar. ─ ¡Cefas! – grité con furia para llamar su atención. Uno de sus hombres se dirigió hacia Quelthar, ya que había intuido que Cefas posaría su atención y su mirada sobre mí. Miré a Gabriella. Me miraba horrorizada, como si no pudiese creer lo que estaban presenciando sus ojos. Con la espada empuñada por primera vez me dispuse a atacarle, a sabiendas de que él no se dejaría derrotar sin más. Presencié la caída de Quelthar al suelo como consecuencia del empuje de uno de los tipos de negro. Se debatía con éxito; en pocos minutos sería capaz de matarlo. Mientras seguía avanzando, me vi atrapado en los ojos azules de Gabriella; que cambiaron rápidamente de expresión cuando Cefas clavó sobre mi costado un cuchillo plateado. Sentí un dolor agudo que me hizo aullar de dolor, a la misma vez que Gabriella caía sobre sus rodillas al suelo. Susurré sin palabras su nombre mientras me miraba; captó que la llamaba, todavía con las lágrimas corriendo desbocadas por sus mejillas. Cefas me miraba con una sonrisa en su estúpida y pálida cara. ─ ¡Gabriella! – grité esta vez ─. ¡Ahora puedes romper tu promesa!


Cefas me miró incrédulo y Gabriella, al principio también. Pero ambos parecieron entender casi al mismo tiempo mi propósito real. El rostro de Cefas se volvió sombrío al entender que me había herido sólo porque yo lo había deseado, no porque fuera descuidado e imprudente. Entonces fui yo el que rompió los moldes, dedicándole a Cefas una sonrisa de suficiencia. Se había regodeado de poseer la libertad y voluntad de mi ángel por una promesa forzada. Ya no lo haría más, la había roto en mil pedazos al hundir el cuchillo en mi carne. Su máscara de suficiencia se rompió dando paso a una de traición e inseguridad, acompañado de cólera. Rabia intensa e infinita como jamás había visto en nadie. Nunca había visto su hermoso e inhumano rostro tan cerca, ni cuando en la primera batalla me dejó inconsciente de un único golpe. Gabriella se levantó con decisión hacia él. Sacó algo de su bota, un cuchillo plateado, similar al que yacía todavía clavado en mi costado. Apenas la veía ya, mi visión comenzaba a volverse borrosa. Pero sabía que era ella la que se acercaba, mientras Cefas se levantaba, dejándome clavado de rodillas en el suelo mientras se encaraba a mi ángel.

¡Mierda! ¡Mi ángel está en peligro! Gabriella forcejeaba contra él, había conseguido inmovilizar la mano en la cual empuñaba el arma. Y él parecía encontrarse indefenso sino fuese por su monumental fuerza. Su puñal seguía clavado en mí. Lo observé con detención. Un líquido rojo emanaba de aquel lugar como quien arroja el agua de una botella al abocarla hacia el suelo. Sentía pánico ya que no sabía si al quitármelo perdería mucha más sangre. Parecía lo lógico. ¿Pero cómo mantener aquel objeto punzante clavado en mí? Dolía. Dolía de verdad. No como en las películas o las series de ciencia ficción. Aquello me lastimaba de verdad. No paraba de sangrar. Me pitaban los oídos y me dolían las sienes. Miré a mi alrededor, todas las figuras borrosas seguían luchando en aquella inmensa sala. Algunos bultos negros yacían tumbados en el suelo, cubiertos del mismo líquido pegajoso y de color marrón y rojizo que empapaba las capas de protección con las que me habían envuelto antes de salir. La escena que presencié a continuación fue borrosa como todas las demás, pero la entendía a la perfección. Quelthar y Gabriella, unidos como dos hermanos, apresaban a Cefas. Mientras que el primero, y posteriormente el hombre llamado Helione, lo mantenían de rodillas en el suelo forcejeando inútilmente atrapado por el abrazo de ambos, Gabriella lo agarraba fuertemente de su hermoso pelo dorado; como hacía rato lo había hecho él con Wizha. De la misma forma se repitió todo. No escapó sonido alguno de su boca ni pude ver con precisión su expresión, cuando ella marcó con el cuchillo su destino final. Finalmente, cuando pensé que se habrían olvidado de mí, Gabriella tiró el arma al suelo y corrió hacia donde yo estaba. No me había dado cuenta por el entumecimiento de mi cuerpo, pero acababa de caer completamente al suelo. Su rostro lívido y preocupado apareció ante mí como la imagen de un sueño profundo que parece no tener fin. No la escuchaba, no podía, pero sabía que estaba susurrando mi


nombre o gritando; no importaba. Sentía cómo mis párpados se caían sin mi voluntad y mis ojos no me permitían tener una vista más clara, sino que las figuras borrosas de mi alrededor acababan siendo simples borrones sin forma.



Capítulo 26

─ ¡WIZHA! – grité con todas mis fuerzas. Gabriella dio un brinco a mi lado, sorprendida. Me hallaba sin camiseta y en ropa interior; una venda de color rojizo cubría todo mi costado.

Las vendas no son de ese color. Ah. Joder, es mi sangre. Miré a mi ángel, ella me traspasaba con sus desorbitados ojos de zafiro. ¿Era un sueño? Era hermosa, tal y como la recordaba, con sus rizos alborotados y una túnica blanca. Sus pies descansaban desnudos encima de la sábana. La misma que abrigaba la cama en la cual me encontraba. Miré a mi alrededor. Aquella habitación nos pertenecía a Elzik y a mí. Había dormido la última noche allí. Volví a mirar a mi ángel, a mi Gabrizella. Seguía callada, sin apartar su vista de mí. Parecía confusa y sus ojos brillaban por culpa de las lágrimas. Bajó su cabeza, angustiada. ─ No llores. Los ángeles no lloran ─ le pedí. Recordaba el día que había citado aquella frase. Cuando yo debía volver a mi mundo. Gabriella alzó el rostro de nuevo y me miró con sus penetrantes ojos azules llenos de amor. Las lágrimas seguían brotando por sus mejillas. ─ He dicho que los ángeles no lloran – gruñí ceñudo. ─ Lo siento, Óscar. Hacía mucho tiempo que no escuchaba su voz. El tono que había memorizado en mi mente no se asemejaba siquiera. Era una voz dulce y decidida, vibrante como un repiqueteo de campanillas. Se aclaró la voz. ─ Óscar, no sé si es el mejor momento… ─ Dime – no vacilé. Siempre me parecía un buen momento para escuchar su voz de nuevo. Ella me miró sorprendida otra vez. Juntó sus cejas, formando una sola línea. Seguía confundida. ─ Perdóname – su voz se rompió con aquella única petición. ─ ¿Perdonarte? – pregunté exhausto. Era ella la que tenía que perdonarme a mí. No había creído su historia, no había confiado en ella.


─ Por unirme a Cefas y permitir que todo esto suceda. Wizha podría seguir… ─ se interrumpió. Las lágrimas caían a toda velocidad, inundando sus mejillas ─. Y tú no estarías así, magullado y herido. ─ Gabriella, todo esto ha sido por ti, pero no por tu culpa ─ ella lloró con más fuerza todavía. Los ángeles no lloran. Pero este ángel era tozudo; lloraba cuando yo deseaba verla sonreír. Una sonrisa es muy valiosa y difícil de conseguir. Al menos, en ella. Sabía a qué se refería con Wizha. Pero ella no tenía la culpa. Si yo la hubiese creído desde el principio, ella no se hubiese unido a Cefas. Son acciones que forman una cadena de sucesos sin fin. Una acción lleva a otra acción y una decisión a la renuncia de otra y una nueva cadena de circunstancias. Me acerqué a ella a pesar del dolor punzante de mi costado y la acuné entre mis brazos. Gabriella acostumbraba a soportar siempre la culpa de todo cuanto sucedía a su alrededor. Se sintió culpable de mi entrada al mundo oscuro y ahora se sentía de igual forma por la muerte de Wizha. ─ No te culpes por ello. ─ Lo siento, Óscar…lo siento…tanto – hipaba. Los sollozos incesantes ahogaban sus palabras de disculpa. ─ Shhhh – le susurré al oído. ─ Óscar, ¡no sé cómo pude ser tan idiota! Estaba dolida, había cumplido todas y cada una de mis promesas con respecto a ti. Siempre cumplo mis promesas; preferiría morir antes que romper una. No entendía porqué a ti te parecía una idea tan absurda aquella que tenía que ver con el mundo oscuro. Tampoco entendía aquella descabellada idea de que yo te había secuestrado, porqué aquello había ahondado tan profundo en tu pequeño cerebro. Estaba furiosa y me dejé llevar por el odio cuando me dijiste que no querías volver a verme y que te dejara en paz. No podía creer que después de todo lo que había hecho por ti, incluso cuando tú me pediste que accediera a velarte en tu mundo mientras vivías sin memoria…Ya me había resultado suficientemente doloroso verte cada día y no poder hablarte ni permitir que me vieras. Tan cerca y tan lejano. Verte con tantas mujeres me hizo sentir celosa; jamás me había sentido así. Y en esos momentos en que te veía infeliz, llorando por la incertidumbre de esos meses olvidados en los que consumamos nuestro amor, añoraba más que nunca acercarme a ti y acunarte entre mis brazos, pidiéndote que fueses feliz. Se la veía tan vulnerable. Mi ángel de alas negras que siempre había demostrado mostrar endereza y serenidad. ─ Y cuando te vi en mi mundo de nuevo…sentí una punzada de esperanza, Óscar. Pero sabía que Cefas ansiaba matarte y por ello te pedí que te fueras. Tuve que convencerle para que no te diese caza en tu mundo. Pero él quería una garantía…así que accedí a casarme con él para que tú estuvieses fuera


de peligro. Y luego le prometí serle fiel si no te hacía daño estando aquí. Aunque no sé porqué te lo estoy contando, por lo que deduje alguien te lo contó. ─ Zimbarella. ─ Fuiste un loco sin remedio. ¿Cómo pudiste actuar así? ¡Permitir que Cefas te hiriera adrede para hacer que rompiese mi promesa! ¿A quién se le ocurre? – la miré ceñudo –. No te molestes en contestar, sí, sólo a ti se te ocurriría. No tienes sentido de la supervivencia, en serio. Casi me muero de un infarto cuando te abalanzaste sobre él y te hirió. Creí que morirías. Sin embargo, dijiste aquello…ni siquiera había caído en la cuenta en ese instante en que alguien te hubiese relatado aquel momento en que estuviste inconsciente, casi muerto. Tú… No pudo seguir. Miraba nerviosamente sus dedos pálidos retorciendo la sábana. Puse un dedo en su barbilla y la obligué a mirarme. Sus ojos me reflejaban como dos cristales vacíos. ¿Por qué siempre me perdía en aquellos ojos cuando me miraba? No importaba si se encontraba triste, alegre, enfadada, tranquila…siempre me perdía en la profundidad de los ojos azules que iluminaban su rostro. ─ Volvería a hacerlo con tal de recuperarte. Y no sólo una, sino mil veces si hiciera falta. Y eres tú la que me tienes que perdonar a mí, no yo a ti. Gabriella se abalanzó sobre mí, apretándome contra su cuerpo. Estaba rígida y fría, temblaba como un niño pequeño. Le devolví el abrazo y la besé en los cabellos. Aspiré su olor. ¡Cuán de menos había echado aquel perfume tan propio de ella! Ahora lloraba más que en cualquier otra situación. Jamás había presenciado ese dolor en ella. Realmente le dolía y se arrepentía de haberse unido a Cefas. Yo no tenía realmente que perdonarla, no había nada que eximir. Todo cuanto había hecho, cada acción, cada sufrimiento, cada decisión, había sido única y exclusivamente por ella. Para recuperarla, para que perdonara mi inaceptable comportamiento. Aquel vacío en mi pecho se había llenado de nuevo. Ambas partes del puzle encajaban ahora. Mi tristeza se evaporó en aquel minuto de perdones y disculpas. Para mí, ya no existían recuerdos amargos, ni rupturas, ni meses de muerte en vida, ni sacrificios. Supe que ese pensamiento lo compartíamos. Ella también olvidaba todo, dejaba todo lo malo atrás para centrarse en un presente feliz. Nada ni nadie me separaría de ella, no ahora; no a partir de aquel fugaz momento consumado en un abrazo lleno de amor eterno.

***


El funeral de Wizha sería un antes y un después en mi vida. No sólo Gabriella me marcó para siempre con su amor, mi madre postiza en el mundo oscuro también lo había sido todo para mí. En aquel paisaje morado desde el cual podía ver aquella cueva de mis recuerdos, se reunió una gran masa de gente. Todos deseaban despedirse de una de las personas más desinteresadas y generosas de aquel mundo extraño tintado de morado. Aquel mundo en que jamás salía el sol, en el que el cielo jamás se pintaba de azul con nubes de algodón. En el cual la luna resplandeciente y las estrellas nunca abandonaban su posición en el firmamento. Gabriella, cubierta de lágrimas, retocaba los últimos detalles en el cuerpo sin vida de Wizha antes de devolverla al mar. Así se despedían de las personas. Una vez más, sus costumbres volvieron a asemejarse a las que había estudiado en los libros de historia de edades antiguas. Terminó de colocar un pequeño ramillete de flores lilas y escarlatas entre sus manos grandes y delicadas. Aquellas con las que había ayudado a tanta gente. La contemplé fijamente al rostro, era hermosa a pesar de la edad. Sus ojos permanecían cerrados, como seguirían siempre. Jamás volvería a ver su mundo, un mundo transformado en un lugar mejor una vez erradicado el mal. Por fin reinaría la paz, la tranquilidad y la felicidad sin ataduras ni normas dictatoriales. Deseaba que el mundo real también fuese así, pero allí todavía quedaba un largo camino hasta esa meta. Demasiada gente malvada y cruel que, como Cefas, ansiaba el poder y la riqueza. Un hombre repartía velas y ayudaba para encenderlas. La hora de despedir a Wizha por fin llegaba. Apenas pude contener mis lágrimas.

Se marcha. Jamás volveré a verla. Gabriella se levantó del suelo donde había permanecido arrodillada durante todo el tiempo que había durado la preparación del funeral. Se acercó a mí y agarró fuertemente mi brazo. Parecía que jamás podría parar de sollozar. Liberé mi brazo de ella y la arropé con ambos. Ella se apretó a mí con más fuerza que antes, hundiendo su rostro en mi pecho, intentando sofocar sus lágrimas y jadeos. Varias lágrimas rodaron por mis mejillas hasta llegar a sus rizos alocados. Cuatro hombres, entre ellos Quelthar, levantaron el cuerpo de Wizha, que se encontraba sobre una especie de plataforma de madera y la colocaron encima de lo que a mí se me antojaba como un barco pequeño, también de madera. Un barco del mismo tamaño que ella, adornado de flores, velas y pequeñas piedrecitas de colores. Zimbarella colocó sobre la cabeza de Wizha una corona de flores y prendió un pequeño fuego sobre las flores secas que sujetaban sus manos. Los cuatro hombres se adentraron en el mar y posaron allí a la que fuese mi segundo ángel protector. Mi segunda madre. Gabriella levantó la cabeza, rota por el dolor, para presenciar la marcha de Wizha. Quelthar empujó suavemente la barca hacia el horizonte, mientras las flores seguían ardiendo y el fuego se extendía por todo el cuerpo a la vez que se alejaba. Finalmente, cuando ya no veíamos a Wizha, sino un bulto lejano


bajo una hoguera, ésta desapareció completamente bajo las llamas, que lo habían convertido todo en ceniza. Después, nada. Wizha se había ido para siempre.


Capítulo 27

Aproveché el resto de la semana para quedarme en el mundo oscuro; después, volví a casa. Mis padres y mi hermana me recibieron entusiasmados, preguntándome por el viaje. Me pidieron que les enseñara las fotos y mi mayor excusa fue que había perdido la cámara de fotos. Me apliqué en los estudios, pedí los apuntes que no había reunido a Bruno y machaqué los codos intentando comprender cada ejercicio y cada texto que leía. Con su ayuda y la de Gabriella conseguí unas notas excepcionales. Los profesores volvieron a verme como el típico alumno perfecto de matrícula de honor. Mis padres aceptaron a Gabriella en el mismo instante en que entré por la puerta por unas notas sobresalientes. Alegué que su ayuda había sido una pieza fundamental en aquellos resultados. Todavía no la conocían, así que un día la llevé a casa a cenar. Quedaron anonadados por su majestuosa belleza, de igual manera que me había sucedido a mí. Bueno, de igual manera no. Yo había sido más idiota. O más listo, dependiendo del punto de vista del que se mire. Susana la adoraba. Rosario me odiaba, por supuesto. Le había dado falsas esperanzas. No me volvió a dirigir la palabra. Zimbarella llegó el día que terminaba por fin mi primer año de carrera. Me felicitó y Bruno se quedó boquiabierto ante aquella mujer rubia de ojos azules. Después de las presentaciones, Gabriella y yo nos retiramos para dejarles a solas. Al cabo de un rato no paraban de sonreír y coquetear entre ellos. Él no sería tan irresponsable y necio como yo. La aceptaría de cualquier manera. Zimbarella podía ser la princesa que añoraba encontrar en sus sueños. Recordaba perfectamente el día que mi tutora de la universidad me llamó a su despacho para escuchar una explicación de mis altibajos en los estudios. Era hermosamente rubia, de ojos azules y cuerpo esbelto. Se ocultaba tras unas gafas de pasta negras y un moño simple. Mientras me hablaba, reparé en una foto antigua de ella joven con un hombre rubio de rizos perfectos y penetrante mirada negra. Ambos sonreían tranquilos a la cámara. Reconocí inmediatamente al hombre.

Así que la leyenda era cierta. El motivo por el que Cefas había odiado a los humanos estaba frente a mí, exponiéndome temas que carecían de importancia. Cuando descubrió que yo miraba fijamente aquella foto, la cogió y la guardó en un cajón. Parecía apurada y preocupada. ─ ¿Le amaba? – le pregunté desvergonzadamente.


─ Sí, Óscar – me respondió para mi asombro ─. Pero no estás aquí para hablar de mi vida privada, sino sobre tu trayectoria en este curso. Eso fue todo. Un poco de color inundó sus mejillas y pude ver un brillo de lágrima en sus ojos azules. Si le amaba, ¿por qué le había abandonado? ¿Qué importaba si Cefas fuese de otro mundo? Quise preguntarle, pero ella no sabía que tenía conocimiento de aquello. Tal vez querría saber sobre Cefas. ¿Cómo podría decirle que estaba muerto porque, convertido en un tirano, todos los habitantes deseaban darle muerte? ¿Le amaba todavía? ¿Ahora? ¿Se arrepentía como yo lo había hecho? Todas aquellas preguntas y muchas más se tornaron en una espiral sin respuesta. La noche de la fiesta de fin de curso, Gabriella vino a casa a escondidas, ya no tenía una casa en la cual vivir. Se metió en mi habitación y no paramos de hablar sobre nuestros planes de futuro hasta bien entrada la madrugada. En mis sueños, reconstruí el último y más importante de todos mis recuerdos.

─ ¿Recuerdas dónde está la panadería, no? ─ Mamá, que sí. Está en frente de la tienda de chucherías en la que compraba de pequeño. Mamá podía ser muy pesada. Sabía perfectamente dónde se encontraba la panadería que habían abierto el día anterior. Bruno me había dicho que tenían un panel lleno de chucherías de todas las formas, colores y sabores. Tal vez podría comprarle a Susana una bolsa para los fines de semana. Aunque a mamá no le haría ninguna gracia. De camino a mi destino, vislumbré a una chica. Era muy guapa, de rizos alborotados y negros como la oscuridad. Vestía una especie de vaqueros ajustados y rotos. Un poncho marrón, parecido a la piel, se ceñía a su cuerpo esbelto. Como un impulso, la seguí. ¿Por qué la seguía? Se supone que debía ir a comprar el pan. Mamá se enfadaría si tardaba demasiado. Mamá se ponía histérica SIEMPRE. Pero mi cuerpo no estaba en armonía con mi mente y continué tras ella. Entró a un callejón y al final de éste vislumbré una especie de agujero negro. ¿Un agujero negro? ¿Cuántas veces había jugado en aquel callejón con Bruno, Marcos y Arturo? Allí siempre había estado una simple pared. Se sumergió en el agujero y, como un inconsciente y sin entender muy bien que hacer, me adentré también, sin saber que me esperaría al otro lado. ─ ¿Por qué sonríes? La voz de Gabriella era apenas un susurro. Sabía que estaba sonriendo ella también cuando le di mi respuesta. ─ Acabo de recordar el día que te vi por primera vez, cuando quedé impactado por tu belleza. Ese momento todavía seguía escondido en mi mente.


─ Oh, Óscar… Se removió bajo las sábanas para acercarse más a mí y se acurrucó. Sentí sus brazos cerrarse sobre mí en forma de abrazo. Y la abracé también. ─ Duérmete otra vez, Óscar – me susurró. Después, me dio un beso en los labios y se quedó dormida en mis brazos. Unos brazos que jamás volverían a soltarla. Un chico estúpido y temerario que juró en aquella noche a la luna, a Dios, y a todos los poderes sobrenaturales, que nada ni nadie, ni siquiera él mismo, volverían a separarlos. La abracé más fuerte todavía, sin lastimarla ni despertarla, y me rendí de nuevo al sueño.


Epílogo

Recuerdo de Gabriella

Cuando Óscar puso un pie en el portal, se me encogió el corazón. Sus labios susurrando sin palabras que me amaba me servirían para darme ánimos en esos cuatro años de separación. Ver cómo el portal se lo tragaba de vuelta a su mundo me hizo añicos el alma. Pero un día estaríamos juntos de nuevo, sólo tenía que ser paciente. Sin embargo, aunque él no me recordase yo estaría ahí, protegiéndole. Sería su ángel de la guarda. No obstante, aquel colgante me preocupaba. No hay nada peor que tener un misterio sin resolver sobre tu vida como para añadirle un objeto material. Así lo había decidido él, había deseado guardar algo que le atase a mí y a mi mundo. Wizha apoyó una mano sobre mi hombro para que le prestase atención, ya que yo seguía sin poder apartar la mirada de la pared en la cual hacía unos segundos ya que el portal se había cerrado. La miré y me sonrió, infundiéndome ánimos como sólo ella sabía hacer. Quelthar y Elzik, más adelante, me observaban también. Entonces, cogí la mano de Wizha y salimos de aquella habitación.



LISTA DE PERSONAJES POR ORDEN ALFABÉTICO Ana: una compañera de Óscar. La chica que le espiaba y a la cual descubrió cuando llegó a su casa y encontró un motón de fotos del protagonista. Arturo: amigo humano de Óscar. El “Coletilla”. Bolth: chico integrante del grupo que se adentra en el castillo de Cefas. Bruno: el mejor amigo humano de Óscar. El “Rastitas”. Cefas: como en toda historia, el malo malísimo que pretende matar al protagonista, Óscar. Elzik: el mejor amigo de Óscar en el mundo oscuro. Protagonista secundario. Esmeralda: lío pasajero de Óscar antes de conocer a Gabriella. Fizko: chico integrante del grupo que se adentra en el castillo de Cefas. Gabriella: compañera de vida de Óscar. Protagonista de la historia, junto a él. Gilde: un guerrero del mundo oscuro. Es aquel que susurra algo a Quelthar antes de la batalla y luego se mezcla con el resto de la gente. Helione: hombre integrante del grupo que se adentra en el castillo de Cefas. Julia: animadora que besa a Óscar después de que éste colara un gol. Kuyr: chica que conoce a Gabriella desde pequeña. Es aquella que le explica a Óscar las costumbres sobre las bodas del mundo oscuro. Mago: nadie le conoce por su verdadero nombre. Habitante del mundo oscuro. Encargado de abrir y cerrar los portales. María Elena: madre de Óscar. Mateo: amigo humano de Óscar. El “Ricitos”. Quelthar: amigo de Óscar. Protagonista secundario. Rickpa: es el encargado de hacer guardia mientras todos duermen en la cueva, la noche que Óscar se encuentra con Gabriella al volver al mundo oscuro.


Rosario: componente del grupo de amigos de Óscar. Novia de Óscar después de la marcha de Gabriella. Sergio: padre de Óscar. Shasian: mujer integrante del grupo que se adentra en el castillo de Cefas. Susana: hermana pequeña de Óscar. Wizha: la segunda madre de Óscar. Protagonista secundaria. Zimbarella: amiga de Óscar.


Agradecimientos

Gracias a mis padres por comprarme y leerme libros desde que era pequeña; mi pasión por este mundo de lectura y escritura empezó por aquel entonces. A mi hermano Paulino por soportar todas y cada una de mis tonterías. A toda mi familia por el apoyo dado. Gracias a mis mejores amigos, mis queridos “Imperdibles”. Vosotros también me habéis soportado bastante y nunca tendré suficientes palabras de agradecimiento por todo cuanto he recibido de vuestra parte. Os agradezco de corazón que siempre estéis ahí para escucharme y darme apoyo. No sé qué hubiese hecho sin vosotros y doy gracias por aquel día en que os conocí y os convertisteis en una de las partes más importantes de mi vida. Aitziber, Alba, Raquel, Sara, Alejandro, Andrés, Gabino, Jose Ángel, Jose Manuel, Ramón… Gracias también a Cristina, Irene, Alberto, David, Jose Manuel y Víctor; me alegro de que el destino haya decido que nos vayamos viendo las caras y pasemos tan buenos momentos. También a José Joaquín. Gracias a Javier Carreño, por colarte en mi vida y hacerme feliz. Gracias a los visitantes de mi blog: eldesastredemaria.blogspot.com, ya que he recibido muchos comentarios de apoyo y ánimo. En especial, gracias a mi madre, por leer siempre los libros que he escrito desde que era una renacuaja, incluso aunque no valiesen la pena. Gracias por todo. La vida no es más que un álbum de fotos, con recuerdos, sentimientos y pensamientos. Cada persona es un mundo porque cada uno nace único; como si al nacer te crearan con un molde y después se rompiese. Al fin y al cabo, ¿quién eres sin tus recuerdos?


AUTORA Me llamo María Moreno Alfaro. Nací el 28 de junio de 1991. Los libros son y han sido siempre mi pasión. Desde pequeña me han regalado muchos y los devoraba en tiempo récord. También he creado mis propias historias desde que tengo uso de razón y ello se refleja en “Poesías de una niña extraña” y “Amores y desamores de una desastrosa adolescente”, libros de baja calidad por mi poca experiencia pero muy importantes para mí; tanto, que a pesar de ello, los subí gratuitamente a Internet para que todo aquel que quisiera pudiera leerlos también. Espero que hayáis disfrutado de este libro tanto como yo lo hice escribiéndolo.


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En LeerLibrosOnline.es podrás publicar todos tus escritos, ya sean novela, cuentos, poesía o ensayo, absolutamente lo que quieras. Pretendemos agrupar a todos esos escritos que están repartidos en los vastos dominios de internet, en los cuadernos cubiertos de polvo de las habitaciones de medio mundo o en los archivos más escondidos de un ordenador y ofrecerles un lugar para dar a conocer su obra y librarse de ese miedo a que otros la lean. ¿Te animas? La literatura no sólo pertenece a los libros, que son tan sólo un soporte. La literatura está también en los cuadernos cubiertos de polvo de las habitaciones de medio mundo, en los archivos más escondidos de un ordenador, en una libreta manida en la que alguna vez se quisieron crear historias, en un trozo de papel vetusto en el que aún se lee una preciosa nota que alguna vez alguien te entregó. La literatura está en folios que acabaron en la basura, en cartas que nunca llegaron o que se guardaron en cajones de olvido, en blogs escondidos en la Web que los buscadores nunca van a mostrar, en letras de canciones inventadas que sólo se conservan en las memorias vergonzosas. La literatura está en todos lados, aunque mucha no se conozca ni se vaya a conocer.

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