ISSN: 2524-9592
Publicación digital Nº 9 - febrero de 2018
Manuel Belgrano en el bronce
Belgrano: El prócer enfermo
Incidencias de la gloriosa batalla de Tucumán
Heroína de la Patria: Gertrudis Medeiros
El Sr. Guillermo Gallardo, director del Archivo General de la Naciรณn y presidente de la Junta de Historia Eclesiรกstica Argentina, en el atrio del convento de Santo Domingo con motivo de descubrirse una mayรณlica en el frente del mencionado convento, en homenaje al General Manuel Belgrano en el sesquicentenario de su muerte. 15 de octubre de 1970. Departamento Documentos Fotogrรกficos. Inventario 305905.
SUMARIO
Publicación digital Nº 9: febrero de 2018
MÁRMOL Y BRONCE
Manuel Belgrano en el bronce Homenajes a la labor, a la patria y al sacrificio (Por Nicolás Gutierrez)
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El Padre de la Patria Discurso de Sarmiento al inaugurar la estatua ecuestre de Belgrano en Buenos Aires
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SOBRE BELGRANO Incidencias de la gloriosa batalla de Tucumán (Por Daniel Balmaceda) En sus propias palabras La batalla de Tucumán según Manuel Belgrano (Por María Teresa Fuster) Belgrano: El prócer enfermo (Por Omar López Mato) Belgrano, visto por sus contemporáneos (Por Roberto L. Elissalde)
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RESCATE Heroína de la Patria La historia de doña Gertrudis Medeiros (Por Gustavo Flores Montalbetti)
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Nuestros números anteriores
PRESIDENTE DE LA NACIÓN Mauricio Macri MINISTRO DEL INTERIOR, OBRAS PÚBLICAS Y VIVIENDA Rogelio Frigerio SECRETARIO DEL INTERIOR Sebastián García De Luca SUBSECRETARIO DEL INTERIOR Juan Carlos Morán DIRECTOR DEL ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN Emilio Leonardo Perina SUBDIRECTOR DEL ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN Facundo Jaramillo
EDITOR Emilio Leonardo Perina REDACTORES PRINCIPALES María Teresa Fuster María Jaeschke DISEÑO María Jaeschke CORRECCIÓN DE TEXTOS Paulo Manterola
Número 9: febrero 2018 ISSN: 2524-9592 Para leerla online: www.issuu.com/legadolarevista Para descargarla: www.agnargentina.gob.ar/revista.html Fotografía de tapa: Un grupo de niñas encabezan, con una gran bandetad realizada desde Plaza San Martín hasta Plaza de Mayo, con motivo de conmemorarse un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo. 25 de Mayo de 1956. . Departa-
COLABORADORES DE ESTA EDICIÓN Daniel Balmaceda Roberto L. Elissalde Gustavo Flores Montalbetti Nicolás Gutierrez Omar López Mato
Leandro N. Alem 246 C1003AAP - CABA Teléfono: (54 11) 4339-0800 int. 71037 E-mail: revistadigitalagn@gmail.com
EDITORIAL Este número es una edición especial dedicada al general Manuel Belgrano, uno de los hombres más importantes de nuestra patria. En principio, hacemos un recorrido por las diferentes ciudades en donde se le han rendido homenaje a su figura a lo largo de Argentina y también en el exterior. Si bien estos reconocimientos fueron tardíos, el prócer sería uno de los más honrados en el bronce, después de San Martín. Sin dudas, vale la pena el paseo. Al momento de la inauguración de la estatua ecuestre que hoy se encuentra en Playa de Mayo, el entonces presidente de la Nación, Domingo F. Sarmiento, pronunció un discurso muy elocuente en memoria del “Padre de la Patria”, como él mismo lo llamó. Aquí lo transcribimos de forma completa tal como fue publicado en aquella época. Uno de los momentos culmines de la carrera militar de Belgrano fue la batalla de Tucumán, decisiva para nuestra historia. Relatamos algunos de los trasfondos de este combate, así como ofrecemos el testimonio del propio Belgrano. Además, analizamos la salud del general a lo largo de su vida, sus dolencias, sus males y las causas de su muerte. Su testamento, atesorado en el Archivo, evidencia que no solo carecía de salud sino también de bienes económicos. Por último, rescatamos la figura de una mujer olvidada que dio tanto o más que muchos de los héroes de la independencia: doña Gertrudis Medeiros. Su singular vida y las peripecias que le tocaron atravesar por defender sus valores la enaltecen. Nuestra intención es salvarla del olvido y darla a conocer a la posteridad.
Queremos agradecer a nuestros frecuentes colaboradores que, en cada edición, enriquecen esta publicación. Es un honor poder compartir su saber y su curiosidad por la historia argentina. Extendemos la invitación a todos aquellos investigadores que deseen colaborar en esta tarea de divulgación. Bienvenidos sean.
Emilio L. Perina
Retrato del Gral. Manuel Belgrano (1770-1820). Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 131822.
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MÁRMOL Y BRONCE
Manuel Belgrano en el bronce Homenajes a la labor, a la patria y al sacrificio por Nicolás Gutierrez*
El creador de la enseña patria ha sido homenajeado con bellas esculturas ecuestres, tanto en la Argentina como en el extranjero. De hecho, después de San Martín, es uno de los próceres con más conmemoraciones. Este gran hombre tardó en ser homenajeado por una patria por la que dio todo y, por mucho tiempo, recibió poco y nada. Son numerosos los homenajes que se le han hecho a lo largo de todo el país y fuera de este. En este artículo, repasamos algunas de ellos.
El creador de la bandera en Plaza de Mayo Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano daba su último aliento de vida en la fría y húmeda mañana del 20 de junio de 1820. Nacido en el seno de una familia de sólida posición económica, dejaba sin dinero ni salud el mundo de los mortales a los escasos 50 años, postrado en una cama de la casa de sus padres en Buenos Aires, luego de un fatídico periplo desde la lejana Tucumán. El abogado, economista y militar, instruido en las cultas universidades de Salamanca y de Valladolid –aunque nacido al mundo marcial ante la urgencia de los acontecimientos revolucionarios–, sacrificó todo por su amada patria. Hombre esencial en el
camino hacia la libertad de los pueblos americanos, fue secretario del Consulado de Comercio, desde el que fomentó la educación y el desarrollo económico, secretario de la Primera Junta de Gobierno, general en jefe del Ejército del Norte, diplomático ante las potencias europeas para el reconocimiento de la independencia de las Provincias Unidas del Sur e integrante del Congreso de Tucumán, como uno de los más fogosos promotores de la Declaración de la Independencia firmada el 9 de julio de 1816. Creador de la bandera nacional, vencedor en las decisivas batallas de Tucumán y Salta y vencido en las de Vilcapugio y Ayohuma.
* Es contador público y vive en Bahía Blanca. Es escritor, historiador e investigador. Es autor de Mármol y Bronce: escultura de la Ciudad de Buenos Aires (Olmo Ediciones, 2015).
Aspectos del acto realizado en el atrio del convento de Santo Domingo con motivo de la inauguración del mausoleo del Gral. Belgrano, 20 de junio de 1903. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 167140. 7
Sin dudas es Belgrano uno de los padres de la Patria y esta se hallaba en deuda con él, no solo en el sentido literal de la palabra, sino también en lo que respecta al tributo honorífico digno de sus servicios. Así pues, en 1860, se constituyó una Comisión Pro Monumento, integrada por Blas José Pico, José María Albariño y el coronel Mariano Díaz. Dos años después, este último sería sustituido por el coronel Pedro Calderón de la Barca y se sumaron los señores Santiago Albarracín y Carlos Torres. Las tareas de la junta eran las de seleccionar al escultor, gestionar el lugar público a emplazar la obra y recolectar los fondos, suscribiendo colectas públicas. En principio, los aportes llegaron con celeridad; sin embargo, no cubrieron las expectativas y necesidades para paliar los gastos. El impulso por la novedad mermó con el correr de los años y el proyecto se fue desvaneciendo. A ello se le sumaba que, a fines de aquella década, todos los miembros de la comisión habían partido de este mundo. De las obligaciones de la junta, se había arribado a un acuerdo en lo referente al lugar de emplazamiento y las características de la escultura. Con respecto al primero de los asuntos, los sitios propuestos fueron la Plaza del Parque (actualmente, la plaza Lavalle), el atrio del convento de Santo Domingo (donde hoy descansan los restos de Belgrano) y la plaza 25 de Mayo (la mitad de la actual Plaza de Mayo que da hacia la Casa Rosada). De los tres, finalmente triunfó este último sitio. Por su parte, también se discutió sobre si Belgrano debía ser representado a caballo o bien de pie: prevaleció la caracterización ecuestre. Fue Félix Pico, hijo del difunto presidente de la junta, quien observó la desaparición involuntaria e inevitable de los miembros de la comisión. Por ello, en 1870, se conformó una nueva junta integrada por el propio Pico, Bartolomé Mitre y Enrique Martínez; sin em8
bargo, el primero de ellos pronto presentó su renuncia y fue sustituido por Manuel José Guerrico, quien había residido en Francia, exiliado durante la gobernación de Rosas. En Europa, Guerrico se interesó por las bellas artes. Por tanto, resultó ser el miembro más avezado con respecto al mundo artístico. Fue él, de hecho, quien propuso al escultor Albert Ernest Carrier-Belleuse. Este hombre francés, nacido en el año 1824, era para aquel entonces un artista prestigioso y consagrado. Egresado de la Escuela de Bellas Artes de París, gozaba del beneplácito de Napoleón iii. En su taller, trabajó el joven y prometedor Auguste Rodin. Fue embestido como Caballero de la Orden de Leopoldo y como Oficial de la Legión de Honor. Para el tiempo del encargo argentino, Carrier-Belleuse también había recibido otro pedido desde el cono sur: la confección de la estatua de O’Higgins, que sería emplazada en la Alameda de Santiago de Chile. Para la figura ecuestre del monumento de Belgrano, el escultor francés eligió al francoargentino Manuel de Santa Coloma. Este había nacido en 1829 en el consulado argentino de Burdeos. Su padre, Eugenio María de Santa Coloma era, desde 1821, el ministro plenipotenciario argentino en Francia y agente consular de Chile, cargos que ostentó por cuatro décadas. Por su parte, Manuel era un reconocido escultor animalista. Nunca pisó suelo americano, de manera tal que desconocía la raza de caballos criollos. Ello se evidenció en el resultado del corcel, bellamente ejecutado por el compatriota, pero que naturalmente no se asemeja a los ejemplares que montó el general en sus campañas militares. Incluso, guarda una cierta desproporción con respecto al jinete, algo que dio lugar a comentarios tales como “¡petiso resultó el caballo del general!”.
Estatua ecuestre de Belgrano, realizada por Manuel de Santa Coloma y Albert Ernest Carrier-Belleuse. Departamento Documentos Fotogrรกficos. Inventario 286899.
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La escultura fue fundida en los talleres de Val d’Osne y partió con destino a estas pampas en enero de 1873. Para su inauguración, se eligió una fecha acorde a los laudes del homenajeado: el 24 de septiembre de ese mismo año, día en que se conmemoraba el sexagésimo primero aniversario de la batalla de Tucumán. Para el acontecimiento, la ciudad fue embanderada y una multitud se agolpó en las plazas 25 de Mayo, Victoria y sus adyacencias. Se estima que entre veinte y veinticinco mil personas presenciaron el acto. La comitiva oficial fue encabezada por el presidente Domingo Faustino Sarmiento, los ministros y miembros de la Corte Suprema, el cuerpo diplomático, la Comisión Honorable de la Cámara de Diputados, las autoridades provinciales, los miembros del clero y de instituciones educativas, como así también los integrantes de la Comisión Pro Monumento. Los veteranos del Ejército de la Independencia y las Guardias Nacionales también estuvieron presentes y, a su vez, fue exhibida la bandera del Ejército de los Andes. Los encargados de los discursos fueron Sarmiento, en su calidad de presidente, Mitre, a cuenta de la comisión, y el gobernador Mariano Acosta, como representante de la provincia de Buenos Aires, impulsora del homenaje. El sanjuanino desarrolló en su alocución, como era su costumbre, una clase pedagógica del origen de los monumentos públicos y una extensa reseña biográfica del homenajeado. Y, por supuesto, no se olvidó de Rosas ni de López Jordán, dos de sus archienemigos predilectos. Dijo al inicio de su discurso (el cual fue transcripto en su totalidad en la página ... de esta publicación): 10
Llenamos uno de los más nobles deberes de la vida social, rindiendo homenaje a la memoria de los altos hechos que inmortalizan el nombre de uno de nuestros antepasados (…) Ante la imagen de uno de nuestros hombres públicos, repetimos el acto instintivo de nuestra especie, y volviendo a lo pasado, trayendo hacia nuestra época, y legando a la posteridad el recuerdo en hombres y hechos de nuestro origen, como pueblo que tiene hoy su puesto conquistado y aceptado entre las naciones del mundo.
Mitre, por su parte, basó su discurso en la vida y obra de Belgrano, sin dejar de mencionar, en forma conciliatoria, que la estatua había sido erigida por gratitud pública bajo el auspicio del gobierno de Buenos Aires y con el concurso del gobierno nacional. En la mencionada escultura, el prócer es representado con uniforme militar. Lleva el brazo izquierdo hacia su corazón y, con su mano derecha, alza hacia el cielo la insignia patria por él creada. Cabalga un brioso caballo en actitud de avance, situado sobre un basamento revestido en granito y asentado sobre una base escalonada. En un principio, la estatua miraba de costado hacia el edificio del Teatro Colón, donde actualmente se levanta el Banco de la Nación Argentina. Posteriormente, durante la intendencia de Torcuato de Alvear y con la demolición de la Recova Vieja, y la consecuente unificación de las dos plazas, el basamento de la escultura fue trasladado hacia el lateral más cercano a la Casa Rosada y girado noventa grados.
Plaza 25 de mayo (hoy Plaza de Mayo), Teatro Colón (hoy Banco Nación) y Recova, 1875. Se observa la ubicación original donde la estatua miraba de costado hacia el edificio del antiguo Teatro Colón, donde actualmente se levanta el Banco de la Nación Argentina. Departamento Documentos Fotográficos. Fondo Witcomb. Álbum Nº2. Inventario Nº12.
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Acto realizado con motivo de la colocación de la piedra fundamental del monumento a Manuel Belgrano en Echeverría y Vuelta de Obligado. Mayo de 1910. En el centro se encuentra el general Daniel Cerri (de barba blanca y muchas medallas), una figura destacada de la historia de Bahía Blanca. Departamento Documentos Fotográficos. Fondo Caras y Caretas. Inventario 167137.
La ciudad de Buenos Aires cuenta con otras dos esculturas de Belgrano en su espacio público. Uno de ellos es un busto en mármol, obra de Luis Fontana, que corona una columna del mismo material y complementado por la bandera argentina, en bronce, situada en la base de esta. Donado a la ciudad por Antonio Santa María, fue inaugurado el 28 de mayo de 1899 en el barrio de las Barrancas de Belgrano. En este mismo barrio, en su plaza central, que también rinde homenaje al general, se encuen12
tra la restante escultura. Obra de Héctor Rocha e inaugurada el 24 de septiembre de 1961. En esta, Manuel es representado de pie y con vestimenta civil de su época. Se sitúa sobre un basamento revestido en granito rojo lustrado y cuenta con cuatro altorrelieves en bronce que describen escenas del homenajeado. La piedra fundamental de este monumento había sido colocada el 22 de mayo de 1910, en el marco de los festejos del centenario de la Revolución de Mayo.
Monumento a Manuel Belgrano realizado por el escultor Luis Fontana y ubicado en la calle 11 de setiembre y Echeverría en el barrio de Belgrano. El palacio que se observa detrás del busto era el de Antonio Santa María, donante del monumento. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 167108.
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Su mausoleo Cumpliendo con su última voluntad, los restos mortales de Manuel Belgrano fueron cubiertos con el hábito de la congregación de los Dominicos. Fue sepultado en el atrio del convento de Santo Domingo con un mármol de mobiliario de la casa paterna como lápida. Su muerte pasó casi desapercibida para los porteños. El clima político, que pronosticaba la anarquía, era tan enrarecido y confuso que ese mismo día fueron tres los gobernadores de la provincia: Ildefonso Ramos Mejía, Estanislao Soler y el propio Cabildo. Solo el periódico El Despertador Teofilantrópico hizo eco del triste desenlace del general. En verso, se escribió: Triste funeral, pobre y sombrío, que se hizo en una iglesia junto al río en esta capital al ciudadano Brigadier General Manuel Belgrano.
El tiempo transcurrió y fue recién en 1895 cuando surgió la idea de brindarle a sus restos mortales una sepultura acorde. En las vísperas de las festividades de julio, los estudiantes de la sección sur del Colegio Nacional de Buenos Aires y de la Escuela Nacional de Comercio realizaron una procesión de antorchas que culminó en la Plaza de Mayo, frente a la estatua del general. En el momento cúlmine de la celebración, el joven Gabriel Souto escaló el pedestal del monumento para hacer uso de la palabra. En su proclama, llamó a la buena voluntad de los argentinos para saldar la deuda contraída con el padre de la insignia patria y convocó a una colecta pública con la finalidad de erigirle un mausoleo. La respuesta fue inmediata: el 10 de agosto, en el convento de Santo Domingo, se llevó a cabo una reunión para constituir la Comisión Pro Mausoleo, que quedó conformada de la siguiente manera:
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• Presidentes honorarios: Bartolomé Mitre, Bernardo de Irigoyen, Julio Argentino Roca, Vicente Fidel López, Carlos Pellegrini, monseñor Juan Boneo, Carlos Guido Spano y Fray Marcolino del Carmelo Benavente. • Secretario General: Juan Manuel Espora. • Comisión asesora: José María Gutiérrez, Carlos Molina Arrotea, Fray Modesto Becco, general Alberto Capdevila, capitán de navío Martin Guerrico, Francisco Uriburu, Adolfo E. Dávila y Bartolomé Mitre y Vedia. • Comisión ejecutiva central: presidente, Gabriel Souto; vicepresidente primero, Arturo Carranza; vicepresidente segundo, Olegario Cáceres; tesorero, fray Raymundo Gabelich; pro tesorero, Angel Gontaretti; secretarios, Domingo Sánchez, Augusto Rodas, Gualtier Pessagno, Luis Garramendi; vocales, Luciano Rial, Arturo Puente, Carlos Giménez, Alberto Ostwald, Juan José Halliburton, Adolfe Oyenard, Armando Pessagno, Juan Carlos Amadeos, Ernesto Viejobueno, Alfredo Ebbeke, Leoncio Serres, Justo de Arechavala y Carlos de Irigoyen. • Comisión de propaganda: doctores Gabriel Carrasco, Carlos M. Urien, Pedro S. Alcácer, Alejo de Nevares, Adolfo Saldías, Andrés Llovet, Santiago O’Farrel, Joaquín V. González, David Peña, Carlos Aldao, Enrique B. Prack, Domingo Cichero; presbíteros Juan A. López, Luis Duprat, Juan N. Kiernan, mayor José C. Soto y señores José Juan Biedma, José Antonio Pillado, Manuel Sivilá Fernández, Jorge Ocampo, Enrique S. Meinke, Enrique Amadeo Artayeta y Manuel Salas. La junta convocó la suscripción pública y los fondos llegaron con rapidez. Paralelamente, se llamó a concurso de maquetas para concebir la obra. De los proyectos presentados, en 1898, fue ganador el de Ettore Ximenes,
Mausoleo del Gral. Belgrano en el atrio del convento de Santo Domingo. Departamento Documentos Fotográficos. Sociedad de Fotógrafos Aficionados. Álbum N°17. Inventario 213758.
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nacido en la ciudad de Palermo (Italia) en 1855. Estudió en la Academia de Bellas Artes de Palermo y en la de Nápoles. En la ciudad de Buenos Aires, se encuentran otras dos obras suyas: el monumento al doctor Eduardo Costa y el de los sirios a Argentina, donado en 1910 por la colectividad de aquel país con motivos del centenario de la Revolución de Mayo. Para fines de 1900, la obra se encontraba finalizada. Había costado la suma de 94.200 pesos. Sin embargo, la inauguración se vio postergada por tres años más. En el ínterin, el 11 de setiembre de 1902, se llevó a cabo la exhumación de los restos del prócer. Al acto fueron comisionados los ministros Joaquín V. González y Pablo Riccheri y los doctores Marcial Quiroga, inspector de sanidad del Ejército, y Julián Massot, jefe de sanidad de la Armada. También participaron los señores Carlos Vega Belgrano y Manuel Belgrano, nieto y biznieto del general, respectivamente. Desplazada la lápida que el señor Cayetano María Cazón había ordenado labrar en sustitución de la original, solo se hallaron algunos restos óseos y placas dentales, que fueron depositados en una bandeja de plata. Aunque, en realidad, no todos: Riccheri y González se llevaron en sus bolsillos, cada uno, sendos dientes del general. Los periodistas dieron cuenta del bochornoso episodio y los ministros de Guerra y de Educación, respectivamente, debieron devolverlos, sin antes dar las excusas del caso. Finalmente, el Poder Ejecutivo fijó para el 20 de junio de 1903 el día de la solemne inauguración y decretó feriado para aquella jornada. El Departamento Ejecutivo de la Ciudad autorizó la suma de cinco mil pesos para los gastos del acto y facultó a los señores De la Cárcova y Martínez para el cumplimiento del presupuesto, que constaba de la confección de arreglos y adornos en el convento de Santo 16
Domingo, del armado del palco oficial y de la iluminación de las calles Defensa y Belgrano y de la Plaza de Mayo. Por otro lado, la urna donde fueron depositadas las cenizas del general fue fundida en bronce en los talleres del Arsenal de Guerra, a cargo del ingeniero Smith. A su vez, Jorge María Lubary fue el encargado de diseñar las medallas conmemorativas que se acuñaron en oro para los miembros de la junta ejecutiva y en bronce para los demás asistentes. La jornada fue brillante. El sol resplandecía en lo alto de un cielo azul. Desde temprano la multitud se agolpó en las cercanías del convento, poblando las calles, techos y balcones. Los cuerpos de Infantería y de Caballería formaron línea a lo largo de las calles Defensa, Belgrano, Venezuela y Bolívar. En el palco, se situó el presidente Roca junto a sus ministros, los miembros de la junta ejecutiva de la comisión del mausoleo, diplomáticos, miembros del clero y jefes de guerra. El arzobispo Espinosa ofició el responso, mientras que fray Raimundo Gabelich se encargó de la oración fúnebre. Este último dijo en parte de su alocución: Surge polvo de gloria; levántate y toma posesión de esa urna funeraria, erigida por la admiración y el afecto de un pueblo para recompensar tus virtudes: hoy, señores, inauguramos el mausoleo que el amor nacional dedica a los restos del vencido en Vilcapugio y Ayohuma, generoso vencedor de Salta y Tucumán.
Posteriormente, la urna fue conducida desde el presbítero del altar mayor hasta el mausoleo por dos alumnos de la Escuela Naval y dos de la Militar, mientras que los cordones de la urna fueron conducidos por Roca, monseñor Terrero, Mitre, Carlos Vega Belgrano, Riccheri,
Niños visitando el mausoleo del Gral. Belgrano con motivo del aniversario de la batalla de Tucumán. Departamento Documentos Fotográficos. Fondo Caras y Caretas. Inventario 167100.
Drago, Betbeder y González. Una vez depositada, fue corrido el velo blanco que cubría el monumento y Gabriel Souto, en nombre de la comisión, hizo entrega de este pronunciando su discurso. Lo correspondió el ministro González, a cuenta del presidente de la República, exclamando elocuentemente un sentido mensaje: Señores: reposarán desde hoy en una urna definitiva, de bronce indestructible, las sagradas cenizas del general Belgrano, que por más de ocho décadas yacieron bajo el pavimento de este atrio ungido ya en los albores del primer reguero de sangre, precursor de tantas vitorias guerreras y tantas fundaciones institucionales.
Para cerrar el acto, hubo desfiles militares encabezados por el general Garmendia y su Estado Mayor. El mausoleo está compuesto por una base recubierta en mármol rosa italiano y franqueada por dos figuras en sus laterales, dos relieves en su frente y contrafrente, cuatro figuras de
ángeles y coronado por un sarcófago. Las dos figuras representan el Pensamiento y la Acción: la primera de ellas, en posición sapiencial, porta una pluma, exalta la condición de hombre ilustrado e ideólogo de los principales movimientos emancipadores de nuestra nación; la segunda porta un sable, representa el compromiso de Belgrano con su pueblo, al cual le brindó todo su esfuerzo y todas sus riquezas personales. Los relieves muestran dos momentos de su vida: la creación de la bandera nacional, y las decisivas victorias del Ejercito del Norte que él comandaba en las ciudades de Tucumán y Salta. Engalardonan los relieves unas guardas de bronce. En la parte alta del mausoleo, se encuentra un sarcófago cubierto con flores, un yelmo y un águila. Este es sostenido y custodiado por un grupo de cuatro ángeles, que también exhiben caracteres del representado. Todas las figuras, relieves y complementos fueron esculpidos en bronce. En 1946, fue declarado Monumento Histórico por el Decreto Nº 3039. 17
Belgrano en el corazón de los italianos: monumento en Génova La colectividad italiana era, a finales del siglo xix, una de las más numerosas e importantes en Argentina. En tierras americanas, los inmigrantes del país europeo rápidamente se consolidaron como hombres de trabajo y emprendedores de grandes empresas. Fundaron sociedades de socorros mutuos, hospitales, bancos e industrias, clubes y asociaciones culturales. La fusión de ambas culturas, progresivamente, fue afianzándose y, con el tiempo, los de ambas orillas comenzaron a compartir usos y costumbres y su admiración por las figuras públicas y próceres. Los italianos, por su parte, simpatizaron plenamente con Bartolomé Mitre, quien sabía escribir y hablar en italiano. A don Bartolo, como lo llamaban cariñosamente, lo unía una vieja amistad con Giuseppe Garibaldi, héroe en la consolidación de la República Italiana. También adherían sentimentalmente a Manuel Belgrano, quizás por Mitre (su primer biógrafo) o por sus raíces ligures: su padre, Domingo Belgrano Peri, era un noble nacido en la ciudad de Oneglia, lo que convertía a Manuel en un héroe ítalo-argentino. Por ello, los homenajes italianos a su memoria no tardaron en llegar. En 1923, la biblioteca de la Universidad de Génova fue bautizada con el nombre de Manuel Belgrano. Paralelamente, el proyecto de erigir un monumento al padre de la bandera se gestó en diciembre de 1922. Ángel Gallardo, ingeniero civil, político argentino y “belgraniano” de ley, se despedía de Italia para regresar a su patria con la finalidad de asumir el cargo de ministro de Relaciones Exteriores. Había sido embajador en Roma por el término de un año y, antes de su partida al nuevo mundo, los miembros de la Cámara Ítalo-Argentina de Génova, encabezada por Elia Lavarello, decidieron brindarle 18
un banquete de despedida. En el momento del brindis, Gallardo expuso la idea del monumento como testimonio de la unión y confraternidad de ambos pueblos, correspondida por los presentes con una salva de aplausos. Pero no solo quedó en los gestos típicamente protocolares: la Federación General de Sociedades Italianas en Argentina tomó cartas en el asunto y rápidamente se puso manos a la obra. Se constituyó entonces un Comité ÍtaloArgentino Pro Monumento. Sus presidentes eran el ingeniero Luis Luiggi, por la rama europea, y el señor Santiago Pinasco, por la americana. El primero de ellos, nacido en 1856, en Roma, por esos años, ocupaba una banca como diputado en la legislatura del Reino de Italia. Sus lazos con Argentina eran muy fuertes: había sido el responsable de la construcción del puerto militar de Bahía Blanca, lo que dio lugar a la fundación de la ciudad de Punta Alta. El segundo, nacido en 1860, en Rosario, por aquel entonces, era el director del Banco de Italia y Río de la Plata de Buenos Aires. Antes había sido intendente de la ciudad y también diputado nacional por Santa Fe. Ambos eran personas influyentes y de gran capacidad de gestión, por lo cual su participación en la recolección de fondos y trámites oficiales fue decisiva para que el proyecto se cumpliera. Tan ejecutivas fueron las tareas que, por ejemplo, el propio Pinasco había iniciado una suscripción entre los pasajeros del vapor Giulio Cesare en su viaje de regreso a Argentina en diciembre de 1922, inmediatamente luego del agasajo de despedida de Gallardo. En 1923, las autoridades gubernamentales de Liguria cedieron a la junta la Piazza Tommaseo de Génova, donde sería colocada la piedra fundamental del monumento el 27 de
InauguraciĂłn del monumento al Gral. Belgrano en GĂŠnova, Italia. Los cadetes de nuestra armada llegaron en la Fragata Sarmiento para rendirle honores en la ceremonia. Octubre de 1927. Departamento Documentos FotogrĂĄficos. Fondo Caras y Caretas. Inventario 58011.
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abril de 1925, acto multitudinario que contó con las presencias del rey Vittorio Emanuele iii y de Ángel Gallardo. Este último dijo en su alocución: “Reconocimiento eterno a la hermandad entre Italia y Argentina, pero también símbolo material de las virtudes de la inmensa comunidad ítalo-argentina, poderoso factor de nuestro progreso”. Asimismo, se habían iniciado las gestiones para seleccionar al artista de cuyas manos diera nacimiento a la escultura. El comité decidió conformar una comisión artística integrada por los señores Manfredo Manfredi –director de la Escuela de Arquitectura de Roma–, Paolo Enrico Di Barbieri –director de la Academia Ligústica de Génova–, Eduardo Rubino –por la Academia de Bellas Artes de Turín– y Eugenio Macagnani –en nombre de la Academia de San Lucas de Roma–. Rubino y Macagnani eran viejos conocidos por estas tierras: el primero había sido seleccionado en 1907 para concebir el monumento a Bartolomé Mitre, mientras que el segundo era el autor de la maravillosa estatua ecuestre de Giuseppe Garibaldi inaugurada en 1904, ambas obras situadas en la ciudad de Buenos Aires. La Comisión evitó llamar a un concurso de maquetas, quizás por razones de tiempo. Fue elegido el escultor Arnaldo Zocchi, quien presentó tres bocetos en yeso a la junta. El destacado artista, nacido en 1862, en Florencia, era el autor del monumento a Cristóbal Colon, donado a Argentina por la colectividad italiana con motivos del centenario de la Revolución de Mayo. El proyecto elegido se encuentra compuesto por una base cuadrada con gradería, en medio de la cual se alza el basamento revestido en granito. En principio, el pedestal iba a contener tres bajorrelieves en bronce, pero no serían ejecutados finalmente. El conjunto lo corona 20
la figura del general Manuel Belgrano, vestido con uniforme militar y exhibiendo con su mano derecha la bandera. Cabalga un brioso corcel encabritado, que alza sus patas delanteras y tuerce su cabeza hacia la derecha. Los materiales utilizados para la escultura fueron todos nacionales: el granito rojo que cubre el pedestal provino de las canteras de Sierra Chica, el bronce para la figura del general fue obtenido de un cañón capturado por Belgrano a los españoles durante la batalla de Salta y el granito fue lustrado por las compañías de Giovanni Beretta y Genoese Giuseppe Novi. Por otro lado, la estatua fue fundida en la fundería Lazaria de Nápoles. Finalmente, para el día de su inauguración, fue elegido el 12 de octubre del año 1927. Para dicha ocasión, partieron de Argentina el crucero acorazado Belgrano y la fragata Sarmiento también se hizo presente, como parte de su viaje anual de graduación de los cadetes de la Armada. El señor Ángel Gallardo encabezó la legación argentina: el 3 de octubre, fue recibido junto a su esposa por Benito Mussolini, jefe de Gobierno, y, el 10 de ese mismo mes, por el papa Pío xi. Dos días después, el 12 de octubre, Génova amaneció convulsionada. La ciudad había sido decorada con las banderas argentinas e italianas y, sobre los muros de las casas, pendían carteles con las consignas “Viva la República Argentina”, “Viva el ministro Gallardo”, “Viva la Casa de Saboya” y “Viva el Duce”. En la Piazza Tommaseo, se dispuso un imponente escenario, en donde se ubicaron el rey Vittorio Emanuele iii y su comitiva, el ministro Ángel Gallardo, los presidentes del Comité Pinasco y Luiggi, los señores Francisco Chas y Mario Belgrano –descendientes de general–, el cónsul Oliverio, el señor Arsenio Guidi Buffarini, presidente de la Federación General de Sociedades Italianas, el contralmirante Galíndez,
Marineros italianos y argentinos en fraternal reunión. Inauguración del monumento al Gral. Belgrano en Génova, Italia. Octubre de 1927. Departamento Documentos Fotográficos. Fondo Caras y Caretas. Inventario 58012.
el mariscal Cavilglia, el señor Broccardi, podestá de Génova, el ministro de Comunicaciones Ciano y un importante número de legisladores y miembros del partido fascista. A lo largo de la explanada de la plaza, se situaron los contingentes de estudiantes, vestidos de blanco y celeste para emular la bandera argentina. Se inició con las entonaciones de los himnos de ambos países, cantados enérgicamente por los colegiales y musicalizadas por las bandas militares. Posteriormente fue descorrida la tela blanca que cubría la estatua, recepcionada por el unísono aplauso de los presentes y bendecida por el arzobispo de Gé-
nova, monseñor Minoretti. Los cañonazos del crucero Belgrano se hicieron oír desde el puerto, donde estaba anclada la obra. Hubo tiempo después para los discursos, a cargo de los señores Luiggi, Pinasco, Broccardi, Gallardo y Ciano. Los festejos, con la presencia del rey y de las comitivas oficiales, continuaron primero en el Palacio Municipal y, posteriormente, a bordo del crucero Belgrano. La fragata Sarmiento partió el 16 de octubre del puerto de Génova y, en aquella fecha, finalizaron los festejos. La unión entre Argentina e Italia se había sellado para siempre con la broncínea figura del general Belgrano. 21
Belgrano en la ciudad natal de la bandera nacional Quedaba aún tiempo para la inauguración de la estatua gemela en tierras argentinas. Como Pinasco había nacido en la ciudad de Rosario, el lugar elegido para su emplazamiento fue aquella ciudad. De todas maneras, era razonable la elección, ya que la bandera nacional fue izada por primera vez en las baterías del río Paraná. Ciertamente, el lugar donde ocurrió el hecho fue designado para erigir la estatua; por aquel entonces, se llamaba Plaza General Belgrano. Al igual que el ejemplar italiano, la
estatua fue fundida en Lazaria y el granito rojo lustrado provino de las canteras de Sierra Chica. La fecha elegida para la inauguración fue el 12 de octubre de 1928, acto también brillante y multitudinario. Los escolares, portando los estandartes, escoltaron el monumento y, a un costado, se dispuso el palco oficial. Fueron oradores nuevamente los señores Luiggi y Pinasco, a quienes se sumaron los señores Arribillaga, intendente de la ciudad de Rosario, y De Anquín, en nombre del gobierno nacional.
Numeroso público y alumnos de las escuelas congregados al pie del monumento a Manuel Belgrano en el Parque Independencia con motivo de celebrarse un nuevo aniversario de la Independencia Nacional. Rosario, Santa Fe. Julio de 1929. Departamento Documentos Fotográficos. Fondo Caras y Caretas. Inventario 88992.
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Estatuas ecuestres de Belgrano en Santiago del Estero, Jujuy, Luján y Córdoba No podemos poner fin al presente artículo sin antes mencionar brevemente otras cuatro esculturas ecuestres del general Belgrano. Se trata de los monumentos situados en las ciudades de Santiago del Estero, San Salvador de Jujuy, Luján y Córdoba. La primera de ellas fue inaugurada el 28 de octubre de 1912 y fundida en los talleres del ingeniero García en la ciudad de Buenos Aires. Es obra del escultor italiano Arturo Tomagnini. Es también de su autoría el monumento al teniente Origone, ubicado en Villa Mercedes, San Luis. La estatua ecuestre de Belgrano, vistiendo traje militar, bicornio y portando un sable en su mano derecha, se alza sobre un basamento escalonado y revestido en granito rosado. Sobre los laterales del pedestal, se ubican dos relieves en bronce que representan las batallas de Tucumán y de Salta. Al frente, se halla un grupo escultórico en mármol alegórico de la bandera nacional. Esta se halla situada en el centro de la Plaza Libertad. El monumento a Belgrano de San Salvador de Jujuy surgió ante la iniciativa de la Asociación Nacional de Damas Patricias de esta ciudad. La legislatura provincial lo autorizó mediante el dictado de la Ley N° 131 de 1906. La piedra fundamental de la escultura fue colocada en el centro de la Plaza Belgrano el 25 de mayo de 1910. Sin embargo, el proyecto quedaría paralizado durante diez años. Nuevamente, las damas jujeñas impulsaron el proyecto y llamaron a concurso de maquetas en 1921. Logró el primer premio el boceto Patria del escultor Víctor Garino. El contrato con el escultor fue celebrado con el gobierno nacional en mayo de 1927 y se valuó el trabajo en ciento ochenta mil pesos moneda nacional. Garino había nacido en 1878 en Buenos Aires y, en tiempos del centenario de la Revolución
de Mayo, fue el hacedor de otros dos monumentos: el de Martín Miguel de Güemes en Salta y el de Mariano Necochea en la ciudad homónima. La estatua de Belgrano fue inaugurada el 24 de mayo de 1931. Nuevamente es representado con ropa militar y llevando la bandera nacional con su mano derecha. Corona un pedestal revestido en granito que cuenta con dos relieves laterales en bronce titulados Labor y Mens. Sobre el frente, se halla inscripta la dedicación del memorial y el escudo de la provincia de Jujuy en bronce. En la villa de Luján, la idea de erigir un monumento a Belgrano nació en 1928. Se constituyó una Comisión Pro Monumento, que aceptó el boceto de Luis Brunix. Este artista había nacido en 1884 en Bélgica y arribó a Argentina con motivos del centenario de la Revolución de Mayo en 1910, alentado por los concursos escultóricos conmemorativos. Fue autor del monumento a San Martín en San Justo, a Roca en Río Gallegos y San Isidro y a Samuel Morse y José Mármol en la ciudad de Buenos Aires. El conjunto se compone por un pedestal revestido en piedra al que se accede por una base cuadrada y escalonada. Al frente, se encuentra el escudo nacional, ornamentado con laureles y cruzado por dos sables y complementado con la leyenda: “Dios y Patria”. En sus laterales, se ubican dos relieves en bronce que muestran a Belgrano en dos etapas de su vida: al frente del Ejército y en sus momentos finales, yacente en su cama y rodeado de sus íntimos. La broncínea figura del general, cabalgando un caballo criollo y elevando la enseña patria, corona el memorial. Fue inaugurado el 16 de noviembre de 1930 y, desde aquel entonces, Belgrano ofrenda la celeste y blanca a Nuestra Señora de Luján, patrona de Argentina. 23
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El escultor Víctor J. Garino (1878-1958) en octubre de 1904. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 95415.
Por último, el monumento ecuestre de Córdoba es obra de Mario Rosso, escultor cordobés, nacido en 1923 y egresado de la Escuela de Artes de la Universidad Nacional de Córdoba. Obtuvo en 1978 el primer premio en el concurso de monumento a Belgrano; sin embargo, debería esperar ocho años para que este fuera inaugurado, con el regreso de la democracia, el 20 de junio de 1986. Se emplaza en la barranca de la Plaza Manuel Belgrano de la ciudad de Córdoba. Al igual que el resto de las esculturas ecuestres, se halla representado con uniforme militar y portando la celeste y
blanca. Cabalga sobre una base de hormigón que, en el proyecto original, iba a servir de alojamiento para un museo; hoy, todavía pendiente de resolución. Probablemente, después de San Martín, Manuel Belgrano sea el prócer con mayor cantidad de esculturas conmemorativas en su honor. Innumerables son las estatuas de cuerpo entero y bustos que engalanan plazas y parques, a lo largo y ancho de Argentina, como así también en el exterior. Belgrano, con su abnegado sacrificio por la patria y su testimonio de vida, es un ejemplo digno de imitar y conmemorar.
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Página anterior: Monumento al Gral. Belgrano, listo para colocarse en Santiago del Estero. En su base se observa la firma de su autor, el escultor italiano Arturo Tomagnini. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 167111. 25
Vista del monumento al Gral. Belgrano desde la Casa Rosada. Departamento Documentos Fotogrรกficos. Fondo Alerta. Inventario 322540.
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El Padre de la Patria Discurso de Sarmiento al inaugurar la estatua de Belgrano
Discurso pronunciado por el presidente de la Nación, Domingo Faustino Sarmiento, al inaugurar la estatua del general Belgrano, el 24 de Setiembre de 1873. En el acto también disertaron Bartolomé Mitre, por parte de la Comisión Pro Monumento, y el gobernador Mariano Acosta, como representante de la provincia de Buenos Aires, impulsora del homenaje. Conciudadanos: Llenamos uno de los más nobles deberes de la vida social, rindiendo homenaje a la memoria de los altos hechos que inmortalizan el nombre de uno de nuestros antepasados. Un montículo de tierra sobre los restos mortales de un héroe, fue el primer monumento humano. Las pirámides eternas del Egipto conservan aún el plan de esta arquitectura primitiva, y es hoy idea aceptada que, alrededor de una tumba, se despertó en el hombre, aún salvaje, el sentimiento religioso que nos liga al Ser Supremo, y empezaron a bosquejarse la familia, el orden social y las leyes. Cuando el sentimiento artístico, innato como el religioso en nuestra alma, se hubo expresado en las formas plásticas de la belleza, la estatua suplantó al Mausoleo; y nosotros mismos, los últimos venidos a participar de las bendiciones de la civilización, repetimos lo que la Grecia y Roma hacían para perpetuar la memoria de sus héroes, de sus padres y de sus grandes ciudadanos. Ante la imagen de uno de nuestros hombres públicos, repetimos este acto instintivo de nuestra especie, y volviendo a lo pasado, trayendo hacia nuestra época, y legando a la posteridad el recuerdo en hombres y hechos de nuestro origen, como pueblo
que tiene hoy su puesto conquistado y aceptado entre las naciones del mundo. Aunque nuestra alma sea inmortal, la vida, en los estrechos límites que la naturaleza ha asignado al hombre, es pasajera. Pero la especie humana se perpetúa hace mil siglos, dejando tras sí, entre el humo de las generaciones que se disipan en el espacio, una corriente de chispas que brillan un momento, y pueden, según su intensidad y duración, convertirse en luminares, en llama viva, en rayos perpetuos de luz, que pasen de una a otra generación, y se irradien de un pueblo a otro, de un siglo a otro siglo, hasta asociarse a todos los progresos futuros de la sociedad y ser parte del alma humana. ¿Quién se profesa republicano, y no siente en su espíritu rebullirse el alma de Washington, la última y más acabada personificación de las virtudes públicas; la mayor de todas, hacer triunfar el derecho sin apropiarse los despojos de la victoria, trazando el camino por donde habrán de avanzar los demás pueblos hacia la conquista de la libertad? Hay, pues, una inmortalidad humana que se adquiere por el genio, la abnegación o el sacrificio; pudiendo extenderse, según la perfección e influencia de aquellas virtudes, a un pueblo, a toda la tierra, a un siglo, a todos los 27
que le sucedan mientras exista la raza humana. Belgrano, cuya efigie contemplamos, participa para nosotros, y en la medida concedida a cada uno, de esas cualidades que hacen al hombre vivir más allá de su época. Hace cincuenta años que desapareció de la escena, y no ha muerto sin embargo. Apenas se conserva el recuerdo de la casa en que nació aquí, y todas las ciudades y pueblos argentinos lo reclaman como suyo. Su apellido puede extinguirse según la sucesión de las generaciones; pero dos millones de habitantes desde ahora lo aclaman Padre de la Patria. No es la biografía del General Belgrano la que intentaría trazar, para dar más vida al bronce, que la que le ha comunicado el artista. Belgrano era muy hombre de la época crepuscular en que apareció. General sin las dotes del genio militar, hombre de estado, sin fisonomía acentuada. Sus virtudes fueron la resignación y la esperanza, la honradez del propósito y el trabajo desinteresado. Su nombre, empero, sin descollar demasiado, se liga a las más grandes fases de nuestra Independencia, y por más de un camino, si queremos volver hacia el pasado, la candorosa figura de Belgrano ha de salimos al paso. Cuando el Gobierno agradecido, quiso premiarlo, por la memorable victoria ganada en Tucumán en este día, disminuyendo su pobreza fundó con el premio cuatro escuelas primarias, las primeras, que cuatro ciudades, que son hoy capitales de provincia, veían abrirse para la educación de sus hijos. Acaso algún Senador hoy, asistió a alguna de ellas en su niñez. Estos desvelos por levantar al pueblo de su postración intelectual, sin lo cual no hay libertad duradera; su empeño de establecer la moral relajada en escuelas y ejércitos; su profundo sentimiento religioso que difundía sobre el soldado, para santificar la causa de la 28
Independencia, poniéndola bajo la protección de la Virgen de Mercedes que conserva aún el bastón del mando, depositado por él al pie de su imagen en Tucumán; su eclipse de la escena, cuando en los tiempos de discordia y de guerra civil, como dice Tácito, “el poder pertenece a los más perversos”; su muerte oscura; su carrera tan gloriosa, tan olvidada, todo esto lo caracteriza como a Rivadavia, como al General Paz y a otros; y es esa la base firme en que se asienta la estatua que hoy levantamos en su honor. Los primeros movimientos del patriotismo americano, se sienten en el alma de Belgrano. Funda la primera escuela de educación científica que existió en Buenos Aires, pues Charcas y Córdoba eran hasta entonces el centro de la civilización colonial. Como el malogrado Montgomery que llevó en vano al frígido Canadá la noticia de que sus hermanos estaban en armas para conquistar la libertad, Belgrano llevó al tórrido Paraguay la enseña de la nueva Patria. La historia castiga a los retardatarios de la primera hora. El Canadá es todavía dominio de la corona, como el Paraguay menos feliz, por haberse tapado los oídos al llamado de sus hermanos, entonces, cavó en las redes sombrías del tirano Francia, en las garras del tigre López, y todavía no ha visto el último día de sus tribulaciones. Como Franklin, Belgrano fue a buscar acomodo con la dinastía real, para poner término al conflicto, y como Franklin volvió desesperando de la prudencia y de la previsión humana a activar el Acta de nuestra Independencia. En nombre del pueblo argentino abandono a la contemplación de los presentes, la Estatua Ecuestre del General don Manuel Belgrano, y lego a las generaciones futuras en el duro bronce de que está formada, el recuerdo de su imagen y de sus virtudes.
¡Que la Bandera que sostiene su brazo flamee por siempre sobre nuestras murallas y fortalezas, a lo alto de los mástiles de nuestras naves, y a la cabeza de nuestras legiones; que el honor sea su aliento, la gloria su aureola, la justicia su empresa! Todos los Capitanes pueden ser representados como en esta estatua, tremolando la enseña que arrastra las huestes a la victoria. En el caso presente, el artista ha conmemorado un hecho casi único en la historia, y es la invención de la Bandera con que una nueva nación surgió de la nada colonial, conduciéndola el mismo inventor, como portaestandarte. Nuestro signo, como nación reconocida por todos los pueblos de la tierra ahora y por siempre, es esa Bandera, ya sea que nuestras huestes trepasen los Andes con San Martín, ya sea que surcaran ambos océanos con Brown, ya sea en fin que en los tiempos tranquilos que ella presagió, se cobije a su sombra la inmigración de nuevos arribantes, trayendo las Bellas Artes, la Industria y el Comercio. Tal día como hoy, el General Belgrano en los campos de Tucumán, con esa Bandera en la mano, opuso un muro de pechos generosos a las tropas españolas; que desde entonces retrocedieron y no volvieron a pisar el suelo de nuestra Patria, siendo nuestra gloriosa tarea, de allí en adelante, buscarlas donde quiera conservasen un palmo de tierra en la América del Sur, hasta que por el glorioso camino de que Chacabuco y Maipú fueron solo escalones, nos dimos la mano en Junín y Ayacucho con el resto de la América, independiente ya de todo poder extraño. Y sea dicho en honor y gloria de esta Bandera. Muchas repúblicas la reconocen como salvadora, como auxiliar, como guía en la difícil tarea de emanciparse. Algunas, se fecunda-
ron a su sombra; otras, brotaron de los jirones en que la lid la desgarró. Ningún territorio fue, sin embargo, añadido a su dominio; ningún pueblo absorbido en sus anchos pliegues; ninguna, retribución exigida por los grandes sacrificios que nos impuso. En la vasta extensión de un continente entero, no siempre son claros y legibles los términos que Dios y la naturaleza imponen a la actividad de las grandes familias humanas que pueblan la tierra. ¿Cuál es la extensión de la que cubre hoy y protege nuestra Bandera? La República Argentina ha sido trazada por la regla y el compás del Creador del Universo. Ese anchuroso río que nos da nombre, es el alma y el cerebro de todas las regiones que sus aguas bañan. Puerta de esta América que abre hacia el ancho mar que toca al umbral de todas las naciones, por ahí subirán ríos arriba con la alta marea del desarrollo, las oleadas de hombres, de ideas, de civilización que acabarán por transformar el desierto en Nación, en pueblo. Aquí, en estas playas, han de cambiarse los productos de tan vasta olla, de tantos climas, por los que hallan en todo el globo preparado siglos de cultura, y la lenta acumulación de la riqueza. Aquí ha de hacerse la transmutación de las ideas; aquí se amalgamarán las de todos los pueblos; aquí se hará su adaptación definitiva, para aplicarse a las nuevas condiciones de la existencia de pueblos nuevos, sobre tierra nueva. No hablo del porvenir. Es ya, este sueño de nuestros padres, un hecho presente. He ahí, en esas millares de naves, nuestros misioneros hasta el seno de la América. Ved ahí en la masa de este pueblo el ejecutor de la grande obra, acudiendo de todas partes a alistarse en nuestras filas, y por el trabajo, la industria, el capital, las virtudes cívicas, hacerse miembro de la congregación humana que 29
lleva por enseña en la procesión de los siglos hacia el engrandecimiento pacífico, la Bandera biceleste y blanca. Esta Bandera cumplió ya la promesa que el signo ideográfico de nuestras armas expresa. Las Naciones, hijas de la guerra, levantaron por insignias, para anunciarse a los otros pueblos, lobos y águilas carniceras, leones, grifos, y leopardos. Pero en las de nuestro escudo, ni hipogrifos fabulosos, ni unicornios, ni aves de dos cabezas, ni leones alados, pretenden amedrentar al extranjero. El Sol de la civilización que alboreaba para fecundar la vida nueva; la libertad con el gorro frigio sostenido por manos fraternales, como objeto y fin de nuestra vida; una oliva para los hombres de buena voluntad; un laurel para las nobles virtudes; he aquí cuanto ofrecieron nuestros padres, y lo que hemos venido cumpliendo nosotros, como república, y harán extensivo a todas estas regiones como Nación, nuestros hijos. Hasta la exclusión del sangriento rojo, del blasón de todos los pueblos, hasta el color celeste que no tiene escritura propia en la heráldica, se avienen con la idea dominante en este emblema. Las fajas celestes y blancas son el símbolo de la soberanía de los reyes españoles sobre los dominios, no de España, sino de la corona, que se extendían a Flandes, a Nápoles, a las Indias; y de esa banda real hicieron nuestros padres divisa y escarapela, el 25 de Mayo, para mostrar que del pecho de un Rey cautivo, tomábamos nuestra propia Soberanía como pueblo, que no dependió del Consejo de Castilla, ni de ahí en adelante, del disuelto Consejo de Indias. El General Belgrano fue el primero en hacer flotar a los vientos la Banda Real, para coronarnos con nuestras propias manos, Soberanos de esta tierra, e inscribirnos en el gran libro de las naciones que llenan un destino en 30
la historia de nuestra raza. Por este acto elevamos una estatua en el centro de la plaza de la Revolución de Mayo al General portaestandarte de la República Argentina. Y si la barbarie indígena, o las pasiones perversas intentaron alguna vez desviarnos de aquel blanco que los colores y el escudo de nuestra Bandera señalaban a todas las generaciones que vinieran en pos, reconociéndose argentinas a su sombra, los bárbaros, los tiranos y los traidores inventaron pabellones nuevos, oscureciendo lo celeste para que las sombras infernales reinasen y enrojeciendo sus cuarteles para que la violencia y la sangre fuesen la ley de la tierra. En Caseros esta era la Bandera que enarbolaba el Tirano contra el proscrito pabellón que volvía para aplastar la sierpe, con sus hijos dispersos por toda la América. En Caseros por la unión de los partidos, reaparecieron esas dos manos entrelazadas, como siempre lo estarán en defensa de la Patria. Al día siguiente de Caseros vuestras madres y hermanas; ¡Oh pueblo de Buenos Aires!, tiñeron de celeste telas, para victorear a los libertadores; porque, sea dicho para recuerdo del odio de los tiranos a nuestra Bandera, en 1852, no había en una gran ciudad civilizada, emporio de un gran comercio, una vara de tela celeste para improvisar un pabellón; y una generación entera existía, que no conoció los colores de la Bandera de su Patria. Ese pendón negro con sus gorros sangrientos es, por fortuna nuestra, el que en los Inválidos de Paris, recuerda la ruptura de la cadena con que Rosas intentó amarrar la libre navegación de los ríos. La Bandera blanca y celeste, ¡Dios sea loado! no ha sido atada jamás al carro triunfal de ningún vencedor de la tierra. La petipieza de la horrible tragedia que concluyó en Caseros se está representando ahora en la otra margen del paterno Río; y
no sería extraño que oyéramos desde aquí los cañonazos con que acaso en estos momentos, nuestro pabellón somete los últimos restos de la barbarie, y de los caudillos. He aquí el Pendón de la rebelión, que solo pide al parecer empapar en sangre el de la República. Habíalo dejado olvidado el General Urquiza al tomar la Bandera Nacional por suya, a fin de hacer servir la victoria para fundar la Magna Carta de nuestras libertades. Un asesino lo recogió del suelo y para simbolizar la barbarie y el crimen lo opone rebelado, a la Bandera Nacional. La traición a la Patria está detrás de ese sangriento trapo. Al abandonarlo a la execración de los presentes y de los venideros, no temáis que hiera sentimientos, ni aún preocupaciones nobles del pueblo, ni de las masas entrerrianas. Allí, en aquella escogida fracción de nuestro territorio, el sentimiento nacional se agita más vivo, si cabe, que en parte alguna de él. La vil trama del rebelde vencido, sorprendió a las poblaciones, merced de las tinieblas de la noche, y amanecieron bajo el imperio de la rebelión, que muchos aceptaron por las funestas divisiones de partido, que a tantos extravían. Cerremos los ojos sobre ese cuadro y contemplemos el presente, que él vindica el nombre entrerriano del baldón que han querido arrojarle los traidores. Batallones de infantería entrerriana guarneciendo las ciudades; los ejércitos nacionales considerablemente aumentados por regimientos numerosos de caballería de la misma Provincia; el guardia nacional Miguel Ocampo, arrancando de la mano de un traidor la enseña de la rebelión y empapándola en su propia sangre, realizando con ese hecho acción igualmente heroica que el legendario Falucho, muriendo al pie de esta misma Bandera en las fortalezas del Callao, libradas por traición al enemigo;
la Banda Oriental llena de emigrados, los bosques pululando de prófugos, las islas pobladas de escapados, ¿dónde está el pueblo rebelde entrerriano, en que quiere apoyarse la traición? Sí: hay traidores es cierto; hay algunos miles de oprimidos, hay niños y ancianos arrastrados por la leva, retenidos por el terror del degüello, generales y aventureros extranjeros: he ahí el ejército y el poder de la rebelión. Quiero que el último paisano que en este momento sufre los rigores de la estación y las fatigas de la guerra por vivir siempre a la sombra de esta Bandera, sepa que el Gobierno de su Patria tiene en cuenta su humilde, pero valioso sacrificio, porque da lo único que pasee, que es la vida, pues ni un nombre tiene el pueblo anónimo que en la guerra se llama soldado. Sepan los valientes y fieles entrerrianos que están combatiendo, que con ello ponen el capitel al edificio de nuestra nacionalidad, y cierran para siempre el abismo de las segregaciones del territorio que recibimos en herencia de los fundadores de la Bandera Nacional. Al terminar la historia, la misión y los obstáculos con que ha luchado esta Bandera, necesito añadir que aún le falta recibir como hijos suyos, millares de los que aquí están presentes y que la acatan y saludan como huéspedes. En los Estados Unidos, nuestros predecesores y compañeros de peregrinación en este Nuevo Mundo, no hay extranjeros, sino los viajeros que visitan sus playas. Hay dos millones de alemanes ciudadanos, y otros tantos irlandeses, ingleses y de todo origen, hasta venidos del Celeste Imperio. Aquí la amalgamación marcha con más lentitud. Acaso el fuego sagrado de la Libertad no es tan vivo todavía, para fundir las nacionalidades y hacer correr el duro bronce del pueblo regenerado, en que la humanidad va a presentar un nuevo tipo americano. 31
No importa. La Providencia sigue aquí otro sendero, tal vez. Debemos a la España la sangre que corre en nuestras venas, y cuando la desgracia aflige a sus hijos, podemos pagarla de sus héroes, los Solís, los Ayala, los Irala, los Garay, que se sacrificaron por fundar estos pueblos. Habrá patria y tierra, libertad y trabajo para los españoles, cuando en masa vengan a pedírnosla como una deuda. Y para los Italianos, cuya historia es la de los pueblos de nuestra lengua, cuya arquitectura es el ornamento de nuestros edificios, cuyas bellas artes con intérpretes como Ristori, Tamberlick, Mansoni y tantos otros, que nos han visitado embelleciendo la existencia, habrá siempre una carta de ciudadanía para ellos y sus descendientes; y nuestros ríos y nuestras ciudades y nuestros campos, para teatro de sus variadas industrias. Y los hijos de la Francia, que tanto ha sufrido por la redención de la inteligencia, que tantos errores ha cometido, rescatándolos y rescatándose por la gloria o el patriotismo, tendrán bajo esta bandera, ancho lugar en nuestros gustos, en nuestra cultura y en nuestras ideas. Y la poderosa Albión, la enérgica raza inglesa, cuya misión parece ser someter el mundo bárbaro de Asia, África y de los nuevos continentes e islas al influjo del comercio, e improvisar naciones que trasplantan el Habeas Corpus, la libertad sin tumulto, la máquina y la industria, bienvenida fue siempre, y bien empleados serán sus capitales en las grandes empresas que completan nuestra existencia como nación civilizada. Y a todas las nacionalidades de la tierra, cuyos hijos tocan estas playas en busca de un lugar para hacerse un domicilio y una patria, ofrézcoles en nombre del pueblo que esta Bandera representa, la protección que ella da gra32
tuitamente, recordándoles solo, que el hombre es familia, tribu, nación con deberes para con los demás, y que los sentimientos más generosos, el heroísmo, la gloria, el amor de la patria, se amortiguan no ejercitándolos; y que la elevación del alma .humana desciende y desaparece con la satisfacción exclusiva de las necesidades materiales. Conciudadanos: Una nación está destinada a prevalecer, cuando obedece en su propio seno a las inmutables leyes del desenvolvimiento humano. Sin el espíritu de conquista, Roma vive en nosotros con sus códigos, como Grecia con sus artes plásticas, su lengua y sus instituciones republicanas, completadas por el sistema representativo. Acaso es Providencial que debamos existencia y nombre a Colón ya Américo Vespucio; y si Garibaldi ha de tener su parte en la reconstrucción de la Italia romanizada, su lugar en la historia lo conquistará, mezclando aquí su sangre a la nuestra, para endurecer los cimientos de nuestra constitución, libre, republicana, representativa. Hagamos fervientes votos porque, si a la consumación de los siglos, el Supremo Hacedor llamase a las naciones de la tierra para pedirles cuenta del uso que hicieron de los dones que les deparó, y del libre albedrío y la inteligencia con que dotó a sus criaturas, nuestra Bandera, blanca y celeste, pueda ser todavía discernida entre el polvo de los pueblos en marcha, acaudillando cien millones de argentinos, hijos de nuestros hijos hasta la última generación, y deponiéndola sin mancha ante el solio del Altísimo, puedan mostrar todos los que la siguieren que en civilización, moral y cultura intelectual, aspiraron sus padres a evidenciar, que en efecto fue creado el hombre a imagen y semejanza de Dios. Domingo F. Sarmiento
Izamiento de la bandera en el mรกstil de la Plaza de Mayo, julio de 1956. Departamento Documentos Fotogrรกficos. Inventario 222866.
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Vestuario para el Regimiento de InfanterĂa y de Dragones, 1802. Departamento Documentos Escritos. Sala IX. Legajo 8-3-7.
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Incidencias de la gloriosa batalla de Tucumán por Daniel Balmaceda*
La batalla de Tucumán, que data del 24 de septiembre de 1812, sin dudas, es uno de los principales enfrentamientos que definieron nuestra independencia. Pero también debe figurar entre las batallas más singulares de la historia argentina. Por empezar, suele decirse que el entonces comandante del Ejército del Norte, Manuel Belgrano, desobedeció al gobierno. En realidad, el Triunvirato le escribió para ordenarle que no presentara batalla y continuara su retirada hasta Córdoba, pero la comunicación no llegó a tiempo. Así fue cómo, con ochocientos jinetes y mil infantes, presentó batalla, dispuesto a no cederle más terreno a los tres mil realistas que venían empujando desde el norte. Minutos antes de que se iniciara la acción, Belgrano controlaba el campo montado en su habitual rosillo. El primer cañonazo de los patriotas asustó al manso caballo y el general se fue al piso. La noticia de la caída se propagó y generó malestar porque, para nuestros soldados, el accidente sería considerado un mal presagio. Pero las cartas estaban echadas y el enfrentamiento se inició a las ocho de la mañana.
Entre el humo de los cañonazos y la polvareda que levantaba la caballería, se hacía imposible tener un metro de visibilidad. A eso se sumó una inmensa manga de langostas que no tuvo mejor idea que pasar por el medio del campo de batalla, complicando aún más las cosas. Tanto patriotas como realistas sentían que eran alcanzados por impactos, que no eran otra cosa que las langostas que chocaban con fuerza contra sus cuerpos. Por la disposición en el campo de batalla, las dos fuerzas quedaron situadas en la forma más incómoda, llamada “de frente invertido”. Los realistas atacaron avanzando hacia el norte y los patriotas lo hicieron de cara al sur. Esto quiere decir que, en caso de retirada, no podían retroceder a terreno seguro, sino que debían huir yendo hacia el enemigo o bien hacia atrás y después dar un inmenso rodeo para alcanzar su retaguardia. Pero el verdadero problema era el de los uniformes. No había forma de diferenciar a los de un bando o del otro: todos usaban los mismos tipos de uniformes o directamente ninguno. Soldados que huían hacia delante, otros que avanzaban hacia atrás; otros que, en medio de la humareda y las langostas, no sabían para dónde correr. Era imposible saber quién era quién.
* Es periodista y escritor; miembro titular y vitalicio de la Sociedad Argentina de Historiadores; miembro de número del Instituto Histórico Municipal de San Isidro y miembro de la Unión de Cóndores de las Américas. Lleva publicados trece libros. Columnista de historia en la página web del diario La Nación y en diversos medios audiovisuales y gráficos de la Argentina. 35
Por esto de los uniformes, el cordobés Julián Paz, oficial del ejército de Belgrano, fue tomado prisionero por sus propios camaradas, así como su hermano José María Paz, quien antes de ser general y avenida fue ayudante del Barón de Holmberg en la batalla de Tucumán. Este último vivió un episodio provocado por la confusión de los bandos. Se topó en un descampado con un soldado y le preguntó a qué ejército pertenecía. El hombre le respondió: “Al nuestro”, demostrando que tampoco tenía idea de quién le estaba hablando. Paz insistió y le preguntó a cuál ejército se supone que llamaba “nuestro”. El soldado respondió: “Al nuestro, señor”. Paz sacó su pistola, le apuntó y le dijo: “Hable usted la verdad, o lo mato”. El soldado alzó las manos y dio pasos de asustado hacia atrás, con el objeto de alcanzar su fusil. Como un lince, se lanzó sobre su arma y apuntó al oficial patriota. Paz disparó su pistola, pero estaba en tan mal estado, que la bala jamás salió. El soldado aprovechó para disparar su fusil, pero tampoco tuvo suerte: su arma estaba descargada. Durante segundos quedaron frente a frente, mirándose con ganas de matarse, sin importar si ambos pertenecían al mismo bando o no. Hasta que apareció el moreno capitán patriota Apolinario “Chocolate” Saravia quien, aunque no sabía si el hombre del fusil era de su ejército o no, sí conocía a Paz. Sacó su cuchillo y degolló al soldado. Por las dudas. Belgrano había caído del caballo; las langostas, atacado a ambos ejércitos; los soldados no sabían si mataban a un camarada o a un enemigo. Todo era confusión. Pero el hecho más curioso de la batalla de Tucumán fue que tanto los patriotas como los realistas ignoraban quién había ganado. Belgrano se hallaba en las afueras de la ciudad, con el coronel José Moldes, Paz y otros oficiales, preguntándose lo mismo que el enemigo: “¿Ganaron ellos o ganamos nosotros?”. 36
Gral. José María Paz. Daguerrotipo de A. Pozo, 1853. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 116558.
José Moldes (1785-1824) Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 163980.
Las respuestas eran dispares. Montados en sus caballos, deliberaban acerca de las probabilidades cuando apareció el teniente de Dragones, Juan Carreto, cargado de euforia y de objetos robados. Los Dragones eran la caballería comandada por Juan Ramón Balcarce: habían vencido con facilidad a los realistas que tenían enfrente, los habían perseguido en el desbande y se habían dedicado a saquear sus equipajes con entusiasmo bandolero. Entonces, Belgrano le preguntó a Carreto qué novedades tenía y si sabía en poder de cuál de los dos ejércitos estaba la ciudad. El teniente le respondió que los Dragones
habían vencido al enemigo y que le parecía que la plaza de Tucumán estaba en manos de los realistas. Furioso, el coronel Moldes le dijo a Belgrano: —No crea usted a este oficial, que está hablando de miedo. —Señor coronel —respondió Carreto—, yo no tengo miedo, y sí tanto honor como usted. Moldes miró al teniente de arriba abajo, con intención de poner en evidencia que venía cargado de ropa y objetos que había saqueado, y le retrucó: —¡Cómo ha de tener honor un ratero como usted!
Plano de la Batalla de Tucumán según el Gral. Bartolomé Mitre. Biblioteca. Libro Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina: Bartolomé Mitre; W.M. Jackson Inc. Editores, Buenos Aires; 1949. 37
El reto no se hizo esperar. Así, en medio de la batalla de Tucumán, dos oficiales patriotas espolearon sus caballos y partieron dispuestos a batirse a duelo. El ayudante de Belgrano, Manuel Vera, le avisó al general: “Señor, aquellos hombres van desafiados”. Como volviendo en sí de sus meditaciones, Belgrano gritó: “¡Qué insubordinación es esta!”. Los demás oficiales reaccionaron y cabalgaron hacia Moldes y Ca-
rreto para frenar el lance. Masticando rabia, cada uno fue por su lado a reunirse con el pequeño grupo que acompañaba a Belgrano, deseando haber tenido la oportunidad de dejar al otro desparramado en el campo. Sin importar que eran del mismo bando, de la misma causa. Tal vez, alguno de los dos habría terminado su carrera militar debido a una insólita muerte en duelo, durante la gloriosa batalla de Tucumán.
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Famoso árbol Pacará donde descansó el Gral. Manuel Belgrano luego de la batalla de Tucumán. San Miguel de Tucumán. Departamento Documentos Fotográficos. Álbum Sociedad Argentina de Fotógrafos Aficionados N°7, inventario 213289.
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Parte de la batalla de Tucumรกn redactado por Manuel Belgrano, 26 de septiembre de 1812. Departamento Documentos Escritos. Sala X. Legajo 23-2-3. Pรกgina 1 de 2.
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Parte de la batalla de Tucumรกn redactado por Manuel Belgrano, 26 de septiembre de 1812. Departamento Documentos Escritos. Sala X. Legajo 23-2-3. Pรกgina 2 de 2. 40
Transcripción
Excelentísimo Señor
La Patria puede gloriarse de la completa victoria que han obtenido sus armas el día 24 del corriente. Día de Nuestra Señora de las Mercedes bajo cuya protección nos pusimos: siete cañones, tres banderas y un estandarte, cincuenta oficiales, cuatro capellanes, dos curas, seiscientos prisioneros, cuatrocientos muertos, las municiones de cañón y de fusil, todos los bagajes, y aun la mayor parte de sus equipajes, son el resultado de ella: desde el últimp individuo del Ejército hasta el de mayor graduación se han comportado con el mayor honor y valor: al enemigo le he mandado perseguir ,pues con sus restos va en precipitada fuga: daré a Vuestra Excelencia un parte pormenor, luego que las circunstancias me lo permitan. Dios guíe a Vuestra Excelencia muchos años. Tucumán 26 de septiembre de 1812. Excelentísimo Señor Manuel Belgrano
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En sus propias palabras La batalla de Tucumán según Manuel Belgrano por María Teresa Fuster
Bartolomé Mitre, en el prefacio de la segunda edición de su obra Historia de Belgrano, nos relata que “para escribir la parte relativa a los primeros años de su vida tomamos como base una Autobiografía del mismo General”1. Este singular escrito al que se refiere Mitre, que data de 1814, es atribuido al general Manuel Belgrano y fue escrito con el objeto de “ser útil a sus compatriotas… y ponerse a cubierto de la maledicencia póstuma”2. Este manuscrito permaneció por décadas inédito hasta el momento en que Mitre tomó contacto con él. Y es él mismo quien nos relata cómo llegó a sus manos: “El autógrafo de esta obra, cuya pérdida habría sido irreparable, lo conservó D. Bernardino Rivadavia entre sus papeles hasta 1841, época en que pasó a poder de D. Florencio Varela. La copia que poseemos ha sido tomada de este original”. Estas memorias constan de tres partes: en la primera, publicada por Mitre en un apéndice de su obra Historia de Belgrano en 1857, relata desde su nacimiento hasta la Revolución de Mayo; en la segunda, sobre Paraguay y, en la tercera, sobre la batalla de Tucumán. La segunda y la tercera parte, también el General José María Paz las publica al final de su primer tomo de Memorias Póstumas.3 La batalla de Tucumán, librada en el Campo de las Carreras, representa un triunfo resonante para las fuerzas patrias que lu-
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charon identificadas con la bandera que, apenas siete meses antes, Manuel Belgrano había enarbolado a orillas del río Paraná. Junto con la batalla de Salta, fueron las únicas de carácter campal4 libradas en lo que hoy es el territorio argentino. Esta acción no solo detuvo el avance realista, sino que también aseguró el norte argentino; sin la decisión de Belgrano de desobedecer al Triunvirato y librar batalla, esta región se hubiera perdido de forma irremediable. Según Mitre, esta acción militar fue gloriosa no solo por la iniciativa de Manuel Belgrano de elegir resistir en Tucumán y por el desempeño formidable de sus tropas sino por la inmensa influencia que tuvo en los destinos de la Revolución americana. En Tucumán se salvó no solo la revolución argentina sino que puede decirse contribuyó de una manera muy directa y eficaz al triunfo de la independencia americana. Si Belgrano obedeciendo las órdenes del gobierno se retira, las provincias del norte se pierden para siempre como se perdió el Alto Perú para la República Argentina.5
Y el General Paz, que fue testigo ocular de los hechos –pues actuaba con el grado de teniente–, se refiere a este enfrentamiento como un “día de gloria… día solemne y de salvación para nuestra patria”6.
A continuación, compartimos algunos extractos relativos a la batalla de Tucumán, que se desarrolló entre el 24 y 25 de septiembre de 1812. Este interesante documento muestra su visión, dos años después, sobre la gesta, en la que tomó parte protagónica. Así lo relata el general Belgrano: Había pensado dejar para tiempos más tranquilos escribir una memoria sobre la acción gloriosa del 24 de septiembre del año anterior; lo mismo que de las demás que he tenido en mi expedición al. Paraguay, con el objeto de instruir a los militares del modo más acertado, dándoles lecciones por medio de una manifestación de mis errores, de mis debilidades y de mis aciertos, para que se aprovechasen en las circunstancias, y lograsen evitar los primeros y aprovecharse de los últimos. Pero es tal el fuego que un díscolo, intrigante, y diré también, cobarde, ha intentado introducir en el ejército, sin efecto en este pueblo y en la capital, y su osadía para haberme presentado un papel, que por sí mismo lo acusa cuando trata de elogiarme y vestirme con plumas ajenas, que no me es dable desentenderme y me veo precisado, en medio de mis graves ocupaciones, a privarme de la tranquilidad. y reposo tan necesario, para manifestar a clara luz la acción del predicho 24 y la parte que todos tuvieron en ella. Confieso que me había propuesto no hablar de las debilidades de ninguno, que yo mismo había palpado desde que intenté la retirada de la fuerza que tenía en Humahuaca, a las órdenes de don Juan Ramón Balcarce, autor del papel que acabo de referir; pero, habiéndome incitado a ejecutarlo, presentaré su conducta a la
faz del universo, con todos los caracteres de la verdad, protestando por no faltar a ella, aunque sea contra mí, pues éste es mi modo de pensar y de que tengo dadas pruebas, muy positivas, en los cargos que he ejercido desde mis más tiernos años, y de los que he desempeñado desde nuestra gloriosa revolución, no por elección, porque nunca la he tenido, ni nada solicitado, sino porque me han llamado y me han mandado, errados, a la verdad, en su concepto […] Se deja ver que mis conocimientos marciales eran ningunos, y que no podía yo entrar al rol de nuestros oficiales, que desde sus tiernos años se habían dedicado, aun cuando no fuese más que a aquella rutina que los constituía tales, pues que, ciertamente, tampoco les enseñaban otra cosa, ni la corte de España quería que supiesen más […] Conocía esto yo, y lo sabía muy bien, cuando el gobierno me envió a tomar el mando de este ejército, y le hallé que estaba en Salta con una fuerza de caballería; consulté con el general Pueyrredón, sobre su permanencia en el ejército, no por mí (hablo verdad), sino por la causa que defendemos, y me contestó que no había que desconfiar. Con este dato, creyendo yo al general Pueyrredón un verdadero amante de su patria, apagué mis desconfianzas, y habiéndome escrito con expresiones excedentes a mi mérito, le contesté en los términos de mayor urbanidad, y traté desde aquel momento de darle pruebas que en mí no residía espíritu de venganza, sin embargo de haber observado, por mí mismo, que su conciencia le remordía en sus procedimientos contra mí, y de los que con tanto descaro había ejecutado su hermano don Marcos,
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de que en el gobierno hay pruebas evidentes. Así es que llegado al Campo Santo, donde se me reunió inmediatamente, lo hice reconocer de mayor general interino del ejército, por hallarse indispuesto el señor Díaz Vélez, y sucesivamente fié a su cuidado comisiones de importancia, dejándole con el mando de lo que se llamaba ejército, mientras mi viaje a Pummamarca. A mi regreso lo ocupé también cuando la huída del obispo de Salta, o su ocultación, y no había cosa en que no le manifestase el aprecio que hacía de él. Llega el caso de poner en movimiento el ejército, no porque estuviese en estado, porque con dificultad podía presentarse una fuerza más deshecha por sí misma, ya por su disciplina y subordinación, ya por su armamento, ya también por los estragos del chucho (terciana o fiebre intermitente), sino porque convenía ver si con mi venida y los auxilios que me seguían podía distraer al enemigo de sus miras sobre Cochabamba. Inmediatamente eché mano de él y lo mandé a Humahuaca, con la tal cual fuerza disponible que había, quedándome yo con el resto, con que fui a Jujuy a situarme, para poder trabajar en lo mucho que debía hacerse, si se había de reponer un cuerpo enteramente inerme y casi en nulidad, que era el ejército, en donde no se conocía la filiación de un soldado, y había jefe que en sus conversaciones privadas se oponía a ella, cual lo era el comandante de Húsares, don Juan Andrés Pueyrredón, sin duda para que todo siguiera en el mismo desorden.
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Me hallaba en Jujuy, y por sus mismos partes (de Balcarce) y oficios, y aun cartas amistosas, clamaba por que le dejase salir a perseguir algunas partidas enemigas, que me decía recorrían el campo; se lo prometí, y llegado hasta Cangrejillos, y aún antes, me insinuaba que no convenía separarse tanto del cuartel general; le hice retirarse, así porque supe que no había enemigos hasta Suipacha y aquellas cercanías, como porque veía que mi intento no se lograba, de poner en movimiento al enemigo, que sabía, si cabe decirlo así, tanto o más que yo, lo que era el tal ejército. Se retiró, según mis órdenes de Cangrejillos, y tiene la osadía de decirme en el papel que me ha dado mérito a esta memoria, que había ido hasta Yavi y había ahuyentado a todas las partidas enemigas, cuando no encontró una, ni en aquella salida hubo más que mandar a don Cornelio Zelaya y don Juan Escobar, a traer al tío del marqués de Toxo (o Yavi, pues con los dos nombres era designado) de su población de Yavi. Es verdad que en Humahuaca promovió el reclutamiento de los hijos de la quebrada que tanto honor han hecho a las armas de la Patria, y se empeñó en su disciplina, para lo que él confiese que es a propósito, y, sí en mi mano estuviera, lo destinaría a la enseñanza, y particularmente de la caballería, pero de ningún modo a las acciones de guerra. Empecé a desconfiar de su aptitud para ellas en los momentos en que me avisó los movimientos del enemigo de Suipacha, y puede juzgarse de su cavilosidad y cobardía por sus mismos oficios y consultas repetidas, tanto que me vi precisado a mandar al mayor general Díaz Vélez a hacerse cargo del mando, y aun a
escribirle una carta reservada del estado de mi corazón respecto de aquél, pues ya no confiaba en sus operaciones, y me llenaba de desconfianza de si quería o no hacer lo que hizo con Pueyrredón, de darle un parte de que los enemigos bajaban, para que se retirase, cuando aquéllos ni lo habían imaginado. Llegado el mayor general Díaz Vélez a Humahuaca con el designio de distraer al enemigo por uno de sus flancos, no pudiendo verificarlo por su proximidad, dictó sus órdenes para que se retirasen las avanzadas, que hizo firmar a Balcarce, por la mayor prontitud y aún al día siguiente se prevale de esto para decir de su honrosa retirada, cuando todas las disposiciones eran debidas al expresado mayor general, y cuando jamás se le vio a retaguardia de la tropa, pues, al contrario, en la vanguardia, con los batidores, era su marcha. Esto lo presencié por mí mismo, cuando habiéndome dado parte, en la Cabeza del Buey, de que el enemigo avanzaba y sólo distaba cuatro cuadras del cuerpo de retaguardia, mandé que se replegase a mi posición y me dispuse a recibirlo; vi, pues, entonces, que con los batidores, y a un buen trote, el primer oficial que se me presentó fue el don Juan Ramón, y sé que sucesivamente hizo otro tanto, hasta que vino envuelto entre el cuerpo dicho de retaguardia, perseguido de los enemigos. Cuando éstos se me presentaron en el río de las Piedras, y logré rechazarlos con sólo cien cazadores, cien pardos y otros tantos de caballería, entre los cuales no fue el primero ni a presentárseles, ni a subir una altura que ocupaban, y en que se distinguió el capitán don Marcelino Cornejo, habiendo quedado a retaguardia el mencionado don Juan Ramón.
Como desde esta acción ya mi cuerpo de retaguardia viniese a corta distancia, resuelto a sostenerme, para no perderlo todo, consultando con el mayor general, en la Encrucijada, los medios y arbitrios que pudiéramos tomar para el efecto, me apuntó al nominado don Juan Ramón para enviarlo con anticipación a ésta (Tucumán), donde tenía concepto, por haber estado en otro tiempo de ayudante de las milicias, y me resolví, dándole las más amplias facultades para promover la reunión de gente y armas, y estimular al vecindario a la defensa. Desempeñó esta comisión muy bien, dio sus providencias para la reunión de la gente, así en la ciudad como en la campaña, bien que más tuvo efecto la de ésta, en que intervinieron don Bernabé Aráoz, don Diego Aráoz y el cura doctor Pedro Miguel Aráoz, pues de la ciudad, la mayor parte, con varios pretextos y sin ellos, no tomaron las armas, siendo los primeros que no asistieron los capitulares, exceptuándose solamente don Cayetano Aráoz, y habiéndose ido dos o tres días antes de la acción el gobernador intendente don Domingo García, y no pareciendo en ella el teniente gobernador don Francisco Ugarte. El día que me acercaba a esta ciudad, se anticipó el ayudante de don Juan Ramón, don José María Palomeque, a anunciarme la reunión de gente, noticia que recibí con el mayor gusto y que ensanchó mi ánimo. Volé a verla por mí mismo, y hablé con aquél en la quinta de Ávila, donde nos encontramos, y haciendo toda confianza de él, y tratando de nuestra situación, le hice ver las instrucciones que me gobernaban, las más reservadas, manifestándole
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mi opinión acerca de esperar al enemigo; convino, lo mismo que había hecho en la Encrucijada, exponiéndome que no había otro medio de salvarnos, en cuya consecuencia escribí al gobierno el 12 de septiembre, y aun le enseñé allí mismo el borrador, haciendo toda confianza de él. Sucesivamente se reunieron hasta seiscientos hombres, a sus órdenes, en que había Húsares, Decididos y paisanos, y les dio sus lecciones constantemente, contrayéndose, en verdad, a su instrucción y a entusiasmarlos en los días que mediaron, con un celo digno de aprecio, pero ya empecé a entrever su insubordinación respecto del mayor general Díaz Vélez, y una cierta especie de partido que se formaba, habiendo llegado a término de escándalo la primera, aun a las inmediaciones de la tropa y paisanaje, que me fue necesario prudenciar las circunstancias, y en particular por no descontentar a los últimos, que, como he dicho, tenían un gran concepto formado de él. Es preciso no echar mano jamás de paisanos para la guerra, a menos de no verse en un caso tan apurado como en el que me he visto. Dispuse, pues, dividir aquel cuerpo, dándole a mandar la ala derecha, que la componía una mitad de dicho cuerpo, y a don José Bernaldes la ala izquierda, que era la otra mitad, con orden expresa de que se dividieran del mismo modo las armas de fuego, orden que no cumplió. y de que fui exactamente cerciorado cuando al marchar para el frente del enemigo, me hace presente Bernaldes la falta de armas de fuego,
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por no haberse ejecutado mi expresada orden. El momento de la acción del 24 llega. La formación de la infantería era en tres columnas, con cuatro piezas para los claros, y la caballería marchaba en batalla, por no estar impuesta ni disciplinada para los despliegues, no podía ser en tan corto tiempo como el que había mediado del 12 al 24. Hallándome con el ejército a menos de tiro de cañón del enemigo, mandé desplegar por la izquierda las tres columnas de infantería, única evolución que habían podido aprender en los tres días anteriores, en que habíamos hecho algunas evoluciones de línea, y que se podía esperar que se ejecutase la tropa con facilidad y sin equivocación, guardando los intervalos correspondientes para la artillería. Se hizo esta maniobra con mejor éxito que en un día de ejercicio. El campo de batalla no había sido reconocido por mí, porque no se me había pasado por la imaginación que el enemigo intentase venir por aquel camino a tomar la retaguardia del pueblo con el designio de cortarme toda retirada; por consiguiente, me hallé en posición desventajosa, con parte del ejército en un bajío, y mandé avanzar, siempre en línea al enemigo, que ocupaba una altura, y sufría sus fuegos de fusilería sin responder más que con artillería, hasta que observando que ésta había abierto claros y que los enemigos ya se buscaban unos a otros para guarecerse, mandé que avanzase la caballería y ordené que se tocase paso de ataque a la infantería. Confieso que fue una gloria para mí ver que el resultado de mis lecciones a los infantes para acostumbrarlos a calar bayonetas, al oír aquel toque,
correspondió a mis deseos; no así en la caballería de la ala derecha, que mandaba don Juan Ramón Balcarce, pues, lejos de avanzar a su frente, se me iba en desfilada por el costado derecho; en esta situación, observé que el enemigo desfilaba en martillo a tomar el flanco izquierdo de mi línea, y fiando al cuidado de los jefes de aquel costado aquella atención, me contraje a que la caballería de la ala derecha ejecutase mis órdenes. Hallándome en aquellos apuros, no sé quién vino a decirme, de la parte de Balcarce, que luego que la infantería hubiese destrozado al enemigo avanzaría la caballería; entonces se redoblaron mis órdenes de avanzar, y empezándolas a cumplir, marchando el ejército, le mandé decir con mi edecán Pico que no era aquél modo de avanzar, que lo ejecutase a galope. Sin embargo, tomó dirección no a su frente sino sobre la derecha, y viéndome así burlado en mi idea, volví la cara a retaguardia, y presentándoseme en el cuerpo de reserva el capitán don Antonio Rodríguez, al frente de la caballería que había allí, le mandé avanzar por el punto donde
me hallaba, y lo ejecutó con un denuedo propio. Observaba este movimiento, y vuelvo sobre mi costado izquierdo para saber el éxito de aquella tropa del enemigo que había visto desfilar, y me encuentro con el coronel Moldes que se venía a mí y me pregunta: “¿Dónde va usted a buscar mi gente?” (su gente debería decir, porque el Coronel Moldes no mandaba ninguna). Entonces me manifiesta que estaba cortado; “pues vamos a buscar la caballería”, le dije, y tomo mi frente, que los enemigos habían abandonado… 7
Abruptamente, termina aquí el manuscrito y, tal como menciona el general José María Paz en sus memorias, “hasta aquí llega lo escribió el General Belgrano de esta memoria. Sensible es que no la concluyese”. Coincidimos con él en que nos deja con el deseo de seguir leyendo más y seguir conociendo su visión sobre la histórica batalla. Aunque breve e inconcluso, este relato posee la virtud de brindarnos de primera mano las impresiones de Manuel Belgrano en momentos tan cruciales de su vida y de la historia de nuestra tierra.
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NOTAS 1. Mitre, B. (1887): Historia de Belgrano y de la independencia argentina, Buenos Aires: Félix Lajouane editor, p. 24. 2. Ibídem. 3. Mitre, B. (1887): op. cit., p. 32 (nota 25). Véase también: Paz, J. M. (1957): Memorias Póstumas del General José María Paz (tomo i, Apéndice), Buenos Aires: Ediciones Estrada. 4. El término “batalla campal” se refiere a un enfrentamiento en un territorio elegido, no de manera azarosa y, por lo general, a campo abierto. 5. Mitre, B. (1887): op. cit., pp. 475-476. 6. Paz, J. M. (1957): Memorias Póstumas del General José María Paz (tomo i), Buenos Aires: Ediciones Estrada, p. 27. 7. Belgrano, M. (1966): Autobiografía y otras páginas, Buenos Aires, Eudeba, pp. 44-52. 47
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Belgrano: El prócer enfermo por Omar López Mato*
Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, así reza su nombre completo, no solo sufrió los vaivenes políticos de un país en vías de formación y con un ambiente agitado, sino también las numerosas enfermedades que lo aquejaban. No obstante, supo combatirlas con la misma bravura y valentía que demostró en el campo de batalla en la lucha por nuestra independencia.
Desde su retrato nos mira condescendiente, orgulloso, pero sin soberbia. Sus ojos celestes parecen transmitir cierta paz interior, un estar más allá de los problemas cotidianos. Nos cuesta creer que este caballero de aspecto delicado y vestimenta elegante haya sido el aguerrido general de Tacuarí, Salta y Tucumán. A este abogado y economista devenido en improvisado militar, le debemos la fortuna de los primeros gobiernos patrios y la defensa de nuestros balbuceantes pasos en el camino de la libertad. Podría haberse quedado en su cómodo escritorio de Buenos Aires, atendiendo sus intereses, o cumpliendo alguna función pú-
blica, administrativa o diplomática. Para eso tenía sobradas luces, como había demostrado durante su permanencia en la Universidad de Salamanca, donde integró el cuadro de honor de los estudiantes destacados. Todo el mundo sabe bien que dicha casa de estudios no presta nada que no sea intrínseco a la naturaleza de cada individuo. Justamente, en Salamanca, comienzan los desvelos del joven Belgrano, pues volvió de España en 1794, francamente desmejorado. El jovencito elegante que se había ido a los 16 años, retornó convertido en un hombre enfermo, a punto tal de excusarse frecuentemente de su trabajo.
* Es Médico, escritor e investigador de historia y de arte. Autor de más de 20 libros sobre temas históricos. Es columnista del diario La Prensa y colabora para diversos medios gráficos y televisivos. El texto de este artículo fue extraído de su libro La Patria enferma (Sudamericana, 2010). Retrato del Gral. Manuel Belgrano. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 167171.
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Durante los años 1794, 1796, 1798, 1800, 1803, 1804, 1807 y 1809, debió pedir licencia de sus funciones en el Real Consulado. ¿Cuáles eran las causas de estas ausencias? Tres distinguidos profesionales lo aclararían sin eufemismos: “Un vicio sifilítico con complicaciones originadas del influjo del país”. Lo del “influjo del país” se refiere a la persistente humedad porteña, que tan poco compasiva es con aquellos que padecen males en sus articulaciones, como en el caso de Belgrano. Dado su “deplorable estado”, solicitó ser reemplazado por la única persona que creía capacitada para cumplir con sus funciones, don Juan José Castelli, primo de nuestro prócer. Al parecer el joven indiano no pudo sustraerse de los placeres de Venus, un pecado casi inevitable a la temprana edad en que debió viajar a España. No debemos olvidar que esos eran los tiempos de Goya y sus majas desnudas y vueltas a vestir tras una noche de excesos amatorios. No podemos ver este “vicio” como un estigma. Entonces, uno de cada cuatro varones padecía esta u otras enfermedades venéreas. No eran los tiempos del látex y la protección aconsejada estaba hecha a base de intestinos de carnero. Así lo informó Boswell, el biógrafo del doctor Samuel Johnson, en sus memorias, donde dijo haber sufrido diecinueve infecciones de gonorrea a pesar de usar estos profilácticos animales que contaban con la discutible ventaja de ser reutilizables después de una lavadita. Desconocemos, sinceramente, si nuestros próceres recurrían a este adminículo de fácil obtención en nuestras pampas. En búsqueda de esa salud pérdida, nuestro joven funcionario se dirigió pri-
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mero a Montevideo, después a Colonia y finalmente a las costas de San Isidro, donde su hermana Juana poseía una hermosa quinta. Aprovechó ese tiempo para redactar las Memorias del Consulado, que abundan en consejos económicos para hacer prósperas estas lejanas colonias. Sin embargo, ni ese “vicio sifilítico” ni esos “influjos del país” le impidieron participar como sargento mayor del regimiento de Patricios durante las segundas invasiones inglesas (en las primeras, no había actuado por un conflicto de intereses). Aunque, por esos años, una desgracia menor se sumó a las ya existentes: al parecer, una obstrucción de las vías lagrimales –lo que llamamos una “dacriocistitis crónica”– terminó fistulizándose y las lágrimas de Belgrano corrieron por sus mejillas sin necesidad de emocionarse. El orificio era muy pequeño, casi imperceptible y cosméticamente aceptable. A pesar de su endeble salud, el abogado se convirtió en guerrero; el espíritu revolucionario obró milagros terapéuticos en el débil leguleyo. Quizás también pesaba en su ánimo el enrarecimiento del ambiente político que condujo a Mariano Moreno hacia su sepulcro oceánico y a Saavedra a desaparecer abruptamente de los libros de historia, exiliado en la lejana San Juan. Los sinsabores de la campaña del Paraguay, sumados al clima hostil del verano tropical y a las persecuciones políticas de las que fue objeto por no poder derrotar con seiscientos hombres a los seis mil realistas paraguayos, pesaron sobre su espíritu y su cuerpo. Tendido sobre un carruaje, viajó hasta Tucumán para hacerse cargo del alicaído Ejército del Norte. Después de alguna mejoría, el peso de las tareas nuevamente minó su salud. El 20 de febrero de 1813, antes de la batalla de Tucumán, el general quedó postrado por vómitos
de sangre incoercibles, a punto tal que –según Mitre– se hizo preparar una carretilla para poder movilizarse de un lado al otro del frente. Gracias a una feliz recuperación y a su espíritu a prueba de las mayores adversidades, el general pudo montar a caballo y así conducir sus tropas a la victoria, que no fue fácil por las frecuentes desinteligencias entre sus oficiales, muchos de ellos con personalidades conflictivas, como Dorrego, Moldes y Lamadrid. El Ejército del Norte estaba terriblemente politizado, cosa que dificultaba notablemente su manejo. Poco después, en una nota dirigida al gobierno, hace mención de “terribles fiebres que se declararon en tercianas”, lo que hoy llamamos “paludismo”, flagelo que diezmaba a las tropas patrias. Nos resulta difícil de entender, hoy en día, la extensión de esta enfermedad, que aún continúa haciendo estragos en los países tropicales. Alejandro Magno murió de paludismo y el gran Aníbal también lo padeció cuando pretendió acercarse a Roma –ciudad rodeada de pantanos–. Justamente, los italianos le dieron el nombre de “malaria”, por los aires pestilentes que rodeaban la capital del Imperio. El paludismo hacía desaparecer ejércitos en un día y atrasó por años la apertura del canal de Panamá. Pero, en el caso de nuestro héroe, no podemos decir que haya sido la mayor de sus desgracias. Al contrario, aquí puede aplicarse aquello de que “no hay mal que por bien no venga”. Muy probablemente, las altas temperaturas inducidas por el parásito, impidieron la reproducción de la Treponema palidum (la causa de su “vicio sifilítico”) y, de esta forma, pudo evitar que la enfermedad avanzase hasta su estado cuaternario o neurosífilis, con irremediables secuelas psiquiátricas. De no ser así, nuestro Belgrano se hubiese convertido en Na-
poleón, mejor dicho, en uno de esos locos que se paseaban por los manicomios con una mano apretando el abdomen, como lo hacía el Gran Corso. Resulta que el prototipo del neurosifilítico padece un cuadro psiquiátrico llamado “megalomanía”, es decir, se cree un ser superior, y entonces: ¿quién más grande que Napoleón? Por suerte no fue así, y Belgrano conservó su lucidez y facultades mentales hasta el fin de sus días, gracias a las fiebres palúdicas que exterminaron al Treponema (bacteria que produce la lúes1). Aquejado por las fiebres y los dolores reumáticos, el general se adentró en el Alto Perú. Es curioso observar cómo cada vez que los ejércitos patriotas extendían sus líneas más allá del Desaguadero, la fortuna se tornaba adversa y lo único que cosechaban eran derrotas. Vilcapugio y Ayohúma fueron el triste corolario de esta campaña. Enfermo, amargado, físicamente disminuido y espiritualmente deprimido, retrocedió hasta que, finalmente, en enero de 1814, le entregó los “gloriosos restos del Ejército del Norte” al general San Martín. Encontró en este a un compañero de infortunios. Ambos se quejaban de dolores reumáticos, vomitaban sangre y padecían hemorroides. En la nutrida correspondencia que los unió, se comentaban sus trastornos y se pasaban recetas para calmarlos. Lo cierto es que San Martín pronto se enfermó –con esa marcada tendencia que tenía el gran capitán a somatizar cuando la suerte le era adversa– y Belgrano pidió la baja del Ejército para “atender su quebrantada salud… y tranquilizar su espíritu en esta edad que se aproxima a la vejez”. No había cumplido aún 45 años. Sorteadas las acusaciones por las derrotas de Vilcapugio y Ayohúma, Belgrano se embarcó hacia Europa para cumplir tareas diplomáticas.
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Sopanda del Gral. Manuel Belgrano. Histórico vehículo, considerado el más antiguo de todos los que se conservaron en el país usado por el Gral. Belgrano durante la batalla de Salta en 1813 a causa de su mal estado de salud. Se conserva en el Complejo Museográfico Provincial “Enrique Udaondo” en Luján, provincia de Buenos Aires. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 280262.
Diversas suertes acompañaron sus funciones. Conoció al rey de Inglaterra, Jorge iv, con quien simpatizó (Belgrano hablaba inglés, francés e italiano, por mandato familiar), y recibió de sus propias manos un reloj como recuerdo. Después frecuentó al conde de Cabarrús, al que estuvo a punto de retar a duelo ya que este nefasto personaje había convencido a Sarratea de secuestrar a un príncipe español a fin de coronarlo monarca del Río de la Plata y de zonas adyacentes. Belgrano, como muchos hombres públicos de su época, era de ideas monárquicas –la forma de gobierno más difundida
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de su tiempo–. Por esta razón, había apoyado el nombramiento de la princesa Carlota como reina del Plata y, posteriormente, a falta de un monarca europeo, pensó en coronar a un hijo de Túpac Amaru como rey de estas tierras. Pero triunfó el espíritu republicano y al final no tuvimos rey argentino. Después de conocer a cierta dama de alta alcurnia y dudosa reputación con la que mantuvo un breve affaire, don Manuel consideró que ya era tiempo de volver a estos pagos y así lo hizo. Eso sí, durante su permanencia en Europa, no se quejó de mayores problemas de salud, al igual que le pasaría años más tarde a su amigo San Martín.
Vuelto al país, y al mando de un ejército siempre en retirada, el general Belgrano reinició su viejo idilio con la adversidad, penas solo atemperadas por su romance con Dolores Helguera, una hermosa joven tucumana, con quien tuvo una hija a la que llamaron Mónica Manuela. A esta hija, no la reconoció para evitarle trastornos a la madre, ya que ella estaba casada con otro caballero por orden paterna. Hacia 1819, después de haber movilizado al Ejército del Norte para aplacar a la montonera de López y Ramírez, Belgrano llevó su ejército a Córdoba. Allí, el doctor Castro –médico y, por entonces, gobernador de la provincia– lo encontró en tan mal estado que convocó a sus colegas para atender la salud quebrantada del general. Belgrano se dejaba morir: “Tienen aquí una capilla para enterrar a los soldados. También pueden enterrar a un general”. Imposibilitado de actuar, decidió dejar el mando del ejército a Francisco Fernández de la Cruz y dirigirse a Tucumán, ciudad de clima benigno y afectos más asentados. Nuevamente las trifulcas políticas se interpusieron en su camino y el capitán Abraham González pretendió ponerles grilletes a las hinchadas piernas del general, por brutas razones que solo un ser tan necio como dicho capitán podía argumentar.2 La intervención del doctor Redhead impidió esa última afrenta. El general estaba postrado, hinchado de cuerpo y alma, con disnea y edema generalizado. A Belgrano no le quedaba otra opción más que volver a Buenos Aires para recuperar la salud perdida o, en su defecto, morir. Para poder viajar, pidió al gobierno los sueldos atrasados que sumaban varios meses. La respuesta no fue muy original: como siempre, las arcas del Estado estaban vacías. Entonces, su amigo de siempre, Celedonio Balbín, facili-
tó el dinero para su traslado. A Buenos Aires viajó el general con su médico, el doctor Redhead, un escocés recibido en Edimburgo que residía en Salta y que había sido enviado por Güemes para cuidar a Belgrano. Además, lo acompañaba su confesor, el padre Villegas, y sus ayudantes de campo: Jerónimo Helguera y Emilio Salvigny. Ya casi no podía montar y si lo hacía, debían ayudarlo a bajar del caballo. Cuando llegaba a las postas, después de un día de trajinar, los edecanes lo llevaban a la cama y así quedaba hasta el día siguiente, imposibilitado de andar. Cuentan que una noche pidió ver al posadero y este, ofuscado, le mandó decir: “Es la misma distancia que lo separa de mí, que a mí de él. ¡Qué venga a verme entonces!” Así se trataba a un hombre que había dado todo por la patria. Cuando ya le fue imposible andar a caballo, don Manuel fue trasladado en carreta. Carlos del Signo, un comerciante cordobés, prestó el dinero necesario (sin recibo) para aminorar los pesares del estadista. Una callecita de Buenos Aires recuerda a este fiel amigo. Llegado a destino, Belgrano pasó a habitar la misma casa que lo había visto nacer. Allí arregló sus asuntos terrenales, testando a favor de sus hermanos, el 25 de mayo de 1820. Estando enfermo de la que Dios nuestro Señor se ha servido darme, pero por su infinita misericordia en mi sano y entero juicio; temeroso de la infalible muerte a toda criatura e incertidumbre de su hora, para que no me asalte sin tener arregladas las cosas concernientes al descargo de mi conciencia y bien de mi alma, he dispuesto ordenar este mi testamento.
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En privado, dio instrucciones para que su hija recibiese una esmerada educación al cuidado de sus hermanos. De esta forma, guardaba un caballeresco silencio sobre sus relaciones con Dolores Helguera. No hizo mención de su otro hijo, el que sería con los años el coronel Pedro Rosas y Belgrano (hijo de Josefa Ezcurra, hermana de Encarnación y cuñada de Juan Manuel de Rosas). Quizás, sabiendo que la familia Ezcurra Rosas podía proveer los medios para criarlo –como efectivamente hizo–, Belgrano no deseaba comprometer la figura de la madre, perteneciente a una de las familias porteñas más encumbradas y ya casada con un comerciante español que abandonó el Río de la Plata en los tiempos de la Revolución de Mayo. Tampoco olvidó al doctor Redhead, que tan diligentemente lo había ayudado. A él le dejó su reloj, el mismo que le había regalado el rey de Inglaterra, a falta de poder abonar sus honorarios. Este es el famoso reloj que fue robado del Museo Nacional de Historia. La enfermedad progresaba inexorablemente y Belgrano se preparó a morir como buen cristiano. A diario, compartía charlas con sus amigos dominicos, en las que seguro debatían sobre las ideas milenaristas del jesuita Lacunza, cuyo libro había sido impreso en Londres. Pidió ser enterrado con los hábitos de la orden dominica, a la que sus padres tanto habían beneficiado. Existía entonces la creencia de que vestir sotanas usadas por prelados de reconocida santidad concedía al que las usara como mortaja mayores posibilidades de redención. Belgrano quiso ser enterrado en el atrio de Santo Domingo y no dentro del templo, como lo habían hecho sus padres. De allí la afirmación de que no fue enterrado en la iglesia por
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ser masón, aunque es solo un mito popular; de hecho, fue amortajado, como hemos visto, con un sayo dominico. Belgrano murió a las siete de la mañana del 20 de junio de 1820, en la casa de su familia, situada en la calle que hoy lleva su nombre. Pocas personas como el creador de la bandera han nacido y muerto en el mismo hogar. Tenía 50 años y el hígado destrozado. Murió rodeado de algunos amigos como Manuel de Castro y Celedonio Balbín, además de su hermana Juana y un fraile dominico, que lo asistió en sus últimos momentos. El doctor Castro lo escuchó decir que pensaba “en la eternidad adonde voy y en la tierra querida que dejo, espero que los buenos ciudadanos trabajarán para remediar sus desgracias”. Además del doctor Redhead, otro amigo médico lo asistió para sobrellevar sus pesares: el doctor John Sullivan que, además, tocaba el clavicordio para alegrarlo en sus últimas horas. Después de muerto, fue el encargado de realizar la autopsia del prócer. Ningún medio se hizo eco de su muerte, dados los tiempos tan convulsionados que atravesaban la patria. En su periódico El Despertador Teofilantrópico Místico-Político, el fraile de Paula Castañeda dio la noticia cinco días después del óbito. Más de un año se tomaron las autoridades para honrar la memoria del general Belgrano. Recién el 29 de julio de 1821, “estando ya todo pacífico… el ayuntamiento rindió los honores correspondientes a tan ilustre ciudadano”. A falta de otros medios, por la miseria en que moría, debió recurrirse al mármol de una cómoda como losa para su tumba. Las últimas palabras que se le escucharon decir fueron: “Ay, Patria mía”. Aún retumba ese lamento en nuestros oídos.
Demolición de la casa donde nació y murió el Gral. Manuel Belgrano ubicada en la Av. Belgrano entre Bolívar y Defensa. Marzo de 1909. Departamento Documentos Fotográficos. Fondo Caras y Caretas. Arriba: Inventario 137466. Abajo: Inventario 71857.
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¿De qué murió el general Belgrano? La autopsia realizada por el doctor Sullivan demostró que existía gran cantidad de líquido en el abdomen (ascitis), que el hígado se presentaba duro y aumentado de volumen, al igual que el bazo. Los pulmones estaban colapsados y el corazón era de un volumen “pocas veces visto”. El diagnóstico de cirrosis se impone, aunque se sospeche la presencia de un carcinoma hepático que suele presentarse en hígados cirróticos. Estamos acostumbrados a asociar cirrosis con alcoholismo, sin que sea así en este caso. La cirrosis reconoce muchas causas y, entre ellas, el paludismo es una de las más frecuentes. El hábito de los afectados por insuficiencia hepática suele ser característico. No tienen vello ni en el tronco ni en las axilas, mientras que el bigote, la barba o el cuero cabelludo pueden ser normales o poco poblados debido al trastorno en el metabolismo de las hormonas sexuales. Generalmente tienen el abdomen distendido y suelen padecer vómitos de sangre por várices esofágicas. El doctor Dreyer, en un trabajo rescatado por el doctor Orozco Acuaviva de 1994, sostiene que Belgrano además sufría de una valvulopatía reumática aórtica, que condice con la descripción de Sullivan sobre el gran corazón del prócer. A todas las dificultades políticas y militares que debió sortear en vida, debemos agregar sus problemas de salud, que el general Belgrano supo afrontar con el mismo coraje e hidalguía con el que enfrentó al enemigo en el campo de batalla.
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Extraños recuerdos El 5 de noviembre de 1902, en el matutino La Prensa se relató este “curioso” episodio relacionado con los restos del ilustre prócer cuando fueron exhumados para ser ubicados en el monumento mortuorio realizado por Ettore Ximenes en el atrio del Convento de Santo Domingo. Llama la atención que el escribano del Gobierno de la Nación no haya precisado en este documento los huesos que fueron encontrados en el sepulcro; pero no es ésta la mayor irregularidad que es permitido observar en este acto, que ha debido ser hecho con la mayor solemnidad, para honrar al héroe más puro e indiscutible de la época, y también es necesario decirlo, para honrar nuestro estado actual de cultura […] Entre los restos del glorioso Belgrano que no habían sido transformados en polvo por la acción del tiempo, se encontraron varios dientes en buen estado de conservación, y ¡admírese el público! ¡Esos despojos sagrados se los repartieron buena, criollamente, el ministro del Interior y el ministro de Guerra! […] Ese despojo hecho por los dos funcionarios que nombramos, debe ser reparado inmediatamente, porque estos restos forman una herencia que debe vigilar severamente la gratitud nacional […] Que devuelvan esos dientes al patriota que menos comió en su gloriosa vida de los dineros de la Nación y que el escribano labre un acta con los detalles de que todos deseamos y que debe tener todo documento histórico.
La denuncia obligó a los sustractores, que eran nada más ni nada menos que Joaquín V. González y el coronel Riccheri, por entonces ministros del Interior y de Guerra respectivamente, a devolver los molares del prócer. El titular del Ministerio del Interior alegó que la sustracción la había hecho con fines puramente amistosos “para mostrárselos a varios amigos” (¡cómo cambian los tiempos! Al parecer, entonces, los políticos se reunían para mostrarse reliquias históricas; hoy lo hacen para hablar de mujeres y de fútbol). El ministro de Guerra fue más verticalista: “Mi intención era presentárselos al general Bartolomé Mitre”. Subordinación y valor. La inefable Caras y caretas publicó un dibujo alusivo llamado “Los ministros odon-
tológicos”3, donde el espíritu de Belgrano, testigo de la sustracción, exclama: “Hasta los dientes me llevan. ¿No tendrán bastante con los propios para comer del presupuesto?”. Como vemos, queridos compatriotas, poco ha cambiado en este país. El delicado aspecto del general siempre daba una impresión de rasgos feminoides o aniñados, la cara redondeada y el cutis lampiño. Los botones tensos de sus ropas daban la impresión de que estaba algo excedido en asados y dulce de leche, pero no era así; la retención de líquidos por la insuficiencia hepática lo mantenían hinchado, atenuando sus arrugas y manteniendo su vientre distendido, además de alterar el metabolismo de las hormonas sexuales que le otorgaban ese rostro sin barba.
V
NOTAS 1. “Lúes” es el otro nombre de la sífilis; literalmente, quiere decir “podrido”. 2. El general Paz decía que el tal González era un charlatán y un incapaz pero, aun así, o por ser así, llegó a gobernador de Tucumán. 3. Revista Caras y Caretas N° 206, 13 de septiembre de 1902.
Caricatura “Los ministros odontólogos” por Giménez. Biblioteca. Revista Caras y Caretas N° 206, 13 de septiembre de 1902.
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Convento de Santo Domingo, antes de la inauguraciรณn del mausoleo del Gral. Belgrano. Departamento Documentos Fotogrรกficos. Fondo Witcomb. Inventario 315.
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Mausoleo del Gral. Belgrano en el atrio del Convento de Santo Domingo, obra del escultor italiano Ettore Ximenes. Departamento Documentos Fotográficos. Sociedad de Fotógrafos Aficionados. Álbum N°17. Inventario 213760.
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Boceto del catafalco del Gral. Manuel Belgrano, dibujado e ideado por su hermano Domingo. Departamento Documentos Fotográficos. Fondo Caras y Caretas. Inventario 167142.
El testamento de Belgrano El 20 de junio de 1820 falleció a los 50 años en la ciudad de Buenos Aires el general Manuel Belgrano. Semanas antes, en el décimo aniversario de la Revolución de Mayo, por coincidencia o no, testaba ante el escribano Narciso de Iranzuaga ante la proximidad de muerte. Sus bienes eran exiguos, como se puede apreciar en la testamentaria, compuestos por dinero que se encontraba en mano de algunos deudores. Se puede afirmar que falleció en la pobreza y en el olvido, acompañado solo por unos pocos amigos y familiares.
La última voluntad de uno de los mayores próceres de nuestro país se encuentra en el Registro 4 del Fondo Protocolos de Escribanos de 1820. Uno de los valiosos fondos documentales existentes en Archivo General de la Nación. Este fondo contiene los libros de registro de cada escribano que actuó en la ciudad de Buenos Aires entre 1584 y 1900, lo cual conforma un total de 3589 unidades archivísticas. Como ejemplo del valor documental de este fondo, compartimos la testamentaria de don Manuel Belgrano y su transcripción.
Página siguiente: Testamento de Manuel Belgrano, Departamento Documentos Escritos. Fondo Protocolos de Escribanos, Registro 4 año 1820.
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Testamento de Manuel Belgrano, Departamento Documentos Escritos. Fondo Protocolos de Escribanos, Registro 4 aĂąo 1820. 63
Transcripción En el nombre de Dios y con su Santa gracia amén. Sea notorio como yo, Dn. Manuel Belgrano, natural de esta ciudad, Brigadier de los exercitos de las Provincias Unidas en Sud América, hijo legítimo de Dn. Domingo Belgrano y Peri, y Da. María Josefa González, difuntos: estando enfermo de la que Dios Nuestro Señor se ha servido darme, pero por su infinita misericordia en mi sano y entero juicio, temeroso de la infalible muerte a toda criatura e incertidumbre de su hora, para que no me asalte sin tener arregladas las cosas concernientes al descargo de mi conciencia y bien de mi alma, he dispuesto ordenar este mi testamento, creyendo ante todas las cosas como firmemente creo en el alto misterio de la Santísima Trinidad, Padre Hijo y Espiritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero, y en todos los demás misterios y sacramentos que tiene, cree y enseña nuestra Santa madre Iglesia Católica Apostólica Romana, bajo cuya verdadera fe y creencia he vivido y protesto vivir y morir como católico y fiel cristiano que soy, tomando por mi intercesora y abogada a la Serenísima Reina de los Ángeles María Santísima, madre de Dios y Señora nuestra y devoción, a su amante Esposo el Señor San José , al Ángel de mi guarda Santo de mi Nombre y devoción y demás de la corte celestial, bajo de cuya protección y divino auxilio otorgo mi testamento en la forma siguiente: 1ª Primeramente encomiendo mi alma a Dios Nuestro Señor, que la crió de la nada, y el cuerpo mando a la tierra de que fue formado, y quando su Divina Magestad se digne llebar mi alma de la presente vida a la eterna, ordeno que dicho mi cuerpo, amortajado con el ábito de patriarca de Sto. Domingo, sea sepultado en el Panteón que mi casa tiene en dicho Convento, dejando la forma del entierro, sufragios y demás funerales a disposición de mi alvacea. 2ª Item: ordeno se dé a las mandas forzosas y acostumbradas a dos reales con las que separo mis bienes. 3ª Item, declaro: Que soy de estado soltero, y que no tengo ascendiente ni descendiente. 4ª Item, declaro: Que debo a Dn. Manuel de Aguirre, vecino de esta ciudad, dieciocho onzas de oro sellado, y al Estado seiscientos pesos, que se compensarán en el ajuste de mi cuenta de sueldos, y de veinte y quatro onzas que ordeno se cobre por mi albacea, y preste en el Paraguay al Dr. Dn. Vicente Anastasio de Echeverría, para la compra de una mulata: Quarenta onzas de que me es deudor el Brigadier Dn. Cornelio Saavedra, por una sillería que le presté quando lo hicieron Director; dieciséis onzas que suplí para la Fiesta del Agrifoni en el Fuerte, y otras varias datas: Tres mil pesos que me debe mi sobrino Dn. Julián Espinosa por varios suplementos que le he hecho. 5ª Para guardar, cumplir y executar este mi testamento, nombro por mi albacea a mi lexítimo hermano el Dr. Dn. Domingo Estanislao Belgrano, dignidad de Chantre de la Santa Iglesia Catedral, al qual respecto a que no tengo heredero ninguno forzoso ascendiente ni descendiente, le instituyo y nombro de todas mis acciones y Dros. presentes y futuros. Por el presente revoco y anulo todos los demás testamentos, codicilos, poderes para testar, memorias, u otra qualesquiera otra disposición testamentaria que antes de ésta haya hecho u otorgado por escrito de palabra, o en otra forma para que nada valga, ni haga fe en juicio, ni fuera de él excepto este testamento en que declaro ser en todo cumplida mi última deliberada voluntad en la vía y forma que más haya lugar en Dro. En cuyo testimonio lo otorgo así ante el infrascrito escribano público del número de esta ciudad de la Santísima Trinidad, Puerto de Santa María de Buenos Ayres, a veinte y cinco de mayo de mil ochocientos veinte. Y el otorgante a quien yo dho Escribano doy fe conozco, y de hallarse al parecer en su sano y cabal juicio, según su concertado razonar, así lo otorgo y firmo, siendo testigos llamados y rogados don José Ramón Mila de la Roca, Dn. Juan Pablo Sáenz Valiente, y Dn. Manuel Díaz, vecinos. Rúbrica: M. Belgrano Rúbrica: Narciso de Iranzuaga - Escribano Público.
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Día de la Bandera
Detalle del monumento a la Bandera en Rosario inaugurado el 20 de junio de 1957. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 273514.
El 9 de junio de 1938, el Congreso Nacional argentino sancionó la Ley N° 12361, que establecía la fecha 20 de junio, día del fallecimiento de Manuel Belgrano, como Día de la Bandera. Finalmente, Belgrano fue reconocido por haber enarbolado por primera vez en Rosario, a la vera del río Paraná, el 27 de febrero de 1812, nuestra bandera nacional. 65
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Belgrano, visto por sus contemporáneos por Roberto L. Elissalde*
Con la diferencia del personaje, el título de este artículo corresponde sin duda al historiador santafecino don José Luis Busaniche, que publicó trabajos sobre San Martín, Rosas y Bolívar a través de la observación de sus contemporáneos. Se omiten las conocidas semblanzas de los generales José María Paz, Gregorio Aráoz de La Madrid y Tomás de Iriarte, por ser las más divulgadas por el público en general, para registrar otras memorias, autobiografías o documentos.
En su ficha de admisión del 4 de noviembre de 1786 a la Universidad de Salamanca, “para oír ciencia”, el joven Manuel aparecía con los dos apellidos paternos Belgrano Pérez y no Belgrano González; además, se afirmaba que era “natural de la ciudad y obispado de Buenos Aires en el reino del Perú” cuando, desde hacía una década, era virreinato. Quizás lo más notable del documento es su descripción física: “Pelo y ojos negros”, detalle que no consigna ningún otro contemporáneo.1 Seis años más tarde, en junio de 1788, el secretario de la Real Universidad de Oviedo certificó, con los mismos datos que los de
la admisión, los estudios realizados por don Manuel Belgrano Pérez, dejando constancia de tener aprobados cursos, con asistencia por mañana y tarde, de lógica, de filosofía moral y de instituciones civiles, “a todas las referidas cátedras concurrió con toda puntualidad, y aprovechamiento, según resulta de las cédulas firmadas y juradas de los respectivos catedráticos”.2 El testimonio de fray Pantaleón, que fue su profesor en España y que durante esos años descubrió su personalidad, resulta muy interesante. En una carta que le dirigió a su hermano Carlos le manifestaba:
*Roberto L. Elissalde es historiador. Miembro de Número del Instituto Bonaerense de Numismática y Antigüedades, del Instituto de Investigaciones Históricas de la Manzana de las Luces; Miembro correspondiente del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay y de la Academia Paraguaya de la Historia. Retrato del Gral. Manuel Belgrano. Departamento Documentos Fotográficos. Álbum Notables I. Inventario N°27.
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En todo se nos presenta un joven ajeno a aquellas puerilidades que deshonran la primera edad, y aplicado con tesón a todo aquello que forma hombres grandes para Dios y para el mundo. Yo descubro el tesoro que se oculta […] Nacido en una ilustre familia, jamás se le ha visto despreciar al humilde, ni mostrar mal ceño a nadie; rebelarse
El comandante del cuerpo Voluntarios de Patricios don Cornelio de Saavedra certificó el 13 de julio de 1807, que Belgrano había sido “elegido y nombrado Sargento Mayor [de esa unidad, en la que] permaneció ejerciendo sus funciones con el más plausible acierto y pulso hasta el mes de Febrero del presente año”, hasta regresar a su cargo de secretario del Real Consulado. Agregaba Saavedra, en dicho documento, que:
contra el superior, ni menos contra el pequeño: con un rostro afable y
en el tiempo de su ejercicio ocurrió la
de sonrisa mira a todos, siempre
Expedición de Auxilio para Montevi-
dispuesto a socorrer al pobre y ves-
deo a que se presentó voluntariamente
tir al desnudo. Un entendimiento
y con el mayor anhelo; pero a la cual
sólido y lleno de luces, bellas cua-
no fue, por haberme presentado con
lidades que entre los hombres son
todos los oficiales que iban en ella al
un género de felicidad que parece
Señor Comandante General, para que
los diviniza. El temor de Dios, este
le impidiese la marcha por cuanto
temor que se llama Escritura, ya el
quedaban dos Batallones, y concep-
principio de la sabiduría, ya la sa-
tuaba que era de la mayor importan-
biduría misma, ya la plenitud y la
cia su permanencia en esta para la me-
corona de la sabiduría, es el móvil
jor conservación y arreglo del Cuerpo;
de todas sus acciones. ¿De un joven
que corrió con el pagamento de dicha
de estas cualidades que no debemos
Expedición, y otros, portándose con
esperar? Alcanzará sin duda a ser
exactitud, pureza y desinterés; que ha
un hombre cual todos lo deseamos,
donado para el vestuario del Cuerpo, y
útil a Dios y al Mundo, a la religión
otros gastos a él referentes, cuatrocien-
y al Estado.
tos pesos; que en mi presencia le exigió
3
el Señor Don César Balbiani, Segundo
El ministro Diego de Gardoqui, ante el pedido del secretario del consulado a Carlos iv, indicaba para Manuel Belgrano, con “certificación de tres médicos el deplorable estado en que se halla su salud desde el año 94, y la necesidad de tomar otros aires para recuperarla; a cuyo fin solicita licencia por un año con todo el sueldo para venir a estos reinos”, a lo que el rey accedió.4 No obstante, lo cierto es que jamás usó dicha licencia para pasar a España.
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Jefe del Ejército y Cuartel Maestre General, fuese su Ayudante para el caso de alarma, y que le he visto estimulando a los oficiales, e individuos de mi Cuerpo en el Campo de Batalla, y luego en la Ciudad, siempre con el anhelo, y eficacia que me obligó a proponerlo para el cargo de Sargento Mayor.5
A su vez, el coronel César Balbiani, cuartel maestre general y segundo jefe de la Capital,
amplió otros aspectos en los que destacó que Belgrano, como secretario del Consulado:
en Valladolid y se recibió de abogado en la misma corte de Madrid. Cuando regresó a su patria se distinguía por sus
después del mes de febrero, por no po-
adelantamientos en el derecho público
der asistir con la puntualidad que le es
y en economía política, y ellos le mere-
característica a ambas obligaciones, y
cieron el nombramiento de secretario
no teniendo quien le substituyese en
del tribunal consular en el año de 1793.
su principal cargo, tuvo que quedar-
En la primera invasión de los ingleses
se dispuesto para el caso de alarma;
en el año de 1806, Belgrano era capi-
atendiendo a su mérito y circunstan-
tán de milicias urbanas; después de la
cias y a los conocimientos y aptitudes
Reconquista, el general Liniers lo nom-
que le observé, le exigí fuese mi Ayu-
bró sargento mayor del regimiento de
dante sólo para el caso de guerra; en
Patricios, cuya comisión renunció muy
efecto, estuvo pronto al toque de ge-
poco tiempo después por las alarmas
nerala, salió a campaña, donde ejecu-
que habían empezado a inspirar sus
tó mis ordenes con el mayor acierto en
sentimientos de independencia. En la
las diferentes posiciones de mi colum-
segunda invasión de los ingleses el año
na, dando con su ejemplo mayores es-
de 1807, sirvió de ayudante de campo
tímulos a su distinguido Cuerpo; me
del cuartel maestre general don César
asistió en la retirada, hasta la coloca-
Balbiani. Sin que quepa ningún género
ción de los cañones en la Plaza, tuvo a
de duda, este distinguido americano en
su cargo la apertura de la zanja en las
unión de sentimientos con sus compa-
calles inmediatas a Santo Domingo,
triotas Castelli, Vieytes y Peña, fue uno
donde ha acreditado su presencia de
de los primeros que empezaron a sem-
espíritu y nociones nada vulgares con
brar en Buenos Aires ideas de variación
el mejor celo y eficacia para la segu-
en el sistema colonial; aún parece in-
ridad de la Plaza, hallándose en ellos
dudable que no considerando posible
hasta la rendición del General de Bri-
esta grande obra, sin la protección de
gada Crawford, con su plana mayor
otras naciones, entró como parte prin-
y restos de la columna de su mando,
cipal den las conferencias que tuvieron
abrigada en el convento de dicho San-
en 1808 y 1809 sobre si se admitirían
to Domingo.
o no las ofertas que empezó a prodigar
6
entonces la Casa de Portugal.7
Ignacio Núñez, su contemporáneo, en sus Noticias Históricas, afirmó sobre Belgrano: … nacido en Buenos Aires, de padres decentes y acomodados en materia de
Tomás Guido, testigo de los acontecimientos de 1810, dejó este testimonio sobre la reunión en la quinta de Nicolás Rodríguez Peña en la noche del 24 de mayo:
fortuna, lo enviaron a España cuando joven, estudió en la Universidad de Sa-
Se aproximaba el alba sin que aún se
lamanca, se graduó de jurisprudencia
hubiese convenido sobre los elegibles.
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Hubo un momento en que se desesperó de encontrarlos. ¡Gran zo-
respecto a los Estados Unidos)”.9 El 24 de octubre, ya instalado el Triunvirato, escribía:
zobra y desconsuelo para los congregados en ese gran complot de
Belgrano, que temo confunda (la am-
donde nació la libertad de la Re-
bición con el amor al país) abrazará el
pública! La situación cada vez pre-
actual partido. Es un hombre de reco-
sentaba un aspecto más siniestro.
nocida capacidad y se halla ahora en
En esta circunstancias el señor don
el Paraguay procurando convencer a
Manuel Belgrano, mayor del regi-
aquella provincia para que tome una
miento de Patricios, que vestido de
parte más activa y se una más estrecha-
uniforme escuchaba a discusión en
mente con Buenos Aires […] Entre los
una sala contigua, reclinado en un
miembros más distinguidos del Club
sofá, casi postrado por largas vi-
no debemos omitir a Belgrano, cuya
gilias observando la indecisión de
conducta a lo largo de toda la revolu-
sus amigos, se puso de pie y súbi-
ción coloca su personalidad en la más
tamente y a paso acelerado y con
favorable perspectiva. Valiente activo
el rostro encendido por el fuego de
e inteligente, desempeñó los cargos a
su sangre generosa, entró en la sala
él confiados por el gobierno con celo
del Club (el comedor de la casa del
y capacidad, y aparentemente movido
señor Peña) y lanzando una mira-
sólo por intereses patrióticos.10
da altiva en rededor de sí, y poniendo la mano derecha sobre la cruz de su espada: “¡Juro —dijo— a la patria y a mis compañeros,
Vinculado a los ambientes oficiales, en sus Noticias, Ignacio Núñez dio testimonio de la expedición al Paraguay y de la actuación del prócer:
que si a las tres de la tarde del día inmediato el virrey no hubiese sido
El vocal del gobierno doctor don Ma-
derrocado; a fe de caballero, yo le
nuel Belgrano, fue nombrado general
derribaré con mis armas!”. Pro-
en jefe de las tropas destinadas a la
funda sensación causó en los cir-
Banda Oriental del Río de la Plata:
cunstantes, tan valiente y sincera
[…] él concurrió y votó en el congreso
resolución. Las palabras del noble
general del 22 de mayo por la deposi-
Belgrano fueron acogidas con fer-
ción del virrey, y nombrado vocal del
voroso aplauso.8
gobierno primitivo se consagró a la causa de la patria con tal desinterés y
J. R. Poinsett, agente de Estados Unidos en Buenos Aires en 1811, envió informes sobre la situación política local y los personajes involucrados. Sobre Belgrano, apuntó el 16 de junio de ese año: “Es un hombre de capacidad y de influencia. (Está vinculado con Castelli, pero favorablemente dispuesto
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con tanta elevación, que bien pudiera llamarse el primer modelo de la pureza revolucionaria. Belgrano, ni había nacido para general ni había estudiado para serlo: sus costumbres, sus habitudes, todo su método de vida, eran de un hombre de bufete; laborioso en
el ejercicio de su profesión, pero muy apegado a las comodidades de la existencia; social y tratable por carácter y educación, pero de una regularidad
El coronel Blas José Pico, que lo acompañó en el ejército en Tucumán en 1816, tuvo noticias por comentarios de terceros de la disciplina de Belgrano en la campaña del Paraguay:
casi rígida en su conducta moral. El admitió sin embargo un destino cuya
Jamás dispensó a ninguna clase la más
primera exigencia consistía en el aban-
mínima falta de subordinación, ni aun
dono total de sus inclinaciones, de sus
siquiera el interpretar sus órdenes.
goces, o de toda su economía; el lo ad-
Retirándose del Paraguay un jefe que
mitió sin trepidar consultando única-
mandaba un batallón le ordenó se in-
mente los sentimientos patrióticos.
corporase mandándole un itinerario y
11
preceptuándole el camino que debía
Sobre esa campaña, Dámaso Uriburu afirmó:
tomar en su marcha. El jefe se puso en marcha al instante, pero por otro
La expedición contra el Paraguay
camino, a pretexto de que era más
fue confiada al mando del vocal de
cerca y más cómodo para su tropa,
la Junta Gubernativa don Manuel
lo que indignó al general Belgrano
Belgrano, que dio principio enton-
de tal modo, que amenazó al jefe con
ces a una nueva carrera, en que ad-
que le quitaría el empleo si otra vez
quirió tanta ilustración y rindió tan
tenía semejante arbitrariedad, con cir-
eminentes e inmortales servicios a
cunstancia de que esto fue después de
la causa americana. Siendo los es-
la derrota de Paraguarí y antes de la
pañoles, dueños de la navegación
transacción de Tebicuary. A otro jefe
de los ríos, este cuerpo de ejército
de mucho valor y crédito separó del
tuvo que emprender sus marchas,
mando de su batallón y del ejército
por tierras penosísimas, por lo fra-
porque autorizó un desafío entre dos
goso de los bosques que tenía que
oficiales.13
atravesar y por los grandes rodeos para abrirse paso por sendas intransitables. Nada empero era capaz de arredrar la constancia y su-
Por si fueran pocos los testimonios personales, no sería menor el de los vecinos de Mercedes en la Banda Oriental:
frimiento del distinguido jefe de la expedición y el sublime entusiasmo
¿Que podíamos temer teniendo al
de ésta. Vencidos estos obstáculos
frente a su digno jefe Dn. Manuel Bel-
multiplicados, pisó territorio del
grano? Nada; su nombre era pronun-
Paraguay en donde se le presenta-
ciado con respeto hasta por nuestros
ron otros, que requerían toda la
mismos contrarios; Montevideo, que
intrepidez, firmeza y sagacidad del
en sus papeles públicos tantas veces
general Belgrano para superarse o a
le había publicado derrotado y preso
lo menos para conservar la pequeña
por los paraguayos, confesaba tácita-
fuerza que se le había confiado.
mente que no podía soportar sin susto
12
71
su cercanía; los portugueses le
provincia de Salta y él siguió acelera-
respetaban, el Paraguay, le temía:
damente con el resto de las fuerzas su
nuestras tropas tenían puesta en
movimiento y sentó su cuartel general
él su confianza, y este numeroso
en Jujuy. Allí, con aquella actividad y
vecindario descansaba en sus sa-
energía que nadie poseía en el grado
bias disposiciones, con tanto ma-
del general Belgrano, se dedicó a au-
yor gusto cuanto que habíamos
mentar el ejército con reclutas que le
empezado a sentir sus favorables
fueron de todas partes, a organizarlo
resultados: desde que se ausentó
e inspirarle esa moral y elevación de
el Sr. Belgrano no ha dejado de re-
sentimientos, que ningún general de
presentarnos nuestro corazón, que
los muchos que figuraron en la revo-
en un tiempo en que la libertad
lución, supo inspirar tan bien a sus
bien entendida es la divisa de los
tropas. No satisfecho con el arreglo y
americanos, éramos reos de lesa
aumento de ellas, y conociendo la ne-
patria si por una cobarde timidez
cesidad de dar a la guerra un carácter
no exponíamos la necesidad tan
muy distinto, que pusiera a su disposi-
grande en que nos hallamos de te-
ción todos los elementos de resistencia
ner a nuestro frente un hombre de
que proporcionaba el país, haciéndolo
representación, valor y demás be-
tomar una parte directa en ella, empe-
llas cualidades que adornan al Sr.
zó a entusiasmarlo, rodeándose de to-
Belgrano. Su presencia es uno de
das las personas notables, alentándolas
los objetos más interesantes para
y despertando su patriotismo adorme-
llenar nuestros vastos designios.14
cido y desmayado con la magia de su elocuencia y sentimientos generosos.
Dámaso Uriburu destacó acabadamente la actividad de Belgrano al hacerse cargo a comienzos de 1812 del Ejército del Norte, que venía marchando desde el Alto Perú:
Penetrado de las tropelías y violencias que se permitían los destacamentos del ejército en las comisiones.15
Y el doctor Manuel Antonio Castro afirmaba: La retirada del ejército se prosi-
72
guió hasta el pueblo de Yatasto,
Yo observé en el general Belgrano tres
intermedio entre Salta y Tucumán,
cualidades que principalmente for-
cuando apareció en él el general
maban su mérito: patriotismo abso-
don Manuel Belgrano, mandado
lutamente desinteresado, contracción
por el gobierno de Buenos Aires
al trabajo, y constancia en las adver-
para que se encargase de él, como
sidades. En prueba de lo primero, ci-
general en jefe. Así que tomó el
tare los hechos siguientes: en todo el
mando, ordenó que la vanguar-
tiempo que permaneció el ejército es-
dia con su jefe coronel don Juan
tacionado en Tucumán, que fue el de
Ramón Balcarce regresase rá-
cuatro años, destinó sus sueldos so-
pidamente a volver a ocupar la
brantes al socorro de las necesidades
del mismo ejército, desterrado de su persona y casa todo lujo, y aún las comodidades más naturales y necesarias. Su diario vestido era una levita de paño azul. Si casita construid en la ciudadela, a la manera del campo, era una choza blanqueada. Sus adornos consistían en unos escaños de madera hechos en Tucumán, una mesa de comer, su catre de campaña y sus libros militares, Tres platos cubrían su mesa, que era concurrida de sus ayudantes y capellán. Cuando por motivo de la victoria de Salta le regaló el supremo gobierno o la asamblea 40.000 pesos en casas del Estado, los cedió íntegramente para la dotación de las escuelas en Tarija, y otros pue-
Desde Salta, el 30 de abril de 1813, Tomás Manuel de Anchorena le anunciaba a su hermano Nicolás, residente en Buenos Aires, su preocupación por la salud del general ya que consideraba que solo de él dependía el éxito de la campaña en el norte: “Quisiéramos volar. Por nuestra desgracia se ha enfermado Belgrano de un chucho muy fuerte y esto nos ha demorado más, porque él es solo, y se puede decir que no tiene quien le ayude a afrontar y poner en movimiento las cosas”.18 El primer día del año siguiente, después de las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, en larga carta al mismo destinatario, dejaba en claro que a Belgrano lo habían dejado solo, para contestar de algún modo los malévolos comentarios que circulaban en la capital.19 Ignacio Álvarez Thomas, su sobrino político, apuntaba:
blos pobres, que no las tenían, ni podían establecer.16
Después de sus desgraciadas batallas de Vilcapugio y Ayohuma, en el Alto Perú,
Su preocupación por la cultura, la transmitió un redactor de La Gaceta de Buenos Aires el 24 de enero de 1812, cuando destacó:
Belgrano concibió que un nuevo general podría mejor que él reorganizar el ejército auxiliar, y así lo pidió encarecidamente al gobierno supremo desde Tucu-
El Sr. coronel D, Manuel Belgrano
mán (principios de 1814) ofreciéndose
después de cuantiosos anteriores do-
a continuar en el mando del regimiento
nativos anunciados, se ha despojado
de Patricios, de que era coronel. Nom-
aún de los libros que había reservado
brado San Martín para reemplazarle dio
para su uso, poniendo a disposición
el bello ejemplo de continuar a sus ór-
del director de la Biblioteca el último
denes prestando a este cuerpo, a quien
resto de su librería sin reserva, para
mucho amaba, una particular atención
que extrajese todos los libros que
en su disciplina e instrucción. Más tanta
careciese aquella; y así se ha ejecu-
modestia le atrajo los celos, quizá, del
tado: reiterando al mismo tiempo la
mismo general. Para apartarlo con ho-
oferta de contribuir a los aumentos
nor fue llamado a la capital con pretexto
de este público establecimiento por
de una comisión diplomática.20
todos los medios, que le sugieran el decidido interés e ilustrado celo de su patriotismo, de que tiene dadas tan relevantes pruebas.17
El 13 de febrero de 1814, desde Salta, el coronel José de San Martín le escribió al director Gervasio A. de Posadas: 73
He creído en mi deber imponer
grande; que a pesar de los contrastes
a V.E. que de ninguna manera es
que han sufrido nuestras armas a sus
conveniente la separación del ge-
órdenes lo consideran como un hom-
neral Belgrano de este ejército; en
bre útil y necesario en el ejército, por-
primer lugar, porque no encuentro
que saben su contracción y empeño,
un oficial de bastante suficiencia
y conocen sus talentos y su conducta
y actividad que le subrogue en el
irreprensible. Están convencidos prác-
mando de su regimiento; ni quien
ticamente que el mejor general nada
ayude a desempeñar las diferentes
vale si no tiene conocimientos del país
atenciones que me rodean con el
donde ha de hacer la guerra, y con-
orden que deseo, e instruir la ofi-
siderando la falta que debe hacerme,
cialidad, que además de ignoran-
su separación del ejército les causará
te y presuntuosa, se niega a todo
un disgusto y desaliento muy notable,
lo que es aprender, y es necesario
y será de funestas consecuencias para
estar constantemente sobre ellos
los progresos de nuestras armas. No
para que se instruyan, al menos,
son estos unos temores vagos, sino
de algo que es absolutamente in-
temores de que hay ya alguna expe-
dispensable que sepan. Me hallo
riencia, pues sólo el recelo de que a
en unos países cuyas gentes, cos-
su separación del mando del ejército
tumbres y relaciones me son ab-
se seguiría la orden para que bajara
solutamente desconocidas, y cuya
a la capital, ha tenido y tiene en sus-
topografía ignoro; y siendo estos
pensión y como amortiguados los es-
conocimientos de absoluta nece-
píritus de los emigrados de más influjo
sidad, sólo el general Belgrano
y séquito en el interior, y de muchos
puede suplir esta falta, instruyén-
vecinos de esta ciudad, que desfallece-
dome y dándome las noticias ne-
rán del todo su llegan a verlo realiza-
cesarias de que carezco (como ha
do. Así espero que V.E., pesando todas
hecho hasta aquí), para arreglar
estas consideraciones y otras que no
mis disposiciones, pues de todos
podrán ocultarse a su superior pene-
los demás oficiales de graduación
tración, que por lo mismo omito ex-
que hay en el ejército, no encuen-
ponerlas, en obsequio de la salvación
tro otro de quien hacer confianza,
del Estado, conservar en este ejército a
ya porque carecen de aquel juicio
dicho brigadier, o resolver lo que fuere
y detención que son necesarios en
su supremo agrado.
tales casos, ya porque no han tenido los motivos que él para tener unos conocimientos tan extensos e individuales como los que él posee. Su buena opinión entre los principales vecinos emigrados del interior y habitantes del pueblo, es
74
En esta correspondencia del Libertador no podemos omitir su negativa cumplir con las órdenes del gobierno de hacer bajar a Belgrano a Buenos Aires “por hallarse dicho brigadier enfermo y que poniéndose en camino las lluvias y más que todo los calores seguramente la
agravarían la enfermedad y pondrían en grave riesgo su vida”.21 El coronel Blas J. Pico redactó un juicio de valor sobre la conducta de Belgrano:
como el objeto de sus complacencias. Un cumplimiento exacto de sus deberes, una vida laboriosa y ocupada siempre en el mejor servicio de la nación, una práctica, la más piadosa de
En las jornadas del Perú y durante
la virtud, de la humildad, por la que
todo su generalato tanto en el ejérci-
siempre conoció, atribuyó y persuadió
to del norte como en el del Perú fue
que todos sus triunfos y progresos de
celosísimo en infatigable en formar y
sus armas en nada le eran debidos a él,
mantener todas las clases del ejército
sino a la protección del Señor, Dios de
fieles y escrupulosas, observadoras de
los ejércitos por intercesión de María
las ordenanzas castigando rigurosa e
Santísima de Mercedes, a quien había
inflexiblemente toda contravención
jurado generala del ejército en la glo-
sin que entibiasen su celo jamás ni
riosa acción de Tucumán entregándole
la amistad ni los respetos humanos,
en acto solemne y religioso el bastón
ni los demás resortes que debilitan la
de generala e hizo que la reconociera
justicia menos recta e imparcial que la
el ejército haciéndole los debidos ho-
suya. Este era el loable objeto de su vi-
nores como a tal, mandando en Potosí
gilancia, de sus afanes y desvelos y en
vistiese todo individuo del ejército el
virtud de él le vimos siempre incansa-
santo escapulario, indultando la vida
ble en el bufete expidiendo las órdenes
a dos reos al tiempo de salir al supli-
concernientes las más de las veces de
cio por haberse llevado la imagen de
su puño para dar a los negocios el ma-
esa Soberana Reina a su casa y pedido
yor impulso: corría como el relámpa-
por su intercesión. Su asistencia fre-
go a toda hora por los cuarteles, por el
cuente a los templos, a los solemnes y
campo de instrucción, por los hospi-
privados sacrificios, el verles en ellos
tales, por los laboratorios y por todas
en oración exhalar su espíritu en tier-
las demás oficinas del ejército, hasta
nas lágrimas ante la majestad de Dios
mirar por sus ojos el rancho y comida
sacramentado; el proteger, promover
de los soldados: en una palabra, trató
y llevar a cabo todo establecimiento
y consiguió con su ejemplo y doctrina
piadoso fueron tan edificante a los
en formar de todo su ejército un mo-
pueblos que tuvieron la felicidad de
delo de subordinación, disciplina mi-
mirarse bajo la protección de sus ar-
litar, valor, honor y amor al orden que
mas, que llegaron a amar con la ma-
le eternizarán en la memoria, respeto
yor ternura y fraternidad a todo in-
y gratitud de los pueblos del Perú. Su
dividuo del ejército, franqueaban los
conducta religiosa, piadosa y devota
recursos con prodigalidad no menos
le abrieron tan franco camino y tan
que con el mayor placer y honor en
fácil y eficaz medio para uniformar así
que cada uno del ejército aceptase la
la de todos los individuos del ejército,
hospitalidad y obsequio que se le ha-
que en muy breve le tuvo que mirar
cía en particular. Era de la obligación
75
de los capellanes por mandato ex-
de otro y porque sabían que con esto
preso asistiesen por la mañana y
granjeaban el aprecio de su general y
tarde a los hospitales que diaria-
evitaban el que reprochase su indolen-
mente hiciesen a sus regimientos
cia. Se propuso este método, tanto por
una plática doctrinal a la hora de
tener entretenido al soldado, para que
la lista, sin perjuicio de la que ha-
con la ociosidad no adquiriese vicios,
bía los días de festividad en la misa
como para hacer ahorros al erario
del regimiento, que celasen se re-
y para dar fomento a la agricultura,
zase el rosario por todos los solda-
no pudiendo tolerar su filantropía el
dos diariamente y que cumpliesen
abandono de ésta en toda América.
con el precepto anual a cuyo fin
Los jefes tenían obligación de tener
ordenaba a los jefes para que con-
academias particulares en sus cuerpos
cediesen a la tropa franco tiempo
para instruir a los oficiales y sargentos
para disponerse debidamente, si
en que enseñaban las obligaciones de
alguna vez por accidente oyó al-
cada clase, evoluciones y la economía
gún soldado una palabra obscena
que debía observarse interiormente,
e indecente lo castigó con el mayor
solía el general concurrir a estos ac-
rigor y lo mismo encargaba a los
tos y observar con escrupulosidad los
jefes y oficiales, con todo lo que lo-
adelantamientos de cada individuo,
gró que su ejército fuese observa-
con cuyo método puedo asegurar que
do más como una congregación de
logro la perfección de todas aquellas,
hombres de estatuto piadoso que
pues ningún oficial quería ser tenido
como a soldados.22
en menos por un general tan laborioso e instruido, y de éste modo conocía a
La actividad que se desarrollaba en el campamento de la ciudadela en Tucumán, de la que el mismo Pico fue testigo, daba una idea de la disciplina que había impuesto Belgrano a sus tropas:
todos por su talento y de lo que era capaz y separaba aquel de quien nada se podía esperar. Como en lo general nuestra educación ha sido descuidada y observaba en algunos oficiales modales impropios del
76
Era de la obligación de todos los
lustre de la carrera militar se propu-
jefes ejercitar sus cuerpos diaria-
so reformarlos insensiblemente para
mente en el manejo del arma, y
lo cual adoptó varios planes y entre
evoluciones del batallón, por la
ellos estableció una mesa común para
mañana lo primero y a la tarde
todos y que debía presidir el jefe del
lo segundo: a más de esto dio a
cuerpo, dio un reglamento, para que
cada regimiento un terreno baldío
se observase en la en que se prueba a
en que poblase una chacra para
más de los talentos del general el co-
sembrar lo que necesitasen para
nocimiento de su país.
el año, lo que se consiguió por el
Al mismo objeto que se propuso
esmero de los jefes emulados uno
en el artículo anterior formó una
constitución que exigiese interior-
conocen los principios militares del
mente los cuerpos por la que se es-
general Belgrano, que por ningún mo-
tablecía un tribunal de cinco jueces
tivo le permitían ser hermano e igual
elegidos por los oficiales reos y todo
de quien por obligación debía obede-
oficial tenía obligación de delatar a un
cerle, pudiéndose asegurar que a los
compañero que hubiese cometido una
jefes era a quienes menos disculpaba
acción indecente o poco decorosa, las
y toleraba faltas y por la más pequeña
faltas de civilidad, etc., estableciendo
era reconvenido. Los domingos y días
penas para todas estas; el oficial que
de fiesta a la tarde había precisamente
acompañaba o visitaba públicamente
evoluciones de línea que alternaban
una ramera o mujer de baja esfera,
los jefes a mandar el ejército a presen-
era mirado por sus compañeros con el
cia del general, que no dispensaba la
mayor desprecio, y al que era reinci-
más pequeña falta.
dente en estas faltas tenía el tribunal
Puedo asegurar que el general Bel-
facultad para hacerlo salir del cuerpo,
grano es el hombre que he conocido
lo que se observaba con rigor.
de menos dormir, rondaba todas las
Los domingos tenían obligación los
noches el campo y ciudad y como los
jefes de concurrir a la posada del ge-
oficiales tenían obligación de estar a
neral, desde las ocho de la mañana
las once de la noche en sus cuarteles,
hasta las doce, a tratar asuntos del
al que encontraba fuera lo castigaba
servicio, se política de economía, etc.,
con rigor y pocos se escapaban de su
el proponía las materias sobre que se
vigilancia.
había de discurrir y protesto que esta
El general Belgrano tuvo la desgracia de
escuela me fue de mucha utilidad,
mandar un ejército que su gobierno cui-
porque adquirí en ella conocimientos
daba muy poco de asistir y que siempre
necesarios que ignoraba y lo mismos
le faltó aún lo indispensable necesario;
juzgo sucedería a todos mis compa-
todo otro general habría aflojado algún
ñeros. También advertía en esta junta
tanto la disciplina con este motivo, pero
los defectos que había notado en los
él era más severo cuanto más necesida-
regimientos y tenía precisión el jefe de
des tenía el ejército.
disculparse, lo que nos obligaba a te-
Fue celosísimo de que ningún oficial
ner la conducta más esmerada y con-
ni tropa maltratase a los paisanos y
traída para no exponernos a una re-
vecinos, castigando el menor insulto
prensión ante todos los compañeros;
que se les hacía, tanto en sus personas,
sin embargo de que se sabía que lo
como en perjuicio de sus propiedades:
que se hablaba en aquel acto, no debía
de tal suerte las respetaban los solda-
salir de la puerta afuera. Como en el
dos que en la marcha de Tucumán a
público se ignoraba lo que se trataba
Córdoba acampé con mi regimiento
en esta reunión la interpretaban de un
en un lugar que había un sembrado de
modo siniestro creyendo que era una
sandías en sazón y no hubo uno que
logia masónica; los que piensen así no
tomase una sin comprarla a su dueño.
77
En la administración de los intere-
ellos, pero decía que no había reme-
ses del Estado, fue nimiamente de-
dio que obedecer y esto sin embargo
licado y jamás permitió que nadie
de los consejos y mal ejemplo de un
abusase de ellos, celando a los que
compañero suyo.
los administraban inmediatamen-
Es indudable que la miseria en que
te con la mayor escrupulosidad y
veía rodeado su ejército en la Cruz
nunca permitió que ningún indivi-
Alta que no podía remediar porque
duo de su ejército estuviese mejor
era de la política del gobierno no au-
asistido que otro. Siendo muy ge-
xiliarlo, los pesares y sinsabores que
neroso con lo que era suyo.
le causaban el mal estado de los nego-
Ni por parentesco ni por amistad,
cios en general por falta de dirección
ni por interés ni por ningún respe-
y que se burlaban de él del modo más
to humano, torció y aflojó jamás
descarado, fue el origen de su fatal
en la administración de justicia, de
enfermedad, la que desde su principio
lo que hay muchos ejemplares.
creí yo mortal y así hice los mayores
Así como exigía de sus subordina-
esfuerzos para que se viniese a ésta a
dos el mayor respeto, él lo tenía a
curar, pero nunca lo pude conseguir,
su gobierno y nunca permitía que
me daba entre otras poderosas razo-
nadie hablase con poco respeto de
nes políticas para no verificarlo, la
él. Fue tanta su sumisión que quizá
de que su vida no era suya, sino de
ha perjudicado con ella a los inte-
la patria. En el campamento del Pilar
reses del país. Cuando la primera
volvía inculcar para que se fuese a
revolución del 5 y 6 de abril de
Córdoba a curar y su contestación era
1811 (origen de todas las que han
que el cementerio de la capilla estaba
seguido) se le mandó dejar el man-
cerca y que él tendría gusto de que los
do de el ejército oriental, a lo que
paisanos le rezasen allí.
se oponían todos los jefes y el mis-
Difícilmente se encontrará otro ameri-
mo ejército, pero él prefirió venir a
cano que amara más a su país y a sus
ser víctima de sus enemigos por no
paisanos. Todos sus proyectos eran di-
dar un mal ejemplo y haber salido
rigidos a los muchos adelantamientos
entonces de la Banda Oriental, nos
de que era susceptible el país y de lo
trajo el mal de no haber tomado
mucho que debía esperarse de la bue-
a Montevideo en aquella campaña
na disposición de los americanos que
y el haber despertado la ambición
todavía habían adelantado muy poco
de Artigas, que en lo sucesivo ha
por falta e medios para hacerlo.23
sido la ruina del país. Lo mismo sucedió cuando se le mandó bajar con su ejército en 1813 para hacer la guerra a Santa Fe; él conocía todos los males que traía el país y algunas veces se lamentaba de
78
En octubre de 1890, en sus Tradiciones Históricas de la Guerra de la Independencia Argentina, Marcelino de la Rosa refirió uno de los ardides usados por Belgrano en la campaña del Alto Perú:
Esa misma noche, los jefes de la pla-
qué objeto buscaba al general Belgra-
za usaron de un ardid que les dio un
no. Este contestó con toda la timidez y
maravilloso resultado. Fingieron una
encogimiento de un culpable, que ve-
correspondencia dirigida al general
nía de Santiago del Estero, mandado
Belgrano desde Santiago del Estero,
por el general tal, trayendo una carta
suscrita por un jefe de Buenos Aires
para el general Belgrano.
(cuyo nombre no recordamos) en la
Al oír esto el general español tomó
que le decía más o menos lo siguien-
mayor interés en el asunto y le hizo
te: Que de manera alguna se compro-
otras preguntas, a las cuales les con-
metiera en una batalla, hasta que él
testaba según sus instrucciones, y a
se le reuniera, que a más tardar, sería
pesar de sus protestas de que lo ha-
dentro de dos días, que traía dos bata-
bían obligado a venir, se lo registró en
llones de infantería y dos regimientos
su cuerpo, con su ropa y montura; y
de caballería (los nombraba) y que le
no encontrándole más que la corres-
aprontase alguna caballada para re-
pondencia que él mismo había denun-
montar su caballería, porque con las
ciado, se le puso preso.
marchas forzadas que venía haciendo
Esta comunicación que la casualidad
se le había inutilizado mucha parte.
había puesto en sus manos, vino a em-
Hecha esta nota tomaron un paisa-
peorar la ya angustiosa situación en
no muy avisado y valiente, a quien
que se encontraba el general español.
enseñaron lo que tenía que hacer, y
Efectivamente, su posición era suma-
el papel que debía representar ante el
mente difícil e insostenible, su ejérci-
general español. Al día siguiente muy
to estaba disminuido en más de una
temprano salía nuestro hombre de la
tercera parte, entre muertos y heridos,
ciudad la ciudad con destino a la otra
prisioneros y dispersos, y el resto que
banda del río Salí, en donde hacien-
le quedaba estaba desmoralizado por
do correr su caballo largas distancias
el suceso del día anterior: su caballe-
hasta fatigarlo y hacerlo sudar mucho,
ría, también reducida a la mitad, es-
se dirigió al campo del ejército enemi-
taba muy mal montada por la flacura
go y penetró en él preguntando por el
de sus caballos, y por consiguiente
general Belgrano. El oficial que lo re-
imposibilitada de prestarle servicio al-
cibió le ordenó que se bajase para lle-
guno, mucho más cuando ya se había
varlo ante la persona que buscaba, lo
hecho sentir el general Belgrano con
que hizo inmediatamente, pero luego
una división de caballería de más de
se detuvo muy sorprendido y asusta-
quinientos hombres…
do, y quiso volver a tomar su caballo
Ese mismo día el general Tristán le
para huir, entonces lo tomaron preso
dirigió una carta amistosa al general
y lo llevaron ante el general Tristán,
Belgrano, cuya introducción era la si-
quien no dándole importancia a la
guiente: “Mi querido Manuel: ¿Quién
equivocación del gaucho, le interro-
nos habría dicho, cuando estudiába-
gó sin embargo, de dónde venía y con
mos en Salamanca, que corridos los
79
tiempos, habíamos de ser mili-
vallistas que llegaron aunque desar-
tares, mandar ejércitos, ser ene-
mados por las espaldas. El enemigo
migos y batirnos? ¡Vicisitudes de
creyó otra cosa, y se desordenó. Los
la vida!”. No recordamos si le
vallistas recibieron su descarga, mu-
pedía o le mandaba un cajón de
rieron algunos, y los demás echaron a
cigarros habanos.24
correr, y los vimos pasar a todo galope de retirada a sus casas, y huyendo por
La batalla de Tucumán fue narrada a Ambrosio Funes por Diego León de Villafañe, sacerdote que había profesado en la Compañía de Jesús, miembro de una antigua familia local, en una carta fechada el 29 de noviembre de 1812:
delante de nuestra casa de Santa Bárbara, sin querer acercarse por más que los llamábamos. Tal era el julepe que llevaban a cuestas. El enemigo, después de la acción de la mañana, se reunió y estuvo haciendo fuego toda la tarde, aunque no conti-
80
Quiero satisfacer al deseo que
nuo. Toda la noche del jueves 24, es-
Vuestra Merced muestra de tener
tuvieron haciendo fuego, como dando
una relación verídica de la acción
tiempo, para la retirada que efectuaron.
del 24 de setiembre y de la victo-
El general Belgrano se vio perdido,
ria que consiguió Tucumán sobre
y se había retirado con unos pocos
el ejército, con que la acometió el
soldados al lugar que llaman el Rin-
general Tristán. El ejército enemi-
cón, que está dos leguas distante de la
go vino por la parte de los Lules, y
ciudad, hacia el sur, aquí se le fuero
se acercó, abriéndose en dos alas,
agregando otros soldados de a ca-
una hacia el Norte de la Ciudad, y
ballo con un cañón. Es prueba de lo
otra por el Sur. El Barón, sin dar-
asustado que estaba, porque el viernes
les tiempo para bajar de sobre las
siguiente, al día del combate, muy de
mulas, ni siquiera un cañón, em-
mañana aparecieron unos soldados en
pezó la acción con un cañonazo,
Santa Bárbara, trayendo el dicho ca-
y sin dar lugar al enemigo, se fue-
ñón, como temiendo que el enemigo
ron acercándoseles los nuestros,
se los cogiera.
de modo que se vino a las armas
Díaz Vélez en la ciudad, trataba de es-
blancas. Esto se evidencia por los
conderse y salvar su persona, como lo
muchísimos heridos que se reco-
ha dicho el Barón, testigo de vista. La
gieron, los más de sables, lanzas,
cosa estuvo en estado, que si el ejerci-
etc.; pocos de balas. Es cierto que
to enemigo viene esa noche de ataque
el ejército enemigo estaba com-
a la ciudad, lo coge sin remedio.
puesto de gente muy disciplinada
Se debe concluir que Dios ha queri-
y diestrísima en el manejo del fu-
do humillar el orgullo del enemigo,
sil. Nuestra caballería de los guar-
y como me lo dijo el general Bel-
damontes los desconcertó. Ayudó
grano: deposuit potentes de sede, et
a desconcertarlos una partida de
exaltavit humiles25.
En la iglesia Matriz se había hecho
un arrojo de nuestro general Belgrano
una novena a los santos apóstoles Si-
el caminar contra Salta en la estación
món y Judas, y se hacía la novena a
presente y cuando se fugaba el enemi-
San Miguel Arcángel. La victoria la
go con fuerzas superiores; y se juzga-
debemos al cielo por la intercesión de
ba que acaso habría mucha efusión de
nuestros Santos Protectores. Esto es
sangre. En efecto mucha sangre se ha
lo cierto.
derramado de una y otra parte: y de
Prosiguiendo en mi historia. Se ha
los nuestros han quedado muertos en
hecho y celebrado un novenario a
la acción muchos oficiales, y los heri-
Nuestra Señora de las Mercedes en
dos son muchísimos, según dicen. Qué
su Iglesia y después su Misa solemne
sensación hará este triunfo de nuestras
de acción de gracias, con sermón, que
armas, de Potosí adelante, el tiempo
predicó el Dr. Molina, con asistencia
lo descubrirá. Tristán vuelve con las
de la ciudad y del general Belgrano.
manos vacías y despojado y atadas las
El día 28, día de los Santos Apóstoles
manos con el juramento, para no to-
Simón y Judas, salió en procesión con
mar las armas contra nosotros.
las estatuas de dichos santos, de Nues-
Mientras ha durado la tormenta, yo
tra Señora de las Mercedes, y de San
lo he pasado muy contento en este mi
Miguel Arcángel, y se enderezaron al
retiro de Santa Bárbara. No tengo arte,
campo de las Carreras, que es al po-
ni parte en cosa alguna. Caminaré por
niente de la ciudad y lugar de la vic-
donde lleve a todos la corriente. El Ge-
toria. Hubo sus ceremonias, y el Ge-
neral Belgrano se ha mostrado muy re-
neral Belgrano entregó el bastón a la
ligioso en las plegarias a que asistió, he-
Santísima Virgen. Acciones todas muy
chas por la felicidad de nuestras armas.
religiosas y cristianas, que le hacen
El se ha armado con el Escapulario de
a Belgrano más honor, que ningunas
Nuestra Señora de las Mercedes, e hizo
otras. Yo como que mi casa está aún
así armar a muchos de sus soldados.27
ocupada, no he estado, ni presenciado nada de las dichas funciones.26
El 6 de marzo de 1813, Villafañe le escribía nuevamente a Ambrosio Funes, dándole noticias de la acción del 20 de febrero:
Ignacio Álvarez Thomas se refirió en estos términos a la misión ante las cortes europeas que emprendió Belgrano en 1814: Con pretexto de una comisión diplomática, que efectivamente se le confi-
La común voz ya hizo llegar a los oí-
rió para Londres en unión del vene-
dos de Vuestra Merced la reconquista
rado Bernardino Rivadavia. No co-
de Salta. Aturde lo que se dice; que el
nozco sus instrucciones, más a juzgar
general Tristán no sabía que nuestro
por lo que vi en data posterior (1815)
ejército iba contra él, y que éste estuvo
estando yo a la cabeza del Directorio,
dos días una legua distante de Salta,
hallo que la misión se dirigía a obte-
y en Salta esto se ignoraba. Parecería
ner un príncipe de la casa reinante de
81
España, para colocarlo en un trono que asegurase a esta parte de América su independencia constitucional. No califico a los autores
Andrés de Villaba, encargado de negocios de España ante la corte del Brasil, que los había visto pasar por Río de Janeiro, el 17 de enero de 1815, le escribió al duque de San Carlos:
de tan insensato proyecto, como lo han hecho otros, de “traidores” a
Escogido dos de los más comprometi-
su patria - porque retrogradando
dos. Ni uno ni otro son lerdos. El Bel-
a la época en que fue concebido,
grano, que era el gran general de ellos,
se hallarán las graves dificultades
es intrigante y no de las mejores inten-
con que se luchaba entonces, tanto
ciones, bien que es preciso caminar bajo
por el poder positivo de la Espa-
el supuesto que todos son pícaros. El se-
ña, desembarazada con la caída de
gundo dicen [Rivadavia] es más inclina-
Napoleón, y fuerte en sus posesio-
do a la pacificación y que podría sacar-
nes de América, como por la anar-
se algún partido de él. Ambos salen de
quía que pululaba por todos los
aquí con bastante dinero y es probable
ángulos de las entonces llamadas
que nunca piensen volver a América.29
Provincias Unidas. El juicio reposado de la historia, valoran estos actos transitorios de la revolución. Belgrano y Rivadavia se encontra-
El ya mencionado agente Poinsett, al tiempo de correrse la noticia de la misión diplomática, afirmó:
ron en Inglaterra con don Manuel Sarratea, acreditando de antema-
Belgrano ha figurado mucho en esta re-
no en aquella corte, y convinieron
volución; es un activo patriota y un cá-
a propuesta de éstos el mandar
lido amigo de la libertad. Es uno de los
a Roma, cerca del rey Carlos IV
pocos que se han mostrado ambiciosos
a un célebre conde de Cabarrús,
de gloria. Pero, desgraciadamente, su
español, para decidirlo a enviar
capacidad ha sido sobreestimada, y en
al infante don Francisco de Pau-
la posición conspicua y responsable en
la. Esta misión sin resultado, dio
que se lo ha colocado ha desilusiona-
origen a grandes escándalos que el
do la expectación popular. Está nom-
señor Lamas conoce por la carta
brado juntamente con Medrano, para
autógrafa que posee del primero,
dirigirse a España, como diputados de
dirigida mi persona, a su vuelta de
Buenos Aires. Fue, para mí, un amigo
viaje. En ella se revela, de since-
seguro y útil en Buenos Aires.30
ro patriota, al hombre de bien en pugna con las arterias de dos “truhanes” complotados para escamotear los dineros de la nación, de
José Celedonio Balbín que, además de su amistad, le correspondió a Belgrano con una lealtad acrisolada, escribió:
que Belgrano era, como en todos
82
los actos de su vida pública, tan
El general Belgrano era un hombre de
ecónomo y metódico.28
talento cultivado, de maneras finas y
elegantes, gustaba mucho del trato de
tenía una fístula bajo de un ojo (que
las señoras; un día me dijo que
de
no lo desfiguraba porque era casi im-
lo que sabía lo había aprendido en
perceptible), su cara era más bien de
la sociedad con ellas. Otro día me
alemán que de porteño, no se le po-
dice: me llenó de placer cuando voy
día acompañar por la calle porque su
de visita a una casa y encuentro en el
andar era casi corriendo, no dormía
estrado en sociedad con las señoras
más que tres o cuatro horas, montan-
los oficiales de mi ejército; en el tra-
do a caballo a medianoche que salía
to con ellas los hombres se acostum-
de ronda a observar el ejército acom-
bran a modales finos y agradables, se
pañado solamente de un ordenanza.
hacen amables y sensibles, en fin, el
Era tal la abnegación con que este
hombre que gusta de la sociedad de
hombre extraordinario se entregó a
ellas, nunca puede ser un malvado.
la libertad de su patria, que no tenía
Esta ocurrencia me hizo reír mucho.
un momento de reposo, nunca busca-
El general era muy honrado, desinte-
ba su comodidad, con el mismo pla-
resado, recto, perseguía el juego y el
cer se acostaba en el suelo, o sobre un
robo en el ejército, no permitía que
banco que en mullida cama.31
se le robase un sólo peso al Estado, ni que se le vendiese más caro que a otros. Como yo le había hecho a él algunos servicios y muy continuos al ejército sin interés alguno, cuando necesitaba paños, lencería u alguna
El 12 de marzo de 1816, José de San Martín sugirió al diputado Tomás Godoy Cruz el nombre de Belgrano como el más capacitado para reemplazar a Rondeau en la jefatura del ejército auxiliar del Perú:
otra cosa para el ejército, me llamaba y decía: Amigo Balbín, necesito
En el caso de nombrar quien deba re-
tal cantidad de efectos, tráigame las
emplazar a Rondeau, yo me decido
muestras y el último precio, en la
por Belgrano: éste es el más metódico
inteligencia que igual precio, igual
de lo que conozco en nuestra América,
calidad usted es preferido a todos,
lleno de integridad y talento natural;
pero igual calidad, un centavo me-
no tendrá los conocimientos de un
nos cualquier otro; después de esto
Moreau o Bonaparte en punto a mili-
llamaba a los demás comerciantes,
cia pero créame V. que es lo que mejor
generalmente estos no tenían las
que tenemos en la América del Sur.32
cantidades que necesitaba el general, ni podían vender tan acomodado como yo, por ser muy valioso el negocio a mi cargo; así es que continuamente le hacía ventas. El general era de regular estatura, pelo rubio, cara y nariz fina, color muy blanco, algo rosado, sin barba,
Pocos meses después, esta sugerencia se concretaba con el nombramiento de Belgrano. Asimismo, Henry M. Brackenridge visitó Buenos Aires en calidad de secretario de la misión que el presidente de Monroe había enviado al sur del continente, encabezada por el ministro Rodney. Durante su breve estadía,
83
recogió unas notas que, bajo el título Voyage to South América, publicó en Baltimore en 1819:
descanso. Yo lo observé en Tucumán el año 1816 ocupar todo el día en la atención del ejército, y continuos ejercicios doctrinales, salir de noche a ron-
Las esperanzas de la nueva repú-
dar hasta las doce de la noche, o más
blica, sin embargo reposaban en
tarde, retirarse de mi posada a esas
hombres de muy diferente estam-
horas, e irse a escribir sus multiplica-
pa, en los Rondeau, los Belgrano,
das correspondencias que despachaba
los Balcarce y otros por el estilo,
de su puño y mantenía con todos los
que se adherían a la suerte de su
gobiernos, con todos los pueblos y
país en medio de todas las turbu-
con toda clase de gentes en favor de
lencias, facciones y cambios a que
la causa de la patria. Los maestros de
una república inestable inevitable-
postas y alcaldes pedáneos de las pro-
mente estaría sujeta.
vincias conocidas por su decidido pa-
En cuanto a los destinos naciona-
triotismo hacen vanidad de conservar
les dependen actualmente de hom-
sus cartas amistosas y dirigidas todas
bres determinados, aparentemente
al servicio público.
descansan en tres individuos, Pue-
Su constancia en los trabajos en in-
yrredón, Belgrano y San Martín,
fortunios ha sido probada con hechos
que se entienden perfectamente
muy remarcables. No estoy informa-
entre ellos, y son apoyados por
do de los pormenores de su conducta
los hombres dirigentes del país.
en la expedición al Paraguay, no en su
Respecto de los dos primeros, han
primera campaña al Perú; pero la he
sido actores en las escenas de la re-
observado de cerca en su último man-
volución desde el comienzo y am-
do del ejército, desde principios de
bos han estado en el extranjero.
1816. Desde entonces tuvo que sufrir
33
34
miserias extremas, porque el ejército
El destacado jurisconsulto Manuel Antonio de Castro recordaba de Belgrano:
de los Andes para su jornada a Chile consumía todos los recursos del Estado, y supo el general Belgrano
Cuando por orden del gobierno
sostenerlo en la más admirable dis-
supremo vino con el secretario
ciplina, y mantenerlo sin extorsiones
hasta la jurisdicción de Santa Fe,
de los pueblos.35
le pidió al gobernador de Córdoba, coronel mayor Juan Antonio Álvarez de Arenales 50 pesos para mantenerse. Tal era entonces su si-
Sobre su segunda designación al frente del Ejército del Norte, Álvarez Thomas, en ese momento director interino, apuntaba:
tuación.
84
Se había consagrado tanto al ser-
Muchos de los diputados al congreso
vicio de la patria, que no era fácil
de Tucumán, tanto de Buenos Aires
saber cuáles eran las horas en su
como de las provincias interiores, me
urgían para que nombrase a Belgrano
siempre mi amigo Balbín, aunque ha-
general del ejército auxiliar del Alto
bía entre ambos una gran diferencia
Perú, como él único, decían, capaz
de edad y posición; con este motivo
de reorganizar las reliquias salvadas
puedo hablar con propiedad de este
en aquella jornada, y que me persua-
señor general.
diese de que tal era el voto de todos
Al poco tiempo de haber tomado el
los buenos patriotas, sin embarazar
mando el general, se desertaron ar-
la consideración de pertenecerme en
mados veinte y tantos soldados, entre
algún modo, y cuyas cartas se halla-
ellos un sargento y tres o cuatro cabos,
rán entre mis papales. No lo quise sin
se formaron en partida de caballería
embargo disponer, esperando el nuevo
y empezaron a hacer depredaciones
directorio que debía surgir de su seno,
de todo género en los suburbios de
como en efecto así la practicó el gene-
la ciudad; el general mandó fuerza
ral Pueyrredón tan luego como tomó
a perseguirlos, se encontraron y pe-
posesión de la suprema magistratura.
learon hasta morir dos o tres de los
Colocado Belgrano en aquella ciudad,
desertores; se tomaron diez, a los que
se ocupaba incesantemente en aumen-
les formaron consejo de guerra, el que
tar, disciplinar y moralizar el ejército
los sentenció a muerte; al día siguiente
que debía llenar la misión de dar li-
fueron puestos en capilla en la casa de
bertad a los pueblos del Alto Perú, con
Cabildo; el general esa noche se empe-
el infatigable celo, y austeridad, reco-
ñó secretamente con varios diputados
nocidos por todos; manteniendo al
para que al día siguiente se reuniese
enemigo en acecho con su vanguardia
el Congreso y los indultase; cuando
de los gauchos de Güemes en Salta,
amaneció aparecieron en la plaza diez
destacando ligeras expediciones por el
banquillos, a las nueve se formó el
flanco de Tarija.
ejército y empezaron a salir los sen-
36
tenciados, ya estaban amarrados ocho
Sobre ese momento, también cabe destacar el comentario de José Celedonio Balbín:
de ellos, cuando aparecen en la plaza cuatro diputados gritando: perdón, perdón a nombre del Congreso (uno
Me hallaba yo en Tucumán con un
de ellos era fray Cayetano Rodríguez);
gran negocio a mi cargo que había lle-
en el momento los ponen en libertad y
vado para el Alto Perú, cuando llegó el
los mandan a sus respectivos cuerpos;
general Belgrano a tomar por segunda
un sargento de ellos enloqueció, y po-
vez el mando del ejército; creí de mi
cos días después se volvieron a deser-
deber hacerle una visita, la que no re-
tar algunos de los mismos indultados.
petí mientras estuvo a la cabeza de él;
Daba yo mi mesa diariamente a un
es verdad que muy a menudo lo veía
capitán del número 10, hijo de Mon-
por llamado que me hacía para asun-
tevideo, que se me había rendido por
tos referentes al ejército; muy pronto
amigo; una noche se aparece en mi
me dispensó su amistad llamándome
casa después de las 11, me pide pasar
85
86
la noche en ella por haberse cerra-
lujo que un gran mandil de paño azul
do ya la puerta de la calle donde
sin galón alguno, que cubría la silla, y
él vivía, lo admito, y se levanta a
que estaba yo cansado de verlo usar
medianoche cuando yo dormía,
en Buenos Aires a todos los jefes de
me roba 334 pesos fuertes que
caballería. Todo el lujo que llevó al
tenía en una bolsa; a los tres días
ejército fue una volanta inglesa de dos
se lo conté al general, me pidió su
ruedas que él manejaba con un caba-
nombre, no quise darlo; entonces,
llo y en la que paseaba algunas ma-
me suplicó, me rogó porque se lo
ñanas acompañado de su segundo el
diera, diciéndome quería hacer un
general Cruz; esto llamaba la atención
ejemplar deshonrándolo al frente
porque era la primera vez que se veía
del ejército; como no pudo conse-
en Tucumán. En los días clásicos ves-
guir lo que él deseaba se valí del
tía uniforme que presentaba con un
general Cruz; quien al día siguien-
sombrero ribeteado con un rico galón
te vino a verme; al que le contesté:
de oro que le había regalado (el hoy
no quiero perder a ese miserable
general) don Tomás Iriarte cuando se
por tan corta cantidad. Como este
pasó del ejército enemigo. La casa que
capitán tenía alguna instrucción, el
habitaba y que el general mandó edi-
general puso a su cargo en una casa
ficar en la Ciudadela era de techo de
todos los cadetes de los ciertos para
paja, sus muebles se reducían a doce
que les enseñase matemática, como
sillas de paja ordinaria, dos bancos de
esta ciencia abraza varios ramos,
madera, una mesa ordinaria, un catre
el capitán agregó el de la sodomía;
pequeño de campaña con delgado col-
un cadete de apellido Nida se que-
chón que estaba siempre doblado; y la
jó al general, éste despidió al ca-
prueba que su equipaje era muy mo-
pitán del ejército con indignación:
desto, fue que al año de haber llegado
otro general le hubiera mandado
me hizo presente se hallaba sin cami-
formar causa y le habría fusilado.
sas, y pidió le hiciese traer de Buenos
No es cierto que de los usos eu-
Aires dos piezas de hilo de Irlanda, lo
ropeos hiciese demasiada ostenta-
que efectué. Se hallaba siempre en la
ción hasta el grado de chocar las
mayor escasez, así es que muchas ve-
costumbres nacionales (como lo
ces me mandó pedir cien o doscientos
dice Paz), como no es cierto que se
pesos para comer. Lo he visto tres o
presentase en público con lujo ni
cuatro veces en diferentes épocas con
con el esmero de un elegante refi-
las botas remendadas, y no se parecía
nado. Se presentaba aseado como
en esto a un elegante de París o Lon-
lo había cocido yo siempre, con
dres. El ejército que mandaba aunque
una levita de paño azul con ala-
estaba regularmente mal vestido era
mares de seda negra que se usaba
mal pagado, pues cada dos meses reci-
entonces, su espada y gorra militar
bía el soldado un peso o doce reales a
de paño. Su caballo no tenía más
buena cuenta, y los jefes y oficiales en
proporción; pues el gobierno nacional
Aires, el general me llamó, me dio una
estaba contraído sólo a la formación
completa satisfacción diciéndome que
del ejército de San Martín, que debía
yo había tenido razón, que olvidase
escalar los Andes, y poco auxiliaba al
lo que había pasado, pues había sido
del Perú; a pesar de esto, el ejército
engañado por el ministro de hacienda
estaba bajo una disciplina severa, y
doctor don Agustín Gascón.37
todas las tardes tenía ejercicio general, al que iba muchas veces sin haber comido, pues como el general no tenía
El viajero inglés Samuel Haig, que lo había cruzado de manera casual, dejó esta semblanza:
dinero para pagar la carne, costaba mucho conseguirla, así es que para
Apenas habíamos andado dos leguas,
remediar algo esta miseria, ordenó el
por la mañana, cuando encontramos
general que cada regimiento formase
toda la fuerza del general Belgrano,
una chacra y sembrase verdura. Como
compuesta de tres mil hombres, en ca-
los soldados pasaban algunas veces
mino al interior. Los soldados iban en
hasta día y medio sin comer carne, he
estado lastimoso, muchos descalzos
visto en los ejercicios diarios con un
y vestidos de harapos, y como el aire
sol quemante como el de Tucumán,
matinal era penetrante, pasaban tiri-
caerse algunos soldados de debilidad,
tando de frío cual espectros vivientes.
hasta el grado de marchar al hospi-
El general no había montado a caba-
tal de sesenta a ochenta en menos de
llo; se hallaba en la posta y me invitó
ocho días. He presenciado dos tardes
a participar de su almuerzo. Fue muy
que los soldados no habían comido, se
afable, especialmente después de sa-
hallaban cansados y sofocados por el
ber que yo era inglés; pues él también
sol, y habiendo visto el general pasa-
había viajado en Europa y estado en
ra una gran distancia una carreta con
Inglaterra, y me pidió dar recuerdos
sandías, mandó un ayudante a hacer-
a mister Hullet, de Sydenham Grove;
las venir, ordenó formar pabellón, y se
para cumplir aprovecho esta primera,
la hizo repartir a toda la tropa, dando
aunque tardía oportunidad. Le hice
orden para que el comisario pagase a
dar noticias de Chile, y le informé que
los dueños. Luego que el ejército de los
Lord Cochrane había ido a Payta, en
Andes se puso en campaña, el gobier-
busca de la escuadra española, y, en
no señaló al del Perú veinte mil pesos
su ausencia, el almirante Blanco había
mensuales; el general me comisionó (a
levantado el bloqueo de Lima, y re-
pesar de mi repugnancia) para que le
gresado a Valparaíso. Esta afirmación
proporcionase cada mes la indicada
pareció sorprenderle, y se expresó
cantidad, cuyo encargo me trajo al-
como si fuese desatinada la conducta
gunos disgustos y una fuerte y desa-
del almirante en aquella ocasión; sin
gradable disputa con el general, por lo
embargo, me dijo en inglés: “What
que estuve un mes sin verlo n hablar-
can you expect from us; we must
lo; llegó el deseado correo de Buenos
commit blunders, for we are the sons
87
of Spaniards, and no better than
guerra civil de Santa Fe, regresaba yo
they are”38. El coronel Bustos, que
al gobierno de Córdoba, y lo encon-
también almorzó con nosotros,
tré acampado en la Cruz Alta sobre
parecía un hombre inteligente.
las márgenes del río Tercero en una
Belgrano nació en Buenos Aires y
estación lluviosa y fría por el mes de
tenía reputación de ser muy ins-
mayo. Acababa de asaltarlo el primer
truido, pero no fue un general
ataque de una enfermedad, de que mu-
afortunado. Entonces debido a su
rió: Dormí en su tienda desabrigada
debilidad, no podía montar a ca-
y húmeda: observé que pasaba la no-
ballo sin ayuda extraña, y no pa-
che en pervigilio, y con la respiración
recía capaz del esfuerzo requerido
anhelosa y difícil. Sospeché gravedad
para guerrear en las pampas. Su
en la enfermedad y le insté encareci-
persona era grande y pesada, pero
damente se fuese conmigo a Córdoba
tenía un hermoso rostro italiano.
a medicinarse y reparar su salud: se
El general me informó que sus sol-
excusó firmemente, contestándome,
dados iban tan escasos de ropa,
que las circunstancias eran peligrosas
porque se había suspendido la re-
y que él debía el sacrificio de su vida a
misión de auxilios de Buenos Ai-
la paz y tranquilidad común.
res, pues el gobierno temía cayesen
Al acercarse la primavera se trasladó
en manos del enemigo. Se había
el ejército a la capilla del Pilar sobre el
negociado una tregua de ocho días
río Segundo, y a pocos días de acam-
entre los beligerantes hasta que lle-
pado allí, recibí carta de los jefes de
gase de Buenos Aires la contesta-
los cuerpos, en que me anunciaban la
ción de algunas proposiciones. Me
gravedad de sus dolencias, me pedían
preguntó mi ruta, y me aconsejó ir
al facultativo doctor Rivero, y me exi-
por territorio de los indios, pero
gían una visita para convencerlo de la
le informé mi arreglo con los gau-
necesidad de pasar a la ciudad, y me
chos. “Bien —díjome—, son gente
contestó: la conservación del ejército
salvaje, pero mi nombre quizá pue-
pende de mi presencia; sé que estoy
da servir a usted”, y me extendió
en peligro de muerte, pero aquí hay
un pasaporte por si encontraba al-
una capilla en donde se entierran los
guna guerrilla de Buenos Aires; sin
soldados, y también se me puede en-
embargo, no me dio cartas para
terrar a mí.
esa ciudad, por temor que fueran
Allí sufrió privaciones, necesidades, cla-
interceptadas por el enemigo.39
mores del soldado, miserias increíbles: yo sabía la situación de su ánimo, por-
Tiempo más tarde, el ya mencionado Manuel Antonio de Castro escribió:
que participaba de sus aflicciones como jefe de la provincia; pero jamás vi turbada su serenidad, ni alterada su firmeza.
88
Cuando el año de 1819 bajó de
A fines de 1819, luego que regresó
orden suprema con motivo de la
de esta capital el coronel mayor don
Francisco Fernández de la Cruz a
cometer con su general que se halla
substituirlo, le entregó el mando del
postrado en cama; ello es que después
ejército, y partió para Tucumán espe-
de muchas observaciones y súplicas
rando mejorar allí al favor del tempe-
desistieron dejando al general con
ramento. Al pasar por los suburbios
centinela de vista hasta el día siguien-
de Córdoba, pues no entró a la ciu-
te, que fue cuando yo supe este suceso
dad, salí yo con los jefes de la guarni-
escandaloso; esa misma mañana bien
ción a cumplimentarlo, y despedirlo, y
temprano quitaron al legítimo gober-
al separarse de él la escolta de veinti-
nador Motta y pusieron en su lugar
cinco hombres del ejército, que había
a don Bernabé Aráoz; así es que no
venido acompañándolo, se bajaron
hubo tal elección popular […]
improvisadamente los soldados y so-
De resultas de la revolución se vio
llozando le dijeron: adiós, nuestro ge-
abandonado de todos el general Bel-
neral: Dios le vuelva a V.E. la salud, y
grano, nadie lo visitaba, todos se re-
lo veamos cuanto antes en el ejército.
traían de hacerlo; entonces empecé a
Este acto lo conmovió mucho y me es-
visitarlo todas las tardes y cuando se
cribió de la posta, que había tenido un
enfermedad se lo permitía salíamos
día de abatimiento. Así sabía inspirar
juntos a pasear a caballo, esto nos
a sus súbditos el amor y el respeto.
atraía la animadversión de los revolu-
40
cionarios, lo que me importaba muy
Al mismo tiempo, José Celedonio Balbín anotó:
poco, porque cumplía con un deber de amistad. Como quince días después
Cuando el general Belgrano marchó
de la revolución, una tarde nos dice
con el ejército para la provincia de
el general, me hallo sumamente po-
Santa Fe, dejó en Tucumán una guar-
bre, se han agregado a casa varios je-
nición de piquetes de todos los cuer-
fes fieles y honrados, y no tengo como
pos, que ascendía a 600 hombres al
mantenerlos; ayer he escrito al gober-
mando del teniente coronel don Do-
nador Aráoz, pidiéndole algún auxilio
mingo de Arévalo; pocos meses des-
de dinero, y me lo ha negado; le hice
pués volvió a Tucumán el general Bel-
presente al general había hecho mal
grano gravemente enfermo, y al mes
en dirigirse al gobernador estando yo
o dos meses de estar allí, una noche a
que podía darle lo que necesitase; al
las once estalla una revolución en la
día siguiente le mandé 2000 pesos con
guarnición, encabezada por el capitán
su mismo criado.41
del número 9 don Abraham González, prenden a Arévalo y otros jefes, y se dirigen a casa del general Belgrano a
Los últimos días del prócer en Buenos Aires, los describió Balbín:
ponerle una barra de grillos. Su médico y amigo el doctor Redhead se
No recuerdo cuánto tiempo después de
opone fuertemente a este atentado,
la salida del general, me puse en viaje
les hace presente el delito que van a
para Buenos Aires; llegué a Córdoba
89
el lunes santo de 1820. Me demoré
do. Entre aquellos restos de jefes y ofi-
un mes en Córdoba por el mal es-
ciales debía haber alguno que pertene-
tado del camino, pues no se podía
cía a las provincias, y entre ellos el de
transitar sin riesgo por las muchas
un bizarro y valiente oficial de apelli-
partidas de montoneros de Santa
do Hurtado, nacido en Chile; pero en
Fe. Cuando recibo aviso de Buenos
aquella época deplorable era porteño
Aires que el general Belgrano esta-
el que servía al gobierno nacional. Por
ba de peligro, yo no tenía recibo
fin amaneció el día tan deseado por
ni documento alguno que acredi-
mí, y seguí mi camino. Al día siguien-
tase el dinero que le había suplido;
te de mi llegada a Buenos Aires pasé
sabía bien que el general era muy
a visitar al general Belgrano, a quien
honrado y se acordaría en su testa-
encontré sentado en un sillón poltro-
mento, pero podía tener una muer-
na en un estado lamentable; después
te súbita y perder yo una cantidad
de un momento de conversación, me
que no podía serme indiferente.
dice: es cruel mi situación, pues me
Me puse luego en viaje, habiendo
impide montar a caballo para tomar
llegado una tarde al anochecer al
parte en la defensa de Buenos Aires
campo llamado de Cepeda, donde
contra López el de Santa Fe, que se
hacía pocos meses había tenido
prepara a invadir esta ciudad: luego
lugar una batalla entre las fuerzas
siguió diciendo: amigo Balbín, me ha-
de Santa Fe y Buenos Aires. En el
llo muy malo, duraré pocos días, espe-
patio de la posta donde paré, me
ro la muerte sin temor, pero llevo un
encontré de 18 a 22 cadáveres en
gran sentimiento al sepulcro; le pre-
esqueleto tirados al pie de un ár-
gunté ¿cuál es, general? y me contesta
bol, pues los muchos cerdos y mi-
muero tan pobre, que no tengo como
llares de ratones que había en la
pagarle el dinero que usted me tiene
casa se habían mantenido y man-
prestado, pero no lo perderá usted. El
tenían aún con los restos; al ver yo
gobierno me debe algunos miles de
aquel espectáculo tan horroroso
pesos de mis sueldos; luego que el país
fui al cuarto del maestro de pos-
se tranquilice le pagaran a mi albacea,
tas, al que encontré en cama con
el que queda encargado de satisfacer a
una enfermedad de asma que lo
usted con el primer dinero que reciba.
ahogaba; le pedí mandase a sus
Como un año después de su falleci-
peones que hicieran una zanja y
miento fui pagado.42
enterrasen aquellos estos, quitando de la vista ese horrible cuadro; y me contesta, no haré tal cosa, me recreo en verlos, son porteños; a
El mismo Balbín citaba en sus recuerdos la mención que había hecho del general el antiguo cura de Morón presbítero Valentín Gómez:
una contestación tan convincente
90
no tuve que replicar, y me retiré al
Conversando yo un día sobre el gene-
momento con el corazón oprimi-
ral, con el señor don Valentín Gómez,
me dijo este señor: si el general Belgra-
de aquellos jóvenes a quienes la poca
no no hubiese muerto habríamos teni-
edad lo dejó persuadir por un hombre
do otro Washington en la República
díscolo que ambicionaba el mando,
Argentina. El señor Gómez era voto
pero habiendo lavado su mancha con
irrecusable, porque nunca había teni-
hechos que honran a la Nación, ha
do amistad con el general, había ad-
merecido justamente la reposición en
quirido noticias y registrado muchos
su empleo, que la bondad de V.E. se ha
escritos para hacer la oración fúnebre
dignado concederle.44
que se dijo en los suntuosos funerales que el año 1821 le mandó hacer el señor Rivadavia, amigo íntimo del finado; pero ni en esa época, ni después, han tratado los gobiernos de mandar hacer un monumento donde reposan las cenizas de este esclarecido patriota, y se permite que se sepulcro sea piso-
Asimismo, don Pedro José de Frías, vecino de Salta, había participado en la batalla de Tucumán como voluntario, en la que salió herido de gravedad, especialmente en una pierna, y quedó inválido por el resto de sus días. En febrero de 1817, se dirigió al gobierno y solicitó una pensión. En su escrito, manifestaba:
teado diariamente por los que entran y salen de la iglesia de Santo Domingo.43
Me considero inválido para servir a la Patria como voluntariamente lo he he-
Se darían dos pruebas más de la honorabilidad de Belgrano en estos casos. Después de separar del ejército al capitán Lorenzo Lugones, por haber intervenido en la sublevación del comandante Juan Francisco Borges en Santiago del Estero, le prometió que lo haría reponer en su empleo si se comportaba con honor y denuedo en la primera acción de guerra que tuviese su tropa, ya que lo había incorporado como aventurero –miliciano voluntario– en atención a sus méritos y servicios anteriores. Así, Lugones se empeñó en participar de la división al mando de La Madrid, en la que actuó con honor, por lo que Belgrano escribió al director Pueyrredón: Quiera V.E. disponer que mi palabra se cumpla sirviéndose ordenar que sea repuesto en su empleo de capitán de dragones que antes tenía”. La grandeza del prócer es tal que más adelante agrega: “el capitán Lugones es uno
cho, y de que son testigos el excelentísimo señor don Manuel Pérez Belgrano –se llamaba así, o Belgrano Pérez, por el segundo apellido paterno Peri– y los demás jefes y oficiales que se hallaron en la misma acción, y de que mis males y pobreza, por ser públicos y notorios, como es cierto, que el expresado excelentísimo señor me socorrió con diez y seis pesos en plata, ropa para vestirme y me recomendó al señor don Feliciano Antonio de Chiclana, quien me dio el socorro de diez y seis pesos y dos mulas para mi transporte.45
A casi dos siglos de su muerte, los testimonios de aquellos que lo conocieron bien merecen recordarse. Como afirmaba el padre Guillermo Furlong sobre George Washington, bien podría afirmarse sobre Manuel Belgrano: “El primero en la paz, el primero en la guerra y el primero en el corazón de sus conciudadanos”.
V
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NOTAS 1. Museo Mitre (1913): Documentos del archivo de Belgrano (tomo i), Buenos Aires: Coni Hermanos, p. 11. 2. Instituto Belgraniano (1982): Documentos para la historia del general don Manuel Belgrano (tomo i), Buenos Aires: Interamericana Gráfica, p. 79. 3. Trenti Rocamora, J. L. (1944): Las convicciones religiosas de los próceres argentinos, Buenos Aires: Huarpes, p. 83. 4. Molinari, J. L. (1960): “Belgrano, sus enfermedades y sus médicos”, en Historia, Buenos Aires: número 20, p. 94. 5. Instituto Belgraniano (1982): op. cit., p. 105. 6. Instituto Belgraniano (1982): op. cit., p. 108. 7. Núñez, I. (1960):.Noticias históricas de la República Argentina (tomo i), Buenos Aires: Senado de la Nación-Biblioteca de Mayo, p. 380. 8. Guido, T. (1960): El 25 de mayo de 1810 (tomo v), Buenos Aires: Senado de la Nación-Biblioteca de Mayo, p. 4319. 9. Gallardo, G. (1984): J. Poinsett, Buenos Aires: Emecé, p. 207. 10. Gallardo, G. (1984): op. cit., p. 268. 11. Núñez, I. (1960):.op. cit., p. 380. 12. Uriburu, D. (1960): Memorias (tomo i), Buenos Aires: Senado de la Nación-Biblioteca de Mayo, pp. 648-649. 13. Pico, B. J. (1913): “Juicio sobre la conducta militar del general don Manuel Belgrano”, en Museo Mitre, op. cit., p. 221. 14. Mitre, B. (1940): Historia de Belgrano y la independencia argentina (tomo vi de sus Obras Completas), Buenos Aires: Congreso de la Nación, pp. 420-421. 15. Uriburu, D. (1960): op. cit., pp. 648-649. 16. Castro, M. A. (1913): “Sobre las cualidades del general Belgrano”, en Museo Mitre, op. cit., p. 215. 17. Junta de Historia y Numismática Americana (1911): La Gaceta de Buenos Aires (tomo iii), Buenos Aires: Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, p. 108. 18. Archivo General de la Nación (Agn): Carta de Tomas Manuel de Anchorena a su hermano Nicolás, 30 de abril de 1813. 19. Elissalde, R. L. (2016): “Hombres de 1816 en una memoria olvidada”, en Legado, Buenos Aires: número 2, juniojulio, p. 96. 20. Museo Mitre (1913): op. cit., p. 198. 21. Mitre, B. (1940): op. cit., p. 219. 22. Pico, B. J. (1913): op. cit., pp. 221-223. 23. Pico, B. J. (1913): op. cit., p. 223. 24. Aráoz de la Madrid, G. (1947): Memorias (tomo i), Buenos Aires: Biblioteca del Suboficial, pp. 507-508. 25. Traducción del latín: “Despojó a los poderosos de su trono y exaltó a los humildes”. 26. Furlong, G. (1960): “Diego León Villafañe y sus cartas referentes a la Revolución argentina”, en Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, número xxxi, p. 159. 27. Furlong, G. (1960): op. cit., p. 163. 28. Álvarez Thomas, I. (1913): “Apuntes sobre el general Belgrano”, en Museo Mitre, op. cit., p. 198. 29. Belgrano, M. (1996): Belgrano, Buenos Aires: Instituto Nacional Belgraniano, p. 290. 30. Gallardo, G. (1984): op. cit., p. 282. 31. Balbín, J. C. (1913): “Apuntes sobre el general Belgrano”, en Museo Mitre, op. cit., p. 254-255. 32. Instituto Nacional Sanmartiniano-Museo Histórico Nacional (1954): Documentos para la historia del libertador general San Martín (tomo iii), Buenos Aires: Ministerio de Educación de la Nación, p. 258. 33. Brackenridge, H. M. (1988): Viaje a América del Sur (tomo i), Buenos Aires: Hispamérica, p. 192. 34. Brackenridge, H. M. (1988): op. cit., p. 184. 35. Castro, M. A. (1913): op. cit., p. 215. 36. Álvarez Thomas, I. (1913): op. cit., p. 200. 37. Balbín, J. C. (1913): op. cit., pp. 242-246. 38. Traducción del inglés: “¿Qué puede usted esperar de nosotros? Debemos cometer desatinos, pues somos hijos de españoles y no mejores que ellos”. 39. Haig, S. (1988): Bosquejos de Buenos Aires, Chile y Perú, Buenos Aires: Hispamérica, pp. 139-140. 40. Castro, M. A. (1913): op. cit., pp. 216-217. 41. Balbín, J. C. (1913): op. cit., p. 249. 42. Balbín, J. C. (1913): op. cit., pp. 242-246. 43. Balbín, J. C. (1913): op. cit., p. 255. 44. Quartaruolo, V. M. (1963): “Preocupación de Belgrano por sus prisioneros y subordinados”, en Instituto Belgraniano: Belgrano, Buenos Aires: Círculo Militar, p. 211. 45. Quartaruolo, V. M. (1963): op. cit., p. 212.
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BIBLIOGRAFÍA Aráoz de la Madrid, G. (1947): Memorias (tomo i), Buenos Aires: Biblioteca del Suboficial. Archivo General de la Nación (Agn): Carta de Tomas Manuel de Anchorena a su hermano Nicolás, 30 de abril de 1813. Belgrano, M. (1996): Belgrano, Buenos Aires: Instituto Nacional Belgraniano. Brackenridge, H. M. (1988): Viaje a América del Sur (tomo i), Buenos Aires: Hispamérica. Elissalde, R. L. (2016): “Hombres de 1816 en una memoria olvidada”, en Legado, Buenos Aires: número 2, junio-julio, p. 96. Furlong, G. (1960): “Diego León Villafañe y sus cartas referentes a la Revolución argentina”, en Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, número xxxi. Gallardo, G. (1984): J. Poinsett, Buenos Aires: Emecé. Guido, T. (1960): El 25 de mayo de 1810 (tomo v), Buenos Aires: Senado de la Nación-Biblioteca de Mayo. Haig, S. (1988): Bosquejos de Buenos Aires, Chile y Perú, Buenos Aires: Hispamérica. Instituto Belgraniano: Belgrano, Buenos Aires: Círculo Militar. Instituto Belgraniano (1982): Documentos para la historia del general don Manuel Belgrano (tomo i), Buenos Aires: Interamericana Gráfica. Instituto Nacional Sanmartiniano-Museo Histórico Nacional (1954): Documentos para la historia del libertador general San Martín (tomo iii), Buenos Aires: Ministerio de Educación de la Nación. Junta de Historia y Numismática Americana (1911): La Gaceta de Buenos Aires (tomo Aires: Compañía Sudamericana de Billetes de Banco. Mitre, B. (1940): Historia de Belgrano y la independencia argentina (tomo Buenos Aires: Congreso de la Nación.
vi
iii),
Buenos
de sus Obras Completas),
Molinari, J. L. (1960): “Belgrano, sus enfermedades y sus médicos”, en Historia, Buenos Aires: número 20. Museo Mitre (1913): Documentos del archivo de Belgrano (tomo i), Buenos Aires: Coni Hermanos. Núñez, I. (1960):.Noticias históricas de la República Argentina (tomo i), Buenos Aires: Senado de la NaciónBiblioteca de Mayo. Trenti Rocamora, J. L. (1944): Las convicciones religiosas de los próceres argentinos, Buenos Aires: Huarpes. Uriburu, D. (1960): Memorias (tomo i), Buenos Aires: Senado de la Nación-Biblioteca de Mayo. 93
La hacienda de La ViĂąa, Valle de Siancas. FotografĂa brindada por el autor.
Heroína de la Patria La historia de doña Gertrudis Medeiros por Gustavo Flores Montalbetti*
Las memorias sobre heroínas de la patria no abundan, y no porque no las hubiera. En este artículo, rescatamos la historia de vida de esta dama que, con todas las desventajas de ser mujer en aquella época, y a pesar de los infortunios sufridos, colaboró con cuerpo y alma a forjar nuestra independencia.
La familia de doña Gertrudis El doctor Joseph de Medeiros era natural de Colonia del Sacramento. Cursó la carrera de Artes en Buenos Aires y luego pasó a estudiar Teología en la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca. En el seminario de San Cristóbal, estudió sagrados cánones y leyes; años más tarde, se recibió de abogado y ejerció en la Audiencia de Charcas hasta 1776. De regreso a Buenos Aires, pasó por Salta, donde el gobernador interino Antonio Arriaga le encargó una comisión de la Audiencia. Contrajo matrimonio con doña Gerónima Martínez de Iriarte –viuda de don Juan Zubiaur, que había sido gobernador de la provin-
cia de Huanta, Perú–. Era hija del maestre de campo don Juan Martínez de Iriarte y de doña Felipa de la Cámara. Se radicaron en Salta y tuvieron dos hijos: María Gertrudis, nacida el 9 de abril de 1780, y Francisco Ignacio, el 20 de octubre de 1782. El joven Francisco estudió en la Universidad de Charcas y se doctoró en Teología, Derecho Canónico y en ambos derechos. Alineado con la causa realista, permaneció en aquella ciudad ejerciendo como abogado de las cortes de la República de Bolivia y como juez primero del consulado del Departamento de Chuquisaca, donde fallecería unos años después.
* Es asesor y gestor de cultura y turismo de Campo Santo, provincia de Salta. Es investigador del Museo Regional Profesor Osvaldo Ramón Maidana; miembro honorífico fundador del Departamento de Investigaciones históricas del valle de Siancas. 95
La familia de don Juan José
Prim. Tres fuentes con peso de quince marcos a ocho pesos marco 0,15
El coronel Juan Adrián Fernández Cornejo nació en la ciudad de Locumba del virreinato del Perú. Llegó a Salta como funcionario real y se estableció en la hacienda de La Viña del Valle de Siancas, situada a nueve leguas de la ciudad de Salta y cerca de la finca del Pueblo Viejo de San Isidro del Campo Santo. Se casó con doña Clara de la Corte y Rozas y tuvieron nueve hijos. Juan José fue el tercero, nacido en 1764. El coronel Juan Adrián fue miembro de la Junta del Cabildo de Salta y coronel de las milicias del Regimiento de Caballería y Partidarios, que permanecía apostado en las cercanías de su hacienda de La Viña del Valle de Siancas. Al poco tiempo de hacerse cargo del establecimiento, comenzó a funcionar a nivel industrial el primer ingenio azucarero de Sudamérica. El coronel fue un visionario pues, entre las actividades del ámbito político-militar y las agropecuarias que desarrollaba en sus propiedades, realizó varias expediciones al Gran Chaco, tratando de demostrar la navegabilidad del río Bermejo; en dichas oportunidades, lo acompañaron sus hijos Juan José y José Antonio.
Item. Diez y ocho platos lisos con treinta y dos marcos, dos onzas a ocho pesos 0,15 “ Dos dozenas de cucharas nuevas “ Dos dozenas de tenedores “ Un Cucharon con ocho y media onza “ Tres Candeleros altos “ Un par de salseras “ Cinco cucharitas para dulce “ Dos mancerinas “ Dos mates guarnecidos de oro y su bombilla “ Una bacenica “ Doce cuchillos cabo de plata “ Un DignumCrucii grande en medallas de oro con su cadena de la misma… “ Un denario engarzado en plata… “ Un rosario de Iglesia cuentas de azabache con siete Padrenuestros de oro, y una Cruz de Jerusalem engarzada en oro… “ Un par de pulceras de Topacios y piedras de Francia, engarzadas en plata… “ Un juego de Botones de oro… “ Dos Tembleques con cinco chispas de diamantes cada una, dos topacios y…
El comienzo
“ Un par de Sarcillos con trece diamantes rosas, cinco perlas…
Doña María Gertrudis Medeiros y don Juan José Fernández Cornejo –comandante de las milicias de La Viña y luego coronel del fuerte principal de Río del Valle en la frontera del Gran Chaco– se unieron en matrimonio el 19 de junio de 1799 en la iglesia matriz de la ciudad de Salta, con acuerdo de dote otorgada por el padre de la novia ante escribano público:
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“ Un juego de Botones de oro… “ Una gargantilla de seis y los de perlas… [y continúa…] Patrimonio valuado por un tasador oficial en la suma de $ 5.8251
Doña Gertrudis ha sido descripta como una joven de particular belleza: alta, delgada, de tez morena y grandes ojos vivaces.
Extracto de una carta escrita por doña Gertrudis, donde se observa su firma de casada. 10 de octubre de 1839, Zárate, Tucumán. Archivo y Biblioteca Históricos de Salta Dr. Joaquín Castellanos (ABHS). Protocolo 311 del año 1841, carpeta 30.
Sabía leer y escribir a la perfección, poseía un carácter seguro y decidido aunque, por la particularidad de sus convicciones y principios, se mostraba como era, agradable y solidaria con cualquier persona, incluso con los esclavos y la gente de servicio. Estas actitudes no estaban bien vistas en una sociedad conformada mayoritariamente por familias que mantenían preceptos y costumbres peninsulares. El joven Juan José, criado en un ámbito puramente rural y bajo la disciplina militar, desde su adolescencia, había adquirido una gran pericia en las tácticas mencionadas y empezó a formar parte del cuerpo bajo el mando de su padre. Apasionado por las armas, seguía las instancias de lo que sucedía en la convulsionada Europa de aquellos
años; lo conmocionaban las noticias esporádicamente transmitidas por los viajeros que arribaban al virreinato del Río de la Plata en barcos mercantes. En alguna oportunidad, costeó los gastos correspondientes a dieciséis soldados que luchaban a favor de la corona española y, de igual forma, actuó durante el conflicto de aquel reino contra Inglaterra. Cuando estuvo al tanto de la urgente demanda de aportes dirigida a los patriotas que se encontraban en las provincias españolas de ultramar, donó entonces dieciséis pesos fuertes en plata sellada. En 1806, a instancias de las invasiones inglesas en el puerto de Buenos Aires, no pudo sumarse a la resistencia, pero colaboró remitiendo dinero y ochenta arrobas de plomo. 97
La revolución Cuando se enteraron de los acontecimientos que promovían algunos criollos en la formación de un cuerpo militar independiente que marcharía a enfrentarse con las tropas realistas, el entusiasmo encendido por una patria libre de doña Gertrudis contagió a su esposo e influyó para que apoyase la causa. De manera que, al producirse la primera expedición al Alto Perú, don Juan José Fernández Cornejo entregó voluntariamente al Ejército del Norte una numerosa recua de caballos y mulas para transporte y granos y vacas para consumo de la tropa. Sin embargo, en julio de 1810, recibió un oficio de la Junta de Gobierno en el que se solicitaba nuevamente su colaboración. En esta oportunidad, remitió veinticinco bueyes, treinta y siete mulas y veinticinco caballos. Transcurridos algunos meses, le encomendaron una nueva misión: “Reclutar 500 hombres de caballería para reforzar las líneas del ejército patriota”.2 Don Juan José no solo reclutó gauchos y baqueanos de los Valles Calchaquíes, del Valle de Siancas y del de San Carlos para servir a la causa de la patria; además, equipó y armó a su costa a muchos de ellos. En todos los acontecimientos revolucionarios que siguieron, participó y colaboró continuamente con el soporte de doña Gertrudis, en tanto las partidas de oficiales y soldados patriotas acudían a las dependencias de sus haciendas de La Viña y La Población3 en busca de protección, alimentos, remedios, equipos y caballos. Como además existía el peligro latente de incursiones por parte de grupos nativos hostiles, en varias oportunidades, el gobierno comisionó y destinó al recién designado teniente coronel del fuerte del río Do-
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rado que organizara las milicias y contuviera y rechazara las frecuentes incursiones con que los grupos nativos arrasaban las haciendas de colonos cercanas a la línea de frontera con el Gran Chaco. Durante la época de la Guerra por la Independencia y de la Guerra Gaucha, el Valle de Siancas fue un ámbito de paso obligado, debido a su estratégica ubicación y a su particular geografía. A través de pasos naturales, permitió la circulación y acceso de un piso ecológico a otro. En este, se encontraban localizadas ocho postas de correos y de relevo del camino real que unía Buenos Aires con Potosí. En su amplitud, se ubicaban las principales posesiones de la familia Fernández Cornejo. Retirado de la vida militar activa, don Juan José integró la Junta Provincial con el cargo de vocal, dispuesto a impulsar las actividades agropecuarias en sus haciendas de Campo Santo. Con este objetivo, realizó un viaje a Santa Fe y, de regreso, se dirigió a Jujuy, donde falleció repentinamente. El día 16 de diciembre de 1811, por un comunicado del Ejército, su joven esposa tomó conocimiento de lo sucedido. A partir de entonces, y a pesar de su viudez, de tener que cuidar de sus pequeñas hijas y que atender y administrar sus bienes, doña Gertrudis no dejó de colaborar con las tropas independentistas. El 23 de diciembre de ese mismo año, se trasladó a Salta y, al día siguiente, realizó la escritura de venta de un esclavo llamado Enrique por el que recibió la suma de doscientos pesos en plata sellada, libres de los derechos de Alcabala y Escritura, con los que atendió las necesidades de un grupo de patriotas que permanecía acantonado en el destacamento de La Viña.
Los primeros días de febrero del año siguiente, su hacienda sufrió el ataque de una partida realista que quemó y saqueó la casa, robó animales y otros bienes y destruyó las cosechas. Fue tomada prisionera y trasladada a Salta, donde permaneció encarcelada hasta el 20 de ese mismo mes, cuando el ejército patriota al mando del general Manuel Belgrano triunfó sobre las tropas realistas. En aquella ciudad, la casa de sus padres (Quinta de Medeiros, actual Mercado Artesanal de Salta) fue también arrasada y otra casa de su propiedad, ubicada frente a la plaza central, demolida para hacer trincheras con sus escombros para frenar el avance del ejército patriota. Ya en libertad, regresó a la hacienda de La Viña, con la intención de recuperar lo que había quedado después de tantos embates.
A pesar de todos los padecimientos a los que la sometieron, no lograron quebrar su altivez ni apagar el fuego de su amor por su tierra. En 1814, una partida realista al mando de Juan de Marquiegui asaltó de noche las instalaciones que Gertrudis, con sus peones y esclavos, había tratado de reconstruir trabajosamente. Armas en mano, ella se enfrentó al enemigo con el apoyo de un grupo de peones y esclavos. Superados en número, fue tomada y encadenada a un algarrobo cercano a la posta del Campo Santo para escarmiento público. Al día siguiente, la condujeron a pie las nueve leguas de distancia que había hasta la ciudad de Jujuy: “… llegó como lo desearon sus verdugos: jadeante de fatiga y con los pies destrozados, pero para rabia y vergüenza de ellos, arrogante y altiva de espíritu como la causa que abrazaba”.4
Algarrobo al que fue encadenada Gertrudis en 1814 antes de ser trasladada a Jujuy. Fotografía brindada por el autor.
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Quedó prisionera, aunque le permitieron alguna facilidad de desplazarse por el cuartel realista, lo que aprovechó ingeniosamente en beneficio de la causa. Elaboró detallados informes, “verídicos y circunstanciados”, que envió al general Martín Miguel de Güemes, sobre los movimientos y la cantidad de tropas que movilizaba casi a diario el enemigo. Habían resuelto confinarla al socavón de Potosí pero, al abandonar la ciudad, doña Gertrudis se oculta. Una vez en libertad, regresa a la hacienda de La Viña para reencontrarse con sus pequeñas hijas y permanece allí hasta 1817. Ante las noticias de una nueva invasión realista, doña Gertrudis resuelve trasladarse y refugiarse en su hacienda de Zárate –cercana a San Joaquín de las Trancas, Tucumán–, propiedad heredada en parte de la familia de su madre y de la que adquirió de su finado esposo la fracción restante. Desde allí, en algunas oportunidades, reclamó al Superior Gobierno el pago de la pensión por la muerte de su marido, pero no tuvo respuesta. Sin embargo, figuras como el brigadier Cornelio Saavedra, el coronel mayor Eustoquio Díaz Vélez, el brigadier José Rondeau, el teniente coronel Alejandro Heredia, entre otros próceres, documentaron su activa participación y su desinteresada colaboración con la gesta independentista en varios escritos. El general Belgrano informó al respecto:
donaciones que Cornejo y su esposa habían hecho en vida de aquél; los gastos que la generosidad de ambos cónyuges ocasionaba en obsequios a los patriotas; y las contribuciones que el Estado exigía de su cuenta a españoles y americanos, por la escasez del tesoro público, tenían notablemente disminuida la fortuna del matrimonio a la muerte de Cornejo […] doña Gertrudis no tasó sus larguezas. La patria estaba para ella antes que todo, primero que los mismos pedazos de su corazón, y sin cuidarse de si ni de los suyos, siguió contribuyendo con cuanto auxilio hallaba a su alcance. Honraba así la memoria de su esposo y satisfacía una pasión nobilísima de su alma.5
Consultado para certificar los merecimientos del coronel Fernández Cornejo, el general Martín Miguel de Güemes expidió el siguiente informe: Siendo realmente como es constante cuanto Doña Gertrudis Medeiros, viuda del finado coronel de ejército don Juan José Fernández Cornejo, expone su pedimento: devuélvasele para que sirviéndole este certificado en forma, sea también una justa recomendación de sus méritos, sacrificios y padecimientos por su virtuosa y honrada adhesión a la gran causa de la libertad; para que la piedad del supremo gobierno de la
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La patria ve en usted señora una
Nación le dispense las gracias a que con
digna compañera de su benemérito
justicia es acreedora en circunstancias
hijo don Juan José Fernández Cor-
de ser hoy escasa de fortuna, antes opu-
nejo, cuya memoria le será siempre
lenta, por haber sido sacrificada a ma-
grata; y tiene un motivo más para
nos del enemigo común, que informado
calificarla con el donativo que hace
de su distinguido patriotismo, ejerció en
el ejército. Las continuas y valiosas
ella su bárbara crueldad.6
Arriba: Hacienda de Gertrudis en Zárate. Fotografía brindada por el autor. Abajo: La única carta manuscrita que se conserva escrita por doña Gertrudis donde autoriza a su hija Juana Manuela a vender la hacienda de La Concepción o La Población. 10 de octubre de 1839, Zárate, Tucumán. Se encuentra adjunta a la escritura de venta. Archivo y Biblioteca Históricos de Salta Dr. Joaquín Castellanos (ABHS). Protocolo 311 del año 1841, carpeta 30.
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Doña Gertrudis Medeiros de Fernández Cornejo permaneció durante varios años en su hacienda de Zárate, donde dos de sus hijas (Juana Josefa y Juana Manuela) contrajeron matrimonio con los hermanos Alejandro y Felipe Heredia, respectivamente. Ellos eran hijos de Pascual Heredia, alcalde del partido de Trancas, y de doña Alejandra Acosta. Ambos estudiaron y, desde muy jóvenes, se forjaron una sólida y brillante carrera militar y alcanzarían destacadas actuaciones a favor de la patria. El brigadier general don Alejandro Heredia fue gobernador de Tucumán desde enero de 1832 hasta fines de 1838 y el brigadier general don Felipe Heredia fue gobernador de Salta entre marzo de 1836 y mediados de 1837. Según los registros, desde el 17 de mayo de 1823, doña Gertrudis viajó a la ciudad de Salta en varias oportunidades, con la finalidad de realizar diversos trámites y escrituras, entre las que figuraban documentos de venta y arriendo de algunos de sus bienes. El testamento de su hija Juana Manuela es el documento más significativo en que se verifica su presencia; por ese entonces, hacía un tiempo que se había separado de su esposo y estaba muy enferma, por lo que manifestó ante el escribano actuante una semana antes de fallecer el 24 de junio de 1846, entre otras cláusulas: […] haber tenido cinco hijos, todos muertos en la infancia […] que sea sepultado mi cuerpo debajo de la lápida en donde está sepultado mi señor Padre al pié del Altar del Rosario en la Catedral de Salta […] nombro á mi dicha Señora madre Doña Gertrudis Medeiros, por mi primera Albacea […] además nombro á la misma mi Señora Madre por tutora y curadora de la precitada mi hija adoptiva María Mercedes del Carmen […] niña de once meses que he adoptado por hija […]7
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Doña Gertrudis Medeiros estuvo en Salta al menos en otras dos oportunidades. La última, en el transcurso del mes de mayo del año siguiente, para realizar la venta de un solar que Juana Manuela le había dejado en su testamento. Continuando con la búsqueda de algún escrito posterior en que constatase lugar y fecha de su fallecimiento, fueron revisados los archivos de la época desde fines de 1847 hasta 1870, siguiendo el trayecto y ubicación de las postas de correos y relevo e iglesias desde Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Jujuy hasta el sur de la República Plurinacional de Bolivia y teniendo en cuenta que, hacia mediados del siglo xix, doña Gertrudis contaba con más de 67 años. Investigación aún sin éxito. Se estima apropiado pensar que pudo haber fallecido en la hacienda de Zárate y que sus restos fueron sepultados en la capilla familiar que allí existía (de la cual hoy no quedan vestigios en el terreno ni otros datos que permitan comprobarlo). Esta funcionaba como viceparroquia dependiente del curato de San Joaquín de las Trancas. Dichos antecedentes figuran en el contrato prenupcial establecido por los apoderados de su hija Juana Josefa y del coronel Alejandro Heredia, ante licencia otorgada por parte del señor coronel mayor general del Ejército del Perú, don Francisco de La Cruz, y oportunamente unidos en matrimonio por el obispo de Santa Cruz (Bolivia), don Agustín de Otondo y Escurruchea. Actualmente, en la iglesia de Trancas, mantienen un completísimo archivo (que data de principios del siglo xvii), en el que se pueden consultar libros de actas de bautismo, matrimonio y defunción. Lamentablemente, se ha perdido un solo libro de registro y es el que corresponde a las actas de defunción entre los años 1848 y 1852.
Retrato del brigadier general Alejandro Heredia, (1788 - 1838), yerno de Gertrudis, quien fue gobernador de Tucumรกn entre 1832 y 1838. Departamento Documentos Fotogrรกficos. Inventario 121546.
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NOTAS 1. Este documento fue redactado por el escribano Antonio Gil Infante. carpeta 19, registro judicial 191 del año 1800. Archivo y Biblioteca Históricos de Salta Dr. Joaquín Castellanos (ABHS). 2. Informe del brigadier general Cornelio Saavedra, fechado el 8 de enero de 1819 en Bs. As. Biblioteca de Mayo, Tomo xv, p. 13688. 3. La hacienda de La Población fue donde vivió doña Gertrudis. Existe un documento de arriendo de esa propiedad en que hace mención a su casa. Y en un escrito anterior, su padre, el Dr. Joseph de Medeiros, firma desde La Concepción del Campo Santo. Antes de recibirla en herencia de parte del coronel Juan Adrián Fernández Cornejo se denominaba “Nuestra Señora de la Concepción o El Lapacho”, cuando toman posesión Juan José Fernández Cornejo y Gertrudis, pasan a llamarla” La Población”. 4. Informe del coronel Alejandro Heredia, dado al general Manuel Belgrano en diciembre de 1817, citado en: Mantilla, Manuel Florencio (1890): Bocetos biográficos, Buenos Aires: Imprenta Pablo Coni e hijos. 5. Informe de Manuel Belgrano. Nota original del general Belgrano. Archivo Nacional, Foja de servicios del coronel Juan José Fernández Cornejo. Legajo: Expedientes Históricos. 6. Archivo General de la Nación. Departamento Documentos Escritos. Sala IX. Legajo 240. Expediente 53. 7. El testamento de su hija Juana Manuela fue redactado por el escribano público Agustín Arteaga, se halla en la carpeta 31 del registro judicial 322 A del año 1846. El dato más significativo es que Juana Manuela revela el lugar donde fue sepultado su padre, dato que hasta ahora era desconocido. Bibliografía Aramendi, Bárbara (2013): “El controvertido teniente asesor don Joseph de Medeiros. Un funcionario real en la periferia del Imperio: Salta, siglo xviii”, Salta: unsa-conicet, mayo. Bosé, Walter (1966): “Las postas en las provincias del Norte y Cuyo en la época del Congreso de Tucumán”, en Trabajos y comunicaciones, La Plata, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (unlp), vol. 15, pp. 107-134. Cornejo, Atilio; Saravia Toledo, Rogelio y Ferrari Esquiú, Carlos (2003): Los Fernández Cornejo: de Perú a Salta, Buenos Aires: Artes Gráficas Candil. Del Castillo, Amalia (1985): Genio y figura de mujeres americanas, Buenos Aires: Ministerio de Educación y Justicia de la Nación. Flores Montalbetti, Gustavo (2018) “Nuevos datos sobre la vida de doña Gertrudis Medeiros de Fernández Cornejo”, publicación del Departamento de Investigaciones Históricas-Museo de Campo Santo Profesor Osvaldo Ramón Maidana. Flores Montalbetti, Gustavo y Medina, Eduardo (2017): El Valle de Siancas en la Guerra por la Independencia. Bicentenario de la muerte del alférez gaucho de Campo Santo (1813-1817), Salta: Departamento de Investigaciones Históricas del valle de Siancas-Municipalidad de Campo Santo. Flores Montalbetti, Gustavo; Alonso, Ricardo; Chaile, Telma y otros (en prensa): El Valle de Siancas. Orígenes y Naturaleza. Los Primeros Pobladores. García Camba, Andrés (1916): Memorias del general García Camba para la historia de las armas españolas en el Perú (1809-1821), Madrid: Editorial América. Lema, Efraín Ariel (2017): “Itinerario entre Cobos y Betania, antiguo camino real en el Valle de Siancas, provincia de Salta”, Salta: fau-Universidad Católica de Salta. Mata de López, Sara (2015): “La Guerra de Independencia en Salta. Güemes y sus gauchos”, Salta: unsa-conicet, número 13. –––––––– (1999): “Tierra en Armas. Salta en la Revolución”, en Persistencias y cambios. Salta y el Noroeste Argentino (1770-1840), Rosario: Editorial Manuel Suárez. Yaben, Jacinto (1840): Biografías argentinas y sudamericanas, San Martín: Metrópolis. 104
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