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ISSN: 2524-9592

Publicación digital Nº 10 - abril de 2018

El último adiós a Gardel en el cementerio de la Chacarita

La ciudad enferma: Monumento a las víctimas de la fiebre amarilla Testamentaría de Gerónimo Espejo

Dos historias de difuntos: Francisco “Pancho” Díaz y Agustina López de Osornio (la madre de Juan Manuel de Rosas).

Repatriación de los restos del general Juan Gregorio de Las Heras

Los misterios alrededor del enterratorio de Facundo Quiroga

La religiosidad y la muerte: Cofradías de las Ánimas en Buenos Aires

El valle de Siancas: Martirio y muerte de dos padres jesuitas


Frente del edificio central de Banco Nación, ubicado en el antiguo “hueco de las ánimas”. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 158620.


SUMARIO

Publicación digital Nº 10: abril de 2018

MÁRMOL Y BRONCE

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La ciudad enferma Monumento a las víctimas de la fiebre amarilla (Por Nicolás Gutierrez)

DOSSIER

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Andá a cantarle a Gardel (Por Omar López Mato) Del derecho indiano al código civil El Fondo Sucesiones (Por María Teresa Fuster) Espejo: un cronista sanmartiniano inminencia de la muerte Testamentaría de Gerónimo Espejo (Por Adriana Micale)

30 ante

la

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Repatriación de los restos del general Juan Gregorio de Las Heras (Por Carlos Ávila) Dos historias de difuntos Francisco “Pancho” Díaz y la madre de Juan Manuel de Rosas, Agustina López de Osornio (Por Roberto L. Elissalde) La religiosidad y la muerte Cofradías de las Ánimas en Buenos Aires (Por María Teresa Fuster) El valle de Siancas Martirio y muerte de dos padres jesuitas (Por Gustavo Flores Montalbetti) La tumba del caudillo Los misterios alrededor Facundo Quiroga (Por Daniel Schávelzon)

del

enterratorio

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de

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SOBRE EL ARCHIVO Nueva sede del Archivo General de la Nación La preservación de la memoria del país y el derecho a la información (Por María Laura Rey)

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Publicaciones del Archivo Pobladores rurales en los padrones porteños de 1726 y 1744.

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Arte en el Archivo

ALERTAS

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Nuestros números anteriores PRESIDENTE DE LA NACIÓN Mauricio Macri MINISTRO DEL INTERIOR, OBRAS PÚBLICAS Y VIVIENDA Rogelio Frigerio SECRETARIO DEL INTERIOR Sebastián García De Luca DIRECTOR DEL ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN Emilio Leonardo Perina

EDITOR Emilio Leonardo Perina REDACTORES PRINCIPALES María Teresa Fuster María Jaeschke DISEÑO María Jaeschke CORRECCIÓN DE TEXTOS Paulo Manterola

Para leerla online: www.issuu.com/legadolarevista Para descargarla: www.agnargentina.gob.ar/revista.html

Número 10: abril de 2018 ISSN: 2524-9592

COLABORADORES DE ESTA EDICIÓN Carlos Ávila Daniel Balmaceda Roberto L. Elissalde Nicolás Gutierrez Adriana Micale Gustavo Flores Montalbetti Omar López Mato María Laura Rey Daniel Schávelzon

Fotografía de tapa: Desembarco de los restos de Gardel, febrero de 1936. Archivo General de la Nación (Argentina). Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 142596.

Av. Leandro N. Alem 246 C1003AAP - CABA Teléfono: (54 11) 4339-0800 int. 71037 E-mail: revistadigitalagn@gmail.com


EDITORIAL Este número es una edición muy interesante y completa que abarca varios temas de nuestra historia. En principio, comenzamos conun recorrido sobre las enfermedades infecciosas que sufrió la ciudad de Buenos Aires; sobre todo, hacemos hincapié en el brote de fiebre amarilla de 1871. El brutal recuerdo de aquella epidemia sigue en pie hasta el día hoy en el barrio de Parque Patricios, donde se emplazó el Monumento a las víctimas de la fiebre amarilla. Recordamos la historia de esos tristes días y de aquellos abnegados vecinos que lucharon contra la enfermedad. Recordamos también el último adiós a Gardel, su sepelio en el Luna Park y luego su entierro en el Cementerio de La Chacarita. La multitud reunida ese triste día fue la procesión más grande de hasta esos días. Aun la que había acompañado los restos de Hipólito Irigoyen a La Recoleta en 1932, no podría compararse con esta muestra de fervor ciudadano. Luego, compartimos uno de los fondos que atesoramos en el Departamento Documentos Escritos, el Fondo Sucesiones. Allí, podemos encontrar la sucesión de personas relacionadas con las letras, la política, las armas, la ciencia, la industria, el arte, personas que hicieron nuestra historia: Martín de Álzaga, Cosme Argerich, Adolfo Carranza, Felipe Senillosa, Nicolás Rodríguez Peña, Roque Sáenz Peña, Juan P. Esnaola, entre otras personalidades. En este contexto, detallamos una testamentaria conservada en el Archivo General de la Nación, la de Gerónimo Espejo. Se trata de un testigo de la época sanmartiniana; sus bienes, bibliotecas y distinciones se mezclan con nombres de notarios y albaceas, lo que revela aspectos sociológicos desconocidos.

Asimismo, entregamos dos curiosos relatos de difuntos famosos de nuestra historia: el capataz Francisco “Pancho” Díaz y Agustina López de Osornio, la madre de Juan Manuel de Rosas, y recapitulamos la repatriación de los restos del general Juan Gregorio de Las Heras. Después de cuarenta años en Chile –país que fue testigo de sus hazañas y proezas, de su bravura y de su disciplina–, sus restosviajaron en 1906 a la República Argentina. Evocamos además la historia de las cofradías de las Ánimas en Buenos Aires, una historia fascinante, así como el artículo sobre el martirio y muerte de dos padres jesuitas, Alonso Rodriguez y Juan del Catillo y los misterios alrededor del enterratorio de Facundo Quiroga. Por otro lado, compartimos también los avances en la obra de la nueva sede del Archivo General de la Nación ubicada en Parque Patricios .Y, con mucha alegría, les presentamos una nueva publicación realizada en conjunto con la Academia Nacional de la Historia, el libro En dicho día... Pobladores rurales en los padrones porteños de 1726 y 1744. También, nos complace anunciar la inauguración del espacio de arte con una muestra sobre los trabajadores argentinos basada en fotografías del Departamento Documentos Fotográficos realizada por Florencia Nöllmann, así como la muestra que rememora los 200 años de la batalla de Maipú.

Emilio L. Perina


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MÁRMOL Y BRONCE

La ciudad enferma Monumento a las víctimas de la fiebre amarilla por Nicolás Gutierrez*

A lo largo de su historia, la ciudad de Buenos Aires sufrió los embates de las enfermedades infecciosas; sin embargo, ninguna de ellas se compara con el brote de fiebre amarilla de 1871. El recuerdo de aquella epidemia sigue en pie hoy en día en el barrio de Parque Patricios, donde se emplazó el Monumento a las víctimas de la fiebre amarilla. Recordamos la historia de esos tristes días y de aquellos abnegados vecinos que lucharon contra la enfermedad.

Desde que la humanidad se agrupó en sociedad, construyendo aldeas y centros urbanos, las enfermedades infecciosas se hicieron presente en ella. La ciudad de Buenos Aires no fue la excepción: desde su mismísima fundación, se vio enlutada por las consecuencias de las epidemias. En 1605, un brote de viruela se cobró la vida de la mitad de la población. Tifus, cólera, fiebre tifoidea, difteria, peste bubónica, disentería, sarampión, lepra, tuberculosis, viruela y fiebre amarilla, entre otras, fueron recurrentes a lo largo de los primeros tres siglos desde la fundación de la ciudad.

Los recursos médicos para combatirlas fueron elementales y escasos hasta la creación del Protomedicato en 1780, durante el mandato del virrey Juan José de Vértiz. Más adelante, en 1821, el ministro de Gobierno, Bernardino Rivadavia, practicó una serie de profundas reformas institucionales, entre las cuales estaba el decreto para la fundación de la Universidad de Buenos Aires y del Servicio Médico de la ciudad de Buenos Aires y de la Campaña. Al año siguiente, se creó el Tribunal de Medicina y la Academia de Medicina, que suprimieron definitivamente al Protomedicato,

* Es contador público y vive en Bahía Blanca. Es escritor, historiador e investigador. Es autor de Mármol y Bronce: escultura de la Ciudad de Buenos Aires (Olmo Ediciones, 2015).

Monumento a las víctimas de la fiebre amarilla en el Parque Ameghino. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 229916.

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y cuyas funciones eran las de enseñanza, investigación, habilitación y control del ejercicio de la profesión. Dos años después, se estableció la Sociedad de Damas de Beneficencia, encargada de la dirección del Hospital General de Mujeres, del Hospital de Mujeres Dementes y de la Casa de Expósitos. A estos centros de salud, a fines de la década de 1860, se sumaban el Hospital General de Hombres (luego Hospital de Clínicas), el Hospital de Alienados (o de San Buenaventura), el Hospital de Alienados (o San Buenaventura), el Hospital de Inválidos, el Lazareto San Roque, el Asilo de Beneficencia Español y los Hospitales Francés, Inglés, Italiano e Irlandés. A su vez, existían lazaretos en Ensenada y en la isla Martín García para atender a los pasajeros provenientes de puertos infestados. No obstante, durante la segunda mitad del siglo xix, y como antesala de la catástrofe de 1871, hubo dos brotes de fiebre amarilla en los años 1858 y 1870, y uno de cólera entre diciembre de 1867 y enero del año siguiente, que se cobró la vida de 1653 porteños. Aunque Buenos Aires había iniciado su crecimiento exponencial (se estima que para inicios de la década de 1870 vivían en la ciudad 200.000 personas), el progreso demográfico no se correspondía equitativamente con el desarrollo de obras de infraestructura: la ciudad no abandonaba aún su estructura de urbe colonial ya que, entre otras cosas, no contaba con sistema de recolección y tratamiento de residuos. Por tal motivo, los vecinos depositaban sus desechos en los sitios baldíos, comúnmente llamados “huecos”, como el de las Cabecitas (actualmente, plaza Vicente López), el de Lorca (Plaza Constitución), el de los Sauces (plaza Garay), el de Zamudio (plaza Lavalle) y el de doña Engracia (plaza Libertad). 8

Hospital y consultorio oftalmológico de la Sociedad de Beneficencia. Departamento Documentos Fotográficos. Álbum Sociedad de Beneficencia, Inventario 122.

La higiene en las calles era un factor alarmante: la mayoría de las arterias de la ciudad eran de tierra, a excepción de algunas céntricas que ya contaban con adoquinado, asentado sobre cúmulos de desperdicios que habían sido utilizados para consolidar el terreno. Era usual que se formaran lagunas con agua en estado de putrefacción, causado por la presencia de animales muertos y basura. Y, al no existir sistemas de desagüe, las aguas servidas seguían el curso normal de la topografía y desembocaban en los famosos zanjones o terceros, como el de Granados y el de Matorras, que descendían hasta el Río de la Plata. Los porteños convivían habitualmente con toda aquella pestilencia, en especial, durante las temporadas de altas temperaturas y extensas sequías. Recién en 1869, fue inaugurado el sistema de aguas corrientes diseñado por el ingeniero Juan Coghlan. Pero pocos vecinos pudieron beneficiarse del servicio en sus primeros años ya que solamente llegaba a mil doscientos hogares.


De este modo, continuaban vigentes las tradiciones coloniales: los vecinos le compraban agua a los aguateros que, a su vez, la extraían del Río de la Plata, con sus carros de gigantescas ruedas, en los mismos lugares donde las lavanderas cumplían con su oficio. O bien la extraían de los pozos de primera napa. Las familias que contaban con aljibes en sus patios acumulaban el agua de lluvia que era, a priori, el agua más sana de todas. Al mismo tiempo, los mataderos, saladeros y curtiembres se asentaban sobre ambas márgenes del Riachuelo. Naturalmente, los desperdicios sin tratar iban a parar a sus aguas, lo que las convertía en un excelente sitio para focos infecciosos. Además, el hacinamiento de los habitantes de la ciudad, especialmente, de aquellos más humildes, era un factor preocupante. En los barrios del sur, predominaban los conventillos,

donde convivían familias enteras en grandes edificios, y muchos de ellos no cumplían con la más mínima condición de salubridad. Lo cierto es que, para aquel entonces, la ciudad contaba con tres organismos gubernamentales: el Poder Ejecutivo Nacional, el Provincial y la Corporación Municipal. Estos se encontraban constantemente en puja por razones políticas, ideológicas o económicas. Y, en este contexto, la salud no era la excepción: coexistían conjuntamente la Comisión Municipal de Higiene, el Consejo de Higiene Pública, el Departamento Nacional de Higiene, las comisiones de salubridad parroquiales y el Departamento General de Policía, encargado de las visitas sanitarias a los hogares porteños. Naturalmente, la coordinación entre las distintas comisiones de salud era un escollo difícil de sortear.

Aljibe que se encuentra en el parque del Museo Gauchesco en San Antonio de Areco, provincia de Buenos Aires, septiembre de 1959. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 268392.

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El temible vómito negro La peste de cólera de 1867 y el pequeño brote de fiebre amarilla de 1870 habían golpeado duramente a la población, de manera que la posible presencia de alguna de estas dos infecciones en territorio argentino causaba pánico entre los porteños. A fines de 1870, llegaban funestas noticias desde Asunción: la guerra del Paraguay había finalizado ese mismo año, pero los males para el pueblo guaraní continuaban. Esta vez, el enemigo sería la invisible fiebre amarilla. Las autoridades argentinas iniciaron los protocolos de seguridad: cuarentena y control para buques y pasajeros que ingresaran en territorio nacional. Sin embargo, el brote rápidamente se hizo presente en la ciudad de Corrientes. Y, en simultáneo, también arribó a las costas rioplatenses (se estima que la enfermedad ingresó a la ciudad el 6 de enero de 1871, a bordo del vapor Proveedor, que provenía de la capital paraguaya). Los primeros focos de infección se ubicaron, como era de suponer, en las residencias de los barrios humildes, en especial, en San Telmo. Concretamente, las primeras víctimas de la enfermedad fueron Ángel Bignollo y su nuera Colomba, que residían en un conventillo de la calle Bolívar, el 23 de enero. En el parte médico, los doctores evitaron la mención de las causas reales de las defunciones, para impedir que la noticia trascendiera y se desatara la pavura, aunque sería inevitable: los rumores se propagaron con la misma velocidad que la enfermedad. Las primeras muertes oficialmente declaradas ocurrieron cuatro días después, el 27 de enero. Las víctimas fueron Teresa Navone, una italiana de 30 años que residía en Cochabamba 113; Manuel Migoni, un infante argentino de 9 años que vivía en Perú 458, y Domingo 10

Balcaldi, otro italiano de 36 años que residía en Cochabamba 220, todos de San Telmo. Rápidamente, las autoridades médicas y comisiones de higiene pusieron manos a la obra. Aún se desconocían las verdaderas causas de la enfermedad, por lo que se concebía que fuera producto de las miasmas, es decir, del estado putrefacto de aguas y suelos. De este modo, se solicitó a los vecinos hacer fogatas para desinfectar la atmósfera, blanquear las paredes de las viviendas y asear letrinas y sumideros de agua. El personal municipal se encargó de la limpieza de las calles. Y los médicos, enfermeros, farmacéuticos, boticarios, religiosas y sacerdotes se ocuparon de atender los síntomas de los infectados. Sin embargo, todo esto no impidió que las festividades de carnaval se desarrollaran como era habitual. Las personas, sin importar su origen y condición social, se mezclaron entre las comparsas y los ritmos de tambores. Y la enfermedad se propagó por todos los barrios: San Nicolás, Catedral al Sur, Concepción, Socorro, San Miguel, Catedral al Norte, Piedad, Monserrat, Balvanera, Pilar y San Cristóbal, todos tuvieron que lidiar con la temible peste. En febrero, finalizó el brote con 290 defunciones, pero lo peor estaría por venir los dos meses siguientes. Las medidas preventivas se acrecentaron y los careos en conventillos e inquilinatos se encrudecieron. Las autoridades policiales desconfiaban de sus habitantes, en especial, de los extranjeros, y ellos sospechaban que los propios médicos eran los culpables de la infección. Muchos de los atiborrados inmuebles fueron vaciados y sus residentes eran trasladados a los lazaretos o, en general, deambulaban errantes por la ciudad.


Conventillo, 1939. Departamento Documentos Fotográficos. Fondo Alerta. Inventario 320030.

Conventillo de la calle Perú 951, 1940. Departamento Documentos Fotográficos. Fondo Alerta. Inventario 320507.

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Ante la inestable situación institucional, un grupo de personas influyentes de la sociedad porteña crearon la Comisión Popular de Salubridad, encabezada inicialmente por el doctor José Roque Pérez, quien falleció el 24 de marzo a causa de la enfermedad. Descontentos con el accionar de los miembros de la Corporación Municipal, sus integrantes procuraron fortalecer las tareas de profilaxis colaborando con los damnificados, ayudando en la limpieza de las viviendas, proveyendo de alimentos, medicamentos y atención médica, e informando sobre los brotes infecciosos. A pesar de los esfuerzos por contener la enfermedad, esta se propagó de manera incontrolable. Las autoridades gubernamentales iniciaron el éxodo y las familias con mayores recursos se retiraron a la zona norte de la ciudad y al campo. Se suspendieron las actividades estatales, las escuelas no iniciaron el ciclo lectivo, los teatros fueron clausurados y toda festividad, paralizada. Las calles quedaron virtualmente desiertas y, en las noches, eran habituales los saqueos de viviendas vacías: reinaba el caos. Todo medio de transporte fue utilizado para el traslado de los caídos hacia los cementerios del Sur y del Oeste: desde carretillas hasta la legendaria locomotora La Porteña. Escasearon los sepultureros, de manera que llegaron a practicarse inhumaciones nocturnas. Para marzo, el número de muertos era de 4703 y, para abril, de 7174. Solo entre el 7 y el 11 de aquel mes, fallecieron 2036 personas. La lamentable lista incluía al ilustre doctor Francisco Javier Muñiz. Otro ícono de la medicina porteña, el doctor Adolfo Argerich, fallecería unos días más tarde. No obstante, la llegada de los primeros fríos trajo aparejada la disminución de las infecciones. Las víctimas en mayo fueron 818 y, en junio, solo cuarenta. Precisamente, el 29 de

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ese mismo mes, se produjo la última muerte por fiebre amarilla: Pedro Guardon, un italiano de 40 años que residía en Charcas 188 en el barrio del Socorro. Según el informe que hizo la Asociación Médica Bonaerense en 1872, el número total de víctimas fue de 13.761. La situación se normalizó paulatinamente. Las personas regresaron a sus hogares y las autoridades tomaron cuenta, a causa de la fatídica experiencia, que era impostergable el diseño y la implementación de un moderno y ambicioso plan de obras, que tendieran a mejorar la higiene y la salubridad de la ciudad. Diez años después, el médico cubano Carlos Finlay descubriría que la fiebre amarilla es una enfermedad vírica, cuyo vector de contagio es la hembra del mosquito Aedes aegypti. El invierno puso fin a la epidemia ya que el frío provocó la muerte de las larvas del mosquito, evitó su reproducción y, por consiguiente, el contagio por sus picaduras. Lamentablemente, 13.761 porteños no llegarían a ver con sus propios ojos ninguno de estos avances de la ciencia y de la civilización.

Cartillas sanitarias, propaganda de la Dirección Nacional de Salud Pública. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 201450.


Cementerio del Sur A mediados del siglo xix, la ciudad de Buenos Aires contaba solamente con dos cementerios: el del Norte para católicos y el de Victoria para disidentes. El primero de ellos fue inaugurado en 1822 en el sitio donde se levantaba la quinta de los monjes recoletos, expropiada por el ministro Bernardino Rivadavia durante la gobernación de Martín Rodríguez (como consecuencia de la reforma eclesial y de la clausura de los osarios parroquiales). El segundo fue inaugurado en 1833 en los terrenos de la quinta De la Serna, donde actualmente se sitúa la plaza 1.ro de Mayo del barrio de Balvanera. A causa del brote de fiebre amarilla de 1858, las autoridades observaron la necesidad de erigir un nuevo camposanto en la ciudad. Las necrópolis se hallaban virtualmente colmadas en su capacidad y tal decisión resultaba impostergable por razones lógicas de sanidad y de crecimiento demográfico. Las tratativas para la compra de los terrenos fueron motivo de constante deliberación de la Corporación Municipal y, a causa de diferencias entre las comisiones de Seguridad e Higiene, intereses especulativos y hasta pleitos con la Municipalidad de Flores, la decisión final se dilató. Los confines sureños de la ciudad eran ya, desde la época rosista, el sitio observado para la instalación de un nuevo camposanto. Allí, predominaban las quintas y también se ubicaba el Matadero de la Convalecencia (actualmente, Parque España) y el Mercado del Sur (Plaza Constitución). Junto con la creación del Cementerio del Sur, la Corporación Municipal pretendía instalar en aquella zona el Asilo de Dementes y trasladar los Corrales. En cuanto a la decisión de emplazamiento del cementerio, prevaleció la propuesta

de adquisición de la quinta del doctor Claudio Mejía. La propiedad comprendía cuatro hectáreas entre las actuales calles Caseros, Monasterio, Santa Cruz y Uspallata, con un total de 47.458 m2. Antiguamente, había pertenecido a la familia de Escalada y, según la tradición oral, el 3 de agosto de 1823, falleció allí Remedios, la esposa del general José de San Martín. El valor de la propiedad fue tasado en trescientos mil pesos. Para su compra, se constituyó una comisión especial integrada por Horacio Varela, Eulogio Cuenca y Juan Lagos. Finalmente, el camposanto se inauguró el 17 de diciembre de 1867. Fue su primer administrador el señor Carlos Munilla. El cementerio se dividió en cuatro secciones (A, B, C y D), separadas por calles de diez metros de ancho. A su vez, cada sección estaba dividida en cuatro cuadrantes separados por calles de cuatro metros de ancho. El terreno estaba demarcado por un cerco rudimentario, a excepción de la puerta principal que daba a la calle Caseros, por lo que era común que los habitantes de la zona cruzaran las calles internas de la necrópolis con sus caballadas para acortar distancias. Iniciada la fiebre amarilla de 1871, el destino de las desdichadas víctimas fue el Cementerio del Sur. Sin embargo, las reducidas dimensiones del establecimiento fueron rápidamente colmadas, lo que llevó a la práctica de inhumaciones en las calles internas. Por tal motivo, el 14 de abril de ese mismo año, se decidió suspender los enterramientos en aquel sitio y derivar los transportes hacia el flamante e improvisado cementerio del Oeste, habilitado el 10 de marzo en una sección de la antigua Chacarita de los Colegiales (actualmente, parque Los Andes). Hacia allí se había

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tendido una nueva vía férrea, donde los vagones iban cargados de los cuerpos sin vida de los infectados. Finalmente, para septiembre de 1871, se decretó la clausura definitiva del Cementerio del Sur aunque, por un breve lapso, en 1880, se autorizaron las inhumaciones de los caídos durante los enfrentamientos de las ejércitos provinciales y nacionales por la federalización de la ciudad de Buenos Aires. El cementerio, irónicamente, también sufrió su desaparición corpórea. En las últimas dos décadas del siglo xix, la ciudad había crecido exponencialmente, fruto del aluvión inmigratorio. La zona del Cementerio del Sur comenzó a poblarse y a abandonar el carácter campestre de antaño. A causa de su virtual ociosidad, las autoridades municipales observaron la posibilidad de convertirlo en paseo público, para contribuir

con la higiene de la zona y con el esparcimiento y recreo de los nuevos vecinos. De este modo, en la sesión extraordinaria del 24 de agosto de 1892, se decretó su destino a parque y se le otorgó el nombre de “Bernardino Rivadavia”. Las exhumaciones y traslados de los moradores de la necrópolis se llevaron a cabo entre los meses de mayo y junio del año siguiente, en su mayoría, derivados al Cementerio del Oeste. Sin embargo, muchas de las personas allí enterradas carecían de familiares e inclusive algunas de ellas eran anónimas, por lo que deducimos que aún hoy permanecen bajo el suelo del espacio verde. Luego, mediante la ordenanza 2703 del 25 de junio de 1928, el paseo tomó el nombre del naturalista argentino Florentino Ameghino.

Antiguo Cementerio del Sur. Vista obtenida durante las excavaciones iniciadas en la Plaza Ameghino, donde eran sepultadas las víctimas de la epidemia de fiebre amarilla del 1871. Departamento Documentos Fotográficos. Fondo Noticias Gráficas. Inventario 889. 14


El monumento Como expresamos anteriormente, durante el lapso que duró la epidemia, los miembros de las comisiones sanitarias trabajaron abnegadamente para socorrer a los vecinos contagiados. Estas estaban integradas no solo por profesionales de la salud, sino también por vecinos de buena voluntad. A ellos, se sumaron los sacerdotes y demás religiosos y religiosas, que velaron por la contención moral y que consolaron a los que sufrían los males de la enfermedad. En muchas ocasiones, fruto del terror y del caos que se había desatado, los vecinos daban un trato hostil a los socorristas y desacreditaban su accionar. Finalizada la epidemia y vuelta la calma, el trabajo de los colaboradores fue efectivamente apreciado y recompensado. Así, la Municipalidad de Buenos Aires acuñó medallas para los servidores y los diarios porteños se encargaron de ensalzar el honroso sacrificio de sus conciudadanos. Un año después de ocurrida la epidemia, ante la iniciativa del doctor Octavio Garrigós, la Corporación Municipal ordenó la erección de un monumento en homenaje a los colaboradores caídos, que sería emplazado en el centro del Cementerio del Sur. Los trabajos del memorial fueron supervisados por el ingeniero municipal Laurentino Sienra Carranza. Se inauguró en el año 1873. En un principio, el monumento se componía por un pedestal, en cuya base se ubicaba la figura de un médico que observaba con cariño y dedicación a un escuálido infante. El basamento era coronado por una figura femenina alegórica de la Republica. Esta ofrecía su protección, a través de una rebanada de pan, a un niño, que extendía sus brazos en gesto de súplica. Lo acompañaba otro chiquillo lactante. El homenaje fue duramente criticado por

su escasa calidad artística y, lo cierto es que los materiales utilizados dejaban que desear: se había empleado terracota, la cual sufrió un deterioro precipitado por su exposición a la intemperie. A causa de esto, el 23 de septiembre de 1884, el intendente Torcuato de Alvear ordenó su reemplazo por uno nuevo. El nuevo monumento fue comisionado al escultor uruguayo Juan Ferrari en 1889, por un valor de diez mil pesos (moneda nacional). Este es el que se conserva hasta la fecha. El conjunto escultórico, concebido totalmente en mármol, se compone por una base cuadrangular escalonada, en cuyo centro se alza el basamento. Su primera sección se encuentra profusamente ornamentado mediante el empleo de columnas de estilo dórico que sostienen una cornisa, imitando el entablamento de un templo. En el frente y contrafrente, se ubican dos relieves que recrean escenas de la trágica epidemia. En el relieve del contrafrente, se observa la figura de la muerte que camina entre los agonizantes. El del frente es una reproducción de la obra de Juan Manuel Blanes titulado Un episodio de la fiebre amarilla. Este cuadro había sido presentado el 8 de diciembre de 1871 en el vestíbulo del antiguo teatro Colón y, actualmente, se encentra en el Museo de Bellas Artes de Montevideo. Es una pintura al óleo, cuyas medidas son de 230 por 180 cm. La escena es verdaderamente trágica: sobre el suelo de ladrillos del oscuro cuarto del conventillo, yace el cuerpo sin vida de una mujer, al tiempo que un pequeño lactante trata de alimentarse de sus senos. Parados a un lado de la difunta, los doctores Argerich y Roque Pérez la observan afligidos, mientras que un muchacho con los pies descalzos eleva la vista al techo de la habitación, visiblemente turbado por la escena. 15


Al fondo de la morada se observa a un hombre en cama, que presumiblemente también ha partido de este mundo. Sobre la calle y junto a la puerta, otros dos hombres miran el fatídico suceso. Uno de ellos se tapa la nariz y la boca con un pañuelo, por lo que deducimos que el olor que surgía del cuarto era intolerable. El pintor se inspiró en un hecho que efectivamente aconteció: en la madrugada del 17 de marzo, Manuel Domínguez, sereno de la manzana 72, observó que el domicilio de Balcarce 348 tenía su puerta entreabierta. Al ingresar a la vivienda, vio que la señora Ana Bristiani, italiana de nacimiento, se encontraba tendida en el suelo. La desdichada mujer tenía a su bebé aferrado a sus senos, quien procuraba alimentarse de su difunta madre. Domínguez iba acompañado de José María Sáenz Peña. Este último tomó al bebé en sus brazos y lo llevó al Departamento de Policía. Por lo visto, los señores Argerich y Pérez no estaban presentes, por lo que se trata de una licencia de Blanes, que unió la trágica y desgarradora historia con el heroico accionar de los dos miembros de la Comisión Popular, fallecidos a causa de la epidemia. En uno de los laterales del monumento, se observa la siguiente frase: “El Municipio de Buenos Aires a los que cayeron víctimas del deber en la epidemia de fiebre amarilla de 1871”, y en el otro: “El sacrificio del hombre por la humanidad es un deber y una virtud que los pueblos cultos estiman y agradecen”. Complementa la decoración funeraria el crismón, que se ubica en el centro de cada uno de los cuatro lados. Asimismo, el basamento continúa con una serie de columnas jónicas sobre las cuales descansa un arquitrabe con reminiscencias medievales, precedido por una cornisa de líneas rectas. En esta sección, se encuentran inscriptos los nombres de los colaboradores que perdieron su vida durante la epidemia. 16

De este modo, en el frente puede leerse: COMISIÓN POPULAR Florencio Ballesteros, José Roque Pérez, Francisco López Torres y Manuel Argerich DOCTORES EN MEDICINA Adolfo Argerich, Adolfo Señorans, Caupolican Molina, Francisco Muñiz, Francisco Riva, Gil José Méndez, Guillermo Zapiola, José Lucena, Aurelio French, Sinforoso Amodeo, Ventura Bosch, Vicente Ruiz Moreno PRACTICANTES Darío Albariños y Parides Pietranera

En el lateral derecho: MIEMBROS DE LAS COMISIONES DE HIGIENE Adolfo Calleu, Bartolomé Rosiacho, Benito Blanco, Claudio Canudo, Domingo García, Domingo Savignon, Miguel Hortiguesa, Juan Burzaco, Juan Ruballos, Ramón Biton, Juan Riletto, José Lázaro, Luis Galloto, Manuel Pinto, Emilio Zemdorain, Francisco Vizcaino, León Ortiz de Rosas, Sebastián Goredaza, Martín Suares, Manuel Gascón, Gervasio Marino, José Carballido.

En el lateral izquierdo: CLERO REGULAR Presb. Domingo Yrigaray, Luis Larroni, Severiano Isasmendi, Luis de la Vausieri, fray Luis Heredia, José Chaurris, Ramon Riera, Ladislao Panton, Pedro Machado FARMACÉUTICOS Luis Guren, Tomas Pina, Ermenegindo Pina, Emilio Funge, Zenon Arca EMPLEADOS DE LA COMISIÓN DE HIGIENE Adolfo Rodríguez, José Echenegocia, Pedro Pérez, Lisandro Bello, Matías Viñas, José M. Álvarez y Aguilar.

Y, por último, en el contrafrente: HERMANAS DE LA CARIDAD María Josefina Coulard, María Chirict SACERDOTES Y RELIGIOSOS Presb. Antonio Fahy, Felipe Giaconancelo, Esteban Aguirre, Celestino Alaya, Juan Rossi, Francisco Treza, Domingo Ereno, José Melli, Francisco Romero, Francisco Villar, Godofredo Pardini, Luciano Latorre, José María Velasco, Juan Padilla, Juan Antonio Garciarena, Julián Benito, Miguel Bidaurrazaga, Pedro Fernández, Tomas Delfino, Santiago Osse y José Márquez.


Comisiรณn Popular de Buenos Aires. Departamento Documentos Fotogrรกficos. Fondo Caras y Caretas. Inventario 125002.

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Al igual que el primer monumento, este es coronado por una figura femenina alegórica de la República, vestida con una túnica que le cubre todo el cuerpo. Su pecho se halla cruzado por una banda y su pelo se extiende ondulante sobre su espalda. Extiende su mano izquierda hacia adelante, en gesto de ofrenda a los servidores que dieron la vida por el socorro del pueblo. Y, efectivamente,

debemos sentirnos agradecidos por el sacrificio y la honradez de todos aquellos ciudadanos que se apiadan del sufrimiento de sus pares y brindan hasta su vida para reconfortarlos. El recuerdo de aquellos que lucharon en la cruenta epidemia de fiebre amarilla aún se mantiene en pie, para la gratificación permanente y para que su ejemplo nos sirva de guía en nuestro proceder.

Chacarita. Vista exterior de la antigua capilla del cementerio, 1891. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 309.

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V


En uno de los patios del establecimiento central de la asistencia pública. Público esperando turno para ser atendidos en los consultorios allí instalados, 1931. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 11307.

Niños reunidos en el patio esperando ser vacunados para preservarse de la epidemia de viruela extendida en Buenos Aires, 1905. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 11337.

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Andá a cantarle a Gardel por Omar López Mato*

Carlitos Gardel está solo y espera en esta, la última esquina de Buenos Aires, en el corazón de La Chacarita. El zorzal se convirtió en bronce –ese que solo alcanza a los grandes–, con flores a sus pies y rodeado de placas que le agradecen haber sido como fue y de la musa de la música transida de dolor que lo acompaña en mudo contrapunto. Gardel sostiene un pucho entre sus dedos, que sus admiradores, a setenta años de su muerte, aún le convidan para aliviar su larga espera. Esta comenzó el 24 de junio de 1935, cuando se estrelló el avión que partía desde Medellín para una gira por América Central. Mucho se especuló sobre esta muerte impensada. Se habló de una rivalidad entre pilotos y hasta de disparos en la cabina, más cuando se encontró, en el tórax del Zorzal, una bala. Pero esta había estado allí desde hacía más de vein-

te años cuando, en una noche de copas, había sido atacado por tres jóvenes “pitucos” en un confuso episodio. Armando Delfino –su apoderado desde que Gardel se había peleado con Razzano por manejos turbios de su fortuna– tuvo que comunicarle a Berta Gardés la infausta noticia. Ella se encontraba en Toulouse, Francia y, desde allí, autorizó que su hijo fuese enterrado en Buenos Aires como hubiese sido su voluntad. Entonces comenzó el trayecto póstumo del cuerpo de Gardel. Este debió ser trasladado a Nueva York por el vapor Pan América, que lo conduciría hasta el puerto de Buenos Aires, con forzadas paradas en Río de Janeiro y en Montevideo. No fue fácil este trayecto y, en una parte del viaje, el féretro del Zorzal fue transportado a lomo de mula por las montañas colombianas.

* Es Médico, escritor e investigador de historia y de arte. Autor de más de 20 libros sobre temas históricos. Es columnista del diario La Prensa y colabora para diversos medios gráficos y televisivos. Conduce, junto a Emilio Perina,Tenemos Historia por Radio Concepto. El texto de este artículo fue extraído de su libro Ángeles de Buenos Aires (Olmo ediciones, 2011). Página anterior: Acto en memoria de Gardel enfrente a su mausoleo, en el quinceavo aniversario de su muerte, 24 de junio de 1950. Departamento Documentos Fotográficos. Fondo Noticias Gráficas. Inventario 9482. Pagina siguiente: El Cementerio del Oeste fue invadido por el pueblo que acompañó los restos del cantor, febrero de 1936. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 306179.

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Francisco Canaro (a la izquierda) en compañía de la madre de Carlos, Berta Gardés (en el centro), la cantante Tania (a la derecha) y un grupo de personas en el cementerio de la Chacarita, durante la inauguración del mausoleo erigido en memoria de Carlos Gardel, 20 de noviembre de 1937. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 163154.

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La Comisión pro Homenaje –que el mismo Delfino presidía y que contaba con figuras como Francisco Canaro, Azucena Maizani, Jaime Yankelevich, Mercedes Simona, Libertad Lamarque y otras estrellas locales– comenzó los trámites ante el Consejo Deliberante para erigir un mausoleo en el Cementerio de La Chacarita. A instancias del concejal Boullosa, se presentó un proyecto para la cesión de dos lotes en este lugar. Una colecta popular juntó dinero para la construcción del mausoleo, pero un malintencionado comentario periodístico sobre el posible desvío de los fondos, obligó a la comisión a poner fin a la colecta. La madre de Gardel finiquitó la obra con su propio peculio (la bóveda costó $19.345, de los que ella aportó $14.369, incluyendo un catre más para su propia sepultura). El joven escultor marplatense Manuel del Llano fue designado para la ejecución del bronce de Gardel y de la musa que lo acompaña. Al arribo del féretro –el 5 de febrero a la una del mediodía–, se instaló una capilla ardiente en el predio del viejo Luna Park. Durante catorce horas, un desfile ininterrumpido le brindó el último adiós al ídolo. Como cierre dramático, las orquestas de Canaro y Lomuto ejecutaron el tango Silencio. En la madrugada del día siguiente, se procedió a un cambio de ataúdes. La multitud se abalanzó sobre el féretro vacío. En pocos minutos, este fue reducido a astillas, que los presentes atesorarían como verdaderas reliquias. Una carroza tirada por ocho caballos negros condujo los restos mortales del Zorzal hacía el Cementerio de La Chacarita. Jamás se

había reunido una multitud semejante, ni aún la que había acompañado los restos de Hipólito Irigoyen a La Recoleta en 1932 podía compararse con esta muestra de fervor ciudadano. El ataúd fue depositado en el Panteón de los Artistas, donde Alberto Vacarezza pronunció un discurso en honor al amigo perdido. Raúl González Tuñón también puso versos a aquella jornada: “… si parece mentira saber que yace allí, polvo, ceniza, nada, quien tanto amó al amor, a la gente, a la vida”. Pasaron veintiún meses hasta que los restos de Gardel reposaran en este mausoleo construido para su eterno descanso. Su madre, su querida madre, se unió a su hijo el 7 de julio de 1943, después de haber visitado cada semana, durante todos esos años, la bóveda que entonces ella pasó a habitar. Su mausoleo, al igual que el de la Madre María (Salomé Loredo), es objeto de veneración popular, en lo que Horacio Salas llamó “una suerte de canonización laica”. Algunas placas agradecen “favores concedidos” y hasta curaciones sobrenaturales. La inocente humorada de colocar un cigarrillo entre los dedos de la estatua forma parte de esta liturgia gardeliana. Con los años, el mausoleo se convirtió en improvisado escenario para cantores aficionados que homenajean al “troesma” evocando sus antiguos éxitos. De allí, esta frase tan porteña: “Andá a cantarle a Gardel”, el Mudo, el Zorzal Criollo, que cada día canta mejor. El 12 de diciembre de 2006, el Poder Ejecutivo Nacional dictó el Decreto 1939, por el cual declaró Sepulcro Histórico a la bóveda que guarda los restos de Carlos Gardel.

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Velatorio de los restos de Carlos Gardel en el Luna Park. José Razzano, integrante del dúo Gardel-Razzano. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 109258.

Sepelio de Carlos Gardel. Saliendo del Luna Park. El jockey Irineo Leguisamo (en el centro, a la izquierda), el cantor José Razzano (en el centro, a la derecha) y el compositor Francisco Canaro (se asoma en el fondo). Febrero de 1936. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 142601. 26


Público que asistió al velatorio de los restos de Carlos Gardel en el Luna Park. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 328103.

Sepelio de Carlos Gardel en el Cementerio de la Chacarita. Una multitud acompaña sus restos. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 306179.

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Carlos Gardel, Alfredo Le Pera y otras personas, momentos antes de emprender el trรกgico vuelo, junio de 1935. Departamento Documentos Fotogrรกficos. Inventario 113947.

Restos del aviรณn del accidente en el que perdiรณ la vida Gardel, junio de 1935. Departamento Documentos Fotogrรกficos. Inventario 113950.

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Desembarco de los restos de Gardel, febrero de 1936. Departamento Documentos Fotogrรกficos. Inventario 142596.

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NUESTRO PATRIMONIO

Del derecho indiano al código civil El Fondo Sucesiones por María Teresa Fuster

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entro del acervo documental que atesora el Archivo General de la Nación, existe un fondo muy particular conocido como “Sucesiones”. La sucesión es un instrumento legal, cuya definición jurídica correcta es la de un “conjunto de normas jurídicas de derecho privado que rige la sucesión por causa de muerte”1. La práctica sucesoria no es nueva, ya el derecho indiano2, elaborado a fines del siglo xv, dedicaba una sección a las normas que debían regir el reparto de bienes tras el fallecimiento de una persona. La Ley i (título xxxii, libro ii) de la Recopilación de leyes de las Indias3 establecía el nombramiento de un oidor como juez general del Juzgado de Bienes de Difuntos. Este se debía encargar de las pertenencias de las personas fallecidas, en especial, de aquellas que fallecían ab intestato, es decir, sin designar mediante testamento a sus herederos. Con el transcurso del tiempo, el derecho sucesorio fue modificándose. En nuestro país, en 1869, fue un hito trascendental la promulgación del Código Civil elaborado por Dalmacio Vélez Sarsfield. En el caso específico de las sucesiones, este estableció la igualdad en el reparto de la herencia para todos los parientes en mismo grado de consanguineidad y le asignó un carácter forzoso, lo cual terminó definitivamente con las arcaicas leyes medievales.4 30

Sin embargo, no es objeto de este breve artículo considerar en profundidad la figura legal de las sucesiones. A modo informativo, simplemente mencionamos estas características con el fin de enfatizar la antigüedad de las sucesiones como instrumento legal y su importancia tanto en el período colonial como en la posterior legislación de nuestro país. Los registros de juicios sucesorios son producidos por diferentes juzgados y permanecen en guarda del Ministerio de Justicia, del que dependen dichos juzgados. En 1924, el Archivo General de la Nación comenzó una serie de tratativas para recibir, y de esta manera resguardar, los legajos históricos tanto sucesorios como judiciales que el ministerio poseía (documentación de incalculable valor histórico que databa del siglo xviii en adelante), ante el temor de que estos se perdieran por desidia o se destruyeran al ignorar su valor. Durante años, estos intentos fueron infructuosos. Finalmente, en 1956, mediante el Decreto 5314, el Poder Ejecutivo determinó la temida destrucción de los expedientes que conservaba el Archivo de Actuaciones Judiciales y Notariales de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El decreto autorizaba a las instituciones preocupadas por su conservación a reclamarlos. Prestamente, el Archivo General de la Nación hizo el reclamo y, luego de su aceptación, se procedió al traslado de los expedientes judiciales.


Dicha migración no fue fácil; por el contrario, fue lenta y por etapas. Recién en 1963, ingresó el último de los 5830 legajos de expedientes sucesorios pertenecientes al fuero civil. Acompaña los documentos un índice alfabético y cronológico de seis tomos que facilita su búsqueda. Por su parte, el personal del Archivo de aquella época, con paciencia y diligencia, copió a mano esos enormes libros y formó un fichero alfabético para la consulta de los usuarios. En la actualidad, todavía se conserva. Estos expedientes sucesorios abarcan un arco temporal de dos siglos (desde 1700 hasta 1900). En ellos, figura el patrimonio del fallecido, el desarrollo del proceso judicial, las pruebas y el dictamen final del juez interviniente de aquellas sucesiones tramitadas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Dentro de los legajos, podemos encontrar la sucesión de personas relacionadas con las letras, la política, las armas, la ciencia, la industria, el arte, todas personas que hicieron nuestra historia: Gerónimo Espejo, Martín de Álzaga, Cosme Argerich, Adolfo Saldías, Antonio Devoto, Adolfo Carraza, Hilario Lagos, Ángel Pacheco, Emilio Bieckert, Pedro Antonio Pardo, Luis Piedrabuena, Felipe Senillosa, Nicolás Rodríguez

Peña, Pedro Rosas y Belgrano, Roque Sáenz Peña, Juan P. Esnaola, Teodoro Álvarez, para mencionar solo algunos nombres. Para historiadores y genealogistas, las sucesiones ofrecen un rico abanico de posibilidades de investigación y aumento del conocimiento histórico. A través de ellas, podemos conocer la sociedad de aquel tiempo, las costumbres, la religiosidad, los bienes, el traspaso de propiedades, la formación de los actuales barrios porteños, la conformación familiar, los litigios y los conflictos familiares. Todo esto, nos ayuda a un mejor y más completo conocimiento de la sociedad porteña en años trascendentales de cambios y de evolución. Cabe aclarar que, hasta el presente, estos documentos revisten valor legal: de hecho, muchas veces son requeridos por diferentes juzgados por causas sucesorias aún abiertas, en especial, aquellas fechadas en las últimas décadas del siglo xix. En la actualidad, estamos trabajando en la digitalización de estos voluminosos legajos para su conservación y para una mejor atención al público usuario. Desde aquí, los invitamos a conocer este valioso Fondo. Se puede consultar en el Departamento Documentos Escritos de nuestra institución, de lunes a viernes, de 10 a 17 horas.

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NOTAS 1. Carozzi Failde, E. (2010): Manual de Derecho Sucesorio (tomo i), Buenos Aires: Fundación de Cultura Universitaria (fcu), p. 7. 2. Se denomina “derecho indiano” al conjunto de leyes que rigieron la justicia en la América hispana desde su conquista hasta la independencia de los distintos territorios. El término “indiano” proviene de Indias, el primer nombre que se dio a las tierras americanas recién descubiertas en el siglo xv. Para un estudio más completo del tema, véase: Bravo Lira, B. (1988): “El derecho indiano y sus raíces europeas. Derecho común y propio de Castilla”, en Anuario de Historia de Derecho Español, Madrid: N.° 58, pp. 5-80. 3. Recopilación de leyes promulgadas por la Corona española desde el siglo xv. Consta de nueve libros y contiene unas 6400 leyes realizadas durante el reinado de Carlos ii de España en 1680. 4. Martínez Paz, E. (1916): Dalmacio Vélez Sársfield y el Código Civil argentino, Córdoba: Bautista Cubas, p. 259; véase también: Molinario, A. D. (1959): “Indivisiones hereditaria y condominios forzosos organizados por la Ley 14.394”, La Plata. 31


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Espejo: un cronista sanmartiniano ante la inminencia de la muerte Testamentaría de Gerónimo Espejo por Adriana Micale*

Las testamentarías y sucesiones de los hombres públicos constituyen una fuente de gran valor documental. Bienes, bibliotecas y distinciones se mezclan con nombres de notarios y albaceas, revelando aspectos sociológicos desconocidos. Son una síntesis del individuo y su circunstancia ante la inminencia de la muerte. Los casos de Gerónimo Espejo y el de su sobrina y esposa Carolina Espejo de Espejo, conservados en el Archivo General de la Nación, son una síntesis de ello. El general de la Nación y héroe de las luchas independentistas de principios del siglo xix en América Latina, Gerónimo Espejo, murió el 18 de febrero de 1889 a las diez y media de la noche. Había nacido en Mendoza en 1801, y transitado su vida participando en sucesos relevantes a lo largo de casi un siglo. Durante años, conoció personalidades de gran significación, como San Martín, Bolívar, O’Higgins, Sucre, Lavalle, Urquiza y Paz, entre otros. También presenció acontecimientos revolucionarios, como la llegada de inmigrantes y del ferrocarril. Su longevidad sorprendió, teniendo en cuenta la intensa vida llevada. Espejo murió en su vivienda ubicada en la calle Santa Fe 868 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires –como acostumbraba suceder en aquella época–, producto de una bronconeumonía. Así consta en el acta de defunción que

firmó su médico personal y amigo, el mendocino Ramón Videla1. Un año antes, el 30 de abril de 1888, viendo que estaba delicado de salud, pero que su juicio seguía aún sano, puso en orden sus papeles y bienes que lo habían acompañado buena parte de su vida e hizo su testamento mediante acto público. No tenía descendencia directa, por lo que le dejó todos sus bienes a su sobrina y mujer, Carolina Espejo de Espejo. De joven, en plena campaña independentista en el Perú, había tenido dos hijos, pero habían muerto al poco tiempo de haber nacido. Su esposa se convirtió en la única heredera universal. Asimismo, en su testamento, dispuso que el doctor Antonio C. Gandolfo, amigo personal y médico de Carolina, recibiera los libros, periódicos, papeles y documentos inéditos que tenía en su biblioteca.

* Es historiadora y docente. Nació en Mendoza en 1964. Es licenciada y profesora por la Universidad Nacional de Cuyo. Es magíster en Historia de las Ideas Políticas Argentinas. Escribió numerosos artículos y es autora de varios libros. Retrato de Gerónimo Espejo. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 90584.

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Este facultativo era un hombre formado intelectualmente, amante del conocimiento. Reconocido por haber sido discípulo de Juan José Montes de Oca y por haberse formado junto a Antonio Pirovano, el cirujano obtuvo esa deferencia por parte de Espejo. El acto testamentario fue firmado por el escribano público José Victoriano Cabral y por sus amigos José María Bombal y Valentín Díaz, en calidad de testigos. Tanto su esposa como sus amigos fueron designados albaceas, buscando con esto asegurarse el cumplimiento de su última voluntad. Prepararse para el final Espejo, como la gran mayoría de los hombres públicos de su época, no murió rico. Como bien lo manifestó en su testamento (que en este escrito se incluye parcialmente), jamás lucró con los intereses de la Patria y declaró que le adeudaban dinero, prohibiendo a los suyos que lo reclamaran. En esto último debió incidir su formación espiritual bajo los preceptos del cristianismo ya que aclaró, además, que perdonaba a sus deudores. Siempre vivió del sueldo que cobraba como general de división de los ejércitos de la República en calidad de “retirado”, y recibió algún dinero –que no fue mucho– por la venta de sus libros, sobre todo, por El paso de los Andes. Crónica histórica de las operaciones del Ejército de los Andes para la restauración de Chile en 1817. Dicha obra incluía una descripción física del general San Martín, a quien había conocido y admirado desde que tenía 15 años, con el agregado de los aspectos morales de su persona. También, incluía una crónica detallada de la formación del Ejército de los Andes en Mendoza, del cruce de la cordillera de los Andes y de las batallas que se libraron

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en el vecino país. Allí daba a conocer información valiosa por haber sido testigo fiel de la epopeya americana. Editada en 1882 por Carlos Casavalle, y con una tirada inicial de quinientos ejemplares, su obra era fundamental para los investigadores y estudiosos del Libertador.2 Incluso para el propio Bartolomé Mitre, quien se valió de preciada información brindada por el propio anciano para su libro Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana, aparecido en 1887.3 A los pocos meses de haber labrado su testamento, y en virtud de una ley dictada el 7 de septiembre de 1888 por el Honorable Congreso de la Nación, el gobierno le otorgó una escritura de propiedad, por la que le adjudicaron 7500 hectáreas de tierras en el denominado Territorio Federal de Río Negro. En esa entrega, le agregaron una acción del Ferrocarril Central Argentino, de capital mixto. Por la fecha en que se le fueron otorgadas y por el sitio en el que se ubicaron, las tierras pertenecían a la conquista lograda sobre territorio indígena por el presidente Julio A. Roca. Este mandatario, en pleno gobierno, había iniciado una política de distribución de tierras a soldados y oficiales de alta graduación que habían servido a la Nación, y Gerónimo Espejo era uno de los últimos héroes independentistas que quedaba vivo. Respecto del ferrocarril, que desde la década de 1860 operaba en provincias como Santa Fe y Córdoba exclusivamente, hacia fines de la década de 1880 se encontraba en plena expansión, lo cual permitía que particulares accedieran a acciones de la empresa. Espejo no alcanzó a hacer uso material de este reconocimiento nacional, que se le entregó el 7 de diciembre de 1888. No pudo saber que la propiedad de la Patagonia era inmensa, que los límites del campo llegaban hasta


el océano Atlántico y que su avalúo estaba fijado en diez mil pesos moneda nacional de la época cuando fue tasado. Tampoco supo lo que era una acción de un ferrocarril. Dos meses después de esta cesión, murió. Carolina Espejo, de 39 años, heredó todo. Se habían casado unos años antes por la Iglesia católica. Ella era hija de su hermano Valentín Espejo y de Rosa Ruiz. Algunos autores refieren que era su compañera desde hacía ya tiempo y que lo ayudaba con sus libros como su escribiente.4 Carolina tampoco alcanzó a hacer uso de los bienes heredados de su esposo. De acuerdo con el artículo N.° 3412 del Código Civil argentino, sancionado en 1871, bajo la presidencia de Domingo F. Sarmiento, los cónyuges no podían tomar posesión de la herencia recibida sin solicitarla judicialmente. La joven era mujer y, como tal, se le reconocía escasa capacidad civil y responsabilidad para accionar públicamente. De hecho, en esa época, la mujer estaba tutelada por el padre y, una vez casada, por el marido. Al quedar viuda, debía recurrir a un hombre mayor de edad para que accionara en su nombre. Ella nombró a Valentín Díaz como su representante legal para iniciar los trámites judiciales de su herencia. Estos asuntos demoraron largos años, producto de la burocracia, y demandaron numerosas fojas, tal como aparece atestiguado en los expedientes. La prematura muerte de Carolina Espejo, el 4 de mayo de 1894, en plenos trámites, complicó la sucesión. Fallecida en la misma vivienda en la que había vivido junto a su esposo, producto de una conmoción traumática, y sin descendencia directa más que la de unos sobrinos, ambas sucesiones de los cónyuges iniciaron el lento y sinuoso camino de la Justicia.

Un voluminoso corpus documental La testamentaría y sucesión de Gerónimo Espejo, que se complementa necesariamente con la sucesión de Carolina Espejo de Espejo, ha servido para el relato inicial de estas páginas y para la reconstrucción de una parte del pasado del héroe de los tiempos de la independencia. Este material constituye un patrimonio de inigualable valor documental para los investigadores que quieran abordar al cronista de las luchas independentistas, así como la figura del general San Martín y el proceso revolucionario en América Latina. Ambas sucesiones se encuentran atesoradas en el Archivo General de la Nación en perfecto estado de conservación. La del general está consignada bajo el legajo N.° 5645 como “Espejo, Don Gerónimo – Su Testamentaría – Juzgado de 1.ra Instancia de la Capital de la República. Año 1889”, y la de su esposa, bajo el legajo N.° 5658 como “Espejo de Espejo, Doña Carolina – Juzgado de 1.ra Instancia en lo Civil de la Capital. Año 1894”. A esta última, se le agregó un expediente con la carátula “Tomé, Dr. Eustaquio contra Espejo de Espejo, Doña Carolina - Juzgado de 1° Instancia en lo Civil de la Capital. Año 1895”. Todos estos papeles se nutren entre sí y nos permiten comprender que, cuando consultamos material de este tipo de personalidad destacada, necesariamente, debemos indagar sobre quiénes lo sucedieron (en la mayoría de los casos, su familia) para completar toda la información. En estos voluminosos cuerpos, aparece toda una trama de vidas y de relaciones inimaginables que aportan valiosos datos. En el caso de los hombres públicos, en sus testamentos, sucesiones e inventarios, es en donde se hallan los objetos y gustos más sencillos que los acompañaron en lo privado y en donde se

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los muestra despojados del bronce que moldeó con ellos la historia. Incluso este material, a veces, aparece matizado con los intereses y ambiciones de los descendientes que, lejos de valorar lo heredado, se sumergen en una disputa en busca de rédito económico. La testamentaría de Carolina Espejo de Espejo es una síntesis de lo afirmado. Al recibir la herencia de su esposo, ella conservó medallas y cordones de plata y de oro; entre otras condecoraciones, se destacan las entregadas a los vencedores de Chacabuco, Maipú e Ituzaingó, así como el Cordón de Honor de Plata y la Orden del Sol “A los Libertadores del Perú”. Toda una heráldica muy valiosa para la historia de América Latina. En el inventario que se hizo luego del deceso de la mujer, se puede inferir cómo vivió el general Espejo y qué cosas pudieron ser de uso personal. Por ejemplo, “saliberas”, ceniceros, tinteros, un reloj de pie y un piano horizontal marca Player, al que se le agregan los trajes militares. De la enumeración de objetos, se infiere que la vivienda del matrimonio fue más bien modesta y pequeña (una sala, una antesala, dos dormitorios, un comedor, un cuarto de baño y un patio). Allí, se inventariaron: muebles, ropa y un “menage” de vajillas, junto a cuadros alusivos a “La entrevista de Guayaquil”, a “La Bandera de los Andes”, al “Gral. San Martín, firmado por la Sra. San Martín de Balcarce”, así como a los generales Alvarado y Necochea e, incluso, al propio Espejo, en un “retrato al óleo”. Todo este arte militar estuvo colgado en las paredes de la casona y mostraba la forma en que Gerónimo Espejo convivía con las glorias pasadas. La profunda admiración que le tuvo al Gran Capitán queda de manifiesto en particulares reliquias que conservó de él, como “un ladrillo” que había

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pertenecido a la casa natal del Libertador en Yapeyú; también, partes de guerra, revistas de tropa, órdenes y disposiciones militares emanadas de su autoridad. Es importante aclarar que San Martín incorporó al Ejército de los Andes a Espejo cuando este era un adolescente, y que el joven llevaba un diario personal a lo largo de toda la campaña, en donde volcaba lo sucedido en las batallas.5 También coleccionaba los papeles que se descartaban una vez publicados en el Libro de anales del Estado Mayor del Ejército y armaba luego con ellos una suerte de archivo personal. El propio San Martín lo alentaba a que continuara con sus crónicas, le revisaba los escritos, a los que les hacía agregados. Sin embargo, la historiografía sobre Espejo refiere que, en la derrota de Cancha Rayada –ocurrida la noche del 19 de marzo de 1818–, perdió sus anotaciones, papeles y todo el equipaje en manos de los españoles.6 Pero, una vez superado este contratiempo, volvió a juntar documentación, a lo que le agregó libros y periódicos que iba comprando en los sitios por donde andaba. Terminadas las batallas de la Independencia, y regresado a Argentina hacia 1825, el héroe mendocino se involucró en las luchas entre unitarios y federales, tomando partido por los primeros. Esta postura lo volvió a empujar al exilio. En esos tiempos de rosismo, emigró a Bolivia y, más tarde, a Perú. Aquí dejó unos baúles de ropa, algunos muebles de uso y “cuatro cajones de libros” al cuidado de una familia amiga.7 Pero sus escritos volvieron a desaparecer, producto de la anarquía de la época. La noticia de que sus pertenencias y libros habían “sido violentamente sustraídos so pretexto de salvaje unitario”, lo movió a escribir:


El recuerdo de mi Diario, objeto para mí de inestimable mérito, fue como un golpe eléctrico que me desconcertó… El tiempo y la reflección, que por lo general engendran resignación en los sacudimientos extraordinarios, me persuadieron por fin de ser un hecho consumado y sin remedio posible. Me

Actuó en el Senado de la Nación y, durante el gobierno de la Confederación, fue tesorero del Banco Nacional, administrador de aduanas en Rosario y cumplió diversas funciones en el Ministerio de Guerra y Marina y en el Ejército. Ninguna de estas actividades y cargos impidió que pensara en la historia de su país y que la escribiera. Su máxima preocupación fue

resolví en consecuencia a esforzarme en reconstruir el libro perdido.8

que no quedasen en la oscuridad tantos detalles y minuciosidades como

Espejo se repuso nuevamente. De vuelta en Argentina, juntó una vez más papeles y escribió, al tiempo que fue minero, político y hasta presentó un proyecto para la redacción de una constitución para la provincia de Mendoza.

siempre acompañan a los grandes sucesos, tan dignos como ignorados, por otra parte, de nuestros compatriotas; y lo que era aún más, verme en el último tercio de la vida, y que descendiendo

Izquierda: Retrato de Gerónimo Espejo. Departamento Documentos Fotográficos. Álbum Notables N°1, Inventario 56. Derecha arriba: Firma del Gral. Gerónimo Espejo extraída de la copia de un artículo que registra La Gazeta de Buenos Ayres N° 96, del 11 de noviembre de 1818. Departamento Documentos Escritos. Sala VII. Legajo 153. Derecha abajo: Carátula de la testamentaria del Gral. Gerónimo Espejo. Departamento Documentos Escritos. Sucesiones. Legajo 5645.

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al sepulcro se sepultarían conmigo

La biblioteca del general

tantas incidencias que nadie ha escrito, cuando los más prolijos estudiosos son impotentes para imaginárselas desde que sólo existen en la cabeza de los testigos presenciales.9

De cronista de batallas, Espejo se convirtió en historiador. Al cabo de su vida, trazó un camino historiográfico sobre la República naciente, que quedó para las futuras generaciones, para el conocimiento de su pasado.10 Su gran producción lo convierte en un autor de consulta obligada para entender cómo pasamos de depender de un imperio a una nación libre.

Retrato del Gral. Gerónimo Espejo. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 90585.

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¿Qué leyó Gerónimo Espejo? ¿Qué lo nutrió? ¿Cómo se formó intelectualmente a lo largo del siglo xix? ¿Qué influencias ideológicas recibió? Poder descubrir y responder todos estos interrogantes fue lo que nos motivó, desde Mendoza, a buscar su “librería”, como se le llamaba en aquella época a las bibliotecas en Buenos Aires. El hallazgo, en el Archivo General de la Nación, primero, de la testamentaría de Gerónimo Espejo –y, en ella, el dato de que le había dejado todos sus bienes a su mujer y sus libros a su amigo Gandolfo–, nos llevó igualmente a dar con la sucesión de su mujer.


Una parte de la foja de servicios del Gral. Gerรณnimo Espejo. Departamento Documentos Escritos. Sucesiones. Legajo 5645.

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Allí descubrimos un inventario que, aunque no estaba detallado lamentablemente, pudieron develarnos algunas de las fuentes bibliográficas que nutrieron al intelectual mendocino. El general tenía gran pasión por la lectura, a pesar de haber sido un autodidacta y no haber realizado estudios superiores. Los libros fueron su gran compañía –junto a la escritura que practicó– y los que le permitieron conocer, aprender, viajar y descansar a partir de ellos y en ellos, cuando los tiempos agitado del país o de la vida pública se lo posibilitaban. Al igual que el general San Martín (que trasladó por Europa y América decenas de cajones y petacas con libros) o que el emperador Napoleón (que se llevó cientos de ejemplares a la isla de Elba durante su exilio), Espejo hizo lo mismo durante las luchas independentistas y sufrió muchas veces la desolación de haberlos perdido. La guerra y las luchas facciosas no le impidieron juntar folletos, ordenanzas, papeles manuscritos e impresos; tampoco comprar libros, periódicos, revistas, y seguir escribiendo. La voluminosa biblioteca hallada en la sucesión de Carolina Espejo fue inventariada oportunamente con algunos títulos específicos, pero con numerosas omisiones. El listado arroja nombres y libros históricos orientadores; revela, además, que fue un militar con un claro interés por la historia de la conquista del Nuevo Mundo y por el período colonial de los países de América Latina. La lista que se consigna en el documento muestra que quien realizó el inventario de los libros no pensó en la importancia de dejar asentados los títulos completos, los autores, los años de edición, el tamaño de los ejemplares ni otras características específicas. Simplemente consignó información

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como “85 tomos diversos encuadernados”, “132 volúmenes encuadernados” o “3 álbumes”. A su vez, destacó entre toda la lista: “Civilización y Barbarie por Sarmiento”, o un libro sobre astronomía del peruano Paz Soldán, pero no aparecen clásicos como Descartes, Rousseau, Voltaire, Montesquieu, Diderot o Smith, entre otros, que influyeron decididamente sobre los ilustrados coetáneos de Espejo. Esto no significa que él no tuviera a estos autores en su biblioteca; sino, simplemente, que quien realizó el inventario no los consignó. El listado tampoco contempla los libros de arte militar, artillería, caballería, infantería, ingeniería y fortificaciones. Teniendo en cuenta que su dueño fue un militar del ejército y, en algún momento, minero en Mendoza, sería un dato relevante. Sí, en cambio, revela que el general fue un típico exponente del diarismo del siglo xix. La presencia de un “cajón grande” que contiene diarios antiguos evidencia que también fue coleccionista y gran lector de periódicos. Finalmente, no se indica si la biblioteca llegó a manos de su amigo, el cirujano Gandolfo. Por otro lado, los expedientes de Carolina Espejo muestran un conflicto sucesorio con sus descendientes quienes, una vez muerta su tía, accionaron por las tierras que el militar había recibido en el sur del país. También figuran unos sirvientes que trabajaron para ella, haciendo reclamos de dinero una vez muerta. En relación con la propiedad en Río Negro, llegó a ser tasada, vendida y dividida. Intervino una inmobiliaria porteña de la época que publicó los edictos correspondientes. Este tema y los conflictos que derivaron de este por los bienes iniciales del general Espejo, formarían parte de otra investigación.


Vieja historia, nuevos matices Las testamentarias y sucesiones de los hombres públicos y de sus familias, y los objetos en general y en particular incluidos en ellas como arte (iconografía, heráldica, libros y colecciones diversas, entre otros), nos acercan a aspectos desconocidos de ellos. Nos permiten acercarnos a hombres más reales respecto de lo que nos muestra muchas veces la historiografía. Despojadas del relato histórico que las ubica en tiempos, espacios y planos diferentes –como hombres claves en un momento determinado–, estas figuras se revelan en diversos documentales y nos ayudan a desentrañar aspectos privados de difícil hallazgo en las publicaciones. Estos corpus jurídicos son fuentes de consulta esenciales, donde lo legal, lo político y lo sociológico

interactúan entre sí y nutren al personaje y al relato histórico. Los documentos de Gerónimo Espejo y de su esposa hacen referencia a un tiempo lejano de nuestra historia que, de no ser por los bicentenarios que estamos festejando desde 2010 (como los de la Revolución de Mayo, la declaración de la Independencia, el cruce de la cordillera por el Ejército de los Andes y, este año, la Batalla de Maipú), se diluirían cada vez más por el paso del tiempo. Teniendo en cuenta la existencia de estas fuentes en el Archivo General de la Nación, resulta clave su consulta, ya que completan aspectos desconocidos del personaje y de su época. Estos documentos ofrecen novedosos matices para una nueva rescritura de nuestra historia.

Extracto testamento del Gral. Gerónimo Espejo que transcribe el acta de defunción del Gral. Espejo. Departamento Documentos Escritos. Sucesiones. Legajo 5645.

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Biblioteca de Gerónimo Espejo11

- “La Revista de Buenos Aires” por Navarro Viola y Quesada, veinte y cuatro tomos. - “Memorias póstumas del general Paz”, cuatro tomos. - “Revista del Río de la Plata” por Lamas, López y Gutiérrez, nueve tomos. - “Biografía del general Paz”, dos tomos. - “Historia del Perú independiente”, dos tomos. - “Historia de Venezuela”, tres tomos. - “Calvo, anales de la revolución de la América Latina”, cinco tomos. - Ochenta y cinco tomos diversos encuadernados. - Setenta y seis folletos de versos. - Tres álbumes. - “La Gaceta del gobierno de Buenos Aires desde mil ochocientos doce” diez tomos. - “Documentos Parlamentarios del Perú” un tomo. - Paz Soldán “Astronomía”, dos tomos. - Solís “Historia de Méjico”, un tomo. - Civilización y barbarie por Sarmiento, un tomo. - “Diccionario derecho administrativo”, un tomo. - “Gaceta de Lima”, un tomo. - Alberdi “Confederación Argentina”, un tomo. - Conquista de Méjico, ocho tomos. - Conquista del Perú, un tomo. - Ballecillo “ordenanzas militares” tres tomos. - Ciento treinta y dos volúmenes encuadernados. - Doscientos folletos y libros en pasta. - Un cajón grande conteniendo colecciones de diarios antiguos, folletos y veinte y seis legajos de papeles manuscritos é impresos. - Un cajón grande conteniendo folletos y treinta y un legajos de papeles manuscritos e impresos. - Un cajón chico conteniendo folletos, y quince legajos de papeles manuscritos é [ilegible].

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Extracto de su testamento donde decide dejar sus libros, papeles histĂłricos, escritos inĂŠditos a su amigo, el Dr. Antonio C. Gandolfo. Departamento Documentos Escritos. Sucesiones. Legajo 5645.

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DOCUMENTOS Parte del testamento de Gerónimo Espejo Escritura número noventa y cinco. En el nombre de Dios Todopoderoso y con su santa gracia amén. Sea notorio como yo Don Gerónimo Espejo, General de División de los ejércitos de la República Argentina, natural de la Provincia de Mendoza, hijo legítimo de don José de Espejo y de Doña Micaela Portus de Mariño, finados, hallándome algo indispuesto pero en el goce perfecto de mis facultades, intelectuales, temeroso de la muerte que es natural, he determinado formalizar éste, mi testamento, creyendo como creo en la Relijión Cristiana que profeso, bajo la cual he vivido y protesto vivir y morir, y para hacerlo con el debido acierto invoco el Divino auxilio y paso a ordenarlo en la …. Encomiendo mi alma a Dios Nuestro Señor y encargo á mis albaceas que nombraré más adelante la celebración de mi entierro y funeral con intervención de la autoridad nacional á efecto de que se abrieran las solemnidades del caso y se me tributen los honores que me corresponden para la alta investidura y rango que represento en los ejércitos de la Nación y lo declaro para que conste. Declaro que mediante la representación que me fue concedida por el Supremo Gobierno de la República, contraje matrimonio ante la Iglesia Católica con mi sobrina Doña Caro-

lina Espejo, en cuya unión no hemos tenido sucesión alguna. Declaro que tuve dos hijos naturales, uno en la Ciudad de Lima y otro en la de Trugillo, y ambos fallecieron en los primeros meses de su nacimiento; de modo que al presente no tengo descendientes (le)gítimos ni naturales. Declaro que cuando tenía antiguos créditos á mi favor de alguna consideración, nunca pude cobrarlos así pues los refuto (¿?) perdidos y perdono a mis deudores. Declaro que en mi larga carrera militar jamás lucré con los intereses de mi Patria, y es así que mis bienes sólo consisten en el sueldo que debengo como tal General de división de los ejércitos de la República, en mi equipaje militar con mis honrosas condecoraciones y más el modesto menage de casa, alhajas y objetos de uso. Declaro que en el remanente que quedare de todos mis bienes, derechos, acciones y futuras sucesiones que me corresponde (insti) tuyo y nombro por mi única y universal heredera á mi estimada esposa y universal heredera á mi sobrina Doña Carolina Espejo de Espejo para que los haya y goce como mejor viere convenirle. Declaro que para ejecutar este mi testamento nombro por mis albaceas en primer lugar a mi referida esposa Doña Carolina Espejo de Espejo, en segundo lugar a mi amigo Don José María Bombal, y en tercero á mi otro amigo Don Valentín Díaz, para que ocurrido mi fallecimiento den cumplimiento a éste, mi testamento…

Partes del testamento del Gral. Gerónimo Espejo. Departamento Documentos Escritos. Sucesiones. Legajo 5645.

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NOTAS 1. Ramón Videla (Mendoza, 10 de septiembre de 1835 – Buenos Aires, 9 de octubre de 1908). Hijo de Juan Agustín Videla y Norberta Almados. Estudió medicina en la Universidad de Buenos Aires. En 1861, siendo practicante, fue miembro de la comisión médica que viajó a Mendoza para socorrer a los heridos por el terremoto del 20 de marzo. Tres años más tarde, se graduó de doctor en Medicina. De regreso a su provincia natal, fue electo diputado para la Legislatura de la ciudad en 1868 y 1869; perteneció también a la municipalidad. El 28 de octubre de 1869, fue designado rector provisorio del Colegio Nacional de Mendoza. En 1870, fue nombrado: miembro del Tribunal de Imprenta, elector del gobernador y ministro de Gobierno (en forma interina). En ese mismo año, fue diputado provincial por el Departamento de Guaymallén. En 1871, fue secretario de Hacienda. En 1872, fue electo diputado nacional y relecto en 1876. Fue un proteccionista de las industrias argentinas. A través de sus artículos en la prensa, aconsejó a sus comprovincianos que plantaran viñas. Estuvo casado con doña Ángela Peñaloza. Su hijo, Ricardo Videla, fue gobernador de Mendoza entre 1932 y 1935. 2. Para más detalles, véase: Micale, A. (2017): “Gerónimo Espejo, el guerrero historiador” (estudio preliminar para la reimpresión de El paso de los Andes. Crónica histórica de las operaciones del Ejército de los Andes para la restauración de Chile en 1817), Buenos Aires: Honorable Senado de la Nación, s/p. 3. Para más detalles sobre la relación intelectual entre Mitre y Espejo, véase: Micale, A. (2017): “Gerónimo Espejo y Bartolomé Mitre: su diálogo sobre San Martín y el Ejército de los Andes. Aportes a la historiografía argentina”, en Investigaciones y Ensayos, Buenos Aires, vol. 64, enero-junio, Academia Nacional de la Historia, pp. 213-230. 4. Gerónimo Espejo fue el primogénito de José Espejo y Micaela Mariño, ambos mendocinos. Lo siguieron sus hermanos Valentín, José Gregorio, Manuel Bonifacio, Manuela Petronila, María del Tránsito, Francisco Lucas y Francisco Melitón. De ellos, se desconoce su trayectoria, excepto de los dos primeros, que sirvieron a la Patria. José Gregorio estuvo bajo las órdenes de Lavalle y murió decapitado en Metán en 1841, junto a Marco Avellaneda, el padre del presidente Nicolás Avellaneda. Gerónimo Espejo, en una carta de 1887, hace referencia a otro hermano, llamado Juan, que no ha podido ser hallado en la genealogía de la familia. Documentos existentes en el archivo del Arzobispado de Mendoza dan cuenta de que los vástagos Espejo no fueron de origen noble como indican algunos biógrafos. En el acta de defunción del padre, se consigna que fue “indio”, palabra que fue escrita sobre otra que dice “mestizo” y que posteriormente se tachó. Para más detalles, véase: Cutolo, V. O. (1969): Nuevo diccionario biográfico argentino (1750-1930) (tomo ii), Buenos Aires: Elche, pp. 693-694; Abad de Santillán, D. (comp.) (1957): Gran enciclopedia argentina, Buenos Aires: Ediar, p. 218; Yaben, J. (1938): Biografías argentinas y sudamericanas (tomo ii), Buenos Aires: Metrópolis, pp. 442-447. Para más detalles sobre el mestizaje de la familia, véase: “Algunas genealogías de originarios en Mendoza” de Luis César Caballero en el Archivo Histórico del Arzobispado de Mendoza y compárese con el libro de defunciones de la parroquia Matriz de Mendoza, N.° 10, folio 100, de los años 1804 a 1820. También: Micale, A. (2017): “Gerónimo Espejo, el cronista de San Martín”, en Todo es Historia, Buenos Aires, N.° 594, pp. 22-32. 5. Espejo se alistó en el Ejército de los Andes el 1 de noviembre de 1816, como cadete en el Cuerpo de Ingenieros. Ascendió en la escala de mando hasta llegar a coronel efectivo en 1854. Participó de las batallas de Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú y, en agosto de 1820, se embarcó hacia Valparaíso, como ayudante del Ejército Expedicionario al Perú. Por su desempeño en las luchas independentistas, recibió numerosas distinciones. Entre ellas, podemos mencionar que fue declarado Benemérito de la Orden del Perú, que recibió una medalla de oro y el tratamiento de Señoría. Para más detalle, véase: Foja de servicios del coronel D. Gerónimo Espejo. Año 1870 de la Imprenta del Orden (Buenos Aires), edición de 1870 (pp.12-18). 6. Cutolo, V. O. (1969): op. cit., pp. 693-694; Abad de Santillán, D. (comp.) (1957): op. cit., p. 218; Yaben, J. (1938): op. cit., pp. 442-447. 7. Espejo, G. (1873): Recuerdos históricos: San Martín y Bolívar. Entrevista de Guayaquil (1822), Buenos Aires: Imprenta de Tomas Goodby, p. 21. 8. Espejo, G. (1873): op. cit., p. 6. 9. Espejo, G. (1882): El paso de los Andes. Crónica histórica de las operaciones del Ejército de los Andes para la Restauración de Chile en 1817, Buenos Aires: Imprenta y Librería de Mayo, p. 5-7. 10. Además, Gerónimo Espejo escribió: Memoria sobre Mendoza, Reflexiones sobre el asesinato de Monteagudo (1861); Un episodio de la batalla de Maipú, La campaña del coronel Alvarado a Intermedios (1863); La sublevación de la guarnición del Callao en 1824 (1865); La primera campaña del general Arenales a la Sierra (1866); La expedición de San Martín a libertar el Perú (1867); Datos histórico-biográficos del general Pringles (1871); también, un estudio sobre Zapiola, unos “apuntes históricos” y unos “apuntes póstumos”, que fueron publicados en la Revista de Buenos Aires. Una primera lista de las publicaciones de Espejo fue consignada por Ángel J. Carranza en “Sinopsis de la vida del autor”. Para más detalles, véase: Espejo, G. (1873): op. cit., pp. 1-12. 11. Este listado se publicó en el número 594 de la revista Todo es Historia de enero de 2007.

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Retrato del Gral. Las Heras. Departamento Documentos Fotogrรกficos. Inventario 166946.

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Repatriación de los restos del general Juan Gregorio de Las Heras por Carlos Ávila*

Viajaban en 1906 a la República de Argentina, después de haber reposado cuarenta años en Chile –país que fue testigo de sus hazañas y proezas, de su bravura y disciplina–, los restos de un gran soldado, de un gran americano, honra de su tiempo y de su patria, el general argentino Juan Gregorio de Las Heras. Aquí, el relato.

Después de la muerte de Las Heras, ocurrida el 6 de febrero de 1866, el Gobierno argentino realizó muchas gestiones para la repatriación de sus restos y, aunque el Gobierno de Chile se mostró dispuesto, ello no fue posible ante la negativa de su hija, doña Carmen Las Heras de Cobo. Mientras tanto, Chile se enfrentaba a Perú y a Bolivia en la guerra del Pacifico (1879-1884), y Argentina tomaba posesión de la Patagonia con la Conquista del Desierto, proyectada por el general Julio A. Roca. Esto llevó a un grave enfrentamiento entre ambas naciones que casi llegaron a un enfrentamiento bélico. Tan severa situación solo pudo superarse con el Abrazo del Estrecho, reunión efectuada entre los presidentes Roca y Errázuriz en 1899 y, poco después, con los Pactos de Mayo en 1902. Además, en el límite cordille-

rano, se instaló la estatua del Cristo Redentor, primer monumento a la paz entre dos pueblos, que marcó el comienzo de un nuevo período de cálida amistad chileno-argentina. No obstante, en 1904, falleció doña Carmen Las Heras y, al reiterarse la solicitud argentina del traslado de los restos del general a Buenos Aires, en el marco de los festejos por la pacífica solución del diferendo, el Gobierno de Chile y la familia del prócer acceden a entregarlos. Dos años después, el 26 de septiembre de 1906, en conformidad con lo acordado por el Gobierno argentino y con lo dispuesto por el Supremo Gobierno, se llevó a cabo la exhumación de los restos en el cementerio general. Una numerosa concurrencia llenaba completamente la plaza y avenida del camposanto, esperando el paso del cortejo.

* Es Docente y miembro titular de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza (filial Maipú). 47


El frente y las puertas laterales del lugar habían sido cubiertos con grandes cortinajes negros, ofreciendo un severo aspecto. En el pórtico, al lado derecho, se instaló una capilla provisoria. Sobre un túmulo cubierto con una bandera chilena, se colocó la urna de bronce que guarda sus cenizas. En la cabecera de la urna se lee su nombre: “General Juan Gregorio de Las Heras”. En la parte posterior: “Nació en Buenos Aires el 11 de julio de 1780. Murió en Santiago de Chile el 6 de febrero de 1866”. La parte superior del ataúd, que es una acabada obra de arte, ostenta una águila que pisa una corona de laurel con los escudos de ambos países a los lados. La urna estaba cruzada por dos finísimas banderas, de Argentina y de Chile, bordadas en oro, y cubierta por un forro de seda negra con los escudos y banderas de ambas naciones, pintadas en la parte anterior y posterior, respectivamente. El adiós Se procedió a la exhumación en presencia del señor Lorenzo Anadón, ministro de Argentina, el señor Belisario Prats Bello, ministro de Guerra, el señor Emilio Körner, inspector general del Ejército de Chile, el general Fidel Urrutia, jefe de la segunda división, el general Roberto Goñi, el general retirado Estanislao del Canto, comisiones de los cuerpos de la guarnición –compuesta por un capitán, dos tenientes primeros y dos tenientes segundos– y los miembros de la familia Las Heras. En la capilla del pórtico, el notario Florencio Márquez de la Plata dio lectura al acta. Luego, se colocó la caja en el interior de la urna, se dio por terminada la ceremonia y se puso en marcha el cortejo a la Catedral, donde los restos fueron recibidos por el Cabildo ecle-

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siástico y colocados en el catafalco1 preparado para dicha ocasión. Al día siguiente, se realizaron las solemnes honras decretadas por el Gobierno. La oración fúnebre fue pronunciada por el obispo Jara. Concurrieron todas las tropas de la guarnición en traje de parada y la generalidad de las sociedades de obreros. En el trayecto hacia la Estación Central, desfilaron las banderas de todos los regimientos: las de las armas montadas, inmediatamente adelante del carro mortuorio y las de infantería, a retaguardia. Cuando fue descendida la urna para colocarla en el vagón fúnebre, las tropas presentaron armas y las distintas bandas ejecutaron la canción nacional. El convoy partió a las cinco de la tarde. Se puso lentamente en movimiento mientras los numerosos espectadores que había en la estación despedían con un sonoro: “¡Viva la Argentina!” a la delegación. Este saludo fue contestado con un: “¡Viva Chile!”. A la noche del día siguiente, a las once, llegó el tren a la estación del puerto. En un carro artísticamente empalmado, venía la urna que guardaba las cenizas del noble patricio. En otro carro, venía la comitiva oficial. Esta fue recibida en el mismo vagón por el almirante Luis A. Castillo, director general de la Armada, el comandante del O’Higgins Melitón Gajardo, el general Körner y el intendente. Una compañía compuesta de veinticinco hombres de infantería, al mando de un oficial, formó junto al carro fúnebre. La ceremonia de la entrega debía efectuarse al siguiente día, en la mañana, en la estación de Bellavista. Por la mañana, alrededor de las nueve, próximas al carro fúnebre (hermosamente engalanado, y en el cual se hallaba colocada la valiosa y artística urna), se reunieron las siguientes autoridades y representantes diplomáticos: el enviado extraordinario y ministro


plenipotenciario de Perú, don Manuel Alvarez Calderón; Sr. Ancarano, cónsul de Italia, Sr. Cuadros, cónsul argentino y el cónsul de Argentina; el ministro de Guerra, Belisario Prats Bello; el inspector general del Ejército de Chile, Emilio Körner; el intendente de la provincia, Enrique Larraín Alcalde; el director general de la Armada, Luis A. Castillo; los almirantes Luis Goñi y Leoncio Valenzuela; el primer alcalde municipal, Enrique Bermúdez; el subprefecto de policía, Neftalí Arredondo; el comandante del crucero alemán Falke y un ayudante; los señores ministros de la Ilustrísima Corte de Apelaciones, doctores Braulio Moreno y Benicio Álamos González; el subsecretario del Ministerio de Guerra, Álvaro Casanova Zenteno; el tesorero fiscal, Carlos Bravo Valdivieso; el comisario de la Armada, Aldunate Novoa; el secretario de la Legación Argentina, Alberto Palacios Costa; los señores Elías Bertrand, Eduardo Bustamante, Félix Ossa, Carlos Cousiño, y representantes de la prensa. El cortejo se puso en marcha a las diez, precedido por las tropas de guarnición, al mando del jefe militar de la plaza, el coronel Nicolás Yábar. Iba a la cabeza el Regimiento Maipú, seguido después del Yungay, del Chacabuco y del Regimiento Lanceros. En la calle de Blanco, el cortejo pasó a través de las tropas, que presentaban armas y cuyas bandas ejecutaban marchas fúnebres. En la plaza de Sotomayor, se encontraban formados la Escuela de Grumetes y el Regimiento Artillería de Costa. El carro fúnebre se detuvo al pie del Monumento a los Héroes de Iquique. La concurrencia en el acto de la entrega de los restos fue enorme; pero, a pesar de esta circunstancia, reinó el mayor orden en todos los momentos de la imponente ceremonia. La policía, muy bien distribuida, contribuyó especialmente a su mantenimiento.

Luego, se hizo la traslación al muelle Prat. Presidía el grupo oficial que asistió al embarque el ministro argentino Lorenzo Anadón. Se colocó la urna en la lancha de vela del Esmeralda, preparada para el trasbordo al crucero 25 de Mayo. Un gran número de lanchas de vapor y embarcaciones de remo se dirigieron hacia la nave argentina. Los buques anclados en la bahía tenían todas sus banderas a media asta y, a bordo del crucero francés Catinat, la oficialidad y la marinería formaron en la toldilla, mientras la banda de músicos batía marchas. El traslado A la llegada, el crucero 25 de Mayo hizo la salva de ordenanza al izarse la urna. La tripulación estaba toda formada de gran parada en la cubierta del barco. Cuando los restos fueron conducidos a la capilla ardiente que se había erigido, la magnífica banda del crucero hizo oír la hermosa marcha fúnebre de Chopin. El piquete de soldados del Regimiento Escolta, que se había embarcado en la lancha que conducía la urna, subió también a bordo, para rendir los últimos homenajes del Ejército chileno. En medio del más religioso silencio, el señor ministro de Guerra, doctor Belisario Prats Bello, pronunció en nombre del Gobierno un conceptuoso discurso, cuyas más felices frases reproducimos: En nombre del Gobierno tengo el honor de poner a disposición de los señores delegados, los venerables restos de un General argentino, que fue honra de su patria, campeón de la libertad, donde quiera que podía defenderla, y que amó a Chile como si hubiera nacido en este mismo suelo.2

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Repatriaciรณn de los restos del Gral. Las Heras, octubre de 1906. Departamento Documentos Fotogrรกficos. Inventario 166932.

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Sus restos llegaron a Buenos Aires el mediodía del 20 de octubre de 1906 en el crucero 25 de Mayo al dique 4. Fueron recibidos por la comisión cuyo presidente era José J. Biedma (vicepresidente primero, Tomás Santa Coloma; vicepresidente segundo, Juan Canter; secretarios y vocales: Rodolfo Carranza y José Antonio Pillado), acompañada por una delegación de diputados: Campos, Dantas, Oliver, Parera y Ruiz Diaz. La procesión circuló por el Paseo de Julio y subió por Maipú hasta la Plaza San Martín. Una banda lisa de cuatrocientos músicos, integrada por tambores y clarines, tocaba la canción “Diana Triunfal” mientras acompañaba al cortejo hasta la Plaza Mayo. Allí, una guardia de señoritas y el centro de militares en retiro custodiaban el templete de estilo Luis xvi, armado con cuatro columnas que soportaban la cúpula coronada por un copón simbólico. Este templete –enorme catafalco– había sido confeccionado por Pruniers y Cía., mientras que los carros alegóricos y cureñas recargados de crespones pertenecían a la Compañía Nacional de Carruajes y Automóviles. La urna, costeada por el pueblo chileno, estaba cubierta con el mismo pabellón que había sido usado con los restos del general Bartolomé Mitre. En la Plaza, se hallaban el general Garmendia y el vicealmirante Howard, que habían acompañado los restos del general Las Heras desde Chile. La alocución del presidente de la República, el doctor José Figueroa Alcorta, fue luego seguida por la del encargado de Negocios de Chile, la del ministro plenipotenciario de Perú y la del presidente de la Comisión de Repatriación, el doctor Biedma. Luego, trasladaron la urna a la Catedral, donde fue recibida por monseñor Luis Duprat.

Después de los responsos, los restos de Las Heras fueron conducidos al sepulcro del general San Martín, para ocupar el puesto que la Nación argentina les tenía asignados a ambos: juntos en la vida y en la muerte. Allí permanecen hasta el presente, recibiendo el homenaje de sus conciudadanos. En Buenos Aires, se acuñaron diez modelos de medallas conmemorativas, que se repartieron profusamente los días 20 y 21 de octubre de 1906. Estas medallas de gran tamaño y otras de uno menor fueron ofrecidas por el Gobierno de la Nación, por el pueblo argentino y por las parroquias de San Carlos y de Las Heras. La patria, que lo vio partir un día a liberar naciones, le debe un reconocimiento al ilustre general. Las generaciones del presente y del futuro –que son, en definitiva, por las que Las Heras luchó y padeció– estarán siempre agradecidas y le rendirán honores a este gran libertador.

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NOTAS 1. El catafalco es un armazón cubierto con tela negra que representa un sepulcro y que se levanta en los templos para celebrar los funerales por un difunto. 2. Revista Sucesos (1906), Valparaíso: Año iv, N.° 208, septiembre (edición especial), p. 24.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA Revista Sucesos (1906), Valparaíso: Año iv, N.° 208, septiembre (edición especial). Martínez Baeza, S. (2009): Vida del general Juan Gregorio de Las Heras (1780-1866), Buenos Aires: Academia Nacional de Historia. Diario La Nación del 21 de octubre de 1906.

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Desembarco de la urna con los restos del Gral. Las Heras, octubre de 1906. Departamento Documentos Fotogrรกficos. Inventario 166974.

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Desembarco de la urna con los restos del Gral. Las Heras, octubre de 1906. Departamento Documentos Fotogrรกficos. Inventario 737.

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Capataz de tropa, dibujo de Eleodoro Marenco, c. 1900. Departamento Documentos Fotogrรกficos. Inventario 280565.

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Dos historias de difuntos Francisco “Pancho” Díaz y la madre de Juan Manuel de Rosas, Agustina López de Osornio por Roberto L. Elissalde*

En esta oportunidad, ofrecemos a los estimados lectores las curiosas historias de dos personas más que singulares: Francisco “Pancho” Díaz, un capataz que supo volver de la muerte, y así inmortalizaría su nombre en la tierra, y Agustina López de Osornio, la madre del Restaurador, una mujer que supo ser fuerte y humilde y, sobre todo, precavida.

1. El gaucho que resucitó Don Januario Fernández do Eijo fue un gallego que llegó al Río de la Plata en 1739, cuando todavía no había cumplido 20 años.1 Siete años más tarde, el 17 de mayo de 1746, contrajo nupcias con la porteña doña María Ignacia de Echeverría Galardi y Rodríguez Figueroa2, que venía de antiguas familias porteñas.3 Según un descendiente, “fue un brillante casamiento”, por la dote que aportaba la novia.4 Don Januario adquirió una estancia del otro lado del Riachuelo pero, a la muerte de su suegro en 1752, además de la que ya poseía, agregó la ubicada en el pago de la Magdalena, en el lado sur del río Samborombón, conocida como “el Rincón de Todos los Santos”, con una superficie de cien leguas (482 km aproximadamente) cuadradas. A estas, se las conoció también como “Rincón de Noario”, “Rincón

de Viedma” y “Rincón de Villoldo”. Los llamados “rincones” eran campos limitados por el mar, ríos y arroyos, donde la hacienda estaba libre, pero con límites bien definidos, lo que facilitaba las tareas rurales de encierre y recolección. Su prestigio fue tal que, por ese pago de la Magdalena, en 1767, fue alcalde de la Santa Hermandad y edificó con su peculio el templo de esa localidad.5 Cuando murió don Januario, el 4 de julio de 1791, el campo pasó a manos de su hija menor, Manuela Josefa, quien se casó con don Francisco Piñeyro. Este se dedicó a administrar y acrecentar las posesiones de la familia, ampliamente conocidas como “el Rincón de Noario”. En ese paraje, se criaban los toros que se vendían para las corridas de la plaza del Retiro.6

*Roberto L. Elissalde es historiador. Miembro de Número del Instituto Bonaerense de Numismática y Antigüedades, del Instituto de Investigaciones Históricas de la Manzana de las Luces; Miembro correspondiente del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay y de la Academia Paraguaya de la Historia.

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Piñeyro era natural de Galicia. Falleció en 1801. Su hijo –también llamado Francisco– estaba al frente del campo en junio de 1806, cuando se encontró en una pulpería cercana con su capataz Francisco Díaz, que había ido a comprar tabaco. Este le comentó que había escuchado por boca de unos contrabandistas portugueses que muchas velas de barcos ingleses navegaban por Montevideo. El 25 de junio, los británicos desembarcaron en Quilmes y, sin la más mínima resistencia, ocuparon la capital del virreinato. El joven y ya prestigioso estanciero, deseoso de servir a su rey, le encomendó al capataz Francisco Díaz reunir a la peonada y, con una buena tropilla, partieron todos a recuperar la ciudad. Después de sortear cañadones, abriéndose camino por sendas desconocidas, para evitar la posible delación, llegaron a la ciudad, donde Piñeyro se puso a las órdenes de Liniers y más que seguro de Pueyrredón. Este había armado un buen grupo de paisanos, cuarenta leguas alrededor de la ciudad, entre los que se encontraba su viejo conocido y vecino don Matías Rivero, estanciero de Chascomús, que también había estado reclutando a su gente. En las jornadas del 12 de agosto, Francisco Díaz (o “don Pancho Díaz”, como lo llamaban sus amigos y conocidos), en medio de la lucha, socorrió al teniente Patricio Lynch, herido en la acción y lo llevó para que lo asistieran en la casa de la familia Escalada. Volvió al momento para ocupar su puesto y eso fue lo último que se supo de él, porque desapareció y fue dado por muerto. Muchos intentos hizo Piñeyro de encontrar a su buen capataz y, sin poder hallarlo, volvió cabizbajo y dolorido con su gente a la estancia. El sargento Mackarach, un irlandés de-

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sertor de las tropas de Beresford, logró alcanzarlo a Díaz cuando, malherido, era arrojado en la fosa del fuerte, donde se enterraba a los muertos. El efecto de las frías aguas despertó a don Pancho de su letargo y, después de las curaciones, reaccionó favorablemente. Mientras tanto, a través de Piñeyro y su peonada, la noticia de su muerte había llegado hasta los campos del Rincón de Noario. Al llegar al rancho, Piñeyro mandó desmontar, poner rodilla en tierra y rezar un rosario en su memoria. Tan lamentada era la muerte del capataz que, después de los sufragios por el difunto, decidió que “desde hoy, quiero que esta parte del campo sea conocida como ‘Los Potreros de Pancho Díaz’, nombre de un valiente muerto. Que Dios lo tenga en su santa gloria”. Postrero y sentido homenaje a quien había ofrendado patrióticamente su vida.7 Poco después el “difunto” apareció galopando despacito por sus queridos pagos, lo que habrá motivado algún susto sin duda, pero también alegría: se festejó con una gran fiesta criolla que duró una semana. Pancho se volvió entonces una figura legendaria en la zona y don Francisco lo llevaba siempre como compañía. Desde hace 212 años, ese pedazo de tierra que era el Rincón de Noario conserva el nombre de “Pancho Díaz”. Ricardo Hogg, en su novela histórica Patricio Lynch, recrea a este personaje.8 Lo mismo hizo Yuyú Guzmán, quién confirmó la historia con los comentarios de la tradición familiar,9 así como Claudia Díaz, entre otros. A su vez, Emilio Félix de Álzaga Moreno, a cuyo padre correspondió una fracción de la estancia Pancho Díaz,10 evocó a su bisabuelo Piñeyro y al famoso capataz, en la revista Anales de la Sociedad Rural Argentina.11


2. Un ofrecimiento adelantado Agustina López de Osornio fue una mujer de coraje y notable carácter. Su padre, don Clemente, más allá del Salado, ocupaba una extensión de tierra conocida como “el Rincón de López”. Avanzada en tierras ocupadas por el indio, supo soportar los malones; sin embargo, con más de 70 años, cayó lanceado junto con su hijo Andrés el 13 de setiembre de 1783. Así, cuando dos años después murió su madre María Manuela Rubio Gámiz, doña Agustina quedó al frente del campo, primero sola y después junto a su marido don León Ortiz de Rosas, con quien se casó en 1790. Instalada en la estancia, allí alumbró a algunos de sus hijos y su ejemplo –como el de otras– la convirtió en una pionera, instalada en suertes de campo que no eran de su propiedad, y cuyos títulos obtuvo después de varias décadas luego de la Revolución de Mayo.12 Como bien afirma María Sáenz Quesada, la madre de don Juan Manuel de Rosas era una mujer de carácter: “Escapa milagrosamente incólume de las invectivas de José Rivera Indarte que, en Tablas de Sangre, dice de ella: ‘Señora respetable de virtudes patriarcales’”.13 En noviembre de 1845, en Buenos Aires, se corrió el rumor del grave estado de salud de doña Agustina López de Osornio de Ortiz de Rosas. La señora tenía 86 años (había nacido en 1769) y desde hacía muchos se encontraba postrada en cama, “tullida”, como solían decirlo en aquella época, pero en uso de todas sus facultades. Fue asistida por el doctor James Lepper, un irlandés radicado en Buenos Aires que, circunstancialmente, había sido también médico de Napoleón, cuando embarcó en una de las naves que lo custodiaban. A tal extremo ganó la confianza del antiguo emperador, que le ofreció acompañarlo a Santa Elena, lo que

este no aceptó.14 El sucesorio de doña Agustina le entregó, como honorarios y reconocimiento por su entrega con la enferma, la suma de ocho mil pesos.15 El obispo monseñor Mariano Medrano y el provisor canónigo Miguel García se anoticiaron de la novedad, que en esa pequeña aldea había corrido como reguero de pólvora. Seguramente, después de mucho cavilar y consultar con el Cabildo Eclesiástico, decidieron enviar esta carta a su hijo, el gobernador Juan Manuel de Rosas. El sensible estado en que se encuentra hoy la respetable Madre de V.E. Sra. Da. Agustina López de Rosas, anuncia como inevitable su fallecimiento. El Obispo, y el Provisor por más que sientan anticipar a V.E. el recuerdo de un suceso que tanto habrá de afligirlo, han juzgado de su deber dirigirse a V.E. para manifestarle sus deseos y los de todos los miembros del Senado del Clero para que sea sepultado su cadáver en el panteón de la Santa Iglesia Catedral. De ese modo se consultará dos objetos. Por una parte se reunirán los restos de la Señora con los de su digno Esposo y Padre de V.E. el señor Don León Ortiz de Rosas; y por otra el Obispo y el Senado, teniéndolo tan cerca encontrarán en estas circunstancias un estímulo para recordar diariamente en su memoria y tributarle el obsequio de sus oraciones y sacrificios. Si V.E. se digna aceptar esta oferta; habrá dispensado al Obispo, y Senado del Clero el honor más distinguido.16

57


Agustina Lรณpez de Osornio, la madre del Restaurador. Departamento Documentos Fotogrรกficos. Inventario 128503.

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Los dignatarios no tuvieron respuesta del gobernador. No podían saber cómo el Restaurador habría tomado el ofrecimiento del Panteón. Mientras, el estado de salud de doña Agustina empeoraba día a día. Finalmente, el 12 de diciembre de 1845, doña Agustina entregó su alma. Y fue también ese mismo día cuando su hijo Juan Manuel, el gobernador, les contestó:

dre […] de sus restos y exequias fúne-

En los momentos en que siento pro-

tamentarias como en testimonio apre-

fundo pesar por la pérdida de mi muy

ciable de la consonancia de sus ideas

amada madre y Sra. Da. Agustina Ló-

con las de su albacea mi hermano

pez de Rosas, cumplo con el grato de-

Gervasio, con las de todos los demás

ber de contestar la benévola amistosa

hermanos y con las mías.

carta que se dignaron dirigirme el 19

Fiel tan virtuosa madre al intenso ca-

de Noviembre último. Sus reflexiones

riño que siempre me ha profesado, no

elevan mi espíritu de la aflicción de los

distrayéndome de mis incesantes in-

presentes momentos a la resignación

mensas actuaciones públicas, ha con-

cristiana, a los decretos adorables de

fiado a mi hermano Gervasio el en-

la Divina Providencia. Y me ofrecen

cargo de ejecutar su última voluntad,

un testimonio de sus bondades en sus

recomendándole se aconseje de mí.17

cordiales deseos y los de todos los

Con este motivo ha dispuesto éste en

miembros del venerable Senado del

el más perfecto acuerdo conmigo, dar

Clero de que se sepulten los restos de

entero y fiel cumplimiento a las cláu-

mi Señora Madre en el Panteón de la

sulas indicadas, que creo no se apar-

Santa Iglesia catedral, así para que se

tan de los preceptos del Evangelio y de

reúnan a los de mi muy amado Señor

la moral y que considero no se oponen

Padre D. León Ortiz de Rosas, como

al orden republicano de nuestras insti-

para recordar diariamente su memo-

tuciones, costumbres y leyes.

ria, teniéndolos cerca, y elevar a Dios

El depósito de sus queridos restos en

Nuestro Señor oraciones y sacrificios.

el enunciado repositorio general no

Me sería grato y honroso aceptar ese

excluye su conveniente colocación allí

tributo de un afecto tan sincero de

para conservarlos ni su memoria por

parte de personas tan elevadas en dig-

una sencilla lápida. Los afectuosos

nidad y mérito, y de tanta recomen-

recuerdos consagrados allí de deudos

dación a mi íntimo aprecio, si no se

y de amigos pueden atraer conside-

interpusiesen consideraciones que exi-

ración cristiana y sufragios piadosos

gen toda mi adhesión y respeto, y que

para las almas de aquellos que, sin ha-

me prescriben una conducta diversa.

ber gozado en la vida de los favores

Desde mucho tiempo mi Señora Ma-

de la fortuna o de las distinciones so-

bres […] repositorio, fosa general de los pobres en el Cementerio del Norte, y que a su acompañamiento sólo asistan las personas necesarias de sus deudos, y a sus funerales estos y las personas que gusten hacerlo pertenecientes a las Cofradías en que está asentada. Alguna vez he conversado con ella en este sentido y miro estas cláusulas tes-

59


ciales, descansan en una misma fosa.

Illma. y al Sr. Provisor como al Ve-

Inspirado de estos principios y senti-

nerable Senado del Clero, mi más

mientos he escrito yo mismo mi tes-

acendrado reconocimiento por la

tamento que tengo arreglado desde

distinguida prueba de vivo afecto y

mi juventud y que constantemente he

fina consideración que me dan en tan

atendido modificándolo en diversas

dolorosos momentos. La conservaré

ocasiones según las circunstancias. En

siempre en mi corazón como un con-

él he dispuesto siempre la construc-

suelo y honor.

ción de un sepulcro sólido y sencillo

Soy respetuosamente de S.S.I. y del

en un lugar moderado de nuestro Ce-

Señor Provisor muy afectuoso atento

menterio del Norte con seis reposito-

servidor y amigo.18

rios donde se reúnan mis restos con los de mi amante esposa Encarnación, los de mis muy amados padres, y los de mis dos queridos hijos, si los hijos de aquellos, y éstos así lo quisieren. En las infortunadas circunstancias en que me he visto constituido, primero por la dolorosa pérdida de mi muy amada Esposa, y luego por la de mi querido Señor Padre, el exceso de mi pesar, y principalmente el respeto que profeso a la opinión pública de mi país, no me permitieron rehusar la pompa fúnebre que tuvo lugar en uno y otro caso. La respeté sin poder conformarme, porque ni mi profundo pesar ni mis graves urgentísimas atenciones públicas en aquellos momentos me dejaron ni libre el ánimo,

Doña Agustina había dejado las cosas muy en claro en sus últimas voluntades, firmadas el 10 de setiembre de 1836 ante el escribano Teodoro Montaño.19 El 16 de enero de 1843, ante el mismo notario, firmó un codicilo.20 A fin de participar de las ceremonias fúnebres, el 17 de diciembre, y en nombre de “los representantes del pueblo”, el presidente de la Sala de Representantes envió un oficio al gobernador, en el que expresaba “el más profundo pesar […] ofreciéndole como un testimonio, aunque débil, de la sinceridad de estos, una Comisión de este Honorable Cuerpo que acompañe a la familia de VE. En las exequias que se celebren por el descanso eterno de su amada Señora Madre”21. Dos días más tarde Rosas les contestó en estos términos:

ni el tiempo suficiente para fundar las

60

razones de mi disconformidad.

Los Honorables Representantes se

La regla de mi conducta no puede ser

han dignado asociarse según me co-

conforme ya sino a estas consideracio-

munica V.S. en su apreciable del 17

nes que expongo a Nuestro Illmo. Sr.

del corriente, al profundo pesar que

Obispo y al Sr. Provisor, y que siempre

siento por la muerte de mi Señora ma-

me han dirigido. También debo este

dre Doña Agustina López de Rosas; y

respeto a la virtuosa disposición de

me ofrecen un testimonio muy since-

una madre tierna y cariñosa que tanto

ro, altamente estimable para mi.

me ha querido.

La parte que toman en mi aflicción

Me honro en tributar a Su Señoría

personas de tan grande mérito es


el motivo de consuelo a mi dolor. Este

Debemos consagrar a las virtudes de

afectuoso interés que intensamente apre-

una Señora distinguida y respetable

cio, con mi hermano Gervasio albacea,

que acaba de desaparecer un recuerdo

y con todos los demás mis hermanos,

justo a su digna memoria.

es la única demostración que puede

Tan modesta como el fin de una vida

admitir con profundo reconocimiento.

virtuosa. No se han alzado velos fúne-

Habría sido muy honroso para mis

bres, ni imágenes de duelo magnífico.

hermanos, y para mí, haber visto

La Señora Doña Agustina López de

asociado al duelo, en las exequias de

Rosas, madre del General Don Juan

mi muy amada Señora madre, a una

Manuel de Rosas, ha bajado sin pom-

Comisión de la Honorable Junta de

pa al sepulcro. Así ha sido su última

Representantes. Más la última volun-

virtuosa voluntad. Pero esto no le ha

tad de la Señora que dispuso que sus

privado de las sinceras lágrimas del

funerales fueran rezados y que asistie-

amor y aprecio universal, del profun-

ran solamente a ellos sus deudos y los

do e íntimo dolor con que sus res-

cófrades de la Hermandad de San Be-

petables hijos y familia deploran su

nito en que estaba asentada. Además

muy sensible e irreparable pérdida,

considero de mi deber, y es conforme

del acendrado pesar de sus numerosos

a mis principios, no aceptar ninguna

amigos y de aquella aflicción elocuen-

demostración que no sea particular,

te que sienten los pobres y desvalidos

en circunstancias que tan inmediata-

cuando deja de existir la persona be-

mente me afectan.

néfica que socorría su miseria o favo-

Aunque estas razones no me permiten

recía su desamparo.

admitir el distinguido y generoso tes-

Ese homenaje es el más digno de los

timonio de consideración y afecto que

que pagan a la naturaleza un tributo

me dan los Honorables Representantes,

inevitable y cesan de cumplir los de-

siempre lo tendré en mi más alto aprecio

beres de la Religión, de la naturaleza y

e íntima gratitud. Las reflexiones cristia-

de la sociedad. Es un profundo y no-

nas con que V.S. procura consolarme en

ble consuelo para los pesares que ha

nombre de tan dignos ciudadanos, y en

excitado profundamente la dolorosa

el suyo propio, me alientan a sobrelle-

pérdida de la Señora Doña Agustina

var resignándome a la voluntad de la

López de Rosas.

Divina Providencia, el dolor que siento

Dejó de existir en la mañana del 12

por la sensible pérdida de una madre

del corriente después de una tan larga

tan cariñosa que amaba a proporción

como afligente enfermedad que sobre-

de sus méritos y virtudes.

llevó con sublime resignación cristia-

22

na y esperanza en Dios Nuestro Señor,

La Gaceta Mercantil, bajo el título “Necrología”, publicó una reseña biográfica de doña Agustina, en la que destacaba algunos episodios de su vida:

dando a su familia y a la sociedad el ejemplo propio de su vida ejemplar. La Señora Doña Agustina López de Osornio de Rosas nació el 28 de

61


62

agosto de 1769. Sus padres fueron D.

posos que han legado a sus hijos un

Clemente López de Osornio y Doña

patrimonio cuantioso adquirido con

Manuela de Rubio. Su respetable pa-

la más moral laboriosidad, virtud y

dre, dueño del Rincón de López, 40

honrado proceder, y un modelo para

leguas de esta Ciudad, fue un ciuda-

la sociedad.

dano distinguido que con un hijo suyo

Después que tuvo la desgracia de

sacrificó gloriosamente su vida por la

perder a su esposo, comprobó la alta

Patria resistiendo a los indios que en

capacidad que la distinguía y conti-

aquella época dominaban los campos

nuó mejorando sus intereses con sa-

de la Provincia de Buenos Aires que lo

bio arreglo, disponiendo de ellos con

sacrificaron a una bárbara venganza.

oportuna y noble generosidad y bene-

Esta desgracia sucedió en el año 1783,

ficencia, y cuidando de cuatro nietos

y el dolor puso término al poco tiem-

que quedaron a su cargo por el sen-

po a los interesantes días de su virtuo-

sible fallecimiento de una de sus hi-

sa esposa.

jas. Ellos por sus virtudes y cumplida

La Señora Doña Agustina López de

educación social y cristiana, muestran

Rosas quedó, a la edad de 15 años,

el fruto de la que tan tierna y acerta-

encargada de sus dos hermanos me-

damente dirigió sus primeros años y

nores, a quienes cuidó y educó con

los habilitó para el desempeño de los

cariño, afecto y capacidad.

deberes de la sociedad.

La sociedad le dio merecidamente un

La virtuosa dama ha dejado en sus

distinguido lugar entre las Señoritas

hijos e hijas, tan respetables y apre-

de más virtud, distinción y mérito.

ciados por los títulos más justos, otro

A los 20 años, se unió en matrimonio

cuadro en que debe haber descansado

con D. León Ortiz de Rosas, sobrino

tranquilamente su ánimo cristiano al

nieto del Conde de Poblaciones.

finalizar su misión de esposa y de ma-

La señora y sus hermanos heredaron

dre sobre la tierra.

de sus padres las Estancias del Rincón

Soportando con virtuosa resignación

de López y la del Valle de Santa Ana.

cristiana, por más de diez años, los pa-

Esta última era la segunda que había

decimientos de una penosa cruel en-

adjudicado al Sr. Morán, don Juan

fermedad, dio a admirar su constante

de Garay, fundador de esta ciudad de

conformidad y valor moral. Desde el

Buenos Aires.

lecho de su dolencia esparcía sus be-

La señora Agustina López de Rosas,

neficios y caridad, sobre los pobres

por su singular virtud, gobierno do-

que socorría generosamente y muchas

méstico y actividad, con el esmero de

veces antes de su postrera postración

su respetable esposo, que pasó a des-

olvidando sus propios dolores, se hizo

empeñar la Comandancia del Rey de

conducir a las casas de los enfermos

Tubicha Maini, o del Guaraní, aumen-

pobres para curarlos con sus manos, y

tó su fortuna, siendo tan recomenda-

socorrerlos con sus limosnas. La viu-

ble la contracción de estos buenos es-

da, el huérfano, el desvalido hallaron


beneficencia y amor de esta Señora

lar; y que fuese rezado su funeral al

cuya pérdida lloran los pobres y des-

que asistirían solamente sus deudos y

validos a quienes ella llamaba tam-

aquellas personas de la Cofradía pia-

bién sus hijos.

dosa de San Benito a que pertenecía,

En varias de las casas de su propie-

que quisieren practicarlo.

dad habitan familias pobres, sin pagar

Estas disposiciones revelan un fondo

alquiler. La Señora les concedía este

de virtud humilde y de caridad que

señalado beneficio, propio de una be-

honran altamente la memoria de tan

neficencia ilustre.

distinguida Señora.

Su virtuosa economía y su modo de

No pudiendo celebrarse en el Tem-

vivir, con abundancia y decencia, pero

plo una misa de cuerpo presente que

sin fausto, aumentaban el caudal de

había dispuesto en su testamento, en

su caridad ejemplar.

razón de prohibirlo en general un de-

Dio una prueba de su capacidad y

creto superior,23 nuestro Illmo. Señor

acendrado cariño a su amado hijo

Obispo Diocesano celebró privada-

D. Juan Manuel, no distrayéndolo de

mente Santo Sacrificio en la habita-

sus deberes e inmensas atenciones pú-

ción en que falleció la Señora y donde

blicas, en ningún caso, ni aún en sus

yacían sus restos.

últimos momentos, recordándolo con

Después de este acto piadoso fueron

maternal afecto, y bendiciendo sus

conducidos al Cementerio del Norte

tareas para la felicidad y gloria de la

el 13 del corriente a las siete de la ma-

Patria. A su amado hijo, D. Gervasio

ñana, habiendo fallecido a las 8 y 41

Rosas, a quien nombró su albacea, le

minutos de la mañana del día 12. La

encargó se aconsejase de su hermano

última enfermedad terrible que termi-

D. Juan Manuel de Rosas con cuyo

nó sus días principió el 13 de octubre

entero acuerdo se ha cumplido la úl-

de este año, y tuvo su fatal desenlace

tima voluntad de la Señora.

el 12 del corriente a la hora expresa-

Es una de sus distinguidas virtudes el

da. Durante esta enfermedad tan pe-

patriótico interés que comprobó siem-

nosa recibió todos los auxilios espiri-

pre por la causa nacional de la Confe-

tuales con ardiente fe y esperanza en

deración Argentina, y por su gloriosa

las misericordias del Divino Salvador.

independencia. Nada reservó para

El cortejo que siguió sus restos has-

sostenerla, ni sus hijos, ni su fortuna,

ta depositarlo en el Cementerio del

ni sus consejos y acciones altamente

Norte, se componía de los ciudada-

recomendables.

nos Dr. D. Felipe Arana, Canónigo y

En su disposición testamentaria man-

Dignidad Dr. D. Miguel García, Dr. D.

dó, que después de sus días, fuese

Tomás Manuel de Anchorena y D. Ni-

conducido su cadáver en el carro de

colás Anchorena, representando a los

los pobres; y sólo los acompañasen

tres hijos de la Señora finada, D. Juan

los deudos necesarios, sin que se hi-

Manuel de Rosas, D. Prudencio O. de

ciese ninguna demostración particu-

Rosas y D. Gervasio Rosas, y su hijo

63


político D. Lucio Mansilla. Seguían sus hijos políticos D. Tristán Valdez, D. Francisco Saguí, Dr. D. Miguel Rivera, D. Felipe María de Escurra, y su nieto D. Juan O. de Rosas. Iban enseguida a caballo sus nietos D. Carlos María de Ezcurra, D. Felipe María de Ezcurra, D. León O. de Rosas, D. Lucio Mansilla (hijo), D. Alejandro Valdez, D. Franklin Bond y D. Andrés López. Asociamos íntima y respetuosamente nuestro intenso pesar al profundo dolor que siente la respetable familia de la Señora. Da. Agustina López de Rosas por su muy sensible pérdida.24

No hay otra mención más que esta en la Gaceta Mercantil. Contrasta la humildad y las mínimas crónicas de las exequias de doña Agustina, con los honores rendidos en su momento a su marido don León Ortiz de Rosas, fallecido el 15 de agosto de 1839, y a la mujer del gobernador doña Encarnación Ezcurra de Rosas, el 20 de octubre de 1838. En 1846, comenzó el juicio de sucesores del matrimonio Ortiz de Rozas y López de Osornio. Para esto, lo que había dispuesto doña Agustina, lo respetaron a raja tabla, y así, según su voluntad –que estaba más allá de cualquier ley, como le diría al escribano– se cumplió acabadamente.25

Retratos de los padres de Rosas: Agustina López de Osornio y León Ortiz de Rosas. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 128504.

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V


NOTAS 1. Januario nació el 19 de septiembre de 1720 en la villa de Santiago de Foz, obispado de Mondoñedo, provincia de Lugo. Hijo de Manuel Fernández do Eijo y de Victoria López de Neyra. Para más detalles, véase: Martínez Gálvez, M. A. (1957): “Los Fernández do Eijo”, en Genealogía, Buenos Aires: N.º 12, Instituto Argentino de Ciencias Genealógicas , p. 95. 2. Hija del Capitán Nicolás de Echeverría y Galardi, guipuzcoano, y de su esposa Ignacia Rodríguez de Figueroa y Arias, porteña; hermana del canónigo doctor Marcos Rodríguez de Figueroa, deán de la Catedral. Para más detalles, véase: Martínez Gálvez, M. A. (1957): op. cit., p. 95. 3. María Ignacia de Echeverría descendía por línea materna de los conquistadores y primeros pobladores de Buenos Aires, entre ellos: Bernardo “el Hermano Pecador” Sánchez, Diego López Camelo, Juan “el Veinticuatro” Barragán, Rodrigo de Soria Cervantes, Diego de Arias Velasco. Para más detalles, véase: Martínez Gálvez, M. A. (1957): op. cit., p. 95. 4. Williams Álzaga, E. (1986): Figuras de otros tiempos, Buenos Aires: Emecé, p. 11. 5. Martínez Gálvez, M. A. (1957): op. cit., p. 96. 6. Elissalde, R. L. (2013): “En Retiro, Buenos Aires tuvo su plaza de toros”, en La Nación, Buenos Aires: 13 de julio. Disponible en línea: https://goo.gl/bDF6Eb 7. Díaz, C. (2013): “Orígenes. Indios y estancias (1580-1913)”, en El Colono, Buenos Aires, edición especial por los 100 años de Pipinas, 14 de diciembre, p. 2. 8. Hogg, R. (1931): Patricio Lynch, Buenos Aires: Biblioteca del Suboficial. 9. Guzmán, Y. (2011): La estancia colonial rioplatense, Buenos Aires: Claridad, p. 145. 10. La fracción de campo llamada “Pancho Díaz”, una vez que murió don Francisco Piñeyro (17861848), pasó a manos de su hija Celina Piñeyro de Álzaga (1831-1911) y, a la muerte de ella en 1911, a sus hijos: Petrona Gregoria Cayetana de Álzaga (1851-1927), la hija mayor, casada con el reconocido cirujano Ignacio Pirovano (1846-1895) y Emilio Dionisio de Álzaga, el menor (1877-1963). 11. Guzmán, Y. (2011): op. cit., p. 151. 12. Elissalde, R. L. (2018): “Mujeres estancieras, pioneras y heroínas de un tiempo difícil”, La Nación, Buenos Aires: 10 de febrero. Disponible en línea: https://goo.gl/tTDKmJ 13. Sáenz Quesada, M. (1991): Mujeres de Rosas, Buenos Aires: Sudamericana, p. 14. 14. Mc Lean, L. (2008): “Relaciones históricas de la medicina de Argentina y Gran Bretaña”, en Anales, Buenos Aires: Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, p. 455. 15. agn: Sucesiones, Legajo 7280, Folio 6, Año 1846. 16. Carta publicada en el diario La Gaceta Mercantil, N.º 6656, 13 de diciembre de 1845. 17. Al respecto, de la relación entre los hermanos, en su libro ya citado Mujeres de Rosas (Sudamericana, 1991), Sáenz Quesada dice: “La rivalidad entre Juan Manuel y Gervasio Rosas venía de lejos y posiblemente había en ella rastros de celos por el afecto materno. Gervasio gozaba de la plena confianza de su madre que lo nombró su albacea. Juan Manuel diría que él no recibió esta responsabilidad porque estaba demasiado ocupado en asuntos políticos y su madre no había querido cargarlo más aún. Pero lo cierto es que Gervasio tenía claro que si él había podido eludir sin mayores peligros el riesgo de ser opositor a su hermano había sido gracias a la protección materna”. 18. Carta publicada en el diario La Gaceta Mercantil, N.º 6659, 17 de diciembre de 1845. 19. agn: Sucesiones, Legajo 7280, Año 1846. 20. Ibidem. 21. Extracto del diario La Gaceta Mercantil, N.º 6662, 20 de diciembre de 1845. 22. Ibidem. 23. Era el tercer domingo del Tiempo de Adviento. 24. Texto extraído del diario La Gaceta Mercantil, N.º 6659, 17 de diciembre de 1845. 25. agn: Sucesiones, Legajo 7280, Año 1846.

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La religiosidad y la muerte Cofradías de las Ánimas en Buenos Aires por María Teresa Fuster

Las cofradías de las Ánimas cumplieron una función social importante durante el siglo xviii. No solo canalizaban las necesidades psicológicas de los individuos con relación a la muerte, brindándoles la seguridad de una trascendencia eterna, sino que también formaban parte del entramado social, político y religioso del período colonial, donde el buen nombre, el prestigio y la notoriedad social ocupaban un lugar central dentro del sistema existente.

El 10 de enero de 1791, se presentó ante las autoridades virreinales de la ciudad de Buenos Aires una propuesta para la constitución de una Cofradía de las Ánimas en la iglesia de San Miguel Arcángel. En realidad, la primera solicitud se había verificado trece años antes; en esa oportunidad, el juez ordinario eclesiástico la había aprobado, pero su puesta en marcha quedó relegada, lo que haría necesario tramitar nuevamente los permisos para su creación. La cofradía que se pensaba levantar tenía una característica especial –extraña, podría decirse, si la miramos desde nuestra actualidad–: su finalidad era la de auxiliar y pedir clemencia a la divinidad por las almas de los difuntos que, según sostenía su creencia, estaban en el purgatorio. Para lograr la salida de estas almas de ese lugar de tránsito (pues el dogma afirmaba que estaban a la espera

de la benevolencia de la divinidad para pasar a un estadio superior) era necesario que se rezara mucho y que se celebraran muchas misas por ellas. Como estas ceremonias no eran gratuitas, las cofradías brindaban la posibilidad a sus miembros, mediante el pago de una cantidad mensual, de contar con la ayuda necesaria para que sus almas lograran salir del purgatorio cuando se produjera su muerte. La principal función de este tipo de asociaciones era, entonces, el culto a los difuntos mediante la ofrenda de misas y otras actividades religiosas, culto que se llevaba a cabo no solo durante el hecho de una muerte, sino durante todo el año. Tras recibir la solicitud para fundar esta cofradía, el virrey derivó el expediente al obispo de Buenos Aires, Manuel. Este, luego de analizarlo, rechazó la petición:

Vista del frente de la antigua iglesia de San Miguel Arcángel. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 871.

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… está prohibido que en el Distrito de una misma parroquia haya dos cofradías de un propio nombre y advocación siendo también constante que, las de las Animas deben estar en las parroquias por ser la matriz de los

originan en el siglo xvi, tras el reconocimiento oficial por parte de la Iglesia católica de la doctrina del purgatorio en el Concilio de Trento2. Sin embargo, según Philippe Aries, las cofradías comenzaron a aparecer en Europa unos tres siglos antes.3

fieles y porque las indulgencias del día de los difuntos están asignadas a

Cofradías o hermandades

los oficios de las propias parroquias, a la que se agrega que erigidas o establecidas

dichas

cofradías

en

los predichos términos, se estorban unas a otras para las colectas de las limosnas y para el concurso y aplicación de los feligreses a un mismo fin, culto y obsequio de Dios y beneficio de las almas…1

Desde 1727, en la iglesia de San Miguel, ya actuaba otra cofradía, la Hermandad de la Santa Caridad; por ello, el obispo de Buenos Aires, Manuel, decidió denegar la autorización el 14 de Julio de 1791. Ante nuevas peticiones de los cófrades, el obispado determinó que se levantara una Cofradía de las Ánimas, pero en otra iglesia. No era lógico que, en una misma parroquia, funcionaran dos cofradías, por más que tuvieran distintos objetivos. De este modo, el obispo decretó que fuera la iglesia de Montserrat la sede de esta nueva asociación y así, el 28 de enero de 1792, finalmente, comenzó el ejercicio de sus funciones la Cofradía de las Ánimas en aquella iglesia. El expediente se cerró el 23 de marzo de ese mismo año. Pero ¿en qué momento podemos situar el origen de este tipo particular de asociaciones? Si bien el culto a los muertos es una tradición antiquísima que se pierde en el origen de los tiempos, las hermandades o cofradías que profesaban el culto a las ánimas o almas se 68

Podemos definir las cofradías o hermandades como núcleos asociativos de cristianos dedicados a un fin determinado, que mantenían una relación estrecha con el culto o el servicio religioso. El auge de estas asociaciones fue durante el siglo xviii aunque, en la actualidad, algunas siguen funcionando, principalmente, en territorio europeo. En la América hispana, por otro lado, eran muy populares: desempeñaron funciones sociales, políticas, religiosas y económicas de trascendencia durante todo el período colonial. Una de las razones por la cual estas asociaciones se multiplicaban en nuestro continente era que brindaban a sus miembros ciertas ventajas importantes, tales como ayuda material, acceso a espacios de sociabilidad (hecho muy apreciado, especialmente, para los recién llegados de la Península). Además, otorgaban un fuerte sentido de pertenencia a un grupo, con un objetivo común y concreto como lo era la manifestación pública de obras de religiosidad. Existían muchos tipos de cofradías. Algunas de ellas oficiaban como sistema de ayuda solo para sus miembros; otras también se dedicaban a diversas actividades de asistencia social para los necesitados. En general, las que se fundaban aquí estaban inspiradas en cofradías o hermandades madres ya existentes en la Península. Podemos citar, por ejemplo, a la Hermandad de la Santa Caridad de Buenos


Aires, una de las más importantes asociaciones caritativas del siglo xviii, que fue erigida en imitación de la Hermandad de la Caridad de Cádiz, cuyas reglas y estatutos copió. Dicha hermandad brindó auxilio a niñas y a mujeres en estado de abandono y se ocupó de asistirlas en aspectos sensibles como su educación, salud y asilo.4 Los miembros de estas asociaciones eran, en su mayoría, laicos; sin embargo, algunos sacerdotes, a título personal, también formaban parte de ellas. La decisión de abrirlas derivaba, frecuentemente, de un grupo de iguales que tenían la voluntad de asociarse con un determinado fin, aunque no podemos dejar de mencionar que hubo algunas –una minoría– originadas por la voluntad de una institución. Por ejemplo, la cofradía de la Presentación, en la ciudad de Córdoba, debió su creación al Cabildo de la ciudad.5 Asimismo, abarcaban todas las clases sociales. Las había según profesiones, como las de militares o de artesanos; o según castas también, como las de negros, de indígenas, de nobles o de miembros de la elite. Algunas cofradías llegaron a contar entre sus miembros a los mismos reyes. Tal fue el caso de la Real Hermandad y Cofradía del Señor de la Caridad en la Península, que agrupó en su seno a varios monarcas españoles, como los Reyes Católicos, Juana i, Carlos i, Felipe ii, y a otros personajes destacados de la nobleza. Funcionaban como elementos claves para el desarrollo de la vida cristiana de los habitantes de las diferentes ciudades, a través de actividades relacionadas con el culto, con la ayuda mutua y con obras caritativas como el entierro de difuntos o la atención a enfermos, huérfanos y desvalidos, entre otras. Estas obras se financiaban por contribuciones de sus cofrades, por donaciones de personas piadosas

y por la recolección de limosnas voluntarias. En un momento en que la ayuda social por parte del Estado no existía, estas asociaciones cubrieron un vacío importantísimo. Durante el siglo xviii, funcionó un número considerable de estas asociaciones en el Río de la Plata. Según Roberto Di Stefano, existieron unas treinta y cinco en Buenos Aires, más de veinte en Córdoba y alrededor de quince en Jujuy.6 Este es un número interesante si tenemos en cuenta que la cantidad de población en la ciudad de Buenos Aires, según el censo de 1778, era de 24.023 habitantes.7 Las cofradías de las Ánimas, de las cuales nos ocuparemos, eran muy comunes en una sociedad como la del Antiguo Régimen, donde se convivía con la idea de la muerte como algo cotidiano. No era un tabú para el pensamiento ni una idea desechada como en la actualidad. Según estudios demográficos la esperanza de vida al nacer en España para el año 1787 (tomando como referencia la Península) oscilaba entre 25 y 32 años; entre 1863 y 1870, el promedio era de 25.5 a 41.7. Es decir, en unos ochenta años, la expectativa de vida había subido alrededor de diez años;8 mientras que, en la actualidad, en España (si seguimos tomando como referencia la Península), entre 1992 y 2013, la esperanza de vida es de 73.9 a 80 años en el caso de los hombres y de 81.2 a 85.6 en el de las mujeres.9 Hoy la muerte no es vista como propia ni familiar; preferimos no considerarla, la bloqueamos de nuestra mente. Esto puede deberse a que los avances médicos lograron prolongar la existencia varias décadas y la vemos más lejana o tal vez a que las creencias religiosas no ocupan ya un lugar primario dentro de nuestras vidas y dejaron de cumplir una función paliativa para el vacío que produce la muerte de un ser querido o el temor a la propia inexistencia.

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Sin embargo, para la mentalidad religiosa predominante en el Antiguo Régimen, la vida después de la muerte era una realidad incuestionable y era posible hacer algo por los queridos difuntos y hasta prever para ellos mismos los actos que les garantizasen la vida después de la muerte en una dicha celestial. Por lo tanto, el velatorio, el cortejo fúnebre, el duelo por los muertos, las misas, las luminarias por las almas, todo adquiría una importancia capital. Y estas cofradías, que garantizaban la concreción de rituales para el difunto, eran muy activas y populares, con gran número de miembros. Los cofrades abonaban una cantidad mensual estipulada. Esta mensualidad tenía el objeto de que, en el momento de ocurrir el deceso de algún cofrade, la hermandad se encargaría de las honras fúnebres y de la realización de las misas programadas por el alma del fallecido. En aquella época, “el bien morir” implicaba no solo haber recibido el sacramento de la extremaunción por un sacerdote consagrado, sino también una serie de rituales y llamativos actos en su honor, que tenían un costo muy elevado para los deudos.10 Estas honras que las cofradías se obligaban a cumplir, tan importantes eran que existen registros de causas judiciales iniciadas contra estas asociaciones por incumplimiento de sus obligaciones. Por ejemplo, la causa judicial iniciada el 6 de enero de 1805 en la ciudad de Buenos Aires. La carátula del expediente reza: “Don Juan Bautista Zelaya como Albacea de su finado suegro Don Agustín Alberdi pidiendo se obligue a los que tienen el Gobierno económico de la Cofradía de Animas de la Parroquia de San Nicolás de Bari al cumplimiento en que esta de hacer honras a los hermanos difuntos”. Juan Bautista Zelaya, en su carácter de albacea, presentó ante las autoridades el siguiente reclamo:

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Que el 28 del pasado Diciembre falleció en esta ciudad mi padre político

Don

Agustín

Alberdi

Hermano de la Cofradía de Animas de la Parroquia de San Nicolás de Bari. Yo como su Albacea Testamentario he procedido a la facción de sus funerales y para completo de ellos he ocurrido al Hermano Mayor de dicha Cofradía para que dispusiese tuviesen efecto los que por parte de ésta deben hacerle.11

La mencionada cofradía, ante el requerimiento de los familiares del cofrade difunto, adujo que este adeudaba veintiún pesos en luminarias y que, por tal razón, no habían realizado las honras correspondientes. Entonces, el albacea presentó el recibo donde constaba el pago solicitado de veintiún pesos, y argumentó lo siguiente: Más es el caso Sr. Excelentísimo que la Cofradía de Animas está obligada a hacer honras a cada uno de los cofrades que mueren porque aun no lo previene la primaria constitución se halla así acordado desde el año de 1798 en que viendo los hermanos que el aumento de la cofradía había hecho crecer las entradas de luminaria y que se hallaba con un fondo de más de mil pesos determinaron en una Junta que hicieron los vocales se hicieran dichas honras a cada hermano finado como consta del Libro de acuerdos. En esta virtud así se ha practicado con todos los que han muerto desde la fecha de dicha Junta hasta poco tiempo ha, en que o la omisión de los interesados o la voluntariedad de los que gobiernan la cofradía han hecho olvidar aquella obligación con perjuicio de las almas a


cuyo alivio son, y deven ser destinados los fondos de luminarias y demás que se recogen…12

Las cofradías, al tiempo de su formación, redactaban constituciones, por las cuales debía reglarse su accionar. Estas establecían la obligatoriedad de las honras fúnebres a sus miembros, hecho que se había descuidado en el caso del fallecido Agustín Alberdi. Zelaya realizó varias presentaciones para hacer valer los derechos que tenía el difunto de recibir las honras correspondientes. De este modo, el 16 de febrero de 1805, las autoridades virreinales decidieron que:

entierro de un miembro, ante las presentes circunstancias económicas, pasaba ser insuficiente. Además, se planteaba el problema de la carencia constante de metálico en mano, lo que dificultaba aún más el panorama para los miembros que debían aportar su cuota regular en las cofradías. Todo esto redundaba en que, muchas veces, estas no contaban con el dinero necesario para cubrir los gastos a los que se habían comprometido. Finalmente, el 31 de diciembre de 1805, se cerró el expediente con la siguiente sentencia: No

ha

lugar

la

solicitud

particularmente deducida por Don Juan Bautista Zelaya: Pero siendo

Intímese al Hermano Mayor de la

sin embargo conveniente que se fije

Cofradía de Animas de la Parroquia

una regla general acerca del punto

San Nicolás de Bari cumpla dentro del

cuestionado no solo por el mayor

tercer día bajo apercibimiento con lo

aumento y progreso de la Cofradía

mandado en la providencia que se cita.

de la Animas establecida en la

[Rúbrica] Basavilbaso.

Iglesia de San Nicolás sino por ser

13

sumamente conveniente que a las

La cofradía adujo que no contaba con ingresos suficientes para realizar las honras solicitadas y presentó detalles de sus ingresos y de sus egresos para demostrarlo. Debemos tener presente que uno de los problemas a los cuales no fue ajena la sociedad colonial era el aumento de los precios y la depreciación de la moneda española, más aún en el tiempo de la presentación de esta causa judicial. Durante la primera década del siglo xix, el contexto político y económico en el que estaban sumidos España y el resto de Europa no era favorable, las denominadas guerras napoleónicas insumían la mayor parte de los fondos reales y las colonias americanas quedaban libradas a su suerte. Por ello, lo que en su momento se había estipulado como un valor razonable para sufragar los gastos del

de sus hermanos difuntos no se las prive de unos sufragios que se hallan establecidos aún en las de Pardos y Morenos supuesto que a su entrada y en vida de los mismos hermanos contribuyen

con

la

luminaria

o

pensión asignada. Pásese orden a la Junta de Gobierno de dicha Cofradía para que acuerde lo conveniente sobre la materia separándose del sistema de discordia y personalidades que pueden haver dado mérito a la suspensión del acuerdo que se refiere celebrado en el año 1798 de cuyo resultado avisaría a esta Superioridad para las ulteriores disposiciones que convengan, exigiéndose de los Curas Rectores que la limosna de aquellos

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sufragios sea la más equitativa a efecto de que nunca falten fondos en la Cofradía con que verificarlos para lo cual podrá celebrarse un ajuste o contrata qual la que se acostumbra en las Iglesias de los regulares quienes por una moderada suma con que se les contribuye anualmente hacen las exerquias de los Hermanos difuntos de las Hermandades o Cofradías fundadas en sus citadas Iglesia. En el propio se paso la orden prevenida a la Junta de Gobierno de la Cofradía de las Animas.14

Esta sentencia mostró la importancia que tenía, para las autoridades, el accionar de estas asociaciones pues, si bien no dio lugar al reclamo de Zelaya, fijó como regla general que las cofradías estaban obligadas legalmente a ocuparse de sus miembros, es decir, a emplear de un modo equitativo sus ingresos para ofrecerles la posibilidad de disfrutar de las honras en su memoria. Constituciones de las cofradías de las Ánimas Las constituciones de este tipo de asociaciones nos pueden ayudar a entender su funcionamiento. Tomaremos como base las constituciones propuestas de la Cofradía de las Ánimas que se pensaba establecer en la iglesia de San Miguel en 1792,15 dedicada a la Virgen de los Remedios (patrona ya de la Hermandad de la Santa Caridad que funcionaba desde 1727 en dicha Iglesia), así como también las constituciones de la Hermandad de María Santísima de los Dolores y Sufragios de las Benditas Ánimas del Purgatorio16 establecida en la catedral de Buenos Aires. Esta última es más antigua: sus constituciones datan de 1750.

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En un principio, los interesados en fundar una cofradía debían dirigirse al obispo, o al provisor y vicario general, para pedirle la licencia correspondiente y la aprobación de sus constituciones. Existían normas para su fundación, que se promulgaban en las disposiciones con fuerza de ley que emitía el rey. Estas eran conocidas como Reales Órdenes, por lo tanto, también debían contar con el aval gubernamental. Según las constituciones presentadas para su aprobación ante las autoridades seglares y religiosas, la Cofradía de la Virgen de los Remedios que se pensaba abrir, acogería a cualquier cristiano, sin distinción de casta ni sexo, aunque era requisito ser de buenas costumbres, no tener mala reputación ante sus congéneres y pasar un previo examen del Capellán sobre “los misterios de la religión”.17 La Cofradía de la Iglesia Catedral era más exclusiva, solo admitía a miembros de “sangre limpia” (lo que excluía a mestizos, indios y esclavos) y de “buenas costumbres”, que no realizaran ningún “ejercicio vil”, es decir, cualquier oficio manual o mecánico considerado indigno de ser realizado por una persona de estirpe.18 La apertura que tenía la iglesia de San Miguel para recibir como miembros a gente de la más variada casta, evidentemente, tenía que ver con la ubicación de su capilla en las antiguas calles Piedad y San Miguel (actualmente, Bartolomé Mitre y Suipacha). Esta era una zona más humilde que la de la catedral, situada frente a la Plaza Mayor, que era el lugar donde vivían los miembros de la elite. Para ingresar tanto en la Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores como en la de la Virgen de los Remedios, los interesados debían traer “una vela de cera, dos pesos de entrada y cada año concurrirían con cuatro reales de limosna”19.


El arancel era el mismo en ambas, aunque entre una constitución y otra había un lapso de más de cuarenta años. Esto indica, no que el valor del peso se haya mantenido estable en ese tiempo, sino que no se había actualizado o, posiblemente, existiera un acuerdo tácito de mantener el mismo arancel para ingresar (quizás, sugerido por el Tribunal Eclesiástico o regido por la costumbre). Su organización era similar, de tipo vertical. Su junta directiva estaba compuesta por un hermano mayor, un hermano menor, un tesorero, dos procuradores, un mullidor (encargado de anunciar a los hermanos los actos o los ejercicios a los que debían concurrir), un secretario, un sacristán mayor y un sacristán menor. Estos eran los principales cargos de la hermandad. Quienes los ocupaban participaban en las juntas periódicas, donde se tomaban decisiones con respecto al quehacer de la asociación. Al resto de los componentes, se los designaba simplemente por el nombre de “hermanos”. En las constituciones de la Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores, se agregaba el cargo de consiliario, que era el encargado de llevar la asistencia dentro de las juntas y el de contador, que se encargaba los libros contables de la cofradía. En el caso de una cofradía más chica, como la de la Virgen de los Remedios, estas funciones las desempeñaba el tesorero. La elección de dichos cargos la realizaban los miembros de la misma junta con el contralor de un vicario enviado por el Tribunal Eclesiástico. Su duración era anual,20 aunque la reelección estaba contemplada. Las constituciones eran las que fijaban las reglas para las elecciones. En el caso de la Cofradía del Rosario, se había estipulado que el primer domingo de la fecha que correspondiera, previo aviso al Tribunal Eclesiástico, se efectuaba el

proceso de elecciones. Se convocaba a la junta con toque de campana; tras la llegada de los asistentes, la reunión comenzaba con un himno religioso y una oración a cargo del capellán mayor, que toda la junta escuchaba de rodillas; luego, se procedía a la elección del hermano mayor por voto cantado o secreto, según el acuerdo de las constituciones y, tras esta designación, se continuaba con el resto de los cargos. Como el prestigio y el mantenimiento del orden social eran prioritarios en la estructura de la sociedad, cobraba capital importancia el orden de los asientos en las juntas y ceremonias, así como en las misas y en las procesiones que realizaran. Las constituciones dedicaban un apartado especial a la ubicación de la presidencia y al orden de asientos que ocuparía cada miembro. Responsabilidades En cuanto a sus obligaciones, el hermano mayor era el convocante a las juntas periódicas y, no solo debía presidirlas, sino también encargarse de que se respetasen y cumpliesen las decisiones allí tomadas, concernientes al funcionamiento de la hermandad. Estas se celebraban una vez al mes o, si las circunstancias lo ameritaban, antes. En cada una de ellas, por lo general, estaba presente un enviado del obispado. Las decisiones se registraban en el Libro de Actas y eran firmadas por todos los miembros de la junta. Por otro lado, el hermano menor era el reemplazante del hermano mayor, en caso de que este no pudiera cumplir sus asignaciones; dentro de sus funciones, también se encontraba la de asear y arreglar el altar mayor de la iglesia para las festividades y ceremonias. El tesorero recibía las limosnas y cobraba las luminarias anuales de sus miembros.

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Para esto, llevaba un libro de cargo y data. En el caso de la Cofradía de los Dolores, estas tareas las realizaba el contador. El tesorero, además, en caso de fallecimiento de un miembro, se encargaba de suministrar el dinero necesario para el entierro y los servicios, así como de repartir las velas para los ritos. El secretario llevaba registro de las juntas en el Libro de Actas, donde asentaba constituciones y acuerdos. Registraba a los nuevos miembros de la cofradía, a los fallecidos y realizaba inventarios periódicos de los bienes de la asociación. El síndico procurador era el encargado de llevar un arca pequeña con tres llaves: una en poder del capellán, otra en poder del tesorero y la última en poder de un hermano designado. Allí se guardaba el dinero y otros bienes valiosos de la hermandad. El mullidor era una especie de “secretario del hermano secretario”. Si se necesitaba un encargo durante la realización de la junta, él se encargaba de realizarlo. Además, llevaba las invitaciones para las reuniones periódicas de la junta. Cabe destacar, por último, que el capellán mayor cumplía un papel central. Junto con el hermano mayor, también presidía las juntas y las fiscalizaba. Como es de imaginar, los conflictos en el seno de estas juntas no eran extraños, especialmente, entre las autoridades religiosas y las seglares. Un caso notable fue el de las disputas en el interior de la Hermandad de la Santa Caridad entre José González Islas (capellán mayor) y los sucesivos hermanos mayores por más de cuarenta años que, en algunos momentos, tomaron ribetes violentos.21 Ceremonias y oraciones Dado su carácter religioso, sus funciones espirituales y la realización del culto era central

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dentro de estas asociaciones. De hecho, todas las reuniones comenzaban con una plegaria dirigida por el capellán. Los sacristanes y procuradores se ocupaban de repartir cera, encender velas, componer los altares, tocar las campanas para convocar a los miembros y cuidar el aseo del altar. Las dos cofradías mencionadas admitían en su seno a mujeres quienes, durante las festividades, colaboraban activamente en el embellecimiento del templo. Sin embargo, durante las ceremonias, su presencia siempre quedaba relegada a un plano secundario y su ubicación en la iglesia era marginal, alejada de los principales miembros de la hermandad. Se establecía, además, que debían comulgar separadas de los hombres. Respecto del programa de ceremonias, podemos mencionar como la principal la del culto a la virgen o santo al cual estaban especialmente consagradas: la Virgen de las Dolores en el caso de la que funcionaba en la catedral y la Virgen de los Remedios en la que funcionaba en la iglesia de San Miguel. El día de la virgen o santo al que estaban dedicados lo celebraban con vísperas, misas cantadas, sermones, recolecciones especiales de limosnas, sufragios por las ánimas y solemnes procesiones a su favor, llevando en andas la imagen de la virgen. Dicha procesión comenzaba en la capilla y terminaba en el cementerio; en el camino, distribuían responsos impresos dedicados a la divinidad. En las constituciones de la Cofradía de la Virgen de los Dolores, aparecen las ceremonias detalladas; incluso, podemos encontrar las oraciones y las alabanzas cantadas que los fieles debían rezar o entonar.22 Por ejemplo, el rezo del “rosario de las llagas de Cristo” y la forma de hacer las “novenas” (nueve días dedicados a oraciones a favor del difunto).


Por otro lado, las oraciones estaban programadas: eran los lunes y viernes por la noche, momento en el que también sacaban unos estandartes de la virgen bordados con su imagen rodeada por las ánimas del purgatorio. La forma y el tipo de oración que se debía pronunciar estaban especificadas según la ceremonia.23 En las constituciones de la Cofradía de la Señora del Rosario, se establecía que la misa se debía celebrar para el novenario de las almas a las ocho de la mañana y a las cinco de la tarde; se rezaba la novena y se finalizaba con una procesión. Las funciones habituales se realizaban cada domingo a la tarde, donde rezaban a la corona de la virgen. Asimismo, los lunes se cantaba misa a la mañana; los hermanos daban una limosna de dos pesos y, si había procesión por el cementerio, daban tres pesos. La procesión era un acto muy ceremonioso, donde se evidenciaba claramente el orden social: la encabezaba el hermano mayor o el capellán, quienes llevaban el pendón o el estandarte de la virgen. En el caso de la Cofradía del Rosario, las constituciones establecían que era el capellán quien llevaba un pendón y velas encendidas. Los sufragios a favor del difunto (oraciones, sacrificios u obras por ellos) se condensaban, en general, en misas y novenas. Los servicios de entierro y funeral eran las principales preocupaciones de este tipo de hermandades. Por otro lado, según las constituciones de Nuestra Señora de los Dolores, se recogían con regularidad limosnas en la puerta de la iglesia y varios hermanos recorrían las calles solicitándolas. Los miembros debían aportar doce reales como cuota obligatoria.24 Cuando fallecía algún miembro, este tenía asegurado el entierro en la capilla; la

hermandad se comprometía a suministrar tumba, paño negro y seis velas de cera. Entre las ceremonias, estaba la misa cantada con cuerpo presente, otra con vigilia y diáconos el día de sus honras. Todos estos ritos revestían gran importancia para su mentalidad y eran una salvaguarda a la hora de pensar en el paso a la “otra vida”. Prestigio y religiosidad Es notable la visibilidad que buscaban tener estas cofradías con relación a sus actividades y obras. Su accionar no se circunscribía a las paredes de la iglesia a la cual servían: cada una de sus ceremonias era externa, bulliciosa, abierta al público. La teatralidad propia del barroco a la hora de realizar las ceremonias se conservaba. Era importante salir a la calle, hacerse ver, hacer procesiones ruidosas que, en algunos casos, incluían cohetes y salvas. Su intención era que el pueblo viera su accionar y reconociera la piedad de sus miembros quienes, en su gran mayoría, pertenecían a la clase alta. La música, las voces, las campanas, el murmullo de rezos y plegarias, todo tenía una parte importante dentro de las ceremonias que se realizaban, pero era el despliegue sonoro lo que impactaba en los oyentes demostrando la “distinción” y “piedad” de los miembros de la cofradía.25 La ceremonia más ruidosa era la del entierro de los cófrades, donde se evidenciaba la categoría que estos tenían. Al momento del fallecimiento de algún miembro, un hermano recorría la ciudad tocando una campanilla para anunciar este hecho; luego, se celebraba el rito. Este era impactante: la misa y el traslado del cuerpo, con todos los miembros de la hermandad a través de la ciudad. La ceremonia incluía rezos y cantos,

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así como el plañir de campanas y campanillas a su paso, acompañados de pregones a viva voz sobre los actos que había realizado y la religiosidad que había ostentado dicha persona antes de fallecer. La externalización de la piedad era el fin buscado: todos debían ver la religiosidad de los miembros de la cofradía y, en especial, de los miembros principales. Estos se destacaban ya que tenían el privilegio de llevar el pendón, el estandarte o la imagen de la virgen o el de ser los más cercanos a ella durante las peregrinaciones regulares que realizaban. Era notable el orgullo que manifestaban por ostentar tal piedad, la exhibición ante el pueblo de su bondad y caridad. Pertenecer a estas asociaciones era algo muy buscado: otorgaba prestigio y reconocimiento social. El historiador Enrique Florescano menciona que este hecho equivalía a ostentar un timbre de honor y dignidad para un individuo.26 En una sociedad religiosa, donde las obras de piedad eran obligatorias para un cristiano, una participación activa en ellas era hacerse de un nombre y un lugar respetado dentro de la comunidad. Para la mentalidad existente, esto era prioritario. Las cofradías, por lo general, estaban integradas por un mismo grupo social, eran una asociación de iguales. La sociedad del Antiguo Régimen era rígida, estructurada con respecto a los estamentos: se nacía y se moría dentro de ellos. Si bien la movilidad social existía, no era una constante; se daba en determinados casos y circunstancias específicas. Por lo tanto, la asociación con iguales, para formar redes de parentesco y afinidad de intereses, era prioritario. También, era común que los recién llegados a la comunidad lo primero que hicieran fuera solicitar entrada a alguna cofradía para comenzar a sociabilizar con sus vecinos.

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Ocupar un lugar en el más allá y en el más acá La importancia que tenían las cofradías se puede apreciar en las testamentarias del siglo xviii, donde es usual encontrar que una parte de los bienes de la persona que realizaba el testamento iba dedicada a alguna cofradía, no solo para que quede un registro de buenas obras, sino también para asegurarse rezos constantes por su alma y así obtener la trascendencia ansiada. La garantía de dejar un buen nombre ante los vivos y asegurarse una dicha en el más allá ocupaba un lugar importante dentro de las preocupaciones de los miembros de esa sociedad. Sin olvidarnos que el tipo de muerte, de entierro y de ceremonia que se realizaba señalaban a las claras el nivel social del difunto, distinción que debía ser evidente también en ese momento ante la vista de todos. Las cofradías de las Ánimas proporcionaban, como factor adicional, un nivel de seguridad psicológica ante los problemas de la muerte. No solo posibilitaban a sus miembros una muerte cristiana, con digna sepultura y garantía para salir de ese lugar temido que era el purgatorio, sino que, además, les permitía en vida evidenciar de manera pública el alto grado de religiosidad y piedad que tenían, lo cual contribuía a consolidar el tan ansiado prestigio social. Las cofradías mostraban, como un espejo, el entramado social y evidenciaban la pertenencia de sus miembros a determinados estamentos; actuaban como una reafirmación del lugar que cada uno ocupaba en la sociedad, tanto en la vida como en la muerte.

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Constituciones de la Hermandad de María Santísima de los Dolores y Sufragios de las Benditas Ánimas del Purgatorio (libro encuadernado), Año 1750. Departamento Documentos Escritos. Fondo Biblioteca Nacional, Legajo 395.

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Constituciones de la Hermandad de María Santísima de los Dolores y Sufragios de las Benditas Ánimas del Purgatorio (libro encuadernado), Año 1750. Departamento Documentos Escritos. Fondo Biblioteca Nacional, Legajo 395. 78


NOTAS 1. Archivo General de la Nación (agn): Sala ix, 31-6-2, Justicia, Legajo 29, Expediente 858. Nota del autor: las transcripciones son textuales y se respeta la ortografía original del documento citado. 2. Concilio ecuménico celebrado en Trento (Italia), cuya duración fue de veinticinco reuniones realizadas entre el 13 de noviembre de 1545 y el 4 de diciembre de 1563. Si bien es en este donde se confirma la doctrina del purgatorio, con una postura clara en contra de la argumentación de los protestantes –que excluían la posibilidad de una purificación personal–, se cree que fue en el ii Concilio de Lyon (Francia), en 1274, casi trescientos años antes, cuando se estableció la idea de un purgatorio para lograr el favor divino, y se ratificó posteriormente en el Concilio de Florencia, en 1439. 3. Para más detalles, véase: Aries, P. (1983): El hombre ante la muerte, Madrid: Taurus. 4. Para más detalles, véase: Fuster, M. T. (2012): “La Hermandad de la Santa Caridad: los orígenes de la beneficencia en la ciudad de Buenos Aires”, en Bibliográphica Americana, Buenos Aires, N.º 8. pp. 170-185. 5. Martínez de Sánchez, A. M. (2008): “Fuentes de archivo para el estudio del derecho canónico indiano local”, en Revista de Estudios Históricos-Jurídicos, Valparaíso: xxx, pp. 485-503. 6. Di Stefano, R. (2002): “Orígenes del movimiento asociativo. De las cofradías coloniales al auge mutualista”, en Di Stefano, R., Sábato, H., Romero, J. A. y Moreno, J. L.: De las cofradías a las Organizaciones de la Sociedad Civil. Historia de la iniciativa asociativa en Argentina (1776-1990), Buenos Aires: Edilab, pp. 32- 34. 7. Pérez Moreda, V. (2003): “El legado demográfico del Antiguo Régimen”, en el vii Encuentro de Didáctica de la Historia Económica, Murcia, Universidad Complutense de Madrid, 12-13 de junio. Disponible en línea: https://goo.gl/8pr22n. Véanse los mapas 3 y 4 de la página 5. 8. Para más detalles, véase: Facultad de Filosofía y Letras (1955): Documentos para la historia argentina. Padrones de la ciudad y campaña de Buenos Aires (1726-1810) (tomo x), Buenos Aires: Peuser, p. 20. 9. Estos datos fueron obtenidos del Instituto de Estadísticas Nacional de España. Disponibles en línea: http:// www.ine.es. 10. García Fernández, M. (1995): Herencia y patrimonio familiar en la Castilla del Antiguo Régimen (16501834), Valladolid: Universidad de Valladolid. El autor sostiene que, entre los siglos xvii y xix, las familias dedicaban partidas de dinero considerables para satisfacer el costo de la muerte de alguno de sus miembros. 11. agn: Sala ix, 31-8-7, Justicia, Legajo 49, Expediente 1393, Año 1805. 12. Ibidem. 13. Ibidem. 14. Ibidem. 15. agn: Sala ix, 31-6-2, Justicia, Legajo 29, Expediente 858, Año 1791. 16. agn: Fondo Biblioteca Nacional, Legajo 395 “Constituciones de la Hermandad de María Santísima de los Dolores y Sufragios de las Benditas Ánimas del Purgatorio” (libro encuadernado), Año 1750. 17. agn: Sala ix, 31-6-2, Justicia, Legajo 29, Expediente 858. 18. Para una consideración más completa de lo que se entendía por “oficio vil”, véase: Diez, F. (1990): Viles y mecánicos. Trabajo y sociedad en la Valencia preindustrial, Valencia: Alfons El Magnanim. 19. agn: Fondo Biblioteca Nacional, Legajo 395 “Constituciones de la Hermandad de María Santísima de los Dolores y Sufragios de las Benditas Ánimas del Purgatorio”, Folios 29-30. Véase también: agn: Sala ix, 31-6-2, Justicia, Legajo 29, Folio 2. 20. agn: Sala ix, 31-6-2, Justicia. Legajo 29, Expediente 858, Año 1791. 21. Para un análisis de estos conflictos, véase Fuster, María Teresa La Casa de Niñas Huérfanas: Su rol económico y social en el Buenos Aires colonial. Tesis de Licenciatura. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 2010. 22. agn: Fondo Biblioteca Nacional, Legajo 395 “Constituciones de la Hermandad de María Santísima de los Dolores y Sufragios de las Benditas Ánimas del Purgatorio”, Folios 29-30. 23. Para más detalles, véase Fogelman, P. (2000): “Una cofradía mariana urbana y otra rural en Buenos Aires colonial”, en Andes, Salta: N.º 11, cepiha-Universidad Nacional de Salta, pp. 179-207. Allí, la autora realiza una consideración sobre la Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores desde el estudio del culto mariano: estima a las cofradías como un instrumento para el desarrollo de ese culto. 24. agn: Fondo Biblioteca Nacional, Legajo 395 “Constituciones de la Hermandad de María Santísima de los Dolores y Sufragios de las Benditas Ánimas del Purgatorio”. 25. Para un análisis de la importancia de la música en las ceremonias de las cofradías, véase Caravajal López, David “La cultura sonora de las Cofradías Novohispánicas, 1700-1821” En Revista Temas Americanistas Nº 27, Sevilla, 2011, pp. 25-48. 26. Florescano, E. (1997): Etnia, Estado y sociedad, México: Aguilar, p. 233.

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Martirio de los padres Roque Gonzalez de Santa Cruz, Alonso Rodriguez y Juan del Castillo, 1630. Extracto del interrogatorio por la muerte de los padres en el Valle de Siancas. Departamento Documentos Escritos. Sala IX, 26-4-3. 80


El valle de Siancas Martirio y muerte de dos padres jesuitas por Gustavo Flores Montalbetti*

A través del descubrimiento de material arqueológico, elementos etnográficos y de otros que corresponden a la etapa que se inicia con el ingreso de los primeros extranjeros a estos territorios –restos de construcciones, bienes muebles y crónicas y documentos diversos–, comenzó a recuperarse, suceso a suceso, la historia del valle de Siancas. La gran importancia que siempre tuvo este lugar responde a su estratégica ubicación y a la accesibilidad de los pasos naturales que lo comunican con otros ámbitos del noroeste argentino y otras regiones aún más lejanas. Como ambiente colmado de recursos naturales, se convirtió en un espacio ocupado y transitado desde tiempos remotos y codiciado por los conquistadores.

El Valle de Siancas está enclavado en la zona centro-norte de la provincia de Salta. Abarca una gran extensión del departamento de General Güemes, parte del sector sureste del departamento de Capital y la franja sur de los departamentos jujeños de El Carmen y San Pedro, entre las coordenadas de los 24º 12’ y 25º 00’ S y los 64º 15’ y 65º 20’ O. Su amplitud está ligada a la extensión de la red hidrográfica, que abarca la corriente principal con todos sus afluentes. Por esta razón, podemos afirmar que la zona de cabecera del valle se localiza en las

primeras estribaciones de la cordillera oriental, que miran al naciente –donde se confina el punto llamado “el Angosto”–. Al oeste, su límite queda demarcado por la línea de cumbrera, divisoria de aguas de la sierra de Mojotoro: las cumbres del Gallinato, las de Velazco y el cerro Pelado. Por otro lado, al este, se ubican los cerros El Tunillar, La Despensa y Los Pelones, así como la Mesada del Aserradero, el Monte del Paraíso y las sierras de Santa Gertrudis. La Quebrada del Gallinato se encuentra hacia el este del departamento de La Caldera, presenta

* Es asesor y gestor de cultura y turismo de Campo Santo, provincia de Salta. Es investigador del Museo Regional Profesor Osvaldo Ramón Maidana; miembro honorífico fundador del Departamento de Investigaciones históricas del valle de Siancas. 81


un rumbo noroeste-sudeste y la cabecera se forma en el cerro San José, que se levanta al este de la llanura aluvial del río La Caldera. Siguiendo el curso del río Mojotoro, la culminación del valle en dirección este se establece en el sector que bordea los contrafuertes del piedemonte de la sierra del Gallo o del Alumbre y, posteriormente, los de la sierra de Santa Bárbara o de Maíz Gordo. Estas son características muy particulares como accidente geográfico debido a que, en épocas geológicas recientes, el valle ha sido rellenado y excavado por la corriente de agua, que devastó el cono aluvial a partir de su zona de cabecera y lo surcó a todo su largo. Luego, el agua se desvió y bordeó las mencionadas serranías del territorio jujeño por unos kilómetros antes de la localidad de El Piquete, área donde se une con el río Grande de Jujuy. Tomando en cuenta los límites geopolíticos actuales, pero considerando el valle como unidad natural, estimamos su extensión desde el extremo norte-oeste a partir del cerro La Despensa, ubicado en las estribaciones de la cordillera oriental y hasta la localidad de Perico en la provincia de Jujuy. Continúa bordeando el río del mismo nombre hasta alcanzar el paraje denominado Lote El Puesto, entre el Arroyo Colorado y la localidad de El Piquete, ubicados en los faldeos de las serranías del sistema norte de Santa Bárbara. Quedan incluidas en su ámbito las localidades de Pampa Blanca, Pampa Vieja, Los Manantiales, Puesto Viejo, Aguas Calientes, Esquina de Quisto, Santa Clara y San Juan de Dios. Para ajustar su amplitud en dirección sur, debemos considerar las corrientes que allí aportan sus aguas, sector en el que su red hidrográfica está formada por los arroyos menores que provienen de los cerros Redondo, Abra de los Loros, de los Dos Morros y de

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la Tipa Sola. A estos, se agregan los arroyos permanentes y temporarios que descienden de las Cumbres del Guaguayaco. Dichas elevaciones marcan y dividen las aguas de escorrentía que corresponden al Valle de Siancas y que aportan su caudal al río Juramento. Por último, tenemos las corrientes que provienen de la ladera oeste de la serranía de San Antonio.1 El valle del Mojotoro o de los Xuríes a la llegada de los españoles Juan de Siancas fue un soldado que llegó al Nuevo Mundo con las primeras columnas de expedicionarios españoles y con el cargo de maese de campo.2 En los documentos y crónicas, aparece mencionado junto a Martín Monje, Juan de Villanueva y Cristóbal Barba, entre otros. Todos ellos, a partir de 1556, recibieron encomiendas de los pueblos omaguaca, sococha y casabindo, que estaban en la puna jujeña (Quebrada de Humahuaca). Se sabe que, en 1560, se casó con doña Petronila Castro, viuda de Juan Villanueva, y que, cuatro años después, en 1564, formó parte de una tropa que partió desde el valle de Xuxuy (Humahuaca) hacia la ciudad de Santiago del Estero. A lo largo de este viaje, debieron soportar muchas peripecias ya que no conocían el territorio por el que marchaban. Luego de pasar por las cercanías del cerro Paño de Cabeza3, buscaron un lugar que les permitiese trasponer la “cordillera”4 y, al hacerlo, ingresaron al valle del Mojotoro5 (o de los Xuríes). En aquella ocasión, parte de la columna mantuvo una dura contienda con los nativos y resultaron muertos dos españoles: don Juan de Siancas y un soldado llamado Castro Verde. A partir de entonces, las crónicas y documentos que hacían referencia a la zona, la


español que terminó sus días allí. Puede estar escrito de varias maneras: cianca, ciancas, sianca, siancas, simancas, cianxas y cianzas. En un párrafo de la carta que el maese de campo don Jerónimo González de Alanís dirigió al licenciado Castro el 21 de marzo de 1566 en Charcas, manifiesta: Dentro de cuatro días me partí para hacer una jornada en el valle de Jujuy, porque era extrema el hambre y necesidad que teníamos, y con la misma necesidad caminamos algunos días hasta llegar a una Cordillera de monte, adonde por no hallar paso, pensamos perecer de hambre; y habiendo enviado a Juan de Cianca, que llevaba por Maese de Campo, a buscar el camino, y al cabo de seis

Otra referencia histórica importante nos remite a 1570, a la figura de don Pedro de Arana, quien se desempeñaba como alguacil mayor del Santo Oficio de la Inquisición en Lima. Habiendo recibido una denuncia contra Francisco de Aguirre por parte del virrey Francisco de Toledo, se le ordenó marchar a Santiago del Estero para tomarlo prisionero y trasladarlo a Lima, donde sería sometido a juicio por varias acusaciones, entre ellas, de herejía y de adueñamiento de tierras y otros bienes de los nativos. Entre el grupo de soldados que lo acompañaron hasta el valle de Jujuy, iba Gaspar Rodríguez. Cuando llegaron a dicho punto, junto a otros camaradas, este último volvió a Talavera de Esteco, mientras que Pedro de Arana continuó su marcha hacia el Perú. Al pasar por las proximidades del río de Siancas, como dos leguas antes, vieron

días volvió, perdida la esperanza de hallar paso; y ansí por esto y por la

el lugar del desbarate del capitán Juan

gran hambre que teníamos, que no

Gregorio Bazán, e vieron dos cuerpos

comíamos

mismos

muertos, y el uno dellos conoció este

caballos, me aconsejó y dijo que no

testigo (Rodríguez) ser el dicho capitán

había otro remedio sino volvernos

Gregorio Bazán, por su caballo e silla

al Perú, y a trueque de no hacer

e sayo e parte de su persona, e el otro

esto, determiné de morir o pasar; y

cuerpo muerto no supo este testigo

otro día antes de que amaneciese,

quien era, porque nunca lo avía visto.

fui en persona a buscar el paso, y

Después, en Talavera, identificaron el

no me había apartado media legua

cadáver de Gómez de Pedraza, y lo supo

del Real, dejando en él a Juan de

este testigo de las dichas doña Catalina

Cianca, cuando los indios naturales

de Plasencia y doña María Bazán.

sino

nuestros

de la tierra dieron en el campo; salió a ellos Juan de Cianca con veinte soldados a pié, y como los indios de maña se retirasen al monte, entró tras de ellos; sucedió que le mataron y a otro soldado llamado Castro Verde, y hirieron a otros seis; sucediera más daño, sino que acerté a venir a tiempo con los que me acudieron socorrí.6

Alrededor de esos restos humanos, Rodríguez encontró: “Mucha cantidad de hazienda, de la que los susodichos trayan; como era herraje, jabón, especias, papel, hierros y frenos y zarzaparrilla y otras cosas que los indios que los mataron avían de jado echadas por ay”. En una probanza de méritos y servicios, figura el curioso relato que incluye a don Gregorio Bazán, benemérito

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conquistador del Tucumán. Este había viajado a Potosí con su yerno y, al regresar de Tucumán, fueron atacados por los nativos a dos leguas del río de Siancas. La esposa de Bazán relata la forma en que, junto a su hija, alcanzaron a escapar de la embestida. Según consta, ellas mismas dijeron que cabalgaron siguiendo una figura blanca que pudieron ver flotando a través de las ramas de los árboles, interpretando que podrían haber sido guiadas por la Virgen. Años más tarde, cuando don Gaspar Rodríguez penetró en las mismas comarcas con el gobernador Abreu, “vió en poder de los indios muchas mantas tejidas de lana y listas de seda, que le parece serían del dicho desbarate”. En cuanto a los restos de Bazán y de Gómez de Pedraza, figura que, por orden del teniente gobernador Nicolás Carrizo, don Gaspar volvió con el capitán Bartolomé Valero al sitio donde se encontraban y los trasladaron a Santiago del Estero para sepultarlos en 1571. Por lo demás, en aquella ciudad, el vecino Juan Cano declaró haberlas visto a Catalina de Plasencia y a María Bazán con los niños “muy enlutadas y muy llorosas por la muerte de su padre y marido de la hija, e oyó relatar a Manuel Acuña, que venía en su compañía y a Pedro Gómez de Balbuena, vecino de Talavera, que se hallaron con ellas quando los mataron a Bazán y a su yerno, e quebraron un ojo en la guazabara al dicho Pedro Gómez”.7 Las primeras mercedes Finalizando 1583, comenzaron a otorgarse mercedes de tierras en el valle de Siancas a funcionarios y a militares, de las cuales la primera cesión se hizo a favor de Francisco de Aguirre, luego a Bartolomé Valero, a Francisco de Chávez, a Antonio Díaz y a Alonso Ruiz de Verlanga, entre más de treinta que por

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entonces se concedieron. En aquella época, la línea de frontera con el Gran Chaco (o Chaco Gualamba) coincidía medianamente con las primeras estribaciones hacia el naciente de la cordillera oriental; de esta manera, el Valle de Siancas también se había convertido en una zona de conflicto, en la que cualquiera que ingresaba quedaba expuesto a muchos peligros. Sin embargo, con amenazas siempre latentes, los foráneos se mantuvieron firmes con el propósito de desplazar a los grupos originarios y de ocupar sus tierras. En una de las primeras de ellas que se otorgó, se instaló la llamada Hacienda de la Viña del Valle de Siancas que, a poco de ser edificada, contaba con una casa-casco y un molino. Este era accionado por una corriente de agua capturada desde el río Mojotoro y conducida por un canal de piedra que recorría la serranía adyacente y que descendía de manera abrupta para movilizar el rudimentario mecanismo. Pocos años después, sus primeros propietarios construyeron la capilla en honor a la Virgen de la Candelaria para albergar la imagen que habían hecho traer desde España.8 Dicha propiedad se menciona con frecuencia en documentos de distinta índole. Debemos tener en cuenta que, para las tareas de cultivos –trigo y vid principalmente–, así como para la atención de los animales que se criaban y de todas las faenas y quehaceres derivados, era necesario un buen número de sirvientes y peones. Más adelante, a principios del siglo xviii, se instaló el destacamento Cuerpo de Partidarios o Milicias de Caballería de la Viña, destinado a custodiar la frontera con el Gran Chaco. Por lo que allí debió haber residido un núcleo urbano bastante nutrido, posiblemente, de entre doscientas y trescientas personas. De esta manera, se justifica que, en algunos escritos, el lugar fuera mencionado como “Barrio de la Viña”.


Los padres de la orden de San Ignacio de Loyola

rescates para ganar las voluntades de los indios y su corto matalotaje, por

Hay muy pocos documentos que describen las misiones evangelizadoras de los padres jesuitas en el valle de Siancas aunque, en algunos de ellos, hay breves referencias al respecto. Existe un solo expediente, de poco más de cien fojas, conservado aún en el Archivo General de la Nación y originalmente caratulado como “Martirio de los Padres Roque de Santa Cruz, Alonso Rodríguez y Juan del Castillo (1630)”. Este es una extensa y detallada crónica de la investigación y de los interrogatorios acerca de los acontecimientos que derivaron en un terrible desenlace para la orden de San Ignacio de Loyola en la provincia del Paraguay, cerca del río Uruguay, referidos a la misión de la Candelaria. En un anexo, hay un apartado que narra un hecho similar ocurrido en el valle de Siancas. En marzo de 1629, los padres Gaspar Osorio de Valderrábano y Antonio Ripario, que marchaban acompañados de un estudiante de apellido Alarcón, se encontraban evangelizando en el territorio aledaño a los ríos de Siancas y Perico. Poco antes, en una carta fecha el 3 de septiembre de 1628, el padre Gaspar Osorio le manifestó al padre Nicolás Mastrilli Durán (padre provincial del Paraguay) que pronto partiría desde el colegio de Santiago del Estero hacia el fuerte de Ledesma, dando evidencias de su disposición y ansiedad por comenzar a evangelizar a “las gentes del Gran Chaco”. Más tarde, en marzo de 1639:

un camino todo cerrado de bosques y nunca trajinado de cabalgaduras, era forzoso caminasen a pie. Iban abriendo camino con hachas a fuerza de brazos. En este conflicto se les recreció la pena porque, desanimados los indios guías del camino, huyeron de común acuerdo y desampararon a los padres. Fue preciso que el Padre Gaspar volviese a desandar lo andado y se encaminara a Jujuy, a buscar otro guía más fiel que los primeros, dejando a su compañero, el Padre Ripario, acompañado del Estudiante Pretendiente, en parajes tan peligrosos de indios y fieras, siendo aquel espeso bosque madriguera de tigres. Habiendo, pues, hallado nuevo guía, volvieron a proseguir su camino, a que daban principio todos los días diciendo Misa muy de mañana. Si encontraban algunos gentiles se detenían a enseñarles los misterios de la fe; y con buenas palabras, brujerías que ellos estiman, les ganaban las voluntades, y conducían consigo hasta que encontraba otros, que venían a buscar a los primeros. Todos ellos traían intentos de matar a los Padres. Pero los encubrieron algunos días, o movidos de las dádivas, poderosas a quebrantar aún corazones tan duros o por no mostrar ser ingratos a los beneficios recibidos. Caminaron de

los padres Gaspar Osorio y Antonio

esta manera, cerca de cuatro jornadas,

Ripario, partieron desde Jujuy en

donde

misión evangelizadora, acompañados

chiriguanáes. Desde esta última jornada

por el estudiante Sebastián Alarcón

despacharon a Sebastián Alarcón a la

y algunos nativos y llevando los

ciudad de Salta, a unas doce o catorce

ornamentos para la misa, algunos

leguas, con dos chiriguanáes, para que

los

acompañaron

indios

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trajeran algún socorro de comida. Entretanto se ocuparon los dos Padres de dar noticias a estos indios de las

martirio y muerte de los misioneros, interrogó a un nativo llamado Francisco de la Encomienda de Marcos Cabello. Este respondió:

cosas del Cielo, de cuyo conocimiento estaban totalmente ajenos.

Que lo que save es que acia como un

Parecía bien y agradaba a muchos la

mes poco más o menos que estando este

doctrina que oían. La escuchaban con

tiempo en su pueblo de los pelochocos

amor y señales de gusto; si bien otros

abajo del Rio Ciancas [borroso] dos

hacían burlas y escarnio porque les

indios ynfieles palomos que residen

hacían rezar y enseñaban los misterios

en la parte y lugar donde mataron los

de la fe, se determinaron de una vez

dhos padres los quales contaron a este

a matarlos. Presto descubrieron su

testigo como todos los días estan los

mal ánimo; porque dando aviso de

dhos Padres como vivos vestidos como

su resolución secretamente a los dos

quando disen misa resplandesientes y

que acompañaban camino de Salta al

que no es más de un padre el que assi

Estudiante, éstos le mataron a los dos

am visto, y que vinieron como dies

días de camino.

indios chiriguanaes avian venido a ver

A manera de fieras se lo comieron,

el dho padre que estaba resplandeciente

asándolo con zapallos y reservando

y que con mucho espanto de la vista

únicamente para trofeo de su maldad,

detuviendosse adonde estaban los

la cabeza de quién en tan feliz demanda

demas indios se avian muerto = y

derramó su sangre por Cristo. Con

assi mesmo le dijeron los dichos dos

la cabeza llegaron de noche adonde

indios como los indios que assi avian

aguardaban los Padres y se alborotaron

muerto a los dhos Padres dentro de

los demás chiriguanáes sobremanera, y

algún tiempo se avian muerto también

resolvieron matar cuanto antes a quienes

= y que un Indio que avia vevido en el

solicitaban darles la vida del alma.

caliss con que los padres desian misa

9

avriendose desde la cabeza hasta la

El 1 de abril de 1639, “una vez asentados en territorio de los indios Palomos, los caciques Salapirin y Helichorin, quienes habían acudido al paraje en demanda de los indios Palomos y en busca de matalotaje”, acabaron con los misioneros, luego de dos días de convivencia y de recibir algunos obsequios. Los cuerpos de los padres quedaron donde les habían dado muerte y sin sepultar; solamente los cubrieron con algunas ramas y “no los comieron porque estaban demasiado flacos y no eran buena carne”. El capellán Cosme de Rivero, encargado de averiguar los motivos que desencadenaron el

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camisa revento y murió y asi de miedo desto no an querido mas beber en el dicho caliss y que el cacique lo tiene guardado todo lo qual dixo…10

Las parcialidades de pelichocos, palomos y labradillos o pintadillos del valle de Siancas formaban parte de la gran nación guaranítica junto a las de tobas, chiriguanos, chunupíes y otros. Estos realizaron numerosas incursiones desde la primera mitad del siglo xvii por las fronteras de Jujuy y de Salta en contra de los extranjeros y de los nativos encomendados.


No obstante, en el valle de Siancas, no todo había terminado con la muerte de los padres, sino que existen citas textuales posteriores: Los infieles que ejecutaron la muerte de los siervos de Dios, todos murieron en breve, en castigo de su maldad, como advirtió la misma barbaridad de los demás indios […] Sucedieron otros prodigios, en sus muertes, de los cuáles se halló escrito solo uno; y fue que todos los días se aparecía el venerable Padre Gaspar Osorio, como si estuviera vivo revestido de los

ornamentos

sacerdotales

para

decir Misa y rodeado de celestiales resplandores. Los primeros que le vieron fueron de la nación palomos, que publicaron este prodigio; y movidos de su fama acudieron a verle, al lugar del martirio donde se aparecía, diez indios chiriguanáes que, asombrados, se quedaron muertos de repente. El Padre Osorio les exhortaba a que pidiesen nuevos predicadores para que les instruyesen en los misterios de la Santa Fe, que aconsejó a los Palomos que abrazasen. Ellos, temiendo algún castigo si no le obedecían, trataron de buscar medios para solicitar la entrada de otros Padres a sus tierras […] y hablaron con un indio cristiano que a veces solía entrar en sus tierras y se llamaba Lorenzo Cacat. De éste se valieron por medianero rogándole fuese a suplicar a los Padres, se dignasen volver a sus tierras, porque protestaban los recibirían con gusto y oirían su santa doctrina. Habló Lorenzo Cacat a los de la Compañía que no deseaban otra cosa…

Por otro lado, un testimonio documental dice: “… sin perdonar las vidas al Padre Osorio y Ripario que, sin más armas que las cruces en las manos y sus breviarios, entraron a predicar el Evangelio a dicha Provincia (del Chaco) y les mataron por ello. Viendo […] los indios subir sus almas al cielo gloriosas, como consta de sus declaraciones”. La línea de frontera con el Gran Chaco se fue desplazando hacia el oriente a medida que las frecuentes incursiones de las milicias establecidas iban asegurando en cierta medida los territorios ganados. Sin embargo, esto no siempre resultaba de acuerdo con sus ambiciones pues, casi con la misma frecuencia, las comunidades locales –sumadas a los tobas, los mocobíes, los chiriguanos, los mataguayos y los chunupíes principalmente– se convocaban y provocaban feroces arremetidas sobre las haciendas de los colonos y sobre los pequeños y rústicos asentamientos fortificados, destruyendo e incendiando todo a su paso. Actualmente, sabemos que hubo algunas instalaciones de la orden de los jesuitas que funcionaron como fuertes o reducciones en el corazón del valle de Siancas: el Fuertecillo de Cachipampa, el Fuertecillo del Hebro, las Reducciones de Yaquiasmé, San Isidro del Pueblo Viejo, Nuestra Señora de la Candelaria (o La Ramada), Nuestra Señora de la Concepción (o La Población), Estancia Mosquera, Nuestra Señora de Santa Ana, El Sauce, Los Porongos, La Despensa y Los Noques. Todos establecimientos en los que los padres jesuitas comenzaron a trabajar con pequeñas comunidades nativas aproximadamente desde 1645 hasta que fueron expulsados en 1767. 11

V

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NOTAS 1. La información aquí compartida forma parte de una investigación cuantiosa y exhaustiva sobre el tema, que se encuentra compilada en el libro El valle de Siancas. Orígenes y naturaleza. Los primeros pobladores, que se publicará en 2018. Sus autores, entre otros, son: Gustavo Flores Montalbetti, Ricardo Alonso, Telma Chaile, Efraín Lema, Jorge Cabral Ortiz y Cecilia Avellaneda. 2. El maestre de campo (o maestro de campo) es un rango militar creado en 1534 por el rey Carlos i de España. En la escala de rangos, está situado bajo el de capitán general y por encima del de sargento mayor. Su nombramiento era llevado a cabo por el monarca en Consejo de Estado. 3. Nombre con el que el coronel Juan Adrián Fernández Cornejo designa al cerro La Despensa en su diario de viaje Descubrimiento de un nuevo camino desde el Valle de Centa hasta la Villa de Tarija: “… pasamos el río de Perico, y a las dos leguas, encontrando con el río de Jujuy, le fuimos costeando cuatro leguas más abajo, haciendo parada en un paraje nombrado San Juan, habiendo andado aquel día once leguas. El mencionado río de Perico nace de aquella propia serranía alta del poniente, llamada Paño de Cabeza, corriendo al oriente hasta encontrar con otra pequeña serranía, la cual lo divide, arrojando parte para el río de Jujuy y parte para el de Siancas”. 4. Se refiere a las sierras del Mojotoro. 5. Este nombre quechua se puede traducir como “correntada de arcilla” o “barro nuevo”. Por otro lado, el término “xuríes” es de origen inka y se debe a que algunos pobladores originales usaban como única vestimenta un taparrabos y un faldellín y adornos de plumas de surí. 6. Jerónimo González de Alanís era maese de campo de Martín de Almendras. Para más detalles, véase: Presta, A. M. (1997): “Encomienda, familia y redes en Charcas colonial: los Almendras (1540-1600)”, en Revista de Indias, Madrid: vol. 57, N.° 209, pp. 21-53. Véase también: Palomeque, S. (2007): “La ‘historia’ de los señores étnicos de Casabindo y Cochinoca (1540-1662)”, en Andes, Córdoba: N.° 17, Universidad Nacional de Córdoba, pp. 193-194. 7. Gentile, M. (2010): “La muerte de Gregorio Bazán. Trasfondo Sociopolítico, económico y épico de la probanza (Gobernación de Tucumán, siglo xvi)”, en Bibliográphica americana, Buenos Aires: N.º 6, septiembre. pp. 5-8. 8. Para más detalles, véase: Cornejo, A. y Vergara, M. Á. (1938): Mercedes de tierras y solares (1582-1589). Documentos para la historia de Salta en el siglo xvi, Salta: Imprenta San Martín. Véase también: Romero, C. G. (1940): La imagen de Nuestra Señora de la Candelaria de La Viña, Salta: Publicaciones de la parroquia de Nuestra Señora de la Candelaria de La Viña. 9. Para más detalles, véase: Vergara, M. Á. (1966): Don Pedro Ortiz de Zárate. Jujuy, tierra de mártires (siglo xvii), Rosario: Escuela de Artes Gráficas del Colegio Salesiano San José. 10. Archivo General de la Nación (agn): Departamento Documentos Escritos, Sala ix, 264-3, N.° 2330, Folios 38-64, Expediente “Martirio y muerte de los Padres Roque González de Santa Cruz, Alonso del Castillo y Juan del Castillo, 1630”. 11. Estos datos fueron sacados de: “Transcriptos de antiguos documentos de escrituras del valle de Siancas”, de la Biblioteca y Archivo Provincial Dr. Atilio Cornejo. 88


HALLAZGOS

La tumba del caudillo Los misterios alrededor del enterratorio de Facundo Quiroga* por Daniel Schávelzon**

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l asumir la presidencia, envuelto en la aureola de un trasnochado discurso federalista, con Facundo Quiroga como su héroe favorito, Carlos Menem planteó traer los restos de Juan Manuel de Rosas al país. Y así se hizo, en un evento lleno de negocios privados poco claros y de irregularidades, como la destrucción de los huesos que podían quedar, la venta del ataúd y el robo de todo lo que lo acompañaba, incluso los dientes. Para peor, el Restaurador pasó de un enterratorio conocido a una anónima tumba en Buenos Aires: el “relato” que se quiso construir salió al revés de lo esperado. Pero, en ese momento de tanto movimiento de personajes de un sitio a otro, surgió un tema asociado: ¿dónde estaba enterrado Facundo Quiroga?, porque el entonces presidente lo quería llevar a la tierra natal de ambos, La Rioja. Sobre esto se sabía muy poco. Si bien hay una tumba con su nombre en el actual Cementerio de La Recoleta, desde su asesinato en 1833, y antes de ser llevado allí, había sido enterrado y

desenterrado varias veces y en diferentes lugares. Pero la familia decidió que ese sería su destino final en 1870. Sin embargo, el problema que planteó el historiador don Jorge Alfonsín era que, dentro de aquella bóveda familiar, no estaba el caudillo: había otros cajones, algunos podridos, desde donde caían cientos de huesos, basura de todo tipo, pero no estaba Quiroga. En una guía turística del cementerio hecha para el turismo existía solo un dato concreto: que lo habían enterrado de pie en su tiempo, es más, que lo habían emparedado. Esto resultaba contradictorio: estar de pie era un gesto altanero, emparedado era triste. Aunque es cierto que, en la época de la muerte del caudillo, eran comunes los entierros verticales, a La Recoleta lo habían llevado treinta y siete años después de varios entierros. Más datos no había en ninguna otra parte. Pero era posible que la escritora supiera algo, ya que estaba en ese tema desde las décadas de 1960 y 1970. Y muchos lo repitieron sin evidencia alguna, al menos, en ese momento.

* Este artículo está basado en extractos del libro de Daniel Schávelzon y Patricia Frazzi: Las muertes de un caudillo: la tumba de Facundo Quiroga (Olmo Ediciones, 2010). ** Doctor y profesor titular de la Uba. Investigador Superior del Conicet. Fundador y director del Centro de Arqueología Urbana de la Fadu (Uba). Ha publicado varios libros y cantidad de artículos sobre arqueología histórica y urbana y patrimonio construido. 89


Arriba: Parte del ataúd metálico parado oculto tras el muro. Abajo: Placa en forma de corazón con restos de escritura hallada sobre una cruz de hierro forjado en el momento de la perforación de la pared de la bóveda de Facundo Quiroga. Fotografías brindadas por el autor.

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Así, nació un proyecto para saber si, efectivamente, Quiroga estaba o no detrás de uno de los muros de su bóveda. Y todo fue muy sencillo: solo con mirar el plano de su tumba, se hacía evidente que le faltaba una parte, que algo había pasado, razón por la que habían sellado un sector. Era necesario hacer estudios históricos y técnicos primero, y perforar la pared después, de encontrar evidencias. Al menos, esa parecía la forma adecuada de actuar. De este modo, entre los documentos que había encontrado Jorge Alfonsín, la bibliografía, la memoria oral de cuidadores del cementerio y otros datos dispersos, se pudo reconstruir el derrotero de los restos y sus avatares posteriores. La tumba, si bien había sido abandonada por sus familiares, había sido alterada en varias ocasiones durante el siglo xx, de lo que había registros. El primer estudio técnico que se hizo fue aplicar un georradar a la pared que presentaba, como se veía a simple vista, una alteración fuerte de algún metal tras una malla metálica. Para esto, hacía falta el permiso familiar, lo cual no fue un tema sencillo de resolver: hasta ese momento, a nadie le había interesado su antecesor, salvo para estar de pie en las ceremonias; después, decenas de personas querían participar o, al menos, ser parte de su cuarto de hora de fama. Y pusieron trabas de todo tipo, sin explicar los motivos. Finalmente, en 2004, se perforó el muro para colocar una sonda, con cuidado, y el pequeño agujero mostró que, tras un muro de ladrillos y barras de hierro, había un ataúd de pie. Creímos que era bronce, lo que luego se desmentiría: era

cobre de aleación de poca calidad, soldado con plomo en las juntas. Y no había nada que lo identificara. El ataúd era de época, por sus manijas decoradas en estilo neogótico, pero todo lo demás era muy moderno o no había posibilidad de fecharlo. Podía ser o no Facundo Quiroga. Además, al lugar entraba agua de lluvia por las juntas de los mármoles superiores y todo estaba empapado y oxidado. Había un corazón de chapa apoyado encima de la parte superior del ataúd, escrito con letras blancas, que podría haber indicado algo. Sin embargo, lo que quedaba escrito no hablaba de Facundo ni tampoco era posible leerlo completo. Solo sabíamos que esos corazones se hacían durante los siglos xix y xx en todo el país. Se hicieron estudios de todo tipo para descifrar qué decía, pero el deterioro era irreversible. De hecho, lo salvó una restauración inmediata, sino se hubiera desintegrado en minutos al contacto con el aire. Lo demás eran objetos de hierro industrial, un par de cruces de hierro cromadas, obviamente, modernas. Incluso, había una cruz de hierro del siglo xix que merecía un estudio serio, ya que era lo único que podía darle cronología al enterratorio anterior, pero no nos permitieron moverla. Allí se terminaron los permisos para continuar los estudios. Un análisis de adn hubiese permitido verificar si los restos que quedaban –si acaso algo había resistido el paso del tiempo– eran realmente los de Quiroga, así como qué otras cosas podrían haber habido en su ataúd, tal como era costumbre en aquella época. Pero se cerró la puerta de la bóveda y solo pudimos enterarnos de los pasos siguientes por terceros: se sacó el cajón del sitio donde estaba, se borró toda eviden91


cia del nicho en la pared, se rehízo la bóveda por completo (hasta la pintura) y se la limpió de cualquier evidencia del pasado, se puso el cajón de manera horizontal y se exigió que el Patrimonio del Gobierno de la Ciudad devolviera el corazón de chapa restaurado. El resultado de todo lo hecho –que no fue lo que debía hacerse, sino lo que pudo concretarse– arrojó que, tras los varios entierros y traslados, la familia lo había colocado en la bóveda de La Recoleta en 1870 y, hasta 1920, estuvo solo en ese sitio. En algún momento posterior, la familia decidiría “desaparecerlo”, ante el temor de que atacaran la tumba, fuera por derecha o por izquierda. Es la capacidad del federalismo: la historia nacionalista lo levantó desde la ultraderecha y terminó en la izquierda. Para esto, nada mejor que esconderlo detrás de una pared, a la vez que se construía una leyenda sobre el hecho, como si se pudiese modificar la historia. ¿Cuándo pasó eso? Es imposible saberlo. Pero nos hemos atrevido a suponer que fue en la década de 1950, o poco antes quizás, por el tipo de objetos, el tamaño de ladrillos y otros detalles. El secreto fue mantenido por algunos miembros de la familia. Ante este nuevo proyecto, alguien recordó y volvieron a cerrarnos las puertas en 2006, para que no se pusiera en evidencia lo que parecería haber sido una superchería, una manipulación más de la historia. Y, en realidad, lo que encontramos, casi con seguridad, fue la nueva construcción de un mito: Facundo Quiroga tenía que ser aún más importante de lo que había sido. No somos lo que fuimos, sino lo que se dice que fuimos. Finalmente, es la construcción de la historia. 92

La escultura que corona la tumba fue realizada por el escultor Antonio Tartadini. Departamento Documentos Fotográficos. inventario 120911.


Un entierro en La Recoleta. La entrada al cementerio de la Recoleta fue remodelada en 1881 por el arquitecto Juan Antonio Buschiazzo. c. 1885. Departamento Documentos Fotográficos. Sociedad Argentina de Fotógrafos Aficionados. Álbum N° 3, Inventario 213122.


Obra de la nueva sede del Archivo General de la Naciรณn, vista desde la esquina de Pichincha y 15 de noviembre, diciembre de 2017.


SOBRE EL ARCHIVO

Nueva sede del Archivo General de la Nación La preservación de la memoria del país y el derecho a la información por María Laura Rey*

La función primordial del Archivo General de la Nación radica principalmente en reunir, conservar y tener disponible para su consulta o utilización la documentación escrita, fotográfica, fílmica, videográfica, sónica y legible por máquina, que interese al país como testimonio acerca de su ser y acontecer, sea ella producida en forma oficial, o adquirida o donada por instituciones privadas o particulares.

La nueva sede del Archivo General de la Nación se encuentra en plena ejecución en el predio delimitado entre las calles Pichincha, 15 de noviembre de 1889, Pasco y Rondeau, donde históricamente se alojaba la cárcel de Caseros. El proyecto original de esta cárcel había sido ideado durante el gobierno radical del doctor Arturo Frondizi en 1960, como parte de un complejo judicial. Dicho proyecto no se finalizó y, nueve años más tarde, sería retomado durante el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía. Sin embargo, la prisión fue inaugurada recién diez años después, durante el siguiente gobierno de facto de Jorge Rafael Videla, el 23 de abril de 1979.

Este complejo carcelario constituyó un ícono para los habitantes de la ciudad de Buenos Aires y, sobre todo, para su población lindera. Finalmente, la cárcel de Caseros cerró de manera definitiva sus puertas en 2001. En el terreno, aún perdura el edificio original de la histórica cárcel, obra de los arquitectos Altgelt, Benoit, Burgos y Balbín, finalizada en 1877 y de amplio valor de conservación histórica. En una primera instancia, se había pensado en un sistema de implosión para demolerla ya que el invulnerable edificio había sido concebido en hierro y hormigón, pero solo se llegó a perforar las columnas para introducir los explosivos.

* Es arquitecta especialista en gestión pública. Está a cargo del programa de Modernización edilicia del Achivo General de la Nación. 95


Los vecinos frenaron las tareas con un recurso de amparo, preocupados por los efectos que podría tener dicha tarea en sus viviendas y en los hospitales vecinos, el Garrahan y el Udaondo. De este modo, la cárcel debió ser demolida mediante martillos neumáticos, minicargadoras con palos y martillos. Numerosos operarios trabajaron, entre contratistas y personal militar, mediante un convenio con el Ejército, a quien se le había encargado la demolición. Modernización El proyecto fue promovido por el Archivo General de la Nación en 2011 y comenzó a materializarse en 2014 mediante el Concurso Nacional de Anteproyectos, organizado por el Ministerio de Interior, La Sociedad Central de Arquitectos y la Federación de Entidades de Arquitectos. Asimismo, el proyecto forma parte del Programa de Modernización de la propia institución, en su apartado de Adecuación Edilicia. Financiado por la Comisión Andina de Fomento (caf) del Estado nacional, sus responsables son la uec (Unidad Ejecutora Central) y el Ministerio del Interior, Obras Públicas y Vivienda. Los arquitectos responsables del proyecto ganador son Juliana Deschamps, Fabio Estremera y Javiera Gavernet. Desde el origen de la idea, su implantación incorpora el edificio histórico (Altgelt), resguardado como Patrimonio Histórico, a la nueva sede, articulando entre ellos una sucesión de espacios públicos en el área, tales como el Parque Ameghino, la calle Rondeau, y la plaza del Hospital Garrahan. La propuesta se organiza en dos cuerpos diferenciados. El primero, de dos niveles, y longitudinal con respecto a la calle Rondeau, cobija el programa de acceso público y regis96

tro. En planta baja, las áreas de exposición, de recreación, de expansión, el salón de usos múltiples (sum) y las aulas de extensión; y en planta alta, la sala de referencia y la sala de consulta, todas con ingreso por la calle mencionada. Por otro lado, por la calle Pasco, a través de un patio, se propone el acceso al estacionamiento de directivos y, desde allí, se podrá arribar a un hall que vincula los sectores de dirección, vicedirección, secretaria y asesorías. Desde este ingreso, mediante una circulación diferenciada, se podrá acceder al sum para distintos tipos de eventos. En el espacio intermedio que articula los dos cuerpos, estará el acceso para el personal desde la calle Pichincha. Estos se comunicarán en el primer piso. El segundo cuerpo, de mayor altura, y longitudinal con respecto a la calle Pichincha, consta de siete plantas, más un subsuelo donde se ubicarán la sala de medidores, los tanques de reserva sanitaria y de incendio, los generadores, la sala de transformación de energía, los tableros generales y el sector de mantenimiento. Desde el interior, se podrá ingresar a este por escalera y ascensor y, desde el exterior, por la calle Pichincha, para el acceso exclusivo del personal de las empresas proveedoras de servicios para su medición y mantenimiento. En planta baja, se proyectó el área de talleres de limpieza, de restauración, de digitalización de documentos, de catalogación de documentos, de procesamiento de datos, así como el área de descanso, el comedor y oficinas y sanitarios para el personal. Por la calle 15 de noviembre de 1889, estará el acceso y recepción del material para limpiar, catalogar, digitalizar y archivar. En el primer piso, se ubicará el área de recepción y búsqueda de pedidos para sala de consulta, que se articulará con la sala de referencia. En esta planta, estará también el área de depósito de documentos.


La segunda planta se corresponderá con las cuatro siguientes, que albergarán áreas de depósito de documentos. Indistintamente, cada planta estará sectorizada en depósitos de entre cincuenta y ciento cincuenta metros cuadrados de superficie, determinados por el módulo estructural que lo defina y con la posibilidad de futuras divisiones o unificaciones. En la planta de azotea, se dispondrá de la sala de máquinas de ascensores, los depósitos au-

xiliares, las ventilaciones y los equipos para la instalación termomecánica. De esta manera, el grueso de la población ocupará la planta baja y un porcentaje menor, el primer piso del cuerpo de menor altura. De allí hacia arriba, es decir, de la segunda a la sexta planta, solo habrá documentos. Dicho espacio podrá albergar alrededor de veinte mil metros lineales de documentación.

Arriba: Plano de la planta baja, implantación en el terreno. Abajo: Plano del primer piso.

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Avance ininterrumpido Si bien la firma del contrato con la empresa data de julio del 2015, el acta de inicio de obra es del 20 de agosto del 2015. Dicho contrato se firmó con la empresa RIVA S.A., empresa seleccionada de la Licitación Pública Internacional N.º 06/2014 y la responsable por parte de la empresa es la arquitecta Maria Eugenia Pujol. Para el 31 de diciembre de ese mismo año, la obra se encontraba en un avance declarado del 1,12 %. En concordancia con el cambio de gestión de Gobierno, la obra se encontró pa-

ralizada durante nueve meses, período donde se renegociaron y actualizaron los montos y plazos de obra contractuales. Con una eficaz gestión por parte del directorio de la institución, se reinició el 30 de septiembre de 2016. Para fines de ese mismo año, el avance físico de la obra había llegado a ser de un 9 %. Durante 2017, se trabajó ininterrumpidamente hasta alcanzar un avance aproximado de un 46 % para fines de ese mismo año. Así, se estima que la ejecución de la obra finalizará hacia octubre o noviembre de 2018.

Gran cantidad de operarios trabajan para terminar la obra, marzo de 2018.

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CARACTERÍSTICAS MÁS DESTACABLES DEL PROYECTO La nueva sede del Archivo General de la Nación cumple eficientemente con las normas internacionales para este tipo de edificaciones, que albergan el acervo histórico de un país. Tales como que no exista riesgo del material en resguardo a causa de su ubicación; que tenga un costo energético bajo a lo largo de toda su vida planificada (un mínimo de veinte años); que cuente con espacio para ampliaciones y con una mínima dependencia de equipamientos y maquinaria de alta tecnología para mantener un entorno estable; que exista una estrategia global de protección contra incendios, preferentemente, automático, con rociadores de agua o de un gas homologado; que tenga una zona de almacenamiento definida y controlada, a fin de minimizar los riesgos de incendios y de inundaciones; y que cuente con entornos apropiados para cada tipo de material almacenado. Además, también podemos destacar otros aspectos. Se proyectó una estructura independiente de hormigón armado colado in situ para los dos cuerpos del edificio. En ambos, la parte mayoritaria de los componentes quedará a la vista mediante encofrados, lo que dará como resultado una terminación de superficies lisas. Asimismo, la estructura está sistematizada y modulada rigurosamente: el cuerpo de mayor altura, con un módulo estructural de 9 m x 7,20 m y el de menor altura, 9 m x 4,80 m. Su aislación hidrófuga cuenta con siete funciones diferentes: bloqueo de humedad ascendente horizontal, bloqueo de agua en tabiques submurales y/o contención, en locales que contienen agua, bloqueo vertical y horizontal en locales húmedos, barrera de vapor, e impermeabilización. Los cerramientos de construcción en seco y fachada ventilada corresponden al área de depósitos. Este es un sistema compuesto por tabi-

quería con estructura galvanizada en seco, con cara interna de placa de roca de yeso y cara externa de placas de fibrocemento, con aislación intermedia. Además, cuenta con una segunda capa ventilada al exterior, una perfilería de montantes galvanizados con panel, una fachada aislante de velo negro de cincuenta milímetros y una terminación de placas cementicias de alta densidad, hidrofugadas y fijadas mediante un sistema de remaches de acero inoxidable. El sistema se completa con unas piezas de remate inferior y superior, consistente en rejillas de aluminio anodizado microperforado que garantizan la ventilación y evitan el anide de pájaros. Para la iluminación, en la sala de consultas y la sala de referencias, así como en las distintas oficinas, la Dirección, la Vicedirección y los depósitos de documentos, dado que todos son locales con trabajos de mediana complejidad visual, se utilizarán luminarias que aporten un nivel de luz general 500 lx. Por otro lado, las áreas de catalogación, de laboratorio y de restauración, dado que son locales con trabajos de mediana y también alta complejidad visual, tendrán además un refuerzo de iluminación localizada, en donde se lograrán 750 lx. En el sector parquizado lindante con el edificio se proveerá una iluminación general media para garantizar el tránsito seguro de las personas. Asimismo, en el centro del parque, se utilizarán luminarias bajas que aportarán luz de efecto sobre las áreas verdes. Todas las luminarias serán aptas para exteriores, con grado de protección IP 64 a 65. Para espacios como los depósitos de documentos y los locales sanitarios públicos, se propusieron los sensores de presencia. El temporizador de los sensores controla el encendido o apagado de las luminarias de un

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local según estén o no ocupados por personas. Dichos sensores permiten programar el temporizador. Esto podría generar un ahorro directo y significativo de energía y aumenta la vida útil de las lámparas y luminarias. Otros beneficios que aportaría este sistema sería una disminución en la utilización de aire acondicionado ya que, al permanecer las luminarias apagadas, se reduciría la emisión de calor al medio ambiente. Los locales de archivo que albergarán documentos de gran valor tendrán un sistema de extinción de incendios con una red de rociadores Preaction de doble Interlock, con cañerías secas cargadas con aire a presión. Estos producen una descarga de agua solo si se cumplen, de manera simultáneo, dos condiciones diferentes: la activación de una señal neumática ante la pérdida de

presión de aire por rotura de la ampolla de cualquier rociador y la recepción de una señal eléctrica emitida desde un detector de calor o humo. Se evitan así descargas accidentales por rotura de ampollas o fallas en el sistema de detección. Existirá una estación de control automático por cada piso. En cualquiera de los casos mencionados, la liberación de agua será solo por el o los rociadores cuyas ampollas hayan explotado. No existirá descarga simultánea en sectores no involucrados. El esquema se complementa con extintores manuales en la totalidad de las superficies cubiertas, con equipos triclase en riesgos generales y equipos de CO2 para riesgos eléctricos. Además, todas las aberturas en losas de piso coincidentes con plenos para pasaje de instalaciones serán selladas con materiales ignífugos específicos, para impedir así cualquier propagación de calor o fuego.

V

Avance de la construcción del edifico destinado a Archivo sobre la calle pichincha. El edificio contará con siete pisos.

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Avance de la construcción del edificio destinado al acceso público sobre la calle Rondeau.

Obras en donde existía la calle Rondeau. Al fondo, el edificio histórico de la cárcel de Caseros.

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Vista del edificio destinado a Archivo desde el que estĂĄ destinado a Acceso al pĂşblico.

Espacio destinado al auditorio.

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El edificio terminado

Vista nocturna del edificio proyectado desde la calle Rondeau. Uno de los renders confeccionados por el estudio ganador del concurso del proyecto.

Vista del edificio destinado a Archivo desde la confitería de acceso público de la planta baja. También, puede visualizarse el retiro de la línea municipal de la calle Pichincha, con un espacio diseñado para exposiciones al aire libre. Los renders fueron confeccionados por los arquitectos de La Plata que ganaron el concurso: Juliana Deschamps, Fabio Estremera y Javiera Gavernet.

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El ministro del Interior, Obras Públicas y Vivienda, Rogelio Frigerio y Horario Rodríguez Larreta, jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires junto a otras autoridades visitaron la obra del nuevo archivo en Parque Patricios, abril de 2018.

Emilio Perina, el director del Archivo General de la Nación junto al jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta y al vicejefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Diego Santilli, en una visita a la obra, abril de 2018. 104


Avance de la construcciĂłn del edificio destinado al acceso pĂşblico sobre la calle Rondeau.

Estado de la nueva sede del Archivo General de la NaciĂłn, vista desde la esquina de Pichincha y 15 de noviembre, abril de 2017. 105


Parque Patricios:

cómo era el terreno donde estará la nueva sede del archivo

Vista del edificio en construcción de la Cárcel de Encausados y alrededores. Barrio Parque Patricios, agosto de 1967. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 297293.

Cárcel de Caseros, también llamada Cárcel de Encausados. Frente del edificio en la Av. Caseros entre Pasco y Pichincha. Departamento Documentos Fotográficos. Inventario 18437. 106


Obras de ensanche de la Cรกrcel de Encausados ubicada en Parque Patricios, 16 de agosto de 1967. Departamento Documentos Fotogrรกficos. Inventario 297294. 107


Presentación del libro en nuestro auditorio, 4 de abril de 2018. Arriba: De izquierda a derecha: el director de la publicación, Dr. César García Belsunce; el presidente de la Academia Nacional de la Historia, Dr. Fernando Barba; el director del Archivo General de la Nación, Emilio Perina, y una de las coordinadoras de la investigación, Susana R. Frías. Abajo: Los autores del libro junto al presidente de la Academia Nacional de la Historia y al director del Archivo General de la Nación. De izquierda a derecha: Adela M. Salas, Fernando Barba, César García Belsunce, Emilio Perina, Susana R. Frías. María Inés Montserrat y María Eugenia Martese.

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PUBLICACIONES DEL ARCHIVO

Pobladores rurales en los padrones porteños de 1726 y 1744* El miércoles 4 de abril, en el auditorio del Archivo General de la Nación, se llevó a cabo la presentación del libro En dicho día... Pobladores rurales en los padrones porteños de 1726 y 1744, publicación realizada en conjunto con la Academia Nacional de la Historia. El acto, presidido por el director del Archivo, el señor Emilio Perina, contó con la presencia y las palabras del presidente de la Academia, el doctor Fernando Barba, y de dos de sus autores: el doctor César A. García Belsunce y Susana R. Frías. El Grupo de Trabajo para la Historia de la Población de la Academia Nacional de la Historia nació en 1991. En ese momento lo dirigían los doctores César García Belsunce y Ernesto Maeder quien, más adelante, por cuestiones personales, solo pudo continuar como colaborador externo. Desde sus inicios, este pequeño grupo de historiadores (entre ellos, Susana R. Frías, quien ya había integrado otros grupos constituidos para el mismo fin) logró darles forma a varias de sus investigaciones. Lograron hacer un libro sobre la población colonial de Córdoba, pudo ser gracias a Dora Celton; luego, siguió el estudio de Luis María Calvo sobre las poblaciones de Santa Fe “la Vieja”. También, desde 2003, comenzaron a trabajar en investigaciones sobre las poblaciones porteñas, a los que se agregó “una contribución documental de Jorge Lima González Bonorino sobre el pago de Areco y el artículo ‘Vecinos y

pasantes’ de Susana Frías”.1 Además, publicaron diez tomos de Cuadernos del grupo de población, de los que hay un undécimo en preparación. Actualmente, el grupo está integrado por César García Belsunce, Susana Frías, María Inés Montserrat, Adela Salas –hoy con licencia–, María Eugenia Martese y Gabriela de las Mercedes Quiroga. El resultado de muchas de estas investigaciones fue el libro En dicho día…, publicado a fines de 2017. Este es un instrumento inapreciable ya que permite el acceso a la información, no solo a quien está habituado a la grafía del siglo xviii, sino a especialistas de otros períodos y al público en general ya que, como bien dijo Susana Frías, “se ha optado por desarrollar las sinopsis y utilizar la escritura actual, lo que ayudará a ampliar considerablemente el número de usuarios, que hasta ahora estaba limitado a los especialistas capaces de comprender tanto la letra como las abreviaturas propias de esa época”.2

*Artículo elaborado sobre la base de los discursos pronunciados por César García Belsunce y Susana R. Frías en la presentación del libro En dicho día… Pobladores rurales en los padrones porteños de 1726 y 1744. 109


Con este criterio, unificaron las grafías de los apellidos para trabajar sobre un patrón único y evidenciar los datos repetidos, tanto de casos en que la misma persona era censada dos veces como de casos en que se trataba de homónimos. También, se pudo poner de manifiesto los casos en que una persona había sido censada en un pago en 1726 y en otro diferente en 1744. De este modo, el libro “ofrece un panorama de conjunto, con cifras reales de la población de toda el área y esperamos poder trabajar en breve tiempo, aspectos tales como la etnia, la composición familiar, las ocupaciones y la mano de obra y muchos otros […] Esta documentación, leída con paciencia, con un acercamiento exento de prejuicios y anacronismos resulta ser mucho más rica que lo que inicialmente ha parecido a quienes la desecharon por considerar irrelevante su información”.3 Entre otras cosas, los padrones muestran que el crecimiento del ámbito bonaerense fue anterior a la instalación del Virreinato, por lo que la instauración y la elección de Buenos Aires como capital fue consecuencia y no causa del aumento de la población. Los datos que ofrece este libro, también, permiten hacer otras afirmaciones provisorias, tales como que el crecimiento no fue parejo en todo el espacio bonaerense; hubo áreas más dinámicas que otras y la disponibilidad de tierras fue un incentivo que desdeñó los posibles peligros de las zonas más cercanas al territorio dominado por el indio. Y, además, que el mundo rural no fue un ámbito masculino, sino de familias, algunas de las cuales estaban presididas por mujeres.4 Sin embargo, no es este el primer intento de analizar documentos de esta naturaleza que se conservan en nuestro país. En 1858, el director del Archivo General de la Nación don Manuel Trelles publicó y comentó diversos registros, incluyendo padrones de las reducciones

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de los habitantes nativos. En 1895, se hizo una publicación oficial del segundo censo nacional que cuenta con un estudio preliminar de Alberto Martínez, en el que analizaba los orígenes, el desarrollo y las características de nuestra población. En los años siguientes, se destacaron otras contribuciones (como la de Emilio Coni, la de Manuel Cervera y la de Nicolás Besio Moreno) pero, recién en la segunda mitad del siglo xx, el estudio de la historia demográfica y de la más amplia historia de la población adquieren distinción como disciplina específica.5 En 1974, hubo un creciente entusiasmo de parte de la comunidad de historiadores por este tipo de estudios. De hecho, fue tal el incremento de la demanda de legajos relativos a padrones coloniales que “las autoridades, temiendo daños irreparables en el material, retiraron de la consulta toda la serie, con el fin de preservarla”6. En su discurso durante la presentación de este libro, Susana Frías cuenta: “Tras un largo período en que fue imposible examinar los originales, en 2004, el director del Archivo doctor Miguel Unamuno creó el área de Digitalización de Documentos, cuya primera tarea fue rescatar los legajos de padrones. Esta vez, se comenzó por los de 1726 y 1744. Durante dos años, el coordinador del área, Fabián Alonso, se dedicó a seleccionar y describir los documentos, mientras Luis Farías los escaneaba y Mariano Ostumi se ocupaba de la edición, todo ello con un escáner y dos computadoras”.7 No podemos dejar de mencionar, además, el gran aporte a esta materia de Emilio Ravignani en el Instituto de Investigaciones Históricas, que hoy lleva su nombre. El historiador, jurista y político argentino trabajó personalmente en el Archivo para reunir materiales e información publicados en el décimo tomo de Documentos para la historia argentina.


Este volumen lleva por subtítulo “Padrones de ciudad y campaña. 1726-1810” y salió a la luz poco después de su muerte, en 1955.8 Sobre la reciente publicación y su modo de afrontarla y elaborarla, César García Belsunce explica: “En primer término, nos propusimos superar la historia demográfica, historia demasiado atada a los métodos estadísticos, aunque los utilizamos para enriquecer el análisis histórico. De este modo, recurrimos también a las fuentes no demográficas. El estudio de los padrones civiles y de los libros eclesiásticos de nacimientos, matrimonios, entierros y colecturía fueron complementados con los de las sucesiones, de las escrituras notariales, de los pleitos civiles, penales y eclesiásticos. Todos ellos arrojaron informaciones esenciales. Las actas de los cabildos seculares y catedralicios contienen desde listas nominativas de habitantes hasta los datos de los daños causados por las epidemias y los malones. También tuvimos siempre presente la importancia de la geografía, ya que el territorio es el ámbito físico donde se asienta una población, y el clima y el agua son elementos determinantes de su desarrollo. […] Los trabajos realizados en las provincias andinas han demostrado que los conquistadores trazaron sus caminos siguiendo las sendas que utilizaban los indígenas”.9 Otro de los rasgos característicos de la labor realizada por los investigadores es el de haberse dedicado hasta ahora al siglo xvii y a la primera mitad del xviii y, en algunos casos excepcionales en que correspondiera, a los inicios del xvi. La razón es que “para mejor interpretar los cambios producidos en el siglo xix en cuanto a la evolución de la población y la ocupación del espacio, había que conocer lo sucedido en los siglos anteriores”.10 Además, todo el período previo a la creación del Virreinato “había sido muy poco

estudiado por los historiadores en esta materia. El motivo de este desapego residía en la menor visibilidad de las fuentes, lo que se traduce, aparentemente, en mucho esfuerzo y escaso fruto”11. Por su parte, Susana Frías manifiesta: “La tarea que encaramos contaba con una ventaja inicial: algunos pagos habían sido ya estudiados y se había corregido el número de habitantes de cada padrón recurriendo a otras fuentes, especialmente, las de los registros de parroquia. En este libro, no se han utilizado esas correcciones y solo se ha trabajado la información tal y como cada padrón la ofrece. […] En el estudio preliminar se ha dado cuenta de un sector de la población al que resulta imposible identificar por carecer de datos y, a veces, hasta de cuantificar, porque los censistas los han mencionado genéricamente; en esa situación se encuentra, especialmente, la población esclava, a la que se la anota con la expresión: “En la chacra sólo sus esclavos”. No obstante, hemos podido trabajar parte de estos datos que, inicialmente, eran poco útiles”.12 Este libro comprende un mundo muy chico, donde las personas se reconocían unas a otras, a veces, “simplemente usando una característica distintiva, como en el caso de Lorenzo, residente en Cañada de la Cruz, nombrado como ‘Barba blanca’, o el de Gregorio, llamado ‘el Cisne’. Estos apodos que los identificaban entre sus coetáneos fueron registrados por el empadronador y así han pasado a la historia”13. Lo cierto es que, por primera vez, los padrones de 1726 y 1744 son tratados de una manera integral. Es decir, se abarca toda el área rural en cada una de esas dos fechas. Los estudios parciales realizados hasta el momento respondían a la motivación por estudiar el desarrollo y crecimiento de pagos bonaerenses particulares, pero que no contaban con una visión global. “Este fue el desafío que enfrentamos y, a la larga, el resultado ha sido más que abundante”14.

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El libro se puede adquirir en la Mesa de Entrada del Archivo General de la Nación

(avenida Leandro N. Alem 246, planta baja) de 10 a 13 horas. El precio de venta es de $300.

Características del libro Cantidad de páginas: 254. Autores: César A. García Belsunce, Susana R. Frías, María Inés Montserrat, María Eugenia Martese y Adela M. Salas. Fecha de publicación: diciembre de 2017. ISBN: 978-987-9206-27-0.

NOTAS 1. César A. García Belsunce, en su discurso durante la presentación del libro En dicho día… Pobladores rurales en los padrones porteños de 1726 y 1744 (Archivo General de la Nación, 2017). Para más detalles sobre el artículo de Susana Frías, véase: Frías, S. (2013): “Vecinos y pasantes. La movilidad en la colonia”, Buenos Aires: Academia Nacional de la Historia, serie Estudios de la Población 7, pp. 182. 2. Susana R. Frías, en su discurso durante la presentación del libro En dicho día… Pobladores rurales en los padrones porteños de 1726 y 1744 (Archivo General de la Nación, 2017). 3. Susana R. Frías, loc. cit. 4. Susana R. Frías, loc. cit. 5. César A. García Belsunce, loc. cit. 6. Susana R. Frías, loc. cit. 7. Susana R. Frías, loc. cit. 8. Susana R. Frías, loc. cit. 9. César A. García Belsunce, loc. cit. 10. César A. García Belsunce, loc. cit. 11. César A. García Belsunce, loc. cit. 12. Susana R. Frías, loc. cit. 13. Susana R. Frías, loc. cit. 14. César A. García Belsunce, loc. cit. 112


El doctor César García Belsunce pronunciando su discurso el día de la presentación en el auditorio, 4 de abril de 2018.

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Inauguraciรณn de la muestra, lunes 26 de marzo de 2018.

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PASÓ EN EL ARCHIVO

Arte en el AGN El 26 de marzo se inauguró el espacio de arte con una muestra sobre los trabajadores argentinos basada en fotografías del Departamento Documentos Fotográficos realizada por Florencia Nöllmann. La muestra “Archivo (documentación visual del trabajador argentino)” está formada por una serie de obras artísticas que, a través de fuentes fotografías del Archivo General de la Nación, ubica en el centro de su lectura al trabajador, sus diversos oficios, contextos y relaciones laborales. Estas veinte obras, realizadas por Florencia Nöllmann, componen un relato que documenta, a partir de tintas y pinturas al óleo, la evolución de la clase trabajadora y de sus miembros, principales actores sociales y políticos del siglo XX.

INFORMES Si sos artista y tenés ganas de formar parte de este espacio que intenta preservar y revalorizar, a través del arte, la memoria tanto de la ciudad como del país, ponete en contacto con nosotros. Av. Leandro N. Alem 246, CABA. Área Comunicación y Acción Cultural. Tel.: 4339-0800, interno 71037. Mail: comunicacionagn@mininterior.gob.ar www.agnargentina.gob.ar ALGUNAS DE LAS OBRAS

SOBRE LA ARTISTA Florencia Nöllmann nació en Buenos Aires en 1979. Cursó estudios de Artes Visuales con orientación en Pintura en el Centro Polivalente de Arte de San Isidro, en el Profesorado de Artes Visuales Rogelio Yrurtia, en la Universidad Nacional de Arte y en el taller de Marta Córdova. Realizó muestras en el Centro Cultural de la Cooperación en 2016 y en el Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex-ESMA) en 2017. DÓNDE Y CUÁNDO La muestra temporaria se puede visitar hasta fines de julio en la galería del Archivo, ubicada en la planta baja, de lunes a viernes de 10 a 17 horas.

Arriba: Pizzero. Tinta china sobre cartulina americana, 31 x 46 cm, 2016. Abajo: Parrillero. Tinta china sobre cartulina americana, 80 x 110 cm, 2016.

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ALERTA

Hurto en una iglesia en Perú En 2013 fueron sustraídos bienes religiosos de la Iglesia Matríz de Aucará, ubicada en la provincia de Lucanas, en el departamento de Ayacucho, Perú. Se trata de ocho objetos, entre estos, un vaso en forma de copa, un platillo circular y una balanza.

Izquierda: Pieza ornamental con sección en media luna elaborada en plata datada en el siglo xvi. Centro: Potencia en plata martillada, repujada con motivos vegetales estilizados, rematada con tres ondulantes. Derecha: Corazón de metal con volutas y elementos florales alrededor. Fotografías difundidas por la Dirección de Recuperaciones de la Dirección General de Defensa del Patrimonio Cultural del Ministerio de Cultura de Perú.

Por cualquier información que pueda brindarse, contactarse con: comunicaciones@cultura.gob.pe

Robo de escultura en Buenos Aires Caballo de bronce, obra del escultor Lucio Fontana. C. 1946. Escultura de bronce con pátina oscura que representa un caballo parado en sus dos patas traseras. Medidas: 32 cm de ancho x 28 cm de alto. Fecha de robo: 27/03/2018.

Por cualquier información que pueda brindarse, contactarse con el Departamento Protección del Patrimonio Cultural de Interpol-PFA: mail: patrimoniocultural@interpol.gov.ar o al teléfono: (011) 4346-5752. 116


ALERTA

Hurto de cuatro pinturas de Figari en Montevideo El Comité Nacional de Prevención y Lucha contra el Tráfico Ilícito de Bienes Culturales de Uruguay informa sobre la sustracción de cuatro óleos de Pedro Figari de una residencia particular de Montevideo el pasado 12 de marzo.

Fotografías difundidas por el Comité Nacional de Prevención y Lucha contra el Tráfico Ilícito de Bienes Culturales.

Por cualquier información que pueda brindarse, contactarse con: comitenacionaltibc@mec.gub.uy 117



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