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Memoria sobre el cultivo de la caña... Ramiro Posada
from ICOSAEDRO 001
Memorias sobre el cultivo de la caña de azúcar en el Valle del Cauca.
Ramiro Posada
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En 1998 una empresa de Medellín me contrató para realizar una serie de fotografías sobre labores agrícolas y cuyo propósito era ilustrar el calendario promocional que la empresa regalaba a sus clientes a final de cada año. En cumplimiento de aquel contrato viaje repetidamente a diferentes regiones del país .
Las fotos que integran esta serie fueron hechas durante mi visita una hacienda azucarera de Valle del Cauca, propiedad de una de las grandes empresas agrícolas del país.
A mi llegada lo que más me sorprendió fue encontrar que ninguno de los funcionarios del ingenio, a pesar de haber sido informados de mi visita, parecían tener la menor idea de que era lo que debía fotografiar. Eventualmente, y después de una corta deliberación, me condujeron a un lugar donde se realizaban labores de corte y me abandonaron allí con la promesa de recogerme
El lugar en donde me ubicaron distaba mucho de ser el adecuado para las fotos, un estrecho de tierra y caña quemada de unos cien metros, flanqueado de un lado por una cerca de árboles ya maduros, y del otro lado un camino de tierra frente al cual se extendía un mar de caña que de cuando en cuando se estremecía con el viento. La calma antes de la tormenta pensé, y empecé a desempacar mi equipo. A unos veinticinco o treinta metros un grupo de corteros había detenido sus labores y
Decidido, como estaba, a sacar el mayor provechos de las circunstancias me acerque a los trabajadores con la intención de obtener alguna información que me ayudara en mi tarea, pero rápidamente la conversación cambió de rumbo y terminamos hablando de su situación en la empresa.
Me contaron que les habían asignado ese lugar, uno de los lotes más malos de la hacienda, para obligarlos a
renunciar. Eran los corteros de mayor antigüedad y querían deshacerse de ellos. El método ideado por la empresa consistía en asignarles las condiciones más difíciles de trabajo y los lotes más improductivos para reducir su salario y doblegarlos físicamente. “Partirnos el espinazo” en el lenguaje coloquial de los corteros.
Ese día trabajaban un terreno que había sido quemado el dia anterior y el olor de caña quemada y el polvillo de carbón que se levantaba a cada golpe de la rula, lo impregnaban todo. Me hablaron de cómo el polvillo de carbón se metía bajos las uñas, en los ojos y los oídos, en la nariz y bajo las axilas y adentro, en los pulmones, y en la garganta formaba una película áspera a lo largo de esófago. La comida nunca vuelve a saber igual, concluyó uno de ellos.
Al final del día se limpiaron como pudieron con el agua que cargaban en grandes recipientes de plástico y mientras esperaban el bus que los llevaría de regreso continuaron hablaron de su difícil situación laboral y como prueba de que no mentían me enseñaron sus colillas de
pago. Me pidieron que los fotografiara y que denunciara sus condiciones de trabajo en la prensa. Accedí por supuesto, aunque por entonces no conocía nadie que trabajara en los medios. De regreso en Medellín envié las fotos acompañadas de una carta a una conocida revista pero jamás me respondieron.
Hoy, veintiún años después, no se si alguno de aquellos hombres siga trabajando en ese lugar o si habrán muerto. Tampoco se si las condiciones de trabajo han mejorado, espero que así sea. Aunque investigando un poco descubrí que la explotación laboral es una práctica rampante en la industria azucarera de todo el mundo. Hace unos cuantos días, cuando publiqué algunas de las fotos en mi cuenta de Instagram, alguien hizo un comentario que confirmaba mi hallazgo y me recomendó un documental, disponible en Netflix, titulado Rothen (Podrido) en donde se trata el tema.
Ninguna de las fotos de los corteros fueron usadas en el dichoso calendario.