El Palacio Real de León

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El Palacio Real

de León

María Dolores Campos Sánchez-Bordona Javier Pérez Gil

Edilesa


Dirección editorial:

Vicente Pastor Dirección de arte:

J. Alegre

ÍNDICE Fotos:

Javier Pérez Gil María Dolores Campos Sánchez-Bordona Joaquín García Nistal Instituto Leonés de Cultura Museo Arqueológico Nacional (M.A.N.) Museo de León (M.L.) Archivo Histórico Municipal de León (A.H.M.L.) Archivo de la Comandancia de Obras de Valladolid (AR.CO.) Oronoz Archivo Edilesa

PRÓLOGO ..............................................................................................................................................

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INTRODUCCIÓN: EL REINO DE LA MEMORIA Y EL PALACIO OLVIDADO ..................................................................................................

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EL PALACIO, TIPOLOGÍA DE LÍMITES INCIERTOS .................................. 13

[Norberto, M. Martín, F. Fernández y P&B]

PALACIOS REALES LEONESES EN LA ALTA Y PLENA EDAD MEDIA .......................................................................................................... 35 © Textos: María Dolores Campos Sánchez-Bordona Javier Pérez Gil

EL PALACIO REAL LEONÉS EN LA RED PALACIEGA DE LA CORONA DE CASTILLA (SIGLOS XIV-XVI) ..................................... 59

Camino Cuesta Luzar, s/n - 24010 Trobajo del Camino. León (España) Teléfono: 987 800 905 - Fax 987 840 028

GÉNESIS DE LOS REALES ALCÁZARES DE LA RÚA: INSTAURACIÓN DE LA DINASTÍA DE LOS TRASTÁMARA Y RENOVATIO ARQUITECTÓNICA ............................................................................ 75

ISBN-10: 84-8012-518-7 ISBN-13: 978-84-8012-518-5

EL PALACIO DE LA CALLE DE LA RÚA Y LA CONFIGURACIÓN DE UN ENTORNO ÁULICO ..................................... 87

© Edilesa 2006

Depósito Legal: LE-984-2006 Preimpresión: LetterMAC Printed in Spain. Impreso en España Quedan reservados todos los derechos: Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, ni tramitada por sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del titular del copyright.

ETIQUETA Y REPRESENTACIÓN EN EL PALACIO REAL DE LEÓN............................................................................................. 125 NUEVA DINASTÍA, NUEVAS FUNCIONES. EL PALACIO REAL DE LEÓN EN EL SIGLO XVI............................................ 141


EL SIGLO XVII Y LA VERSATILIDAD BARROCA ......................................... 171 UN SIGLO DE LUCES Y SOMBRAS ............................................................................ 189 EL PALACIO CASTRENSE: EL CUARTEL DE LA FÁBRICA ............... 223 LA MEMORIA PERDIDA: OCASO DEL PALACIO REAL Y DESARROLLO URBANÍSTICO .................................................................................... 251

PRÓLOGO

ANEXO DOCUMENTAL .......................................................................................................... 265 FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA ............................................................................................... 275

La ciudad de León es una de las que cuentan con mayor riqueza histórica y artística de toda España, pero también poseyó una extraordinaria importancia monumental que, con el devenir de los tiempos, fue desapareciendo, y hoy, muchos de sus extraordinarios testimonios apenas se conservan siquiera por fragmentos en museos y colecciones ajenas y por restos documentales perdidos en los archivos o en las viejas bibliotecas. Por esta circunstancia, es de suma trascendencia indagar en las páginas borradas del gran libro de su existencia y poco a poco ir recuperando la verdadera identidad de esta tierra, al margen de las historias noveladas, fundamentadas en la fantasía o en la imaginación. Por ello tengo la fortuna de presentar un trabajo de verdadera investigación que tiene la virtud no sólo de exponer una metodología rigurosa y seria, sino de ocasionar descubrimientos y aportaciones completamente inéditos en la historiografía leonesa, que nos permiten avanzar en la recuperación de su legado cultural. Con alguna frecuencia nuestras fuentes antiguas mencionaban el palacio de los reyes de León y de Castilla de la calle de la Rúa de los Francos, pero toda su existencia se velaba entre las brumas del pasado. Gracias a María Dolores Campos Sánchez Bordona, profesora titular de la Universidad de León, y a Javier Pérez Gil, profesor de la Universidad de Valladolid, verdaderos expertos y conocedores de la Historia, hemos rehecho la memoria verídica y no sectaria de un espacio de honda significación histórica, cultural, política, sociológica y urbana de la personalidad leonesa. Un escenario territorial urbano en el que palpitó fuertemente el sentimiento de una significación poderosa durante siglos y que, sin embargo, desapareció y quedó hundido en el olvido. No obstante, el acervo ha sido rescatado, y gracias al presente trabajo, de nuevo se puede reconstruir con vigor y sin fantasías un singular lugar de la ciudad y de la conciencia de los habitantes que forjaron el antiguo Reino de León y las épocas que le sucedieron. Y no sólo de la etapa prestigiosa de su pasado bajo medieval, sino también del discurso del tiempo por el que el solar fue transformándose respondiendo a demandas de nuevas empresas urbanas, pues como bien explican los diversos capítulos del libro, allí tuvieron su sede sucesivamente también el Corregimiento de León y el Adelantamiento del Reino, más tarde la Audiencia o la cárcel, como la aduana, el pósito municipal y las primeras empresas fabriles de


9 lienzos de la ciudad en el siglo XVIII. Asimismo, allí se instalaría después un cuartel y más tarde, de nuevo una gran transformación plantearía una estructura que ha llegado a nosotros manifestando los gustos y el modelo de ciudad que los tiempos más recientes han dotado al espacio. La investigación recorre con acierto la historia desde todas sus condiciones metodológicas aportando no sólo datos y documentos inéditos, sino revisando con pulcritud valores artísticos, culturales y funcionales, tanto repasando en profundidad la bibliografía existente como desde la aportación de nuevos materiales gráficos de indudable valor. Así se reconstruye, hasta donde es posible con fidelidad y pragmatismo científico, el que fuera lujoso palacio desde su construcción por Enrique II, sin olvidar las diversas transformaciones ocurridas en el solar hasta el presente. De esta manera alcanza gran valor el que los profesores Campos Sánchez-Bordona y Pérez Gil no se revelan únicamente como grandes conocedores de la tipología de la “casa del poder”, el palatium en la Edad Media y períodos sucesivos en España, sino también muestran altura y preparación al desbrozar la historia local, la funcionalidad, la etiqueta regia, la construcción de las sucesivas etapas y de la identidad del lugar. De la misma manera hay que destacar su extraordinaria interpretación respecto de la arquitectura áulica española y sus significaciones políticas durante todo este largo período, imbricando el contexto del ejemplo leonés estudiado con los casos similares de otras ciudades. Es preciso resaltar la incorporación de materiales gráficos hasta ahora desconocidos, la persecución y análisis minucioso de los fragmentos que se encuentran en los Museos de León y Madrid, la atenta observación de la evolución planimétrica, el dominio de las fuentes bibliográficas, en resumen, el esfuerzo que durante varios años ha permitido recuperar para la historia de León una de sus referencias más valiosas e ignoradas. León tuvo un pasado espléndido, y el libro marca bien el proceso del auge a la decadencia, y no sin cierta amargura, y a veces rebeldía, se puede apreciar en las páginas de esta investigación el dolor de los autores ante la pérdida de tan valiosos testimonios por la incuria y la indolencia de leoneses viejos. Por ello debemos felicitarnos muy sinceramente de que gracias al arrojo, saber y altruismo de los autores podamos de nuevo volver a disfrutar, al menos desde el intelecto, de aquellos tiempos perdidos ahora renacientes merced a la escritura y al conocimiento. JAVIER RIVERA BLANCO Catedrático de Teoría e Historia de la Arquitectura y de la Restauración Escuela Técnica Superior de Arquitectura y Geodesia Universidad de Alcalá de Henares

INTRODUCCIÓN: EL REINO DE LA MEMORIA Y EL PALACIO OLVIDADO

Si los vestigios materiales dan soporte y representan la memoria de los hechos pretéritos, no es extraño que, con la ausencia de los primeros, se desvanezca también el recuerdo de los segundos. Esta paradójica dependencia de la causa hacia el efecto resulta particularmente frecuente en el campo de la Historia del Arte, y tal es así que parece empresa más ardua contravenir o confirmar las loas de Plinio a un Zeuxis o a un Parrasio que disertar sobre el último de los lienzos expuestos en nuestras galerías. Ello conlleva también el peligro latente de mistificar a través de la generalización o de la imaginación la realidad original, procedimiento amparado, que no justificado, por la dificultad de reconstruir documentalmente un escenario que, en cualquier caso, no puede considerarse estrictamente objetivo. Esta práctica resulta especialmente tentadora en el ámbito del Patrimonio, amenazando su autenticidad en beneficio de intereses diversos que evidencian las más de las veces un gran desinterés hacia el primero. Es por ello que el investigador tiene la obligación y la responsabilidad de entregar a la sociedad la herencia que le pertenece, identificando con los juicios más sólidos posibles esas sombras platónicas y evitando adulterar su autenticidad, aun a costa de abstenerse de edulcorar de forma fácil y burda un producto que posiblemente sería mejor recibido por la comunidad. Estas son las dificultades que presenta cualquier estudio histórico y, de partida, también el del Palacio Real de León, cuyas valoraciones han de pasar necesariamente por el incierto reino de la hipótesis. Antaño emblema de la Corona en la ciudad, su desaparición supuso el práctico destierro de su memoria y de la del trasfondo que representaba. Generó, asimismo, un vacío en la historiografía de la ciudad que fomentó tanto su deliberada o inconsciente omisión, como la tentadora deformación que amparaba la impuni-


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dad de su referente. Las razones que explican el abandono que acabamos de apuntar se nos manifestaron evidentes en el momento mismo de iniciar la investigación. La dificultad a la hora de hallar nuevas fuentes, generalmente exiguas y poco reveladoras, no hicieron sino confirmarlas. En efecto, los datos que hemos podido recabar de fuentes muy diversas, a lo largo de varios años de trabajo duro y constante, nos convencieron de la imposibilidad de reconstruir de manera precisa e inequívoca –en el plano teórico– la realidad del objeto de estudio, sus características formales, su evolución histórica y su contexto inmaterial. Sin embargo, ello no menoscabó nuestro propósito de recuperar la memoria y la legibilidad de una obra que considerábamos de gran trascendencia para la Historia leonesa, prescindiendo para ello de especulaciones arbitrarias o noveladas, de gran fortuna en nuestros días, y ya presentes en nuestro caso –aunque con otros fines, igualmente respetables– en varias obras literarias del Siglo de Oro español, como Los prados de León (Madrid, 1621) de Lope de Vega, comedia ambientada en un imaginario palacio de Alfonso II. Es esa memoria la misma que, en la obra del Fénix, el rey Bermudo recomendaba vivificar con una imagen al afirmar: Da, Alfonso, contento al pueblo; que al rey que no ve no ama, y al que ve quiere en extremo.

De este modo, hemos intentado enmarcar la obra de los palacios reales de León en su propio contexto temporal y material, devolviéndoles su lugar en la secuencia histórica de la ciudad, con atención a sus precedentes, génesis, evolución y desenlace, buscando con ello establecer también una conexión fluida hacia el presente. A través del desarrollo de este esquema el lector podrá asomarse al panorama áulico de la capital del Reino previo a la construcción del Palacio de la calle de la Rúa, para seguir aproximándose a la realidad de este último, cuya trascendencia venimos ahora a poner en valor. Más allá de su función primigenia como casa real, el paso de los siglos le reservó un papel protagonista en la vida de la ciudad, cumpliendo así funciones tan diversas y relevantes como la de sede del Corregimiento legionense y del Adelantamiento del Reino de León, audiencia, cárcel, pósito municipal, emplazamiento del principal proyecto fabril ilustrado en la ciudad o cuartel de milicias, pasando en época más reciente a servir su antiguo solar para configurar el paisaje urbano de un destacado sector del centro de la capital. Se trata, pues, y sin lugar a dudas, del edificio civil más significativo para la ciudad de todos cuantos se han construido desde la Baja Edad Media hasta nuestros días. Sus muros fueron testigos de algunos de los más destacados hechos y procesos que afectaron a la capital y se confirmaron, asimismo,

INTRODUCCIÓN: EL REINO DE LA MEMORIA Y EL PALACIO OLVIDADO

como uno de los indicadores más elocuentes de su evolución y decadencia, resultando imposible entender de manera integral los últimos seis siglos de la historia leonesa sin recurrir a su mención. Y, abundando en esta justificación de nuestro estudio, queda por reseñar que el Palacio, soporte físico de estas actividades y significados, constituye una arquitectura que representa, per se, la de ser una “casa real”, con todas sus consecuencias en el plano artístico. Resulta por todo ello sorprendente, por injustificado, el olvido en el que se hallaba recluido el Palacio Real de León, aun teniendo en cuenta las citadas dificultades que entrañaba su estudio. Ésa fue la conclusión a la que llegó en 1873 Juan de Dios de la Rada cuando afirmaba que “a pesar de cuanto se ha escrito acerca de León y de sus renombrados monumentos... se hace ahora por vez primera del Palacio Real”. Nosotros, más de un siglo después, nos vemos obligados a dar por bueno ese aserto, enfatizándolo incluso con un tono aún más vivo, al observar que esa llamada de atención no fructificó en la continuidad de su estudio. Esperemos que con este trabajo, que presenta por vez primera un panorama integral del Palacio, pueda reintegrarse esta importante laguna de la Historia de León. Antes de concluir esta breve presentación quisiéramos, no obstante, agradecer la colaboración desinteresada de cuantas personas nos han ayudado en nuestro propósito, empezando por los técnicos de los archivos, bibliotecas y museos –locales y estatales, públicos, eclesiásticos y militares, imposibles de citar de manera expresa en estas pocas líneas– que con tanta amabilidad nos atendieron durante interminables meses de búsqueda documental. Igualmente a nuestros compañeros de las universidades de León y Valladolid, por sus consejos y ánimos, y de manera especial a don Joaquín García Nistal, don Juan José Sánchez Badiola, doña Mª Isabel Viforcos Marinas y Mª Luisa Pereiras, con quienes tuvimos la oportunidad de trabajar en temas comunes. Otros sinceros agradecimientos aparecerán oportunamente intercalados a lo largo de las siguientes páginas, aunque ahora queremos hacerlos expresos, por justicia y pertinencia, en dos personas más. En primer lugar, a don Vicente Pastor Benavides, el editor de la obra, por su interés y entusiasmo en el proyecto, reacciones ambas que los autores no pudimos llegar siquiera a atisbar por parte de las instituciones políticas leonesas. Y por último, quizás por ser quien inicia la obra, a don Javier Rivera, uno de los más grandes especialistas de nuestra arquitectura histórica, que ha tenido la gentileza de prologar este trabajo, honrándolo con su presentación. A todos ellos, gracias.

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EL PALACIO, TIPOLOGÍA DE LÍMITES INCIERTOS

Más allá de las dificultades inherentes al estudio de un edificio desaparecido, señaladas en la presentación, el estudio del Palacio Real leonés ofrece un primer escollo en su propia acotación terminológica, derivado de la contradicción que supone la referencia a una tipología, como es la palacial, aparentemente precisa pero incapaz de delimitar, por sí misma, su propia caracterización. A finales del siglo XV, en los albores de la Edad Moderna, comienzan a germinar las primeras formas “a lo romano” en la arquitectura española. Su introducción, patente en obras como el Colegio de Santa Cruz de Valladolid o el palacio del Infantado de Guadalajara, se deberá fundamentalmente a la iniciativa de la nobleza, razón por la cual una tipología tan ligada a ésta, como es la palaciega, se convertirá en el principal soporte de estas novedades. Florece entonces en nuestra arquitectura doméstica un vasto conjunto de realizaciones, caracterizadas por una visión más o menos renovada del concepto de palacio –las casas principales o palacios–, aunque esta última denominación no tuviese en el Renacimiento español la misma fortuna que los palazzi italianos, que han sido objeto de un crecido número de estudios durante los últimos dos siglos. El Renacimiento parecía así devolver al viejo término una precisión semántica y tipológica que había perdido a lo largo de la Edad Media, si bien esta aparente exactitud acabó por revelar una evidente incapacidad a la hora de delimitar esos significados. Esta observación ya fue formulada por Lampérez y Romea, el primer investigador español que intentó sistematizar el inexplorado universo de nuestra arquitectura civil, cuando afirmó que “Palatium es, entre los romanos, la residencia de un príncipe o gran señor; el concepto, claro en absoluto, se obscurece en la Edad Media”1. En efecto, durante el periodo medieval el término –latino o romanEscalera principal del Palacio de los Vega en Grajal de Campos (León). Foto: M. Martín.

1 V.

LAMPÉREZ Y ROMEA, Arquitectura civil española de los siglos I al XVIII, t. I, Madrid, 1922, edición facsímil de Madrid, 1993, p. 195.


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ceado– experimentó tal diversificación de acepciones que multiplicó sus significados y se revistió de una ambigüedad que dificulta su correcta comprensión. Así, una pregunta en apariencia tan baladí como qué es un palacio –o cuáles sus elementos definitorios– se convierte, tras ser enunciada, en una cuestión de difícil explicación. Ahora bien, cabe preguntarse hasta qué punto esta ambigüedad fue producto de la Edad Media y, en definitiva, si en el mundo romano palatium tenía realmente un valor preciso en cuanto a su realidad arquitectónica. Gracias al lenguaje, el hombre ha ido atribuyendo de manera progresiva unos signos específicos a todo cuanto le rodea, y en el campo de la arquitectura, ese procedimiento se ha traducido en la consiguiente denominación de los elementos constructivos y de los resultados de su conjunción, apareciendo con estos últimos la nomenclatura de las tipologías, esto es, de los tipos morfológicos y funcionales que permiten agrupar una multiplicidad de creaciones concretas bajo una única categoría. La evidencia de estas convenciones se constata en los tratados sobre Arquitectura más antiguos conocidos, como los Diez libros de M. Vitrubio Polión, donde esa sistematización queda certificada en conceptos como los de templo, basílica o teatro2. Se trata, pues, de un hecho natural, pero que será retomado con una mayor preocupación por la historiografía tradicional, que imitará los modelos de la Historia Natural –fundamentados en las clasificaciones de reinos, tipos y subtipos o clases– con el objetivo de organizar el vasto y complejo conjunto de creaciones constructivas bajo una serie de categorías y subcategorías perfectamente delimitadas. Una primera y clásica división diferenciará entre construcciones referidas a los ámbitos civil y religioso. A su vez, en ambas podemos distinguir una variedad tipológica que agrupa ejemplos diversos pero cohesionados entre sí por una comunión de rasgos peculiares, como pueden ser los casos antes citados de la basílica o el teatro. No sucede lo mismo, sin embargo, con palatium, que carece de una caracterización definida, encontrándose perfectamente integrado dentro de la categoría de “arquitectura doméstica”, pero con caracteres poco nítidos y diferenciados con respecto a lo que podría ser una vivienda al uso agraciada con una esmerada ejecución. ¿Qué es lo que distingue un palacio de una vivienda que no es considerada como tal? ¿Existen elementos propios y peculiares –objetivos, en todo caso– que permitan establecer esa diferenciación? ¿Cuáles? Y, de no ser así, ¿cuáles son las connotaciones que legitiman el empleo correcto de esa denominación, cuya propia existencia fuerza a considerar una relación sígnica entre el concepto y lo conceptualizado? Para solventar este conflicto terminológico creemos 2 El texto de VITRUBIO, Los diez libros de Architectura, edición facsímil de Oviedo, 1974, de la de J. ORTÍZ Y

SANZ, Madrid, 1787, a pesar de referirse a la arquitectura civil privada y al decoro arquitectónico en sus libros I y VI, no recoge la denominación “palatium”, posiblemente a causa de la temprana fecha de su redacción.

EL PALACIO, TIPOLOGÍA DE LÍMITES INCIERTOS

necesaria, como paso previo, una revisión etimológica del propio término, pues, como afirma Pierre Gros, al tratar este asunto en su estudio sobre los palacios imperiales de Roma, estas cuestiones terminológicas que parecen enclaustradas sobre sí mismas encierran un sentido profundo: “elles nous livrent l’une des clés de la compréhension d’un phénomène complexe, où les données politiques commandent plus qu’ailleurs la genèse et l’évolution des formes”3.

Del Mons Palatinus al palacio Parte del problema se deriva del propio origen del término y su evolución posterior. Palatium proviene del topónimo mons Palatinus, una de las colinas sobre las que se extendió la primitiva ciudad de Roma, siendo –según Dionisio de Halicarnaso– la primera de todas en colonizarse, hecho que supuestamente habrían llevado a cabo un grupo de árcades, los cuales bautizarían el promontorio, como nos dice Tito Livio, con este nombre en recuerdo de Palanteo, su ciudad natal de Arcadia; otra leyenda más conocida atribuye igualmente el origen de Roma a la colonización del Palatino, si bien bajo la iniciativa de Rómulo4. Estas noticias, a pesar de carecer de cualquier fundamento histórico, no son óbice para que la Arqueología haya llegado a la conclusión de que los yacimientos más antiguos encontrados se correspondan con los de dicho monte. Su temprana urbanización y su cercanía al Foro lo convirtieron en una de las zonas nucleares y privilegiadas de la ciudad, constituyéndose durante la República en centro sagrado y barrio residencial del alto patriciado. Esta última condición movería tiempo más tarde a algunos emperadores a edificar allí sus residencias, surgiendo viviendas como la Domus Augustana o la Domus Septimii Severi. Así, mientras que el Mons Capitolinus o Capitolio –topónimo del que acabará derivándose un fenómeno análogo al que estamos estudiando– quedará definido por el carácter sacro que le otorgaron sus templos, especialmente el dedicado a Júpiter Óptimo Máximo, también llamado de la Tríada Capitolina, el Palatino destacará por el elevado estatus de sus vecinos –cuando no pertenecientes a la familia imperial– y la suntuosidad de sus viviendas. Se facultaba de esta forma la asociación entre el topónimo y la condición de sus edifica3 P.

GROS, L’Architecture romaine du début du IIIe siècle av. J.C. à la fin du Haut-Empire, vol. II (Maisons, palais, villas et tombeaux), París, 2001, p. 231. 4 T. LIVIO, Historia de Roma desde la fundación de la ciudad (Ab vrbe condita), lib. I, edición de A. FONTÁN, Madrid, 1987, p. 11 y 13; D. PALOMBI, Tra Palatino ed Esquilino: Velia, Carinae, Fagutal. Storia urbana di tre quartieri di Roma antica, suplemento I de la “Rivista dell’Istituto Nazionale d’Archeologia e Storia dell’Arte”, Roma, 1997; P. A. FERNÁNDEZ VEGA, La casa romana, Madrid, 1999, pp. 22-27; T. J. CORNELL, Los orígenes de Roma, c. 1000-264 a.C., Barcelona, 1999, pp. 59 y 81-99. El presente epígrafe se corresponde con una ampliación del ensayo realizado por uno de nosotros: J. PÉREZ GIL, “El palacio, un concepto impreciso y una tipología indefinida: del mons Palatinus al palacio medieval”, Actas del III Congreso Hispánico de Latín Medieval, Universidad de León, 2002, vol. II, pp. 821-829.

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EL PALACIO, TIPOLOGÍA DE LÍMITES INCIERTOS

“La Casa procede de la Nobleza y la Nobleza de la Casa”. Inscripción del Palacio de los Prado en Renedo de Valdetuéjar (actual Hospital de Regla, León). Foto: J. Pérez Gil.

Salón de Ceremonias del Palacio de Gelmírez. Santiago de Compostela. Foto: P&B.

ciones, originándose un tropo que tuvo un uso meramente poético hasta época tardía, cuando termina lexicalizándose la denominación de ese enclave montuoso, que no recogía en un principio ninguna acepción referida a la tipología más elevada del ámbito de la arquitectura doméstica5. Esta nueva carga de sentido se produjo con posterioridad a la edificación de las viviendas patricias e imperiales en la citada colina –aunque en un principio las residencias de los soberanos apareciesen de manera ordinaria citadas en la Literatura o la Epigrafía coetáneas como “domus” o “aedes”–, consolidándose con el paso del tiempo a pesar de la posterior decadencia y desaparición del Imperio romano6. Una de las primeras reflexiones sobre el término nos la ofrece San Isidoro de Sevilla en sus Etimologías. En el epígrafe que dedica a las viviendas –De habitaculis– nos dice: “Palatium a Pallante principe Arcadum dictum,

in cuius honore Arcades Pallanteum oppidum construxerunt, et regiam in ipsius nomine conditam Palatium vocaverunt”7. Es decir, que el palacio recibió este nombre por Palante, príncipe de los árcades, en cuyo honor éstos levantaron la ciudad de Palanteo, en la que en nombre del príncipe denominaron Palatium a la mansión real, explicación, pues, que coincide con la ofrecida por Tito Livio. Sin embargo, la interpretación que el santo hispalense ofrece para la etimología de “palacio” no acota estrictamente su identificación con la casa del rey, pues reserva para ésta el vocablo clásico aula: “Aula domus est regia, sive spatiosum habitaculum porticibus quattor conclusum”8. Se trata de una interpretación, pues, algo distinta de la que hace derivar el término directamente del topónimo romano, que será considerada, aunque no aceptada, por Sebastián de Cobarruvias a principios del siglo XVII. Este último explicará su etimología de la siguiente manera:

5 Mª. P. ÁLVAREZ MAURÍN, Diplomática asturleonesa. Terminología toponímica, León, 1994, pp. 308-309.

7 SAN

6 P. ROMANELLI, Il Palatino, Roma, 1950, pp. 5-13; F. CONTI, Palazzi reali e residenze signorili, Novara, 1996,

pp. 12-13.

ISIDORO DE SEVILLA, Etimologías, Etymologiarum XV, 3,5, edición de J. OROZ RETA y MANUEL A. MARCOS CASQUERO, Madrid, B.A.C., 1983, pp. 234-235. 8 Ibidem.

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“Casa de emperador o de rey, latine palatium. Este nombre fue particular del palacio de Roma, que estaba en el monte Palatino; danle varias etimologías. San Isidoro, lib. 15, Ethymologiarum, cap. 3, dize: Pallatium a Pallante principe Arcadum dictum, in cuius honore Arcades Pallanteum oppidum construxerunt; et regiam in ipsius nomine conditam Palatium vocaverunt. Otros quieren se aya dicho de un gigante llamado Pallante, que fue el primero que por ser muy grande edificó palacio para caber en él. Muchas cosas más podrás ver en otros autores...”9

El parecer de Cobarruvias será ratificado por el Diccionario de 1737 de la Real Academia, donde la voz “palacio” se define como “la casa en que hacen su residencia los Reyes; viene del latino Palatium, que significa lo mismo”10. El concepto de palacio como domus regis queda recogido en la documentación medieval de los reinos cristianos hispánicos. Así, Alfonso II (791842) edificó la basílica de San Julián de los Prados (Oviedo) a cierta distancia de su palacio ovetense11, Ramiro II (930-950) edificó la de San Salvador (León) iuxta palacium regalis12 y Alfonso VI (1065-1109) donó unos palacios, que habían sido de su esposa Constanza, al monasterio de Sahagún (León) para dedicarlos a subsidio de forasteros y peregrinos13. El latín medieval mantuvo, no obstante, otros términos, además de palatium, en referencia a la vivienda del rey –como “domus regis” o “aula regia”– e incorporó otros de origen árabe, especialmente “alcazar-es”14. Este último, de gran fortuna en los siglos sucesivos, proviene del árabe “al-qa_r” –y en último término del latino castrum–, definiéndose todavía en la Chronica Adefonsi Imperatoris como torre fortificada: “...sed fortissime turres, quae lingua nostra dicuntur alcazares...”15. Su carácter generalmente regio acabará, sin embargo, por identificarlo con el palacio, manteniendo en el cas-

EL PALACIO, TIPOLOGÍA DE LÍMITES INCIERTOS

tellano actual la acepción de “casa real o habitación del príncipe, esté o no fortificada”. Este proceso de asimilación puede seguirse, por ejemplo, en la documentación del antiguo alcázar de Valladolid, que pasa de ser denominado palacio real (así en 1188 –“...medium molendinum in riuo de Aseua, sub palatio regis, ad Sanctum Iulianum...”16–, 1208 –“...retentis decimus palaci Regis et confrateri e de Aseva...”17– o 1285 –“...et fue aducho de cabo dallí al palaçio real...”18) a alcázar (en 1268: “...que son en la cal de los judíos que va al postigo de la sinagoga vieia et del otra parte la cal del ilustre rey que va al alcaçar”19). Por otra parte, durante el periodo visigodo y altomedieval, en los reinos cristianos peninsulares el termino palatium sirvió también para hacer referencia a la institución que lo habitaba –el entorno regio, centro político del reino–, poseyendo una organización propia y sus oficios específicos. La Crónica Albeldense refiere cómo Alfonso II restauró el ordo gothorum, tanto en la Iglesia como en el Palacio, lo cual se tradujo en la organización del Officium Palatinum, compuesto por un grupo de magnates laicos y alto clero, entre los que nos encontramos con figuras como las de los comites palatii, nobles que sirven de corte y consejo20. Autores como Reilly o Andrés Gambra han estudiado con inteligencia esta última acepción de palacio en el reinado de Alfonso VI y su relación con la residencia material, centrándose, el segundo, en la organización interna del Palatium Regis o Curia Regis, así como en la etimología y significación de otros términos relacionados con sus miembros y acciones21. Así pues, ambos sentidos –el referido a la domus 16 J. A. FERNÁNDEZ FLÓREZ, Colección diplomática del monasterio de Sahagún, IV, León, 1991, doc. 1443,

pp. 436-439. 17 M. MAÑUECO VILLALOBOS y J. ZURITA NIETO, Documentos de la Iglesia colegial de Santa María la Mayor

de Valladolid. Siglo XIII, II, Valladolid, 1920, p. 36. 18 Primera Crónica General de España que mandó componer Alfonso el Sabio y se continuaba bajo Sancho

9 S. DE COBARRUVIAS OROZCO, Tesoro de la lengua castellana o española, Madrid, 1611, edición de Ed.

Turner, Madrid, 1979, voz “palacio”. 10 Diccionario de la lengua castellana en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua, t. V, Madrid, Real Academia de España, 1737, edición de Diccionario de Autoridades, Madrid, 1984, voz “palacio”. 11 Crónica Alfonsina, edición de J. E. CASARIEGO, León, 1985, p. 60. 12 Crónica de Sampiro, edición de J. PÉREZ DE URBEL, Sampiro. Su crónica y la monarquía leonesa en el siglo X, Madrid, 1952, p. 329. 13 M. HERRERO DE LA FUENTE, Colección diplomática del monasterio de Sahagún, t. III, León, 1988, doc. nº 914. 14 V. LAMPÉREZ Y ROMEA, Op. cit., p. 195, alude también a la denominación de “sala” con el sentido de palacio en documentos catalanes de los siglos XI y XII. Concretamente se trataría de un “edificio con patio central, de alguna menor categoría que el palacio”. 15 Chronica Adefonsi Imperatoris, lib. II, 102, edición de L. SÁNCHEZ BELDA, Madrid, 1950, p. 79; M. PÉREZ GONZÁLEZ, Crónica del Emperador Alfonso VII. Introducción, traducción, notas e índices, León, 1997, p. 97. En esta misma crónica se puede constatar el empleo de los términos palatium (“Et his peractis, venerunt in civitatem, in palatiis regalibus...”: lib. II, 173), domus regis (“...sed nuntii, non invenientes ullam consolationem in domo regis Texufini...”: lib. II, 153) y alcazar (“Et data benedictione (ab archiepiscopo), imperator abiit in illa alcazar, in palatiis regalibus, et fuit ibi per aliquot dies”: lib. II, 158).

IV en 1289, edición de R. MENÉNDEZ PIDAL, II, Madrid, 1955, p. 714. 19 A.C.V., leg. 29, nº 62: Cf.: M. MARTÍN MONTES, El alcázar real de Valladolid, Valladolid, 1995, pp. 18-20.

En la obra de Martín Montes puede seguirse este proceso nominativo, que muestra la perduración del término “alcázar” y sus derivados en relación a esas instalaciones y sus partes. Curiosamente, durante la Edad Moderna la denominación más recurrida del Palacio Real de Valladolid será la de “alcázares”, si bien este nuevo edificio careció de cualquier connotación defensiva, con la única salvedad de su cercanía a la antigua muralla de la ciudad, elemento que no puede considerarse en relación al palacio con esa función (A.G.P., Planos, plano nº 5916, firmado por Ventura Rodríguez el 6 de julio de 1762: Cf.: J. Mª ALTÉS BUSTELO, J. RIVERA BLANCO y J. PÉREZ GIL, El Palacio Real de Valladolid, Valladolid, 2001). Por otra parte, L. CABRERA DE CÓRDOBA, Felipe II rey de España, vol. I, edición de Salamanca, 1998, p. 218, al referirse a la instalación de la Corte en Madrid por Felipe II, dice que “hizo palacio el alcáçar insigne en edificio, agradable y saludable en sitio a que se sube por todas partes...”. 20 C. SÁNCHEZ ALBORNOZ, “El palatium regis asturleonés”, Cuadernos de Historia de España, LIX-LX (1976), pp. 5-104; J. DE SALAZAR Y ACHA, La casa del Rey de Castilla y León en la Edad Media, Madrid, 2000, pp. 27-42; M. A. LADERO QUESADA, “Los alcázares reales en la Baja Edad Media castellana: política y sociedad”, Los alcázares reales. Vigencia de los modelos tradicionales en la arquitectura áulica cristiana, Madrid, 2001, pp. 13-35; A. ISLA FREZ, “El officium palatinum visigodo. Entorno regio y poder aristocrático”, Hispania, nº 212 (2002), pp. 823-848. 21 A. GAMBRA, Alfonso VI. Cancillería, curia e Imperio, vol. I, León, 1997, pp. 499-527; B. F. REILLY, El reino de León y Castilla bajo el rey Alfonso VI (1065-1109), Toledo, 1989 (1ª edición inglesa de 1987), pp. 174-182.

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regis y el que designa a un consejo real– serán empleados en época medieval con total propiedad y de forma paralela, quedando clara la consolidación de una polisemia que, aun así, habría de alcanzar una complejidad todavía mayor, puesto que también palatium pasa a designar el conjunto de derechos pertenecientes a la Corona o a la autoridad territorial. A mediados del siglo XIII un texto jurídico como el de las Partidas recogía la acepción de espacio regio en su explicación acerca de “qué cosa es palacio, e por qué le llaman assí”. “Palacio es dicho qualqer lugar do el Rey se ayunta paladinamente, para fablar con los omes. E esto es en tres maneras, o para librar los pleytos, o para comer, o fablar engasajado. E porque en este lugar, se ayuntan los omes, para fablar con él, más que en otro lugar, por esso lo llaman palacio, que quiere tanto dezir, como lugar paladino. E porende conviene, que se non digan y, otras palabras si non verdaderas e complidas, e apuestas. Ca si es en juycio, ha menester que sean verdaderas, e muy ciertas, para librar el pleyto derechamente. E si es en el comer, deben ser muy complidas segund conviene aquel lugar: e non además: ca non deben estar muy callando: ni otrosí fablar a la oreja, ni mostrar por signos, lo que quieren dezir, como omes de orden, ni otrosí dar grandes voces. Ca el palacio, en aquella sazón, non ha de ser muy de poridad: que sería a de menos, ni de grand buelta, que sería a de más, porque mientra que comieren, non han menester de departir, ni de retraer, ni de fablar en otra cosa, si non en aquella, que conviene, para gobernarse bien e apuestamente. E quando es para fablar, como en manera de gasajado, así como en manera de departir, o para retraer, o para jugar de palabra, en ninguna destas, non se debe fazer si non como conviene. Ca el departir deve ser de manera, que non mengue el seso al ome ensañándose ca esta es cosa, que le saca ayna, de su casa, mas conviene, que lo fagan de guisa que se acrezca el entendimiento por ella, fablando en las cosas con razón, para allegar a la verdad dellas”.22

Como vemos, se trata de una descripción acerca de la funcionalidad y etiqueta que presiden ese espacio, no de un análisis etimológico, y quizás

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por esta razón identifica el palacio más con un lugar o una ceremonia que con un espacio arquitectónico. “Palacio es dicho cualquier lugar donde el Rey se ayunta paladinamente”, es decir, un lugar sin caracteres definidos donde el Rey ejerce un papel político de forma pública. Prima en el texto el carácter público del concepto, el cual se refuerza con el adverbio “paladinamente”. Esta acepción es recogida también por Cobarruvias: “Paladino vale lo mesmo que público, de palam. De aquí vino que en las casas particulares llaman el palacio una sala que es común y pública, y en ella no ay cama ni otra cosa que embarace. Éste es término que se usa en el reyno de Toledo”23. Con ese adjetivo dio inicio Gonzalo de Berceo su Vida del glorioso confesor Sancto Domingo de Silos (“Quiero fer una prosa en roman paladino...”24), constatándose el empleo de la adjetivación de palacio en sus acepciones de cortesanía o urbanidad en esa misma obra (“Qui pudo ver nunqua cuerpo tan palaçiano...”25) y en otras del siglo XIII, como el Libro de Alexandre (“El rey fue palaçiano, prísola por la rienda...”26). La ambigüedad del término palacio dio lugar al surgimiento de nuevos contenidos semánticos asociados al mismo. Uno de ellos, desarrollado a lo largo de la Edad Media hispánica, fue el de centro de explotación, en el que se incluían una vivienda de cierta entidad y los bienes productivos que la integraban, un modelo cercano a la curtis ultrapirenaica27. Estos palacios frecuentemente eran incluidos con los diversos bienes donados o vendidos en las transmisiones patrimoniales, haciéndose uso de un número plural que no deja lugar a dudas sobre la multiplicidad de explotaciones sitas en un mismo término, lo que parece acercarlo al concepto de corte o solar, aunque siempre vinculado al dominio regio o señorial28. Se trataba de posesiones que probablemente llevarían adscritas sus correspondientes tierras, utensilios y mano de obra, como indica una nutrida documentación de la que se pueden extraer ejemplos como el de la donación que en 1083 doña Momadonna otorga al monasterio de Sahagún, a través de la cual cede los palacios que poseía en Gordaliza del Pino, “cum suos homines populatos et cum hereditate sua”29. Es decir, nos hallaríamos ante un modelo evolucionado de 23 S. DE COBARRUVIAS OROZCO, Op. cit., Ibidem. 24 G. DE BERCEO, Vida del glorioso confesor Sancto Domingo de Silos, 2, edición de B.A.EE., Poetas caste-

22 Las

Siete Partidas, II Partida, título IX, ley XXIX, edición facsímil, Madrid, 1985, vol. III de la de Gregorio López, Salamanca, 1555. El concepto seguía vigente en la legislación del reino a mediados del siglo XVI: H. DE CELSO, Reportorio vniversal de todas las leyes destos reynos de Castilla, abreuiadas y reduzidas en forma de reportorio decisiuo, por el doctor Hugo de Celso: en el qual allende de las addictiones hechas por los doctores Aguilera y Victoria, y por el licenciado Hernando Díaz fiscal del consejo real, Medina del Campo, 1553, fol. CCXLV-r. E. VIOLLET LE DUC, Encyclopedie medievale, edición de Tours, 1998, pp. 600-601, definió el palacio medieval francés como “la maison royale ou suzeraine, le lieu où le suzerain rend la justice”, afirmando que lo que “distingue particulièrement le palais c’est la basilique, la grand’salle qui toujours en fait la partie principale”. Esta función asociada a la administración de justicia (“la partie essentielle du palais est toujours la grand’salle, vaste espace couvert qui servait à tenir les cours plènières, dans laquelle on convoquait les vassaux, on donnait des banquets et des fêtes”) acerca mucho su definición a la de las Partidas.

llanos anteriores al siglo XV, Madrid, 1952, p. 39. 25 Ibidem, 485, p. 55. 26 Libro

de Alexandre, 1881a, edición de J. CAÑAS, Madrid, 1988, p. 456. También: “Que por buena sonbra o que por la fontana/ allí vinién las aves tener la meridiana/ allí fazién los cantos dulçes a la mañana/ Mas non cabié hy ave si non fues palaçiana” (Ibidem, 939, p. 308), “Esfuerço e franqueza e grant palaçianía...” (Ibidem, 235b, p. 176) y “Niño era traviesso e müy sabidor,/ encara palaçiano e muy doñeador...” (Ibidem, 358, p. 209). 27 J. CLEMENTE RAMOS, Estructuras señoriales castellano-leonesas. El realengo (siglos XI-XIII), Cáceres, 1989, p. 141. 28 J. J. SÁNCHEZ BADIOLA, El territorio de León en la Edad Media: Poblamiento, organización del espacio y estructura social (siglos IX-XIII), Universidad de León, 2004. 29 M. HERRERO DE LA FUENTE, Op. cit., doc. nº 806.

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lo que en tiempos del Bajo Imperio romano fue la villa, llegando a participar en ocasiones en la ordenación del territorio, creando nuevos núcleos o sirviendo de aglutinante de otros, como revelan algunos testimonios toponímicos, como el Palaciolo cercano a Pajares de los Oteros (León) o el homónimo radicado en las inmediaciones de Matanza (León)30. De su formación y organización da idea un interesante documento del cartulario facundino, redactado en torno a 1110, por el cual sabemos que Gonzalo Núñez poseía todas las villas de Sahagún sub dicione sua, razón por la cual decidió edificar un palacio entre Villa Mezerol y Villapeceñil, al que denominó Supratello, comprando para ello parte de una extensa tierra cuya propiedad completaría a través de sucesivas compras o permutas, las cuales se vieron ampliadas con otras de bienes diversos y en diferentes pagos del coto facundino. El conjunto conforma lo que el documento denomina más adelante hereditate de Sopratello, la cual el abad dona a la cocina monástica para su sostenimiento, con todos sus bienes y con los solares que fueron del cillero monástico, con el fin de que quienes los llevan sirvan con ellos al citado palacio y den en lo sucesivo su soldata ad seniores de quoquina31. En definitiva, esta acepción de palatium refleja en estos momentos una doble realidad: por una parte, física, en tanto que existe una edificación o conjunto de ellas que recibe ese nombre, donde nos encontramos con residencias, almacenes y cárcel, así como la adscripción de otras propiedades; por otra, jurídica, ya que se refiere al conjunto de derechos vinculados al mismo32. Es un centro de recaudación de tributos, almacenamiento de frutos, control de las explotaciones fiscales o señoriales y, por ello, centro de la actividad económica relacionada con la Corona, los condes o los señores en un determinado territorio o lugar. Sobre su realidad material, muy alejada seguramente del concepto arquitectónico del palacio en tanto que residencia regia, poco se puede aventurar. Algunos documentos parecen indicar, no obstante, que gozaban de una fábrica de mejor calidad que la del común

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de construcciones. Tal es el caso de la escueta descripción de un palacio en Sanabria (Zamora) inserta en un documento de 968 (“palacio uno ex esquado constructo ex petra murice fabricato”33), que alude a la presencia de piedra en sus muros, o de otra fechada en 980 en Dueñas (Palencia), cubierto de teja: “uno domum palatio teliato, et alio sottalo cum superato teliato”34. Este último aspecto, el de la cubierta de teja, constituye para Llorente Maldonado, en el ámbito agrícola salmantino, un elemento de comodidad y lujo propio de las residencias de los administradores o mayordomos de las casas de campo, frente a las más humildes del resto, que tendrían techo de paja y retamas hasta los siglos XVI-XVII, al modo de los chozos y chozas tradicionales de las dehesas de Salamanca35. Precisamente debido a esta diversidad de significados, la voz “palacio” tuvo gran vigor durante todo el Medioevo español, perpetuándose en los diferentes romances peninsulares con muy diversos contenidos. Uno de ellos, citado anteriormente en una de las definiciones de Cobarruvias (“...en las casas particulares llaman el palacio una sala que es común y pública, y en ella no ay cama ni otra cosa que embarace; éste es término que se usa en el reyno de Toledo”), se refiere a la habitación de la casa donde se hace la vida, abierta al patio y con origen en la casa musulmana altomedieval, tal y como ha expuesto Jean Passini en su reciente estudio sobre la casa toledana bajomedieval36. Así se denomina también en la documentación leonesa de época bajomedieval un aposento principal ubicado en la primera planta de la casa, frente a la disposición típica del toledano en la baja, el cual frecuentemente daba a la calle a través de un balcón37. Se trataría, en todo caso, de una dependencia que no constituye una tipología arquitectónica. Martínez de Aguirre ha estudiado la terminología palaciega a través de la documentación de los siglos XIV y XV en el reino de Navarra y se ha encontrado también con los problemas derivados de esta ambigüedad. En ella “se habla de palacios, salas y casas reales de un modo que causa confusión”38. 33 A. RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, Tumbo del Monasterio de San Martín de Castañeda, León, 1973, doc. nº 9.

30 J.

J. SÁNCHEZ BADIOLA, La configuración de un sistema de poblamiento y organización del espacio: el territorio de León (siglos IX-XI), León, 2002. Para J. M. QUADRADO, Recuerdos y bellezas de España, León, Madrid, 1855, edición de Valladolid, 1989, pp. 184-185, las localidades leonesas que, en la zona del Tuerto, Duerna, Jamuz y Eria, llevan el nombre genérico de castros y de palacios, se lo deben a la jurisdicción señorial a que pertenecieron. 31 J. A. FERNÁNDEZ FLÓREZ, Op. cit., IV, doc. nº 1180, pp. 16-24, Cf.: J. J. SÁNCHEZ BADIOLA, Op. cit. No es necesario recordar que Villa Mezerol no ha de confundirse con la actual aldea de Villamol de Cea, equívoco que ha sido reiteradamente mantenido y puntualmente corregido (Mª. F. CARRERA DE LA RED, Toponimia de los valles del Cea, Valderaduey y Sequillo, León, 1988, pp. 57-58; J. PÉREZ GIL, “El monasterio románico de los santos Facundo y Primitivo de Sahagún”, Actas del Congreso Internacional sobre restauración del ladrillo, Valladolid, 2000, pp. 237-245). Esta distinción queda ratificada por el análisis fonético de los topónimos y, documentalmente, por la existencia de numerosas escrituras que establecen la misma. Una de ellas describe un pleito entre los vecinos “et homines de illas Infantes de Villa Mofol, et Trianus” y Villanueva, por una parte, y los de “Villa Pezennin et Villa Mezeroh” por otra (M. HERRERO DE LA FUENTE, Op. cit., III, doc. 949, pp. 279-280). 32 J. GAUTIER-DALCHÉ, Historia urbana de León y Castilla en la Edad Media, Madrid, 1979, pp. 34 y 44.

34 E. SÁEZ y C. SÁEZ SÁNCHEZ, Colección documental del Archivo de la Catedral de León (775-1230), t. II,

León, 1990, doc. nº 478. 35 A. LLORENTE MALDONADO, “La toponimia árabe y morisca de la provincia de Salamanca”, Miscelánea

de Estudios Árabes y Hebraicos, t. XII-XIII, Universidad de Granada, 1965, Cit: J. R. NIETO GONZÁLEZ y Mª. T. PALIZA MONDUATE, La Arquitectura en las dehesas de Castilla y León, Junta de Castilla y León, 1998, pp. 16-18. 36 J. PASSINI, Casas y casas principales urbanas. El espacio doméstico de Toledo a fines de la Edad Media, Toledo, 2004, pp. 63-71. Más allá del ámbito toledano, el sentido de “palacio” como sala de servicio queda patente en un contrato de obra, publicado por Mª. L. ROKISKI LÁZARO, Colección de documentos para la Historia del arte en España, vol. VI, Arquitectura Civil, Madrid, 1989, doc. 18, p. 35, firmado en 1552 en Cuenca entre el carpintero Julián Ribero y Francisco Caja de Cuéllar. A través de la escritura, Ribero se comprometía a edificar una casa con “un cuerpo de armadura de casa con su corredor al largo del cuerpo de la casa, por de dentro della con una quadra e dos palacios, uno delante de otro que vuelva el postrer palacio a dar dentro del corredor...”. 37 C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ, La ciudad de León en la Baja Edad Media. El espacio urbano, León, 1992, p. 126. 38 J. MARTÍNEZ DE AGUIRRE, Arte y Monarquía en Navarra (1328-1425), Pamplona, 1987, pp. 138-139.

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Cita así las casas reales de San Gregorio del infante don Luis, el “palacio para comer” que mandó construir Carlos II en Salvatierra en 1363 –en el que trabajaron seis carpinteros durante apenas doce días–, palacios que servían como graneros o viviendas de funcionarios, incluso episcopales, referidos tanto en singular como en plural. Por todo ello, el autor opta finalmente por acotar su marco de estudio a aquellos que fueron utilizados como residencia habitual de los monarcas. Por otra parte, el Fuero Viejo de Castilla, supuestamente otorgado por el conde don Sancho hacia el año 1000, aunque probablemente redactado en época de Alfonso VIII, interpreta el palacio con un sentido señorial: “Esto es Fuero de Castiella: Que si algund Fijodalgo dice que a algund Palacio en alguna viella, quier solariego, quier de behetría, e demanda caloña a otro e dice; quel’ quebrantò con armas, e por fuerça; e el otro dice que aquella casa por quel’ demanda aquesta caloña, que non es Palacio, mas que fue casa de labrador de behetría, o de solariego, que nunca fue Palacio de otro Fidalgo, nin èl nunca fiço palacio ansí como el Fuero manda, e él dis que sí, e que lo quier probar, dévelo probar con cinco Fijosdalgo, e labradores, e si ansí probare, devel’ responder por Palacio a la caloña”.39

Recogiendo ese sentido, el diccionario de 1737 afirma en relación al término “palacio” que “por extensión, se toma por cualquiera casa sumptuosa en que habitan personas de distinción” y que “se toma en muchas provincias de España por las casas solariegas, infanzonas de los nobles”40. Este último significado recoge la identificación entre el edificio palaciego y el valor y legitimidad de un linaje nobiliario, relación que fue señalada de la siguiente forma por Bernabé Moreno de Vargas en sus Discursos de la nobleza de España (1659): “[...] Azeuedo se alargó tanto, que dixo no ser necessario que aya casa, o solar material, sino que basta la notoriedad de la nobleza del linage: lo qual no tengo por seguro; porque la indicación, y demonstración de la nobleza notoria, ha de ser por cosa corpórea, y visible, como se ha dicho, que son las Casas, y Solares en que los hijosdalgo viuieron, o las executorias que sacaron. Bien en verdad, que si se mostrase con el suelo, aunque ya en él no aya casa, ni edificio, bastaría... Ansimismo deuemos resoluer que estas Casas, ora sean las primeras de las Montañas, ora las secundarias que ay por España, no es 39 Cf: M. A. ARAMBURU-ZABALA, Casonas. Casas, torres y palacios en Cantabria, t. I, Santander, 2001, p. 35. 40 El propio Sebastián DE COBARRUVIAS, Op. cit., pp. 578-579, explicando el significado de la voz “fábrica”

explica a qué se refiere cuando habla de “casa suntuosa”: “En una significación se toma por qualquier edificio sumptuoso, en quanto se fabrica... (Las perfecciones de la fábrica consisten en que sea bien trazada, dispuesta, plantada, bien correspondida, desenfadada, proporcionada en sus perfiles, maciça, trabajada y acudida. Tenga guardados los plomos y vivos, sea adornada con buenas y alegres luzes...)”.

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necessario para que sean Solariegas, que estén edificadas en el campo, y fuera de poblado, y que sean casas fuertes, con murallas y troneras, y que tengan vasallos, armas, voz, y apellido...; y de Nauarra refiere Garibay muchas casas conocidas por nobles, que en aquel Reyno llaman Palacios (de donde entenderemos que Solar y Palacio es todo vno) y no tienen vasallos [...]”41

Las definiciones de época moderna parecen constatar, pues, la asociación establecida entre el palacio y “cualquier casa suntuosa en que habitan personas de distinción”. Se está delimitando, por lo tanto, una categoría arquitectónica en función de su apariencia y sus inquilinos. Otra significación atribuida a la voz “palacio”, igualmente alejada del sentido de vivienda regia, nos la ofrece el citado Diccionario de la Real Academia de 1737, refiriéndose en esta ocasión a “una casilla de paredes de tierra, con su cubierta o techo, que regularmente es una pieza sola. Es voz usada en el Reino y Huerta de Murcia, a distinción de las barracas, y las que llaman torres, que son las casas de campo...”42. Por otra parte, es común que en algunas comarcas del noroeste peninsular se designe con este nombre al lugar en el que se celebra el concejo o reunión de los vecinos de una localidad para la administración de los negocios comunales según las leyes del derecho consuetudinario. Se trata de un lugar que no tiene por qué contar necesariamente con una dependencia arquitectónica, como sucede en la aldea leonesa de Benuza, en la comarca de La Cabrera, donde el enclave queda marcado por una peña o mojón. Con un significado similar al del palacio arquitectónico, aunque prescinda del carácter regio que se presupone al mismo, podemos citar también la voz gallega “pazo”, que proviene de la misma raíz que la del castellano “palacio”, y que puede identificarse con éste43. Se trata de un tipo de construcciones relacionadas con la arquitectura popular del Noroeste peninsular que nacieron con un carácter de fortaleza, como parece evidenciar la presencia de alguna torre, y que con el tiempo se transformaron en cómodas mansiones, como sucede también en la zona de las Extremaduras44. Son casas solariegas susceptibles de ser erigidas en entornos urbanos –como el 41 B. MORENO DE VARGAS, Discursos de la nobleza de España, Madrid, 1659: Cf.: Hidalguía, nº 36 (1959),

pp. 589-600. 42 Diccionario de la Lengua Española, Madrid, Real Academia Española, 1970. 43 A. MORALEJO LASSO, Toponimia gallega y leonesa, Santiago de Compostela, 1977, p. 279. 44 J. R. NIETO GONZÁLEZ y Mª. T. PALIZA MONDUATE, Op. cit., pp. 16-18, han documentado diferentes pala-

cios medievales rurales en el área de Salamanca, algunos provistos de torre, como en La Orbada, donde existían unos “suelos en que solían estar dos casas et una torre que anda el palaçio”, el cual a principios del XIV “yace en el suelo”; en Forfoleda había un “palaçio con su torre”; en Topas la dignidad episcopal debía poseer uno, pues se inventaría “un solar que es cabe el palaçio del obispo”; en Arapiles existió un “palaçio que se llama, con una torre en medio que está tan alta como una lança de armas”. Asimismo, otros “palacios”, como los de la tierra de Ledesma parecen estar más relacionados con fincas agrarias, con panera, palomar, noria, etc. El resultado final de estas presencias se hace evidente en la toponimia a través de nombres como Palacio, Palacios o Palacino.

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Pazo de Castrelos, actual Museo de Vigo– pero que generalmente se ubican en el ámbito rural. Su condición de residencia, fija o temporal, de las familias nobiliarias se refleja en su mayor amplitud y mejor fábrica con respecto a las viviendas aldeanas, variando sus materiales constructivos –mampostería de pizarra o granito– en función de la litología de la zona. Suelen contar con una planta formada por la yuxtaposición perpendicular de alas y la distribución de sus piezas sigue la misma tónica que el tradicional modelo palaciego, reservando el piso alto a planta noble y el bajo al servicio, donde es frecuente encontrar bodegas y establos. Al igual que sucede con los ya citados palatii medievales, su presencia ha dejado su impronta en la toponimia, como demuestran los casos de Pazos de Arenteiro (Orense) y Pazos de Borbén (Pontevedra). El resultado final de este largo proceso es un vocablo claramente polisémico, “palacio”, cuya génesis y evolución no han supuesto la definición de unos elementos peculiares que lo diferencien de otras tipologías arquitectónicas. La acepción más extendida se refiere, de forma un tanto amplia, a un edificio destinado a residencia de reyes, nobles o grandes personajes, incluso dedicado a la celebración de juntas de corporaciones y altas instituciones45. Ésa es la significación que recoge hoy la Real Academia de la Lengua, institución que admite igualmente otros usos como el que designa la “casa solariega de una familia noble”46. Como consecuencia de esta ambigüedad y amplitud de significados, ha llegado a trascenderse incluso el carácter doméstico que parecía evidente en un principio, el cual, en algunos casos, ha sido desplazado a un segundo término por el cariz de importancia, magnificencia y reverencia que se supone a un edificio considerado como tal. Esta asociación se inició con un sentido metafórico a la hora de describir edificios o espacios diferentes, como es el caso del templo cristiano, definido desde los tiempos de los padres de la Iglesia y también durante la Edad Media –caso de Honorio de Autun o Guillaume Durand– como verdadero trasunto de la Jerusalén Celestial, y, así, “se habla del templo como puerta del cielo y palacio de Dios mismo”47. 45 L.P.

DE RAMÓN, Diccionario popular universal de la lengua española, t. VI, voz “palacio”, Barcelona, 1889. 46 Diccionario de la Lengua Española, Madrid, Real Academia Española, 1970, voz “palacio”. 47 Epístola Baldrici ad Fiscannenses monachos, edición de J. J. PI, La estética del románico y el gótico, Madrid, 2003, p. 280. Este tipo de parangón se mantendrá durante los siglos siguientes en los textos cristianos. Así: “La Iglesia es Palacio del Rey Eterno; es la Corte de los Ángeles...” (F. BERMÚDEZ DE PEDRAZA, Historia Eucharistica y Reformación de Abusos, Granada, 1643, ff. 46vº-47vº, Cf.: A. CÁMARA MUÑOZ, Arquitectura y sociedad en el Siglo de Oro. Idea, traza y edificio, Madrid, 1990, p. 146). También florecieron otras figuras literarias que comparaban el palacio con ideas o personas, como sucede con la siguiente descripción de A. DE SILVA Y ARTEAGA, Sermones varios predicados a diversas festividades y assumptos predicados por..., Madrid, 1697, p. 33, Cf.: J. RIVERA BLANCO, Arquitectura de la segunda mitad del siglo XVI en León, León, 1982, p. 187: “...el Espíritu Santo que fabricó el Palacio de María para como en casa propia habitar el Dios Hombre...”.

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Con el tiempo habría, empero, de terminar definiendo edificios con entidad propia. De esta forma, hoy hablamos de palacio señorial, palacio episcopal, palacio de Justicia, palacio de la Poridad, palacio de Deportes, palacio de Congresos, etcétera, constatándose así el carácter connotativo que ha adquirido un concepto necesitado de una revisión de su caracterización como tipología arquitectónica.

El palacio como tipología arquitectónica Como indicábamos con anterioridad, a pesar de que el término “palacio” carece de un significado preciso e inequívoco capaz de proveer unas condiciones necesarias, al menos en el campo de lo arquitectónico, que justifiquen su correcta aplicación a una construcción determinada, su empleo como categoría arquitectónica es admitido y reconocido. Resulta por ello necesario para delimitar esa condición indagar en la presencia de elementos característicos, en una función definitoria o en un carácter propio sustentado en otras bases de carácter connotativo. Vicente Lampérez y Romea se propuso la sistematización del estudio de la Arquitectura civil española, definiendo para ello una metodología que partía de una serie de tipos y periodos. Atendiendo a la funcionalidad de la arquitectura civil privada, definió la casa como tipo de la misma, y, al palacio, como “la rama más elevada de la casa”. En su interesante ensayo sobre la etimología y sentido del palacio llega a la conclusión de que el primer sentido latino del término “palacio” sufrió un proceso de corrupción semántica a lo largo de la Edad Media, terminando por concluir que “para nosotros, palacio tiene hoy el sentido isidoriano: casa suntuosa; queda el nombre de alcázar para expresar el palacio real fortificado”48. Por su parte, Juan José Martín González, en su interesante obra Arquitectura Doméstica del Renacimiento en Valladolid, se muestra algo más escrupuloso con el valor semántico de la terminología, siendo muy explícito al afirmar: “[...] el nombre de palacio se reserva para los edificios reales, denominándose casas principales las de los personajes importantes. Solamente si se trata de algún edificio muy destacado se le llama entonces palacio. En atención a esto y salvo cuando la tradición haya caracterizado a alguna casa con la denominación de palacio, en cuyo caso seguiremos dicha corriente, nos atendremos a la nomenclatura citada [...]”49 48 V. LAMPÉREZ Y ROMEA, Arquitectura civil, p. 195. Acerca de esta acepción de suntuosidad, véanse tam-

bién las noticias recogidas por el profesor M. A. ARAMBURU-ZABALA, Op. cit., p. 37. 49 J. J. MARTÍN GONZÁLEZ, La Arquitectura Doméstica del Renacimiento en Valladolid, Valladolid, 1948, p.

103, n. 82.

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Es decir, según el profesor Martín González, sólo cumple hablar de palacio cuando nos encontramos ante una casa real, admitiéndose también la misma denominación en algunos casos en los que ésta venga avalada por la tradición. Se trata, pues, de un empleo más coherente con la etimología del vocablo, que conservaría el sentido primigenio de domus regis. Otros autores han remarcado ese mismo significado en el marco de otras lenguas que aceptaron la raíz del citado vocablo latino50. El propio Martín González clasificará las viviendas señoriales del Renacimiento vallisoletano en función de los tipos principales de casas recogidos en las Ordenanzas de la ciudad de Sevilla del año 1527, a los cuales ya aludiera Lampérez51. Se reconocen así tres categorías establecidas según la opulencia de las edificaciones, empezando por la “casa popular”, construida en ladrillo o mampostería, de sencilla fachada, pequeño zaguán, y con sala, cámara, recámara, corral y otras piezas accesorias. En segundo lugar estaría la “casa principal” –frecuentemente identificada como palacio–, de buenos materiales, fachada ornamentada de piedra o ladrillo, espacioso zaguán, patio claustrado, escalera principal y otras piezas diversas como bodegas o cocheras. Por último la “sala real” gozaría de unos caracteres similares a los de la casa principal, pero extremando el ornamento y las dimensiones; el apelativo regio supondría, pues, una clara alusión a su sobresaliente riqueza con respecto al resto de construcciones52. Este mismo argumento ha sido seguido por algunos investigadores posteriores, como Ibáñez Pérez53. Otros autores han abordado también la esencia de la tipología palacial con distintos criterios. Ramallo Asensio publicó un ensayo sobre la misma en Asturias, sin delimitar su concepto de palacio, formulando sus conclusiones a partir del conjunto de arquitectura civil. Esta indefinición se tradujo en el interés por algunos elementos como la torre, que llegan a definir una primera clasificación palaciega pero que no son considerados como condición sine qua non para certificar la presencia de un palacio. Se produce, pues, una admisión de construcciones civiles de diversa índole, que en ocasiones son diferenciadas como palacios con criterios variables, como sucede en la comparación de las casas número 8 y número 10 de la calle de la Rúa 50 Flavio CONTI, Op. cit., pp. 12-13, atribuyó idéntico contenido semántico al palazzo italiano: “Solo in etá

imperiale avanzata si affermò l’abitudine di indicare con il termino specifico palatium –derivato dal nome del colle su cui sorgevano le dimore imperiali, il Palatino– la residenza dell’imperatore. La parola assunse, nella tarda romanità, la connotazione tipica dell’attuale termine italiano ‘regia’, e restò nell’uso, fino a tutto il VI secolo dopo Cristo, come vocabolo specifico per indicare esclusivamente la residenza del capo dello stato”. 51 J. J. MARTÍN GONZÁLEZ, Op. cit., p. 97. 52 El viajero portugués Tomé PINHEIRO DA VEIGA, Fastiginia, edición de Valladolid, 1989, pp. 291-292, que escribió acerca de la ciudad de Valladolid en 1605, observó cómo los castellanos llamaban palacios a aquellas viviendas que sobresalían por sus dimensiones: “Hay en Valladolid más de 400 casas grandes, a que llaman Palacios, todas de cuatro esquinas, con su patio de columnas en medio, como claustra, y algunas tienen dos y tres...”.

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de Oviedo, donde se define a la primera como palacio en función del escudo de su fachada: “La casa número 8 de la calle de la Rúa, sólo se distingue de su vecina, la número 10, en el gran escudo que rompe su cornisa, y este elemento hace que una pueda ser considerada como palaciega”54. Por su parte, Herrera Casado, refiriéndose a la tipología palacial en el ámbito de la Arquitectura castellana, también ha identificado la heráldica como uno de sus elementos fundamentales, elemento que dependería del otro valor, además de la función, que define su análisis: el significado55. Esta dificultad en definir el concepto de palacio en tanto que categoría arquitectónica –el “palacio” in abstracto– ha sido compensada por medio de otros trabajos dedicados al análisis del conjunto de edificaciones palaciegas, procedimiento que permite un acercamiento al objeto de estudio a partir de unas conclusiones inducidas, evitando seguir el apriorismo de la deducción. En este sentido, sería prácticamente imposible enumerar todos los textos publicados sobre palacios desde las diferentes ópticas y marcos cronológicos y geográficos. Por su cercanía al objeto de estudio de este trabajo, debe citarse –además de la obra ya referida de Martín González– el estudio sobre el palacio de Fabio Nelli (Valladolid) de Villalobos Alonso. Sus reflexiones acerca de la enunciación de una definición para la tipología de palacio evidencian nuevamente la dificultad de dicha empresa: “La idea de encontrar y poder enunciar unos rasgos comunes que definan un ‘tipo’ arquitectónico de palacio en una arquitectura como la que se construye a lo largo del siglo XVI, para las residencias de la alta nobleza, conlleva, a nuestro juicio, las sospechas de generalizar condiciones particulares, vulgarizándolas; y, por otro lado, el desdeñar los valores individuales de cada uno de los edificios o de las escuelas y regiones. Nuestro propósito es dar un paso hacia la aceptación de unos rasgos comunes que justifiquen estos edificios, no enunciando un ‘tipo’, sino admitiendo unas condiciones similares, que si bien no pueden englobar a todos, sí permiten comprender más acertadamente la condición propia de cada uno de ellos”.56

Partiendo de esta observación, Villalobos desarrolla un interesante análisis de la tipología palaciega en el Renacimiento español atendiendo a su utilitas vitrubiana. A través del mismo se puede inferir que bajo este marco crono-geográfico son tres los elementos que darían cuerpo a la formulación de esas “condiciones similares”: zaguán, patio y escalera57. Se trata de una 53 A. C. IBÁÑEZ PÉREZ, Arquitectura civil del siglo XVI en Burgos, Burgos, 1977, pp. 169-170. 54 G. RAMALLO ASENSIO, La arquitectura civil asturiana (Época Moderna), Salinas, 1978, p. 50. 55 A.

HERRERA CASADO, Palacios y casonas de Castilla-La Mancha. Tierra de Castilla-La Mancha/2, Guadalajara, 2004, pp. 11-21. 56 D. VILLALOBOS ALONSO, El debate clasicista y el palacio de Fabio Nelli, Valladolid, 1992, pp. 38 y ss. 57 D. VILLALOBOS ALONSO, Op. Cit.

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acotación que consideramos aceptable y lógica, pero que, si mantenemos la rigurosidad –quizás excesivamente escrupulosa– que gobierna este inicial ensayo sobre la tipología palaciega, no consigue erradicar las sombras que oscurecen el concepto de palacio. Por ejemplo, es muy nutrido el elenco de viviendas pertenecientes a la arquitectura popular que cuentan con esos tres espacios, aunque sus funciones sean distintas58. Asimismo, podemos citar también ejemplos –como podría ser la propia vivienda del banquero Nelli– en los que su presencia, así como su función y representatividad es similar, a pesar de que su propietario no pertenezca a la alta nobleza. Yendo más allá, el considerar estos tres elementos como condiciones sine quae non de una tipología, como axiomas de un principio, imposibilitaría la adscripción de muchas otras viviendas de miembros pertenecientes a la elite de la sociedad –e incluso de la monarquía–, especialmente en fechas más cercanas a nuestros días. Así, un palacio como el madrileño de Gaviria (Aníbal Álvarez Bouquel, 1846), no podría ser calificado como tal. Su integración en el medio urbano, donde se confunde con el resto de edificaciones en un claro intento por conseguir esa aparente uniformidad propugnada por el Neoclasicismo, y la ausencia de los elementos antes descritos, neutralizarían su diferenciación funcional y representativa, expuesta aquí por otros medios más sutiles, como la mayor importancia dedicada al piso principal, su portada balconada y blasonada o la suntuosidad de sus interiores59. Ana de Begoña Azcárraga también ha propuesto una serie de caracteres definidos para la tipología palaciega. Estudiando la arquitectura doméstica alavesa, y una vez reconocida la ambigüedad del término, termina por identificar formalmente el palacio con “los edificios que tienen planta cuadrada o rectangular, con la fachada principal flanqueada por dos torres. El cuerpo central tiene dos plantas más la de desván, y las torres una altura de tres plantas. El cuerpo central se cubre a dos aguas o con cubierta de faldones, indistintamente; y las torres siempre con faldones. Pueden llevar cornisa o aleros, y los materiales son, generalmente, mampostería y sillares en cercos de vanos, impostas y esquinales”60. En este caso la minuciosidad de la caracterización tipológica viene justificada por el análisis de un grupo más o menos homogéneo de edificaciones, integrados en unos marcos geográfico y cronológico concretos, aunque de difícil aplicación en un campo más amplio o universal. En nuestra opinión, resulta muy complicado, por no decir imposible, definir el concepto de palacio, en tanto que tipología arquitectónica, a partir de la enumeración de unos elementos peculiares. Definirlo tomando 58 Véase,

para el caso cántabro, el interesante estudio sobre las etimologías y tipologías de las casas, casonas, torres y palacios en esa región realizado por M. A. ARAMBURU-ZABALA, Op. cit., 2 t. 59 J. HERNANDO CARRASCO, Arquitectura en España 1770-1900, Madrid, 1989, p. 185. 60 A. DE BEGOÑA AZCÁRRAGA, Arquitectura doméstica en la Llanada de Álava. Siglos XVI, XVII y XVIII, Vitoria, 1986, Cit: M. A. ARAMBURU-ZABALA, Op. cit., t. I, p. 37.

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Torre de los Cuatro Vientos del Palacio Real de Olite (Navarra). Foto: F. Fernández.

como base su función resulta igualmente arriesgado. La función encomendada a un edificio permite clasificar creaciones arquitectónicas en tipos, aun considerando que su morfología puede experimentar variaciones entre exponentes pertenecientes a un mismo grupo. Un teatro, bien sea el romano de Mérida o la Scala de Milán, debe a la utilitas la presencia de unos elementos imprescindibles –como el escenario y el auditorio– que facultan su diferenciación de otros tipos civiles como cárceles o fortalezas; una iglesia, con independencia de su fisonomía, vendrá marcada por su adecuación para

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la celebración de la liturgia cristiana. Sin embargo, el palacio, entendido como “cualquiera casa suntuosa destinada a habitación de grandes personajes”, no goza de más peculiaridades con respecto al resto de arquitectura doméstica que su suntuosidad, si bien ésta puede constatarse también en casas que no son palacios. Tampoco la nobleza o importancia del propietario de la vivienda pueden considerarse decisivos, pues se trata de cualidades exógenas o ajenas a una arquitectura concreta. La Arquitectura tiene como fin la creación de unos espacios destinados al servicio de las actividades humanas, si bien su realidad no se agota en su valor espacial, dado que existen una pluralidad de factores accesorios –técnicos, decorativos, económicos, simbólicos...– que permiten otras interpretaciones diferentes61. Imposibilitada la fijación terminológica de la tipología palaciega a partir de sus elementos y funciones, se hace necesaria una definición considerando su origen semántico –el cual ya tuvimos ocasión de analizar– y de las distintas significaciones o connotaciones que haya podido recibir con el paso del tiempo. En este sentido, es el cariz de suntuosidad que lleva asociado el término “palacio” uno de sus principales rasgos diferenciales. Esa referencia indirecta a la magnificencia, presente incluso en el lenguaje coloquial, se fundamenta en un tratamiento privilegiado que convierte al palacio en una de las tipologías arquitectónicas donde el poder de sus ocupantes se refleja con una mayor facilidad, especialmente en sus fachadas. Ese sentido simbólico permanecerá constante con independencia de la titularidad del edificio o sus peculiaridades arquitectónicas62. Por ello, compartimos –en aras de la corrección etimológica y semántica– la rigurosa delimitación del concepto dada por Martín González. El significado original del “palacio” se circunscribe a las casas reales, si bien la evolución del término –al margen de su configuración como vocablo polisémico– ha ampliado esa acepción a otras construcciones que, sin estar destinadas a residencia de miembros de la monarquía, adquirieron esa denominación por medio de un tropo que reconocía ciertas similitudes con los palacios sensu stricto, generalizándose después ese sentido lato a las viviendas más destacadas en lo arquitectónico, las cuales se identificarán mayoritariamente con las pertenecientes a las elites sociales. Así pues, el palacio del rey es el que se adscribe con mayor rigurosidad al tipo arquitectónico de “palacio”, ya que, en su origen etimológico, ese vocablo designaba únicamente la domus regis. Con esa claridad lo expresa el monje anónimo de Sahagún cuando se refiere a la destrucción de los “palaçios de los reyes, las casas de nobles, las iglesias de los obispos e las granxas e obe-

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diençias de los abades”63. Además, el palacio, en tanto que arquitectura doméstica, constituye el exponente más elevado de la misma, pues no en vano se corresponde con la vivienda de las clases más acomodadas, con independencia de que, en el Antiguo Régimen, estas elites se identificasen en mayor o menor medida con el estamento nobiliario. Esa titularidad, alimentada por los comportamientos de la estructura social y la vanidad de cada propietario particular, convirtieron a la palaciega en una de las tipologías donde la representación del poder de sus ocupantes se manifiesta de una forma más evidente64. Resulta lógico, por tanto, que a la cúspide de esa sociedad –la monarquía– correspondan los más notables y representativos palacios. Esa carga de representatividad que se asocia al palacio, y que en última instancia no es ajena a buena parte de las creaciones arquitectónicas, se fundamenta en su carácter residencial. Es la morada de determinados individuos que divulgarán a través de ella un determinado mensaje –fortaleza, virtud, opulencia, seguridad...– acorde con su ideología. Considerando que el palacio real es la casa del rey, su carga simbólica excederá a la del resto de viviendas y aún a la de los otros palacios, pues su condición de rex, de princeps, ha de tener su perfecta concordancia en la primacía de sus atributos, que en este caso actúan como verdaderos regalia. Cerramos este epígrafe recordando unas palabras de Flavio Conti en las que aparece bien condensada esa multiplicidad de valores inherentes al palacio real y que definen al mismo como “`palazzo del potere’ per eccellenza”: “Era la sede del più personalizzato, del più tradizionale, del maggiore dei poteri: di solito, quello da cui traevano legittimazione e autorità tutti gli altri (escluso quello religioso). Era, per ciò stesso, il centro e il simbolo dello stato. Ma era anche, quasi sempre, la sede della corte, cioè di tutta la società che circondava e assisteva il sovrano: il punto di ritrovo della nobilità, degli alti funzionari, degli artisti. E al palazzo e alla corte si destinava tutto quanto un paese producesseo importasse di lussuoso, raro, fastoso, eccezionale: la corte costituiva dunque il massimo, e uno dei massimi, tra i mercati d’assorbimento della produzione artistica, delle industrie de lusso, degli articoli di moda. Tutto ciò contribuiva a farne il perno, e quasi la materializzazione, dello stato: il luogo in cui confluivano le strade (necessarie per ricevere le merci e per consentire l’invio e la ricezione dei messaggi), il luogo da difendere prima e sopra ogni altro; il luogo infine in cui il potere dello stato massimamente si reppresentava e che di questo potere era, a sua volta, il più rappresentativo: il monumento e lo specchio. Di tutti i palazzi del potere, la reggia era senz’altro quello che più direttamente e con maggiore chiarezza simbolizzava il potere e il suo modo di manifestarsi”.65

61 B. ZEVI, Saber ver la arquitectura, Barcelona, 1981, pp. 19-32. 62 J.

PÉREZ GIL, “Restauraciones históricas del edificio de la Capitanía General de Valladolid: pervivencia y alteraciones funcionales, morfológicas y semánticas de un espacio en constante evolución”, Actas del IV Congreso internacional “Restaurar la memoria”. Arqueología, arte y restauración, Valladolid, 2004, en prensa.

63 Crónicas anónimas de Sahagún, edición de A. UBIETO ARTETA, Zaragoza, 1987, p. 36 (en adelante, C.A.S.). 64 A. E. ELSEN, “La arquitectura de la autoridad”, La arquitectura como símbolo de poder, Barcelona, 1975,

pp. 13-70. 65 F. CONTI, Op. cit., p. 10.

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El primitivo núcleo áulico de Palat de Rey Desde el reinado de Alfonso I (739-757) la ciudad de León inicia un largo camino que la llevará a convertirse en urbe regia. Pero fue sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo IX, con Ordoño I (850-886) y la expansión del reino hacia el sur, cuando la urbe y la sede episcopal leonesas se verán favorecidas por la política de consolidación de sus estructuras civiles y religiosas, tendentes a fortalecer la imagen de la Monarquía, conforme a la tradición hispano-goda y las influencias asturianas1. Dicha actitud sería perpetuada en sus sucesores Alfonso III (889-910), Ordoño II (914-924) y Alfonso V (999-1028). Esa política de consolidación de la autoridad real en estrecha relación con el poder espiritual alcanzó uno de sus momentos álgidos en 916 con Ordoño II y la donación de sus palacios y aula regia –“...avorum et parentum meorum habuerunt palatia intus civitas Legionensis...”– para la fábrica de la 1 La

Iglesia de San Salvador de Palat de Rey (León). Foto: Carlos M. Martín.

sede catedralicia de León posiblemente se funda en el año 874, para ser consolidada más tarde con Ordoño II. Sobre los problemas fundacionales de la sede episcopal leonesa y sobre la construcción del templo catedralicio remitimos a los trabajos de: D. MANSILLA REOYO, “Panorama histórico-geográfico de la Iglesia española (siglos VIII-al XIV)” La Iglesia en la España de los siglos VIII-XIV, Madrid, 1982, p. 21; R. A. FLETCHER, The episcopate in the Kingdom of León in the Twelft Century, Oxford, 1978, p. 68; I. G. BANGO TORVISO, Alta Edad Media. De la tradición hispano goda al románico, Madrid, 1989, pp. 38-48; IDEM, “Catedral de León. Desde la instauración de la diócesis hasta la magna obra de Manrique de Lara”, en La catedral de León en la Edad Media. Congreso Internacional, León, 2004, pp. 45-58; E. SAEZ, Colección documental del Archivo de León (755-952), t. I, Madrid, 1990, pp. 63-64; M. VALDES, C. COSMÉN y M. HERRÁEZ, “Del origen y consolidación de un templo gótico” en Una Historia arquitectónica de la catedral de León, León, 1994, pp. 20-22.


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catedral de León2. Sin entrar a analizar el complejo problema fundacional del templo catedralicio, tema un tanto marginal de nuestra presente investigación, sí nos interesa detenernos brevemente en ese dato como posible referente de la existencia de unas estructuras arquitectónicas regias junto al solar donde se había asentado la primitiva sede episcopal de Santa María y San Cipriano, es decir, en la zona oriental de la ciudad3. La cuestión tiene ciertas concomitancias con los esquemas palatinos y la sede regia asturiana, pero sobre todo justificaría la existencia de otro núcleo cortesano levantado, como nos dice Sampiro, por Ramiro II cerca de la iglesia de San Salvador de Palat de Rey: “Monasterium infra urbem Legionensem mirae magnitudinis construxit in honorem Sancti Salvatoris iuxta palatium regale”, que dio a su hija, la infanta doña Elvira, que profesó en él, formando el núcleo primitivo del Infantazgo. El rey se enterró allí, e igualmente su hijo, Ordoño III4. Estaba, pues, ubicado en la zona sureste, no muy lejos del templo catedralicio y bastante próximo a una de las puertas de la muralla que daba acceso al recinto urbano a través de la que desde entonces sería llamada Arco de Rege, en atención a la cercanía de las construcciones reales5. Julio Puyol, sin embargo, corrige a Ambrosio de Morales cuando éste afirma, refiriéndose al reinado de Ramiro II, que el Palacio Real “estaba en el sitio donde son agora las casas del Conde de Luna, las cuales tienen dentro para jardín una buena parte del muro antiguo, que por tener veinte pies de ancho, da lugar a aquella grandeza y magestad cuasi huerto pensil que los latinos antiguos llamaban”, agregando que el monasterio estaba fuera de la ciudad, “...mas tan junto con la casa real por el muro, que comúnmente es llamado de aquí adelante en nuestras historias castellanas y en escrituras el monasterio de Palaz del Rey, y así lo nombran agora en León a aquel sitio con el vocablo antiguo de palacio”. En opinión de Puyol esas noticias no son exactas, por lo que concierne a la ubicación de los edificios, pues, si bien es cierto que el palacio del conde de Luna está adosado a la muralla, ni la iglesia de Palat está junto a dicho palacio, ni se halla extramuros6.

PALACIOS REALES LEONESES EN LA ALTA Y PLENA EDAD MEDIA

Palat de Rey Arco de Rege

Postigo del Oso

2 A.

MORALES, Viaje a los reynos de León y Galicia y Principado de Asturias, Madrid, 1765, ed. facsímil de Oviedo, 1977, p. 53; España Sagrada, de FLÓREZ y M. RISCO, t. XXXIV, Madrid, 1784, pp. 223-255 y 435; A. PONZ, Viaje de España, t. XI, Madrid, 1787, ed. facsímil de Madrid, 1972, pp. 216-218; M. RISCO, Historia de la ciudad y corte de León y de sus reyes, Madrid, 1792, ed. facsímil de Madrid, 1972, p. 171; M. GÓMEZ MORENO, Catálogo monumental de España. Provincia de León, t. I, Madrid, 1925, ed. facsímil de León, 1979, p. 218; J. PUYOL, Orígenes del Reino de León y de sus instituciones políticas, Madrid, 1926, edición facsímil de León, 1979, pp. 31-32; J. PÉREZ DE URBEL, Sampiro, su crónica y la monarquía leonesa del siglo X, Madrid, 1952, p. 331. 3 Sobre este tema remitimos al reciente trabajo de I. BANGO, “Catedral de León. Desde la instauración de la diócesis...”, pp. 45-58. 4 J. E. CASARIEGO, Crónicas de los Reinos de Asturias y León, León, 1985, pp. 98-100. 5 M. BERRUETA, Guía del caminante, León, 1957, p. 210; C. SÁNCHEZ ALBORNOZ, Una ciudad de la España cristiana hace mil años, Madrid, 1965, edición de Madrid, 1995, pp. 68 y 74. 6 J. PUYOL, Orígenes del Reino de León, pp. 31-32.

Plano de la ciudad de León en el siglo XVIII según el Padre Risco.

La existencia de un núcleo áulico en esta parte de la ciudad es un tema de estudio abierto a debate, ya que la documentación y las noticias sobre el mismo son escasas y no permiten plantear una hipótesis sólida. Sí es un hecho comprobado documentalmente la pervivencia de alguna forma de propiedad o de estancias de la monarquía en las inmediaciones de la citada iglesia de San Salvador, ya que desde esas fechas abundan alusiones a topónimos reales y subsistían todavía en los siglos XII y XIII, a pesar del protagonismo alcanzado para entonces por San Pelayo y los palacios reales junto

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a San Isidoro. Una cuestión que es evidente si nos atenemos, no solo a la tradicionalmente conocida como iglesia de Palat de Rey, sino también a la designación del barrio, al que en 1186 se alude como barrio Sancti Salvatoris de Rege7 y en el siglo XIII, en 1206, era parrochia Sancti Salvatoris palacii regis8. Se suman a estos datos el ya mencionado Arco de Rege, donde estuvo además ubicada la cárcel real hasta el siglo XVI y, sobre todo, las denominadas Socámaras del Rey, un conjunto ubicado entre el Arco de Rege y el Postigo del Oso, sobre el que todavía existen serias dudas acerca de si se trataba de un solar de propiedad regia, integrado por “cortes”, sobre el que existían determinados tributos o derechos. En 1163 Fernando II donó a Miguel Ibáñez un solar en esa misma zona, al que el monarca se refiere como quod est circa illam meam cortem9, mientras que, en 1193, el canónigo Fernando Munionis dejaba a canónigos leoneses, entre sus mandas testamentarias, IIII fumaticas sub cameris regis, que en opinión de Estepa no se trata de casas o propiedades sino de determinados derechos que quizás afectaban a las propiedades realengas no enajenadas10. En 1258 se cita como lugar o zona urbana, dentro del núcleo intramuros leonés, donde existen bodegas y casas, que a veces son motivo de transacciones inmobiliarias11, una característica que se mantiene todavía en 139812. De todas las noticias anteriores podemos admitir la existencia de un núcleo regio en la parte este y sureste de la vieja ciudad leonesa, a medio camino entre la sede catedralicia y la zona extramuros de San Martín, por donde se iba paulatinamente extendiendo y desarrollando el nuevo Burgo comercial y mercantil. Precisamente, el crecimiento urbano de esta zona y el traslado de la corte hacia San Isidoro serán una de las causas del declive de la presencia regia en Palat de Rey y del paralelo incremento de actividad mercantil y comercial en una de sus calles más importantes –Cardiles–, donde se asentarán algunos gremios artesanales. Gran parte del antiguo espacio propiedad de los reyes pasará, a su vez, a estar ocupado por el linaje de los Quiñones para establecer en él su casa solariega y más tarde, el palacio de los Condes de Luna, a partir de los bienes adscritos al Infantazgo de Palat de Rey. Fernando III, al confirmar la donación de su padre al concejo de León de su alfoz, precisa que incluye “totum meum Regalengum quod in Turio inueniri poterit et cum tota uoce regia, excepto 7 ACL, doc. 6129. J.M. FERNÁNDEZ CATÓN, Colección documental... 8 A. REPRESA, “Evolución urbana de León en los siglos XI-XIII”, Archivos leoneses, nº 45, pp. 258-281, cita

el documento del AHN, Carbajal, nº 32. 9 ACL., 1526. J.M. FERNÁNDEZ CATÓN, Colección documental... 10 C. ESTEPA DÍEZ, Estructura social de la ciudad de León (Siglos XI al XIII), León, 1977, p. 33. 11 ASIL, doc. 273. Carta de venta, fechada el 15 de junio de 1258, por el peletero Pedro Nicholas y su mujer

Teresa venden a Ioan Mateos, camarero de San Isidoro, una bodega sita en el lugar de Socámaras del Rey, cuyos límites se describen. Documento publicado por E. MARTÍN LÓPEZ, Patrimonio cultural de San Isidoro de León. Documentos de los siglos X-XIII, León, 1995, p. 301. 12 ACL, doc. 1283. Se citan casas a Socámaras del Rey.

PALACIOS REALES LEONESES EN LA ALTA Y PLENA EDAD MEDIA

Infantatico”13; es decir, reconoce al concejo que tiene el señorío sobre el valle, pero sólo en la medida que lo tuvo el rey en cada caso, quedando al margen el Infantado. Parece que éste se mantuvo en manos de su madre, doña Berenguela, y es luego controlado por la Corona, siendo objeto de las mercedes de los reyes castellanos a partir de finales del siglo XIII, con motivo de las diferentes guerras civiles que azotan el reino. La relación de los Quiñones con el Infantado parece comenzar con la confirmación que Sancho IV hizo, en 1285, a su Mayordomo Mayor, Pedro Álvarez, del Valle de Torío y las villas de Urdiales y Santa María del Páramo, que ya le concediera siendo infante, tal como antes lo disfrutaron la reina doña María y la condesa doña Elo14. La situación debía de ser compleja, por cuanto la reina doña María de Molina tiene el Infantado y la encomienda de San Isidoro en 1301, que traspasa a su hermano Alfonso, hijo del infante don Alfonso de Molina, ese mismo año15. En 1338, Alfonso XI cede el infantado de Torío a su hijo, futuro Enrique II, prohibiendo a los merinos regios entrar en él, donación confirmada en 1351 por Pedro I16. Sin embargo, en 1342, el propio Alfonso XI se hace cargo del mismo17, y Pedro I termina cediéndolo, en 1350, a Diego González de Oviedo, su Merino Mayor en Leon y Asturias, alegando que antes lo disfrutó su padre el rey. Estaba integrado por “las villas y términos de Valdetorío”, incluyendo las behetrías, más el barrio de Palaz de Rey, a lo que se añade Barrio de Urdiales del Páramo, Santa María, Bercianos, Vega y Sobarriba, en compensación por las heredades de que le había privado Alfonso XI. El rey confirma la cesión al año siguiente, concediéndole en el Infantado de Torío la inmunidad frente a los oficiales regios y la exención de yantares18. En 1365, 1367 y 1371, Enrique II concede estos bienes, y los demás del petrista González de Oviedo, a su Adelantado en León y Asturias, Suero Pérez de Quiñones, por juro de heredad y con todos los derechos reales. El monarca se los confirma luego a su hijo y sucesor en el cargo, Pedro Suárez19. En el lote iban las aldeas del Infantado en Bernesga: Torneros, Vile13 AHML,

nº 3. J. J. SÁNCHEZ BADIOLA, “El segundo fuero de León y el alfoz de la ciudad”, Brigecio, 14 (2004), pp. 51-68. 14 C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ y J. A. MARTÍN FUERTES, Catálogo del Archivo de los condes de Luna, León, 1977, doc. nº 1. Discrepan los autores acerca del parentesco que pudo unir a este personaje con Rodrigo Álvarez de Asturias, Adelantado de León y Asturias con Fernando IV (1295-1312) y Alfonso XI (1312-1350). En cualquier caso, no parece haber poseído este lote de bienes, sino, solamente, “el Infantazgo que don Per Álvarez mío Padre compró de don Diego de Vizcaya (Diego López de Haro), por doquier que ello sea, así en Castiella como en tierra de León e de Asturias” (C. JULAR PÉREZ-ALFARO, Los adelantados y merinos mayores de León, León, 1990, p. 258). 15 J. PÉREZ LLAMAZARES, Historia de la Real Colegiata de San Isidoro de León, León, 1927, reed. de Madrid, 1988, p. 72. 16 AHML, nº 141. 17 J. PÉREZ LLAMAZARES, Historia, p. 73. 18 L. V. DÍAZ MARTÍN, Itinerario de Pedro I de Castilla. Estudio y regesta, Valladolid, 1975, pp. 53, 206 y 219. C. JULAR PÉREZ-ALFARO, Op. cit., p. 312. 19 C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ, El condado de Luna en la Baja Edad Media, León, 1982, pp. 40-41.

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Huerta

Hospital de San Froilán

Casa de los Bécares Huerta

Casa de San Isidoro, Diego Gallego Casa de J. Bernaldo de Quirós CALLE DESCALZOS

Corral y horno de San Isidoro

CORRAL DE SAN GUISÁN

SAN ISIDORO Casa de Fernando de Reinoso Casa de J. Loaysa, H. Díez, B. Ortega

Casa del Marqués de Astorga Casa de los Cilleros

Casa de Azabachera

Casas de San Isidoro Convento de Catalinas CALLE

Casa de los Cilleros

NOS

SERRA

CALLE DE CATALINAS

CALLE DE SAN ISIDORO

cha y Onzonilla, que Pedro Suárez lega en 1398 a su sobrino Juan Álvarez20. Los derechos, en realidad, no abarcaban en Torío todo el Infantado, pues San Isidoro seguía ostentando el título de Señor del Concejo e Infantado de Torío, pleiteando por sus derechos. El Infantado de Torío de los Quiñones, junto al de Bernesga (Vilecha, Torneros y Onzonilla, que eran de San Isidoro en el siglo XIII), parecen formar un mismo lote con Palaz de Rey, y se les denomina incluso Infantado de Palaz de Rey21. En el barrio de Palaz se cita en 1421 a “Gonçalo Alfonso, alcalde en el dicho barrio por Diego Fernández de Quiñones, señor del dicho barrio...”, y en 1429 la Ciudad reclamaba las villas del Infantazgo, aunque el procurador del conde alegaba que eran señorío de éste en tanto que “Infantadgo de Palat de Rey”. Se inició así un pleito que terminaría en 1434 con el reconocimiento, por parte del rey, de los derechos del Quiñones, prohibiendo al concejo que se entrometiese en Torneros, Vilecha, Onzonilla y el barrio de Palat22. No obstante, en 1437 volvían a surgir problemas, pues un criado de Diego Fernández de Quiñones requería al alcalde de León para que liberase a Pedro Ferrero, vecino de Palat, al que tenía preso en la cárcel pública de la ciudad, a pesar de corresponder la jurisdicción de dicho barrio al alcalde elegido por el señor del Infantazgo23. Se trataba, pues, de una situación que provocaba frecuentes roces con el concejo leonés, por cuanto las localidades y barrio citados estaban dentro de su alfoz y de la propia ciudad, y, en Torío, con San Isidoro, que mantenía sus derechos en ese valle, el cual forma durante toda la Edad Media un solo territorio que abarca “desde la puente de Pardavé fasta un montón de piedras que está entre Villaquilambre y el molino que dicen de Gómez Arias”24. Sin embargo, la pluralidad jurisdiccional hará que en los nombramientos de justicias intervengan la Casa de Luna, el obispado de León, el cabildo catedral, que tenía las behetrías, y el abadengo isidoriano, reuniéndose las asambleas y juicios en el pago de “El Espino”. La zona realenga, denominada Las Regueras (Villamoros, Villaobispo, Villarrodrigo, Navatejera) permanece bajo administración del concejo leonés, formando una hermandad diferenciada. Los conflictos, en esa época, debieron de ser numerosos, acabándose en el pleito de 1483, que intenta un reparto preciso del territorio entre sus posesores, aunque las disensiones continúan, conservándose sentencias de los Reyes Católicos a favor de los derechos de San Isidoro. Felipe II, en 1588, siguiendo su política de desamortizaciones, priva al obispado y San Isidoro de sus bienes en Valdetorío, y, aunque éste los recupera, los del obispo pasan a la Corona y son vendidos a los Ossorio del Águila, regidores perpetuos de 20 ALCEDO Y SAN CARLOS, Marqués de, Los Merinos Mayores de Asturias (del apellido Quiñones) y su des-

cendencia. Apuntes genealógicos, históricos y anecdóticos, Madrid, 1918 y 1925, doc. 14, pp. 20-33. 21 J. PÉREZ LLAMAZARES, Historia, pp. 6-10. C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ, El condado de Luna, p. 108.

Plaza y barrio de San Isidoro a principios del siglo XVI. (M.D. CAMPOS y M.L. PEREIRAS)

22 C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ y J. A. MARTÍN FUERTES, Archivo de los condes de Luna, nº 38, 106 y 113. 23 Ibidem, nº 122-123. 24 J. PÉREZ LLAMAZARES, Historia, p. 78.

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León, al igual que las behetrías del cabildo. En 1690, bajo Carlos II, se reavivan pleitos y roces, llegándose a una concordia que reparte nuevamente la jurisdicción entre sus señores de la misma manera que en 1483, con los nombres de Abadengo, Infantado y Valle de Torío, estado en el que perdurará hasta el siglo XIX25. En cuanto a Palaz de Rey, el final del señorío de los Quiñones estaría en la batalla de Olmedo (1445), donde son derrotados, y el concejo leonés se adueña de las aldeas de Vilecha, Torneros y Onzonilla, que pasan a formar la Hermandad del Infantazgo, dentro de la jurisdicción leonesa. Igualmente, en 1446, la esposa del mayordomo de los Quiñones, al saber de cierto robo en las casas de su señor, en Palaz de Rey, acude a un alcalde de la ciudad, que interviene allí con total autoridad, hecho que parece querer significar que para entonces ya se había reintegrado la jurisdicción del barrio a la ciudad26.

San Isidoro. Espacio religioso, áulico, funerario y residencial de la Monarquía leonesa Desde el siglo XI y hasta el XIV la ciudad de León, como antigua capital del reino, conservó los restos de los vetustos palacios reales levantados en plena Edad Media junto a la iglesia de San Isidoro. Nacidos al amparo de la monarquía leonesa, tras el traslado de la corte desde Oviedo a León a la muerte de Alfonso III, el primitivo conjunto palaciego respondía a las características propias del palatium asturiano, con posibles analogías tipológicas y formales respecto de los modelos ovetenses de Alfonso II y Alfonso III27. Durante varios lustros, la existencia de estos espacios destinados a residencia real contribuyó a subrayar la presencia del poder monárquico en la urbe regia y capital del viejo reino leonés. La ubicación de la Corte junto a San Isidoro y la configuración de León como “urbe regia” fueron dos hechos decisivos en el desarrollo de la ciudad durante la Plena Edad Media. A ello se debe en cierta medida la gesta25 J.

PÉREZ LLAMAZARES, Historia, p. 89; M. GONZÁLEZ FLÓREZ, “El Infantado de Torío”, Tierras de León, nº 45 (1981), pp. 37-60; J. M. FERNÁNDEZ DEL POZO, “La desamortización de Felipe II en el Obispado de León”, Tierras de León, nº 75 (1989), pp. 41-52. 26 C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ, El condado de Luna, p. 111. 27 Sobre la arquitectura cortesana asturiana de ese período histórico existe una amplia bibliografía, por lo que nos limitamos a reseñar algunos trabajos como: J. URIA RIU, “Cuestiones histórico-arqueológicas relativas a la ciudad de Oviedo en los siglos VIII-X”, Symposium sobre la cultura asturiana de la Alta Edad Media, Oviedo, 1967, pp. 287-330; H. RODRÍGUEZ BALBÍN, Estudio sobre las primeros siglos del desarrollo urbano de Oviedo, Oviedo, 1977; J. M. FERNÁDEZ BUELTA y V. HEVIA GRANDA, Ruinas del Oviedo primitivo. Historia y secuencias de unas excavaciones, IDEA, Oviedo, 1984 (Red.); I. BANGO TORVISO, “El arte asturiano y el imperio Carolingio”, Jornadas sobre arte prerrománico y románico asturiano (E. FERNÁNDEZ, dir.), Villaviciosa, 1988, p. 31 y ss.; R. BORDIU CIENFUEGOS-JOVELLANOS, Inventario documental y bibliográfico sobre el prerrománico asturiano, Oviedo, 1989; V. NIETO ALCAIDE, Arte prerrománico Asturiano, Salinas- Asturias, 1989.

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ción y organización del barrio isidoriano y la posterior creación de la plaza abierta delante del recinto sacro y palaciego, si bien el proceso evolutivo de la vieja ciudad intramuros se inscribe dentro de unos planteamientos institucionales, económicos, sociales y políticos más generales28. En el siglo XI, y posiblemente desde el reinado de Alfonso V (999-1025), el núcleo fundamental de la ciudad regia se situaba en torno al antiguo, pero reconstruido por entonces, monasterio de San Pelayo y a la iglesia de San Juan Bautista, añadida al cenobio por expreso deseo del monarca y legitimada con las reliquias de este santo29. Según narran los cronistas, el edificio sacro era una sencilla construcción de materiales pobres, a base de tapial y ladrillo, con cabecera recta y un cuerpo occidental destinado a panteón real. El esquema recordaba los modelos levantados en la iglesia de Santa María de Oviedo por Alfonso II el Casto30, lo que refuerza la hipótesis de la influencia de la tradición asturiana en la configuración de este primer núcleo cortesano leonés, donde el recinto sacro se completaba con la capilla de reliquias y sobre todo adquiría un simbolismo político y áulico con la incorporación de un panteón regio, expresión de la continuidad del linaje y de la legitimación del soberano31. 28 Los

cambios experimentados por la ciudad de León en este período de la Edad Media han sido estudiados por: A. REPRESA, “Evolución urbana de León...”; C. ESTEPA DÍEZ, Estructura social de la ciudad de León, y “La ciudad de León y su caserío en el siglo XII”, Santo Martino de León. Ponencias del I Congreso Internacional en el VII Centenario de su obra literaria, León, 1987, pp. 12-42. Más recientemente M.A. CAMPOS y M.L. PEREIRAS, Iglesia y ciudad, León, 2005. 29 El monasterio femenino de San Pelayo fue fundado por Sancho I el Gordo (956-966) y en él se depositaron en un arca de plata las reliquias del mártir cordobés San Pelayo. Tras la llegada de Almanzor a León y el peligro de profanación, las reliquias fueron trasladadas a Oviedo al monasterio homónimo, del que nunca regresaron. Tras la etapa de asolación por las incursiones del hijo de Almanzor, abd-el MaliK, Alfonso V inició la reconstrucción de la ciudad y de sus iglesias. Entre ellas, según refiere Lucas de Tuy, reparó San Pelayo (donde metió a su hermana doña Teresa) y construyó la de San Juan Bautista, ésta última atendida por monjes varones, lo que ha sido causa de ciertas dudas sobre si pudo tratarse de un monasterio dúplice o simplemente, como afirma Ambrosio de Morales, se cambió la advocación de San Pelayo por la de San Juan Bautista. Sobre estos temas vid.: L. DE TUY, Crónica de España, ed. de J. PUYOL, Madrid, 1929, pp. 335 y 337, Primera crónica, 1977, p. 464; R. XIMÉNEZ DE RADA, Historia de los Hechos de España, 1793, edición y estudio de J. FERNÁNDEZ VALVERDE, Madrid, 1989, pp. 188-258; A. DE MORALES, Viaje a los reinos, p. 41; M. RISCO, Historia de la ciudad y corte de León, pp. 211-212; J. PÉREZ DE URBEL, Op. cit., p. 170; J. PÉREZ LLAMAZARES, Historia, p. 9; E. FERNÁNDEZ GONZÁLEZ, San Isidoro de León, Madrid, 1992, p. 4. 30 Sobre la obra ovetense y el reinado de Alfonso II remitimos a las referencias de la primera nota de este epígrafe, así como a M. GÓMEZ MORENO, “Las primeras crónicas de la reconquista: el ciclo de Alfonso III”, Boletín de la Real academia de Historia, 100 (1932), p. 628; H. SCHUNK, “El arte asturiano en torno al 800”, Actas del Simposio para el estudio de los códices del “Comentario al Apocalipsis de Beato de Liébana, vol. 2, Madrid, 1980, p. 138; C. SÁNCHEZ ALBORNOZ, Orígenes de la nación española. El reino de Asturias, Oviedo, 1974, p. 300 y ss.; J. I. RUIZ DE LA PEÑA, “Estudio preliminar. La cultura en la corte ovetense del siglo IX”, Crónicas Asturianas, Oviedo, 1985, Las peregrinaciones a Santiago de Compostela y San Salvador de Oviedo en la Edad Media. Actas del Congreso Internacional, Oviedo, 1993, y “La monarquía asturiana (718910)”, El reino de León en la Alta Edad Media III. La monarquía asturleonesa. De Pelayo a Alfonso VI”, León, 1995, p. 20; I. G. BANGO TORVISO, “Alfonso II y Santullano”, Jornadas sobre arte prerrománico en el norte de España, Villaviciosa, 1988, pp. 207-237; M. VALDÉS FERNÁNDEZ, “El panteón. Real de la Colegiata de San Isidoro”, Maravillas de la España Medieval. Tesoro sagrado y Monarquía, León, 2001 p. 75. 31 V. NIETO ALCAIDE, Arte prerrománico, p. 54.

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Camino francés Principales ejes urbanos de la ciudad de León

Principales ejes urbanos de la ciudad de León en la Edad Media. (M.D. CAMPOS y M.L. PEREIRAS)

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Las propuestas de renovación política y cultural del reino emprendidas por Fernando I y doña Sancha favorecieron, no sólo la restauración urbana, sino el esplendor de la urbe regia, definida como domus domini, domus regia y panteón. El entorno de San Isidoro se consolidó como centro áulico y su importancia como barrio y feligresía quedó definitivamente configurada a finales del siglo XI. El proceso restaurador se inició en 1059 con la construcción de una nueva iglesia, que venía a sustituir la sencilla edificación de tapial y ladrillo levantada por Alfonso V bajo la advocación de San Juan Bautista y San Pelayo. El nuevo templo, realizado en piedra, fue legitimado y dignificado por voluntad real como espacio espiritual y en él se depositaron solemnemente las reliquias de San Isidoro en 1063. Era ésta una operación que formaba parte del ambicioso programa regio de renovación política, cultural y religiosa emprendido por Fernando I y doña Sancha32. La vinculación con el poder regio se reforzó con el traslado del cuerpo del santo sevillano y el resto de las reliquias. El interés del centro religioso se completaba con las importantes donaciones artísticas y económicas que a él hicieron los reyes, como fórmula de exaltación monárquica donde el soberano sobresale por su piadosa virtud33. Poco tiempo después, a ese conjunto espiritual y áulico se incorporó el panteón real, finalizado por doña Urraca en los últimos años de la undécima centuria (1072-1101)34. El sentido de continuidad y legitimidad de la Corona adquiría con esta obra su mejor expresión. El eje de axialidad entre lo sacro y lo áulico quedaba materializado entre el panteón y tribuna regia, a los pies 32 Las obras de la iglesia de San Isidoro debieron comenzar hacia 1050, pero fue consagrada en 1059. Con

su construcción Fernando I deseaba restaurar la antigua y asolada iglesia de San Juan Bautista y San Pelayo, levantada por Alfonso V, a la par que renovar el culto a las reliquias, tras la pérdida de las de san Pelayo, trasladadas a Oviedo ante la amenazadora invasión de Almanzor. Sobre este tema existe una amplia bibliografía, en la que se citan las principales fuentes historiográficas sobre algunos aspectos como la ceremonia de la consagración, o el aparato y solemnidad del traslado de las reliquias: J. PÉREZ LLAMAZARES, Historia, p. 89; M. GÓMEZ MORENO, Catálogo, p. 182; A. VIÑAYO GONZÁLEZ, “La Real Colegiata de San Isidoro y la expresión del arte Prerrománico Astúrico”, Symposium sobre cultura asturiana de la Alta Edad Media, Oviedo, 1967, pp. 105-120; Idem, León y Asturias. La España románica, Madrid, 1987; I. BANGO TORVISO, El románico en España, Madrid, 1992; E. FERNÁNDEZ GONZÁLEZ, “San Isidoro de León”, Cuadernos de Arte Español, nº 53, Madrid, 1992. 33 Sobre este tema remitimos a los últimos estudios publicados en el catálogo de la exposición sobre Maravillas de la España medieval. Tesoros Sagrado y Monarquía (I. BANGO TORVISO, dir.), León, 2001; J. WILLIAMS, “León. La iconografía de la capital”, Reino de León en la Alta Edad Media, Col. Fuentes y Estudios de Historia Leonesa, nº 65, León, 1995. 34 Sobre el panteón real de San Isidoro de León existen diversas hipótesis y distintas referencias cronológicas. Actualmente se admite que las obras se realizarían entre 1072 y 1101. En 1962, fue Salvini quien fechó la fábrica en los últimos años del siglo XI, con posterioridad a la muerte de Fernando I, considerando promotora a su hija, doña Urraca. Tal argumentación fue mantenida por Durliat en sus trabajos sobre esta obra y confirmada poco después por las excavaciones llevadas a cabo por J. von Sichart y estudiantes de la Universidad de Berlín en 1971, cuyos trabajos sirvieron de punto de partida para las tesis de Williams, a favor de dicha datación. Con posterioridad, otros autores se han hecho eco de tales afirmaciones. Cfr. SALVINI, F., La escultura románica en Europa, México, 1962, pp. 50-54; Idem, “Il problema cro-34 Ú


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del templo, y la cabecera con la capilla de las reliquias, una fórmula que consolidaba las propuestas asturianas precedentes, tratando de simbolizar la unión de los dos poderes, el espiritual y el temporal. La basílica construida por Fernando I seguía los modelos asturianos e hispánicos de la anterior centuria, con cabecera plana tripartita y tres naves. Los ecos de San Salvador de Valdedios parecen evidentes, pero posiblemente también se tuvieron en cuenta otros ejemplos gallegos y leoneses, hoy desaparecidos35. En todo caso, es muy probable que los deseos de renovación que determinaron la realización de la nueva iglesia isidoriana se vieran correspondidos y plasmados en la incorporación de un lenguaje artístico diferente al anterior, más cercano a la estética de ascendencia románica. Si escasas son las referencias sobre el trazado y características de los espacios sacros de finales del siglo XI, mayores son las dudas sobre el recinto cortesano y palaciego que al parecer se levantaba anejo, en un encadenamiento de edificios que simbolizaba el creciente poder de la Corona. En 1096, los centros de San Adrián, San Marcelo y Santiago se sitúan extramuros, cerca de la Puerta Cauriense y junto a los palacios reales36. La pronta desaparición de sus estructuras y la ausencia de excavaciones que puedan aportar más luz, impiden precisar con detalle sus características, que suponemos continuadoras del modelo arquitectónico del palatium asturiano. Hacia el siglo XII, el conjunto del espacio intramuros de la urbe leonesa estaba parcelado en barrios, parroquias y colaciones, como sistema de engranaje de la ciudad vinculado tanto a aspectos eclesiásticos, como a concejiles37. Las colaciones y parroquias de esta zona quedaron ya perfectamente definidas en el siglo XIII y se agrupaban en torno a cuatro feligresías: la de Santa María de Regla, San Salvador de Palat de Rey, Santa Marina y San Isidoro, aunque su número debió ser mayor, ya que en un documento notarial

Ú nológico dei Pórtico dei San Isidoro de León e le origini della scultura romanica in Spagna”, Actas del

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XXIII Congreso Internacional de Historia del Arte, Granada, 1973-1976, pp. 467-468; M. DURLIART, L’Art roman en Espagne, París, 1962, p. 18; J. WILLIAMS, “San Isidoro in León. Evidence for a new history”, The Art Bulletin, vol. LV (1973), pp. 171-180; M. VALDÉS FERNÁNDEZ, “El Panteón de San Isidoro de León”, Maravillas de la España medieval (I. BANGO TORVISO, dir.), Madrid, 2001, pp. 73-84. 35 Así opinan, I. G. BANGO TORVISO, Alta Edad media, p. 96, M. NÚÑEZ RODRÍGUEZ, Arquitectura prerrománica, Madrid, 1978, pp. 153-55, 211-221; R. ALONSO ÁLVAREZ, “La colegiata de San Pedro de Teverga. La imagen medieval de un edificio reformado”, Asturiensia Medievalia, 1995, pp. 225-242; J. L SENRA, “Aproximación a los espacios litúrgicos funerarios en Castilla León: pórticos y galileas”, Gesta XXXV1/2 (1997), pp. 122-144. 36 ACL doc., nº 1291; J. Mª. FERNÁNDEZ CATÓN, Colección documental de la catedral de León, VI, León, 1991; M. RISCO, España Sagrada, t. XXXIV, dice que en 1096 ya existían dependencias palaciegas o cortesanas anejas a San Isidoro. 37 A. REPRESA, “Evolución urbana de León...”, p. 277; C. ESTEPA DÍEZ, Estructura social de la ciudad..., p. 123; Idem, “La ciudad de León y su caserío..”, p. 22. 38 ACL, cod. 40, f. 32r y v. Testamento de Pedro Ibáñez, fechado el 7 de junio de 1274 en el que manda ser enterrado en Santa María de Regla. Entre sus muchas mandas testamentarias manda a las doze parrochias de León, a cada una de ellas quatro sueldos. Sobre este documento vid: J. M. RUIZ ASENCIO y J. A. MARTÍN FUERTES, Colección documental del Archivo Catedral de León (1269-1300), t. IX, León, 1994,38 Ú

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de 1274 se citan un total de doce parroquias38. San Isidoro fue parroquia desde 122539, pero como barrio figura reseñado documentalmente en 1211, aunque su existencia pueda remontarse a etapas anteriores40. Por otro lado, si tenemos en cuenta que en documentos de 1092 y 1191 se cita el barrio de San Pelayo estrechamente relacionado con el que luego sería de San Isidoro, su origen debe situarse en fechas muy anteriores41. A partir del siglo XII, el núcleo isidoriano cobró aún mayor impulso urbano y simbólico, sobresaliendo por su triple funcionalidad y plena vinculación a la monarquía, de manera que quedaba perfectamente definido como espacio litúrgico-espiritual, regio-funerario y domus regia, o palacio, cuya existencia se constata en la crónica de Alfonso VII, al describir la boda de su hija doña Urraca con el rey García de Navarra en 1144: “La infanta doña Sancha dispuso el tálamo en los palacios reales que están en san Pelayo, y en los alrededores del tálamo una numerosísima muchedumbre de bufones, mujeres y doncellas que cantaban con órganos, flautas, cítaras, salterios y toda clase de instrumentos musicales. Por otra parte, el emperador y el rey García estaban sentados en el trono real en un lugar elevado delante de las puertas del palacio del emperador, mientras que los obispos, abades, condes, nobles y duques en asientos dispuestos en derredor de aquellos”.42

Reflejo de este proceso de consolidación del núcleo isidoriano bajo patrocinio regio es la erección de otro nuevo edificio sacro en los primeros años del siglo XII. La renovación de estructuras religiosas seguramente fue seguida, también, de una reconstrucción de las dependencias palaciales. La

Ú doc. 2338. Por su parte, el Becerro recoge diez y seis parroquias en total, contabilizando las que estaban

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intra y extramuros. Intramuros de la cerca se citan: San Marín, Santa María del Camino, San Marcelo, San Pedro, Santa María de Villapérez, San Juan de Regla, Santa Marina, Salvador de Palat de Rey. De ellas, las cuatro ya citadas son las que estaban ubicadas dentro del primitivo recinto murado. 39 Son varios los documentos que aluden a la parroquia isidoriana. En 1225, en una venta de casas con huerto, se afirma que están ubicadas en la parroquia de San Isidoro, lo que se repite en 1226, en la venta de unas casas de Martín Pérez, canónigo de León, a Domingo de Aralla, sitas en el mismo lugar. S. DOMINGUEZ SÁNCHEZ, Colección documental de los Bachilleres de San Marcelo, León, 2001, doc. 14 y 16. 40 A. REPRESA, “Evolución urbana de León...”, pp. 272-275. En este trabajo hace referencia a un documento de 1211, tomado del ACL nº 444, relativo a la venta de un horno ubicado en el barrio Sancti Isidori, donde viven un escudero, un escriptor y pellitero, entre otros moradores. Por nuestra parte podemos también constatar su denominación como tal barrio en documentos de 1223 y 1232 correspondientes al fondo de los Bachilleres de San Marcelo del AHDL. Sobre este aspecto remitimos a S. DOMINGUEZ SÁNCHEZ, Colección documental de los Bachilleres de San Marcelo, docs. nº 11 y 19. 41 ASIL, doc. 147. En junio de 1191, en la carta de venta de un solar, propiedad de María Petri y sus hijos Martino y Dominicus, se afirma que éste está en el barrio de San Pelayo y limita con la capilla de san isidoro y con San Guisán. En la documentación del Monasterio de Vega, nº 9, también figura la referencia al barrio de San Pelayo en 1092. Agradecemos al Dr. J. J. Sánchez Badiola esta referencia documental. 42 Crónica del Emperador Alfonso VII, Introducción, traducción, notas e índice por M. PÉREZ GONZÁLEZ, León, 1997, pp. 91-93. Por su parte J. M. QUADRADO, Recuerdos y bellezas de España, 1855, ed. facsímil, León, 1985, p. 47, también se hace eco de este hecho, y aunque no efectúa la traducción de la crónica, sí describe los acontecimientos siguiendo muy de cerca el texto referido a Alfonso VII.

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cuestión no deja de ser un tanto sorprendente por la corta distancia cronológica con la iglesia finalizada en tiempos de Fernando I. En este caso, la nueva fábrica abandonaba los esquemas arquitectónicos asturianos e hispánicos y se proyectaba conforme a los planteamientos constructivos del románico pleno. Para algunos historiadores este nuevo templo fue iniciado por doña Urraca, aunque consagrado por Alfonso VII y su hermana doña Sancha en 114943. Este último conjunto arquitectónico respondía a los deseos reales de engrandecimiento del espacio sacro y buscaba la adecuación a una estética artística similar a los modelos europeos, pero sobre todo trataba de subrayar su vinculación a la Monarquía y la exaltación y renovación del culto a las reliquias isidorianas que en él se guardaban. Su ejecución coincide además con un período de expansión de la Ruta Jacobea, en la que la ciudad de León ocupaba un lugar preeminente, si bien hasta unos años más tarde, en el último tercio del siglo XII, el Camino no transcurrirá por delante de la basílica leonesa. Originariamente el recorrido de los peregrinos por el interior de la ciudad se encaminaba por la Rúa de los Francos para llegar hasta la iglesia de San Marcelo, parada obligada para venerar la memoria de los santos mártires y desde ella, dejando a un lado la muralla, se dirigía hacia el puente sobre el río Bernesga, en dirección a Galicia. En consecuencia, tal recorrido dejaba al margen el conjunto isidoriano44. Fue el rey Fernando II quien, a través de un privilegio rodado de 14 de noviembre de 1168, estableció el desvío del Camino francés, a su paso por la urbe leonesa, para introducirlo por la ciudad vieja intramuros, y hacerlo llegar hasta San Isidoro: “[...] Ego domnus Fernandus, dei gratia Hyspaniarum rez, ecclesie Beati Ysidori quea ipsius gloriosissimi corpore insignita esse dinoscitur utiliter prouidere uolens, transfero stratam publicam, que vulgo dicitur caminum, qod solebat ire ante ecclesiam Beati Marcelli et pono eam per portam Cauriensem et, deinde, ante ecclesiam predicti confessoris Beati Ysidori et inde per portam quam ego mandauit in muro aperiri, deinde per senram predicti monasterii usque ad pontem Uernesge [...]”45 43 J. YARZA, La Edad Media II (Historia del Arte Hispánico), Madrid, 1978; Idem Arte y arquitectura en España

500-1200, Madrid, 1979; E. FERNÁNDEZ GONZÁLEZ, “San Isidoro de León”, pp. 19-20; I. G. BANGO TORVISO, “El rey. Benedictus qui venit in nomine Domini”, Maravillas de la España Medieval, Madrid, 2001, pp. 23-30, y “La piedad de los reyes Fernando I y Sancha. Un tesoro sagrado que testimonia el proceso de la renovación de la cultura hispana del siglo XI”, Ibidem, pp. 223-227. 44 España Sagrada, t. XXXVI, p. 199. En 1096 ya se documenta junto a San Marcelo una fundación asistencial o albergue patrocinada por el obispo. 45 ASIL,169; J. PÉREZ LLAMAZARES, Catálogo de los códices y documentos de San Isidoro de León, León, 1923, p. 122. Ese documento ha sido publicado por diversos autores y otros muchos han hecho referencia a él en diferentes estudios sobre el particular y sobre el Camino de Santiago. Entre los que ha publicado este interesante documento señalamos: L. DE TUY, Vida y Milagros de San Isidoro, ed. facsímil 1992,45 Ú

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La decisión real se inserta dentro de la línea de actuación de este monarca como promotor del Camino de Santiago en León y del propio cenobio isidoriano46. Para la ciudad el cambio supuso importantes alteraciones urbanas. A partir de esa fecha el itinerario jacobeo mantuvo su antiguo trayecto tan sólo en los tramos iniciales, es decir, la Rúa de los Francos o calle de la Rúa, iglesia de San Marcelo y el último tramo de Rubiana47, para, desde aquí, modificar el esquema viario y atravesar la Puerta Cauriense con el fin de entrar en el recinto murado, desde donde se encaminaba a la basílica isidoriana por la que a partir de entonces sería la “calle que va a San Isidro”. Una vez visitada la iglesia, proseguía por la parte posterior del templo, recorriendo la calle de la Trinidad (actual Sacramento), enfilaba por la calle Abadía y, atravesando de nuevo la muralla por la puerta abierta para tal fin en aquellas fechas –Puerta de Renueva–, salía hacia la Rúa Nueva, o Renueva, que conducía a dicha serna y desde ella al puente sobre el Bernesga, junto a San Marcos48. Las alteraciones de los ejes viales y las consecuencias urbanas que provocó el trazado del nuevo Camino en el seno de esta zona de la ciudad, constituyeron para San Isidoro un elemento favorable para impulsar la revalorización de su entorno, convertido en uno de los puntos de referencia de la civitas regia. Se trataba de un hecho que, en parte, venía ya produciéndose en fechas anteriores, como lo demuestra el que en 1144, en la ceremonia nupcial de la infanta doña Urraca con el rey García de Navarra, el cortejo de la novia, acompañada de su tía doña Sancha, entrara por la Puerta Cauriense hacia San Isidoro49. En la misma línea se sitúa el traslado de las monjas a la

Ú pp. 425-426; J. RODRÍGUEZ, “Señorío isidoriano de Renueva”, Archivos leoneses, 55-56 (1974), pp. 221-

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244; S. DOMINGUEZ SÁNCHEZ, Patrimonio cultural de San Isidoro. Documentos del siglo XIV, León, 1994, docs. 142, 168 y 183, pp. 269-270; M. E. MARTÍN LÓPEZ, Op. cit., doc 89, pp. 119-120; G. CAVERO DOMINGUEZ, “Camino de Santiago”, La Historia de León. Edad Media, (C. ÁLVAREZ, coord.), León, 1999, cap. I, 4, p. 101. 46 Sobre la figura de Fernando II existe una amplia bibliografía. Ente ella anotamos J. GONZÁLEZ, Regesta de Fernando II, Madrid, 1943; L. SUÁREZ y F. SUÁREZ, “Historia política del Reino de León (1157-1230)”, El reino de León en la Alta Edad Media IV. La Monarquía, León, 1993, pp. 271-279; C. COSMÉN ALONSO y Mª. V. HERRÁEZ ORTEGA, “Fernando II, promotor del Camino de Santiago en León”, Imágenes y promotores en el arte medieval. Miscelánea en homenaje a Joaquín Yarza, Barcelona, 2001, pp. 79-87. 47 El último tramo de la Rúa de los Francos o Rúa Mayor daba paso a la denominada Rua Viana o Rubiana. 48 El tramo del Camino francés junto a la iglesia de San Isidoro queda perfectamente concretado en el documento de 1168. Los peregrinos salían por Renueva y la puerta homónima que Fernando II mandó abrir en la muralla en esa zona de la ciudad, es decir, estaban obligados a dar la vuelta al conjunto isidoriano para retomar el camino. De ningún modo podían hacerlo por la zona de la actual escalerilla, en la parte suroeste del conjunto sacro, ya que ese espacio, además de estar por entonces cerrado por la muralla, correspondía al asentamiento de las dependencias reales. Allí se alzaban palacios, caballerizas y la amplia huerta del rey, que se extendía extramuros hacia el poniente, a la que se accedía por un pequeño postigo abierto en el tramo de la muralla cercano a San Isidoro, pero con carácter privado, y en absoluto disponible para el paso de peregrinos. Sobre este tema vid: M.D. CAMPOS y M.L. PEREIRAS, Iglesia y ciudad, pp. 31-43. 49 La Crónica del Emperador Alfonso VII, p. 91, afirma: “...Por su parte, la serenísima infanta doña Sancha entró en León por la puerta Cauriense y con ella su sobrina la infanta doña Urraca, prometida del rey García, junto con una numerosísima muchedumbre de nobles caballeros, clérigos, mujeres y doncellas a las que habían engendrado los nobles de toda España”. También se hace eco de este tema J. M. QUADRADO, Recuerdos y bellezas, p. 47.

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Renueva San Marcos puente sobre río Bernesga

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Puerta Renueva

Abadía San Isidoro

Palacios

e San

Vía d Isido

Catedral

ro

Puerta Fajeros

Puerta Cauriense San Marcelo

Rubiana San Martín

ncos

Rúa de los Fra

Camino francés

Iglesia de Santa María del Camino y Mercado

Ruta del camino de Santiago antes de 1168 Ruta del camino de Santiago desde 1168 Vías alternativas de peregrinos para acceso a Catedral

Puerta Moneda

Esquema de la ciudad de León en la Edad Media, con el desvío del Camino de Santiago en 1165 y 1168 (M.D. CAMPOS y M.L. PEREIRAS).

localidad de Carbajal de la Legua en 1148, lo que supuso la progresiva pérdida de interés urbano del barrio de San Pelayo, cuyo testigo fue recogido por el de Santa Marina y sobre todo por el de San Isidoro, a cuya casa se trasladaron los canónigos regulares de San Agustín en ese año. Poco después de la modificación del eje jacobeo en 1168 a su paso por la ciudad, es decir, durante los últimos años del siglo XII y los primeros de la siguiente centuria, se fueron haciendo cada vez más estrechas las relaciones entre las distintas zonas de la urbe, sobre todo en lo referente a la comu-

nicación entre la vieja ciudad intramuros y el Burgo Nuevo, para entonces con bastante actividad. En este sentido hay que entender las modificaciones de ejes viales internos o la apertura de nuevos postigos en el recinto murado para hacerlo más permeable. Así sucede con el denominado Postigo del Oso50, cuyo paso permitía acceder hacia San Isidoro de manera más directa que en períodos inmediatos, sin necesidad de rodear por la calle de la Rúa como anteriormente sucedía. Desde entonces, a los que entraban en León por la zona de San Martín o por el Mercado, se les facilitaba el camino, atravesando dicho postigo y las Socámaras del Rey, para llegar al cruce de la Ferrería de la Cruz con la “vía que va a Santo Isidro”51. Lo mismo puede afirmarse de los que preferían introducirse en la ciudad por otra zona alternativa, desde Santo Sepulcro (Santa Ana) hacia San Martín y desde aquí, por Arco de Rege, elegir una de las vías que les permitían acceder hasta San Isidoro. De manera que, desde finales del siglo XII, el centro isidoriano se convirtió en uno de los puntos de referencia vial de la trama urbana leonesa, lo que sin duda condujo a la revitalización del conjunto. Es cierto que tal hecho no puede ser achacado exclusivamente a esa alteración viaria impuesta por Fernando II, ya que también desempeñaron un papel activo en esta interrelación de la trama urbana y en la potenciación del núcleo isidoriano otros fenómenos de ámbito más general, como fueron el desarrollo de la actividad artesanal y de mercados en San Martín, en Santa María del Camino y en Santa Ana. En este mismo sentido hay que situar los esfuerzos del poder concejil por romper la excesiva parcelación, o diferenciación social, jurisdiccional y económica entre los distintos sectores de la ciudad, tratando de conferirle mayor unidad y control al conjunto urbano. Se aprecia la voluntad del concejo local de aminorar, en lo posible, los contrastes entre las zonas de dominio monástico o abadengo, los espacios vinculados al realengo e Infantado, los solares de propiedad eclesiástica y el territorio urbano propiamente concejil. Este intento de la Ciudad por afianzar su poder se vio favorecido por la paulatina y progresiva desaparición de numerosas entidades monásticas en la vieja urbe52. No obstante, la situación general de la ciudad intramuros se caracterizaba todavía por una falta de uniformidad y por una complejidad urbana. De hecho, hasta bien entrado el siglo XII, siguió siendo habitual en León la existencia del sistema de cortes, unidas o anejas a corrales, huertas y explotaciones agrarias y solares en donde habían estado asentados antiguos centros 50 Este postigo se abría en el tramo sur de la muralla, comunicaba la calle Azabachería, con lo que más tarde

sería la plaza del Conde de Luna. Allí se mantuvo hasta época bastante reciente. ESTEPA, “La ciudad de León y su caserío...”, p. 19, considera que este Postigo del Oso no es el que según Represa se menciona en 1190, ya que éste hacía referencia a la vía hacia el Postigum o de Puerta Castillo. En 1206, sin embargo, ya existe constancia de la vía que desde el Mercado lleva hacia San Isidoro y el Castillo, como prueba de la voluntad de comunicar ambas partes de la ciudad. (AHN, Monasterio de Carvajal, 826/3). 52 C. ESTEPA, “La ciudad de León y su caserío...”, p. 14. 51 C.

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monásticos, para entonces ya desaparecidos, como los de San Andrés, San Quirce, Santo Tomé, San Vicente, San Julián o San Pedro de Puerta del Conde53. A partir de ese mismo período, se aprecia la aparición de casas como forma de residencia dentro del viejo recinto urbano. La zona inmediata a San Isidoro constituía uno de los espacios urbanos más complejos, ya que esta parte de la ciudad tenía mucho que ver con el componente regio y monástico de los recintos sacros allí asentados desde antiguo. Heredero de una parte del vetusto barrio de San Pelayo, uno de los más antiguos e importantes de la ciudad vieja, surgido en torno al monasterio de este nombre, San Isidoro presentaba una compleja trama de solares e inmuebles, ya que su espacio urbano estaba, en gran parte, vinculado a las instituciones regias de la Monarquía y el Infantazgo, que compartían con la Iglesia y la alta nobleza local la mayoría de las propiedades inmobiliarias del entorno. Es evidente que el barrio debía ofrecer por aquellos años una fisonomía poco uniforme, donde la destacada presencia y la amplia extensión de dependencias reales y cortesanas contrastaba con las de otro tipo de vecindario, en muchos casos provenientes de la aristocracia que buscaba la proximidad de la Corte. Allí residía Diego Alviz, mayordomo de doña Urraca en 1110 y también tenían sus moradas los condes Osorio y Rodrigo Martínez, éste cerca del que fuera monasterio de San Pelayo, mientras que el primero vivía en 1191 en un solar ubicado entre el palacio real y Puerta Cauriense54. En esa misma zona de Puerta Corés, algunos solares y casas vinculados a la reina Urraca y a su hija María Munionis, fueron donados al Monasterio de Benevívere en 119155. No lejos se alzaban los denominados “palacios del conde don Ramiro”, documentados en 1180 y referencia obligada a la hora de señalar la calle que iba desde Puerta Castillo. Estos datos, unidos a otras donaciones reales, como la de Fernando II al Monasterio de Vega, al que en 1168 cede dos casas situadas frente a San Isidoro y junto a las caballerizas de doña Sancha56, nos hacen sospechar que las dependencias cortesanas se extendían en el siglo XII desde el templo y torre isidoriana hacia el sur, paralelas a la muralla, comprendiendo una superficie que seguramente se extendía hacia la Puerta Cauriense y que poco a poco fue parcelándose, mediante donaciones y ventas, en solares residenciales. Otra institución relacionada con la anterior viene a sumarse a la vinculación de este espacio urbano con el poder real. Nos referimos al Infantazgo, un tema sin duda complejo y sobre el que todavía existen abundantes dudas57. 53 Sobre estos centros monásticos vid: C. ESTEPA, “La ciudad de León y su caserío...”, pp. 21-22. 54 ACL, 6127; AHDL, Otero de las Dueñas, 251. Citado por C. ESTEPA, “La ciudad de León y su caserío...”,

p. 26. 55 El solar y las casas donadas al monasterio habían pertenecido al Nuño Menéndez, padre de María Munio-

nis, y estaban ubicados en Puerta Cauriense. (AHDL, Otero de las Dueñas, 251, citado por C. ESTEPA, “La ciudad de León y su caserío...”, p. 27). 56 AHN, Monasterio de Vega, 3427/19, citado por C. ESTEPA, “La ciudad de León y su caserío...), p. 26. 57 Sobre el Infantazgo remitimos a J. PÉREZ LLAMAZARES, Historia, p. 38 y ss.

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Al morir la infanta doña Sancha, en 1159, algunos bienes del Infantazgo se disuelven a favor del realengo y se produce un cambio de propiedad en determinados suelos urbanos tradicionalmente vinculados a la institución de las infantas58. De manera que por esos años el patrimonio del realengo vio incrementada su extensión. Desconocemos si en tales transacciones también salió beneficiado San Isidoro, tan estrechamente relacionado con dicha institución, al que le fue cedido el palacio real, en 1148, por deseo de doña Sancha, según refiere Lucas de Tuy59. En todo caso, sí lo será unos años más tarde, en 1168, cuando Fernando II conceda a San Isidoro “Totum meum realengum quod habeo et habere debeo infra muros Legiones et extra”60. Así pues, durante el siglo XII la comunidad isidoriana, que desde 1148 se había transformado en canónigos regulares de San Agustín61, vio paulatinamente incrementado su dominio patrimonial y gozó del favor real y nobiliario. Todo ello, unido a la importancia de las reliquias que cobijaba y a su protagonismo como lugar obligado en la ruta jacobea, favorecerá la transformación del cenobio leonés en uno de los puntos más influyentes de la vida espiritual y religiosa, y en uno de los espacios urbanos de mayor interés local62. El edificio sacro consagrado al santo sevillano, el panteón real y las estancias palaciegas levantadas junto a él, constituyeron el conjunto monumental más importante de este espacio urbano leonés y uno de los ejemplos más paradigmáticos de la arquitectura medieval hispana. Su destacada presencia física en esta parte de la ciudad era el mejor exponente de la prelacía espiritual y temporal del barrio isidoriano. Las características artísticas y tipológicas que lo definían simbolizaban la unión de los dos poderes, el religioso y el real. Su estrecha relación con la muralla y la torre simbolizaban el carácter defensivo y militar de la institución. No debe extrañarnos, pues, que al amparo de este conjunto cortesano se fueran instalando progresivamente los nobles que buscaban la proximidad y el favor de la Corona. Pocos datos han quedado de este recinto que suponemos se levantaba en la parte suroccidental del espacio sacro, junto a la muralla, con acceso a través de algún sistema de pasadizo o puente de madera a la tribuna regia ubicada a los pies del templo, sobre el panteón, cerca de lo que hoy es la librería isidoriana, levantada por Juan de Badajoz el Mozo en el siglo XVI sobre 58 Aspectos

del Infantazgo en la época de esta infanta, así como su personalidad ha sido estudiada por L. GARCÍA CALLE, Doña Sancha, hermana del emperador, León, 1972. 59 Según M. RISCO, España Sagrada, t. XXXV, p. 205, tal palacio fue donado a San Isidoro por doña Sancha, la hermana de Alfonso VII, en 1148. 60 ASIL 168. Documento citado por C. ESTEPA, “La ciudad de León y su caserío...”, p. 24. A. I. SUÁREZ, “Aproximación a la comunidad de san Isidoro de León entre 1156 y 1248 (Estudio cuantitativo y cualitativo)”, Estudios Humanísticos, nº 14 (1992), p. 145-172. 61 ASIL, 146; M. E. MARTÍN LÓPEZ, Op. cit., doc. 44. 62 A. SUÁREZ GONZÁLEZ, “La hospitalidad en San Isidoro de León según los manuscritos de su archivo (siglos XII.XIII)”, El Camino de Santiago y la hospitalidad monástica y las peregrinaciones (H. SANTIAGOOTERO, coord..), Junta de Castilla y León, Salamanca, 1992.

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viejas estructuras medievales, de las que aún hoy se pueden observar algunos canecillos en la parte superior del muro orienta del recinto bibliotecario63. A esta misma época y finalidad debe corresponder la puerta de factura románica, denominada “de Santo Martino”, posible vano de comunicación entre las antiguas dependencias palaciales y el templo. Así pues, los palacios o espacios reales se extendían entre la actual torre de la iglesia y el recinto amurallado que desde ella se prolongaba hacia el sur, hasta la Puerta Cauriense. Formaban una estructura de planta rectangular, que, con toda probabilidad, integraba varios edificios comunicados entre sí mediante galerías, patios, corrales y caballerizas. La zona más cercana al templo, por su óptima accesibilidad a la tribuna regia y simbolismo político, era la reservada a residencia de los soberanos. Allí habitó Alfonso VII, según se desprende del relato de la boda de doña Urraca, al que se refieren las crónicas ya aludidas64. El palacio se alzaba posiblemente en el espacio que hoy configura la parte occidental de la plaza hasta el inicio de la calle del Cid, o al menos eso se colige de un documento de 1308, en el que se alude a la casa de Gonzalo Yáñez, en la calle Santo Isidro, limítrofe con los corrales de la reina65. De hecho, el resto de dependencias regias y parte de los solares que jalonaban ese eje viario en el siglo XII fueron propiedad del Infantazgo o de la Corona. Al final de esa centuria y primeras décadas de la siguiente pasaron a manos particulares o a la Iglesia a través de ventas y donaciones, como ya hemos anotado. Paralelo a ese vasto solar, pero extramuros, se ubicaba la amplia huerta que hasta bien avanzada la Edad Moderna todavía recibía el nombre de “Huerta del Rey”, dando lugar a cierta confusión con la otra huerta real ubicada junto a los palacios levantados en el siglo XIV en la calle de la Rúa. La de San Isidoro era regada por la presa propiedad del cenobio, que por allí discurría proveniente de la zona norte extramuros. A este recinto o vergel se accedía por un 63 Mª. D. CAMPOS SÁNCHEZ-BORDONA, Juan de Badajoz y la arquitectura del renacimiento en León, León, 1993. 64 Como señalamos en otra nota anterior, según M. RISCO, España Sagrada, t. XXXV, p. 205, ese palacio fue

donado a San Isidoro por doña Sancha, la hermana de Alfonso VII, en 1148. Tal dato está tomando de la narración de Lucas de Tuy en Los milagros de San Isidoro, texto según el cual la noble dama, que habitaba en el palacio adosado al templo, oraba asiduamente “en una ventana que está en lo más alto de la pared de la nave mayor de dicha iglesia, en derecho al altar mayor de la dicha iglesia...”. Un día, el santo le encomendó que partiese de dicho palacio, edificara otro para ella y donase a los canónigos isidorianos el contiguo a la iglesia “por que no conviene a persona seglar morar en él corporalmente... e tomó la reyna en si e hizo llamar al santo varón Pedro Arias, prior de Sant Isidro e dióles luego el sobredicho palacio.. y hecho aquello pasóse a otra casa que era fecha en la plaza de Sant Isidoro”. En este sentido, no podemos olvidar que por entonces también se produjeron cambios en los bienes del Infantado, lo que puede plantearnos la duda de si el texto alude al palacio real, o si, por el contrario, está haciendo mención al Infantado, institución sobre la que todavía existen importantes lagunas históricas que permitan clarificar su carácter, estructura, y demás aspectos, incluidos sus bienes y ubicación en la ciudad de León. 65 Tal delimitación es muy significativa, ya que podría hacer referencia a las casas y solares que estuvieron bajo el dominio del Infantado y además vendría a demostrar la ubicación de los espacios residenciales y domésticos de la Corona en lo que actualmente es la calle del Cid.

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pequeño postigo privado, abierto en la muralla cerca de los palacios y torre de la iglesia, paso que mantuvo tal carácter privativo hasta finales del siglo XV. Además del entorno más inmediato a la iglesia y al palatium, el conjunto del barrio experimentó desde mediados del siglo XII importantes cambios. Tal es el caso de la calle que va a Santo Isidro, convertida en uno de los ejes viarios más destacados al ser el camino que permitía el acceso al templo isidoriano a los que se dirigían a él desde la puerta Cauriense y Ferrería de la Cruz, en cuya intersección posiblemente existió un crucero. La calle de Santo Isidro fue cobrando vitalidad y equiparándose con otras vías paralelas que hasta finales del siglo XII habían sido los ejes urbanos más importantes. Delante del templo se fue originando la confluencia de esos viales dando lugar a la ampliación de dicho recinto y su transformación en amplia plaza. En el siglo XIII encontramos ya mencionada la “plaza” como espacio público abierto delante del templo destinado a acoger peregrinos, como lugar aún representativo de la monarquía y del estamento eclesiástico, a la par que como zona residencial de nobles y oficios. Es decir, comienza a perfilarse la complejidad social de su vecindario y la presencia de múltiples opciones en lo referente a la adquisición de solares y viviendas ubicadas en sus alrededores. El lugar se articulará como un nuevo recinto urbano, abierto y de carácter público, aunque en estrecha vinculación con el edificio sacro ante el cual se configuraba y con el que desde entonces mantendrá fuertes relaciones de dominio y dependencia. En consecuencia, fue a partir del siglo XIII cuando la plaza de San Isidoro adquirió su verdadero carácter y funcionalidad, constituyéndose en un espacio abierto ante tan significativo edificio. Las transformaciones operadas en el siglo XIII tuvieron mucho que ver con la formación y consolidación del Concejo66, y sobre todo con la pérdida de interés de la institución monárquica. Los solares que circundaban este espacio fueron incorporándose al cabildo isidoriano y pasaron a incrementar la propiedad urbana del estamento eclesiástico. Tal actitud fue también seguida por ciertos linajes nobiliarios que levantaron sus casas señoriales cerca de los restos del antiguo palatium, en un esfuerzo por hacerse con buena parte de la propiedad inmobiliaria de la zona y en continuo conflicto con el poder concejil. Este hecho se desarrollo aún más en el siglo XIV, dentro del proceso de señorialización experimentado por la ciudad con el asentamiento de algunos nobles67. El entorno de San Isidoro en el siglo XIV Uno de los aspectos más significativos del proceso evolutivo experimentado por la urbe leonesa en la Edad Media fue la construcción de la “cerca 66 C. ESTEPA, “Estado actual de los estudios sobre ciudades medievales castellano-leonesas”, Historia Medie-

val. Cuestiones de Metodología, Universidad de Valladolid, 1982, pp. 27-81. MITRE, “El asentamiento de nobles en el reino de León bajo los primeros Trastámaras”, Archivos leoneses, nº 42 (1967), pp. 363-373.

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nueva” hacia 1324, durante el reinado de Alfonso XI. El nuevo perímetro murado venía a ampliar el espacio intramuros de la vieja ciudad medieval, integrando dentro de su superficie los barrios y burgos surgidos en siglos anteriores hacia el sur y suroeste de la antigua muralla68. El interés defensivo y, sobre todo, el ser un eficaz medio de control para el acceso a la ciudad intramuros determinará su cuidado y conservación en etapas posteriores. La expansión urbana del siglo XVIII y, en especial, el Ensanche decimonónico, provocaron el derribo de una buena parte de la cerca que hasta entonces se había mantenido en pie como testimonio de los límites urbano de la vieja ciudad. La situación política, social y económica de la ciudad determinará que la propiedad urbana se mantenga mayoritariamente en manos eclesiásticas, siendo los dos cabildos, catedralicio e isidoriano, los que ostenten la prioridad. En el barrio de San Isidoro a lo largo del siglo XIV se aprecia cierta actividad inmobiliaria, más acusada en las inmediaciones de la plaza, donde el real monasterio trata de hacerse con una parte de los solares, siguiendo la trayectoria de adquisición de la centuria anterior. Junto a la institución eclesiástica, son los nobles y los linajes más destacados de la vida local, así como algunos particulares con cierto poder adquisitivo, los que también demuestran interés por ubicar sus moradas señoriales en ese entorno, con especial predilección por la vía del Camino francés o calle de Santo Isidro y por la propia plaza, lo que otorgará un cierto carácter residencial y señorial a la zona. Tales transacciones inmobiliarias vienen a constatar las aspiraciones de la nobleza por hacerse con buena parte de la propiedad urbana que antiguamente había sido solar regio, lo cual provocará constantes conflictos con el poder concejil, perpetuados en etapas posteriores. Esas operaciones inmobiliarias y constructivas figuran documentadas desde los primeros años del siglo XIV. En algunos casos nos demuestran que todavía permanecían en pie algunos viejos inmuebles vinculados a la monarquía. Así, en 1308 Gonzalo Yáñez, hijo de Joan Yáñez, opta por residir en la calle que va a San Isidro, en el lado suroccidental, muy cerca de la plaza de San Isidoro. Para ello firma con San Isidoro un contrato de arrendamiento y de censo por las casas sitas “enno camino çerca del monasterio”, junto al “camino francés”, limítrofes con el corral de las casas de la Reina69 y colindante con otras casas propiedad de San Isidoro y del monasterio de Carbajal70. El interés de tales inmuebles debía ser grande, ya 68 E. BENITO RUANO, “Las murallas y cercas de la ciudad de León durante la Edad Media”, León medieval.

Doce estudios, León, 1978., pp. 25-40. 69 De nuevo comprobamos cómo los espacios residenciales y domésticos reales se extendían entre el templo

de San Isidoro y parte del espacio paralelo a la muralla, por lo que actualmente es la calle y jardines del Cid. 70 ASIL, 489, publicado por S. DOMINGUEZ SÁNCHEZ, Patrimonio cultural de San Isidoro, doc. 37, pp. 96-98. 71 ASIL,

530. El 20 de abril de 1339 se firma la carta de toma de posesión, por parte del monasterio de San Isidoro, de las dos casas citadas, “sitas al camino de santo Ysidro, entre unas cassas de Santo Ysidro, en que muera Alffonso Bueno et María Gallega sua muger et las casas de Cavajal, en que mueraua Goçalo Yáñez, et que el abbat et el conuento de santo Ysidro que las lexara tener a Gonçalo Yáñez en sua vida por en çiensso cierto que lles avia a dar..Mas adelante se vuelven a precisar los límites y se afirma que dichas casas 71 Ú

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que en 1339, al morir Gonzalo Yáñez, éstos pasan de nuevo a San Isidoro, no sin antes reclamar el monasterio de Carbajal una parte71. La revalorización urbana y señorial de la zona es ya evidente en 1381, cuando las monjas de Carbajal, con ánimo de sufragar los elevados gastos del vestuario y de otras partidas del convento, deciden destinar a tal fin las rentas de las casas que poseen en la plaza de San Isidoro, habitadas en su día por Leonor Martínez, mujer del alcalde del rey, Ferrand Sánchez72. Una parte del entorno del centro monástico seguía siendo, no obstante, una zona vinculada todavía a la monarquía, con amplios solares destinados a huertos, corrales y viejos inmuebles abandonados o cedidos a otras instituciones. Pero éstos ya no tenían valor representativo del poder real como antaño, ni se adecuaban a las necesidades residenciales y al concepto de corte impuestos por la Corona castellana. Sí lo serán para una nobleza que intenta hacerse con el poder local y que ha ido tomando el relevo y asentando sus moradas en el prestigioso barrio isidoriano, todavía con elevado valor simbólico de un pasado glorioso. Así pues, no es de extrañar que ante el desarrollo que iban cobrando los acontecimientos, Enrique II optara por cambiar la ubicación de los recintos reales y levantarlos en otra zona muy diferente de la ciudad, en la Rúa de los francos. Más tarde, el desvanecimiento de la imagen regia en el escenario de San Isidoro, el pujante desarrollo del poder concejil y el nuevo concepto de Estado fueron motivos suficientes para determinar al rey Fernando el Católico, en 1468, a donar a la Ciudad el solar donde hasta entonces habían estado los viejos y abandonados restos de los palacios reales de San Isidoro. El espacio cedido por el monarca a la municipalidad debería obligatoriamente destinarse a plaza pública. Comprendía un terreno limitado de norte a sur entre la torre de la iglesia y el inicio de la calle del Cid, mientras que de este a oeste lo hacía con la muralla y la prolongación de línea del contrafuerte exterior de la librería de la real colegiata, una delimitación que coincide en gran parte con la plaza abierta delante del templo hasta el siglo XIX, en que sus límites se modificaron73.

Ú se determinaba: de la primera parte, casas de Santo Ysidro en que mora Alffonso Bono, et de la segunda

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corrales que están entre las casas de la reyna et las casas de Caruajal, et de la tercera parte casas de Caruajal, et de la quarta parte el camino Françés que ua de Porta Curés a san Ysidro...” Documento publicado por S. DOMINGUEZ SÁNCHEZ, Patrimonio cultural de San Isidoro, doc. 126, pp. 235-236. 72 El 21 de abril de 1381, Aldonza Peláez, abadesa del monasterio de santa María de Carbajal, junto con la priora y todas las monjas, deciden, con permiso del procurador del monasterio, Gonzalo del Corral, que una vez vendidas las casas del centro monástico sitas en León, en la calle de la Cuchillería, a Alfonso Martínez, “acicalador”, destinar esa cantidad para reparar el monasterio que estaba derribado. También deciden que las rentas de las casas del monasterio sitas en la plaza de San Isidoro, que habían pertenecido a Leonor Peláez, se empleen en los gastos del vestuario monástico. Firman como testigos Domingo Fernández açicalador, y Rodrigo primo del Alfonso Martínez, también açicalador, y el carpintero Alfonso Estébanez. Documento públicado y transcrito por S. DOMINGUEZ SÁNCHEZ, Colección documental del Monasterio de Santa María de Carbajal, León, 2000, doc. nº 252, pp. 397-398. 73 Sobre la creación de la plaza de San Isidoro, vid.: Mª. D. CAMPOS y Mª. L. PEREIRAS, Iglesia y Ciudad. Su papel en la configuración urbana de León. Las plazas de San Isidoro y Regla, León, 2005.

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Durante la Baja Edad Media la monarquía castellana se caracterizó por la continuidad de una itinerancia, practicada en los siglos precedentes y motivada por la ausencia de capital oficial, que obligaba a los reyes y su séquito a un continuo desplazamiento por sus reinos. Estos viajes respondían a causas muy diferentes que podían ir desde la celebración de cortes o la existencia de algún encuentro bélico o diplomático, hasta el interés recreativo o el sincero deseo de retiro espiritual. Es por ello que la residencia de los reyes hubo de llevarse a efecto en aposentos de muy distinta índole, caracterizados por su heterogeneidad tipológica y la disparidad de sus sentidos funcional y representativo. Su titularidad no tenía por qué estar necesariamente adscrita al Patrimonio real y, de hecho, así sucedía en la mayoría de los casos, de tal modo que monasterios, palacios privados y aun viviendas modestas se convirtieron durante un periodo de tiempo determinado en residencia de los monarcas y su séquito. Los ejemplos en el ámbito leonés son muchos y repartidos por un nutrido número de localidades, documentándose con mayor frecuencia durante el Alto y Pleno Medioevo. Las dimensiones del reino eran entonces más limitadas y la relativa influencia de algunos territorios, que más tarde se convertirían en secundarios, exigía la presencia periódica del rey. De este modo, podemos constatar la estancia en 1014 de Alfonso V en Palacios de la Valduerna; en septiembre de 1169 Fernando II firmaba cierta documentación en Babia; su hijo Alfonso IX estaba en Villafranca del Bierzo en 1206 y 1213, así como en Laciana en 1225; y Fernando III estuvo en Cea en 12301. La expansión del Reino y la consolidación de nuevos centros de influencia política favorecieron el uso de los palacios reales del centro-sur de la Península. Alcázar de Segovia. Foto: Norberto.

1 J.

RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ, Los fueros del reino de León, t. II, León, 1981, nos 35, 59, 65, 71 y 74; C. CAVERO DOMÍNGUEZ, Astorga y su territorio en la Edad Media, León, 1995, p. 258.


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Algunas de estas estancias se realizaron en fortalezas, habida cuenta de la importancia de éstas como residencia de reyes y nobles a lo largo de la Edad Media. En tanto que infraestructura defensiva, la Monarquía ejercía la máxima autoridad sobre ellas, estando asimismo obligada a sufragar los gastos generados por las que eran de su propiedad. De esta forma, en la ciudad de León se crearon dos tenencias: la de las “torres de León” y la de los “palacios de León”, referidas a la cerca y al palacio real, respectivamente, y ambas competencia de la Corona2. Por entonces el concepto moderno de palacio todavía no se había instaurado en el solar de la Corona de Castilla e, incluso durante el reinado de los Reyes Católicos, castillos como el de Toro o el de la Mota (Medina del Campo) registraron numerosas visitas regias. Este carácter defensivo definía también a buena parte de los palacios reales urbanos, lo que motivó que a su denominación como palatii, domus regum o aulae regiae se le sumara también la de alcázares, término árabe de gran fortuna que fue definido en la leonesa Chronica Adefonsi Imperatoris como torre fortificada: “...sed fortissime turres, quae lingua nostra dicuntur alcazares...”3. Su carácter generalmente regio acabaría, sin embargo, por identificarlos con los palacios, empleándose en singular o plural, como sucedió con los reales alcázares de León y Sevilla, o el alcázar de Segovia. Además, las condiciones particulares de algunas comarcas del reino leonés permitieron beneficiarse a los monarcas de sus recursos cinegéticos, gracias a los cuales podían ejercitar el ars venandi, reminiscencia de las antiguas prácticas de la res militaris. Su importancia en la actividad regia fue manifestada expresamente por algunos señores y reyes medievales, como Sancho VI de Navarra, Alfonso X de Castilla y León, Federico II de Alemania, Juan I de Portugal, el canciller Pero López de Ayala, don Juan Manuel o el conde de Foix Gastón Febus4, perdurando este reconocimiento en los siglos siguientes merced a obras de agraciada fortuna como el Príncipe de Nicolás Maquiavelo, donde se instaba al príncipe a “ir siempre de caza para acostumbrar el cuerpo a las incomodidades y conocer al mismo tiempo la naturaleza de los distintos lugares”5. Participante de esta tradición, Fernando II otorgó en 1183 al monasterio de Sandoval la granja de Hontoria, cerca de los montes de Juncosa, quam nos habebamus ad solacium venandi6 2 M. C. QUINTANILLA RASO, “Alcaides, tenencias y fortalezas en el Reino de León en la Baja Edad Media”,

Castillos medievales del Reino de León, León, s/f, pp. 61-81. Adefonsi Imperatoris, lib. II, 102, edición de L. SÁNCHEZ BELDA, Madrid, 1950, p. 79; M. PÉREZ GONZÁLEZ, Crónica del Emperador Alfonso VII. Introducción, traducción, notas e índices, León, 1997, p. 97. 4 J. URÍA RÍU, La caza de la montería durante la Edad Media en Asturias, León y Castilla, Oviedo, 1957, pp. 22-23. 5 N. MAQUIAVELO, El príncipe, cap. XIV, edición de H. PUIGDOMÉNECH, Madrid, 1999, pp. 126-129. También en el siglo XV, Rodrigo DE ARÉVALO dedicaba un capítulo de su Vergel de los príncipes, edición de la B.A.E., vol. 116, Madrid, 1959, pp. 325-337, a señalar la importancia de la caza como deporte propio de cortesanos. 6 G. CASTÁN LANASPA, Documentos del monasterio de Villaverde de Sandoval (siglos XII-XV), Salamanca, 1981, nº 17.

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y, ya a mediados del siglo XIV, Alfonso XI ensalzaría la abundancia de caza mayor en montes como los de la tierra de Lillo, Prioro o El Bierzo7. Pocas son las veces, sin embargo, en las que los concisos documentos que certifican estas estancias aportan más información acerca de la posada de los monarcas, aunque resulte obligado pensar en alojamientos pertenecientes a la nobleza local o instituciones eclesiásticas. Estas noticias suelen ser más frecuentes en las crónicas de órdenes y monasterios, ávidas de atraerse el prestigio que suponía la visita de los soberanos. Para estos últimos, los aposentos en monasterios y conventos, además de ser en ocasiones el destino obligado de sus viajes, reunían una serie de ventajas que los convertían en la escala ideal de los mismos. En primer lugar porque sus instalaciones eran con frecuencia las más cómodas y mejor abastecidas. En segundo, porque la estancia de los reyes en estos centros favorecía la proyección de una imagen devota y piadosa de la Monarquía. En este sentido, el monasterio de los Santos Facundo y Primitivo de Sahagún es uno de los ejemplos más paradigmáticos de cuantos pueden rastrearse en la Edad Media peninsular. Monarcas como Alfonso IV el Monje –cuyo cognomen debe a su ordenación en Sahagún– o Fernando I, quien acostumbraba “hospedarse en el monasterio e ir a comer al refectorio común con los monjes”8, dieron constantes muestras de su predilección por el mismo. Alfonso VI “amó mucho este monasterio así como palaçio suyo”9, pasando allí largas temporadas, haciendo de él una verdadera sede regia desde la que dirigió algunas de sus más decisivas reformas y eligiéndolo como enterramiento a pesar del interés mostrado por otros centros como la propia catedral de Toledo. Esta asiduidad, reiteradamente mencionada en el Cantar de Mío Cid, motivó, incluso, la creación de unas instalaciones más sofisticadas de las que solía conllevar el típico “cuarto real”, reservado por algunos cenobios, y así sabemos que su esposa doña Constanza hizo edificar en sus inmediaciones unos palacios y baños10. De estos últimos el primer cronista anónimo de Sahagún nos dice que, en 1093, “el palaçio e iglesia de santa María Magdalena e el vaño” fueron donados al monasterio por Alfonso VI11. Narra asimismo que durante las revueltas burguesas que azotaron la villa tras la muerte del monarca, los burgueses “tomaron armas e fuéronse para el palaçio e ayuntáronse con los aragoneses;

3 Chronica

7 G.

ARGOTE DE MOLINA, Libro de la montería, que mandó escrevir el mvy alto y mvy poderoso Rey Don Alonso de Castilla, y de León, vltimo de este nombre, Sevilla, 1582, edición facsímil de Madrid, 1991, lib. III, cap. V, ff. 35r-39v. 8 R. ESCALONA, Historia del Real Monasterio de Sahagún, Madrid, 1782, lib. II, cap. III, p. 61. 9 Iª C.A.S., p. 16. 10 J. PÉREZ GIL y J. J. SÁNCHEZ BADIOLA, Monarquía y monacato en la Edad Media Peninsular: Alfonso VI y Sahagún, León, 2002. Para un panorama amplio de los cuartos reales en comunidades de clero regular españolas, véase: F. CHUECA GOITIA, Casas reales en monasterios y conventos españoles, Bilbao, 1982. 11 Iª C.A.S., p. 23.

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rido a la complejidad semántica del término “palacio” en la Edad Media, aunque el contexto de esta narración parece referirlo al aposento regio ubicado en las inmediaciones del monasterio. Sería el mismo al que se remite el citado monje historiador cuando alude a la entrada de los aragoneses en la villa, poco tiempo después del pasaje antes referido, y el nombramiento de un tal Guillermo Falcón como rey. Al grito de “Biba, biba el rei”, accedieron “fasta el palaçio de el rei, con silvos e alaridos los traixeron por meitad de la villa”13. No obstante, cuando en 1255 Alfonso X viajó a Sahagún para pasar la Semana Santa, se alojó en las propias dependencias monásticas, concretamente en la cámara del abad. Son en este caso las Segundas Crónicas Anónimas de Sahagún las que recogieron este acontecimiento, cuyo pasaje nos permitimos reproducir por la detallada descripción que hace de la procesión que le conduciría por las calles de la villa hasta el monasterio y la recreación del boato con que se revistieron éstas y la cámara del abad.

Restos del Monasterio de San Benito de Sahagún, sede regia de facto y panteón de Alfonso VI (1065-1109). Foto: J. Pérez Gil.

arrevataron armas, cochillos, lanças, arcos e saetas; conbatiendo las puertas del monasterio, quebrantaron e rompieron el palaçio por fuerça que está açerca de la claustra, echando saetas e piedras sobre la dicha claustra, abiendo osadía de destroir la cámara del abbad y aún deseándolo matar, lo qual obiesen puesto por obra si no se escapara de sus manos e se fuyera a la iglesia, e aún mucho le ayudó ca entonçe anocheçíe”12. Ya nos hemos refe-

“[...] en la quinta feria antes de pascua, bieniendo el rei a la dicha villa de San Fagum, fuele fecho gran aparejamiento e mui solpne resçivimiento, seyendo ornado el suelo de las calles con tapetes e cobierto por ençima con cortinas de lino e de seda preçiosas; e muchos perlados e abades e monjes, e otros religiosos e clérigos seglares, bestidos de mui nobles bestimentas, resplandesçientes con oro e con plata, e aún echantes gran resplandor por las piedras preçiosas, con cruçes doradas e ençensarios, e con candeleros cristalinos, e con custodias de reliquias, cobiertas de oro e gemas mui preçiosas, e con otros ornamentos del altar. E así la proçesión, realmente ordenada, e la mui triunfante señal del Señor, mui debotamente, las rodillas fincadas, besada del rei, con himnos e cánticos, órganos e çinbalos bien sonantes, e muchas conpañas de pueblos siguiéndolo con tubas y atabales, a ese yllustríssimo rei con muy gran gloria resçevieron en el sagrado monesterio. E después en la cámara del abad, en torno cobierta con paños mui preçiosos e las paredes ornadas con dibersas pinturas, el dicho serenísimo rei, honoríficamente, con gran honor e goço, en la dicha cámara, glorioso e alegre, se reposó e folgó... E los días siguientes, conbiene a saber, el sábado santo e el día mui sagrado de pasqua, non quiso entender en otra cosa sinon en çelebrar los dichos días debotamente con deboçión e oraçión, reposando en su cámara con gran contenplaçión [...]”14

Durante las centurias siguientes las visitas de los monarcas a alguna localidad leonesa carente de palacio real se produjeron con una frecuencia cada vez menor y siguiendo la misma mecánica. Se trataba por lo general de breves paradas efectuadas en el trayecto de algún destino lejano, como suce13 Iª C.A.S., pp. 70-71.

12 Iª C.A.S., p. 36.

14 IIª C.A.S., p. 156.

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dió en marzo de 1517, cuando Carlos V, en viaje a La Coruña, pernoctó en La Bañeza, Astorga, Rabanal del Camino, Ponferrada, Villafranca del Bierzo y Vega de Valcarce15, o, en 1554, cuando La Bañeza acogía al príncipe Felipe –futuro Felipe II–, quien se dirigía igualmente a La Coruña para embarcar hacia Inglaterra16. Incluso la ciudad de León, que había contado siempre con palacio real, se vio obligada a alojar en 1602 a Felipe III y su séquito en moradas nobiliarias particulares, ya que, para entonces, el conjunto regio erigido por Enrique II en la calle de la Rúa se hallaba en un estado lamentable, de forma que los reyes se instalaron en el convento de San Francisco, primero, y en el palacio de los Guzmanes, después17. Siglos antes, sin embargo, los reales alcázares leoneses estaban en pleno funcionamiento, lo cual situaba a la ciudad en una categoría diferente a la de todas aquellas localidades que carecían de palacio real y que, por tanto, habían de preparar el aposentamiento regio en improvisados espacios privados. Como el resto de palacios reales, el de la ciudad de León estuvo condicionado por las estructuras políticas que definieron cada uno de los reinados de sus sucesivos dueños. Las necesidades y posibilidades de tan singulares propietarios incidieron decisivamente en la configuración espacial, función y representatividad de estas arquitecturas áulicas. La adecuación del espacio a las obligaciones particulares de los monarcas, la envergadura de sus planteamientos arquitectónicos y sus pretensiones estéticas, se vieron menos obstaculizadas por las limitaciones económicas que las residencias de otros particulares o instituciones. Aquí el espacio y su función estaban supeditados, tanto al número de inquilinos –familia real, cortesanos, sirvientes e, incluso, delegados regios o alcaides que podían residir allí de manera permanente–, como a las diversas actividades, político-administrativas, judiciales, defensivas y lúdicas, desarrolladas en ellos, sin olvidar el complejo ritual y ceremonial a que obligaba la etiqueta y la imagen regia. La convergencia de todos estos condicionantes generó, pues, una arquitectura de gran complejidad, representatividad y simbolismo. En este sentido, el palacio real despunta sobre el resto de residencias suntuosas al erigirse en esa acertada categoría de palacio o casa del Poder por excelencia. En efecto, la carga de representatividad que se asocia a un palacio se fundamenta en su carácter residencial. Es la morada de determinados individuos que divulgarán a través de ella un determinado mensaje –forta15 V. DE CADENAS Y VICENT, Diario del Emperador Carlos V. Itinerarios, permanencias, despachos, sucesos

y efemérides relevantes de su vida, Madrid, 1992. 16 P. DE SANDOVAL, Historia de la vida y hechos del Emperador Carlos V (edición de C. SECO SERRANO), t.

III, Madrid, 1956, pp. 433-435; C. BLANCO GONZÁLEZ, Capiteles para la Historia bañezana, t. II, La Bañeza, 1999, pp. 77-78 y 108. 17 F. CABEZA DE VACA, Resvmen de las políticas ceremonias con qve se govierna la noble, leal y antigva civdad de León, cabeza de sv reyno, Valladolid, 1693, pp. 112-118; J. PÉREZ GIL, “Visitas reales a Astorga en el siglo XVII según las fuentes inglesas”, Argutorio, nº 14 (2005), pp. 4-8.

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Libro del Ajedrez, Dados y Tablas. Alfonso X dicta la obra con los tahures a su izquierda. (Biblioteca del Monasterio de El Escorial). Foto: Oronoz

leza, virtud, opulencia, seguridad...– acorde con su ideología. El palacio transforma el “poder” en “autoridad”18, y por esta razón, el simbolismo de un palacio real excede el del resto de viviendas y aun el de los otros palacios, pues su condición de rex, de princeps, ha de tener su perfecta concordancia en la primacía de sus atributos, que, en este caso, actúan como verdaderos regalia. Su condición de domus regia, de centro de poder, conlleva la utilización de una serie de mecanismos, de muy distinta directriz, conducentes a la manifestación de una ideología concreta. Pero, además, la mera existencia y utilidad de un palacio real han de verse como un índice válido para evaluar el peso político de la localidad en que se asienta. Se puede constatar así cómo el grado de utilitas que muestra un palacio real, o las atenciones que recibe, está asociado al número de visitas de los monarcas a esa población y, por ende, al interés que esta última presenta para sus dueños, máxime si hablamos de una corte itinerante. Entendido de esta forma, el Palacio Real de León no es sólo un exponente artístico que evolucionó a través del tiempo, sino también un documento más para el estudio de la historia de la ciudad y del desarrollo de su papel en el contexto de la política del reino. 18 A. E. ELSEN, “La arquitectura de la autoridad”, La arquitectura como símbolo de poder, Barcelona, 1975,

pp. 13-70.

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En el último tercio del siglo XIV Enrique II (1369-1379), que había derrocado a su hermano Pedro I (1350-1369), inauguraba el reinado de la dinastía Trastámara en la Corona castellana. Con ella se abrió un capítulo en la historia política española caracterizado por una clara debilidad regia, que desembocó en una cierta “señorialización” del poder monárquico, y que tuvo su continuación bajo los mandatos de Juan I (1379-1390) y Enrique III (1390-1406). Sin embargo, la subida al trono de Enrique II, que se había visto favorecida por el descontento nobiliario ante los intentos de Pedro I por fortalecer el poder regio, había tenido que vencer la oposición de algunos importantes sectores sociales. Entre ellos se encontraba la ciudad de León, que permaneció fiel en todo momento al monarca legítimo y que hubo de ser tomada por las armas en 136819. Quizás fuese esa oposición al nuevo monarca la que llevó a Enrique II a erigir un nuevo palacio real en la capital del reino leonés, en un intento por renovar la presencia de la Monarquía en la ciudad y granjearse la simpatía de sus vasallos. Además, el peso que reino y ciudad todavía tenían en el panorama político de la Corona impedía ignorar su presencia y, de hecho, fue la de León una de las pocas localidades de su entorno que conservó su estatus realengo. Con el paso del tiempo, sin embargo, este contexto se iría transformando paulatinamente. La expansión territorial del reino, acelerada por el desarrollo de la Reconquista, tuvo su repercusión en el desplazamiento hacia el centro y sur de la Península de los centros de decisión y poder. La influencia ostentada hasta estos momentos por el noroeste se fue desvaneciendo a medida que la ganaban otras ciudades y villas, como Valladolid, Segovia, Madrid, Toledo, Sevilla o, ya a finales del siglo XV, Granada. En consonancia con este proceso, alrededor de estas localidades y de los trayectos viarios establecidos entre las mismas, los monarcas fueron estableciendo de manera natural sus residencias más frecuentadas, y sus entornos de esparcimiento predilectos. Las consecuencias para León fueron, como veremos con mayor detenimiento, muy negativas. Los alcázares construidos por Enrique II a finales del siglo XIV no tardarían en caer en un creciente olvido y las importantes reservas cinegéticas de sus bosques perdieron el interés que siglos atrás sumiesen a los monarcas leoneses en las ensoñaciones babianas. Enclaves y cazaderos como los de Valsaín o El Pardo ofrecían entonces un mayor atractivo para los reyes, y las partidas de caza en tierras leonesas, como la llevada a cabo en la comarca de Gordón en 1459, por Enrique IV, donde “mató muchos osos e puercos e venados”20; o las monterías de osas de Fernando el Católico en el invierno de 151421, fueron restringiendo cada vez más su número. Resulta así extraño ver 19 P. LÓPEZ DE AYALA, Crónica del rey don Pedro, edición de G. DÍAZ PLAJA, Madrid, 1931-?, año XIX, cap.

I, pp. 253-254; C. REGLERO DE LA FUENTE, “León en los siglos XIV-XV”, Historia de León, t. II, León, 1997, pp. 623-636; C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ (coordinador), La Historia de León, León, 1999, pp. 247-249. 20 J. TORRES FONTES, Itinerarios de Enrique IV, Murcia, 1953, pp. 96-97. 21 A. SANTA CRUZ, Gobierno del rey católico..., II, p. 299.

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en el otoño de 1601 a Felipe III cazando, “muchos venados, corzos y conejos”, en Castrocalbón, presencia sólo explicable, bien por la residencia de la Corte en Valladolid en esos años (1601-1606), o bien por la deficiente red de cazaderos en torno a la capital castellana, contrastada con la propiedad de los citados montes leoneses por parte del conde de Alba, a la sazón cazador mayor de la Casa del rey, quien acostumbraba a convidar al monarca en otras tierras, también suyas, como las que disponía en Carbajales22. En efecto, el centro-sur peninsular se adueñó ya durante el epílogo medieval del protagonismo reservado con anterioridad a las regiones más septentrionales. Se inició así un proceso que culminaría –concluida la expansión del limes cristiano– en la consolidación de esta área como la de mayor influencia del reino y, andando el tiempo, en la proclamación de Madrid como capital oficial del mismo. La nómina de estas residencias en el marco cronológico del reinado de los Reyes Católicos ha sido estudiada por investigadores como Domínguez Casas y Sancho Gaspar23. Entre los palacios o alcázares más frecuentados se encontraban los de Segovia, Madrid, Toledo, Sevilla y Granada. Valladolid, otra de las villas con un mayor número de visitas regias, vio desaparecer o abocarse a la inutilidad sus palacios reales, como el alcázar real donado en 1390 por Juan I a la joven comunidad de monjes de San Benito, instalada en la Villa dos años antes; el palacio fortificado de Sancho IV y doña María de Molina, del que resta el torreón mudéjar del monasterio de las Huelgas, así como los palacios de Enrique III, cerca de San Benito y los de Juan II y su madre, junto al convento de San Pablo, en el solar sobre el que posteriormente se fundaría el colegio de San Gregorio24. Esta situación obligó a los sucesivos monarcas a alojarse durante sus numerosas visitas en casas particulares, como las de los condes de Altamira –donde se casaron los Reyes Católicos en 1469–, las de los condes de Ribadavia, las del conde de Benavente y las don Francisco de los Cobos. Es más, a principios del siglo XVII Felipe III tendría que adquirir, con un cierto grado de improvisación, un palacio desde el que presidir la capitalidad de su reino. 22 L.

CABRERA DE CÓRDOBA, Relaciones de las cosas sucedidas en la Corte de España desde 1599 hasta 1614, Madrid, 1857, edición facsímil de Salamanca, 1997, p. 122; J. PÉREZ GIL, El Palacio de la Ribera. Recreo y boato en el Valladolid cortesano, Valladolid, 2002. 23 R. DOMÍNGUEZ CASAS, Arte y etiqueta de los Reyes Católicos. Artistas, residencias, jardines y bosques, Madrid, 1993, pp. 253-498; J. L. SANCHO, La Arquitectura de los Sitios Reales. Catálogo Histórico de los Palacios, Jardines y Patronatos Reales del Patrimonio Nacional, Madrid, 1995, pp. 27-49. Rafael Domínguez Casas ha atribuido al interés político de Isabel la Católica por asegurar su autoridad en el principio de su reinado el uso de los palacios del corazón de Castilla, tales como los de Medina del Campo, Tordesillas, Valladolid y Madrigal de las Altas Torres. 24 G. GONZÁLEZ DÁVILA, Teatro eclesiástico de las iglesias metropolitanas y catedrales de los reynos de las dos Castillas, Madrid, 1645, pp. 599-628; M. SANGRADOR VITORES, Historia de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Valladolid, t. I, Valladolid, 1851, pp. 232-280; J. J. MARTÍN GONZÁLEZ, Catálogo monumental. Monumentos civiles de la ciudad de Valladolid, Valladolid, 1983, pp. 13-14; M. MARTÍN MONTES, El alcázar real de Valladolid, Valladolid, 1995; F. GUTIÉRREZ BAÑOS, “Los palacios de la Magdalena. Contribución al estudio de las residencias reales de Valladolid”, Valladolid. Historia de una ciudad, vol. I, Valladolid, 1999, pp. 71-83.

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Palacio Real de Valladolid, antiguas casas de Francisco de los Cobos. Foto: J. Pérez Gil.

Algo parecido sucedió con la ciudad de Burgos, donde a pesar de su histórica relación con la monarquía castellana, los reyes acostumbraron a hospedarse en el palacio de los Condestables de Castilla, conocido popularmente como “Casa del Cordón”. Allí tuvieron lugar importantes acontecimientos, como la recepción en 1497 de los Reyes Católicos a Cristóbal Colón –que regresaba de su segundo viaje al Nuevo Mundo–, el matrimonio del príncipe don Juan con Margarita de Austria, la defunción de Felipe el Hermoso o la firma en 1515 de la incorporación de Navarra a la Corona de Castilla25. Otras residencias pertenecientes al Patrimonio regio, más cercanas a la capital leonesa y con una mayor relevancia que el palacio real de ésta, fueron las de Tordesillas y Medina del Campo26. Esta localidad había experimentado un extraordinario auge gracias a sus célebres ferias, una de cuyas casas habría de otorgar testamento y fallecer la reina Isabel la Católica, en 1504. El palacio de Tordesillas adquiriría un inesperado protagonismo entre 1509 y 1555 debido a la clausura forzosa de la reina Juana I de Castilla27.

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Respecto a los cazaderos, tendieron a consolidarse como los más solicitados aquellos que se ubicaban en torno a las localidades de mayor peso, o en las inmediaciones de las rutas que enlazaban éstas, actuando así como escalas de recreo y descanso. Tal fue el caso de Aranjuez, Valsaín o El Pardo. De este último apuntó en 1582 Argote de Molina que su “magestad, grandeza y curiosidad tiene admirados a todos los príncipes estrangeros y le tienen por el mejor que oy se sabe en el vniuerso”28. La pérdida de peso específico sufrida en el siglo XV por las vetustas capitales del norte de Castilla, como Oviedo, León o Zamora, y el consiguiente efecto en la mengua de visitas reales a las mismas, se mantuvo, si es que no se agravó, tras la entrada de los Austrias. Las consecuencias para el patrimonio de la Corona en la mayoría de esas ciudades fueron nefastas. En el caso de León, como veremos más adelante, el desinterés que recibió de los monarcas se demuestra en el hecho de que, a lo largo del siglo XVI, sólo se dignó en visitar la ciudad Fernando el Católico. Una clara manifestación de su escaso protagonismo en la vida política hispana, y también el progresivo abandono en el que se iba sumiendo su palacio real, cuyo mantenimiento fue, incluso, transferido a otras instituciones, como el Regimiento. Ello no significa, empero, que la dinastía entrante se despreocupase habitualmente de sus bienes. Todo lo contrario; es en el siglo XVI cuando se tomaron una serie de decisivas medidas encaminadas a su mantenimiento y conservación, e incluso a la creación de otros reales sitios, si bien en distinto ámbito geográfico al leonés. El enlace entre Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, y la consiguiente unión de las dos Coronas, había reunido bajo la titularidad regia un magnífico conjunto de residencias y sitios. Ante tal cantidad, y su dispersión, primero Carlos V y luego su hijo Felipe II –empeñados en modernizar la burocracia del Estado– impulsaron las medidas necesarias para asegurar su administración y mantenimiento29. El Emperador ya en la década de 1530 había comenzado a contar con un reducido número de arquitectos para dirigir sus proyectos, instaurando así una práctica que culminaría treinta años después en la creación del cargo de “arquitecto real”. Fue además bajo su reinado cuando, hacia 1545 –en la década de 1570 según Díaz González30–, se creó la Real Junta de Obras y Bosques, organismo privativo de la Corona de Castilla, “para el régimen, gobierno y cuidado de los palacios, alcázares y bosques reales; de la fábrica de edificios nuevos; de las obras y reparos que se ofrecían en ellos y en sus jardines, y de la conservación de la caza en sus bosques y cotos, con privativa jurisdicción de en las materias de justicia y

25 R.

DOMÍNGUEZ CASAS, Op. cit., pp. 302-307; M. A. ZALAMA y P. ANDRÉS, La colección artística de los Condestables de Castilla en su palacio burgalés de la Casa del Cordón, Burgos, 2002, pp. 50-63. 26 J. URREA FERNÁNDEZ, Palacios Reales, en “Cuadernos vallisoletanos”, nº 48 (1988), pp. 20-22; R. DOMÍNGUEZ CASAS, Op. cit., pp. 269-273, y “La Casa Real de Medina del Campo (Valladolid), residencia de los Reyes Católicos”, Academia, nº 78 (1994), pp. 316-349. 27 M. A. ZALAMA, Vida cotidiana y arte en el palacio de la reina Juana I en Tordesillas, Valladolid, 2000.

28 G. ARGOTE DE MOLINA, Op. cit., cap XLVII del “Discvrso sobre el libro de la montería...”, fol. 20v. 29 Acerca de la organización de las obras reales en época de los Reyes Católicos, véase C. FÉLEZ LUBELZA, “Ini-

ciativas, programas y organización en la arquitectura cortesana del siglo XVI”, Arquitectura Imperial (E. E. ROSENTHAL coordinador), Granada, 1988, pp. 45-62, y, especialmente, R. DOMÍNGUEZ CASAS, Op. cit. 30 F. J. DÍAZ GONZÁLEZ, La Real Junta de Obras y Bosques en la época de los Austrias, Madrid, 2002, pp. 11-15.

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gobierno...”31. Posteriormente sería Felipe II el encargado de consolidar y perfeccionar los nuevos mecanismos administrativos, configurando así el sistema de Reales Sitios. Logró con ello estructurar sus sitios, reorganizar administrativamente las obras reales e instituir un estilo arquitectónico propio, a partir del nombramiento de Juan Bautista de Toledo como arquitecto del Rey y su decisivo papel en la obra de El Escorial32. Para ello, no obstante, resultó decisiva la proclamación de Madrid como capital del reino en 1561. La elección de ésta como tal no era sino el resultado de la primacía que desde el siglo XV ostentaba el territorio extendido entre Valladolid y Toledo, así como de unas determinadas convicciones geopolíticas del monarca, llamadas a modernizar su Estado y a desterrar del mismo la arcaica itinerancia de la Corte33. Así pues, “el Rey Católico... determinó poner en Madrid su real asiento y gobierno de su monarquía, en cuyo centro está... (pues) era razón que tan gran monarquía tuviese ciudad que pudiese hacer el oficio del coraçón, que su principado y asiento está en el medio del cuerpo para ministrar igualmente su virtud a la paz y a la guerra a todos los Estados”34. Gracias a la existencia de una capital oficial, el sistema de Reales Sitios pudo jerarquizarse en torno a un centro. Se ratificó así el peso de los palacios y cazaderos que desde antiguo existían en el entorno madrileño –a los que vinieron a sumarse otros nuevos como la Casa de Campo o El Escorial–, así como el progresivo abandono de los más alejados del mismo o fuera de las principales rutas de comunicación con otras localidades de importancia. El vetusto palacio real de León, sin uso ya como residencia de los reyes desde hacía tiempo, quedaba definitivamente fuera del circuito de Reales Sitios, e incluso algunos palacios que, como la “Casa Real Nueva” de La Alhambra o los alcázares de Toledo y Segovia, habían experimentado importantes obras a mediados de la centuria, menguaron drásticamente su uso y protagonismo. Otra importante consecuencia del establecimiento de una sede fija para el poder fue el de la disposición de aposento, dentro de una misma locali31 AGS.,

Casas y Sitios Reales, Valladolid, leg. 18/2 y 60, ff. 27-33; Novísima recopilación de las leyes de España, Madrid, 1805, edición facsímil de Madrid, 1976, t. II, lib. III, tít. X, p. 57 y ss. 32 F. ÍÑIGUEZ ALMECH, Casas reales y jardines de Felipe II, Roma, 1952; J. RIVERA BLANCO, Juan Bautista de Toledo y Felipe II. La implantación del clasicismo en España, Valladolid, 1984; J. L. SANCHO, Op. cit., pp. 27-49; B. BLASCO ESQUIVIAS, “Monarquía y Arquitectura: la reforma de las obras reales y la construcción del Palacio Real Nuevo”, Arquitecturas y ornamentos barrocos. Los Rabaglio y el arte cortesano del siglo XVIII en Madrid, Madrid, 1997, pp. 71-89. 33 Para el estudio de este apasionante tema son imprescindibles las siguientes obras: M. FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, Madrid en el siglo XVI, I, Madrid, 1960; F. C. SÁINZ DE ROBLES, Por qué es Madrid capital de España, Madrid, 1961; A. ALVAR EZQUERRA, El nacimiento de una capital europea. Madrid entre 1561 y 1606, Madrid, 1989; A. T. REGUERA RODRÍGUEZ, “La elección de Madrid como asiento de la Corte y capital del Estado. Un caso práctico de geopolítica histórica”, Estudios Geográficos, nº 213 (1993), pp. 655-693 y estudio introductorio de Razón de Corte, León, 2001, pp. 11-71. 34 L. CABRERA DE CÓRDOBA, Historia de Felipe II, rey de España, t. I, edición de Salamanca, 1998, cap. IX, pp. 217-218.

El Alcázar de Toledo fue uno de los palacios reales predilectos de Carlos V. Foto: F. Fernández.

dad, para el ingente volumen poblacional que se mudó a Madrid al socaire de las expectativas generadas por la presencia de la Corte. Hasta entonces el séquito que acompañaba a los monarcas en sus desplazamientos era limitado, y su alojamiento se preveía, como el de la familia real, por medio de los

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Vista del desaparecido Alcázar Real de Madrid, sede de la monarquía española desde 1561. (Museo Municipal de Madrid).

aposentadores, quienes se adelantaban a la llegada y distribuían a los cortesanos en los cuartos reales o particulares de la localidad de destino. A partir de estos momentos, empero, la villa de Madrid hubo también de aplicar de manera indefinida la práctica del aposento, que imponía la obligación del alojamiento de inquilinos, lo cual generó la edificación de “casas a la malicia”, viviendas deliberadamente reducidas para evitar el gravoso incomodo de un huésped forzoso35. Sus consecuencias para el urbanismo madrileño fueron serias, entre ellas “la ocasión de muchos maleficios que se cometen y causan los huéspedes forzosos para las casas, y las casas forzosas para los huéspedes, caiendo cada uno donde le señalan” y “la estructura (sic) con que se vive por el miedo que ay en el edificar, de que luego a de venir por lo edificado la división”. Se tendía así a construir “casas pequeñas, baxas y maliciosas, más propias de aldea que de corte” en las que no se dejaban “patios en las casas, ni corrales, siendo tan necesarios los descubiertos para luz, oxeo, vista del cielo, exhalación de viscosidades” y tabicando corredores que eran “tan útiles para el espacio, resguardo de los quartos, entretenimiento, aire y sol, todo con intento de multiplicar aposentos, partiendo y desmembrando los que son algo capaces y desenfadados, reduciéndolo todo a triste estrechura”36. En el caso de la ciudad de León esta práctica del aposento –de raíz medieval– no generó problemas tan acuciantes, dado que las visitas de los reyes fueron ciertamente escasas a partir del siglo XVI. Sin embargo, también existieron ocasiones en las que hubieron de habilitarse aposentos para otras personas que no pertenecían a la familia real. Tal fue el caso, por ejemplo, del capitán de Infantería Juan de Velasco, que en 1594 presentó ante el Regimiento leonés una provisión y cédula real por la que se obligaba a los regidores a “aposentar cada uno de bos en los dichos vuestros

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lugares y jurisdiçiones (al dicho capitán y su compañía)... sin les llebar por el dicho aposento dineros ni otra cosa alguna y que no consintáys rebolber con ellos ruydos ni questiones algunas; antes les agáys todo buen tratamiento como a jente que a da residir en nuestro serbiçio...”37. Así pues, a mediados del siglo XVI los nuevos proyectos constructivos quedaron priorizados en función de su utilidad para la Monarquía, y ello equivalía a potenciar un sistema marcadamente centralista. El desequilibrio de éste quedaría en entredicho en los albores del siglo XVII, cuando el traslado de la Corte a Valladolid entre 1601-1606 forzó la improvisación de nuevas residencias y espacios recreativos en el entorno de la nueva capital38. Sin embargo, y como aspecto positivo del proceso, algunas residencias que hasta entonces habían tenido una importancia más secundaria para la Corona experimentaron un renovado auge. Su proximidad era un aliciente para diversificar los recursos recreativos de la Corte y la necesidad de otros nuevos impulsó su construcción, como fue el caso de los sitios de Aceca, Vaciamadrid o El Campillo. El panorama no era muy distinto al que existía décadas atrás, pero se presentaba ahora dotado de una nueva significación en tanto que resultado de un sistema perfectamente organizado. Juan de Jerez y Lope de Deza, a principios del siglo XVII, se refirieron a él admirando cómo “desde Toledo a Segovia tienen los reyes de Castilla decisiete palacios y Alcáçares de vivienda de campo, de recogimiento, de fortaleza, cuio precio es inestimable, sirviéndoles Madrid de centro”39. En el polo contrario, como se verá más detenidamente, se encontraban palacios reales como el leonés, que sufrieron vicisitudes de muy distinta naturaleza y que quedarían, en la mayoría de los casos, abocados al olvido y a la desaparición.

35 J.

DEL CORRAL, Las composiciones de aposento y casas a la malicia, Instituto de Estudios madrileños, Madrid, 1982, en especial, pp. 5-43. 36 J. DE XEREZ y L. DE DEÇA, Razón de Corte (1601), ff. 90v-94v, edición de A. T. REGUERA RODRÍGUEZ, León, 2001, pp. 200-205.

37 AHML., L. Ac, leg.. 41, ff,. 282r-287v. 38 J. PÉREZ GIL, El Palacio de la Ribera, pp. 17-27. 39 J. DE XEREZ y L. DE DEÇA, Op. cit., ff. 80rv, edición de A. T. REGUERA RODRÍGUEZ, p. 187.

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En el último tercio del siglo XIV, concretamente bajo el reinado de Enrique II (1369-1379), la monarquía castellana ordenó la construcción de unos nuevos palacios reales en la calle de la Rúa de la capital leonesa, los cuales venían a sustituir a los erigidos en el siglo XII en el entorno de San Isidoro. Fue ésta una decisión de gran trascendencia, cuyas repercusiones han de valorarse, tanto en el contexto de la arquitectura y del urbanismo de la ciudad, como en lo que se refiere al patrimonio y representatividad regios. Las razones que la motivaron aparecen sumergidas en una complicada maraña de intereses políticos, funcionales y representativos, además de los propios condicionantes que presentaba el entorno áulico de San Isidoro, y, en nuestra opinión, han de ponerse forzosamente en relación con el cambio de dinastía operado en esos años1. Como se apuntó con anterioridad, el derrocamiento de Pedro I y la consiguiente subida al trono de su hermanastro y opositor, Enrique II, en 1369, había supuesto la instauración de la dinastía de los Trastámara en la Corona de Castilla. Para ello hubo de librarse antes una guerra civil en la que don Enrique contó con el apoyo de un importante sector de la nobleza y con el del rey de Aragón. Los prolegómenos del enfrentamiento se habían iniciado poco después de la coronación de Pedro I (1350-1369), con las primeras sublevaciones de Enrique, que reclamaba sus derechos sucesorios, en tanto que hijo bastardo de Alfonso XI. Éste invadiría en 1366 Castilla, alineán1 También

Distintas vistas de las cercas de León a mediados del siglo XX. En la inferior, el tramo exterior que cierra el convento de las Concepcionistas, a continuación del Palacio Real. (Archivo Histórico Municipal de León). Fotos: Norberto.

M. BRAVO GUARIDA, “El Cuartel de la Fábrica”, Vida leonesa, nº 57 (1924), reed. en Rincones leoneses, León, 1979, p. 74, se pregunta por los motivos que propiciaron la construcción de los nuevos alcázares, sugiriendo causas como su amistad con las fuerzas locales, los dominicos, o el recuerdo de su madre, la leonesa Leonor de Guzmán.


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dose de inmediato las distintas fuerzas del reino en partidarios de uno u otro bando. En el caso de la ciudad de León, su apoyo –aunque no tan decidido como el de Zamora o Ciudad Rodrigo– fue para el rey don Pedro, que había premiado los años anteriores su fidelidad con importantes privilegios, tal y como ha puesto de manifiesto González Gallego2. En este sentido, el apoyo del Concejo leonés ha sido visto como un acto de fidelidad hacia el monarca, que tan generosamente lo había potenciado, más que hacia la legitimidad de éste, destacando de entre todas las concesiones la ampliación del término y alfoz de la ciudad en 1365, en detrimento del señorío de Pedro Álvarez de Osorio3. Por otra parte, el interés que revestía León para Enrique de Trastámara era vital, pues la sumisión del noroeste de la Corona dependía, en gran parte, de la toma previa de la ciudad. Es probable que la aceptación de don Enrique se hubiese favorecido si éste hubiera admitido los privilegios otorgados anteriormente por Pedro I –como, de hecho, sucedió en las cortes de 1367, durante el denominado “primer reinado” de don Enrique–, pero no confirmó la citada ampliación del alfoz y, además, ordenó al Concejo la devolución al Cabildo de parte del mismo, como los lugares de Villadangos, Celadilla, Gujidos o Valdevimbre4. Estas decisiones, provocaron, eso sí, el apoyo de otros importantes sectores capitalinos, en especial el de la burguesía más acaudalada –que también tenía su peso, aunque no mayoría, en el concejo– y la alta nobleza, que veían favorecidos sus intereses a costa de los del común. Se creó así en la ciudad un partido trastamarista al servicio de la causa enriquista. La oposición de la ciudad de León motivó, en todo caso, que el ejército de don Enrique la tomase por las armas en 13685. En 1369 Pedro I era asesinado en el castillo de Montiel y Enrique de Trastámara se proclamaba rey. Se dio inicio así al gobierno de una dinastía bajo la que se constató un claro refortalecimiento del poder nobiliario –que era el que había apoyado la insurrección de don Enrique– en detrimento del monárquico, así como una profunda reforma administrativa. En consecuencia, hubo una redistribución del poder político impulsada por las mercedes otorgadas por Enrique II a ciertas familias nobiliarias, manteniéndose esta tendencia bajo los reinados 2 I.

GONZÁLEZ GALLEGO, “La ciudad de León en el reinado de Pedro I y ante el proceso de ascensión al trono de Enrique de Trastámara”, Archivos Leoneses, nº 65 (1979), pp. 9-73. Este autor ha compilado estos privilegios en aquellos promulgados “en defensa del concejo y los ciudadanos de León frente al cabildo”, “en defensa del concejo y los ciudadanos de León frente a la nobleza, altos funcionarios y recaudadores”, “exenciones y concesiones al concejo y los ciudadanos de León” y la ampliación de su alfoz. 3 I. GONZÁLEZ GALLEGO, Op. cit., p. 31. 4 M. RISCO, Historia de la ciudad y corte de León, y de sus reyes, Madrid, 1792, edición facsímil de León, 1978, pp. 110-111; I. GONZÁLEZ GALLEGO, Op. cit., p. 40. 5 M. RISCO, Op. cit., pp. 110-111; P. LÓPEZ DE AYALA, Crónica del rey don Pedro, edición de G. DÍAZ PLAJA, Madrid, 1931-?, año XIX, cap. I, pp. 253-254; J. CATALINA GARCÍA, Castilla y León durante los reinados de Pedro I, Enrique II, Juan I y Enrique III, en Historia General de España, t. XXXVIII, Madrid, 1892; C. REGLERO DE LA FUENTE, “León en los siglos XIV-XV”, Historia de León, t. II, León, 1997, pp. 623-636; C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ (coordinador), La Historia de León, León, 1999, pp. 247-249.

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de Juan I (1379-1390) y Enrique III (1390-1406)6. Un buen número de villas y lugares leoneses que hasta entonces habían estado bajo la directa jurisdicción de la monarquía fue traspasado entonces a la nobleza, beneficiándose de ello señores como Alfonso Enríquez, quien se hizo, entre otras, con la tierra de Lillo y parte de Babia y Argüellos7; don Fadrique –a la sazón duque de Benavente– que extendió su señorío por Villafranca, Ponferrada o Mansilla de las Mulas8; Mosén Arnao de Solier, que recibió Villalpando y su tierra9; o Gómez Pérez de Valderrábano, que obtuvo los lugares de Tábara, Alcañices y Mombuey10. Bajo este panorama, en los primeros años de la década de 1370, Enrique II se decidió a levantar unos nuevos palacios reales en la calle de la Rúa de la ciudad de León. Éstos vendrían a sustituir a los que hemos visto desarrollarse en el entorno de San Isidoro desde la Plena Edad Media, entorno que, aunque en el siglo XIV experimentaba el proceso urbanístico antes expuesto, seguía gozando de un arraigado simbolismo áulico-político, funerario y religioso11. Es por ello que el nuevo proyecto palacial debió perseguir unos objetivos que, en primer lugar, trascendían el mero remozamiento o ampliación de los palacios viejos, y que, en segundo, prescindían de la representatividad del escenario isidoriano. Esta última premisa reviste una gran importancia, ya que suponía la ruptura con la tradición y, en cierto sentido, un giro hacia una modernidad que habría que ser alimentada con nuevos valores que sustituyesen a los antiguos. Es por ello que, como adelantábamos al principio de este epígrafe, la decisión de cambiar la ubicación de la domus regia –emblema de la monarquía en la ciudad– parece guardar una estrecha relación con la instauración de la nueva dinastía reinante y la aplicación de su propia política. A pesar de que León se había posicionado del lado de Pedro I en las disputas acaecidas los años anteriores, Enrique II no decidió castigar su conducta tras ser proclamado como rey. La ciudad, capital del reino leonés, todavía ostentaba una importante influencia en el entramado político de la Corona, y ello obligó al monarca entrante a activar las medidas oportunas para consolidar su nuevo poder en la ciudad, a fin de prevenir futuras sublevaciones. Optó, pues, por conceder una serie de mercedes con las que habría de granjearse el respeto y confianza de sus vasallos. Quizás la más importante de éstas es la que permitió a la ciudad preservar su condición de realengo –aun cuando fuese muy complicado enajenarla, dado que la ciudad 6 J. VALDEÓN BARUQUE, Enrique II de Castilla: la guerra civil y la consolidación del régimen (1366-1371),

Valladolid, 1966. 7 C. JULAR PÉREZ-ALFARO, Op. cit., pp. 329-330. 8 C. JULAR PÉREZ-ALFARO, Op. cit., p. 329. 9 J. VALDEÓN BARUQUE, Op. cit., pp. 280-281. 10 C. REGLERO DE LA FUENTE, Op. cit., pp. 645-662. 11 Sobre el conjunto de San Isidoro de León vid el trabajo ya citado de. M.D. CAMPOS y M. L. PEREIRAS, Igle-

sia y Ciudad, en especial el apartado dedicado a la plaza de San Isidoro.

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era cabeza de reino y título–, escapando así de una avidez nobiliaria que se había hecho con el control de numerosas villas de su entorno, antes bajo la jurisdicción regia. En todo caso, los intentos por ganarse el favor de la ciudad no quedaron ahí. Se habían iniciado incluso con anterioridad a la muerte de Pedro I, cuando, en 1367, durante una efímera toma del poder, don Enrique eximió a sus vecinos de pagar portazgo, “peage e passage e rondage e castellage”, o cualquier otro tributo semejante12. Ya como monarca, buscó el favor de las oligarquías nobiliarias locales –las cuales controlaban la vida política de la urbe– concediendo el 18 de noviembre de 1372 un salario de 400 maravedís anuales a cada uno de los hombres buenos del Concejo de la ciudad, “a petición de los mismos, que le dijeron que no tenían salario ninguno con los dichos oficios, según que lo han los otros regidores de las ciudades e villas e lugares de los sus regnos”13. Todavía en 1379, poco antes de su muerte, ofrecería una última muestra de su buena disposición al destituir al juez de la ciudad y restablecer la designación de ese cargo según el fuero antiguo de la misma14. Este conjunto de medidas se acompañó de otras no menos simbólicas: la presencia de la institución monárquica –de la nueva dinastía reinante y de su propio monarca– en la urbe. Se adelantó así Enrique II a los consejos de Nicolás Maquiavelo, quien avisaba en su Príncipe de que “...las dificultades surgen cuando se adquieren estados en una provincia de lengua, de costumbres y de instituciones diferentes; entonces es necesario tener mucha fortuna y gran habilidad para conservarlos. Uno de los mejores y más eficaces remedios sería que la persona que los adquiere fuera a vivir allí... porque estando en el territorio ves nacer los desórdenes e inmediatamente les puedes poner remedio, mientras que estando lejos los conoces cuando son grandes y ya no tienen remedio. Además, así la provincia no es expoliada por tus funcionarios y los súbditos están contentos porque pueden recurrir fácilmente al príncipe, con lo que tienen más motivos para amarlo, si quieren ser buenos, y de temerlo, si quieren ser de otra manera...”15. La renovatio de los palacios reales ha de entenderse, pues, como una consecuencia de la renovación dinástica, a través de la cual el monarca entrante buscaría acercar la institución monárquica a la ciudadanía leonesa –antaño adversa a sus aspiraciones– en un intento por ejercer un control más directo sobre ésta, normalizar el nuevo organigrama del poder y granjearse la simpatía de sus súbditos. Se trataba, en definitiva, de una coyuntura que guardaba algún paralelismo con la acaecida en la propia ciudad de León en tiempos de Fernando 12 AHML,

doc. 196. El 23 de agosto de 1372 la reina Juana confirmaría este privilegio, ordenando a todas las ciudades, villas y lugares que lo hiciesen guardar (AHML, doc. 215). 13 AHML, doc. 214. 14 J. Mª. SANTAMARTA LUENGOS, Señorío y relaciones de poder en León en la Baja Edad Media (Concejo y Cabildo Catedral en el siglo XV), León, 1993, p. 37. 15 N. MAQUIAVELO, Op. cit., p. 77.

A la llegada de la nueva dinastía, el conjunto de San Isidoro era el principal centro representativo de la Monarquía en León. Foto: M. Martín.

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Así pues, la construcción de los nuevos palacios reales en León fue, en cierto sentido, y sin olvidar la situación urbanística de la zona de los antiguos, una maniobra de Enrique II por renovar la imagen de la monarquía en la ciudad. Sin embargo, ya hemos dicho que su erección no se dispuso en el entorno isidoriano, sino en la Rúa de los Francos (actual calle de la Rúa), ubicada en un barrio de comerciantes y artesanos, extramuros del primitivo recinto amurallado. Esta localización conllevaba una ruptura con la tradición y la imposibilidad de beneficiarse de la representatividad que ligaba a Patio árabe del Real Monasterio de Santa Clara, en Tordesillas (Valladolid). Foto: J. Pérez Gil.

La Rúa se convirtió en el nuevo escenario de la Monarquía en la ciudad. Foto: J. Pérez Gil.

I (1037-1065). Por aquel entonces, vencido Vermudo III en la batalla de Tamarón (1037), la figura de don Fernando se presentaba en el reino leonés como la de un monarca castellano, asesino del rey legítimo e introductor de una dinastía –la navarra– ajena a la que desde siglos atrás venía reinando. La ciudad le presentó, pues, una fuerte oposición, y hubo de tomarla manu militari. Sin embargo, una suma de intereses y responsabilidades le llevó a adoptar una serie de medidas reconciliatorias. Se coronó, así, en la catedral de León en 103816, y durante los años siguientes, y hasta el final de su reinado, dirigió un completo programa destinado a reforzar la unión entre la Monarquía y la ciudad17. En este programa, como tuvimos ocasión de explicar, las obras arquitectónicas gozaron de un papel protagonista. 16 Crónica

o Historia del Silense, edición de J. E. CASARIEGO, Crónicas de los Reinos de Asturias y León, León, 1985, p. 145. 17 “La entrada en León de Fernando parece que tuvo serias dificultades y se vio obligado a tomar la ciudad por las armas...Confirmó los fueros de León que había otorgado su suegro, Alfonso V, y mandó observar el código visigótico que, desde siempre, era ley fundamental del Reino leonés. Así vemos que este navarro, formado en ideas ultrapirenaicas y venido de Castilla, aunque con él llegaba el triunfo de Navarra sobre León, supo adaptarse a los usos y tradiciones de su nuevo reino y convertirse en un auténtico leonés...” (A. VIÑAYO GONZÁLEZ, Reyes de León, (C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ, coordinador), León, 1996, pp. 110-112).

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la antigua sede regia con el panteón real leonés y el santuario del sabio obispo visigodo. Debieron existir, por lo tanto, otras razones que convencieron a Enrique II de la conveniencia de la nueva ubicación. Entre ellas se encontrarían las de orden espacial y urbanístico, así como político. En efecto, la configuración de los nuevos recintos áulicos de la Rúa denuncia, como se verá en el siguiente epígrafe, un concepto distinto de palacio, el de alcázares, más ligado a los modelos islámicos que venían imponiéndose en la estética de los monarcas cristianos bajomedievales de la Península. Su diferente distribución, el gusto por la comodidad y ostentación, y el necesario concurso de la vegetación y el agua, pudieron ser razones válidas para buscar un nuevo solar donde construir con cierto grado de libertad. En este sentido, el nuevo escenario se presentaba más propicio que el de San Isidoro, donde los antiguos aposentos regios difícilmente podían proveer al monarca de esas ventajas, y donde su ampliación se veía limitada por los condicionantes de un entorno urbano consolidado. La calle de la Rúa vertebraba de sur a norte el barrio francorum, que, junto con el Burgo Nuevo, constituía el motor comercial de la ciudad. En la Rúa de los francos residía un nuevo tipo de vecindario cuya “franqueza” generaba una especial condición social. Es posible que la elección del solar para el emplazamiento áulico también hubiera tenido en cuenta la distribución y asentamiento de este grupo de residentes francos, como de hecho sucedió en los alcázares de Sevilla, estrechamente vinculados a ese grupo social que habitaba en su alrededor y en gran parte adscritos al servicio del recinto real18 En el caso de León, no hay duda de que la Rúa, como el Burgo Nuevo, formaban parte de un arrabal que se había desarrollado extramuros de la primitiva muralla defensiva, en torno a sus lados meridional y occidental. Su rápida expansión y pujanza económica en los siglos precedentes exigió, no obstante, que fuesen circundados por la denominada Cerca Nueva. De esta última sabemos que su construcción se desarrolló a lo largo de la primera mitad del siglo XIV, y Álvarez Álvarez afirma que debía estar concluida hacia 135019. Ello significa que el solar del nuevo palacio seguía estando integrado dentro del perímetro del recinto amurallado, cuestión absolutamente necesaria para asegurar su adscripción a la ciudad, defensa y estatus20. Era ésta, además, una cerca más moderna que la que flanqueaba los 18 Sobre el ejemplo sevillano remitimos a A. COLLANTES TERÁN, Sevilla en la Baja Edad Media. La ciudad y

sus hombres, Sevilla, 1977, pp. 233-246; M. A. LADERO QUESADA, “Los alcázares reales...”, pp. 11-35.

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palacios de San Isidoro, y, como en aquel caso, se aprovechó para cerrar el lado occidental del recinto palaciego, que mantenía así un cierto carácter defensivo, tan cercano a la autoridad real y a la tipología del alcázar. Al margen de estas razones, otra serie de intereses pudieron influir también en la elección del lugar. Uno de ellos pudo ser el de potenciar y consolidar el pujante barrio a través de la presencia regia, aunque quizás fuese más decisivo en este sentido el juego de relaciones establecido con la nobleza local. En su toma violenta del poder, Enrique de Trastámara había tenido que combatir numerosos frentes que mantenían su fidelidad a Pedro I, entre ellos la ciudad de León. Sin embargo, también contó con el apoyo de parte de la nobleza local, de entre la que destaca la figura de Suero Pérez de Quiñones. Éste había sido un denodado defensor de la causa petrista, hasta que hacia 1360 se cambió al bando de don Enrique. Gracias a esta adhesión, se ganó el rencor de Pedro I y el favor de Enrique, que conseguía así un importante apoyo en un contexto que le era poco propicio. Para recompensar su ayuda, el monarca le nombró Adelantado Mayor de León y Asturias en 1366, fecha de su coronación en las Huelgas de Burgos21. Numerosas fueron las mercedes que recibió don Suero de su señor hasta el año de su muerte, en 1367. Entre ellas se encontraban la cesión de la merindad de la ciudad de Oviedo, del concejo de Gordón, de la martiniega y portazgo de la ciudad de Astorga, o, el 22 de marzo de 1367, de todos los bienes que Pedro I había concedido en 1351 al petrista Diego González de Oviedo en todas las ciudades, villas y lugares de sus reinos –precisamente en el entorno de la capital leonesa: valle del Torío, Palat del Rey, Urdiales, Santa María del Páramo, Bercianos del Páramo y Sobarriba–, los cuales habían pertenecido con anterioridad al padre de don Suero22. Con esta última donación Enrique II se aseguraba, pues, la fidelidad de don Suero, aplicando para ello la misma fórmula que Pedro I con el citado don Diego. Suero Pérez de Quiñones falleció en 1367 en la batalla de Nájera, combatiendo precisamente a favor de los intereses de Enrique II. Su hijo, Pedro Suárez de Quiñones, continuó al lado de Enrique, lo que le valió, confirmada la derrota de Pedro I, la percepción de favores regios al menos hasta 137123. Esta relación tan estrecha, y el hecho de que la familia Quiñones poseyese palacio propio en la calle de la Rúa24 –a continuación del solar que ocupó el palacio de Enrique II, donde más tarde se levantaría el con-

19 C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ, La ciudad de León, pp. 41-50. 20 ALFONSO X, Las Siete Partidas, Segunda Partida, título XXXIII, ley VI, edición facsímil, Madrid, 1985, vol.

III, de la de Gregorio López, Salamanca, 1555, definió la ciudad como “todo aquel lugar que es cercado de los muros, con los arrabales et los edificios que se tienen con ellos”. Acerca de las cercas medievales, Vid.: L. TORRES BALBÁS, L. CERVERA VERA, F. CHUECA GOITIA y P. BIDAGOR LASARTE, Resumen histórico del urbanismo en España, Madrid, 1954, pp. 74-79; C. DE SETA y JACQUES LE GOFF (eds.), La ciudad y las murallas, Madrid, 1991, especialmente el artículo de J. VALDEÓN BARUQUE, “Reflexiones sobre las murallas urbanas de la Castilla medieval”, Madrid, 1991, pp. 67-87.

21 C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ, El condado de Luna, pp. 29-46. 22 Ibidem. 23 C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ, El condado de Luna, pp. 46-51. 24 C.

ÁLVAREZ ÁLVAREZ, El condado de Luna, p. 335; IDEM, La ciudad de León, pp. 141-142. Álvarez cita, en la primera de las referencias anteriores, la carta de testamento de Pedro Suárez II (1444-1455), en la que lega a su primogénito “las casas e suelos que nos auemos dentro de la çibdad de León e en sus arrabales, jurisdiçión e alfoz”.

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vento de las Concepcionistas25– nos hace pensar que quizás la ubicación de los nuevos palacios reales en la Rúa no fuese un hecho casual. Lavado Paradinas ha estudiado la portada que el convento conservó del antiguo palacio de los Quiñones, y la ha relacionado con las erigidas en Toledo y León en la segunda mitad del siglo XIV26. Se trata de una cronología, pues, similar a la de la construcción del palacio de Enrique II, siendo difícil establecer una secuencia cronológica entre ambas, si bien no parece arriesgado pensar que ese solar del palacio-convento pudiera pertenecer con anterioridad a la familia Quiñones. En todo caso, ello significa que en estos momentos la calle de la Rúa gozaba de un cierto estatus nobiliario, constatándose a lo largo de las dos centurias siguientes la presencia de otras notables familias que hicieron de esta zona un importante ámbito palaciego, enfatizado por la presencia de los reales alcázares. Allí tuvieron casas principales reconocidos linajes como los Lorenzana y los Acuña27. Lo mismo sucedía con los Osorio, pues el 17 de febrero de 1522 la abadesa de las Concepcionistas –empeñada en ampliar su convento– compraba a don Francisco Osorio, señor de Valdunquillo, “las casas principales con la plazuela que está frontero de las dichas casas y que tienen por linderos, de la primera parte casas de la señora Leonor de Quiñones”, en las cuales levantó la iglesia y el claustro28. También para la ampliación del citado convento, el 15 de marzo de 1550 don Antonio de Acuña, señor de Matadeón, vendía unas casas que tenía “a la calle que va a Puerta Gallega que lindan con el dicho Monasterio”29. De estas últimas, ubicadas en la actual calle de San Francisco, aun queda en pie una portada. Así pues, los nuevos palacios reales de Enrique II respondieron a un interés por renovar y modernizar la domus regia y, por ende, la imagen de la monarquía en la ciudad, dentro del contexto de la entrada de la nueva dinastía y de los turbulentos precedentes que la habían facultado. La elección de la calle de la Rúa suponía la pérdida de los beneficios representativos del entorno isidoriano, pero éstos se compensarían con la presencia de un nuevo escenario más moderno y dinámico que no tardaría en convertirse en una de las zonas más nobles de la ciudad.

GÉNESIS DE LOS REALES ALCÁZARES DE LA RÚA: INSTAURACIÓN DE LA DINASTÍA DE LOS TRASTÁMARA Y RENOVATIO ARQUITECTÓNICA

Convento de religiosas Concepcionistas, antiguo palacio vinculado al linaje de los Quiñones. Foto: J. Pérez Gil.

25 Acerca

de la historia de este convento, fundado en 1516 por doña Leonor de Quiñones, y sus antecedentes, véase, además de la bibliografía que se ofrece en este capítulo: C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ, “El monasterio de la Concepción de León. Su fundación por Leonor de Quiñones”, La Orden Concepcionista. Actas del I Congreso Internacional, vol. I, León, 1991, pp. 323-340. 26 P. J. LAVADO PARADINAS, “Arte mudéjar en el convento de las Concepcionistas de León y en su entorno: la calle de la Rúa”, La Orden Concepcionista. Actas del I Congreso Internacional, León, 1990, vol. I, pp. 357-376. 27 MARQUÉS DE ALCEDO Y SAN CARLOS, Los merinos mayores de Asturias y su descendencia. Apuntes genealógicos, históricos y anecdóticos, Madrid, 1918, vol. I, p. 198 y ss.; Mª. L. PEREIRAS Y Mª. D. CAMPOS SÁNCHEZ-BORDONA, “De palacio medieval a edificio eclecticista. La casa de los Condes de Peñaflor en la calle de la Rúa de León”, Estudios Humanísticos, 22 (2001), pp. 23-26. 28 R. RODRÍGUEZ, “Catálogo de documentos del Monasterio de la Inmaculada Concepción de León (Archivo Episcopal de León)”, Archivos Leoneses, nº 11 (1952), anexo, pp. 1-35, nº 90, p. 30. 29 R. RODRÍGUEZ, Op. cit., p. 30.

Decoración policromada del rafe exterior de la citada fachada. Foto: J. Pérez Gil.

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Configuración espacial y arquitectónica

Convento de las Concepcionistas (León). Vistas del alfarje del locutorio. Fotos: Joaquín García Nistal.

Durante los siglos XIV y XV las residencias reales hispanas desarrollaron una tipología variada. En el caso de León, nos interesa el prototipo de palacio urbano, no fortificado en su totalidad, que se construye en el siglo XIV siguiendo un modelo que le sitúa a medio camino entre el alcázar andalusí y la residencia palaciega o palatium de los reinos del norte peninsular. Se trataba de un nuevo conjunto áulico perfectamente diferenciado y distanciado de los elementos defensivos de las torres y castillo de la vieja ciudad leonesa, ubicados en la zona norte, intramuros y cerca de San Isidoro, donde también estuvieron los recintos de cortesanos reales de la Plena Edad Media. Lo levantado en el siglo XIV como residencia real se ubicaba en la parte de poniente del núcleo urbano, junto a la cerca o perímetro murado que, como ya hemos reseñado, cerraba la ampliación de la ciudad medieval desde 1324. Su configuración se alejaba claramente de la tradición altomedieval asturiana de Palat de Rey y del Románico que había dominado la fisonomía del recinto palacial construido en el siglo XII anejo a la iglesia de San Isidoro. Esa diferencia respecto a lo anterior fue uno de los motivos que justificarían los deseos de Enrique II de levantar en la calle de la Rúa de los Francos su nueva residencia. Como también lo fue el nuevo concepto de Monarquía instaurado por la dinastía Trastámara, y, por lo mismo, los deseos de modernizar la domus regia, aspectos a los que ya hemos hecho referencia en el epígrafe anterior. Pocas noticias documentales se conservan sobre su construcción y características. La fábrica debió iniciarse hacia 1368-1375. Su ejecución material pudo estar relacionada con la visita a la ciudad de Enrique II en 1368, o bien coincidir con la estancia de dicho monarca en esta ciudad unos años más


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tarde, en 1376, donde contaba con el apoyo de la mayoría de la nobleza local1. Según Risco estaban concluidos en 1377, como constaba en una inscripción de los azulejos de un arco de la sala principal, que él alcanzó a ver, y que decía: “Estos palacios mandó hacer el muy alto y muy noble y muy poderoso Señor Don Enrique, que Dios mantenga. Acabáronse en la era de mil y quatrocientos y quince años”2. Por referencias documentales sabemos también que aneja a los edificios reales existía una amplia huerta o vergel que, aprovechando la corriente de agua que por allí discurría, proveniente de la presa de San Isidoro, en el norte de la ciudad, regaba la alberca real, como siglos atrás lo había hecho en la huerta del rey de los viejos palacios isidorianos. Junto a los datos anteriores, para completar el resto de las características tipológicas y arquitectónicas hemos de recurrir a las someras descripciones conservadas, así como a los escasos restos que de esta construcción medieval han llegado hasta nuestros días, custodiados en la actualidad en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid y en el Museo de León3, a los que se añaden ciertos documentos gráficos, planos y fotografías realizadas antes de su total desaparición en el siglo XX. Por todos ellos podemos adelantar que el conjunto arquitectónico leonés ofrecía bastante similitud con las residencias reales, palacios y alcázares urbanos levantados en el siglo XIV en otras ciudades de la corona de Castilla, como los de Toledo y Tordesillas, Astudillo, Segovia o Guadalajara. Al igual que en muchos de los citados ejemplos, la nueva edificación leonesa conjugaba aspectos residenciales, 1 P. LÓPEZ DE AYALA, “Crónica del rey don Pedro”, Crónicas de los reyes de Castilla, B.A.E., Madrid, 1953,

t. I, p. 581; V. LAMPÉREZ Y ROMEA, Arquitectura civil, t. I, p. 428; M. GÓMEZ MORENO, Catálogo; M. BRAVO GUARIDA, Op. cit., pp. 68-74; C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ, La ciudad de León en la Baja Edad Media, León, 1992, p. 134. 2 M. RISCO, España sagrada, XXXVI, Madrid, 1787, p. 38. 3 Provenientes, al parecer, de los antiguos palacios reales leoneses, en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid se conservan un arco de herradura (Inventa. nº 50445, fechado hacia 1377) y varios fragmentos de yeserías datadas en el siglo XIX (Inventa. nº 1871/25). En el Museo de León existen varias piezas de almizates de techumbres del palacio y detalles de algunas yeserías y vanos del mismo edificio (nº de inventario 0293, 2744, 2753, 2812). Queremos agradecer la colaboración prestada por los técnicos de ambos museos, y en especial las atenciones recibidas de doña Ángela Franco (MAN), don Manuel González (ML) y don Luis Grau (ML). Sobre aspectos más puntuales de estas obras, además de los trabajos citados en notas anteriores, remitimos a: J. D. RADA Y DELGADO, “Arco del antiguo palacio de los reyes y fragmentos de otro que perteneció al de los Condes de Luna de León, que se conserva hoy en el M.A.N.”, MEA, II, Madrid, 1873, pp. 513-528; J. D. RADA Y DELGADO, “Arco del antiguo palacio de los reyes y fragmento de otro que perteneció al de los condes de Luna en León que se conservan hoy en el Museo Arqueológico Nacional”, Mensajero leonés, 24, 27, 28, 30 y 31 de marzo de 1905, 1, 3, 4, 5, 6 y 7 de abril de 1905; R. ÁLVAREZ DE LA BRAÑA, “San Marcos de León”, Boletín Sociedad Castellana Excursiones, II, nº 28 (1905), pp. 57-63; J. M. LUENGO, “Notas sobre lo morisco en la arquitectura civil de León”, Boletín Sociedad Española Excursiones, LII (1948), pp. 124-125; E. ISLA, Museo Provincial de Arqueología y Bellas Artes. Guia del visitante, León, 1975, p. 23; A. FRANCO MATA, “Arte medieval cristiano en el Museo Arqueológico Nacional”, Tierras de León, nº 71 (1988), pp. 27-59; P. J. LAVADO PARADINAS, “Arte mudéjar en el convento de las Concepcionistas...”, pp. 357-376; L. A. GRAU LOBO et alii, Guía-Catálogo de las piezas. Museo de León, Valladolid, 1993, pp. 119-120; J. GARCÍA NISTAL, “La carpintería de armar en el antiguo Palacio Real de León”, De Arte, nº 2 (1993), pp. 127-143.

Palacio de Pedro I en Astudillo, Palencia. Foto: J. Pérez Gil.

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Palacio Real de Tordesillas, integrado en el Real Monasterio de Santa Clara. Foto: M. Martín.

políticos, ceremoniales y, a veces, militares, es decir, una diversificación funcional cuya tipología y estética era de clara ascendencia andalusí y mudéjar. Es éste un hecho que no tiene nada de extraño si tenemos en cuenta que una buena superficie del antiguo Al-Andalus formaba parte de la Corona castellana desde el siglo XIII y que los contactos con el mundo almohade sevillano y nazarí granadino fueron desde entonces bastante frecuentes. Así lo revelan algunos espacios de las Huelgas de Burgos, los restos de la alcazaba murciana, y Monteagudo, y los edificios taifas toledanos. Sus características se repetirán en los alcázares y diversas residencias de los reyes cristianos durante el siglo XIV en las citadas ciudades castellanas, evidenciando así el prestigio y popularidad que alcanzaron en los reinos cristianos4. La posible utilización de los edificios almohades de Sevilla o de Granada como modelos para los palacios cordobeses, sevillanos o castellanos durante los reinados de Alfonso XI y Pedro I, es una cuestión que cada vez cobra más fuerza, como lo es el que tal influencia se perpetuara durante la dinastía de los Trastámara y, por lo tanto, que se concretara en los palacios levantados por Enrique II en León. En estos casos las influencias de origen europeo o 4 V. LAMPÉREZ Y ROMEA, Arquitectura civil, t. I, pp. 212-215; T. PÉREZ HIGUERA, “Los alcázares y palacios

hispano-musulmanes: paradigmas constructivos de la arquitectura mudéjar castellana”, Los alcázares reales. Vigencia de los modelos tradicionales en la arquitectura áulica cristiana (M. A. CASTILLO, ed.), Madrid, 2001, pp. 37-57.

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derivadas de los esquemas góticos, tan vigentes en la arquitectura religiosa de la Corona de Castilla, tuvieron un alcance mucho menor. Caso contrario fue el del reino de Navarra, donde a finales del siglo XIV y principios del XV, Carlos III (1387-1425) ordenaba la construcción de su palacio real de Olite. Aquí, la tradición constructiva de la familia del monarca –sobrino de Carlos V de Francia y de los duques de Berry y Borgoña– motivó el desarrollo de otro tipo de influencias, que Martínez de Aguirre ha resumido en una “refinada labor de piedra, metal y vidrieras característica del gótico francés, con el lujo basado en la exquisitez del ornamento y la pericia en el trabajo de ciertos materiales –madera, yeso– propios de las tradiciones hispánicas”5. En el ámbito más cercano a León, y en el contexto de la Corona de Castilla, algunos palacios erigidos en fechas similares evidencian la vigencia de las influencias de tradición musulmana. Tal es el caso del palacio real de Tordesillas. Fue mandado construir por Alfonso XI, quizás tras su victoria en la batalla del Salado (1341) –como hizo constar Lampérez y Romea, que leyó algunas de las inscripciones del palacio6–, y la obra fue continuada por su hijo Pedro I. Se organizaba en torno a un gran patio rectangular porticado al que se abrían grandes salas oblongas ceñidas en los extremos por otras más pequeñas. Esta distribución debe relacionarse, en opinión de Miguel Ángel Zalama, con la del alcázar de Sevilla y, sobre todo, con la arquitectura toledana7. Asimismo, otros elementos arquitectónicos y la ornamentación –como el probable alicatado de la “Capilla Dorada”, el “Patio mudéjar” de arcos polilobulados o los baños– vuelven a constatar la influencia andalusí8. El palacio fue legado en 1362 por Pedro I a su hija doña Beatriz, a condición de “que las casas e palacios de la morada de Oterdesillas que las fagan monesterio de Sancta Clara, e que haya y treinta monjas, e que ayan para su mantenimiento las rentas e pechos e derechos del dicho logar de Oterdesiellas e de su término”9. La donación motivó las consiguientes transformaciones y derribos, dándose lugar además a que numerosos historiadores 5 J. MARTÍNEZ DE AGUIRRE, Arte y Monarquía, pp. 139-185, especialmente pp. 166-185; IDEM, Monarquía

y arte en Navarra, siglos XIV-XV, Madrid, 1992, p. 18; IDEM ET ALII, Sedes Reales de Navarra, Pamplona, 1993, pp. 201-225. 6 V. LAMPÉREZ Y ROMEA, “El real monasterio de Santa Clara en Tordesillas (Valladolid)”, Boletín de la Sociedad Castellana de Excursiones, t. V (1912), pp. 563-587 e Ibidem, t. VI (1913), pp. 169-172, de la edición facsímil de Valladolid, 1986. 7 M. A. ZALAMA, Vida cotidiana y arte en el palacio, pp. 163-212. 8 V. LAMPÉREZ Y ROMEA, Arquitectura civil, t. I, pp. 429-431; L. TORRES BALBÁS, “El baño de doña Leonor de Guzmán en el palacio de Tordesillas”, Crónica de la España musulmana. Obra dispersa, vol. 7, Madrid, 1983, pp. 409-425; J. URREA, “Palacios Reales”, en Cuadernos Vallisoletanos, Valladolid, 1988, pp. 22-24; J. L. SANCHO y Mª. L. BUJARRABAL, “El palacio mudéjar de Tordesillas”, Reales Sitios, nº 106 (1990), pp. 29-36; R. DOMÍNGUEZ CASAS, Arte y etiqueta de los Reyes Católicos. Artistas, residencias, jardines y bosques, Madrid, 1993, pp. 273-277; J. L. SANCHO GASPAR, La Arquitectura de los Sitios Reales. Catálogo Histórico de los Palacios, Jardines y Patronatos Reales del Patrimonio Nacional, Madrid, 1995, pp. 591-602; M. A. ZALAMA, Vida cotidiana y arte en el palacio, pp. 163-212. 9 Crónica del Rey don Pedro, en Crónicas de los reyes de Castilla, edición de C. ROSELL, BAE, LXVI, Madrid, 1953, p. 597.

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modernos no alcanzasen a deslindar con precisión los espacios del antiguo palacio real y los del monasterio, ni a entender que la reclusión forzosa de la reina Juana I en Tordesillas tuvo lugar en el convento y no en el palacio. Este último fue mandado construir por Enrique III en sustitución del donado a las clarisas y en sus inmediaciones. Su definitiva destrucción en el siglo XVIII y la parcialidad de las fuentes de que disponemos, impiden llegar a un conocimiento certero de su arquitectura. Su planta se extendía en torno a dos patios –el claustro “del Vergel” y el “del Rey” o “de las Hayas”–, los cuales regían la apertura de las distintas dependencias en sus crujías abiertas10. El patio del Vergel era el principal del antiguo palacio y fue duramente transformado en el siglo XVII por Francisco de Praves, y en el XVIII por el P. Pontones. Sin embargo, los trabajos de restauración llevados a cabo en los últimos años han permitido descubrir el arco y los ventanales que salían desde el denominado “Salón meridional” o “Coro largo” al pórtico del patio11. En los citados elementos, y en los conservados en la iglesia, aparecen buenos restos de yeserías con típicas de las labores toledanas, las cuales guardan una evidente filiación con las de la capilla sureste del convento leonés de San Francisco de Sahagún –imprecisamente atribuida a don Diego Gómez de Sandoval–, lo que demuestra la plasmación de este tipo de trabajos en latitudes más septentrionales12. Los materiales de construcción del antiguo palacio de Tordesillas debieron ser pobres y la documentación no permite concluir una rica decoración para su interior, si bien, a propósito de este último aspecto, creemos muy probable que su desconocimiento se deba más bien a su desaparición, pues notables son los restos conservados en las antiguas dependencias palaciegas del monasterio. Su fachada, no obstante, es de sillería, habiéndose relacionado con las del alcázar de Sevilla, la del denominado Palacio del rey Don Pedro (Toledo) y la del palacio de Pedro I en Astudillo (Palencia). En esta última, que es una de las pocas partes conservadas del palacio, se vuelven a repetir los esquemas de Tordesillas13. Ambas portadas quedan diferenciadas del resto de la fachada por medio de su aparejo pétreo, superponiendo a la primera altura –en la que se abre la puerta con dintel adovelado– una segunda con ventana ajimezada de arcos polilobulados. La composición de las dos, al margen de sus propias peculiaridades, está regida por un eje vertical que ordena la apertura de vanos y la distribución del resto de elemen10 J. L. SANCHO GASPAR, Op. cit.; M. A. ZALAMA, Vida cotidiana y arte en el palacio. 11 J. L. SANCHO GASPAR, Op. cit., p. 595. 12 J. PÉREZ GIL, J. J. SÁNCHEZ BADIOLA y J. R. SOLA ALONSO, “El convento de San Francisco de Sahagún y

su iglesia de La Peregrina”, Archivo Ibero-americano, t. LXII, nº 243 (2002), pp. 643-711. relación a las labores de restauración llevadas a cabo en el citado palacio y en el convento de Santa Clara de la villa palentina, véase: A. COMBARROS AGUADO, “Restauración del convento de Santa Clara de Astudillo y del hospital de San Blas en Villarramiel, Palencia”, Congreso Internacional sobre Restauración del ladrillo, Sahagún, 1999, pp. 147-156; P. J. LAVADO PARADINAS, “El palacio mudéjar de Astudillo”, Actas del II Congreso de Historia de Palencia, Palencia, 1990, t. I, p. 579-599.

13 En

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Plano de los Reales Alcázares de Sevilla a mediados del siglo XVIII (A.G.P., 5956).

tos, y se ve ayudada en esta labor por las pilastras que, flanqueando la portada, ascienden hasta el piso principal para rematar en grandes canecillos sobre los que, en el caso de Astudillo, aun descansan sendos leones. Esta composición simétrica se vería descompensada, sin embargo, con el descentramiento de la propia portada con respecto al resto de la fachada, así como por el recorrido en esviaje creado tras el umbral de la puerta, como veremos en el caso del alcázar de Sevilla. Sin duda, los reales alcázares sevillanos representan una de las obras culminantes de la arquitectura palaciega de nuestra Edad Media. Enrique II, el

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patrocinador del Palacio Real leonés, los conocía muy bien, llegando incluso a efectuar algunas obras para adecuarlos mejor a sus necesidades y gustos. En ellos pasó ciertas temporadas y, según Ortiz de Zúñiga, celebró torneos14. Fue este mismo monarca el que levantó la fortaleza de Ciudad Rodrigo15 y él fue también el promotor de la capilla de los Reyes Nuevos de la catedral de Toledo, destruida en 1534, concebida como panteón de los Trastámara y trazada como capilla palatina que estructuralmente seguía las pautas de la qubba y se asemejaba a la capilla de Santiago de las Huelgas burgalesas16. Su conocimiento de la arquitectura de tradición islámica y mudéjar se reforzó aún más en el citado palacio de Tordesillas, donde residió temporadas y donde su esposa, Juana Manuel, dejó constancia de su frecuente presencia colocando los escudos con las armas de su linaje, los Manuel, en la “sala de los baños” del palacio vallisoletano17. En este mismo conjunto, y bajo la iniciativa del propio Enrique II, se llevó a cabo la transformación del salón principal, del Mediodía, en espacio sacro. La idea era construir en él una iglesia o lugar digno para albergar los restos de su madre, Leonor de Guzmán, muy relacionada con Tordesillas18. Si en los anteriores ejemplos Enrique II había dado muestras de su gusto “morisco”, los escasos datos y referencias que tenemos sobre la obra leonesa parecen indicar que también aquí se mantuvo bastante fiel a esa estética. Nos encontraríamos así con unos palacios cercanos a la tipología de alcázar, confundida entre la imagen de palacio urbano y fortaleza. Esta última acepción quedaría reforzada con la presencia de la cerca de la ciudad, que cerraba el edificio hacia Poniente, y por la presencia de torres. Gracias a las planimetrías históricas tenemos constancia de la existencia de una en el ángulo sureste del patio principal, y Álvarez de la Braña da cuenta, pocos años antes de 1905, de la demolición de la suroeste, coronada con almenas19. 14 D. ORTIZ DE ZÚÑIGA, Anales eclesiásticos y seculares de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla, Madrid,

1677 y 1795, ed. dir. Sánchez Herrero, Sevilla, 1988, p. 5. 15 A. BERNAL ESTEVE, El concejo de Ciudad Rodrigo y su tierra en el siglo XV, Salamanca, 1989. 16 T.

PÉREZ HIGUERA, “Los alcázares y palacios hispano-musulmanes: paradigmas..,”. Sobre la obra burgalesa y referencias historiográficas de la capilla de Santiago remitimos a M. J. HERRERO SANZ, “Arquitectura áulica en el monasterio de las Huelgas”, Los alcázares reales. Vigencia de los modelos tradicionales en la arquitectura áulica cristiana (M. A. CASTILLO, ed.), Madrid, 2001 pp. 59-73. 17 C. GARCÍA FRÍAS CHECA, “El palacio mudéjar de Tordesillas”, Los alcázares reales. Vigencia de los modelos tradicionales en la arquitectura áulica cristiana, (M. A. CASTILLO, ed.), Madrid, 2001, pp. 73-99. 18 J. CASTRO TOLEDO, Colección diplomática de Tordesillas, Institución Cultural de Simancas, 1981, doc. 112, pp. 97-98; T. PÉREZ HIGUERA, “Los alcázares y palacios hispano-musulmanes...”, pp. 37-50. 19 R. ÁLVAREZ DE LA BRAÑA, “San Marcos de León”, p. 62, añade que, tras el citado derribo, se trasladó al Museo Arqueológico Provincial la columnilla de una de sus ventanas. Esta pieza quizás se corresponda con el ajimez que el Gobierno Militar entregó a la Comisión de Monumentos en 1883, pieza que figura en el Museo de León (nos de inventario 2854 y 2895) como procedente de la Cárcel Real, la vieja cárcel construida en el siglo XVI en el cuarto delantero del Palacio Real y que perduró hasta los inicios de esa década de 1880 (E. DÍAZ-JIMÉNEZ Y MOLLEDA, Historia del museo arqueológico de San Marcos de León. Apuntes para un catálogo, Madrid, 1920, pp. 24-25). Se trata de una pieza de piedra y molduras góticas pero que carece, no obstante, de columna, y es posible asimismo que procediese de la otra cárcel, la del Castillo, que también experimentaba obras en esos años.

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Como ya hemos apuntado, a la hora de efectuar una aproximación a la morfología, estructura arquitectónica y organización espacial del conjunto palaciego leonés hemos de movernos en el terreno de las hipótesis. La escasez de restos y la total desaparición de sus muros medievales nos obligan a establecer conclusiones e iniciar su estudio a partir de los planos que sobre el palacio real se levantaron en el siglo XVIII, cuando ya había experimentado importantes transformaciones, lo que hace más difícil la reconstrucción de la primitiva organización. La primera cuestión que llama la atención es su localización y la amplia superficie que ocupaba dentro de la pequeña ciudad medieval. El emplazamiento elegido abandonaba el viejo recinto intramuros y las torres o castillo de la parte norte, es decir, la zona más militar o defensiva y vinculada a la monarquía astur-leonesa, y se instalaba en la zona suroeste, cerca del Burgo Nuevo, donde primaban los aspectos residenciales y comerciales. Quizás se perseguía una mayor integración entre el poder real y la ciudad tratando de subrayar la impronta física del palacio en el paisaje urbano y conferir al lugar un carácter de escenario del poder o centro político cortesano. De hecho, el palacio leonés se extendía sobre un amplio solar ubicado entre la Rúa de los Francos, vía obligada del paso de los peregrinos por la ciudad, y la nueva cerca o ampliación del recinto murado, levantado en torno a 1324. Su ubicación, no obstante, iba a contar con la notable limitación de carecer de un espacio abierto y adelantado de carácter escenográfico, como la plaza de los palacios de San Isidoro, que habría permitido una perspectiva más amplia y dirigida de la fachada, optimizando su valor representativo en compañía de un espacio apto para la celebración de actos protocolarios presididos desde el balcón principal. Estos ámbitos comenzarán a considerarse consustanciales a la imagen de los palacios reales en la Edad Moderna, siendo especialmente recomendados por la tratadística renacentista. Más difícil es precisar los límites norte-sur, ya que a lo largo de esa calle, paralelos a la cerca y anejos al solar real existieron desde el siglo XIV varios recintos palaciegos, cuyo verdadero origen desconocemos, si bien podría tratarse de todo un amplio conjunto áulico integrado por distintos edificios, que luego serían ocupados por la nobleza local. El único testigo de estas mansiones señoriales del siglo XIV, que aún permanece en pie, es la que fuera residencia de los Quiñones, hoy monasterio de monjas Concepcionistas, al que ya se ha hecho referencia20. Pero junto a ella, hacia el norte y por 20 Algunos

autores han planteado la hipótesis de que este palacio fuera la vivienda de don Fadrique, bastardo de Enrique II y Duque de Benavente. No obstante la tesis más aceptada considera que perteneció a Juana Enríquez, mujer del I conde de Luna, Diego Fernández de Quiñones, quien lo donó a su hija Leonor de Quiñones, fundadora del convento de la Concepción en el siglo XVI, adscrito a la orden Concepcionista creada por Beatriz de Silva. Sobre estos aspectos remitimos a C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ, “El monacato de la Concepción en León...”, pp. 323-339; P. J. LAVADO PARADINAS, “Arte mudéjar en el convento de las Concepcionistas...”; M. GÓMEZ MORENO, Catálogo, p. 291.

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lo tanto más próximos al núcleo del Palacio Real, existieron, al menos, otros dos edificios palaciegos, uno, el denominado por Gaya Nuño “casa morisca”, residencia durante el siglo XVIII de los condes de Peñaflor-Valdecarzana y, otro, el del Conde de Sevilla la Nueva21. En todos estos edificios figuraban ricas techumbres de madera, yeserías y elementos ornamentales de filiación mudéjar, lo que está en consonancia con el posible gusto y tendencia arquitectónica del cercano palacio de Enrique II. Es éste un dato que viene a sumarse a la hipotética configuración inicial de un conjunto áulico y cortesano integrado por diversas construcciones con funciones o destinatarios distintos, que jalonaban la calle de la Rúa en dirección norte–sur y que tendrían como centro neurálgico los palacios reales.

La estructura arquitectónica y la organización espacial del núcleo netamente regio medieval puede, a duras penas, adivinarse en el plano levantado en el siglo XVIII, referido a lo que entonces era el “cuartel de la Fábrica”22. En este documento, que recoge la planimetría de la planta baja, figuran las múltiples transformaciones efectuadas durante la Edad Moderna, pero todavía se conserva una parte importante de lo que en su día fue “palacio antiguo”, tal y como se señala de manera expresa en el documento original. Aunque la leyenda aparece sobre el patio grande y no encabezando el pitipié adjunto, parece que está haciendo referencia al conjunto de la planta que figura a la derecha del plano, en contraposición con la “obra nueba”, referida a las dependencias levantadas del otro lado de la cerca, edificación dieciochesca destinada, como veremos, a acoger buena parte de un proyecto fabril. Ello significaría que la puerta principal estaría en la línea de fachada de la acera occidental de la calle de la Rúa, aspecto éste del todo lógico. No obstante, también conviene advertir que la planta había sufrido diversas transformaciones durante las centurias precedentes, por lo que intentaremos distinguir éstas de las originales en el presente epígrafe y en los sucesivos. Como demuestra el documento gráfico, el cuarto delantero ofrecía en el siglo XVIII una cierta disposición irregular coincidente con la parte más cercana a la calle de la Rúa y, por lo tanto, con la zona de acceso. Fue en esta parte del edificio donde a partir del siglo XVI se ubicaron algunas dependencias como la cárcel y la audiencia, lo que contribuyó a la alteración de la fisonomía medieval, si bien siempre se trató de mantener aquellos elementos originales, como vanos interiores, portadas, techumbres y yeserías, que tenían cierta capacidad de evocación del glorioso pasado histórico del edificio. Muy difícil de comprobar resulta hoy si la portada principal original siguió el patrón de las que tanta fortuna tuvieron durante este periodo en el panorama de la arquitectura regia castellana –como las ya citadas de Tordesillas, Sevilla o Astudillo– o si, por el contrario, se aproximaba más a las goticistas que paralelamente erigieron en la propia capital leonesa familias como los Quiñones –caso de la del convento de las Concepcionistas, muy próxima al Palacio Real, o la del palacio de los condes de Luna–, si bien es probable que los gustos de Enrique II le acercasen a las primeras. En el siglo XVIII esta puerta principal daba paso a un zaguán rectangular que comunicaba con la cárcel real, revelando el hecho de que en el piso superior se ubicase el oratorio de la cárcel y la sala de la Audiencia que contaba con dos alturas. Además de esta puerta, existía otro acceso lateral que permitía la entrada de coches y carros en el primer patio, favoreciéndose así la segregación de recorridos para personas y bestias y vehículos, los cuales quizás entra-

21 Mª. L. PEREIRAS y Mª. D. CAMPOS, “De palacio medieval a edificio eclecticista...”, pp. 231-265.

22 AGS, MPD, IX-87, 1760. Plano de un cuartel de León. Bernardo Miguélez.

Palacio Real

Detalle del plano de la ciudad de León del Padre Risco, con indicación de la ubicación del Palacio Real.

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sen con dificultad a través de la portada principal. De esta forma se creaba un recorrido palaciego acorde con la relevancia del acceso y del propio edificio. En la primera puerta se situarían algunos miembros de la guarda real –que también custodiarían el recorrido representativo a su paso por el zaguán y el patio–, así como los porteros de cadena, que controlaban el acceso de los visitantes. Como señala Fernández de Oviedo en su Libro de la Cámara Real del Príncipe Don Juan e Officios de su Casa e servicio ordinario, en el que describe el funcionamiento de la etiqueta castellana, estos últimos oficiales tenían una gran importancia, pues en ocasiones podían llegar a permitir que algunas personas de inferior condición dejasen sus caballos en el zaguán si preveían obtener regalos de los mismos23. Por esa misma razón, el experimentado cortesano Antonio de Guevara recomendaba granjearse la simpatía de los distintos porteros de palacio, pues podían facilitar o complicar el acercamiento a la real persona: “Debe el cortesano tomar amistad con los porteros de cadena, porque dejen entrar en el zaguán a su mula; y lo mismo debe hacer con los porteros de la sala, porque traten bien a su persona... El que en Palacio no tiene a los porteros conocidos, y aun servidos, tenga por dicho que los de la sala se harán detener en el corredor, y los de la cadena apearse en el lodo. Con los porteros que son de cámara, hase de haber de otra más alta manera, es a saber, visitarlos y granjearlos, dándoles alguna sortija rica, y alguna pieza de seda, y si esto hace, ellos se meterán en la cámara y le procurarán con el Rey audiencia. A los ballesteros de mesa, no se pierde nada tenerlos contentos, y ganados por amigos, porque muchas veces nos pueden hacer lugar para llegar al Rey a negociar. Es tan dificultoso, y aun tan costoso, hablar a los príncipes, que si a todos estos que hemos dicho no tenemos ganados y servidos, antes que a Palacio vamos, darnos han con las puertas en los ojos, y tornarnos hemos a nuestras posadas corridos”.24

El zaguán de la puerta principal era rectangular y con dos puertas enfrentadas, algo no muy frecuente a la vista de la tradicional tendencia hispana a crear accesos descentrados, pervivencia que se mantuvo, incluso, en edificaciones renacentistas como el palacio de los Guzmanes de León, lo que pudiera aconsejar una transformación sobre la estructura primigenia. No obstante, conviene recordar que también los accesos al patio de la Montería de los reales alcázares de Sevilla contaron con una disposición similar, tal y como revela un plano de 1759 custodiado en el Archivo General de Palacio 23 G.

FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Libro de la Cámara Real del Príncipe Don Juan e Officios de su Casa e servicio ordinario, edición de J. M. ESCUDERO DE LA PEÑA, Madrid, 1870, pp. 124-125. 24 A. DE GUEVARA, Aviso de privados y doctrina de cortesanos, Valladolid, 1539, edición de Madrid, 1673, cap. 11, pp. 151-152.

Plano del Palacio Real según dibujo de 1760 (A.G.S. M.P.D. IX-87).

de Madrid25. En este sentido, es preciso señalar las concomitancias entre las plantas de los alcázares leonés y andaluz. Este último se extendió en profundidad concatenando los patios de la Montería, Palacio y Doncellas hasta derivar en los formidables jardines que le hicieron cobrar fama. El primero de ellos –el de la Montería, transformado a finales del siglo XVI– era oblongo 25 No sucede lo mismo con el acceso al Patio de las Doncellas, que era acodado, aunque aparezca enfilado

en el plano. De los dos primeros zaguanes que abrían el recorrido señalado, el primero era muy abierto, a modo de pórtico, recibiendo el nombre de “apeadero”; el segundo era un verdadero vestíbulo (V. LAMPÉREZ Y ROMEA, Arquitectura civil, t. I, p. 367). AGP, Planos, nº 5956. Este plano ha sido publicado con anterioridad por J. L. SANCHO, Op. cit., p. 623. En relación a los reales alcázares de Sevilla, véase la obra antes citada de José Luis Sancho, pp. 621-626, la bibliografía que adjunta; R. DOMÍNGUEZ CASAS, Arte y etiqueta, pp. 397-409; J. A. MORALES, “Los Reyes Católicos y los alcázares de Sevilla. De la Restauración a la renovación”, Los alcázares reales. Vigencia de modelos tradicionales en la arquitectura áulica cristiana, dir. M. A. Castillo Oreja, Madrid, 2001, pp. 129-144.

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Plano de Bernardo Miguélez con el Palacio Antiguo y la ampliación de la Fábrica de Hilados (A.G.S. M.P.D. IX-87).


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como el primer patio leonés, si bien este último gozó de una mayor regularidad. Era casi rectangular, alterado solamente en el extremo oriental de su lado norte por el citado acceso de carruajes, y en el occidental del sur por una prolongación paralela a la línea de fachada que conducía a una pieza que se dedicaba a cocheras. Sus lienzos estaban cerrados, salvo el septentrional, que contaba con un soportal que abría así al Mediodía una crujía que podría beneficiarse de los socorridos rayos solares durante los fríos inviernos leoneses. Es probable por tanto que sobre esta crujía, en el piso principal, se abriese una solana cerrada por ventanales, correspondiente en el siglo XVIII con piezas dedicadas a la vivienda de una familia. Al final de este soportal se encontraba la escalera principal, que se dibujó en el plano con dos tramos, en forma de L. Esta escalera era considerada de tal forma en el plano citado, aunque, como veremos más adelante, existía otra de antigüedad documentada en el extremo suroeste del patio principal. En cualquier caso, la principal fue rehecha en el siglo XVII y la otra, de ser de época bajomedieval, no gozaría, en principio, de la monumentalidad de las renacentistas. Podemos considerar a este primer patio, pues, como un espacio de servicio. En el mismo eje de la puerta principal, zaguán y sentido longitudinal del patio se situaba en el siglo XVIII el acceso al denominado “Patio grande”, que cumpliría el papel de patio de honor. A él se llegaba por medio de otro zaguán de puertas enfiladas, aunque no abiertas, en el centro de la pieza. El patio era espacioso y de planta rectangular, aunque no tan regular como quiere el plano que ahora comentamos, siguiendo las características hispano-musulmanas, con habitaciones precedidas de pórticos en los lados menores, y marcando un eje longitudinal, si bien en el plano citado figuran ya los cuatro lados porticados, posiblemente debido a reformas posteriores, en el siglo XVII. En todo caso, no hemos de olvidar la costumbre hispana de abrir galerías en los patios de las casas de los grandes señores, las cuales tanto admiraba Lorenzo Vital en torno a 151726. Uno de los aspectos más interesantes es la aparición de salas alargadas rematadas en los extremos en alcobas cuadradas, llamadas “quadras” o tarbeas. Subsisten en el palacio de Tordesillas, en el “patio del Vergel”, del que el modelo leonés tiene ciertos ecos en tamaño y disposición, y también en otros muchos ejemplos hispanos, como el primitivo palacio del Infantado de Guadalajara o el de Fuensalida en Toledo27. Habitualmente estos espacios estaban cubiertos con 26 “...subió (Carlos V) una escalera para alcanzar una hermosa y ancha galería que daba la vuelta en los cua-

tro sentidos de la casa, como en ese país (Castilla); y eso suele ser allí muy corriente, principalmente en las casas de los señores y grandes, los cuales tienen espacios cuadrados y descubiertos en el centro de la casa, de tierra o pavimento, a manera de un patio; y alrededor, en alto y en bajo hay anchas galerías para pasearse por ellas en seco y a cubierto del sol...” (Cf.: J. GARCÍA MERCADAL, Viajes de extranjeros por España y Portugal desde los tiempos más remotos hasta comienzos del siglo XX, t. I, Valladolid, 1999, p. 720). 27 Véase para el caso del Toledo de finales del siglo XV el estudio de las cuadras realizado por J. PASSINI, Op. cit., pp. 73-77.

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techumbres de madera, de las que en León se custodian algunos fragmentos. En torno a estos patios en ocasiones aparece la qubba para uso doméstico, a modo de capilla y oratorio privado. En el caso leonés se alude a una pequeña capilla del palacio en la documentación de los siglos XVI y XVII, sin que se especifiquen detalles que puedan clarificar el tema, ya que en la mayor parte de las referencias tal espacio sacro está ya relacionado con la cárcel instalada en las antiguas dependencias palaciegas, como más adelante se hará mención. En todo caso, parece más que probable que el palacio original contase también con algún oratorio o capilla, habida cuenta de la tradicional presencia de este tipo de espacios en nuestras casas reales medievales. Según ese mismo plano de Bernardo Miguélez, los cuatro lienzos del patio estaban cerrados y contaban con una crujía de sótano y otra de entresuelo. Los pisos de la altura principal mantenían aún una jerarquía más elevada, dedicándose a vivienda. La crujía oriental fue tabicada con posterioridad a la creación del patio, delimitando así su extremo septentrional para algún fin que requería mayor independencia. Este espacio, no obstante, quedaba comunicado con el resto de la crujía por medio de una puerta. A través de él se podía acceder a una espaciosa pieza que en el plano se dedicaba a despensas, comunicadas a su vez con una sala ubicada por detrás de la crujía norte, que se reservaba para cuadras en su piso bajo y a pasadizo de comunicación en el alto. Entre las despensas y el zaguán del Patio Grande se encontraba la caja de la escalera principal, a la que se tenía acceso desde la crujía oriental, si bien la única escalera del siglo XIV de la que tenemos constancia gráfica –cubierta con una armadura de esa época– es la que se emplazaba, hasta su destrucción a mediados del siglo XX, en el extremo suroeste del Patio Grande. Al sur de la crujía meridional, hacia el actual convento de las Concepcionistas, se encontraban los corrales y el jardín. Por último, la occidental limitaba con la cerca de la ciudad, y tenemos constancia de que mantenía buena parte de la apariencia del palacio original. En ella se abrían dos puertas que conducían a las citadas tarbeas que facultaban el paso tanto a la sala principal intermedia como a las dependencias laterales, prolongadas éstas por la línea de la cerca más allá de los límites norte y sur atribuidos en el plano al palacio. En el siglo XVIII se operaron en esta crujía y en la cerca sendos postigos, en la línea de la crujía sur, que permitían el acceso desde este “palazio antiguo” a la “obra nueba”. Su presencia puede constatarse en las fotografías del Archivo de la Comandancia de Obras de Valladolid, a las que nos referiremos más adelante.

La estética mudéjar. Revestimientos y armaduras La desaparición del Palacio Real de León complica aún más la dificultosa tarea de estudiar y entender un edificio. No sobran los indicios gráficos

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y escritos con los que hemos de intentar esta reconstrucción virtual, y escasos son asimismo los restos materiales que nos han llegado e incluso las aportaciones de las prospecciones arqueológicas. Sin embargo, resulta paradójico que, frente a la falta de elementos estructurales –exceptuadas algunas de sus armaduras de madera–, contemos con más restos o referencias a sus revestimientos ornamentales. Son por ello este tipo de trabajos una fuente de especial valor para el estudio del Palacio, pues son testimonio material del mismo, parte integrante de su decoración y un índice válido para datar y relacionar algunas de sus partes, tanto en el plano funcional, como en el constructivo y estético. Dichos trabajos, como venimos apuntando de manera reiterada, aparecen ciertamente imbuidos de la tradición mudéjar, concepto éste que ha venido siendo objeto de debate y matización desde el siglo XIX28, y que, más allá de su correcta aplicación etimológica o étnica en cada caso concreto, representa un aprecio palmario por la tradición artística hispanomusulmana entre las elites cristianas, aprecio que se mantendría bien vivo en el contexto de la arquitectura palacial hasta el siglo XVI, especialmente en la recreación de interiores suntuosos, que contrastaban con la tendencia a presentar exteriores desornamentados dentro de una concepción arquitectónica bastante hermética e introvertida. En este sentido, los fragmentos y piezas procedentes del Palacio Real, conservados en el Museo Arqueológico Nacional y en el Museo de León, demuestran que éste contó con ricas techumbres, portadas y arcos decorados con yeserías. Algunos de estos elementos fueron conservados en su emplazamiento primitivo durante varios siglos, hasta que desaparecieron en el siglo XX víctimas de la picota. De ellos nos han llegado cierto número de referencias, tanto textuales como gráficas, destacando por su calidad un arco de yeso proveniente del palacio de Enrique II que fue donado al Museo Arqueológico Nacional, donde se instaló en 187129. De la Rada y Delgado lo descubrió, en el transcurso de unas investigaciones en las que también par-

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Arco procedente del Palacio de los Reyes, León. (Museo Arqueológico Nacional). Fotos: M.A.N.

28 J. A. DE LOS RÍOS, El estilo mudéjar en arquitectura, Madrid, 1872; J. FERNÁNDEZ JIMÉNEZ, “De la arqui-

tectura cristiana a la mahometana”, El arte en España, t. I, Madrid, 1862, p. 11-16, 21-23 y 274-280; P. DE MADRAZO, “De los estilos en las artes”, La Ilustración española y americana, t. II, 1888, pp. 262-263, 295-298 y 330-331; V. LAMPÉREZ Y ROMEA, Historia de la arquitectura cristiana española en la Edad Media, t. II, Madrid, 1909, edición facsímil de Valladolid, 1999, p. 539; A. DE LA CALZADA, Historia de la arquitectura española, Barcelona, 1933, p. 122 y ss.; J. DE CONTRERAS, marqués de Lozoya, Historia del arte hispánico, t. II, Barcelona, 1934, p. 43 y ss.; F. CHUECA GOITIA, Invariantes castizos de la arquitectura española, Madrid, 1947; L. TORRES BALBÁS, Arte almohade, arte nazarí, arte mudéjar, en Ars Hispaniae, vol. IV, Madrid, 1949; G. BORRÁS GUALIS, El arte mudéjar, Teruel, 1990; M. VALDÉS FERNÁNDEZ, “Arte hispanomusulmán, albañilería románica y arquitectura románica en los reinos de León y Castilla”, Actas del Congreso Internacional de restauración del ladrillo, Valladolid, 1999, pp. 25-36; T. PÉREZ HIGUERA, “Los alcázares y palacios hispano-musulmanes: paradigmas...,”. Sobre este tema, además de los estudios regionales y locales, recomendamos igualmente la consulta de los Simposios Internacionales de Mudejarismo, así como la obra de A. R. PACIOS LOZANO, Bibliografía de arquitectura y techumbres mudéjares 1857-1991, Instituto de Estudios Turolenses, 1993. 29 J. D. RADA Y DELGADO, “Arco del antiguo palacio de los reyes y fragmentos..”, p. 513; J. D. RADA Y DELGADO, “Arco del antiguo palacio de los reyes...”; R. ALVAREZ DE LA BRAÑA, “San Marcos de León”, p. 62.

ticipaban Velázquez Bosco y Álvarez de la Braña, en la parte exterior de una de las paredes del Patio Grande, debiendo proceder al picado de los sucesivos revocos que lo cubrían para contemplar su maestría30. Esta ubicación, que es la misma que la del arco descubierto en 1990 en el patio del Vergel de Tordesillas, es coherente con el valor representativo del patio como espacio público, y se repetía con cierta frecuencia en patios y claustros conventuales de la arquitectura mudéjar medieval, como la toledana, donde este 30 J. D. RADA Y DELGADO, Ibidem.

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tipo de arcos con yeserías de composiciones de ataurique enfatizaban los accesos a portales, escaleras y, muy especialmente, a palacios –entendidos éstos bajo la acepción comentada– y cuadras. El interés de De la Rada por el hallazgo y el pertinente permiso del comandante militar del entonces cuartel de la Fábrica, permitieron entonces el traslado del arco a Madrid –no sin las quejas, quizás tardías, de algunos eruditos leoneses–, encargándose de las labores de limpieza y extracción el citado Velázquez Bosco. Se trata de un arco de herradura e intradós angrelado, de amplia luz y altura destinado, sin duda, para uno de los salones principales del conjunto cortesano (3,95 metros de ancho por 5,15 de alto). Intradós del arco procedente del Palacio Real. (Museo Arqueológico Nacional). Foto: M.A.N.

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Catalogado y datado inicialmente como obra del siglo XV, hoy se considera como claro ejemplo de yeserías de la segunda mitad del siglo XIV, coincidiendo con el momento constructivo del primitivo palacio leonés31. Esta última adscripción cronológica se sustenta en sus características formales y temática ornamental. En él se combinan el lazo de ocho con el de doce, presenta rosetas agallonadas de ocho y almenillas dentadas con hoja disimétricas, vainas y ataurique. Según se describe en la antigua ficha del catálogo del Museo Arqueológico Nacional: “en algunos medallones lleva palabras árabes en caracteres africanos: ‘La gloria de Dios’ (Al-azza lillahu), ‘la felicidad de Dios’ (Al Yumn lillahu). En el medallón e imposta dice: ‘El honor constante, el imperio perpetuo para Dios’ (Al azza-I-gayim, al Mulk-I-dayim lillahu)”32. Junto con este arco se trasladaron al mismo museo nacional otros cuatro fragmentos de yeserías, posiblemente de la misma procedencia, y de características formales análogas, en las que también figuran inscripciones en caracteres cúficos, donde se lee “El imperio de Dios” (Al-Mulk-lillahu). Inicialmente estos restos estuvieron bajo el patrocinio de la Real Academia de San Fernando, que las donó a la citada institución33. La lengua en que estaba escrita este epígrafe vuelve a delatar la mano musulmana de este tipo de labores tan finas, las cuales debieron envolver con suntuosidad y preciosismo las piezas más destacadas del palacio, labores que sin duda no pudieron llevar a cabo talleres locales. Estas yeserías, y, en general, el modelo de vano, no fueron privativos, como hemos dicho, del ejemplo leonés sino que respondían a una tipología constructiva muy extendida en palacios y alcázares cristianos del siglo XIV, así como en casas más modestas y recintos conventuales. Así sucedió en Tordesillas, donde el salón oriental conserva aún hoy un magnífico arco de herradura angrelado, muy similar a los modelos sevillanos y toledanos34. 31 R. REVILLA, Patio árabe del Museo Arqueológico Nacional, Madrid, 1932, p. 52; A. FRANCO MATA, “Arte

medieval cristiano leonés...”. En el catálogo inicial de este museo figura la pieza como Nr. 445-117 arco original restaurado en yesería que perteneció al palacio de los Reyes (Enrique II) de León. Tras describir los medallones y sus inscripciones se fechaba como obra del siglo XV. Citado por P. J. LAVADO PARADINAS, “Arte mudéjar en el Convento de las Concepcionistas...”, p. 367. 32 Este texto figura en P. J. LAVADO PARADINAS, “Arte mudéjar en el Convento de las Concepcionistas...”, p. 367. Las traducciones ofrecidas por A. FRANCO MATA en “Arte medieval cristiano leonés...”, p. 56, y Museo Arqueológico Nacional. Edad Media, Madrid, 1991, pp. 95-96, son: “La gloria es atributo de Alá”; “La felicidad procede de Alá”, en el intradós; “La gloria es eterna, el imperio perpetuo para Alá”, en las impostas. 33 P. J. LAVADO PARADINAS, “Arte mudéjar en el convento de las Concepcionistas...”, p. 367. También fueron catalogadas inicialmente como obra del siglo XV. Sus medidas son 0’56 metros de largo por 0’38 de ancho. 34 Las yeserías de Tordesillas son obra de los años 1360. Para algunos autores están relacionadas con Toledo, en concreto con la casa palacio de Ruy López Dávalos, el patio del convento de San Isabel y la Sinagoga del Tránsito (B. PAVÓN MALDONADO, Arte toledano. Islámico y mudéjar, Madrid, 1973, p. 176; C. RALLO GRUSS y J. C. RUIZ SOUZA, “El palacio de Ruy López Dávalos y sus bocetos inéditos en la Sinagoga del Tránsito. Estudio de sus yeserías en el contexto artístico de 1361”, Al-Qantara, XX (1999), pp. 287-290;34 Ú


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También las magníficas yeserías de Astudillo fueron realizadas en torno a 136135. Por su parte, Toledo, referente de otros muchos centros castellanos en el siglo XIV, incorporó asimismo labores de ornamentación a sus antiguos palacios, como sucedió en los conocidos como de Galinana, que desde el siglo XV habitaban Alvar Pérez de Guzmán y su esposa Beatriz de Silva y que, más tarde, fueron establecimiento de la primera fundación de la orden Concepcionista en aquella ciudad, como lo será el de los Quiñones, en el caso leonés36. En el caso de las piezas que ahora tratamos, Lavado Paradinas las ha relacionado con algunas obras del palacio sevillano de Pedro I, los arcos de yeso del Museo Diocesano de Sigüenza y el arco de yeso del Museo Arqueológico de Burgos37. No son éstos, sin embargo, los únicos restos de este tipo que conservamos del Palacio Real. También en el Museo de León existen otros fragmentos de arcos y yeserías del siglo XIV. Unos pertenecían al palacio de los Condes de Luna, con detalles de clara filiación toledana y ornamentación gótica, mientras que otros posiblemente correspondan a edificio palaciego de Enrique II38. Aun así conviene recordar que la procedencia de éstas y otras piezas que ingresaron en el Museo Arqueológico a finales del siglo XIX presentan en ocasiones dudas sobre la identidad de su procedencia real. Allí se encuentran, en estado incompleto, un panel geométrico decorado con ataurique, un vano o chimenea y diversos fragmentos sueltos (números de inventario 2812, 2753 y 0293, y 2744, respectivamente). La chimenea es una pieza conformada por arco angrelado con nudo en la clave. En la franja superior presenta un recuadro rectangular orlado por líneas de círculos, tarjas con ataurique y vainas de labor digitada y anillada. Todavía se aprecian restos de una composición de rombos y hojas disimétricas almohades, aun-

Ú C. GARCÍA FRÍAS CHECA, “El palacio mudéjar de Tordesillas..”, p. 97). Para otros su influencia es sevillana

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(L. TORRES BALBÁS, “El baño de doña Leonor de Guzmán en el Palacio de Tordesillas” Al-Andalus, 1959, p. 414), mientras que en ocasiones se han relacionado con el arte nazarí de Granada, llegando a establecer la posibilidad de que hubieran sido realizadas por los mismos artífices granadinos hacia 1359-62, debido a la estrecha relación entre Pedro I y Muhamed V (P. J. LAVADO PARADINAS, “Mudéjares y moriscos en los conventos de clarisas de Castilla y León”, Simposio Internacional de Mudejarismo, Zaragoza, 1996, pp. 398-399; J. C. RUIZ SOUZA, “Santa Clara de Tordesillas. Nuevos datos para su cronología y estudio. La relación entre Pedro I y Muhamed V”, Reales sitios, 130 (1996), pp. 37-38). 35 P. J. LAVADO PARADINAS, “El palacio mudéjar de Astudillo...”, pp. 579-599. 36 B. MARTÍNEZ CAVIRÓ, Mudéjar toledano. Palacios y conventos, Madrid, 1980, pp. 26-31; T. PÉREZ HIGUERA, “Palacios de Galiana”, Arquitecturas de Toledo, Toledo, 1991, t. I, pp. 343-346; J. PASSINI, Op. cit. Sobre la fundación de la orden Concepcionista y la figura de Beatriz de Silva remitimos a los trabajos publicados en Actas del I Congreso Internacional La orden Concepcionista, León, 1990, vol. I, de V. GARCÍA LOBO, “Documentos en torno a la fundación de la Orden Concepcionista: Estudios diplomáticos”, pp. 119-141; A. PRIETO PRIETO, “Documentos en torno a la fundación de la Orden Concepcionista: Estudios jurídicos”, pp. 141-159; P. GUERIN BETS, “Teoría, hipótesis y otras cosas sobre la estancia de Santa Beatriz de Silva en Toledo”, pp. 179-187. 37 P. J. LAVADO PARADINAS, “Restos artísticos mudéjares en Sigüenza”, Actas del I Encuentro de Historiadores del Valle de Henares”, Guadalajara, 1988, p. 390; IBIDEM, “Arte mudéjar en el Convento de las Concepcionistas...”, p. 367. 38 R. REVILLA, Patio árabe del Museo Arqueológico.., p. 49; M. GÓMEZ MORENO, Catálogo, I, p. 172.

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Chimenea procedente, probablemente, del Palacio Real de León. (Museo de León). Foto: Imagen M.A.S.

que sólo en el lado derecho, pues el resto no se llegó a labrar. Por sus características puede ser datada en la segunda mitad del siglo XIV, aunque también aquí existen ciertas dudas sobre su procedencia. En efecto, para la mayoría de los historiadores procede del Palacio Real; para otros, sin embargo, correspondería al cercano convento de la Concepción39. Por su parte, Gómez Moreno, cita una análoga en la que él denomina “casa morisca” de la calle de la Rúa número 44, es decir la de los Condes de Peñaflor, donde, por nuestra parte, tenemos constancia documental de que en el siglo XVIII existía una buena chimenea de yeserías, aunque algo deteriorada40. En todo caso, sin poder aportar mayor luz al tema, hemos de considerarla como un elemento más que viene a sumarse al repertorio de piezas 39 A.

NIETO, Guía histórico descriptiva del Museo Arqueológico Provincial de León, Madrid, 1925, p. 43, o M. BRAVO GUARIDA, Op. cit., la consideran proveniente del cuartel de la Fábrica, es decir del Palacio Real. De la misma opinión es P. J. LAVADO PARADINAS, “Arte mudéjar en el Convento de las Concepcionistas...”, pp. 362 y 368. Sin embargo, la atribuye al convento de la Concepción: J. Mª. LUENGO, “Notas sobre lo morisco en la arquitectura civil de León”, B.S.E.E, LII (1948), p. 127. Por su parte, L. A. GRAU LOBO, Guía-Catálogo de las piezas. Museo de León, Valladolid, 1993, pp. 119-120, mantiene la posibilidad de ambas procedencias. 40 M. GOMEZ MORENO, Catálogo, p. 291. Se hace eco de sus datos J. A. GAYA NUÑO, La Arquitectura española en sus monumentos desaparecidos, Madrid, 1961, pp. 111-112. Mª. L. PEREIRAS y Mª. D. CAMPOS, “De palacio medieval a edificio eclecticista...”, pp. 231-265.

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de características mudéjares, fechadas en el siglo XIV, provenientes de los conjuntos residenciales señoriales que existían en la misma calle contiguos al núcleo del Palacio Real. A todo ello habríamos de sumar igualmente los arcos descubiertos a principios del siglo XX y de los que nos da cuenta Álvarez de la Braña. Parece que no se pudo hacer nada por la conservación de ninguno de ellos, hecho especialmente lamentable en el caso del aparecido en el ala meridional, que contaba con la inscripción que certificaba la construcción del Palacio bajo la autoridad de Enrique II. Añade igualmente este autor que “en el momento de escribir estas líneas (1905) se nos participa haberse encontrado, al abrir un hueco para ventana en el ala de Poniente, un arco de herradura con alicatados en su intradós y sobrias labores esculpidas en las enjutas del arrabá”41. Dicho arco arrancaba del piso principal del alcázar, teniendo 4,5 metros de luz en su altura y quedándole todavía 1,30 para llegar a los emplazamientos del techo de la antigua sala. Sus características vuelven a enfatizar la estética mudejarizante del edificio y su ubicación corrobora que, al menos en esta zona, se mantuvieron hasta entrado el siglo XX parte de las estructuras del primitivo palacio. Sabemos también de la existencia en el Palacio de otros revestimientos de paramentos interiores, aunque sea de forma indirecta. Tal es el caso de los alicatados ahora citados, que deben corresponderse, por el tipo de arco y su ubicación, con los del arco descrito por Risco, en el que figuraba una inscripción con la fecha de 1377, como año de la construcción del Palacio. Como ya citamos anteriormente, recogía la siguiente leyenda: “Estos palacios mandó hacer el muy alto y muy noble y muy poderoso Señor Don Enrique, que Dios mantenga. Acabáronse en la era de mil y quatrocientos y quince años”42. La inscripción recuerda a aquella otra ubicada en la entrada del Alcázar de Sevilla, donde se informa del patrocinio de Pedro I y su conclusión en 136443. Desgraciadamente, la leonesa había desaparecido en el último tercio del siglo XIX, lamentando Rada que la pieza, junto con “otra multitud de importantísimas lápidas han ido a servir para cimientos a muros de modernas edificaciones, no habiendo sido extraños, para mayor desdicha, a tal profanación, hombres que parece debieran estar dedicados, porque en ellas profesaban, al cultivo del Arte y de la Historia”44. 41 R. ÁLVAREZ DE LA BRAÑA, “San Marcos de León”, p. 62. 42 M. RISCO, España Sagrada, XXXVI, p. 38. 43 “El mui alto et mui poderoso e mui conquerido Don Pedro por la grazia de Dios rey de Castilla et de León

mandó fazer estos alcázares e estos palacios e estas portadas, que fue fecho en la era de mill et quatrocientos y dos” (V. LAMPÉREZ Y ROMEA, Arquitectura civil, t. I, p. 500). 44 J. D. RADA Y DELGADO, “Arco del antiguo palacio de los reyes y fragmento de otro que perteneció al de los condes de Luna en León que se conservan hoy en el Museo Arqueológico Nacional”, Mensajero leonés, 30 de marzo de 1905; M. BRAVO GUARIDA, Op. cit., p. 70. Por su parte, E. DÍAZ-JIMÉNEZ Y MOLLEDA, Historia del Museo Arqueológico, pp. 24-25, da cuenta de la donación, por parte del Gobierno Militar, a la Comisión de Monumentos de “algunos azulejos, descubiertos en el cuartel de la Fábrica, Palacio de los Reyes en León”, en 1883.

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En esa misma zona occidental, situado sobre el tramo de la muralla que se pretendía derribar a mediados del siglo XX, en un pasillo de 0,8 m. de anchura por 8 de largo que corría sobre la propia cerca, llegaron a conservarse tres bóvedas en una longitud de metro y medio45. También allí permanecieron unas pinturas consistentes en “un león rampante o en un castillo, en encarnado y pintado sobre cal, y en la parte central de los rectángulos a imitación de baldosines en el zócalo del pasillo, cuya altura de zócalo es de 1,50 metros, se encuentra desconchado en su mayor parte, y por consiguiente con desaparición completa de ella y en el resto apenas visibles por su mal estado, ofreciendo duda de si en efecto pertenecieron al Palacio”. Miguel Bravo ya se había referido a ese “friso pintado con castillos y leones en un estrecho pasillo sobre la muralla”, sin duda perteneciente a una de las partes conservadas más antiguas y representativas del antiguo Palacio Real. Lástima que el entonces presidente de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de León, contradiciendo el juicio del arquitecto conservador de la Dirección de Bellas Artes, considerase que “no ofrece interés alguno la conservación del trozo correspondiente al edificio del llamado Cuartel de la Fábrica”. Con todo, el capítulo más interesante, por el número y calidad de sus restos, quizás sea el referido a las techumbres de madera que cubrían las dependencias principales, algunas de cuyas piezas guarda el Museo de León. Este interesante capítulo ha sido objeto de un minucioso estudio realizado recientemente por García Nistal, quien ha relacionado las piezas con otras obras palaciegas castellanas de la segunda mitad del siglo XIV y de la centuria siguiente, marco que constituye el periodo de mayor esplendor de la carpintería de lo blanco mudéjar46. Las techumbres fueron siempre motivo de especial cuidado y de constante reparación en etapas posteriores a su realización. Su carácter ostentoso y rica decoración las convertían en perfecto sistema de cubrición para los espacios destinados a ser expresión del poder. De la Rada y Delgado tuvo oportunidad de ver in situ algunas de estas obras en 1873, atestiguando la existencia entonces, “en una de las grandes salas que aún subsisten, si bien en camino de una rápida destrucción, preciosísimo techo pintado de estilo mudéjar en su mejor periodo”47. La permanencia de esta pieza fue igualmente señalada en 1885 por la Comisión de Monumentos de León, momento en que el Gobierno Militar cedía al citado organismo los “techos mudéjares del cuartel de la ciudad”48 –el cuartel de la Fábrica, antiguo Palacio Real–, y nueva45 AHML, Secretaría, obras municipales, expte. “Cerca del arrabal de León”, nº 4, 1944. 46 J. GARCÍA NISTAL, Op. cit., pp. 127-143. Agradecemos la colaboración ofrecida por don Joaquín García

Nistal (Universidad de León) en este estudio. 47 J. D. RADA Y DELGADO, “Arco del antiguo palacio de los reyes...”, pp. 513-514. 48 B.P.L., Inventario de la Comisión de Monumentos de León, expedientes e informes, nº 615, p. 26, Cfr.: J.

GARCÍA NISTAL, Op. cit, 127-143.

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Piezas de lazo ataujerado, procedentes del Palacio Real. (Museo de León). Foto: J. Pérez Gil.

mente en 1889 por López Castrillón, quien la describe como “riquísimo techo de madera de estilo mudéjar, pintado y dorado con el mejor gusto, correspondiente a un gran salón”, además de volver a alertar sobre su ruina inminente49. Para 1924 Bravo Guarida no podía más que hacerse eco de las descripciones de Castrillón –quizás aquel riquísimo techo había sido ya entregado a la Comisión de Monumentos, aunque no consta en los catálogos del Museo de León50–, pues tan sólo quedaba en el edificio “el techo de madera en la escalera del fondo del patio, que conserva la preciosa armadura mudéjar de lacería, medio encalada”, cuya permanencia nosotros hemos podido documentar gráfica y documentalmente hasta mediados del siglo XX51. 49 F.

Fragmento de uno de los almizates procedentes del Palacio Real. (Museo de León). Foto: J. Pérez Gil.

CABEZA DE VACA QUIÑONES Y GUZMÁN, Resumen de las políticas Ceremonias con que se gobierna la noble, leal y antigua ciudad de León, cabeza de su gobierno, León, 1669, edición de J. LÓPEZ CASTRILLÓN, León, 1889, pp. 28-30. 50 E. DÍAZ-JIMÉNEZ Y MOLLEDA, Historia del museo arqueológico; A. NIETO, Op. cit. 51 M. BRAVO GUARIDA, Op. cit., p. 74.

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Harneruelos procedentes de dos armaduras del Palacio Real. Foto: AR.CO.

Armadura de pares del Palacio Real antes de su desmonte. Foto: AR.CO.

En efecto, en 1944 quedaba en el vetusto y maltrecho edificio del cuartel de la Fábrica un “artesonado de lacería”, ubicado en la caja de la escalera del ángulo suroeste y que se encontraba ya en un lamentable estado, razón por la cual la Comisión de Monumentos reclamaba su inmediato traslado al Museo Arqueológico Provincial52. Las fotografías exhumadas en los archivos municipal y militar nos permiten conocer estos restos antes y después de su desmonte. Sin embargo, según García Nistal, los fragmentos custodiados al día de hoy en el Museo de León sólo se corresponden con los que se observan en las segundas fotografías, mientras que nada se sabe del paradero de los de las primeras –la armadura de la escalera–, que pudo quizás derrumbarse o demolerse y perderse. Asimismo, y según las conclusiones del estudio citado, los dos fragmentos del Museo de León deben pertenecer a dos cubiertas diferentes, cuya ubicación primigenia nos resulta hoy muy difícil de asegurar, aunque se rescatarían de las estructuras antiguas que aun que-

daban en pie53. De esta forma, desaparecidos o en paradero desconocido los restos de las armaduras del salón y de la escalera, estos últimos conocidos gracias a la documentación fotográfica, sólo han llegado hasta nosotros los fragmentos actualmente conservados en el Museo de León, traídos desde el Palacio entre 1944 y 1948. Sin embargo, y a pesar de esta variedad, el profesor García Nistal ha explicado que todas las armaduras a las que pertenecieron los citados restos, perdidos o conservados, correspondientes a cuatro cubiertas diferentes, responden a un mismo modelo estructural y decorativo, concentrándose este último en el almizate y repitiéndose invariablemente en los cuatro ejemplos. Se trata de armaduras de pares caracterizadas por la aplicación de la técnica apeinazada, el uso de agramillado en el papo de sus integrantes, racimos de mocárabes coronando el centro del almizate –conocemos la fisono-

52 AHML, Secretaría, obras municipales, expte. “Cerca del arrabal de León”, nº 4, 1944; AR.CO. Agracemos

al Dr. Valderas Alonso la facilitación del primer expediente citado.

53 De esta forma, no sería correcta la suposición de J. Mª. LUENGO, Op. cit., cuando afirmaba en 1948 que

habían sido trasladados al Museo Provincial los “notables artesonados que descubrió el señor Bravo, al ser derribada hace poco la última parte que del palacio restaba”. Según García Nistal, los fragmentos no habrían llegado a ese destino, o al menos no se conservan allí en la actualidad.

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Armadura de limas moamares con solución de cinta y saetino, en una de las salas del Palacio. Foto: AR.CO.

Racimo de mocárabes antes y después de su desmonte, procedentes del Palacio Real. Foto: AR.CO.

mía de uno de ellos– y fosillas gallonadas, todos ellos elementos constructivos y ornamentales que pueden adscribirse perfectamente a la segunda mitad del siglo XIV. La labor de lazo reticular de la que hacen gala integra en sus almizates una decoración geométrica basada en el encadenamiento de estrellas de ocho puntas y lacillos de cuatro. Es éste un trazado geométrico que puede verse asociado a numerosas obras de los siglos XIV y XV, patrocinadas por la propia monarquía castellana o por comitentes afines a ella. Tal es el caso de la cubierta de la sinagoga del Tránsito en Toledo, encargada por el tesorero de Pedro I, Samuel Haleví, de la conservada en las denominadas “casas de San Antolín”, también en Toledo, propiedad de la familia de Diego Gómez de Toledo, o de otros ejemplos propiamente regios, como las armaduras de los palacios de Tordesillas y Astudillo54. El hecho de que el Palacio Real de León pueda documentar al menos cuatro armaduras de madera destinadas a otras tantas estancias diferentes, aunque con características comunes, nos da una idea del lujo que primitivamente debió envolver los interiores del mismo, habida cuenta de las escasas estructuras que se conservaban en el siglo XX, y nos hace suponer que pudieron ser realizadas por los mismos maestros carpinteros, venidos de latitudes más meridionales, bajo un encargo integral y ciertamente ambicioso. Son todas ellas armaduras de pares que, gracias al estudio de García Nistal, nos

ofrecen más datos sobre las salas que cubrían. La correspondiente a la escalera era de limas moamares, contaba con tres paños y formalmente presentaba una sección cuadrada, dotada de cuadrales y aguilones en los ángulos de la misma. Cubría una superficie de 6,12 x 6,12 m. –cálculo éste que confirman los planos conservados– y su labor de menado, unida al preciosismo del racimo de mocárabes, debió producir un rico efecto ornamental a través del contraste de sombras generado por las oquedades y biselados55. Respecto a los fragmentos del Museo de León, éstos pertenecieron a dos armaduras de par y nudillo, de tres paños y sección rectangular. Tales techumbres cubrieron dos espacios diferentes que tendrían una anchura igual a la anterior, de 6,12 m., lo que nos lleva a concluir que provendrían del mismo sector suroccidental, posiblemente de los corredores anejos al patio. Por último, procedentes también del Palacio Real, se custodian en el Museo de León una quincena de tableros de decoración geométrica muy irregular generada por medio de la técnica ataujerada. Sus características plantean serios interrogantes sobre su función primitiva, y su cronología, más tardía en nuestra opinión, nos aconseja tratar su comentario en un epígrafe posterior.

54 J. GARCÍA NISTAL, Op. cit., pp. 127-143.

55 Aplicando las proporciones empleadas en la carpintería de lo blanco, el almizate se sitúa a 2/3 de la altura

de los pares y ocupa 1/3 del ancho a cubrir, el número de peinazos de cada almizate es 6; puesto que, existe una proporción cercana a la calle y cuerda, el número de gruesos que integran el almizate es de 18 y el del ancho de toda la cubierta es 54. El grueso del par o cuerda mide 9’5 y la calle 24’5, por lo que el ancho total de la estancia que cubrían estas cubiertas era de 6’12 m.

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La Huerta del Rey Otro de los aspectos interesantes del antiguo palacio leonés es la incorporación de un amplio espacio ajardinado y huerta, que se extendía dentro y fuera del recinto murado y que estaba regada por el agua proveniente de la presa de San Isidro, que discurría hacia las alamedas de San Francisco y San Claudio. Desde sus comienzos, el conjunto regio estaba dotado de abundante agua, al menos así lo demuestra César Álvarez al citar un texto de 8 de agosto de 1390, en el que el obispo Alerazo, el deán y el cabildo, así como jueces y regidores y hombres buenos de la ciudad de León, redactan las ordenanzas sobre la Presa del Torío para esta ciudad que cae en el Bernesga. Entre las razones que alegan se afirma que el agua es muy necesaria “especialmente para los palacios de nuestro señor rey e la huerta e alberca de los dichos Palacios”56. Como en tantos ejemplos similares de los palacios y alcázares medievales de Toledo, Córdoba o Sevilla, este anexo o huerta se conocía como “Huerta del Rey” y así siguió denominándose en León durante toda la Edad Moderna57. Su ubicación y disposición extramuros, así como la denominación, recordaban la huerta de los viejos palacios de los reyes de León en San Isidoro, a la que ya hemos hecho referencia. Sin embargo, en esta ocasión sabemos que era un espacio de recreo y de cultivo de frutales y plantas, que tenía bastantes puntos en común con el concepto de vergel o con el modelo de jardín-huerta, cercana quizás a los “caños de Carmona” de Sevilla, también anejos a la muralla58, o los de los citados palacios de Galiana y del alcázar toledano, asimismo extramuros y cercanos al río Tajo59. No tenemos noticias fehacientes sobre la existencia de fuentes y de un jardín doméstico en el patio del palacio medieval leonés, aunque algunos datos correspondientes a los siglos XVI y XVII así parecen indicarlo60, repi56 C.

ÁLVAREZ ÁLVAREZ, La ciudad de León, p 135, publica el documento del ACL, 5672, que nosotros hemos incorporado según figura en este trabajo. 57 En apartados posteriores correspondientes a la Edad Moderna se hará referencia a este tema. La introducción de espacios ajardinados fue común incluso en otros palacios coetáneos enraizados en otras tradiciones estéticas, como el ya citado de Olite (Navarra), donde Carlos III creó magníficos espacios ajardinados, introduciendo incluso animales exóticos que constituían un auténtico zoológico (J. MARTÍNEZ DE AGUIRRE, Arte y Monarquía, pp. 139-185). 58 M. VERA, C. HERRERA y F. AMORÓS, “La huerta del rey. El espacio y sus usos a través del tiempo”, Sevilla extramuros: la huella de la historia en el sector oriental de la ciudad, Sevilla, 1998, pp. 105-148. 59 En Toledo, la Primera Crónica general y la Crónica de los Reyes de Castilla cita el “verxel que diximos del rey”, denominado en los Anales Toledanos: la Huerta del rey. Sobre estas citas y este tema véase: T. PÉREZ HIGUERA, Paseos por el Toledo del siglo XIII, Madrid, 1984; C. DELGADO VALERO, Toledo Islámico. Ciudad, Arte e Historia, Toledo, 1987; M. A. LADERO QUESADA, “Toledo y Córdoba en la Baja Edad Media. Aspectos urbanísticos”, Rev. Instituto Egipcio de Estudios Islámicos, Madrid, t. XXX (1998), pp. 181-219. 60 A lo largo del siglo XVI se mencionan varias referencias a los “caños” y fuentes del Palacio Real, pero no podemos asegurar que correspondan a etapas anteriores. Así, en 1577 se acuerda que se “repare el agua que sale del caño de los palacios reales y que no bierta hacia la çerca y vaya conduçida por donde suele”; en 1593 se pagan de las penas de Cámara los gastos de aderezo de la fuente y caños de los palacios rea-60 Ú

Uno de los patios de los Reales Alcázares de Sevilla. Foto: M.D. Campos.

tiendo el esquema habitual en otros ejemplos análogos del siglo XIV, como el patio del Vergel, en el palacio de Tordesillas. No obstante, la huerta y el conjunto de espacios ajardinados del edificio leonés continuaron siendo motivo de atención prioritaria en el siglo XVI para el Consistorio local, por entonces encargado de su cuidado y conservación por designación real. Es ésta una preocupación que, atendiendo a las mermadas arcas municipales, sólo se entiende como obligación hacia la Corona y como deseo de perpetuar, para “que no venga en disminución”, un recinto valorado, no solo por sus características de recreo y ornato, sino como expresión de la magnificencia regia, tal y como lo dispusieron los regidores de León, en 1559, al contratar al hortelano Diego Hernández, para “benefiçiar una huerta en el patio e sitio postrero de los palacios reales que Su Magestad tiene en la calle de la Rúa... a donde está la fuente de tales palacios”61. Este tipo de labores

Ú les (AHML, L. Ac., 19 de julio de 1577, caja 38, f. 411r; L. Ac., 3 de abril de 1593, caja 41, f. 176v). Por

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otra parte, en el plano de 1806 (IHCM, SH. LE-2/14) se representa un pozo o aljibe en el centro del patio principal, así como diversas canalizaciones paralelas a la cerca (IHCM, SH. LE-2/12) en otro de 1869. 61 AHML, L. Ac., 31 de junio de 1559, caja 35, leg. 4, f. 87 r y v.

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prosiguieron en décadas sucesivas, tratando siempre de mantener en óptimas condiciones las conducciones de agua encargadas de regar la huerta y abastecer el edificio62. En consecuencia, el conjunto áulico respondía a los esquemas derivados de las fábricas mudéjares, y ciertos elementos recordaban a las lujosas dependencias y alcázares reales de la Baja Edad Media hispana. Se comprende así que a la vista de lo poco que se conservaba de aquellos palacios leoneses, en 1873, Rada y Delgado afirmara con nostalgia que era digno rival del célebre alcázar del rey don Pedro en Sevilla63.

La consolidación de un entorno palaciego y cortesano en la calle de la Rúa Como ya hemos señalado, junto a los palacios reales, en la calle de la Rúa, se alzaban otros edificios residenciales levantados posiblemente en la misma época y con parecidas características constructivas, a juzgar por los testimonios que de ellos nos han llegado. Era éste un barrio pujante ya a mediados del siglo XIV, pero no cabe duda de que la presencia del palacio de los reyes debió brindarle un renovado prestigio, consolidando así su carácter palaciego y otorgándole una distinguida jerarquía en el contexto de la ciudad, a pesar de extenderse extramuros de la primitiva cerca. Según hemos anotado en páginas anteriores, en las inmediaciones del actual convento de Concepcionistas, fechado en el siglo XIV, donde los elementos mudéjares alternan con otros de factura gótica, tenemos constancia de la existencia de otra casa, hoy desaparecida, calificada de “morisca” por Gaya Nuño y datada por Gómez Moreno en esa misma centuria64. Nosotros hemos podido identificar esta morada con la que en el siglo XVIII correspondía a los condes de Peñaflor-Valdecarzana, en el solar que actualmente ocupa el inmueble colindante con el convento de la Concepción. Allí el arquitecto Torbado levantó en 1909 el actual edificio de viviendas, tras destruir las viejas estructuras medievales y modernas65. La antigua residencia de los Condes de Peñaflor-Valdecarzana fue ampliamente reformada durante 1725 por el maestro de obras Manuel González 62 AHML, L. Ac. caja 35, leg. 4 f. 347r; AHML, caja 36, leg. 6, f. 87r. En marzo de 1561 se acuerda en Con-

sistorio que se aderece y desagüe la Huerta del Rey, que está bien de agua. El 2 de marzo de 1562 se compró un huertecillo ubicado junto a la Huerta del Rey para ampliarla. 63 J. D. RADA Y DELGADO, “Arco del antiguo palacio de los reyes y fragmentos de otro que perteneció al de los Condes de Luna de León...”, pp. 513-528. 64 J. A. GAYA NUÑO, Op. cit., p. 112. Aunque editado en 1925, el texto de M. GÓMEZ MORENO, Catálogo, p. 292, fue escrito en 1905, razón por la que este historiador pudo contemplar la casa antes de que fuera demolida en 1909 para levantar el actual inmueble. Su testimonio es uno de los pocos que avalan la antigüedad de este edificio que Gómez Moreno fecha en el siglo XIV ateniéndose a las características de sus yeserías, techumbre y portadas. 65 Mª. L. PEREIRAS y Mª. D. CAMPOS, “De palacio medieval a edificio eclecticista...”, pp. 231-265.

Portada de la casa de la calle la Rúa, realizada por Juan Crisóstomo Torbado en 1909. Foto: J. Pérez Gil.

Posada, quien recibió por su trabajo 6.820 reales66. En las condiciones otorgadas para la ejecución de las obras de reparación de ese año figuran las descripciones de elementos y estructuras arquitectónicas correspondientes a la primitiva edificación medieval. La planta de la casa configuraba un amplio rectángulo de 93 pies de fachada a la calle de la Rúa por 260 pies de 66 AHPL, Protocolos de Manuel de La Bandera, caja 576, le. 991, ff. 12r-14v. Documento publicado en Mª.

L. PEREIRAS y Mª. D. CAMPOS, “De palacio medieval a edificio eclecticista...”, pp. 231-265.

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fondo67. Esta superficie se organizaba en torno a dos patios y a una huerta ubicada en la parte posterior de la vivienda, cercana a la muralla, prolongación de la Huerta del Rey de los colindantes palacios reales y regada como ésta por una noria que sacaba el agua de la presa que por allí discurría. La distribución de espacios interiores anotados en el citado documento del siglo XVIII recuerda los esquemas residenciales y señoriales de la Edad Moderna, con patio porticado con corredores, en torno a los cuales se organizaban las dependencias domésticas, reservando el piso superior del “cuarto” principal de la fachada para las habitaciones más nobles. No obstante, el palacio de los condes de Peñaflor conservaba todavía en 1725 algunos elementos que nos remiten a su origen medieval y que lo acercan al mundo de tradición mudéjar y gótica. Así, por ejemplo, los pilares que sostenían los corredores del patio principal eran de piedra con fuste ochavado y zapatas de madera. Los del segundo patio eran de ladrillo pero con similares características68. El primer patio disponía de “cuartos” bajos, en cuyo lado de Poniente se alzaba el denominado “salón baxo”, con ventanas de celosía de madera, que servía de comunicación o paso al segundo patio, en un esquema que de nuevo recuerda a la primitiva disposición mudéjar de Santa Clara de Tordesillas. Como también tenían ciertos ecos del edificio vallisoletano el “salón viejo” y la sala principal del corredor superior de la casa leonesa, un espacio alargado, rematado en alcobas de planta cuadrada, o tarbeas, que se describe en el siglo XVIII como “de mucha altura y latitud, con techumbre de vigas y quartonajes labrado todo a esquadra y cordales”, y que fue dividido en 1725 en dos salones diferentes. A él se entraba por dos buenas portadas abiertas hacia el corredor, que fueron movidas de su lugar original, no destruidas, para servir de acceso a las nuevas salas. Posiblemente fueran éstas las que Gómez Moreno califica como “portaditas de yesería morisca, muy encaladas”, en la galería alta de la casa69. En esos aposentos señoriales se documentan también la existencia de una chimenea decorada con ricas yeserías, techumbres de alfarjes, otras labradas y guarnecidas de zinta y saetín y en algunos casos, como la de la sala de la torre, guarnecida de zaquizamí70. Si todo lo anterior nos trae ecos de los gustos mudéjares, la portada principal de este edificio de nuevo nos plantea ciertas dudas sobre su posible

EL PALACIO DE LA CALLE DE LA RÚA Y LA CONFIGURACIÓN DE UN ENTORNO ÁULICO

vinculación al antiguo conjunto cortesano del siglo XIV. Morfológicamente era de clara factura gótica, muy similar a la coetánea del palacio leonés de los Condes de Luna y a la del anejo convento de la Concepción, hasta el siglo XVI también vinculado al linaje de los Quiñones. En palabras de Gómez Moreno tenía arco rebajado con capiteles de follaje, repisa con un fraile leyendo y en el tímpano describe tres emblemas heráldicos: “un escudo de armas reales coronado, otro, de león rampante y orla de águilas bajo yelmo con un cordero por cimera y el otro acuartelado, con leones y lirios”71, blasones que este historiador confiesa desconocer para identificar su correspondencia nobiliaria. Sin más información resulta ciertamente complicado identificar la titularidad de estos escudos. El cuartelado de leones y lises suele vincularse a los Alonso o Alfonso, descendientes de Alfonso IX y Doña Teresa Gil de Soverosa72. El último de los referidos quizás sea una variante de las armas de los Valencia –cuartelado de leones y águilas–, descendientes del infante Don Juan, rey de León. Mayor evidencia de la tradición mudéjar y de los esquemas constructivos del siglo XIV nos ofrece el actual convento de monjas Concepcionistas, único testimonio que resta del conjunto de residencias señoriales y cortesanas que se extendían a lo largo de la calle de la Rúa. De la primitiva fábrica de los Quiñones subsiste la portada de arco apuntado, muy similar a la anterior y a la del palacio de los Condes de Luna. La fachada está enmarcada por dos torres y se remata por un corredor volado de madera, sobre canes y vigas, de características mudéjares, aunque parte de su factura, ornamentación y heráldica corresponden al siglo XV o comienzos del siglo XVI73. Al ser convertido en recinto conventual el edificio experimentó ciertas transformaciones, alterando su fisonomía externa, como se observa en la cabecera de la iglesia, levantada sobre uno de los ángulos torreados de la fachada74. Del análisis anterior se deduce que la calle de la Rúa había pasado a ser en el siglo XIV el nuevo escenario áulico de la ciudad, cuyos edificios ofrecían una imagen novedosa de la monarquía, en consonancia con los nuevos aires culturales y artísticos. Los palacios reales fueron por ello el mejor referente de la representación del poder regio dentro del marco urbano, una idea que se perpetuará durante los siglos posteriores a pesar de los cambios institucionales de la Modernidad.

67 Así se anota en AHPL, Catastro de Ensenada, 8.280, fol. 628. En este mismo documento se establecen los

límites del inmueble y se indica que tiene planta alta y baja, huerta y un corral frontero a la casa, es decir, al otro lado de la calle. Por entonces rentaba 400 reales al año. No residían en este edificio los dueños, sino vecinos que lo tenían en alquiler. 68 M. GÓMEZ MORENO, Catálogo, p. 292, afirma que tenía doce columnas ochavadas muy altas, delgadas y con capiteles lisos que soportaban zapatas de madera apareadas moriscas, de bulboso remate. Lo mismo de deduce de la descripción del documento de 1725: AHPL, Protocolos de Manuel de La Bandera, caja 576, le. 991, ff. 12r-14v. En él se dice: “Los pilares del primer patio son de piedra..., los pilares de ladrillo que reciven los corredores del segundo patio amenazan mucha ruina a causa de estar muy carcomidos y desmoronados por el pie...”. 69 M. GÓMEZ MORENO, Catálogo, p. 292. 70 Mª. L. PEREIRAS y Mª. D. CAMPOS, “De palacio medieval a edificio eclecticista...”, pp. 231-265.

71 M. GÓMEZ MORENO, Catálogo, p. 292. 72 F. DE CADENAS Y VICENT, CONDE DE GAVIRIA, Heráldica en piedra de la ciudad de León, Madrid, 1969, p. 37. 73 El alicer doble con temas vegetales góticos, y los escudos con la heráldica de los Quiñones y las armas rea-

les: cuartelado de castillos y leones, se han datado en el siglo XV. Entre ellas se intercala, no obstante, otro escudo: de azur, tres flores de lis de plata sobre ondas de agua de plata y azur; bordura de gules, con el cordón de San Francisco. Esta bordura, aunque fue usada por ramas de muchos linajes nobles de la época, podría vincular estas armas a la época conventual del edificio. Las pinturas del alero se datan a comienzos del siglo XVI: P. J. LAVADO PARADINAS, “Arte mudéjar en el Convento de las Concepcionistas...”, p. 361. 74 La iglesia fue realizada de nueva planta por Juan del Ribero Rada en el último tercio del siglo XVI. J. RIVERA, La arquitectura de la segunda mitad del siglo XVI en la ciudad de León, León, 1984, pp. 121-133.

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Hasta el momento nos hemos referido al Palacio Real de León atendiendo a su acepción arquitectónica. Sin embargo, ese mismo concepto de “palacio” –que, como quedó explicado, se revela ciertamente polisémico–, puede aplicarse igualmente a la institución que lo habitaba, aspecto que pretendemos desarrollar ahora a fin de aproximarnos a lo que fue la vida en el mismo. Esta ambivalencia es fruto de la íntima interferencia entre continente y contenido, y tiene su punto de encuentro en los usos dados al edificio por sus inquilinos. En este sentido, guarda también ciertas similitudes con el concepto de “Corte”, que es tanto “el lugar do es el Rey e sus vasallos e sus oficiales”1, como el contingente humano que la sigue. La Corte, a su vez, ha de ser diferenciada de la “Casa del Rey”, la cual se compone de una serie de oficiales al servicio del monarca, los cuales irán acentuando con el paso del tiempo su carácter doméstico2. En la Alta y Plena Edad Media, la Corte de los reinos que constituirían la futura Corona de Castilla se componía del denominado Officium Palatinum3 –institución de origen visigodo, formada por magnates laicos y alto clero, que asesoraba al monarca– y de los oficiales de la Casa real4. Alfonso X examinó en sus Partidas y en el Espéculo la nómina de sus oficiales, entre los 1 Las

Escena venatoria con San Juan el Hospitalario, del Tríptico de la Adoración de la Sala Capitular de la Catedral de Burgos. Fotos: P&B.

Siete Partidas, II Partida, título IX, ley XXII, edición facsímil, Madrid, 1985, vol. III, de la de Gregorio López, Salamanca, 1555, fol. 29r. 2 J. DE SALAZAR Y ACHA, Op. cit., pp. 42-46. 3 C. SÁNCHEZ ALBORNOZ, “El palatium regis asturleonés”, art. cit.; M. A. LADERO QUESADA, “Los alcázares reales...”, pp. 11-35; A. ISLA FREZ, “El officium palatinum visigodo...”, pp. 823-848. 4 A. GAMBRA, Op. cit., pp. 499-527; B. F. REILLY, Op. cit., pp. 174-182; J. DE SALAZAR Y ACHA, Op. cit., pp. 27-42.


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que se encontraba un capellán mayor5, un canciller6, consejeros7, ricoshombres8, notarios9 y escribanos10, todos ellos dedicados a los servicios de poridad del Rey. Otros oficiales eran los amesnadores11 –guardia personal del rey–, físicos12 –que guardaban “la vida e la salud a los omes desviándoles las enfermedades”–, los oficiales que servían al soberano “en su comer y en su beber”13 –que tenían una consideración privilegiada en la Corte, castigándose su deslealtad “como quien faze vna de las trayciones mayores que ser pueden”–, repostero14 –encargado el primero de custodiar los efectos personales del Rey, así como su fruta, sal, cuchillos “e algunas cosas otras que son de comer” –, camarero15 –que guarda la cámara donde se aposenta el rey, su lecho, los paños de su cuerpo, sus arcas y escritos–, despenseros16 –que expenden los dineros de las compras–, porteros17 y aposentador real18, este último encargado de repartir los aposentos de la Corte. Por último, diferenciaba el rey sabio un tercer grupo de oficiales “que han de servir” al monarca. Entre ellos se encontraba el alférez19 –considerado como el más importante de estos oficiales–, mayordomo mayor20 –que “tanto quiere dezir como el mayor de casa del Rey”, quien supervisa las despensas de la Corte–, jueces del rey21 –que dirimen los pleitos de la Corte–, adelantado del Rey22 –“sobrejuez” que recibe los recursos de los juicios–, justicia23 o alguacil, mandaderos del Rey24 –legados o correos–, “adelantados que son puestos por la mano del rey en las comarcas”25 –representantes del rey, de rango superior al de los merinos–, merinos mayores26 –con la misma autoridad que el adelantado si es nombrado por el Rey–, almirante27 –caudillo de la 5 Partida II, título IX, ley III, ff. 21v-22r; Espéculo, edición de G. MARTÍNEZ DÍEZ, Ávila, 1985, libro II, títulos

XII-XV, pp. 150-176. 6 Partida II, título IX, ley IV, fol. 22r-v. Espéculo, libro II, títulos XII-XV, pp. 150-176. 7 Partida II, título IX, ley V, fol. 22v-23r. 8 Partida II, título IX, ley VI, fol. 23r. 9 Partida II, título IX, ley VII, ff. 23r-v. Espéculo, libro II, títulos XII-XV, pp. 150-176. 10 Partida II, título IX, ley VIII, ff. 23v-24r. Espéculo, libro II, títulos XII-XV, pp. 150-176. 11 Partida II, título IX, ley IX, fol. 24r. Espéculo, libro II, títulos XII-XV, pp. 150-176. 12 Partida II, título IX, ley X, ff. 24r-v. Espéculo, libro II, títulos XII-XV, pp. 150-176. 13 Partida II, título IX, ley XI, fol. 24v. 14 Partida II, título IX, ley XII, ff. 24v-25r. 15 Ibidem. 16 Partida II, título IX, ley XIII, fol. 25r.

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Marina–, y almojarifes28 o recaudadores. De menor categoría, aunque también ocupando un “grant logar”, eran otros oficios de la casa del rey, como coperos, cocinero mayor, panadero, ballesteros o halconeros29. De todos estos oficiales se esperaba un servicio leal, discreto y competente. Los que ostentaban cargos de importancia juraban ante el monarca por medio de una ceremonia vasallática en la que se constataba su fidelidad hacia su señor natural30. Se ratificaba así su empeño en su cometido, así como la supremacía del princeps sobre los súbditos, incluidos los de más alta alcurnia. Este último es el cometido último de los ritos, más o menos complicados, de los ceremoniales cortesanos: envolver la acción más intrascendente en una teatralidad que amplifique su dignidad e importancia, así como su legitimidad31. En el Espéculo se recogen los estrictos formalismos que había de cumplir todo súbdito en presencia del soberano. Quedaba terminantemente prohibido que cualquiera de éstos se detuviese a su par o delante de él si no era solicitado por el monarca. “E si estas dos cosas que dixiemos non deue ninguno fazer, quanto más assentarsse más alto quél o assentarsse delante dél despaldas o tornarle las cuestas o en ssiendo el rrey pararsse alguno en pie ssobrél para fablal con él, o de otra guisa ninguna que ssemeie desdén”32. Si el rey estaba de pie habían de levantarse todos los presentes, en la iglesia no podía haber nadie entre él y el abad a las horas –salvo quien las leyese–, nadie podía acercarse a él ni asemejarse en su posición cuando montaba a caballo, cuando descabalgaba debían hacer lo mismo los presentes, se prohibía cabalgar su corcel, si abandonaba una pieza se prohibía salir delante de él o muy cerca suyo, se consideraba delito acostarse junto a él sin su permiso o tomar su ropa de cama, y era tenida por “muy grant osadía de ssaltar nin de pasar ssobre ssu lecho e mayormiente quando el rey y ioguiesse”33. Se establecían, así, un buen número de convenciones que mediante evidentes señales de respeto y la creación de un espacio personal infranqueable, reconocían su superioridad con respecto al resto de vasallos y buscaban garantizar su seguridad. A las dignidades y privilegios privativos del monarca, se sumaba de esta forma el respeto y veneración que otorgaba su distanciamiento y la cierta sacralidad de su condición de ungido por la gracia divina. Sus bienes, mue-

17 Partida II, título IX, ley XIV, fol. 25r. 18 Partida II, título IX, ley XV, fol. 25r.

29 Espéculo, lib. II, título XIII, leyes VIII-IX, pp. 160-162.

19 Partida II, título IX, ley XVI, fol. 25v. Espéculo, libro II, títulos XII-XV, pp. 150-176.

30 “...fincando los ynojos ante el Rey e poniendo las manos entre las suyas, e jurando a Dios primeramente,

20 Partida II, título IX, ley XVII, ff. 25v-26r. Espéculo, libro II, títulos XII-XV, pp. 150-176. 21 Partida II, título IX, ley XVIII, fol. 26r-v. Espéculo, libro II, títulos XII-XV, pp. 150-176. 22 Partida II, título IX, ley XIX, fol. 26v. Espéculo, libro II, títulos XII-XV, pp. 150-176. 23 Partida II, título IX, ley XX, ff. 26v-27r. Espéculo, libro II, títulos XII-XV, pp. 150-176. 24 Partida II, título IX, ley XXI, fol. 27r. 25 Partida II, título IX, ley XXII, fol. 27v. 26 Partida II, título IX, ley XXIII, ff. 27v-28r. Espéculo, libro II, títulos XII-XV, pp. 150-176. 27 Partida II, título IX, ley XXIV, fol. 28r-v. 28 Partida II, título IX, ley XXV, fol. 28vr.

e después a él como su señor natural...” (Partida II, título IX, ley XXI, ff. 28v-29r). LISÓN TOLOSANA, La imagen del rey: monarquía, realeza y poder ritual en la Casa de los Austrias, Madrid, 1992, pp. 115-170, ha definido desde un punto de vista antropológico la etiqueta palaciega como “una pieza en una máquina o contexto organizado bajo el mismo aspecto e idéntica capacidad: expresar el carácter sagrado de una persona única, excepcional, realzar su divinidad”. Sobre estos valores de los ceremoniales cortesanos, véase también J. M. NIETO SORIA, Ceremonias de la realeza. Propaganda y legitimación en la Castilla Trastámara, Madrid, 1993, pp. 15-26. 32 Espéculo, libro II, título II, leyes III-VI, pp. 125-126. 33 Ibidem. 31 C.

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bles y raíces, tenían carta de inviolabilidad34, y el respeto hacia su esposa la reina y sus hijos debía ser el mismo que el dispensado hacia su persona, pues cualquier agravio sobre éstos repercutía en la honra y status del mismo35. Este trato se hacía extensible al personal de la cámara o “Casa” de la reina, formada por mujeres y oficiales masculinos, tales como canciller, capellanes o escribanos, siendo el mayordomo “el más onrrado omne de casa de la rreyna”36. Las damas de su servicio, religiosas y seglares, debían “ser apartadas e guardadas de vista e de baldonamiento de los omes malos e de las mugeres”37, a fin de preservar la honra del rey y la reina. El delito de hallar a hombre honrado con una dama en la Casa de la reina era pagado con la muerte o el destierro, o bien con la sustracción de la mitad de sus bienes, “mas si aquella con quien fiziesse el yerro fuesse ama, que diesse la teta a alguno de los fijos del Rey o cobigera que seruiesse a la Reyna cotidianamente guardándole sus paños o sus arcas, faría trayción conoscida el que con ella yoguiesse en casa de la Reyna”38, luego la pena sería irremediablemente la ejecución. Asimismo se castigaba duramente a quien osase espiar a las dueñas desde los tejados o a través de los agujeros de las paredes, y con mayor severidad si en esas casas se encontraba la reina39. El palacio era, pues, un verdadero templo que no podía ser profanado, era la casa de aquél que gobernaba por la gracia divina y, como tal, estaba revestida de una cierta sacralidad. Este ceremonial de origen visigodo, que había sido restaurado por Alfonso II en la monarquía asturiana40, fue mantenido en la Corona de Castilla a lo largo de la Edad Media hasta la entrada de la Casa de Austria41. Fue entonces 34 Estaba

terminantemente prohibido robar, herir o matar su ganado, bestias, aves o perros (Espéculo, lib. II, título XIV, leyes VIII-IX, p. 168). Incluso quien se refugiaba en la casa del Rey, si no había caído en traición contra la Corona, no podía ser sacado de ella por la fuerza, salvo que se solicitase permiso antes al justicia, que era un representante regio (Partida II, título XVII, ley II, fol. 54r; Espéculo, lib. II, título XIV, ley IV, pp. 166-167). 35 Partida II, título XIV, leyes I-II, ff. 42v-43r. Es más, en el Espéculo, libro II, título I, ley XI, p. 122, se afirma que “quien no guarda la poridad del rey es traidor”. Véase también: Ibidem, libro II, título III, leyes I-III, pp. 127-129. 36 Espéculo, lib. II, título XV, leyes XI-XII, p. 175. 37 Partida II, título XIV, ley III, fol. 43r. El término baldonamiento puede entenderse como “injuria”, pero S. DE COVARRUBIAS, Tesoro de la lengua castellana o española, Madrid, 1611, edición de Barcelona, 1998, identifica la voz “baldonada” con “la muger pública, que es común a todos por vil precio”, citando como autoridad las propias Partidas. 38 Partida II, título XIV, ley IV, fol. 43v. En el Espéculo, libro II, título XV, ley VIII, p. 173, se aclaran cuáles son los límites de la Casa de la Reina “porque algunos entenderíen que... non era ssinon de las puertas adentro o ella posaua”. Así pues, “casa de la rreyna es quanto a esta guarda toda la villa o ella es u otro lugar o ella ffuese en yermo o en poblado o viniendo en ssu rrastro o en su conpana o enviándolas a otro logar o estudiessen de morada”. 39 Espéculo, lib. II, título XV, ley IX, p. 174. 40 “E instituyó en Oviedo (Alfonso II), en todo, tanto en la Iglesia como en el Palacio, el orden que los godos habían tenido en Toledo” (Crónica Albeldense, en J. E. CASARIEGO, Crónicas, pp. 37-38). 41 En la Corona de Aragón Pedro IV había dado en 1344 la Ordenación que reglamentaba la etiqueta palatina, minuciosa compilación en cuatro libros que especificaban las ceremonias y las funciones de sus setenta cargos (V. LAMPÉREZ Y ROMEA, Arquitectura Civil, pp. 206-207).

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cuando el ceremonial de la Casa Ducal de Borgoña, aplicado por Felipe I y en el que se crió su hijo Carlos V, sustituyó al castellano. Del primero tenemos más noticias gracias a la redacción de las etiquetas de palacio, un reglamento interno que regía todo lo tocante al trabajo de cado uno de los oficiales regios. Para el estudio del segundo sólo contamos con las conclusiones de la documentación histórica, así como con el muy valioso Libro de la Cámara Real del Príncipe Don Juan e Officios de su Casa e servicio ordinario, redactado por Gonzalo Fernández de Oviedo hacia 1547 para dar a conocer al príncipe Felipe –futuro Felipe II– las costumbres del ceremonial castellano42. Con la excepción del reciente trabajo de Salazar y Acha43, los estudios sobre etiqueta de la Corte castellana en el periodo bajomedieval son escasos y enfocados a aspectos parciales, habiéndose concentrado la mayor parte de las publicaciones en el reinado de los Reyes Católicos44. Los cargos más importantes de la Casa real recaían entonces en las grandes familias nobiliarias del reino, en muchas ocasiones con carácter hereditario, si bien era frecuente que fuesen desempeñados por un teniente, prestando servicio directo los titulares sólo en eventos señalados. Como sucedía en el siglo XIII, el mayordomo mayor era el oficial más importante de la Casa, encargándose de supervisar los gastos y la labor de los empleados de ésta. Dirigiendo la cámara de cada miembro de la familia real, que representa “lo último e más secreto de su servicio”45, había un camarero mayor ayudado por diversos mozos de su oficio. Por debajo de él, y ocupándose del cuidado personal de las reales personas había oficiales como físicos que vigilaban su salud, por ejemplo, examinando cada mañana su orina46, reposteros de camas, barberos o zapateros. El maestresala era quien organizaba el servicio de la mesa, que se presentaba como un ceremonial especialmente relevante cuando los monarcas comían en público. En la Corte de los Reyes Católicos existían cocinas independientes para el rey y la reina. Las viandas eran preparadas por el cocinero mayor, que se ayudaba de los mozos de cocina, y contaba también con la colaboración de oficiales como el despensero o el panadero. En la mesa, dispuesta y servida por reposteros de mesa y de plata, así como por los oficiales de cerería, que suministraban las velas, los monarcas comían y bebían 42 G. FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Op. cit. 43 J. DE SALAZAR Y ACHA, Op. cit. 44 F. DE LLANOS Y TORRIGLIA, En el hogar de los Reyes Católicos, Madrid, 1946; Mª. C. SOLANA VILLAMOR,

Cargos de la Casa y Corte de los Reyes Católicos, Valladolid, 1962; J. DE SOTTO Y MONTES, “Guardias palacianas y escoltas reales de la monarquía española”, Revista de Historia Militar, nº 37 (1974), pp. 7-51; J. M. NIETO SORIA, Op. cit.; R. DOMÍNGUEZ CASAS, Arte y etiqueta, pp. 201-251. 45 G. FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Op. cit., pp. 53-56. 46 G. FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Op. cit., p. 180. El 22 de noviembre de 1529 los físicos de la Emperatriz escribían a Carlos V dándole cuenta del nacimiento del infante don Fernando, muerto un año después, así como de los detalles del parto (M. FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, Corpus documental de Carlos V, t. I, Salamanca, 1973, XLVIII, p. 182; Vid. también: Ibidem, CCXX-CCXXIII, pp. 545-549).

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Escena cortesana del tapiz de Fonseca. (Catedral de Palencia). Foto: Norberto.

auxiliados por otros empleados, como el copero o el trinchante, siempre bajo la atenta mirada del maestresala47. El de caballerizo mayor era otro de los cargos más importantes dentro del organigrama de la Corte castellana, habida cuenta de la gran movilidad de la misma y del decisivo papel desempeñado por el caballo en el transporte, la guerra, la caza y el ocio. Contaban además los Reyes Católicos con un acemilero mayor, que “tiene çierto número de azémilas, e provee las que son menester para la Cámara e Despensa e Cozina e Plata e Botillería, e para los otros offiçios ordinarios de la Casa Real; e manda quáles han de yr al monte por leña para la Cozina e brasa, e quáles han de yr por bastimentos e cosas nesçesarias, con paresçer del mayordomo e veedor”48. Sobre el aposentador mayor recaía un cometido de envergadura: “dar las posadas a la gente que va en compañía del rey, reyna o príncipe”49. Para ello debía adelantarse a la llegada de ésta, acompañado de otros aposentadores y dos o tres alguaciles50, y disponer todo lo necesario, procurando asegurar el buen funciona47 G. FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Op. cit.; F. DE LLANOS TORRIGLIA, Op. cit., pp. 33-39. 48 G. FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Op. cit., pp. 161-162. 49 H. DE CELSO, Reportorio vniversal de todas las leyes destos reynos de Castilla, abreuiadas y reduzidas en

forma de reportorio decisiuo, por el doctor Hugo de Celso: en el qual allende de las addictiones hechas por los doctores Aguilera y Victoria, y por el licenciado Hernando Díaz fiscal del consejo real, Medina del Campo, 1553, ff. XXXIV-v-XXXV-r. 50 G. FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Op. cit., pp. 158-159. La misión de los alguaciles era la de “escusar escándalos y ruidos, e allanar las posadas, e favoresçer a los aposentadores, e hazer guardar lo que aposentan e ordenan e cumplir sus mandamientos”.

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miento y comodidad de la Casa de los Reyes, la asignación de alojamientos igualmente decorosos para los principales cargos cortesanos y que no surgiesen problemas entre anfitriones y huéspedes. Solana Villamor estudió la documentación del reinado de los Reyes Católicos existente en la sección de las “Quitaciones de Corte” del Archivo General de Simancas. A partir de la misma elaboró una nómina del personal asalariado de la Casa de los monarcas, en la cual recoge la presencia de amos, aposentadores, ayos, camareros, cancilleres, cirujanos, consejeros (del Consejo Real), contadores, cronistas, donceles, escribanos, físicos, guardas, maestresalas, maestro de los caballeros, mayordomos, notarios, oficial de los encabezamientos, oidores, relator y refrendario, reposteros, secretarios y tesoreros51. Muchos de estos cargos, y de otros que no figuran en la anterior relación, se multiplicaban en función del número de Casas independientes abiertas por la familia real: del Rey, de la Reina, del Príncipe o de las Infantas. De esta forma, la Corte se presentaba como una institución integrada por un ingente número de personas, muchas de ellas ajenas a la familia real o a su servicio personal. El Palacio era el principal centro de poder del reino y en él convergían actividades diversas, políticas, diplomáticas, religiosas, lúdicas, así como una multitud de cortesanos, advenedizos y mendigos que buscaban algún tipo de beneficio. Tal y como estipulaban las Ordenanzas Reales52, en las propias dependencias de Palacio –en la Sala del Consejo Real– se celebraban diariamente las reuniones del Consejo Real. Era ésta una institución político-administrativa y jurídica compuesta de un obispo –que ocupaba el cargo de presidente–, tres caballeros y ocho o nueve jurisconsultos. Las recepciones de legados, las audiencias judiciales –celebradas todos los viernes– y otras solemnidades como banquetes de importancia o velatorios tenían lugar en la Sala Real, denominada también, según el lugar geográfico, “Sala Rica”, “Salón del Trono”, “Tinell”, etc. Además, si contaba con un balcón a la calle, éste podía servir de palco para presidir actos públicos, como ajusticiamientos o juegos de cañas. El 24 de enero de 1495 Jerónimo Münzer y sus compañeros tuvieron ocasión de asistir en Madrid a uno de los actos públicos que los reyes celebraban en la sala real. Se les anunció que serían “recibidos en la cámara real. Entraron los reyes en ella para tener la audiencia pública. Venía el rey a la derecha; la reina, en medio de él y el príncipe; los tres vestían trajes negros de luto y su continente era grave y majestuoso. Subieron al trono, sentáronse y nos llamaron. Después de besarles la mano y arrodillado en un cojín de tela de oro, dije la siguiente arenga, allí mismo improvisada...”53. Acabada la exposición, “los reyes, que entienden muy bien la len51 Mª. C. SOLANA VILLAMOR, Op. cit. p. 161. 52 Ordenanzas Reales de Castilla, edición de A. DÍAZ DE MONTALVO, Madrid, 1872, lib. II, título III. 53 J. GARCÍA MERCADAL, Viajes de extranjeros por España y Portugal desde los tiempos más remotos hasta

comienzos del siglo XX, Valladolid, 1999, t. I, pp. 378-380.

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gua latina, pero que hablan rara vez por causa de la ceremonia de palacio, mandaron que nos contestase a un prior de la orden del Espíritu Santo...”. En el caso del Palacio Real de León, las escasas referencias documentales con las que contamos, así como el hecho de que las principales labores artísticas aplicadas, como armaduras de madera, yeserías o alicatados, se encontrasen en torno al patio grande, especialmente en su lado occidental, nos llevan a pensar que era allí donde se ubicaban las piezas de representación y de los reyes, en su planta noble. Se trataría, pues, de una disposición similar a la que presentan otros palacios bajomedievales con influencias de raigambre mudéjar, como el vallisoletano de la familia Vivero, con su “sala rica” en la crujía frontera al acceso desde la calle, aunque ya de finales del siglo XV54. Como sucediese en la Corte de Alfonso X, y se mantuviese aún en el siglo XV, las damas contaban con su propio aposento en Palacio. Pero hacia 1497 su número rozaba la centena, y buena parte de ellas habían de aposentarse fuera, en otras casas cercanas. Estaban protegidas por el “guarda de las Damas” –cargo que Domínguez Casas supone creado hacia 149555–, y contaban con el servicio de un “maestresala de las Damas” y un portero propio. En 1495 el alemán Jerónimo Münzer exponía cómo “hasta no ha mucho, cuando el rey estaba ausente, la reina dormía con sus doncellas y con los chiquillos; pero ahora, cuando acontece ausencia de su esposo, duerme con sus hijas y con algunas dueñas”56. La razón de esta costumbre estribaba en “conservar incólume la reputación de su honestidad, pues la gente de Castilla es harto suspicaz y muy propensa a echar las cosas a mala parte”. Todo ello explica la existencia de moradas nobiliarias o “cuartos” nobles en las proximidades del recinto áulico, con el que formaban un conjunto urbano más amplio. Por otra parte, junto al príncipe, otros jóvenes de la alta nobleza que ocupaban el cargo de pajes, recibían educación por maestros o ayos. Tal era el caso de Pedro Mártir de Anglería, capellán de la reina, que en 1502 figuraba como maestro de los caballeros de la Corte en las artes liberales. Diez años antes, después de que la reina Isabel le encomendase la educación del príncipe y de algunos jóvenes de la nobleza, escribía: “Mi casa está todo el día llena de jóvenes nobles que, apartados de las diversiones vulgares por el estudio, están ya convencidos de que las letras, lejos de ser un obstáculo, son una ayuda en la carrera de las armas. Ha complacido mucho a nuestra real señora, modelo de todas las virtudes, que su primo hermano el Duque de Guimaraes 54 J. J. MARTÍN GONZÁLEZ, La Arquitectura Doméstica del Renacimiento en Valladolid, Valladolid, 1948, pp.

103-105; J. URREA FERNÁNDEZ, Arquitectura y Nobleza. Casas y palacios de Valladolid, Valladolid, 1996, pp. 133-135; M. A. ZALAMA, “El palacio de los Vivero, sede de la Audiencia y Chancillería de Valladolid, en época de Carlos V”, BSAA, t. LIX (1993), pp. 279-292. 55 R. DOMÍNGUEZ CASAS, Op. cit., p. 232. 56 J. GARCÍA MERCADAL, Op. cit., p. 381.

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y el joven Duque de Villahermosa, sobrino del Rey, están en mi casa todo el día, ejemplo que siguen ya los principales caballeros de la Corte”57. Un buen número de militares conformaban la guardia personal de la familia real y del propio Palacio. Además de la labor de los porteros de cadena, que controlaban el acceso al Palacio, servían a los Reyes Católicos la Guardia Real de Castilla –con los “Cien continos hombres de armas”, éstos desde 1495, escuderos de pie, mozos de espuelas, ballesteros de caballo– y la Guardia Real Aragonesa, reservada a don Fernando58. Este último, además, creó poco después de la muerte de Isabel I la Guardia de alabarderos y la de “estradiotes de caballo”. Junto a ellos, los célebres monteros de Espinosa hacían la guardia nocturna para velar por el descanso y seguridad de la real persona59. Los pleitos que pudieran surgir entre los oficiales de la Corte, o los interpuestos entre éstos e instituciones ajenas a ésta, eran dirimidos por un cuerpo judicial propio, precedente de lo que años más tarde sería la institución de la Real Junta de Obras y Bosques. A través de una pragmática dictada en 1419 por Juan II se encargaba esta misión a los alcaldes de Casa y Corte –que gozaban de la máxima autoridad–, los alguaciles de Casa y Corte, jueces, oidores y notarios, actuando, en los casos que así lo requiriesen, el verdugo y pregonero de la Corte60. En la Corte de los Reyes Católicos había cuatro de estos oficiales, todos ellos juristas competentes y confirmados por el Consejo Real. Por la noche uno o dos alcaldes, auxiliados por dos o más alguaciles, permanecían en Palacio “para evitar escándalos y escussar las contiendas e ruidos que suelen acaesçer, así entre caballeros e otras personas, como por que los pajes no vengan a los hachazos, ni los mozos de espuelas a otros desatinos o quistiones”61. Este complejo y abundante séquito cortesano explica la variedad y amplitud de estancias regias que conformaban el conjunto arquitectónico palatino ya desde época tardomedieval, un panorama que se incrementaría, aún más, durante la dinastía de los Austria y su etiqueta borgoñoña, si bien sus consecuencias apenas se dejaron sentir en el caso de León, para entonces muy desligado de su funciones cortesanas. 57 J. CONTRERAS, Orígenes del Imperio (La España de Fernando e Isabel), Madrid, 1939, p. 187, Cf.: Mª. C.

SOLANA VILLAMOR, Op. cit., p. 77. 1490 eran 20 los escuderos de pie al servicio de la Reina –25 en 1504–, 20 al del príncipe Juan y 6 al de la princesa Isabel. Los mozos de espuelas de la reina Isabel en ese mismo año eran 9, como los del príncipe, mientras que la princesa Isabel y cada una de las infantas se protegían con 4 cada una. Unos años más tarde, en 1504, la Reina tenía 57 mozos de espuelas, 14 de los cuales eran “mozos de espuelas de las andas” (R. DOMÍNGUEZ CASAS, Op. cit., p. 204). R. Mª. MONTERO TEJADA, “Los continos ‘hombres de armas’ de la casa real castellana (1495-1516): una aproximación de conjunto”, B.R.A.H., t. CXCVIII (2001), pp. 103-130. 59 G. FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Op. cit., pp. 126-131; J. DE SOTTO Y MONTES, “Guardias palacianas...”, pp. 7-51. 60 R. DOMÍNGUEZ CASAS, Op. cit., pp. 234-235. 61 G. FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Op. cit., pp. 153-155. 58 En

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Los reyes en Palacio y el Palacio sin los reyes Los oficios anteriores están referidos al aparato cortesano que acompañaba a los monarcas, la Corte en sentido lato. Sin embargo, dado el carácter itinerante de ésta durante la Baja Edad Media en la Corona de Castilla, incluso bajo el reinado de Carlos V, instaurada ya la etiqueta borgoñona, la vida cotidiana en el Palacio Real de León durante la Edad Media estuvo sostenida por una plantilla mucho más reducida. Al frente de ésta se encontraba el alcaide de los palacios reales, persona en la que el rey confiaba el mantenimiento de los mismos, y que ocasionalmente podía delegar el ejercicio práctico de la encomienda en un teniente, aunque sin renunciar por ello al honor recibido y sus ventajas. Esta presencia delegada del poder real en la Corona de Castilla se había realizado primeramente a través del papel de los concejos y, sobre todo, de la figura de un dominus villae o tenente, que ejercía las funciones militares, gubernativas y judiciales que no tenía el concejo local62. Desde la segunda mitad del siglo XIII, Alfonso X potenció la presencia de la institución monárquica en las ciudades con la figura de alcaides o jueces propios, diferentes a los concejiles, generalizándose luego, desde mediados del siglo XIV, con Alfonso XI, los corregidores regios. Todo ello fue relegando la figura del dominus villae hasta acabar por ser sustituido por otras formas de representación real, a la par que se iba consolidando la autonomía municipal como poder vecinal63. Por otra parte, la representación real territorial no fue homogénea, e instituciones como los Merinos o los Adelantados mayores tuvieron en León una importancia considerable. De este modo, las funciones militares privativas del monarca en cada una de las villas o ciudades condujo a la aparición de la figura del alcaide de los castillos, alcázares, o de las torres, como sucedía en León, donde se crearon dos tenencias: la de las “torres de León” y la de los “palacios de León”, referidas a la cerca y al Palacio Real, respectivamente. Se trataba de una figura que, si bien ya existía en el siglo XIII, cobró especial protagonismo en la Baja Edad Media como responsable de los palacios o alcázares urbanos64. Fueron estos cargos los que, en nombre del monarca, cuidaron y defendieron los 62 N. GUGLIELMI, “El dominus villae en Castilla y León”, Cuadernos de Historia de España, nº 19 (1953), pp.

55-103; M. A. LADERO QUESADA, “Los alcázares reales...”, pp. 11-36; M. C. CASTILLO LLAMAS, Tenencia de fortalezas en la Corona de Castilla durante la Baja Edad Media, Madrid, 1997; J. A. GARCÍA CORTÁZAR y E. PEÑA, “El palatium, símbolo y centro de poder en los reinos de Navarra y Castilla en los siglos X al XII”, Mayorga, nº 22, I (1989), pp. 281-296. 63 M. A. LADERO QUESADA, “Los alcázares reales...”, pp.11-36. 64 M. C. QUINTANILLA RASO, “La tenencia de fortalezas en Castilla durante la Edad Media”, En la España Medieval, t. V (1986), pp. 861-895. Véase también el trabajo, más reciente, de M. C. QUINTANILLA RASO y M. C. CASTRILLO LLAMAS, “Tenencia de fortalezas en la Corona de Castilla (siglos XII-XV). Formalización institucional, política regia y actitudes nobiliarias en la Castilla bajomedieval”, Revista de Historia Militar, nº 9, (2001), pp. 223-289.

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intereses de las casas o residencias reales, cuyas fábricas arquitectónicas procuraron mantener mediante las asignaciones regias y diferentes medidas fiscales, como sisas extraordinarias. A cambio de la tenencia sus titulares recibían una importante remuneración y privilegios y, de hecho, a finales de la Edad Media gran número de los alcaides castellanos ostentaba cargos municipales, lo que contribuyó a incrementar su interés en la vida pública local65. En el caso de los palacios reales leoneses, en tanto que propiedad y competencia de la Corona, el encargado de su tenencia recibía una asignación anual por parte del erario de la Corona, aunque ésta era sensiblemente inferior a la destinada al mantenimiento de las “torres”. Así, en 1500 estas últimas percibían 90.000 maravedís, que eran 67.500 en 1504, mientras que “los palacios de León” contaban con 10.000, cifras todas a las que se sumaban otras cantidades en concepto de ayudas de costa66. Sus tenientes pertenecían a la nobleza local y su nombramiento, designado por el propio monarca, dependía de los intereses de éste. De esta forma, en 1521, tras el turbulento episodio de las Comunidades, el alcaide y teniente de los palacios reales Ramiro Núñez de Guzmán, comendador de Calatrava y uno de los impulsores del movimiento comunero en la ciudad, era cesado en el cargo y sustituido por su sobrino político Francisco Fernández de Quiñones, conde de Luna, quien había defendido la causa del joven rey Carlos. Éste fue recompensado también con la hacienda de Núñez de Guzmán, así como la del resto de condenados en el proceso abierto tras la revuelta67. Los alcaides de los palacios reales, y los empleados a su cargo, tenían la misión de velar por la conservación de los mismos en ausencia de los monarcas, aunque es frecuente que esas obras –especialmente aquéllas con un carácter más suntuario– se concentrasen en las fechas que precedían a una visita real. Los palacios reales más importantes, como los de Sevilla, Toledo o Madrid, contaban con una plantilla de artistas dedicados a conservar el edificio en perfecto estado, artistas que a finales del siglo XV, según ha estudiado Domínguez Casas, estaban principalmente especializados en trabajos de alba65 M. A. LADERO QUESADA, “Los alcázares reales...”, p. 16. 66 M. C. QUINTANILLA RASO, “Alcaides, tenencias y fortalezas en el Reino de León en la Baja Edad Media”,

Castillos medievales del Reino de León, León, 1989, pp. 61-81. GONZÁLEZ VEGA, León y su provincia. Fuentes documentales en el Archivo General de Simancas. Índice (trabajo inédito, custodiado en la Biblioteca Regional de León “Mariano Berrueta”), León, 1972, t. I, p. 117 y t. III, pp. 477-478. En 1477 había sido nombrado teniente de las casas y palacios reales leoneses Ramiro Núñez de Guzmán. Para 1501 lo era Álvaro Cortejo, mayordomo y criado de Doña María Osorio, en nombre de esta última. Fue en esta fecha cuando Cortejo requirió al notario de la ciudad de León un testimonio de cierta declaración que había hecho ante el corregidor sobre los daños que algunas personas habían hecho en los citados palacios, a las cuales no había querido castigar. Al año siguiente se nombró alcaide y tenedor a Pedro Núñez de Guzmán, hijo de María Osorio, a quien se asignaban los mismos 10.000 maravedís anuales de que disponía ésta el mantenimiento de los palacios. Sobre la figura de Ramiro Núñez de Guzmán véase E. DÍAZ-JIMÉNEZ Y MOLLEDA, Historia de los Comuneros de León y su influencia en el movimiento general de Castilla, Madrid, 1916, edición de León, 1978, p. 90 y ss.

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Iglesia de San Marcelo (León). Foto: Loty / Instituto Leonés de Cultura

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ñilería, carpintería y pintura, así como en diferentes labores muy cercanas a lo mudéjar. De hecho, buena parte de los activos en este periodo eran de origen musulmán, lo que vuelve a evidenciar, en este caso a través de los propios artífices, el mantenimiento de ese gusto regio por la estética mudéjar68. Desgraciadamente, la documentación consultada por nosotros no aporta ningún dato relativo a la plantilla propia del Palacio Real de León, durante la época bajo-medieval, aunque es de suponer que, además del alcaide, existirían otros empleados encargados de su mantenimiento básico69. Durante el periodo en que el Palacio Real cumplió esa única función, es decir, desde su construcción hasta los primeros años del gobierno de Carlos V, fueron varias las visitas de los soberanos a la ciudad de León. Sin embargo, aunque es seguro que se aposentarían en sus casas, son escasas las referencias documentales a estas últimas. Sabemos así que en enero de 1459 los reyes entraron en la ciudad, siendo “muy alegremente recebidos de todos los cavalleros e escuderos e cibdadanos e doncellas y modas de aquella ciudad, con cantares e atambores e otros muchos enstrumentos...”70, y que al año siguiente repitieron la misma visita, aunque en este caso Enrique IV, que era “poco amigo de las cirimonias Reales, y jamás quería que fuesen hechos en grande aparato, mandaba que a la Reyna se hiciesen: y ansí era ella rescibida con palio y con otras insignias, que a los Reyes pertenescen...”71. Más referencias a los palacios reales tenemos de la visita de Fernando el Católico a la ciudad en 1493, con motivo del recibimiento de las reliquias de San Marcelo, llevadas desde Tánger a Jerez en 1471 y de allí a Sevilla72. Como narra el acta del traslado del cuerpo santo, el sábado 29 de abril entró don Fernando con su comitiva –de “muchas gentes infinitas”– en León por Puerta Moneda, donde le recibieron entusiasmados los regidores. Es posible que entre los integrantes del séquito real figurase el bufón Velazquillo, quien ya había viajado con el rey en su anterior visita a la capital leonesa, donde fue robado presuntamente por Nuño de Villafañe, tal y como evidencia la investigación abierta por esta causa en 149073. Desde Puerta Moneda el monarca recorrería la calle de la Frenería hasta enlazar con la Rúa, a cuya 68 R. DOMÍNGUEZ CASAS, Arte y etiqueta... 69 Tampoco

Parte del antiguo Palacio Real de León a mediados del siglo XX, poco antes de su demolición. (Archivo Histórico Municipal de León). Foto: Norberto.

el profesor Domínguez Casas (Universidad de Valladolid), uno de los mayores especialistas en la materia y a quien agradecemos sus consejos, tiene constancia de fuentes sobre la plantilla encargada del Palacio Real leonés, cuya documentación suponemos perdida a causa de la antigüedad de la función áulica de este edificio y de su posterior destino a otros menesteres. 70 J. TORRES FONTES, Itinerarios de Enrique IV, Murcia, 1953, pp. 96-97. 71 D. ENRÍQUEZ DEL CASTILLO, Crónica del Rey D. Enrique el Quarto, Madrid, 1787, cap. XXI, pp. 35-36. 72 A. DE LOBERA, Historia de las grandezas de la mvy antigua y insigne ciudad, y Iglesia de León, Valladolid, 1596, pp. 270-272; M. RISCO, España Sagrada, t. XXXVI, pp. 256-260; E. DÍAZ-JIMÉNEZ Y MOLLEDA, Historia de los comuneros, pp. 15-24; MARQUÉS DE ALCEDO Y DE SAN CARLOS, Los merinos mayores de Asturias (del apellido Quiñones) y su descendencia. Apuntes genealógicos, históricos y anecdóticos, t. I, Madrid, 1918, pp. 134-137. Véase anexo nº I. 73 AGS, RGS, año 1490, fol. 253, Cit.: A. PRIETO y C. ÁLVAREZ, Registro General del Sello, t. VII, Valladolid, 1961, doc. 4101, p. 565.

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izquierda dejaría sus palacios reales, ya que el cortejo continuó su paso por la calle de Rubiana hasta Puerta Cores y Ferrería de la Cruz, actual calle Ancha. En esta última calle se encontraba la “casa del Deán”, donde le esperaban los canónigos del cabildo catedralicio, “todos con sus capas blancas de seda muy ricamente, y con las reliquias, y la cruz”, para acompañarle hasta la catedral. Allí le recibieron con el Te Deum laudamus, agradando mucho al rey tanto la ceremonia como la propia arquitectura del escenario. Después “se tornó de la iglesia a sus palacios a la Rúa, y ay durmió aquella noche”. Dos días más tarde, el lunes 1 de mayo, se efectuó la entrada de las reliquias de San Marcelo, importante acto en el que también estuvo presente Fernando de Aragón. Un inmenso gentío acudió a recibir tan preciado tesoro –portado en un arca sobre andas, ornados de los más ricos brocados– a la iglesia de San Pedro en Puente Castro, regresando en procesión a la iglesia de Santa Ana, donde esperaba con solemnes cánticos la clerecía de la ciudad. Formando una espectacular procesión con setenta hachones y unas mil candelas, las reliquias fueron llevadas al monasterio de San Claudio. Es aquí donde se unieron a la procesión los canónigos de la Iglesia Mayor y el propio monarca, a causa de cuyos retrasos hubo que esperar un poco. Se depositaron entonces los restos santos y sus andas en una carroza tirada por diez hombres que iban ocultos en la parte baja, retomándose nuevamente la procesión, con el rey y los más importantes caballeros avanzando junto a la carroza, por la calle de San Francisco hasta el convento homónimo. A sus puertas salieron los franciscanos portando en las manos las reliquias de su Casa, continuando desde allí luego la solemne procesión, que iba acompañada de todas las cruces de la ciudad, los pendones de la catedral y de San Marcelo, así como de numerosas trompetas, chirimías, tambores y atabales que sonaban acompasadamente, dando todavía más pompa al acto. Aunque no se dice en el acta, es probable que siguiesen su trayecto hasta la iglesia de San Marcelo adentrándose en el recinto amurallado por Puerta Gallega y continuando por la Rúa y Rubiana. En la citada iglesia se honró a las reliquias con un recibimiento “qual nunca fue mejor”, sucediendo también allí el milagroso episodio de la curación de la cojera de Fernando de Villagómez, que tanto alegró al rey que “le corrían las lágrimas por las mexillas abaxo”. Aprovechó entonces también el monarca, como el resto de asistentes, para tocar las reliquias del santo legionense. A las doce del mediodía, con éstas definitivamente instaladas en el altar mayor, todos los presentes se retiraron para comer, haciéndolo el soberano en sus palacios. “E después de auer comido, luego se partió el señor Rey muy alegre, por lo que auía acaecido de este cuerpo, e muy triste porque no auía estado en esta ciudad, si quiera ocho días, para mirarla, que dezía, que le parecía mejor que Toledo, ni Seuila. E con esta fala se partió desta ciudad en paz”. Unos años más tarde, en 1516, fallecería el católico rey Fernando. Por este motivo, el 31 de enero la ciudad se preparaba para organizar las corres-

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pondientes honras fúnebres, aunque éstas debían seguir unas pautas estrictas, como “quel ayuntamiento de Justiçia y Regidores e toda la gente de la çibdad, para yr a las dichas honrras se haga e ha de hazer en los Palaçios del Rey para que de allí vayan a la yglesia mayor con todas hórdenes e confradías y de todas las yglesias de puente a puente con sus cruzes”74. Esta congregación de pueblo y autoridades locales en los palacios reales pone de manifiesto el valor simbólico de los mismos en tanto que emblema representativo del poder monárquico. La legislación de Alfonso X ya penaba las agresiones a los bienes raíces de la Corona a fin de “guardar la onrra del rey”, además de contemplar sus casas como un espacio seguro e inviolable para los perseguidos por la Justicia, excepción hecha de algunos delitos mayores. Igualmente, todos aquellos objetos susceptibles de recoger la iconografía regia, como el sello real, las imágenes pintadas o talladas del rey, o sus armas, quedaban igualmente protegidos, castigándose cualquier afrenta a las mismas, en tanto que símbolos, como si se tratase del soberano mismo75. En este sentido, pues, los palacios reales, palacios del Poder por excelencia, estaban impregnados de esa representatividad regia, la cual se podía poner de manifiesto en cualquier momento y circunstancia. Así, durante el siglo XV, el de León llegó a funcionar ocasionalmente como audiencia, pues desde sus instalaciones el juez de términos, Juan de San Pedro, pronunciaba diversas sentencias en 1434: “...Dada e pronunciada fue esta sentencia por el dicho juez esecutor en la çibdat de León quinze días del mes de octubre anno del nasçemiento del nuestro señor Ihesu Christo de mill e quatroçientos e treynta e quatro annos dentro en los palaçios de nuestro señor el rey, que son en la Rúa mayor de la dicha çibdat”76. Como veremos más adelante, la costumbre de reunirse ante los palacios reales en la ciudad de León con motivo de las honras fúnebres de algún miembro de la familia real se mantuvo vigente hasta mediados del siglo XVII77. Fue entonces cuando la salida de la ciudad y su acompañamiento hacia la catedral o San Isidoro se fijó en el consistorio, representativa sede de la política local, quizás a causa del desvanecimiento de la primigenia función del Palacio Real leonés, aunque ello no invalidó su asociación al poder monárquico.

74 R. RODRÍGUEZ, “Libro de consistorio de la muy noble e muy leal cibdad de León”, Archivos leoneses, nº

15-16 (1954), pp. 123-171. 75 Espéculo, libro II, título XIV, pp. 166-168. 76 J.

A. MARTÍN FUERTES y C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ, Archivo histórico municipal de León. Catálogo de los documentos, León, 1982, doc. 309, p. 146. 77 Mª. D. CAMPOS SÁNCHEZ-BORDONA y Mª. I. VIFORCOS MARINAS, Honras fúnebres reales en el León del Antiguo Régimen, León, 1995, p. 68 y ss.

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El Palacio Real, esa arquitectura que hemos definido bajo unos parámetros de funcionalidad y representatividad, vio variar radicalmente el curso de su historia en León con la entrada de la dinastía de los Austrias. Como señalamos en un apartado anterior, la nueva situación política, y la imposición de nuevas preferencias, provocó el paulatino desinterés de los monarcas por algunas de las viejas casas reales de la Edad Media ubicadas en antiguos centros de poder e influencia, como era el caso de la cabeza del reino leonés. A decir verdad, los palacios de la Rúa no gozaban a principios del siglo XVI de un uso medianamente continuado, y visitas como la ya citada de Fernando el Católico serían en lo sucesivo hechos realmente excepcionales, si no inéditos. Sin embargo, la nueva dinastía inaugurada por el joven Carlos terminaría transformando de manera definitiva e irrevocable el futuro y, aún el sentido, del recinto áulico de León. En efecto, una nueva etapa daba comienzo para el Palacio Real leonés el 22 de abril de 1528. Fue entonces cuando una Cédula Real de Carlos V concedía a la Ciudad de León “la casa y palacios reales existentes en ella”, a fin de dedicarlos a residencia del corregidor y cárcel pública1. Las razones de esta decisión posiblemente haya que buscarlas en los problemas financieros de la monarquía, incapaz de hacer frente a los gastos de mantenimiento de un conjunto arquitectónico que en aquel momento carecía de especial interés para la Corona, pero que sí podía tenerlo para la Ciudad, por entonces 1 AHML,

Cédula Real de Carlos V (1528) por la que cede el Palacio Real de León a la ciudad, para residencia del Corregidor y cárcel pública. (Archivo Histórico Municipal de León). Fotos: Norberto.

doc. 455. Referencias a este documento fueron publicadas por: J. M.ª QUADRADO, Recuerdos y bellezas de España. Asturias y León, Madrid, 1855, p. 420; A. NIETO GUTIÉRREZ, Catálogo de los documentos del Archivo Municipal de León, León, 1927, p. 93; C. ALVAREZ ÁLVAREZ y J. A. MARTÍN FUERTES, Archivo Histórico Municipal de León. Catálogo de los documentos, León, 1982, p. 191; E. DÍAZ-JIMENEZ Y MOLLEDA, Historia de los Comuneros de León y su influencia en el movimiento general de Castilla, Madrid, 1916, pp. 21-22.


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necesitada de un espacio público representativo donde ubicar determinadas instituciones, como eran la audiencia, la cárcel real y el viejo consistorio2. El 14 de agosto de ese mismo año de 1528 se recibía en el Regimiento leonés una Provisión real por la que se ordenaba al corregidor hacer información sobre la conveniencia, o perjuicio, del traslado de la audiencia y consistorio de la ciudad desde su ubicación en la plaza de San Marcelo, donde “siempre habían estado”, a los palacios reales, por entonces ya morada del corregidor3. No debieron ser muy convincentes las razones para el cambio de ambas instituciones a las casas reales, quizás por el mal estado del recinto y la falta de adecuación de sus espacios para desempeñar cómodamente tales funciones y, sobre todo, porque la Ciudad no quería perder su propio espacio consistorial, el cual había estado asentado desde época medieval en San Marcelo, y trasladarse a otro que, si bien tenía vinculación con la monarquía, no era de su propiedad, ya que se trataba únicamente de una cesión. Por todo ello, el regimiento local acabó aceptando el ofrecimiento del rey, aunque solamente para proceder al traslado de la cárcel, desde Puerta de Arco a los palacios reales, destinar una parte del recinto áulico a residencia de la autoridad municipal e iniciar las operaciones pertinentes para la instalación de la Audiencia. Mientras, el Consistorio leonés emprendió las obras de reforma del viejo edificio del Concejo en la plaza de San Marcelo, con vistas a preservarlo en el lugar tradicional. La documentación histórica nos revela que en el primer tercio de la centuria del Quinientos se llevaron a cabo varias obras de manera simultánea, todas ellas relacionadas con el conjunto regio. Por un lado, las concernientes a la nueva cárcel real, adaptándola posiblemente en una de las torres existentes dentro del recinto de los palacios; por otro, las de la audiencia y el consistorio, que seguirán vinculados a la plaza de San Marcelo. La fábrica de la Audiencia se proyectó como espacio integrado en el ayuntamiento y se concertó con el carpintero Sancho de la Sota, mientras que las reformas de la casa consistorial se otorgaron al también carpintero Juan de Ruesga. En agosto de 1531 Sancho de la Sota acordó con la Ciudad la primera postura para hacer la Audiencia del consistorio de San Marcelo, por la cantidad de ocho mil maravedís –más los correspondientes materiales que irían por cuenta del ayuntamiento–, cifra que un poco después rebajaría a seis mil maravedís, pagados por sus tercios, conforme al sistema contractual al uso4. Si nos atenemos a las condiciones impuestas por el maestro carpintero, la audiencia se ubicaba en las salas del piso intermedio y superior del 2 En

1523 Carlos V hacía saber a su Consejo la grave crisis económica por la que pasaba el Reino, “lo que es causa que nos y nuestras rentas reales estemos siempre debdados y gastados y neçesitados, e que las rentas del año que está por venir se tomen e libren para los gastos del año presente, y que para cualquier neçesidad que ouiera se aya de vender y enpeñar nuestro patrimonio real...” (R. CARANDE, Carlos V y sus banqueros. La hacienda real de Castilla, Madrid, 1949, pp. 576-578). 3 AHML, doc. 463; C. ALVAREZ ÁLVAREZ y J. A. MARTÍN FUERTES, Catálogo, p. 194. 4 AHML, Obras. Expedientes diversos. (1531-1913), caja 720, leg. 1.

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edificio consistorial –localización común en otras ciudades españoles coetáneas–, cuyos espacios, cubiertos con vigas y techumbre de madera e iluminados con ventanas enrejadas, se abrían tanto a la plaza como al patio interior. La planta baja del edificio, con fachada de soportales, era la destinada a casa del Concejo. Para 1532 estas reformas debían estar ya concluidas, o por lo menos las realizadas en la nueva sala de Audiencia, si bien es cierto que todavía en 1536 faltaban ciertos remates, como lo indica el pago de 20 ducados que por entonces se hicieron efectivos al pintor Lope de Ávila, por una pintura que había realizado para la Audiencia por expreso deseo de la corporación municipal5. La ejecución de la obra de la Audiencia provocó además algunos problemas con la morada colindante de Gaspar de Villafañe, hijo de Francisco de Villafañe, ya que fue necesario derrocar alguna parte de esa vivienda y elevar más las tapias limítrofes entre ambos edificios, suprimiendo “lumbreras” de la casa de Villafañe para levantar el piso superior destinado a la Audiencia, lo que implicaba un considerable perjuicio para el vecino6. Para solventar el daño, los regidores autorizaron al inquilino a ampliar parte de la delantera de su casa y enlazar con la obra y soportales del consistorio, para cerrar con ella el espacio de la plaza y que ésta quedara “más adornada”. Así lo aprueban en el Acuerdo municipal de 17 de agosto de 1531: “[...] que pueda salir e salga con toda la delantera de su casa a la plaza de San Marcyel a la parte de la Abdiencia, fasta juntar con el grueso del comienzo delantero, de manera que quede el edificio, que el dicho Gaspar de Villafañe hiçiere, tres pies más detrás de cómo sale la Abdiencia que agora se haze, que es al ayuntamiento arriba dicho, e de allí vaya derecho tomando de la plaza... e tome dos pies más e allende de lo que sale el poste postrero [...]”7

La nueva cárcel real Paralelamente a la adecuación del recinto de la Audiencia, en la década de 1530, la Ciudad emprendió con cierta urgencia el traslado de la cárcel medieval, ubicada en Puerta de Arco, a los palacios reales, tal y como sugería la Cédula de 1528. Las razones de la premura se debían en este caso no sólo a la decisión de la Corona, sino a las pésimas condiciones que reunía el antiguo recinto carcelario dispuesto junto a la puerta de la primitiva muralla, denominada Arco de Rege, cuya angostura y elevada altura no permi5 AHML,

L. Ac., caja 34, leg. 2. ff. 28v y 108, y 15 de diciembre de 1536, caja 34, leg. 2, fol. 328. C. RODICIO, Pintura del siglo XVI en la diócesis de León, León, 1985, pp. 53-55. 6 AHML, Obras. Expedientes diversos. (1531-1913), caja 720, leg. 1. 7 AHML, Obras. Expedientes diversos. (1531-1913), caja 720, leg. 1.

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tían la adecuada separación entre hombres y mujeres –condición exigida por un decreto de 1519, aunque de escaso seguimiento en las ciudades españolas8–, ni tampoco facilitaba el control del alcaide sobre ellos. El nuevo emplazamiento, no obstante, no se correspondía con la disposición al uso, tendente a cobijar en un mismo edificio cárcel y audiencia, tal y como establecía una cédula promulgada en 1489, según la cual en la primera debía reservarse una pieza para habitación del carcelero y otra para la celebración de las audiencias9. Ése era, de hecho, el arreglo espacial y funcional al que se había llegado en el siglo XVI en otras ciudades del reino, como Logroño o Vitoria, donde casa consistorial, cárcel y audiencia compartían un mismo edificio, o en Sevilla, en este caso variando la relación de las tres dependencias, al situarse separadas aunque en torno a una misma plaza10. La primera solución se llevó a efecto en 1536 y consistió en acondicionar de forma casi provisional una de las torres que integraban las dependencias áulicas de la calle de la Rúa. Creemos que se trataría de la erigida sobre la esquina que formaban las crujías oriental y meridional del patio principal, dado que ésa es la zona donde más tarde se construyó la cárcel definitiva –en concreto, en el cuarto delantero que daba a la Rúa–, zona que, aunque sin comunicación directa e independiente con la calle, presentaba menos inconvenientes funcionales, representativos y de seguridad que cualquier otro emplazamiento en las inmediaciones de la cerca, en las traseras del Palacio. No obstante, la medida, aunque respondía a la decisión del Carlos V de ubicar allí la cárcel real tras la cesión del edificio a la Ciudad, era a todas luces provisional y precaria. Ante las dudas surgidas sobre su eficacia, el procurador general de León llevó a cabo una información ante el juez de residencia de la ciudad, el licenciado Flórez, en la que se exponían las ventajas sobre uno y otro emplazamiento, es decir, el de Puerta de Arco y el del Palacio Real. En esa documentación se adjuntaba la petición del regidor, Juan de Quirós, para que se emitiera otra provisión real autorizando a la Ciudad a retornar al emplazamiento de Puerta de Arco, ante la probada ineficacia de la cárcel de la Rúa, donde, según su parecer, los presos se encontraban apretados y alejados de la gente11. Antigua Puerta de Arco, primitivo emplazamiento de la Cárcel Real (actual calle Cardiles). Foto: J. Pérez Gil.

8 Así

lo establecía un decreto de 1519, que ordenaba “que los Alcaydes de las dichas cárceles tengan en cárcel apartada a las mugeres que se llevaren presas, de manera que no estén entre los hombres, ni den lugar a que ellos tengan conversación con ellas, so pena de privación de los oficios” (Novísima recopilación de las leyes de España, Madrid, 1805, t. 3-4, lib. XII, tit. XXXVIII, ley III, p. 481). 9 Novísima recopilación, t. 3-4, lib. XII, tit. XXXVIII, ley II. 10 I. BAZÁN DÍAZ, La cárcel de Vitoria en la Baja Edad Media (1428-1530). Estudio etnográfico, Vitoria, 1992, pp. 59-64; A. J. ALBARDONEDO FREIRE, El Urbanismo de Sevilla durante el reinado de Felipe II, Sevilla, 2002; Mª. T. ÁLVAREZ CLAVIJO, Logroño en el siglo XVI: Arquitectura y Urbanismo, t. II, Logroño, 2003, pp. 124-131. 11 AHML, docs. 519 y 521. Los documentos están fechados en 17 de junio y 13 de julio de 1536. Referencia publicada también en A. NIETO, Catálogo, 783; C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ y J. A. MARTÍN FUERTES, Catálogo, 519.

No se hizo esperar el documento real y el 13 de julio se recibía en el Consistorio otra provisión de Carlos V, librada por el Consejo, ordenando al corregidor leonés que informara con más detalle sobre la petición elevada por Juan de Quirós12. Un mes más tarde, ante la información remitida desde León, el mandato real exhortaba a las autoridades municipales a que “se provea lo 12 Provisión

de Carlos I, librada por el Consejo y fechada en Valladolid el 13 de julio de 1536. AHML, doc. 521; A. NIETO, Catálogo, 362; C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ y J. A. MARTÍN FUERTES, Catálogo, 521.

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más conveniente para la administración de justicia y para el bien de los presos”13. De la documentación recogida en los Libros de Acuerdos municipales de esas fechas –1536-1566– podemos comprobar que la cárcel de Puerta de Arco siguió funcionando hasta 1566 como cárcel pública, compartiendo funciones con la cárcel real instalada, de forma provisional, en alguna dependencia o torre del palacio de la calle de la Rúa, probablemente, como hemos propuesto, la que se erigía en la esquina sureste del patio principal –representada todavía en un plano militar de 180614–, dada su cercanía y similitud de recorridos con la nueva cárcel proyectada. Y tal situación perduró hasta la construcción del nuevo recinto carcelario dentro de las casas reales, es decir, pervivió unos treinta años después de haberse tomado la decisión de su traslado, una prueba más del lento proceder de las administraciones públicas en el Antiguo Régimen. A lo largo de ese dilatado tiempo se sucedieron los intentos de reforma y mejora de las instalaciones carcelarias, en la mayor parte de las ocasiones sin que llegaran a superar la fase de mero proyecto. Mientras tanto, la vieja cárcel seguía siendo un lugar inapropiado, tal y como la describía el corregidor leonés varios años más tarde, cuando, en 1567, pedía el parecer del resto de los regidores para que votaran a favor de su traslado definitivo al palacio real, justificado por las siguientes razones: “[...] por ser muy alta y los presos que hallá estan, como es público y notorio, son mal defendidos por sus partes, y es estrecha, sucia, ynmunda y de poco aposento y ansy no quieren acerlo los que son obligados, por los daños que han los que suben y defienden los presos..., y lo otro, por que en la dicha cárzel el poco aposento que tiene no es la guardada para poder tener presos facisnerosos, por estar sin sitio, que aunque se quisiese reparar no se podría dar bastante guarda, espeçialmente para ombres reboltosos que merecen penas de meterlos en galeras, y ansy es público y notorio que muchos delinquentes con todo el recado que se les a puesto se an ydo de la dicha cárcel sin castigo, y lo otro, por que la dicha cárçel no tiene aposento bajo ni calagoço (sic) como ordinariamente suelen tener todas demás de estos reinos... y lo otro, por no tener cómodo aposento para la honestidad de las mujeres, y lo otro, y no menos prinçipal, la dicha cárçel no tiene aposento para ningún caballero, ni delincuente de calidad y ansí en caso que hacaezca por los dichos caballeros y gente prençipal o los an de aprisionar con los galeotes que no se sufre y menos se sufre siendo el delito grabe, como puede acaeçer encarçelarlos en su posada [...]”15

Como en tantos otros ejemplos en los que la Ciudad tenía que hacer frente a cualquier gasto extraordinario, también la mejora de la cárcel real exigió la 13 Provisión de Carlos I, librada por el Consejo y fechada en Valladolid el 29 de agosto de 1536. AHML, doc.

525; A. NIETO, Catálogo, 366; C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ y J. A. MARTÍN FUERTES, Catálogo, 525. 14 IHCM, SH. LE-2/14. 15 AHML, L. Ac. de 15 de septiembre de 1567. Caja 36, Leg. 6, ff. 509v-510v.

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ayuda de la Corona para buscar métodos de financiación. La Provisión real de 9 de agosto de 1537, en la que se autorizaba a echar por sisa o por repartimiento 400 ducados de oro para hacer las obras de la cárcel y calzadas, fue la primera de una serie de cesiones reales para facilitar tal empeño16. Previamente, en julio de ese mismo año, el monarca había autorizado al corregidor leonés a emplear el producto de la penas correspondientes a su cámara y fisco para los reparos de todo el conjunto arquitectónico de los palacios reales17. Tal disponibilidad económica fue aprovechada para reanudar las tareas encaminadas a rehabilitar y acondicionar de la manera más adecuada la parte del inmueble palaciego que se iba a destinar a cárcel. Posiblemente para entonces se había optado ya por reservar el cuarto delantero de los palacios para este fin, ubicación muy próxima a la torre sureste del patio principal, donde creemos que se había ubicado hacia 1530. Con ánimo de mejorar las condiciones del recinto carcelario, el maestro Juan de Badajoz, el Mozo, llevó a cabo unas primeras trazas en 153718, colaborando igualmente los maestros carpinteros Juan de Ruesga, Hernando de la Sota y Pedro García19. Sin embargo sería años más tarde, en 1551, cuando definitivamente se retome la decisión de emplazar la cárcel real en el “cuarto delantero” de los palacios reales, conjuntamente con el aposento para el alguacil y alcaide. Es de nuevo una Provisión de Carlos V la que permitirá actuar en el conjunto y la que facilitará el cambio funcional del viejo recinto áulico, no sin antes recibir puntual información del juez de residencia, Duero de Monroy, en la que se ofrece una descripción de las instalaciones. Sabemos gracias a ella que estas últimas dejaban para entonces mucho que desear, dadas las malas condiciones de habitabilidad del recinto, que hasta entonces servía para custodiar a los presos de la ciudad20. En esta misma información la Ciudad pedía al rey la autorización para vender al mejor pos16 AHML,

doc. 533, Provisión de Carlos I, librada por el Consejo y fechada en Valladolid 9 de agosto de 1537; A. NIETO, Catálogo, 371; C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ y J. A. MARTÍN FUERTES, Catálogo, 533. 17 Una copia certificada de la Provisión de Carlos I, fechada en Valladolid el 10 de julio de 1537, figura inserta en una Cédula real, dada en Buen Retiro el 11 de septiembre de 1753, en la que de nuevo se concede ayuda para la reparación de los palacios reales (AHML, doc. 1269; C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ y J. A. MARTÍN FUERTES, Catálogo, doc. 1269, p. 440). Véase anexo nº II. 18 AHML, doc. 533. La Ciudad libraba a Juan de Badajoz, en diciembre de 1537, la cantidad de 10.000 maravedís por su triple trabajo en las calzadas, en el Puente de Villarente, y en la “cárcel pública”. 19 AHML, L. Ac, caja 34, leg. 3, fol. 60r. El 4 de marzo de 1538 el mayordomo Pedro de Robles libraba a Juan de Ruesga, carpintero vecino de León, la cantidad de 20 ducados “ por las obras que se an echo en la cárzel... de mas del primer contrato que hizo, segund fue tasado y jurado por Hernando de la Sota e Pedro García, carpinteros, veçinos de León”. 20 AHML, doc. 660, Provisión de Carlos I, librada por el Consejo y fechada en Valladolid el 23 de mayo de 1551: “….Tiene cárcel pública sobre la cerca vieja y en lo más alto de la dicha cerca y de más de tener malos aposentos y pocos apartamentos, que no hay donde el alcaide de dicha cárcel tenga habitación conveniente para su persona, ni hay disposición para aposento de mugeres, ni para hombres honrados, que era muy gran falta, porque casi todos los presos están juntos, e la Audiencia y vesita de la dicha cárcel se hace en medio dellos, por no haber otro lugar, ni apartamento para ello... que por estar muy alta y en mal estado, los presos a veces se despeñaban y hacían pedazos... y hay más de 100 pasos de escalera para subir a ella, motivo por el cual la Justicia de la ciudad no visita a los presos de la forma que debe hacerlo...”.

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tor “el sitio de la vieja cárcel” –la de Puerta de Arco– y aprovechar el importe de la venta para financiar las obras del nuevo espacio carcelario en la zona delantera de los palacios reales de la calle de la Rúa21. No obstante, y aunque la idea quedó aprobada en 1551, el lento discurrir de los proyectos municipales, siempre hipotecados por la carencia de medios financieros, determinarán una prolongación de las operaciones durante varios años, para quedar definitivamente resuelto hacia 1566. Fue en esos quince últimos años cuando se levantó el recinto dentro del “quarto delantero” que miraba a la calle de la Rúa, cuyas viejas dependencias tan sólo conservaban ya, “poco más de las paredes y cimientos, que están muy buenos”, según relata Duero de Monroy22. La intervención en esa parte de la fábrica regia debió ser de importancia, ya que fue preciso reedificar el espacio y adaptarlo a las nuevas funciones. Se hizo un acceso específico para la cárcel, distinto al de la puerta principal de los palacios, aunque, como ésta, también abierto hacia la calle de la Rúa, con el fin de establecer diferenciaciones representativas y funcionales dentro del mismo conjunto, algo que no se alcanzaba con el anterior presidio provisional23. En 1565 se habían gastado ya 2.000 ducados y en 1567 se reconoce que la suma había ascendido a más de 2.500, una cantidad excesiva a juicio de algunos regidores leoneses, quienes, como fue el caso de Bartolomé de Ordás, en la sesión consistorial de 15 de septiembre criticaba las características de la obra efectuada y mantenía el criterio de que sería más conveniente y más decoroso instalar la cárcel pública en el otro edificio hecho junto al ayuntamiento de San Marcelo, no sólo por ser más grande y más adecuado, sino por diferenciarlo de “tales palacios y casa dedicada a Su Magestad”24. No obstante en septiembre de 1567 la cárcel pública quedaba definitivamente instalada en el antiguo recinto áulico –su ubicación hasta finales del siglo XIX–, si bien todavía en 1568 se efectuaba algún pago atrasado25. Fue precisamente en ese año cuando el edificio se dio por concluido, tal y como recoge una inscripción conservada en el Museo de León y en su día ubicada, según López Castrillón, en el zaguán, sobre el dintel de la puerta de ingreso a la escalera que conducía a la sala de la Audiencia26. Se trata de un monu21 Ibidem. 22 Ibidem. 23 AHML,

L.Ac., caja 35, leg. 5, fol. 394. El 18 de junio de 1565 la Ciudad acordó, siendo corregidor Hernando de Mendoza, que “...un cuarto de la casa que estaba junto en los palacios reales, se tornase para reedificar, el qual se hizo, e se gastaron en él la cantidad de dos mil ducados... entretanto que la ciudad hace cárcel nueva, por la necesidad que hay en ella, los presos puedan estar arriba de dicho cuarto, contando que la puerta para entrada i salida de dichos cuartos de a la calle de la Rúa, de manera que no sea por la puerta principal de dichos palacios”. 24 AHML, L. Ac. caja 36, leg. 6, ff. 509r-512v. 25 AHML, L.Ac, caja 36, leg. 6, fol. 513. Acuerdo de 19 de septiembre de 1567; AHML, doc. 779. En 1568 se pagan 500 ducados para el cuarto de la cárcel en los palacios reales. 26 F. CABEZA DE VACA, Resumen de las políticas ceremonias con que se gobierna la noble, leal y antigua ciudad de León, cabeza de su Reyno, Valladolid, 1693, ed. de J. LÓPEZ CASTRILLÓN, León, 1935, p. 66.

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Monumentum de la conclusión de las obras de la Cárcel Real, 1568. (Museo de León). Foto: J. Pérez Gil.

mentum en el que se recoge el nombre del corregidor leonés, al que se denomina “pretor de León”, y la datación del final de la obra. ILL(VSTRI) VIRO D(OMINO) ALFO(N)SO D(EL) CASTILLO VILLASA(N)TE LEGIONIS PRETORE CARCERIS FVIT OPVS FINITVM ANNO D(OMINI) 1568

Para aliviar todos estos gastos, en julio de 1566, debiendo estar prácticamente concluida la cárcel real, se acordaba en el Consistorio la posibilidad de vender en almoneda los suelos de la de Puerta de Arco, con el fin de obtener unos ingresos adicionales para las arcas municipales27. Esta última resolución había tenido un precedente unos años antes, cuando parte de este recinto se había sacado a la venta, dada la falta de interés de la Ciudad por carecer de utilidad para ella y poder asimismo aprovechar esa inversión inmobiliaria para hacer frente a otros gastos, como los derivados de las obras del Palacio Real. Pero si el ayuntamiento carecía de medios, los vecinos y el conjunto de la economía local tampoco pasaban por su mejor momento, como se comprueba con la venta de este solar, que no se hará efectiva hasta 1575, en que se remató en Pedro de Arciniega, es decir, diez años después de ponerlo en almoneda y veinticuatro desde que la Ciudad solicitara autorización real para iniciar la operación28. 27 AHML, L.Ac. caja 36, leg, 6, ff. 152v-153r. En la reunión de 5 de julio de 1566 se acuerda: “se vendan en

almoneda la cárcel desta çiudad que está en Puerta de arco para ayudar de los gastos de los propios desta ciudad... atento que no hay necesidad de ella por estar hecha cárcel en la calle de la Rúa”. 28 AHML, L. Ac. caja 38, fol. 129r. Acuerdos de 16 y 20 de mayo de 1575.

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Respecto a la vida cotidiana de los presos, hemos de suponer que las condiciones de las instalaciones mejorarían con respecto a la del antiguo presidio, aunque la documentación de esta época y de las centurias siguientes deja entrever continuas deficiencias estructurales y logísticas. Ello no significa, empero, que el sistema penitenciario se integrase en un régimen de total abandono, pues desde la redacción de las Partidas se había ido promulgando una legislación ciertamente moderna y comprensiva para su contexto histórico. Así, desde la primera mitad del siglo XVI se fue constituyendo un marco legal que respetaba los derechos de los presos, especialmente si tenemos en cuenta, como señala Bazán Díaz, que durante la Edad Media las cárceles funcionaron, más que como una institución penal, como un espacio de control a un presunto delincuente, a la espera de que la celebración del juicio le diese “por libre e quito” o le condenase, en cuyo caso la condena no sería de cárcel29. Estos podían incluso pernoctar, en determinados casos, en sus propias casas, extremo que ya recogían las Partidas y que seguía vigente en 1536, tal y como demuestra la cédula que ese año decretaba el castigo a aquellos alcaides que permitiesen que los presos “vayan a dormir a sus casas” sin la licencia pertinente30. En esa misma línea se insertaban también las diferentes cédulas que regulaban la actividad de los alcaides, los cuales tenían prohibido aceptar pagos o presentes de los reclusos, permitir o instigar maltratos físicos o psicológicos hacia alguno de ellos –por parte de los propios presos o cualquier otra persona, “aunque digan que lo facen burlando”– o venderles pescado o carne para su propio enriquecimiento31. A fin de garantizar su conocimiento público, en la cárcel existía “una tabla fixada públicamente, en lugar donde todos lo puedan leer, el arancel donde estén escritos todos los derechos que pueden llevar, y sepan lo que han de pagar conforme a él”. Estos últimos pagos estaban referidos a los costes del encarcelamiento, pues, lejos de tratarse de un servicio gratuito, los presos tenían que correr con los gastos derivados de su estancia, tales como cama o alimentación, si es que no se lo proveían ellos mismos32. No obstante, cuando se trataba de reclusos de reconocida pobreza, era el propio 29 I. BAZÁN DÍAZ, Op. cit., p. 62. 30 Novísima

recopilación, t. 3-4, lib. XII, tit. XXXVIII, ley VIII, p. 483. En 1498 una sentencia ordenaba al corregidor de León que mantuviese a los presos en la cárcel pública y no en otros lugares (AGS, RGS, año 1498, doc. 1454, fol. 173, Cit.: Mª. J. URQUIJO, Registro General del Sello, enero-diciembre 1498, tomo XIV, Madrid, 1989, doc. 1454, p. 223). 31 Novísima recopilación, t. 3-4, lib. XII, tit. XXXVIII, leyes V, VI y VIII, pp. 482-483. 32 En 1534 un cédula real establecía “que los nuestros Corregidores y Justicias tasen y moderen justamente lo que los presos han de pagar por las camas y lumbres de las cárceles, de manera que los presos no reciban agravio, y sean bien tratados”. Unos años más tarde, en 1543, otra cédula ordenaba a los alcaides mayores de los Adelantamientos “que hagan comprar camas para los presos pobres, y limpiarlas y renovarlas a sus tiempos; y que los domingos y fiestas de guardar les hagan decir misa: lo qual todo se haga y pague a costa de las penas que se aplican para gastos de Justicia; y que cerca dello tengan especial cuidado. Y mandamos que el carcelero pueda dar camas a los presos, quando ellos no las traen; y que no les puedan llevar por cada una noche a cada uno más de tres maravedís; y por guisarles de comer, y leña y lum-32 Ú

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Regimiento el que se hacía cargo de esos costes, algo que en León se repitió con cierta regularidad durante este siglo y los sucesivos. Dicha práctica se complementaba además con la visita que el corregidor y regidores leoneses realizaban a la cárcel por Pascua, tal y como nos narra Cabeza de Vaca: “En las Pascuas que se hace visita general de cárcel, en el Ayuntamiento último antes de cada una de ellas, en que se da punto, nombra la Ciudad cuatro Caballeros Comisarios que asistan a ella; siéntanse en iguales sillas que el Señor Corregidor, cogiéndole en medio de esta forma: el Caballero más antiguo a su lado derecho, el Señor Teniente al izquierdo, y los demás como se siguen; sirven de interceder por los pobres presos, y procurar su leve y buen despacho; y la Ciudad les libra una ayuda de costa que distribuyen allí, o pagando alguna deuda por alguno que esté imposibilitado de ejecutarlo, y dando a los que no han podido lograr su soltura”.33

La metamorfosis del cuarto delantero Cuando Carlos V cedió a la Ciudad de León sus casas reales de la calle de la Rúa, le estaba haciendo partícipe de un recinto histórico vinculado a la monarquía y, por ende, cargado de un gran simbolismo. En contrapartida, el Regimiento se veía obligado a hacer frente a los gastos que implicaba el continuo mantenimiento de unas estructuras arquitectónicas muy deterioradas, para lo cual únicamente contaba con el aporte de las penas aplicadas a la cámara, consignadas para tal efecto por el propio Carlos V34. Sin embargo, la magnitud de las obras de reparación y reedificación superaba con creces las cantidades derivadas de dichos ingresos y suponían un frecuente quebranto para las diezmadas arcas municipales. Por ello, el tema fue habitual motivo de fricción entre los regidores locales, ya que mientras algunos apoyaban las iniciativas conducentes a la reparación y mejora de las dependencias reales, otros manifestaban su abierta oposición, provocando un agrio debate entre ambos sectores, que se recrudecía cuando la ruina de alguna parte del viejo recinto requería urgente intervención o cuando se optaba por instalar en su interior alguna de las oficinas representativas del poder público –cárcel, aduana, audiencia, etcétera–, lo que implicaba una reforma previa para su adaptación funcional.

Ú bre, y agua y sal, dos maravedís a cada uno, con que si los dichos presos no los quisieren recibir, no les fuer-

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cen nada” (Novísima recopilación, t. 3-4, lib. XII, tit. XXXVIII, leyes XV y XIV, p. 484). En la cárcel existía una chimenea “para los pobres y presos de ella” que en 1681 hacía el maestro arquitecto Bartolomé Vallina según condiciones de Gregorio Vázquez (AHPL, Protocolos notariales de Mogrovejo, caja 330, fol. 261). 33 F. CABEZA DE VACA, Op. cit., cap. XXVI, pp. 65-66. 34 A través de una cédula real de 10 de julio de 1537, Carlos V concedía a la Ciudad de León que de la penas aplicadas a su cámara en León, así por la Justicia ordinaria como por alcaldes de Hermandad, se situase alguna parte de ellas para el reparo de dicha casa real.

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Así ocurrió en abril de 1566 cuando el regidor Francisco de Villamizar, tras quejarse de los elevados gastos efectuados en labores “nada necesarias” en los palacios reales, pedía que no se realizasen más obras, a no ser las estrictamente imprescindibles, como el retejar, pues en caso contrario se dejaba de “acudir” a otros compromisos que tenía el ayuntamiento, y, en todo caso, si alguno quisiera llevar a cabo alguna mejora que lo hiciera y librara por su cuenta35. La propuesta de Villamizar, aceptada por el corregidor, fue rebatida por la mayoría de los regidores, como Diego de Ordás Valencia, Antonio de Villafañe, Diego Pérez de Quiñones, Juan de Villafañe Villavalter, Diego Rodríguez de Lorenzana, y, sobre todo, Pedro Castañón Villafañe, quien no sólo se declaraba partidario de las reformas arquitectónicas en el edificio palaciego, sino que además advertía de la urgencia de reparación de algunas dependencias, señalando cómo “un quarto que está en dichos palacios se a caido hazia la parte de la plaça de San Marciel y la delantera de las dichas casas reales la mande enluzir y adornar como conbiene a semejante casa”36. Todos ellos justificaban su postura amparándose en la cédula y provisión real por la que, a la par que se había hecho la cesión del edificio, la Ciudad había adquirido el compromiso de su conservación, razón por la que el monarca les había asignado las penas de cámara, sin que éstas pudieran invertirse en otra cosa diferente, como pretendía Villamizar y como, al parecer, se había hecho en alguna ocasión anterior, sobre la que ya existía sentencia condenatoria37. No obstante, en sus declaraciones todos los ediles reconocían la necesidad de ajustar los presupuestos a los escasos ingresos, siendo éste uno de los caballos de batalla en el seno del Consistorio, pues la voluntad de conservar el conjunto arquitectónico más representativo de la Corona en la capital del reino leonés, idea bastante querida por la Ciudad, chocaba con la imposibilidad real de hacer frente al elevado coste de las obras, valoradas casi siempre por encima de la cantidad disponible, lo que obligaba a buscar otras fuentes de financiación. No era casual que el debate hubiera surgido con fuerza en tales fechas, ya que por esos años se estaban emprendiendo varias actividades paralelas dentro del espacio palaciego de la calle de la Rúa. En efecto, entre las décadas de los años sesenta a ochenta del siglo XVI coincidieron de forma progresiva y simultánea la ubicación de la cárcel, a la que ya hemos hecho referencia, la instalación de la aduana (1566), la reparación de la ruina de la torre (1566), la 35 AHML, L. Ac., acuerdo de 17 de abril de 1566, caja 39, ff. 299v-303. 36 Ibidem, ff. 300r-303. 37 Ibidem.

Según se desprende del acta municipal de esa fecha, existía una sentencia condenatoria por haberse invertido parte de las cantidades obtenidas de las penas de cámara en otros gastos distintos a los relativos al mantenimiento del Palacio Real. Por tal motivo se les condenaba a pagar cincuenta mil maravedís, ya que por mandato del consistorio, con ese dinero se habían comprado sillas, esteras, un brasero y otras cosas para el servicio de la Justicia, mientras que lo que supuestamente se había invertido en los palacios estaba sin justificar.

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reforma de los corredores del patio interior y morada del corregidor (1577), y, sobre todo, las propuestas de levantar de nuevo el “cuarto delantero” para dar adecuada cabida a tales funciones, así como “adorno y aumento de las casas de su Magestad” (1566, 1567, 1586 y 1599). A estas obras se añadieron otras labores menores de retejo, arreglo de tapias y reparos diversos. El resultado de esa intensa actividad constructiva durante la segunda mitad de la centuria fue la conversión del recinto palacial leonés en un edificio multifuncional y representativo del poder público, al servicio de las instituciones derivadas de la autoridad monárquica. A cambio experimentó ciertas transformaciones espaciales y formales, en las que parte de las viejas estructuras medievales adquirieron características propias del arte moderno, aunque la planta global del conjunto monumental apenas sufriera cambios definitivos. El proceso siguió un orden secuencial con el fin de ir desembolsando de forma paulatina las partidas económicas disponibles. En un primer momento la atención recayó en la cárcel y la aduana. Luego se centraría en la casa del corregidor y en el nuevo cuarto delantero, terminado al filo de los siglos XVI y XVII. El Palacio y su nueva función comercial: instalación de la aduana El funcionamiento de la cárcel dentro del recinto palaciego, si bien confería al conjunto un valor simbólico como espacio de la justicia y del orden, obligaba a replantear el resto de las dependencias que integraban el conjunto áulico en un doble sentido: por un lado, procurando no mezclar recorridos para diferenciar y separar la zona del presidio de las partes más representativas de la autoridad, como eran la morada del corregidor y las oficinas de aduana, a las que nos referiremos a continuación; por otro, obligaba a revisar el estado de conservación de sus estructuras para evitar el progresivo deterioro que venía sufriendo el edificio medieval y proceder a su reforma. Coincidiendo con la instalación de la cárcel, al final de la década de los años sesenta, se registra una intensa actividad arquitectónica en los palacios reales. El conjunto del “cuarto delantero”, en cuyo lateral meridional se había ubicado a los presos, se transformó también en aposento para otras funciones cívicas, entre las que conviene subrayar la aparición de la aduana, institución que, en el caso leonés, tiene un especial interés por su temprana instalación y por el carácter “internacional” que adquiere, al otorgarle el control de las mercancías que, provenientes de Inglaterra, Francia y Países Bajos, desembarcaban en los puertos de Asturias para proseguir su camino hacia las ferias castellanas, funcionando así como una suerte de “puerto seco” en León. La instalación de la aduana leonesa formó parte de un conjunto de medidas políticas y económicas de la Corona, tendentes a nutrir el erario del Rey, a la par que procuraba abastecer ciertas regiones y proteger determinados

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VIVIENDA DEL CORREGIDOR

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PATIO PRINCIPAL

INSTALACIÓN DE LA ADUANA CÁRCEL REAL Y ORATORIO DE LA CÁRCEL

Hipótesis del Palacio Real a finales del siglo XVI, con ubicación de la Cárcel y la Aduana. Sobre dibujo de 1760 (A.G.S., M.P.D., IX-87).

En 1565, siguiendo esa política de control, se optó por el establecimiento de las aduanas y puertos secos del Noroeste peninsular, con administración separada respecto de los del Nordeste, que ya venían funcionando desde antaño. Con tal motivo, a lo largo del reinado de Felipe II, algunos puertos y aduanas mantuvieron la ubicación anterior, otros, sin embargo, hubieron de cambiar de lugar ante la ausencia de recaudaciones. Así sucedió en ejemplos como los de León, en relación con el cobro de los aranceles de los diezmos de la mar procedentes de Asturias, cuya primera aduana estuvo en Santa María de Árbas, pero, a partir de 1566, quedó fijada en la capital leonesa. En efecto, en 1566 la oficina de la aduana, “que es a donde deben venir a registrase los mercaderes”40, quedaba instalada en el recinto de los palacios reales de la capital. El establecimiento de este espacio fue acordado en la reunión del Consistorio de 11 de octubre de 1566, aprovechando la disposición real de 1562 por la que se autorizaba a cobrar los impuestos sobre las mercancías que entraran en la ciudad procedentes de los “puertos de Asturias”, a donde llegaban desde Francia, Inglaterra y Flandes. Para su control y gestión la Ciudad aprobó unos capítulos que fueron admitidos y firmados por el mercader Pedro de Ferreras, con la condición de hacerse cargo de las gestiones y administración de la institución: “Los quales dichos capítulos todos y lo que en ellos es, los dichos señores Justicia e regidores dixeron que otorgavan e conzedían a todos los mercaderes e personas que taxeren mercaudrías por los su puertos de Asturias e quanto sacadas al registro en la duana desta çiudad y se los guardarán en todo y por todo como en ellos se declara, e no consentirán que cosa alguna baya contra ello, e para ello obligaron esta çiudad y sus propios y rentas// y dieron poder a todas las Justicias para que ansí se lo agan guardar e cunplir y en todo tiempo con que lo tocante a lo que se a de llevar de alcavala de lo que ansí se vendiera en esta çibdad se entienda durante el tiempo de este encabezamiento de los quinze años que Su Magestad hizo a todos los reynos, que comenzaron a correr el año de sesenta y dos y todo el más tiempo questa çiudad estubiere encabezada en el preçio en que agora está y luego encontinente, el dicho Pedro de Ferreras, estando presente dixo que lo azetaba e azeto los dichos capítulos e comodidades de suso declaradas en nonbre”.41

productos, siguiendo las propuestas de Luis Ortiz y su conocido Memorial, en el se recomendaba “…vedar en España la entrada de cosas labradas de otros reinos y vedar la salida de las cosas por labrar…”38. Para alcanzar tal finalidad, durante el reinado de Felipe II se crearon varios grupos de aduanas, en las que se cobraban diferentes tipos de derechos y rentas. Entre ellos sobresalieron los recaudados a través de los “puertos secos”, almojarifazgos, alcabalas y diezmos de la mar, estos últimos desde 1469 en manos del linaje del Condestable de Castilla, por cesión de Enrique IV a don Pedro de Velasco, pero incorporados a la Corona en 155939.

Paralelamente, los más destacados mercaderes de Medina del Campo otorgaban poder para que Ferreras los representara en León, tanto en el aspecto judicial y fiscal, como comercial, haciéndose cargo de las mercancías que, provenientes de distintas regiones europeas, se dirigían desde

38 M. FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, “Memorial de Luis Ortiz” Anales de Economía, nº 63 (1957), pp. 101-200.

40 AHML, L. Ac. caja 36, leg. 6, ff. 212r-215. Acuerdo del 11 de octubre de 1566.

39 M. ULLOA, La hacienda real en Castilla en el reinado de Felipe II, Madrid, 1977, p. 309

41 AHML, L.Ac. caja 36, leg. 6, ff. 212r-215v. El presente texto se transcribe completo en el anexo nº III.

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Asturias hacia las ferias de aquella villa vallisoletana. Entre los otorgantes figuran igualmente nombres de reconocido prestigio en la actividad mercantil de Castilla, como son Simón Ruiz, Juan de Escobar, Pedro Medina, etcétera42. Todos ellos autorizaban a Pedro Ferreras a: “[...] e traereis para nos entregar todas e qualesquier mercadurías e otras cosas y que a cada uno de nos bengan dirigidas o consinadas o nos pertenezcan ansí de los reynos de Françia y Portugal, como de Flandes e Inglaterra y de otras quales quier partes e lugares de do se nabegaren, y pagar los efectos y aberías e otras que debieren y conduçirlas y enbierlas desde los dichos puertos a la dicha çibdad de León para registrarlas allí y pagar el diezmo dellas y enbiarlas a las ferias a donde hos hordenaremos cada uno las que le tocaren [...]”

A cambio de esa aceptación, la Ciudad se comprometía a ceder un recinto adecuado para salvaguardar y registrar tales productos, es decir, a instalar una aduana. De nuevo fueron los palacios reales el lugar elegido, en su planta baja, tal y como se dictaminó en uno de los capítulos aprobados en el ayuntamiento de 27 de agosto de 1566: “Yten, en la dicha çiudad les dará lonxas en las salas baxas e partes del dicho palacio real a do se pongan y estén las dichas mercadurías que ansí vinieren de fuera del reyno a se registrar, sin que por ellas ayan de pagar ninguna en las quales sus mercadurías estén bien tratadas que no se moxen ny arrecadan”.43

De todo ello se puede colegir también que la fábrica de este recinto era de escasa envergadura arquitectónica, pues únicamente se trataba de reservar una de las estancias para instalar allí al oficial, o aduanero, encargado de ejercer el control mercantil y dejar un espacio a modo de puerto seco para almacenaje. La documentación histórica y su propia funcionalidad indican que se ubicó en el cuarto delantero, en las dependencias situadas a la derecha del zaguán de entrada, esto es, en el lado contrario a la cárcel. En esta zona todavía se conservaban a mediados del siglo XVIII –tal y como se aprecia en el plano más antiguo que conservamos del Palacio Real, fechado en 176044– una serie de dependencias bajas y alargadas, que bien pudieran corresponderse con lonjas, además de ser utilizadas como establos –por ubicarse a la entrada del recinto– y, desde el siglo XVII, quizás también como 42 Ibidem. El listado completo que figura en el documento es: Juan de Escobar, // Juan de Medina Belasco, Juan

de Curiel de la Torre, García Enríques de Salamanca, Simón Ruiz, Juan Pérez de Medina, Gema García de la Fuente, Diego de Benabente, Andrés París, Santiago de Arguto, Antonio de Bera, Juan Delgado, Juan de Espinosa, Gerónimo López, Juan y Francisco de Aranda, Cristóbal de Grajar, Juan de Espina, Sebastián de Torres, Pedro González Quadrado, Ana Quadrado y herederos de Pedro de Beizama (vid. anexo III). 43 Ibidem. 44 AGS, MPD, IX-87, 1760. Plano de un cuartel de León. Bernardo Miguélez.

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parte de la alhóndiga –asentada en el piso bajo de la crujía norte, bajo los aposentos del corregidor–, que pudo modificar su definitiva morfología. Su disposición en el cuarto delantero permitía un uso autónomo con respecto al resto del recinto palacial, que no se veía obstruido por la actividad mercantil y parece bastante probable que el aposento del aduanero se situase en el piso noble, encima de la galería del primer patio. Las obras de las instalaciones de la aduana leonesa ya estaban iniciadas en julio de 1566, coincidiendo con las medidas político-económicas de la Corona (1565), por las que se restablecían las aduanas del noroeste, relacionadas con los puertos asturianos y gallegos. En agosto de ese año se estaban librando algunos ducados para proseguir la obra45. La ejecución material posiblemente corrió a cargo del maestro albañil Íñigo Daza, a quien en octubre de 1566 se pagaban 1.237 maravedís por la hechura de una chimenea para el aposento del aduanero, a la sazón Juan Ramírez de Minay46. Para entonces la construcción del recinto debía estar ya muy avanzada, pues es entonces cuando se acuerda en el Consistorio que los maestros peritos lo examinasen y, conjuntamente con los regidores comisionados, Ramiro Díez y Juan de Villafañe, hiciesen relación de lo que faltaba47. Dos meses después de esa inspección y peritaje, los maestros carpinteros Toribio Hernández y Lope Díez, vecinos de León, y los cerrajeros Martín de Molina y Juan Fernández, ultimaban detalles de puertas y vanos48. El establecimiento de la aduana leonesa dentro de los palacios reales pone de relieve, una vez más, la consideración de ese edificio como espacio propio de la Corona, aunque la Ciudad fuera, en cierta manera, usufructuaria del mismo. Se entiende en este sentido que, por tratarse de un asunto relacionado con la hacienda y finanzas reales, su ubicación se mantuviera dentro del recinto áulico local. El interés y el refuerzo dado a la institución aduanera en esos momentos tiene que ver con la política económica del rei45 AHML,

L. Ac. 19 de julio de 1566, caja 36, leg. 6 ff.160v-161r. En esa fecha ya se libran 20 ducados por las obras que se han llevado a cabo en el cuarto nuevo, para el aduanero. AHML, L. Ac, caja 36, leg. 6, fol. 175r/v. Al mes siguiente, el 9 de agosto, se libran otros 20 ducados para “proseguir en la obra que está comenzada a hacer en el cuarto nuevo de los palacios reales a donde se aposenta el aduanero”. Tales cantidades se habían de librar de las penas de cámara, cuyo tesorero era Antonio Valderas. 46 AHML, Caja 36, leg. 6, fol. 222v. El 25 de octubre se presentaba una fe de gastos hechos en una chimenea del cuarto de los palacios reales en que se había de aposentar el aduanero, cuya cifra era de 1.237 maravedís, los cuales corrieron a cargo del regidor Juan de Villafañe y se pagaron al albañil Íñigo Daza. Se mandaron librar igualmente de las penas de cámara que controlaba Valderas. 47 AHML, L.Ac. 4 de octubre de 1566, caja 36, leg. 6, f 208r. 48 El 6 de diciembre de 1566 se libraban, a cuenta de las penas de cámara, 13 ducados a estos artífices por “la obra que hizieron en el quarto delantero de los palacios reales, para la azer y dar aposento al aduanero Juan Ramírez de Mimay, conforme a la provision de Su Magestad, en que manda que se diese y aposentase al dicho Juan Ramírez y la aduana en dichos palacios reales” (AHML, caja 36, leg. 6, fol. 291v). También ese día se entregaron 6 ducados de las penas de cámara a dichos artífices, “por las zerraduras e ferraje que se hiço para el quarto nuebo que se hizo en la delantera de la cassa real para hazer y dar aposento al Juan Ramírez Mimay, aduanero, conforme a la provisión de Su Magestad” (AHML, L. Ac. caja 36, leg. 6, fol. 292r).

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nado de Felipe II y los intentos por contener la deuda pública en una sociedad con serios problemas financieros y en ciudades, como León, cada vez más hipotecadas. Sin embargo, la escasa cuantía de las recaudaciones, con momentos tan críticos como los de 1568 y 1572, en los que los ingresos quedaron reducidos a la mitad, así como la competencia con otras aduanas del noroeste, determinaron una corta vida al ejemplo leonés, que apenas sobrevivió el cambio de siglo49. El nuevo lenguaje clasicista en los palacios reales Terminada la instalación y construcción de las dependencias de la aduana, en septiembre de 1567, se presentó en el Ayuntamiento una relación de las intervenciones que necesitaba el edificio para adjuntarla como justificante de la solicitud económica elevada al rey50. Es así como, un mes después, se mandaban librar 10.000 maravedís de las penas de cámara para los gastos y cantidades pendientes que era preciso invertir en la fábrica del Palacio Real51. Dentro de esas partidas se incluían las reformas de la Huerta del Rey, los remates del cuarto delantero, el retejo, la consolidación de tapias de los corrales y algunos asuntos, aún sin resolver, de la aduana y de la cárcel, ya finalizadas52. No obstante hasta 1576 no se registra apenas actividad arquitectónica importante dentro del recinto áulico, hecho que contrasta con lo sucedido en el antiguo edificio del consistorio, donde Francisco Daza, Villaverde y Baltasar Gutiérrez –este último en calidad de maestro de obras del ayuntamiento– se mantenían ocupados en realizar la escalera, los

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“pollos” de la sala baja y el blanqueo de las paredes, posiblemente desviando parte de ese dinero de las penas de cámara53. En el último tercio del siglo XVI el regidor Andrés de Lorenzana, por entonces comisionado por la Ciudad, era el encargado de contratar a Baltasar Gutiérrez para restaurar y reformar la parte delantera de los palacios leoneses54. Las intervenciones se centraron inicialmente en el acondicionamiento de algunas estancias, posponiendo para más adelante la obra del cuarto que daba a la fachada principal. Se hicieron entonces chimeneas55, se intentó solucionar los problemas derivados de las conducciones de agua de la pequeña presa que regaba la Huerta del Rey, que en ocasiones provocaban inundaciones y humedades56, se arreglaron las “necesarias” y el aposento del alguacil y, en 1577, le tocó el turno a los corredores del patio, rehechos con pilares ladrillo57. A este último respecto, en el documento municipal que recoge estas informaciones no se especifica el número de soportes afectados, ni a cuál de los dos patios se refiere esta intervención, pero sospechamos que se trata del interior, cuya fábrica medieval era básicamente de mampostería, aun cuando no convenga olvidar que por esos años se estaban proyectando las reformas del “cuarto delantero”, donde también existía un corredor que conducía desde el portal principal hacia la crujía en la que se abría la comunicación entre ambos recintos. El análisis de las libranzas efectuadas en la década de los setenta evidencia que se trata siempre de cantidades pequeñas, propias de reparaciones puntuales, o labores de cerrajeros y carpinteros, entre los que aparecen los nombres de Pedro Flamenco y Fabián Villaverde58. La empresa de mayor 53 Baltasar

49 Las

razones de tales crisis estuvieron provocadas, en 1568, por la captura de los barcos que traían el dinero provenientes de los Países Bajos para el Duque de Alba y la captura de los barcos en la boca del Escalda por los rebeldes flamencos, lo que obligó a emitir nuevos juros y a modificar el tipo de interés. Los ingresos se redujeron en la penúltima década del siglo XVI a la mitad de lo que había sido en 1567-1570. Sobre este tema remitimos a M. ULLOA, La hacienda real en Castilla en el reinado.., pp. 309- 319. En este trabajo, en la tabla nº III de pa página 319, se publican los datos relacionados con los “situados” en la adunada de León correspondientes a 1579-1581: Así, en 1579, los cargos eran 109.871 maravedís y los situados: 195.462; en 1580, los cargos 281.980, maravedís y los situados 195.462, idéntica cantidad se anota en 1581, mientras que en ese año los cargos ascendían a 271.316 maravedís. 50 AHML, L. Ac. caja 36, leg. 6, fol. 514r. 51 AHML, L. Ac., acuerdos de 22 de septiembre y 10 de octubre de 1567, respectivamente, caja 36, leg. 6, ff. 520r y 542r. 52 AHML, L. Ac. caja36, leg. 6, fol. 542. En octubre de 1567 se libraban 6.000 maravedís de las penas de cámara para pagar 5360 a Jerónimo Daza, por el caño de la Huerta del Rey, conforme al memorial que presentó. Sobre este tema haremos referencia más adelante. Respecto a las labores de retejo, éstas eran muy frecuentes, hasta tal punto que raro era el año en el que no se procedía a retejar alguna parte del edificio. Así, en 1575 se mandaba recorrer el tejado del conjunto palaciego para examinar su estado de conservación (AHML, caja 38, fol. 178). Por otra parte, y en relación a la cárcel, todavía en 1568 se libraban 500 ducados correspondientes a su obra (AHML, doc. 779; C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ y J. A. MARTÍN FUERTES, Catálogo, p. 286). En 1574 se anotan los 8.695 maravedís, a cuenta de las penas de cámara, gastados en las rejas y en las tapias del corral de la cárcel, y en 1575 se acordaba el aderezo y reparación del lugar en que estaba la cárcel, “donde se hace la lumbre para los pobres”, así como el arreglo de las tapias de dicho corral (AHML, L. Ac., 2 de abril de 1574, y 14 de noviembre de 1575, caja 38, ff. 26v y 179v).

Gutiérrez era por entonces el maestro de obras del ayuntamiento leonés, oficio por el que recibía un salario anual, tal y como queda anotado en las Cuentas de Propios de 1570 y 1571, en las que se le pagan 3.000 maravedís por tal concepto (AHML, leg. 230, nº 3, ff. 378 y 433). Respecto a la obra de la escalera, su encargado fue el carpintero Villaverde, y se utilizaron en la misma una viga y “un pedazo de vigueta” procedentes del Palacio Real. El coste de esas piezas de madera y su instalación en la escalera consistorial ascendió a 6 reales, según se anotan en las Cuentas de Propios de 1569-1571 (AHML, leg. 230, nº 3, fol. 350). Por último, Francisco Daza fue el encargado de las obras de albañilería en la sala baja del consistorio, donde realizó los “pollos” que servirían de bancos y blanqueó las paredes. Su intervención queda registrada en las Cuentas de Propios de 1569-1571: AHML, leg. 230, nº 3, fol. 353. 54 AHML, L.Ac. caja 38, ff. 267r, 268v, 291v, 300r y 328r. Acuerdos de 7 y 14 de mayo; 2 y 23 de julio; 19 de octubre de 1576. 55 AHML, L. Ac. caja 38, fol. 333v-336r. El 9 noviembre de 1576 se acordaba reparar y hacer una chimenea en los “palacios de la cárcel”, pagada unos días más tarde, el 13 del mismo mes. 56 En julio de 1576, el maestro Baltasar Gutiérrez recibió el encargo de hacer una zanja para solucionar el problema del agua que a veces llegaba hasta las paredes del portal del palacio, así como levantar unas tapias del recinto, ya arruinadas. Un año después, en julio de 1577, se volvía a insistir en el arreglo de los caños a fin de evitar que vertiesen el agua hacia la cerca y que fuese conducida por donde procediese. En 4 de agosto de 1589 se pedía a Francisco de Villamizar y Diego Pérez de Quiñones, comisionados por el ayuntamiento para el tema, que evaluasen los daños ocasionados por el agua y el coste de su reparación (AHML, L. Ac. caja 38, ff. 291v-300, y 411r; caja 40, fol. 223v) 57 AHML, L. Ac., 10 y 31 de mayo de 1577, caja 38, ff. 389v y 394r. 58 A Pedro Flamenco, cerrajero, se pagan las bisagras y llaves para el aposento del alguacil en 1578 y en 1579 “ciertos herrajes” para los palacios reales; a Villaverde se le libran 20 reales por el “aderezo de los palacios reales y en sus necesarias. AHML, L. Ac. 15 de marzo de 1578 y mayo de 1579, caja 38, ff. 482v y 640r.

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Estado original de las Casas Consistoriales de León, levantadas en el siglo XVI por Juan del Ribero Rada, antes de su reforma en el siglo XX. Foto: Loty / Instituto Leonés de Cultura

envergadura, relacionada con el nuevo cuarto delantero y la fachada, se demoró hasta final de siglo debido, como siempre, a la falta de liquidez de las finanzas municipales y a la reticencia de algunos regidores a invertir en las casas reales, máxime cuando en 1584 también se estaba acometiendo la construcción del nuevo ayuntamiento de la plaza de San Marcelo, bajo la dirección del arquitecto Juan del Ribero Rada. Esta fábrica suponía un esfuerzo considerable para la Ciudad y en ella estuvo implicada hasta 1591, aunque el grueso del edificio se había concluido hacia 158659. A través de este conjunto consistorial, la Ciudad imponía su presencia en el ámbito urbano local, en un lugar muy cercano a los palacios reales, y manifestaba su inclinación a los esquemas arquitectónicos derivados del clasicismo italiano, tal y como Ribero Rada lo había proyectado. Como consecuencia de este programa nos encontramos, en primer lugar, con la ejecución de la nueva sede del Concejo en la plaza de San Marcelo, cuya fábrica clasicista alteró los esquemas espaciales del viejo ayuntamiento medieval, al que se mantenía unida la audiencia, lo que pudo ser un motivo más para tratar de reformar los cercanos palacios reales, en cuyo cuarto 59 Sobre la construcción de este conjunto arquitectónico remitimos a J. RIVERA BLANCO, La arquitectura de

la segunda mitad del siglo XVI en León, León, 1982, pp. 217-219.

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delantero ya estaban instaladas la cárcel, la aduana y otras oficinas públicas, mientras en torno al patio interior o “palacio antiguo” se alzaba la vivienda del corregidor y teniente del mismo. En segundo lugar, y en tanto que participantes de un mismo contexto, la erección de las nuevas casas consistoriales tuvo un efecto mimético, y el cuarto nuevo de los palacios se levantó en las décadas de los años ochenta y noventa del siglo XVI siguiendo esos mismos modelos formales que Juan del Ribero había impuesto en la ciudad. Pocas noticias tenemos sobre este tema, pero sí nos consta que fue Domingo de Argos el autor material de la portada principal, si nos atenemos a los pagos que por tal concepto se le hacen efectivos en agosto de 158960. Es importante subrayar la presencia de este maestro, si anotamos que como maestro cántabro, natural de Arnuero, y habitual colaborador de Juan del Ribero Rada en Oviedo y en San Juan de Corias (Asturias), estuvo también vinculado al círculo clasicista de Valladolid, activo durante finales del siglo XVI y comienzos del XVII por la Meseta Norte. Todos estos datos nos invitan a sospechar que lo ejecutado por Argos en los palacios leoneses estaba muy cercano al quehacer de Ribero Rada. Su conocimiento de la obra del trasmerano permite suponer que el vano que daba acceso al recinto desde la calle de la Rúa se asemejaría a alguna de las múltiples puertas clasicistas que Ribero había ya realizado en la capital leonesa, como la prioral de la colegiata de San Isidoro, la trasera del palacio de los Guzmanes o la del edificio de Carnicerías. Es probable que la portada que realizó Domingo de Argos se asemejara a la que hoy contemplamos en la casa que levantó el arquitecto J.C. Torbado, en 1909, en la calle de la Rúa61, muy cercana al solar donde estuvieron los palacios reales, ya que en ella se reconocen elementos de filiación clasicista, cercanos a Juan del Ribero, como es el vano enmarcado por columnas clásicas con arquitrabe de molduración dórica, en el que las metopas se decoran con las habituales rosetas que utilizaba Juan del Ribero. Nos consta que este vano fue trasladado al edificio actual con posterioridad a 1909, fecha de inicio del proyecto de las citadas viviendas de la calle de la Rúa, quizás por el propio Torbado, tan inclinado a soluciones eclécticas y a la reutilización de elementos arquitectónicos historicistas. Pero no hemos podido establecer con seguridad su auténtica procedencia, ya que si bien presenta analogías con el modelo de portada que posiblemente ejecutó Domingo de Argos para la fachada del cuarto delantero, esta parte del 60 AHML,

L. Ac. de 4 y 21 de agosto de 1589, caja 40, ff. 224v, 230v y 231r: “este día se mandó lse de libranza a Domingo de Argos, conforme a las condiciones... de la mitad del dinero en que le fue rematada la portada del palacio real”. 61 Sobre este edificio vid: M L. PEREIRAS y M. D. CAMPOS, “De palacio medieval a edificio eclecticista...”, pp. 231-265. En este trabajo se mantiene la hipótesis de que tal portada fue la reutilizada por el arquitecto J. C. Torbado cuando, en 1909, levantó la casa de los condes de Peñaflor de la calle de la Rúa, sobre el antiguo solar del linaje de Valdecarzana y que hoy contemplamos algo alterada, aunque con ecos de aquella época renaciente, tan del gusto ecléctico de Torbado.

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Arriba: Portada del Convento de San Vicente de Oviedo, diseñada por Juan del Ribero Rada. Foto: M.D. Campos. Izquierda: Portada del Palacio de los Guzmanes, también obra de Juan del Ribero Rada. Foto: M.D. Campos.

palacio fue derribada en 1882 y cuesta creer que el vano se reservara incólume tantos años, hasta que Torbado efectuara su traslado e incorporación al edificio señalado. De no ser así, existe otra hipótesis que también podría jus-

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tificar su ubicación actual, y ésta sería su identificación con la “portadilla dórica” que cita Gómez Moreno en el Catálogo de la provincia de León, cuando se refiere al zaguán de la antigua casa, por él denominada “casa morisca”, que se alzaba en el solar de la actual62. En este caso se habría respetado el elemento original del inmueble para convertirlo en portada principal, una vez derribado el resto. No obstante, tal solución ofrece también serias dudas derivadas del calificativo “portadilla”, empleado por Gómez Moreno, ya que estamos ante una portada monumental que en nada merece esa apreciación. La portada de Domingo de Argos, abierta en el centro de la fachada principal, daba acceso al zaguán desde donde se entraba al primer patio que servía de lugar de tránsito a otras dependencias, como la cárcel, y, a la vez, era lugar de paso obligado hacia el patio principal interior, con el que mantenía un sentido axial. Podemos testimoniar que la ubicación y funcionalidad de esta portada se mantuvo sin alteraciones, al menos, hasta 1760, ya que en el plano que se conserva en el Archivo General de Simancas queda perfectamente indicado. Más dudas nos plantea su devenir a partir de esa fecha, pues en las referencias cartográficas y planimétricas del palacio-cuartel que se levantaron por esos años por motivos castrenses, solamente se representan los espacios del recinto palacial que pasaron a estar vinculados al Ejército, y esta parte del cuarto delantero –y, en consecuencia, la portada del siglo XVI– se consideraban propiedad municipal. Ante la falta de datos es imposible asegurar su pervivencia en el siglo XIX, aun cuando no hayamos encontrado datos que indiquen lo contrario, una cuestión que se complica aún más si tenemos en cuenta que en 1882 toda la zona del cuarto delantero se derriba para ser cedida por el Ayuntamiento al Ramo de Guerra –el actual Ministerio de Defensa– en 1885, sin que haya quedado constancia de la suerte que corrieron sus restos arquitectónicos. De la imagen previa a su destrucción tan sólo nos quedan las palabras de Miguel Bravo, quien asegura, aunque ya bastantes años después de su demolición, que “por los datos que dan las personas que lo recuerdan, al exterior la Cárcel Vieja (la zona de acceso del antiguo cuarto delantero) tenía esta fachada torreada, con gran puerta de arco en el centro, planta baja y principal con balcones y las paredes de ladrillo, fue la obra civil más importante y artística de León...”63. No obstante, los libros de Acuerdos municipales recogen también otras interesantes referencias a las obras de la delantera del Palacio Real. Por ellos sabemos que, además de la portada principal, también se concluyó a finales del siglo XVI el resto de la fachada principal del cuarto delantero. Ésta se abría a la calle de la Rúa mediante balcones y ventanas enrejadas. El conjunto de la fábrica era de mampostería y de su ejecución se encargó FranPortada prioral de la Colegiata de San Isidoro, por Juan del Ribero Rada. Foto: Norberto.

62 M. GÓMEZ MORENO, Catálogo, p. 292. 63 M. BRAVO GUARIDA, Rincones leoneses, p. 73.

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cisco Daza, maestro albañil de las obras y fuentes de la ciudad64. Daza luchó por hacerse con esta obra e, incluso, reclamó al ayuntamiento sus derechos sobre ella cuando apreció cierta irregularidad de procedimiento y sospechó la posibilidad de que fuera adjudicada a otro artífice65. Las ventanas y puertas de madera corrieron a cargo del entallador Bartolomé del Valle, que recibió las cantidades acordadas en 1587, 1591 y 1592, no sin antes ser examinadas por el alarife de la ciudad, Pedro de Candanedo, carpintero66. Por último, las rejas para alguno de esos vanos se encargaron al cerrajero Pedro Flamenco, habitual artífice en las obras municipales67. Así pues, con Domingo Argos concluía una de las fases constructivas más destacadas del recinto regio de la calle de la Rúa, cuya apariencia formal externa alcanzaba por medio de la fachada clasicista un carácter más moderno y también más acorde con la sensibilidad estética e ideológica de los nuevos tiempos. Sin embargo, y a pesar de las obras anteriores, no terminaron ahí las reparaciones y reformas. En efecto, ya en septiembre de 1598 el consistorio había nombrado comisarios para inspeccionar qué tipo de reparaciones necesitaba el edificio, aquejado, como ya venía siendo habitual, de graves problemas de conservación68. Tras reconocer el penoso estado de su arquitectura, en 1599 los regidores optaban por levantar de nuevo una parte del conjunto, propósito para el que se encargaba la traza de la planta de las casas reales a Baltasar Gutiérrez, arquitecto mediocre que ya había colaborado con la Ciudad y que llegó a desempeñar el cargo de maestro de obras de la catedral leonesa69. Su nombre figura de forma habitual en distintas fábricas provinciales durante esos años, si bien tal presencia suele justificarse por ser el ejecutor material de los

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proyectos, más que el diseñador de los mismos. En el caso de los palacios la traza se debe a su mano, de manera que en 1600, recibiría por el trabajo realizado 4.500 maravedís, una cifra estimable que nos indica la posibilidad de que se trate de una obra de cierta envergadura70. En ninguno de los documentos relacionados con este tema, empero, se especifica con claridad en qué consistía ésta, ni tampoco se describe lo reedificado. En consecuencia, hemos de movernos en el terreno de la hipótesis. Al igual que Ribero Rada, del que a veces es un fiel seguidor, Gutiérrez se sitúa dentro de las tendencias clasicistas de finales de la centuria, y con toda probabilidad esa debió ser la opción elegida para esta ocasión, sobre todo teniendo como referente el cercano edificio consistorial, recientemente concluido por Juan del Ribero con el beneplácito de los regidores leoneses, los mismos que tenían la responsabilidad de seleccionar la traza para los palacios reales. En otro orden de cosas, el rey Felipe II se mostraba claramente favorable de la estética clasicista, como se podía comprobar en las obras realizadas bajo su patrocinio, tanto en la Corte, como en El Escorial. Es lógico pensar, pues, que la nueva fábrica para la casa real de la antigua capital del reino leonés no se alejaría de tales características artísticas y se mantendría en la línea de los comportamientos cortesanos a los que representaba. Baltasar Gutiérrez repitió los gustos imperantes y con tales esquemas colaboró en la fachada principal del cuarto delantero de los palacios y quizá en el espacio de primer patio, que tras la portada de la calle de la Rúa conducía a la parte más antigua del recinto. El lento proceder de la institución municipal que tenía la responsabilidad y el control de la fábrica y la enfermedad y posterior muerte de este maestro, en 1608, determinaron que su intervención fuera menos importante de lo inicialmente previsto.

64 AHML, L. Ac. de 20 de abril de 1587, caja 39, ff. 308-309v. 65 Ibidem. 66 AHML, L. Ac. 4 de septiembre de 1587, caja 39, fol. 366; L. Ac. 9 de agosto de 1591 y 2 de mayo de 1592,

caja 41, ff. 51vy 132v. En el primer caso se hace una libranza a Bartolomé del Valle por un balcón y una puerta y ventana; en el segundo se le paga por las puertas y ventanas para el cuarto delantero. En 1592 se le libran 422 reales “por adrezos y reparos en los palacios reales....conforme a un memorial dellos y parecer del dicho señor Juan de Villafañe Villabalter, regidor a quien fu cometido y parezer de Pedro de Candanedo, carpintero alarife de obras desta ciudad”. 67 AHML, L. Ac. 17 marzo de 1592, caja 41, fol. 116. En este caso se especifica que la reja es para la ventana que estaba sobre la puerta principal. 68 AHML, L. Ac., 14 septiembre 1598, caja 43, fol. 312v. 69 Sobre este maestro existe abundante bibliografía, ya que su actividad estuvo siempre muy vinculada al ámbito leonés, donde trabajó en los conjuntos monumentales más significativos de la ciudad, como fueron el templo y claustro catedralicio, el convento San Marcos, San Isidoro, San Marcelo y edificio municipales, como el ayuntamiento y las Carnicerías. No fue un artífice de gran capacidad creativa y carecía de dotes innovadoras. Su quehacer se vio influenciado por otros maestros contemporáneos que trabajaron en León durante la segunda mitad de la centuria, como es el caso de Juan del Ribero Rada, del que tomó las características del lenguaje clasicista. J. RIVERA BLANCO, Op. cit.; Mª. D. CAMPOS SÁNCHEZ-BORDONA, “Juan del Ribero Rada. Arquitecto clasicista”, Altamira, Santander, 1996, pp. 128-166; Idem, Los cuatro libros de arquitectura de Andrea Palladio traducidos por Juan del Ribero Rada, León, 2003, en especial pp..XXXVII-XLV; J. RIVERA BLANCO y J. PÉREZ GIL, Diccionario Biográfico Español, voz “Gutiérrez, Baltasar”, Real Academia de la Historia, en prensa.

Pervivencia de espacios ajardinados: la Huerta del Rey En el siglo XVI el antiguo recinto áulico medieval conservaba parte del espacio ajardinado y de huerta que en su primer momento había tenido, huerta que –como ya hemos indicado– estaba regada por un ramal de la presa que bajaba desde San Isidoro. Al igual que el resto del edificio arquitectónico, a partir de la cesión del emperador Carlos V era la Ciudad la encargada de su mantenimiento. Tal responsabilidad fue siempre una de las preocupaciones del Consistorio, que procuró, dentro de sus posibilidades, conservar el esplendor de antaño. Para ello el procedimiento habitual pasaba 70 AHML, Cuentas de propios y arbitrios, caja 235, nº 5, fol. 93v. En las cuentas tomadas en 1601 al que fuera

mayordomo de la Ciudad durante el año 1600, Juan de Villaba, se le descargan “quatro mil y quinientos maravedís que por libramiento acordado en Consitorio ante el secretario Simón de la Ossa, su fecha a treynta días del mes de março de steçientos uno, los dio y pagó a Baltasar Gutiérrez, maestro de la obra, veçino desta ciudad, por razón de los que se ocupó en hazer la planta de las casas reales. Entregó la dicha libranza con carta de pago”.

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por contratar a un hortelano para que estuviera al frente de sus cuidados, plantándola y, en palabras de los regidores, “aderezándola para que no venga en disminución”71. A cambio, se le cedían parte de los frutos, ya que el resto de la producción era arrendado o vendido72. De esta forma, vemos cómo, en 1559, Diego Hernández firmaba el contrato para trabajar como hortelano en la Huerta del Rey por tiempo de ocho años. El documento de aceptación contractual, al que hace referencia el acuerdo municipal de 31 de junio, alude de forma expresa al gran interés hortícola y ornamental que todavía tenía este espacio, ubicado en la parte posterior de los palacios y cerrado por la cerca de Poniente73. En él existía una fuente cuyo caño era remozado con cierta frecuencia74, al igual que las acequias que por allí discurrían, con la finalidad de preservar sus plantaciones y de evitar las eventuales inundaciones de las zonas colindantes75. No obstante, y al margen de esas labores de mantenimiento, parece que el nuevo estatus del antiguo Palacio, lejos de limitarse a garantizar su pervivencia, vino acompañado de ciertas intervenciones de mejora y ampliación. Coincidiendo con la obra nueva de la parte delantera, así como con el carácter polifuncional que iba adquiriendo el recinto áulico en las décadas de los sesenta y setenta tras la instalación de la cárcel, alguacil, aduana y otras dependencias ciudadanas, la Huerta del rey fue ampliada con la anexión en 1566 de un pequeño huerto anejo a ella76. Su objetivo: mejorar el ornato de la ciudad y emplear el recinto en la celebración de ferias comerciales. Dicho ornato, sin embargo, hemos de ponerlo en correspondencia con la existencia de espacios naturales de recreo, no necesariamente ajardinados, como 71 AHML, L. Ac, caja 35, leg. 4., fol. 87r/v. 72 AHML, L. Ac., 26 de junio de 1579, caja 38, fol. 654v. Se acuerda el arriendo de la hierba de la Huerta del

Rrey. AHML, L. Ac., 4 de marzo de 1596, caja 43, fol. 31v. Se decide que se vendan los despojos de los paleros de la Huerta del Rey. 73 AHML, L. Ac., caja 35, leg. 4., fol. 87r/v. El acuerdo se firma el 31 de junio de 1559, y se menciona la “huerta del rey en el patio y sitio postrero de los palacios reales que S.M tiene en la calle de la Rúa”; AHML, L. Ac., caja 36, leg. 6, ff. 74v-75r: En 1566 se acuerda que la piedra que se había caído de un cubo de la muralla en la Huerta del Rey fuese llevada por el mayordomo de propios, Pedro Castañón, para inventariarla ante escribano y que la guardase, así como que si alguien se la llevara fuese excomulgado. 74 Son diversas las referencias a este tema en los acuerdos municipales del siglo XVI. A modo de ejemplo citamos el del 3 de abril de 1593, por el que “La Ciudad mandó librar y libró a Francisco de la Daça, albañir, veçino desta ciudad, mill y trescientos maravedís con los quales y con veinte reales que Tomé de Zelis, receptor de penas de cámara, le dio para el aderezo de la fuente y caños de los palacios reales, se le acavan de pagar mil e nobecientos y ochenta maravedís q ue a de aver del reparo y adrezo que en ellos fizo este dicho año, conforme a un memorial y parezer que en esto el dio el señor Juan de Villafañe, regidor, el qual reciba con esta libranza Tomé de Zelis, en quien se libran”. 75 AHML, L. Ac., caja 35, leg. 4, fol. 347r.; caja 38, fol. 411r. En marzo de 1561 se acordaba el aderezo y desagüe de la “huerta del rey”, la cual estaba bien de agua. En 1577, el 19 de julio, se mandaba que “se adereze e rapare el agua que sale del caño de los palacios reales y que no bierta hacia la zerca y baya conducida por donde suele y se aga”. 76 AHML, l. Ac., caja 36, leg. 6, fol. 87v. El 2 de marzo de 1566 la Ciudad decide comprar “cierto huertecillo” que estaba junto a la Huerta del Rey, para ensanchar dicha huerta y guardarla “por la necesidad que hay de ella para el trato y comerçio de las ferias que en ella se hazen y ornato desta cibdad”.

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parecía querer la pícara Justina. Esta última habría recorrido la Huerta al filo del nuevo siglo, aunque la cáustica personalidad que le otorga su autor nos ofrece un paisaje muy poco lírico de ésta. – Señora Justina, pique esta burra si trae con qué, o si no, déla que ande y verá la Huerta del Rey, que es nombrada en León y está dos pasos de aquí. Yo, como oí decir huerta de rey, pensé que era algún Aranjuez, ricamente aderezado con mucha murta, jazmín, arrayán, alhelís, mosqueta y clavellinas. En fin, huerta de Rey. ¿Qué será bueno que viese yo en la Huerta del Rey? Por vida de mi gusto, que si no fueron muchos, infinitos cuernos del Rastro, otra mosqueta ni mosquete, otros claveles ni clavelinas, yo no vi. Pues, ¿el olor? De pecinas, sangre, lodos, charcos, lechones; era todo tan lindo que hacía olvidar la fragancia de los mil Aranjueces. Eran tantos y tan innumerables los cuernos que cubrían el suelo, y aun mi corazón de tristeza, que verdaderamente no sé quién puede llevar en paciencia aquel estar un cuerno siempre jurándolas por la punta, la cual, por la mayor parte, está vuelta hacia la cara, y querría más ver puesto hacia mi cara un mosquete a puntería que aquel maldito y descarado encaramiento corniculario. Esto llaman los leoneses Huerta del Rey, que, si hay herejías contra la majestad real, ésta es una.77

Hemos de coincidir con la pícara en que no se trataba de los jardines de Aranjuez, ni tampoco de los que para las fechas de la primera edición de La pícara Justina (1605) preparaba el duque de Lerma en Valladolid, futura “Huerta del Rey”. Como el grueso de esta última, el concepto de Huerta –de mayor antigüedad histórica en el caso leonés– aparece dotado en estos momentos de un sentido menos sometido al orden del jardinero, y no exento de un valor productivo. Sin embargo ello no justifica las habituales exageraciones burlescas de la protagonista hacia todo lo relacionado con sus paisanos, posición que parece defender un soldado al reprocharle sus críticas: – El rey, mi señor, hizo esta huerta, y esa huerta es Huerta del Rey, mi señor, aunque la pese a la relamida. El rey, mi señor, es rey de España, y cuando plantó esta huerta le pareció que, para el sosiego que él había de tener en su casa, le bastaba haber unos simples sauces e alisos que aquí plantó, porque lo más del tiempo ocupaba en vencer infieles, moros y paganos. Sí, y aunque pese a quien pesare, esta es Huerta de Rey, mi señor. 77 F. LÓPEZ DE ÚBEDA, Libro de entretenimiento de la Pícara Ivstina, en el qual debaxo de graciosos discur-

sos, se encierran prouechosos auisos, Medina del Campo, 1605, edición de J. M. OLTRA TOMÁS, Madrid, 1991, pp. 381-383. Acerca de la identidad del autor de la novela, posible dominico jurado por el convento de Trianos (Villamol de Cea, León), véase A. ROJO VEGA, “Propuesta de nuevo autor para “La pícara Justina”: fray Bartolomé de Navarrete O.P. (1560-1640)”, Dicenda. Cuadernos de Filología Hispánica, nº 22 (2004), pp. 201-228.

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La ciudad de León en la década de 1930. Resaltado, el antiguo Palacio Real. Foto: Instituto Leonés de Cultura.

El cambio de sentido que experimentó el Palacio Real de León en el siglo XVI marcó de manera definitiva e irrevocable su futuro hasta su desaparición en el XX. Este futuro pasaba por el destierro de su función primigenia como espacio doméstico de la Monarquía y el paulatino desvanecimiento de su antigua representatividad, enfatizada en estos momentos sólo a través de algunas invenciones líricas de literatos como Lope de Vega o Tirso de Molina, que ubicaron la trama de algunas de sus comedias –como Los prados de León y Los Tellos de Meneses, el primero, o La romera de Santiago, el segundo– en un fantástico alcázar real leonés. A cambio, los auténticos palacios pudieron garantizar su existencia a través del uso y mantenimiento que exigía su nueva función, convirtiéndose de paso en el edificio civil más significativo y trascendente de la ciudad. Por otra parte, la representatividad original, aunque transformada, no llegó a desaparecer, dado que las nuevas funciones añadidas eran públicas y se desarrollaban sobre una propiedad regia, además de verificarse en actos muy concretos del protocolo de la ciudad. Esas responsabilidades añadidas, junto con las que se sumarán en esta nueva centuria, obligaron al Consistorio a realizar diferentes obras y a velar por su conservación, aunque tales operaciones haya que volver a inscribirlas, de manera casi crónica, dentro del incómodo contexto de la estrechez pecuniaria. Así, las obras encomendadas a Baltasar Gutiérrez en 1600 quizás nunca llegaron a concluirse, a causa de su enfermedad y posterior fallecimiento en 1608, y durante los primeros años de la centuria poca fue la actividad constructiva, limitada a un mero ejercicio de mantenimiento. La situación, sin embargo, experimentaría un giro decisivo a partir del segundo tercio de siglo, cuando en 1637 los palacios recibieron un nuevo impulso que les convirtió en centro de gravedad de la Ciudad, con todas sus implicaciones a nivel material. Este cambio de actitud tiene su explicación


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no sólo en la necesidad de preparar un espacio para la nueva alhóndiga y perpetuar la función mercantil del recinto, inaugurada con la aduana, sino, sobre todo, en las buenas noticias que circulaban sobre la posible aceptación del monarca para colmar los anhelos de la Ciudad y anexionar el Adelantamiento del Reino al Corregimiento leonés, lo que finalmente ocurrirá en 1638. Como consecuencia de todo ello nos encontraremos trabajando en la fábrica del Palacio Real a un arquitecto de reconocido prestigio, como era Juan de Naveda, cuya presencia es muy sintomática del decidido empeño en rehabilitar el conjunto arquitectónico bajo unos parámetros que no eran demasiado frecuentes en el contexto leonés.

La Alhóndiga Siguiendo esa política de mejoras, el 25 de octubre de 1637 se contrataban con Juan de Naveda las reformas de los palacios reales, en esta ocasión orientadas a la realización de la alhóndiga, ubicada en los bajos de la crujía septentrional del patio principal, que por encima servía de cuarto del corregidor, y quizás aprovechando también una parte de las instalaciones de la antigua aduana, de la que dejamos de tener noticias en este siglo, posiblemente por su desaparición ante la escasa recaudación1. Por su traza y fábrica el maestro habría de recibir 4.400 reales, si bien la muerte del arquitecto al año siguiente del contrato, en 1638, debió interferir negativamente en la finalización de las obras, quedando algunos remates por concluir. Así se recoge unos años más tarde, en junio de 1650, cuando el doctor y canónigo penitenciario de la catedral legionense, Francisco de Naveda, en calidad de hermano y testamentario de Juan de Naveda, reclamaba al Regimiento local los 400 reales que aún se debían “por la traza, hechura, manifactura y materiales de una alóndiga, que, por orden de la Ciudad”, hizo Juan de Naveda2. En ese mismo documento Francisco de Naveda confiesa que, en su día, el mayordomo de los pósitos y alhóndiga, Paulo Villagómez, en nombre del Justicia y Regimiento había ya entregado 3.638 reales a su difunto hermano, según constaba por carta de pago, aunque no se habían satisfecho el total de los 4. 400 ya que, debido al fallecimiento del maestro, se dejaron sin terminar las puertas, tampoco se habían colocado las rejas y redes de alambre en las ventanas, y faltaban también las bisagras y abrazaderas. Para solventar la cuestión, y en cumplimiento de las condiciones estipuladas en 1637, el 1 Al menos durante buena parte del siglo XVI la alhóndiga leonesa se encontraba en la misma calle de la Rúa,

aunque no parece que en las dependencias del Palacio Real. En 1559 se pregonaba la venta de sus suelos, acción que se repetiría en octubre del año siguiente. En marzo de 1561, frustrado el intento de venta, era Andrés de Quirós quien tenía arrendados dichos suelos, aunque en 1566 volvían a ponerse en venta a fin de destinar el beneficio “en aumento de la alhóndiga” (AHML, L. Ac., caja 35, leg. 4, ff. 181v, 308v y 343r, y caja 36, leg. 6, ff. 71v y 76v). 2 AHPL, Protocolos de Pedro Escofrén, caja 165, leg. 246, fol. 146 (29 de junio de 1650).

PATIO PRINCIPAL

Planta baja del corredor del patio: ALHONDIGA

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Planta primera: VIVIENDA DEL CORREGIDOR

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ANTIGUA ADUANA

CÁRCEL REAL Y ORATORIO DE LA CÁRCEL

Hipótesis del Palacio Real en el siglo XVII, con ubicación de la Cárcel, la Aduana, la vivienda del Corregidor y la Alhóndiga. Sobre dibujo de 1760 (A.G.S., M.P.D., IX-87).

canónigo Naveda se comprometía a hacerse cargo de tales remates en nombre de su hermano, razón por la que estaba en condiciones de reclamar al Regimiento leonés la cantidad adeudada3. Con esta intervención una parte del recinto quedaba transformado en casa pública y adquiría la función de almacén y mercado de granos controlado por el Regimiento local. 3 AHPL, Protocolos de Pedro Escofrén, caja 165, leg. 246, fol. 146. Según Francisco Naveda, los gastos mon-

taban 3.081 reales y 518 reales. Actuaron como testigos Francisco Cacho, estudiante natural de Liébana, Francisco Arias, escribiente y vecino de León, como también lo era Pedro de la Lama.

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La casa de la Justicia. Instalación del Adelantamiento del Reino en los palacios reales El origen del Adelantamiento leonés se remonta al siglo XIII, cuando Fernando III consolida cinco grandes circunscripciones territoriales: Castilla, León, Asturias, Galicia, Murcia y La Frontera. Al frente de éstas dispuso un oficial, que por designación real se encargaba de su administración y gobernación. Su pervivencia fue muy clara durante toda la Edad Media y, en territorios como Galicia y Castilla, el Adelantado Mayor ostentaba a veces el título de Merino Mayor. A partir del siglo XIV, y de forma evidente en el siglo XV, se impuso el término de Adelantado como figura encargada de gobernar una demarcación territorial denominada Adelantamiento. Las funciones encomendadas fueron inicialmente diversas y bastante amplias, razón por la que el cargo estaba asistido de un buen número de oficiales, escribanos, etcétera. Pero al llegar a la Edad Moderna el oficio se fue vaciando de contenido y quedó relegado en la mayoría de los casos a una dignidad, con carácter nominal. Tales cambios se acompañaron de modificaciones en la estructura interna y en el tipo de competencias y, de hecho, por entonces era ya en la Audiencia donde se desarrollaban las diligencias judiciales. Por otra parte, en muchas demarcaciones se produjo el fin de la institución, de manera que al llegar el siglo XVI sólo se mantenían los de Burgos, Campos y León. En el siglo XVII la institución del Adelantamiento de León experimentó otros cambios sustanciales. El primero fue lograr un asiento definitivo en la capital del reino y abandonar el carácter itinerante de antaño; el segundo, lograr su anexión al Corregimiento local. Ambos aspectos también tuvieron su eco en el complejo devenir de los palacios reales de la ciudad, en cuanto será en ellos donde a partir de ese momento transcurra la vida de tan secular institución4. Aunque ya venía formulándose desde unos años atrás el deseo de la Ciudad para que se anexionasen las dos instituciones del Corregimiento y el Adelantamiento, no será hasta 1638, bajo el reinado de Felipe IV, cuando el Adelantado se instale definitivamente en la ciudad de León, abandonando su anterior itinerancia por diversas localidades de su demarcación geográfica, para pasar a tener una sede fija en la vieja capital del Reino. Así lo entendieron sus representantes, que optaron por establecer la sede de dicho organismo en los recintos del Palacio Real de la calle de la Rúa, considerado el edificio con mayor vinculación a la Monarquía y, por ende, el más adecuado para la administración de la justicia5. Desde la fecha del traslado, en

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septiembre de 1638, las tres dependencias principales del Adelantamiento, es decir, la Audiencia, la Cárcel y el Archivo, quedaron instaladas definitivamente en los palacios reales, cuyo espacio global debía ser compartido también con el pósito y alhóndiga, además de la morada del corregidor y de otros funcionarios locales relacionados con esas instituciones, como era el alcaide y alguacil de la cárcel. Así nos lo relata Cabeza de Vaca en sus Políticas Ceremonias (Valladolid, 1693), cuando escribe: “[...] los antiquísimos Palacios reales que fueron habitación de nuestros insignes y primeros Reyes, sirven oy de vivienda de los señores Corregidores con quartos separados para su teniente, en él están las dos salas de la Audiencia de la Ciudad y Adelantamiento, el pósito y lóndiga y la cárcel, todo bien separado, sin que estorve uno a otro [...]”6

La ubicación elegida trataba de dignificar el oficio y reconocía a la Audiencia como el lugar destinado a la Justicia, reservándoles uno de los espacios más simbólicos de la ciudad, aunque para entonces estuviera muy deteriorado arquitectónicamente. La decisión a la vez venía a demostrar la tendencia a la centralización de poderes, y unía bajo el mismo techo a los representantes de la administración de Justicia y de la administración local. Quizás hemos de entender la cuestión como el inicio del proceso de decadencia del Adelantamiento, institución que para entonces era ya residual en la mayoría del territorio peninsular, a excepción de Campos, Burgos y León, donde se perpetuó durante el Antiguo Régimen7. La instalación del Adelantamiento del Reino y su agregación al Corregimiento implicaba, inicialmente, un elemento dinamizador para la capital, ya que el asentamiento de la Audiencia no sólo suponía mayor comodidad para los oficiales y vecinos, sino que favorecía el control de los presos, la agilidad y claridad de determinados procesos y el ahorro de gastos que conllevaba la continua mudanza de la administración de justicia. Pero el proceso de agregación fue complejo, ya que conllevaba que el oficio de Alcalde Mayor del Adelantamiento pasara al Corregidor, quien podría nombrar un teniente –Teniente Mayor del Corregidor– como auxiliar en la administración de la justicia. La medida, pues, favorecía la centralización de poderes e implicaba un recorte de competencias materiales y geográficas respecto del Adelantado medieval, que progresivamente se convertiría en un oficio nominal, mientras que otros cargos relacionados con esa actividad experimentarían un progresivo reconocimiento, como sucedió con los de fiscal, alguacil y procura6 F. CABEZA DE VACA, Resumen de las políticas ceremonias con que se gobierna la noble, leal y antigua ciu-

dad de León, cabeza de su Reyno, Valladolid, 1693, ed. facsímil, León, 1975, p. 8. 4 Mª. I. VIFORCOS MARINAS, “La instalación del Adelantamiento del reino en la ciudad de León en 1638”,

7 I. CADIÑANOS BARDECI, El Adelantamiento de Castilla, Partido de Burgos. Sus ordenanzas y archivo, Madrid,

Tierras de León, nº 48 (1982), pp. 45-58; Idem, “El alcalde mayor del Adelantamiento del Reino de León en el siglo XVII”, Astórica, nº 3 (1985), pp. 55-81. 5 Mª. I. VIFORCOS MARINAS, “La instalación del Adelantamiento...”.

1989; P. ARREGUI ZAMORANO, Monarquía y señoríos en la Castilla moderna. Los adelantamientos en Castilla, León y Campos, 1474-1643, Valladolid, 2000; J. CALLADO COBO, J. PÉREZ GIL y J. J. SÁNCHEZ BADIOLA, El mito de Tierra de Campos. Ensayo en torno al disimetrismo del río Cea, León, 2003, pp. 28-29.

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dor, en aras de una cierta especialización que va surgiendo en el ámbito judicial y en los tribunales de justicia, que paulatinamente van acercándose al concepto contemporáneo impuesto en la Ilustración y en el siglo XIX. Cuando el viejo recinto palaciego cambie de funcionalidad y se transforme en cuartel durante el siglo XIX, la audiencia provincial se trasladará a un edificio de la calle de la Torre, donde pervivió hasta su traslado a la calle del Cid, su actual ubicación. De esa curiosa relación únicamente queda como testigo la anexión de la antigua portada de la fábrica de lienzos, levantada en el siglo XVIII en los palacios reales y reubicada hoy como puerta de entrada principal al edificio.

La reconstrucción del patio principal Los vetustos vestigios medievales que aún se conservaban alrededor del patio principal del recinto áulico empezaron a dar síntomas de ruina en 1657. Primero fue una torre la que amenazaba con el desplome, siendo su reparación encomendada al maestro Francisco de Toraya, quien presentó las obligadas condiciones para la obra en septiembre de ese mismo año8. Debía tratarse de la torre relacionada con la cárcel, en la esquina suroriental del patio principal, ya que la mala conservación de esta dependencia facilitaba a los presos la apertura de huecos en los muros, por donde algunos de ellos procedieron a la fuga en 1569, tal y como se comunicaba de forma alarmada en Consistorio el 5 de agosto de ese año9. A pesar de estos problemas de inseguridad, parece que la deplorable situación de las arcas municipales impedía afrontar el gasto de las reformas necesarias en la cárcel, que en 1660 volvía a ser motivo de atención en los acuerdos municipales por su estado de ruina, ya que “se está cayendo y undiendo por muchas partes con gran riesgo y detrimento, así de las vidas como de hazer fuga de los presos”10. Una vez más se intentó remediar lo más urgente, como era levantar los muros caídos, tapar los agujeros y retejar, labores en las que se ocuparon en 1662 los maestros carpinteros Isidro Álvarez y Marcial Llorca, si bien tuvieron que suplicar que se les pagara lo ejecutado, ante la habitual morosidad municipal11. 8 AHML, Oficios de ayuntamiento. General. 146, fechado el 27 de septiembre de 1657. 9 AHML, L. Ac., 35, fol. 364v. 10 AHML,

L. Ac., 36, fol. 136v. A esta situación se sumaba el hecho de que el alcaide encerraba a los presos “todos juntos en los calabozos todas las noches, asi los que tiene causa para ello como los que no la tienen, de que resulta tan grande hediondez que no ay quien pueda parar en la dicha cárcel y puede resultar muy grande daño contra la salud de la Ciudad como declararon los médicos...” (AHML, L. Ac., 37, ff. 169r-170r). 11 AHML, Oficios de Ayuntamiento. General, 153. El 12 de mayo de 1662 “Marziel Llorca”, carpintero y vecino de León, declaraba en Consistorio que por orden de don Jerónimo Castro había retejado los tejados de los palacios reales y “levantado muchos pedazos que estaba caídos”, todo lo cual montaba 884 reales que se le adeudaban y suplicaba ahora que se le pagasen. Por su parte, el 28 de junio de 1662, Isidro Álvarez, maestro de carpintería, vecino de León, solicitaba el dinero que se le debía de lo que “ha reficionado en los palacios reales y muchos materiales que ha puesto”.

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Lo inevitable llegó con la ruina acaecida en 1665 en esa parte del Palacio. El desastre ponía en evidencia la imposibilidad de la Ciudad para hacer frente a tales gastos, ya que en esos mismo años seguía embarcada en la magna empresa de la construcción de la plaza mayor de León, para cuya financiación se había visto obligada a recurrir, no sólo al arbitrio de 40 maravedís en cántara de vino, a todas luces insuficiente, sino a solicitar, además, la ayuda y préstamos de particulares que contribuyeran a la ejecución de los arcos y casas de la nueva plaza mayor12. A este respecto conviene recordar que el Regimiento local destinaba parte de estos impuestos sobre el consumo de vino para la paga del donativo con que la Ciudad servía al Rey, cuya suma ascendía, por entonces, a 2.613.517 maravedís. Se explica de esta manera que rogara a Felipe IV una segunda prórroga de seis años, con el fin de destinar la recaudación del arbitrio de 40 maravedís a sufragar las deudas y gastos de las obras de la plaza pública y de otras fábricas relacionadas con el Consistorio, entre las que se encontraban los palacios de la calle de la Rúa. Las cédulas reales de 3 de agosto de 1664 y, sobre todo, la de 15 de febrero de 1665, son muy reveladoras de la apremiante necesidad económica de los vecinos de León. En ambos documentos el monarca concede a la Ciudad la segunda prórroga de seis años para usar dicho impuesto y administrarlo de la siguiente manera: durante dos años se destinaría a finalizar la obra de la plaza mayor, los otros tres para satisfacer y pagar el servicio a la Corona y el otro restante para acudir al reparo de los Palacios Reales, por estar amenazando ruina13: “[...] y con esta calidad os doy y conzedo nueva prorogación, para que por otros seis años más que an de començar a correr y contarse desde el día que se huviese cumplido y cumpliere la última lizencia que se os dio, podais continuar y continueis en la dicha ymposición, aplicando lo que procediere en los dichos primeros dos años dellos, para acavar el edificio de la plaza pública, y lo que prozediere en el otro año para acudir a los reparos de los palacios reales de la dicha Ciudad y los otros tres años para pagar y satisfazer los dichos dos quentos seiscientos y trece mil y quinientos y diez y seis maravedís del dicho donativo sus intereses y gastos [...]”14

Aunque con la citada cédula de Felipe IV se había conseguido un respiro económico y desviar una cierta cantidad para hacer frente a las obras de la 12 Sobre la construcción de la plaza mayor leonesa y en especial lo relativo a su financiación, remitimos a Mª.

L. PEREIRAS FERNÁNDEZ, Proceso constructivo de la plaza mayor leonesa en el siglo XVII, León, 1985, y Mª. D. CAMPOS SÁNCHEZ-BORDONA y Mª. L. PEREIRAS FERNÁNDEZ, Historia y evolución de un espacio urbano. La Plaza Mayor de León, León, 2001, pp. 60-90. 13 AHML, doc 1.114. El documento ha sido publicado en varias ocasiones, así en C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ y J..A. MARTÍN FUERTES, Catálogo, p. 391; Ordenanzas de León, León, 1669, anexo, edición facsímil de A. VIÑAYO y L. RUBIO, León, 1996; M.D. CAMPOS y M.L. PEREIRAS, Historia y evolución... Apéndice doc. v.c. 5, pp. 206. 14 Ibidem, p. 206

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Situación del antiguo patio principal del Palacio poco antes de su destrucción, a mediados del siglo XX. Foto: AR.CO.

cárcel y dependencias del Palacio, éstas aún tuvieron que esperar los dos años preceptivos, según lo dispuesto en el documento real de 1665, para disponer de emolumentos. La Ciudad recurrió entonces al arquitecto Juan de Rucabado, al que también había contratado como maestro de la plaza mayor leonesa15, para que se pusiera al frente de la fábrica de la cárcel, según se había acordado en Consistorio en 1668, a propuesta del regidor don Antonio Castañón. La pericia de este artífice era una garantía para dar estabilidad a las estructuras dañadas y tratar de optimizar el ahorro en la medida de lo posible. Rucabado se limitó a realizar los once postes con zapatas de madera sobre basas de piedra, así como el “socalce del cubo que está en la cárzel real”, más otras obras menores destinadas simplemente a reforzar la parte inferior de las 15 Juan de Rucabado fue el maestro de obras de la Plaza Mayor de León a partir de 1659, una vez aprobada

la traza general del padre Antonio Ambrosio, y trabajó en este conjunto durante más de diez años. Era por ello un artífice muy conocido por el consistorio local. Sobre su participación en la plaza vid: Mª. D. CAMPOS SÁNCHEZ-BORDONA y Mª. L. PEREIRAS FERNÁNDEZ, Historia y evolución, pp. 67-82.

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tapias del corral, renovar algunas vigas, revocar, y repellar con yeso y cal el armazón central de algunas estructuras. Por todas estas labores, destinadas a salir del paso evitando incrementar los daños y los gastos, se le libraron 484 reales en septiembre de ese mismo año16. Sin embargo, la ausencia de un proyecto de restauración integral conllevó la inevitable reaparición de problemas en el viejo edificio. Sólo seis años más tarde, en julio de 1675, se caía la escalera principal, arrastrando en su ruina una de las zonas más antiguas y representativas del palacio medieval, como eran los corredores y aposentos superiores del patio interior, destinados a la vivienda del corregidor17. Con cierta celeridad, los ediles procedieron a inspeccionar lo ocurrido y ante la gravedad de los hechos tomaron la determinación de encargar una nueva traza para rehacer, no sólo la escalera principal, sino todo lo derruido. La magnitud del desastre y la trascendencia de la obra requerirían suplicar de nuevo al Rey e insistir en que hiciese merced de la prorrogación, por un año más, del arbitrio de cuarenta maravedís en cántara de vino, que se venía utilizando para la fábrica de la plaza mayor, para destinar esa anualidad a la reparación del Palacio. Este comportamiento no era nuevo, puesto que ya se había procedido de esa manera en ocasiones anteriores en las que la urgencia no admitía demoras. Algunos regidores eran partidarios, incluso, de utilizar ya de inmediato esas cantidades, debido a la premura del asunto, sin esperar a la cédula real y reintegrarlo luego a la fábrica de la plaza18. Las obras para rehacer los corredores del patio principal estaban ya iniciadas en septiembre de 1675, sin que conozcamos la identidad de su artífice, aunque es posible que los trazase el maestro Francisco Sanz Palacio, quien un año más tarde realizaba los pilares del recinto regio 19. Sí sabemos, empero, que la disposición de los materiales y su primera configuración arquitectónica no marchaban a gusto de los comisionados municipales, de modo que tras una visita de inspección, los regidores, acompaña16 AHML, L. Ac., caja 56, leg. 39, ff. 554v-555r y 573v. Los documentos está fechados el 18 de julio y 12 de

septiembre de 1668. 17 AHML, L. Ac. caja 57, leg. 42, fol. 87. 18 Ibidem, fol. 87. “...Abiendo tenido notiçia que en los palacios reales desta ciudad avía subzedido una ruina

muy grande, cayéndose la escalera prizipal dellos y los quartos que avía y corredores enzima y qye hera preciso el acudir a parar lo que quedava, para que se acabase de demoler, y porque, temiendo la Ciudad no se ebadiese lo que a subzedido y para reparar qualquiera ruina de las que amenazava, quando suplicó a Su Magestad la Ciudad le hiciese merced de la prorrogación del arvitrio de quarenta maraveís en cántara de bino, para la fábrica de la plaza, se le diese lizencia para que después de acavado aquel edifio pudiese usar un año más del, y lo que produjese fuese para reparar y reficiones del palacio, y para componerle aora y asegurarle, apoiándole los cavalleros comisarios, asitan al señor corexidor con una intervençión y se libre lo que fuere menester en los arrendadores del arvitrio para reintegrarlo después a la fábrica de la plaza y que se aga traza y condiciones para la obra y se traigan a la Ciudad”. 19 Por esos años trabajó también en la plaza mayor de León, realizando junto a otro cantero y familiar suyo, Ambrosio Sanz, ocho arcos para las casas del cabildo de Regla sitas en dicha plaza. Cfr. Mª. D. CAMPOS SÁNCHEZ-BORDONA y Mª. L. PEREIRAS FERNÁNDEZ, Historia y evolución, p. 80.

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dos por los maestros arquitectos y alarifes por ellos designados, tomaron la determinación de demoler todo el corredor y la galería superior que ya se había empezado a levantar. Las razones de esta drástica medida radicaban en dos motivos. En primer lugar, es evidente que las autoridades municipales deseaban construir esta nueva parte del palacio aplicando una estética barroca, orientada a transformar dichas estancias en un lugar con la adecuada representatividad y el simbolismo que requería todo espacio público en el Antiguo Régimen20. Así lo reconocían cuando, en el acuerdo municipal de 27 de septiembre, proponían que la morada y despacho del corregidor se ejecutase con mayor amplitud que la de antaño, y que se realizase “con adorno, seguridad, lucimiento y conforme a Arte”21. Aun así, en sus propuestas no se incluía una alteración de la planta del recinto regio, cuya organización y tamaño apenas experimentaron variaciones respecto de la época medieval. El otro motivo que justificaba el derribo de los corredores y su reconstrucción era meramente arquitectónico, ya que la obra ejecutada, en opinión de los peritos, no estaba conforme a Arte, puesto que las vigas dispuestas no tenían la longitud precisa, ni estaban apoyadas de manera adecuada, provocando problemas de seguridad y resistencia en la estructura22. Para remediar el error de cálculo de los forjados de los corredores fue preciso encargar nueva viguería y rehacer la estructura de madera que los conformaba. El 9 de octubre de 1675 el maestro de carpintería Simón Díez, a cuyo cargo estaba la fábrica de los palacios reales, y el carretero Francisco Sauce, se habían concertado para que éste trajera hasta la ciudad un total de 120 vigas y 400 tablones23. Se trataba de una considerable cantidad, que 20 AHML, L. Ac., caja 57, leg. 42, ff. 133v-134v. En la sesión de 27 de septiembre de 1675 se afirma: “abiendo

en ejecución y cunplimiento del acuerdo de beinte y cinco días de septiembre deste año, en el qual se acordó que se hiciese vista de ojos en la obra y edificio del palacio real, asistido los caballeros rejidores con el señor correjidor, y con maestros arquitectos y alarifes, y reconocido que de proseguir en la obra como estaba capitulado y acondizionado, tenía grandes reparos dignos de toda atención y que siendo esta obra que se hacía adorno y lucimiento y que la que se avía de fabricar conforme a lo acondizionado no sólo tenía estas partes, antes se estrechaba la vivienda en los quartos principales del despacho yque de mudarla se lograba el dar a cada pieza mas de media bara de ancho, quedando con toda hermosura y seguridad, y para ello era preciso demoler todos los quartos del despacho, para que se fabriquen con la seguridad que se requiere conforme a Arte. Acordaron que se les aga saber a los maestros en quien se avía rematado la obra para que hiciesen demoler y demolieren todo el corredor y galería, pues de otro modo no podía tener firmeza la obra en ninguna manera, por no llegar las vigas a entrar en las tapias y firme de ellas, sino que estaban recibidas con madrejillas, y par que en la tapia que se hacía nuevamente de manpostería fuesen cargadas sobre ella las bigas, como deben ir, para seguridad y perpetuidad de la obra...”. 21 Ibidem. En la justificación de la obra se alude a frases como éstas: “ siendo esta obra que se hacía adorno y lucimiento”; ”....que de mudarla se lograba el dar a cada pieza mas de media bara de ancho, quedando con toda hermosura y seguridad, y para ello era preciso demoler todos los quartos del despacho, para que se fabriquen con la seguridad que se requiere conforme a Arte”. 22 AHML, L. Ac., caja 57, leg. 42, ff. 133v-134v. Véanse las notas siguientes, donde se reproduce parte del documento. 23 AHPL, Protocolos M. Pérez de Vedoya, caja 294, lib. 466, fol. 631.

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revela por sí sola la amplia superficie sobre la que se iba a trabajar, aplicada a varios corredores del antiguo patio principal, en el que al menos tres de sus lados fueron reconstruidos. La diferencia de longitud de las vigas demandadas, conformadas en tres grupos de 17, 16 y 15 pies de largo, respectivamente, es otro dato que indica la distinta medida de las crujías del recinto regio, cuyas paredes medievales no respondían a tamaños uniformes y ofrecían ligeras alteraciones de este tipo, conforme al sistema constructivo al uso, aunque el ancho de cada una de las pandas se aproximara a los 4 metros. Sin embargo, el grosor solicitado para las 120 vigas era el mismo, de tercia y una quarta, calculado para responder como elemento activo en la estructuración del forjado de madera. Las vigas más largas eran de pino –cincuenta unidades–, como lo eran también los cuatrocientos tablones; el resto era haya24. A pesar de las cifras anteriores, los amplios forjados de los corredores necesitaron algunos elementos lignarios más, por lo que en esa misma fecha, el 9 de octubre de 1675, ante la llegada del invierno y por la urgencia en solucionar la tarea encomendada, los maestros que trabajaban en el Palacio Real se vieron obligados a solicitar a los comisarios de la Ciudad, “se les prestasen algunas vigas quartones y tablas de pino de las que se trajeron para la fábrica del Mirador [de la plaza mayor] pues no se podían gastar en este año, que se obligaron a traer otras tales y tan buenas para fin de mayo del que biene de mil seiscientos y setenta y seis”. El gobierno municipal accedió a esta petición, si bien recordando que el citado préstamo de madera para el Palacio debería ser reintegrado cuando se reiniciase la fábrica del Mirador25. En este proyecto de reforma del patio principal, la escalera jugaba un papel esencial, no sólo por su carácter funcional, sino porque, desde comienzos de la Edad Moderna, se había convertido en uno de los elementos arquitectónicos más significativos a la hora de otorgar al espacio en el que se abría un ceremonial aristocrático y conferir al recinto un sentido ritual y simbólico. Así, los modelos de escaleras claustrales, en sus múltiples variaciones, contribuían a magnificar el ceremonial y el recorrido interno de la arquitectura civil, tanto pública como privada. Por ello se realizaron con esmerada decoración en balaustres y paramentos, marcando así el camino ascensional hacia el noble recinto al que conducían, ubicado siempre en el piso alto. Ésa debió ser precisamente la idea que estaba en la mente de los regidores leoneses en 1676, al rematar la fábrica de la nueva escalera palaciega en 24 Ibidem. Las 120 vigas se distribuyeron de las siguientes características: “..cincuenta vigas de pino, de diez

y siete pies de largo y tercia y quarta de grueso, desvastadas de acha; y otras setenta ayas, del mismo género y grosor de las anteriores, la mitad de las cuales habrían de ser de quince pies y las otras treinta y cinco restantes de diez y seis pies de largo, más cuatrocientas tablas de pino de diez pies de largo y tercia de ancho”. 25 AHML, L. Ac., caja 57, leg. 42, ff. 137-138r.

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el maestro de cantería Diego Cicero Caxigal, por un total de 21.000 reales de vellón26. Aunque era la postura más baja, pues en mayo de ese año Pedro de Ezquerra Rozas la había ofertado en 26.000 reales27, debemos señalar que se trata de una cifra elevada, lo cual responde al carácter monumental de la obra. En la documentación relacionada con este asunto se insiste en criterios estéticos y organizativos, y se alude con frecuencia a “la necesaria decencia con que es justo se haga por ser la principal de dichos palacios”28. De hecho, se ubicó casi en el centro de la crujía oriental del patio, en el lugar por donde éste comunicaba con el cuarto delantero y el primer patio, desde donde el recorrido se encaminaba al zaguán y a la portada de la calle de la Rúa. Así se contempla en el plano del Palacio levantado en el siglo XVIII por Bernardo Miguélez y conservado en el Archivo General de Simancas29. En él queda bien reflejado el recorrido desde la fachada principal hacia el interior, en una línea que no llega a ser totalmente recta, sino que se quiebra a la entrada del segundo recinto, de manera que la escalera no es visible desde fuera, preservando la intimidad doméstica, según costumbre medieval arraigada en la arquitectura señorial de nuestra Península. Poco sabemos del modelo tipológico elegido para esta ocasión, habida cuenta de la ausencia de restos materiales y de las limitaciones de la documentación gráfica, que es además bastante más tardía. La escalera dibujada en el citado plano no detalla el número de tramos, aunque el espacio de la caja es rectangular y parece responder al esquema claustral de tres tramos, si bien uno de ellos sería doble para permitir el acceso tanto del un patio como desde el otro. Tampoco podemos precisar el material, pero sí el tiempo que tardó Cicero en concluirla, unos seis meses, ya que el 9 de diciembre de 1676 se pagaban a Antonio García cinco antepechos y un balcón, así como una barandilla de hierro para la escalera, la cual el primer maestro daba por concluida en 23 de diciembre de ese mismo año, solicitando el consiguiente finiquito30. 26 AHML,

L. Ac, caja 57, leg. 42, ff. 250v-251r; 257r; 258r y v. El 12 de junio de 1676 Cicero presentaba como fiadores de la obra de la escalera del Palacio Real a Pedro González Orea y Claudio Muñoz, así como Bartolomé Rodríguez y Juan de Caxigal. Unos días más tarde, el 26 de junio, solicitaba el adelanto de la mitad del precio del contrato para hacer frente al inicio de la obra y a la adquisición de materiales. De hecho, el 3 de agosto se le otorgaba otra libranza por el estado avanzado de la primera. 27 Este artífice era natural de Omoño, en Trasmiera Trabajó con Francisco Piñal en la obra de la plaza mayor leonesa y en 1678 en la portada del monasterio de Sahagún. Mª. D. CAMPOS SÁNCHEZ-BORDONA y Mª. L. PEREIRAS FERNÁNDEZ, Historia y evolución, p. 86; E. MORAIS VALLEJO, Aportación al Barroco en la provincia de León. Arquitectura religiosa, León, 2000, pp. 63 y 233. 28 AHML, caja 57, leg. 42, ff. 235v-237r. El 22 de mayo, al hacer postura para la obra Pedro Ezquerra Rozas, se analizan las condiciones y traza para la fábrica de la escalera, y se afirma estar arruinada totalmente, motivo por el que se decide su demolición y hacer una nueva por respeto y por la decencia que requiere el recinto. 29 AGS, MPD, IX-87, 1760. Plano de un cuartel de León. Bernardo Miguélez. 30 AHML, caja 57, le. 42, ff. 332v. El 23 de diciembre de 1673 Diego Zicero pide que se le libre el resto de la obra de la escalera, ya terminada, que le había sido rematada en 21.000 reales de vellón. Hasta ese momento sólo se le habían entregado, por Santiago Duque, 19.000 reales, faltando el resto por pagar.30 Ú

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Finalizada la escalera, faltaban aún por reconstruir los aposentos y cuarto del corregidor, demolidos con motivo de la ruina acaecida y aún “en estado inhabitable”, según denunciaba el propio corregidor31. De este modo, en 1677 el maestro de cantería Francisco Sanz Palacio se encargaba de la fábrica de los pilares del “segundo patio” de los palacios32. Suponemos que en esta fase constructiva se levantarían también las nuevas dependencias de la vivienda y del despacho del corregidor, dándoles mayor amplitud que la que tenían antiguamente, según lo acordado en Consistorio el 27 de septiembre de 1675, cuando se demolieron para rehacerlos conforme a Arte33. Con ello se daba por concluida una de las etapas constructivas más intensas del conjunto áulico. Unos años más tarde, 1693, el autor de las Políticas ceremonias, describía el edificio de los antiguos palacios con aparente normalidad, sin acusar signos de deterioro. Más bien al contrario, hacía notar su multiplicidad funcional, al servir de habitación a los corregidores, con cuarto separado para su teniente y con dos salas de Audiencia –la de la ciudad y la del Adelantamiento-, así como, la cárcel, pósito y alhóndiga, insistiendo en que estaba: “[...] todo bien separado, sin que estorbe uno a otro; corre su conservación y reparos por quenta de esta Ciudad, para lo qual se le han concedido por provisión de la Magestad de el señor Emperador Carlos Quinto, las penas de cámara de esta ciudad y su jurisdicción, las Bavias y los Arguellos y si alguna vez es menester reparo mayor, para el que no alcança este efecto, se concede facultad para sacarlo de arbitrios, con que se mantiene tantos siglos ha [...]”34

De la lectura de estas líneas escritas a finales de la centuria parece colegirse que los continuos problemas de deterioro de las viejas estructuras arquitectónicas de los palacios reales y los denodados intentos por su conservación y reconstrucción habían dado sus frutos y que el conjunto se había salvado, aunque ya para entonces muchos elementos de su primitiva configuración hubieran sido alterados y la organización espacial interna también se encontrara modificada y funcionalmente cambiada. No obstante, creemos que la visión de Cabeza de Vaca pecaba de un excesivo optimismo y estaba un tanto alejada de la realidad, pues si, en lugar de detenernos en ese

Ú Empezada aproximadamente a finales de junio, el 2 de septiembre el maestro comunica a la Ciudad que

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la obra va muy avanzada y necesita una segunda libranza para el suministro de materiales. Por su parte, la Ciudad, ante la falta de liquidez económica, solicita a Santiago Duque, vecino de León, que se haga cargo y le entregue en esa fecha 5.000 reales de vellón. En octubre y noviembre se le van otorgando nuevas cantidades de mano de Santiago Duque y en nombre del ayuntamiento (AHML, caja 57, leg. 42, ff. 289r, 311r, 320v, 325r, 332v). 31 AHML, L. Ac., caja 58, ff 356r-360. 32 AHML, L. Ac., caja 58, ff. 200v-201r. 33 AHML, L. Ac., caja 57, leg. 42, fol. 133v. 34 F. CABEZA DE VACA, Op. cit., pp. 8-9.

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Fragmentos de trabajos lignarios con formas geométricas, procedentes del Palacio Real. (Museo de León). Foto: J. Pérez Gil.

Pieza ornamentada geométricamente mediante lazo ataujerado. (Museo de León). Foto: J. Pérez Gil.

punto, continuamos analizando las informaciones recogidas en los años inmediatos con los que se cierra el siglo XVII, volvemos a encontrarnos con noticias del estado ruinoso de algunas zonas del edificio, como la ocurrida en la cárcel real en 169735. Es posible, pues, que el texto anterior careciese de un conocimiento real de las instalaciones o que obviase sus deficiencias en aras del objetivo principal de su obra. Las fórmulas y disposiciones para remediar el incidente de la cárcel repetían lo dictaminado en épocas anteriores y planteaban el irresoluble problema de financiación para hacer frente a los reparos. Una vez más, ante la exhausta economía municipal se solicitaba licencia real para disponer del habitual impuesto y las obras necesariamente se posponían hasta contar con los medios adecuados. Por ello, ni en 1698, ni en 1699 se pudo hacer nada. Habrá que esperar a las décadas siguientes para ver resuelto el problema, es decir, al cambio de siglo y a la nueva política implantada tras la llegada de los Borbo-

nes. Tal es así, que las obras de reparación proyectadas en 1697-1698 hubieron de retrasar su ejecución hasta los primeros años del siglo XVIII debido a la falta de medios y a la espera de la ayuda de la Corona o de la ansiada facultad real para obtener ciertos propios con que sufragar las obras. Finalmente, para cerrar este capítulo referido al siglo XVII, queremos referirnos a los tableros de técnica ataujerada a los que hiciésemos mención al analizar las piezas custodiadas en el Museo de León y que dejamos entonces para ocasión más oportuna. Como expusimos, se trata de una quincena de piezas de madera sobre las que se abren serios interrogantes acerca de su cronología, ubicación y función. Cuatro de ellas se ajustan a un módulo romboidal de 1,2 x 0,8 m. y están constituidas por un tablero al que se sotoponen otras tablillas para generar una decoración geométrica irregular a la que no se aplica policromía. A su vez, dos de estos cuatro ejemplares presentan una decoración semejante, lo que demuestra que, con probabilidad, formaron parte de un mismo trabajo de cierta magnitud. El tipo de módulo romboidal que organiza el trabajo geométrico de los otros dos ejemplos indica su pertenencia a la misma obra que los anteriores. Sin embargo, la disparidad geo-

35 AHML, L. Ac., caja 53, s/f. El 25 de octubre de 1697 Diego Villafañe Navarro, en calidad de comisario nom-

brado por la Ciudad, declara que, acompañado de los alarifes Mateo Alfaro y Bartolomé de Rueda, ha ido a ver lo ocurrido en los palacios reales, donde se ha caído una parte de la cárcel.

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métrica de estos últimos dos trabajos y la simplicidad de los citados anteriormente, complican la tarea de identificación de los mismos. Los cuatro ejemplos contienen un trabajo de decoración geométrica muy irregular que se ha generado utilizando la técnica ataujerada, claveteando varios taujeles de perfiles moldurados sobre unos tableros que crean una base irregular. La trama ornamental que desarrollan no se ajusta a ningún tipo de labor de lacería. En el caso de los dos ejemplos que llevan un mismo tipo de ornamentación geométrica, ésta es muy sencilla, formada por cuatro sinos de estrellas de ocho puntas, incompletos, que se sitúan en los laterales del contorno romboidal y de los que, a su vez, se desarrollan varios taujeles que generan figuras cuadradas, rectangulares, triangulares o romboidales. Los otros dos tableros son también muy irregulares, y no están sujetos a ningún tipo de ordenación regular geométrica. Uno de ellos presenta unas figuras geométricas muy interesantes, como son cuatro zafates redondos desarrollados desde cada uno de los ángulos del tablero romboidal y que parten de unas aspillas. Aunque no se trata de ninguna rueda de lazo, toma elementos de aquéllas, si bien aquí la distribución es aleatoria y no se forman desde ninguna estrella. El otro tablero, también romboidal, contiene una decoración geométrica irregular, formada por diversos taujeles que se mezclan y distribuyen de forma aleatoria, sin ninguna disposición. El tipo de ensamble empleado para cada uno de los taujeles que forman la labor ornamental de las cuatro piezas es el mismo: la unión a agudo, de corte recto y sencillo. Este tipo de nexo entre taujeles resta continuidad visual al trazado geométrico, hecho que se intentó corregir por medio de unas tapas o junquillos semicirculares que se clavan sobre los anteriores, aunque sin poder disimular la tosquedad en la ejecución de estos trazados. Por último, los espacios interiores de los taujeles se completan con un tipo de decoración tallada a modo de puntas de diamante. Resulta especialmente difícil fijar a qué tipo de labores de carpintería pudieron pertenecer estos cuatro tableros, si bien la disposición de los taujeles exteriores, que forman un módulo romboidal sobre el tablero, y el espacio creado entre este rombo y el del propio tablero, así como el carácter no estructural de estas obras, parecen indicar que estos trabajos estaban preparados para clavetearse sobre una estructura de madera formada por maderas de mayor sección, ordenadas romboidalmente, a las que luego se añadirían estas labores decorativas. También en el museo provincial leonés se conservan otros ocho tableros de sección cuadrangular, más diversos fragmentos en mal estado que pudieron pertenecer a otros cuatro36. Su tipo de trabajo es idéntico al de los table36 Agradecemos

nuevamente las facilidades que nos ofrecieron en nuestro estudio los responsables del Museo de León, en especial las atenciones de don Manuel González, así como las sugerencias recibidas de don Joaquín García Nistal acerca de estas piezas.

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ros romboidales descritos, esto es, labor ataujerada desarrollada bajo una malla cuadrangular, con taujeles igualmente moldeados –unidos con un corte a agudo–, y dotados de unos junquillos semicirculares. En alguno de estos tableros vuelve a formarse, en sus ángulos, un trabajo incompleto de rueda de lazo de ocho puntas, a partir de la cual se generan algunos zafates redondos, mientras que los espacios interiores del sino de estas estrellas, zafates y otras zonas incorporan una banda de puntas de diamante. En otros ejemplos, el trabajo se simplifica, de forma que los taujeles crean figuras cuadradas y rectangulares. Tal y como sucedía en los tableros romboidales, los que ahora analizamos se debieron incorporar a una estructura, en este caso organizada en una malla cuadrangular. Además, la similitud de ambos trabajos responde a un mismo taller de carpinteros de lo blanco y, probablemente, a diferentes partes de un mismo conjunto lignario que, en ningún caso, se ajustaría a trabajos de armaduras de madera. La ausencia de policromía, el tosco trabajo geométrico, la utilización de la técnica ataujerada, el encuentro a agudo de los taujeles, el uso de una ornamentación de puntas de diamante para los espacios libres, los junquillos o tapas semicirculares para ocultar los encuentros de los taujeles, así como el irregular desarrollo de la rueda de lazo de ocho puntas, siempre incompleta, son prueba de una labor de carpintería de lo blanco tardía que podemos datar en torno al siglo XVII. Huelga recordar, no obstante, que resulta especialmente difícil concretar una fecha determinada en función de las características analizadas en estos trabajos, y, a falta de documentación que los identifique, mucho menos riguroso asegurar que se realizasen con motivo de las obras del patio principal y habitaciones del corregidor. Con todo, la baja probabilidad de que, a nuestro juicio, estas piezas formasen parte de una techumbre, nos fuerza a pensar en otras aplicaciones, tales como corredores, puertas o contraventanas, obras todas ellas, en cualquier caso, de cierto mérito y destinadas a algún espacio de relevancia en el Palacio. La primera posibilidad resulta bastante convincente, dada la amplia superficie que debieron cubrir los tableros descritos, su adecuación tipológica y disposición, y la existencia de ejemplos similares, como el que poseía, cerrado con celosías, el torreón oriental del Palacio Real de Valladolid, representado en el conocido dibujo de Ventura Pérez. Sin embargo, el hecho de que las galerías del patio principal estuviesen cerradas ya en el siglo XVIII –tabicadas pueden verse en las fotografías del XX– y la completa transformación de lo que era el cuarto delantero durante el XIX, parecen reducir las posibilidades de esta explicación. Podría ser entonces también que decorasen algunas contraventanas o puertas, en interiores, lo que conllevaría la necesidad de que fuesen varias, dado el número de tableros, e in situ hasta el momento de su traslado al Museo.

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Puerta de los talleres de la Fábrica en su ubicación original. Colección J. Pérez Gil.

Ya al referirnos a la cédula a través de la cual Carlos V cedía sus palacios leoneses a la Ciudad, allá por el siglo XVI, adelantábamos que la decisión marcaba para éstos un futuro diferente al que tenían en origen. Durante las centurias sucesivas el Regimiento, que había aceptado con el usufructo también el compromiso de su mantenimiento, se esforzó en dotar al Palacio de un uso activo y un estado digno, siempre espoleado por la idea de que su Arquitectura seguía representando no sólo a la Monarquía y su fidelidad a la Corona, sino también el pasado de la ciudad como antigua capital del reino, así como cabeza del leonés. Sin embargo, frente a ese recordatorio institucional e ideológico, el esfuerzo que tuvo que emprender se reveló excesivo para sus mermadas arcas y contribuyó al progresivo endeudamiento de su economía, ya bastante descompensada con la construcción de la plaza mayor. La endémica penuria municipal evitó que se llevaran a cabo proyectos más ambiciosos en los palacios reales y las obras ejecutadas tuvieron que limitarse, las más de las veces, a meras labores de reparación y mantenimiento, siempre bajo criterios de estricta necesidad y jerarquizados por la urgencia de cada problema. Esta actitud, si bien evitó la ruina total e inmediata del inmueble, no sirvió para solucionar los problemas estructurales y tectónicos, de forma que el edificio cada vez estaba más dañado y la ruina era progresiva, con grave perjuicio para su subsistencia, como el tiempo se encargaría de demostrar. El resultado de todo ello es que durante el siglo XVII no se produjeron importantes modificaciones en la planta del conjunto monumental. Se mantuvo la organización de los dos patios, en los cuales se sustituyeron los pilares y soportes, se levantaron nuevos corredores y se hizo la escalera principal, aunque sin variar el espacio global. Este cierto conservadurismo, en gran medida justificado por la falta de medios, es fruto también del papel


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desempeñado por el Palacio en el contexto de la propia ciudad, ya que, en tanto en cuanto se trataba de un espacio público vinculado a los poderes institucionales del Antiguo Régimen y con funciones netamente administrativas y judiciales, constituía la mejor referencia política del orden establecido que había que preservar. Si se habían mantenido inalteradas las tradicionales funciones que se habían asignado a sus recintos, era lógico que los espacios y estructuras arquitectónicas destinadas a tal fin conservaran la misma organización y distribución durante el tiempo en que sirvieron para ello. La utilitas vitruviana quedaba así justificada. Otra cosa muy distinta fue el grado de cumplimiento del otro principio arquitectónico de Vitruvio –la firmitas, por no hablar de la venustas–, caballo de batalla de la larga historia del viejo palacio leonés. Ambas cuestiones se verán alteradas en la siguiente centuria, cuando, tras el cambio de dinastía y la implantación de las reformas políticas y socioeconómicas del siglo XVIII, el Palacio se desprenda de ese carácter simbólico y sus espacios se destinen a otras funciones muy diferentes, dando comienzo una nueva etapa que puede calificarse de decadente en virtud de su primitivo sentido, pero también, y sin lugar a dudas, de sumamente activa y dinámica, así como representativa de la evolución histórica de León.

La primera mitad del siglo XVIII: multiplicidad de funciones y variedad de problemas El Palacio Real de León inauguró el siglo XVIII con la multiplicidad de servicios que venía recibiendo desde el XVI y sufriendo los inevitables problemas derivados de su deficiente mantenimiento y conservación1. Estos problemas exigían la reparación constante de algunas de sus partes, pero, tal y como venimos señalando, los recursos a ellas destinados resultaban casi siempre insuficientes, sufrían retrasos y pocas veces contemplaban alguna intervención que fuese más allá de la justa reparación de urgencia. Como consecuencia, la demora agravó el estado de ruina del conjunto monumental, en el que una torre, la vivienda del corregidor y especialmente la cárcel presentaban serios problemas, con paredes desplomadas y tapias caídas. Sería precisamente la cárcel –instalada en el cuarto delantero, hacia la calle de la Rúa– la afectada por la Provisión real sobre las cárceles, remitida en 1700, que determinaba la obligatoriedad de emprender la obra de consolidación del recinto para garantizar la seguridad de los presos. De esta forma, en mayo de 1701 el maestro carpintero Simón Portilla presentaba el informe 1 El presente epígrafe y los que completan el resto del capítulo se corresponden con la ampliación de nues-

tro trabajo: Mª. D. CAMPOS SÁNCHEZ-BORDONA y J. PÉREZ GIL, “De recinto regio a fábrica textil. Las transformaciones de los palacios reales de León en el siglo XVIII”, De Arte, nº 2 (2003), pp. 165-192.

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de reparación del presidio, labor que le será encomendada y en la que trabajará, conjuntamente con sus hijos Valentín y Manuel Díez de la Portilla, durante los años 1702 a 17042. En esta última fecha se dio por concluida la primera fase de las obras de consolidación y reforma del recinto, cuyo coste había ascendido a 23.590 reales3. Su resultado debió ser satisfactorio, pues en los años siguientes tan sólo se registran intervenciones de escasa importancia4. Paralelamente a estas obras, se llevaron a cabo labores de reparación en otras zonas del conjunto arquitectónico, con especial atención a las paneras del pósito y a la casa del corregidor. En septiembre de 1701 los alarifes, a instancias de la Ciudad, emitieron un informe sobre el estado de la torre de los palacios situada junto a la muralla, cuya obra de reforma corrió a cargo del maestro local Francisco García del Ribero5. Poco después, en febrero de 1702, Sebastián García, Juan Álvarez de la Viña y Antonio Fernández, maestros alarifes y carpintero, respectivamente, presentaron la tasación y coste de las reparaciones necesarias en “los palacios”, en cuyo precio final, valorado en 39.695 reales, se incluía el aprovechamiento de “unos arcos viejos”, dato que pone de manifiesto cómo una parte de las estructuras arquitectónicas medievales todavía se mantenían en pie6. Los resultados de dicha tasación fueron utilizados por los regidores leoneses para solicitar, una vez más, la facultad real para hacer frente a los gastos. Esa licencia finalmente se concedió en junio de 1703, fecha en la que, tras ser pregonada la obra y admitir posturas a la baja, el maestro alarife Bartolomé de Rueda se hizo cargo de ella7. Durante las décadas de 1710-1720 y 1720-1730 se registran continuas reficiones en el conjunto monumental y raro es el año en el que no se anotan 2 AHML,

caja 63, nº 54. Acuerdos de 11 de mayo de 1701, s/f. En los acuerdos municipales de 28 de junio y 19 de septiembre de 1703 se presentan peticiones de estos maestros para que la ciudad les pague el correspondiente remate de la obra de la cárcel que tienen a su cargo, y por la que se les debe, en el mes de junio, 11.750 reales –la mitad del remate de la obra– más 3.500 reales correspondientes a septiembre (AHML, caja 63, nº 56, s/f). 3 AHML, caja 64, nº 57, Acuerdos de 26 de septiembre y 19 de diciembre de 1704, s/f. El 26 de septiembre el maestro Simón Portilla y sus hijos comunicaban al regimiento leonés la finalización de la obra, y solicitaban que les fuese reconocida conforme a lo estipulado en las condiciones del contrato a fin de cobrar el remate final. La Ciudad nombró entonces comisarios a los regidores Francisco Villagómez y a Ribadeneyra, quienes lo examinaron y tasaron con los maestros. En 19 de diciembre se aprobaba librar a los artífices lo acordado. El pago del trabajo se liquidaría en marzo de 1705, si bien la obra ya estaba terminada y reconocida como tal en diciembre de 1704. La suma total ascendió a 23.590 reales (AHML, caja 64, nº 57, Acuerdos de 17 de marzo de 1705). 4 En 1707 se registran trabajos en la capilla por valor de 100 reales, librados con un año de demora (AHML, caja 64, nº 57, Acuerdos de 26 de septiembre de 1708). 5 AHML, caja 63, nº 54, Acuerdos de 28 de septiembre de 1701 s/f; Acuerdos de 26 y 30 de octubre de 1701, s/f, donde se informa de que las obras han comenzado y se ajustan dos “negrillos” para utilizar su madera para la fábrica de la torre del palacio; Acuerdos de 15 de noviembre de 1702, s/f. En esa fecha el maestro solicita a la Ciudad, por medio de su fiador, que se le libren los 1.902 reales de la obra de la torre del palacio que tiene a su cargo. Se le libran en el arbitrio de 32 maravedís dispuesto para tales obras. 6 AHML, caja 63, nº 56, Acuerdos de 8 de febrero de 1702, s/f. 7 AHML, Caja 63, nº 56, Acuerdo de 20 de junio de 1703, s/f.

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en las cuentas del archivo municipal diversas partidas correspondientes a obras efectuadas en los palacios reales de la calle de la Rúa. Las tasaciones, memoriales, libranzas e informes sobre intervenciones en el edificio se suceden a lo largo de ese período, aunque sin apenas detallar el tipo de labores realizadas. En la mayoría de los casos la actuación consistió en apuntalar muros desplomados, sustituir vigas o techumbres de madera, generalmente podridas, rehacer paredes y tapias, retejar y, en definitiva, intentar mantener en pie las vetustas instalaciones para permitir su habitabilidad ante los innumerables problemas tectónicos que presentaban sus dependencias8. En los citados documentos municipales se aprecia asimismo una reiterada insistencia sobre la necesidad de intervenir en dos zonas puntuales del edificio, por lo general siempre las mismas, por ser las que presentaban un estado más deplorable. En este sentido, son frecuentes las alusiones a las reformas de los cuartos destinados a vivienda de la autoridad del Regimiento, ubicada en el piso superior, sobre la panera y con galería al patio interior9. Esta morada, al parecer, estaba situada en la parte por la que el Palacio colindaba “con la casa del señor Marqués de Torreblanca”, es decir, hacia el ala norte del recinto10. En segundo lugar, la otra dependencia del Palacio que fue continuo motivo de preocupación fue la panera del pósito –la antigua alhóndiga–, situada en el piso inferior del edificio, bajo la vivienda del corregidor, en el mismo ala norte, en una zona posiblemente umbría, a juzgar por las continuas humedades registradas en ella, con los consiguientes problemas para el almacén de los granos. Ambos recintos eran, por otro lado, los que más vinculación tenían con los intereses del Consistorio local, tanto por su carácter simbólico y representativo, como por el económico. Serán, por ello, las zonas que registren una mayor atención constructiva. Ya en 1711, la Ciudad encargó al regidor Francisco Castañón la gestión de la reforma de las paneras del pósito del Palacio Real, donde debían abrirse claraboyas que saneasen su ventilación. Las obras fueron ejecutadas por el maestro José de la Viña, al que se pagaron 800 reales por los reparos, más otros 78 por las ventanas abiertas en ellas. Como en otras ocasiones, y debido a la urgencia de las intervenciones y la carencia de recursos, las obras efec8 Los

Libros de Acuerdos de 1708 a 1729 aluden con frecuencia a este tema. Como su numeración sería prolija, únicamente damos la referencias más destacadas en relación con las obras y sus artífices: AHML, caja 64, nº 57; caja 64, nº 58; nº 59; nº 62, ff. 273v-274r; nº 63, ff. 69v y 218r; nº 65, ff. 294v y 341rv; nº 66, ff. 13v, 104r y 129v. 9 AHML, caja 66, Acuerdos de 12 de febrero de 1727, fol. 104r. En ese día el alcalde mayor comunica a la Ciudad que en los palacios reales y “en los cuartos donde habita el señor corregidor, el callejón que conduce a la cozina dellos, que cae sobre una panera del pósito, que está fabricada debajo de dichos quartos, se hallaba desplomado”, con peligro de la panera y de los granos. 10 AHML, caja 66, Acuerdos de 16 de abril de 1727, fol. 129r. En este día don Manuel García Brizuela, teniente de alcalde, dio cuenta a la ciudad de que los palacios reales y la “abitación del corregidor, por la parte que frisa con la casa del señor Marqués de Torreblanca, se alla en preciso peligro de ruina por averse demolido los zimientos de las tapias”. La Ciudad decidió entonces buscar una solución acudiendo al Consejo, ya que carecía de propios y no se consideraba obligada a asumir semejantes reparos.

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tuadas en ese momento no fueron suficientes, limitándose a solucionar lo más urgente y sin posibilidad de emprender una operación de mayor alcance y carácter definitivo. Se hizo por ello necesario volver a intervenir en el recinto tres años más tarde. En mayo de 1714 se decidió ampliar el espacio destinado a las paneras, utilizando “el primer suelo terreno de la torre inmediata a la sala de Audiencias del Adelantamiento”, espacio con el que se abriría una comunicación por el pósito existente. La ampliación pretendía no sólo dar mayor capacidad, sino también respetar la morada de la autoridad municipal, de forma “que no embaraze oficina alguna de la administración de los señores corregidores, ante rezivirán más ensanche y conbeniencia en el segundo suelo, que a de ser el piso sobre la panera que se a de ejecutar”. Las condiciones de la obra fueron realizadas por Bartolomé de Rueda, tasándose en 3.000 reales. En 1715 estaban concluidas. Por lo que respecta a los otros recintos del conjunto palaciego, desde comienzos de 1726 el maestro encargado de llevar a cabo labores de consolidación y mantenimiento fue Felipe Álvarez de la Viña, quien dio por concluido lo encomendado pocos meses después11. Sin embargo un año más tarde, en abril de 1727, resurgía el peligro de ruina en la panera del pósito, cuya pared, apuntalada por Álvarez de la Viña, se había desplomado, con el consiguiente riesgo para la vivienda del corregidor y para los granos que en ella se guardaban, los cuales habían tenido que trasladarse a otra panera provisional12. Los representantes de la ciudad se hicieron eco entonces de la verdadera trascendencia de los hechos y de que las obras necesarias no podían reducirse a meras reformas superficiales, como hasta la fecha se venía haciendo, sino a intervenciones más importantes y costosas, para las que la Ciudad no solo carecía de propios, sino que además no podía obtenerlos de ningún fondo por estar todos ya exhaustos y sus habitantes en la mayor miseria. En el pleno celebrado el 16 de abril de 1727 se expusieron estas circunstancias y, una vez más, se hizo constar que la Ciudad no estaba obligada a los reparos del Palacio, cuyas obras debían correr a cargo de la hacienda real, razón por la que se remitieron al Consejo los pertinentes informes y quejas solicitando la subvención necesaria13. No se hizo esperar la Real Provisión intentando aclarar posturas y aportando soluciones que poco beneficiaban a los intereses del regimiento leonés. Remitida desde Madrid el 17 de agosto de ese mismo año, a través de 11 AHML, caja 65 y 66, Acuerdos de 20 de mayo y 31 de agosto de 1725 y de 11 de enero de 1726, ff. 294v

y 341r y 13v, respectivamente. En el mes de mayo se presenta a la ciudad el presupuesto de las obras encomendadas, valoradas en 12.312 reales. Tras ser pregonadas y admitir posturas a la baja, se hace cargo de ellas Felipe Álvarez de la Viña, quien el 31 de agosto de ese año solicita que se le libre un tercio de lo acordado por estar ya ejecutada la mitad de la obra, cantidad que no debe recibir en esa fecha por los consabidos problemas económicos del regimiento. El 11 de enero de 1726 el maestro solicita que se designen maestros peritos para revisar la obra, la cual ha concluido conforme a las condiciones estipuladas. 12 AHML, caja 66, Acuerdos de 12 de febrero de 1727, fol. 104r. 13 AHML, caja 66, Acuerdos de 16 de abril de 1727, fol. 129v.

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ella la Corona ordenaba a la Ciudad que los palacios se tuvieran siempre bien reparados, para lo cual exigía una visita anual de inspección que determinara el alcance de las obras. Acordaba igualmente que si la suma de tales reparos no sobrepasaba los 100 reales, éstos deberían correr por cuenta de los regidores y alcaldes mayores que los habitaban14. El problema es que la mayoría de las intervenciones realizadas en ellos superaban siempre dicha cantidad, sin que las remesas de la hacienda real se hicieran verdaderamente cargo del problema, provocando dilatadas esperas que agravaban la situación del edificio o la economía local. Entre 1729 y 1733 se volvieron a llevar a cabo obras en los dos recintos habituales, por un lado, la vivienda del corregidor y, por otro, las paneras del pósito, aunque dicha actividad no impidió que la cárcel real siguiera siendo un punto de atención preferente, ya que sus maltrechos muros exigían continuas reformas y labores de conservación15. Por lo que respecta a los dos espacios señalados, fueron los maestros de obras Manuel Posada y Tomás García16 los encargados de recomponer las paredes de la casa destinada al corregidor para mejorar su habitabilidad17 y de adecentar la panera para evitar la continua humedad que perjudicaba su función18. La urgencia de los reparos determinó a la Ciudad a usar el habitual 14 AHML,

caja 67, fol. 145, Acuerdo de 7 de septiembre de 1729. El Corregidor presentó a la Ciudad una Real provisión de 19 de agosto de 1727 sobre los reparos del Palacio Real, en que se manda que se tenga bien reparado y para ello que todos los años se visiten y no pasando los reparos de 100 reales se ejecuten por cuenta de los corregidores y alcaldes mayores que los habitaren, y expone que “habiendo entrado a vivir en dicho palacio, lo halló tan descompuesto, tanto su piso, como las demás oficinas, que sólo se puede vivir en él con mucha incomodidad e indecencia Y que la Ciudad, sin perjuicio del recurso elevado a Su Majestad para que se mande reedificar a costa de su real hacienda, haga recomponer, por ahora, lo más preciso”. 15 En el segundo tercio del siglo XVIII y en concreto entre 1733 y 1746 se llevan a cabo muchas intervenciones en la cárcel. En 1746 trabaja en esta obra Felipe Álvarez de la Viña, se hace nueva planta, y se tasa en 32.000 reales. Para todo ello se busca la pertinente financiación por parte de la Ciudad, que intenta sacar dinero celebrando corridas de toros en la plaza e incluso en el patio del palacio. La cárcel pasará más tarde a Puerta Castillo. En 1836, Sánchez Pretejo hace el proyecto para la nueva cárcel en las ruinas del Castillo e incluso se intenta aprovechar el edificio del antiguo convento de Descalzos que estaba contiguo (AHML, caja 721, nº 16). 16 AHML, caja 67, nº 62, fol. 145r. Acuerdo de 11 de octubre de 1729, se presenta una petición de Manuel Posada, maestro de obras, en quien se remataron los reparos del Palacio Real, para que se le libren los 739’5 reales que la Ciudad le debía de la mitad del importe del remate de los mismos. AHML, Acuerdo de 6 de julio de 1731, fol. 46r. Remate de la obra que hizo Tomás García, alarife de la Ciudad, en el cuarto que se fabricó en los palacios reales, en la habitación del señor Corregidor. La obra se remata en 80 reales. 17 AHML, caja 68, nº 69, Acuerdo de 11 de septiembre de 1733. Ese día se vio un papel remitido por Antonio Suárez, mayordomo del Corregidor, en el que se exhorta que “se proponga a la Ciudad de orden de dicho Corregidor, para que los palacios reales en que dicho señor corregidor habita, necesitan de diferentes reparos para poderlos habitar, y visto se decide abrir el arbitrio”. 18 AHML, caja 68, nº 69, Acuerdo de 8 de octubre de 1732, fol. 216. En dicha sesión se afirma que la panera que está bajo la casa del corregidor está muy afectada por las humedades y, por lo tanto, no puede servir como granero. En consecuencia se acuerda fabricarla o remediarla, haciendo nuevas tapias externas e internas del recinto. En este caso se reparan las tapias que corresponden y delimitan el jardín de las casas donde vivía el señor Escobar y el corral hacia la muralla.

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arbitrio de 36 maravedís y elevar las consultas al Consejo sobre el tema19. Como en tantas ocasiones anteriores, la cuestión se dilató por un largo espacio de tiempo sin que se tomara ninguna determinación por parte de las autoridades correspondientes. Finalmente en 1742, ante la urgencia del problema y el riesgo de mayores daños, se acordó trasladar la panera a la casa de Domingo Cea, a fin de evitar la pérdida del grano, perjudicado por la gran humedad de la panera del palacio “que cae al jardín del señor corregidor”. A finales de la primera mitad del siglo XVIII la situación de los palacios reales de León continuaba sin ser nada halagüeña. En 1748 la Ciudad remitía al Marqués de la Ensenada una instancia acompañada de un detallado informe con los reparos que necesitaba el edificio, si se quería evitar la ruina total del conjunto arquitectónico20. Las obras de reparación estaban tasadas en más de 2.000 reales, cantidad comprensible si se tiene en cuenta que en el informe se afirmaba que el estado de deterioro era tal que ni siquiera se podía utilizar la vivienda del corregidor, que se había abandonado y apuntalado, al igual que la zona de la panera. Mientras se esperaba la contestación de la Corte, el corregidor, como parte interesada, propuso al Consistorio la utilización de la renta de las 50 cargas de trigo, que por entonces se habían comprado, para sufragar dichos gastos. Esta idea no convenció al resto de regidores, quienes decidieron estudiar el asunto con detenimiento, encargando al marqués de San Isidro que consultara la cuestión con jurisconsultos. Una vez más se daba largas a la cuestión sin llegar a un acuerdo21. En esa tensa espera, hacia 1750 los aires ilustrados determinarán un cambio importante de funcionalidad para los recintos palaciales. Definitivamente la panera será trasladada a otro edificio levantado de nueva planta en un solar más adecuado, y la cárcel, aunque más tarde, también acabará teniendo un espacio independiente y alejado del antiguo recinto regio. Por contra, el resto del Palacio se convertirá en un espacio industrial y, poco después, en un recinto militar. En consecuencia, la segunda mitad de la centuria nos ofrece unos cambios funcionales y simbólicos de gran importancia para estos vetustos alcázares, testigos de excepción de la evolución de una ciudad anclada en la tradición que hacía frente ahora a los nuevos retos de la modernidad.

Los aires ilustrados y la Fábrica de lienzos La instauración de la dinastía borbónica y, más tarde, las ideas ilustradas, permitieron promover en el siglo XVIII una serie de iniciativas enca19 AHML, caja 68, nº 69, Acuerdo de 17 de marzo de 1742. 20 AHML, caja 77, nº 89. Acuerdo de 2 de marzo de 1748. 21 AHML, caja 71, nº 76, Acuerdos de 5 de junio y 26 de junio de 1748.

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minadas a paliar la intensa crisis económica y demográfica en que se encontraba sumida la Corona de Castilla. Una de ellas, que afectaría a León entre otras varias localidades, fue el establecimiento de nuevas fábricas bajo la tutela real, principalmente textiles22. Estos primeros establecimientos industriales tuvieron una vida lánguida y un desastroso resultado comercial, hasta terminar en rotundo fracaso. La falta de mecanización adecuada, la desmesura de los proyectos, en la mayoría de los casos excesivamente descompensados con las necesidades, la ausencia de una tradición fabril y mercantil o la excesiva burocratización, fueron algunas de las causas que provocaron el hundimiento y la desaparición de tales proyectos, habitualmente levantados bajo esquemas arquitectónicos barrocos23. Con todo, se trata de una interesante parcela de la historia económica y urbana española del siglo XVIII, cuyo estudio merece una atenta mirada, ya que, a pesar del fracaso de tal experiencia, supuso el inicio de una nueva formulación de determinados elementos que caracterizarán la ciudad de cara al mundo contemporáneo. Centrándonos en el ejemplo de León, como en tantos otros casos, se optó por aprovechar la actividad textil artesanal ya existente, amparada en el importante cultivo de lino de las comarcas leonesas, con el fin de relanzar un sector que potenciara la maltrecha situación económica de la región y en especial de la capital. Los primeros intentos surgieron a comienzos de siglo y se relacionan con el Decreto de nuevas fábricas en los pueblos, promulgado en 1705 y que figura en la Novísima Recopilación24. De manera que ya en ese mismo año de 1705, a propuesta del monarca y ante la Real Provisión enviada al Consistorio leonés, se estudiaba la venta de terrenos baldíos de la ciudad “para nuevo establecimiento de fábricas en los reinos, para aumento del comercio y que las ciudades y villas propongan medios para su restablecimiento”25. 22 Así

se había hecho en Valladolid, Salamanca, Burgos, Segovia o Guadalajara. Sobre este tema véase: G. ANÉS, El Antiguo Régimen. Los Borbones, Madrid, 1975; A. GONZÁLEZ ENCISO, “La industria vallisoletana del Setecientos”, Valladolid en el siglo XVIII, Valladolid, 1984, pp. 261-290; Mª. D. MERINO BEATO, Urbanismo y Arquitectura de Valladolid en los siglos XVII y XVIII, t. II, Valladolid, 1990; C. SAMBRICIO, Territorio y ciudad en la España de la Ilustración, 2 vol., Madrid, 1991; I. GONZÁLEZ TASCÓN, Fábricas hidráulicas españolas, Madrid, 1992. Para el ejemplo leonés no existe un estudio monográfico ni detallado de la cuestión. Se alude al tema en J. EGUIAGARAY y PALLARÉS, El Iltmo. obispo D. Cayetano Antonio Quadrillero y el Hospicio de León, León, 1950, pp. 10-13; J. L. MARTÍN GALINDO, La ciudad de León en el siglo XVIII. Biografía de una ciudad, León, 1959, pp. 50-54; E. LARRUGA Y BONETA, Memorias políticas y económicas sobre los frutos, comercio, fábricas y minas de España, Madrid, 1793. Un caso que guarda ciertas similitudes con los palacios leoneses, aunque con un uso más dilatado por parte de la Corona, es el Palacio de la Ribera de Valladolid. Allí, durante los siglos XVIII y XIX también se pondrán en marcha diversos proyectos económicos encaminados a rentabilizar su uso, e incluso se propondrá como recinto militar (J. PÉREZ GIL, El Palacio de la Ribera. Recreo y boato en el Valladolid cortesano, Valladolid, 2002). 23 Así sucedió con los ejemplos de Segovia, Soria, Burgos, Valladolid, Cuenca y Guadalajara. Sobre estas fábricas remitimos a la bibliografía citada en la nota anterior. 24 Novísima Recopilación, VIII, p. 187 y ss. 25 AHML, caja 64, nº 57, Acuerdos de 16 de diciembre de 1705, s/f.

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Los comisarios locales nombrados para gestionar el asunto optaron por seguir el ejemplo fabril vallisoletano y en diciembre de 1705 presentaron en el ayuntamiento a Miguel de Revillante o de Revellart, flamenco, natural de Mons, por entonces fabricante en la ciudad del Pisuerga de droguetas, pelos de camello, bayetas y otros tejidos. Revillante había llegado a España como oficial de su compatriota Humberto Mariscal, quien se había instalado en Madrid en 1686 para trasladarse pocos años después a Cuenca. A su lado pudo aprender lo necesario para emprender camino propio y en 1696 ya se le localiza en Valladolid, donde se dedicó a la fabricación de diferentes géneros textiles. Para las fechas en que fue llamado por los regidores leoneses, su industria estaba plenamente consolidada, recibiendo diversas exenciones fiscales en 1704, práctica con la que el Estado pretendía premiar y estimular la producción de determinados fabricantes26. El flamenco expuso a los representantes de la ciudad leonesa en qué consistía su actividad, así como las características de la fabricación de sus productos y, sobre todo, los requisitos y necesidades que implicaba la instalación de una fábrica similar a la suya vallisoletana en León. Estos últimos bienes se resumían en una prensa de molino de torcer, abundancia de agua, calderas para tintes, un batán, tornos, ruedas, telares y una casa adecuada para estas actividades27. La propuesta de Revillante fue aceptada por la Ciudad, que dio su poder para que los comisarios nombrados al efecto –los marqueses de Inicio y de Fuenteoyuelo, don Pedro Lorenzana y don Pedro Enríquez–, firmaran con el fabricante las cláusulas y condiciones para poner en marcha la obra, acordándose con él la ejecución de la planta y la asistencia personal para hacer funcionar la nueva fábrica, y exigiéndosele, igualmente, que, una vez instalada, se trasladara a León cada vez que fuera llamado para ello o cuando su presencia fuera necesaria. A cambio se le pagarían 500 ducados, más 200 reales por el viaje de ida y vuelta a Valladolid28. Mientras se gestionaban los aspectos técnicos, arquitectónicos y materiales del proyecto, los regidores leoneses solicitaron al monarca la correspondiente autorización y facultad real para llevar a cabo dicha empresa. La licencia les fue remitida por la Corona en enero de 1706, pero sin que en ella se contemplara aportación económica específica para ponerla en marcha29. A pesar de que el nuevo proyecto fabril no había hecho más que nacer, los problemas pecuniarios no tardaron en complicar su desarrollo. La endémica 26 E. LARRUGA Y BONETA, Op. cit., t. XXV; A. GONZÁLEZ ENCISO, “La industria vallisoletana...”, pp. 264-266. 27 AHML,

caja 64, nº 57, Acuerdos de 31 de diciembre de 1705, s/f. Lo propuesto por el fabricante flamenco es muy similar a los instrumentos necesarios para este tipo de establecimientos en otras localidades peninsulares de la época. Sobre este tema remitimos a I. GONZÁLEZ TASCÓN, Op. cit. 28 AHML, caja 64, nº 57, Acuerdos de 31 de diciembre de 1705, s/f. En esa fecha se libran al fabricante Miguel Revillante 200 reales por el viaje de ida y vuelta desde Valladolid a León, pero ante la carencia de medios para hacer frente al pago, la ciudad acuerda librárselos por vía de empréstito del arbitrio de 40 maravedís. 29 AHML, caja 64, nº 57, Acuerdos de 15 de enero de 1706, s/f.

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carencia de medios para hacer frente al proyecto y las dificultades que implicaba una obra de esta envergadura obligaron al Regimiento local no sólo a nombrar comisarios especiales, sino a recurrir a la Junta, creada a tal efecto, para elevar propuestas de socorro y ayuda al Consejo a través de la mediación del Marqués de Quirós y del secretario Fernando de Figueredo30. En 1707 las dilatadas gestiones en torno al restablecimiento de la fábrica todavía no se habían concluido y la obra no se había materializado31. Consta no obstante, que desde febrero de 1706 se estaban procurando los trámites conducentes a “poner en planta la obra”32. Este primer intento fabril de la ciudad de León fue fallido y no se desarrolló plenamente. Al menos no tenemos constancia de su pleno funcionamiento hasta mediados del siglo XVIII. Hemos de esperar a 1750 para que la cuestión vuelva a ser planteada y definitivamente proyectada. En febrero de 1750 don José de Villafañe, coronel del Regimiento, entregó al Marqués de Villabenazar un papel cerrado con sobreescripto para la Ciudad, que se abrió en el ayuntamiento leonés del día 7 de febrero de ese año. En él se insertaba una carta de don José de Carvajal y Lancáster, secretario de Estado, donde se proponía a la Ciudad la instalación de una fábrica de lencería, con frases de talante ilustrado, tales como “como natural deseo de la causa pública”, “por quenta de la Real hacienda”, una “obra que haga feliz a la ciudad”. En la misma misiva se instaba a la Ciudad que determinara si en el Palacio Real existía un espacio adecuado para la instalación de dicha fábrica, o, en su defecto, se alquilara o abriera una casa donde ubicarla. Asimismo, el gobernante rogaba que se le comunicase si residía en León algún clérigo que hablase alemán para confesar a los futuros operarios que viniesen a instalarla, ya que para los demás aspectos se enviarían intérpretes33. Es éste un dato que nos confirma la nacionalidad de los autores materiales de la fábrica de lienzos leonesa. De hecho, los apellidos de alguno de ellos denotan su origen flamenco y holándes: Gerardo Hermens, maestro mayor; Matías Herrens, segundo maestro; Ignacio Wandescrig, intérprete; Bernado Renners, oficial tejedor; Luis Abon, maestro fabricante de medias; Manuel Polig, contable, y Juan Denners y Juan Liftig. La presencia de fabricantes norteuropeos fue habitual en la mayor parte de las ciudades castellanas en las que se inició el proceso de industrialización textil, por lo que León tampoco fue en este aspecto una excepción34. 30 AHML, caja 64, nº 57, Acuerdos de 5 de febrero y 23 de marzo de 1706, s/f. 31 AHML, caja 64, nº 57, Acuerdos de 21 de enero de 1707, s/f. 32 AHML, caja 64, nº 57, Acuerdos de 5 de febrero de 1706, s/f. 33 AHML, caja 71, nº 77, Acuerdos de 7 de febrero de 1750. 34 La

fábrica de Guadalajara, que empezó a desarrollarse en 1717 fueron básicamente holandeses los que la pusieron en marcha, ya que llegaron a contabilizar hasta 50 operarios de esta nacionalidad, llegados por instrucción de Ripperda; en la de Ezcaray se importó la maquinaria para fabricar paños de Lieja; en la de Grazalema fueron holandeses e ingleses los encargados de su funcionamiento. Sobre estos establecimientos industriales véase I. GONZÁLEZ TASCÓN, Op. cit., pp. 411-419.

UN SIGLO DE LUCES Y SOMBRAS

En los meses sucesivos de marzo y abril de 1750 se constata un cruce de cartas entre representantes de la Ciudad y don José Carvajal y Lancáster. Los correos llegaron a través de los correspondientes intermediarios, José de Villafañe, coronel, José de Herrera, corregidor de León, así como por parte de los comisarios locales Tomás Castañón y Pedro Rodríguez Lorenzana. En las respectivas misivas se exponían distintos puntos de vista sobre el tema con el fin de perfilar detalles. La cuestión más debatida era la ubicación definitiva del recinto fabril. Carvajal y Lancáster deseaba ubicarla en los palacios reales, en la zona donde estaban la vivienda del corregidor y las paneras del pósito, por entonces ya vacías, aprovechando además el patio central, la galería y las oficinas que lo circundaban35. Ese conjunto monumental contaba además, en opinión de Carvajal y Lancáster, con la cercanía de la unión de los dos ríos y la abundancia de agua, ya que cerca pasaba el caudal de la presa que bajaba desde San Isidoro. Este último era un aspecto de vital importancia para el buen funcionamiento de la fábrica, aunque los peritos 35 AHML, caja 71, nº 77, Acuerdos de 7 y 28 de febrero 1750; 14 de marzo y 6 de abril de 1750; 12 de abril

de 1752, s/f. El 7 de febrero de 1750 se leyó una carta de José Carvajal y Lancáster presentada por José Villafañe a la Ciudad, a la cual se informa sobre las condiciones de tal empresa a cargo de la Hacienda Real, fechada el 27 enero de 1750. Transcribimos su enunciado y la respuesta: “Mui señor mio, he tenido que andar preguntando para saber si V.S. había llegado a León y no se si V.S ha olvidado las cosas útiles de que ablamos, pero yo las tengo presentes por estar mui animado a empezar de quenta del Rei, la obra que haga feliz esa ciudad y reino con la fábrica de lenzería sin hacer ruido. Dígame V.S, para tomar medidas, si en el palacio habrá bóvedas en que puedan ponerse los telares, con puerta separada, de forma que no haga embarazo o yndecencia a que le avite el intendente ni le haga falta, y en su defecto se abra casa que se pueda alquilar, y baia V.S. en su posición de que para tejer buscan parte húmeda; qué días son los de ferias de hilo, en que se puedan comprar para que empiezen. –Si se podría lograr que viniesen acia aquí algunas carretas de aí con los géneros que suelen bender en esta tierra para que transportases gente e ynstrumentos de retorno. –Si abrá algún clérigo o religioso que entienda alemán para que pueda confesar, los que para todos lo demás ya estoi yo en himbiar un ynterpréte. Esto es lo que se me ofrece preguntar si V.S. discurre que alguna otra noticia me puede servir démela, y si sabe que estén en camino para aquí y sus cercanías algunos carros dígamelo, que los aré buscar y ganaremos tiempo... Buen retiro, veinte y siete de henero de mil setecientos y cinquenta. Don Joseph de Carvajal y Lancanster. Sr. D. José Villafañe”. Escrito de José Villafañe sobre la propuesta de la fábrica de lencería para la ciudad de León, fechado el 3 de febrero de 1750: “Mui señor mio, haviendo pensado tiempo hace, sin más objeto que el natural deseo de la causa pública, promober la idea de plantar lencerías en esta ciudad y reino, y conseguido en el casual viaje que hice a la Corte y... este mismo desinio a el Excelentísimo señor don Joseph Carvajal, cuia celosa ynclinación a semejantes establecimientos necesita poca ponderación quando apenas ai provincia que no tenga en ella mui fundadas esperanzas de su felicidad, me hallo en este correo con carta de su Excelencia, que acompaño, en que se resuelve a quenta de la Real hacienda y venignidad del rey, plantearlas en esta ciudad y reino, lo que me a parecido preciso participar a V.S. por si tuviese por conveniente asi dar las gracias de tan generosa pretensión como ofrecerse con gran celo a promoberlo bajo tan acertada conducta, la causa es comun, las hideas para estender dichosamente este establecimiento que oy solo se principia por dar muchas manos que de conformidad concurren a propiziarlo en la Providencia, la pereza y la falta de ynclinación a las artes, fue y es siempre el carácter de la nación y los de nuestra tierra le añaden el de la embriaguez, todos seremos pocos y yo me contentaré con solo la gloria de acompañar a V.S. teniendo tantas experiencias de su fabor que cuento asta el empleo como efecto de su elección de esta mui suya. León, febrero, tres, de mil setezientos y cinquenta..., José Villafañe”.

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enviados por el ministro para el caso le habían comunicado la necesidad de efectuar algunas intervenciones en la zona colindante, como era limpiar fuentes próximas, cuyas aguas solían estancarse, y darles un mayor nivel para aprovechar las aguas de la cercana pradera y la presa de los Pisones36. La ubicación de los palacios reales fue rechazada inicialmente por la Ciudad, que veía cómo, con tal medida, iba a perder uno de sus espacios simbólicos y tradicionalmente representativos de su pasado. A cambio, los regidores proponían una casa junto al Campo de San Francisco, aduciendo la ruina en que se encontraban tanto la casa del corregidor, como el resto de los recintos del Palacio Real, a todas luces inapropiados para tal función37. Sin embargo, no convencieron los representantes leoneses a José de Carvajal y Lancáster, quien, aconsejado por el coronel Villafañe, seguía insistiendo para su ubicación en el antiguo conjunto real, rebatiendo la dificultad que implicaba el estado ruinoso del inmueble –alegado por el Consistorio local como inconveniente principal– con la disponibilidad por parte de la Corona de remitir el dinero preciso para que el recinto fuera reformado y adaptado. Tal acuerdo implicaba además el necesario abandono de la vivienda del corregidor y del alcalde mayor, sitas en este recinto desde el siglo XVI, lo que no era del agrado de estos representantes locales. El ministro, conocedor de los recelos y del perjuicio que tal determinación causaba entre las autoridades municipales, salió al paso de las críticas justificando tal medida bajo presupuestos de claro matiz ilustrado y conforme a la concepción autoritaria del poder monárquico. Es decir, a su juicio la decisión no sólo favorecía el bien común, al ser un tema que potenciaba una industria muy necesaria al pueblo, sino también, desde el punto de vista legal, recordaba al Ayuntamiento que el rey no tenía obligación de mantener sine die tal privilegio, ya que la cesión de los espacios regios fue temporal y en usufructo, por lo que la propiedad seguía vinculada a la Corona. Con tales argumentos, instaba al alcalde mayor o, en su caso, al corregidor a abandonar dicha vivienda y ceder este espacio para la actividad industrial, tan beneficiosa a la ciudad38. Es evidente que el pensamiento de Carvajal se orientaba hacia la implantación de un poder autoritario emanado de la Corona y los deseos de aminorar los poderes municipales que pudieran obstaculizar tal centralismo. 36 AHML, caja 71, nº 77, Acuerdos de 27 de febrero de 1750, s/f. 37 AHML, caja 71, nº 77, Acuerdos de 17 de marzo de 1750, s/f. En esta ocasión es don Tomás Castañón el

encargado de comunicar al señor Villafañe los inconvenientes de “implantar la fábrica en los palacios reales de la ciudad”. 38 AHML, caja 71, nº 77, Acuerdos de 28 de febrero de 1750, s/f. Ese día se presenta la carta de José de Carvajal y Lancáster a la ciudad de León sobre la fábrica de lencería y el hospicio, fechada el 18 de febrero de 1750: “...E recivido la carta de V.S. con mucha estimación de sus attenttas expresiones y mucho gusto de sus eficazes ofertas por el Cuerpo y por los individuos de quadiuvar eficazmente mi intento; que en verdad le e creido único de hazer feliz esa ciudad y reino, y así se lo avía expresado a don Joseph de Villafañe sobre sus ardientes solicitudes de beneficiarle aun antes que yo pensase poder contribuir a ello con el auxilio de V.S y de los individuos es el logro de mi propósito con bentajas, y si podré emprender ay otro que 38 Ú

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En esta línea se entiende la presentación de la copia certificada, expedida en cumplimiento de la Real Cédula de 11 de septiembre de 1753, de la Provisión de Carlos V, dada en Valladolid el 10 de julio de 1537, por la que ordenaba al corregidor de León y a sus sucesores aposentarse en los palacios reales con el fin de mantenerlos, cuidarlos y repararlos, a cuyo efecto autorizaba la aplicación del producto de las penas de cámara. El documento venía a demostrar el carácter usufructuario de tal cesión y por lo mismo la disponibilidad de la Corona sobre el recinto áulico39. Los ediles, por su parte, aducían derechos históricos sobre el mismo. Tras vanos debates triunfó la idea y la ubicación propuesta por José Carvajal y Lancáster. Como en otros ejemplos similares, el establecimiento textil agruparía varios tipos de edificios en los cuales se llevarían a cabo labores de hilado, teñido, secado, etcétera, tal y como se efectuó en ejemplos cercanos similares, como Valladolid, Ávila y Salamanca o Guadalajara40. Por ello se optó por ocupar no sólo el conjunto arquitectónico de los antiguos palacios, sino también otros solares colindantes ubicados extramuros de la cerca, levantando algunas dependencias en torno a los caudales de agua que bajaban desde la “presa” de San Isidoro hasta las alamedas de San Francisco. Las labores de reforma y acondicionamiento del viejo recinto regio comenzaron hacia 1751, de manera que el 12 de abril de 1752 una parte de la fábrica ya estaba asentada en lo que había sido la morada del corregidor en los palacios reales. En ese mismo mes, el coronel José Villafañe, a cuyo cargo

Ú aumente las de esa tierra y V.S logra facilidad de establecer una grande, formando un hospicio que sobre

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ser obra muy aceptable a Dios, es de la maior utilidad pública, como que hace dar algún fruto a la tierra ynculta de las manos de los pobres, que ociosos como viven mal y gravan al público; yo boy dando probidencias para obrar desde luego la gente, que deseo no perder tiempo en lo que tanto ymporta. Nuestro señor guarde a V.S muchos años como deseo. Buen Retiro, diez y ocho de febrero de mil setecientos y cinquenta. Joseph de Carvajal y Lancanster. M. Il. Y M. L ciudad de León”. AHML, caja 71 nº 77, Acuerdos de 6 de abril de 1750, s/f. Se recibe carta y orden de José de Carvajal y Lancáster sobre la ubicación de la fábrica de lienzos. Entre otras cuestiones se dispone la utilización de los recintos del Palacio Real y la casa del corregidor: “...Yo he hentendido que en esa real casa ay una porzión de vivienda poco segura, y por tal no havitada o dejada por el último corregidor y un gran patio con una galería, todo lo qual ha perecido a esos opoerarios lo más a propósito para sus ofizinas y avitaziones, haziendo alguna obra en la havitazión para vivir y en la galería y patio para telares y tornos, y siguiendo el dictamen de los fabricantes he dado orden para que se envie dinero para la obra necesaria. Por pura atenzión mia he esceptuado la vivienda para el corregidor entendiendolo por la que el alcalde mayor havitaba, por que no he pensado que pueda querer la que amenaza ruina, ni que deje de zeder el alcalde mayor a su corregidor la que ocupa si la quiere. Pero como se que ni a uno ni a otro tiene el rey obligación de dar casa, aunque no me pareze impropio que haviten una de S. Magestad, que no necesita para su real servicio, se tanvien que quando S. M. la nezesite para servirse della en casa suia no tienen que pedir ni la pueden ocupar y así puede dar ocasión para que la desocupasen toda y la modere a dejar el uso de la vivienda util, segura y servible a el corregidor o al alcalde mayor, si aquél no la quiere. Este ha sido el concepto de mi carta según la voluntad del rey Nuestro señor...En Buen Retiro, primero de abril de mil setezientos cinquenta. Joseph Carvajal y Lancanster”. 39 C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ y J. A. MARTÍN FUERTES, Catálogo, doc. 1269, p. 440. Véase anexo II. 40 I. GONZÁLEZ TASCÓN, Op. cit., pp. 409-419, dedica un capítulo a este tipo de establecimientos, si bien no cita el ejemplo leonés, sí aporta dibujos y planos de la fábrica de Guadalajara. C. SAMBRICIO, Op. cit.

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Planta y alzado de los portales del Rastro en 1802. (Archivo Histórico Municipal de León, caja 720, nº 13).

corría la dirección de las operaciones relacionadas con el establecimiento textil leonés, comunicaba a la Ciudad la necesidad de ocupar también el espacio correspondiente a las dos paneras del real pósito, ubicadas en el interior del edificio, para ampliar las dependencias de la fábrica41. A tal fin expuso en el ayuntamiento de ese mismo día la urgencia de sacar los granos de ellas, conducirlos a algunas paneras particulares de la capital y, sobre todo, la conveniencia de realizar de nueva planta un pósito o panera única, pero más amplia y con capacidad suficiente para recoger todo grano de la alhóndiga, ubicándola en otra zona de la ciudad más adecuada. Esta idea era similar a la que repetía la carta del Marqués de Campo de Villa, ministro de los reales pósitos, quien exhortaba al Común de la ciudad a levantar el nuevo edificio en lugar más a propósito, seco y con buena ventilación de aires para la conservación de los granos, de acuerdo a las propuestas higie41 AHML, caja 71, nº 77, Acuerdos de 12 abril de 1752, s/f.

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nistas de la época42. Esta empresa, empero, contaba con el inconveniente de las escasas posibilidades económicas de la Ciudad, la cual, aprovechando la premura de la intervención y desalojo del viejo recinto real, intentará obtener algunos recursos de las autoridades estatales y la licencia para vender el grano y utilizar parte de esa cantidad para sufragar la obra43. Así pues, las autoridades leonesas, además de cumplir con las necesidades de la nueva fábrica, solucionaban una cuestión que venía siendo motivo de conflictos desde muy antiguo, como era el carecer de solar propio para el pósito, y que éste reuniera las condiciones y ubicación adecuadas. En contrapartida, se perdía su vinculación con el recinto real, del que paulatinamente las autoridades municipales iban siendo despojadas. La instalación de la fábrica textil supuso para la capital leonesa, pues, importantes cambios urbanísticos y estructurales. El más significativo fue la configuración, desarrollo y potenciación del eje urbano que desde el convento y puerta de Santo Domingo conducía hacia San Francisco, uno de los gérmenes de las notables transformaciones urbanísticas que se verán plasmadas en el plan de Alineaciones y en el Ensanche de la capital en el siglo XIX. La apertura y revalorización de este eje fomentó la creación de paseos y alamedas –como la de San Francisco– durante la centuria del Setecientos, una cuestión también relacionada con la concepción ilustrada de la ciudad y anuncio de los cambios decimonónicos. Por otro lado, ante la obligatoriedad de desalojar las paneras reales, se levantará un nuevo edificio destinado a tal fin. Su nuevo emplazamiento, delante del palacio de los Guzmanes, junto a San Marcelo y cerca del Rastro, potenciará el desarrollo del otro eje vial importante como es el que se extendía extramuros desde Santo Domingo hasta San Isidoro, en lo que hoy es la calle de Ramón y Cajal y entonces fue el antiguo Rastro44. De esta manera, la nueva función fabril de los viejos espacios áulicos medievales nos revela la importancia que iban adquiriendo determinadas zonas urbanas extramuros, como Santo Domingo, Campo de San Francisco o Renueva. La comunicación entre la vieja y la nueva ciudad se hacía progresivamente más permea42 AHML, caja 71, nº 77, Acuerdos de 12 de abril y 13 de mayo de 1752, s/f. 43 Ibidem. En la sesión plenaria de 12 de abril de 1752 la Ciudad acuerda solicitar “al señor ministro encar-

gado de los pósitos del reino, Marqués de Campo del Villar, se sirva permitir la venta de grano correspondiente al coste que tenga la fábrica de dicha panera...” y comisiona para tal fin a los regidores Pedro Rodríguez Lorenzana y al marqués de San Isidro, quienes se harán cargo de contratar maestros y tasar la obra. En ese mismo día se acuerda consultar a don José Carvajal y Lancáster, a través del coronel José Villafañe –encargado de la fábrica de lencería– la ejecución de la nueva panera y solicitar fondos en “la cantidad de real agrado de S. Magestad para la fábrica de la nueva panera”. El 13 de mayo de ese año se leen en el consistorio leonés dos cartas, una de Carvajal y Lancáster, fechada en Aranjuez el 28 de abril de 1752, por la que comunica que por el bien común dará orden de concurrir con ayuda de costa para la fábrica de la panera. En la otra, emitida por el marqués de Campo de Villa y fechada en Buen Retiro a 3 de mayo de ese mismo año, se pide que la Ciudad le remita la traza y diseño de la fábrica, así como el coste estimado, para que “a la vista de todo ello resuelva lo que más le pareciere conforme”. 44 Plano del antiguo mercado y Rastro de León. AHML, caja 721, nº 23. 1868.

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ble, sobre todo hacia el poniente de la capital. El recinto murado empezaba a perder interés o a ser contemplado como un estorbo, y su apertura o derribo era ya solicitada en determinados sectores. Su ruptura inicial será precisamente por esta zona de suroeste, como sucedió con la apertura de la escalerilla de San Isidoro y sobre todo con el derribo del hospital de San Antonio Abad junto a la puerta de Santo Domingo y el Consistorio de San Marcelo45. Se abría así un eje por donde la siguiente centuria trazará la comunicación y el Ensanche de la nueva ciudad moderna. Volviendo a la fábrica, la disponibilidad de la práctica totalidad del antiguo conjunto palacial y su proximidad a la presa o ejido Pisón y al Campo de San Francisco determinaron levantar una parte del edificio en esas viejas dependencias, pero otras se alzaron anejas a la cerca, de manera que el acceso principal se ubicó por la que entonces se denominaba Puerta de la Reina, es decir, hacia San Francisco y las alamedas o paseos que se iban abriendo por esa zona de la ciudad. Allí, hacia 1754, se alzó la portada monumental de la fábrica, conjunto plenamente barroco que sería trasladado en 1948 a la calle del Cid, donde permanece adosado a la Audiencia Provincial leonesa46. Se trata de un amplio arco de medio punto, realizado en piedra arenisca, configurado bajo esquemas estéticos del barroco decorativo, con perfiles sinuosos y abundancia ornamental, concebido como elemento de exaltación monárquica y de apoyo a los nuevos ideales políticos y económicos. La portada, presidida por el escudo de la Monarquía borbónica, presenta sendos medallones con los bustos de los reyes Fernando VI y Bárbara de Braganza, acompañados de representaciones iconográficas alusivas a la Fe –ubicada en el remate de la zona superior–, y de leyendas referidas a la actividad laboral del edificio fabril y a las ideas vinculadas a los preceptos ilustrados que apoya la Corona: CONSTANTIA ET LABORE. Completan el conjunto dos figuras femeninas, situadas en los laterales, con las cartelas COMERCIO AC ARTIBUS. En la clave del arco se incide en el programa con la inscripción: FERDINANUS VI HISPANORUM AC INDIARUM REGI CATOLICO PIO / INCLITO FAELI / QUOD OMNES OMNIORUM ANTE SE MAXIMORUM REGUM / GLORIAS SUPER GRESUS / LEGIONENSUM. ARTIBUS AC COMERCIIS RESTITUTIS ET AUCII OMNI INDULGENTIAE ET LIBERALITATAE EIUS. R.F. 45 Sobre

esta intervención remitimos a Mª. D. CAMPOS SÁNCHEZ-BORDONA, “Ventura Rodríguez y las propuestas ilustradas en el urbanismo de León. La reforma del hospital de San Antonio Abad en el siglo XVIII”, Boletín del Museo e Instituto Camón Aznar, LXXXII (2000), pp. 87-110. 46 Sobre las obras de este nuevo edificio judicial véase Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares, Exp. Caja 87/61, Sección Ministerio de Justicia. Sobre el traslado de la puerta: T. BURÓN, “ Palacio de la Audiencia Provincial”, Locus Appellationis, nº 36 (2000), pp. 41-43; E. MORAIS VALLEJO, “Traslados de edificios históricos. El caso de León durante la época franquista”, De Arte, nº 1 (2002), pp. 113-133.

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Plano del Mercado de León, 1868. (AHML, caja 721, nº 23).

Del resto de la fábrica nada nos ha llegado, aunque conocemos su planta y distribución gracias a un plano conservado en el Archivo General de Simancas, ya citado. A él volveremos a referiremos más adelante. Suponemos que los telares y dependencias industriales se acoplarían a los espacios del Palacio ya reseñados y se extenderían por la zona cercana al campo de San Francisco, en lo que más tarde fue cuartel y luego Hospicio47. En todo caso, su funcionamiento no dio los frutos esperados y la escasez de beneficios propició una corta duración del establecimiento textil leonés, que apenas superó la docena de años de vida. En 1769 el personero comunicaba a la Ciudad que, ante la falta de uso de la fábrica, los recintos de los palacios reales, de nuevo abandonados, estaban sufriendo considerable ruina, por lo que era muy conveniente darles una utilidad, proponiendo como destino el de cuartel de milicias. A este argumento añadía que si en algún momento se optase por volver a instalar la fábrica todavía quedaría sitio en el edificio que se hizo en el campo de San Francisco para tal fin48. Terminaba así la corta experiencia de industrialización de la ciudad. En su frustrado intento de desarrollo, la fábrica de lienzos no solucionó la situación económica y 47 El

Hospicio estaba ubicado en el solar que hoy ocupa el edificio de Correos, entre las actuales calles de Santa Nonia e Independencia. 48 AHML, caja 75, nº 85, Acuerdos de 2 de septiembre de 1769, s/f.

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social leonesa, pero sirvió, sin embargo, para propiciar varios aspectos interesantes del urbanismo y la arquitectura local. Había, además, otorgado una nueva funcionalidad y configuración a los vetustos palacios reales, con toda la carga simbólica y representativa que ello implicaba, pues la Corona –en este caso, sus espacios– habían sido cedidos en beneficio del interés público y del bien común. Por otra parte, la experiencia determinó también la construcción de un nuevo pósito, posteriormente la ejecución de cuarteles y finalmente la fundación y creación del hospicio: tres conjuntos que representan el colofón de las repercusiones económicas y urbanas que provocó la instalación y el posterior fracaso de la industria textil en León, todo ello en el marco de una clara intención por configurar un nuevo esquema de ciudad, en ocasiones acorde con los ideales ilustrados.

El nuevo pósito En el año 1752 asistimos a la construcción del nuevo pósito en el entorno de la plaza de San Marcelo, cerca del palacio de los Guzmanes y sobre todo muy próximo al nuevo rastro o zona comercial. La nueva obra respondía en buena medida a las necesidades generadas tras el acuerdo de instalar la fábrica de lienzos en una parte de los viejos palacios reales destinada al almacén de granos. Pero la determinación de la construcción de un nuevo pósito también hay que relacionarla con la Real Provisión de Felipe V de 1735 –luego ampliada por Carlos IV en 1792–, por la que se renovaban los preceptos establecidos por Felipe II, orientados a un control cada vez más exhaustivo de esta actividad económica, que reportaba importantes beneficios a las arcas municipales, institucionales o particulares y, por lo mismo, fácil presa de la picaresca. En el siglo XVIII esta actitud reguladora tenía además la misión de controlar en la medida de lo posible los fondos de los pósitos, considerados una fuente de financiación para las políticas bancarias y militares emanadas de los poderes públicos. No obstante, la ideología mercantil de la Ilustración, basada en el libre comercio, chocaba con el funcionamiento de estos centros, como también fueron contrarias al sistema tradicional de almacenamiento muchas de las teorías ilustradas sobre la agricultura, cuestiones que provocaron la decadencia de tales establecimientos a lo largo de la centuria49. Los pósitos que, como en el caso de León, se levantaron de nueva planta, intentaron trasladar a su configuración arquitectónica los principios básicos de la funcionalidad de estos edificios –el almacén de granos– y expresarlos conforme a los planteamientos artísticos de la época. Forma y función de nuevo intentaban ir al unísono y crear una tipología constructiva. En virtud 49 F. J. LEÓN TELLO y M. V. SANZ y SANZ, Estética y teoría de la arquitectura en los tratados españoles del siglo

XVIII, Madrid, 1994, p. 1051.

Fachada delantera de la Fábrica (actual calle Puerta de la Reina). Foto: Instituto Leonés de Cultura.

de estos planteamientos, el pósito leonés se sitúa dentro de unas características arquitectónicas todavía bastante apegadas a los esquemas tradicionales, pero con un claro predominio de los aspectos funcionales, si bien la simplicidad de líneas lo aproxima a las tendencias clasicistas que empezaban a marcar sus directrices en esa centuria. Conforme a las indicaciones señaladas por los especialistas y tratadistas contemporáneos sobre el tema, en especial Bails50, el nuevo edificio leonés 50 B. BAILS, Elementos de Matemáticas, Madrid, 1979. Citado por F. J. LEÓN TELLO y M. V. SANZ y SANZ, Op.

cit., pp. 848-854.

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se ubicó en un lugar relativamente seco, bien ventilado, algo elevado y perfectamente comunicado con los núcleos comerciales, con fácil acceso a las entradas y salidas de la ciudad. Todos estos aspectos reunía el sitio elegido delante del palacio de los Guzmanes, muy próximo a la plaza consistorial de San Marcelo, junto a la Puerta de Santo Domingo y al lado del Rastro. Como ya hemos señalado, se trataba de una nueva zona mercantil que paulatinamente iba desarrollándose en León en un espacio cercano a las casas Consistoriales y fuera del viejo recinto amurallado. Allí, cerca del pósito, se alzaron el matadero, los portales del Rastro y, no muy lejos, se instalará la Audiencia. La actividad del lugar determinará la inmediata ruptura del recinto murado en esos puntos, para comunicar la vieja ciudad con la nueva. La apertura de la calle para acceder a la plaza de San Isidoro, la desaparición de parte de la cerca y el paso abierto junto al palacio los Guzmanes, son una muestra de la voluntad de suprimir barreras y ensanchar la trama urbana, una idea que será definitivamente plasmada en los planes de Ensanche del siglo XIX. La planta de la obra, trazada por el maestro Blas Suárez, fue aprobada en el Consistorio en julio de 1752 y copiada, a petición de la Ciudad, por el oficial Francisco Álvarez Castañón51. Su coste ascendió a 58.000 reales y en agosto de ese año estaba finalizada. Se trataba de un edificio rectangular de 17 pies por 50 de largo. Interiormente contaba con cuatro separaciones “para trigo candela trechel y alguna porción de harina de una y otra especie, para los inviernos en que por los muchos yelos suele no haver moliendas y centeno”. El empleo del ladrillo estaba justificado por tratarse de un material seco que contribuía a la mejor conservación del grano e impedía su pudrición. Por idénticos motivos, los vanos se abrían al norte y este, para evitar vientos húmedos. Como edificio representativo de los poderes públicos, la fachada principal se proyectó con cierta monumentalidad, aspecto que repetían otros pósitos como el levantado en 1735 en Madrid por N. Churriguera, o los trazados en núcleos rurales, como los de la provincia de Salamanca52. Construido como consecuencia del proyecto de ampliación de la fábrica de lencería, el nuevo conjunto arquitectónico venía a contribuir a la revalorización monumental y a la revitalización del entorno urbano y sirvió como modelo formal para la construcción de los nuevos “portales del Rastro”, alzados en sus proximidades a comienzos del siglo XIX53. Con su presencia, el nuevo pósito ayudaba a reorganizar y consolidar algunas zonas urbanas y comerciales de la capital, precediendo así a las intervenciones urbanísticas 51 AHML,

caja 71, nº 77, Acuerdos de 13 de mayo de 1752, s/f.; AHML, caja 71, nº 78, Acuerdos de 15 de julio y 9 de agosto de 1752, s/f. 52 V. TOVAR, El Real Pósito de la villa de Madrid. Historia de su construcción durante los siglos XVII y XVIII, Madrid, 1982, p. 188; A. RODRÍGUEZ G. DE CEBALLOS, “Arquitectura de pósitos rurales en Salamanca en la época de Carlos III”, Arte en la época de Carlos III, Madrid, 1989, pp. 195-205. 53 AHML, caja 720, nº 13.

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decimonónicas y de principios del siglo XX. Sin embargo, su construcción rápida y con materiales de escasa calidad determinaron problemas de cimentación ya en 175354. No obstante se mantuvo en pie hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando la ejecución de los nuevos planes urbanos de León, y en especia el ya mencionado Ensanche, determinen cambios en toda esta zona de la ciudad, contemplada como uno de los ejes de expansión.

Los nuevos cuarteles de milicias Cerrada la fábrica textil en 1769, la ciudad aceptó utilizar el recinto para ubicar en él un cuartel de milicias, destino que acompañaría al Palacio Real hasta el final de sus días55. La cuestión no era algo improvisado, sino que respondía a los deseos de la Corona y a una necesidad de la ciudad, carente de espacio adecuado para alojar a la tropa, conforme al sistema tradicional de las poblaciones españolas del Antiguo Régimen, en las que el alojamiento de los soldados corría a cargo de las localidades. El sistema suscitaba todo tipo de problemas, cargas económicas y protestas de los habitantes. Pero, además, impedía ejercer la disciplina propia de un ejército moderno. Por ello la monarquía borbónica, y en especial figuras como Francisco Sabatini, Cermeño, Juan Esteban y Jorge Sicré, determinaron innovadores proyectos militares y arquitectónicos en los que se contemplaba la creación de novedosas tipologías espaciales castrenses, sustentadas en la idea de que cada soldado dispusiese de su cama individual y se mantuviera “acuartelado”56. Aunque el cuartel fue en ocasiones uno de los edificios emblemáticos de la nueva arquitectura dieciochesca –tal es el caso de los ejemplos madrileños–, sin embargo, el esfuerzo más significativo de la arquitectura militar del siglo XVIII se orientó hacia la construcción de fortificaciones, ciudadelas, fortalezas y baluartes, apoyado por la política de la monarquía borbónica y siguiendo las directrices de un considerable número de textos teóricos y tratadistas, algunos del siglo XVII, como Tosca, V. Mut o P. Folch Cardona, aunque tuvieron especial interés los de Bails, P. 54 AHML, caja 72, nº 78, Acuerdos de 23 de agosto de 1752 y 17 de marzo de 1753, s/f. 55 AHML, caja 75, nº 85, Acuerdos de 2 de septiembre de 1769, ff. 44v-45 r. 56 Sobre la creación y la construcción de cuarteles y su relación con la Ilustración en el siglo XVIII hispano remi-

timos a J. CALATRAVA, Arquitectura y cultura en el siglo de las luces, Granada, 1999, p. 306 y ss. Asimismo son interesantes para el planteamiento general del tema los ejemplos de Sabatini para el cuartel de Leganés, en Madrid, o los de Medina del Campo y Consuegra, si bien su relación con el ejemplo leonés es escasa. Los ejemplos madrileños han sido ampliamente estudiados por V. TOVAR, “Cuartel del Conde Duque: proyectos de Ribera”, Reales Sitios, nº 57 (1978), pp. 12-16; Idem, “Francisco Sabatini, autor del Cuartel de las Reales Guardias Walonas de la villa de Leganés”, Anales del Instituto de Estudios Madrileños, t. XVIII (1981), pp. 321-346; Idem, “El cuartel de Leganitos de Madrid, una obra de Francisco Sabatini,” Academia, nº 9 (1989), pp. 417-448. También resultan valiosas las aportaciones de P. LEÓN TELLO, Mapas, planos y dibujos de la Sección de Estado del Archivo Histórico Nacional, Madrid, 1979, donde se recogen diversos ejemplos levantados en el siglo XVIII en distintas ciudades españolas.

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Lucuze y Fernández Medrano, éstos últimos en la línea de las ideas estéticas de la segunda mitad del siglo XVIII57. En el caso leonés, el cuartel finalmente se ubicó en torno a 1770 en el amplio solar de los palacios reales y en el solar anejo, junto a la cerca, donde había estado la fábrica de lienzos. Pero incluso con anterioridad a esa fecha se desarrollaron varios esfuerzos y tentativas conducentes a la creación de un espacio propio destinado a la milicia, que evitara los habituales problemas de acomodación entre la población y las protestas que ello provocaba entre el vecindario. La cuestión se abordó en diferentes momentos, como en 1737, con motivo de la llegada a la ciudad del ministro de la Guerra, el duque de Montemayor58, y volvió a plantearse en el consistorio en años sucesivos, pero siempre a iniciativa de las autoridades estatales o militares. En todos los casos se intentaba buscar una casa o recinto adecuado para alojamiento militar, siendo preciso recurrir a veces, y por la premura de los hechos, a edificios en mal estado de conservación, deshabitados, e incluso a instalar a soldados en casas de particulares o en el mirador de la Plaza Mayor, y tan solo a partir de los años 1751 se habla en los documentos municipales de una casa cuartel, no siempre disponible ni en las condiciones más idóneas, que Risco ubica en la Plaza de Regla59. Así se refleja en las reuniones consistoriales de 1749, 175160,175761, 176762 y 176963. La insistencia de los oficiales y coroneles de milicias para solucionar el problema respondía a la política ilustrada y a la nueva concepción del Ejército, para el que se buscaba 57 T. V. TOSCA, Compendio matemático en que se contienen todas las materias más principales de las Cien-

cias que tratan de la cantidad, Valencia, 1794; V. MUT, Arquitectura milita: primera parte de las fortificaciones regulares y irregulares., Mallorca, 1664; P. FOLCH CARDONA, Geometría militar en la que se comprenden las matemáticas de la fortificación regular e irregular y las tablas polimétricas proporcionales para dar medida a cualquier plaza., Nápoles, 1671; P. LUCUZE, Principios de fortificación: que contiene las definiciones de los términos principales de las obras de plaza y de campaña, dispuestos para la instrucción de la juventud militar.., Barcelona, 1772. Sobre la tratadística y la teoría arquitectónica militar remitimos a F. J. LEÓN TELLO y M. V. SANZ SANZ, Op. cit., y J. A. GALINDO DÍAZ, El conocimiento constructivo de los ingenieros militares del siglo XVIII. Un estudio sobre la formalización del saber técnico a través de los tratados de arquitectura militar (tesis doctoral inédita, leída en la Universidad Politécnica de Catalunya, 1996), donde se hace una importante recopilación y estudio de las fuentes y los textos más sobresalientes en este ámbito. 58 AHML, caja 69, nº 71, ff. 48v y 49r. Ante la llegada a León del duque de Montemayor en calidad de ministro de la Guerra y comandante general de Castilla, en 1737, se iza bandera en el mirador de la Plaza mayor y se decide en el Consistorio ceder dos casas que estaban desocupadas, una que se dice pertenecer a la Comunidad de Santa María del Sábado la Rica, en la que se acomodará a oficiales, sargentos y cabos, ya que cuenta con chimeneas, principal y bodega; la otra casa de destina a la tropa. La decisión, sin embargo, provocó algunas controversias entre los mismos regidores, por no existir acuerdo en la forma de pago y en la manera en la que la ciudad debía correr con los gastos. 59 M. RISCO, Historia de la ciudad y corte de León y de sus Reyes, Madrid, 1792, ed. facsímil de León, 1978. En el plano que presenta de la ciudad de León, ubica en la plaza de Regla la casa cuartel. 60 AHML, caja 71, nº 77, Acuerdos de 3 de abril y 13 de diciembre de 1751, s/f. En esa fecha el coronel de milicias, José Villafañe, remite a la Ciudad un papel en el que solicita se busque casa para ubicar el cuartel y acomodar a la tropa, ya que la que se destina para ello no reúne condiciones. Las autoridades locales intentan evitar el cambio prometiendo la reparación de la casa. Pero tras la inspección del entonces cuartel de milicias, efectuada en diciembre de 1751, y ante las nuevas necesidades militares, se concluye 60 Ú

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más disciplina y ordenamiento, tareas difíciles de lograr con la dispersión de la tropa en distintos edificios particulares o con las pésimas condiciones de habitabilidad de las pequeñas casa-cuartel, como la leonesa64. Por todo ello no es de extrañar que en 1769, ante la urgencia de solucionar el problema de la milicia y tras el fracaso de la fábrica de lienzos, se optara por destinar este recinto a la función castrense. Su ubicación en los palacios reales y junto a San Francisco convertían el solar en el reducto más adecuado por razones estratégicas, económicas, funcionales, administrativas y simbólicas. El 11 de agosto de 1770 don Antonio Escobar, regidor comisionado al efecto, presentaba a la ciudad la tasación realizada por los maestro arquitectos de León Francisco Quijano y Francisco Arias sobre las obras y el valor de la casa contigua al cuartel, valorada en 14.444 reales, con el fin de poder llevar a cabo la construcción de un cuartel para alojamiento de tropas de bandera de acuerdo con la orden del Consejo y por ser “útil al real servicio

Ú que es pequeño para alojar un regimiento de soldados, por lo que la ciudad debe buscar otro lugar. Mien-

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tras tanto, y dando largas al asunto, se opta por destinar el edificio del Mirador de la plaza mayor y la casa de la “alojera” Martina de Ceballos en la plaza de Regla. 61 AHML, caja 73, nº 81, Acuerdos de 23 de noviembre de 1757. En esa fecha el Marqués de San Isidro, comisionado por la Ciudad, presenta en la sesión de ayuntamiento un informe sobre el mal estado de la casa cuartel de milicias, cuya situación –según han inspeccionado los maestros nombrados a tal fin y entendidos en el tema– exige una reforma para evitar mayor ruina. Ante la deplorable situación económica de la ciudad para hacer frente a tales gastos se acuerda se pague de los arbitrios, “ya que no alcanzan los propios de la ciudad”. 62 AHML, caja 75, nº 84, Acuerdos de 20 de junio y 2 de septiembre de 1767, ff. 139r-v y 174r. En esta ocasión, y esgrimiendo la obligatoriedad de la ciudad de sostener y acomodar varias banderas y estandartes de los reales ejércitos y por no poder alojarlos con “comodidad, resultando de ello la falta de disciplina y subordinación”, se pide que la Ciudad con Real facultad pueda “comprar dentro fuera de sus muros una casa subceptible a toda la tropa y en ella hacer obra competente de separación para evitar cualquier disturbio...”. Ante esa exigencia se aborda en el Consistorio la cuestión de si es mejor reformar o hacer nuevo el edificio del cuartel de milicias. Se opta por hacerlo nuevo si se cuenta con la facultad real, para lo que se encargan trazas y condiciones de la obra y se exponen las pésimas condiciones económicas de la ciudad para hacer frente a la fábrica. 63 AHML, caja 75, números 84 y 85, Acuerdos de 18 de marzo, 22 de marzo, 20 de mayo, 3 de junio y 5 de junio de 1769, ff. 385r-v. y 433r-444v. La ciudad nombra como comisario a don Antonio Escobar para que instruya y tome razón del sitio o casa más adecuada a tal efecto. Se inserta la carta del señor Becerra, de orden del Consejo, sobre la representación que hizo la ciudad al rey solicitando facultad para comprar una casa que sirva para cuartel, remitiendo la planta y condiciones de la obra, fechada en julio de 1767. El 22 de marzo de 1769 se recibe en el Consistorio una carta del Inspector de milicias en la que se incluyen cinco despachos reales, con igual número de compañías, que el rey se ha dignado conferir al regimiento de León. En los meses sucesivos se trata el tema en diferentes reuniones municipales. En 3 y 5 de junio de 1769 se acuerda comprar finca de “bastante buque” para dicho destino, utilizando, mientras, una casa alquilada situada en la puerta de san Francisco, hasta que se alce el nuevo cuartel. En julio de ese mismo año el coronel de milicias propone comprar la casa para unirla al cuartel y ensancharle, nombrando maestros para tasar e informar sobre la obra, lo que se llevará a efecto en agosto de 1770. 64 Así lo expone el coronel Villafañe a la ciudad cuando en abril de 1751 solicita se busque una casa para servir de cuartel “ya que donde está no reúne los requisitos de habitabilidad ni es adecuado para mantener el orden y la disciplina necesarios...” (AHML, caja 71, nº 77, Acuerdos de 3 de abril de 1751). La misma idea figura, como ya citamos, en las sesiones de 20 de junio y 2 de septiembre de 1767 (AHML, caja 75, nº 84, Acuerdos de 20 de junio y 2 de septiembre de 1767, ff. 139r-v y 174r).

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y bien común”. Asimismo, se comunicaba la posibilidad de disponer de la fábrica para las oficinas necesarias65. Al año siguiente, en 1771, ya se constata el funcionamiento del nuevo cuartel y la disponibilidad de camas, así como el coste de cada cama valorado en 115 reales y 28 maravedís66. En su configuración formal se aprecian las ideas de algunos tratadistas como Lucuze, que proponían edificios cómodos y limpios, así como la separación de la tropa de la zona de oficiales. Aunque en su tipología cabía una cierta intencionalidad artística, generalmente se tendía a conjuntos sobrios, carentes de elementos ornamentales y plenamente identificados con la severidad de su función. Se levantaban por ello con paramentos lisos, amplios espacios geométricos, regidos por aspectos básicamente funcionales más que estéticos o simbólicos, y pocas y sencillas portadas monumentales. Afortunadamente conservamos varias plantas del “cuartel de la Fábrica”, denominación ésta que recibió por la antigua función de los palacios reales y que mantendría hasta su desaparición en el siglo XX. El plano en cuestión, antes citado, está datado en 1760 y recoge la planimetría de la planta baja de las dependencias de los antiguos palacios reales –“Palazio Antiguo”– y de las de la fábrica extramuros, denominada “obra nueba”67. En las primeras, el acceso desde la calle de la Rúa conduce a un zaguán rectangular y con las puertas enfrentadas que comunica con la cárcel y un patio de servicio. Sobre esta pieza se encontraba el oratorio de la cárcel y la sala de Audiencias. El citado patio de servicio presenta una notable irregularidad y contaba con una galería al norte, permaneciendo cerrados el resto de lados. Tenía comunicación con el exterior a través del zaguán principal, pero también por medio de otra puerta más ancha destinada a coches y carros. Conectaba igualmente con el patio principal y con otras piezas bajas, como cocheras, y altas, como habitaciones. El patio principal es mucho más amplio que el anterior, rectangular –aunque tal forma presente contradicciones con planos posteriores– y con los cuatro lados con soportales, haciéndose constar en el pitipié que sus cuatro lienzos estaban cerrados y contaban con una crujía de sótano y otra de entresuelo. Su crujía oriental, que se tabicó para independizar espacios con funciones diferentes, albergaba la caja de la escalera principal. La frontera, adosada a la cerca de la ciudad, mantenía buena parte de su fisonomía original, aunque en la línea de la crujía sur se operaron sendos postigos que permitían el acceso desde este “palacio antiguo” a la “obra nueva”. La obra nueva tenía planta pentagonal, equivalente a la manzana que siguen delimitando las actuales calles de Independencia, Plaza de San Francisco, Santa Nonia y Puerta de la Reina. En esta última se abría la puerta principal de la antigua fábrica, cuya monumentalidad contrastaba con la severidad de la organización interior. A partir de ese acceso, y buscando

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siempre toda la simetría que permitía el solar, las dependencias fabriles se distribuían siguiendo ese sentido longitudinal. Primero se abrían dos grandes salas en recodo que las autoridades militares proponían utilizar como almacenes. Después, un gran espacio abierto o patio daba paso a un pasillo, en el mismo eje que la puerta principal, a cuyos lados se abrían un total de 22 salas alargadas y paralelas. Se trataba, pues, de una distribución típica de la naciente arquitectura industrial, caracterizada por un racionalismo que afectaba tanto a la funcionalidad y a la producción como a la composición arquitectónica y sus contenidos simbólicos68. Las 22 salas citadas, que habían tenido años atrás una función industrial siguiendo un proceso de producción en cadena –hilado, teñido, secado...–, ahora se contemplaban como capaces barracones para alojar militares, habiéndose dispuesto ya en uno de ellos 38 camas. Así, y a pesar de ser recintos distintos –fabril y militar–, en ambos la distribución de las piezas a partir de un único corredor perpendicular y la restricción de sus accesos permitía un uso ordenado de las instalaciones, a la vez que un control visual más severo de los operarios o de los soldados. No obstante, y a pesar de la validez de esta arquitectura como cuartel militar, a finales del siglo XVIII ese proyecto adquiriría un sentido diferente, pues sobre la mitad meridional de esa “obra nueva” se erigiría una de las grandes obras asistenciales de León: el hospicio.

De fábrica textil a hospicio Tras el lamentable fracaso del proyecto fabril y la instalación del cuartel de milicias en el denominado “Palacio Antiguo” o Palacio Real, los restos de la “Obra nueva” a la que acabamos de referirnos tuvieron la oportunidad de participar en un nuevo intento industrial, aunque en este caso en régimen de manufacturas por parte de autónomos. Nos estamos refiriendo a la propuesta elevada por el industrial madrileño Manuel García de Tejada para instalar un pie de fábrica de tejidos en León, a través del cual se ofrecía a formar a los trabajadores que quisieran manufacturar los productos textiles en sus propios domicilios, ofreciéndoles las materias primas y comprándoles los productos. A través de una Real Orden de 15 de febrero de 1774 la Corona autorizaba al citado Tejada, “que por zesión de la casa de Urtáriz hermanos, ha quedado dueño de varias porciones de lino e ilazas que éstos hicieron benir para beneficiarlos de su cuenta en las Reales Fábricas de León (como lo ha hecho después Texada por la zesión), con el fin de restablecerlas”, a hacerse cargo de ellas por un plazo de 20 años, con sus correspondientes edificios y bienes de equipo69. El objetivo era crear un pie de fábrica textil “para modelo

65 AHML, caja 75, nº 85, Acuerdos de 11 de agosto y 7 de noviembre de 1770, ff. 143r y 173r-v. 66 AHML, caja 75, nº 85, Acuerdos de 20 de abril de 1771, fol. 267r.

68 J. HERNANDO CARRASCO, Op. cit., p. 354.

67 AGS, MPD, IX-87, 1760. Plano de un cuartel de León. Bernardo Miguélez.

69 AHML, doc. 1301.

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Plano del antiguo Hospicio de León. (Archivo Real Chancillería de Valladolid).

y enseñanza, y para entretener los operarios ábiles que no tengan telares propios, y fixando el principal objeto en una factoría donde se subministrará a toda clase de personas lo que nezesiten de primeras materias para travaxar en sus casas hasta donde alcanzen sus fondos y recibirá en pago las manufacturas a precios recíprocamente útiles”. De esta forma, el propio monarca ordenaba que el intendente de León se pusiese en contacto con el delegado de Tejada en León para derribar “en la llamada fábrica nueba y Sierra del Agua todo lo que se considere ynconduzente o innútil o con riesgo de ruina”, aprovechando los materiales resultantes de la demolición –o de los ingresos que produjese su venta– para construir y costear las nuevas obras “de la misma fábrica nueba, de la nombrada la antigua del parque y sus correspondientes zercados, y de los telares pertrechos y utensilios, que son propios de mi Real Hacienda”, razón por la que se ordenaba también la redacción de un inventario que garantizase la devolución de todo el patrimonio tras el vencimiento del contrato. En el mismo documento se incluyen además una serie de disposiciones que han de ponerse en relación con el pensamiento ilustrado, tendente a

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Fachada del antiguo Hospicio, donde hoy se levanta el edificio de Correos. Foto: Instituto Leonés de Cultura.

garantizar unas condiciones dignas a los trabajadores, en armonía con el beneficio empresarial y el progreso del país. Así, “para que los empleados biban con la debida subordinación y arreglo”, se exigía la presencia de un capataz encargado del control de los empleados. Se establecían igualmente importantes exenciones fiscales para los productos leoneses que saliesen para Madrid y Cádiz –política que se aplicaba en similares términos a toda la industria del Estado, como evidencian resoluciones como la de 22 de febrero de 177570–, así como para las inversiones que se realizasen en la mejora de la productividad, como la importación de materias primas o la compra de maquinaria extranjera. Todo ello “en atención al zelo con que ha antizipado (Tejada) estas pruebas de la posibilidad de su proyecto, y al buen suzeso y estimable calidad de ellas”. No tenemos constancia, sin embargo, de que este proyecto volviese a resurgir sobre el solar de la antigua fábrica de lienzos. Quizás por ello, ante el evidente fracaso de la actividad fabril en la ciudad, y la ocupación de una parte de las dependencias de la fábrica textil para 70 AHML, doc. 1302.

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cuartel de milicias, en enero de 1786 el obispo de León, Cayetano Antonio Cuadrillero, realizó las gestiones oportunas para lograr la cesión del resto de los espacios que ocupaba la antigua fábrica en San Francisco con el fin de destinarlas a hospicio, solicitando igualmente a la Ciudad más terreno para la ampliación del centro benéfico. Las autoridades eclesiásticas contaban además con la cantidad de 25.000 pesos provenientes de la herencia de don Bernardino Álvarez de Rebollar, cura de Azttopan, en el arzobispado de México, legados para realizar una obra de misericordia en la ciudad de León. Con tal apoyo económico y con el beneplácito del arzobispado de Toledo y de la Corona, el obispo logró su intención de levantar el nuevo hospicio en los solares de la antigua fábrica y ampliarlo con la parte cedida por la Ciudad, tal y como se desprende del acuerdo municipal de 8 de abril de 178671. La obra estaba concluida hacia 1793 por el maestro Francisco de Ribas. En sus dependencias se acogió a 89 niños a los que se les instruía en las labores de lino y lana, dando de esa forma continuidad a la actividad textil que había tenido parte del edificio, en el que aún se conservaban una treintena de telares72. Por esos mismos años Antonio Ponz se refería al conjunto de los palacios reales y dependencias anexas, incluyendo los primeros “entre las obras destruidas, y lo mismo digo de las fábricas de Lencería, que estaban allí cerca, y tanto se promovieron en los años pasados”73. Para entonces la producción textil de la capital leonesa se repartía entre los 160 telares familiares que funcionaban habitualmente –donde se tejían manteles, lonas, colchas o estameñas– y los del hospicio, donde también había telares de lana y lencería. Durante siglo y medio el hospicio de León se mantendría en pie. Fue a mediados del XX cuando se destruyó con el fin de renovar la apariencia y función de este entorno de los palacios reales, cuya fortuna corría, una vez más, pareja a la de una ciudad en lenta pero incesante transformación.

El Palacio y la proyección de la imagen de la Monarquía en el Antiguo Régimen El valor de edificio público que adquirió el Palacio Real durante la Edad Moderna, con funciones administrativas y mercantiles, determinó que a su alrededor fuera surgiendo un tipo de vecindario relacionado con esas actividades. De este modo, el carácter señorial de antaño, impulsado en la Baja Edad Media con la erección de la casa real, daba paso a un grupo social diferente y más diverso. 71 Sobre estas cuestiones vid. AHML, caja 77, nº 89, Acuerdos de 11 de febrero y de 29 de marzo de 1786.

También la Real Orden de 24 de enero de 1786. 72 J. EGUIAGARAY PALLARÉS, Op. cit., p. 20 y ss. 73 A. PONZ, Viage de España, t. XI, Madrid, 1787, edición facsímil de Madrid, 1972, pp. 239-240.

Recorrido de honras fúnebres reales en León en el Antiguo Régimen. (M.D. CAMPOS y M.I. VIFORCOS)

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En el padrón de la ciudad de León, realizado en 1594 bajo los auspicios de Felipe II, se da cuenta de la existencia de 42 vecinos en la calle de la Rúa74. Entre ellos figuran personalidades y oficios relacionados con el Palacio Real o con funciones administrativas e institucionales de la ciudad, como eran el regidor Francisco de Villamizar, el secretario Simón de la Osa, cuatro escribanos –Pedro Cabañas, Juan de Robles, Pedro de Carvalles y Sánchez de Acebedo–, un escribiente –Pedro Rodríguez–, el carcelero Diego Gutiérrez, los porteros Juan Rodríguez y Pedro Medina, y el receptor Alonso de Villafañe. Asimismo se constata la residencia de algunos artífices que participaron en diferentes obras del Palacio Real, como el entallador Diego de la Fuente, el carpintero Andrés Fernández Candanedo o el cerrajero Pedro Flamenco75, además de hortelanos, sastres, un tejedor, cuberos, azabacheros, mercaderes, un mesonero y algunas viudas. Son datos que nos señalan un vecindario de holgada situación económica, funcionarios públicos y artesanos de diversos oficios, cuyos bienes y salarios les permitían afrontar las elevadas rentas de los inmuebles de este importante eje urbano, si bien en algunos casos, como posiblemente sucedía con el regidor, la vivienda pertenecía a la Ciudad, que se la cedía temporalmente como lugar de residencia. No obstante, y a pesar del asentamiento en su interior de instituciones públicas, el recinto regio mantuvo todavía en la Edad Moderna la carga simbólica que representaba su vinculación a la Monarquía, aunque ésta prescindiese ya de habitar sus instalaciones y aun casi de visitar la propia ciudad. Durante el siglo XVI y parte del XVII, el Palacio siguió siendo el edificio representativo de la Corona en la urbe, o al menos así lo entendía la Ciudad, cuyos representantes se mantuvieron fieles al simbolismo del lugar, tomando siempre como punto de partida de cualquier cortejo procesional, ceremonial o actividad festiva en la que se requiriera la presencia de la autoridad civil, del Regimiento, o de los vecinos de León, las casas reales de la calle de la Rúa, desde las cuales se iniciaba el recorrido urbano. Los ejemplos fueron muy evidentes en las celebraciones relacionadas con la Corona, como era el caso de las honras fúnebres reales, proclamaciones de reyes y demás acontecimientos asociados con la Monarquía76. En estos casos correspondía a la Ciudad, a través del Regimiento local, tomar la iniciativa de la celebración, conforme a las cédulas reales en las que se le encomendaba llevar a cabo tales manifestaciones de duelo o de regocijo. Era por lo tanto esta ins-

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titución la que adquiría el protagonismo y la que siempre puso especial empeño para que a través de semejantes actuaciones públicas quedara patente su prestigio como antigua capital del reino, insistiendo continuamente, en el pregón y en los textos en los que se convocaba e invitaba a tales celebraciones, en esa idea de prestigio ya perdido: “...por ser la primera de los reynos de Su Magestad y donde avían asistido siempre los señores reyes, siendo su corte y asiento principal”77. Por idénticos motivos y en atención a las rígidas formalidades protocolarias de la sociedad del Antiguo Régimen, el ceremonial de estas celebraciones adquirió un fuerte simbolismo donde habrían de ponerse de relieve la fidelidad a la Monarquía y la aceptación del orden establecido78. El cortejo procesional expresaba el orden jerárquico de la sociedad estamental y a través de sus fórmulas, ritual y cuidado recorrido manifestaba la adhesión a tales valores y contribuía a exteriorizar su adhesión a la Corona. De la misma forma que vimos al referirnos a las honras fúnebres de Fernando el Católico, en 1516, en el resto de los lutos celebrados durante el siglo XVI y hasta el reinado de Felipe IV, la Ciudad en corporación y sus acompañantes iniciaban el recorrido del cortejo y duelo en los palacios reales de la Rúa y desde allí se encaminaban hacia el templo –la catedral o San Isidoro– donde tendría lugar la ceremonia religiosa y funeral. El luctuoso cortejo se organizaba en el interior de las casas reales, donde se vestían de luto los regidores, autoridades y corporaciones civiles, para desde allí encaminarse bien formados, presididos de clarines y tambores, por la calle de Rúa Mayor, Rubiana, Puerta Corés y Ferrería de la Cruz –actual calle Ancha–, desde donde se dirigían a Santa María de Regla, si era allí donde se celebraba la misa, o bien pasando desde la Ferrería de la Cruz a la calle de Santo Isidro –actual del Cid– para seguir hasta San Isidoro, cuando era en este centro donde tenía lugar79. Las noticias que nos han llegado sobre la celebración de las honras fúnebres reales son reiterativas en estos aspectos y repiten sistemáticamente el mismo ritual y protocolo. En las de Fernando el Católico ya se decide en Consistorio que “el ayuntamiento de Justicia, Regidores y toda la gente de la cibdad se haga e ha de hazer en los Palacios del Rey, para que de alli vayan a la iglesia mayor con todas las hordenes y cofradías...”80. En el pregón por la muerte del príncipe Carlos, en 1568, se insiste en el tema y así leemos en los Libros de Acuerdos: “...mandan los señores Justicia y regidores que todos

74 AGS, Leg. 112. 75 Nos consta que Candanedo colaboró en la obra de reforma del palacio real en 1592, fecha en la que era

alarife de la Ciudad (AHML, caja 41, fol. 132v). También el cerrajero Pedro Flamenco realizó en 1578, 1579, 1592 y 1595 las rejas, herrajes y bisagras de una parte del palacio real (AHML, L. Ac. 15 de marzo, 1578, caja 38, ff. 482v y 640v; L. Ac. 17 de marzo 1592, caja 41, fol. 116. L. Ac, 16 de junio, 1595, caja 41, fol. 325r). 76 Mª. D. CAMPOS SÁNCHEZ-BORDONA y Mª. I. VIFORCOS MARINAS, Honras fúnebres reales en el León del Antiguo Régimen, León, 1995.

77 AHML, L. Ac. 39, ff. 283-284. Citado en Mª. D. CAMPOS SÁNCHEZ-BORDONA y Mª. I. VIFORCOS MARI-

NAS, Honras fúnebres, apénd. nº 5, pp. 180-181. I. VIFORCOS MARINAS, La ciudad de León en el siglo XVII: la fiesta barroca y su instrumentalización ideológica, León, 1991 (ed. microficha, ULE, nº 70). 79 Mª. D. CAMPOS SÁNCHEZ-BORDONA y Mª. I. VIFORCOS MARINAS, Honras fúnebres, pp. 330-334. 80 AHML, L. Ac. 31 de enero de 1516, fol. 179; R. RODRÍGUEZ, “Libro de consistorio de la muy noble e muy leal cibdad de León”, Archivos leoneses, nº 15-16, (1954), pp. 123-171. 78 Mª.

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los vecinos e moradores desta ciudad vayan a las dichas honras la víspera a la casa real que su Magestad tiene en esta ciudad, el dicho jueves a las dos horas de la tarde y el viernes a la mañana a las ocho, y que luego vuelvan... otrosi, mandan que todas las compañías, e cofradías dellas que hay en esta dicha ciudad, vayan a la dicha casa real, según dicho es, a las dichas horas y días..”81. Asimismo, el texto del pregón acordado en Consistorio en 1598 con motivo de la muerte de Felipe II nos confirma la persistencia del viejo Palacio Real como punto de partida del cortejo y como referencia simbólica de la monarquía: “...en cumplimiento de lo qual mandan los señores Justicia e regidores que todos los vecinos desta dicha ciudad y arrabales della bengan a las onras, el dia que se hicieren, a los palacios reales que su Magestad tiene en esta dicha ciudad, en la calle de la Rúa, de donde saldrán todos juntos...”82. La fórmula vuelve a repetirse en octubre de 1611 en las honras fúnebres de Margarita de Austria y en marzo de 1621 en las de Felipe III83. Sin embargo, a partir del reinado de Felipe IV se producen cambios y el cortejo fúnebre abandona la cita de los palacios reales de la calle de la Rúa para congregarse delante de las Casas Consistoriales, ubicadas en la plaza de San Marcelo. Las razones que determinaron semejante alteración de la tradición hay que buscarlas en la pérdida de representatividad del edificio áulico, para entonces muy deteriorado en sus viejas estructuras y en continuo estado de arreglos y reparos. No obstante, mantuvo su prestigio institucional, como demuestra el hecho de que a partir de 1638, por voluntad de dicho monarca y a instancias de la Ciudad, se instalara definitivamente el Adelantamiento en León, destinando una parte importante del conjunto palaciego para sede de esta institución, que habría de compartir sus dependencias, como hemos visto, con la cárcel, el pósito y alhóndiga y la morada del corregidor. En contraposición a esa devaluación, el nuevo consistorio leonés, levantado a finales del siglo XVI por Juan del Ribero bajo esquemas clasicistas, aparecía como edificio monumental con suficiente capacidad representativa, no solo de la propia corporación municipal, sino de toda la agrupación ciudadana leonesa. Se trataba, pues, del triunfo del espacio municipal sobre el regio, hecho que hemos de poner en relación con las tradicionales fricciones derivadas del deseo del Regimiento por hacer valer su autonomía y de la Corona por condicionar las decisiones de éste, cometido en el que participaron de forma activa los corregidores.

Con todo, aun en los funerales de Felipe IV, el Palacio Real tenía todavía asegurado cierto protagonismo en el protocolo. Así lo constata el hecho de que, a finales del siglo XVII, las Políticas ceremonias de la ciudad explicasen “cómo se hazen las honras por muerte de Rey, o Reyna” a partir de lo realizado con motivo de las de Felipe IV. Entonces, si bien se reunió la Ciudad a la puerta del ayuntamiento, donde se promulgó un primer pregón, bajó luego por la Rúa para dar otro frente a los palacios reales, operación repetida igualmente en las plazas del Mercado, Mayor, de Regla y de San Isidoro84. Asimismo, la calle de la Rúa formaba también parte del trayecto ceremonial de las aclamaciones de los nuevos reyes –como sucedió con la de Carlos II– o de otras fiestas religiosas, como la de San Claudio y la de la Inmaculada Concepción, lo que, unido a su disposición cercana a los accesos meridionales de la ciudad, su inserción en la tradicional ruta jacobea y el carácter señorial de la misma, permitieron mantener a este entorno como uno de los más destacados y representativos del León de la Edad Moderna85. Todo ello a pesar del susodicho empuje de la plaza de San Marcelo como protagonista de este tipo de actos. En las honras de Isabel de Borbón, celebradas en diciembre de 1644, el recorrido se iniciaba “en las casas de ayuntamiento... a las cinco de la tarde, precedido de clarines, tambor y maceros”86. En 1646, a la muerte del príncipe Baltasar Carlos, la Ciudad acordó “que los ministros y oficiales asistieren a vestirse a las casas de ayuntamiento, desde donde saldrán en aconpañamiento dellos”. En el resto de este tipo de celebraciones reales del Antiguo Régimen desarrolladas en la segunda mitad del siglo XVII y durante el siglo XVIII, el ayuntamiento fue siempre el lugar referencial para los recorridos y cortejos urbanos. Los ejemplos de Felipe IV (1655), María Luisa de Orleans (1689), Mariana de Austria (1696), Luisa Isabel de Orleans (1742) o Felipe V (1746) son evocadores de la falta de prestigio y el desinterés por el antiguo recinto regio y el protagonismo que cobra el Consistorio, y la tendencia aparece totalmente arraigada en la segunda mitad del XVIII, como demuestran los actos por el fallecimiento de la reina María Bárbara de Portugal (1758), la proclamación de Carlos III (1759) –motivo por el que se encendieron luminarias en las dos plazas de la autoridad municipal, Mayor y de San Marcelo87– o la de Carlos IV (1789), que tuvieron como escenario de los actos protocolarios y festivos el Consistorio y la Catedral88.

81 AHPL, Fondo Miguel Bravo, 11613. Documento publicado en Mª. D. CAMPOS SÁNCHEZ-BORDONA y Mª.

84 F. CABEZA DE VACA, Op. cit., pp. 93-108.

I. VIFORCOS MARINAS, Honras fúnebres, apénd. nº 5, pp. 180-181. 82 AHML, L. Ac., 18, ff. 319-320. Documento publicado en Mª. D. CAMPOS SÁNCHEZ-BORDONA y Mª. I. VIFORCOS MARINAS, Honras fúnebres, apénd. nº 10, pp. 188-189. 83 En el pregón de las honras de Margarita de Austria y de Felipe III también se congrega a los vecinos en los “palacios reales que su Magestad tiene en esta ciudad en la calle de la Rúa” (AHML, L. Ac., 21, s/f; y L. Ac., 22, s/f). Sobre ambos ceremoniales volvemos a remitir a Mª. D. CAMPOS SÁNCHEZ-BORDONA y Mª. I. VIFORCOS MARINAS, Honras fúnebres, apénd. nº 18 y 19, pp. 202-216.

85 F. CABEZA DE VACA, Op. cit., pp. 90-95 y 109-112. 86 AHML, L. Ac., 30, fol. 115r. 87 Lejos

quedaban los tiempos en que, como sucedió con el feliz parto de la reina en agosto de 1565, las luminarias señalaban el gozo de la Ciudad, además de en el Consistorio, en los mercados públicos y en el Palacio Real (AHML, Cuentas de Propios y arbitrios, caja 230, leg. 3, ff. 230r-231v). 88 AML, caja 73, leg. 80, leg. 81, s/f, y caja 77, leg. 89; AHML, obras por cuenta del Común, caja 715, leg. 4. Mª. D. CAMPOS SÁNCHEZ-BORDONA y Mª. I. VIFORCOS MARINAS, Honras fúnebres.

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Planta baja y perfiles del Cuartel de la Fábrica. I.H.C.M., SH. LE-2/14.

Tras la experiencia fabril, el nuevo siglo se abrió para los vetustos palacios reales leoneses con la hegemonía de la función castrense, destino éste que se fue extendiendo progresivamente a otras zonas que habían seguido manteniendo su primitiva función. Se consolidó así la denominación popular del antiguo espacio áulico como cuartel de la “Fábrica Vieja” o cuartel de la Fábrica, nombre que siguió vigente durante el siglo XX hasta su definitiva desaparición. Una de las ventajas que conllevó esta función para el estudio de la arquitectura del Palacio Real de León radica en la existencia de levantamientos planimétricos realizados con cierta regularidad gracias a la labor de los ingenieros militares. Ni que decir tiene que algunos de estos documentos gráficos se corresponden con obras de rehabilitación que trastocaron la función original y la morfología de los espacios originales, pero también es necesario recordar que esta actitud tenía ya una dilatada tradición histórica en un palacio como el nuestro, en constante evolución, y que las propias obras son el mejor indicio de unas labores encaminadas a garantizar su conservación a través del uso, algo que no siempre pudieron asegurar las autoridades municipales. Asimismo, resulta obvio que la castrense fue una etapa más en la Historia del Palacio Real, y como tal debe ser valorada. Los planos militares más antiguos que hemos localizado, custodiados en el Archivo General Militar de Madrid, fueron levantados en septiembre de 1806, y en uno de ellos se incluye el alzado y sección más antiguos del edificio. El primero se corresponde con la planta baja del cuartel, y el segundo con su planta principal. En la “Planta baja y perfiles del edificio llamado Fábrica Vieja y que sirve de quartel de Ynfantería en esta ciudad pertene-


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ciente al Rey”1 se representan, como en el plano de Miguélez (1760), dos patios, el primero bajo la categoría de “corral” y el segundo como patio principal, que contaba con un pozo en su centro y que ahora vemos que no era tan regular como quería el levantamiento del siglo XVIII, pues la presencia de la cerca de la actual calle de Independencia rompía su ortogonalidad. Asimismo, la mayor exactitud de su representación nos permite comprobar las diferencias de grosor de los muros, mucho más notable en las crujías oriental y meridional, que vienen a marcar un rectángulo entre el cuarto delantero y la cerca. Ése es precisamente el núcleo del recinto palaciego y su dimensión muraria está en consonancia con la presencia de una torre en la esquina que forman ambas crujías y de otra probable en el otro extremo de la mayor. No obstante, la identificación de este contorno no tiene por qué significar, en nuestra opinión, que se trate del perímetro del Palacio original de Enrique II, pues la presencia de torres retrasadas con respecto a la línea de fachada es algo común en los palacios mudéjares y sabemos, como hemos visto, que el cuarto delantero sufrió diversas transformaciones desde el siglo XVI, lo que justificaría la diferencia de grosor de los muros en planta. El patio pequeño seguía manteniendo las diez columnas en su lado septentrional –entregas las extremas– aunque la sección aneja permite ahora comprobar que éstas contaban con basa y capitel o zapata, así como que sostenían un entablamento. Al inicio del arranque de esta galería se encontraba el acceso al cuartel desde la calle de la Rúa, acceso que guardaba toda independencia con respecto al cuarto de la cárcel y que se realizaba a través de una puerta con arco de medio punto. La anchura de esta última venía a coincidir con el primer tramo de la galería, y el recorrido podía realizarse atravesando el patio pequeño hacia el principal –si se trataba de carruajes– o siguiendo el sentido del soportal hasta la escalera principal –“escalera principal de entrada”– si se hacía a pie. De esta forma, comprobamos cómo el cuarto delantero, donde se ubicaban la cárcel y audiencia –así como la portada principal desde la Rúa– no tenían ninguna continuidad con el resto del Palacio o cuartel, habiéndose cerrado los antiguos pasos que antaño permitían un recorrido fluido entre las diferentes estancias. Esta distinción de espacios respondía no sólo al desarrollo de dos funciones diferentes, sino también a la necesidad de mantener, por seguridad, un control preciso de los ingresos al recinto militar, que son, por cierto, los únicos que se representan en el plano. Como hemos dicho, la galería del primer patio desembocaba en la escalera principal, aunque antes de llegar a ella se abría a mano derecha una puerta que conducía a los pajares –“con pisos desiguales” y dispuestos a modo de crujía paralela a la galería–, los cuales comunicaban a su vez con un cuarto –al este, quizás hábil para la instalación de un cuerpo de guardia– y

con un corral, justo allí donde cuarenta años antes existiese un “salón bajo y húmedo”. A este respecto puede comprobarse cómo esta zona del primer patio seguía manteniendo, como en el siglo pasado, un cierto sentido secundario o de servicio, con su acceso carretero y sus establos en el recorrido de ingreso. Ello conllevaba que la entrada principal del cuartel quedaba, en principio, privada de un carácter monumental o representativo, atributos reservados para la puerta de la audiencia y cárcel, esto es, la antigua portada principal del Palacio Real. Igualmente, y tal y como nos indica el cotejo de este plano con el segundo –correspondiente a la “Planta principal del Cuartel de León”2–, se deduce que los espacios abiertos o corrales seguían contando con un gran protagonismo, alcanzando ahora todo el perímetro exterior del lado meridional del recinto palaciego, aun cuando en la zona más próxima a la cárcel existiese alguna edificación doméstica de una altura, quizás destinada a horno de pan para los inquilinos del cuartel. A continuación del primer patio nos encontramos con el principal. Para entonces tenía cerradas todas sus crujías en ambos pisos, ofreciendo de esta forma una apariencia hermética, tan sólo dinamizada por los vanos abiertos en el piso de entresuelo y por los testigos de los pilares, los cuales todavía podían percibirse en las fotografías que se realizaron poco antes de la demolición del Palacio, a mediados del siglo XX. En la crujía oriental se encontraba el zaguán, cuya puerta se cerraba con arco carpanel, la escalera principal –desde donde se accedía a los pajares, en el piso bajo, y a la galería superior– y una segunda escalera, de tipo claustral y bastante estrecha, que conducía también a la galería del piso noble, aunque accediendo desde la crujía meridional y suelo de la torre levantada en el cantón que formaban ambas pandas. Su sección, el de la oriental que ahora tratamos, nos muestra la continuidad de forjados y cubiertas entre las distintas crujías y su alzado interior, visto desde el patio, nos indica que existían vanos en todas las entrepilastras del entresuelo –contando la propia puerta del zaguán–, así como en los pisos superiores, aunque aquí siguiendo una composición ternaria a partir del centro y manteniendo idéntico orden en sus ejes verticales. Ése era el mismo arreglo compositivo que presentaba la crujía septentrional, aunque no contase con ninguna ventana superior en su centro, lo que parece indicar que el cerramiento de las galerías, además de buscar el aprovechamiento de éstas y su resguardo de la dura climatología leonesa, persiguió una cierta uniformidad de alzados. La ausencia de vanos superiores en los tramos centrales de la panda septentrional quizás se deba a que en su planta principal esta zona no comunicaba con ninguna estancia –las más destacadas son unas habitaciones ubicadas en su extremo oriental–, lo que justificaría la restricción de focos de luz

1 IHCM, SH. LE-2/14, León, 20 de septiembre de 1806. Planta baja y perfiles del edificio llamado Fábrica Vieja

2 IHCM, SH. LE-2/13, León, 20 de septiembre de 1806. Planta principal del Cuartel de León. Francisco Romo

y que sirve de quartel de Ynfantería en esta ciudad perteneciente al Rey. Francisco Romo y Gamboa.

y Gamboa.

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Planta principal del Cuartel de la Fábrica (1806). I.H.C.M., SH. LE-2/13.

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y fuentes de ventilación. Enfrente, la crujía meridional era una zona dispuesta en lo funcional hacia la crujía oriental, como demuestra el tabicamiento de su continuación hacia la de Poniente. En ella se constata la existencia en el piso bajo de cuartos expeditos, concatenados y con luces abiertas hacia uno de los corrales perimetrales. Es posible que se dedicasen a aposento de tropas, pues arriba nos encontramos también con “varios aposentos”, aunque su precisa compartimentación quizás haya que ponerla en relación con una categoría de mayor rango o con una función administrativa más específica. Por último, la crujía occidental, la adosada a la cerca de la ciudad, aprovechaba el espacio hábil y construido a ambos lados de ésta. El acceso a su galería baja se practicaba a través de una puerta alineada con el mismo eje que marcaba el zaguán del patio, y siguiendo esa misma axialidad, también en el piso bajo, se podía pasar a una dependencia pegada a la cerca, ya en la actual calle de Independencia. Para ello se había abierto un postigo, similar al que seguía existiendo algo más al Sur, aquel que se operara durante la centuria precedente para comunicar los viejos palacios con la “obra nueva” de la fábrica de hilados. Este último era considerado entonces como puerta de salida del cuartel, y, junto con la esquina que formaban las galerías occidental y meridional, gozó de un papel destacado en el juego de recorridos del conjunto castrense. En primer lugar, porque la primera aparece perfectamente independizada de ambas galerías, lo que indica un valor funcional claramente diferenciado del resto del edificio. Desde ese espacio se podía acceder, hacia el Sur, a una dependencia cuadrada sobre la que bien pudiera erigirse una antigua torre, hermana de la que existía en el otro extremo de la crujía. Allí se encontraba una escalera que permitía la subida al piso superior, escalera que contaba con una de las armaduras de madera que citamos anteriormente y cuyos restos se conservan en el Museo de León. Otra puerta, también en el piso bajo de esta sala, daba paso a los corrales perimetrales de Mediodía. Por otra parte, desde ese primer espacio de difusión de recorridos también se alcanzaba el postigo del siglo XVIII, el cual permitía tanto la salida del recinto castrense como el acceso a la continuación de dependencias que se extendían extramuros. En estas últimas nos encontramos con las cocinas, cuyo emplazamiento en las traseras del Palacio viene a recordarnos su ubicación tradicional en la arquitectura palacial. Así pues, a principios del siglo XIX los vetustos alcázares leoneses habían experimentado una profunda rehabilitación que garantizaba su uso militar, aprovechando para ello las facilidades que este tipo de espacios, al igual que los conventuales y monásticos –radicados en entornos urbanos, amplios, con patios, claustros y dependencias domésticas capaces para un amplio número de inquilinos–, ofrecían a los fines del Ejército. Durante esos primeros años de la centuria, pocos después del levantamiento de los planos citados, tuvo lugar la Guerra de la Independencia, convulso periodo en el que toda la ciudad de León, plaza de especial importancia

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para ambos bandos, se vio afectada por las consecuencias del enfrentamiento bélico. Una de ellas fue la del gravoso problema de los alojamientos de las tropas militares, situación que condujo a numerosos conflictos tanto por la precariedad económica de los vecinos –a quienes resultaba “insoportable, pues los más de los vecinos tienen seis, ocho y diez soldados”– como por los intentos de dispensa de los mejor acomodados –clero y funcionariado–, prácticas éstas que fueron denunciadas por el Ayuntamiento dado que se trataba de personas con unas condiciones “arto mejores que las de los demás pobres vecinos del Pueblo”, aunque, como ha señalado García Gutiérrez, fuesen los propios ediles –a quienes no vamos a suponer “pobres vecinos”– los primeros en olvidarse de estas reclamaciones a la hora de solicitar la exención de alojamiento para ellos mismos, solicitud que les fue concedida3. Además de las casas particulares, la tropa francesa estuvo acuartelada en dependencias como las de San Isidoro, Descalzos, San Marcos, San Claudio o el colegio-seminario de San Froilán. En julio de 1809 el general Charlot requería al Ayuntamiento, en el término de cuatro días, dos mil camas con jergón de paja o colchón, dos sábanas, dos cabezales y una manta destinados al acuartelamiento de cuatro mil soldados en conventos, con el fin de liberar a los vecinos de esta carga –evitando, a su vez, las enfermedades a las que estaba sometida la tropa en las casas más humildes–, y disponiendo la caballería en el palacio de los Guzmanes4. Sin embargo, ni este encargo ni los sucesivos llegaron a satisfacer totalmente las exigencias francesas, de modo que la totalidad de las tropas no pudieron acuartelarse en los citados conventos. Por su parte, los soldados patriotas se acuartelaron también en conventos. A finales de 1808 la Junta Superior de León preparaba el alojamiento de un importante contingente inglés y español que llegaba a la ciudad con la intención de defenderla, aunque después se viese obligado a abandonarla. Se acordó entonces alojar a estas tropas en los conventos de la ciudad, así como reconocer las posibilidades que tenían de hacerlo otros edificios como la Fábrica Vieja, el Real Hospicio o el palacio de los condes de Luna5. En el caso de la Fábrica Vieja, ésta sirvió de acuartelamiento a parte de las tropas galas, funcionando además como uno de los principales polvorines de la ciudad, hecho que motivó alguna escaramuza por parte de los rebeldes leoneses6. Todo ello provocó graves desperfectos en el inmueble, repa3 AHML, Gobierno. Actas municipales, caja 81, nº 101, 11 de mayo de 1810; Ibidem, nº 102, 19 de noviem-

bre de 1811; Cit.: P. GARCÍA GUTIÉRREZ, La ciudad de León durante la Guerra de la Independencia, Junta de Castilla y León, 1991, p. 127. 4 AHML, Gobierno. Actas municipales, caja 81, nº 100, 7 de julio de 1809; Cit., P. GARCÍA GUTIÉRREZ, Op. cit., pp. 128-129. 5 ADL, Actas de la Junta Superior de León, t. III; Cit.: F. DE LA CUESTA, “León en la Guerra de Independencia”, Studium legionense, León, nº 13 (1972), pp. 69-372, y P. GARCÍA GUTIÉRREZ, Op. cit., pp. 130-131. 6 H. GARCÍA LUENGO, León y su provincia en la Guerra de la Independencia Española, León, 1908, p. 37; A. DOMÍNGUEZ-BERRUETA CAMARASA, La Guerra de la Independencia en León, manuscrito inédito custodiado en la Biblioteca Regional “Mariano Domínguez Berrueta” de León, p. 70.

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rados parcialmente tras el final de la guerra en 1813, aunque quedaron sin renovar la crujía septentrional del patio principal y la galería que unía la de oriente con la fachada principal, zonas ambas que dejan de representarse en el plano de 18697. El problema de los acuartelamientos, no obstante, siguió vivo durante mucho tiempo para los leoneses. Todavía a finales de 1840 la Comandancia General de la provincia de León escribía al Ayuntamiento de la capital informándole de que la 3ª Compañía del 2º batallón no podía hacer uso de la cuadra del fuerte de San Isidoro a causa de su mal estado, y lo mismo sucedía con las dependencias destinadas a la tropa –deficiencias especialmente graves bajo el frío invierno leonés–, de modo que urgía su reparación, aconsejando mientras tanto el acuartelamiento en la Fábrica Vieja u otro local hábil. En este caso las obras, que habrían de permitir “aliviar al vecindario de la pesada carga de alojamiento”, no se hicieron esperar, si bien fueron los propios canónigos de San Isidoro los que corrieron con los gastos, ante la tardanza de la comisión municipal encargada del arreglo8. Recuperada la normalidad de la dinastía borbónica, el cuartel y sus inmediaciones experimentaron ciertas obras de mejora. En 1838 las autoridades militares, en vigilancia de la mejor defensa de la ciudad, aprobaron la reparación de los tramos de muralla comprendidos entre Santo Domingo y el Cuartel, y entre éste y San Francisco, esto es, la actual avenida de la Independencia. Se procedió entonces a recalzar el lienzo interior de la misma, así como a rehacer las aspilleras del cubo de las Ánimas –en el primer tramo– para servirse en defensa de la falsabraga, y a cerrar las ventanas de la cocina del cuartel –en el extremo suroeste, piso bajo–, echar cerradura a una puerta y, en el cubo de San Francisco, colocar dos postigos9. Faltaban, sin embargo, por acometer muchas más obras, si bien aparentemente menores, tal y como puso de manifiesto el reconocimiento que, en el mes de febrero del año siguiente, realizaron de todo el recinto amurallado leonés el Comandante General, los regidores de la ciudad y el arquitecto de la misma. Concluyeron entonces que en el cuartel de la Fábrica era necesario entarimar de cuatro pies de ancho con barandilla el piso que quedaba sobre las cocinas de soldados, a fin de dar uso a las ventanas altas, y aderezar la puerta y pared baja del frente de las citadas cocinas. Asimismo, entre otras obras de carpintería y cerrajería, se debía doblar, arreglar y poner cerradura nueva a la puerta que estaba debajo de la chimenea de sargentos, la cual salía al corralillo de la falsabraga, cambiar la cerradura de la citada cocina de sargentos, y cerrar las ventanas de la misma, las de los cuartos contiguos que daban al campo y las de otro en la pared que miraba al hospital. La puerta de la muralla “de D.

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Vicente Palacio” debía cerrarse con buena piedra y mortero de cal, así como un agujero de la misma casa que daba al corral del herrador, corral al que se abrirían dos aspilleras. Por último, era necesario levantar una línea de 100 pies de tabiques de 3 pies de altura sobre los antepechos de la muralla, dejando aspilleras cada 6 pies10. Parece que estas obras terminaron ejecutándose, pues en enero de 1841 la Comandancia General de la provincia de León escribía al Ayuntamiento de la capital alabando su propuesta de retirar la madera de obra de las murallas, pues, además de deteriorarse por las inclemencias meteorológicas, podía ser robada, si bien recomendaba inventariarla antes bajo la supervisión del Comandante General y del maestro de obras de fortificación11. Unos años más tarde, en julio de 1858, León recibió la visita de la reina Isabel II, aunque, como sucedió con las visitas reales precedentes, no se hospedó en los antiguos palacios reales. Éstos habían sido descritos poco antes por Madoz como cuartel, “el cual forma una especie de cuadro, en cuyo rededor estaban los telares, máquinas y artefactos cuando la fábrica estaba en su auge; hoy es un espacioso patio donde se enseña a los quintos los primeros rudimentos de instrucción; su fachada principal da frente a la calle de la Rúa”12. Doña Isabel se aposentó en el Palacio episcopal, donde fue recibida por el obispo y todas las corporaciones el día 27. En la crónica de su viaje se da cuenta de la importancia representativa que alcanzó este último palacio en tanto que aposento regio, especialmente a la hora de verificar los actos religiosos celebrados en el cercano templo catedralicio, aunque también en relación a los festejos populares que se desarrollaron en la “plazuela de Palacio”13. El cronista, Juan de Dios de la Rada y Delgado, aprovechó también para incluir otras notas artísticas de la ciudad correspondientes a otros palacios, como el de los Guzmanes, el de los marqueses de Villasinta, el de los condes de Luna e, incluso, los “Palacios de la Poridad”. No hay, sin embargo, ninguna mención al Palacio Real, para entonces ya sin uso como tal y, aparentemente, desprendido también de aquel antiguo reconocimiento formal del que gozase en los primeros siglos de su siguiente etapa funcional. Esta consideración estaba en consonancia con los cambios y mutilaciones que los viejos alcázares venían sufriendo a lo largo de esta centuria, y tal es así que puede comprobarse cómo en 1869 –según el “Plano del Cuartel denominado Fábrica Vieja en León, indicando en él las obras ejecutadas por la Caballería”14– su fisonomía había variado notablemente con respecto a la 10 AHML, Expediente general de Fortificación, caja 716, leg. 1. 11 Ibidem. 12 P. MADOZ, Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar, Madrid,

1845-1850, edición de Valladolid, 1991, p. 174. 13 J. D. DE LA RADA Y DELGADO, Viaje de SS.MM. y AA. por Castilla, León, Asturias y Galicia verificado en

7 IHCM, SH. LE-2/12; ARCO, “Hoja estadística correspondiente al Cuartel de la Fábrica Vieja”, 1926. 8 AHML, Expediente general de Fortificación, caja 716, leg. 1. 9 AHML, Expediente general de Fortificación, caja 716, leg. 1 y 2.

el verano de 1858, Madrid, 1860, pp. 159-232. 14 IHCM, SH. LE-2/12, Valladolid, 16 de abril de 1869. Plano del Cuartel denominado Fábrica Vieja en León,

indicando en él las obras ejecutadas por la Caballería.

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Planta del Cuartel de la Fábrica, con indicación de las obras realizadas para la caballería (1869). I.H.C.M., SH. LE-2/12.


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que presentaba en los levantamientos de 1806. Para empezar, los citados destrozos de la Guerra de Independencia habían provocado la completa transformación del cuarto delantero del cuartel, afectando a su organización interna, acceso, representación y recorridos. La desaparición de parte de la crujía oriental del patio principal y del sector oriental del primer patio propiciaron la creación de un patio único de planta poligonal, con una amplia superficie como espacio abierto que era especialmente útil para la práctica castrense. En la zona del antiguo primer patio, todas las dependencias que existían a continuación de la cárcel se sustituyeron por una edificación de una altura y en forma de L –discontinua, por cuanto un tramo estaba por construir– que se desarrollaba en línea con la escalera principal hacia la Rúa, girando hacia el Norte hasta alcanzar la propiedad del marqués de San Isidro, que ocupaba parte de un antiguo corral del cuartel. Era precisamente en este lado menor donde se disponía el acceso principal, aunque ahora presentase un sentido completamente distinto. En lugar del anterior ingreso quebrado, incapaz de competir con la disposición frontal y el protagonismo arquitectónico de la portada de la cárcel y audiencia, se creó un frente de fachada con puerta principal y un eje vertical de ventanas a cada lado. Esta fachada, como puede comprobarse en alguna fotografía más moderna, tenía una composición bastante canónica y austera, con realce de imposta y cornisa. Sin embargo, el hecho de que se levantase ante un pequeño compás remetido con respecto a la línea de la calle –establecida en el plano por las fachadas de la cárcel y de la casa del marqués de San Isidro– favorecía su valoración escenográfica, además de redundar en el mejor control del acceso al recinto militar. Esta carga representativa se veía igualmente potenciada con la presencia de una puerta monumental con entablamento y columnas exentas, las cuales no se representan en planta, aunque sí en una de las secciones del plano. Creemos que esta portada, que puede verse parcialmente en alguna fotografía más moderna, era de nueva planta y se creó bajo el mismo proyecto militar que configuraba esta zona delantera, posiblemente en las décadas que siguieron a la Guerra. Seguiría el lenguaje clasicista imperante y su calidad artística no llamó la atención de los diferentes historiadores que, como Gómez Moreno o Miguel Bravo, tuvieron la oportunidad de contemplarla abierta a la calle de la Rúa. Importantes eran las novedades también en la zona del antiguo patio principal, donde la panda septentrional deja ya de representarse para mostrar el linde directo con las propiedades de los vecinos inmediatos. En el extremo opuesto seguían actuando como delimitadores el edificio de la cárcel y los corrales perimetrales que envolvían la crujía meridional y lo que quedaba de la oriental. Era precisamente en la planta baja de esta zona donde se realizaron las citadas “obras ejecutadas por la Caballería” que encabezan el plano, obras que parecen corresponderse con la creación de establos en batería y sus correspondientes pesebres. A diferencia de las edificaciones

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Plano de la ciudad de León levantado por Martínez Ibáñez en 1847. Se indica el Cuartel de la Fábrica ubicado en los Palacios Reales. Foto: Archivo Histórico Municipal de León.

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del cuarto delantero, éstas contaban con dos alturas, dedicándose ambas principalmente a “cuadras” (sic), incluida la torre que mediaba en su esquina, la cual había servido de calabozo hasta que se habilitó el nuevo junto al cuerpo de guardia. Por último, en la zona de Poniente el número de edificaciones y sus destinos eran bastante similares a los de principios de siglo, si bien en la cerca sólo se representa uno de los dos postigos –el más antiguo– que figuraban en el plano de 1806. Intramuros, la galería aparece sin función detallada en su planta baja, volviendo a repetirse la leyenda de “cuadras” en sus dos alturas restantes, aunque conviene recordar que esta denominación está referida a salas grandes, en este caso funcionando como algún tipo de barracón para uso militar, aun cuando se representen como espacios continuos. Se recogen además las canalizaciones procedentes de los escusados, que corrían paralelas a la cerca. Del otro lado de ésta, hacia la actual calle de Independencia, seguimos encontrándonos, en el piso bajo, con las cocinas, corrales –uno de ellos reclamado por el Ayuntamiento– y el aposento del conserje, que se extendía también por la planta primera. Años más tarde el cuartel vería ampliadas sus dependencias a costa de los solares que ocupara la antigua cárcel, en el cuarto delantero del Palacio. El lamentable estado de esta zona, al que nos referiremos luego, provocó su demolición en junio de 1882, tal y como nos relata Miguel Bravo. Con el espacio liberado, en 1885 el Ayuntamiento aprobó la cesión del solar al Ramo de Guerra, con el fin de ampliar el cuartel y construir nuevas oficinas, pabellones o cualquier otra dependencia de uso militar, siempre que no se tratase de patios o corrales que diesen a la vía pública. En las últimas décadas del siglo XIX se llevaron a cabo diversas obras en el cuartel de la Fábrica, obras de las que tenemos constancia gracias a las hojas estadísticas militares del siglo XX, aunque el detalle de sus contenidos no se ha conservado en los archivos del Ejército15. Nos vemos obligados, por ello, a acudir a otro tipo de fuentes, como las municipales y bibliográficas, para conocer el estado del Palacio Real en estos momentos. Sabemos así que en 1894 se ejecutaron diversos trabajos en el ala oriental, sin arreglar desde los desperfectos que recibiera en la Guerra de la Independencia, a cuenta del Ayuntamiento, para instalar en el cuartel de la Fábrica las oficinas de la Zona y Regimiento de reserva. El presupuesto ascendió a poco más 15 “...en

27 de octubre 1882 (número 151 del L. C. e I), se aprobó un proyecto de obras con crédito de 30.000 pesetas, que se invirtieron 3.216’7 en 1883-84; 5.110 en 1884-85; 2.000 en 1885-86; 1.800 en 1886-87; 1.500 en 1889-90; y en 15 de octubre de 1898, se ordenó redactar nuevamente el proyecto./ En 22 septiembre 1893 (número 33 del L. C. e I.), se aprobó al proyecto de reforma con crédito de 31.870 ptas., que fue caducado por R. O. de 15 de octubre de 1898./ En 30 de abril 1894 (nº 60 de L. C. e I.), se aprobó un proyecto de instalación de las oficinas de la zona número 30 y Regimiento de reserva número 86, con presupuesto de 7.460 pesetas, que fue caducado por R. O. de 16 de octubre de 1913...” (ARCO, “Hoja estadística correspondiente al Cuartel de la Fábrica Vieja”, 1926).

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de 6.900 pesetas y la obra fue adjudicada a Ángel Merino, que se encargó, entre otras cosas, de construir el alcantarillado, abrir nuevos vanos en los pisos altos y cambiar la antigua distribución interna con nuevos tabiques, así como de realizar otras obras de adecentamiento, como pintura, carpintería o cerrajería16. También antes de cerrarse la centuria se llevaron a cabo otras obras menores dirigidas por el arquitecto municipal –a pesar de no ser competencia suya–, quien realizó además varios reconocimientos en el cuartel en calidad de perito17.

La cárcel y la audiencia Tal y como hemos visto en el anterior epígrafe, en la década de 1880 se demolió parte del cuarto delantero del Palacio Real, concretamente las piezas destinadas desde antiguo a cárcel real, para dedicar su solar a funciones militares. A decir verdad, tanto el estado de la prisión como el de las piezas inmediatas de audiencia y oratorio, habían dejado bastante que desear durante el siglo precedente e incluso, como tuvimos ocasión de demostrar, desde casi su propia ocupación, en el último tercio del XVI. A pesar de su uso continuo, complementado por el ofrecido por otras personas ajenas al Palacio –como los frailes del cercano convento de San Francisco, encargados de oficiar misa en el oratorio–, las obras solían reducirse a las indispensables, lo cual repercutía en la precariedad de las instalaciones, en determinados momentos por debajo de unas condiciones de salubridad mínimas18. Entre estas obras nos encontramos a mediados del siglo XVIII con algunas de urgencia y cierta envergadura, como las encargadas por el Ayuntamiento en 1762 a los arquitectos Bernardo Miguélez y Francisco Gutiérrez para reparar la “ruina que amenazaba la cárcel real de esta ciudad”, y otras menores, como el arreglo de las cerraduras desempeñado en 175919. Estos últimos trabajos eran más frecuentes y estaban en relación directa con la función penitenciaria, “para maior seguridad de la cárzel”. Tal es el caso, por ejemplo, de los encargos realizados en 1785 por el alcaide Juan Grandoso a los maestros herreros Pedro Canillas y Francisco Gutiérrez, donde se cuenta la reparación, entre otras cosas, de llaves, cerraduras, rejas y barrotes20. Gracias a un inventario de 1773, realizado por el alcaide de la cárcel real, a la sazón Manuel Rebolledo, sabemos que eran entonces trece los hombres y tres las mujeres encarcelados en los vetustos palacios de la calle de la Rúa. Entre el mobiliario con que contaban las prisiones nos encontramos con 16 AHML, Obras, expedientes diversos, caja 723, nº 34. 17 AHML, Obras, expedientes diversos, caja 727, nº 58. 18 AHML, L. Ac., caja 73, leg. 81, s/f. 19 AHPL, Protocolos de Manuel de Valbuena, nº 995, ff. 240-241; AHML, actas, caja 73, leg. 81, s/f. 20 AHML, L. Ac., caja 77, leg. 88, fol. 378r/v; AHML, Obras, Expedientes diversos, caja 720, nº 10.

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“catorce barras de grillos con farropeas y pinas, dos argollas, una cadena chica, otra grande con su candado questá fixa en el calabozo, un brete con su candado, treynta y cinco llaves de los calavozos, puertas, contrapuertas, entrerexas, oratorio, bentanas... otras quatro argollas, yunque, martillo y pría”21. Asimismo se da cuenta de la existencia en la sala de la Audiencia de varias maderas, un dosel, una silla de respaldo vieja, dos libros de asiento de presos del Adelantamiento y número de las armas de la Audiencia del número. De mayor valor e interés artístico parece el mobiliario del oratorio –ubicado, al igual que la citada sala, en el piso superior a la cárcel–, donde sabemos que había una pintura del Descendimiento –“questá en la mesa altar con su ara”–, otra de Cristo, tablas con las armas de la Audiencia, un crucifijo y dos cruces de madera, una quebrada y con peana, y otra sin ella. Además de tres bancos con respaldo y un par de sillas, el inventario se completaba con diversos ornamenta ecclesiae, como un cáliz de plata, patenas, una cuchara, un manípulo, corporales, una paz de metal, una campanilla, estolas, manteles, un atril, un misal, candeleros de madera viejos, una campanilla o una casulla. Con todo, las instalaciones no pasaban por ser buenas y las condiciones de los presos debían ser todavía más lamentables, pues las actas municipales revelan de manera periódica los problemas de presupuesto para atender las necesidades sanitarias de los reclusos –a menudo aquejados de enfermedades contagiosas– y aun para proveerles de alimentos. Para empezar, y a pesar de que desde 1519 un decreto establecía la separación de presos por sexos –obligación que también aparece recogida en las Partidas–, no parece que esta distinción se verificase históricamente en el presidio leonés22. Este hecho, la mezcolanza entre hombres y mujeres de diferentes edades, debía presentar cierta extensión en España, y aun en la segunda mitad del siglo XVIII se seguía legislando para evitar sus consecuencias23. La deficiencia parece deberse, una vez más, a la falta de correspondencia entre unos gastos de personal, mantenimiento y logística continuos y unos presupuestos ciertamente estrechos. Entre esos gastos se incluían, de forma extraordinaria, las dietas alimenticias de algunos presos sin recursos, cuyo coste corría a cargo del municipio. Tal era el caso, por ejemplo, del recluso Baltasar Villaverde, que envió un memorial en septiembre de 1798 dando cuenta de “la 21 AHPL, protocolos de Antonio de Valbuena, caja nº 776, fol. 338. 22 Las Partidas, VII, tit. XXIX, ley V, establecían que “assí como los varones, e las mugeres, son de departidas

naturas, assí han menester lugar apartado do los guarden; porque non pueda dellos nacer mala fama, nin puedan fazer yerro, nin mal, seyendo presos en un lugar”. Por su parte, el decreto de 1519 –al que ya nos hemos referido con anterioridad– desarrollaba similares planteamientos. La normativa, no obstante, de debió tener un seguimiento generalizado, planteándose las mismas dudas I. BAZÁN DÍAZ, Op. cit., pp. 8182, al referirse a la cárcel de Vitoria durante la Baja Edad Media y el siglo XVI. En nuestro caso, la documentación y el estudio de la propia cárcel no parece demostrar una diferenciación física de espacios en función del sexo de los presos. 23 Novísima recopilación, t. 3-4, lib. XII, tit. XXXVIII, ley III, nota I, p. 481.

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pobreza y estrechez en que se ve, sin tener con qué poderse sustentar ni vienes de que poderse desacer para ello, y concluye suplicando; en que la ciudad se sirba socorrerle como a los demás pobres presos y la Junta enterada de la certera necesidad del sobredicho Villaberde, como también de la que padeze Nicolás Cuesta, preso igualmente en dichas reales cárceles, como así lo expresó el Sr. Corregidor, acordó se le socorra y ponga en ración como a los demás necesitados, haciéndoselo saber al alcaide para su inteligencia”24. El contexto, pues, parece coincidir con las características que Pedro Fraile reconoce en el panorama carcelario español del Antiguo Régimen: “suciedad, aglomeración, enfermedades, castigos adicionales, todo ello en un espacio, y con una organización que lo hace posible”25. No obstante, esta situación debe ser relativizada y puesta en su correcto contexto, pues la legislación de los reinos españoles –desde época medieval– mostró una constante voluntad por garantizar el trato humano y cristiano a sus presos, inquietud que aparece también recogida, con increíble modernidad, en diferentes obras desde el siglo XVI, como las de Bernardino de Sandoval (Tratado del cuidado que se debe tener con los presos pobres, Toledo, 1554), Cristóbal de Chaves (Relación de la Cárcel de Sevilla, Valencia, 1574) o Tomás Cerdán de Tallada, quien en su Visita de la Cárcel y de los Presos alentó las reformas de los presidios y cumplimiento de condenas26. Fruto de esta tradición, en 1788 una cédula de Carlos III reconocía que “la estancia en la cárcel trae consigo indispensablemente incomodidades y molestias, y causa también nota a los que están detenidos en ella”, razón por la que se ordenaba a los corregidores y demás justicias que procediesen con toda prudencia, evitando decretar autos de prisión con ligereza y mostrando una especial comprensión con las mujeres y los trabajadores. Por su modernidad, y por ayudar a explicar el contexto del presidio leonés, transcribimos el resto de dicha cédula: “Cuidarán de que los presos sean bien tratados en las cárceles, cuyo objeto es solamente de custodia, y no la aflicción de los reos; no siendo justo que ningún ciudadano sea castigado antes de que se le pruebe el delito legítimamente. Tendrán pues muy particular cuidado de que los dichos presos no sean besados por los Alcaydes de las cárceles y demás dependientes de ellas con malos e injustos tratamientos, ni con exacciones indebidas; a cuyo fin les prohibirán con todo rigor, que reciban dádivas de los presos, ni exijan de ellos más derechos que los que se les deban por el arancel; el qual les obligarán a que le tengan patente en la misma cárcel, en parage adonde todos le puedan 24 AHML, actas, caja 79, leg. 93, s.f. 25 P. FRAILE, Un Espacio para castigar. La cárcel y la ciencia penitenciaria en España (siglos XVIII-XIX), Barce-

lona, 1987, p. 105. 26 J. RAMÓN LACA, Las viejas cárceles madrileñas (siglos XV al XIX), Madrid, 1973, pp. 5-6.

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ver, como está prevenido en la ley quinta de este título; haciéndoles cumplir igualmente la ley diez y nueve, la qual prohibe que se lleven derechos de carcelage al que la Justicia mandase soltar porque no tenía culpa. Asimismo celarán, que en las cárceles haya seguridad y custodia correspondiente, como también el aseo y limpieza que previenen las leyes del Reyno, para que en quanto sea posible no se perjudique la salud de los que están detenidos en ellas”.27

En la línea del anterior texto, a finales del siglo XVIII el alcaide de las Reales Cárceles leonesas elevaba un memorial informando de la necesidad de realizar obras en dicha cárcel por valor de 1.750 reales “para mayor seguridad de sus presos”, súplica que el Ayuntamiento atendió parcialmente, acordando emprender sólo las labores más urgentes y dejando el resto –como era costumbre– “para otra ocasión”28. Esta desidia, o la imposibilidad real de hacer frente a las necesidades, provocaría el consiguiente deterioro de las dependencias carcelarias, de modo que en 1820 era un informe municipal sobre el estado de las obras públicas de la ciudad el que reconocía que “la cárcel necesita fabricarse de nuevo por carecer la actual de seguridad, comodidad y salubridad”29. La situación venía a coincidir con el contexto general español, esbozado en el expediente general sobre cárceles de 1818, según el cual la mayor parte de los pueblos carecían de cárcel y, donde existían, eran necesarias reformas y nuevas dotaciones30. Son momentos en los que tendrán gran acogida las novedades sobre arquitectura carcelaria llegadas del extranjero, con nuevos tipos conducentes a mejorar su funcionamiento, aunque, en el caso de León, la nueva cárcel tendrá que esperar todavía y bajo unos esquemas más tradicionales. Para estas últimas fechas, además del reconocimiento de la necesidad de una nueva cárcel o del severo remozamiento de la existente, la ciudad vivió un debate paralelo sobre la instalación de una audiencia territorial, en correspondencia con la nueva organización administrativa del Estado. Desde 1820 fueron numerosas las gestiones de la Sociedad Patriótica de León y del propio ayuntamiento reclamando este tribunal territorial, algo que finalmente se conseguiría la década siguiente31. En efecto, a través de un Real Decreto de 30 de noviembre de 1833 el territorio español pasaba a divi27 Novísima

recopilación, t. 3-4, lib. XII, tit. XXXVIII, ley XXV, p. 487. A mediados del siglo XIX las autoridades locales levantaron acta de una visita realizada a la cárcel. Para entonces eran siete los presos –entre hombres y mujeres– y éstos declararon estar cómodos en sus instalaciones (ARCHV, Archivo de la Audiencia, siglo XIX, caja 37/8). 28 AHML, L. Ac., caja 79, leg. 93, s.f. 29 AHML, L. Ac., caja 84, leg. 111, f. 190r. 30 J. BENTHAM, El panóptico, Madrid, 1822, edición de Madrid, 1989, donde se incluye el “Informe que sobre el primer original de esta obra dirigió a S. M. la Sociedad económica Matritense en el año 1820”, pp. 101-110. 31 AHML, L. Ac., caja 84, leg. 111, ff. 144, 166r y 212v.

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dirse en provincias, y otro promulgado el 26 de enero de 1834 establecía que “todos los tribunales superiores de las provincias tendrán el nombre de Reales Audiencias de las respectivas capitales en que estén situadas”, quedando la de León adscrita –al igual que las de su reino, Palencia y Valladolid– a la territorial de Valladolid32. Con el tribunal creado y en funcionamiento, se inició, sin embargo, un segundo debate sobre su ubicación física. Parece que en un principio el lugar donde se verificó esta actividad fue la antigua sala de la audiencia de los Palacios Reales, aunque pronto los jueces leoneses decidirían abandonarla a causa de los muchos inconvenientes que les provocaba. En 1844 un Real Decreto establecía que en aquellas ciudades donde no se hubiese podido encontrar un local digno para Audiencia, los jueces de primera instancia debían reclamar de los intendentes provinciales algún edificio todavía sin enajenar y donde se pudiese disponer, por lo menos, de tres estancias: antesala, despacho de escribanía y sala de Audiencia. En el caso de León se pensó en las dependencias de la antigua, escenario donde históricamente se habían llevado a cabo este tipo de actos, incluidos los del antiguo tribunal del Adelantamiento, aunque se reconocía que “su corta capacidad –la del “local de la cárcel que es propio de esta ciudad”– no basta en el día para los vienes propuestos”33. Se barajaron entonces otras posibilidades, aunque no fructificaron. Así, el intendente provincial expuso la imposibilidad de rehabilitar con ese destino ninguno de los antiguos conventos desamortizados sin uso, como el de San Marcos, y el Ayuntamiento informó de la carencia de instalaciones municipales para el mismo efecto, pues sólo contaba en propiedad con el consistorio de la plaza mayor –“edificio sólo de perspectiva, sin capacidad alguna interior”– y con el de la plaza de San Marcelo, destinado al ejercicio continuo de sus propias sesiones, que les obligaban a desarrollar ocasionalmente comisiones incluso por las noches. Ante estas últimas especulaciones, el Colegio de Abogados de León reafirmó su interés en seguir en la antigua Audiencia, recordando que era precisamente allí, “en el edificio de la cárcel nacional”, donde, desde antiguo, “se han celebrado y celebran las Audiencias públicas y otros actos judiciales”, así como que bastaría con unos 9.000 reales para habilitar tanto la cárcel como la audiencia. Éste fue el parecer que acabaría triunfando, aunque fuese momentáneamente, de modo que en noviembre de 1844 el intendente resolvía “que la sala consignada en la cárcel nacional se destine para dicho efecto, mas con motivo de su antigüedad y deterioro, se hace preciso abilitarla con algún decoro”. Esta habilitación se reduciría, no obstante, a la aprobación de un presupuesto para mobiliario, y allí estribaría la causa de que el citado 32 Mª.

S. MARTÍN POSTIGO, Historia del Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, Valladolid, 1979, pp. 247-256. 33 ARCHV, Archivo de la Audiencia, siglo XIX, caja 40/25.

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deterioro siguiese creciendo, provocando en último término el abandono de las instalaciones. En efecto, diez años más tarde el estado de la Audiencia de la Rúa debía ser tan lamentable que los diferentes jueces habían decidido prescindir de sus locales para desarrollar sus funciones en su propia casa, algo que parecía posible tanto por disponer ésta de las salas necesarias como por realizarse de manera independiente y sin perjuicio de la actividad doméstica. Ello provocó en diciembre de 1856 la correspondiente queja del Colegio de abogados, que exigía que se retornase a la sala del Palacio Real, aun cuando el juez de primera instancia de León sostuviese que la sala de la casa-cárcel no reunía las condiciones mínimas, siendo “extraordinariamente fría, húmeda, lóbrega, sucia y con mal piso”, inconvenientes éstos que entendía de mayor gravedad y determinantes. Para avalar esta decisión se procedió a un examen de las instalaciones, peritaje realizado en ese mismo mes de diciembre de 1856 y en el que participaron, entre otros, los licenciados en Medicina y Cirugía, Cándido Aguado y Agustín Bustamante, cuyo criterio se consideraba especialmente pertinente a la hora de evaluar la salubridad del inmueble. De su declaración podemos extraer importantes noticias sobre el estado real de esta zona del antiguo Palacio. Así, aseguraban que, vista y reconocida la única sala de la casa-cárcel, ésta “no tiene ningún otro departamento o local unido ni separado de la misma más que la capilla, que aunque separada de la sala, guía a una y otra el pasillo estrecho y con poca luz, y por el que hay también puerta comunicativa para los calabozos”34. La citada sala tenía planta cuadrangular y estaba cubierta por un techo de gran altura “que no es de cielo raso, sino de madera”. Es posible que este último pudiera equipararse a las excelentes armaduras de madera que sabemos que poseían otras estancias del Palacio Real –quizás un alfarje sin pinturas, por no citarse estas últimas–, aunque poco se puede aventurar ante el laconismo de la descripción. La sala recibía luz por una ventana y un pequeño balcón abiertos a la calle de la Rúa, siendo ambos desproporcionados con las dimensiones del techo, “por cuyas razones y la de tener de frente un edificio elevado y por ser la calle muy estrecha, la luz es cansada, la sala lóbrega; sin que pueda penetrar en ella ni bañarla el sol”. Poco mejores eran las condiciones de las puertas y ventanas, mal acristaladas y con deficiencias en sus carpinterías, y del pavimento, que estaba entarimado aunque muy deteriorado, de modo que venía a descubrirse desde el mismo piso el portal o zaguán inferior, “que es sumamente grande, oscuro y húmedo como lo es todo el edificio por caer en la parte más baja de la población”. De este modo, pues, parece que tanto el frío como la humedad entraban libremente por la ventana y el portal, y junto a estos agentes, el pestilente olor que subía desde abajo, ya que “en el portal de la misma casa-cár34 Ibidem.

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La nueva cárcel del Castillo tomó el relevo de la ubicada en el Palacio Real desde el siglo XVI. Foto: J. Pérez Gil.

cel hay un meadero y vertedero de aguas sucias, cuyo pestilente olor hace que trascienda también a la sala”. Por todo ello los inspectores acabaron por calificar la sala de insalubre e inhábil, por ende, para la función que se le requería. Esta conclusión venía a corresponderse con el estado que debía presentar en la planta baja la cárcel, pues unos años antes Madoz se había referido a ella ubicándola “en la calle de la Rúa, lindante con la fábrica vieja, hoy cuartel; es de construcción bastante sólida y segura, pero lóbrega, poco ventilada y aun hasta insalubre, como de construcción muy antigua; ocupan tanto la cárcel como el cuartel, el terreno sobre el que se edificaran los antiguos palacios de los reyes de León”35. A la vista de esta situación, pocos meses después de la inspección, aunque ya en 1857, el propio juez capitalino comunicaba a sus superiores que “desde la supresión del tribunal de Adelantamiento de esta capital, todos los jueces de primera instancia han celebrado la audiencia ordinaria en su casahabitación, por no habérseles proporcionado local a propósito...” y que se había habilitado la pieza de la cárcel para actos de careos y ruedas de presos, recepción de indagatorias y de visitas ordinaria y extraordinaria de cárcel, aunque solamente uno de sus antecesores en el cargo, Nicolás Casanova, había despachado en dicha sala el año anterior, trasladándose a ella desde la Escribanía de Hacienda Pública –donde celebraba audiencia de ordinario– y sólo “por no hallar otro local”. Se lamentaba, pues, de la precariedad de las instalaciones y manifestaba su esperanza en que “en un día no muy lejano se terminaría la obra de la nueva cárcel, donde se está construyendo la sala35 P. MADOZ, Op. cit., p. 173.

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audiencia”. Estos argumentos convencieron a la Audiencia vallisoletana, que desestimó en julio de 1857 la denuncia del Colegio de abogados, a la vista de la incapacidad de la antigua Audiencia del Palacio Real y de la próxima construcción de otra en las dependencias de la nueva cárcel. Esta última obra, que participaba del programa de modernización del sistema penitenciario español36, habría sin embargo de dilatarse todavía unos años más. Desconocemos el uso real que se le dio mientras tanto a la antigua audiencia, a la vista de la autorización de los jueces para prescindir de sus instalaciones, aunque la primera estaría definitivamente despojada de dicha función en el verano de 1882, fecha en la que, según Miguel Bravo, se procedía a demoler la antigua cárcel. El erudito leonés comenta con estupor cómo las referencias periodísticas locales a dicha demolición incluían comentarios como “Me alegro que se esté derribando ya la Cárcel Vieja...” o “Pronto va a terminar el derribo de la Cárcel Vieja quedando en la calle de la Rúa un magnífico solar...”37. Unos años después, el 13 de febrero de 1885, el ayuntamiento leonés cedía al Ramo de Guerra ese solar, lindante con el cuartel de la Fábrica y la calle de la Rúa, para ampliación del primero. Se confirmaba así la expansión del cuartel sobre toda la antigua superficie del Palacio, una realidad que se ajustaba al proceso de organización castrense desarrollado en otras ciudades españolas, y que tiene un paralelo especialmente similar en el Palacio Real de Valladolid, que también abandonó por estas fechas su función primigenia, e incluso otras administrativas y judiciales, para dedicarse a las militares, cometido que sigue cumpliendo en la actualidad38.

El nuevo siglo y la secular decadencia

Edificio de la Audiencia Provincial en su nueva ubicación de la calle de la Torre. Colección M.D. Campos.

Durante los primeros años del siglo XX el Ayuntamiento de León inició una serie de gestiones encaminadas a hacerse con el solar del cuartel de la Fábrica a través de una permuta con el Estado que permitiera a éste construir unos nuevos cuarteles en otra zona de la ciudad. Estas gestiones, que no fructificarían hasta décadas más tarde, no estaban motivadas, sin embargo, por el valor histórico de los antiguos palacios reales, sino por la conveniencia de ubicar las dependencias militares fuera del casco urbano y el interés que ofrecían sus céntricos solares para una ciudad en continua expansión. Por aquellos años, el 29 de octubre de 1904, una Real Orden dispuso la suspensión de los citados trámites hasta que las condiciones fuesen más oportunas. Sin embargo, la documentación militar recoge que, al año siguiente, 36 P. FRAILE, Op. Cit., pp. 153-165. 37 La legalidad, 6 y 20 de junio de 1882, Cit: M. BRAVO, Rincones, p. 72. 38 J.

ALTÉS BUSTELO, J. RIVERA BLANCO y J. PÉREZ GIL, El Palacio Real de Valladolid, Valladolid, 2002, pp. 56-57.

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otra Real Orden de 25 de julio admitía la permuta propuesta por el Ayuntamiento del cuartel de la Fábrica, solar inmediato –“que fue cárcel”– y cuartel del Cid –sito en solar del actual parque–, por dos terrenos de 30.000 y 40.000 m2 respectivamente, “debiendo elevarse el acuerdo a escritura pública”39. Como la permuta definitiva no se verificó hasta años más tarde, suponemos que la citada ahora no llegó a fructificar. De esta forma, el antiguo Palacio Real de León siguió cumpliendo funciones militares, figurando en 1926 como propiedad del Estado, cedida en usufructo al Ramo de Guerra, actual Ministerio de Defensa40. A pesar de ello, el mal estado de las dependencias, sumado a la apetencia de ambas partes por llevar a buen puerto la permuta, impedirían que ese principio de acuerdo cayese en saco roto. Años más tarde, el 23 de noviembre de 1919, el Comandante General preguntaba por vía telegráfica si existía en León algún edificio de titularidad estatal y función militar que pudiera ser enajenado como inadecuado para dicho servicio. Al día siguiente era contestado desde León comunicándole que el cuartel de la Fábrica podía enajenarse “por inútil para cualquier servicio”, aunque a finales de ese mismo año se advertía de que la venta del cuartel podría producir algún inconveniente, por estar ligado a una concesión realizada por el Ayuntamiento al Ramo de Guerra de unos solares destinados a la construcción de nuevos cuarteles41. Durante esos años se efectuaron diferentes intervenciones que afectaron al entorno urbanístico del cuartel de la Fábrica. Quizás las más traumáticas fuesen las que, desde 1918, se encargaron de demoler el tramo de cerca comprendido entre la plaza de Santo Domingo y la calle de la Independencia, hasta la altura del mismo cuartel. Se trataba de una longitud total de unos 130 metros, incluyéndose en el derribo una de las dos torres que en dicha fecha quedaban entonces en las murallas leonesas. Si la demolición no continuó más allá fue precisamente por la presencia del cuartel y del convento de las Concepcionistas, a quienes seguía sirviendo la cerca como cierre de su solar. Asimismo, otro tipo de obras propias estuvieron encaminadas a favorecer el mejor servicio de las dependencias del antiguo Palacio Real leonés mientras que éste siguiera cumpliendo la citada función. En septiembre de 1919 se aprobó un proyecto de reforma para instalar una farmacia militar, presupuestado en 4.370 pesetas, que terminó de ejecutarse en el primer trimestre de 1920 en las piezas del cuarto delantero, colindantes con el solar de la antigua cárcel y acceso desde la calle, a la izquierda de la portada principal. Ese mismo año se redactó otro proyecto para construir un cuartel de nueva planta para un regimiento de Infantería, con pabellones para jefes y

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oficiales. El proyecto respondía a los planes de reformas aprobados en 1918, que contemplaban la construcción de nuevas dependencias castrenses ante la inutilidad de las existentes en la ciudad, esto es, las del cuartel del Cid –propiedad del Ayuntamiento, que alojaba en pésimas condiciones al Regimiento de Infantería de Burgos nº 36– y las del de la Fábrica Vieja, cedido al Ramo de Guerra, que esperaba aún unas obras de adecentamiento que no se habían ejecutado. Se trataba del proyecto de un edificio que, en su constitución general, era idéntico al aprobado por esas mismas fechas para la ciudad de Astorga, con una extensión de más de 50.000 m2: el futuro cuartel de Almansa42. En 1926, a pesar de que, como indica el correspondiente informe de la Comandancia General de Ingenieros de la VIIIª región militar, el estado de conservación del cuartel de la Fábrica Vieja era malo, seguía agrupando un buen número de dependencias militares43. Allí se alojaba la zona de reclutamiento, caja de recluta, batallón de segunda reserva, caballerizas para el Estado Mayor, escolta del General Gobernador Militar de la plaza, ganado de ametralladoras del regimiento de Burgos, locales para explosivos, comedor de tropa y almacén del mismo –ambos aplicados en un “cobertizo ruinoso”–, cochera de los carros del tren del regimiento y farmacia militar, utilizándose el resto del edificio para acoger a las tropas del regimiento de Infantería de Burgos que no cabía en el cuartel del Cid en épocas de concentración. Se hospedaban allí, pues, hasta 257 hombres, 27 caballos y 27 mulos de manera ordinaria, pudiéndose ampliar el acuartelamiento, si la situación lo requería, a 330 hombres. Todas estas dependencias se repartían por una superficie edificada de 1.785,5 m2, del total de 7.181,25 del cuartel –correspondientes 6.071,2 a la parte principal y 1.110,55 al solar de la antigua cárcel, cedida a Guerra por el Ayuntamiento en 1885–, contándose 220 m2 con edificaciones de un piso, 388 con dos, y 1177,5 con tres o más. El conjunto del cuartel aparecía entonces tasado en 70.000 pesetas y disponía de alumbrado eléctrico y traída de aguas, aunque ello no obstaba para que las condiciones de su servicio fuesen malas. Tres años después, la hoja estadística de 1929 repetía las mismas conclusiones, con la única diferencia de la mención a las obras menores realizadas ese mismo año para arreglo de un cobertizo de carruajes –quizás el ubicado en el lado norte del patio principal–, la consolidación de los pisos de la Zona y Caja de recluta, y el cerramiento del solar del cuartel44. Los planos de 1926 demuestran que para entonces se habían introducido ciertos cambios con respecto al de 1869. El sector de la cárcel ya había desaparecido, no quedando de ella más que su solar, y a continuación se desarrollaba

39 ARCO, “Hoja estadística correspondiente al Cuartel de la Fábrica Vieja”, 1926. 40 Así

figuraba inscrita en el registro de la Propiedad del ayuntamiento de León, tomo 52, folio 99, finca número 2487, inscripción 1ª, con fecha de 27 de octubre de 1904. 41 ARCO.

42 ARCO. 43 ARCO, “Hoja estadística correspondiente al Cuartel de la Fábrica Vieja”, 1926. 44 ARCO, “Hoja estadística correspondiente al Cuartel de la Fábrica Vieja”, 1929.

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el espacio de acceso. Éste seguía manteniendo la disposición del último tercio del XIX, ahora con la representación en planta de las dos columnas de su puerta principal. Ésta daba paso a un estrecho vestíbulo, flanqueado por los pertinentes cuerpos de guardia, a la derecha, y las dependencias de la farmacia militar, a la izquierda, que tenían acceso directo desde la calle y ocupaban el piso bajo y el principal, también encima del zaguán. En la planta baja se disponían cobertizos, cuadras, almacenes y dependencias de servicio, con continuidad también hacia el otro lado de la cerca, ya en la calle Independencia, tal y como puede verse en algunas fotografías de la época, aunque para entonces habían desaparecido ya las que se extendían desde el viejo postigo hacia San Francisco, figurando ahora como patios. La principal tenía una extensión menor que en 1869, reduciéndose en el cuarto delantero a las dependencias de la farmacia. En el resto de instalaciones esta altura acogía dormitorios, oficinas y algún que otro almacén

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Plantas del Cuartel de la Fábrica en 1926. Foto: AR.CO.

de víveres y equipos. Por último, la segunda planta venía a corresponderse con la del último plano señalado, aunque en la crujía oriental del antiguo patio principal los recorridos habían variado. Tras la habilitación en 1894 de las oficinas del Regimiento de reserva, se independizó de la meridional –donde existían más dormitorios de tropa, como los del primer piso, en crujías únicas–, verificándose su acceso a través de una única escalera en lugar de las dos que existían antes. La que se mantuvo, ubicada en el extremo septentrional, daba paso a un estrecho pasillo al que se abrían, con luces desde el patio principal, una serie de oficinas dispuestas en batería. Al final de todas ellas, en la pieza de la antigua torre suroriental y en correspondencia con un recorrido jerarquizado, tenía su despacho el Jefe del citado Regimiento.

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Dos vistas de las dependencias del Cuartel de la Fábrica en la década de 1940. Fotos: AR.CO.

Cuando, a finales del siglo XIX y principios del siguiente, algunos historiadores comenzaban a interesarse por el Palacio Real de León, poco quedaba ya de su antiguo esplendor. Como hemos visto, esas solitarias voces parecían resignadas a cantar sus excelencias, para entonces tan sólo imaginables, y a urgir el rescate de los vestigios aún visibles, aunque parte de ellos se llevasen fuera de León. Habían pasado muchos años desde la renuncia tácita de Carlos V a continuar con la tradición doméstica de sus palacios en la capital del reino de León, demasiados años en los que éstos vieron sucederse variedad de funciones que, más allá de tergiversar su primigenio uso, acabaron por abocar este último al olvido. Entrado el siglo XX, el cuartel de la Fábrica Vieja había consolidado su existencia y carácter con más de cien años de servicio, y ya nadie parecía querer reivindicar la recuperación de ese patrimonio, compuesto en origen por el valor de los palacios de Enrique II, pero también ya enriquecido por la extraordinaria riqueza histórica aportada por todas las funciones recibidas, incluida la del propio cuartel. En el seno de este marasmo existieron, sin embargo, algunas opiniones partidarias de recuperar para León la categoría de Real Sitio, aunque esta posibilidad ya no pasase por la rehabilitación del propio Palacio Real. En esos términos se pronunciaba “un vecino” en la prensa local. Imbuido de los principios del creciente regionalismo, y bajo un título bien expresivo –“Soñemos, alma, soñemos...”–, proponía destinar el “palacio” recientemente edificado en la plaza de Santo Domingo, donde había estado el antiguo hospital, a Palacio Real, pues resultaba suficientemente digno por su ubicación y arquitectura, además de pasar por ser una de las grandes obras del León más moderno. Se trataba de la Casa Roldán, obra del arquitecto vasco Federico de Ugalde Echevarría, proyectada en 1922 por encargo de


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dejado atrás en 15 años no ya sólo a poblaciones de su categoría sino a otras muchas de segunda– merecía ese premio a su noble esfuerzo, ofrecer al rey uno de sus monumentales edificios modernos para que viniese a vivir en esta antigua Corte y cabeza de Reino unas temporadas [...]”2

En 1925 algunos sectores leonesistas propusieron convertir la Casa Roldán en Palacio de los Reyes en la ciudad. Foto: J. Pérez Gil.

Teresa y Dionisia González Roldán1. En su carta se refirió al pasado cortesano de la capital, así como al último de sus palacios reales, el de la Rúa, que “bien poco tiempo hace que por desidia e incultura se dejó arruinar y se derribó”. En defensa de esa tradición, el obsequio del edificio de Santo Domingo a la Casa Real serviría, en su opinión, para recuperar ya no sólo ese estatus, sino las ventajas derivadas de la presencia de los reyes, punto éste que había sido ya advertido y explotado recientemente por otras ciudades españolas. “[...] El rey debía tener aquí un Palacio. León podría ser un sitio real. Lo fue durante siglos, y tiene derecho a seguir con ese rango, de Corte temporal, como Sevilla, Barcelona, Santander, San Sebastián... Ese palacio que se está terminando en la plaza más céntrica de León, es mejor que el regalado por Barcelona a S.M. La floreciente prosperidad de nuestra gran ciudad –que ha 1 J. C. PONGA MAYO, El ensanche de la ciudad de León 1900-1950, León, 1997, pp. 142-144; F. J. GONZÁ-

LEZ, “Casa Roldán”, León. Casco antiguo y ensanche. Guía de Arquitectura, León, 2000, pp. 158-159.

La propuesta, como era de esperar en un panorama político local donde las fuerzas republicanas tenían su fuerza, así como por la apatía de la mayoría de ciudadanos leoneses en cuestiones que exigían una iniciativa activa y no reactiva, no fue recogida por nadie, y ya resulta elocuente que el impulsor de esta idea se escondiese bajo el discreto manto del anonimato, aunque ni siquiera hoy resulte difícil sospechar a qué reducido grupo de ilustrados podía pertenecer. La situación no tuvo oportunidad de cambiar en los años siguientes, a causa del lamentable lapsus producido por la Guerra Civil. Tras la conclusión de este conflicto en 1939 el cuartel de la Fábrica Vieja experimentó algunas obras de escaso valor, aunque pudieron repercutir en la pérdida de alguna parte antigua, como la construcción de un cobertizo destinado a cochera de 11 carros y 12 volquetes del Regimiento de Infantería Burgos nº 313. Ese mismo año se recuperarían los citados intentos de traslado de las fuerzas militares a otras instalaciones nuevas y más capaces, planteándose la posibilidad de construir el Gobierno Militar, parque de Intendencia y farmacia militar en el solar del cuartel de la Fábrica. En el expediente de este proyecto aparece ya representada la calle que el Ayuntamiento de León pretendía abrir para comunicar las de la Rúa e Independencia –actual de General Lafuente–, si bien trazada sobre el solar que hoy ocupa el edificio del Gobierno Militar4. Tres años más tarde, en 1942, el Estado retomaba las negociaciones con el Ayuntamiento para la permuta del cuartel por otros solares en la ciudad con destino a la construcción del Gobierno Militar y parque de Intendencia5. Avalada por lo acordado en un pleno extraordinario celebrado el 17 de marzo, la ciudad proponía cambiar al ramo del Ejército dos solares de su propiedad, el “Vivero Merino” –ubicado en las proximidades de la azucarera Santa Elvira, de 14.000 m2, para destinarlo a parque de Intendencia– y el solar que hacía esquina entre las calles de Ramón y Cajal y La Torre, antigua Audiencia, demolida en 19646, –más céntrico, de 1000 m2, para Gobierno Militar–, a cambio del solar del cuartel de la Fábrica. Este último tenía una superficie de 7.181,75 m2, sin la muralla, aunque la municipalidad contaba 2 Diario

de León, 22 de octubre de 1925, p. 1. Agradecemos la comunicación de esta noticia a D. Juan Miguel Álvarez Domínguez. 3 ARCO. 4 ARCO. 5 ARCO. 6 Diario de León, 21 de agosto de 1964, p. 3.

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con que, a la hora de valorarse la equidad de la permuta, se descontase la calle que se abriría sobre él, de 14 metros de anchura, y que dejaría una superficie útil edificable de algo más de 5.700 m2. La comandancia de obras acordó estudiar la oferta, y hay constancia de que en 1942 se encontraba revisando el proyecto, aunque, por supuesto, tanto el cuartel de la Fábrica como el del Cid seguían cumpliendo mientras tanto con su función, si bien el primero, a causa de su deficiente estado, se dedicaba entonces sólo a algunos servicios del regimiento de Infantería, como lavaderos, almacenes, cuadras, etc., destinándose precisamente ese mismo año a estas últimas –ubicadas en los locales adosados a la cerca– un abrevadero para abastecer al ganado estabulado en sus dependencias. Como parece que al ramo de Guerra no terminaba de convencerle la oferta municipal, el Ayuntamiento acordó una nueva, que pasaba por pagar al Ejército 1.027.035 pesetas, cifra en que se tasaban los 5.705,5 m2 de suelo edificable que quedaría libre tras abrir la calle proyectada, exigiendo entonces que el coste de los derribos, exceptuando el de la muralla, corriesen a cargo del Ministerio del Ejército. Los ediles hubieran admitido también un desembolso de 1.369.380 pesetas –tasando, pues, el m2 a 240 pesetas–, aunque entonces el Ministerio debería hacerse cargo de la demolición del correspondiente tramo de muralla. Esta segunda opción, no obstante, fue pronto

descartada por el Ejército, pues en diciembre de 1943 el comandante de ingenieros advertía que el representante del Ministerio de Educación Nacional en la conservación de monumentos y obras de arte, el arquitecto Luis Menéndez Pidal, había reconocido a petición del Capitán General la citada muralla, con vistas a valorar la pertinencia de su derribo. El veredicto fue totalmente negativo a este extremo, concluyéndose la necesidad de conservar y restaurar la muralla –eliminando de paso las casas adosadas por la calle de la Independencia, aunque pudiera ampliarse el postigo de comunicación– y los restos del Palacio Real, aunque en este caso sólo los inmediatos a la citada cerca, por ser “restos venerables de la antigua corte leonesa”. De este modo, el Ejército pasó a estudiar únicamente la primera propuesta del Ayuntamiento, que pasaba ahora a contar con un problema añadido. En efecto, esta última cuestión de la muralla acabaría por traer numerosos quebraderos de cabeza al Ayuntamiento, totalmente resuelto a abrir la nueva calle y sin ningún tipo de sensibilidad por el patrimonio histórico, que iba a verse gravemente agredido cuando, de una sola operación urbanística, se eliminase cualquier vestigio del antiguo Palacio Real y se mutilase el perímetro de su cerca medieval. En este empeño colaboró también la Comisión provincial de monumentos históricos y artísticos, pues en noviembre de 1944 su presidente informaba al alcalde de la ciudad de que

El patio del Cuartel, con parte de los escombros de su demolición. Foto: AR.CO.

Derribo del Cuartel de la Fábrica, último testimonio del Palacio Real. Foto: AR.CO.

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“según mi humilde juicio no ofrece interés alguno la conservación del trozo de muralla correspondiente al edificio del llamado Cuartel de la Fábrica... pues lo único estimable son algunos pequeños restos de un viejo artesonado y una yesería los cuales pueden y deben retirarse para conservarles con mayor escrupulosidad que hoy en el Museo Arqueológico Provincial”. El escrito aparece incluido en un expediente más amplio donde un informe –sin firma, aunque posiblemente redactado por la Junta Regional de Acuartelamiento– intenta rebatir las argumentaciones presentadas por la Dirección de Bellas Artes para prohibir el derribo –principalmente, el valor de la cerca y de los restos del Palacio Real anexos a ella–, argumentaciones que, para los redactores del informe, carecían de más “opinión que la dada por el Arquitecto a que se hace referencia, y que en modo alguno está de acuerdo con los derribos y ausencia total de conservación o reparaciones, no solo en esta muralla, que como se ha dicho se denomina ‘Cerca del Arrabal’ sino en la principal de León, construida durante la Edad Media sobre los despojos de la que en tiempos fue muralla romana”7. El expediente se acompaña también de documentación gráfica, un plano y varias fotografías, que explican cuál era la situación del entorno urbanístico del cuartel, con especial atención a su relación con las murallas, así como el proyecto que se pretendía llevar a cabo en el solar del mismo. Este último plan, sin embargo, no coincide con el que finalmente se llevó a cabo. En él la calle proyectada atravesaría el centro del solar dividiéndolo en dos partes subdivididas a su vez, de manera perpendicular al eje de la calle, en otras dos parcelas, gracias a la presencia de sendos brazos ajardinados. De esta forma, en el cuadrante suroeste se construirían edificios para servicios de Intendencia, Intervención, transportes, juzgados, Comandancia de ingenieros, farmacia militar, etc.; en el noroeste el Gobierno Militar; y en los orientales, que daban a la Rúa, casas militares. Todo ello pasaba, como hemos dicho, por conseguir la licencia para el derribo de la cerca del Arrabal. Para ello, el informe citado, apoyándose en los realizados previamente por la Junta Local de Acuartelamiento de León y otras entidades leonesas, como el Ayuntamiento y la Diputación Provincial, se centró en el escaso valor de los restos a conservar y restaurar, recomendando trasladar al Museo provincial los correspondientes al Palacio Real8. En lo que respecta a la “cerca del Arrabal”, cuyo valor artístico era considerado nulo, se buscó avalar la pertinencia de su destrucción recurriendo a la triste tradición marcada por la extensa relación de derribos similares ocurridos en el siglo XX en la ciudad de León, empezando por el de Puerta Obispo en 1910. La reciente historia de León vendría a legitimar así la con7 AHML,

Secretaría, obras municipales, expte. “Cerca del arrabal de León”, nº 4, 1944. Véase el anexo nº IV. Agradecemos la facilitación de esta noticia al Dr. D. Alejandro Valderas Alonso. 8 La Diputación provincial de León. Memoria reglamentaria que el secretario de la misma eleva al Iltmo. Señor Director General de Administración Local, Diputación Provincial de León, 1945, p. 10.

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tinuidad de ciertas prácticas poco entendibles hoy, pero que entonces se justificaban como necesarias para el desarrollo urbanístico de la ciudad, así como para evitar problemas de luz e higiene en las edificaciones que se pretendían construir en el solar del cuartel. Hacían constar también los autores del informe que dudaban que la restauración recomendada por Bellas Artes fuese acompañada de un presupuesto, y que dicha restauración –que parecía entenderse únicamente en términos de reconstrucción– pasaría necesariamente por la falsificación, si es que se pretendía igualar su altura y anchura con las del resto del perímetro amurallado. En este sentido, recriminaban que ese interés por preservar la integridad de la muralla resultara, a su parecer, contradictorio con la propuesta de Bellas Artes de ampliar el arco del postigo que comunicaba el sector suroeste del cuartel con Independencia, más cuando el citado vano no coincidía con el trazado de la nueva calle, que casualmente estaba proyectada alineando los extremos de ambos. Otra de las conclusiones del informe fue que el Ayuntamiento no tenía obligación de abrir la calle proyectada, pues, rechazada la propuesta de permuta realizada al Ejército, la nueva vía pasaba a obedecer a las necesidades Restos del Palacio Real a mediados del siglo XX. Hoy atraviesa este patio la calle General Lafuente, que comunica la Rúa con Independencia. (Archivo Histórico Municipal de León). Fotos: Norberto.

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Proyecto inejecutado de la apertura de una nueva calle en el solar del Cuartel de la Fábrica (1939).

de las nuevas edificaciones militares. Se advertía, por último, de que el próximo mes de mayo estaba previsto el inicio de las obras de construcción de las casas militares, “precisándose para los acarreos de materiales y descombros el abrir brecha en la mencionada Cerca, ya que con ello se facilita considerablemente los transportes utilizando la Calle de la Independencia en lugar de la calle de la Rúa”. Esta última advertencia tenía como fin acelerar la concesión de la licencia para derribar la cerca, concesión que acabó por llegar al año siguiente, aunque todavía hubiera que esperar unos años hasta llevarla a cabo. Así, el 5 de febrero de 1945 el Ministerio de Educación Nacional comunicaba al director general de Fortificaciones y Obras de la

Región Militar que, estudiada la solicitud de derribo del lienzo de muralla “conocida con el nombre de ‘Cerca del Arrabal’, Monumento Nacional,... a cuya petición se han adherido también los Excmos. Sres. Gobernadores Civil y Militar de aquella provincia y el Sr. Alcalde de aquel ayuntamiento, este Ministerio, oída la Comisaría General del Servicio de defensa del Patrimonio Artístico Nacional y de conformidad en un todo con el dictamen emitido por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, ha resuelto conceder la autorización solicitada para que pueda ser derribada la parte de la muralla de León conocida con el nombre de Cerca del Arrabal”9. Con todas las fuerzas de acuerdo, se aprobaba, pues, el derribo, si bien éste debía estar precedido por el pertinente estudio de los restos de interés artístico y arqueológico, que deberían ser entregados al Museo de San Marcos. La supervisión de esta labor quedó encomendada al arquitecto conservador de monumentos de la 1ª Zona del Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional, Luis Menéndez Pidal, quien paradójicamente había sido la única persona discrepante con el citado proyecto de demolición. Durante 1946 y 1947 se documentan los sucesivos traslados de algunas piezas del antiguo Palacio Real leonés al Museo Arqueológico Provincial, la demolición del cuartel de la Fábrica y el buen ritmo de las obras del nuevo cuartel de Infantería, futuro de Almansa, a las afueras de la ciudad10. En lo que concierne a la demolición del cuartel, el 27 de enero de 1947 se afirmaba que existía orden de derribarlo, habiéndolo hecho ya con algunos de sus edificios. Para entonces solamente alojaba a la sección de música y a una pequeña guardia, aunque allí seguían funcionando los lavaderos del Regimiento. La demolición no implicaba, sin embargo, que se tuviese perfectamente previsto el futuro de estos solares: “Respecto a qué unidades ocuparán en el futuro dichos actuales acuartelamientos... el batallón que ocupa el cuartel del hospicio cuando tenga alojamiento propio el Regimiento es de suponer que sea desalojado por las fuerzas del ejército y pase nuevamente a su propietario que es la Diputación Provincial, y respecto al cuartel de La Fábrica, aunque no hay un plan de la superioridad aprobado oficialmente, se está en la idea de que la parte del solar correspondiente al cuartel de la Fábrica no cedida al Patronato de Casas Militares y por tanto con fachada a la calle de la Independencia, vayan en él situados en su día el Gobierno Militar, Farmacia, Comandancia de Obras y Jefaturas de servicios”.11 9 ARCO. 10 ARCO; BPL, Comisión de Monumentos, 618 (actas 1931-1955). Por noticia ofrecida por el que fuera cro-

nista de la ciudad de León, nuestro amigo Luis Pastrana, sabemos que el Ayuntamiento adquirió en 1946 las maderas de las armaduras del cuartel de la Fábrica, con un coste de 5.557’05 pesetas, depositándolas en el Museo Provincial por su valor artístico. 11 ARCO.

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Durante ese año de 1947 se aprovechó también para realizar las pertinentes obras de alcantarillado y traída de aguas en el solar del cuartel, aunque no consta que se llevase a cabo ninguna cata arqueológica. En abril de 1948, con el problemático tramo de muralla todavía por derribar, la Junta Regional de Acuartelamiento de León dio orden de iniciar la apertura y arreglo de la nueva travesía entre las calles de la Independencia y de la Rúa –actual General Lafuente–, así como el cierre de los dos solares en que quedaba dividido el del cuartel de la Fábrica, una vez que habían sido demolidos sus edificios. La orden respondía al compromiso alcanzado con el Ayuntamiento de entregar la nueva calle urbanizada, que se preveía crear con 20 metros de anchura –9 para la calzada y, a los lados, 3,5 de jardines y 2 de acera– y contó con un presupuesto de 16.000 pesetas12. Casi de forma paralela se comenzó a demoler la cerca, aprovechando su propia fábrica para la pavimentación de la calle. Con todo, una década más tarde, abierta ya la nueva calle, el proyecto de construcción del nuevo Gobierno Militar todavía no se había iniciado y fue precisamente en 1958 cuando se ideó el plan que terminaría por definir el resultado urbanístico que conocemos hoy. Desde 1937 el Gobierno Militar leonés había estado instalado en régimen de alquiler en un chalet de la calle Padre Isla, el cual, aunque contaba con una superficie de 480 m2, 267 de los cuales se correspondían al edificio, con sótano, planta baja, principal y desván, resultaba incómodo para el ejercicio de sus funciones, tanto por no ser de titularidad estatal, como por haber padecido algunos problemas en su entorno. Estas razones, junto con la presión ejercida desde el consistorio leonés para que se edificasen los solares vacíos, y “teniendo en cuenta que dicho solar afea considerablemente las modernas construcciones de dicha zona de la ciudad y que con su venta se habilitarían fondos para poder construir otros edificios necesarios en la Región”, llevaron a la Junta Regional militar a aprobar en marzo la propuesta de sacar a pública subasta los terrenos de la “Cárcel Vieja y Cuartel de la Fábrica”, una vez deducida la superficie que se considerase necesaria para edificar el nuevo Gobierno Militar y sus dependencias, construcciones éstas que podrían así costearse con los beneficios de la subasta13. Con esta resolución, recibido el visto bueno desde Madrid, la Comandancia de Obras inició de manera inmediata, a principios de 1959, la elaboración del proyecto del nuevo Gobierno Militar, encargado a los ingenieros José Cepero y Luis Iglesias, y que se habría de construir en la ubicación y con la apariencia que hoy conocemos, inaugurándose en enero de 1965 bajo el mandato del gobernador militar de la Plaza y Provincia leonesas, el general Alonso Castañeda y Navas14. Su presencia es el mejor testimonio de la 12 ARCO. 13 ARCO. 14 Proa, 10 de abril de 1959, p. 1; Diario de León, 6 de enero de 1965, p. 3, y 7 de enero de 1965, p. 3.

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Proyecto de la futura calle del General Lafuente a finales de la década de 1940. Foto: AR.CO.

última de las funciones a que se dedicó el antiguo Palacio Real de León, la castrense, aunque para entonces ya quedasen escasas posibilidades de ahondar en su anterior existencia física, que pasaba ya por las aportaciones de un hipotético trabajo arqueológico. Respecto a los otros solares, en 1961 la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de León adquirió cuatro de ellos en el entorno de las calles de la Independencia y General Lafuente, identificados con los números 4, 5, 6 y 7, los

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La calle Independencia antes del derribo de la cerca y del Cuartel de la Fábrica. Al fondo, Santo Domingo y la Casa Roldán. (Archivo Histórico Municipal de León). Foto: Norberto.

cuales venían a sumarse a los obtenidos poco antes, a fin de ampliar la superficie del proyecto de construcción de un nuevo y gran hotel para la ciudad. Las obras de este último se inauguraron el 10 de junio, aunque el traspaso de los citados solares no se verificó hasta el 1 de septiembre. La primera de las parcelas, la nº 4, contaba con una superficie de 503.904 m2 y lindaba al norte con el Nuevo Recreo Industrial, al sur con General Lafuente –con una línea de fachada de 17,135 m.–, al este con la parcela nº 5 y al oeste con la parcela nº 3, que había sido también adquirida por la Caja. La parcela nº 5 tenía una superficie de 500,795 m2 y estaba limitada al norte por los edificios del Recreo y de Emilio Gago, al sur por General Lafuente –con una línea de fachada de 17,135 m.–, al este por la parcela nº 7 y la edificación de Justo Vega, y al oeste por la parcela anterior. La nº 6 tenía 514.601 m2. y estaba comprendida entre la casa de Emilio Gago, al norte, la calle del General Lafuente –con idéntica línea de fachada–, al sur, la parcela nº 7 y la casa de Justo Vega, al este, y la parcela nº 5, a poniente. Por último, la parcela nº 7, de tan sólo 196 m2, lindaba al norte con la propiedad de Justo Vega –donde debía haber una servidumbre de paso–, al mediodía con General Lafuente –abriéndose 12,5 m. a la calle–, al este con la Rúa –haciendo lo mismo en

LA MEMORIA PERDIDA: OCASO DEL PALACIO REAL Y DESARROLLO URBANÍSTICO

El Hotel Conde Luna poco antes de su inauguración en 1964. Foto: Antonio.

15,45 m. – y al oeste con la parcela sexta. La tasación ascendió a un total de 3.430.600 pesetas y sobre sus solares acabaría por construirse el hotel “Conde Luna”, obra del arquitecto Felipe Moreno Medrano, a la sazón arquitecto provincial, e inaugurado en julio de 196415. En sus dependencias se integraría, ya en el siglo XXI, el nuevo casino. Todos estos avatares, la completa desaparición del Palacio Real leonés, propiciaron también la paulatina pérdida de la memoria histórica del edificio y sus significados. En 1941 Domínguez Berrueta llamaba la atención sobre este hecho y recomendaba a las autoridades locales colocar alguna inscripción que recordase su antigua existencia, todavía con el viejo cuartel en pie. Su propuesta fue ignorada, y con ella también la memoria del edificio más significativo para la ciudad desde la Baja Edad Media hasta nuestros días. Esperamos que este estudio pueda suplir esa iniciativa desatendida, pues también participa de la idea de vivificar “estos recuerdos del pasado y para última señal de venerables memorias”16. 15 A. ORTEGA GÓMEZ, L. Mª. BUSUTIL DÍAZ y R. Mª. GONZÁLEZ, Historia de una institución leonesa: la Caja

de Ahorros y Monte de Piedad de León, Madrid, 1977, p. 299. 16 M. DOMÍNGUEZ BERRUETA, Guía del Caminante, León, 1941, p. 114.

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ANEXO DOCUMENTAL

Documento I

1493, marzo. León Acta de la entrada de las reliquias de San Marcelo en la ciudad de León, con asistencia de Fernando el Católico. A. DE LOBERA, Historia de las grandezas de la mvy antigua y insigne ciudad, y Iglesia de León, Valladolid, 1596, pp. 270-272.

Con la cerca eliminada, la calle del General Lafuente se abre sobre el solar del extinto Palacio Real. Foto: J. Pérez Gil.

“En la muy noble, y leal ciudad de León sábado veynte y nueue días del mes de março año de mil y quatrocientos y nouenta y tres. Este dicho día entró por puerta moneda, y fue muy bien recebido, de los ciudadanos e de los regidores, que a la sazón eran en la dicha Ciudad. Los quales eran Iuan de Villamiçar, y Alonso Vaca, y Alonso de Villafañe, el viejo y Pedro de Villafañe, e Gonçalo, de Villafañe sus sobrinos, y García de Quirós. Y el dicho sancto cuerpo fue muy bien recebido a la dicha puerta moneda, como dicho es, y con vn paño de brocado muy rico, y con muchas trompetas, y atabales, y cheremías, y sacabuches, y con muy grande solenidad, y assí se fue hasta la iglesia mayor a hazer oración, y los canónigos salieron fuera de la dicha iglesia, fasta la casa del Deán con la processión, todos con sus capas blancas de seda muy ricamente, y con las reliquias, y la cruz, y le hicieron muy rico recibimiento. E ansí lo metieron en la dicha iglesia, en la qual vuo tan grande placer, que dixo, el Rey que sus ojos nunca otra tal joya vieran como ésta. Y venían con él, el Condestable, y el Almirante, y el Marqués de Astorga, y el Conde de Luna, y don Bernardino su hijo del Condestable, y don Enrique hermano del Almirante, y Rodrigo de Vlloa contador mayor, y otros muchos caualleros, y fijosdalgo, y muchas gentes infinitas, y don Fernando de Acuña, el qual era Virrey de Galicia. Y ansí con este triumpho entró en esta dicha ciudad, el día suso dicho, e ansí se tornó de la iglesia a sus palacios a la Rúa, y ay durmió aquella noche. Este dicho sábado fue víspera de Pascua de Flores, y el lunes siguiente entró el cuerpo del bien auenturado mártyr Sant Marciel. El qual fue traydo de Tánger, e fue fallado el día, que se ganó la Ciudad de Tánger, que la ganó el Rey don Alonso de Portugal, e quiso Dios, que el Rey don Fernando con su cauallería lo recibiessen muy solennemente, y lo fiziesen reuerencia, e lo pusiessen en su casa, E truxieron el cuerpo a la puente del Castro a la iglesia de Sant Pedro, y allí fue la gente, e de ay lo troxieron a Sancta Ana, y ay estaua mucha gente de hijosdalgo, y dueñas, e ay salió la clerecía de la Ciudad con la cruz de la yglesia de Sant Marciel, e allí llegaron muy


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solennemente cantando, e truxieron el cuerpo en vnas andas muy bien atauiadas de brocado, y encima de la arca donde venía el cuerpo venía vn paño de brocado muy rico, y allí llegaron setenta hachas de cera ardiendo muy grandes, e con cada vna vn hombre, que la lleuaua, sin las otras candelas, que passauan de mil, y así lo lleuaron cantando muy honradamente fasta el monasterio de Sant Clodio su hijo. E allí estuuieron vn poco, por que el señor Rey estaua en misa, e la procesión de la yglesia mayor no era llegada, e allí troxieron vna cama muy rica cubierta todo de brocado, sobre la qual pusieron las andas, con el cuerpo, dentro de la qual cama yuan diez hombres, que lleuauan el cuerpo, que ninguno de ellos parecía, e después llegó la processión de la iglesia mayor todos muy ricamente vestidos, y con el pendón, y cruz de la iglesia mayor, y con todas las cruzes de la ciudad. Entonces salió el señor Rey don Fernando de Sant Clodio con toda su cauallería, y fue a donde estaua el cuerpo sancto, de señor sant Marciel y fizo su reuerencia, e oración con mucho acatamiento, e puso la mano a la cama donde estaua y mandó leuantar el cuerpo, y que anduuiessen todos, e lleuáronlo de allí por la calle de S. Francisco, y los caualleros, e el Rey, yuan trauados de la cama, donde yua el cuerpo sancto. Delante del qual cuerpo vnía el su pendón de sant Marciel, el qual traya, quando era biuo, e después la cruz de su yglesia, y delante desto yuan diez y ocho trompetas muy grandes, y además yuan quatro cheremías, y vn sacabuche. E delante desto yuan quatro tamborines, y quatro atabales. E más el tambor de la dicha sancta yglesia de Sant Marciel, e todos concordauan, y se aguardauan, que no excedían más vnos, que otros, e llegando a Sant Francisco salieron los religiosos, todos vestidos con las reliquias del monasterio en las manos. E ansí se vinieron con el cuerpo, fasta que lo pusieron en su yglesia de Sant Marciel. Al qual fue fecho vn recibimiento qual nunca fue mejor, e veniendo por la calle de la Rúa, llegó vn hombre a los clérigos, el qual llamauan Fernando de Villagómez vezino de la dicha Ciudad, el qual se auía quebrado vna pierna, e andaua sobre vna muleta. E veniendo por la calle dixo, que le diera vn calor por la pierna, y que se le esporriera, e que dende no sintiera mal ni dolor alguno, e entonces traxeron aquel hombre delante del señor Rey, e dixo, e juró, que todo aquello era verdad. E dexó luego la muleta con que andaua, e púsola en la dicha yglesia de Sant Marciel, E el Rey quando esto oyó e vió, ouo tan grande placer e alegría que le corrían las lágrimas por las mexillas abaxo. E luego tomó mano del cuerpo, e no lo quiso dexar fasta que lo puso encima del altar mayor de la yglesia de señor sant Marciel. E después abrieron el arca, e sacaron della las sanctas reliquias, e tanjeron con ellas al Rey, e a los caualleros, e grandes señores, e otras gentes muchas, que ay llegaron. E muchos sanaron de las enfermedades, que tenían, e ansí lo dexaron en su yglesia al sancto cuerpo. E el Rey, e los caualleros, e otras muchas gentes que hallí se hallaron, se fueron a comer, porque era ya ora de las doze del medio día. E después de auer comido, luego se partió el señor Rey muy alegre, por lo que auía acaecido de este cuerpo, e muy triste porque no auía estado en esta ciudad, si quiera ocho días, para mirarla, que dezía, que le parecía mejor que Toledo, ni Seuila. E con esta fala se partió desta ciudad en paz”.

ANEXO

Documento II 1537, julio, 10. Valladolid Provisión de Carlos I ordenando al corregidor de León y sus sucesores en el cargo aposentarse en el Palacio Real, cuidando de su mantenimiento por medio de la aplicación del producto de las penas correspondientes a su cámara y fisco y a las obras públicas. Texto extractado de una copia certificada, expedida en Simancas a 22 de septiembre de 1753, en cumplimiento de Real Cédula inserta, dada en Buen Retiro a 11 de ese mismo mes. AHML, doc. 1269. Cit.: C. ÁLVAREZ ÁLVAREZ y J. A. MARTÍN FUERTES, Archivo histórico municipal de León. Catálogo de los documentos, León, 1982, doc. 1269, p. 440. “El Rey. Don Manuel Santiago de Ayala mi secretario a cuio cargo están las reales escripturas y demás papeles de mi archivo de Simancas. Por parte de la ciudad de León se me ha hecho relación que en primero de jullio de mill quinientos treinta y siete a pedimento de ella y en su nombre los procuradores de corte obtuvieron despacho del señor Emperador Carlos Quinto por el que consignó las penas aplicadas a su leal cámara para la justicia ordinaria de dicha ciudad y alcaldes de la hermandad de ella para que se reedificase el Real Palacio y se hiciese la torre de él: suplicándome que por haverse perdido el estado leal despacho mande dar una copia (o como la mi merced fuesse) y yo lo he tenido por vien y así os mando que entre los papeles y registro de él hagáis buscar el citado real despacho y hallado sacar una copia la qual firmada de vuestro nombre cerrada y sellada en manera que haga fee sin darla a la parte remitiréis a mi consejo de la cámara dirigida a manos de mi ynfrascripto secretario de él, pagándoos los derechos que por ello huviéreis de haver. Fecha en Buen Retiro a once de septiembre de mill setecientos cinquenta y tres. Yo el Rey = Por mandado del Rey nro. Señor Don Agustín de Zontiano y Luyando en cumplimiento de dicha real cédula hize buscar entre los registros y papeles de este dicho real archivo lo que por ella se manda y de lo que se ha hallado sacar un traslado que es del thenor siguiente: Don Carlos... A vos el que es o fuere nuestro correxidor o juez de residencia de la ciudad de León salud e gracia sepades que los procuradores de Cortes de la dicha ciudad de su nombre de ella nos hicieron relación diciendo que la nuestra Casa Real que tenemos en esa dicha ciudad a cabsa de no morar ninguna persona en ella está mui mal reparada e para se caer especialmente una torre principal que tiene la dicha Casa e si con brevedad no lo mandamos proveer se acavaría de caer e se perdería edificio tan noble e antiguo por ende nos fue suplicado mandásemos que de las penas aplicadas a nuestra cámara en esa dicha ciudad ansí por la xusticia ordinaria como por los alcaldes de la hermandad se situase alguna parte de ello para el reparo de la dicha Casa lo qual se gastase en ello e no en otra cosa e mandásemos que en ella morasen personas que tuviesen especial cuidado de ello, o como la nra. Merced fuesse, lo qual visto por los del nuestro Consejo fue acordado que devíamos mandar dar esta nuestra Casa para vos en la dicha razón e nos tovímoslo por vien por que vos mandamos que de aquí a delante vos o los otros nuestros corregidores e jueces de Residencia que después de vos fueren en esa dicha ciudad os aposentéis en la dicha casa e tengáis especial cuidado de la tener bien tratada e reparada lo qual mandamos que podáis hacer e hagáis de qualesquier condenaciones pertenecientes a nra. Cámara e fisco e obras públicas que en ella se condenaren e los unos ni los otros no hagades ni hagan ende al so pena de la mi merced e de diez mill mrs. para la nra. cámara. Dada en Villa de Valladolid a diez días del mes de jullio de mill quinientos e treinta e siete años. Yo el Rey... ...Concuerda este traslado con su registro original que queda en este dicho Real Archivo (Simancas)... a veinte y dos días del mes de septiembre de mill setecientos cinquenta y tres años”.

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ANEXO

Documento III 1566, octubre, 11. León Estatutos sobre la instalación de la aduana en la ciudad de León, cuya ubicación se dispone en los palacios reales de la calle de la Rúa. AHML, Libros de Acuerdos, caja 36, leg. 6, ff. 212r-215v. “Digeron que, como es notorio, su Magestad a puesto y tiene su casa de aduana en los sus casas reales desta cibdad de León, a do se bengan a registrar y dezmar por su dezmero, que en ella reside, las mercadurías que benieren de fuera destos reynos, a desenbarcar a los puertos del Prençipado de Asturias e sus quatro, sacadas conforme a sus provisiones reales para ello dadas a que se refirieron y para que de ello conestase a las personas que suelen traer las dichas mercadurías, y.por ynorançia, no las descaminasen, allende de aberse pregonado por los dichos puertos, como Su Magestad lo manda, lo abían echo saber a los dichos cargadores e a la mayor parte dellos ofreçiéndoles todas las comodidades que esta cibdad les puede haçer para el buen abiamiento de sus mercadurías como en nonbre della// lo confirió con ellas Pedro de Ferreras, persona por su sª diputada y a quien los dichos cargadores tanbién por su parte cometieron la azetación de sus capítulos, los quales atento los grandes gastos y espensas que esta çiudad e sus comarcar con liçcençia de Su Magestad an echo en el hazer y allanar los caminos de su distrito e puertos aca, para que con más façilidad y menos detrimento puedan traer las dichas sus mercaderías, frecuentar en el dicho pasaje e traerlas por las dicha duana e dezmería de Su Magestad, acordaron de los cunplir y efetuar por lo que conbiene al xumento de la dicha duana de Su Magestad y al bien de su replica e para que los gastos que al echo no le sean en balde según que el dicho Pedro de Ferreras de parte de los dichos señores Justicia e regidores se lo abían tratado y conferido y fueron los dichos capítulos en la forma siguiente: –Primeramente que qualquiera fardel de mercaduría alta e baxa, de poco o mucho valor, el cargador e dueño aya de pagar de alcavala de la primera venta a diez y seis maravedís por fardel de dos, fecho en carga, agora sea pequeña o grande la carga, vendiéndose el tal fardel, o carga, en esta çiudad. –Yten que de qualquiera mercaduría de aber de peso que benga de fuera del reyno, y se vendiere en esta ciudad de primera venta, que pague de cada arroba de lo que ansí pesare a diez maravedís de cada millar y que las tal mercaduría que ansí fuere de fuera del reyno siendo contentos el conprador y el vendedor de acordarse de que el peso que tiene sin que se pese asta ora sea por su cargazón, e de otra manera, que el que tuviere el dicho peso no les obligue a que lo vayan a pesar, que el dicho peso de cº sino a pasar por el peso en que se acordare en los dichos conpradores// e vendedor y por aquel mesmo le pague los maravedís que se montares a el dicho precio de a diez maravedís por millar, con que no ará fraude en el dicho peso de arrobas e valor dellas sino debaxo de juramento dambas partes por declaraçión, manifestando luego al fiel del peso lo que ansí se vendiere y el preçio dello y esto no se entiende con pescados porque de pescado se an de pagar los dineros acostumbrados en el dicho peso. –Ytem que la Ciudad, a su propia costa, pedirá provisión al Consejo Real, para que los portazqueros no estravien en los portazgos y se moderenen ellos e que no lieben (sic) portazgos sin que muestren los títulos e derecho que tienen pallebarlos, y en razón dello harán las diligencias

que conbengan y procurará con el cabildo desta Santa Yglesia mayor desta cibdad cuyo es el portazgo de ella para que hagan comodidad y los moderen. –Yten, que en lo que toca a bar (sic) abiso de los puertos para que aya personas que den aviso a León, a sus fatores e güespedes, e encomenderos del conde, la llegada e arribamiento de los nabios e pasajes que tuvieren sus mercaderías y a esto está proveydo y de ello de aviso a los dichos cargadores Pedro de ferreras, vecino desta cibdad. –Yten, que en quanto al tratamiento del recuaje y arrieros que truxeren las dichas mercadurías que vinieren de fuera del reyno que es toda la jurisdicción y tierra de la dicha çiudad, se proberá como sean muy bien tratados y se les den todos los bastimentos nezesarios y en preçios conbenientes, de manera que se conduzcan e traten como convenga a su buen abiamiento. –Yten, en la dicha çiudad les dará lonxas en las salas baxas e partes del dicho palacio real a do se pongan y estén las dichas mercadurías que ansí vinieren de fuera del reyno a se registrar sin que por ellas ayan de pagar ninguna en las quales sus mercadurías estén bien tratadas que no se moxen ny arrecadan. Los quales dichos capítulos todos y lo que en ellos es, los dichos señores Justicia e regodores dixeron que otorgavan e conzedían a todos los mercaderes e personas que traxeren mercaudrías por los su puertos de Asturias e quanto sacadas al registro en la duana desta çiudad y se los guardarán en todo y por todo como en ellos se declara e no consentirán que cosa alguna baya contra ello e para ello obligaron esta çiudad y sus propios y rentas// y dieron poder a todas las Justicias para que ansí se lo agan guardar e cunplir y en todo tiempo con que lo tocante a lo que se a de llevar de alcavala de lo que ansí se vendiera en esta çibdad se entienda durante el tiempo de este encabezamiento de los quinze años que Su Magestad hizo a todos los reynos que comenzaron a correr el año de sesenta y dos y todo el más tiempo questa çiudad estubiere encabezada en el preçio en que agora está y luego encontinente, el dicho Pedro de Ferreras, estando presente dixo que lo azetaba e azeto los dichos capítulos e comodidades de suso declaradas en nonbre de las Sª e cargadores contenidos en la comisión que tiene de algunos particulares cuyo tenor se sigue e por virtud de ella lo aprobó todo como por la dicha comisión le está contenido, e mandaron a mi, el dicho secretario del dicho Pedro de Ferreras todos los traslados que pudiere signados con su signo en mª que hagan fee sin por ellos le llevare cosa alguna. Porque como tenemos platicado con V. Merced por la ynstançia que nos a hecho y porque nos a sinificado el buen acomodamiento que desde los puertos de Asturias hasta las ferias de aca se hará a más mercadurías y el favor e ayuda que la Çiudad de León a ello da, queremos condecendiendo al ruego de Vuestra Merced y a la amistad que le tenemos, traeremos de aquí adelante las mercadurías por ello y por serbir a // la duana que Su Magestad a puesto en León y ansí todos los abaxo asinados y cada uno por lo que le toca, dezimos que damos comisión y todo nuestro poder cunplido y bastante a vos, el señor Pedro de Ferreras, veçino de la çibdad de León, para que reçibais de qualesquier maestres e personas a quien seafestareis e traereis para nos entregar todas e qualesquier mercadurías e otras cosas y que a cada uno de nos bengan dirigidas o consinadas o nos pertenezcan ansí de los reynos de Françia y Portugal, como de Flandes e Inglaterra y de otras quales quier partes e lugares de do se nabegaren y pagar los efectos y aberías e otras que debieren y conduçirlas y enbierlas desde los dichos puertos a la dicha çibdad de León para registrarlas allí y pagar el diezmo dellas y enbiarlas a las ferias a donde hos hordenaremos cada uno las que le tocaren y benefiçiar án oguabiamento y pasaje lo mejor que os pareciere como si nos e cada uno de nos a ello fuésemos presentes y como lo haríamos y // lo podríamos hazer cada uno de nosotros y sobre ello y cada cosa de ello podais hazer y fagais todas las diligencias que sean necesarias e pareçer nota quales quier Justicia y hazer qualesquier autos

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judiçiales y estrajudiçiales y todo aquello que sobre ello os pareçiere ser neçesario y cunplidero al buen abiamento y tratamiento de las dichas mercadurías y defensa e aprovechamiento dellas, y si neçesario fuere poder mazer auténtico ante escribano para ello bos le otorgamos por la mucha confiança que tenemos de que por buestra mano las dichas mercadurías serán abentazadas y bien servidas y guiadas e para ello vos damos la presente comisión y poder firmado de nuestros nonbres que es fecho en esta villa de Medina del Campo, a do al presente residimos, a veinte y siete de agosto de mil quinientos e sesenta y seis años. Vesan las manos de buestra merced sus servidores//, Juan de Escobar, // Juan de Medina Belasco, Juan de Curiel de la Torre, Gracía Enríques de Salamanca, Simón Ruiz, Juan Pérez de Medina, Gema García de la Fuente, Diego de Benabente, Andrés París, Santiago de Arguto, Antonio de Bera, Juan Delgado, Juan de Espinosa, Gerónimo López, Juan y Francisco de Aranda, Cristóbal de Grajar, Juan Despina, Sebastián de Torres, Pedro González Quadrado, Ana Quadrado y herederos de Pedro de Beizama, e fueron presentes por testigos al otorgamiento de lo sobre dicho, Antonio de Coscaya portero mayor, e Gaspar Sánchez, portero menor del dicho Consistorio, e Luis de Salazar, veçinos de la dicha cibdad y los dichos señores Justicia e Regidores lo firmaron de sus nonbres, juntamente con el dicho Pedro de Ferreras”. Juan de Villafañe. Antonio de Valderas, Castañón.

ANEXO

Documento IV 1944. León Expediente municipal sobre la autorización de derribo de la “Cerca del Arrabal”. AHML, Secretaría, obras municipales, expte. “Cerca del arrabal de León”, nº 4, 1944.

“Excmo. Señor: Con motivo del proyecto de Obras Militares a realizar en la Plaza de León, utilizando al máximo los terrenos propiedad del Ejército, se solicitó de la Dirección de Bellas Artes, en..... (sic) la correspondiente autorización para el derribo de los restos de una Muralla denominada “Cerca del Arrabal” que existe en el ruinoso Cuartel de la Fábrica, el cual cuenta con una superficie de 7.181,75 m2, situada en el centro de la población, entre las calles de la Independencia y la Rúa. En estos solares, y previa apertura de una calle normal a las anteriores, dividiendo a su vez los dos solares que resultan sobre el trazado de la calle, en otros dos cada uno, y según se indica en el plano adjunto, se proyecta construir las edificaciones siguientes: Parcela a).- Gobierno Militar y Dependencias anexas. Parcela b).- Edificios para Servicios de Intendencia, Intervención Militar, Transportes, Subpagaduría, Juzgados, Comandancia de Ingenieros, Farmacia Militar, etc. etc. Parcelas c y d).- Casas militares (para Jefes y Oficiales casados).La utilización de los terrenos anteriores en la forma dicha, en unión de otros también propiedad del Ejército para Cuartel del Regimiento Infantería Burgos núm. 36, Zona y Caja de Reclutamiento y Casas Militares de la mencionada Plaza, a excepción del Parque de Intendencia y Hospital Militar que por las condiciones que exigen (superficie y situación) no son aceptables ninguno de los solares, hoy día propiedad del Ejército ya mencionados, haciéndose presente que por los inmuebles que en arriendo ocupan todos los Organismos, Centros y Dependencias a que se alude abona el Estado anualmente la cantidad de 86.740.00 (sic) ptas. La Dirección de Bellas Artes haciendo como suyo el informe emitido por el Arquitecto Conservador de Monumentos de la Zona 1ª, resuelve cuanto se expresa en el escrito cuya copia se acompaña, y cuya resolución es la de no autorizar el derribo de los restos de la Muralla, sin más opinión que la dada por el Arquitecto a que se hace referencia, y que en modo alguno está de acuerdo con los derribos y ausencia total de conservación o reparaciones, no solo en esta muralla, que como se ha dicho se denomina “Cerca del Arrabal” sino en la principal de León, construida durante la Edad Media sobre los despojos de la que en tiempos fue muralla romana. Por el contrario, esta Junta Regional en vista de la resolución adoptada por la Dirección de Bellas Artes procede al Estudio de la referida “Cerca” y vestigios que se citan del antiguo Palacio Real leonés, previos informes de la Junta local de Acuartelamiento de la Plaza de León y Entidades de la misma, como el Excmo. Ayuntamiento y Excma. Diputación Provincial, y de cuyo resultado tengo el honor de informar a V.E. lo siguiente: a) En resolución adoptada por la Dirección de Bellas Artes, tiene por fundamento para impedir la total utilización de los solares del Cuartel de la Fábrica, la existencia de unos 100 metros de la llamada “Cerca del Arrabal” que estima debe ser conservada y restaurada, así como también subsistir unas pinturas y bóvedas del antiguo Palacio Real fundado por Enrique II.-

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b) Las pinturas y bóvedas de referencia se hallan en un pasillo de 0.80 metros de anchura por 8 metros de largo, situado sobre la muralla, siendo tres el número de bóvedas en una longitud de 1.50 metros y desprovisto de ellas el resto del mencionado pasillo, a causa de su destrucción en fecha desconocida. Las pinturas que consisten en un león rampante o en un castillo, en encarnado y pintado sobre cal, y en la parte central de los rectángulos a imitación de baldosines en el zócalo del pasillo, cuya altura de zócalo es de 1.50 metros, se encuentra desconchado en su mayor parte, y por consiguiente con desaparición completa de ella, y en el resto apenas visibles por su mal estado, ofreciendo duda de si en efecto pertenecieron al Palacio a que se menciona, ya que este edificio del Cuartel de la Fábrica dejó de ser tal Palacio con anterioridad al año 1528, y desde cuya fecha fue destinado a múltiples servicios, como vivienda del Corregidor y Cárcel Pública, más tarde Archivo Municipal, Audiencia, Adelantamiento, Pósito, Lóndiga, Fábrica de tejidos, Cuartel de Infantería y Caballería, y últimamente solo cuartel de Infantería hasta que por su estado ruinoso solo se utiliza actualmente para algunos servicios del Regimiento de Infantería de guarnición en aquella Plaza, como lavaderos, almacenes de material, cuadras, etc. c).- Con respecto al artesonado que existe sobre la Caja de la escalera en el ángulo S.O. del Cuartel, se halla en completa ruina, faltando gran número de tableros y carcomidos los que quedan, siendo de lamentar que a su tiempo no haya sido trasladado a un Museo siguiendo el camino de cuantos restos del antiguo Palacio fueron apareciendo, como un bellísimo arco que existía en el Patio, original y característico de los granadinos, trasladado al Museo Arqueológico Nacional; y azulejos, piedras, fragmentos de yesos con adornos mudéjares, etc. igualmente trasladados al Museo Provincial. d) Estos restos se hallan en una superficie de unos 300 m2. d).- (sic) En el informe de la Dirección de Bellas Artes y en lo que respecta a la “Cerca del Arrabal” se hace referencia a que debe ser conservada, restaurada y obligar a la demolición de las casetas adjuntas a ella, extrañando esta decisión con respecto a la parte que comprende el Cuartel de la Fábrica en cuanto a conservación y restauración, desde el momento en que no se cumplimenta lo mismo no sólo en el resto de la Cerca sino hasta en la Muralla principal, como lo demuestran los siguientes hechos: En la Muralla principal, se derriban 50 metros por el año 1910 entre el Palacio del Obispo y la Santa Iglesia Catedral, para que ésta quede aislada y al mismo tiempo atender a la urbanización de la Calle y Plaza del Obispo, desapareciendo la Puerta del mismo nombre, una de las cuatro que quedaban de la primitiva Muralla (las tres restantes también desaparecieron por derribo en épocas anteriores). Se derriban igualmente siete cubos de esta Muralla en el lienzo comprendido entre el ángulo N.O. y Puerta Castillo para dar mayor anchura a la carretera de los Cubos. Se permite la construcción de siete edificios adosados a la Muralla en el lienzo Oriental de los cuales seis son de dos plantas y uno de tres, así como también otros tres de una sola planta. Igualmente, modificaciones sobre ella por la construcción de terrazas o viviendas sobre los cubos de la misma, cubriéndose éstas con tejados por los que sobresalen chimeneas de cocina, y estufas, hasta el extremo de que tan solo uno de los Cubos en el citado lienzo oriental, conserva las almenas. Empotrados en edificaciones, se hallan los restos de la Muralla correspondiente al lienzo Sur y gran parte del Occidental en el que solo queda a la vista y con cierta conservación el Sector que sirve de base a la Real Colegiata de San Isidoro. En relación con la “Cerca del Arrabal” o segundo recinto amurallado de León y que afecta al Cuartel de la Fábrica, iniciada su construcción por el año 1324 de cal y canto rodado, para acercar el ensanche de la Ciudad por el mediodía, arrancando de la anterior Muralla desde el Por-

ANEXO

tillo de la Ollería (al Norte de la casa de los Guzmanes) hasta la Torre de los Ponces (ángulo S.E. de la primitiva Muralla), los derribos aún son mayores y la conservación y restauración completamente nula. En remota fecha, es derribada la parte comprendida entre el Palacio de los Guzmanes y la Calle de la Independencia en una longitud de 800 metros y con ello la Puerta de Santo Domingo o Fageros. A partir del año 1918, continúan los derribos desde la esquina de la calle de la Independencia con la Plaza de Santo Domingo, hasta el cuartel de la Fábrica en una longitud de 130 metros, incluyéndose en este derribo una de las dos torres que en dicha fecha quedaban de las Murallas de León, no siguiendo por entonces los derribos, por llegar precisamente al Cuartel de la Fábrica, utilizado como cuartel y no ser necesario por entonces, así como en su continuación por servir de tapia al convento de las Concepcionistas, entre las huertas del mismo y Carretera General de Adanero a Gijón, parte la mejor conservada pero en la que no se ha impedido fuese modificada taponando las almenas colocando en toda su longitud y borde superior una cubierta de tejas. Al rebasarse el citado convento, sufre de nuevo una mutilación la citada “Cerca” con la construcción de nuevos edificios a ambos lados de lo que fue Puerta de San Francisco o Gallega, y una de ellas bien reciente, ya que la construcción del edificio situado en el ángulo formado por las calles de la Rúa y la Independencia es posterior al año 1939. Desde este lugar y siguiendo por las Puertas de: Puertamoneda, Santa Ana, del Sol, y caño Badillo, de las que nada existe, se suceden igualmente nuevas edificaciones en los lugares de las puertas citadas, viviendas sobre los restos de los lienzos que quedan entre ellas, desapareciendo el remate de almenas y sin vestigio alguno de conservación ni aún en aquellos trozos como el comprendido entre Puertamoneda y Puerta de Santa Ana en que aún aparece marcadamente, el muro, Camino de Ronda, y antemuro. Desde lo que fue Puerta de Santa Ana hasta la Torre de los Ponces difícil es, el poder apreciar en que forma quedan, los restos de dicha Cerca, toda vez que se hallan empotrados en las edificaciones actuales. Como obra de arte, ninguna mención cabe hacer. Su aparejo de cal y canto rodado no es de una época determinada, sino una construcción muy corriente durante siglos en tierras leonesas, y empleado en las sucesivas cercas que arrancando de la ya citada servían para rodear nuevos ensanches, huertas, etc. hasta llegar a las márgenes del Río Bernesga donde aún existen restos y con la sola diferencia de que al correr de los años disminuían en grosor y altura. Por todo lo expuesto se deduce, que cuando la Ciudad por su continuo aumento y necesidad de expansión los precisaba, fueron derribándose las partes de la Cerca del Arrabal que constituían un obstáculo para su embellecimiento y ornato, construcción de nuevas edificaciones, o trazado de plazas y calles, sin indicio alguno de restauración hasta la fecha, por lo que a las decisiones adoptadas por la Dirección de Bellas Artes se exponen las conclusiones siguientes: 1ª.- Al derribarse la nave construida a caballo sobre la Cerca del Arrabal, aparecerán los restos de ésta con alturas variables de 5, 3 y 4 metros. Socavada hacia el interior, por haberse adaptado a ella los pesebres para Cuadras, y horadada al retirarse las vigas que sostienen el primer piso. Las superficies de sus fachadas interior y exterior a causa de rebocos, blanqueos y sustitución del canto rodado por adobe y ladrillos ofrecerá un aspecto tan variado, no muy propio para el decoro y ornato de una parte céntrica de la población, como para las edificaciones que se proyectan construir. 2ª.- La restauración por muy similar que sea, carecerá del valor de lo antiguo y muy dudoso se consigne presupuesto alguno para reconstruir estos restos hasta los ocho metros de altura y con un grosor de 3.50 m.

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3ª.- Resulta paradójico se hable de restaurar los 100 metros que comprende el Cuartel de la Fábrica, ante los derribos y falta de conservación y restauración que anteriormente se ha expuesto, con respecto a las Murallas. 4ª.- El no derribar esta parte de la Cerca lleva consigo la pérdida de unos 1.200 m2 como consecuencia del grosor de la misma, terreno comprendido entre ésta y la alineación de la calle de la Independencia, y la necesidad a causa de luces y soleamiento de construir los nuevos edificios a unos 20 metros de ella (al Este). 5ª.- Constituye un obstáculo para el desarrollo, fomento y urbanización de esta zona de la Ciudad, hoy día la más sórdida, antiestética y abandonada en el mismo centro de León, y en la que en plazo breve en unión de las edificaciones militares que se proyectan han de construirse otras civiles ya proyectadas, en los solares separados de las primeras por la calle de la Independencia, una de las principales calles, ya que constituye la entrada en León por la carretera de Madrid. 6ª.- No es el Ayuntamiento quien ha de abrir la Calle que se proyecta, toda vez que fue desechada la propuesta de permuta de los terrenos del Cuartel de la Fábrica y en consecuencia la nueva calle obedece a las nuevas edificaciones a fin de tener mayor desarrollo de fachadas, luces; y soleamiento. 7ª.- No corresponde el hueco existente hoy día y practicado en la Cerca para el servicio del Cuartel de la Fábrica con la calle que ha de abrirse. 8ª.- Al abrirse un Arco mayor en este hueco (Puerta no accesible ni para volquetes) sería una mutilación más en la Cerca en contra-oposición con lo de su cuidadosa conservación y restauración. 9ª.- Los muros que cargan sobre la Muralla con vestigios del antiguo Palacio Real Leonés (ya citados anteriormente) solo tienen 8 metros de longitud y que por lo expuesto no merecen tenerse en cuenta.10ª.- El artesonado de lancería debe ser trasladado al Museo Provincial, si se pretende conservar lo que de él queda, como se ha hecho con cuantos restos fueron apareciendo del mencionado Palacio. 11ª.- No es factible dejar empotrado en las nuevas edificaciones la zona que comprende los restos del Palacio que cita la Dirección de Bellas Artes, toda vez que además de inutilizar unos 300 metros cuadrados, sería dejar en el interior de una construcción nueva unas ruinas en las que abundan los nidos de los más variados roedores e insectos, sin que por otra parte tenga objeto alguno ocultar para siempre el artesonado de referencia cuando en un Museo puede ser restaurado y expuesto. 12ª.- Si de la llamada Cerca del Arrabal quieren conservar algunos lienzos, como recuerdo histórico, parece lo más razonable no dejar aquellos que tan solo son ruinas, sino los que se encuentren en mejor estado con lo cual su conservación y reparación sería menos costosa y al mismo tiempo solo en aquellos lugares donde no impidan el desarrollo y urbanización de la ciudad. Por último, Excmo. Señor, he de significar a V.E. que en el próximo mes de Mayo darán comienzo las obras para la construcción de las Casas Militares con destino a Jefes y Oficiales (casados o con familia) precisándose para los acarreos de materiales y descombros el abrir brecha en la mencionada Cerca, ya que con ello se facilita considerablemente los transportes utilizando la Calle de la Independencia en lugar de la calle de la Rúa. Todo lo cual pongo en su superior conocimiento, siendo adjunto Planos de la Ciudad de León y del Cuartel de la Fábrica, así como su Índice correspondiente”.

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Índice de los Centros de Documentación citados ARCHIVO DE LA REAL CHANCILLERÍA DE VALLADOLID (ARCHV) ARCHIVO DE LA CATEDRAL DE LEÓN (ACL) ARCHIVO DE LA COMANDANCIA DE OBRAS DE VALLADOLID (ARCO) ARCHIVO DIOCESANO DE LEÓN (ADL) ARCHIVO GENERAL MILITAR DE MADRID (IHCM) ARCHIVO GENERAL DE PALACIO (AGP) ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS (AGS) ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE LEÓN (AHML) ARCHIVO HISTÓRICO PROVINCIAL DE LEÓN (AHPL) BIBLIOTECA NACIONAL DE MADRID (BN) BIBLIOTECA PÚBLICA DE LEÓN (BPL) BIBLIOTECA REGIONAL “MARIANO DOMÍNGUEZ BERRUETA” DE LEÓN MUSEO ARQUEOLÓGICO NACIONAL (MAN) MUSEO DE LEÓN (ML)

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