XXXVI
alucinaciones
ALUCINA Inoniel, Kuranes Ronin, R. Lis., Frizia Guerrero, Ana Publinsky, Paco Nihil e Isamar Pinales Blanco letrasdereserva@hotmail.com
ACIONES En ésta ocasión, Letras de Reserva, trata el tema de Alucinaciones, aquellas sensaciones, vivencias o proyecciones cocientes o inconscientes que nos provocan confusión, desvarío y hasta encuentros. Como en cada tomo, nuestros colaboradores expresaron los distintos puntos de vista que tienen sobre estas “percepciones sin objeto”. Más allá del trastorno, los invitamos a que se sumerjan en esta experiencia que involucra todos los sentidos y, que por medio de palabras hemos logrado comunicar lo que el aire nos pide revelemos ante los ojos de su mente.
En este número, la invitada para la portada fue Danna, quien fuera una de las primeras personas en formar parte de Letras de Reserva, y nos comparte en entrevista su experiencia dentro del colectivo, así como su percepción del arte.
Sin más, disfruten de ésta alucinación colectiva llamada: Letras de Reserva ❧
“Sin título” Israel Gayoso
Bostezo Lisa Amano
Sentada en el metro frente a la señora gorda, más gorda que haya visto antes, me bastó con cerrar los ojos para que ella desapareciera durante una fracción de segundo; sí, como lo digo, una fracción de segundo bastó para que tal mujer se desvaneciera y en su lugar apareciera un hombre. Un hombre con traje morado y sombrero de copa. Él me miraba fijamente, directo a los ojos o más bien a los párpados, no lo sé. Yo lo veía en esa silla que estaba frente a mí. A pesar de lo cerca que estaba ese señor, no podía ver bien su rostro. Maldije en ese momento padecer de miopía, astigmatismo y apatía por los lentes. Me di cuenta que mis párpados seguían ocultando la noche, lo sabía porque aún no me dejan salir de su negra cincelada. Bastó otra fracción de segundo para que abriera los ojos. Ya todo estaba dicho. Estaba hecho. La señora gorda volvió a aparecer, toda ella. Sentada en el mismo lugar en el que alguna vez hubo un hombre vestido con traje morado y sombrero de copa. ❧
Imaginaria imagen Frizia Guerrero
Dibujada sed en el cuello y en su vena. Acrobacia de murciélagos.
Porción de diez silencios encadenan una ausencia que desciende como docta esencia, también, cual fraudulenta ciencia.
Napias plagadas están de caracoles que salen e ingresan: Lentos, dejan su rastro, del que germinan seducciones resonantes.
La antífona del abismo reposa en una palabra (filosa hebra platinada) que empuja al inseguro a caer a su obscura quijada monosilábica. Aves -en desplazamiento pleno-, estallan. Esparcen del interior de su tórax e
n
s
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-desordenan-, la luz negra que envenena terreno orto.
El éxodo conduce al otro lado
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de los caramelos que bardan el sueño del encierro.
Sólidos mitos se desbordan de sus contenedores centelleantes:
Dulces farsas.
Máquina: Imaginaria imagen que restituye perfección y muerte al encéfalo que la ha creado.
Insoslayable cuento de alegría ambigua es conminar a quien le agrada la idea homicida.
Brota corte en el costado, desaparición del séptimo lado de un cubo extendido. Modificación al reflejo, en la relativamente fácil insinuación de los destellos.
Vitral ilusorio alude mímicas complicadas, silueta delineada en tierra húmeda: Sangre coagulada.
Insomnes brotes de raíz que sólo crece por la noche, hacia lo profundo de la elegía de quienes se pasean en revelaciones tiranas: Sonámbulos halcones liban bestial oropel. Inerte infiltración decana.
Compás
agujereado (…)
en sensación de grandeza oxidada. ❧
enquistado
“Casi al suelo” R.Lis
Canon EOS Reel G, Canon EF 50mm 1:1.8, Kodak Proimage 100 (Exposición múltiple).
“Luz es.” Tania Espino
Danna Por Paco NiHil
Paco Nihil: ¿Quién es Danna? Danna: Estudié la licenciatura en Artes Visuales en la que era la ENAP. Salí hace dos o tres años.
¿Qué es lo que te atrae de las artes visuales para dedicarte a ellas? D: El arte en general fue lo que me atrajo, no tanto las artes visuales. Decidí estudiarlo porque me apasionaba y no quería estudiar otra cosa que no me gustara. A lo mejor no tanto para dedicarme a ello, pero sí para conocerlo.
¿Qué es lo que a ti te atrae del arte? D: Yo lo veo muy diferente, una parte es conocer su historia y estudiarlo, y otra muy distinta es producirlo y ser artista. A mí me llamó principalmente la idea de conocerlo y un poco para ser artista. En este punto lo que me atrae es el medio de expresarse.
¿Qué es lo que te motiva para crear arte y no sólo conocerlo? D: El arte te permite crear tu propia percepción sobre alguna cosa en particular que te motive, o simplemente te está intrigando y quieres darlo a conocer o exteriorizar.
¿Qué crees tú que se requiere para ser un artista? D: Creo que hay muchas definiciones de lo que es ser un artista, pero la mía sería que eres un artista en el momento en que empiezas a expresar algo y, tanto tú como los demás, empiezan a reconocerlo como arte.
¿Crees que el artista necesite una técnica, un estudio, un reconocimiento oficial por parte de las instituciones, o un artista puede quedarse al margen de estas? D: Hay gente con muchísimo talento que en su vida ha estudiado historia del arte o teoría de la imagen, y que son grandes artistas. No se necesita estudiarlo, ni siquiera tener el reconocimiento institucional, y no era ese el reconocimiento al que me refería con reconocer al artista. Simplemente un colega, un compañero, alguien que te diga “eres un artista”, es suficiente para serlo. No se necesita estudiar para ser artista, con que tú te reconozcas como tal ya lo eres.
¿Qué es lo que diferencia a alguien que conoce las técnicas y las aplica, que trabaja el arte, pero no es reconocido como “artista”, y otras personas que no conocen tanto, pero traen el talento y destacan como artistas? D: No me queda clara esa pregunta porque yo creo que no hay diferencia. Si hace arte, es artista.
¿Tú crees que exista esa categoría “inalcanzable” del artista? D: Si es en cuanto a los artistas consagrados, que creo es a lo que te refieres, pues lo tenemos desde siempre. Que un gran artista debe tener un gran talento o un gran genio para llamarlo artista. Creo que es una idea que nosotros tenemos de lo que debe de ser un artista. Y es por es por eso que a veces no le damos espacio a otras personas que están haciendo cosas innovadoras y entran en lo que es arte. A lo mejor tú me preguntas ¿Qué criterio se utiliza para decir que esto es arte y esto no lo es? No lo sé, porque no soy galerista y no te lo podría decir. Es muy subjetivo lo que para ti puede ser arte o para mí.
¿Para ti qué es el arte? D: Puede ser complicado pero el arte es un medio de expresión. Es como un catalizador que te permite sacar sentimientos, lo que te intriga, alguna idea que te permite llevarlo más allá por un medio físico.
¿Qué es lo que más te atrae de la fotografía y la escultura? D: A lo mejor por lo que me atrajeron, es porque son muy diferentes. Una es bidimensional y la otra es tridimensional. De la fotografía me atrae esa parte romántica del tiempo y capturar las imágenes. Y también esa parte del revelado, los químicos, se me hace una parte muy mágica, una especie de alquimia. La escultura me gusta porque es más visceral. En la escuela hacía talla en madera. No era una cosa tan prolija como hacer una fotografía, era una cosa más sucia. Me podía desahogar.
¿Quiénes son los fotógrafos y escultores que te inspiran? D: Hay dos, Ansel Adams. Es el favorito de muchos. Por su técnica más que nada, era paisajista, y no me gusta mucho esa parte, pero hablar de su técnica es otra cosa. En escultura es Henry Moore, no es tan viejito, ni de los maestros, pero conocerlo si me cambió la forma de cómo veo la escultura. Él hablaba de los espacios negativos, para él el espacio nunca estaba vacío.
¿Al momento de esculpir o tomar fotos, hay alguna corriente artística con la que tú te sientas identificada? D: No. Sí hay cierto conocimiento de corrientes y las asimilas, pero de ningún modo es casarte con alguna de ellas e intentar reinterpretarlas o copiarlas. Es más bien tomarlas como base, punto de partida, y aportar tu propio punto de vista. Como artistas es importante que haya una aportación.
¿Cómo llevas a acabo tu proceso creativo? D: Realmente no tengo un proceso, pero siempre hay direcciones. Si no tengo ni la menor idea de lo que voy a hacer, empiezo por lo que sea, después me detengo un momento y veo si de lo que ya hice encuentro la salida. Si ya lo tengo, paso la idea a papel, si no lo veo en papel, es como si no existiera. En particular para la portada, después de saber el tema de inmediato me llegó la idea. Me cuesta mucho trabajo plasmarlo directamente desde mi cabeza. Entonces lo que hago es agarrar imágenes de lo que sea y me voy dando idea de lo que quiero o no quiero.
¿Como artista cuál sería tu objetivo al momento de crear? D: Creo que los artistas somos muy egoístas, porque únicamente tratas de satisfacer tus necesidades. Aunque el arte de hoy en día sí está muy enfocado a satisfacer el gusto estético de otra gente, creo que el único objetivo que deberías tener como artista es satisfacerte a ti mismo. Estar a gusto con lo que tú estás queriendo transmitir.
¿Tú crees que esté mal que lo político se inmiscuya en la obra de arte? D: No está mal. Para mi no hay arte que este mal o que este bien. El arte sólo es arte. Yo considero que es inevitable que tenga que ver con lo político. Llega un punto incluso en que tiene que ser político.
¿Tú cuando trabajas intentas introducir o sacar lo político? D: No. En ocasiones se suele usar el arte como medio de protesta y es muy evidente. Pero si es protesta, no es necesariamente político. Antes tenía una obra sobre los roles y la identidad de género. Fotografíe un chico en la forma en que sería percibido como mujer. Y no era protesta, pero sí era un desacuerdo en la forma en que se estereotipan el cuerpo del hombre y la mujer.
¿Cómo fue tu experiencia en Letras de Reserva? D: Es difícil, como en cualquier otro proyecto en que estas colaborando con gente muy cercana a ti. Es difícil separar la amistad de lo profesional y a veces es contraproducente. No te permite seguir avanzando del modo en que quisieras. Fue difícil pero es una de las mejores experiencias que he tenido. Yo lo que hacía principalmente eran las portadas. Eran una mal llamada sección de diseño porque yo no soy diseñadora.
¿Qué significado tiene para ti haber iniciado en un proyecto que ahora seguimos y trabajamos otras personas? D: Es importante, sí me siento complacida, porque es algo que a lo mejor se inicia como un juego o crees que no va a llegar tan lejos y que probablemente sólo lo va a leer tu mamá. Saber que en realidad más personas tienen el mismo interés y a la vez hacer un espacio en el que se puedan expresar todos y todos sean bienvenidos. Si se siente bonito haber iniciado en algo así y ver que siga continuando.
Algunas palabras que quieras dedicar a la gente que sigue la revista. D: Gracias a todos por el espacio, por seguir la revista y participar en ella. Cuando iniciamos siendo un blog que se llamaba “Luciernaguezes” nunca pensamos que le iba a gustar a tanta gente y que se llegaran a involucrar. Pues nada, gracias por seguirnos. Y aunque ya no esté ahí, voy a seguir siendo parte de la historia. ❧
Danna
Gusanos
Dante Vázquez
http://dantevazquez.wordpress.com/
En entrañas azuladas juegan en esta habitación (lejos de los Otros): Inseguridad, Impotencia y Necesidad
—Quédate que te admiro. Me haces bien. Quédate que te siento —dicen.
23 soles al natural, libres, con locura creativa e inusual, encuentran palabras sedante.
Avergonzado y grisĂĄceo ve una sombra brotar del techo gusanos de luz; y van colores y sabores anegando la frialdad del suelo.
Un cuerpo de paja se arroja del colchĂłn; devora y es devorado. â?§
A veces, queremos esta ni siquiera eso po
Miguel V Flickr.com/pho
ar solos, otras veces, odemos soportar.
Vazquez otos/power985
la llave Ximena Cobos Cruz
Vivíamos en un departamento con vista a la avenida Revolución, teníamos un gato gris azulado que te pedí con gran insistencia desde que dormimos por primera vez ahí. Plantas en el balcón, una silla medio reclinada que trajiste una tarde después de varios días de observarme tomar el sol en el suelo. Ensayabas con la banda casi todos los días a eso de las seis e ibas al conservatorio en las mañanas, pero no por eso pasabas poco tiempo a mi lado. Yo, por mi parte, me la vivía en mi escritorio (el piso) trabajando en los artículos que iban fluyendo ahora que tenía la tranquilidad de nuestro propio hogar.
Llegabas a las cuatro para comer y nos sentábamos en la mesita de junco para dos, cara a cara. Platicábamos de tantas cosas, emocionadísimos con nuestra nueva vida, me contabas de tu día, tus planes, de las clases que te habían ofrecido en el conservatorio, pero ahí tan sólo preferías seguir dirigiendo, las clases las dejarías sólo para mí. Por mi parte, te platicaba de las cosas nuevas que había leído, te recomendaba libros y de repente me surgían ideas para los cursos que quería dar. En suma, diría que al fin podíamos vivir todas las noches entre hacer el amor y ensayar solfeo.
Queríamos comprar un perro, nos decidimos por una lavadora y mi tan anhelado chelo. Te amé tanto cuándo fuimos por él, estaba al tono perfecto de nuestra vida que no paré de
practicar en muchas semanas. Tus ensayos afortunadamente nunca hicieron de nuestra vida algo pesado. Con la banda te veía sólo en aquellas noches de presentación. Por otro lado, algunos días inquietos me gustaba entrar en la sala de sorpresa, colocarme oculta por las luces apagadas en la zona de butacas, tomar fotos para practicar las tomas con luz interior, leer un rato mientras escuchaba las piezas, o simplemente mirarte mover, dirigir, caminar, sonreír, ser tú en un espacio en que estaba yo sin que lo supieras, porque estaba tan enamorada que seguir hasta el más mínimo movimiento de tu ser me sacaba una sonrisa. Te esperaba a la salida con una botella de tinto, siempre de una casa diferente. Otras veces, con mi chelo a cuestas, nos íbamos a tirar al pasto a practicar, me interrumpías con un beso en el cuello y terminábamos por ir a casa. Nos amábamos todas las noches y a cada momento que pasábamos en cualquier rincón.
Una tarde telefoneaste con toda la calma del mundo de “un número privado” para decir que no llegarías a comer, algo se había complicado con la banda, se habían quedado sin el saxo alto y tendrías que suplirlo. Lo que me sorprende ahora es por qué no te tomaste la molestia de pensar mejor tus excusas. Llegaste a las once de la noche y sin apetito, te bañaste antes de entrar en la cama, tardaste poco más de una hora ¿qué hacías tú en la ducha durante tanto tiempo? Me quedé pensando como diez minutos hasta que el sueño me ganó. Cuando novios, me plantaste algunas veces porque tenías una cruda que ni te dejaba despertar, así que una mentira mal armada, la falta de apetito, una ducha extra larga y un sueño bien pesado no podían alterar en gran medida mi confianza en ti, después de todo casarse no era ponerse un grillete o colocarse un GPS. A la mañana siguiente te levantaste
con el buen humor de siempre, entonces me sentí aliviada. Hicimos el desayuno juntos, nos sentamos a la mesa y platicamos tan tranquilamente que ni se me ocurrió un reclamo nimio por la noche anterior.
En la semana fui a verte a la sala. Todo era normal, incluso tenías una actitud más relajada, en algún momento hasta te saliste de la pieza, llevaste a los músicos a un momento de locura que los desestresó. Tú, el siempre tan correcto y exigente, soltaste carcajadas y bromeaste como si estuvieras con los miembros del ensamble y únicamente importara vivir la música más allá de una impecable y correcta interpretación de un clásico. La sorpresa me hizo no querer esperarte a la salida, preferí ir por comida, nada especial que hiciera parecer que celebrábamos algo. Toda la semana fue tranquila con destellos de colores a momentos, las noches de primavera nos iban muy bien. Pero el mismo día que el de la semana anterior me marcaste y cancelaste la comida juntos con tanta parsimonia que la ocasión pasada. A tu llegada por la noche, a la exactamente misma hora, tomaste una ducha larga, te metiste a la cama y dormiste, al parecer, con un sueño profundo que no solías tener. Pero esta vez yo no podía cerrar los ojos. No entendía lo que pasaba, si debía dudar, imaginar, alterarme, preocuparme o tan sólo relajar mi actitud y esperar que llegaran los días para verte ser tú a mi lado. Por la mañana todo parecía ir bien, te sentía amarme, así que hice el desayuno y nos sentamos en la mesita, tomaste mi mano y me lanzaste una sonrisa que calmó mi ser, porque ahí estaba todavía la mirada de todos estos años. Tratando de normalizar mi actitud, hablé de la próxima publicación de mi primer artículo desde que llegamos al departamento, aunque no pude al despedirme evitar abrazarte y preguntar si aún me amabas.
Tu respuesta fue un sí que, aunque pudo ser obvio por muchas razones, se convirtió en un vaso de agua que buscaba mi sediento corazón y en un calmante para mi cerebro acelerado. Sin embargo, los efectos medicinales de aquella simple palabra monosílaba pasaron pronto.
Durante dos meses hiciste lo mismo cada semana, el mismo día. A las dos sonaba el teléfono y se marcaba leyenda número privado, llegabas por la noche a esa hora que se convirtió invariable, como si el estúpido reloj hubiera decidido detenerse. Nunca tenías hambre y tomabas esa ducha larga antes de dormir que, para mi, no tenía sentido. Estaba por reventar de rabia al observar que cada semana, al día siguiente todo era tan normal, tal y como si nada hubiera pasado. En mi cabeza parecía repetirse cada semana el mismo día, como si estuviera a enloquecer o la vida me hubiera atrapado en la repetición del peor momento de duda, aquel en el que comencé a tener sospechas irremediables de un amor que siempre pareció lo suficientemente perfecto. Mis nervios comenzaron a alterarse, no sabía ni a quién contarle. Y un día, simplemente dejaste de llamar. Aquello no me puso más nerviosa, más bien me ensombreció, ya no quería correr las cortinas, leía con música a volumen muy bajo, salía poco a la calle y no me interesaba cocinar. Te rehuía cada que me encontraba en el mismo espacio del departamento en que estuvieras tú. De repente, entre mis nervios, mi enojo contenido y la intriga de todo lo que hacías ahora, noté que ya no te ibas sólo el mismo día de cada semana. Sin que yo consiguiera averiguar algo de lo que te pasaba, una de tantas noches entraste en la habitación con una gabardina y una bufanda atada al
cuello. Tomaste esa ducha larga, te metiste a la cama con la bufanda puesta. El insomnio se había convertido en el nuevo habitante de mi cuerpo, toda la noche percibí un rechinido que creí venir de ti. A la mañana siguiente noté un color amarillento en tu piel. No tomaste más que una taza de café antes de salir y el gato se erizó cuando apenas le pasaste cerca.
Cada noche sin ti en casa, no sé si se me hacía rara o comenzaba a habituarme. Ya no sé si dormía más cuando no llegabas o cuando rechinabas a mi lado, porque cuando te encontrabas en la cama escuchaba ese sonido extraño como de mecanismo descompuesto. Aquel día, lo recuerdo como excepcional entre mi histeria, despertaste más tarde, saliste de la habitación con esa absurda gabardina y la bufanda que no te quitaste ni para dormir desde la primera noche en que te vi usarla. Fuiste al estudio balbuceando no sé qué cosa, el gato se alteró y salió corriendo hasta el balcón. Revolviste papeles y dejaste un gran desorden tras de ti. Tomaste el estuche del saxofón y saliste sin mirarme, no sé si lo llevabas dentro, hacía tanto que no te escuchaba ni tocar una nota, tanto tiempo como el que llevabas sin mirarme.
Cuatro días al hilo estuviste sin llegar a casa, la secretaria del director del conservatorio dijo que no te habías presentado a una cita pactada hacía meses, pues al parecer, prometiste que, semanas antes del concierto en Guanajuato con la banda, te entrevistarías con él para charlar sobre las clases que posiblemente accederías a dar. Los chicos de la banda comenzaron a marcar a casa, yo tuve que inventarte una fiebre por infección estomacal que no cedía. Pocos días después dejó de sonar el teléfono, no sabía qué era lo que había pasado, me di
a suponer que si ya no llamaban seguro te habías dignado a aparecer.
Ese sonido rechínate era cada vez más constante por las noches, así se me quitó la idea de que venía de ti. Hasta que una madrugada, el gato lanzó maullidos enfurecidos, el sonido se escuchó más agudo, ese rechinar se oía tan cercano y acelerado que no me dio miedo, por el contrario me apresuré a salir del cuarto, al encender la luz el gato se encontraba muy alterado y tú pálido, más bien transparente, estabas en un rincón de la sala balbuciendo cosas con la misma gabardina y la bufanda que me terminaron de hartar.
Esa noche te quedaste en casa, no tengo la menor idea de si dormiste o no, te veías tan alterado que ni me acerqué a ti, sólo pude quitarte al gato de encima llamándolo con su cena. Al amanecer saliste huyendo, lo supe por el azotón de la puerta. Quién sabe cuántos días pasé sin ti nuevamente o contigo en casa sin saberlo. Intentaba hacer mis cosas, no quería contarle a nadie o más bien seguía sin saber a quién. Era algo muy delicado, nuestro matrimonio se estaba yendo por el balcón dónde tomábamos café por las mañanas, que ahora parecían un cuento escrito en mi cabeza, y yo seguía sin entender qué te pasaba.
Una tarde sonó el teléfono, era ese número privado, el corazón me latió como loco. Al tomar la bocina lo que sonó no era tu voz, una mujer me preguntaba por ti, no quiso dejar recado ni decir quién era. La voz está por demás decir que me sonaba bastante conocida. Qué atrevimiento. Llegaste tres
minutos después y el gato salió huyendo nuevamente. Por fin grité tu nombre. Hacía meses enteros que no me atrevía a llamarte, la mirada que obtuve fue triste, sabía que estabas dentro de ese cuerpo desquiciado, tembloroso y balbuceante que entraba a casa de vez en cuando. Supe que habían cancelado el concierto de Guadalajara. Cuando me acerqué a ti te alejaste como asustado. Esa extraña transparencia en tu piel me dejó pasmada, se veían cosas raras a través de ti. El rechinido que no escuchaba hace tanto volvió hasta mis oídos, sonaba como si la máquina de donde provenía estuviera más descompuesta que antes. Tu caminar era más lento, como si tuvieras un problema en la cintura. Traías esa mugrosa gabardina y la bufanda que seguía sin poder explicar y quería arrancarte con furia.
Permaneciste dos días sin salir del estudio, yo ocasionalmente iba a tocar la puerta ofreciéndote comida o algo de beber, tú no contestabas, apenas sabía que estabas vivo por el rechinido constante y el ruido que producía algún libro al caer, también porque el gato, si pasaba cerca de la puerta se alteraba. Un día sonó el teléfono, era otra vez ese número privado, saliste corriendo y antes de que yo pudiera contestar lo llevaste contigo temblando y te encerraste, oí un poco de gritos de una voz que ya no reconocí la tuya, lo aventaste a la sala sin salir del estudio, pude apenas ver tu mano, pero noté que también se transparentaba.
El acto de romper el teléfono me pareció la crisis abso-
luta, no era posible que esa mujer te hiciera desquiciar. Quién coño era, de dónde la conocías, qué hacía, qué habías hecho con ella, porqué reconocía su maldita voz y cómo era posible
que se atreviera a llamarte a lo que alguna vez fue nuestro hogar, sin que ahora sepa que significaba aquello. Toqué desquiciadamente hasta que por fin te rendiste, al abrir el rechinido maquinal se escuchó más tuyo, tu frente dejaba ver como engranes que funcionaban con mucho trabajo. Me acerqué a ti y te abracé, no entendía nada de lo que te pasaba, tú no podías ni hablar, no salían sonidos claros de eso que yo siempre pensé era tu garganta, tus últimas palabras habían sido para ella, ante mí ya no funcionaba el instrumento de tu voz. Dejaste que te quitara la bufanda y la gabardina por primera vez, cayó la foto de una mujer de los bolsillos. La conocía, la había visto antes entre las butacas de la sala donde ensayabas, era amiga de Romero. La conocimos una vez hacía tantos años en un viaje de vacaciones que hicimos con él a su casa de Querétaro, la había visto un par de veces siempre en fiesta de mi amigo pero jamás me pareció una buena persona, siempre que intenté cruzar palabra por atención a Romero terminaba aborreciéndola. Nunca reparé mucho en ella cuando estuve en la sala del conservatorio. Ahora creo que lo sabía todo. Salí enojada a buscar unas maletas para meter todas tus cosas, yo también habría de largarme del departamento después de deshacerme de ti. Hace cuánto que me engañabas con ella, no podía creer que salieras con una mujer tan banal, vacía, frívola y engreída. Te odié como no tienes idea, incluso creo que aún lo hago.
Saliste despacio hacia mí, no podías moverte muy bien, te deteriorabas a cada hora con mayor rapidez, intentaste tomarme del brazo y te lancé con fuerza, caíste sin remedio al piso. Ahí, lo único que seguía pareciendo vivo eran tus ojos. No sé cómo dejé el coraje de lado, me agaché hacia ti, te ayudé a subir a la cama, te quité la ropa para que estuvieras más cómodo.
Así fui descubriendo una suerte de mecanismo que pa-
recía hacerte funcionar, se veía tan lleno de engranes, de piezas, escurría aceite y había partes que estaban luchando por destrabarse. En el lugar del corazón tenías algo parecido a una pequeña bombilla, igual a un viejo radio de bulbos. Lo amarillo de la luz dejaba ver que se estaba fundiendo. Te miré todo ese cuerpo que no parecía humano, y aun así tus ojos me seguían mirando igual a aquella vez que nos encontramos frente a frente bajo el gorro de tu sudadera cubriéndonos del sol y un levísimo rayito de luz entraba por una quemadura de cigarro, teníamos tan sólo diecinueve años.
Rechinabas tanto que ya no sabía qué hacer, parecía que explotarías. Intentaba buscar algo que apagara todo, una cosa que quitar para que se regularizara el funcionamiento, una tuerca que ajustar o un tornillo, pero nada. En lugar de eso encontré una llave negra incrustada en tu garganta. Al parecer, aquello era lo que, primero, ya no te dejó tocar, después te hizo no poder hablarme.
Me quedé junto a ti recostada en la cama, sintiendo la tibieza de un cuerpo que parecía desaparecer, de una piel que yo creí que existía. A ratos te lanzaba preguntas que no podías responder. Cómo librarte de la llave, dónde iba, qué accionaba, si eso te salvaría, pero no pude resolverlo sola. Tú no lograbas emitir ya ni un sólo sonido vocálico, cada que lo intentabas algo parecía quebrarse, la llave se veía más atorada entre pieza. La única forma en que pude sacarla fue cuando te rompí.
Tomé tu saxofón, que sí llevabas en el estuche, la luz de la bombilla se había apagado por completo, tus ojos abiertos
ya no tenían nada de ti, las piezas no se movieron más. Ya no podía pasar nada, no había daño alguno que hacerte, así que quise sacar la llave, tal vez tenía una esperanza guardada. Por eso te golpeé lo suficientemente duro con la boquilla como para no hacer un hoyo tan grande, tan sólo que me dejara sacar la llave con facilidad.
La guardé por varios días. Traté de hacer algo contigo
pero no tenía ni idea. Cómo le diría a la gente que no te volví a ver jamás. De tanto observarte a ratos esa fisonomía alterada, descubrí que aquello que yo siempre pensé era tu ombligo en realidad era la entrada de la llave. La metí con cuidado por miedo a que no fuera a embonar, la giré y te abriste, todo el mecanismo se vino abajo, te hiciste miles de piezas pequeñitas que nunca lograría volver a armar, que jamás harían un tú de nuevo. Comencé a juntarlas y las guardé en el estuche del saxofón, un buen sitio para ti, o lo que de ti pudiera decirse que quedaba. Nunca encontré las instrucciones que seguro también tu buscabas por toda la casa desde aquella vez que decidiste voltear de cabeza el estudio. Por eso ahora te tengo en un rincón y no vivo más en aquel departamento que daba a avenida Revolución. ❧
“Ergo soy” Alberto Rodríguez
• COLABORADORES •
Alberto Rodríguez Dante Vázquez Israel Gayoso Lisa Amano Miguel Vazquez. Tania Espino. Ximena Cobos Cruz
Portada: Danna
La Reserva es: Inoniel, Kuranes Ronin, R. Lis., Frizia Guerrero, Ana Publinsky, Paco Nihil e Isamar Pinales Blanco
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