Liminares
T
engo la certeza de que la discusión sobre una teoría literaria para Latinoamérica no ha terminado; queda, en algunos aspectos, suspendida en el tiempo. Si bien es cierto que la discusión de los años setenta fracasó, como afirma Antonio Cornejo Polar, eso no significa bajo ninguna circunstancia que la problemática esté agotada o resuelta. Ciertamente ha cobrado nuevos sentidos, enfrenta problemáticas de mayor complejidad con factores sofisticados, el escenario inicialmente literario se ha convertido en el foro de los estudios culturales y no pocas veces la discusión se ha llevado bajo una manipulación donde los interlocutores son norte-norte. Como ha planteado Dussel, estamos en un proceso de transmodernidad. El canon literario latinoamericano, desde el surgimiento de las Repúblicas hasta nuestros días, ha obedecido a criterios que no son únicamente literarios o estéticos, sino de orden político, ideológico, académico o editorial. Aunque en todos los casos se ha observado —o se les ha imputado— una intención hegemónica en sus parámetros de juicio, dejando de lado todas aquellas obras que no responde a éstos. Configurándose, así, series literarias periféricas e incluso abiertamente disidentes frente al sentido canónico imperante.1 Las regiones latinoamericanas siguen produciendo —y editando— textos literarios propios que refieren problemáticas locales, el centralismo canónico muchas veces desdeña. Además, las obras “periféricas” han
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Recomiendo, para profundizar en este asunto, el libro Dominios de la literatura. Acerca del canon, de Susana Cella (comp.), publicado en 1998 por Editorial Losada.
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