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Liminares

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Tengo la certeza de que la discusión sobre una teoría literaria para Latinoamérica no ha terminado; queda, en algunos aspectos, suspendida en el tiempo. Si bien es cierto que la discusión de los años setenta fracasó, como afirma Antonio Cornejo Polar, eso no significa bajo ninguna circunstancia que la problemática esté agotada o resuelta. Ciertamente ha cobrado nuevos sentidos, enfrenta problemáticas de mayor complejidad con factores sofisticados, el escenario inicialmente literario se ha convertido en el foro de los estudios culturales y no pocas veces la discusión se ha llevado bajo una manipulación donde los interlocutores son norte-norte. Como ha planteado Dussel, estamos en un proceso de transmodernidad. El canon literario latinoamericano, desde el surgimiento de las Repúblicas hasta nuestros días, ha obedecido a criterios que no son únicamente literarios o estéticos, sino de orden político, ideológico, académico o editorial. Aunque en todos los casos se ha observado —o se les ha imputado— una intención hegemónica en sus parámetros de juicio, dejando de lado todas aquellas obras que no responde a éstos. Configurándose, así, series literarias periféricas e incluso abiertamente disidentes frente al sentido canónico imperante.1 Las regiones latinoamericanas siguen produciendo —y editando— textos literarios propios que refieren problemáticas locales, el centralismo canónico muchas veces desdeña. Además, las obras “periféricas” han

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1 Recomiendo, para profundizar en este asunto, el libro Dominios de la literatura. Acerca del canon, de Susana Cella (comp.), publicado en 1998 por Editorial Losada.

desbordado en diversos casos los modelos teóricos imperantes. Tan sólo en el Perú podemos citar trabajos como ¡Good bye, poetas! (2008) del escritor ayacuchano Samuel Cavero, el libro de cuentos Algunas mentiras (2005) del huaracino Daniel Gonzales Rosales o El viaje de María Hortensia (2013) del arequipeño Porfirio Mamani; bastan estos tres textos como prueba ejemplar de lo que afirmo. Es evidente que enfrentamos una problemática epistemológica distinta a la de los años sesenta y setenta del siglo xx. Los modelos parcelarios del conocimiento han quedado obsoletos ante la complejidad de las sociedades y de sus expresiones, llevándonos a la interdisciplinariedad y a la transdisciplinariedad. Lo que obliga a revisar los modelo teórico-críticos de la literatura que se hallan estancados en la univocidad disciplinaria. Y no precisamente para buscar “el modelo” sino para comprender y emprender la diversidad metodológica. En nuestro caso, los estudios culturales han obligado a cuestionar la división entre ciencias sociales y ciencias humanas, ya que toda ciencia humana es necesariamente social y toda ciencia social es necesariamente humana, como asevera Carlos García Bedoya. Esto impacta en la concepción de los estudios literarios, impulsándolos hacia una hermenéutica donde el contexto social no puede ser excluido, por el contrario cobra importancia capital.2 La teoría literaria eurocéntrica se nos presenta como una totalidad hegemónica que ha acabado por ser unívocamente totalitaria. Pero como propone Antonio Cornejo Polar, la categoría de totalidad no puede ser otra sino aquella de las totalidades en conflicto, totalidades heterogéneas o totalidades contradictorias. Por tanto la teoría literaria tendrá que ser una posibilidad múltiple de enfoques e instrumentos de explicación y análisis en respuesta a la diversidad de un corpus literario ampliamente incluyente, en permanente trascendencia de los estereotipos surgidos de actitudes colonialistas. En pocas palabras, es trascendente rebasar el monismo epistemológico que no pocas veces se ha impuesto sobre los estudios literarios y explorar las posibilidades que ofrecen

2 Para profundizar en esta cuestión, véase: García, 2011.

otras alternativas como el dualismo epistemológico o el pluralismo metodológico. Me parece que no siempre la academia considera estas alternativas, ni mucho menos las presenta de manera precisa y clara desde una posición crítica, de tal manera que propicien la revisión y redefinición de los campos disciplinarios incidentes en los estudios literarios. Lo que a su vez debe generar competencias de transdisciplinariedad en los estudiosos de la literatura. Siguiendo a Walter Mignolo, un problema que es factor decisivo en este trabajo lo constituye el hecho de la enunciación teórica única, generada desde los países del norte (primer mundo), sordos o discriminatorios de la enunciación teórica producida en el “tercer mundo”. Pero mayor problema es la negación, la resistencia o el desdén, de escucharnos a nosotros mismos, actitud ocurrida al interior de la propia academia latinoamericana (¿la moral del esclavo?). En este marco, poner en diálogo el pensamiento de Antonio Cornejo Polar, desde el concepto que formula de heterogeneidad discursiva, con algunos autores que podemos calificar como emblemáticos del latinoamericanismo crítico literario, no sólo permite detectar las afinidades y las discordancias que pudiera haber entre ellos, sino, sobre todo, situarnos en un espacio histórico en el cual hacer incidir a pensadores que nutren la reflexión del maestro peruano, desde sus tiempos y espacios particulares. Lo anterior en un proceso historiográfico, dialógico y dialéctico. La selección de autores se hace en atención a categorías que permiten, de manera sustantiva, la relación entre el pensamiento de Antonio Cornejo Polar y el de estos “dialogantes”, sin perder la perspectiva de las líneas críticas y estéticas que en cada uno de ellos es determinante. El resultado final en cuanto a relación de autores y categorías es el siguiente: Pedro Henríquez Ureña, quien propone la categoría de expresión americana como un proceso de relaciones heterogéneas, en conflicto, pero que llevan a la construcción de una totalidad literaria latinoamericana; José Lezama Lima, como un creador que desde la condición barroca de la cultura de América reflexiona sobre el devenir de nuestra realidad, exponiendo la categoría de identidad, nominada como expresión, pero que no es un sinónimo del término de Henríquez Ureña, sino que es sobre todo una condición estética heteroclíti-

ca —para usar el término de Susana Cella—,3 donde de manera simultánea se presenta el devenir del espíritu americano en sus diversas estructuras simbólicas, inscritas en una tradición que sintetiza en lo barroco (americano)4 una multitud de estéticas diversas e incluso hasta excluyentes, que provienen de todos los puntos cardinales del tiempo y de la geografía; Ángel Rama, como el crítico central de los años sesenta y setenta, construye la categórica de transculturación, derivada del trabajo de Fernando Ortiz, la que es de manera inmediata correspondiente a la categoría de heterogeneidad discursiva de Cornejo Polar, al verse implicadas, ambas, como formantes de un mismo proceso identitario transcultural; Antonio Cándido, el expositor mayor de la crítica basada en una categoría histórico-social, al igual que Cornejo Polar, resalta la importancia de la historiografía literaria en el campo de los estudios literarios y en la interpretación de sus textos, esta categoría obliga a reinsertar a la obra literaria en su contexto histórico; Roberto Fernández Retamar, poeta y crítico, que desde una postura marxista (pero matizada por su formación estilística) propone la construcción de una categoría teórica, entendida como un aparato epistémico totalizante para el estudio de la literatura hispanoamericana, teniendo como pilar fundacional el pensamiento de José Martí. Como puede observarse, se comprende un periodo de la crítica literaria latinoamericana que va de 1928 a 1974, que corresponden a la publicación de En busca de nuestra expresión de Enrique Ureña y Escribir en el aire de Cornejo Polar. Se muestra un proceso cronológico en el cual la evolución del pensamiento crítico literario se desarrolla en tres ámbitos principales: la literatura latinoamericana como elemento de identidad, la literatura como expresión de la problemática histórico-social de Latinoamérica y la teoría como instrumento constructivo de categorías específicas y pertinentes para el estudio y comprensión de la literatura latinoamericana. Tres ámbitos que,

3 Ver: Cella, 1998, p. 88. 4 Es fundamental aclarar que se habla de barroco americano ya que presenta diferencias sustanciales con el barroco hispánico.

si bien se presentan separados por cuestiones metodológicas en la realidad cultural latinoamericana, se imbrican y se entrecruzan permanentemente. Pero también es imprescindible decir que a lo largo de este periodo el pensamiento latinoamericano de la crítica literaria, y por tanto de los autores aquí elegidos, se inserta en problemáticas locales (regionales o nacionales) particulares y en problemáticas mundiales que afectan de manera totalizante a la historia global y que en cada caso estas circunstancias tienen un efecto definitivo en la construcción de su pensamiento y del papel que le asignan al quehacer literario desde el creador y desde el crítico. Se observa cómo, en un continuo evolutivo, se va desde el antipositivismo de Henríquez Ureña hasta la Revolución cubana de Fernández Retamar, pasando por los procesos de entreguerras y proyectándose hasta los movimientos del 1968, con todo y las figuras de Jean-Paul Sartre y Albert Camus. El índice de obras tratadas, en orden cronológico es el siguiente: En busca de nuestra expresión (1928), La expresión americana (1957), Literatura y sociedad (1965), Para una teoría de la literatura hispanoamericana (1976), Transculturación narrativa en América Latina (1982) y Escribir en el aire (1994). La metodología utilizada consiste en relacionar comparativamente una obra, de cuatro de los cinco autores seleccionado, con Escribir en el aire, a partir de categorías específicas: Pedro Henríquez Ureña (En busca de nuestra expresión), José Lezama Lima (La expresión americana), Ángel Rama (Transculturación narrativa en América latina) y Antonio Cándido (Literatura y sociedad). En el caso del quinto autor, Roberto Fernández Retamar, se toma su obra Para una teoría de la literatura hispanoamericana y se contrasta con Sobre literatura y crítica latinoamericanas de Antonio Cornejo Polar; esto porque considero que Para una teoría de la literatura hispanoamericana no comparte con Escribir en el aire las categorías de discurso, sujeto y representación. de una manera que permita su contraste. Tampoco tiene el sentido historiográfico ni la extensión cronológica en cuanto a las etapas de la historia de la literatura que abarca este ensayo de Cornejo Polar. Por su parte, Para una teoría de la literatura hispanoamericana aborda de manera directa, y en un sentido paralelo al de Fernández Retamar, la problemática de la literatura de nuestros países, en tanto sus estamentos teóricos y críticos.

Los diálogos con Escribir en el aire se realizan desde tres categorías: sujeto, discurso y representación, mismas que son expuestas por Antonio Cornejo Polar en Escribir en el aire, siendo categorías implícitas en todos sus trabajos. Se expone una síntesis de los aspectos que se consideran más significativos de las obras analizadas. Posteriormente se analizan las categorías de sujeto, discurso y representación en cada uno de los textos elegidos, y al final se establecen puntos con Escribir en el aire. La categoría de sujeto remite al yo de los románticos, y en el caso específico de Latinoamérica, desde la óptica de Cornejo Polar, se trata de un yo social que se corresponde con la categoría de clase social (incluido el factor étnico y geográfico). La categoría de discurso nos sitúa en el conflicto de la materialidad de los textos literarios latinoamericanos: oralidad y escritura (materialidad que como se verá conlleva a problemas de carácter social y político), es decir, culturas ágrafas versus culturas letradas. La categoría de representación se define como la relación entre el texto literario y la imagen de la realidad extraliteraria que en él se construye. No debemos olvidar que estas categorías, en un principio, obedecen a la serie literaria andina del Perú. Las nacionalidades representadas nos ofrecen un panorama contextual suficiente para, en acuerdo con Fernández Retamar, establecer vínculos que hagan de ellos una familia de intelectuales latinoamericanos: República Dominicana-México (Henríquez Ureña), Cuba (José Lezama Lima y Roberto Fernández Retamar, Uruguay-Venezuela (Ángel Rama), Brasil (Antonio Cándido) y Perú (Antonio Cornejo Polar). También a nivel regional podemos establecer esta relación: el Caribe, los Andes y la Amazonía, La Plata. Finalmente diré que entiendo por diálogo la relación posible entre los distintos pensamientos, desde su enunciación textual y su contexto particular, a partir del principio de pluralidad, donde las coincidencias y las disidencias son, ambas, oportunidades de construcción cognitiva. Y, por supuesto, el uso del término también rememora el debate de los años sesenta y setenta del siglo pasado, en que se manifestó la búsqueda de una teoría literaria latinoamericana.

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