Desde el balcón de mi vida

Page 1

Desde el balc贸n de mi vida

Marquesa Luna 1


Desde el balcón de mi vida Marquesa Luna 2011

Imagen de la portada: Morgue File CC Diseño y maquetación de publicación: Nat Gaete Una publicación de Editorial Digital LetrasKiltras Todos los derechos reservados.

2


Desde mi primer contacto con la creación literaria de Marquesa Luna (Carmen Castro) supe que iba a convertirse en una de mis autoras emergentes favoritas. Su perfecto estilo ya hacía notar que se estaba frente a una escritora que toma la letra con el respeto que ella requiere, respeto que aprecia el lector cuando en su recorrido por los cuentos de la escritora no ve interrumpida la complicidad entre el relato y su atención lectora por falta de ritmo o de excentricidades literarias o, sencillamente, por falta de oficio cuando de desplegar las alas de la escritura se trata. Mas esto no es lo único que llama la atención en las creaciones de Marquesa Luna.

La forma literaria correcta es necesaria, pero si esta es deficiente se puede corregir en el camino mediante la mano guía de un buen editor. Lo que no debe fallar nunca , eso sí, en la impronta de las letras es el alma del autor reflejada de alguna manera en ellas. Y Marquesa Luna sabe imprimir su sello personal en cada una de sus cuentos.

Su creación es letra conmovedora que atrapa instantes de lo cotidiano y lo lleva al papel para no solamente ser un cuento que nos muestra una realidad determinada amparada bajo el toque de la magia de la escritura sino también pasa a ser un relato que nos sumerge en la emoción y en la reflexión. La letra de Carmen es letra dotada de humanidad, de sentido. Sus cuentos son instantáneas de una sociedad que olvida a muchos —a la mujer agredida, al inválido, a la vejez olvidada, al pobre, a la prostituta— pero que ella nos viste de prosa para encararla y cuestionarnos desde qué balcón del anfiteatro del existir estamos mirando y participando de la vida.

Dieciocho cuentos que nos conmoverán —cuentos que debieran ser lectura especial de todos aquellos que sueñan con cambiar el mundo— son presentados en Desde el balcón de mi vida de Marquesa Luna, libro que nos estremecerá desde la dignidad del sentimiento que aun puede sobrevivir al egoísmo del diario vivir o a la apatía que tanto Ud. como yo mostramos hacia la sociedad y los semejantes que nos rodean.

3


La letra vestida de reflexión y engalanada en la prosa poética viene hoy de la mano y desde los ojos de Marquesa Luna, una escritora que ha sabido rozar mi emoción y que tocará vuestro corazón sin duda alguna.

Nat Gaete

4


DESDE EL BALCÓN DE MI VIDA

5


6


CHANEL Nº 5 La deseaba como nunca deseó a nadie, se había colado de lleno en su vida. No era capaz de apartarla de sus pensamientos desde aquella vez que la descubrió allí, tan sugestiva, tan insinuante… la sedujo de tal manera, que le embriagó el alma con su inconfundible e irresistible aroma, era la elegancia perfumada. La veía inaccesible, envuelta en un halo de luz dorada, parecía una diosa siempre con tanta gente a su alrededor y presentía que nunca sería suya. Aún así no desistía de su empeño. Soñaba con ella, y el día que no la veía se le antojaba eterno, esperando al siguiente para tenerla cerca. Siempre la buscaba, sabía donde encontrarla, a veces la tenía tan cerca, al alcance de sus sueños… de sus manos. Ella nunca estaba sola, merodeaba por allí una señora mayor, que por su indumentaria parecía ser la encargada del centro. Al principio la señora se acercaba y le preguntaba si deseaba algo, aunque pronto se acostumbró a su presencia, ignorándola. Pasaba mucha gente por allí, y la encargada estaba habituada a esa fascinación y a las miradas embelesadas. Comprendía el fervor que despertaba entre los clientes y estaba acostumbrada a que todo el que se acercaba se detuviese, aunque sólo fuese para contemplarla de lejos. Era Nochebuena, los escaparates lucían majestuosos invitando a pararse, los rótulos fluorescentes con luces de neón adornaban los comercios, haciendo guiños espectaculares que alumbraban toda la calle abarrotada de gente, pletóricamente alegre. Por megafonía se escuchaban villancicos que le perforaban los tímpanos hasta infundirle esa melancolía del que se sabe perdido. Quizá por ser fechas tan entrañables tuvo la imperiosa necesidad de ir a verla. Sus pasos se dirigieron por inercia hasta el centro comercial. Al acercarse al mostrador, vio que no estaba, y un escalofrío se metió en su cuerpo recorriéndola de pies a cabeza hasta helarle el corazón. Con la aflicción del dolor de lo imposible que le arañaba el alma, hizo amago de preguntar, pero la mirada distante y fría de la encargada desinfló su valentía. Con la cabeza gacha huyó de puntillas de su propia sombra, encaminándose sin rumbo a paso liviano, como quien ve sus ilusiones por el suelo y quisiera evitar pisarlas. Las lágrimas pugnaban por salir, pero algo en su fuero interno le decía que tenía que volver a desandar lo andado… ¡Tenía tan poco que perder! Con una vitalidad desmesurada y paso firme, se dirigió de nuevo al local. Al entrar percibió en la atmósfera el olor de un aroma inimitable, notó como todo su cuerpo se convulsionaba. Se acercó al mostrador con timidez y comprobó el hueco vacío. Ya era casi hora de cerrar, y esta vez la encargada se acercó compasiva y le dijo: 7


— Te gusta Chanel nº 5, ¿verdad? — Sí, mucho. — ¿Cuánto dinero tienes? — No tengo nada —respondió Claudia. — Espera un segundo —dijo la encargada— voy un momento al almacén. Claudia no sabía por qué tenía que esperar, temió que esa mujer fuese a buscar a un guardia de seguridad para que la echaran. Estaba pensando en marcharse, cuando llegó la encargada con un frasco pequeño de Chanel nº 5. —Toma, es el último de una miniatura en promoción, cuesta cuarenta y seis euros, y te lo regalo, estaba guardado para una clienta, y me acaba de llamar por teléfono diciendo que ya no lo quiere… es tuyo, regalo de Santa Claus. Claudia notó como su corazón se aceleraba dando bandazos, transido de una profunda alegría. Tímidamente cogió el regalo que le ofrecía la encargada y con voz temblorosa acertó a decir: —Gracias, muchas gracias, me enamoré de ella cuando leí en una revista que Marilyn Monroe se ponía para dormir dos gotitas de esta fragancia… La encargada se quedó mirando a aquella chiquilla de ropas andrajosas, y una leve sonrisa de satisfacción asomó a sus labios… hoy se iría a su casa más contenta de lo habitual.

8


SEPARACIÓN DE BIENES Son las doce de la noche y al fondo se oyen las explosiones de los fuegos artificiales que parece que se han puesto de acuerdo para estallar al unísono con mi corazón. Estoy aturdida, aturdida por la copa de brandy que acabo de beber de golpe, pero más por las palabras tan secas que pronunciaste sin un atisbo de piedad. He descubierto una faceta tuya que en diez años de convivencia me pasara inadvertida. Hoy has dejado asomar a la bestia que llevas dentro. Te cuesta aceptar que haya dejado de amarte y me atacas por donde más me duele; sin compasión quieres llevarte lo mejor que me has dado. No recuerdo una sola vez que lo cogieras en brazos, que le dieses de comer o que lo hayas sacado a pasear, ni siquiera me acompañabas a ponerle las vacunas. Por eso me cuesta entender que quieras llevártelo. No sé si hay leyes que me amparen, pero apelaré a la justicia y no pararé hasta quedarme con su custodia. Estoy segura de que él se moriría de pena si se va contigo, sólo hay que mirar como esconde el rabo entre las piernas cada vez que entras en casa.

9


FOMARE Disfrutadas mis vacaciones y con el síndrome postvacacional a cuestas, la mente en blanco, y un año entero de trabajo por delante, me permito dejarles sin mi acostumbrado artículo y en su lugar un suceso que en su día dio mucho que hablar conmocionando a la opinión pública y especialmente a mí, que fui compañera de Rosalía —protagonista de esta terrible histo_ ria— en la facultad de Ciencias de la Información. Quizá lo más sorprendente de este suceso no sea la trágica muerte en sí, si no la contradicción de una mujer sublime con una gran sensibilidad y el epitafio que eligió para su lápida: ”FOMARE”. Rescatado de la hemeroteca del año 1990 y siempre respetando el código deontológico que me ampara, diré que solamente participé en la investigación periodística del caso y que Rosalía se suicidó, no había signos de violencia y el forense dictaminó muerte por ahogamiento, aunque algunos quisieron ver angulas, donde sólo había anguilas. Lean y juzguen ustedes mismos: Hemeroteca Diario de Sevilla —Sevilla—Terrible noticia nos despierta en este amanecer triste y lluvioso de otoño en La Puebla del Río. Rosalía Vallejo, perteneciente a una honorable y apreciada familia de este pueblo, fue hallada muerta en Brazo del Este, lugar donde se bifurca el río Guadalquivir. Sobrecoge más la noticia al enterarnos de que ayer fue enterrado su hijo Ángel. Se le practicará la autopsia al cadáver aunque todo apunta a un suicidio, ya que fue encontrada la siguiente misiva manuscrita para su marido:

A mi esposo: Hoy es un día gris de otoño, quizá nada diferente a mis otros días, meses, años tal vez, desde que te conocí. Miro a través de la ventana mojada por la llovizna, y te veo con tus caballos, ausente, pero en tu cara asoma una brizna de felicidad, conformismo o inocencia, no sé definirlo todavía. Vagamente recuerdo nuestras noches de placer, múltiples orgasmos de felicidad, hace tanto tiempo ya…Ahora siempre me quedo a medias, tu sangre está llena de sustancias químicas que lo hacen imposible, pero me basta el amor con que lo intentas, que conste que no es un reproche, sería injusto por mi parte. Con veinte años te conocí Eduardo, y me encandiló tu saber estar, tu inteligencia. Todos, y sobre todo tus padres tenían prisa por casarnos. Nadie me avisó de los fantasmas que merodeaban por tu cerebro, nadie. Eso lo descubriría años mas tarde, muy tarde…demasiado implicada sentimentalmente como para volverme atrás. Me prometiste una y mil veces que terminaría mi carrera de Periodismo, y sé que así lo sentías…no pudo ser. Me acuerdo una vez haciendo prácticas radiofónicas en la pecera, irrumpiste como si el diablo te embargase, me llamaste puta, y me sacaste de aquel puticlub —así lo expresaste— casi a rastras, nunca más volví por la facultad. ¿Qué cuando lo descubrí?, sinceramente, en el nacimiento de nuestro hijo. 10


Durante el embarazo te veía tomar Depakine y Haloperidol, pero te guardabas muy bien de hacer desaparecer los prospectos, y me decías que eran esteroides anabolizantes, siempre hiciste deporte, y estabas muy musculado. Te creía, no entendía mucho de medicinas, ahora, por desgracia, sí. . . no te culpo, te podía el miedo a perderme. Cuando nació Ángel con una parálisis cerebral mixta, lo asumí, claro que me hice muchas preguntas, y no comprendía el porqué a mí. A los dos meses de vida, tuvo una hemorragia interna, y necesitó mucha sangre. Nos hicieron analíticas a ambos para poder hacerle una transfusión, que mejor que sus padres para donarla. Ahí no pudiste ocultarlo más, los médicos me dijeron que tenías una Esquizofrenia Paranoide severa, que con tratamiento era controlable; pero eso no lo desconocías, las medicinas iban contigo a todas partes, sabías muy bien lo importante que eran para tu salud mental. Hasta hoy era medianamente feliz, veía a mi hijo con su sonrisa de felicidad, agradecimiento, y eso me recompensaba, y tú también lo eres… siempre a tu manera. Nos contemplas desde esa incógnita de percepción, y en tus pupilas veo el amor que nos profesas y demuestras, aunque reflejan ese punto de obnubilación que tanto te caracteriza. No me quejo, aunque mis letras parezcan decir lo contrario, quizá no tengan una correlación, estén desordenadas, pero así está mi cabeza. Lo peor no es vivirlo Eduardo, si no la impotencia de no poder compartirlo contigo. Todas las personas tienen objetivos, metas, sueños, yo tengo prioridades… Ángel y tú, por ese orden. Hoy recibí la triste noticia de que Ángel se nos va, la insuficiencia respiratoria que sufre desde hace unos meses sólo es un síntoma de ese galopante cáncer de pulmón que le aqueja, le quedan días de vida. . . es una muerte anunciada, pero que cruel va a resultar cuando finalmente ocurra el desenlace. Cuando ese día llegue, me iré al río. . . mi confidente, el que sabe tanto de mí, el que se encarga de mecer mis sueños, ilusiones, y los arrastra hacia el mar donde reposan en calma bajo la luz de la luna, reflectando el espejismo que es mi vida. Ese día no lanzaré mi escrito como hago siempre, me tiraré yo, me arrojaré al río y quizá encuentre el remanso de paz que nunca tuve. Sé que eso te afectará, y será contraproducente para tu enfermedad, una recaída quizá, pero necesito pensar en mí por una vez en la vida, y voy a permitírmelo. Me gustaría Eduardo que pusieses en mi tumba un epitafio, “FOMARE”… y perdóname, si es que puedes. Rosalía Vallejo

11


LA MATÓ PORQUE ERA SUYA

Acababa de salir del juzgado en donde había declarado que el culpable del mordisco que arrancara de cuajo su pezón, había sido su bulldog fran cés. Al doblar la esquina, sintió cómo un lacerante puñal atravesaba su espalda. Se giró enroscándose en su propio dolor, y en esas décimas de segundo, en las que era consciente de que la vida se le escapaba desleída en el fluir de su sangre, pensó que ya no tendría la oportunidad de retractarse de su confesión. Quiso gritar su nombre, quiso llamarlo asesino, mientras intentaba abrazarse a la vida suplicándole que le diese una segunda oportunidad. . . Nadie la pudo escuchar, porque en ese preciso instante apareció la muerte ataviada con sus mejores galas, tapándole la boca con la iniquidad de un gélido beso.

12


LA RADIO Se levantó con la misma parsimonia y desgana que en los últimos tiempos, y después de poner la cafetera al fuego encendió la radio. La locutora preguntaba a Belén Esteban sobre Jesulín de Ubrique, cambió de emisora y hablaban del caso Gürtel, volvió a cambiar y escuchó las últimas noticias sobre las cenizas del volcán Eyjafjällajokull y el tráfico aéreo europeo. Pensó en la fragilidad de la Tierra, en lo frágiles que son los humanos y en lo complejo que resulta vivir sin ganas. Pensó que le gustaría hacer un chasquido de dedos y desaparecer de este mundo. Tomó el café a pequeños sorbos mientras fumaba un cigarrillo y después se fue a su habitación. Allí estaba ella, pálida, con un respirador artificial en la boca y con los ojos cerrados. Abrió el cajón de la mesilla, cogió las dos cajas de parches de morfina y se los fue colocando uno a uno con delicadeza por todo el cuerpo; un cuerpo maltratado por el sufrimiento, donde sólo quedaba la piel adherida a los huesos. Sacó el respirador que la mantenía con vida y la be_ só. Agarró su mano todavía caliente y esperó a que el calor se desvaneciera. Regresó a la cocina para llamar a la policía y como una mueca irónica del destino, en la radio comenzó a sonar la canción de Violeta Parra, “Gracias a la vida…"

13


LA PUERTA Cada vez que oía girar dos veces la llave de la puerta de la calle, se echaba a temblar y terminaba meándose en la cama. A continuación escuchaba los gritos de su padre entremezclados con los sollozos de su madre. Esa escena se repetía a diario. Su madre terminó suicidándose con una ingesta de barbitúricos cuando ella tenía doce años. Ahora cuando siente girar la llave dos veces, sabe que después de que su padre cierre esa puerta abrirá la de su habitación, pero ella ya aprendió a controlar sus esfínteres, y también su rabia, dolor y asco. . . Sólo piensa en cómo hará para conseguir las pastillas que tomó su madre.

14


SANGRE EN EL VIENTO Aurelio. . . me llamo Aurelio. Vivo en un hotel de lujo o eso dicen mis hijos, para mí esto es una residencia de ancianos —mas acertado sería, la antesa_ la de la muerte— pero ellos decidieron que aquí estaría bien, muy bien. Una de las penurias de la vejez es que no decidimos nada, otros lo hacen por nosotros. No es que no me guste este lugar, me repatea. Con lo bien que vivía en “Sangre en el viento” un pueblecito de Badajoz... Sí, ya sé que es un nombre trágico, nada acorde para un lugar tranquilo que es hoy en día. Su nomenclatura tiene una historia terrible. Cuando nací, un 15 de agosto de 1936 en plena Guerra Civil, las tropas de Franco asolaron el pueblo, fue una matanza sangrienta —como todas las matanzas— pero ésta dio la vuelta al mundo. Concentraron en la plaza de toros miles de prisioneros y los ametrallaron sin piedad. Dicen —porque yo no puedo acordarme— que ese día arreciaba mucho el viento, y la sangre de los reos salpicó todas las casas del pueblo, desde esa fecha todo el mundo lo conoce como Sangre en el Viento. No quiero seguir hablando del tema porque son historias que me entristecen, y uno, ya está bastante alicaído como para pensar en batallas del pasado... ahora mis batallas son otras. Aquí transcurre el tiempo muy despacio, las personas que nos atienden—se les llaman cuidadores— sólo saben ordenar, tienes que cumplir y hacer lo que ellos digan: Ahora la pastilla Aurelio, luego que si la tensión, después el paseo. . . y hay que obedecer, no es que te vayan a castigar, pero luego hay regañinas por parte de la familia en la visita de los domingos, y éste que escribe, ya no está para oír reprimendas. Tienen obsesión por mantenernos en forma, todas las mañanas tenemos que hacer gimnasia. . . . con lo reacio que fui siempre para esas chorradas. El que trabajó duro como yo lo hice, no necesita hacer abdominales, estiramientos, ni pesas, ya bastante cargué en mi vida, ahora me gustaría hacer lo que me diese la gana, pero no puedo, es obligatorio asistir al gimnasio, y no de mirón, precisamente. Este lugar también tiene un Spa que luce en todos los cartelitos de los pasillos y sobre todo en la sala de visitas. El miércoles me llevaron allí, corría el agua por todos lados. Primero un circuito termal, agua caliente, —creí que salía escaldado— enseguida pasar por el chorro helado, casi me estalla la cabeza. Aún no contentos, tengo que hacer un pediluvio, caminar por un pasillo de piedras, desnudo, y con la dichosa lluvia de agua fría martilleándome y calándome hasta la médula. ¿Es qué no se dan cuenta que mis pies, con sus respectivos callos y juanetes ya no están para muchos trotes? 15


Al día siguiente tuvieron que inyectarme antiinflamatorios, me dolían los huesos, de los pies a la cabeza. Claro, ya me lo decía D. Agustín —el médico de Sangre en el viento— usted Aurelio , el agua ni olerla, sólo beberla, tiene Artritis reumatoide, cuídese del agua, me repetía hasta la saciedad... pero aquí soy un mandado. La semana pasada nos llevaron a ver una exposición de Arte Contemporáneo, eran cuadros preciosos, y uno de ellos me llamó especialmente la atención, era un perro Yorkshire, muy realista, tanto que parecía salirse del marco. No se me ocurrió otra cosa que comentar:—Se parece a la perra de la reina. No quiero acordarme del lío que se armó. El personal que nos vigila, aparte de mandarme callar, no permitió que pronunciase ni un suspiro mientras estuvimos allí. Luego me enteré que habían entendido que le llamé “perra” a la Reina, y uno, no es que sea monárquico, pero tiene mucho respeto por las personas, y sobre todo por las mujeres. Ser viejo no es una elección, es ley de vida. En estos momentos me veo como una hoja de otoño a punto de desprenderse de la rama, me siento solo, muy solo, y más... cuando llega la oscuridad de la noche. —Tilín, tilín, tilín, tilín... Ahora dejo de escribir — me avisan que es hora de descansar— solamente me dan un folio diario, y éste ha llegado a su fin.

16


VÍSPERA LASCIVA Soy castiza, de Madrid. Hay un dicho que dice: “De Madrid al cielo, y de allí un agujerito para seguir mirando”. Sin embargo a mí me gusta decir:“Follar en Madrid, y de ahí al cielo para seguir follando”. Sí, soy ninfómana confesa, y esto no es ningún estigma, ni algo que contagie como la viruela. Ser ninfómana es lo mejor que me pudo haber pasado, y lo que más placer me produce en esta vida. Todo comenzó cuando mi primo Raúl con dieciocho años se vino a estudiar a Madrid, y se quedó a vivir en casa. Él era de de Becerril, un pueblo de Segovia. Hasta que apareció en mi vida, yo era una chica normal, muy aplicada, pero todo cambió a partir de ese momento. Él era un joven poco atractivo físicamente, pero tenía un cuerpo de atleta espectacular. Al principio era muy recatado, tanto en sus conversaciones como en sus gestos, aunque pronto adquirió confianza, y fue mostrándose sin pudor en todos los sentidos. Un día aparecía en el salón sin camisa, otro se paseaba hasta el cuarto de baño en bóxer. Poco a poco fui enloqueciendo con su presencia, me excitaba al verlo por las mañanas, con lo cual, llegaba al instituto y me arrimaba al primero que mostraba una sonrisa o simpatía hacia mí. Perdí la virginidad la víspera de Todos los Santos, y con mi primo Raúl… Aún no comprendo si fue el influjo de Satán, la luna, o las brujas que hicieron de una noche normal, una muy especial que cambiaría los valores de mi existencia y haría que dejase a un lado la práctica del onanismo. Esa noche mágica, de duendes, parece que el universo con toda su magia conspirara para hacerme comprender que hay manjares que no deben ser rechazados ni desperdiciados. Fue algo singular, se presentó en mi habitación con la disculpa de encontrar un diccionario, se tapaba con un slip de nadador donde dejaba entrever su abultado y viril miembro. Le señalé la estantería sin dejar de mirarlo… él hizo ademán de dirigirse allí, pero enseguida cambió el rumbo y vino hacia mí, me agarró de las manos y me abrazó fuerte, tan fuerte, que sentía sus órganos en mis entrañas. Sin mediar una sola palabra comenzó acariciándome la cara, el cuello, despacio, muy despacio y me fue llevando hacia la cama sin dejar de tocarme. Enarbolada, fui desinhibiéndome dejando salir todo el ardor que me embargaba y fluía en mi interior, besándole suavemente en la boca, hasta que mis labios perdieron el control, y se desplazaron saboreando todo su cuerpo, una y mil veces, absorbiendo los efluvios que emanaban de su ser e impregnaban mis sentidos, elevándome a la cúspide del éxtasis. A partir de ahí, esas escenas se repetían día sí, día también, pero cometió el 17


error de enamorarse de mí, y eso era un contratiempo para mis planes con el que no contaba, ni deseaba. No quería atarme a nada, acababa de descubrir un manantial prodigioso, y no estaba dispuesta a beber siempre del mismo canal, quería probar distintas sensaciones, cuerpos diferentes, y no tener que renunciar al enardecimiento de mis instintos. Le dije con mucha cautela lo que realmente pensaba. Se lo tomó muy mal, y después de llamarme de todo menos bonita, muy enfadado se fue a vivir a una residencia de estudiantes. Al principio lo eché de menos, pasé unos días como una perra en celo, y a punto estuve de ir en su busca, pero reaccioné y comencé a buscar sustitutos que me aportaron mucho más de lo que él me dio, hombres muy experimentados en el arte de amar. De repente un buen día, una hora, una noche, una situación… bastan para darte cuenta de lo que quieres en tu vida, lo que necesitas para ser feliz. Ves un abanico de posibilidades, y que hay muchas cosas que sobran, que son fútiles e innecesarias. Yo aprendí a discernir prioridades esa sibilina noche, víspera de Todos los Santos, y desde ese día lo celebro con solemnidad. Cada año pongo una vela blanca en la primera iglesia que encuentro. Aunque soy agnóstica, sí creo en los rituales, y doy gracias por descubrir esa llama que anida en mí… eso sí, nunca me olvido de avivarla. No me gusta que me llamen prostituta, no lo soy, no cobro, al contrario. . . regalo, doy placer gratis, y a raudales. Hoy soy una escritora, tranquila, sencilla, con una gran nitidez mental, la que gusta de la flagelación de la pasión, que disfruta de la sexualidad sin medida y sin tabúes, y que no está dispuesta a renunciar a los placeres carnales.

18


EL PERDÓN “Se equivocó la paloma. Se equivocaba… Ella se durmió en la orilla. Tú, en la cumbre de una rama”. Rafael Alberti

Se sentía culpable por no haber dado un paso más en esa distancia que los separaba. Cuando se envalentonaba siempre asomaba un resquicio de desconfianza o quizá era prudencia, no lo sabía… Lo amó como sólo puede amarse en ese estado de irrealidad, con el alma y el corazón. Entró en su vida como un huracán y se había marchado como un soplo de brisa arrastrando las palabras que quedaron por decir. Nunca tuvo su presencia, pero sentía su piel arder con la suya, mientras sus miradas se abrazaban doblegándose ante la vehemencia de su pasión. No había retroceso porque no hubo avance, pero si hubo un nudo que no quería desenlace, era como un cuento sin final. . . no lo necesitaba, creía que con el tiempo podría darle el más soñado. Estaba cómoda en ese nudo, y nunca pensó que lo que no se mueve termina por marchitarse, y sumergida en la fantasía no veía como se asomaba la silueta del hastío. Amarle era su ambición, se agarraba a esa mano, pero no lo suficientemente fuerte como para no desasirse después de rozar el cielo. Existía una atalaya que había que descender sin prisas pero sin pausas, y ella se demoró demasiado. No se daba cuenta que estaba desperdiciando las horas en el reflejo de las sombras, inventando realidades. Sentía haberle lastimado, y al lastimarlo a él se había hecho mucho daño a si misma. Pensó que no debía continuar abrazada a la esperanza en ese presente sin destino, en ese sueño que pugnaba por cerrar los párpados. Por eso con el rictus de la nostalgia en los labios, pedía perdón porque era inútil pedir otra cosa. . . Pedía perdón por no haber buscado la senda para llegar a la meta soñada, pedía perdón por esa demora que se había dado de bruces con la ausencia. Lo que no sabía ella era que en ese preciso instante él le estaba pidiendo perdón, y que los dos se esperarían toda la vida. . . Embebida en sus pensamientos creyó oír un susurro cargado de ternura que la arrancaba de los mismos: — ¿Llevas mucho tiempo esperándome? — Toda la vida —musitó ella…

19


AMOR PERNICIOSO En una noche canicular te colaste en mi vida. No puedo decir que fuera un flechazo, no. . . tardaste varias semanas en conquistarme. Poco a poco me fuiste mostrando todo lo bueno que había en ti, y decidí emprender el camino contigo. Tardé en descubrir el halo oscuro que te envolvía, y a pesar de descubrirlo seguía a tu lado. Mi familia me advertía de la ponzoña que llevabas dentro, e incluso del peligro que podría correr mi vida, y decidí dejarte. No miento si digo que lo he pasado muy mal. Desde el mismo instante en que me alejé de ti ya te estaba echando de menos. Pasé muchas noches de insomnio, invocándote para que acudieras a aplacar el calor que me quemaba por dentro y devoraras mi deseo. Pasaba el tiempo, y seguías perenne en mis pensamientos, en mi recuerdo. . . y más de una vez pensé en ir a buscarte. Eras mi aliento, la calma de mis ansias, y me sentía como un bosque despoblado. Un bosque que ha vuelto a resurgir ante una atmósfera acrisolada. Hoy me he desprendido de la llama que te encendía, de ese vínculo que todavía me ataba a ti, mi querido cigarrillo… la colección de mecheros.

20


LA PROPOSICIÓN Necesitaba escapar, abandonarse, huir de sí misma. Abrió su agenda y vio una anotación subrayada: “Jessica, corresponsal del New York Times”. Recordó la última conversación que mantuvo con ella donde había percibido una proposición velada, y marcó su número de teléfono. Se subió al metro, y a medida que éste avanzaba, por su mente discurrían imágenes a toda velocidad que la entristecían… Nunca tuvo suerte en el amor, los hombres la habían vilipendiado hasta hacerle callos en el alma. Esa noche saboreó la ambrosía de lo desconocido, y le gustó. Los hombres jamás volvieron a hacerle daño.

21


DESDE EL BALCÓN DE MI VIDA Escucho el ladrido de un perro, que no es el mío, y de repente se mezcla con el gorjeo de los pájaros. Quiero que se calle el perro, necesito concen_ trarme en el canto de las aves. Parece que me ha escuchado porque ahora sólo percibo un trino angelical que acuna mis pensamientos con el aleteo de su plumaje en un vaivén de rabia contenida. Todo se dispersa en una nube irisada que dibuja con sarcasmo el tañido de un duelo, y la yugular de mi cuello se hincha comenzando a resollar. No debo permitir que eso ocurra, si se hincha demasiado puede explotar y la sangre salpicaría a esos pájaros que no son culpables de nada. Aquí la única culpable soy yo, tengo que cumplir la penitencia sola, sin nadie. . . Con pesar y sin remordimiento por haber pecado de ingenua, por no ver la raída realidad de mi presente, y creer que lo sentido era compartido. Por no darme cuenta de que los sentimientos tienen alas y a veces se posan sobre una rama para descansar, y cuando emprenden el vuelo clavan sus afiladas uñas, dejándola malherida. Tengo la mano helada porque la he apoyado en el rictus de mi sonrisa. El frío me ha pillado desprevenida y se ha instalado en mí cuerpo como un glaciar expandiéndose por los valles de una montaña. Estoy tiritando y los pensamientos han prendido fuego con la llama de la añoranza. Ahora mismo comienza el deshielo. . . es hora de cubrirme los hombros con la toquilla de la indolencia. Hoy simplemente estuve contemplando el otoño desde el balcón de mi vida, y en esa abstracción he visto como una hoja se resistía a desprenderse de un abedul.

22


LA PUTA DE LA TOGA Veinte años de pareja, de cariño, de avatares, y ahora recién estrenada la década de los cuarenta, Samuel me dice que está aburrido, que necesita diversidad en los juegos amorosos, que le van los tríos y las orgías. Ocho años dedicados a la abogacía de casos marginales, tratando y defendiendo a camellos y putas, no podían derivar en nada bueno. . . Está visto que la miel atrae las moscas. Siempre con la excusa de los libros de Derecho, ya lo decía mi abuela, éste termina torciéndose y así fue. Hoy me siento despechada, apuñalada en lo más íntimo de mis entrañas, sin embargo empezará a conocerme desde este preciso instante. Vamos a jugar al mismo juego, me aplicaré el dicho: “De puta a puta ¡taconazo!”. —Ring, ring, ring, ring.... —Contestador del Abogado D. Samuel Aroma Del Río. En estos instantes no puedo atenderle, deje su mensaje después de oír la señal, en breves momentos le atenderé. Gracias. —Samuel, cariño, soy Beatriz, ¿cómo te fue el caso de esta mañana? Bue_ no. . . al grano, éste no es el motivo de mi llamada. Termino el juicio a las tres de la tarde aproximadamente, comeré con mi secretaria, nos vemos al atardecer. Tengo una sorpresa que te sorprenderá, valga la redundancia. Besos amor, te esperaré con impaciencia. Doy por terminado el juicio a las dos y media de la tarde, almuerzo con mi secretaria, y le doy unas cuantas órdenes para que maquille los informes de asuntos pendientes y rauda me voy a casa, no debo, ni quiero perder tiempo. A mis cuarenta y dos años no es que tenga el cuerpo de Claudia Schiffer, pero una se cuida, y de lo que estoy segura es que no paso inadvertida, eso se nota, y las mujeres tenemos un sexto sentido para ciertas cosas. Demasiado nerviosa, demasiado histérica llego a casa. Primero me sumerjo un baño de sales y aceite de rosa mosqueta que me viene de perlas. Hoy fue un día especialmente difícil en todos los sentidos. Salgo envuelta en un albornoz, me pongo el tanga negro con destellos dorados y el sujetador a juego. . . ahora perfume de Dior hasta en el ombligo. Maquillo las pestañas, un trazo con eyeliner exagerado en los ojos, un toque de rojo pasión en los labios, y por último la ropa. . . Un pantalón de piel negro tan ajustado que me da la sensación de mostrar hasta los poros, una camisa del mismo color transparente, pegada al cuerpo que parece se me vayan a salir los pechos, y luego mis manolos con un tacón de quince centímetros. Me miro ante el espejo y lo que veo no es insinuante, es tan provocador que incitaría a un santo a pecar. — ¡Beatriz!, ¿adónde vas de esa guisa?, pareces una fulana. . — Samuel, cariño, vamos a un lugar donde te vas a divertir, déjate guiar y 23


no preguntes, además conduzco yo. Al llegar a la puerta del hotel Ritz le dejo las llaves al aparcacoches, y nos dirigimos a la suite 314. El escenario no podría mejorarse, luces tenues, velas con fragancias sensuales, música de Mike Oldfield, y una cama que ocupa parte de la habitación; en ella dos rubias impresionantes y dos mulatos con unos cuerpos de cine totalmente desnudos. La tensión del momento me dura décimas de segundo, los chicos se acercan a mí y las rubias a Samuel. Enseguida uno de ellos me desabrocha los botones de la blusa, mientras besa mi cuello y va dibujando un camino hacia mi escote. El otro desabrocha mis pantalones a la vez que acaricia mis muslos. Siento unos labios húmedos en mis pechos a punto de reventar de placer, una mano en mi sexo totalmente mojado, es tal la excitación que me embarga, que no necesito levantar la mano para tocar el cielo; el firmamento acude a mi encuentro, inundándome de luceros que explotan como chispas en mi interior. Apenas miro de soslayo a Samuel, creo advertir en él una expresión de rabia o malestar. En este preciso instante dejó de existir para mí. Me pueden esas cuatro manos invadiéndome de sensaciones, escalofríos ardientes, esos penes rígidos que entran simultáneamente en mi sexo, en mi boca, húmedos, palpitantes, provocando mares de placer que embriagan mis entrañas y desembocan como oleajes por mis muslos, una y otra vez. Una mano femenina se desliza dulcemente, acaricia y juguetea con mis pezones, una lengua explorando mi boca, mientras alguien suavemente succiona mi clítoris con lujuria. Sudorosa y excitada, a pesar de los múltiples orgasmos, no me sacio, si no que aumenta más mi deseo de caricias, abrazos; desenfrenada busco y toco esos cuerpos elevando las caderas que me alzan al punto más álgido del placer. La música traspasa mi cuerpo como fibras voluptuosas que enardecen mi ser, me enciendo y abraso como un volcán en erupción. Vuelvo a la realidad al sentir una mano que aprieta fuertemente mi brazo, hasta hacerme daño. —Vístete, y vámonos de aquí Beatriz. Indignada y contrariada le digo: — ¿por qué ahora, Samuel? — ¡Por Dios!, no preguntes, ya hablaremos. Me visto escopetada, mientras Samuel firma un talonario. Salimos de allí sin dirigirnos la palabra hasta llegar al coche. —Nena, te comportaste como una furcia— dice con las pupilas dilatadas por los celos. Estoy avergonzado, es la situación más barriobajera que he vivido, y lo más indignante fue ver tu cara de satisfacción. No, ya sé que me lo he buscado solito, pero a partir de hoy estos juegos y mariconadas se acabaron para ambos, ¿de acuerdo? Cierro los ojos y no contesto. Todavía bajo los efluvios placenteros de los momentos vividos, en mi interior pienso que acabo de descubrir un mundo 24


desconocido, fascinante, que me atrae, y mucho. Para Samuel termina el juego. . . para mí, presiento que apenas acaba de empezar.

Beatriz, magistrada de la Audiencia Nacional, terminaría alternando por las noches en un lugar de alto standing, llamado Club Margarito, y siendo conocida como ”la puta de la toga”.

25


LA OTRA Me he plantado. He decidido no esperar más. Cansada de ser la otra, de promesas incumplidas. Hoy he fumado el cuarto cigarrillo de la tercera cajetilla, mientras intentaba descifrar los entresijos de esta tortuosa relación. Mi historia, una de tantas, pero soy la protagonista y me duele como nunca pude imaginar. Conocí a Daniel en el trabajo, él era el encargado del departamento de finanzas. Entré como economista, y Daniel enseguida se fijó en mí, quiero pensar que lo primero que le llamó la atención fue mi forma de trabajar y no mis piernas. Siempre tenía una excusa para llevarme a su despacho. Al poco tiempo ya me invitó a cenar. Es un hombre muy elegante, y por qué no decirlo... excesivamente atractivo. En esa primera cena no me dijo que era casado, eso me lo diría más adelante, cuando ya estaba completamente enamorada. Me dijo que su matrimonio era una simple comedia, que hacía aguas por todos los lados desde hacía tiempo. Su mujer tenía un cáncer de pecho, y estaba en la fase agresiva de la quimioterapia. Tenían un hijo de diez años, y él pensaba que no era el momento de abandonarla. Esperaría que ella se curase y después nos iríamos a vivir juntos. De esto han pasado tres años, su mujer está curada, si es que alguna vez estuvo enferma. Ahora, el problema es su hijo. No va bien en los estudios, y piensa que en estos momentos la separación de sus padres sería un detonante que afectaría al niño. Soy mujer enamorada, pero no idiota. Estoy cansada de esta espera, de una espera en la que nunca avanzaré. Estoy cansada de hablar con las paredes de esta habitación, donde la única respuesta es el eco de las misma... de acariciar sombras, de palabras que sólo hacen alargar promesas. Día tras día pendiente del teléfono, de sus llamadas. Las cuales aparecen sin previo aviso, sólo cuando él lo estima oportuno. Necesito salir de este naufragio afectivo, y quiero dejar de ser la otra, para ser yo misma. Ya no espero más, lo he decidido... Voy a cortar este cordón umbilical de sentimientos que me ata a él.

26


EL LECTOR Decían de él que era culto porque devoraba libros. Solía ir por la calle con uno debajo del brazo. Por las tardes se sentaba en un banco de un parque cercano a su casa, abría su libro, y no apartaba sus ojos de él hasta que la tenue luz del crepúsculo le avisaba de que la noche se estaba acercando. Cuidadoso, cerraba el libro y se recreaba en el imaginario aroma de los boniatos asados que le esperaban para cenar… ese aroma que tanto le gustaba, y le devolvía por unos instantes el recuerdo sombrío de su madre. Vivía solo. Cada quince días venía su sobrino del pueblo a traerle un saco de boniatos, y solía quedarse con él todo el fin de semana. Un viernes, el sobrino llamó a la puerta del anciano y al ver que no contestaba, abrió con su propia llave y lo encontró muerto. Estaba tendido en el suelo con el pijama puesto y una alpargata en el pie izquierdo. Pidió ayuda, y mientras esperaba la llegada de la policía, los curiosos se arremolinaban en el salón de la casa. Siempre imaginaron que tendría una gran biblioteca, o por lo menos una estantería llena de libros. Pero no, allí sólo reposaba un libro forrado sobre la mesa del comedor, al lado de una pandereta vieja, raída por las lágrimas vertidas sobre ella, y por el paso de los años. Lo que no sabía la gente, era que él cada día forraba su libro con papel de distintos colores. No sabía leer, pero le hubiese encantado saber hacerlo, así como saber tocar la pandereta. Esa pandereta, que junto con la “Biblia” le había regalado su madre antes de abandonarlo. No, la gente no lo sabía, sólo lo sabía su sobrino… éste que escribe..

27


ALAS BLANCAS Treinta años de vida, una vida que le habían regalado y que nunca agradeció. Sentada en su silla de ruedas miraba por la ventana y soñaba con tener alas porque nunca tuvo piernas, reconocía que era una estulticia, y sin embargo ella se permitía soñar. La felicidad la había rozado en los primeros años de su existencia, cuando sus padres eran jóvenes y fuertes. Pero la vida fue muy dura con ellos, los pisoteó con tanto ahínco, con tanta furia, que éstos envejecieron antes de tiempo. Ahora ya no podían bajarla a la calle como antes, y Marta tenía que esperar a que Juan, su único hermano, llegara del trabajo y la cogiera en brazos para bajar esas malditas sesenta escaleras. Siempre se sintió como una carga para su familia, pero ahora sentía que esa carga se había hecho demasiado pesada para todos. Impetraba a la muerte, y ésta no la escuchaba… pero Marta estaba acostumbrada a esperar, a esperar y a pensar. Su hermano aparcó el coche en una pendiente para entregar un paquete. Ella iba en el asiento del copiloto adaptado para minusválidos, aprovechó el descuido de Juan que dejó el motor encendido, se giró sobre su frágil cintura y sacó el freno de mano. Lo último que vio mientras iba perdiendo la conciencia y antes de que el coche se despeñase, fueron unas alas blancas que se desplegaban sobre sus hombros liberándola de su atávica discapacidad... y una mueca de felicidad asomó a su rostro.

28


NADA QUE PERDER Cabizbajo y con las manos apretadas en los bolsillos, deambulaba por la calle absorto en sus pensamientos, tiritando de frío y de hambre. Había renunciado a su trabajo para cuidar de su esposa que padecía esclerosis múltiple y un cáncer terminal. Ahora que ella había fallecido, él iba de puerta en puerta mendigando un empleo, y sentía como su moral era arrastrada y pisoteada sin piedad. La nevera estaba tan vacía como su estómago, fumaba las colillas que encontraba por la calle. A la casera le debía ocho mensualidades, y ésta no estaba dispuesta a esperar un día más, y él tampoco iba a esperar. Regresó a casa y se dirigió a su habitación. . . La habitación que había compartido con su mujer hasta el último soplo de vida. Todo permanecía igual; el libro en la mesilla, las gafas, las zapatillas, el frasco de perfume… Casi podía percibir su olor. Abrió el armario y acarició los vestidos que tanto la favorecían. Cerró la puerta con fiereza y con la misma rabia tiró del cajón inferior, allí estaba la peluca que ella había usado durante las sesiones de quimioterapia. Con los ojos empañados por las lágrimas contenidas, la colocó en su cabeza. Cogió la pistola de su escritorio, y salió de nuevo a la calle. Abrumado por la melancolía del que se siente perdido, y la mochila de las deudas sobre su espalda, se paró delante de la sucursal bancaria y vaciló un instante… Un instante en el cual recordó que no tenía nada que perder, que no era nadie. Al día siguiente dejó de ser nadie para ser un número.

29


ARENA EN LOS OJOS Tengo una confusión mental, pero eso no es nada nuevo en mí y menos ahora que la estás acentuando con tus impertinencias y acusaciones banales. Presiento que no me entiendes aunque me leas, me observes y me señales. Desconozco a esa persona a la cual te refieres, como también ignoro el porqué estoy en un psiquiátrico de la cárcel. Me hablas de doble personalidad, que soy otro sujeto que ha cometido crímenes. No entiendo tu lenguaje y defiendo mi inocencia ¿cómo puedo ser culpable de los asesinatos de un individuo extraño que desconozco y no sé quién es? Me dices que escriba sobre esa otra entidad que habita en mí. . . eso es irracional, ¿hablar de qué, de quién?, ¿de ese ser que tanto te atrae a ti y tanto me perturba a mí? Esa historia que te has inventando, o quizá no, posiblemente haya sucedido. . . ese asesino que mata a sus víctimas cegándolas con un puñado de arena para luego asestarle cuatro puñaladas en el corazón, debe ser un ente macabro, debe ser no. . . para mí lo es. No sé por qué esa manía persecutoria tuya, esa obsesión de que me identifique con dicha personalidad. Muy a pesar mío no puedo acordarme de mis vivencias anteriores, de mi niñez. Tengo un pasado muy corto. No recuerdo nada de lo que aconteció antes de los diez años, mi vida comenzó a esa edad, incluso me bautizaron con el nombre de Expósito, no se preocuparon, de indagar sobre mis orígenes. Dicen que me hallaron enterrado en una playa cubierto de arena y con una grave hipotermia, que a punto estuvieron de amputarme las piernas y fue un milagro que sobreviviera. A partir de ahí recorrí muchos internados, hasta que con catorce años me adoptó una familia sin hijos. Estuve dieciocho meses soportando todo tipo de vejaciones y cuando se hartaron de humillarme y maltratarme, no se les ocurre nada mejor que devolverme al orfanato como un juguete roto del cual se habían cansado. Al cumplir los dieciocho años me buscaron un empleo, comencé a trabajar de mecanógrafo en el ayuntamiento y siempre bajo supervisión, por las noches estaba obligado a dormir en el centro de menores. Cuando conseguí demostrar mi valía, mi autosuficiencia, y el comportamiento según ellos fue mejorando, dejaron de tutelarme y pude ir tejiendo mi vida, mi historia… la mía, no la que cuentas tú. Ayer por la tarde estuve en el patio, nos dieron apenas dos horas libres porque están en obras— quieren construir una enfermería con más capacidad— fue sin duda un día especial, quizá el mejor desde que estoy aquí encerrado, sólo recordarlo me envuelve en una vorágine de sensaciones. Hacía una tarde espléndida con mucha claridad y un aire diáfano, sentía el 30


calor en mi piel, y el sol abrasándome la cara, ese sol que tantas veces me fue vetado. Había dos montículos de arena para hacer cemento y eso me excitó, sintiendo un placer inmenso. Se entremezclaron cúmulos de percepciones indescriptibles que calaron en mi alma recordándome la playa y esas lagunas llenas de asperón de mi pasado. ¡Qué sensación, Dios mío! En este momento vuelvo a estar atado con correas en una inhóspita habitación, y de nuevo ese terrible dolor de cabeza, estoy sudoroso aunque siento frío. Pronto comenzarán con las sesiones de electroshock, esas atroces descargas que me producen tantas náuseas, aunque pensándolo bien, tu presencia me da más arcadas. Sé que pronto estarás aquí, a mi lado, intentando culparme de la muerte de ese preso que cegaron y apuñalaron en el corazón ayer por la tarde, tan solo porque encontraron arena en mi ropa interior y un cuchillo en mi celda. Quizá lo pusieras tú, no me extrañaría, sé que tienes fijación conmigo. Olvídate de ese plan maquiavélico que tienes contra mí, vive tu insípida vida y deja que viva la mía, sí, la mía, no la de ese otro personaje que te has inventado. Te diré que como siempre estás equivocado, deberían destituirte del cargo que ocupas, eres un inepto misántropo que nunca desenredará el hilo de la madeja mientras no dejes de señalarme con ese dedo acusador. Tú sí que evidencias tener dunas en los ojos que te impiden ver más allá de tus narices. ¡Cuídate letrado!.. no vaya a ser que las descubra el asesino. —Buenos días, me llamo Rubén y soy su nuevo abogado de oficio. — ¿Qué ha pasado con el otro? —Por eso estoy aquí, para que me hable de él.

31


32


ACERCA DE LA AUTORA

33


34


Marquesa Luna (Carmen Castro) es una eterna soĂąadora a la cual le encanta escribir, y disfruta abriendo ventanas a otras realidades. Ella cuenta historias y guarda misterios, y estĂĄ satisfecha con lo que es, y con lo que hace.

35


36


Desde el balc贸n de mi vida Marquesa Luna 2011

37


Una publicaci贸n de Editorial Digital LetrasKiltras 2011

38


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.