Letras Salvajes #18

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LETRAS SALVAJES Revista de Literatura, Arte y Pensamiento de alta velocidad

Editor: Alberto Martínez-Márquez

Nueva época, número 18 (Doble) abril-julio 2015


Ilustración de portada: “El barbero y la bereber” (defiguración) (Óleo sobre lienzo, 1962) del pintor situacionista Jorn Asger (Dinamarca, 1914-1973). Composición, tipografía y diseño: Alberto Martínez-Márquez y Rogelio de Sart Cuidado de la edición: Nasón Purim Diseño del logo: Iván Figueroa Luciano Esta revista puede ser reproducida, almacenada en un sistema de informática o transmitida de cualquier forma o a través de cualquier medio electrónico, mecánico, copia fotostática, grabación u otros métodos que permitan su libre difusión y consumo. Esta revista no recibe subvenciones algunas de individuos ni de agencias de gobierno, alianzas público-privadas o entidades corporativas nacionales o transnacionales. LETRAS SALVAJES es una publicación sin fines de lucro, que se rige por la libre economía de la koinonía. Copyleft

2015

Favor de dirigir sus colaboraciones al correo-e: revistaletrassalvajes@gmail.com Para envío de libros, revistas, cd-roms, dvds o cualquier otro material apalabrado o audiovisual favor de escribir a la siguiente dirección: Alberto Martínez-Márquez, Editor Letras Salvajes P.O. Box 250425 Aguadilla, Puerto Rico 00604-0425

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LOS/As pReSenTes: Amir Valle [narrativa]4

Dayana Alastre [poesía] 17 Miguel Guasch [narrativa]26 2

Jaya Duvuri [sumi e] 31

Víctor Lenore [ensayo]35 Miguel Ángel Náter [poesía]40

Nancy Nelly Ortiz [narrativa]46 Luis Gilberto Caraballo [poesía]49

Mary Ellen Mark [fotografía]

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José Pais de Carvalho [narrativa] 63

Slavoj Žižek [ensayo] 69 El seis [narrativa]81

Sally Rodríguez [poesía]86 Leonora Acuña de Marmolejo [pintura] 92

Liliana Alemán [narrativa] 96

Norbert Bertrand [ensayo] 101 César Salgado [poesía] 107 Aixa Negrón [fotografía] 111 Alberto Julián Pérez [narrativa] 117 Lionel Santiago [poesía]123


Luis Gilberto Caraballo [pintura] 129 Fernando Sorrentino [narrativa]133 Ana Romano [poesía] 133 Carlos Hernández [reseña]139

Gabriele Riva [sumi e]145 Libros recibidos 148

Naturaleza muerta con piña (óleo sobre lienzo) por Amelia Peláez y del Casal (Cuba, 1896-1968)

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amir valle LAS RAÍCES DEL ODIO (FRAGMENTO DE NOVELA HOMÓNIMA)

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adrid es una ciudad de hormigas. Hormigas que viajan todo el tiempo: a pie, en autos, en ómnibus, en metro, de un lado a otro, alocadas, armadas siempre con celulares y un aura de “no me importa el mundo, sólo me importo yo”, que flota sobre cada una de esas hormiguchas de todas las especies, igual que los aritos flotan sobre las cabezas de los ángeles. Hormigas de traje y corbata, leyendo las económicas en el periódico del día. O peinadas a lo punk. O con grandes turbantes, al estilo de las películas sobre el Medio Oriente. O el ancestral colorido dragónico de los asiáticos en esos miles de rostros ovalados y de ojos achinados que se confunden con los demás insectos. Hormigas jóvenes con grandes mochilas y las patas encerradas en zapatos sucios, desteñidos. Hormigas enanas con collares de cuentas indígenas, e incluso quepis. Hormigas muy blancas, con balalaikas que hacen vibrar hasta romper el ambiente aséptico del metro. Hormigas viejas que se espantan el calor con viejos abanicos y pasan el viaje leyendo novelitas de Corín Tellado, y suspiran de cuando en cuando. Hormigas gordezuelas que an-

dan cargadas de bolsas de algún hipermercado y entran al bus o al metro sin quitar la mirada de las bolsas. Hormigas con carpetas de estudio bajo el brazo, la mente perdida en algún sitio impreciso. Hormigas rubias y morenas y negras y amarillas. Casi todas con sus celulares prestos a detonar. Me sigue gustando esa imagen: grandes hormigas con celulares ocupadas solo en llevar su propia carga de un lado a otro de Madrid. Una ciudad aplastante. Nadie se lo figura. Pero basta dar el salto encima del Atlántico y aterrizar en Barajas para darse cuenta al fin de algunas palabritas que acá la televisión repite y que nadie entiende hasta que no está en lugares como Madrid. “La Habana es una ciudad cosmopolita”, decimos con Perogrullo, y no pensamos que comparada con Madrid, la sobrevalorada Habana es una aldea de mierda, encharcada de mierda, rodeada de mierda de perro y mierda humana por todas partes, montaña formada por la acumulación histórica de escombros y mierdas y sudores y sueños polvoreados por la destrucción, incapaz de mostrar siquiera la belleza de las edificaciones, modernas o antiguas, de Madrid, aún cuando mucho se diga que Cuba es un país para estudios arquitectónicos. A decir verdad, tal vez tengan razón, porque la destrucción

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en las ciudades cubanas la van convirtiendo, quizás, en la mejor plaza del mundo para estudios en terreno de la arqueología arquitectónica. Otra cosa es eso de los mundos posibles. El Primer Mundo. El Tercer Mundo. Llegar a Madrid y descubrir la diferencia entre ese Tercer Mundo al cual dicen pertenecemos unos cuantos países y el Primer Mundo en el que se mueven los europeos, fue una misma cosa, mucho más que una sorpresa, agradable y desilusionante, porque uno se alegra de entrar a un lugar donde todo parece funcionar, y muchas veces funciona como un engranaje perfecto, pero también se le caen las alitas del alma cuando se da de narices con una realidad que nadie puede negar si logra poner el pie fuera de la isla: la propaganda que nos bombardea en la isla nos ha hecho creer a los cubanos que el mundo gira alrededor de nosotros, que todos los ojos del planeta se fijan al detalle en nuestros pasos, que la tierra moriría sin la esperanza de salvación que se cocina cada mañana en la isla, que los cubanos son el pueblo elegido por Dios para salvar a la humanidad de su destrucción inevitable, y resulta que somos, en verdad, el culo del universo, una islita perdida en medio del mar Caribe. --¿No es un sueño?-- me dijo Álida, tiró las maletas en el piso, me tomó de las manos y me obligó a danzar un vals, como una loca, sin importar que todos estuvieran mirándonos. Al principio me contuve, pero luego la euforia subió y sentí

las orejas calientes y el cuerpo ardiendo y una alegría inmensa que debía ser igual a esa que veía en los ojos de mi hermana. --¿Sabes?-- me dijo al final de la danza, en el abrazo que cerró aquel espectáculo, --si Martín hoy no me toca, como es de esperar en estos españolitos pasmados, quiero que me hagas el amor como hacíamos antes, ¿de acuerdo? Me gustaba mi hermana. Desde siempre. Y quizás por eso acostarme con las novias que tuve hasta ese momento era el cumplimiento de un rito: el macho que debe montar a la hembra y hacerla gozar para justificar su papel sobre la tierra. Sólo eso. Con Álida era distinto. Había siempre un descubrimiento, un raro espacio mágico que lo envolvía todo y enrarecía hasta el aire con ese velo angelical que a veces vemos en las películas fantásticas, tal vez como una secuela de aquella primera vez en que vino hasta mi cuarto: “házmelo tú, mi herma”, me dijo entonces, “mis amigas dicen que es lindo con alguien que lo quiera a uno”. En el aeropuerto de Barajas nos esperaba Martín. --Seguro que eran ustedes-- dijo, sonriendo, pero con una extraña mirada que nos salpicó de cierta incomodidad. Era una mirada que jamás le habíamos visto en Cuba. --No te entiendo-- dijo Álida. --Los primeros pasajeros que salieron-- explicó, agachándose para recoger una de las maletas que mi hermana había puesto en el piso pa-

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ra abrazarlo, --iban comentando que ahí dentro, donde se recoge el equipaje, había un par de locos bailando. Apuesto a que eran ustedes. Sonreímos sin responder. --Lo sabía-- dijo en voz baja y movió la cabeza en un gesto de evidente contrariedad. --Ustedes, los cubanos, siempre son así de escandalosos. Echó a caminar y soltó todavía más bajo. --Y es hora de que empiecen a moldearse-- le escuchamos. --Los tiempos de la barbarie se quedaron en la isla. Una ciudad impresionante, eso vimos. Y desde los cristales del coche de Martín, Madrid se veía aún más luminosa, atestada de esos edificios que se parecían mucho a los de las películas de Hollywood que pasaban los fines de semana en la tele, con esos mismos jardines y parques verdes que dicen los más viejos existieron en La Habana hasta que llegó la fiebre de convertir los parques en edificios horribles de fibrocemento, para garantizar esa vivienda digna que, ni así, hemos tenido jamás los cubanos, o la inmensa mayoría. --Es preciosa, ¿verdad, mi herma?-- dijo Álida. --Era preciosa-- cortó Martín, sin dejar de mirar a la fila de autos que tenía delante, --ahora es un nido de latinos de la peor calaña. Quedamos en silencio. En el tono de Martín había una rabia que en Cuba tampoco le habíamos escuchado. Y la verdad es que no supimos

qué carajo quería decir con aquello: en ese momento no teníamos idea de qué significado tenía para los españoles aquella palabra: “latinos”, y tengo que decir que me sonó a cosa lejana, antigua, porque lo único que brilló en mi mente con relación a esa palabra fue una profesora de historia que tuve en la primaria, todo el tiempo hablando maravillas de la cultura greco-latina, que era algo que tenía que ver con los griegos esos de cuando el mundo andaba en pañales, que siempre se las pasaban guanajeando con el tal dios Zeus. Con el paso de los meses entendí, o al menos eso creo: “latinos”, para casi todos los europeos que conocimos, se parecía más a un muro de contención que a una palabra. Latinos eran “esos” que venían de donde nosotros, de América, y lo de latinos era por el apellido de la América: Latina. Pero también era un grupo de gente intrusa con una sola cosa buena, nos dijo un día Martín: llegaban a España dispuestos a trabajar donde los dignos habitantes del Primer Mundo jamás pegarían el lomo, como esa vieja gorda que abrió la puerta del edificio de apartamentos donde vivía Martín y a la que saludamos así, sin pensar, porque en Cuba saludamos hasta a los ratones de las cloacas si se nos ponen por delante. --No tienen que saludarla-- dijo Martín, con una sequedad que nos molestó, --es la que limpia las escaleras del edificio. Alcancé a ver los ojos de Álida y

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supe que ya la cachimba se le iba llenando de tierra. --Mira, Martín-- le oí decir, sin que me diera tiempo a meterle el pellizco que siempre le clavaba en el brazo cuando intuía que mi hermana podía meter la pata por su lengua tan suelta. --.O te quitas ese tonito de gallego conquistador de inditos o te mando aquí mismo a la mierda y... --Vale, vale...-- cortó rápidamente Martín, y se volvió a mirarme, guiñándome un ojo por algo que todavía sigo sin entender. --Es que quiero que ustedes lleguen y no metan los mismos cascos que meten todos los latinos que llegan a Europa... -- y luego, soltando las maletas y pasando el brazo sobre los hombros de Álida. --¡Disculpa, mi amor!... es que no se imaginan lo mal visto que son aquí los latinos. Por desgracia, han traído a este país la violencia que hay en sus países, y eso es mal visto. No quiero que la gente los vea como a ellos. Y así, abrazados, abrió la puerta y la guió directo a su cuarto, mientras yo me encargaba de entrar todo el equipaje. Después, fui tras ellos. --¿Viste esto, mi herma?-- logró decir Álida, las palabras enrarecidas por esa rara acuosidad del llanto. Un enorme perro de peluche estaba sobre la cama. Uno de sus sueños. Un simple detalle en una de las muchas conversaciones que habíamos tenido con Martín, en nuestro cuartucho del solar de Centro Habana: “de niña soñaba con que mi madre me regalaba un perro enorme, pe-

ludo, de peluche, y era un sueño muy lindo que un día se perdió así, ¡paf!, cuando me vi convertida en una mujer”, había dicho ella, y yo, de pronto, todavía parado mirando a mi hermana sentada en una esquina de la cama de Martín, acariciando una de las orejas de aquel perrazo, volví a sentir su voz rajada diciendo esas palabras allá en Cuba, y los ojos de Martín posados en ella, y una sonrisa noble que se parece mucho a esa que le vi mientras contemplaba como Álida lloraba, en silencio, hundiendo sus manos en la pelambre gruesa del sueño que se le había convertido en realidad. --¿Qué quieren hacer después que se den un baño y coman algo?-quiso saber Martín. --Todavía es temprano y, como se darán cuenta dentro de poco, en Madrid no se duerme nadie hasta las dos de la madrugada. Mi hermana quería ver un supermercado descomunal que Martín nos había señalado desde el coche y que estaba a un par de cuadras del edificio. Yo, la verdad, prefería caminar y ver algo, tomarme alguno de esos vinos españoles de los que tanto Martín me había hablado, a ver si en verdad me convencía de que no sabían a madera podrida... en fin, cualquier cosa menos andar, como las mujeres, mirando estanterías y basuras de esas. --He llamado a mi prima Cristina para que te acompañe-- le dijo a mi hermana cuando la vio salir del cuarto, ya bañada, vestida con la ropa

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nueva que él le había comprado y dispuesta a comerse, como dijo, “un buey en marcha atrás, a ver si mato el hambre vieja”. Y a mí me invitaba a una fiesta que le hacían sus amigos por el regreso de Cuba. --Algo así como una despedida de soltero-- dijo, guiñándome otra vez un ojo desde el otro lado de la mesa del comedor, mientras mordía una gamba a la gabardina. --¿Te apuntas? Era en un chalet, a poco más de una hora en coche desde Madrid, en un pueblito cerca de Ávila. Allí no había casas normales: todos eran hermosísimos chalets, aunque no tan grandes como aquel hacia donde Martín dirigió el coche. El dueño, un muchacho flaco y con orejas de ratón, picudas y pequeñas, realmente horrible, se pasó todo el tiempo hablando de sus viajes a Egipto, Marruecos, Arabia Saudita, Japón, en busca de aquellas armas viejas que adornaban casi todas las paredes: cuchillos, cimitarras, sables, alfanjes, navajas, pistolas antiguas y hasta una armadura de samurái de no sé qué dinastía y que había pertenecido a un japonés que, dijo él, había sido muy famoso por los miles de muertos que había tasajeado con la espada de mango tallado con un pequeño dragón que colgaba en su funda a un costado del traje. --¿Apostamos?-- dijo alguien, cuando ya habíamos bebido lo sufíciente como para que la gente se animara a preguntarme cosas tan ínti-

mas como si era cierto que las negras cubanas se echaban picante en el útero para desesperar a los turistas que se acostaban con ellas, o tan estúpidas y comunes como si era cierto que Fidel Castro detestaba a su hermano Raúl porque era una loca de carroza. --¿Y qué tenemos esta semana, Leandro?-- dijo uno de los dos blanquitos, a todas luces, maricones, que habían permanecido sentados como finas damiselas en una de las butacas, mirándome como si yo fuera un pastel de cumpleaños. “Estoy a punto de sonarle una patada en su carita de loca maricona, Martín”, le dije en una oportunidad en me topé con él a la salida del baño. Sonrió y me dijo: “Aquí la mariconería es algo normal, hombre... Respira profundo y verás que se te pasa”. -- Me toca el desquite-- respondió el dueño de la casa, el tal Leandro, que si no era pato andaba dándole vueltas a la laguna. --La semana pasada perdí hasta el reloj de oro que me regaló el viejo en mi cumple. --¿Y qué quieres perder esta semana?-- dijo Martín, sonriendo. --Esta semana no pierdo, verás-contestó Leandro. --Empezamos por una caja de Ron Barceló que mi viejo acaba de mandarme desde Santo Domingo – y añadió dirigiéndose a mí, --en el Caribe, cerca de tu país. Era malo jugando. O tenía mala suerte. O los otros dos tenían al dios de la adivinación parado en las cabezas. Pero en una hora y minutos ya habían completado las primeras ron-

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das de tres juegos a 40 puntos. Jugaban en un raro estilo de cartas al que llamaban mus, y que era largo pero bastante entretenido, quizás porque cada pareja apostaba algo de valor: Leandro y uno de los pajaritos, el ron; Martín y un pecoso enorme llamado Patricio, una pulsera de oro que había comprado por una basura de dinero a un joyero en Nigeria. Y empezaron otra vez, con el breve descanso que se tomó Leandro para ir él mismo a buscar una bandeja con vasos llenos de un whisky que, también, me supo a madera y me hizo preguntarme si los años que llevaba tomando cualquier ron casero malo no habían terminado por atrofiarme el paladar, pues los otros disfrutaban aquel trago como si fuera lo mejor del mundo mientras que yo, por más que lo intentara, seguía sintiéndome igual que en aquellos años de mi infancia en que mi abuela me hacía tomarme una cucharada de aceite de hígado de bacalao para el catarro. A esas alturas, cerca ya de las once de la noche, Leandro y su pareja habían perdido varias cosas: una estilográfica que el pajarito aseguró tenía mucho valor porque había pertenecido a un tal Lorca, escritor, que debió ser otra loca porque había que ser maricón para escribir el poema que aquel muchacho recitó de memoria ante nosotros, como para hacernos ver que estaba bien empapado en el asunto; uno de los cuadros que colgaban en una de las paredes, allí, en la sala de juegos del chalet, y que Leandro juró era de gran valor

aunque a él no le importaba mucho, pues así tenía más espacio para colgar un par de estiletes nuevos que había comprado en un reciente viaje a Dinamarca, y algunas cosas más de menos valor. --Si el señor no desea más nada, nos retiramos-- dijo una muchachita, de unos diecisiete años, vestida de criada, con un traje azul y un delantal muy blanco, que entró en la habitación y esperó unos minutos hasta que hubo una pausa en el juego. --Puede retirarse, Nora-- dijo Leandro, y al ver que la muchacha se volvía se le encendieron los ojos de un modo casi animal. --¿Nora?-- dijo. --Sí, señor-- contestó la muchacha, casi a punto de salir, parada en el dintel de la puerta. --¿Tu hermana está en la casa? --Sí, señor – le oímos decir a Nora. --Hoy es su día libre, pero como sabía que Usted tendría invitados, decidió quedarse para ayudarme. --Perfecto, Nora-- dijo Leandro. -–Muchas gracias. Por el tono del “Por nada, señor” que le escuché a la muchacha, intuí que ella sabía que algo iba a pasar. Después pude explicarme todo, pero en ese momento sólo recuerdo la cara con la que Leandro se viró hacia Martín y el pecoso y soltó: -- Como sé que a ustedes les gustan las mujeres, tengo una oferta especial-- y sonrió, realmente malévolo, como en las películas, a veces, sonríen los psicópatas. Echarían una última partida. Si

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ganaba él, Martín y el pecoso devolverían todo lo que les habían ganado ese día. --Si pierdo, se van a dar unos buenos polvos con Nora y su hermana. Son gemelas, ¿saben? Y como el padre de Leandro las había contratado en negro para trabajar de criadas, porque no tenían los papeles legalizados, no sería la primera vez que se tenían que ir a la cama con jugadores que iban a la casa a jugar a las apuestas con el mus y, como esa vez, no dejaban que Leandro ganara ni siquiera una partida. -- Bueno, nosotros nos largamos-dijo el muchacho que había estado jugando con Leandro, mientras le pasaba el brazo por el hombro al otro, con una fragilidad totalmente femenina. --De sólo imaginarnos la escena que éstos armaran con ésas nos da ganas de vomitar. Y rieron, escandalosas, erotizadas, otra vez lanzando miraditas hacia mí que, según la distribución del manjar ganado en el juego, quedaba sin pareja. Martín pareció darse cuenta. --Déjenlo tranquilo ya, ¿vale?-dijo, endureciendo teatralmente el rostro y mirando a sus amigos a la cara. --El primero que va a probar a esos bombones latinos es mi cuñadito, así que, chau camaradas. Nora y su hermana Norma parecían dos ratas asustadas, temblando, llorosas, en un rincón del cuarto adonde fuimos a cobrar la deuda de juego de Leandro. Estaban desnudas. Y

en medio de la semiborrachera que nublaba mi cabeza, y las risotadas de Martín y el pecoso, pude ver los cuerpecitos raquíticos de las muchachas, sus pubis casi sin pelos, sus teticas pequeñas y casi pegadas al pecho, como el de esas indias que ponía el gobierno en los noticieros de televisión en Cuba para demostrar lo mal que vivían los indígenas en algunas partes de América. Aún así, a pesar de aquella imagen desvalida que al menos a mí, incluso borracho, me daba más lástima que deseo, Martín y el pecoso se quitaron los pantalones y empezaron a masturbarse delante de las muchachas que se abrazaron y esperaron en el rincón, a un lado de la inmensa cama, con temblores que apenas las dejaban estarse en pie. --Si no se desnudan, las vamos a desnudar nosotros-- les había dicho Leandro una media hora antes, cuando las mandó a buscar y las metió en aquel cuarto. --Y ya saben... si no hacen gozar a mis amigos, se van a tomar por el culo... No sabía yo, en ese momento, hasta qué punto aquellas pobres diablas estaban amarradas a su destino de esclavas. Me sentí molesto, al día siguiente, cuando el propio Martín me hizo el cuento que, alguna vez, le había hecho Leandro y que reproducía el cuento con el que habían sido engañadas: “son ecuatorianas, ¿vale?”, dijo Martín, “y acá los ecuatorianos son como una plaga, los ves en todas partes”. -- Yo creo que son masoquistas--

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me dijo sin quitar la vista de la larga fila de autos que había a esa hora en la M30. --¿Masoquistas?-- quise saber. -- Sí, hombre – respondió Martín, --es como si no les bastó con que fuéramos a su tierra en los tiempos de la conquista y casi los extermináramos a patadas. Ahora venían buscando que los españoles les siguieran tratando como a bestias, porque su poca cultura y educación los obligaba a meterse en los peores trabajos, en los negócios más turbios y a seguir viviendo como animales, “igual que vivían allá en la selva, pero con la diferencia que aquí es como en King Kong, ahora viven en esta jungla de asfalto que es Madrid”. --Y a esas dos les quedan unos cuantos años de esclavitud-- dijo, y sus palabras se cortaron con el rugido uniforme de las dos filas de autos que comenzaron a andar en un nuevo empujón del atasco. El padre de Leandro, que había estado en Ecuador en alguno de sus muchos negocios en América, las había conocido en la empresa que tenía montada por allá y vivió todo ese tiempo, “como tres años”, tirándose a la madre de las muchachas como amante, hasta que el rumbo de la inversión le hizo regresar a España. --No es que estén ilegales, como dijo Leandro-- me explicó Martín. -Lo que sucede es que ellos se tienen esa trampa bien callada. Y no le cuentan la verdad a todo el mundo. A él se la habían contado.

--Cuando el viejo de Leandro se regresaba a España, le propuso un trato a la madre de las muchachas-siguió diciéndome, aún sin apartar la mirada de la fila de autos, que ya avanzaba con mayor celeridad. --Él le construiría a la mujer una buena casa, en un barrio de Quito que no fuera tan malo como ése barrio donde vivían antes, y a ellas les haría un contrato de trabajo para que se vinieran a Madrid. Ya sabes... con el trabajo pagarían la construcción de la casa, los gastos de viaje, los papeles de legalización y esas cosas... el mismo cuento de siempre. --¿El mismo cuento?-- me intrigué, pues a decir verdad, aquello era nuevo para mí. --¡Anda que no te enteras, hombre!-- soltó Martín, me miró a la cara y volvió a clavar la vista en la fila de autos, moviendo la cabeza en un gesto negativo. --Es un viejo truco que se usa en Europa para traer gente y hacerlas vivir casi como esclavas. Ya viste a lo que ese cabrón obligó a las muchachas, y que conste, que no es la primera vez que hacen eso. --¿No han podido pagar todavía?quise decir, pero Martín me interrumpió. -- ¿Tú viste esas chochitas negras que nos zampamos? Un temblor me recorrió desde la cabeza hasta los güevos: me vino de golpe la imagen de Martín gritándome para que clavara la grupa flaca de una de aquellas muchachas, creo que era la tal Nora, a la que había dejado tirada bocabajo en la cama des-

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pués de montarla hasta venirse. Martín nunca sabría que yo me tiré sobre ella, le abrí las nalgas y hundí mi verga en el agujero empapado de Nora solamente por miedo a la mirada de odio que vi en los ojos del pecoso y de Martín. En ese momento supe que, muchas veces, el cuerpo responde con el instinto del animal, aunque la mente ande en otras partes: yo estaba excitado, debo decirlo, poderosamente, quizás como sólo me excitaba en la intimidad con mi hermana Álida, y casi reviento a caderazos el cuerpecito frágil de aquella india, pero puedo jurar que no sentí ni el más mínimo placer, algo me frenaba, una nube oscura y pegajosa me impedía pensar, y fueron las palabras de Martín: “para, hombre, para, que la vas a matar”, la que me hizo detener la cópula que emprendí contra aquella grupa insignificante que, sin embargo, mis compañeros sí disfrutaron con grandes bufidos y contorsiones, mientras se vaciaban. Yo, simplemente, no logré el orgasmo. -- Sí-- le dije, por decir algo, pero la verdad es que ni esa imagen me queda de esa noche. --Raquíticas las chochitas, pero estaban sabrosas. --Pues esas chochitas se llenarán de canas antes de que puedan pagar todo lo que les deben al padre de Leandro – dijo Martín. --Por brutas, están condenadas a ser esclavas toda su vida. El tráfico ya se había aligerado y pudimos avanzar y tomar otra de las avenidas esas que circundan Ma-

drid, hasta que vi que Martín desviaba por una de las calles salientes hacia el corazón de la ciudad. Madrid seguía asombrándome. Era una ciudad que se parecía más a una ameba, como si por día se fuera extendiendo y ocupando nuevos espacios, siempre con esa arquitectura variable y contrastante de las grandes ciudades que hasta ese momento yo sólo había visto en las películas; una ciudad que, cada noche, era el tema de conversación entre mi hermana y yo: “¿estuviste por la zona de La Castellana, mi herma?”, decía, “tenemos que ir juntos, ya verás. Me pareció estar en La Habana Vieja”. “¡No jodas, Álida! La Habana está hecha mierda!”. A eso se refería: caminando por algunas calles de Madrid se había fijado por primera vez en lo hermosa que sería La Habana si el cabrón de Fidel Castro se hubiera decidido a mantener la arquitectura de la ciudad. “Y ojo”, decía, “que a lo mejor La Habana es más linda que Madrid si la reparan”. La oficina estaba en el barrio La Latina. --Vamos a la Oficina-- había dicho Martín esa mañana durante el desayuno: yogurt de melocotón, un par de huevos fritos, unas piezas cuadradas de pan tostado a la que llaman acá tostadas, mantequilla, lonchas de jamón y queso, unas mermeladas hechas de naranja o de fresa, y un café con leche tan pura que nada tenía que ver con aquellos desayunos nuestros en La Habana preparados con la poca leche en polvo

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que comprábamos en la bolsa negra y el pan, que daban cada día por la libreta, untado con aceite y sal. Era un locutorio. O, al menos, en apariencia lo era. Cuando pasamos del primer salón, donde unos muchachos consultaban la internet en las cinco computadoras que allí estaban montadas y otros, con pinta de indígenas latinoamericanos, hablaban a gritos en las cabinas telefónicas, no supe si había entrado a una oficina o al altar de un loco: en el centro de la habitación, una mesa semicircular, como esas que salen en las Asambleas de las Naciones Unidas adonde Fidel iba a cagarse en la madre de los yanquis; la parte delantera de la mesa, que quedaba justo frente a la puerta de entrada, tenía una inmensa letra N, pintada en negro, encerrada dentro de una O, que refulgía con un dorado fosforescente, y debajo de aquello, que Martín me explicó: “es un logotipo, hombre, que no se diga”, había escrito: “Nuevo Orden”, también en letras doradas, pero con los bordes en negro. Enmarcadas en la pared, dentro de vistosos cuadros negros, se alineaban cuatro inmensas fotos: el Ché de la boina con la estrella; un Hitler sentado sobre un buró, los brazos cruzados y mirando retadoramente a la cámara; Fidel Castro mirando de medio lado al fotógrafo mientras se acaricia la barba, y una impresionante imagen de Jesucristo parado en un trono, con una corona y que parecía mirarme donde quiera que

yo me paraba: “es el cuadro de Cristo Rey”, le escuché a Martín, obra de un pintor “del renacimiento”, agregó, cuyo nombre ni siquiera recuerdo. --¡Vaya combinación!-- me atreví a decir. --La combinación perfecta-- le oí decir entonces, y lo vi caminar hasta el centro de la mesa y quedar detenido, de espaldas a mí, la cabeza alzada hacia los cuadros en la pared. --Querido David... -- y extendió una pausa que me sonó litúrgica, como si orara en silencio: --Estás ante hombres elegidos por Dios, son los Mesías de la raza humana. --¿Fidel?, ¿Hitler?-- intenté decir. --Yo tenía entendido... --¡Mentiras!-- me interrumpió. -Cuando conozcas la verdadera historia de estos hombres, sabrás que fueron instrumentos de Dios para cambiar la imperfecta raza humana. --Pero Hitler...-- intenté otra vez. --¿Me vas a venir con el cuento chino del holocausto?-- dijo, y se volvió hacia mí, apoyando las dos manos en el borde de la mesa, a sus espaldas. --El poder de la propaganda ha convertido a la gente en bestias ciegas, David... no creas todo lo que se cuenta. Mira al Ché... ¿no has oído a unos cuantos miles de comemierdas decir que fue un déspota, que fue un asesino? Tenía razón. Hay veces en que es mejor que uno se calle cuando no tiene todos los elementos. Y la verdad era que, allí, enfrentado a esa otra historia de la cual me hablaba Martín, yo me sentía sin argumentos ni

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siquiera para justificar algo que, dentro de mí, sentía como una inmensa verdad: Hitler era un loco y por su culpa murieron millones de personas. Por eso opté por el silencio. --Esto que ves-- dijo entonces Martín, sentándose justo al centro de aquella mesa, para quedar exactamente frente a mí, --es la búsqueda del Nuevo Orden. Por eso te he traído. Gente como tú, inocente, ha sido engañada y por eso el mundo está tan jodido como lo ves ahí fuera. Tenemos que cambiarlo. Se puso de pie de un salto y dio la vuelta hasta ponerse de nuevo frente a mí, pero al otro lado de la mesa. Me miró y se colocó de lado, para mirar desde abajo los cuadros. --Dios envió a estos hombres – dijo: --Jesucristo con su capacidad sobrehumana de amor por este mundo nos enseña que hay que llegar a todo, hasta la muerte, si queremos lograr el paraíso que Dios quiere para la tierra. Hizo silencio mientras miraba el cuadro de Hitler, con un respeto que llegaba hasta mí y me molestaba, como una gruesa capa de humo te hace nublar los ojos. --A Hitler le encomendó la tarea de limpiar la humanidad de impurezas—dijo, --algo que hoy es necesario continuar. Es una labor para Dios. Por eso te decía que el holocausto no puede ser juzgado como un mal... estaba en el plan de Dios para hacer mejor esta porquería de mundo en que vivimos.

Caminó unos pasos y se detuvo debajo de la foto del Ché. --Un verdadero iluminado-- dijo, con orgullo, la voz casi marcial. --El Josué del siglo XX; un hombre de guerra que entendió que la humanidad no cambiaría si no la cambiábamos llevando la guerra justa de Dios adonde hiciera falta. ¿Y Fidel? ¿Qué diría de Fidel? Porque al menos a mí nadie me podría convencer de que aquel hombre había sido elegido por Dios para llevar el bien al pueblo cubano: vamos, que bastantes pruebas teníamos los cubanos para echar por tierra esa teoría, viviendo como vivíamos en la mierda desde hacía más de cuarenta años. --Te preguntarás qué voy a decirte de Fidel, ¿verdad?-- dijo, sonriendo. --A tu querido Comandante Dios le dio una misión: “enséñales que mi Reino en la tierra se gana también con el pensamiento, con la inteligencia”, y por eso nadie puede negar que Fidel Castro es el gran estratega político de los últimos cuatrocientos años y que no se podrá escribir la historia del siglo XX sin mencionar su protagonismo en la historia de la raza moderna. Conversaríamos mucho sobre eso. Por eso me había llevado allí. Y tendríamos tiempo, dijo, para que yo entendiera muchas cosas y abriera los ojos a miles de engaños en los que había crecido yo, “igual que buena parte de la Humanidad, David, ciegos por engaño”. -- No quiero reclutarte-- dijo y se

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sentó en la gran silla que, a todas luces, servía de presidencia de aquella mesa. --Cuando escuches nuestras razones, veas la información que te daremos y descubras algo que nosotros descubrimos: somos los llamados a cambiar este mundo de mierda, tú mismo te reclutarás para nuestra causa. Lo primero que tienes que hacer es tirar por tierra tus prejuicios. Y señaló, sin volverse, hacia los cuadros que estaban a su espalda. --Estos-- dijo --son iluminados hombres de Dios de quienes debemos aprender mucho. Lo primero es conocer quiénes fueron realmente. Sentí que debía decir algo, oponerme. Pues si en Cuba jamás me había metido en esos líos de cambiar el mundo, vaya, ni siquiera me metí a cambiar la realidad del cuartucho o del solar donde vivía, qué carajo iba yo a venir a España, donde podía gozar la vida, a mortificarme la existencia con esas boberías de andar soñando imposibles. --Es que a mí eso de hacer políti-

ca nunca me ha gustado, Martín— dije, --y lo de la religión, vaya, ni te cuento. La cara de Martín adquirió, en segundos, un matiz que me resultó siniestro, duro, como si toda esa rara mezcla de cosas que lo rodearan se hubiera metido dentro de él y lo hubiera cambiado por otro Martín, que habló con una voz lúgubre, no sé por qué amenazante. --La guerra está echada, David-le oí desde el mismo sitio de donde, supe entonces, no me había movido ni un milímetro. --Y en esa guerra hay sólo dos bandos: los que vamos a ganar y los que van a perder. Los que vamos a ganar tenemos la bendición de Dios y estaremos eternamente con él en ese mundo mejor que vamos a levantar...; los que van a perder, porque Dios así lo quiso, deben desaparecer de este mundo que sólo pertenece a nosotros, los verdaderos elegidos por Dios. ¿De qué lado quieres estar?

Amir Valle (Cuba, 1967). Escritor y periodista. Su obra narrativa ha sido elogiada, entre otros, por escritores como Augusto Roa Bastos, Manuel Vázquez Montalbán, y los premios Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, Herta Müller y Mario Vargas Llosa. Saltó al reconocimiento internacional por el éxito en Europa de su serie de novela negra “El descenso a los infiernos”, sobre la vida actual en Centro Habana, integrada por Las puertas de la noche (2001), Si Cristo te desnuda (2002), Entre el miedo y las sombras (2003), Últimas noticias del infierno (2004), Santuario de sombras (2006) y Largas noches con Flavia (2008). Su libro Jineteras, actualmente con ediciones en diversas lenguas, obtuvo el Premio Internacional Rodolfo Walsh 2007, a la mejor obra

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de no ficción publicada en lengua española durante el 2006. También ese año resultó ganador del Premio Internacional de Novela Mario Vargas Llosa con su novela histórica Las palabras y los muertos, y en el 2008 obtuvo el Premio Internacional de Novela Negra Ciudad de Carmona, de España, con su obra Largas noches con Flavia. Sus libros más recientes son una historia novelada sobre la capital cubana: La Habana. Puerta de las Américas (alMED Ediciones, España, 2009), la novela Las raíces del odio (El barco ebrio, España, 2012), la novela biográfica Hugo Spadafora - Bajo la piel del hombre (AguilarSantillana, 2013) y Nunca dejes que te vean llorar (Penguin Randon House, 2015). Actualmente reside en Berlín, desde donde dirige OtroLunes - Revista Hispanoamericana de Cultura (www.otrolunes.com). El fragmento de Las raíces del odio ha sido reproducido aquí con el permiso de su autor. Más información en su sitio web: www.amirvalle.com

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Dayana Alastre A LOS PIES DE UN POEMA (2015) 1 17

A esta hora del sol un templo de tristezas se anida en el alma hinchada de duelo de no encontrarse en las esquinas de aquel abrazo

2 El silencio se aferra en los dedos me sostiene en la punta


de tus ganas en los abrazos concurridos desde esa orilla te pertenezco

3 Vestido de sol me ciĂąes de promesas del aliento que aĂşn estalla en mi pulso solo aguardo en el afĂĄn de mi redenciĂłn son las horas de tu magia el eco persistente en mis gemidos

4 Son penumbras mis recuerdos

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notas afiladas que desandan este cuerpo vuelve es la mirada de siempre quien lo implora

5 Volví al rastro de tu nombre para confundir la marcha del hastío volví para reconocerme en tus manos y rendirme a los pies de un poema en la antología de secretos que se escurren entre libros

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celebro esta realidad que me sostiene

6 Te busco en cada constelación a la que perteneces el eco de nuestro pasado aún es mi guía sigo aferrada a tu brújula sólo devuélveme la quietud del destino el bálsamo de tu regreso

7 Asfixia esta realidad

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cubierta de elegĂ­as invoco las huellas del camino donde se libran los poemas donde tu imperio hace nidos

8 Hiciste de la tristeza un rostro marchitaste los tallos donde habitaba la cordura hoy desconozco tu ausencia en la afonĂ­a de esta hora mis penas finalmente declinan

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tu recuerdo sólo es humo

9 Confieso mi culpa vestí de galas el miedo libro la condena que ocupabas en mi boca en los cabos de la luna la sensatez me aguarda en los rincones

10 Me sirvo de tu imagen de las palabras que aún no escribo y asedian un trecho más de tus labios

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11 AquĂ­ me tienes honrando esta noche con las palabras exactas de tus ojos la propuesta incesante en mis labios la promesa el pacto tu bienvenida me consume me absuelve

12 Una y otra vez camino en tus pasos me detengo en los bordes de nuestra gloria amordazada en un presente furtivo

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existo en la fracción de cielo que me otorgas donde esta habitación y mis brazos te liberan

13 Así lo quiso mi fortuna encontrar en mi almohada el arrullo de un poema

Dayana M. Alastre nace en Valencia, Venezuela, en 1974. Licenciada en Educación Inicial por la Universidad de Carabobo, Magister en Lectura y Escritura de la misma Universidad. Ha participado en varios talleres del Dpto. de Literatura de la Dirección de Cultura de la U. C. Entre los cuales están el de poesía, narrativa y poesía breve (haikú). Ha publicado artículos científicos para las revistas educativas Candidus y Educere, a nivel nacional. Es integrante del grupo literario “Litterae ad Portam” así como del comité de redacción de la revista Tuna de Oro. Sus poemas se presentan en la Revista Poesía de corte internacional que edita la U.C. Así como también, en la página Electrónica: El poeta Invitado en Puerto Rico. Tiene cuatro poemarios: Provincias desnudas, Voces

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de la piel (ganador del concurso literario “Teófilo Tortolero” de la U. C.), Geografías Tenues (ganador del Certamen Mayor de las Artes y las Letras, 1° Concurso Nacional de Literatura: “Cada día un Libro” organizado por el Consejo Nacional de la Cultura) y A los pies de un poema (en imprenta).

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Miguel Guasch PRIORIDADES

S

onia va llegando a casa en autobús, y Alex se da prisa por terminar la cena. Es un miércoles en una tarde opaca de otoño en Praga. El pequeño apartamento de la calle Krakovská donde la pareja habita hace cinco años está reluciente. Después de regresar del trabajo, Alex ha invertido sus últimas fuerzas en fregar el parqué, poner la lavadora y colgar la ropa en el pasillo de entrada, lavar la vajilla, y limpiar los baños. El salón y la habitación los ha hecho ayer, y la cocina la hará mañana. El aroma a detergente que brota del suelo fresco se entremezcla con la sopa de verduras que ahora va terminando de preparar. Con una cuchara de madera remueve la mezcla dentro del caldero, evitando salpicar líquido en la hornilla. Deliciosa, piensa él al probar el cálido brebaje, sonriendo con satisfacción. Las especias danzan en su paladar. Esta vez ha quedado buena. Sonia, por su parte, va revisando en su portátil los documentos durante el viaje en bus de regreso al hogar. Concentrada en la labor producida, ignora la gente a su alrededor. Lleva media década en su empresa, y la cantidad de tareas que recibe se ha ido incrementando. Empe-

zó a utilizar sus ratos libres para adelantar asuntos laborales unos cuatro meses de empezar a ejercer su oficio, lo cual con el tiempo se convirtió en una costumbre. Al escuchar el nombre de su estación, exporta los archivos, cierra el ordenador, y lo mete en su maletín de cuero negro. Decide emplear los segundos restantes para enviarle un mensaje a una amiga con su móvil. Luego llama a su madre, pero no la consigue. Han pasado noventa días desde la última ocasión en que vio a su familia, y apenas puede esperar volver a poderse coger vacaciones para visitarles. Sería buenísimo si nos encontrásemos todos en Frankfurt, cavila ella. El próximo mes tendré que ir para presentarle los resultados a mi jefe, y de paso nos podríamos quedar algunos días. ¿Cuánto costará un pasaje de Köln para ellas? Da igual. Yo se lo pago. Al bajarse del vehículo, sus botas de piel marrón pisan un charco de agua, manchándole la chaqueta con unas gotas. Guarda el teléfono. Maldice. Se golpea el abrigo para secarlo, y cruza la calle para adentrarse en el complejo de apartamentos. Alex pone la mesa. Prepara una botella de vino tinto con dos copas, y coloca los platos con los cubiertos sobre el mantel. Esta noche será especial, dice para sí mientras esconde un objeto cuadrado en su bolsillo. Nuestro quinto aniversario.

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Las sábanas están limpias. Todo está arreglado. No hay nada que nos perturbe. Se aproxima al equipo de música y pone su disco preferido. Algo suave, tranquilo, bueno para evitar el estrés. Justo en ese momento se escucha el manojo de llaves, y una que meten en la cerradura. Va a la puerta para abrírsela. Sonia entra. --No vas a creer el día que he tenido en la agencia, cariño-- señala ella al poner un pie en la entrada. -Mi compañero no estuvo y la empresa de España me llamó cinco veces pidiendo los reportes del experimento. Alex le ayuda con su gabardina, y le pregunta por qué no le telefoneó entonces. --Tú le conoces, mi amor. No permite que le apresuren. Para eso estoy yo. A mí que me jodan-- se queja quitándose los botines y dejándolos al lado de la zapatera, encima de la esterilla. Al entrar en la sala, enciende la luz y se dirige a la nevera para tomar un refresco. Pasando por el comedor, no se percata de que la comida está preparada hasta que, después de beber un sorbo de soda, nota el olor que permea el apartamento. --Huele riquísimo—exclama. - Qué bien que has hecho de comer. Tenía un hambre increíble. ¿Sabes que no pude almorzar? ¡Me seguían llegando e-mails de todo el mundo¡ No podía dejar la oficina sola porque imagínate que me llama el jefe grande y no me encuentra. ¡Me meto en un lío!

Alex se le arrima por detrás y le masajea los hombros. Sonia se deja caer hacia enfrente y murmura palabras ininteligibles en forma de agradecimiento. --¿Sabes qué día es?-- inquiere él a medida que va bajando por su espalda, presionando los puntos clave para que se relaje. Ella se detiene unos segundos, intenta atar cabos, y responde: --¿Miércoles? Falta poco para el fin de. Lo sé. ¿Pensaste en lo que te dije? A ver si quedamos con Flavia y Levente el domingo. Recuerda hacer las compras ya que yo voy a estar en el curso del software nuevo que te mencioné. Él le retira las manos del cuerpo y se sirve vino, toma un trago lentamente, y la mira a los ojos cuando ella se da la vuelta. --¿Qué pasa?-- cuestiona ella-. ¿Te habías olvidado? ¿No tienes tiempo para comprar? El niega con la cabeza, pone la copa sobre la mesada, y camina en di-rección a la puerta, luego vuelve. --Es nuestro quinto aniversario... --¿Hoy? ¿Estás seguro?—contesta sacando el teléfono para cotejar su calendario digital. Se muerde el labio inferior. --Ay, mi amor. Perdóname. Es que he tenido una temporada muy alocada, y ni siquiera he podido verificar las fechas. ¿Por eso preparaste la cena? ¡Qué lindo! Lo siento tanto. ¿Qué te parece si este sábado nos vamos al cine. Tú hace mucho que querías ir. Así sacamos

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un tiempito para nosotros. ¿Qué crees? Espera. No. Ahí es que tengo lo del curso. ¿Qué tal el domingo? No tenemos por qué quedar con esta gente. Salimos tú y yo por ahí. Alex observa atentamente cómo gesticula, divaga, y trata de salir del aprieto. Sus labios van formando algo similar a una sonrisa. Va hacia ella y la abraza. --Tranquila. No pasa nada. Despreocúpate. Yo sé que estás volviéndote loca con tantas cosas. Es

normal. Ven, comamos, que se enfría. Ya veremos qué hacemos el fin de semana. Ella acepta la mano que él le ofrece y se sienta a la mesa. Se alegra al notar que había preparado su plato favorito. Le elogia el aspecto, y comienza a servir para ambos. Él, disimuladamente, mete sus dedos en el bolsillo del pantalón y siente la pequeña cajita de terciopelo. Exhala, se acomoda, y le pregunta acerca de su día.

Miguel Guasch nace en Santurce, en diciembre del 1980, producto de un padre cubano y una madre puertorriqueña. Estudió Filosofía en el recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico. Entre 2004 y 2005 residió en España, luego me fue a Italia por espacio de un año, hasta que vino a Viena, en Austria, donde concluyó sus estudios en Filosofía y reside en la actualidad. Ha viajado por Hungría, Ucrania, la República Checa, Francia, Alemania, Holanda, Eslovaquia, Croacia, Gran Canaria, República Dominicana, Haití, Suiza, Argentina, y Rumanía. Así define su apego a las letras: “Mi amor por las letras empezó cuando mi padre me leyó La Vida es Sueño, de Calderón de la Barca, a los 7 años, y me dijo que la mejor manera de entender la vida era plasmándola en palabras. Por esta razón, me interesaron siempre los idiomas, ya que cada uno refleja el alma de las culturas y su manera de interpretar el mundo. Esto me llevó a aprender varios: alemán, ruso, francés, italiano y hebreo, aparte de mis nativos inglés y español, con el fin de leer en original y comunicarme con la gente.” No ha publicado libros hasta el momento.

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Tras 19 años hablando de libros en la revista Qué Leer, el equipo al completo inicia un nuevo proyecto para seguir contando. Librújula: periodismo magnético… ¡y pasión por los libros! Hace años, era otro siglo pero el mismo mundo, yo crecía en un barrio modesto de una Barcelona gris de un país que se decía que estaba en vías de desarrollo, aunque en aquellas vías nunca se acababa de salir del túnel. Un día, me dijeron que sobre la oficina de La Caixa del paseo habían abierto una biblioteca. Yo no sabía muy qué era eso, porque nunca había estado en ninguna. Han pasado 35 años y recuerdo con una precisión fotográfica aquella tarde en que la visité por primera vez: la precaución algo amedrentada al entrar en aquel lugar silencioso que olía a nuevo, la forma de las sillas blancas, la moqueta marrón impoluta en el área infantil… ¡y la sorpresa al descubrir en una estántería la

colección completa de Tintín! Han transcurrido muchos años, pero nunca se me ha pasado aquel asombro. El periodismo cultural del siglo XXI será hipnótico o no será. Queremos seguir asombrándonos todos los días y que vosotros nos acompañéis en el asombro. Hemos de contar que los libros aportan esa vitamina de historias, imaginación y reflexión que hace que la vida se ensanche. Queremos contar y también queremos escuchar. El periodismo del siglo XXI ya no puede vivir de espaldas a su comunidad. Nosotros contamos, vosotros contáis. Un equipo de profesionales del periodismo cultural estaremos aquí trabajando con actualización diaria

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para acercar todas las novedades del sector editorial, seleccionar libros entre la avalancha de novedades, hablar de los grandes títulos y también de los pequeños, realizar entrevistas, crónicas, organizar tertulias on line, unir escritores y lectores en el club de lectura, resolver cualquier curiosidad libresca a través de nuestra Mano sabelotodo… Tenderemos puentes con Latinoamérica a través de unas antenas muy particulares: Antonio Ortuño en México, María Rosa Lojo y el equipo del suplemento ADN del diario La Nación en Argentina y Juan David Correa con el equipo de la revista Arcadia en Colombia. Tendremos una amplia nómina de blogueros que nos aportarán miradas particulares del mundo del cómic, el género negro, la poesía, las adaptaciones literarias al cine o las ediciones de libros sorprendentes. El artista gráfico

y gran maestre del cómic Alfonso Zapico –creador del logo de Librújulanos acercará a los momentos estelares de la historia de la literatura en forma de tira de viñetas y nuestro equipo de fotógrafos (Marta Calvo, Asís Ayerbe y Mario Krmpotic) nos ofrecerán sus instantáneas más sorprendentes y nos contarán el secreto de las fotos. Nos fascina la inmediatez de internet pero también la sensualidad del papel. Por eso tendremos una revista LIBRÚJULA bimensual en un papel de textura cálida y fotos de la máxima calidad, que reunirá algunos de los mejores artículos del bimestre y otros contenidos exclusivos para la edición impresa. Queremos que sea una revista especial, una experiencia de lectura placentera e hipnótica. Se la mandaremos a nuestros suscriptores junto a un regalo literario y la promesa de formar parte de un club de gente que se resiste a que su vida sea vulgar. Esto no es un portal de libros… ¡es una conjura de lectores!

Antonio Iturbe

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Jaya Duvuri

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“Abstraction”


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“Bamboo Leaves”

“Moongazing”


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“Plum Blossom”


Jaya Duvvuri nació en el sur de la India. Su interés por la cultura y el arte japonés la llevaron a practicar pintura sumi-e. Le interesa la simplicidad y cualidad meditativa del arte japonés. Desde hace años practica tanto la pintura con tinta china tradicional (el sumi-e), como la caligrafía. Ha participado en varias exposiciones colectivas en Nueva York, donde vive y trabaja como ingeniera de software. Le apasiona la literatura, y recientemente se ha embarcado en un viaje fantásico con Jorge Luis Borges.

Selección y Nota por Marithelma Costa.

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Víctor Lenore FAVELA FUNK. LOS POBRES TAMBIÉN BAILAN

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as revistas de música anglosajonas no paran de sacar reportajes del favela funk, un género cocinado en los barrios marginales de Brasil. Hablamos de ritmos crudos, mal grabados, con letras hiperbásicas, que suenan en fiestas callejeras. La escena crece sin parar al margen de la industria del disco. A muchos todo esto les suena a “la versión carioca de Pastis & Buenri”, pero el fenómeno tiene más miga de lo que parece... Podemos comenzar defendiendo el funk de las favelas. Los argumentos abundan. Uno cercano en el tiempo: sin estos ritmos elementales, el atómico Arular (2005) de M.I.A. no sería tan explosivo y las sesiones de Diplo sonarían más sosas. Básicamente, se puede disfrutar este estilo por los mismos motivos que se disfruta el reggaetón, el gangsta rap o el guarrote Miami bass (sorpresa: 2Live Crew no han envejecido tan mal como era de esperar). También podemos adherirnos a la frase de Afrika Bambaataa en una de sus visitas a Río: “este es el verdadero funk actual”. Pero, antes de embarcarnos en defensas numantinas, habrá que explicar de qué hablamos. Una de las

figuras señaladas como impulsores de la escena es DJ Nazz. Según explica, las fiestas de funk carioca comenzaron a mediados de los setenta por la imposibilidad de acceder a clubes exclusivos de Río como Regine’s o Le Bateau. “Eran demasiado caros y nosotros demasiado jóvenes. Estaban pensados para gente rica de los barrios de Leblón o Ipanema. Por eso empezamos a montar nuestras fiestas en clubes pequeños o en gimnasios más grandes”. Pronto arrancaron los bailes al aire libre que llegaron a convocar hasta 5.000 asistentes.

Sigue Nazz: “Los equipos estaban hechos con partes de aquí y de allá. Yo empecé a pinchar sin mixer, con dos estéreos. Todo era muy precario. Pronto los DJ se dieron cuenta de que cuanto más potente era el sonido más gente venía a la fiesta. Por eso se pusieron a invertir en bafles. En el fondo, lo que pasó aquí era parecido a lo que estaba pasando en el Bronx con el hip hop. Un disco básico para el funk de aquí fue Planet Rock de Afrika Bambaataa. Kraft-

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werk eran famosos pero no se podían bailar. Por eso Planet rock fue una revolución. Era la primera vez que escuchábamos una caja de ritmos 808 que, para mí, es el sonido del funk”. Hasta mediados de los ochenta, la clase media y alta de Río vivía ajena a los “bailes”, mientras los primeros sound systems se convertían en míticos (Furacão 2000, Cashbox, Curtison o Pipo entre otros). Poco a poco, el impacto del movimiento se volvió innegable: el “baile” era una subcultura que empapaba de vida la ciudad, aportando palabras, actitudes y nuevos pasos de baile. El antropólogo Hermano Vianna le dio consistencia académica con el ensayo Mundo funk carioca (1988). Pronto apareció la primera estrella: DJ Marlboro. A él se debe el primer éxito radiofónico “Melô da mulher feia” (Canción de la mujer fea, también de 1988). En los últimos tres años, el favela funk se ha vuelto cool en EEUU y Europa gracias al disco de M.I.A. y a las sesiones de Diplo (bajénse el Favela on blast o Favela strikes back, donde mezcla dinamita carioca con The Smiths o Madonna, entre muchos otros). Hasta se ha hecho un anuncio de Nissan donde sonaba la

machacona “Follow me, follow me” (de Tejo, Black Alien & Speed). Cualquier verano de estos, el género explota en nuestras discotecas de extrarradio. DJ Marlboro, actual gurú del género, dirige el programa de radio “Big mix”, uno de los más populares de Brasil. Tam-bién es la máxima figura internacional de este estilo, con apariciones en el Sónar de Barcelona o el Summer Stage de Central Park (Nueva York). Así recuerda los albores del favela funk: “Todo empezó en los setenta con fiestas de soul estadounidense. También había ‘bailes’ dedicados al rock, pero a medida que se acercaban los ochenta se fueron volviendo ‘disco’. Cuando grupos como Kool & The Gang o The O’Jays pusieron vetas funk al ‘disco’, los dos ‘bailes’ se juntaron”. Un momento clave fue la explosión del Miami bass: “depués de 1982, arrasaron cosas como “We want some pussy” (2Live Crew), “Don’t stop the rock” (Freestyle) o “Supersonic” de J. J. Fad”. DJ Nazz añade que temas como “Bass Rock Express“ de MC Ade fueron un “hit” en Río. “En esa época tuvimos acceso a mucha más música. Como las azafatas sólo podían traernos un número limitado de discos, me decidí a via-

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jar. Compraba vinilos por 5 y los vendía por 20. Acabe siendo cliente platino de la Pan Am”. Los ochenta terminaban y nació el proyecto Funk Brasil, una recopilación bailable con rapeados en portugués. La idea se la sugirió a Polygram Brasil el DJ Cidinho Cambalhota. Les convenció pero murió poco después en un tiroteo, así que el proyecto pasó a DJ Marlboro. El recopilatorio vendió 100.000 copias y despertó el interés de las multinacionales. Salieron otros discos similares como O Melhor Do Funk, Festa funk 1 & 2 o Beats, Funks & Raps. Los MC eran gente de las favelas, pobladores del gueto hablando de su realidad. El nombre del movimiento era “rap carioca” pero en São Paulo lo llamaban “funk carioca”. “Las discográficas dejaron de invertir cuando se dieron cuenta de que no podían controlar lo que pasaba. Muchos DJ comenzaron a trabajar de forma independiente”, recuerda Nazz. Además, es arriesgado meter pasta en un mercado donde

el público no puede permitirse pagar ni diez euros por compacto. Sin el control de la industria, el negocio pasa a manos de las bandas de narcotraficantes locales. El gobierno brasileño intentó controlar el fenómeno con una ley de 2000 que imponía medidas estrictas para los “bailes”. Entre ellas, detectores de metales y presencia militar. En vez suspender las celebraciones, se mudaron a las zonas más profundas de la favela, donde la policía no se atreve a patrullar (o cobra de los “narcos” por no hacerlo). También se han prohibido los discos que incitan a la violencia, pero se siguen encontrando en P2P y en riñoneras especiales que usan los vendedores callejeros de CD-R piratas (por ejemplo, en el Camelodromo de Río). El periodista Alex Bellos calculaba en 2005 que los “bailes” reúnen en Río a 100.000 personas cada semana. Bellos tuvo que pedir permiso al capo del Comando Vermelho para hablar con algunos “pinchas” con los que documentar un sustancioso reportaje publicado en Blender y The Guardian. ¿Por qué le dieron autorización? Aunque su negocio sea ilegal, los “narcos” aprecian la celebridad hasta el punto de pedir a los compositores de piezas funk que les mencionen en las letras. Muchas veces las rimas hablan de criminales míticos pero, últimamente, se centran en sucesos actuales. “En principio, que te dediquen una canción te hace conocido, lo cual es peligroso. Aumentan tus posibilidades de ir a

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la cárcel. Pero también ligas más. Es increíble la cantidad de chicas que te prestan atención si estás en una banda armada”, afirma DJ Juca. También explica que un amigo suyo hizo una canción con treinta nombres de miembros de gangs y en seis meses diez de ellos estaban en la cárcel. La violencia de las favelas es responsabilidad de las bandas y también de las brutales fuerzas del orden. Una guerra en toda regla que ha culminado este mayo con los ataques de grupos organizados a comisarías de São Paulo. Bellos fue testigo del clima de violencia: mientras redactaba su artículo, la policía de Río mató a un chaval de veinte años. Era portero de fútbol de un equipo local, pero le confundieron con un traficante. 1.200 jóvenes mueren cada año en la favela de la ciudad. Según DJ Juca: “No hay nadie en la favela que no haya sido testigo de horribles escenas de violencia y brutalidad policial. La gente glorifica a las bandas de ‘narcos’ porque suponen una ilusión de seguridad”. Los traficantes pagan los “bailes” para hacerse populares y atraer a la favela clientes para su producto. En todo caso también hay en la favela otras opciones, como la

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asociación cultural Afroreggae, fundada en 1993, que trata de mantener a los jóvenes fuera del desempleo y de la influencia de los “gangs”. Varios mecenas corporativos respaldan sus actividades. Sus proyectos incluyen grupos de música, baile, gestión de centros culturales y el documental Favela Rising (www. afroreggae.org). Podemos terminar con una frase de Vera Malaguti, del instituto de criminología de Río: Los movimientos juveniles masivos siempre son criminalizados por la minoría blanca. EE UU tuvo su revolución y luego la lucha por los derechos civiles. Nosotros nunca tuvimos nada de eso. El favela funk atrae por sus crónicas de la realidad más cercana. Historias brutales de gente que vive vidas brutales”


Víctor Lenore nace en Soria, España, en 1972. Es un veterano periodista musical que ha publicado en El País, Diagonal, La razón,. Playground, Rolling Stone, El Confidencial y la revista de izquiera Ladinamo. Fue uno de los fundadores del sello Acuarela, coordinador la revista Spiral y trabajador ocasional en el Festival Internacional de Benicássim. Duran-te dos décadas, colaboró en la revista musical Rockdelux, donde firmaba la sección de entrevistas Truco o trato. Recientemente ha publicado Indies, hipsters y gafapastas. Crónica de una dominación cultural (2014), ensayo en el que analiza la “estética dominante en el capitalismo posmoderno”. Víctima temprana de la enajenación indie, hoy sólo escucha música de los guetos. Foto por Clara Martínez Castro

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Miguel Ángel NÁter LA SOLEDAD Es como una sirena que se enrosca en los sueños. Es como una sonrisa que del viento y del agua huyó sobre la arena. Es olor que marchita con su color de muerto las campanas gastadas, destellos escuchados por los sepultureros. Huele a divinidad y azota los espacios de las bocas ausentes, los médanos vacíos (las luces estiradas por la espera). El llanto tira horas a relojes oscuros guardados para todos en los lentos caminos como heridas colgadas de la estrella, como el mar al inicio de viejos marineros y ropas en desuso que no aman. Cruzando las fronteras del cielo y de la noche, las estrellas se alargan en su cuerpo. Es como una sirena que se enrosca en los sueños, es como una palabra que siempre te recuerda, es como una sirena que no es rosa y no canta.

El crítico de bruces en el lago, tras los escurridizos peces. Esa raza extinguida en nuestros besos negros. Y cruzas Tú vestido de David,

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travestido de Armando, de Jesús, de Reinaldo perdido en el correo electrónico, sistro del esquivo mirar en que se duerme Eddie, de la altiva mirada con que John me cela de los bellos cariátides del templo, de Mitchum arrimado a la computadora, o de Ricky y sus ojos que quisieran leer mi Pagina nocturna, o del otro Jesús, el bailarín absorto de los horizontes, como Willie cantándome al oído todo el Ave María, o de Jorge invitándome a las olas oscuras de su cama de agua. Cavan en las fosas los geranios cansados de leer esa lápida roja que separa tus labios de los míos, este hastío del caos para alzar el silencio con sus alas negras de sus salas negras. Se desangran las letras de esa lápida herida en el costado. Ganímedes asciende con todas tus preguntas. Y por este poema devolvemos la vida a aquella carne ausente que nos perteneció.

No sé cuándo, no sé dónde, la fuerza irresistible con que Tú me atraes es tal que rompe mis palabras como si alguna vez en otra vida, otro tiempo otra carne, hubiésemos logrado que la vida surgiera de nosotros, …expulsado al fin del Paraíso. Has tenido en tus brazos otros dioses, he tenido en mis manos otras rosas, pero sé que al final, expulsados al fin del Paraíso, no sé cuándo,

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no sé dónde, como si en otra vida en el futuro, otro tiempo, otra carne con esa fuerza irresistible con que Tú me atraes será tal el desliz de las palabras que volveré a sacar de mi profundo lago el reino que te espera, la estatua descolgada de mis labios, destruidos los seres del planeta logrando que la vida surja de nosotros dos, aquella rosa oscura que sonríe en tus labios, el perfume ominoso de esta carne proscrita.

Las cariátides buscan en el templo tu hermosura. Sepulturas recientes, apetitos, la voluta infinita del suspiro y la divinidad del mármol que seduce sobre el que tú pusiste las ideas oscuras, mariposas occiduas que cincelan el tiempo y la isla liberta. ¡Cómo buscan, oscuras, reticentes. Se inclinan en la noche y se desvisten, alzan vuelo los astros y refugian su llanto en ese bosque espeso que tu boca ha leído en mi poema. Versos que se alcoban en la luna. Los ánsares que vuelven. Están solas, aladas y eróticas, promesas que en alguna palabra nunca pronunciada descubrí, pretencioso ángel, las ergástulas mudas del escorzo genial que Tú sonríes.

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¡Cómo bailan, desnudas inquietudes, hermanas de la desolación. Abandonan sus trajes en la arena (náufragos lascivos) que pronto se confunden con la lágrima roja del ocaso. Vierten ese triste licor de tu recuerdo, como niños que ignoran la verdad del llanto primigenio, fantasma, la raíz que culmina en la desolación profunda del geranio solo. Y mientras se efectúan las vibrantes orgías que estremece mi carne y cae el templo, Ícaro desnudo y desicorizado, se estremece la fruta negativa de tus genitales, la letal gacela, y se alejan clamando en un idioma extinto temblando de temor sagrado como dioses que imploran nuestra resurrección.

Los ángeles tuvieron una sed indecible… …y bebieron. Bebieron de la sed de los hombres. Saciaron sus espa(l)das, sus perfectas bocas con la carne maldita, con la luna de sombras. …y luego… sería destruida la ciudad de Sodoma para que no quedaran grabadas en las rocas, en los huertos, en los bellos jardines, en las playas, donde Eros se abraza con anteros, las gotas de lascivia, los oscuros deslices de los hijos de Dios.

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Una obra de arte es buena cuando brota de la necesidad. “Cartas a un joven poeta”, Rainer Maria Rilke

Urde la sonrosada rosa de tu rostro un espacio sa(n)grado como si le doliera al cosmos la mitad de mi alma y la otra mitad fuera pecado. Pero se desenreda el día con tu manto de oro y la luz de los astros se retrasa, cae la lluvia del sexo hasta las tumbas y la lluvia de muertos se levanta. Se esconde la poesía( , ) de mi carne; lúcida campanada se siente, tu recuerdo, se presienten tus alas, Arcángel de la cripta, tenebrosa campana, tenebrario sombrío, vuela lúgubre ala de vampiros transidos, pletóricos secretos de lóbregas plegarias. Una lápida sueña con volver a verte. Es una mano mustia de rosa arrodillada, pétalo secreto y Onán de tu suerte. Sodoma convocada a la desgracia… de no poder tenerte. Más de Sodoma, vieja pincelada… ¡Se reclina desnuda la noche sobre el alba. …y deshojan los robles su amarillo triste… A la iglesia le faltan tenebrosas campanas. Oscuros cementerios son versos que repiten: Cuando vuelvas a verme no veré tu rostro, ni veré en el espejo sino escaras y no veré en tu adentro mi bálano de oro como no me verás en las palabras.

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Miguel Ángel Náter nace en Ciales, Puerto Rico en 1968. Es poeta, ensayista, crítico literario y profesor universitario. Doctor en Filosofía con concentración en Estudios Hispánicos (Universidad de Puerto Rico) y profesor del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. Ha publicado numerosos artículos en periódicos y revistas, tanto en Puerto Rico como en el extranjero, sobre Pablo Neruda, José Donoso, José María Arguedas, José Asunción Silva, Jorge Cuesta y Octavio Paz, entre otros. Su tesis doctoral recibió el Premio de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española y se publicó en Chile bajo la editorial Cuarto Propio con el título José Donoso: Entre la esfinge y la Quimera (2007). Ha publicado también Los demonios de la duda: Teatro existencialista hispanoamericano (2004). Como poeta, ha publicado: Ceremonial (1993), Esta carne proscrita (2004), La queja de los besos negros (2006), El jardín en luto (2011; Mención del PEN Club de Puerto Rico) y Nadie es poeta en su tierra: poemas de la universidad (2013). Como editor, ha publicado Obras dramáticas inéditas de Manuel Zeno Gandía (2006) y El monstruo (2008), novela inédita de Zeno Gandía. Ha sido Coordinador del Programa Graduado del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras y es Catedrático Asociado de dicho Departamento.

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Nancy Nelly Ortiz ÁBRELO Ábrelo, ábrelo, despacio. Di que ves, dime que ves, si hay algo , un manantial breve y fugaz entre las manos. […] Sintonizar reagrupar pedazos, a mi colección de medallas y de arañazos. […] Aún quedan vicios por perfeccionar, en los días raros. Vetusta Morla, “Los días raros” (álbum Mapas)

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in llegar a ti

Como un fuego, como un espejismo. El reflejo de aquel cuerpo a través del cristal empañado e infranqueable. Con formas difusas y sensuales. Colores entre azulosos y amarillos como el sol de aquella tarde, que se mezclaban y se movían al compás de mi canción favorita. Batuta que marcaba el tiempo de mis deseos contenidos. No podía ver ya como quería. Solo sabía que su ritmo no se detenía. Mi canción seguía su melodía en espasmódicas repeticiones en mi cabeza. De pronto tuve valor. Fue un misterioso impulso el que me movió a acercarme al cristal que contenía aquella bella aparición.

Como un escaparate que me abría las puertas al infierno. Allí pude divisar solo su pálido pie. ¿Cómo podía experimentar tanta maldad y de tan cerca? Era (podía ser) la sensación de ser observada, o acaso jugaba el obsceno juego de corromperme. Una procesión de hormigas subía y bajaban en una interminable fila que lograba penetrar el espacio donde se encontraba. Nació en mí un deseo colosal de convertirme en uno de esos insectos trepadores de paredes. Unas inmensas ganas de violar la fuerza de la gravedad. Aquel pie de arco perfecto y contornos sensuales se movía con la habilidad con la cual se suscitaba la adictiva melodía que ya habitaba mi cabeza. Y pude ver. Pude ver. Hizo resbalar su mano en una caricia que se detuvo en su tobillo. En ese momento quise que mi boca fuera su mano. ¿Y si mi cuerpo entero fuera su mano? Con solo pensarlo me estremecía. Mi cuerpo entero vibraba. Me acerque más al cristal. Ya era uno con aquel vidrio. Ya nos fundíamos. Entonces su pie fue a dar contra el recubro y se posó frente a mi boca. Ella concedía mi deseo más oscuro. Mi lengua lamía el cristal. Cerré los ojos y me perdí en aquel deseo incontrolable. Mi cuerpo estaba poseído por el espíritu viviente de aquella diabla. Estaba mojado, empapado, pleno. El ruido lejano de un tren, me saco de mi trance. Abrí

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los ojos para darme cuenta que unos extasiados ojos negros me miraban. Y su lengua estaba también pegada al cristal.

CARBUNCO Y GRANOS Ni muy listo, ni tonto de remate. Fui lo que fui: una mezcla de vinagre y de aceite de comer ¡un embutido de ángel y bestia. Nicanor Parra, “Epitafio”

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n una gran urna de cristal con ruedas. El vendedor de granos del pueblo, llevaba sus delicias fritas. Generoso, cándido y arrojado, cantando a viva voz: granos, granos, Graniiiiitos. No era posible sonar más animado. A su alrededor los niños se arremolinaban, como atraídos por el embrujo de aquella armonía que se repetía sin cesar. A su lado siempre el misterioso estuche negro y dorado de un viejo violín. Esa mañana, la fiebre, el malestar y el dolor en todo su pecho, no habían mermado las notas. Ansioso por vender, las pequeñas joyas extraídas de las brasas, busco en el estuche. Comenzó entonces una anacrusa solitaria. Según el arco de su instrumento se deslizaba, así lo hacían también los transeúntes

a su alrededor. Una hermosa chiquilla se acercó a él casi hipnotizada por aquellas armonías. La tos y la falta de respiración detuvieron su sinfonía improvisada. Casi con su último aliento grito: - a la capo, y nuevamente emprendió el movimiento del arco sobre el instrumento. Las frituritas ya tenían vida propia, y las personas se las servían en unas pequeñas bolsas de papel dispuestas para esto. Depositando el pago por ella en un saquito de terciopelo rojo, amarrado al costado de la gran urna. Fue entonces cuando los colores de aquella mañana desaparecieron ante sus ojos. Un súbito mareo lo derrumbo al suelo. Llevándose en su caída el arco en su mano y arrojando su violín bruscamente sobre el pavimento. La chiquilla que estaba parada a su lado, se tocó su cuello, y en un grito despavorido gri-to: auxilio, me muero. Aquel arco, que había servido para embelesar su inocencia, ahora le cercenaba la garganta. Rápidamente una señora se quitó el pañuelo que recogía su pelo y lo apretó contra el cuello de la niña. El vendedor de granos yacía en el suelo. Un hombre se acercó a él y con voz grave, pronuncio el fatídico designio. Este hombre está muerto. Ya no respira. Allí en medio de la concurrida acera quedaron, la urna vacía, la sangre de la inocente y la alzada del violín del vendedor de granos.

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Nancy Nelly Ortiz Méndez nace en Rio Piedras, Puerto Rico en 1970. Escritora y fotógrafa. Posee dos maestrías: una en Educación Secundaria, con concentración en Administración Escolar, y la segunda en Bibliotecología. Además, completo un Bachillerato en Educación Secundaria con concentración en Español, y un grado en Fotografía. Laboró como animadora radial para varias emisoras en Puerto Rico. Es fundadora del Colegio de Educación Avanzada Gaudí en Humacao, Puerto Rico.

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Luis Gilberto Caraballo POEMAS DE NÚMEROS Y SERIES INFINITAS EL MAR SIN ORILLAS 49

Se siente el mundo muerto. Aún tiende arterias de sangre fría, lo intenta. Parcas miradas, páramos, vértigos ante los ojos del prójimo. Parece, que contuvieran huecos desconcertantes y hubiese pasado una hojilla en su soledad rasgado la voz; disonantes vocales bailarinas sin traje en su vals de ambulancias caóticas Los mundos se amurallan, y mi sombra está demás. Los pies se descosen asidos a su raíz. La aldea cae con delirio, y desnudez. He ingresado a un pueblo en la tempestad, la ciudad está vacía sin puertas, se hiela sin palabras. Algo desconocido recorre en silencio el templo de la vida la caricia. El menosprecio,


y las agujas del reloj siguen por su río con el peso del segundo. Entre sus labios van dejando besos heridos. Y sí alguien espía con migajas en sus ojos ¿ Por qué entonces ese tramar de números inexistentes, de vértigos punzantes? Aparecen en series infinitas deshabitadas, inentendibles, sin orillas adonde pararse a mirar o que alguien diga, al menos al sentir la tibieza de la piel cuando surgen las palabras, los geranios y el tiempo. Que alguien diga, y la noche no sea la única que corresponda con su velamen infinito, con sus aromas de orquídeas inciertas que ocultan las cicatrices, el rostro de ansiedades y muertes en su oscuro manto. Los ojos llevan la mendicidad puesta, en la serie de números. Su eco es como la oración del canto ausente ¡ Si hubiese un puente, una sombra que restituya las vértebras! Cuando la noche entra, el desconcierto se apacigua,

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los ojos pierden nitidez en su mirada. Los faroles menguan, con canciones ebrias, repetidas como mándalas que incendian verticalmente. Tardíamente, aquietan y reposan en el infinito de un anillo. El verso detenido por la inexistencia descansa de preguntarse balbuceante. El alma deambula con su corazón de tiempo. La bahía interna, el mirar pulcro tiene sueño de amoríos: engaños, ebriedad, puertos ilusorios Para no verte y andar Sigo pensando, sin detener el descanso algebraico. Al paso, al paso de que algún día sea distinto; las series elípticas, llegarán con su sueño a restaurar el inicio, sin que sea la locura. o el cero desmedido de un sanatorio junto a los fantasmas de una ciudad. Que sea entonces el amor intenso del amanecer. Y aún me veo niño a la espera.

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MI TIEMPO-EL IMAGINARIO Es la visión de los números. Nos dirigimos hacia el Espíritu Arthur Rimbaud

Mi tiempo no es el nuestro. Caí frente al imaginario. Con una sed insaciable, se levanta virulenta como un ángel. He acabado con los ojos en la ciudad del azul plano, únicamente le interesa hasta lo que las azoteas puedan tocar. Prosigo con la noche sobre la noche, visito el desierto interno del fuego. Su mujer de labios azules flamea con una cintura del inicio y unos ojos dulces de sinfonía te llevan a olvidar tu propia piel y sed. El tiempo no me agobia. La noche es un casco de artilugios. Un antiguo salón sostiene al sueño. Amaga para proseguir sin fin con sus navíos, y culmina desvaneciéndose en la memoria ante el resplandor del amanecer. Sobre la cama, o tendidos en algún rincón del mundo cavilan los ojos con sus iris de agujas que comienzan a hilar un horizonte. Quisiera ser discreto más allá, sutil, más que las primeras gotas,

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de lluvia del verano infinito. Cuando apenas tocan, indagan, besan suavemente y luego, como un torrente de noches y contención, me llevan al ensueño a ver los edificios en las nubes, las ciudades santas, el palacio en la montaña, el señor de voz amarilla que cuida la entrada del reino de lo imaginario, y pido que no me pregunte nada al entrar, tan solo pase como una nube. ¡Cómo le agradezco que no diga nada!

VI Los signos no han tocado a nadie más que a mí Irrumpo en el desorden infinito de las súplicas Vivo muero de un extremo a otro de esta línea Línea extrañamente medida que une mi corazón al /antepecho de vuestra ventana Me comunico a través de ella con todos l /os prisioneros del mundo André Breton

Se ven y los veo alejados una vez, otra, esa serie de noches y muertes. Es más el desconcierto en que me encuentro, y ya no sé quién era. Tengo la voz embebida en versos, en el asombro, al escudriñar y ser auscultado, en las distancias. En un tiempo ubicuo de series de números imprecisos de extrañas coincidencias, cuando veo la estrella quieta que se levanta,

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asomada en un ventanal, con su geometría euclidiana. Va haciendo trazos que azotan mi corazón. Trasiegan como un relámpago, el amor antiguo y lo cruzan en su sístole.

II Números inexactos, con un eléctrico silencio de lúdica presencia entonan una escala de señales en sus orquídeas blancas de astros ocultos. Nos hacen vulnerables y rotos. Cantaros, asoman sus pulsos en los ojos y en las distancias. Intento detenerme, pero su ropaje incierto me convierten en una indefinida trama. Con la cual se viaja a la sonoridad oscura del deseo perdido. Fatiga la ausencia de la certeza y la inmensidad ineludible. Se apaga la fuente racional de los días y una voz de mediana tesitura comienza a mostrarse, con tentáculos de origen desconocido sutilmente canta, llueven lunas, la escala del infinito – que es la muerte

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III La noche es un beso infinito de las tinieblas infinitas. Todo se funde en ese beso, todo arde en esos labios sin límites, y el nombre y la memoria son un poco de ceniza y olvido en esa entraña que sueña Octavio Paz

Cuando menos, parecemos un silencio sideral, con un pulso luminoso y ojos de otro planeta. Un agujero negro sin rostro, sólo espera deglutir todo en su derredor, como una orquesta que hace su cántico de sueños, entrepaños, con violines y violonchelos que se oyen polifónicos bajo la conducción del séptimo pentagrama. Un director de orquesta de índole autista, eléctrico, pulsado por acordes dionisiacos, con su sinfonía, nada irrevocablemente hacia su tragedia, a desaparecer para siempre en lo inexacto de la noche, la velada se acoraza, con el alma inextinguible, de aquel mirar último, el que ciega y calla.

IV Parecen esculturas ilimitadas de notas que se alejan y llevan una simetría de extraña frecuencia, Se alojan en el iris con dulzura

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y nos recuerdan con nostalgia su piedad y ausencia.

V Tienen la armonía de las cortesanas de algún principado exiguo; son damas en desuso que vagan en soledad por el jardín de una sonata, y aún en la memoria viven, ancladas. Nos convierten en una montaña de escalas indelebles, conducidas a la melancolía, donde dudábamos si había fin. Cierto desconcierto orgánico me inunda. Faltó el mirar preciso cuando intentó ir hacia aquellas crestas miserables del desasosiego y no alcanzó, sino a entrever silabas y letras, números enlazados que no se aquietan, solo miran con dureza, y una dulzura infinita de sirena y ninfa de nubes gira hacia el altar de una estrella lúcida. Como un único episodio fugaz, incoherente e imaginario

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Luis Gilberto Caraballo nace en Caracas, Venezuela, en 1962. Es poeta y artista plástico. Su obra poética ha sido difundida en diversas publicaciones literarias y ha participado en numerosos encuentros internacionales de escritores. Su pintura ha sido exhibida en salones y reproducida en revistas. Con cinco poemarios inéditos, su trabajo ha sido incluido en selecciones y antologías de poesía latinoamericana. Y le ha valido reconocimientos de relevancia, como el primer lugar obtenido en el Premio Internacional de Poesía, en Sao Paulo, 2004; así como el máximo galardón en el XXV Congreso Mundial de Poetas, en Los Ángeles, California, 2005. Una Mención Honrosa en el Premio Mundial de Literatura "Municipalidad de Aguas Verdes", Versión Poesía 2009 con el poemario Noches, Retazos y Mares del Poema, Mención honorífica en 1er Premio Mundial Andrés Bello de Poesía 2009 con el poemario Poemas de números y series infinitas. Ha publicado: Encuentro con el sur (2007). El árbol de las casas vacías (2008). Los caminos del tiempo (2009) y Poemas de Números y Series Infinitas (2012). Es miembro del grupo Poetas del Mundo (ex Embajador de Venezuela), de la Unión Hispanoamericana de Escritores (Presidente Adjunto) y del Movimiento Internacional de Metapoesía.

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Mary Ellen Mark

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Mary Ellen Mark nace en Philadelphia, Estados Unidos, en 1940. Fue una de las grandes fotógrafas y fotoperiodista de ese país. Llegó a publicar 18 colecciones de su trabajo. De éstas se destaca Ward 81 (1979) y Streetwise (1988) Su trabajo ha sido vastamente exhibido en galerías y museos alrededor del mundo. De igual manera, sus trabajo fotográfico figura en publicaciones de renombre como Life, Rolling Stone, The New Yorker, The New York Times y Vanity Fair. Fue merecedora del Robert F. Kennedy Journalism Award en tres ocasiones. E, igualmente, recibió tres becas de la National Endownment for the Arts. Asimismo, fue recipiente del 2014 Lifetime Achivement in Photography, otorgado por George Eastman House, y el Outstanding Contribution Photography Award del World Photograhy Organisation. Mary Ellen Mark realizó fotos de producción para más de cien películas, Catch-22 (1970), Carnal Knowledge (1971), Apocalypse Now (1979) y Australia (2008). En 1969 fotografió la producción de El Satiricón de Federico Fellini para la revista Look. Muere en Manhattan en 2015.

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José Pais de Carvalho A PEDRO LE GUSTABA SENTARSE EN AQUEL JARDÍN

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Pedro le gustaba sentarse en aquel jardín, el de la Vigía. La profundidad de la ensenada, entrecortada por el reclinado relieve cubierto de cedros, carvallos y chaparros, escondía, en la distancia y emoción, las rocas y los muros de las quintas revestidos de musgos, de hiedras, o alguna calle salpicada del blanco y del rosa de las casas; mismo el verde, o mejor dicho, los verdes de las laderas de la sierra se desvanecían interrumpiendo, con sus sombras, la equidad solar y fiera o el reflejo de los follajes, de los troncos y de los arbustos. El paisaje, de una excelencia rara, cautivaba el espíritu, Pedro se deslumbraba, admirándola: había una quietud y un silencio. La temporalidad y la harmonía, que sentía única, las sentía como si no hubiera en sí el principio o el fin, pero la imposibilidad de que no fuera uno con todo lo que veía, y eso le dolía, dándole una intranquilidad inherente, tal como si encontrara en la naturaleza su libertad, pero no su alma. El perfume de una acacia, cerca del lugar donde estaba sentado, lo llevó momentáneamente a una sensación: una súbita tranquilidad se impregnaba en los sentidos, en las

entrañas, en su ser: su no pensamiento, pero él no lo sabía. Escrutando sólo un sentimiento de continuidad, sintió el perfume como un perfume y este como una paz, y no la reconoció: aprehendió sólo que fuera una flor allí al lado, lo que alimentó su alma. A lo largo de los años y por los lugares por donde pasó, siempre que se deparaba sentir la fragancia de las acacias, se recordaba de la adolescencia y paraba por breves momentos, inhalándola, sabiendo, inconsciente, buscar algo que había quedado hacia atrás, tanto cuanto traía a la memoria, de la infancia, el aroma de las tilas seculares del patio de la iglesia en las noches calientes de verano. En ese momento aún su mundo era el quintal de casa, los juguetes y el mirar crítico de la madre. Bajar las escaleras del callejón que daba para la calle o pasar la puerta de entrada en la calle principal, ni siquiera un sueño. Él quería ser libre, pero era demasiado temprano para lo comprenderlo. De la calle Derecha, que era así como se llamaba sólo conocía la tienda de Lucho, pero ésa era de tejidos a metro; la otra sí, ésa tenía hasta bicicleta y el olor característico de las droguerías, distinto del olor que para siempre lo acompañó desde su primer día de clases. Todo ahí había sido novedad: el aula, la pizarra, los pupitres, la fi-

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gura fuerte del profesor, el Almeida, pero de los coleguitas nada, solamente la salamandra o el frío que sentía cuando la madre lo obligaba a ducharse en los días de invierno. De los niños, el recuerdo se quedó del día que, en grupo, se aventuró en lo que no reconocía: las barreras que iban para los lados, allá para las bandas del río, allá para las bandas del lagar de aceite. Pero había vuelto solo. Lo atemorizaba retrasarse para la hora de estar a la mesa. Sería el culpable. Para huir a esa posibilidad encetó otro viaje, pero no mejor, por sendas, campos y paredes de piedra suelta que desconocía, tomando como referencia esa invisible autoridad que lo acompañaba. Por fin tuvo que esperar mucho tiempo hasta llegar la hora del almuerzo. A partir de ese día tomó la decisión de nunca más andar por lugares desconocidos; lo que nunca cumplió, mucho menos en las opciones que hizo a lo largo de la vida. Con el tiempo descubriría que el mundo era mucho más que los muros del quintal o alguna autoridad sin corazón. Aún en la adolescencia Pedro llegó a ganar cierta popularidad, ya en el liceo, ya en el grupo de amigo. Entre las veladas y los juegos de fútbol su vida de estudiante balanceaba la lectura, los paseos y el silencio. Era frecuente encontrarlo solo con un libro debajo del brazo o a charlar con alguien. Él se interesaba por temas que tal vez a los otros pasaran desapercibidos, todavía eso era algo ínti-

mo, sólo suyo, no obstante, se expandía cuando las conversas le aficionaban. Por causa de eso, se cuenta, ¡tuvo un gran amor! El hecho nunca fue relevante en el grupo, la relación incluso pareció ser sigilosa, y pasó desapercibida. Parece que acabó prematuramente. Pedro se encerró en sí mismo. Vagueaba por los bares, solo. Nunca se supo lo que pensaba o sentía y también nadie se lo preguntó. Con el tiempo volvió a la convivencia que lo caracterizaba como bohemio. Aún en la universidad un colega le dijo un día: “cuando vienes hacia nosotros, desde lejos, tu figura hace recordar aquellos ancianos robustos de edad indefinida”; Pedro sintió un reconocimiento en aquellas palabras, tal vez porque en su íntimo sabía cuan distante estaba de las emociones perturbadoras de la civilización actual. En vez de eso buscaba otra faceta del ser humano, esa tan distante del mundo presente: su voz interior, o un rumbo. Lejos de las metas y objetivos de una sociedad que, creía él, no sabía más encontrar su destino con el corazón, recorría a las calles seculares, los escondidos recónditos de la sierra, la sencillez del paisaje, de los lugares y del alma. Así que empezó su carrera, cuando volvía a casa de los padres, redescubría las mismas calles tales como las había dejado; aquí y allá una u otra casa más abandonada o cualquier recuperada, manteniendo

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el trazo original; los caminos, los mismos, incluso el del corazón. Pero era con la llegada del otoño, cuando el tiempo empezaba a refrescar y con las primeras lluvias, su mayor impresión: una sensación de recogimiento. Lo embriagaba el olor de la tierra húmeda, de los humos, de las flores y de la floresta, de los matizados tonos amarillos a los rojos de los otoños, en los ruidos de los arroyos y en los estallidos de los ramos de los árboles antiguos. La época consistía en un momento de interiorización y aquel paisaje el camino de la imaginaria libertad, y encontraba el silencio, no el suyo, pero el de la floresta, y cuando, con el tiempo, veía que los pensamientos se aquietaban en unísono con el ambiente en rededor, subyacía una inquietud, un inconstante dolor de no saber qué era lo que lo aprisionaba. Muchos años más tarde se quedó más algunos días en su ciudad. Sorpreso, tuvo necesidad de volver al convento del otro lado de la sierra, Este hace siglos estaba deshabitado. En un determinado momento los monjes se habrían ido. Para Pedro el lugar era un recuerdo, pero ahora vivo, imperativo. No entendió exactamente el porqué de ese deseo. Pero la sensación fue placentera. Precisó de algunos días para lograr recordarse de que había habido otra vez, en la juventud, en que había ido acampar solo para sus inmediaciones. Olvidado del pasado, reconstruyó la entrada y los austeros carva-

llos que la ladeaban. Había pasado horas allá y el recuerdo le transmitía paz. Pedro se confortaba con la aún memoria y se regocijaba. El monasterio se traducía en su sensibilidad, en una expresión amorosa. Él se recordó del momento en que llegó para acampar, de mirar alrededor y de percibir que no había viva alma en los quilómetros más próximos. Se sintió indefenso, pero no dio por el motivo, una soledad lo invadió. Sólo un propósito transcendental podría haberlo llevado allí (justificativa ahora para sus actos en la juventud) y, no percibiendo aún su fragilidad como persona enfrentaba lo que no conocía: lo propio. Y cuando su mirar alcanzó la línea del horizonte existía una emoción, el silencio y una eternidad. Refugiándose en un poema, su alma, más que la emoción, o el latir de su corazón, sintió su propio propósito en un grito de amor o destrucción. En los días que se siguieron, tal vez porque estaba siempre solo, percibió que los pensamientos se sucedían, frenéticos, en un conflicto interior. Más profundo que su ego una parte de sí intentaba libertarse de su destino. Un inconmensurable número de sis lo dominaba en diálogos interiores: imaginaba que debería haber dado un puñetazo si…, o si hubiera dicho aquello cuando el otro dijo… si hubiera hecho…, pero, pobrecito, sólo alimentaba su revuelta, su ira. Luchaba inconsciente, quizá por causa de alguna injusticia y no lo

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sabía. Y eso lo acondicionaba. Estrechaba sus más íntimos sentimientos, tulléndolo. Percibiendo su estado de espíritu, se dominaba como siempre lo intentaba, pero sólo tenía conocimiento de algunas de sus emociones, lo que era distinto de tener conciencia de ellas. Percibió el peligroso paisaje alrededor, el camino de grava resbaladiza bajando por el lado norte del convento hacia la laguna, la sequía de la tierra, el pinar y la incomodidad de todo que veía alrededor. Además de la soledad estaba el dolor árido de la ladera o de su alma, el inconsciente atemorizador y el agua fresca adonde iría, dentro de un rato, a ducharse. Pedro se despertó tal vez a medio de la noche. En el campo el tiempo tiene el aprecio de las estaciones del año en que todo se repite en espacios regulares, incansable. Más tarde volvería finalmente al convento y, mirando por la ventana de la habitación, observó la aurora y recordó, aún amodorrado, de los días que ha pasado allá. El recuerdo no era nítido, pero había sensaciones precisas, como el levantarse a los primeros rayos y exhalar el aire fresco de la mañana, el aroma del mato y de la tierra al nacer del día, o buscar el sol para calentarse y la vivacidad que hay cuando uno vive consonante a energía solar. Al llegar al convento ya el sol iba alto y nada era como antes. El claro donde había colocado la tienda,

hoy, era un parque de aparcamiento. Pedro sólo vio, de otrora, las hojas secas de los pinos y la tierra arenosa pisada por él y, distante, el cielo azul, el atardecer en el silencio, la noche y la memoria suya. Delante de él estaba una vendedora de entradas, cosa contradictoria y, aún más la oferta de unos papeles conteniendo tal vez la historia del lugar. --¡No quiero nada!—Respondió seca y perentoriamente a los funcionarios mientras le ofrecían un servicio extra de una visita guiada. Interrumpir el silencio lo había irritado. Su viaje era a través de los sentimientos, de las emociones y de las sensaciones, y ni siquiera era turista. Una alameda existía ahora en la dirección del monasterio. Próximo a cada árbol una placa indicaba el nombre, familia etc. Pedro leyó la primera con alguna curiosidad, pero en el segundo árbol la idéntica placa y la misma especie. Los labios se cerraron y los maxilares se crisparon. Pedro no osó pronunciar lo que pensó. Ya dentro, volvía a sentarse en el banco donde había pasado horas. Inmediatamente delante de él estaba la hilera de dos o tres mesas y bancos corridos, también rústicos y de piedra, iguales. Pensó la sombra que había disfrutado del enorme carvallo y el apacible lugar, pensó los monjes allí sentados, conversando, quizá leyendo también, tal como él había hecho antes. Y cuando miraba alrededor ya no había una inquietud. ¡Tan-

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tos los años que habían transcurrido! Hoy no sufría el mismo sufrimiento inconfesado, las cuyas emociones exploradas. Él nunca sería la belleza que veía; solamente un espectador, muy distinto de la conciencia que tenía en el jardín de la Vigía, ¡pero un estado de alma y una conciencia sagrada! En común existía un resplandor, esa expresión divina. Y cuando miró en frente del edificio térreo y sencillo, vio la expresión amorosa de lo que tanto tiempo buscó, quizá si la vocación y el destino de aquellos monjes. Las celdas tenían pequeñas puertas en que era necesario que nos bajáramos para entrar. Había, intrínseca, una ceremonia de humildad. Si en otros tiempos, Pedro, cuando visitó las celdas sólo las acechó, ajeno e indiferente, es porque aún no buscaba conocer sus emociones y un sentído para sí mismo. Ahora no. Se curvó para entrar y miró cada detalle en su interior. Como eran pequeñas, ascéticas, pero no solitarias, aparentemente distintas de la atmósfera que envolvía el convento por su individualidad. Imaginó tal vez un catre, alguna mesa y silla de madera de roble, alguna escritura y por encima de todo la perseverancia. Qué trabajo solitario, y ¿por qué no solidario? ¡Qué constante precaución de sus corazones! ¡Cuánta devoción! Ya fuera del edificio, el apacible patio interior transmitía una sen-

sación de harmonía, pequeñas casas en piedra y albañilería y una laguna al centro. Difería mucho del patio de la entrada. Había una sensación laboriosa, amorosamente laboriosa. En otra época Pedro había se sentado a la sombra de un castaño, en un banco de piedra, sintiendo la belleza de aquel lugar, pero los pensamientos volaban, de los sueños soñados a la luz de vela, leía. ¿Dónde estaba? ¿Adónde iba? Y en la curva de la estrada donde las sombras no son las sombras y el sol el sol, de la cual libertad del vientre de la tierra despuntada sentía el dolor de que fuera, decepcionado. Inconformado partía por valles y montañas, los del corazón, donde los paisajes eran los paisajes, los del alma aprisionado. Y en un grito sordo y mudo hacía de la vida poemas y cuadros sin molduras ni tintas o pinceles, sólo la voluptuosidad del mar y la serenidad de la tierra. Pedro se quedó por allí un poco más. El pasado era una memoria, tal vez remaneciente, y el futuro estaba para nacer. Y tal como el mundo se rige, el antes y el después se suceden, inevitablemente pensó en los monjes y en el lugar si una energía, la única posible, irradiaba en todo a su alrededor, en todo su ser, y la reconoció. En su corazón, hoy tranquilo y libre, habitaba una energía amorosa, análoga a del convento, compasiva.

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José Pais de Carvalho nació en Elvas, Portugal, en 1959. Se graduó en Medicina Tradicional China por la Escuela Superior de Medicina Tradicional China de Lisboa. Fue en la adolescencia que descubrió, tras muchos poemas hechos y un cuento, que preferiría ser un gran novelista a ser un mal poeta. Esperó 30 años para recomenzar a escribir. Hoy participa en las revistas Idea y Selene, ambas de Portugal. Este año editará en Puerto Rico su ficción Paem Eçáré (Aquel Que Todo Ve). 68


SLAVOJ ŽIŽEK BATMAN Y LA DICTADURA DEL PROLETARIADO

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he Dark Knight Rises confirma una vez más la forma en que los éxitos de taquilla de Hollywood son indicadores precisos de las problematicas ideológicas de nuestras sociedaddes. He aquí (de modo resumido) su argumento. Ocho años después de los acontecimientos de The Dark Knight, la entrega anterior de la saga de Batman, la ley y el orden prevalecen en ciudad Gótica: en virtud de las facultades extraordinarias conferídas por la Ley Dent, el Comisario Gordon casi ha erradicado la violencia y el crimen organizado. Sin embargo, él se siente culpable porque los crímenes de Harvey Dent se han encubierto (Dent cayó muerto, cuando trató de matar al hijo de Gordon, antes de que Batman lo salvara, y Batman aceptó la culpa de la caída para dar forma al mito de Dent, por lo que consiguió que él mismo fuera demonizado como el villano de Ciudad Gótica), y planea admitir la conspiración en un acto público de celebración a Dent, pero decide que la ciudad no está preparada para escuchar la verdad. Bruce Wayne, quien ya no está más activo como

Batman, vive aislado en su propiedad, mientras que su compañía se está desmoronando después de que invirtió en un proyecto de energía limpia diseñado para aprovechar la energía de fusión, pero que fue apagado después de que se descubriera que el núcleo podía ser modificado para convertirse en un arma nuclear. La bella Tate Miranda, miembro de la junta directiva de Wayne Enterprises, intenta animar a Wayne para volver a la sociedad y continuar con su trabajo filantrópico. Aquí entra el (primer) villano de la película: Bane, líder terrorista que fue miembro de la Liga de las Sombras, y consigue una copia del discurso de Gordon. Después de que las maquinaciones financieras de Bane lleven a la empresa de Wayne cerca de la bancarrota, este último confía en Miranda para controlar su empresa y se envuelve en una breve relación amorosa con ella. (Cuestión en lo que ella compite con Selina Kyle, una gata ladrona que roba a los ricos con el fin de redistribuir la riqueza, pero que finalmente se reúne con Wayne y las fuerzas de la ley y el orden.) Al saber de la motivación de Bane, Wayne vuelve a ser Batman y lo enfrenta, mientras Bane asegura haberse hecho cargo de la Liga de las Sombras después de la muerte de Ra’s Al Ghul. Después de lesionar a

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Batman en un combate cuerpo a cuerpo, Bane lo detiene en una prisión de la que es prácticamente imposible escapar. Sus compañeros de prisión le cuentan a Wayne la historia de la única persona que alguna vez logró fugarse con éxito: un pequeño movido por la necesidad y la fuerza de voluntad. Al mismo tiempo en que un encarcelado Wayne se recupera de sus heridas y vuelve a entrenarse a sí mismo para ser Batman, Bane tiene éxito en la transformación de ciudad Gótica en una aislada ciudad-estado. Primero atrae a la mayoría de la policía de Gótica a las alcantarillas y los deja atrapados allí, luego pone en marcha explosiones que destruyen la mayoría de los puentes que conectan la ciudad con el continente, anunciando que cualquier intento de salir de la ciudad se traducirá en la detonación del núcleo de fusión de Wayne, del que se apoderado, convirtiéndolo en una bomba.

En este punto, llegamos al momento crucial de la película: el asalto de Bane es acompañado de una gran ofensiva político-ideológica. Bane

revela públicamente el engaño de la muerte de Dent y libera a los prisioneros encerrados bajo la Ley Dent. Condenando a los ricos y poderosos, él se compromete a restaurar el poder del pueblo, y emplaza a la gente común a que “se ocupe de su ciudad nuevamente” – Bane se revela como “el último ocupa de Wall Street, llamando al 99% junto con él y derrocar a las élites de la sociedad”. Lo que sigue es la idea de la película del poder popular: ejemplos de los juicios sumarios y las ejecuciones de los ricos, calles llenas de crimen y maldad… un par de meses más tarde, mientras que ciudad Gótica sigue sufriendo el terror popular, Wayne escapa éxitosamente de la cárcel, regresa a la ciudad como Batman, enlista a sus amigos para ayudar a liberarla y detener la bomba de fusión antes de que ella explote. Batman se enfrenta y somete a Bane, pero interviene Miranda y lo apuñala – la benefactora social se revela como Talia al Ghul, la hija de Ra’s: fue ella quien se escapó de la prisión cuando pequeña, y Bane fue la única persona que la ayudó en su escape. Después de anunciar su plan para completar el trabajo de su padre destruyendo Gótica, Talia se escapa. En el caos que viene a continuación, Gordon acaba con la capacidad de la bomba para ser detonada a distancia, mientras que Selina mata a Bane, lo que deja a Batman libre para perseguir a Talia. Él trata de obligarla a llevar la bomba a la cámara de fusión donde puede ser estabilizada, pero ella inunda la cámara. Ta-

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lia muere cuando su camión se estrella fuera del camino, confiando en que la bomba no puede ser detenida. Con un helicóptero especial, Batman arrastra la bomba más allá de los límites de la ciudad, donde se detona sobre el océano y, supuestamente, lo mata. Batman es ahora celebrado como un héroe cuyo sacrificio salvó a ciudad Gótica, mientras que Wayne se cree muerto en los disturbios. Desués de que sus bienes fueran divididos, Alfred ve a Bruce y Selina, juntos y con vida en un café en Florencia, mientras que Blake, un joven policía honesto que sabía acerca de la identidad de Batman, heeda la Baticueva. En resumen, “Batman salva el día, sale indemne y se mueve hacia una vida normal, con alguien más reemplazándolo en su papel de defender el sistema”. La primera pista acerca de los fundamentos ideológicos de este final es proporcionada por Gordon, quien en el (supuesto) funeral de Wayne, lee las últimas líneas de la Historia de dos Ciudades de Dickens: “Esto que hago ahora, es mejor, mucho mejor que cuanto hice; y el descanso que voy a lograr es mucho más agradable que cuanto conocí anteriormente”. Algunos críticos de la película toman esta cita como una indicación de que el filme “se eleva a nivel de lo más noble del arte occidental. La película apela al corazón de la tradición estadounidense: el ideal del noble sacrificio de la gente común. Batman debe humillarse a sí mismo para ser

exaltado, y dar su vida para encontrar una nueva. [ ... ] Como una última figura cristiana-, Batman se sacrifica a sí mismo para salvar a los otros”. Y, en efecto, desde esta perspectiva, sólo hay un paso atrás de Dickens a Cristo en el Calvario: “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, y cualquiera que perdiere su vida por mi causa, la hallará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?” (Mateo 16:25 26). ¿El sacrificio de Batman como la repetición de la muerte de Cristo? ¿No está esa idea comprometida por la última escena de la película (Wayne con Selena en un café de Florencia)? ¿No es el equivalente religioso de este final más bien la idea blasfema bien conocida de que Cristo en realidad sobrevivió a su crucifixión y vivió una larga y pacífica vida (en la India, o incluso en el Tíbet, según algunas fuentes)? La única manera de redimir a esta escena final habría sido leerla como un sueño (alucinación), de Alfred que se sienta solo en una cafetería de Florencia. La característica más dickensiana de la película es una denuncia despolitizada de la brecha entre los ricos y los pobres –al principio del film, Selina susurra a Wayne mientras están bailando en una exclusiva gala de la clase alta: “Se aproxima una tormenta, Sr. Wayne. Y es mejor que usted y sus amigos cierren las escotillas. Porque cuando llegue, ustedes van a preguntarse cómo es que pensaron que podían vivir tan a la

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grande, y dejar tan poco para el resto de nosotros”. Nolan, como todo buen liberal, está “preocupado” por esta disparidad y él admite que esta perocupación penetra en la película: “Lo que veo en la película que se relaciona con el mundo real es la idea de falta de honradez. La película entera trata de la llegada de un punto crítico [...]. La noción de la equidad económica se apodera de la película, y la razón es doble. Una de ellas, Bruce Wayne es un multimillonario. Y eso tiene que ser abordado. [...] Sin embargo, la segunda, es que hay un montón de cosas en la vida y la economía es una de ellas, en la que tenemos que tener un montón de confianza en lo que nos dicen, porque la mayoría de nosotros sentimos que no tenemos la herramientas analíticas para saber lo que está pasando [... ]. Yo no siento que exista una visión de izquierda o derecha en la película. Lo que hay es simplemente una evaluación honesta o una exploración honesta del mundo en que vivimos –las cosas que nos preocupan”. Aunque los espectadores saben que Wayne es mega-rico, tieden a olvidar que su riqueza proviene de la fabricación de armas y la especula-

ción en el mercado de valores, que es la razón por la que los juegos bursátiles de Bane pueden destruir su imperio –traficante de armas y especulador, ése es el verdadero secreto bajo la máscara de Batman. ¿Cómo se ocupa la película de ello? Resucita el tema arquetípico de Dickens de un buen capitalista que se dedica a la financiación de orfanatos (Wayne) versus un mal capitalista codicioso (Stryver, como en Dickens). En tal sobre-moralización dickesiana, la disparidad económica se traduce en “falta de honradez”, que debe ser “honestamente” analizada, a pesar de que no tengamos algún tipo de mapa cognocitivo confíable, y ese enfoque ”honesto”, da lugar a un nuevo paralelismo con Dickens – como el hermano de Christopher Nolan, Jonathan (quien co-escribió el guión) dijo sin rodeos: “Para mí, Historia de Dos Ciudades fue el más terrible retrato de una civilzación conocida y descriptible que se cae completamente en pedazos. Los terrores en París, en Francia en ese período, no es difícil imaginar que las cosas podrían ir tan mal y de forma equivocada”. Las escenas de la revuelta vengativa populista en la película (una turba sedienta de la sangre de los ricos que los han ignorado y explotado) evocan la descrip-

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ción de Dickens del reinado del Terror, por lo que, aunque la película no tiene nada que ver con la política, sigue la novela de Dickens en retratar “honestamente” revolucionarios como poseídos fanáticos y así proporciona “la caricatura de lo que en la vida real sería un revolucionario comprometido ideológicamente al combate de la injusticia estructural. Hollywood le dice lo que el stablishment quiere que sepa –los revolucionarios son criaturas brutales, con absoluto desprecio por la vida humana. A pesar de la retórica emancipadora de la liberación, tienen planes siniestros ocultos. Entonces, cualesquiera que sean sus razones, tienen que ser eliminados”. Tom Charity estaba en lo correcto al señalar la “defensa de la película del stablishment bajo la forma de multimillonarios filantropos y una policía incorruptible” –en su desconfianza de la gente tomando cosas entre sus propias manos, la película “demuestra, al mismo tiempo, un deseo de justicia social como un temor de que eso pueda realmente verse en las manos de una turba”. Karthick aquí plantea una perspicaz pregunta con respecto a la inmensa popularidad de la figura del Joker de la película anterior: ¿por qué una disposición tan dura hacia Bane cuando el Joker fue tratado con clemencia en la película precedente? La respuesta es simple y convincente: “El Joker, llamando a la anarquía en su forma más pura, críticamente subraya las hipocresías de la

civilización burguesa, tal como existe, pero sus opiniones son incapaces de traducirse a la acción de las masas. Por otro lado, Bane, plantea una amenaza existencial para el sistema opresivo. Su fuerza no es sólo su físico sino también su capacidad para comandar a la gente y movilizarlos para alcanzar un objetivo político. Él representa a la vanguardia, el representante organizado de los oprimidos que promueve la lucha política en nombre de ellos para generar cambios sociales. Es la fuerza, con el mayor potencial subversivo, que el sistema no puede acomodar. Tiene que ser eliminado”. Sin embargo, incluso si Bane carece de la fascinación del Joker de Heath Ledger, hay una característica que lo distingue de este último: amor incondicional, la misma fuente de su dureza. En una breve pero emotiva escena, vemos cómo, en un acto de amor en medio de terribles sufrimientos, Bane cuida a la pequeña Talia, sin importarle las consecuencias y pagando un precio terrible por ello (fue golpeado en cada pulgada de su cuerpo mientras la defendía). Karthick está totalmente justificado al localizar este evento en la larga tradición, desde Cristo hasta el Che Guevara, que exalta la violencia como una “obra de amor”, como en las famosas líneas del diario del Che Guevara: “déjenme decir, con el riesgo de parecer ridículo, que el verdadero revolucionario es guiado por un fuerte sentimiento de amor.

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Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad”. Lo que encontramos aquí no es tanto la “Cristinización del Che” sino más bien un “Cheitización” del propio Cristo –el Cristo de las “escandalosas” palabras de Lucas (“Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre y a su madre, su esposa e hijos, sus hermanos y hermanas– e, incluso su propia vida – no puede ser mi discípulo” (14:26), punto que va en exactamente la misma dirección que la famosa frase del Che: “Tú tienes que endurecerte, pero sin perder la ternura”. La declaración de que “el verdadero revolucionario es guíado por un gran sentimiento de amor” debería ser interpretada conjuntamente con la mucho más problemática afirmación del Che Guevara sobre los revolucionarios como “máquinas de matar”: “El odio es un elemento de lucha, el odio implacable del enemigo que nos impulsa a ir más allá de los límites naturales de los hombres y transformarnos en máquinas efectovas, violentas, selectivas y asesinos fríos. Nuestros soldados deben ser así, una persona sin odio no puede derrotar a un enemigo brutal”. O, parafraseando a Kant y Robespierre una vez más: un amor sin crueldad es impotente; una crueldad sin amor es ciega, una pasión efímera que pierde su ventaja persistentemente. Guevara está aquí parafraseando las declaraciones de Cristo en la unidad del amor y la espada: en ambos casos, la paradoja subyacente

es que lo que hace el amor Angélico, lo que lo eleva sobre mero sentímentalismo inestable y patético, es su crueldad, su vínculo con la violencia –es este vínculo que asciende al amor sobre y más allá de las limitaciones naturales del hombre y lo transforma en una unidad incondicional. Esto es por qué, detrás de The Dark Knight Rises, el único amor autentico en la película es el de Bane, el “terrorista”, en clara contraposición a Batman.

En el mismo sentido, la figura de Ra’s, el padre de Talia, merece una mirada más cercana. Ra’s es una mezcla de rasgos árabes y orientales, un agente del terror virtuoso luchando para equilibrar la dañada civilización occidental. Es interpretado por Liam Neeson, actor cuyo personaje en pantalla generalmente irradia bondad, dignidad y sabiduría (es Zeus en el Clash of Titans), y que también interpreta a Qui-Gon Jinn en La Amenaza Fantasma, el primer episodio de la serie Star Wars. QuiGon es un Caballero Jedi, el mentor de Obi-Wan Kenobi como también el primero en descubrir a Anakin

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Skywalker, creyendo que Anakin es el elegido que restablecerá el equilibrio del universo, haciendo caso omiso de las advertencias de Yoda acerca de la naturaleza inestable de Anakin; al final de la amenaza fantasma, Qui-Gon es asesinado por Darth Maul. Ra’s en la trilogía de Batman, también es el maestro del joven Wayne: en Batman Begins, encuentra al joven Wayne en una prisión China; presentándose a sí mismo como “Henri Ducard”, le ofrece al niño un “camino”. Después Wayne es liberado, y le sigue a la fortaleza de la Liga de las sombras, donde Ra’s está esperando, a pesar de que se presente como el siervo de otro hombre llamado Ra’s al Ghul. Al final de un entrenamiento largo y doloroso, Ra’s explica que Bruce debe hacer lo necesario para luchar contra el mal, al revelar que lo han entrenado con la intención de que él lidere a la Liga para destruir ciudad Gótica, la que creen que se ha vuelto irremediablemente corrupta. Ra’s así, no es una simple personificación del mal: él representa la combinación de la virtud y el terror, disciplina igualitaria que combate contra un imperio corrupto y por tanto pertenece a la línea que se extiende (en la ficción reciente) de Paul Atreides en Dune a Leonidas en 300. Y lo que es crucial es que Wayne es su discípulo: Wayne fue formado como Batman por él. Dos críticas de sentido común se presentan aquí. En primer lugar, hubo monstruosas matanzas y vio-

lencia en revoluciones reales, del estalinismo hasta Khmer Rojo, por lo que la película claramente no sólo está participando de la imaginación reaccionaria. La segunda crítica, opuesta a esta: el actual movimiento de OWS (Occupy Wall Street) no fue violento, su meta no era definitivamente un nuevo reinado del terror; y en la medida en que, como se supone, la revuelta de Bane extrapola la tendencia inmanente del movimiento OWS, la película ridículamente tergiversa sus objetivos y estrategias. Las protestas anti-globalización son todo lo contrario del terror brutal de Bane: Bane se alza como la imagen especular del terror de Estado, de una secta fundamentalista asesina usurpando y gobernando por el terror, no para su superación a través de la autoorganización popular… Lo que comparten ambas críticas es el rechazo de la figura de Bane. La respuesta a estas dos críticas es múltiple. En primer lugar, se debe dejar en claro el alcance real de la violencia –la mejor respuesta a la afirmación de que la reacción de una turba violenta a la opresión es peor que la opresión original, fue proporcionado hace mucho tiempo por Mark Twain en su Un Yanquee de Connecticut en la Corte del Rey Arturo: “hubo dos reinos de Terror si podemos recordarlo y examinarlo; el primero forjado en caliente pasión, el otro en sangre fría sin corazón… nuestros estremecimientos son para los horrores del menor Terror, el Te-

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rror momentáneo, por así decirlo, mientras que, ¿cuál es el horror de la muerte rápida por el hacha comparado con la muerte de toda la vida por el hambre, el frío, el insulto, la crueldad y angustia? Un cementerio de la ciudad podría contener los ataúdes llenados por ese breve Terror al cual a todos tan diligentemente nos han enseñado a temblar y afligirnos pero ni toda la Francia podría contener los ataúdes llenos por ese Terror más antiguo y real, ese indecible, amargo y terrible terror, que a ninguno de nosotros han enseñado a ver en la inmensidad o pena que merece”. Entonces, uno debe desmitificar el problema de la violencia, rechazar reclamaciones simplistas de que el comunismo del siglo XX ha usado demasiado excesiva violencia asesina y que debemos tener cuidado para no caer en esta trampa nuevamente. Como un hecho, esto es, por supuesto, aterradoramente cierto –pero ese enfoque directo sobre la violencia oscurece la cuestión de fondo: ¿qué estaba mal en el proyecto comunista del siglo XX como tal, que la debilidad inmanente de este proyecto empujó a recurrir a los comunistas (y no sólo a aquellos) en el poder a la violencia desenfrenada? En otras palabras, no es suficiente

decir que los comunistas “descuidaron el problema de la violencia”: fue un fracaso social y político más profundo lo que empujó a la violencia. (Lo mismo ocurre con la noción de que los comunistas “descuidaron la democracia”: su proyecto global de transformación social forzaba sobre ellos este “descuido”). Por lo tanto, no es sólo que el cine de Nolan no fuera capaz de imaginar el poder popular auténtico –los “reales” movimientos radicales-emancipatorios tampoco fueron capaces de hacerlo y permanecieron atrapados en las coordenadas de la vieja sociedad, por eso el real “poder popular” muchas veces fue un horror tan violento. Y por último, pero no menos importante, es demasiado simple afirmar que no existe ningún potencial violento en OWS y movimientos similares. Hay una violencia en juego en cada proceso emancipador auténtico: el problema de la película es que traduce erróneamente esta violencia en terror asesino. ¿Cuál es, entonces, la violencia sublime respecto a la que el más brutal asesinato es un acto de debilidad? Hagamos un desvío a través de Ensayo sobre la lucidez, de José Saramago, que narra la historia de

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los extraños sucesos en la capital sin nombre de un país democrático no identificado. Cuando la mañana del día de las elecciones es enturbiada por lluvias torrenciales, es preocupantemente baja la participación electoral, pero el tiempo mejora por la tarde y la población se dirige en masa a sus puestos de votación. Sin embargo, el alivio del gobierno dura poco tiempo, cuando el conteo de votos revela que más del 70% de los votos emitidos en la capital han quedado en blanco. Desconcertado por este aparente lapsus cívico, el Gobierno da a la ciudadanía la oportunidad de enmendarse tan sólo una semana más tarde con otro día de elecciones. Los resultados son peores: ahora el 83% de los votos está en blanco. Los dos principales partidos políticos: el gobernante partido de la derecha (P.D.D.) y su principal adversario, el partido del centro (P.D.M.), entran en pánico, mientras que el desgraciadamente marginado partido de izquierda (P.D.I.) hace un análisis afirmando que los votos en blanco son esencialmente un voto para su agenda progresista. Sin estar seguros de cómo responder a una protesta benigna, pero con la certeza de que existe una conspiración antidemocrática, el Gobierno rápidamente etiqueta al movimiento de “terrorismo, puro y duro” y declara estado de emergencia, lo que permite suspender las garantías constitucionales y adoptar una serie de medidas cada vez más drásticas: los ciudadanos son capturados al azar y desaparecen

en sitios secretos de interrogación, la policía y la sede del Gobierno se retiran de la capital, sellando la ciudad contra cualquier entrada o Salida, y finalmente produce su propio cabecilla terrorista. La ciudad sigue funcionando casi normalmente por mucho tiempo, la gente esquiva las ofensivas del Gobierno con una armonía inexplicable y con un nivel verdaderamente gandhiano de resistencia no violenta… esta, abstención de los votantes, es un caso verdaderamente radical de “violencia divina” que despierta reacciones de pánico brutales de aquellos que están en el poder. Volvamos a Nolan, la trilogía de películas de Batman, sigue, por tanto, una lógica inmanente. En Batman Begins, el héroe permanece dentro de las limitaciones de un orden liberal: el sistema puede ser defendido con métodos moralmente aceptables. The Dark Knight es efectivamente una nueva versión de los dos western clásicos de John Ford (Fuerte apache y El hombre que mató a Liberty Valance) que retratan cómo, con el fin de civilizar el salvaje oeste, es necesario “imprimir la leyenda” e ignorar la verdad –en definitiva, cómo nuestra civilización tiene que basarse en una mentira: es preciso romper las reglas con el fin de defender el sistema. O, para decirlo de otra manera, en Batman Begins, el héroe es simplemente una figura clásica de los vigilantes urbanos que castiga a los criminales donde la policía no puede hacerlo; el problema es que la

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policía, la agencia oficial del cumplimiento de la ley, admite ambiguamente la ayuda de Batman: mientras admite su eficiencia, también lo percibe como una amenaza a su monopolio del poder y un testimonio de su propia ineficiencia. Sin embargo, la transgresión de Bat-man aquí es puramente formal, reside en actuar en nombre de la ley sin estar legitimado para hacerlo: en sus actos, no viola la ley. The Dark Knight cambia estas coordenadas: el verdadero rival de Batman no es el Joker, su oponente, sino Harvey Dent, el “Caballero blanco”, el agresivo nuevo fiscal de distrito, una especie de vigilante oficial cuyo faná-tica batalla contra la delincuencia le lleva a matar a gente inocente y a su propia destrucción. Es como si Dent fuera la respuesta del ordenamiento jurídico a la amenaza de Batman: contra la lucha del Batman vigilante, el sistema genera su propio exceso ilegal, su propio vigilante, mucho más violento que Batman, directamente violando la ley. Por tanto, existe una justicia poética en el heho de que, cuando Bruce planea revelar públicamente su identidad como Batman, Dent salta y

en su lugar se indica a sí mismo como Batman –él es ” más Batman que el propio Batman”, llevando a cabo la tentación a la que Batman todavía era capaz de resistir. Entonces cuando, al final de la película, Batman asume los crímenes cometidos por Dent para salvar la reputación de héroe popular que encarna la esperanza para la gente común, su modesto acto contiene una cuota de verdad: Batman de algún modo devuelve el favor a Dent. Su acto es un gesto de intercambio simbólico: Dent primero toma para sí la identidad de Batman y, a continuación, Wayne –el Batman real– toma sobre sí mismo los crímenes de Dent. Por último, The Dark Knight Rises empuja aún más las cosas: ¿no es acaso que Bane llevó a Dent hasta el extremo, hasta su auto-negación? ¿Un Dent que llega a la conclusión de que el sistema en sí mismo es injusto, por lo que con el fin de luchar eficazmente contra la injusticia, uno tiene que atacar directamente al sistema y destruirlo? ¿Y, como parte del mismo movimiento, un Dent que pierde las ultimas inhibiciones y está listo para usar toda su brutalidad asesina para lograr este objetivo? El surgimiento de tal figura cambia la constelación por completo: para todos los participantes, inclusive Batman, se relativiza la moralidad, se convierte en un asunto de conveniencia, algo determinado por circunstancias: es lucha de clases abierta, todo está permitido para defender al sistema cuando nos encontra-

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mos lidiando no sólo con gangsters maniáticos, sino que con un levantamiento popular. Entonces, ¿esto es todo? ¿Debe la película ser rechazada de plano sólo por aquellos que están comprometidos en las luchas emancipadoras radicales? Las cosas son más ambiguas, y uno tiene que leer la película en el mismo modo en que tiene que interpretar un poema político chino: las ausencias y las presencias sorprendentes cuentan. Recuerden la vieja historia francesa sobre una esposa que se queja de que el mejor amigo de su marido hace insinuaciones sexuales ilícitas hacia ella: tarda un tiempo hasta que el amigo sorprendido entiende el asunto –de esta manera retorcida, ella está invitándolo a seducirla… Es como el inconsciente freudiano que no conoce de la negación: lo que importa no es un juicio negativo sobre algo, sino el mero hecho de que ese algo sea mencionado – en The Dark Knight Rises, el poder popular ESTÁ AQUÍ, se escenifica como un Acontecimiento (Event), en un paso clave dado desde los oponentes habituales de Batman (mega-capitalistas criminales, mafiosos y terroristas). Nosotros tenemos aquí la primera pista –la perspectiva de que el movimiento OWS tome el poder y establezca una democracia popular en Manhattan es tan evidentemente absurda, tan absolutamente irreal, que uno no puede sino plantear la interrogante: ¿Por qué, entonces, el principal Blockbuster de Hollywood

sueña con eso? ¿Por qué evoca este espectro? ¿Por qué incluso soñar con el OWS explotando en una violenta toma del poder? La respuesta obvia (manchar al OWS con acusaciones de que alberga un potencial terrorista totalitario) no es suficiente para dar cuenta de la extraña atracción ejercida por la perspectiva de “poder popular”. No es de extrañar que el correcto funcionamiento de este poder permanezca en blanco, ausente: no se dan detalles acerca de cómo este poder del pueblo funciona, qué está haciendo la gente movilizada (Recuerden que Bane dice que las personas pueden hacer lo que quieren él no está imponiendo sobre ellos su propio orden). Es por eso que la crítica superficial de la película (“su representación del reino OWS es una caricatura ridícula”) no es suficiente, la crítica tiene que ser inmanente, tiene que buscar dentro de la propia película una multitud de signos que apuntan hacia el auténtico Acontecimiento. (Recordar, por ejemplo, que Bane no es sólo un terrorista brutal, sino una persona de profundo amor y sacrificio). En resumen, la pura ideología no es posible, la autenticidad de Bane ha dejado un rastro en la textura de la película. Este es el porqué la película merece una lectura minuciosa: el Acontecimiento (Event) –la “república popular de Ciudad Gótica”, la dictadura del proletariado en Manhattan– es inmanente a ella, ese es su centro ausente.

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Slavoj Žižek nace en Ljubljana, República Popular de Eslovenia, Yugoslavia, en 1949. Asistió a la escuela de secundaria Bežigrad. Realizó estudios de Filosofía en la Universidad de Liubliana donde se doctoró, y en Psicoanálisis en la Universidad de París VIII Vincennes-SaintDenis, donde obtuvo su segundo doctorado. Fue investigador en el Instituto de Sociología de la Universidad de Liubliana y profesor invitado en diversas instituciones como las de Columbia, Universidad de Princeton, New School for Social Research de Nueva York y la Universidad de Míchigan. Director Internacional del Instituto Birkbeck para las Humanidades. Considerado uno de los precursores de una nueva teoría crítica de la cultura, se presenta así mismo como filósofo radical y se hizo filósofo, aclara, en segunda opción, porque su aspiración era el cine. Considerado como uno de los más prestigiosos seguidores de Jacques Lacan. En su trabajo destaca una tendencia a ejemplificar la teoría con la cultura popular y también de la teoría psicoanalítica lacaniana para sus análisis de la sociedad en su conjunto. Su estructura de pensamiento se referencia en las teorías hegelianas y marxistas alcanzando los campos de la sociología, la psicología, la filosofía y la comunicación. El psicoanálisis le permite reconstruir la subjetividad del hombre moderno, y con ayuda de Lacan, recompone el escenario originario en el que debe desarrollarse un sujeto a la altura de su tiempo. Zizek, que sufrió los rigores de la burocracia comunista en la ex Yugoslavia, no renuncia al marxismo ni al concepto de economía política, aunque lejos de la escolástica. Su trabajo sobre el cine se inscribe en la línea de los estudios culturales fundados por el pensador marxista estadounidense Fredric Jameson. Escribe regularmente en la prensa internacional sobre geopolítica. Militante activo de los movimientos democráticos eslovenos de los años ochenta, participó como columnista de la revista alternativa Mladin. Entre sus libros publicados están: El sublime objeto de la ideología, Todo lo que usted siempre quiso saber sobre Lacan y nunca se atrevió a preguntarle a Hitchcock, Contingencia—Hegemonía—Universalidad, Ideología. Un mapa de la cuestión, La suspensión política de la ética, Bienvenidos al desierto de lo real, Visión de Paralaje, Órganos sin cuerpo, Lacrimae Rerum. Ensayos sobre cine moderno y ciberespacio, En defensa de causas perdidas y Bienvenidos a tiempos interesantes. (Fuente: http://www.buscabiografias.com/biografia/verDetalle/9946/Slavoj%20Zizek).

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EL Seis EL CANTO DE UN VIEJO

“D

éjate llevar por tus más oscuras obsesiones, angustias, perturbaciones, (no te preocupes), no tengas miedo, no pasa absolutamente nada. Introdúcete, sé parte de toda ese torrente de sensaciones “malsanas”, que se pegan (como sanguijuelas), entre las nubes de tu cerebro, y hacen que “tu realidad” sea “diferente”, única, mórbida… No “llores” como un bebé caprichoso. Has de cada acto de “locura”, de perturbación, de manía, de paranoia, hasta de vesania, un “traje” a tu medida, que al usarlo cotidianamente, resplandezca tu belleza humana. Muéstrate en tu entorno (orgulloso), altivo, de portar en tu ser (psique) los ríos más embravecidos, donde flotan (como cadáveres) la pena, la desesperación, la desesperanza, el pesimismo, la falta de fe, la consternación… Sé un muerto insepulto, que camina (entre los “normales”), con altivez, y elegancia, mostrando toda su demencia. Tú tienes (otros poderes) que los “sanos”, no pueden adquirir (ni soñando), puedes convertir este mundo, en colores galopantes, en sonidos ebrios, en lágrimas cósmicas, en aullidos infinitos, y hasta puedes tumbar todos los cielos del universo. Jamás (nunca) pidas clemencia, por tus “dolores

psíquicos”, hazte uno con ellos, en serena (o “maldita”) comunión, y “agarrados de la mano”, vuelen sobre la vía láctea, llenos de ese “gozo” especial, perturbador, de que están revestidos los dementes… Que los síntomas de tu desvarío, sean tus “medallas de honor”, pórtalas con gallardía, pues… son tu insignia de que eres un “enfermo mental”, y no eres normal, no perteneces al vulgo (ni a la plebe).” Esta es una declamación (alucinante), que escuché una noche de invierno, no recuerdo con claridad (en dónde y en qué tiempo), pero era un anciano (de barba larga), que tirado y ebrio, en el frío suelo, deliraba las palabras antes escritas… Yo me encontraba (virtuosamente drogado), me encaminaba, solitario, buscando una vieja y lejana cantina, de un pueblo mágico, que aún no la podía divisar, pues todo estaba lleno de neblina… Iba fumando (hachís), mientras en mi pálida faz, sentía como el viento feroz, se pegaba (como un condenado), y me dejaba escarlatas mis mejillas… En mi mente sólo había un pensamiento en concreto, las piernas esplendentes, de una prostituta (hermosísima), de la cual yo era un importante cliente…

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LA SIN NOMBRE…

L

e llamaremos “La sin Nombre” pues, puede llamarse todos, en un complejo conjunto. Fue una noche donde llovía leche materna, y hasta había una luna roja, como ensangrentada… cuando nos conocimos. Ella tiene tatuado en su cuerpo toda la belleza que existe… Y sabedora (consciente) de la hermosura que detenta, se desliza (soberbia) sobre la cara de la tierra llorosa. Hasta cuando sonríe, parece que tiene el poder de hacer girar algunos lejanos planetas enloquecidos. Cuando te observa con cierto amor, parece que te roba el espíritu, y de una forma “extraña” te deja vacío, como desorientado… En ese preciso momento, que estás como extraviado, las nubes oscuras se desploman infartadas, llenando tu testa de bruma y relámpagos. Es cuando te percatas que estás atrapado, en ciertos fenómenos “clímaxticos”, y no puedes sustraerte, so pena de salir huyendo, tapizado de un manto de tristura. Su rostro se llena de estrellas ebrias, parecido a un lienzo índigo, donde hay un movimiento (silencioso) que no puedes dejar de mirar ni por un segundo, pues… todo es inquietante. Hasta cuando respira con profundidad, te roba toda la vida, y te deja en los puros huesos gélidos. Es como una hembra mágica. Es impresionante, hasta perturbadora, pues, con sólo mirarte parece que te “arranca” el corazón, y te deja únicamente (en la ca-

ja torácica) un hueco, donde se escuchan melodías de blues rudimentario. Toda su piel tersa, lozana, está dispuesta, para ser besada, lamida, succionada, chupada, pero no por cualquier humano, ella sabe seleccionar entre una “parvada” de pretendientes, a su próxima víctima, la cual, sin duda, será “sacrificada”, entre el calor gozoso de sus brazos… Tiene “grabado” en sus pechos, el deseo mismo, que cuando cae el corpiño negro, y aparecen en todo su esplendor y suntuosidad, eres presa como de convulsiones eróticas, y te conviertes (de inmediato) en su más ferviente adorador… --¿Me amas…? --No. --¿Por qué? --No deseo ser tu esclavo. --¡Ya lo eres! --No lo creo. Lo único que recuerdo, es que la besé con una pasión desmedida, mientras me retiraba, argumentando, ¡no sé qué diablos! Ella sonreía como Afrodita, cuando está completamente segura, que nadie, puede escapar de su hermosura. Creo que alcanzó a gritarme: Aunque huyas, ya tienes mi sello en tu frente. Me perteneces en cuerpo y alma. Volverás, pidiéndome un poco de amor, lo sé, y quizá en ese tiempo, estarás en los puros huesos, y tu “razón”, estará extraviada. Me fui con calma, pensando en sus palabras, mientras extraía un poco de cocaína de mi bolsa izquierda de mi pantalón de mezclilla ne-

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gra. Traté de no pensar mucho en ella, la mujer exquisita, que dejaba atrás, allá en sus aposentos, donde deseaba tenerme como otro más de sus amantes. --¡Hola, Alejandro! Exclamó una bella voz de una mujer de 16 años de edad, y de un cuerpo supremo. No la reconocí de inmediato, pero sus labios se me hacían “conocidos”, y hasta sus párpados, algo me recordaban, como si con anterioridad ya los hubiese besado… --¿Cómo estás, Karla…? Esperándote, siempre, por todo el tiempo, hasta que mi ciclo vital termine. No soy plena sin tu ser maravilloso, mi existencia se limita “a estar en ti”, porque no puedo “estar en mí”, me faltas tú… y es como sumergirte, cada día más, más, en un pantano. --¿Quieres hacer el amor? --¡Claro, me encantaría! La tomé de la mano, y nos encaminamos al departamento de mi propiedad, y mientras: nos veíamos, nos “comíamos” de tanto placer, y hasta nuestros rostros estaban radiantes. Nos palpitaba el corazón, y en cada sístole y diástole, se escuchaba como un eco de amor meramente sexual… --¿De dónde vienes? --No tiene importancia, que te lo comente… --Entonces estabas en la “iglesia” de la sin nombre… No dije nada.

El cielo oscuro, era magnífico. Y mi pareja casual, era una delicia.

EL VIENTO TRAE UN OLOR A MUERTE…

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unque suene a una contradicción, mi vida está llena de muerte. No importa que algunas veces, los mortales me vean volando, vengo en caída libre, para estrellarme contra el pavimento. Además no estoy sonríendo, como todo mundo supone, es mi manera muy especial de llorar! Aunque este vestido con mi mejor traje inglés y una corbata de seda, no voy a una "magnífica" fiesta, voy al cementerio a dejar una rosa negra, en la tumba de una amante... Cuando voy drogado, serpenteando las calles sucias de la ciudad, no es que esté disfrutándolo, como la mayoría lo piensa, es como un peregrinar sombrío y oscuro, hacía el infierno… Cuando el vodka me atrapa con su embriagante perfume (de mujer), y mi rostro adquiere diversas gesticulaciones, la mayoría, piensa y murmura, está feliz el poeta, lo que no se imaginan, es que el licor… me está devorando el corazón azul, con sus dientes de grano. Los que me han visto inhalar cocaína, se asombran, y hasta se alarman, de mi desmesura, para tales menesteres, pero lo que no saben, ni intuyen, es que sin ese polvo blanco que se almacena en mi sistema respiratorio, sería polvo negro

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el que cubriera mi cuerpo muerto. No siempre extiendo mi mano (blanca) para saludar “a todo mundo”, de lejos, parece una gran descortesía, lo que pasa, es que algunas veces el viento trata de arrancarme mis extremidades superiores, y me embarga un gran pavor… Mi manera hasta cierto punto enloquecida de saborear múltiples licores a la vez, no es mostrar mi superioridad sobre otros, es aprovechar mi poco tiempo, para llenar mi envase corporal de sensaciones especiales, antes de que la guadaña afilada, me decapite, y deje un reguero de sangre color índigo, sobre la tierra quemada…

CANTOS A UN POETA MISTERIOSO.

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lla “alucinaba” siempre: seré la esposa del poeta “oscuro”, se veía, entre sus brazos, llena de dicha… Hasta “soñaba” estar volando las calles gélidas de París, acompañada de sorbos de champaña y los besos cálidos del vate demencial. Hasta abría sus brazos morenos (llenos de pasión), para “alcanzar y buscar” entre la bruma la faz (blanquísima) de su siempre amado, el artista de la Parca. Hasta de hinojos suplicaba una, sólo una noche del más explosivo amor se-

xual, estaba dispuesta, presta, al acecho, para “seducir” de cualquier manera a su amado, un tal escritor del siglo XIX, del cual estaba enamorada, hasta la locura… Escuchaba la voz “viva” del vate ahí cerca del corazón, cuando éste, “leía un poema del más puro y genuino amor, mien-tras con sus manos transparentes, hacía múltiples movimientos, para entonar con pasión sus letras endemoniadas”. Ahí está su amada figura, exclamaba ella, pues en “realidad” sus ojos negros, eran los únicos, que tenían dentro del “maldito” campo visual a su siempre amado, el rapsoda del amor lóbrego. Llegó el cirujano con una calma que espanta, observó a su paciente, pidió los instrumentos respectivos, y le cercenó el cerebro, para extirparle el lóbulo derecho… Aquí, en mis manos, tengo, al detestable y maldito literato, que tanto daño le ha hecho a esta pobre enferma mental. Después mirando el pedazo de materia gris, se carcajeaba… Más tarde… se salió con toda calma y serenidad, como abriendo el espacio, para que su persona (“importante”) llegará hasta un paraje solitario, y pensará satisfecho: La he curado de todos sus males…

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El Seis nació en la Perra Tapatía. Se inicia a escribir desde su primera Cópula, contaba con 14 años de maldad, la amante fue una hermosa dama llamada: "La prostituta cósmica". Sus estudios los ha realizado en la Universidad, como en las piernas calientes de la ciudad. Ha fundado un gran número de trípticos, dípticos, plaquettes, y revistas literarias, de las cuales sólo se mencionan: Tonsol, Pensamiento y Tequila. También ha participado en las más diversas publicaciones, pero la que más le agrada es la revista V.L. 2000, de la cual fue cofundador. La mayoría de su obra está recopilada en Ediciones Capaverde, y en cientos de cuartillas olvidadas en las ínfimas cantinas.

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Sally RodrÍguez PAISAJE DE IMPOSIBLE COLOR En esta tarde poblada de piedras camino sola con mi memoria indiferente alucinada No quiero ser más la que soy Vivir es una palabra verde y mojada que tiembla en mis noches y es este mundo que se quiebra en mi garganta mientras sola apoyo la mirada alucinada y fría en aquel paisaje de imposible color

EN UN ABISMO TRANSPARENTE Hoy desperté con aroma de río y claridades adheridas a mi piel Desperté en un abismo transparente Las espumas del cielo me acechaban mientras llegabas otra vez vertiendo tus miradas en mi cuerpo Tu mano se ahogaba en mi mano marina

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y las espumas nos rodeaban como en abismo transparente

FUGA La música húmeda de la tierra me fecunda Cristales marinos me cercan la cintura Un círculo de silencio me ciñe Y quiero caminar que mis pasos y palabras se humedezcan Derrama sobre mí tu noche tu mirada Yo soy una mujer con resplandor herido y no quiero sentir creciendo angustiadas la voz y la mirada inmóvil de la tierra Te busco bajo la lluvia y en los bosques de amapolas me escondo de la muerte

POR LOS CAMINOS DEL OLVIDO 1 Extraños coros desde el olvido amaneciendo mi cuerpo

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En la hora precisa la palabra se abre Desatada ternura la de este corazón Visitando las hojas comprendo mi origen La brisa me devuelve lo que fui por los frescos caminos de la luz 2 Camino hacia el centro de la tarde Pronto anochezco callados los ojos que no regresarán mirando al suelo voy oh soledad Detrás quedó el paisaje blanco de lirios heridos por el alba El alba eyaculó sobre el paisaje su extenso canto y todo se cubrió de polen y de olvido

TEMPLOS DE AGUA La nostalgia fue habitando las miradas templos de agua clarísima Temblando hacia los círculos me acuesto Sonríes y me alumbras

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es como si me nacieran en las manos música o templos de agua de hondas raíces

BORDEANDO LAS MEMORIAS El dolor el dolor es como un pájaro instalado en las mismas entrañas y no hay vuelo en el fondo de sus ojos Que quién soy me pregunto y se levanta un concierto de hojas que vuelven a caer lentamente bordeando las memorias Soy el ave sin vuelo sin destino la desgarrada mano en el cristal ese rostro inconcluso que se inclina sin mirada hacia dentro recogiendo su ser y su abandono

ESPEJO VIVO Contemplar yo los ríos la ondeante cabellera espejo vivo la prisa en latidos de criaturas Contemplar el blanco que nace de la espuma y el olvido los días que se fueron Mirar este dolor fluyendo en las aguas fluyendo como un niño

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EL HUMO DE MI VOZ Hacia el humo fluyó mi ser casi sin voz Sólo la sangre aún persiste como un hilo que no cesa y aún llama Mas Dios Él viene a mí desata olor y viento la mansedumbre de los rostros la estela sigilosa de unos pies húmedos que regresan

EL ARENAL BAJO TUS PÁRPADOS El paisaje me nace con su cielo ancho y pleno Como un pájaro transito Cruzo el arenal bajo tus párpados Cruzo la noche los días esa carretera de viento donde viajamos sin nombres pero juntos abordando la tormenta el torrencial encuentro en que descubro como solloza humana en ti la eternidad

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Sally Rodríguez nace en Moca, República Dominicana en 1957. Es poeta, artesana y licenciada en Educación, egresada de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. Ha publicado Luz de los cuerpos (1985), Diálogo sin cuerpos (2003), La llama insomne (2008), Una mujer está sola (selección de textos de Aída Cartagena Portalatín, 2005), Milagros de jueves (selección de textos de miembros del taller literario del centro de la Cultura de Santiago, 2005) y la antología personal Animal sagrado (2013). Es miembro fundadora del Ateneo Insular, así como también, fundadora y orientadora del taller literario del Centro de la Cultura Ercilia Pepín.

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Leonora Acu単a de marmolejo

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Iglesia de Monserrate


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Andes peruanos

Oto単o para Helen


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Flamingos

Camino a casa


Leonora Acuña de Marmolejo es Colombo-americana. Reside en New York desde 1966. Es periodista, poeta, escritora, y pintora. Su obra ha sido y es publicada en periódicos, antologías, y revistas, como también en medios digitales en los Estados Unidos, España, y Suramérica. Ha publicado, entre otros, los poemarios: Poemas en mi Red (1992); Baraja de Poemas (2002) y Del Crepúsculo a la Alborada (2007). En el 2012 publicó su libro de cuentos Fantavivencias de mi Valle. Su obra tanto en verso como en prosa, la ha hecho merecedora de numerosos premios y reconocimientos, Es miembro del C.C.P. (Círculo de Cultura Panamericano), del C.E.P.I. (Círculo de Escritores y Poetas Iberoamericanos), del Club Cultural de Miami “Atenea”; de la I.W.A. (Asociación Internacional de Escritores y Artistas) y de la International Society of Poets, entre otras organizaciones.

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Liliana AlemÁn LA PARED ...y, además, este li bro de imágenes, este mundo irreal que llevaba dentro de la cabeza, este hermoso y dol oroso mundo de imágenes de los recuer dos... Hermann Hesse , N arciso y Goldmundo

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a conversación telefónica es un día después de que lo traen de Glew. Al principio, él habla de manera extraña: la voz ronca, enojada, perdida, cautelosa. Entonces se queja de los médicos, lo están intoxicando lentamente, pero no se puede hacer nada. Ahora es así y no de otra forma. Ahora son esos sargentos de guantes blancos que lo tienen a maltraer. A ellos no les interesa el bienestar de la gente, la apilan como basura. Basura orgánica que ponen en bolsas de consorcio para que no los contaminen. Todo tiene que ver. Todo está interrelacionado y las Fiestas no son ajenas a ese movimiento pendular que es la vida. De pronto el gong. De pronto enero se convierte en diciembre y de nuevo la misma historia de las reuniones. Aunque esta vez las cosas salieron bastante bien a pesar de que terminaron resultando como unas vacaciones demasiado largas. Le parecía que no era lo ideal dormir en un cuarto contiguo al de Abigail, su primera mujer, cuya ven-

tana daba a un patio-jardín repleto de árboles viejos. Por la mañana entraba la otra Abigail, su hija mayor, para atenderlo. Recién después que lo había terminado de arreglar, lo llevaba a la mesa. Aquella había resultado ser una familia muy numerosa y ordenada. Él nunca había tenido la menor idea de todas las criaturas que aparecieron la noche del 24 en busca de sus regalos. Alguien le puso un gorro rojo con motas de felpa blanca y le volcaron decenas de paquetes encima de la falda. Los chicos excitadísimos lo llamaban Papá Noel, Santa Claus, abuelo... Sin embargo, el problema principal continúa siendo la falta de voluntad. Hay en él una falta de voluntad. Es que está sometido a ese dolor intermitente, pero quizá lo peor sea darse cuenta de que ya nada será igual. Por ejemplo, cómo se desvaneció aquel entusiasmo de volver a reunirse con la familia después tantos años. Estar en aquella casa producía cierta incomodidad o extrañeza. Ellos habían cambiado demásiado, ahora eran hombres con hijos. Se cansaba pronto del bullicio: esa desesperación de todos ellos por contarse hasta el más mínimo detalle de su existencia. Es común que la gente se pierda en los relatos. Así viven extraviados en el bosque de sus propias confusiones. El paralelepípedo... Suele ser muy acogedor. En

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sus tiempos de estudiante tenía un profesor que enseñaba geometría de una manera tan amistosa que era conmovedora: también resultaba más divertido que el más divertido de los juegos. Claro que ya no podría jugar por esa falta de voluntad...Las fuerzas lo abandonan y encima la inapetencia. Allá en la casa de la madre de Abigail no hubo ningún plato tentador, pero los otros comían con ferocidad. En realidad cuando no hay hambre tampoco viene la sed. Igual que Figarito, el último día no hubo forma de llevarle algo a la boca. Indiferente, movía los bigotes, giraba la cabeza y se quedaba con los ojos inertes en el vacío... A Figarito jamás le gustó la leche, qué cosa más extraña para un gato, de vez en cuando aceptaba unas cucharaditas de yogur pero tenía que ser descremado y de vainilla. Él le había tomado mucho cariño al animal. Fue una amistad compartida a partir de la muerte de Elsa. Cada noche, Fígaro subía a la cama y se dormía en el mismo lugar que antes había ocupado su mujer. Por suerte la leche vitaminizada le levantaba el espíritu. Aunque para aumentar el apetito sería bueno salir, pasarse ocho horas fuera del departamento, andando sin rumbo. Durante los días en Glew, lo dejaban en el patio toda la mañana y por la tarde en un pequeño bosque que tenían en los fondos que se parecía a un oquedal. Entonces, porque le tocó buen tiempo, paseó por un oquedal. El mundo se desvanecía

debajo del paraíso, de las hojas que trazaban un diseño precioso de luces y sombras sobre el sendero, y por momentos veía un rostro perfecto de mujer con la cabellera despeinada encima de los hombros. Lástima las carencias. Las hay de muchos tipos. En su mayoría son imprecisas pero no por eso dejan de existir. Y qué decir cuando se rememoran circunstancias idílicas, corteses, irrecuperables... Ah, el milagro de la memoria. Porque de pronto y porque sí, el sujeto se ve inmerso en un desafecto inefable. Pero las carencias son todavía mayores y siempre lo ponen a uno en un malestar continuo. La realidad es ficticia porque algo falta. La realidad no es tal ante la carencia porque no nos permite ver el bosque. Sin el bosque no somos nada. Es como vivir en un agujero. Muchas personas se pasan la vida como mirando detrás de un agujero. En esta casa hay una linda muñeca de porcelana pero está decapitada. Un penoso accidente, la cabeza por un lado y el miriñaque por el otro. Era alemana, de los alemanes judíos que huían de los nazis. Pero Elsa jamás pudo explicar cómo fue que la muñeca llegó a la casa de sus padres; en el 38 ella era apenas una niñita. Se espía bien a través del hueco de la rotura, ojalá lo hubiese descubierto en los tiempos de Elsa, qué interior, qué blanco más reconfortante. En realidad el blanco no importa cuando alguien puede apreciar la intimidad del vacío.

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Para eso lo mejor sería vivir solo. Quisiera llevar a cabo la experiencia de vivir completamente solo en el departamento. Podría ser como un monje de clausura durante dos o tres meses. Cansa estar controlado por ella que va y viene por los cuartos. Además de la hija de la hija que también anda dando vueltas en camisón. Hay momentos en que uno se sobresalta con esos pasitos lentos y la ropa evanescente. Es una criatura adorable, una linda nenita, lástima su rostro de pétalo pálido en medio de la carencia. Es como si la untaran con azúcar impalpable o polvo de arroz... Aunque el yeso, cuando todavía está en polvo, también le serviría. El revoque fino empieza a mostrar una de las carencias más importantes que se presentan en el factor edilicio. Un asunto complejo porque controla el resto de las habitaciones de la casa. Por lo cual la primera sugerencia es investigar, después de todo quién no ha investígado algo en la vida. ¿Lo más difícil? Nada. Sólo encontrar qué se busca realmente. No. El éxito de la operatoria sería fácil de conseguir. Quien exprese lo contrario, sólo estaría poniendo en evidencia su holgazanería. El verdadero problema aparece cuando uno suele mandarse por la señal oblicua. Uno no se equivoca: uno se siente cómodo en tal o cual posición aunque diga lo contrario. Por eso casi nunca hay que darle demasiada importancia a lo que se dice y eso lo único que demuestra es la poca ilusión. Últimamente las gentes

viven empobrecidas de ilusiones y lo mejor que cuecen son sus pérdidas. Ahí, frente a la cama está la pared. Lisa, intacta, uniforme, empapelada. Sólo que por momentos algo le falta. El cambio es ipso facto aunque a nadie le guste reconocerlo. Podrá parecer un desvarío o un rapto de locura para el oyente que por casualidad intercepte esta conversación telefónica, pero el hecho singular está a la vista: un fragmento de pared no desaparece en medio de la vida. Es una porción importante, la tercera o cuarta parte... El agujero lo atraviesa todo y se comprende y se ve y se siente y es conmovedor enterarse de manera tan simple, un conocimiento tan hermético. De pronto la voz emerge para perdonar lo que haya que perdonar. No importa, lo que sea, así sea el crimen más atroz e incomprendido para los jueces. La voz que todo lo perdona. La voz de la tolerancia. Yo me inclino hacia esa verdad porque me ha dado evidencias... La pared está completa para la mirada ordinaria, sin embargo hay un vacío manifiesto donde antes estuvo el empapelado. Los arabescos se interrumpen, la mampostería desaparece, ya no quedan rastros ni el más mínimo indicio del revoque grueso y mucho menos del fino... Pero todo se sostiene de la misma forma porque nada ha cambiado en este mundo: Nada que sea digno de mencionar. Y ahora, la pregunta es si de verdad la gente se quiere morir. Quizá nadie quiera morir...de olvido. Por supuesto, no, la muerte es de-

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masiado perfecta para desearla. A veces surgen amenazas temporales que no son otra cosa que caprichos o enojos por tal o cual desavenencia. Entonces ahí está ese límite aparente, imaginado para la solución: la pared. Es un territorio y, como en toda posesión, se lucha o al menos se intenta que el inconveniente no sea un dilema. La pretensión sería mantener la cuestión dentro de lo normal. Al fin y al cabo qué más da, a un espacio que no llega al medio metro cuadrado no le vamos a permitir que nos desborde. Pero es tan poderoso, casi un compromiso moral. Y todo por esas expresiones que están ahí, dentro de la pared. Imposibles de obtener. Mejor. Bien hecho. Así siempre habrá algo en qué creer. Y si no se cree en lo que se ve en qué podría creer uno. Ella nos da su principal evidencia: está. Y si se convive con ella es porque no resulta tan desagradable. Al final, lo único que queda es una pared con vida. Y un gesto amistoso... ¿Cuál?, lo interrumpo. Él respira sobre el micrófono del teléfono sin hablar. Todo transcurre en un tiempo equivalente a contar hasta siete. Es un momento incómodo como cuando se hace una pregunta imprudente. Ahora no lo sé, querida. La cuestión es el pluralismo: demasiado de todo. Y ese todo que suele ser ma-

linterpretado por todos. Luego él se aclara la garganta y hace unos ligeros movimientos, como de rumiante, la boca parece pastosa. Demora... Y cuando por fin continúa, su voz retoma aquel tono ronco y enojado del principio: Ahora no lo sé. Pero si condicionamos así los términos, no vamos a conseguir ninguna comunión. La pared es lisa, uniforme y translúcida como el velo de una novia... Yo sé muy bien dónde encontrarla. Aunque sea tarde. Aunque ahora esté allá abajo, desde hace dos años, y mi cuarto se haya vuelto destemplado. También está atravesando la longitud del terreno. El resultado produce dos tipos de vientos: uno es el que se escucha y otro es el verdadero. Son esas fajas de viento las que no me dejan dormir. La que menos molesta es la que viene de la calle pero la otra, la que pasa por el interior del terreno... Y por ahora vamos a dejar terminada la pared. Lo que falta no tiene demasiada importancia. Si investigamos se descubrirá que todo es una impresión virtual. De todas maneras, aquí vemos la mampostería intacta, la base que por suerte es sólida, por allí emergen los árabescos de papel, incluso esa línea algo cansada que continúa hasta el final, pero qué extraño, querida, el oro de la textura se desluce por la familiaridad.

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Liliana Alemán es escritora y artista visual nacida en Buenos Aires, Argentina. Publicó La habitación, poesía (Ediciones Último Reino, 1992); La benefactora, Nouvelle (Editorial De Los Cuatro Vientos, 2005); Posternak, novela (EMECÉ. 2007); en co-autoría con Nubia Ozzi, un ensayo sobre grabado no tóxico 8 técnicas sin ácido (Trecebé Ediciones, 2012). Sus poemas y cuentos se encuentran incluidos en antologías y revistas de Argentina y el exterior. Recibió varios premios, entre ellos el Segundo Premio de la Secretaría de Cultura de la Nación, la Faja de Honor de la SADE, el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes por la novela Posternak, de la cual procede el relato incluido aquí.

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Norbert bertrand ERNESTO SALMERÓN

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rnesto Salmerón es uno de los pocos artistas nicaragüenses, con Patricia Belli desde el 2002 y después Oscar Rivas, en haber ahondado en el campo audiovisual como recurso plástico. La obra de Salmerón se divide en dos partes: una producción de cortos metrajes y fotografías. Sin embargo estas dos vertientes tienen coincidencias entre sí. Los temas de Salmerón son esencialmente políticos y sociales. Tanto en sus fotografías (véase la serie sobre el 19 de julio, titulada Auras de Guerra) como en sus videos (Yo no jui, o Documento 1/29, con texto de Ernesto Cardenal: “La gloria no es la que enseñan los textos de historia: es una zopilotera en un campo y un gran hedor”), el uso del distancionamiento como recurso crítico es siempre presente: así, en Documento 1/29¸ se oye varias veces, en particular en los momentos de aparición de Somoza, la palabra: “jodido”, por otra parte escrita también en las imágenes del mismo video, justo después de la figura del dictador, como rematando en el signi-

ficado del modismo. Ver también las fotografías de la serie ya mencionada: “El guerrero de las tortillitas”, ”Historia de la fotografía, “La seguridad del Estado”, “Paraíso Paradise”, “Sandinistas rapers”, las cuales ofrecen trozos de vidas de los representados en el 19 de julio, a veces con remanencias del período revolúcionario: así como en el caso de los tres amigos sentados, uno con lentes de sol, el otro con barba, los tres con vestidos casuales, pero cuyos zapatos, jeans y, para dos de los tres, camisas formales, recuerdan elementos de la contrainteligencia; a veces con experiencia de la confusión entre elementos revolucionarios e imposición de una imagen globalizada: como en el caso de los jóvenes vestidos de raperos, o de Historia de la fotografía, cuyo título proviene del hecho de que la camiseta del modelo está historiografiado por una imagen de tira-bomba y el eslogan: “No al Somocismo”; a veces con pérdida del sentido reivindicativo del encuentro a provecho de una ocasión más de juntarse para jóvenes que no conocieron la guerra, como en el caso de “Paraíso Paradise”; tanto la referencia en estas fotos y/o sus títulos al

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ámbito dual en el que se desempeña el partido hoy: “Paraíso Paradise”, “Historia de la fotografía”, “Sandinistas rapers”, “Bandera plástica aparecida”, como la alusión inversa y, sin embargo. complementaria a los integrantes más típicos de una nicaragüanitud imponiéndose como modus vivendi ahí mismo donde son las circunstancias exteriores las que la hacen permanecer “intacta”, como en el caso del vendedor de tortillas de “El guerrero de las tortillitas”, el campesino bravo de Invencible Agustín, el hombre de las chinelas de “Chinelas rolters”, formalizan la expresión de un discurso social de índole nacionalista, lo que confirma el empleo recurrente de términos propiamente del habla popular (“Jodido” en Documento 1/29, “Yo no [“f”]jui” en la obra homónima). La mencionada distanciación con el contenido político explícito (antiimperialista y antisomocista) de la obra se expresa doblemente en el video evocado por la cita de Cardenal, y el subtítulo: “Documento 1-2-3”, biendose en el video jóvenes involucrados en la guerra haciendo ejercicios repetitivos en una banca. Y más generalmente por la insistencia casual en la presencia del artista detrás de la obra, según un principio ya pedido en los telenoticieros por JeanLuc Godard, como podemos apreciar en el mismo hecho de que Salmerón se ingenia a utilizar personajes de su mismo nombre: Ernesto Cardenal, por la cita en el video, o el militante Ernesto Salmerón Flores Alvarado

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en la serie de fotos del 19 de julio (lo cual nos remite, por ahí no más, al principio del doble en Francisco Ruiz Udiel, en cuanto elemento contrastante y dialogizante, dialogizador, en fin de distanciación del discurso propio y la crítica social). En el video Yo no jui, de la exposición de epónima, la puesta en escena de un falso reportaje telenoticiero de toque antiguo, de época somocista, relatando, en base a imágenes filmadas durante la exposición, es una forma, como la permanente calidad fragmentaria y video amateur de los cortos metrajes (Desayuno con la ventana cerrada, Documento 1/29, Paseo, Yo no jui), de asumir la obra no como realidad en sí sino como expresión individual de una ideología en proceso de autoanálisis, en una forma similar a las limitaciones criticadas del exteriorismo cardenaliano en Héctor Avellán (el no identificarse con su sujeto), o Juan Sobalvarro. La influencia en esta manera de filmar libre de la Nueva Ola francesa, y por ende de Godard, es obvia en Paseo, que nos presenta a los padres del artista, como “Un hombre/ Una mujer”


según una división ya famosa en Claude Lelouch (aunque éste no se reconozca abiertamente con y/o de la Nueva Ola, y haya tenido conflictos ideológicos de representación con sus coetáneos de dicha Nueva Ola). La distanciación, como la reflexión sobre el discurso propio, son elementos que provienen de Raúl Quintanilla en el arte nicaragüense,

Quintanilla con el cual Salmerón participa por otra parte activamente (los dos teniendo, además, en común, el ser hijos de importantes personajes del sandinismo, y de llevar el nombre de sus padres: Raúl Quintanilla padres un conocido pedagogo, Ernesto Salmerón padre fue ministro de Educación, lo cual, por una parte, a nivel intelectual, permite entender en los dos casos el carácter educativo de las obras de Quinta-

nilla y Salmerón, y por otra, a nivel psicológico y formal, el uso repetido en Quintanilla del espejo, y en Salmerón del homónimo). Pero a diferencia de Quintanilla, Salmerón, al igual que los otros jóvenes artistas de la generación emergente, ya no abordan la cuestión identidaria desde la preocupación comparativa entre Conquista e Imperialismo (lo que hacían los Praxis y Quintanilla, siguiendo en eso el discurso vanguardista y postdariano), sino desde la situación actual y una puesta en reflexión del período revolucionario de los 80, por lo cual esta nueva generación expresa una ideología similar a los que forman, podríamos decir, un grupo intermediario entre los unos y los otros, a saber escritores como Juan Sobalvarro, Erick Aguirre, o Avellán, entre los más perspicaces. De igual forma es raúlquintaniana en Salmerón la orientación esencialmente política y burlesca del discurso, aún cuando el representar en blanco y negro, o sea bajo forma estetizada y/o periodística la realidad de una Nicaragua de hoy descompuesta, remite a los trabajos de Claudia Gordillo, o los movimientos paralelos en la fotografías mexicana contemporánea, así como, en la joven generación, a la obra fotográfica de Wilbert Carmona sobre los pandilleros. Otro punto de encuentro entre Salmerón y Quintanilla en esta perspectiva es la referencia, como modelos, a artistas de fuerte contenido sexual y controvertido, referencia alu-

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siva y, de nuevo, burlesca, como en Estudio de Mapplethorpe, y una serie de fotos titulada Bodegones, compuesta por las dos fotos: “Vaina” y “Ventana Niña”, que juegan, al igual que Estudio de Mapplethorpe, sobre la alusión a las fotos de flores del célebre fotógrafo. A notar sin embargo que Estudio de Mapplethorpe, con la papaya, símbolo vaginal, en la que está plantado un gran cuchillo de cocina, símbolo fálico, remite más a las interpretaciones de las obras de El Bosco que a la obra de Mapplethorpe, salvo denotativamente por alusión a la simbología sexual fundamental en Mapplethorpe. El asumir una forma ambigua en la que nada se reconoce, y la ciudad es otro ser, femenino, complementario, como en Desayuno con la ventana cerrada, ahí sobre Cali de Colombia, donde Salmerón vivió y estudió, expresa, en implícita relación con Managua, la visión de una ciudad donde es mejor estar con la ventana cerrada. La dualidad discursiva pasa por el uso de una sábana para proyectar el cortometraje, el cual en realidad corresponde a la proyección sobre dicha sábana de las imágenes de un interior visto desde el punto focal de una ventana acercándose al espectador, en la que está una naranja. El juego es que el corto-

metraje no es sobre una relación afectiva (con Cali), sino como lo expresa el texto, sobre la relación deshumanizada del píxel (en cuanto elemento técnico del videasta, lo que, en cuanto reflexión del arte sobre sí, bajo el elemento de la broma y la inversión, para dar a pensar al espectador que el tema es lo que ve, y no el proceso en sí –que es, de hecho, éste, el problema central del arte conceptual en los años 60-, remite tanto a la reciente exposición Do It, como a obras por hacerse del costarricense Errol Barrantes) y los edificios, que, paradójicamente, protegen del ruido, y encierran. Como Ruiz Udiel, Salmerón plantea aquí, al igual que con el recurso ya evocado de la creación de un doble, otro Yo, ofreciendo una distanciación con la obra, desde dentro de ella, por el hecho de que va la cámara de afuera hacia dentro, un valor subjetivo y personal a la crítica social, elemento más ambiguo sin embargo en Salmerón, ya que, de hecho, la arquitectura no es, sino un elemento social hecho para cada uno. La preocupación para hacia la realidad urbanística, como punto focal del vivir en la Nicaragua, y más la Managua de hoy, son elementos también en común y recurrentes en la joven generación (Salmerón, Carmona con su eslogan de sus fotografías acerca de

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San Judas: “Quisiera caminar tranquilo por las calles de mi barrio”, pero ver también Rivas en Jinotepe, o Barrantes en San José), que, en esto se distancia de los Praxis y Quintanilla, y se asemeja a los recorridos en la ciudad de la narrativa de Aguirre o los, anteriores, del fundador Juan Aburto. El estar en la ciudad es, con el enjuiciar la ideología de las dos últimas décadas y el legado de cada bando, el centro de la problemática de muchos artistas jóvenes, ya sin alusión a una imposición desde afuera, sino a una situación desde dentro, posición prefigurada por y con los lampazos de Quintanilla hace algunos años, y los bramantes de Rodrigo González. La serie de fotos Careta Careta de Salmerón, donde la sangre de las tortugas matadas se mezcla, como si fuera una obra abstracta, con un zapato a escasa distancia del matadero, a la orilla del agua, fortalece esta visión estetizadora de lo real, como en Auras de Guerra, lo que, a su vez, remite a la obra, paralela y dialéctica, de Cristina Cuadra sobre la vieja Managua, respecto de las de Gordillo o de las fotografías de toque idénticamente social de Celeste González, y hasta

de alguna pintura primitivista con minifaldas de Hilda Vogl. Así, lo estético referencia en Salmerón una visión, no sólo distanciada, sino también, como en Quintanilla y Belli, conceptualizada del objeto representado. De la misma manera, el cambiar en JHS los grandes episodios de la vida de Cristo en elementos de un juego video, no sólo o tanto presenta una crítica hacia el catolicismo, sino en la forma de burlarse de los símbolos cultuales, como Quintanilla con los lampazos llevando los colores nacionales y clericales, así como de los dos principales partidos del país, sino es un pretexto para expresar el ya mencionado proceso de globalización, así como una versión burlesca y extrema de la violencia hasta en los ámbitos más espirituales como definitorios de la actitud universalizada del nicaragüense de hoy, integrado al uso de los juegos videos, en un país donde los libros todavía ni llegan ni se venden. O sea, como en la serie del 19 de julio, Salmerón apunta más bien, en y con su obra, hacia el análisis artístico del proceso de desideologización.

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Norbert Bertrand Barbe en Francia en 1968. Es Artista plástico, curador, poeta, ensayista, teórico, traductor y editor. Ha publicado los poemarios: Les Jeux de Diana, L´Arma Jane Doe, Cadavres Esquís, Moi Claude le bien-hereureux, (Un poco más de) 20 poemas de odio y una canción desesperada, Arráncame de tu corazón amor y Caprichos nicaragüenses. Aparece en las revistas: Regart (Bélgica), Ábaco, La botella vacía, Revista Katharsis (España), Zona de tolerancia (Colombia); Letras Club de Brian y Café Literario (México), Hispanic Culture Review (Estados Unidos) y Artefacto, Nicaragua.

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César salgado MILLENIUM PARK ANTES DEL CONCIERTO El césped despliega su más sana seda, verdor que refulge entre estallidos de plata. La ciudad entera se acoge al llamado: adjurar, en su remanso, el invierno tan cruento. Los paseantes de Seurat se trasladan con nosotros en domingo hacia el parque a la hora de cierre. Una familia bangladesí juega al tocopalo, dos bahianos ensayan coreografías de capoeira y jóvenes de negro lanzan entre sí un disco blanco: todos son músicos que armonizan antes del concierto. En metálicas torres los ejecutivos calculan que tanta convivencia tolera un periódico precio, que los rojos sangrientos de Bacon son hechos recurrentes, que siempre un par de saltimbanquis de Picasso terminan sin remedio desencajados en Guernicas. Chicago en su asueto olvida con insolencia el saldo reciente de la última masacre: Isla (no) Vista. Una novia hindú desfila en cortejo ante la regia arquitectura y todos los presentes rompemos en aplausos y vítores contando con que esta noche un triunfal solo de flauta acalle todos los chirriantes recuerdos de la guerra. (Mayo 2014)

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LA ESPERA EN LAS TUNAS “¡Parada en Las Tunas! ¡45 minutos!” proclama el chofer. Atolondrados, los pasajeros se despabilan el sueño y calculan: a Santiago llegaremos rayando la madrugada. La nave Viazul vacía sus tripulantes en la estación callada. El letargo se suma al de los asientos que esperan la salida nocturna de los últimos trayectos. Afuera en la intemperie kioskos fosforescentes hacen su astral oferta de jamones y dulces. Adentro en la cantina una cola de transeúntes procura un negrísimo pocillo de 55 centavos. Parejas habaneras toman turno en las cabinas para discar a algún pariente su llegada tardía. En la TV nerviosos comediantes cantinflescos sopesan medidas a tomar en caso de sismo. El episodio cederrista concluye en conga de carnaval, a medianoche le prosigue una programación importada. Una santiaguera venida a bien viaja con celulares y ipads. Discreta retira sus aparatos para hacer conversa con un guajiro de pava e indumentaria de labranza. Hablan de cosechas, evocan los estragos de Sandy, repasan noticias en común. Esplenden la espera. Llaman al reabordaje. Un clan se reúne en cuadro para una última foto de familia. Sus despedidas enfilan camiones como zafiros gigantes en la cerrada noche. (Junio 2014)

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LA CUITAS DE ROGELIO ZARAGOZA (1) Menuda felicidad de lo furtivo, intensa y frágil como un feroz origami. Las arenas exactas del mandala se dispersan con un soplo. Resuenan de nuevo en mí los bramidos del derrumbe: una ilusión más se despeña. Pero consuela saberse estremecido, que la falla aún sacuda la tiesa mole, que siga la querencia sembrando sismos.

ELEGÍA A PHILIP SEYMOUR HOFFMAN Darse de entero al oficio para que lo otro germine a costa de lo propio. Lanzarse al abismo de lo increado sin red de seguridad o estrategia de salida, ¿cómo no habría de aniquilarnos? Cada montaje evapora aun más el ser estable, lo adelgaza o lo asfixia hasta tentar la nada. Si traficamos con viejos vicios y manías es por mantener vivo el palpitar que queda para cuando se dé de nuevo la genuina adicción: la del obrar. Largas, largas horas sin cuento he visto a mis hijos suspendidos coreografiando un tiro insólito al canasto, reparando todas las heridas de un dibujo. Allí ya asoma la tiranía que te mató, Philip. No hay salvoconducto en ese reino ni guardaespaldas de confianza. Bien sé que allí no hay dioses que nos protejan. Intransigente, tóxico y dichoso

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sea tu cetro, fatal vocación. (Febrero 2014)

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César A. Salgado es catedrático auxiliar en el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Texas en Austin y asesor académico del programa de posgrado en literatura comparada. Imparte seminarios sobre teoría literaria, el barroco americano y el neobarroco, la revista Orígenes en la historia cultural cubana y James Joyce en el mundo iberoamericano y poscolonial. Es autor de From Modernism to Neobaroque: Joyce and Lezama Lima (Bucknell UP 2001), co-editor de Latino and Latina Writers (Gale 2004), Cuba (Gale 2011) y TransLatin Joyce: Global Transmissions in Ibero-American Literature (Palgrave MacMillan 2014), y editor de una selección bilingüe de la poesía de Martín Espada (Terranova 2008). Ha publicado artículos académicos en Revista Iberoamericana, Cuadernos Americanos, Revista Encuentro de la Cultura Cubana, Journal of American Folkore, La Torre, The New Centennial Review y otras revista. En 1993 la Comisión Puertorriqueña para la Celebración del Quinto Centenario le adjudicó un premio de poesía a su poemario Zona Templada.


Aixa NegRÓn

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Aixa Negrón nace en San Juan, Puerto Rico, en 1977. Vivió en Barranquitas y actualmente residde en Ponce. Es Bióloga de profesión. Trabajó como maestra para el Departamento de Educación de Puerto Rico y también en instituciones privadas. Es madre de un niño de 5 años. Ama la literatura. Se destaca en la poesía y el ensayo crítico. He ganado algunos premios literarios. El Primer y único premio a nivel isla en ensayo: "Juicio crítico de Bagazo del escritor Abelardo Díaz Alfaro"; primer premio en poesía Universidad de Puerto Rico, Recinto de Ponce con "Inalcanzable". En esa misma universidad formó parte del grupo literario conocidos como “La generación del nuevo 98", junto a escritores como Julio César Pol y Jorge David Capiello. Junto a éste grupo y el grupo de literatura de la UPR, Recinto de Cayey, participó en la Antología literaria. Tercer premio en ensayo crítico: "Jucio a Moral Social de Eugenio María de Hostos", entre otros. A sus 37 años tiene como pasión ver el mar, disfrutar de la aventura de vivir y encontrar lugares nuevos con gente nueva. La fotografía es su afición.

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EscrĂ­benos a: espejitosdepapel@hotmail.com


Alberto Julián Pérez EL VUELO

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o habían capturado esa tarde. Enseguida lo llevaron al interrogatorio. Lo torturaron durante media hora. Era todo lo que había necesitado. No había sido más bravo ni más duro que los otros. Al principio no quería hablar, gritaba mucho, lloraba, llamaba a su madre. Pero cuando el Ángel le acercó la picana a los huevos allí todo cambió. Se retorció como un alambre y gritó y lloró al mismo tiempo. Dijo que pararan, que iba a hablar. Dio dos o tres nombres. Juró que era todo lo que sabía. Seguramente era cierto, pero por las dudas siguieron torturándolo durante la media hora reglamentaria. Pusieron cuidado. No querían que tuviera un paro cardíaco y se muriera, ni que se cagara encima. El Ángel era un experto, sabía cómo hacer las cosas. En las tetillas, en la boca, en los huevos. También le pegaron con un palo…en el pecho, en las piernas, en la espalda… Tenía la capucha puesta. Podía oír las voces y las risas, y escuchaba las amenazas. Repitió los mismos nombres una y otra vez y agregó otro más. Los anotaron e Inteligencia procedió a enviar a los Grupos de Tarea a buscar a los nuevos sospechosos. En un día o dos pasarían por allí, seguramente, y

los interrogarían. Se proponían terminar con todos. ¿Con todos? Con todos… Lo sacaron del cuarto de torturas y lo llevaron a una celda. Lo arrojaron al suelo sobre una colchoneta. Le tiraron una manta para que se cubriera. Hacía frío. Era el mes de mayo. Le dolían los músculos de todo el cuerpo. No se había desmayado durante la tortura. Pensó que ya había pasado lo peor. Había hablado. Sintió culpa. Pero se dijo que estaba todo calculado. Así había quedado con sus compañeros. Aguantar todo lo posible la tortura y después cantar. Los otros, al ver que él no se comunicaba, se esconderían, escaparían y la célula se salvaría. Si podían… Trató de dormir…Pensó en todo lo que había vivido. En el grupo de hombres armados vestidos de civil que irrumpió en casa de su madre, a poco de haber llegado él, en medio de gritos. El llanto aterrorizado de ésta y él tratando de calmarla, diciéndole que todo iba a estar bien. Pidió a los que le apuntaban que no le apuntaran a ella, que era un mar de lágrimas. Se entregó. Lo arrastraron al Falcon, en medio de culatazos. Lo encapucharon. Lo tiraron al piso y después de media hora entraron en un edificio. Lo metieron en un cuarto y lo dejaron esperando. De allí lo sacaron para interrogarlo,

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para torturarlo. “Decí todo, la puta que te parió”, le gritaban. Y le daban picana. Allí oyó por primera vez el nombre “Angel”. Le llamó la atención y le pareció una burla. El también tenía su apodo de guerra, era “Ernesto”, como el Che. Se preguntó si habrían capturado a los otros. Rogó que no. Los peronistas sabían defenderse y luchar, eran resistentes. Perón les había enseñado que la guerra era política. No se ganaba sólo con las armas, había que tener la razón y los derechos. Y los militares tenían armas, pero no la razón. Eran ilegítimos, cipayos al servicio del imperialismo, como tantas veces los había denunciado Perón. Buscaba la victoria, no le gustaba perder. Pensó en su madre, que estaría llorando, asustada. Un día el mundo sería diferente, triunfaría el pueblo, habría justicia social. Finalmente se cubrió con la manta y se durmió. Tuvo un sueño extraño. Soñó que iba en un avión. Todo era muy azul. Aparecieron algunas nubes. Se sintió en el aire. No entendía bien qué pasaba. Estaba rodeado de pájaros. Veía el sol a lo lejos, como una esfera brillante. Estaba volando. El viento le acariciaba la cara. Al fondo veía una superficie verde esmeralda. Era el mar. Estaba planeando encima de él. Se iba acercando a la superficie. De pronto se zambulló, como una grulla o un pez. Sintió el placer del contacto del agua. Nadó hacia la profundidad del océano. Vio pasar peces de colores que lo miraban con

asombro. A medida que avanzaba todo era más oscuro, la noche del mar. Se desesperó. En la profundidad, vio una luz. Nadó hacia ella. Era la entrada de una gruta marina. Se introdujo. En el centro de la gruta había un gran resplandor. Miró fijamente y vio a Dios, vestido de blanco. Tenía el pelo largo y barba, como el Cristo de las estampitas. Dios le dijo que había llegado el momento. El juicio final se acercaba. Y la resurrección de la carne. Vio que a su alrededor había otros, esperando ese momento. Sintió que alguien le tocaba el hombro. Se dio vuelta. Se encontró con la mirada de Perón. De la mano llevaba a Evita. Ella era pequeña, casi una niña. El le dijo a Perón: “Hasta la victoria”. Empezó a recitar un poema sobre Dios y la vida eterna. En el estribillo repetía la palabra “Argentina”. El sueño concluyó de repente. Se despertó. Se movió, incómodo, sobre la colchoneta. Se acurrucó. Tenía frío. Le dolían los músculos. Trató de relajarse y volverse a dormir. En el entresueño su mente se pobló de imágenes. Recordó los días de su adolescencia cuando iba al Colegio. Salía muy temprano por la mañana, aún estaba oscuro. Recordó los focos de luces amarillas de la calle, moviéndose con el viento. Recordó las visitas que hacía a su abuela española. Le ofrecía manjares cocinados por su mano. Le preparaba las comidas que le gustaban: papas fritas, bife a caballo, arroz con leche. Recordó cuando fue a jugar el picado de fút-

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bol con los compañeros de sexto grado. Los chicos pobres de la villa que estaba frente al parque donde jugaban los desafiaron a un partido. Ellos, los chicos de clase media, les ganaron. En venganza, los chicos de la villa los atacaron. Iban y venían piñas y patadas. Los villeros eran más duros. Finalmente él y sus compañeros huyeron. El campo fue de los otros. Se despertó momentáneamente. Sintió que le dolía el cuerpo, pero aún más le dolía el espíritu. Sentía vergüenza y culpa. Había hablado. Pensó en su novia, Elvira. Ella también era militante y estaba en una célula distinta a la suya. El partido lo había hecho a propósito. Si algo iba mal, no querían que los agarraran juntos. Rogó que estuviera libre. No aguantaría la tortura. Era demasiado tierna y dulce. Recordó cuando hacían el amor. Ultimamente ya no se cuidaban. Así era la guerra. Apostaban a la vida y sabían que la muerte los cercaba. Querían vivir. Pensó que quizá ella estuviera embarazada. Si así fuera nadie la tocaría en caso que la agarraran. Los militares no se animarían a torturar a una embarazada. Nacería su hijo. Si algo le pasaba a él, su hijo un día lo vengaría. Rogó a Dios por Elvira. Que no le pasara nada. La amaba. Hacía dos años que se habían conocido. Habían convivido los últimos seis meses. El había cumplido ya los veinte años, y ella tenía diecinueve. Empezaron a militar en la escuela secundaria. Se conocieron en el Centro de Estudiantes.

Dos de sus amigos del Colegio habían desaparecido. Pensaban que los habían asesinado. Cuando terminó la secundaria empezó a militar en el Partido. Había entrado a estudiar Derecho. Allí empezó a leer a Perón. Otros leían a Marx, él prefería leer al viejo. Perón tenía su doctrina, a pesar de lo que decían los marxistas. Si hubieran leído La hora de los pueblos y Modelo argentino se hubieran convencido de que él tenía razón. Modelo argentino era el testamento político del gran viejo. Lo había anunciado en su último discurso del 1º de mayo, antes de morir. Pensó en los Montoneros y en el General Aramburu. Fueron los únicos que se animaron a juzgarlo. Había sido un enemigo del pueblo. Ellos habían tenido la autoridad para hacerlo. Aramburu era un símbolo de la arrogancia del Ejército, que había traicionado a la nación. Los militares habían creado un estado policial al servicio del imperialismo. ¡Cipayos! Así los llamaba Perón. Aramburu había fusilado a trabajadores inocentes en La Plata. Era un genocida. Los Montoneros lo habían juzgado por sus crímenes en nombre del pueblo argentino y ese acto era parte de su gloria. El General Aramburu había recibido su castigo. No sabía lo que iba a pasarle. Lo habían “chupado”. Esperaba que después de un tiempo lo trasladaran a otra prisión, lo transfirieran. Creía que su calabozo estaba en un sótano. ¿Dónde? No sabía. Cuando iba tirado en el piso del auto donde lo lleva-

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ban pudo ver por el costado de la capucha que entraban en un recinto arbolado. Quizá estuviera en Palermo o en Belgrano. ¿Sería la Escuela de Mecánica de la Armada? Al que lo torturó le decían Angel. No le pudo ver la cara. Daba lo mismo. Eran todos iguales. Enemigos del pueblo. Elvira, ¿estaría embarazada? En esos momentos deseó intensamente tener un hijo, era su manera de aferrarse a la vida. Pensó en el General Quiroga. Siempre pensaba en Facundo cuando algo le iba mal. Su amigo, Dalmacio, y él lo admiraban. Se sentían montoneros. Juntos habían leído el Facundo, sólo para refutar a Sarmiento, para demostrar que el sanjuanino estaba al servicio del imperialismo inglés, que quería derrocar a Rosas y tener el país a sus pies. Facundo había luchado toda su vida contra los enemigos del pueblo, y lo habían asesinado infamemente. Rosas lo hizo enterrar de pie, listo a salir de su tumba el gran Tigre, a luchar contra los enemigos de la patria. Habían visitado con su amigo su tumba en la Recoleta. Morir luchando. Era una idea hermosa. Facundo había pensado que nadie iba a animarse a matarlo, nadie tendría el coraje. Su nombre metía miedo. El hombre que pudiera matarlo no había nacido todavía. Pero lo mataron. Se equivocó Facundo. No importaba. Su sombra terrible vivía, su alma estaba en el pueblo. Planeaba sobre los barrios pobres y las villas miserias, para proteger a los descamisados. Su

sombra los impulsaba a luchar. La sombra de Facundo. La sombra de todos los montoneros que defendieron la patria contra el imperialismo cipayo: Facundo, Felipe Varela, el Chacho Peñaloza. La reacción se había encarnizado contra ellos, pero jamás habían bajado las armas. La lucha era a muerte. ¡Patria o muerte!, se dijo. La patria no tenía precio, no se vendía. Estaban en el país, sin embargo, aquellos que la negociaban, los infames militares de la anti-patria. Los cipayos que avergonzarían a San Martín. Debería regresar de la historia el Gran Capitán, para echarlos de la Casa Rosada con un látigo, como echó Cristo del templo a los mercaderes. Habían transformado a la patria en un infame mercado. Ahora había que liberarla. Esa era una guerra de liberación y ellos eran los soldados de Perón. La lucha continuaría, hasta la victoria. Después de los militares, venían ellos. Los milicos caerían. Servían intereses espurios. Eran los lacayos del imperialismo y la falsa religión. Una parte de la iglesia se había vuelto contra el pueblo. Se encontraban por un lado los curas y monjas valientes que amaban a la gente y se jugaban con ellos, los curas villeros, los curas militantes, los sacrificados, los santos, y, por el otro, los curas de la antipatria, los que se aliaban a la curia internacional, los que adoraban el oro de Washington y complotaban con los yanquis contra los pueblos. Tenía frío. La cobija sucia que le habían dado para taparse no era

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suficiente. La colchoneta sobre la que estaba tirado era muy delgada y sentía el frío del suelo de la celda. Le dolían los músculos en los sitios donde le habían aplicado la picana. Tenía los testículos inflamados y necesitaba orinar. Se dijo que ya había pasado lo peor. Era necesario aguantar. Había que pensar en el futuro. En la lucha y en la victoria. Al final llegaría la victoria. Como había dicho Bolívar, cuando el pueblo ha decidido ser libre nadie puede pararlo, aunque se pierdan muchas vidas. Y allí estaba el ejemplo de Vietnam. El genocidio yanqui no había logrado detener al pueblo vietnamita. Habían bombardeado a los campesinos misérrimos con napalm, los habían envenenado con agente naranja. El combustible líquido de las bombas quemaba sus chozas y se metía en las cuevas donde se ocultaban. Morían como ratas en su madriguera. Los yanquis no mostraban piedad ni compasión. Habían tenido la desfachatez de masacrar cientos de miles, millones de campesinos pobres por el delito de querer ser libres, y se llenaban la boca hablando de libertad. Esos grandes asesinos de la historia. Pero los pueblos habían aprendido a luchar. Si no fuera por esos milicos cipayos…vendidos al oro del imperialismo…Eran la vergüenza de su patria…después de los grandes ejércitos populares del pasado, tener ahora a esos cobardes hambreando a la gente y cobrando los dineros de Judas de sus amos. Sólo el ejército nacional en épocas de Sar-

miento y Avellaneda había sido tan infame. El General Roca había dirigido la campaña del desierto. De un “desierto” muy poblado. Habían sido los responsables de las masacres de indios. Se habían robado las 45.000 leguas y después se llenaban la boca llamándose civilizados. Asesinos de pueblos. Pero después vinieron Irigoyen y Perón y cambiaron la historia. El pueblo siempre generaría sus líderes. Pensó en el Che. El les había enseñado que había que luchar por la Patria Grande, el gran sueño de Bolívar. Las luchas nacionales continuarían más allá de las fronteras, hasta reunir la patria latinoamericana. Como había dicho Perón, el siglo XXI los vería unidos o esclavizados. ¿Cómo sería el siglo XXI? Quién podía saberlo. ¿Llegaría él al siglo XXI? Quizá su hijo, si lo tenía (deseaba intensamente que su compañera estuviera embarazada), fuera a ver el nuevo milenio. Quizá pudiera vivir en una Argentina libre, en un mundo sin imperios, en un mundo de pueblos felices. Lo habían picaneado y golpeado y le dolía el cuerpo, pero aún más le dolía el espíritu de la vergüenza. Sentía culpa. Pensó que pronto vendrían a levantarlo. Podría ir al baño, le darían algo caliente que tomar, quizá mate y pan. Sería una bendición. Al rato sintió que se abría la puerta de su celda. “Preparate”, oyó una voz que le decía. “¿Para qué?”, preguntó. “Va a haber un traslado.”

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“¿Adónde?” “A otro sitio, creo que al sur”. Lo hicieron poner de pie, le sacaron por primera vez la capucha. Pudo ver a su carcelero. Era un soldado moreno, seguro que un cabo, o un suboficial de menor jerarquía. Apareció un hombre joven, vestido de civil. Tenía un rostro agradable, de primer actor. Debía ser Angel. Angel sería, pero el ángel de la muerte. Le había aplicado la picana en el interrogatorio. “Tenés suerte”, le dijo Ángel. “Te van a trasladar.” Vino un enfermero. “Te voy a dar una vacuna, es contra el tétano, para que te

conservés sano”, le dijo. Lo inyectó en el brazo. De inmediato se empezó a sentir más ligero. Luego, un cansancio extraño se fue apoderando de él. Pensó en el sueño que había tenido durante la noche, cuando se sumergía en el mar, y llegaba a una gruta iluminada y lo veía a Cristo. Allí estaba también el General junto a Evita. Dios los había recibido. Pensó en un mundo eterno. Mientras se dormía se repetía las palabras: “Hasta la victoria, hasta la victoria siempre”.

Alberto Julián Pérez es un narrador y ensayista argentino. Es profesor de literatura hispanoamericana en Texas Tech University. Ha publicado las narraciones La Maffia en Nueva York (1988); Melodramas políticos (2011). En la actualidad se encuentra preparando un libro de cuentos. Entre sus últimas publicaciones de ensayo crítico se encuentran Revolución poética y modernidad periférica (2009); La poética de Rubén Darío (2011) y Literatura, Peronismo y liberación nacional (2014).

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Lionel Santiago CLICK Cuando dos almas gemelas se conocen hay un click. Como piezas engranando perfectamente. Hay cierta magia en las cosas pequeñas que van moldeándose de un solo tirón. En otras vidas esos clicks suenan como relojes antiguos marcando cada segundo de felicidad. Tal como si en vez de llevarse en sus manos el tiempo lograra eternizar un poco. A veces suena como monedas de oro, una sobre otra. Haciendo una torre de gran valor. Tintinean contentos uno en las manos del otro sabiéndose tesoro. Y tu esperando algo más. ¡Tanta gente viviendo creándose una sed inexistente! Tantos haciendo fila para sentir la apacible seguridad de conocerse y amarse. Yo, por mi parte, sigo buscando. Y, con toda honestidad, no creo que pida mucho. Solo quiero hacer click… Como cerrojo que se da por vencido, como candado que abre como caja fuerte a la que le han encontrado su combinación como cualquier cosa, menos lo usual… una granada que pierde el seguro

NOTAS AL CALCE PARA JUAN 14:6 La verdad, en honor a ella, es una mujer de rostro intrigantemente feo y con una voz sensual y dulce. Nos canta, nos seduce y luego nos beca con los labios secos Es ese alimento saludable,

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Ocasionalmente desabrió Que salva el corazón limpiando Nuestras venas como ríos de agua Violenta.. Rompe en dolor algún sobrante De nuestro pasado cargando consigo El equipaje innecesario del alma\ La verdad, a la larga, es el mensaje Salvador de un Dios que se nos antoja Aburrido y se desvanece entre caricias Innecesarias, tantos ruidos ensordecedores Tantos deseos insanos. La verdad cuelga de nuestras orejas Soltando consejos por nuestro propio bien. Como un ángel guardián desesperado Como padre insomne que se preocupa Por un hijo que no llega. La verdad es ese amigo que nos ofende, Choca y violenta para que recapacitemos. Y todos los días nos espera Al otro lado de la puerta; Como advertencia de peligro Que ignoramos tomándolas como un reto.

TODO Y NADA Eres mi quinto punto cardinal Mi centro movedizo Mi astro inalcanzable Y te llamas tan nada Eres mi argumento a un diseño inteligente Mi estrella del norte La brújula de mis versos y Ni siquiera sabes quién eres

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Eres la musa de mis mañanas Mi risa en las tardes y Mi vino en la noche Más aun, sin siquiera saberlo Y te quejas de tanta soledad Sin entender que la mía daría Todo por acompañarte Aunque fuera un día 125

Que si los hombres son todos iguales Es porque te niegas a salir Del circulo vicioso y Darme la oportunidad de ser hogar Yo soy tu fanático numero uno El mejor animador del equipo de tu amor propio No un admirador secreto pues mis poros no te mienten Aun cuando no desees oírlos. Y sigues siendo tú Mi patria sin himno y bandera Mi filosofía sin raciocinio Aunque te aferres a una distancia fulminante Eres mi aroma de café al despertar La urgencia de ser alguien mejor El llamado y convicción de algo que no conozco Aun cuando yo soy solo un extra en tu novela Eres mi sonrisa inesperada Mi quimera intocable Tus ojos forran las paredes de mi memoria Y yo, soy un tipo del cual a veces te acuerdas.

POEMA DEL ABORRECIMIENTO Pasaras por mi vida, pero no como con Buesa. En mi caso si lo sabrás; Aunque dejaste efímeramente mi psiquis en piezas, ciertamente no me destruirás.


Yo daré paso en mi vida a otras experiencias; Vivencias deliciosas que tú jamás tendrás. Y si bien he de anhelar, momentáneamente, tenerte nuevamente, en mis brazos dormida; lo cierto es que no puedo esperarte toda la vida. Esperar que te canses de andar, por esos senderos de duras caídas Que a ningún lado te han de llevar. Quizás pases el tiempo aburrida con otro que intente tus defensas conquistar. Y yo arrogantemente (aunque con algo de amargura) Te recordaré que solo yo te logré desarmar Tal vez te atrevas, con tu defensiva ternura iracunda a contestar “Es cierto, también es cierto que mi distancia te me hizo penar” Yo, adelantado a tus pasos como siempre lo he estado Habiéndolo perdido todo y sabiendo que no voy a ganar Te miraré a los ojos como nadie te ha mirado, Consciente que ansiosa esperas ver una lagrima rodar Y te diré sonriente aunque algo aborrecido que entre los dos Eres tu quien ha perdido, porque cualquiera puede detenerse en tu camino Entrar en tu alcoba y dormir contigo Pero solo yo me respeté como para amarte y seguir mi caminar

IRRESPETUOSO Con todo respeto; Permítame faltarle el respeto diciéndole que yo daría mi brazo derecho a cambio de la evidencia empírica del sabor del cielo de su boca. Que me interesa profundamente ver el mundo usando como telescopio sus pupilas un par de madrugadas. Peor aún, yo necesito urgentemente Tejer una bufanda para mi alma Usando mis manos como aguja y sus rizos como hilos.

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No requiero una respuesta. Aunque, obviamente, sería insensato negar que en mi pecho hay un espacio en blanco que casualmente tiene la forma de su mejilla y la palma de su mano derecha. Es un secreto quemando mis labios: Me es vital sentir el mensaje cantado en clave morse bajo sus muñecas. ¡Vamos! Yo quiero oler el perfume de todas las flores con su nariz, mi dama. Escribirle un verso que rime con mi nombre en la curva de su hombro. Y digo esto para darme el placer efímero de verla sonrojar. Luego, tocaré mi sombrero en señal de saludo respetuoso y sonreiré algo pasmado. Pero, si por casualidad cometiera usted el grave error de preguntar en que le he faltado el respeto sin vergüenza alguna le diré: No por lo que digo sino por todo lo que callo.

Lionel Alejandro Santiago Vega nace Ponce, Puerto Rico, en 1981. Sus primeros roces con la poesía los tiene cuando su padre le leía poemas como “En la brecha” de José de Diego. Comienza en el 2000 a estudiar Psicología en la Universidad Metropolitana de Cupey (aunque luego decide por Trabajo Social, graduándose en el 2010), cerca de la capital. Para esta época compite en algunos eventos literarios universitarios y pule una línea existencialista y observacional en su escritura. También comienza a conocer otras influencias como el “spoken Word”. Forma más tarde (2008) el colectivo Entre Líneas, que se presenta en los centros de Bellas Artes, barras, escuelas, universidades, entre otros espacios. Decide entonces comenzar a desarrollar actividades de micrófono abierto para músicos independientes, pintores y actores en el área Sur de Puerto Rico. De ahí surge el

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colectivo con el mismo nombre de los eventos: “Algo Que Decir”. Junto a este grupo Lionel se ha presentado en varios locales de todo Puerto Rico, además de la radio, y ha creado talleres de escritura. Además, ha continuado con la tarea abrir espacios donde puedan presentarse mentes similares con el interés de hacer vivir las letras. Actualmente está trabajando en su primer poemario que estará disponible a la venta este verano titulado Esquizofrenia Momentánea. Dicho libro cuenta con poesía, micro poesía y narrativa. Es una celebración de la vida misma con todas sus contradicciones. Una exploración del individuo y el mundo que le rodea.

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Luis Gilberto Caraballo

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Las flores del tiempo


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El alumbramiento de la esperanza

Mujer acicalรกndose


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El parque

Relojes aldeanos


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Escafandra


Fernando sorrentino PICCIRILLI

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esde hace tiempo, la capacidad de mi biblioteca se halla del todo colmada. Tendría que hacerla ampliar, pero la madera y la mano de obra son caras, y prefiero postergar esos gastos en favor de otros más urgentes. Mientras tanto, recurrí a una solución provisional: coloqué los libros horizontalmente y logré de este modo aprovechar mejor el poco espacio disponible. Ya se sabe que los libros —estén verticales u horizontales— acumulan polvo y bichos y telarañas. Yo no tengo tiempo ni paciencia ni vocación para efectuar la limpieza periódica que convendría. Hace unos cuantos meses, en cierto sábado nublado, me decidí, por fin, a sacar, uno por uno, todos los libros, a darles una cepillada y a pasar una franela húmeda por los anaqueles. En uno de los estantes más bajos encontré a Piccirilli. Pese al polvo de esos rincones, su aspecto era, como siempre, impecable. Pero eso lo advertí después. Al principio sólo me pareció un cordón o un trozo de género. Me equivocaba: ya era, de pies a cabeza, Piccirilli. Es decir, un hombrecillo cabal de cinco centimetros de estatura. Absurdamente, me resultó ex-

traño que estuviese vestido. Desde luego, no había ninguna razón para que se hallara desnudo, y el hecho de que Piccirilli sea diminuto no nos autoriza a pensar en él como en un animal. Dicho, entonces, con más precisión: no me sorprendió tanto que estuviese vestido sino cómo vestía: botas altas desbocadas, chaqueta de amplios faldones, vaporosa camisa de puntillas, sombrero emplumado, espada a la cintura. Piccirilli, con su bigote erizado y su barbita en punta, era el facsímil viviente y reducido de D’Artagnan, el héroe de Los tres mosqueteros, tal como lo recordaba de viejas ilustraciones. Ahora bien: ¿por qué lo bauticé Piccirilli y no D’Artagnan, como parecería lógico? Creo que, sobre todo, por dos razones que se complementan: la primera es que su físico aguzado exige, literalmente, las pequeñas íes de Piccirilli y rechaza, en consecuencia, las robustas aes de D’Artagnan; la segunda es que, cuando le hablé en francés, Piccirilli no comprendió una palabra, lo que me demostró que, al no ser ningún francés, tampoco era D’Artagnan. Piccirilli contará cincuenta años; por sus cabellos oscuros corren unas pocas hebras blancas. Así le calculo yo la edad, a la manera de los seres de nuestra dimensión. Sólo que no sé si, para la pequeñez de Picci-

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rilli, el tiempo estipula idénticas proporciones. Al verlo tan diminuto, uno tiende —¿injustificadamente?— a pensar que su vida es más breve y que su tiempo transcurre más rápidamente que el nuestro, según lo entendemos en las alimañas o en los insectos. Pero, ¿quién puede saberlo? Y, aun en caso de ser así, ¿cómo se explica, entonces, que Piccirilli vista ropas del siglo xvii? ¿Es admisible que Piccirilli tenga cerca de cuatrocientos años? ¿Piccirilli, ese ser casi sin espacio, podrá ser dueño de tanto tiempo? ¿Piccirilli, ese ser de apariencia tan endeble? Me gustaría formularle estas y otras preguntas a Piccirilli, y que él las respondiera y, de hecho, se las formulo a menudo, y Piccirilli, en efecto, las responde. Sólo que no logra hacerse entender, y ni siquiera sé si comprende mis preguntas. Me escucha, sí, con semblante atento y, apenas yo callo, se apresura a contestarme. A contestarme: pero, ¿en qué lengua habla Piccirilli? Ojalá hablara en una lengua que yo desconociese: lo malo es que habla en una lengua inexistente en la tierra. A despecho de su físico propicio a la i, la vocecilla atiplada de Piccirilli sólo modula palabras en que la vocal exclusiva es la o. Claro que, siendo tan extremadamente agudo el timbre de voz de Piccirilli, esa o suena casi como una i. A la vez, ésta es una mera conjetura de mi parte, pues Piccirilli nunca pronunció la i, de modo que tampoco puedo ase-

gurar, por comparación, que aquella o sea realmente una o y, en rigor, que sea ninguna otra vocal. Con mis escasos conocimientos he procurado determinar qué lengua habla Piccirilli. Los intentos resultaron infructuosos, salvo que pude establecer en ella una invariable sucesión de consonantes y vocales. Este descubrimiento podría tener alguna importancia, si uno estuviera seguro de que, en realidad, Piccirilli habla alguna lengua. Pues cualquier lengua, por pobre o primitiva que sea, tendrá una razonable extensión. Y el caso es que toda el habla de Piccirilli se reduce a esta frase: --Dolokotoro povosoro kolovoko. La llamo frase por comodidad, pues quién puede saber qué encierran esas tres palabras. Si es que son palabras, si es que son tres: las escribo así porque ésas son las pausas que, en la monocorde elocución de Piccirilli, creo percibir. Que yo sepa, ninguna lengua europea posee tales características fónicas. En cuanto a lenguas africanas, americanas o asiáticas, mi ignorancia es total. Pero ello no me preocupa, pues, con toda evidencia, Piccirilli es, como nosotros, de origen europeo. Por eso le dirigí frases en español, inglés, francés, italiano; por eso intenté palabras en alemán. En todos los casos, la imperturbable vocecilla de Piccirilli respondía: --Dolokotoro povosoro kolovoko.

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A veces, Piccirilli me indigna; otras, siento pena por él. Es evidente que lamenta no poder hacerse entender y entablar así alguna conversación con nosotros. Nosotros somos mi mujer y yo. La intrusión de Piccirilli no produjo ningún cambio en nuestras vidas. Y lo cierto es que apreciamos, y hasta queremos, a Piccirilli, ese mínimo mosquetero que come atinadamente con nosotros y que guarda —quién sabe dónde— todo un ajuar proporcionado a su tamaño. Aunque no logro que conteste mis preguntas, sé que sabe que le decimos Piccirilli y no ha demostrado oposición a ser llamado así. En ocasiones, mi mujer lo llama, cariñosamente, Pichi. Esto me parece un exceso de confianza. Es verdad que la pequeñez de Piccirilli se presta a motes y diminutivos amables. Pero, por otra parte, es ya un hombre mayor, acaso de cuatro siglos de edad, y sería más adecuado llamarlo señor Piccirilli, salvo que se hace muy difícil llamar señor a un hombre tan reducido. En general, Piccirilli es atildado y muestra una conducta ejemplar. Sin embargo, a veces juega, con su espada, a atacar a las moscas o a las hormigas. Otras, se sienta en un camioncito de juguete y yo, tirando de una cuerda, le hago dar largos paseos por el departamento. Éstas son sus escasas expansiones.

¿Se aburrirá Piccirilli? ¿Estará solo en el mundo? ¿Tendrá congéneres? ¿De dónde habrá venido? ¿Cuándo nació? ¿Por qué viste como un mosquetero? ¿Por qué vive con nosotros? ¿Cuáles son sus propósitos? Estériles preguntas repetidas centenares de veces, a las que Piccirilli, monótono, responde: —Dolokotoro povosoro kolovoko. Cuántas cosas querría saber yo de Piccirilli, cuántos misterios se llevará con él cuando muera. Porque, por desgracia, Piccirilli se encuentra, desde hace algunas semanas, moribundo. Sufrimos mucho cuando cayó enfermo. En seguida supimos que enfermo de gravedad. ¿Cómo curarlo? ¿Quién se atrevería a someter al juicio de un médico el cuerpecito del ser llamado Piccirilli? ¿Qué explicaciones daríamos? ¿Cómo explicar lo inexplicable, cómo hablar sobre algo que ignoramos? Sí, Piccirilli se nos va. Y nosotros, pasivamente, lo dejaremos morir. Ya me preocupa saber qué haremos con su casi intangible cadáver. Pero más, infinitamente más, me preocupa no haber desentrañado un secreto que tuve entre las manos y que, sin que pueda evitarlo, se me escapará para siempre.

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Fernando Sorrentino nace en Buenos Aires, Argentina, en 1942. Cuentista y crítico. Es profesor de Lengua y Literatura. Algunos de sus libros de relatos son Imperios y servidumbres (1972), El mejor de los mundos posibles (1976), Sanitarios centenarios (1979), En defensa propia (19-82), El rigor de las desdichas (1994), Existe un hombre que tiene la costumbre de pegarme con un paraguas en la cabeza (2005), El regreso (2005), Costumbres del alcaucil (2008), El crimen de san Alberto (2008) y El centro de la telaraña (2008). Además de obras de ficción y de periodismo cultural, ha escrito ensayos completos de autores clásicos españoles y argentinos (Don Juan Manuel el Arciprestre de Hita, Juan Ruiz de Alarcón, Mariano José de Larra, José Hernández, etc.) y ha editado varias antologías de cuentos de Argentina. De igual forma, ha editado varias antologías de cuentos de Argentina que han sido publicadas por la editorial Plus Ultra de Buenos Aires. Es el autor de Siete conver-saciones con Jorge Luis Borges (publicada en 1974 y reeditada desde entonces), una de las entrevistas más importantes realizadas al autor de El aleph. También produjo Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares (1992; e igualmente reeditada). Fernando Sorrentino ha trabajado en la sección literaria del diario La Nación, La Prensa, Clarín, La Opinión, Letras de Buenos Aires y Proa. Numerosos cuentos suyos han sido traducidos a diversas lenguas europeas y asiáticas. El relato incluido aquí proviene de En defensa propia (1982), con la debida autorización del autor. Su página web es la siguiente: http://www.fernandosorrentino.com.ar

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Ana romano CUADRÍCULA Transgresión es esa palabra en su labia interceptada es esa mirada en su ceguera Transgresión es ese silencio que quebranta la soberbia es ese rincón barnizado de adulterio Muda en tinieblas la T esa se empecina se expande explota Sueña con ser descubierta Juega escondida con el lector.

COROLARIO Recuerdos y su tráfico tóxico en la mente y esto en aguas bizarras Bosteza y cierra la mochila ¿Decidido? salta a ese vacío.

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CULATA Degrada Vagabundos El golpe certero. 138

CERCENAMIENTO En antesala la metamorfosis y presagia La cortina insensata es rasgada cuando se la retiene al mandato.

Ana Romano nace en Córdoba, Argentina, en 1944, y reside en Buenos Aires. Ana Romano es Profesora de Francés. Obtuvo premios y menciones en certámenes literarios e integró varias antologías. Participó en talleres de poesía coordinados por Fernando Molle, Walter Cassara, Hernán A. Isnardi y en la actualidad con Rolando Revagliatti. De los insolentes fantasmas, publicado en 2010, es su primer libro.


Carlos hernández RESEÑA DEL LIBRO DE CUENTOS: TRAS ESAS GAFAS DE SOL DE MARÍA BIRD PICÓ(PUBLICACIONES TE PIENS, 2014)

H

an transcurrido casi 50 años, de aquel 20 de julio de 1969, cuando los astronautas de la misión del Apollo de la NASA, Neil Armstrong y Edwin Aldrin, se convirtieron en los primeros seres humanos que caminaron sobre la superficie lunar tras posarse en un lugar bautizado como Base de Tranquilidad después de un viaje de tres días en el que atravesaron unos 386,000 kilómetros de distancia desde la tierra. Mas no todo era progreso para la ciencia y mucho menos para la humanidad que confiaba plenamente en las propuestas de esta. Un año y medio antes de la gesta lunar, el 16 de marzo de 1968, se perpetró una de las más crueles masacres de la guerra de Vienam conocida como My Lai. La frustración de los coaccionados soldados, aventados por el Servicio Militar Obligatorio a una guerra caracterizada por el sin sentido y el vacío de causa, hallaron en las drogas suministradas por la dirección del ejército estadounidense, el elixir alucinatorio más eficaz para hacer valer la máxima de Sigmund Freud: "que al ser humano lo guían dos instintos, el erótico y el

destructivo". Las denuncias de lo irracional y lo injusto del genocidio de Vietnam a tan sólo meses de quebrarse las distancias que imposibilitaban la conquista de la luna, hallaron eco en un grupo de entusiastas jóvenes pacifistas que decretaron el amor libre y el uso libre de drogas en el festival "Woodstock" celebrado en Sullivan County, el 15 de agosto de 1969. En Puerto Rico el año 69 del pasado siglo coincidió con el fin de la hegemonía del Partido Popular Democrático y con la llegada al poder de Luis A. Ferré y de su Partido Nuevo Progresista, entidad política recién fundada que reclamaba la estadidad federada para la Isla. Paradójicamente, algunas de esas efemérides de incalculable valor histórico para la humanidad, atribuídos simultáneamente al progreso de la ciencia, concordaron con una estela de rupturas epistemológicas en el quehacer académico e intelectual de finales del siglo pasado. El clima de opresión, de denuncia, de utopías y quimeras progresistas de finales de los años sesentas, propició un reclamo de echar por tierra las certezas infundadas por la modernidad, el progreso y la razón. Dicho reclamo se precipitó sobre los espíritus más sensibles y avezados de la época. En los años 60 irrumpe a la superficie de la ciencia una teoría de las estructuras disipativas, conocida tam-

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bién como teoría del caos, que tiene como principal representante al químico belga Ilya Prigogine, y plantea que el mundo no sigue estrictamente el modelo del reloj, previsible y determinado, sino que tiene aspectos caóticos. A juicio de esta teoría, el observador no es quien crea la inestabili-

dad o la imprevisibilidad con su ignorancia: ellas existen de por sí, y un ejemplo típico es el clima. Los procesos de la realidad dependen de un enorme conjunto de circunstancias inciertas, que determinan por ejemplo que cualquier pequeña variación en un punto del planeta, genere en los

próximos días o semanas un efecto considerable en el otro extremo de la tierra. El libro que tenemos a bien reseñar, Tras esas gafas de sol, de la escritora María Bird Picó, a nuestro juicio está influenciado por los signos culturales que atravesaron a la humanidad a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, mencionados arriba. De esta forma Bird Picó integra lo lúdico, adjetivo procedente de la etimología popular del sustantivo ludus, que encarna la travesura entre muchas acepciones, y que designa todo lo relativo al juego, al ocio, al entretenimiento a la diversión, para convidarnos una pléyade de narraciones atravesadas por el sarcasmo como símbolo caótico para entender nuestra “ordenada sociedad”. Lo onírico, que procede de un vocablo griego que puede traducirse como “ensueño” y que alude un adjetivo que se emplea para nombrar a lo que está vinculado al mundo de los sueños, como veremos más adelante, es hábilmente traído por la imaginación de la autora. Así, en el relato “La ilusión”, el amor platónico de la cuasi pareja de Mauricio García, el prohombre intelectual revolucionario de los años 60 y 70, y la tímida y brillante joven Rosana Guzmán encarnan el ancestral binomio guerra y amor. Para algunos miembros de esta generación la Revolución Sandinista de Nicaragua se convirtió en una renovada experiencia provocadora. La insurrecta epopeya nica cobró vida en el testimonio de un joven combatiente, Omar Cabe-

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zas, en su obra: La montaña es algo más que una inmensa estepa verde. La lectura recreaba la innovación de un joven nicaragüense, al interior de las montañas de su país y sus luchas estudiantiles para derrotar la dictadura de Anastasio Somoza. El consenso en las discusiones que los separaban, es decir, la crítica y la auto-crítica, las luchas feministas y de género, la democratización de la sociedad y la aspiración de una mayor equidad económica y social componían los resortes ideológicos que guiaban las aspiraciones de cambio. Muy pronto las utopías figuradas por la Revolución Sandinista fueron derrotadas en una consulta popular que muchos entendieron como arrojada. A lo largo de este romántico relato de lucha revolucionaria, la autora rescata el imaginario de una generación de hombres y mujeres que cifraba sus esperanzas en la conversión de un mundo que aspiraba a la justicia social y a una mayor distribución de la riqueza, pero claro no podían faltar los prohombres de Friedrich Nietzsche, que a lo largo del tiempo se desinflan y en la adultez descorren el velo de su verdadera debilidad ante el sexo opuesto. En el cuento titulado “La esencia” cobra vida lo onírico, esta vez como una estrategia discursiva dispuesta a aniquilar, como lo hizo Cervantes con las novelas de caballerías, a los programas de entretenimientos de los sábados, caracterizados por la ridiculez que someten a los participantes. Así el personaje de Marta se convierte

en pieza clave para deslindar las fronteras entre lo real y lo imaginado. Y es que a lo largo del relato se observa la maestría de la narradora con el fino manejo del onirismo, como si se tratara de un trastorno de la conciencia que lleva a una persona a perder su ubicación en el plano real, confundiendo fantasías similares a las oníricas con la realidad. En el cuento, el personaje de Marta tiene alucinaciones que parecen propias del plano onírico y que la llevan a mezclar la imaginación con lo real. La totalidad de la narración se convierte en un delirio que nos lleva a odiar los programas de entretenimiento televisivo. En “La rutina” asistimos sin dudas a una depurada propuesta teórico-literaria de la teoría del caos y orden señalada arriba. Esta vez el personaje de Elena Rubí se rebela y protesta contra los condicionamientos de la vida diaria y propone un nuevo orden que aunque riñe con el dictamen impuesto parece imponerse finalmente su lógica caótica: “El siquiatra testificó que usted está más cuerda que muchos –dijo la trabajadora social-. Usted está libre”. Sin dudas hacía mucho tiempo que estaba libre. Este relato se emparenta con otro de los teóricos del caos y el orden, Fritjof Capra, doctor en física de la Universidad de Viena y director por años del Center for Ecoliteracy de la Universidad de Berkeley (California), quien en el 1975 escribió el libro: El tao de la física. Capra, al igual que el personaje de Elena Rubí, considera que en el intento por comprender el misterio de

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la vida, el ser humano ha seguido diferentes caminos, entre ellos el del científico y el del místico. La tesis que plantea es: Los conceptos de la física moderna llevan a una visión del mundo muy similar a la de los místicos de todas las épocas y tradiciones. En el relato “La Libertad”, a mi juicio uno de los cuentos más logrado de la colección, se armonizan reiteradamente la realidad con la fantasía. La periodista Carmen Luisa integra la historia de un asesinato, para recordarnos Las Charlas Advaita del pensador de India, Jiddu Krishnamurti, cuando hablaba de: “El observador y lo observado” como una manera integral de percibir la realidad: Cuando yo creo una imagen de usted o de alguna otra cosa, puedo observar esa imagen; por tanto, está la imagen y el observador de ella. Es desde este centro desde donde observo y juzgo, por lo cual el observador está separado de lo observado. Al mismo tiempo, cuando usted observa al observador, que es usted mismo, ve que está hecho de recuerdos, experiencias, accidentes, influencias, tradiciones y de una infinita variedad de sufrimientos, todo lo cual es el pasado. Así, el observador es ambas cosas: el pasado y el presente, y el mañana que está por llegar, es también parte de él mismo. Eso es precisamente lo que refleja esta historia detectivesca en donde la periodista Carmen Luisa Nieves se convierte en la otredad de la historia que está investigado. “La fragilidad” es un relato que nuevamente nos pone en el lugar del otro, es decir,

en el sentir del observado. Esta vez una mujer policía hace acopio de su fuerza de voluntad para no caer presa de la emoción que provocan los otros, como una manera de incitar a la violencia estatal, en aras de señalarlos como culpables. Sin embargo, la fortaleza que emana de los recuerdos de la familia de Regina Leal le permite manejar sus emociones con diligencia y estoicismo. El relato “La fama” encarna lo lúdico del que hacíamos referencia arriba. Esta vez estamos frente a un texto que caricaturiza hábilmen-

María Bird Picó

te la percepción de la belleza que permea en occidente, y nos ofrece una lección magistral de cómo la costumbre hacía lo verdadero se antepone a los condicionamientos que tiene el sistema para generar una visión este-

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reotipada de la hermosura. Aun cuando en ocasiones, al leerlo, no paramos de reír, es sin dudas un mensaje serio y profundo al interior de nuestra psiquis como sociedad. En “La irreverencia” cobran vida desde la convivencia de la clase profesional, hasta la ruptura de esa clase con los convencionalismos que prohíben o si se quiere menoscaban la gastronomía de los chinchorros. El eje central de la conversación, además de las eternas discusiones políticas, está atravesada por la presencia casi ausente de una morcilla, embutido boricua que combina el colon del puerco, en una mezcla viscosa de sangre, arroz y manteca el lechoncito, que funge como testigo inerte de los más fútiles coloquios acerca de cómo revitalizar la economía y por ende el desempleo que ya alcanza niveles endémicos. El relato “El deber” rememora la reverente necesidad de nuestro país por la invención y reinvención de ídolos, bajo el calificativo de Ídolo de América y a la vez simboliza la nostalgia de los que corren el velo de la dimensión nada agradable y en ocasiones por obligación a emigrar a Estados Unidos y como en la nostalgia de la frialdad norteña, y que como un mantra de preservación cultural decimos a la emigración: “haya a fuera”. Frase que acuñamos para referirnos a la Isla como un adentro que abriga la siempre compleja definición de la identidad puertorriqueña que con mucho desacierto intentó descifrar desde Antonio S. Pedreira, en Insularismo y que Carlos Pabón de-

construyó en la Nación Postmortem…”. El personaje del ídolo de América encarna por un lado, la quintaesencia del macho latinoamericano y por el otro, simboliza la liberación de una mujer sometida a la tradición de la crianza de los niños negando su sexualidad. El final del cuento es una verdadera sorpresa. “La perfección” sugiere una crítica magistral a la trillada frase: “estudios científicos revelan…”. Este relato solemnemente sarcástico, propio de un programa de Sunshine Logroño, o de Raymond Arrieta, nos hace reír de principio a fin y develan lo lúdico, en fin, el fino manejo de la autora por el género de la parodia. Comentar algo del mismo sería pecado mortal, así que compren el libro. El relato titulado “La aventura”, el sueño, el erotismo, la voz narrativa se hace eco de ese camino visceral de nuestra natura, la sensualidad corpórea de una mujer. Gioconda Belli, la ya muy conocida poeta y novelista, ha dicho en torno a la poesía erótica: “No estamos acostumbrados a ver a la mujer ser sujeto de su sexualidad sino siempre objeto. A las mujeres nos hacen sentir culpables del cuerpo, a pesar de que es ella, la mujer, la que tiene una relación más sensual y profunda con su cuerpo”. Y es que en Tras esas gafas de sol se encubre el disfrute de una aventura erótica que se debate por un lado, entre lo propio y lo indebido, y por el otro a la dejadez de una relación sensual y profunda con el cuerpo. Eso es lo que vemos plasmado en estas letras, una reciprocidad, una estrechez, un abra-

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zo de auto-contemplación que “sucumbe a los delirios oníricos” por conveniencia. “El talón de Aquiles”, como el título sugiere, constituye la transgresión del orden y hasta dónde el ser humano es capaz a la hora de transgredir los límites de lo establecido. Nuevamente, sale a la luz la teoría del caos y el orden. “El reto”, aunque podría titularse la ruptura, es precisamente una ruptura con el mundo de los convencionalismos que le dicen a la mujer, como debe comportarse en una sociedad hecha por y para los hombres. El triunfo definitivo del personaje de Renata de la Marta Ortiz no es solo recuperar su verdadera vocación de mecánica, sino la fusión de erotismo que se funde con el motor del carro, como manifiesto de su liberación y de su encuentro consigo misma. En “La felicidad” reaparece el caos para imponerse al orden. Esta vez el caos se cubre del manto del pasado para apuntar las deficiencias de la tecnología y la necesidad de volver al sentido de lo humano. Sentido de lo humano que, según la opinión general, la llevó

a perder razón; sin embargo se reivindicó a los ojos del siquiatra, “quien confirmó la sanidad mental de la mujer”. “El secreto”, último relato de esta colección de cuentos, se perfila nuevamente el pasado, como un tema recurrente que intenta denunciar las prácticas que se imponen a la mujer. El encasillamiento de esta, en una banda música caracterizada por la música de protesta, le imprimen a la voz narrativa un reclamo de justicia, que a través de unas gafas oscuras procurará eludir su realidad y de esa forma salir victoriosa. Para concluir, los títulos que componen este libro: “La ilusión”, “La esencia”, “La rutina”, “La libertad”, “La fragilidad”, “La fama”, “La irreverencia”, “El deber”, “La perfección”, “La aventura”, “El talón de Aquíles”, “El reto”, “La felicidad” y “El secreto”, conforman una larga oración de esperanza, de sueño que tiende a descifrar el fetichismo que se oculta, como cabriolas de escapismo, Tras las gafas de sol…

Carlos Hernández es Catedrático Asociado del Departamento de Ciencias Sociales del Recinto Universitario de Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico. Es autor de Pueblo nómada: de la villa agrícola de San Antonio al emporio militar de Ramey Base (Ediciones Huracán, 2006).

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Gabriele Riva

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Orb in void


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Abstract 1

La bola roja


Gabriele Riva nació en Milán, Italia, y es un “chocolatier”, un chef de repostería y un artista. Sus conceptos de postres ultramodernos se han publicado en varias revistas culinarias. Colabora con artistas de diferentes disciplinas para sus proyectos en el campo gastronómico. Como Embajador del Cacao-Barry suizo. Ha hecho demostraciones de sus innovadoras ideas con este preciado ingrediente, ha sido juez en varios concursos de pastelería y sigue desarrollando nuevas recetas. Desde niño le interesa la cultura japonesa y practica la pintura sumi-e y la caligrafía. Ha participado en varias exposiciones colectivas.

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Libros recibidos Álvarez, Ernesto. El grito del silencio: la poesía de Anagilda Garrastegui. Arecibo: Ediciones Boán, 2013. ISNB 0-9773796-5-8 Este libro aborda la trayectoria poética de la destacada poeta y narradora sesentista, nacida en San Sebastián, Puerto Rico. El análisis crítico de Álvarez recorre el lenguaje, los temas, el entronque generacional y la experiencia de la poeta, a fin de mostrar una poética tan original como vigente. El libro incluye una muestra antológica de Garrastegui. Para adquirir este libro, favor de escribir al correo-e: ealvarez@hotmail.com

Barrios Rosado, Sheila. La ventana al silencio: la narrativa de Hilma Contreras. San Juan/Santo Domingo: Editorial Isla Negra, 2012. Barrios va destejiendo hermenéuticamente las claves narrativas de la obra de la escritora dominicana, que fuera galardonada con el Premio Nacional de Literatura en el año 2002. El silencio y la ventana se convierten en los móviles que accionan una profunda indagación crítica de los cuentos, en la que se acentúa la complejidad de una escritura que excede al realismo. Información adicional de este libro, favor de acceder a www.editorialislanegra.com

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Gelman, Juan. Hoy. Madrid: Visor, 2014. “La vida que se va deja un soplo en medio de la mano que es inútil besar”. Así reza el verso con que inicia esta publicación póstuma del notable poeta argentino (fallecido a principios del 2014). Esta poesía es un viaje al centro de la vida para revelar los laberínticos misterios, que sólo la escritura puede descifrar. El verbo certero y enfático de Gelman hace de Hoy una lectura imprescible en tiempos de crisis. Disponible en librerías y en la página de Visor: www.visor-libros.com

Lozada Pérez, Hiram. María Madiba. San Juan/Santo Domingo: Isla Negra Editores, 2014. El convulso siglo XIX en Puerto Rico—durante el poderío español en la isla—es el trasfondo de una historia de amor entre un esclavo, llamado Diego José, y la hija de un hacendado, de nombre María del Mar. El escritor puertorriqueño Hiram Losada Pérez urde su inspiradora narrativa dentro de un sorprendente tapiz histórico, habitado por esclavos, corsarios, deidades afrocaribeñas, calles adoquinadas, cotorras vigilantes, laureles sabinos, cañonazos y jardines de luz. Disponible en www.editorialislanegra.com

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Desarmando las fronteras del arte y del saber.


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