Capitulo1

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Capítulo 1

Decisiones L

os primeros rayos del amanecer aparecieron en el horizonte. El capitán Logan Branns bostezó y se estiró para recuperar la sensibilidad de sus entumecidos músculos. Había pasado la noche en vela, oteando el ho-

rizonte. Podía haber apostado allí arriba a cualquiera de sus hombres de confianza, convencido de que le hubieran avisado de cualquier cambio, pero no lo hizo. La llegada del mensajero que esperaban traería información importante, y aunque sabía que estar allí no haría que regresara antes de tiempo, la vigilancia le reconfortaba. Llevaba en la fortaleza de Ishkab desde que avistaron orcos por primera vez. ¿Hacía cuánto, dos, tres meses quizá? ¿Quién sabe? Cualquiera que estuviera allí perdía por completo la noción del tiempo. —No podía haberme tocado un sitio peor —murmuró en voz baja mientras miraba como el sol ascendía lentamente y se imaginaba en el club de oficiales saboreando algún caro licor frente a un cálido hogar. Una risa sacó a Logan de su ensoñación, se giró y observó a su nuevo acompañante. Era un hombre alto, de unos treinta años y de complexión fuerte. Su rostro era el de una persona madura, aunque con rasgos juveniles disimulados por una barba de varios días. Un aspecto algo desaliñado. La expresión de sus ojos le delataba enseguida como alguien inteligente. Y de no ser porque vestía la típica armadura irithiana de color negra, lo que denotaba su rango de comandante, nadie hubiera dicho que aquel tipo se trataba de un oficial militar. 3


—Eres tú —resopló Logan. —Yo también me alegro de verte —dijo Rudger—. ¿Alguna novedad? —preguntó, esperando una respuesta afirmativa. Llevaba tanto tiempo en aquel lugar, todo antes que seguir un día más allí metido. —Nada, todo ha estado tranquilo desde anoche —contestó con tono cansado. —He oído que hubo una pelea en la taberna —tanteó Rudger, inocentemente. —Sí, pero no te preocupes. Solo fue un altercado menor. Los ánimos de la gente están un poco crispados, eso es todo —dijo Logan restándole importancia al hecho. —Llevamos mucho tiempo aquí y apenas tenemos noticias de Irithnun. Supongo que es normal que los soldados y los habitantes estén tan irascibles. —Además, ¿quién iba a saber que los orcos todavía habitaban en esta región? —preguntó Logan. —Empiezo a pensar que la colonización de este continente no ha sido una buena idea. Se supone que ya nadie vivía aquí y de repente los orcos aparecen de la nada. —Tal vez no sean demasiados. Hace mucho que abandonaron este territorio y emigraron hacía el este —dijo el Capitán Branns, recuperando un poco la esperanza. Logan Branns era la antítesis de Rudger. Pelo muy corto y arreglado, facciones duras y angulosas, todo enmarcado por una perilla bien afeitada. Tenía un aspecto muy cuidado, muy militar. Era un soldado de manual. Rudger permaneció callado y se apoyó en una de las almenas, observó la llanura que se extendía hacía el norte, la extraña flora de El Vergel podía distinguirse en la distancia, un poco más al este. Era milagroso que hubieran vuelto a nacer árboles y plantas en aquel inhóspito lugar, la naturaleza era algo sorprendente y misterioso. Una pequeña figura apareció a lo lejos, entre las colinas, avanzaba rápidamente hacía el castillo. Rudger cambió por completo su expresión y sonriendo, sin decir una palabra, se dirigió hacia las escaleras que bajaban al patio principal de la fortaleza. Logan se apresuró en alcanzarlo.

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El explorador cruzó el patio a toda velocidad, de un salto bajó del caballo y se dirigió hacía la puerta central. Los soldados observaron como aquel hombre, de botas polvorientas, avanzaba sin pausa. La gente de la taberna y demás comercios había salido al oír la noticia del jinete llegado desde el norte. Soldados y civiles intercambiaron cuchicheos, desde luego no era una buena señal que hubiera arribado tan pronto, además su cara no parecía en absoluto portadora de buenas noticias. Los oficiales recibieron al explorador en la puerta del cadalso, Logan respiró profundamente para intentar ocultar su nerviosismo, Rudger permaneció tranquilo e impasible. Le sorprendía que su amigo pudiera conservar la calma incluso en situaciones de tensión, tal vez esa era la razón por la que se había convertido en el comandante más joven en la historia de Irithnun. Lo conocía desde que ambos se graduaron en la academia militar, básicamente ese era el motivo por el que nunca se trataban con el típico protocolo estirado de los altos cargos. De hecho, Rudger tenía fama entre la tropa de ser bastante accesible, y no era extraño ver como los soldados más jóvenes de su unidad se dirigían a él tuteándole. Aquello no parecía molestarle en absoluto. Logan nunca entendió como consiguió tan rápido el cargo de comandante. Si bien era cierto que Rudger era un buen luchador y estratega, para ascender hacía falta algo más que una mano hábil con la espada. Había que dominar el pantanoso arte de la política, un mundo estricto y protocolario que nada tenía que ver con aquel hombre que a veces parecía más un pirata que un oficial de alto rango. Rudger Wolfir era todo un personaje, de eso no había duda. El explorador saludó a los dos oficiales e informó de la situación. —El ejército orco ha movilizado una pequeña avanzadilla, se dirige hacia nosotros. Están a poco más de una semana de camino. —¿Cuántos son? —preguntó Rudger. —El ejército, unos diez mil efectivos; la avanzadilla aproximadamente un millar, tal vez menos. Rudger se quedó pensando. Logan felicitó al explorador por su labor y le dio permiso para retirarse y descansar. —Muchos más de los que esperábamos —confesó Rudger al cabo de un rato. 5


—Finalmente vamos a luchar. —Logan no se mostró muy entusiamado—. Y los refuerzos aún no han llegado. —Manda otro mensajero a los Puertos de Nieblaniza, y que embarque rumbo a Irithnun de inmediato para informar de la situación —dijo en tono serio y decidido mientras entraba de nuevo en la fortaleza. Logan se quedó solo en el patio principal y vio como la gente volvía a ocuparse lentamente de sus quehaceres. <<Será mejor que nos preparemos>>, pensó. Pese al comportamiento poco ortodoxo sabía que si la situación comenzaba a ser peligrosa, Rudger era la única persona en la que podía confiar. Con la moral renovada y más resuelto que nunca se quedó en el patio y comenzó a dar órdenes a todos los soldados presentes. Hegar se asomó como pudo por los barrotes de la húmeda celda. El pasillo central de la prisión estaba desierto. Al parecer era el único preso en esos momentos, todo por culpa de una maldita pelea en la taberna de la fortaleza, y ni siquiera había empuñado su espada. Era cierto que había dejado a su oponente bastante magullado, pero fuera de peligro. Suspiró y se quedó meditando durante un largo rato. Hegar era bastante dado a la introspección. La Federación de Irithnun era el país más rico conocido, disponía de incontables fuentes de recursos y materias primas. Por si esto fuera poco, si económicamente no podían controlar la situación, poseían un numeroso ejército que podía encargarse de mantener esa supremacía por otros medios más expeditivos. Dominado por el Gosnovar, un puñado de poderosos e influyentes políticos, el país vivía bajo un falso estado pseudodemocrático, una cruel ilusión. La realidad era bien distinta y todo funcionaba como una máquina bien engrasada donde el poder y el dinero mandaban. La última campaña de la Federación no era otra que la colonización de Erunia. Habían abierto la veda para que incontables mercaderes, negociantes y gremios económicos se lanzaran a la conquista de esas tierras abandonadas, previo pago para adquirir los derechos de explotación. Él, como tantos otros, había montado en el primer barco rumbo a aquel desconocido continente en un principio lleno de oportunidades. Con este clima, la situación en la fortaleza de Ishkab era muy tensa 6


ya que cientos de compañías de mercenarios habían viajado hasta allí para sacar tajada de la situación. Era una oportunidad única para enriquecerse trabajando como cuerpos de seguridad de comerciantes, si bien en la mayoría de casos no eran más que matones con espadas. Las autoridades de la ciudad fortaleza habían decretado casi un estado de excepción constante, debido en parte a los rumores de que los orcos no habían abandonado completamente aquel lugar. Aunque no era menos cierto que nadie los había visto. De todas formas allí estaba metido, y no había viajado hasta Ishkab para acabar en una mugrienta carcel, pero aún no habían creado la cerradura que se resistiera a su habilidad. Podía escuchar el ajetreo del patio principal, sabía que algo importante se cocía arriba y si podía no se quedaría para ver que era. Se arrodilló a la altura de la cerradura y forcejeó con ella durante unos instantes, se desató el pañuelo negro que llevaba atado a la cabeza, y se lo pasó por la frente retirando mechones de color castaño. Al ver que la cerradura se resistía más de lo esperado se levantó y observó la celda. Se acercó al cuenco de comida y cogió la cuchara de peltre. Volvió a la cerradura y comenzó a hurgar en ella, con un fuerte chasquido esta cedió y la puerta se abrió con un leve chirrido, Hegar no pudo dejar de esbozar una sonrisa. Era un ladrón consumado. Huérfano desde joven ya empezó a ganarse la vida cometiendo algunos hurtos menores, curtiéndose en las abarrotadas calles de Irithnun. Pese a que nunca había creído en el romanticismo del ladrón que solo roba a los ricos para dárselo a los pobres, era cierto que nunca había robado más allá de poder subsistir, y a gente que normalmente se lo merecía: mercaderes corruptos o autoridades que aceptaban sobornos. La prisión seguía en silencio, Hegar esperó un momento para ver si su acción tenía algún efecto secundario, como la aparición de un guardia o el revuelo de algún otro preso, pero no ocurrió nada. Con cuidado salió de la celda y observó la mesa del guardia. No había nadie. Rápida y silenciosamente avanzó hacia ella, las celdas de su pasillo estaban vacías, como había supuesto. Encima de la mesa estaba su cinto de armas, en el que llevaba su espada enfundada en una vaina de cuero de color rojo oscuro. Se apresuró en recuperarlo y se lo ajustó entorno a la cintura. La puerta que llevaba al nivel superior estaba entreabierta, lentamente ascendió las escaleras. 7


El ruido y las voces del exterior se intensificaban conforme subía los escalones del angosto pasadizo. Llegó a un pasillo ancho y bien iluminado gracias a unos grandes ventanales. Dos soldados se dirigían hacía donde él estaba, de un salto volvió al pasillo del que había salido y se quedó oculto en las sombras, esperando que no le hubieran visto. Afortunadamente para él, pasaron de largo inmersos en su conversación. Por lo que había escuchado, se estaban preparando para lo que seguramente sería un ataque. Respiró hondo para tranquilizarse, comenzó a analizar la situación. Si se trataba de un asedio lo más seguro es que hubieran doblado la guardia en el exterior, lo que hacía imposible salir de la fortaleza sin ser visto. Rápidamente descartó esa posibilidad. Lo más importante era camuflarse de alguna manera, si seguía paseándose por el castillo corría el riesgo de ser reconocido, además no tardarían en descubrir que el único preso se había fugado. Tal vez podría esconderse hasta que pasara el peligro, pero eso le dejaba en manos del ejército, y ¿qué ocurriría si caía el castillo? No parecía encontrar solución a su problema. Entonces se le ocurrió otra idea, se haría pasar por un soldado, así tal vez tendría una oportunidad para escabullirse cuando empezara el ataque. De todas formas, decidió que necesitaba más información, aunque ahora su principal objetivo era encontrar un uniforme. Recorrió el pasillo buscando una salida al exterior.

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