Hacia la norma del español moderno. La labor reguladora de la Real Academia Española. Dolores Azorín Fernández
1. Introducción Por lo que se refiere al marco político y sociocultural, el siglo XVIII traerá consigo importantes transformaciones. Una de ellas es el cambio dinástico: después de la muerte sin descendencia de Carlos II, tras la Guerra de Sucesión, accede al trono Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, que reinará como Felipe V. Con él se inaugura la dinastía de Borbón que introducirá en el país una forma de gobernar marcadamente centralizadora. España intenta abrirse a las corrientes de progreso y modernización que llegan de Europa, de Francia especialmente; y, aunque los avances se hicieron patentes en todos los órdenes de la vida social y cultural de la nación, el sentimiento de decadencia ante la definitiva pérdida de la importancia de España en el nuevo orden europeo surgido de la paz de Utrecht, impregna el discurrir de esta centuria. No obstante, de forma paralela a la asunción de la decadencia de España como potencia mundial, va tomando cuerpo una corriente de pensamiento que cree posible la regeneración del país. La lucha contra el oscurantismo y la ignorancia, verdaderas lacras de la sociedad española de principios de siglo, será el principal objetivo de nuestros ilustrados, desde la labor pionera del padre Feijóo pasando por el ideario reformista de figuras como Campomanes o Jovellanos, la educación va a ser considerada como la piedra angular del progreso; la educación y la difusión del saber, sobre todo, de los saberes que tienen como fin último contribuir al fomento de la riqueza de la nación y a la mejora de su tejido productivo. Por consiguiente, las ciencias útiles se verán impulsadas por el Estado y desde instituciones patrióticas como las Sociedades Económicas de Amigos del País o las Juntas de Comercio, que no solo se preocuparon de difundir el conocimiento a través de la publicación y traducción de obras de contenido técnico, sino también de la creación de escuelas para la educación primaria y de centros de formación profesional para la juventud: el Instituto Asturiano, patrocinado por Jovellanos, constituye un ejemplo señero de lo que debían de ser estos establecimientos educativos.
2. Enseñar y deleitar: literatura y erudición En el campo de las bellas artes, el influjo centralizador ejercido por la Real Academia de San Fernando hará que se extiendan por todo el país los estilos arquitectónicos y las tendencias y modas que imperan en la corte. El neoclasicismo va ganando terreno, aunque los estilos locales no desaparecen por completo del panorama nacional. La tendencia a la uniformidad, auspiciada desde el poder central, alcanza también a la lengua y a sus manifestaciones literarias. En el proceso de regulación del idioma va a ejercer un papel determinante la Real Academia Española, cuya labor se extenderá también a velar por la pureza del estilo, según las directrices de sobriedad, precisión y claridad que afectan sobre todo al cultivo de la prosa. A partir de la publicación de la Poética de Luzán (1737), la preceptiva neoclásica se abrirá camino en todos los géneros, si bien el peso de la tradición literaria de los Siglos de Oro, continúa estando presente. Los preceptos aristotélicos y horacianos, tamizados por el clasicismo francés, se imponen también en el teatro y en la poesía. Se acatan las tres unidades (acción, tiempo y lugar) para las piezas dramáticas y en la poesía la expresión solemne y desembarazada del artificio excesivo del verso de la escuela gongorina. En todos los géneros se tiende, siguiendo a Horacio, a hacer compatibles el entretenimiento y la utilidad. El «enseñar deleitando» se convierte en divisa de los literatos de este siglo, imbuidos del espíritu didáctico que caracteriza a la corriente ilustrada que lo atraviesa. El Siglo de las luces será también, en consecuencia, el siglo de la erudición. En este periodo se gesta un importante corpus de estudios que versan, entre otros tenores, sobre la lengua y la literatura castellanas. Quizás
una de las figuras más representativas de esta corriente erudita sea Gregorio Mayáns, polígrafo infatigable, que dedicó buena parte de su producción a la recopilación y al estudio crítico de nuestra tradición literaria y filológica, continuando, en este sentido, la labor iniciada en el siglo anterior por otros estudiosos como Nicolás Antonio. Entre sus obras destaca Orígenes de la lengua española (1737), donde se edita por primera vez el Diálogo de la lengua de Juan de Valdés, junto a textos señeros de la historia de la filología española, pertenecientes a Nebrija, Villena, Aldrete, etc. o su Retórica (1757) donde logró reunir una importante antología de la prosa castellana. En la misma línea que Mayáns, en busca de modelos de buen estilo, años más tarde, Antonio Capmany publica su Teatro historicocrítico de la elocuencia (1786-1794) y vuelve de nuevo sobre la historia del español con Del origen y formación de la lengua castellana (1786). Al interés por la recuperación de los monumentos literarios de nuestra lengua se debe también la Colección de poesías anteriores al siglo XV (1779) de Tomás Antonio Sánchez, que recoge por primera vez obras tan significativas como el Cantar de Mio Cid o el Alexandre.
3. Hacia la norma del español moderno Con el siglo XVIII concluyen los grandes procesos históricos constitutivos de la lengua española y entramos en el español moderno, en una lengua que ha alcanzado su estabilidad. Estabilidad en lo que se refiere a su difusión geográfica, ya que el español no ha adquirido nuevos territorios para su expansión y sí ha consolidado su asentamiento en los que ya poseía, especialmente en el continente americano. Estabilidad interna también, pues la estructura de la lengua no ha variado desde entonces: ni en el plano fónico ni en el morfosintáctico. Tampoco el vocabulario básico ha sufrido grandes cambios, salvo los que se han producido en el llamado «léxico de civilización» y en el de especialidad que, como era lógico esperar, han aumentado considerablemente. Durante el periodo áureo, camino de convertirse en lengua común, el idioma había adquirido un alto grado de fijeza. Sin embargo, como afirma Lapesa (1980: 419): «los preceptos gramaticales habían tenido escasa influencia reguladora». Con la llegada del siglo XVIII, la situación va a cambiar de manera significativa. Así, junto al peso de la literatura anterior que va perfilando un modelo de prestigio para la expresión escrita, el espíritu racionalista que caracteriza a este periodo proveerá los instrumentos necesarios para que se lleve a cabo el proceso de estabilización «emprendido por la lengua literaria desde Alfonso el Sabio» (Ibid.). La fundación de la Real Academia en 1713 supone el primer paso en firme en esa dirección que pronto daría su fruto con la salida a la luz del Diccionario de Autoridades (1726-1739), uno de los mejores representantes del género monolingüe de su época, el primer y más firme puntal de que dispondría la Academia para cimentar su futura labor reguladora. No es casual que la primera tarea que se impone la RAE sea la de redactar un diccionario de la lengua española, copioso y exacto. La empresa del diccionario, comparada con las otras dos obras normativas del periodo fundacional: la ortografía y la gramática era, sin duda, más costosa en tiempo y en recursos materiales y humanos, pero también era el mejor procedimiento para que «se viesse la grandeza y poder de la Lengua, la hermosura y fecundidad de sus voces, y que ninguna otra la excede en elegancia, phrases y pureza», como manifiestan los académicos al comienzo del «Prólogo» de Autoridades. Aunque la necesidad de elaborar el diccionario constituye el impulso inicial para la fundación de la Academia, sería ingenuo no pensar que tras ello se esconden razones de mayor calado filológico y sociocultural. Así, se ha dicho la Academia Española se fundó para luchar contra las aberraciones del Barroco tardío y para frenar la desintegración del idioma provocada por la entrada masiva de galicismos, pero siguiendo la opinión de Lázaro Carreter (1980), para los fundadores de la Academia, el móvil inmediato fue el impulso patriótico de restablecer el honor nacional, exhibiendo la belleza, perfección y abundancia de la lengua castellana, a través 2
del instrumento que consideraron más idóneo. El diccionario fue, pues, ese «inventario fidedigno, como el que ya tenían otros idiomas» capaz de «restablecer el prestigio exterior del castellano». La decisión de constituirse en academia del pequeño grupo de eruditos que acudían a la tertulia del que fue su primer director, D. Juan Manuel Fernández Pacheco, Marqués de Villena, hay que relacionarla, también, con el clima de renovación intelectual que había empezado a fraguarse en España a finales del siglo XVII. La Academia surgiría, pues, en este contexto asumiendo, además, la herencia de toda una serie de tradiciones filológicas que tienen como meta el cuidado del idioma. Para D. Fries (1989), las más significativas de estas tradiciones eran: • •
La idea de que las lenguas se desarrollan de manera semejante a los organismos vivos. La idea, asociada a la anterior, de poder estabilizar la lengua materna (siguiendo el modelo de las lenguas clásicas) en el punto considerado culminante de su desarrollo mediante una codificación, para poder perpetuarla de este modo por encima de toda posible degeneración.
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La tradición de la «competición lingüística internacional».
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La tradición de un cuidado de la lengua institucionalizado.
De todas estas tradiciones, la más persistente, sin duda, es la idea de que las lenguas, al alcanzar su plenitud, deben ser fijadas para detener su inevitable decadencia y extinción. De manera que, todo el programa de actuaciones que la Academia Española prevé, en esta primera etapa, obedece a la poderosa motivación de conservar la lengua en el estado de esplendor de que goza en ese momento, después de dos siglos de intenso cultivo literario. Ese programa se inicia, como ya sabemos, con la redacción del Diccionario.
3. El programa regulador de la RAE 3.1. El Diccionario El Diccionario de Autoridades (1726-1739) es la primera obra que lleva a cabo la RAE y donde ya aparece plasmado el concepto de norma que va a defender la docta institución. Así, por ejemplo, a la hora de llevar a cabo la selección del léxico, la Academia utiliza un criterio menos restrictivo y, por tanto, más abarcador que el que habían mantenido sus homólogas europeas más cercanas: la Academia della Crusca y l'Académie Française. Tan sólo se señalan dos tipos de restricciones: los nombres propios y las voces malsonantes. Sin embargo, hay que decir que, en general, pesó más el afán descriptivo y el respeto a las fuentes documentales que los «buenos propósitos» de la Corporación de prescindir del léxico sospechoso de ofender a la moral o de atentar contra el concepto de «buen gusto» imperante en la época; de ahí que estas restricciones no afectaran, en general, a la rica variedad de expresiones y frases coloquiales de origen vulgar, e incluso, a muchas voces que designaban objetos o acciones que podían violentar el pudor de los hablantes más sensibles. Pero, quizás sea en el tratamiento que la Academia dispensó a los dialectalismos y tecnicismos donde mejor se perciba la perspectiva abarcadora, y escasamente restrictiva en la interpretación de la norma culta que presidió la selección del léxico de Autoridades. La decisión de incluir las voces «provinciales» o dialectales, es, para muchos autores, la mayor novedad y originalidad que ofrece este diccionario frente a sus confesados modelos, los diccionarios de La Crusca florentina y el de la Academia francesa que no admitían este tipo de palabras en su concepto de norma. Lo mismo se puede decir de los vocablos de extracción científica y técnica, muy presentes en nuestro primer diccionario académico. El elenco de voces que, finalmente, introdujo la Academia en su primer diccionario se aparta de la línea mostrada por sus modelos extranjeros en el mayor peso específico que se otorga a ciertos 3
subconjuntos de voces (como las provinciales, las técnicas, las de uso familiar, etc.) que, desde una interpretación más restringida del concepto de norma culta, no tendrían cabida en un diccionario académico. De ahí que nuestro Diccionario de Autoridades, en este aspecto concreto, sea un espécimen atípico en la lexicografía europea de corte académico, como lo fue -y es todavía- su heredero, el DRAE.
3.2. Otros proyectos normativos de la RAE Tras el gran esfuerzo que supuso la redacción del diccionario, la Academia hubo de diversificar su trabajo para sacar a flote otros proyectos de carácter normativo. En los Estatutos de 1715 se mencionan «una Gramática y una Poética Españolas, e Historia de la Lengua, por la falta que hacen en España». Sin embargo, será la cuestión ortográfica la siguiente tarea que va a centrar la atención de los académicos. La RAE se había ocupado del problema de la regulación de la ortografía desde el momento en que se inician los trabajos del diccionario, pero el resultado de esta primera incursión en la materia, tal como había quedado plasmado en las normas de 1726 que figuraron impresas en uno de los prólogos del Diccionario de Autoridades, el llamado «Discurso proemial de la orthographia castellana», no satisfizo por completo a la Corporación. De manera que, en 1741, aparece, como publicación exenta, la primera Ortografía de la RAE. En ella la Academia se muestra todavía muy dependiente del criterio etimológico a la hora de regular el empleo de las grafías, aunque, poco a poco, en las sucesivas ediciones (1754, 1763, etc.) se fueron simplificando las normas hasta llegar a la de 1815 en que la ortografía académica alcanza prácticamente el estadio que tiene ahora (con algunos cambios posteriores que afectan sólo a la acentuación). Así: •
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En 1726: o Se suprime la <ç>. o
Se fijan <v> para la consonante y <u> para la vocal.
o
Mantenimiento de <b> y <v> según la etimología (aun reconociendo que no hay diferencias de pronunciación).
o
Supresión de consonantes geminadas <pp>, <tt>, <ff>, <mm> (ésta sustituida en 1763 por <nm>, <ss> (sustituida por <s> en 1763>.
o
Mantenimiento de grupos consonánticos como <bs>, <ct>, etc.
En 1754: o
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En 1779: o
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Desaparece <y> etimológica de los helenismos: pyra.
Se suprimen los dígrafos etimológicos en las voces de procedencia griega: theatro, orthographia, mechánica, rethórica, etc. que servían para transcribir las consonantes aspiradas del griego. Sólo se conserva christo y sus derivados y la <ph> no acaba de desaparecer hasta 1803 en la 4.ª ed. del DRAE.
En 1815: o
Se establece la distribución actual de las cinco vocales con las grafía <c> y <qu> con valor de /k/.
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o
Se suprime la <x> con valor de /X/, manteniendo para representar este fonema <j> y <g> apelando a la etimología.
o
Se fijan los usos de <i> e <y> tal como hoy se utilizan en español moderno, suprimiendo <y> en los diptongos en interior de palabra y conservándola en final: reino, rey.
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Otras reformas han afectado a la acentuación: desde 1770 se suprime el acento grave <`> y sólo queda el agudo <´> como en la actualidad.
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En 1754 la Academia concede el estatuto de letras del alfabeto a los dígrafos <ch> y <ll>, pero no sin cierta polémica, tras el Congreso de Academias de la Lengua Española de 1993, se volvió al orden alfabético internacional, considerando a <ch> y <ll> como combinaciones de dos letras, con las consecuencias que ello conlleva en la ordenación alfabética.
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La Academia, siguiendo la norma de la pronunciación, acepta la simplificación de ciertos grupos consonánticos: sustancia, trasladar, pero sigue manteniendo otras (oclusivas en posición implosiva) frente a la tendencia a la sílaba abierta que ha caracterizado la evolución del español. Este rasgo es uno de los que caracterizan la pronunciación y escritura cultas del español moderno: concepto, optativo, absoluto y no conceto, otativo, asoluto.
La ortografía del español actual es una de las más sencillas de entre todas las de occidente y hoy cuenta con una valiosísima uniformidad en todos los países de habla hispana, que hacen de ella uno de los baluartes más firmes de la unidad del español. La Gramática de la lengua castellana, publicada en 1771, constituye el tercer gran logro de la Academia. Con ella se cierran las actuaciones que la docta institución emprendió en materia de regulación idiomática en su primera etapa. En ésta, como en las restantes hasta llegar a la última de 1931, la Academia se ha movido en la línea normativa que le es propia, pero a diferencia de las ediciones que vendrían después, la Gramática de 1771 constituye todo un alarde de equilibrio entre las dos líneas que van a polarizar las ideas gramaticales del Siglo de las Luces: nos referimos a la gramática concebida como arte y a la gramática concebida como ciencia. Como afirma R. Sarmiento (1984) la Academia, al haber definido previamente en el Diccionario la voz ciencia como «el conocimiento cierto de alguna cosa por sus causas y principios» y arte como «la facultad de prescribe reglas y preceptos para hacer rectamente las cosas», dejaba zanjada la cuestión de la naturaleza de la gramática. La gramática no podía ser considerada como ciencia, pues su objeto es la regulación del uso y éste es siempre variable y contingente. La gramática se definía como «arte de hablar bien» y quedaba dividida en dos partes «la primera trata del número, propiedad y oficio de las palabras: la segunda del orden y concierto que deben tener entre sí para expresar con claridad los pensamientos». La utilidad de la Gramática es, pues, doble ya que nos permite «hablar con propiedad, exactitud y pureza» -éste será su cometido práctico- y al mismo tiempo nos revela «con principios y fundamentos... comunes a todas las lenguas» en qué se fundamenta esa práctica desde el punto de vista racional. En 1780, esta primera gramática fue declarada por Carlos III libro de texto oficial para la enseñanza del español en las escuelas. Desde 1931 la Academia no ha vuelto a publicar otra gramática oficial; aunque, el Esbozo de una nueva gramática de la lengua española, desde 1973, ha venido funcionando como anticipo de ese definitivo texto gramatical con el que se espera que la RAE culmine su labor normativa, partiendo de los planteamientos teóricos y descriptivos de la lingüística actual y con la orientación panhispánica que la Corporación ha venido imprimiendo de un tiempo a esta parte a todos sus proyectos.
4. Final: una lengua apta para la ciencia 5
En el siglo XVIII queda configurado el español moderno. Una lengua llamada a ser el instrumento de comunicación de un conjunto de naciones que en los últimos siglos no han estado en primera línea ni en lo político ni en el desarrollo científico y tecnológico. La necesidad de adaptar términos y contenidos nacidos en otros entornos lingüísticos comienza a hacerse patente entre las élites hispanohablantes de esta centuria presidida por el gran despliegue que alcanzan todas las ramas del saber.. Quizás el mayor logro del siglo ilustrado, en cuanto a la historia de la lengua se refiere, lo constituya la intuición certera de aquellos infatigables intelectuales que comprendieron la necesidad de dotar a la lengua castellana de los recursos necesarios que hicieran posible la expresión del conocimiento en todas sus manifestaciones, cifrando en esta empresa una de las claves del futuro progreso de la nación. De todo ello queda cumplida constancia en el léxico atesorado en esta época donde, como bien afirma el maestro Lapesa (1999: 429): Las nuevas orientaciones ideológicas, el interés por las ciencias físicas y naturales, las transformaciones que se iban abriendo paso en la política y en la economía, pusieron en curso multitud de neologismos, prestaron a voces ya existentes acepciones que antes no tenían, o infundieron valor de actualidad a términos que carecían de él. En la mayoría de los casos [...] la renovación del vocabulario cultural español se hizo por trasplante del que había surgido o iba surgiendo más allá del Pirineo, aprovechando el común vivero grecolatino. Procedentes de Las ciencias positivas introducen en este siglo y en el siguiente numerosos términos como: mechánica, mechanismo, hidrostática, hidrometría, termómetro, barómetro, máquina pneumática, aerostática, electrizar, electricidad, microscopio, telescopio, mucosa, papila, retina, inoculación, vacuna, etc. (Lapesa, 1999: 430 y sigs.). En el siglo ilustrado saldría también la luz una de las obras lexicográficas más significativas de nuestra tradición diccionarística, nos referimos al Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes (1786-93) del jesuita Esteban de Terreros y Pando, donde por primera vez en la historia de la filología española se considera que las palabras provenientes de los ámbitos especializados -que hoy llamamos «tecnicismos», «voces de especialidad» o «términos»- forman parte de la lengua culta y, por consiguiente, deben ser recogidos y descritos en el diccionario. Muchos de los tecnicismos que Terreros introdujo en su diccionario eran adaptaciones del francés, fruto de la traducción de obras especializadas escritas en la lengua del país vecino o vertidas primeramente en ésta. El gran mérito de Terreros como lexicógrafo radica en haber sido el primero que, de manera razonada, instituye al tecnicismo como parte consustancial de la lengua culta, reconociendo su importancia como vehículo transmisor del conocimiento y, por tanto, síntoma del progreso material e intelectual de la comunidad lingüística que se expresa en esa lengua. Terreros es consciente de la necesidad de disponer de diccionarios que atesoren el creciente caudal de tecnicismos que, como fruto de los descubrimientos científicos, había comenzado a difundirse, camino de su progresiva internacionalización (Azorín Fernández & Santamaría Pérez: 2005). Este hecho, unido a la aureola de prestigio que adquieren las disciplinas científico-técnicas, explicaría el ascenso a la esfera del léxico culto que experimentan las voces de especialidad en su Diccionario. Aunque, el argumento de mayor peso a la hora de justificar la abierta decantación del erudito jesuita hacia la integración de los tecnicismos como «parte esencial» de su concepto de «lengua culta» habría que buscarlo en la decantada propensión didáctica y divulgadora del conocimiento que informa su labor como lexicógrafo. El ejemplo de Terreros calaría en la centuria siguiente entre los lexicógrafos de la corriente no académica, que hicieron de su abierta postura ante la recepción de los neologismos procedentes de los ámbitos especializados una de sus señas identificadoras frente al conservadurismo de la Real Academia.
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Podemos concluir recordando que el resultado final de la intensa actividad de creación y adaptación neológica que tiene lugar en el siglo XVIII sería la inevitable modernización del español que vio ensanchar, sobre todo a partir de su segunda mitad, sus posibilidades como lengua de cultura.
5. Bibliografía Álvarez de Miranda, P. (1995): «La Real Academia Española» en M. Seco y G. Salvador: La lengua española, hoy, Madrid, Fundación Juan March, pp. 269-279. Azorín Fernández, D. (2004): Los diccionarios del español en su perspectiva histórica, Alicante, Universidad de Alicante (2.ª reimpr.; 1.ª ed. 2000). Azorín Fernández, D. & M. I. Santamaría Pérez (2004): «El Diccionario de Autoridades (1726-1729) y el Diccionario castellano (1786-1793) de Terreros y Pando ante la recepción de las voces de especialidad», Revista de Investigación Lingüística, VII, pp. 49-70. Cano Aguilar, R. (coord.) (2004): Historia de la lengua española, Barcelona, Ariel. Fries, D. (1989): Limpia, fija y da esplendor. La Real Academia Española 1713-1973, Madrid, SGEL. Glendinning, N. (1973): Historia de la literatura española: el siglo XVIII (Dir. R. O. Jones) Barcelona, Ariel. Lafuente, A. y N. Valverde (2003): Los mundos de la ciencia en la ilustración española, Madrid, Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología. Lapesa, R. (1999): Historia de la lengua española, Madrid, Gredos (10.ª reimp. de la 9.ª ed. corr. y aum. 1981; 1.ª ed. 1942). Lázaro Carreter, F. (1972): Crónica del Diccionario de Autoridades, Madrid, Real Academia Española (estudio recogido en F. Lázaro Carreter, (1980): Estudios de Lingüística, Barcelona, Crítica). Quilis Morales, A. (2005): Introducción a la historia de la lengua española, Madrid, UNED. Sarmiento, R. (1984): «Introducción» en RAE: Gramática de la lengua castellana, 1771 (edición facsímil), Madrid, Editora Nacional, pp. 9-81.
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El latín en Hispania: la romanización de la Península Ibérica. El latín vulgar. Particularidades del latín hispánico Jorge Fernández Jaén
1. La Romanización de la Península Ibérica El Imperio Romano fue, sin duda, el mayor imperio del mundo antiguo. Se fue creando poco a poco a partir de la expansión de su capital, Roma, y pretendió conquistar todo el mundo conocido, es decir, todos los países próximos al Mar Mediterráneo, llamado mare nostrum por los antiguos romanos. Así, en su momento de máxima expansión durante el reinado de Trajano, el Imperio Romano se extendía desde el Océano Atlántico al oeste hasta las orillas del Mar Negro, el Mar Rojo y el Golfo Pérsico al este, y desde el desierto del Sáhara al sur hasta las tierras boscosas a orillas de los ríos Rin y Danubio y la frontera con Caledonia (actual Escocia), en Gran Bretaña, al norte. En consecuencia, recibe el nombre de romanización el proceso a través del cual el Imperio Romano fue conquistando, sometiendo e integrando a su sistema político, lingüístico y social a todos los pueblos y territorios que fue encontrando a su paso. El fenómeno de la romanización es de una importancia histórica absolutamente fundamental puesto que gracias a él un amplio territorio de la antigua Europa pudo compartir una misma base social, cultural, administrativa y lingüística. Por lo que se refiere a la conquista y romanización de la Península Ibérica, ésta se inició en el año 218. a. C., al iniciarse la segunda guerra púnica con el desembarco de los Escipiones en Emporion (hoy Ampurias, en la provincia de Gerona). Desde el mismo instante en que los romanos se introdujeron en la península, empezaron a sucederse las conquistas. Así, por ejemplo, hacia el 209 a. C. Cornelio Escipión tomó la ciudad de Cartago Nova y poco después Gadir, antigua colonia fenicia, cayó en manos romanas en el año a. C. No obstante, el proceso de conquista de Hispania no fue rápido debido a la resistencia que opusieron algunos de los lugares conquistados; por ello, la colonización de toda la península duró dos siglos ya que sólo finalizó de modo definitivo en el año 19 a. C. (época de Augusto) con el sometimiento al norte de cántabros y astures. Puede considerarse que la romanización determinó y fijó el destino de Hispania, destino dudoso hasta entonces debido a las entrecortadas influencias oriental, helénica, celta y africana que había tenido. La romanización hispánica se produjo con una base social distinta de la que se había partido para conquistar territorios más próximos a Roma. A la Península Ibérica llegan colonos, soldados, comerciantes de todo tipo, funcionarios de la administración, arrendatarios e incluso gentes de baja estima social, lo que evidentemente condicionó el latín hablado en esta nueva provincia romana. Roma también llevó a cabo un reajuste de tipo administrativo de las antiguas provincias Citerior y Ulterior (que habían sido creadas en el año 197 a. C., cuando las autoridades romanas dividen el territorio hispano y lo consideran, definitivamente, una parte más del imperio); así, una parte de la Ulterior quedó anexionada por la Citerior, que ahora se llamará Tarraconense (considerada provincia imperial). El resto de la Ulterior se subdividió en dos nuevas provincias; por un lado, la Baetica y por otro la Lusitania. Además, la organización social de Hispania refleja la misma estructura social que el resto del imperio (al menos en un primer momento); de este modo, la población (cives) se dividía en ciudadanía plena y libre (romani), ciudadanía con libertad limitada (latini), habitantes libres (incolae) sin derecho a ciudadanía, los libertos (liberti) y los esclavos (servi). Con el paso del tiempo y a medida que la romanización se fue asentando, los nativos fueron obteniendo progresivamente el derecho de ciudadanía, hasta que en el S. III d. C. (época de Caracalla) se generalizó este derecho para la totalidad de la población del Imperio. Naturalmente, en el momento en que una nueva zona era anexionada, se implantaba también en ella, además de la estructura social, la estructura militar, técnica, cultural, urbanística, agrícola y religiosa que había en Roma, lo que garantizaba la cohesión del imperio. 8
Por lo que respecta a la latinización (adopción del latín como lengua por parte de los pueblos colonizados en detrimento de sus lenguas autóctonas) hay que decir que no fue un proceso agresivo ni forzado: bastó el peso de las circunstancias. Los habitantes colonizados vieron rápidamente las ventajas de hablar la misma lengua que los invasores puesto que de ese modo podían tener un acceso más eficaz a las nuevas leyes y estructuras culturales impuestas por la metrópoli. Además, los nuevos habitantes del Imperio sentían de forma casi unánime que la lengua latina era más rica y elevada que sus lenguas vernáculas, por lo que la situación de bilingüismo inicial acabó convirtiéndose en una diglosia que terminó por eliminar las lenguas prerromanas. Por tanto, fueron los hablantes mismos, sin recibir coacciones por parte de los colonos, quienes decidieron sustituir sus lenguas maternas por el latín. No obstante, hubo en Hispania una excepción a este respecto, ya que los hablantes de la lengua vasca nunca dejaron de utilizarla, lo que permitió que sobreviviera, fenómeno de lealtad lingüística que se dio en varias partes del Imperio, como en Grecia, que nunca perdió el griego pese a su fuerte romanización. En definitiva, la romanización dotó de una identidad estable a Hispania y la introdujo de lleno en un Imperio que había de ser decisivo en la evolución de la Historia de la Humanidad. Con el paso del tiempo, Hispania también aportó grandes beneficios culturales al mundo latino, sobre todo en el campo de las letras. Así, tenemos retóricos de Hispania como Porcio Latrón, Marco Anneo Séneca y Quintiliano. También pertenecen a esta parte del Imperio escritores latinos tan importantes como Lucio Anneo Séneca, Lucano y Marcial, que escribieron obras muy relevantes en las que algunos críticos han visto los rasgos fundacionales del espíritu de la cultura y la literatura españolas.
2. El latín vulgar ¿Qué es el latín vulgar? El latín, al igual que todas las demás lenguas, tenía variedades lingüísticas relacionadas con factores dialectales (variedades diatópicas), con factores socioculturales (variedades diastráticas), con factores históricos y evolutivos (variedades diacrónicas) y con factores relacionados con los distintos registros expresivos (variedades diafásicas); pues bien, el latín vulgar (también llamado latín popular, latín familiar, latín cotidiano o latín nuevo) era la variante oral del latín, es decir, el latín que utilizaban los romanos (fueran cultos, semicultos o analfabetos) en la calle, con la familia y, en general, en los contextos relajados. Se trata, por tanto, de un latín que se aleja del latín clásico y normativo debido a la espontaneidad y viveza que le otorga su naturaleza oral y cotidiana. Esta variante diafásica de la lengua latina es de vital importancia puesto que es de ella (y no del latín culto de la literatura y los registros formales) de donde van a proceder las lenguas romances o románicas, y más en concreto del latín vulgar del período tardío (S. II-VI). A principios del S. XX, el gran filólogo D. Ramón Menéndez Pidal empezó a estudiar el latín vulgar guiado por la intuición de que debía ser en esa variante en la que se encontrasen las pautas para poder reconstruir y entender el origen del español y del resto de lenguas romances. Desde entonces, las investigaciones realizadas en el terreno de la Filología Románica han permitido entender mucho mejor el origen de estas lenguas. No obstante, un problema se plantea de inmediato: ¿cómo estudiar una variante lingüística que es oral y que se distancia mucho de las variantes escritas? ¿De dónde se puede extraer información? Los filólogos que se han ocupado de este asunto han sido capaces, con el tiempo, de hallar algunos materiales muy valiosos.
Fuentes para el conocimiento del latín vulgar Dado que el latín vulgar era oral y evanescente y que sólo se empleaba en contextos relajados, ¿de dónde podemos obtener información acerca de sus características? Es evidente que no existe ningún texto escrito en latín vulgar; a lo sumo, tenemos textos en los que se encuentran algunos vulgarismos dispersos, perdidos entre el estilo lujoso y cuidado que caracteriza a la literatura latina. No obstante, gracias a los vulgarismos que se 9
pueden rescatar de algunas obras cultas (incluidos en ellas por razones muy variadas) y a algunos textos escritos por personas no demasiado cultivadas, la filología ha podido reunir un conjunto de materiales relativamente amplio. Veamos a continuación cuáles son las principales fuentes para conocer el latín vulgar. a) Obras de gramáticos latinos. Son muchos los autores latinos que, en su afán de purismo, reprenden y denuncian determinadas pronunciaciones incorrectas. El primero de los autores que censuró estos errores fue Apio Claudio (hacia el 300 a. C.), seguido por muchos otros, como Virgilio Marón de Tolosa (S. VII) o el historiador lombardo Pablo Diácono (740-801). Con todo, las correcciones expresivas que señalan estos autores hay que tomarlas con prudencia, ya que muchas de ellas son arbitrarias e incluso abiertamente irreales. La obra más importante de este conjunto es, sin ninguna duda, el llamado Appendix Probi (¿S. IV a. C.?), llamado así porque se conserva en el mismo manuscrito que un tratado del gramático Probo. Es una especie de «gramática de errores» que cataloga y corrige 227 palabras y fórmulas tenidas por incorrectas, como por ejemplo las siguientes: vetulus non veclus, miles non milex, auris non oricla, mensa non mesa, etc. Lo relevante es que gracias a este texto se ha podido constatar que muchas palabras de las lenguas románicas han evolucionado a partir de la forma vulgar y no de la normativa. b) Glosarios latinos. Se trata de vocabularios muy rudimentarios, generalmente monolingües, que traducen palabras y giros considerados como ajenos al uso de la época (glossae o lemmata) por expresiones más corrientes (interpretamenta). El más antiguo de ellos es el glosario de Verrius Flaccus, De verborum significatione, del tiempo de Tiberio, pero que sólo es conocido por un resumen de Pompeius Festus (¿S. III?). También es muy conocido el lexicógrafo latino Isidoro de Sevilla (hacia 570-636), autor de Origines sive etymologiae, obra en la que aparecen muchas noticias sobre el latín tardío y popular, tanto de España como de otros lugares. También pertenecen a este tipo de textos las famosas Glosas Emilianenses (de San Millán, provincia de Logroño, ¿mitad del S. X?) y las Glosas de Silos (Castilla, S. X), donde se encuentran voces como lueco (español luego) o sepat (español sepa, subjuntivo del verbo saber). c) Inscripciones latinas. Las inscripciones son una fuente muy interesante para conocer variantes poco cuidadas del latín. Conservamos en la actualidad inscripciones muy variadas, en las que pueden leerse todo tipo de textos: dedicatorias a divinidades, proclamas públicas, anuncios privados, textos honoríficos, etc. La mayoría de ellas están grabadas, aunque también las hay pintadas e incluso trazadas a punzón. d) Autores latinos antiguos, clásicos y de la «edad de plata» (desde la muerte de Augusto hasta el año 200). Son muchos los escritores romanos que reprodujeron en sus obras estilos descuidados o familiares. Por ejemplo, Cicerón solía utilizar en sus cartas personales muchas expresiones coloquiales como mi vetule (mi viejo). Por otro lado, muchos dramaturgos, como Plauto, ofrecen en sus obras diálogos llanos, propios de la gente del pueblo más iletrado. Lo mismo sucede cuando un autor relata alguna anécdota curiosa, sobre todo si el protagonista de la misma pertenece a una baja clase social (como se ve en las obras de Horacio, Juvenal, Persio o Marcial). Por último, merece una especial atención El satiricón (60 a. C.) de Petronio, especie de novela picaresca repleta de charlatanes vulgares y obscenos. e) Tratados técnicos. En algunos textos técnicos se pueden apreciar ciertas imprecisiones expresivas. Por ejemplo, M. Vitrubio Polión escribió un tratado de arquitectura en tiempos de Augusto y pidió excusas por su escasa corrección lingüística. También son dignos de mención muchos autores de tratados de agricultura, como Catón el viejo, Varrón y Columela (bajo Tiberio y Claudio) que tienen, en general, pocos conocimientos gramaticales. Especialmente valiosas, a causa de su lengua repleta de elementos populares, son las obras técnicas de baja época, tales como la Mulomedicina de Chironis, tratado de veterinaria de la segunda mitad del S. IV repleto de vulgarismos. f) Historias y crónicas a partir del S. VI. Se trata de obras toscas y sin pretensiones literarias, redactadas en un latín muy descuidado. Tenemos la Historia Francorum, de Gregorio, obispo de Tours (538-594); el 10
Chronicarum libri IV, de Fredegarius (obra escrita en realidad por varios autores anónimos que relata la historia de los Francos); el Liber historiae Francorum, que se tiene por anónimo, aunque pudo ser compuesto por un monje de Saint-Denis en el 727; y, por fin, las compilaciones de historia gótica y universal de Alain Jordanès (S. VI), obra fundamental en su género. g) Leyes, diplomas, cartas y formularios. La lengua de estos textos es híbrida y sorprendente, mezcla de elementos populares y reminiscencias literarias. Hay que recalcar que las cartas y diplomas originales tienen el mérito de estar desprovistos de correcciones que alteran los manuscritos de los textos literarios. En Galia se trata de documentos relativos a la corte de los reyes merovingios; en Italia son edictos y actas redactados bajo los reyes lombardos (S. VI-VII); en España, tales textos provienen de los reyes visigodos (S. VI-VII) y de los siglos siguientes. h) Autores cristianos. Los cristianos de los primeros tiempos rechazaron decididamente el excesivo normativismo del latín clásico, lo que les llevó, en muchas ocasiones, a emplear un latín mucho más relajado en la redacción de sus textos. Así, este latín de los cristianos, sobre todo el de las antiguas versiones de la Biblia, estaba cuajado de expresiones y giros propios de la lengua popular, por un lado, y por otro de elementos griegos o semíticos tomados en préstamo o calcados. De hecho, los traductores de la Sagrada Escritura se preocupaban más de la inteligibilidad de la versión que del estilo, actitud utilitaria que justificaba emplear un latín desmañado siempre que fuera preciso. Fue S. Jerónimo quien, aun conservando numerosas expresiones populares, hizo una versión más pulida y literaria de la Biblia, conocida como la Vulgata. También se pueden encontrar muchos datos interesantes en la poesía cristiana del S. IV, en los himnos religiosos de la alta Edad Media (especialmente útiles para conocer detalles acerca de la pronunciación del latín de la época baja) o en las obras hagiográficas o de vida de santos, como las que escribió Gregorio de Tours, hombre más piadoso que literato. i) Papiros y cartas personales. Se han encontrado también diversos papiros y textos epistolares pertenecientes a soldados residentes en las diversas provincias del Imperio que han resultado muy útiles para conocer rasgos del latín vulgar. Gracias a todas estas fuentes, los filólogos han reunido muchos datos relativos a la forma del latín hablado en la época imperial. Sin embargo, los datos aislados no permiten obtener una visión global de cómo era el latín vulgar, por lo que, en última instancia, debe ser la gramática comparada de las lenguas romances la que revele cómo era ese latín hablado y cómo evolucionó. Hay que recordar que las lenguas evolucionadas a partir de la latina asumieron propiedades que ya se encontraban cifradas en las últimas etapas evolutivas del latín. Por ello, teniendo en cuenta cuáles son los principales rasgos de las lenguas romances (desde un punto de vista tipológico) y cuáles son las características del latín vulgar recuperadas gracias a las fuentes antes descritas, se puede reconstruir de un modo bastante fiable un modelo que explique cómo era el latín que sirvió de base para que surgieran las lenguas románicas.
Características del latín vulgar El conocimiento del latín vulgar es imprescindible para poder explicar las características gramaticales de las diferentes lenguas romances. Es una tendencia general de todas las lenguas del mundo evolucionar siempre a partir de los usos más relajados y espontáneos y no a partir de los registros más cuidados y formales, vinculados casi siempre al terreno de la lengua escrita en general y literaria en particular. De hecho, son muchas las características de las lenguas romances que no tendrían explicación si no se conociera el latín vulgar, ya que se trata de rasgos que jamás hubieran podido surgir a partir del latín clásico tal y como lo conocemos. A continuación ofrecemos un listado con las características más importantes del latín vulgar. 11
a) Orden de palabras. La construcción clásica del latín admitía fácilmente los hipérbatos y transposiciones, por lo que era muy frecuente que entre dos términos ligados por relaciones semánticas o gramaticales se intercalaran otros. Por el contrario, el orden vulgar prefería situar juntas las palabras modificadas y las modificantes. Así, por ejemplo, Petronio aún ofrece oraciones como «alter matellam tenebat argenteam», aunque, tras un largo proceso, el hipérbaton desapareció de la lengua hablada. b) Determinantes. En latín clásico los determinantes solían quedar en el interior de la frase, sin embargo, el latín vulgar propendía a una colocación en que las palabras se sucedieran con arreglo a una progresiva determinación, al tiempo que el período sintáctico se hacía menos extenso. Al final de la época imperial este nuevo orden se abría paso incluso en la lengua escrita, aunque permanecían restos del antiguo, sobre todo en las oraciones subordinadas. c) Las declinaciones. El latín era una lengua causal, con cinco declinaciones, en la que las funciones sintácticas estaban determinadas por la morfología de cada palabra. Sin embargo, ya desde el latín arcaico se constata la desestima de este modelo y se advierte que empieza a ser reemplazado por un sistema de preposiciones. El latín vulgar propició de forma definitiva este nuevo modelo, y generó nuevas preposiciones, ya que las existentes hasta ese momento eran insuficientes para cubrir todas las necesidades gramaticales. Así, se crearon muchas preposiciones nuevas, fusionando muchas veces dos preposiciones que ya existían previamente, como es el caso de detrás (de + trans), dentro (de + intro), etc. Además, la pérdida de las desinencias causales provocó importantes transformaciones en el latín vulgar, simplificando los paradigmas léxicos hasta oponer únicamente una forma singular a otra forma plural, simplificación que fue adoptada por las lenguas romances. De hecho, sólo el francés y el occitano antiguo conservaron una declinación bicausal con formas distintas para el nominativo y el llamado caso oblicuo, declinación que desapareció antes del S. XV mediante la supresión de las formas de nominativo. d) El género. También se simplificó en latín vulgar la clasificación genérica; los sustantivos neutros pasaron a ser masculinos (tempus > tiempo) o femeninos (sagma > jalma), aunque también hubo muchas vacilaciones y ambigüedades, sobre todo para los sustantivos que terminaban en -e o en consonante (mare > el mar o la mar). También hay que señalar que muchos plurales neutros se hicieron femeninos singulares debido a su -a final (ligna > leña, folia > hoja), de ahí el valor de colectividad que todavía hoy mantienen en muchos contextos (la caída de la hoja). e) Los comparativos. En latín clásico los comparativos en -ior y los superlativos en -issimus, -a, -um (que eran construcciones sintéticas) fueron desapareciendo en favor de las construcciones vulgares analíticas, construidas a partir de magis... qua (m). Sólo mucho más tarde, y por vía culta, se reintrodujo el superlativo en -ísimo, -a que aún perdura en la actualidad. f) La deixis. La influencia del lenguaje coloquial, que prestaba mucha importancia al elemento deíctico o señalador, originó un profuso empleo de los demostrativos. Aumentó muy significativamente el número de demostrativos que acompañaban al sustantivo, sobre todo haciendo referencia (anafórica) a un elemento nombrado antes. En este empleo anafórico, el valor demostrativo de ille (o de ipse, en algunas regiones) se fue desdibujando para aplicarse también a todo sustantivo que se refiriese a seres u objetos consabidos; de este modo surgió el artículo definido (el, la, los, las, lo) inexistente en latín clásico y presente en todas las lenguas romances. A su vez, el numeral unus, empleado con el valor indefinido de alguno, cierto, extendió sus usos acompañando al sustantivo que designaba entes no mencionados antes, cuya entrada en el discurso suponía la introducción de información nueva; con este nuevo empleo de unus surgió el artículo indefinido (un, una, unos, unas) que tampoco existía en latín clásico. g) La conjugación. Por lo que respecta a la conjugación verbal, en latín vulgar muchas formas desinenciales fueron sustituidas por perífrasis. Así, todas las formas simples de la voz pasiva fueron eliminadas, por lo que 12
usos como amabatur o aperiuntur fueron sustituidos por las formas amatus erat y se aperiunt. También se fueron dejando de lado los futuros del tipo dicam o cantabo, mientras cundían para expresar este tiempo perífrasis del tipo cantare habeo y dicere habeo, origen de los futuros románicos. Por otra parte, también va a ser en latín vulgar donde surja un nuevo tiempo que no existía en latín clásico: el condicional. A partir de formas perifrásticas como cantare habebam se va a ir formando este nuevo tiempo, que pasará después a todas las lenguas románicas (cantaría). h) Fonética. El latín vulgar experimenta diversos cambios fonéticos, muchos de los cuales van a ser decisivos para la formación de las lenguas románicas. En primer lugar, se producen diversos cambios en el sistema acentual y en el vocalismo. El latín clásico tenía un ritmo cuantitativo-musical basado en la duración de las vocales y las sílabas; no obstante, a partir del S. III empieza a prevalecer el acento de intensidad, que es el esencial en las lenguas románicas. También se produjeron cambios muy importantes en las vocales, sobre todo en lo referente al timbre, debido a la paulatina desaparición de la cantidad (duración del sonido) vocálica como elemento diferenciador. Por lo que respecta a las consonantes, el latín tardío también experimentó cambios notables, como ciertos fenómenos de asimilación y algunos reajustes en el carácter sordo o sonoro de algunos sonidos. i) El léxico. El vocabulario del latín vulgar olvidó muchos términos del latín clásico, con lo que se borraron diferencias de matiz que la lengua culta expresaba con palabras distintas. Así, grandis indicaba fundamentalmente tamaño en latín clásico, mientras que magnus aludía a las cualidades morales; sin embargo, el latín vulgar sólo conservó grandis, empleándolo para los dos valores. Pero además de todos los reajustes léxicos, el latín vulgar privilegió mucho el fenómeno de la derivación morfológica, por lo que empezaron a utilizarse muchos sufijos para expresar todo tipo de valores semánticos, como por ejemplo valores afectivos gracias a los diminutivos. Como se puede ver, en los rasgos gramaticales del latín vulgar están presentes ya las principales señas de identidad de las lenguas románicas; en el S. VI, un latín fuertemente vulgarizado morirá como lengua (quedando sólo como herramienta culta para la ciencia) y de él empezarán a surgir variantes que, con el tiempo, se convertirán en las diferentes lenguas románicas. ¿Cómo se produjo esa fragmentación del latín? ¿Qué es lo que marca las diferencias entre las distintas lenguas que surgieron de él?
3. La fragmentación del latín y el surgimiento de las lenguas romances Mucho se ha discutido acerca de la unidad de la lengua latina; mientras que algunos investigadores sostienen que el latín se mantuvo muy cohesionado y uniforme hasta su desaparición, otros aseguran que ya desde los siglos II y III había perdido su carácter unitario, por lo que se encontraba fragmentado en múltiples y variados dialectos. Lo cierto es que el latín acabó fragmentándose, dando origen a diversas lenguas nuevas; esta fragmentación, inherente en última instancia a cualquier lengua que tenga muchos hablantes, se puede explicar en el caso del latín gracias a diversos factores: a) La antigüedad de la romanización. Dependiendo de la época en que era colonizado cada territorio, llegaba a cada nuevo lugar un latín concreto, lo que tiene su importancia a la hora de entender la naturaleza de la nueva lengua que surge en cada lugar. Por ejemplo, en el caso de Hispania, el latín que llega en el año 218 a. C. es un latín que aún no había llegado a la época clásica, por lo que es lógico que muchas palabras de las lenguas románicas de la Península Ibérica se hayan formado a partir de arcaísmos pertenecientes al latín preclásico, como sucede con una voz como comer, que ha evolucionado a partir de comedere en lugar del más moderno manducare.
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b) La situación estratégica de Hispania. Es normal que las provincias más extremas del Imperio (las que formaron con el paso del tiempo Rumanía, España y Portugal) compartan un cierto conservadurismo léxico, debido a su lejanía geográfica con respecto a Roma, núcleo de la metrópoli y fuente de innovaciones léxicas. Este fenómeno está relacionado con la mayor o menor facilidad para llegar a las distintas provincias; cuanto más aislado estuviera un asentamiento, menos dinamismo habría en el caudal léxico de la variante del latín de esa zona, y a la inversa, con todas las repercusiones que ello conlleva. c) El nivel social y cultural de los hablantes. Los factores diastráticos también pudieron tener su importancia en la evolución del latín y en su fragmentación. d) Influencia del sustrato. Finalmente, debe tenerse en cuenta la influencia que pudieron ejercer en el latín las lenguas prerrománicas que se hablaban en los distintos lugares que fueron conquistados; aunque estas lenguas fueron, generalmente, sustituidas por la lengua del invasor, no cabe duda de que ejercieron cierta influencia en ella en forma de sustrato latente. Sin embargo, nuestro desconocimiento científico de dichas lenguas impide calibrar en su justa medida cómo fue esa influencia sustratística. Sea como fuere, el latín, la poderosa lengua del imperio más grande de la Historia de la Humanidad terminó por extinguirse definitivamente como lengua viva, dejando como herencia diversas lenguas hijas que, pasados los siglos, habían de ser tan relevantes para la ciencia y la cultura universales como lo fue su lengua madre.
4. Bibliografía ——Baldinger, K. (1971): La formación de los dominios lingüísticos en la Península Ibérica, Madrid, Gredos. ——Cano Aguilar, R. (1988): El español a través de los tiempos, Madrid, Arco/Libros. ——Cano Aguilar, R. (coord.) (2004): Historia de la lengua española, Barcelona, Ariel. ——Coseriu, E. (1977): «El problema de la influencia griega sobre el latín vulgar» en Estudios de Lingüística Románica, Madrid, Gredos, pp. 264-280. ——Díaz y Díaz, M. (1974): Antología del latín vulgar, Madrid, Gredos. ——Echenique Elizondo, M.ª T. y J. Sánchez Méndez (2005): Las lenguas de un reino. Historia Lingüística Hispánica, Madrid, Gredos. ——Lapesa, R. (1999): Historia de la lengua española, Madrid, Gredos (10.ª reimp. De la 9.ª ed. corr. y aum. 1981; 1.ª ed. 1942). ——Medina López, J. (1999): Historia de la lengua española I. Español medieval, Madrid, Arco/Libros. ——Posner, R. (1996): Las lenguas romances, Madrid, Cátedra. ——Väänänen, V. (1971): Introducción al latín vulgar, Madrid, Gredos. ——Wright, R. (1982): Latín tardío y romance temprano en España y la Francia Carolingia, Madrid, Gredos.
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La época visigoda Susana Rodríguez Rosique
1. Los visigodos en la Península Ibérica Los visigodos forman parte de los pueblos germanos que invadieron la Península a principios del siglo V, cuando el Imperio Romano ya estaba en decadencia.
1.1. Un poco de historia Los primeros pueblos germanos llegaron a Hispania hacia el año 409. Entre ellos estaban los vándalos, los suevos y los alanos, que se repartieron el territorio peninsular conquistado. Poco tiempo después llegaron los visigodos. Éstos aniquilaron a los alanos, arrinconaron a los suevos en el noroeste peninsular y obligaron a los vándalos a emigrar al norte de África. La huella lingüística del lugar en el que los vándalos embarcan, al dejar la Península Ibérica, es *[Portu] Wandalu, origen del árabe Al Andalus (Lapesa [1980] 1995; Cano Aguilar 1997; Kremer 2004). En un primer momento, la población visigoda se mantuvo alejada de la población romana. Así, por ejemplo, estaban prohibidos los matrimonios mixtos, debido a la distinta religión que practicaban (los visigodos profesaban el arrianismo, mientras que los romanos practicaban el cristianismo). Esta separación se evidencia en los topónimos que aluden a la raza del pueblo que los habitaba: Godos, Gudillos, Godones, Godojos… frente a Romanos, Romanillos, Romanones… (Lapesa [1980] 1995; Cano Aguilar 1997; Quilis 2003; Kremer 2004). Sin embargo, la situación cambia con la conversión al catolicismo de Recaredo, que eliminaba la barrera religiosa inicial (Lapesa [1980] 1995). Asimismo, cabe destacar que la población visigoda que llegó a la Península era muy escasa, lo que favorecía su relación con la población autóctona. A la integración de los dos pueblos contribuyó también, de manera decisiva, la diferencia social que se establecía en los asentamientos: los nobles y las clases altas se instalaban en las ciudades (Barcelona, Toledo, Sevilla, Mérida, Córdoba…), mientras que el resto de la población habitaba las zonas rurales (sobre todo, la meseta castellana). La mezcla entre ambas razas va a ser tal que, al final del reino visigodo (con la llegada del Islam, en el siglo VIII), se designa con el término hispanus tanto a los romanos como a los godos (Kremer 2004). Los visigodos tuvieron una influencia fundamental en el derecho y en algunas costumbres. No obstante, aceptaron la lengua latina (renunciando a la suya) y la cultura romana, como prueba el hecho de que mantuvieran los centros culturales de la Península que se habían establecido en el Imperio Romano; aunque añaden uno, Toledo, que se instaura como capital del reino (en un principio había sido Barcelona, pero tienen que trasladarla a causa de la presión de los Francos en el noreste) (Penny 1993; Medina López 2003).
1.2. Algunas precisiones Cuando se habla de lengua germánica se utiliza una denominación genérica, igual que sucede cuando se utiliza lengua románica. De todas las lenguas germánicas, la que más influencia tiene en Iberorromania es el gótico (Kremer 2004). El gótico, a su vez, puede dividirse en varias ramas: fundamentalmente, se distingue el ostrogótico, que se localizó en la actual Italia; y el visigótico, que fue el que más influencia tuvo en la Península Ibérica.
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La lengua gótica dejó una escasa herencia directa en las lenguas romances peninsulares. En el caso del español, en concreto, su influencia más notable se reduce al léxico, e incluso en este ámbito la mayoría de las voces entran de manera indirecta: o bien se introducen ya en el latín vulgar -y sufren, por ello, un proceso de evolución románica-; o entran a través de otras lenguas romances, fundamentalmente a través del francés o el italiano -lenguas en las que la influencia germánica sí que había actuado como superestrato- (Gamillscheg 1967; Lapesa [1980] 1995; Medina López 2003; Quilis 2003; Kremer 2004). Si hay algo que caracteriza a la época visigoda es la falta de testimonios escritos en su propia lengua, debido, en gran parte, a la rápida romanización de este pueblo (recuérdese que abandonaron su propia lengua para aceptar la de los territorios conquistados, el latín). En España no se han conservado documentos visigóticos, como sucedió en Italia o Francia, donde la presencia germánica tuvo un mayor impacto (Lapesa [1980] 1995). Asimismo, se supone que, tras la conversión al cristianismo de Recaredo, los visigodos quemaron todos los libros litúrgicos escritos en germánico, pues reflejaban la religión arriana (Kremer 2004). Únicamente se puede rastrear la presencia de la lengua gótica en antropónimos, topónimos, algunos vulgarismos en la liturgia, y en las pizarras encontradas en el centro y noroeste de la Península, aunque estas últimas son muy difíciles de interpretar (Lapesa [1980] 1995; Kremer 2004). Esto no quiere decir, no obstante, que no hubiese producción cultural durante el período visigótico (García Aranda 2005): «De época visigoda son los opúsculos religiosos de Justiniano, los sermones y el primer comentario en latín del Cantar de los cantares de Justo de Urgel, el comentario del Apocalipsis de Apringio de Beja, el De correctione rusticorum, los cánones, las poesías, las traducciones del griego y la Fórmula de la vida honesta de San Martín de Dumio. Florece también la escuela sevillana, fundada por San Leandro, autor de Del desprecio del mundo y de la institución de las vírgenes) y cuyo principal representante fue su hermano San Isidoro (quien compuso numerosas obras de temática histórica, filosófica, teológica, canonista y disciplinar, entre otras, si bien destacan sus Etimologías, en donde se compendia el saber de la época), la escuela de Zaragoza, en donde destacan San Braulio y el abad Tajón o la escuela de Toledo, a la que pertenecieron San Eugenio el astrónomo o San Ildefonso». (García Aranda 2005: 15) Todas estas obras, sin embargo, estaban escritas en latín, como también lo estaba la gran obra del derecho que dejaron los visigodos, el Liber Iudicorum o Lex visigothorum (conocida más tarde como Fuero Juzgo), que no se traducirá al romance hasta mucho después.
2. Influencia gótica en la lengua romance La huella lingüística que dejaron los visigodos fue escasa. Puede observase fundamentalmente en el léxico, en topónimos y antropónimos, y en algún rasgo morfológico.
2.1. Léxico
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Como ya se ha advertido, la mayor influencia gótica en la lengua romance reside en el léxico. En este ámbito, se puede diferenciar entre préstamos indirectos -los más numerosos- y préstamos directos (Kremer 2004).
2.1.1. Préstamos indirectos La mayor parte del léxico de origen germánico entra al español de manera indirecta: bien porque se extiende por todo el Imperio a través del latín vulgar (y sufre, por ello, una evolución romance), o bien porque se introduce a partir de otras lenguas romances, como el francés o el italiano. Algunas de estas voces de origen germánico que llegan al español de forma indirecta serían (Lapesa [1980] 1995: 112-115; Cano Aguilar 1997: 41; Quilis 2003: 65; Kremer 2004: 139; García Aranda 2005: 17): 2.1.1.1. Voces germanas que entran al latín (y posteriormente a las lenguas romances) a través del comercio (Lapesa [1980] 1995: 112): • •
sapône > xabón > jabón ; thahsu > taxō > tejón;
•
burgs > Burgus > Burgos.
2.1.1.2 Vocabulario procedente del ámbito militar: • •
werra > guerra; helm > yelmo;
•
* haribairgo > albergue;
•
* espaura o esporo > espuela, espolón;
•
warnjan > guarnir.
2.1.1.3. Vestido: •
falda > falda.
2.1.1.4 Léxico relacionado con las instituciones germánicas: • •
ban > bannum > bando; * fëhu > fevum, feudo > feudo;
•
hariwald > heraldo;
•
andbahti > embajada;
•
triggwa > tregua.
Voces procedentes del mundo afectivo: • •
orgôli > orgullo; skernjan > escarnir; 17
•
marrjan > * marrire, * exmarrire > desmarrido (español antiguo «triste»).
Algunos adjetivos: • •
riks > rico; frisk > fresco;
•
blank > blanco.
2.1.2. Préstamos directos En cuanto a los préstamos directos, es decir, aquellos que proceden de una lengua germánica -como es el gótico que traen los visigodos- y pasan directamente al español, son muy pocos. Entre ellos destacan (Gamillscheg 1967: 87-89; Lapesa [1980] 1995: 120-121; Cano Aguilar 1997: 41; Quilis 2003: 65-66; Kremer 2004: 139; García Aranda 2005: 17): 2.1.2.1 Términos procedentes del derecho: • •
* laistjano o *laistôn > lastar; sakan > sacar;
•
* sagjis > sagio, saio > sayón;
•
* skankja > escanciano;
•
skankjan > escanciar.
2.1.2.2. Vocabulario procedente del ámbito militar: • •
wardja > guardia; * spaiha > espía.
2.1.2.3. Voces relacionadas con el vestido: • •
* raupa > ropa; * fat > hato.
2.1.2.4 Términos relacionados con la ganadería, agricultura y tareas domésticas: • •
* brŭt > brote, brotar; * parra > parra;
•
* kast > casta;
•
*skilla > esquila;
•
* sahrja > sera, serón;
•
* tappa > tapa; 18
•
* spitus > espeto;
•
* haspa > aspa;
•
* rukka > rueca;
•
* alms > álamo.
2.1.2.5. Palabras que denotan animales: • •
* gans > ganso; gabila > gavilán.
2.1.2.6. Términos procedentes del mundo afectivo: • •
* ufjo > ufano; * ganô > gana;
•
* triscan > triscar;
•
* grimus > grima.
2.2. Topónimos La presencia del elemento germánico (a través del gótico) en español puede rastrearse también en los nombres de lugares, o topónimos. En cualquier caso, cabe reconocer que la mayoría pueden considerarse préstamos indirectos (Kremer 2004); es decir, casi todos proceden de un término germánico pero sufren una evolución romance. En cuanto a las tendencias fundamentales en la creación de topónimos, se pueden establecer dos grupos (Lapesa [1980] 1995; Cano Aguilar 1997; Quilis 2003; Kremer 2004; García Aranda 2005): 2.2.1. Topónimos creados a partir de un nombre genérico latino (como villa o castrum) más un nombre propio germánico declinado en genitivo latino, por ejemplo: • •
castrum Sigerici > Castrogeriz; villa de Agiza > Villeza.
2.2.2. Topónimos que derivan de un nombre germánico pero que sufren una evolución romance (Quilis 2003: 66-67): • •
- reiks > -ricus > -rigo, -ris, -riz: Aldariz, Gandariz, Mondariz; - měreis > -mirus > -miro, -milo; -miri > -mir, -mil: Aldemir, Framilo, Toumil;
•
- Wulfs > -ulfus: Adaufa, Adaufe, Cachoufe;
•
- *munda > -mundus; -mundi > -monde, -munde (confluyen con monte): Adamonte, Aldemunde, Vaamonde;
•
- harjis > -arius (confluye con el mismo sufijo latino): Tosar, Tosal, Condal;
•
- gild > -gildus; -gild > -gilde, -gil: Fuentearmegil, Arbejil, Frogil;
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- marhs > -mar: Gondomar, Guimar. 19
2.3. Antropónimos Otro de los ámbitos en los que se ve reflejada la presencia gótica en la lengua española es en los nombres de persona, o antropónimos. Entre los nombres de persona que tienen un origen germánico se encuentran, por ejemplo (Lapesa [1980] 1995; Medina López 2003; Kremer 2004; García Aranda 2005): Alfonso, Alonso, Álvaro, Fernando, Hernando, Gonzalo, Rodrigo, Elvira… Se considera que existían dos esquemas de formación de antropónimos germánicos: los bitemáticos y los monotemáticos (Kremer 2004). Los bitemáticos estaban formados por dos nombres, combinados libremente, por lo que no tenían un significado literal completo. Por ejemplo, Alfonso se formaba a partir de dos componentes léxicos, con significado cada uno: *hapu «batalla» y funs «valiente» (Kremer 2004: 142). En cuanto a los nombres monotemáticos, la mayoría suponían la simplificación de nombres bitemáticos, a los que se les podía añadir algún sufijo. Así, el nombre bitemático Teude-ricus se podía utilizar como nombre monotemático, Téude, Teudáne, añadiéndole algún sufijo: Téud-ila (Kremer 2004: 142). A estos nombres, de origen visigótico, se añaden posteriormente otros nombres germánicos de origen francónico, que llegan la Península Ibérica en dos oleadas: la primera, con la conquista de Cataluña por parte de los francos (a este período se deben nombres como Bernardo, Guillelmo, Bertrando, Geriberto, Rodlando); la segunda, en plena Edad Media, y por influencia de las órdenes monásticas y el Camino de Santiago (Kremer 2004).
2.4. Morfología El rasgo morfológico de origen gótico más característico de la lengua española es el sufijo -engo, y su variante sorda -enco (Lapesa [1980] 1995; Penny 1993; Cano Aguilar 1997; Medina López 2003; Quilis 2003; Kremer 2004; García Aranda 2005), procedente de un antiguo sufijo gótico, -ingôs (Kremer 2004). En gótico el sufijo significaba «pertenencia a una persona o unidad familiar» y tenía un valor jurídico; en español expresa la pertenencia a algo, como se observa en realengo, abolengo o abadengo; en cuanto a la variante sorda, ésta aparece en términos como podenco o mostrenco. Como ya se ha adelantado, la influencia gótica en la lengua española reside, sobre todo, en el léxico. No obstante, se pueden observar también algunos rasgos en la morfología. También se considera un rasgo morfológico de influencia gótica la terminación en -anede algunos masculinos acabados en -a, como se observa en el nombre de origen germánico Froilane > Froilán, pero también en otros términos, de origen latino, como sacrista, -ae > sacristane > sacristán (Lapesa [1980] 1995; Penny 1993; Cano Aguilar 1997; Quilis 2003; Kremer 2004; García Aranda 2005). Finalmente, algunos autores (Lapesa [1980] 1995; Penny 1993) señalan la introducción de los sufijos -ez, -iz, característicos de los patronímicos, como una influencia gótica. Los patronímicos eran nombres que se colocaban tras el nombre individual para indicar el nombre paterno, y muchos han pasado al español como apellidos. Aunque los sufijos -ez e -iz son de origen prerromano, parece ser que adquirieron gran difusión en la época visigoda como forma de crear genitivos góticos latinizados. De ahí derivan apellidos como Rodríguez, Ruiz, Fernández…
3. Estado de la lengua romance en la época visigoda La época visigoda debió de ser fundamental para la gestación de la lengua romance, debido a la desconexión con el resto del Imperio; igualmente, los diversos centros políticos que había en la Península Ibérica favorecían 20
diferentes tendencias, lo que revertió en la aparición de los distintos romances (Lapesa [1980] 1995). Algunas de las características que debían de estar consolidándose u originándose durante este período son (Lapesa [1980] 1995: 124-128; Quilis 2004: 68; García Aranda 2005: 16): 3.1. Continúa la sonorización de las consonantes sordas intervocálicas /p, t, k/ que se convierten en /b, d, g/, como sucede en: pontificatus > pontivicatus; ec(c)lesiae > eglisie. 3.2. En la zona oriental y occidental se palataliza la /l/ inicial, lo que no ocurre en la parte castellana. Así, lupu se transforma en llobu (aragonés) y llop (catalán); igualmente, luna evoluciona a lluna en leonés y catalán. 3.3. Palatalización de la /l/ proveniente de los grupos /c'l/, /g'l/ y /l + yod/, como en: auricula > oricla > orel□□a. 3.4. /k + yod/, /t + yod/ y consonante + /d + yod/ se transforman en /s/, como sucede en: calcěa > kalŝa. Posteriormente, el grupo /k + e, i/ se palataliza en /ĉ/. 3.5. Diptongación vacilante de /ě/ y / / tónicas latinas: těrram > tierra; p rtam > puerta. 3.6. Conservación de los diptongos /ai/ y /au/ en todo el territorio peninsular, excepto en la Tarraconense, donde empiezan a monoptongar en e y o, respectivamente: carraira > carrera; auru > oro. 3.7. En esta época se llevan a cabo algunos cambios que se encuentran también en otros romances: • •
-la lateral /ll/ en olloy fillo; -conservación de la /f/ inicial, como en fazer;
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-conservación de /it/ o / t/, procedentes del grupo consonántico kt: no te, noite;
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-conservación de la /g/ inicial: genairo «enero».
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Bibliografía Cano Aguilar, R. (1997): El español a través de los tiempos, Madrid, Arco Libros. Gamillscheg, E. (1967): «Germanismos», en M. Alvar et alii (dirs.): Enciclopedia lingüística hispánica, Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Vol. II, pp. 79-91. García Aranda, M. A. (2005): «La romanización de la Península. Los pueblos germánicos en la Península», www.liceus.com, ISBN - 84-9822-185-4. Kremmer, D. (2004): «El elemento germánico y su influencia en la historia lingüística peninsular», en R. Cano Aguilar (coord.): Historia de la lengua española, Barcelona, Ariel, pp. 133-148. Lapesa, R. ([1980] 1995): Historia de la lengua española, Madrid, Gredos. Medina López, J. (2003): Historia de la lengua española I. Español medieval, Madrid: Arco Libros. Penny, R. (1993): Gramática histórica del español, Barcelona: Ariel. Quilis, A. (2003): Introducción a la historia de la lengua española, Madrid: Universidad Nacional de Educación a Distancia.
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La invasión árabe. Los árabes y el elemento árabe en español 1. Introducción histórica. En el año 711, grupos provenientes de Oriente y del Norte de África (árabes, sirios y bereberes), de religión musulmana, al mando de Tarik, derrotaron al rey visigodo Don Rodrigo en la batalla de Guadalete. Empezó así la dominación árabe de la Península Ibérica que se prolongaría durante ocho siglos, hasta 1492, momento en que el último rey nazarí rindió Granada a los Reyes Católicos. La conquista fue rápida; en menos de ocho años conquistaron toda Hispania a excepción de una pequeña franja en el Norte de la Península, donde los núcleos de resistencia dieron lugar a los reinos cristianos peninsulares, que fueron recortando progresivamente el espacio musulmán. España se islamizó, su nombre fue Al-Andalus, adoptó en gran parte las costumbres, la cultura y la lengua del invasor y esa influencia jugó un importante papel en su evolución histórica.
1.1. Etapas históricas de Al-Andalus La conquista (711-722): A partir de la derrota de Guadalete, Tarik, y Muza, gobernador de Ifriqiya, recorrieron la Península y conquistaron sin esfuerzo las grandes ciudades: Écija, Jaén, Sevilla, Mérida y Toledo (713), Zaragoza (714) y la zona de Cataluña (716-719). La conquista no ofreció grandes hechos bélicos: las ciudades hispanogodas ofrecieron poca resistencia, firmando pactos y capitulaciones, y así la España conquistada, bajo el nombre de Al-Andalus, pasó a ser provincia del Imperio musulmán. Emirato dependiente de Damasco (711-755): Al-Andalus se hallaba sometida al califa de Damasco, aunque sus gobernadores dependían de Ifriqiya (Túnez). La capital estuvo en un primer momento en Sevilla pero pronto se trasladó a Córdoba. Durante este periodo fueron frecuentes las luchas entre los propios musulmanes, de diferentes etnias. Emirato de Córdoba (756-929): En el año 756 el príncipe omeya Abd Al-Rahman, único superviviente de la masacre de toda su familia por parte de los Abbasíes de Damasco, llegó a Al-Andalus, derrotó al emir Yusuf, representante del poder de Damasco, y se hizo proclamar emir con el nombre de Abd al-Rahman I. En el año 773 rompió sus relaciones con los Abbasíes y se proclamó emir independiente. A pesar de sus intentos de unificación, éstos fracasaron y tanto él como sus descendientes tuvieron que luchar no sólo contra los cristianos de Norte sino también en su propio territorio, contra mozárabes y muladíes, como en el caso de la rebelión de Omar Ibn Hafsun en la Serranía de Ronda, a finales del siglo IX, que fue duramente reprimida por Al-Hakam I. Estas luchas internas parecía debilitar el poder musulmán en Al-Andalus cuando llegó al poder Abd alRahman III (912-961). Califato de Córdoba (912-1031): Abd. Al-Rahman III consiguió devolver la unidad al reino. Terminó con las revueltas internas y consiguió importantes triunfos frente a los cristianos del Norte. Bajo su gobierno, la España musulmana alcanzó su máximo esplendor. En el 929 rompió sus lazos religiosos con Oriente y se proclamó 22
califa 'Amir al-muminin' (jefe de los creyentes). Instaló su gobierno en su nueva ciudad, Medina-Azahara, palacio de gran belleza por sus lujosas estancias, sus jardines y sus fuentes. Sus sucesores mantuvieron la unidad territorial y política de Al-Andalus. Bajo el gobierno de Hisam II destacó la personalidad de su visir, un noble cordobés, Abu Amir Muhammad, conocido por «Almanzor» (el victorioso por Alá). Realizó múltiples campañas victoriosas contra los cristianos, conquistando ciudades como Zamora, León, Barcelona y Santiago de Compostela (997). En esta última ciudad se apoderó de las campanas de la Catedral y las hizo trasladar a Córdoba a hombros de prisioneros cristianos. A su muerte (1002), las luchas volvieron a apoderarse de Al-Andalus, lo que supuso el final del Califato. Durante esta época, Al-Andalus vivió su época de mayor esplendor en arte, arquitectura, ciencia, medicina, literatura. Córdoba era una de las ciudades más grandes e importantes del Occidente. Los reinos de taifas (1031-1492): El Califato se mantuvo oficialmente hasta 1031. Hisam III fue el último califa nominal, pero sin poder. A su muerte, Al-Andalus se dividió en treinta reinos: los reinos de Taifas. Entre ellos destacan los de Valencia, Murcia, Toledo, Sevilla, Granada, Badajoz y Zaragoza. Esta disgregación del poder animó a los reinos cristianos en su avance hacia el Sur, conquistando Toledo en 1085, obligando a los reyes taifas a pagar parias y poniendo la frontera entre ambos reinos en la línea del Tajo. Ante esto, los reinos taifas llamaron en su apoyo a otros pueblos musulmanes del Norte de África. En primer lugar a los almorávides «consagrados de Dios», de origen bereber (1086-1140) y más tarde a los almohades «unificadores» (1140-1214). Ambos, almorávides y almohades, defensores estrictos del Islam, persiguieron ferozmente a los mozárabes, obligándolos a huir hacia los reinos cristianos, en especial hacia Toledo. Tras la derrota de las Navas de Tolosa (1212) y las sublevaciones del norte de África, el imperio almohade desapareció definitivamente en 1224. Los reinos de taifas fueron desapareciendo progresivamente ante la expansión cristiana. En la segunda mitad del siglo XIII sólo quedaba ya el reino nazarí de Granada, que se mantuvo durante doscientos cincuenta años, hasta su conquista definitiva por los Reyes Católicos (1492).
2. Situación lingüística La llegada de los árabes rompió con todo el desarrollo histórico anterior: no fueron sólo una superestructura de poder, como había ocurrido con los visigodos, sino que pusieron en marcha procesos que dieron como resultado una realidad no continuadora de la Hispania visigótica. Con los conquistadores llegó, entre otras cosas, una lengua de naturaleza bien distinta a las románicas: el árabe, con sus diferentes manifestaciones escritas y orales, que se impuso como lengua oficial y de cultura. Esta lengua, el árabe, actuó como superestrato del romance andalusí y como adstrato de los otros romances peninsulares. Fueron muchos los que dominaban ambas formas lingüísticas: Al-Andalus fue una sociedad bilingüe al menos hasta el siglo XI o XII. Rota la sociedad hispanogoda, los hablantes románicos se distribuyeron y evolucionaron en situaciones completamente nuevas. Se continuaba con el latín de Emérita, Hispalis, Curduba o Tarraco, pero era una lengua coloquial, carente de normalización y fragmentada.
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Lo que se perpetuó fue el habla de los enclaves de resistencia cristiana de la zona astur y pirenaica donde, junto a los habitantes de la zona, se refugiaron los miembros de la maltrecha aristocracia hispanogoda y cristianos que no deseaban permanecer en Al-andalus. Fue en esos lugares (Oviedo, León, Burgos, Barcelona…) donde nacieron los nuevos modos lingüísticos que se repartirán por la Península durante la Conquista cristiana Al-Andalus se vio inmersa en un nuevo proceso cultural y junto al árabe coloquial o al escrito, en la zona conquistada se continuaba con el romance hispánico: el mozárabe, «la variedad lingüística románica hablada en Al-Andalus, especialmente hasta finales del siglo XI, no sólo por los cristianos que permanecieron en territorio musulmán, sino también por los muladíes o conversos al Islam y, en menor medida, por parte de la población conquistadora» (Galmés, 1999: 97). Los árabes la llamaron 'ayamiya ( > aljamía) «lengua de extranjeros», aunque esa denominación podía aplicarse a cualquier lengua no arábiga. Es difícil establecer el alcance de este periodo de bilingüismo: se mantuvo durante el Califato y las Taifas (siglo XI), pero a partir de ese momento la presión de los reinos cristianos en la Reconquista y la llegada de nuevos pueblos africanos (almorávides y almohades) a mediados del XII, hicieron que los mozárabes emigraran hacia el Norte o fueran deportados. Esto no debió suponer la desaparición de ese romance pero sí su debilitamiento: en las ciudades reconquistadas en el siglo XIII no parece existir ningún núcleo de hablantes mozárabes. A pesar de ello, es innegable la existencia de este periodo bilingüe, no sólo por la gran cantidad de arabismos en el romance sino por las constantes interferencias romances que aparecen en las composiciones árabes: mowassahas, jarchas y zégeles (Corriente, 1997) El conocimiento de ese romance hablado en Al-Andalus -el mozárabe- presenta grandes problemas, debidos sobre todo a la falta de documentación. Podemos caracterizarlo gracias a los rasgos que se deducen de diferentes fuentes: glosarios latino-árabes o hispano-árabes, tratados de Medicina o Botánica y los restos literarios. Tampoco es fácil delimitar la influencia que pudo tener sobre las otras lenguas peninsulares; a pesar de que el mozárabe parece compartir ciertos rasgos con otros dialectos, las fronteras lingüística de la Península fueron marcadas por la expansión de los reinos cristianos. Desde el siglo XIII, los musulmanes que vivían en zonas conquistadas por los cristianos reciben el nombre de mudéjares. Estos siguieron utilizando su lengua, el árabe, hasta que se prohibió su uso y ellos fueron obligados a convertirse al cristianismo. Fueron los llamados moriscos, expulsados definitivamente de la Península en 1609, bajo el reinado de Felipe II. Con ellos acabó la presencia de comunidades de hablantes árabes en la Península Ibérica.
3. Influencia lingüística del árabe A pesar de que, como ya hemos dicho, había hablantes que dominaban las dos lenguas, las diferencias lingüísticas entre ellas eran tan grandes que el influjo quedó en los aspectos más externos, sobre todo en el léxico.
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Fonología Tal como afirma Cano (1999:52) no hay en español ningún fonema prestado del árabe ni ninguna pronunciación particular. «Todos los estudios realizados sobre correspondencia de fonemas de una lengua a la otra han resultado negativos: los respectivos sistemas fonológicos fueron siempre impermeables el uno al otro». Parece posible, y así lo recogen tanto Lapesa (1981:145) como Cano Aguilar, que la influencia de los préstamos árabes modificara la frecuencia de ciertos tipos de acentuación: se incrementaron las palabras oxítonas y proparoxítonas y se produjo el aumento de polisílabas: almogávar, berenjena... Morfología En este campo, tampoco el árabe ha dejado demasiada influencia. Aún así podemos destacar: •
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La anteposición del artículo al- a numerosos sustantivos. La fusión de ese artículo con el lexema del sustantivo permite el uso de artículos romances: la almohada, el alhelí, el albarán… En muchos casos, las palabras se han formado con el artículo al- unido a la base latina (almeja < ár. al + lat. mitulu, alpiste (< ár. al + lat. pistu). En el campo derivativo, el árabe nos ha dejado el sufijo -í, para formar gentilicios (ceutí, marroquí, yemení…) u otros sustantivos o adjetivos (jabalí, maravedí, muladí, baladí…). El término «alfonsí» aparece en el siglo XIII para referirse a lo relativo a Alfonso X.
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En el campo de las preposiciones, de origen árabe es hasta (< ar. hatta) y sus variantes adta, ata, hata, fasta . Lo son también las partículas marras, de balde, en balde.
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Con respecto a los indefinidos, la voces fulano (< ár. fulan «uno», «cualquiera») y mengano (< ár. man kana «el que sea») son también de procedencia árabe (Lleal, 1990: 190-195; Lapesa, 1981: 133-135)
•
Las interjecciones hala, ojalá, guay y la antigua ya «Oh».
Calcos semánticos y Fraseología Se interpretan como calcos semánticos aquellas palabras y expresiones románicas en cuanto a origen y forma pero parcial o totalmente arabizadas en cuanto a su significado. Así, infante «niño que no habla» pasó a significar «hijo de noble», «hijo de rey», apoyándose en el termino árabe walad «hijo», «niño», «heredero al trono». Parecido fenómeno se observa en hidalgo, fidalgo, hijodalgo; hijo se relacionó con el árabe ibn «descendiente de primer grado», «relacionado con». Casos como esos son casa («casa»/«ciudad»), plata («lámina»/«plata») (Cano, 1999: 54) Además de estos calcos semánticos, el romance reprodujo textualmente algunas fórmulas y frases hechas árabes, que viven en la actualidad con total vigencia: si Dios quiere, Dios mediante, Dios te guarde, Dios te ampare... Léxico: Los arabismos Si en otros dominios, la influencia árabe no es muy notable, en el campo del léxico sí lo es. Los arabismos del español suponen aproximadamente el 8% del vocabulario total y se calcula que son unas 4000 palabras, incluyendo voces poco usadas (Cano, 1999: 53) 25
Los arabismos abarcan casi todos los campos de la actividad humana y según Rafael Lapesa (1981: 133) son, después del latino, el caudal léxico más importante del español, al menos hasta el siglo XVI. Así, encontramos arabismos referidos al conocimiento y la ciencia como: algoritmo, guarismo, cifra . álgebra, redoma, alcohol, elixir, jarabe, cénit, nombres de constelaciones como Aldebarán… Referidos a instituciones y costumbres: alcalde, alguacil, albacea, alcabala…, a actividades comerciales: arancel, tarifa, aduana, almacén, almoneda, almazara, ataujía, zoco, ceca… a urbanismo y vivienda: arrabal, aldea, alquería, almunia, alcoba, azotea, zaguán, alfeizar, albañil, alarife, tabique, azulejo, alcantarilla, albañal, alfombra, almohada… En el campo de la vida doméstica, el vestido o el ocio encontramos: laúd, ajedrez, azar, tarea, alfarero, taza, jarra, ajorcas, alfiler, aljuba, albornoz, babucha, zaragüelles, albóndigas, almíbar, arrope... Los hay también referentes a las labores agrícolas, en las que los árabes fueron verdaderamente innovadores en los sistemas de cultivo y regadío: acequia, aljibe, azud, noria, arcaduz… y a plantas, flores y frutos: alcachofa, algarroba, algodón, alfalfa, alubia, azafrán, azúcar, berenjena, almiar, aceite, azucena, azahar, adelfa, alhelí, arrayán alerce, acebuche, jara, retama… También encontramos arabismos referidos a productos minerales, como azufre, almagre, albayalde, azogue, almadén… y nombres de aves rapaces, pues la cetrería era uno de los deportes preferidos por los árabes: sacre, neblí, alcotán, alcarabán, borní, alcándara… Las continuas luchas con los cristianos también proporcionaron una gran cantidad de arabismos referentes a la guerra: aceifas, algara, adalid, atalaya, alcazar, zaga, alfange, adarga, aljuba, adarve, tambor, añafil, alférez, acicate, acémilas, jaeces, albarda, barbacana… Algunos arabismos se remontan a orígenes diferentes del propio árabe: así del sánscrito nos llegó ajedrez y alcanfor, del persa, jazmín, azul, naranja, escarlata y del griego llegaron voces como arroz, alambique, acelga, alquimia… en eso los árabes no hicieron sino continuar la labor de transmisores culturales como en tantos otros campos. Toponimia Otro de los campos en los que la influencia árabe se deja notar es el de la toponimia; en la Península Ibérica la toponimia de origen árabe es abundantísima y no solo en las zonas de dominio musulmán sino también, aunque con menor intensidad, en la Meseta y el Noroeste. En muchos casos, su significado es descriptivo; así, Algarbe (< algarb «el poniente»), La Mancha (< mandza «altiplanicie»), Alcalá y Alcolea (< alqalat «el castillo»), Medina (< madinat «ciudad»), Rábida, Rápita (< ribat «convento militar») , Iznajar (< hisn «zona o lugar fortificado») En otros casos son formas compuestas amalgamados: wadi «río» nos ha dejado Guadalquivir «río grande», Guadalén «río de la fuente», Guadalajara «río de las piedras»… Abundan los que tienen por segundo elemento un nombre personal: Medinaceli «ciudad de Selim», Calatayud «castillo de Ayub» o los muchos Beni- (<ibn «hijo de»): Benicasim («hijos de Casim»). También encontramos formas híbridas arábigo-romances: Guadalcanal «río del canal», Guadalupe «río del lobo». A veces, se forman añadiendo a una voz romance el artículo árabe al-: Almonaster (< lat. monasterium), Alpuente (< lat. portellum). Los árabes tomaron de los mozárabes la /c/ con que articulaban la /c/ latina ante /e, i/. A eso se debe el predominio de /c/ en las transcripciones de voces romances y sobre todo, la abundancia de ch por c en muchos topónimos de Al-Andalus: Conchel (Huesca), Carabanchel (Madrid), Elche (Alicante) Hornachuelos (Córdoba) 26
Fenómeno propio de árabe hispano es la imela: el paso de /a/ a /e/ y posteriormente a /i/, que permite explicar topónimos como Hispalis > Isbilia > Sevilla. Características fonéticas de los arabismos El paso de palabras árabes, tomadas del registro oral en la mayoría de los casos, al romance exigió su reajuste fonológico y acomodación al sistema hispano, pues muchos de los fonemas árabes no tenían correspondencia en español. Este proceso se realizó del siguiente modo: (Quilis, 2003: 77-80) (Lapesa, 1981:142-145) VOCALISMO El sistema vocálico de árabe, con tres fonemas /a, i, u/, dos grados de abertura y distinción de cantidad se acomodó al del romance, con tres grados de abertura y perdiendo la función distintiva de cantidad. El diptongo au > o (hauz > alfoz, as-saut > azote) El diptongo ai > e (mais > almez) o se conservó (baitar > albeitar). CONSONANTISMO En general, cabe destacar la conservación del carácter sordo o sonoro de los fonemas árabes, que una vez adaptados siguieron la evolución de los españoles. Sin embargo, hay una serie de fenómenos que merece la pena destacar para poder entender la acomodación de ciertos fonemas árabes no existentes en el español: •
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Dado que el romance no tenía más sibilantes fricativas que la /s/ sorda y la /z/ sonoras apicoalveolares, las sibilantes fricativas dentales árabes se acomodaron a las africadas romances /ŝ/ y / /, con grafia c o ç y z respectivamente. Las aspiradas árabes se asimilaron con la única aspirada romance, la [ ], alófono de /f/ y produjeron diferentes resultados: o bien se representaron por [h], (alharaca, alheña), o bien fueron reemplazadas por /f/. De ahí las alternancias en algunas formas: rahal /rafal, Alhambra / Alfambra, alholí / alfolí. En otros casos dieron como resultados /g/ o /k/: al-'arabiyya > algarbía. A veces llegaron a desaparecer (sobre todo el 'ain árabe): 'arab > árabe, al-'arif > alarife.
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Las terminaciones de los masculinos árabes eran consonantes o grupos consonánticos no admitidos por el español desde el siglo XIV. En estos casos: -el romance añadió una vocal de apoyo: sucq > zoco, alard > alarde, algib > algibe. -en otros, se sustituyó esa consonante árabe por otra tolerable en romance: al-'agrab > alacrán, almuhtasib > almotacén.
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Los nombres árabes terminados en vocal acentuada eran insólitos en español (sólo en la conjugación había casos: canté, salí), por ello se colocó una consonante paragógica, asimilando así su forma a los sustantivos habituales en español: al-kirā' > ant. alquilé > alquiler, al-bannā' > albañí > albañil.
Una vez admitidos, los arabismos sufrieron los mismos cambios fonéticos que el romance: • •
Palatalización de geminadas: an-nil > añil. El grupo /st/ > /s/ (grafía c/ ç): musta'rib > moçarabe > mozárabe, 'ustuwan > çaguán > zaguán. Este cambio afectó incluso a toponimos latinos: lat. Caesar Augusta > ár. Saraqusta > Çaragoça > Zaragoza. 27
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En muchos préstamos antiguos se sonorizaron las oclusivas sordas intervocálicas: al-qutun > algodón.
El uso de arabismos ha variado según las épocas; durante el Califato, cuando el centro del poder era Córdoba se introdujeron sin obstáculos ni competencia; sin embargo, durante la Baja Edad Media empiezan a retroceder frente a los latinismos y extranjerismos. Después se inicia el retroceso; el propio Villalobos (1515) recriminaba a los toledanos porque «al usar arabismos afean y ofuscan la pulidez y claridad de la lengua castellana». El avance de la conquista cristiana hace retroceder no sólo las fronteras sino también los usos lingüísticos. Mientras los moriscos estuvieron en España sus usos y costumbre tenían actualidad, tras su expulsión en 1609 muchos términos árabes fueron desechados y sustituidos por formas romances, así alfayate y alfageme fueron sustituidos por sastre, albeitar por veterinario… «Otros se mantuvieron en el habla regional, pero la gran cantidad de ellos que subsiste con plena vida, muchos de ellos fundamentales, caracteriza el léxico hispano-portugués frente a los demás romances» (Lapesa 1981: 156)
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Escrituras y lenguas en la Hispania prerromana Xose A. Padilla García
1. Introducción Quizás el primer aspecto que debemos señalar sobre la situación lingüística de la Hispania prerromana es que, como señalaron las fuentes clásicas (Estrabón, Herodoto, Polibio, etc.), no se hablaba una única lengua sino varias. La forma más general de clasificar estas lenguas es establecer dos criterios básicos: de un lado, el origen de sus hablantes; de otro, la familia lingüística. Según el origen de sus hablantes, se diferencia entre lenguas autóctonas y lenguas de colonización; y según la familia, se habla de lenguas indoeuropeas y no indoeuropeas. El primer criterio separa, por ejemplo, las lenguas fenicia y griega de las lenguas celtibérica e ibérica; y el segundo criterio, la primera lengua autóctona de la segunda. En realidad, como indica de Hoz (1983: 353), la división entre lenguas autóctonas y de colonización es un poco artificial, pues, los fenicios llevaban en la P. I. desde el siglo IX a. C. y los griegos desde el siglo VIII a. C., por lo tanto, en cierto modo, a la llegada de los romanos (s. III a. C.), podrían considerarse tan autóctonos como los iberos, o al menos como los celtas, que llegan en oleadas sucesivas desde los siglos IX al V a. C. El segundo aspecto importante tiene que ver con la diferencia entre lenguas y escrituras. En realidad, el repaso de las lenguas prerromanas peninsulares es el estudio de los restos epigráficos (bronces, exvotos, monedas, plomos, vasijas, etc.) que se escriben en varios alfabetos durante un periodo dilatado en el tiempo y en el espacio. Por lo tanto, toda afirmación que hagamos sobre las lenguas realmente habladas es una hipótesis, más o menos cercana a la realidad, que se fundamenta en lo escrito, sea por los habitantes originarios de la P. I., sea por fenicios, griegos y romanos.
2. Indoeuropeos y no indoeuropeos Basándose en la composición morfológica de los topónimos (-briga e iltir-, ciudad), Humboldt y más tarde Untermann (1875-1980) dividieron la P. I. en dos zonas: la indoeuropea y no indoeuropea, y esta división se mantiene hasta ahora, no sin discusión. La Hispania no indoeuropea a grandes rasgos queda al sudeste (gran parte de Andalucía, Murcia, País Valenciano y Cataluña), penetrando hacia al interior y llegando hasta el sur de Francia; la zona indoeuropea ocuparía el resto. No hemos de pensar, sin embargo, que haya una frontera estricta entre las dos zonas, pues la P. I. estaba poblada por un conjunto de pueblos muy numeroso (astures, cántabros, celtiberos, ceretanos, edetanos, ilergetes, lacetanos, vacceos, vascones, etc.) y tenemos pocos datos para adjudicarlos de forma definitiva a una determinada familia lingüística. En el norte peninsular, en una zona que comprendería la actual Navarra, parte del País Vasco y terrenos colindantes, con una frontera pirenaica no muy claramente delimitada, se hablaba la lengua vasca, aunque seguramente era tan parecida al euskera actual como el castellano lo es al latín coetáneo.
3. Las escrituras peninsulares Las escrituras autóctonas llegan en su origen del Mediterráneo, y si repasamos mentalmente el mapa que hemos trazado, es lógico que esto sea así, pues al oeste sólo estaban el mar y las Islas Británicas (en donde la escritura es muy posterior). Esto explica que sean los iberos los que trasmitan su escritura a los celtiberos, pueblo indoeuropeo fronterizo con su territorio; y que los lusitanos, pueblo también indoeuropeo pero precelta, sólo escriban su lengua en el siglo II a. C., y ya en caracteres latinos.
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Existen diversas teorías sobre el número de lenguas y escrituras prerromanas (véase de Tovar, 1980; de Hoz, 1983; Siles, 1976, 1985; etc.), y, hasta el momento, a pesar de los intentos de varios autores (véase GómezMoreno, 1949; Maluquer de Motes, 1968; de Hoz, 1983; Siles, 1985; Román del Cerro, 1990), no hemos podido traducir ninguna (a excepción de parte del celtibero). Podría decirse que en este sentido estamos todavía en una fase similar, salvando las distancias, a la del alumno de ruso que sabe leer el alfabeto cirílico pero no tiene idea de lo que significan las palabras. Es normal que esto sea así, porque los restos que poseemos son pocos y fragmentarios. El nacimiento de las escrituras peninsulares está estrechamente relacionado con importantes hechos históricos acontecidos en el mundo antiguo, por lo tanto, antes de seguir adelante, debemos detenernos brevemente en el contexto histórico de este periodo para describir más claramente las circunstancias que rodearon la llegada de la escritura a la Península.
3.1. La escritura y el comercio Las grandes potencias de la época (fenicios y griegos, primero; púnicos y romanos, después) arribaron a las costas de la Península para obtener materias primas (principalmente oro y plata) y mercenarios para sus contiendas. Este hecho determinó que los primeros documentos hispánicos que se conservan fueran en realidad inscripciones foráneas escritas en babilónico y egipcio (jeroglíficos) en objetos traídos por los fenicios. La inscripción más antigua señalada por Estrabón en el Templo de Melkart en Gadir (Cádiz) se remontaría nada menos al siglo XI a. C. (véase Guadán, 1985: 27). Que la escritura hispánica fue importada por estos colonos parece estar fuera de toda duda. Un dato importante, como indica Guadán (1985: 27), es que no hemos hallado en la P. I. (al menos hasta la fecha) las etapas primitivas de la escritura que se encuentran en otros lugares, como un estadio pictográfico primitivo o una escritura jeroglífica propia (véase Goldwasser, 2005). La escritura nace, pues, como consecuencia del contacto entre los nativos y los comerciantes. Las tribus preindoeuropeas peninsulares debieron de aprender los primeros signos en estos intercambios, y, pronto, los utilizaron de forma generalizada, como muestran los documentos encontrados. El propósito de esta primera escritura pudo ser anotar albaranes derivados de las transacciones comerciales, pero es posible proponer también que su origen -complementario del anterior- fuera mágico o religioso.
Plomo de Jàtova (Valencia) (tomado de Guadán, 1985)
3. 2. Los alfabetos autóctonos Del contacto entre comerciantes y nativos surgió, pues, un alfabeto que se adaptó a las lenguas de los pueblos prehispánicos. Aunque las muestras de escritura peninsular son de fecha muy temprana, no debemos pensar, sin embargo, en un único alfabeto común y normalizado, sino en fases sucesivas -a veces simultáneasque muestran una importante evolución. 30
Partiendo de los trabajos de de Hoz (1983), Guadán (1985), Siles (1976, 1985), etc., podemos señalar cuatro escrituras que, dependiendo del investigador, reciben nombres diferentes: a. Escritura del sudoeste, b. Escritura meridional (o del sureste o tartésica o bastulo-turdetana), c. Escritura greco-ibérica (o jónica), d. Escritura ibérica (o nororiental o ibérica valenciana o ibérica propiamente dicha).
3.2.1. Escritura del sudoeste Ocupa el territorio que va desde la cuenca baja del Guadalquivir a la desembocadura del río Sado (Huelva, Medellín, el Algarve portugués, etc.). Esta región, por su gran riqueza minera, fue uno de los primeros focos de atención para los fenicios, por lo tanto, es lógico pensar que en esta zona se produjeran las primeras muestras escritas peninsulares. La nueva escritura está atestiguada, según de Hoz (1983: 359), en los siglos VIII o VII a. C., sin embargo, los documentos epigráficos son bastante pobres.
3.2.2. Escritura meridional La escritura meridional es retrógrada (se escribe de derecha a izquierda) y no sabemos exactamente qué lengua anota. La zona corresponde en parte con la famosa Tartessos del rey Argantonio (véase Libro de los Reyes I, 10, 21-23; Crónicas II, 20: 36-37; o Ezequiel 27:12 y 38:13). Su antigüedad explica la utilización de formas arcaicas del alfabeto fenicio que más tarde desaparecen. Este signario lo encontramos, principalmente, en estelas funerarias.
3.2.3. Escritura greco-ibérica La escritura greco-ibérica se escribe de izquierda a derecha. Surge de las relaciones de los pobladores indígenas con los comerciantes griegos. Su cronología es del siglo IV a. C. Se trata de un alfabeto creado para escribir textos ibéricos partiendo de una alfabeto greco-jónico. El primer hallazgo se produjo en un plomo de Alcoi (Alicante). Transcribe la lengua ibérica (o al menos, un dialecto de ella).
3.2.4. Escritura ibérica La escritura ibérica se escribe también de izquierda a derecha y anota la lengua ibérica (probablemente, la misma que la anterior) o sus diferentes dialectos. Según Siles (1976, 1985), la escritura ibérica clásica (o nororiental) surge, básicamente, de la fusión de la escritura meridional y la escritura greco-ibérica. El alfabeto ibérico utiliza 28 signos (véase gráfico 3) de los cuales son silábicos tres grupos (las consonantes oclusivas sonoras y sordas). Por las fechas que manejamos (siglo VI o V a. C.) sería un anacronismo pensar que este alfabeto es un semisilabario (mezcla de alfabeto y silabario) propiamente dicho, es más adecuado considerar que era una adaptación artificial (véase Guadán, 1985: 27), creada para ahorrar trabajo al artesano (algo parecido a lo que sucede hoy con el lenguaje de los móviles, en el que usamos «bs» por «besos»). Aunque este alfabeto toma los signos de los alfabetos púnico y griego, su valor en el alfabeto ibero es muy distinto (véase de Hoz, 1983: 372). La lengua que transcribe se extiende desde Andalucía oriental hasta la Galia narbonense (desde la cuenca mediterránea hasta el río Herault en el Languedoc). Esta escritura se utilizó también para anotar las lenguas celtibera, gala y ligur.
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3.3. ¿Cómo se relacionan las escrituras peninsulares entre sí? Como hemos señalado anteriormente, todas las escrituras prerromanas hispánicas proceden de alfabetos foráneos. La escritura del suroeste y la meridional parecen ser una adaptación de la escritura fenicia (o púnica), y las escrituras greco-ibérica e ibérica propiamente dicha proceden del alfabeto griego primitivo con influencia fenicia (véase Siles, 1976, 1985; o de Hoz, 1983). Podemos ver la comparación que de las mismas hace de Hoz (1983:373) en el siguiente gráfico:
fenicia / meridional || meridional / ibérica Escrituras prerromanas (tomados de de Hoz, 1983: 373)
En realidad, las diferentes escrituras ibéricas pueden considerarse como un conjunto de etapas en orden cronológico de las cuales la escritura ibérica valenciana es su desarrollo final. No obstante, no debemos pensar en formas de escritura completamente diferenciadas (véase gráfico 3), sino en un mundo mucho menos definido que el nuestro en el que la escritura, como el resto de las costumbres en general, eran permeables a muchas influencias. Recordemos, además, que la mayor parte de los restos encontrados (figuras, lápidas, téseras, vasijas) tienen como soporte la piedra y el metal (plomo o bronce), y que, por lo tanto, es normal que los signos no estuviesen completamente normalizados y que fluctuasen incluso en manos de un mismo artesano.
3.4. En qué mundo nació la escritura ibérica Aventurar lo que sucedió en una época tan lejana a la nuestra partiendo de datos dispersos es un poco arriesgado, pero, las informaciones que poseemos apuntan a que la expansión de la escritura ibérica, y de la lengua que notaba, sucedió tras la decadencia de la cultura tartésica (véase Taradell, 1985). En ese periodo de crecimiento económico, cultural y demográfico del mundo ibérico, la escritura de los iberos no sólo se extendió hacia el norte y hacia el sur, sino que fue adoptada, como hemos dicho, por pueblos indoeuropeos vecinos como los celtiberos, que la conservaron hasta el siglo I a. C. (véase de Hoz, 1983: 367). Los contactos de los iberos 32
con el mundo griego de las colonias de Rhodes y Emporión (> Ampurias y Rodes) explican una cierta helenización ibérica posterior, tanto en la escritura como en el arte, no obstante, como afirma Tarradell (1985:8), la cultura ibera presenta personalidad suficiente para que cualquiera de sus productos pueda ser identificado con facilidad. Los siglos V a III a. C. son, además, la cumbre del arte ibérico (véase Blázquez, 1985; o Tarradell, Rafel y Tarradell, 1985) y en esas fechas se datan, por ejemplo, las damas de Baza (Granada) y Elche (Alicante) o el conocido guerrero de Moixent (Valencia). A parte del florecimiento cultural autóctono postartésico, las condiciones políticas posteriores y las luchas entre romanos y cartagineses (las guerras púnicas), ayudaron a la expansión de la escritura y cultura ibéricas en sus últimos siglos de vigencia (véase Tarradell, 1985: 8). Partiendo de las fuentes clásicas (véase Blázquez, 1961; Jacob, 1988; Wagner, 1999), sabemos que los romanos desembarcaron en las costas ibéricas en el siglo III a. C. con el pretexto de ayudar a Sagunto, ciudad que se encontraba bajo la fides de Roma. La excusa que dan los romanos para la acción bélica es que los púnicos habían invadido su zona de influencia, señalada por el río Iberus, que servía de frontera (el Tratado del Ebro de 226 a. C.). El nombre de este río ha sido identificado por los historiadores como el río Ebro, partiendo de las reglas evolutivas del castellano (véase Jacob, 1988). Ahora bien, si tenemos en cuenta la posición geográfica que ocupa el río Ebro actual y el lugar en el que se sitúa Sagunto (la Arse ibérica), llegaremos a la conclusión de que o bien la excusa de los romanos no era tal excusa, o bien el río o la ciudad saguntina han cambiado de sitio. En este sentido, Carcopino (1953) señala que el error no está en la geografía, sino en la traducción de Iberus por Ebro. Es cierto que la forma latina Iberus produce evolutivamente Ebro, pero Iberus no era el nombre del río, tal y como hoy lo conocemos, sino la palabra ibérica para río, para cualquier río (lo apoyan, por ejemplo, el ibar/ibai o ría/río del euskera actual). Así, pues, como señala Carcopino (1953), o más tarde Jacob (1988), Iberus no es el río Ebro, sino un río importante, el cual, si tenemos en cuenta la situación de Sagunto, deberíamos hacer coincidir con el río Júcar o incluso el Segura. Esto justificaría que los romanos acudieran a ayudar a los saguntinos, pero también la expansión posterior de los iberos en el periodo anterior a la presión cultural romana. La II guerra púnica o guerra de Anibal (218 a. C.), que tiene como resultado el triunfo romano (delenda est Carthago), dejaría a los iberos, aliados de Roma, un terreno propicio a su expansión, y ello explica que la cultura, la escritura y la lengua ibéricas alcanzasen tan extraordinario desarrollo.
4. ¿Qué lenguas anotan estas escrituras? La existencia de varias notaciones, a las que debemos sumar algunas variantes y/o etapas diferentes, nos podría llevar a pensar que nos encontramos ante dos o tres lenguas distintas; pero de nuevo no hay acuerdo entre los especialistas (véase de Hoz, 1983; Siles, 1985; Guadán, 1985). La escritura meridional, que se escribe de derecha a izquierda (como el fenicio), y que desaparece relativamente pronto, parece señalar una lengua no indoeuropea que algunos han hecho coincidir con la lengua de la antigua Tartessos (la supuesta Tarsis bíblica). Las escrituras greco-ibérica e ibérica (con sus variantes) parecen anotar una nueva lengua, también no indoeuropea, a la que se denomina tradicionalmente ibérico. Las similitudes -cuando las hay- apuntan al vocabulario, pero esto no hace más que aumentar las dudas, pues el vocabulario es la parte más permeable de la lengua a las influencias extranjeras.
4.1. ¿Cuál es el origen de la lengua ibérica? Estrabón (XI, 2, 19) llamó a toda la Península 'Ibhria (Hiberia) porque sus habitantes (en este caso los pueblos de la zona mediterránea) tenían una cierta semejanza con los habitantes de una zona del Cáucaso (actual Georgia) del mismo nombre. Todo ello, como ha demostrado brillantemente Domínguez Monedero (1983), es un error en el que convergen los mitos y los conocimientos geográficos que los griegos tenían en ese 33
momento del mundo conocido. Independientemente de lo anterior, esta conexión casual o anecdótica ha dado pie a relacionar el ibero con las lenguas caucásicas y más tarde con las lenguas camíticas (como el bereber actual) o con la lengua vasca. Más allá de los datos que nos proporcionan las fuentes clásicas o de la misma leyenda, lo que sí está claro es que de momento los textos notados en escritura ibérica no pueden traducirse utilizando ninguna lengua actual.
Plomo de Alcoi (s. VI a. C.) según la lectura de Gómez-Moreno (1925) (en Sanchis Guarner, 1985)
[Irike or'ti garokan dadula bask/ buistiner' bagarok sssxc turlbai/ lura legusegik baSerokeiunbaida/ urke baSbidirbar'tin irike baSer/ okar' tebind begalasikaur iSbin/ ai aSgandiS tagiSkarok binike/ bin salir' kidei gaibigait Ar'nai/ SakariSker IunStir' salir'g baSistir Sabadi/ dar bir'inar gurs boistingisdid/ Sesgersduran SeSdirgadedin/ Seraikala naltinge bidudedin ildu/ niraenai bekor Sebagediran] A pesar de las dificultades, autores como Siles (1976) o de Hoz (1983) proponen traducciones viables para ciertas palabras y elementos morfosintácticos. Una inscripción como iltirbikis-en seltar-Yi, atestiguada en una lápida ibérica de Cabanes (Valencia), podría traducirse, según de Hoz (1983: 385 y ss.), como «yo soy la tumba de Iltirbikis» por comparación con lo aparecido en muchas otras inscripciones. De Hoz, siguiendo los principios de la tipología lingüística, propone, además, que el orden de palabras del ibero sería SOV (sujeto+objeto+verbo), con lo cual tendríamos una hipotética coincidencia con el vasco que también es SOV (véase Padilla, 2005: 44). Siles (1976: 24), por su parte, estudia la composición nominal de la onomástica ibérica y atribuye los sufijos -nin y -eton al femenino. Conocemos, pues, algunas palabras (seltar, tumba; salir, plata; etc.) y podemos deducir algunos elementos morfológicos -sken, -etar, -ite, -ko, etc.), pero los verbos y el léxico en general son todavía un misterio.
4.1.2. El vasco-iberismo La tesis más polémica de todas las que se manejan sobre la filiación del ibero es la que lo emparenta con el vasco. Según Tovar (1980), la palabra ibero procede del hidrónimo iberus flumen (río ibero > río Ebro) que se explica, como veíamos antes, a partir del vasco ibar (ría, estuario) o ibai (río). El apelativo ibar en boca de los marineros y comerciantes jonios pudo convertirse en iberus (> ibero, río) y los habitantes de la zona en iberos, que podríamos traducir algo así como «los del río». Hoy en día existe el apellido vasco Ibarra o Iborra con idéntico significado. Este tipo de coincidencias y muchas otras ya propiamente intralingüísticas, como que ambas lenguas compartan una fonética parecida (por ejemplo, las cinco vocales), que topónimos valencianos actuales puedan 34
ser explicados acudiendo a la lengua vasca (Arriola de harri, piedra; Ibi de ibi, vado; Ondara de ondar, arena; Sorita de zuri, blanco, etc.), o que ambas tengan el mismo orden de palabras (SOV), llevó a varios investigadores a proponer no sólo su parentesco, sino su equivalencia: el vasco y el ibero serían la misma lengua. Esta hipótesis ha sido fuertemente criticada, sin embargo, si combinamos informaciones lingüísticas, geográficas e históricas, no es tan descabellada como algunos pretenden hacer ver. Los datos que tenemos sobre los movimientos de poblaciones en el periodo conocido como de los Campos de Urnas (urnenfelder) nos señalan que la indoeuropeización de la P. I. se produjo entre los siglos XI a V a. C. (véase Fullola, 1985 o Cavalli-Sforza, 1998). Las fuentes clásicas (Estrabón, Livio, Plinio, Diodoro, Polibio, etc.) indican, por su parte, una distribución de las poblaciones prerromanas en la que los vascones están aislados en terrero aparentemente indoeuropeo (véase Domínguez Monedero, 1983: 219). Y el análisis de los datos lingüísticos, por último, permite afirmar, como hemos visto, que entre el ibero (o los dialectos que lo forman) y el vasco actual hay ciertas semejanzas de familia. Combinando todos estos factores, es posible proponer que, antes de la indoeuropeización de la Península, pudo haber continuidad (al menos isoglósica) entre las lenguas que ocupaban la zona pirenaico-mediterránea, en la que incluiríamos el tartesio, el ibero (o sus dialectos), el vasco, y otras lenguas y dialectos de los que no tenemos noticias. Esto no significaría, por supuesto, uniformidad lingüística (una sola lengua), pero sí, como decimos, una posible relación de familia.
4.2. El ibero como koiné No faltan tampoco los autores que consideran que el ibérico no es una lengua en el sentido estricto del término, sino una koiné (oral o escrita) utilizada por los comerciantes (no sólo iberos sino también fenicios y griegos) como forma de intercambio en una zona muy rica en materias primas y un fuerte crecimiento políticocultural (véase Guadán, 1985). Esta interpretación en realidad no invalida las anteriores, pues, no habla de la filiación lingüística sino del uso real. El ibero, o el conjunto de dialectos a los que llamamos ibero, sería una especie de lingua franca que, manteniendo su carácter independiente, bebería de varias fuentes, especialmente, en el léxico.
4.3. Las lenguas indoeuropeas peninsulares La situación de las lenguas indoeuropeas es en apariencia menos interesante que la de sus vecinas, entre otras cosas, porque sólo dos (el celtibero y el lusitano) dejaron testimonios escritos y ninguna de ellas creó una escritura propia. Las lenguas indoeuropeas peninsulares entroncan con las vecinas lenguas del continente europeo. Según el mapa que hemos trazado en el apartado 2, la zona indoeuropea corresponde a varios pueblos llegados a través de los Pirineos cuyos asentamientos o ciudades utilizaban el sufijo -briga (ciudad) en una primera etapa y -dunum/-acum (fortaleza) en una segunda (véase Fullola, 1985:30). Los pueblos indoeuropeos no tenían unidad lingüística, y podemos pensar por su número y por el vasto territorio que ocupaban (dos terceras partes de la P. 35
I.) que o bien hablaban lenguas distintas, pero relacionadas entre sí, o bien había gran diversidad dialectal. Como hemos dicho, sólo el celtíbero y el lusitano dejaron documentos escritos. Del estudio de estos documentos se deduce que eran dos lenguas distintas. Por lo que respecta a la escritura, el lusitano se escribió en el siglo II a. C. y utilizó para ello el alfabeto latino; el celtibero, por el contrario, se empezó a escribir ya antes de la llegada de los romanos y empleó el alfabeto ibérico (véase de Hoz, 1983: 374). Los documentos celtiberos escritos en ibérico llegan hasta el siglo I a. C., por lo tanto, los celtiberos siguieron utilizando el alfabeto ibérico incluso cuando los iberos ya habían dejado de usarlo por la presión cultural romana (época de Augusto). Se deduce de todo ello que los celtiberos, aunque fuesen una nación autónoma (situada más o menos en el Aragón central actual), estuvieron fuertemente influidos por los iberos, que tenían una cultura más rica y prestigiosa. El estudio de los bronces celtiberos (por ejemplo, el de Botorrita, Zaragoza) nos muestra, por otra parte, una lengua céltica muy antigua, diferente de la lengua gala y emparentada al parecer con las lenguas célticas de las Islas Británicas e Irlanda. Los últimos documentos escritos en lengua celtibera utilizan ya caracteres latinos.
5. ¿Qué queda de todo aquello en el español del siglo XXI? Los restos del mundo prerromano prevalecen todavía en las actuales lenguas peninsulares, aunque su importancia sea relativa. Dejando de lado la pervivencia del vasco o euskera actual, que es el único resto lingüístico de la Hispania prerromana, es posible rastrear, sin embargo, ciertos rasgos en el castellano, que es la lengua que ahora nos ocupa, vinculables con todas estas lenguas que hemos analizado.
5.1. El sustrato ibérico Desde un punto de vista fonético, el castellano comparte con el vasco y con el ibero la existencia de cinco vocales /a, e, i, o, u/, y con este rasgo se diferencia de las restantes lenguas románicas (excepto el sardo). Si observamos las consonantes del ibero y las comparamos con las del castellano actual (véase gráfico 3), tampoco encontraremos muchas diferencias, aunque en este caso la evolución castellana es independiente de la influencia ibérica. Por lo que respecta a la morfología, se suele afirmar (véase Lapesa, 1981; Cano Aguilar, 1988; Martínez y Echenique, 2000; etc.) que sufijos como -arro (-urro, -erro) o -ieco, -ueco, -asco (que no tienen equivalente latino) deberían ser influencia del sustrato ibérico. Los encontramos en palabras como: baturro, calentorra, mazueco, muñeca, peñasco, ventisca, etc. Por último, el ibero o sus parientes se dejan sentir aparentemente en el léxico y la toponimia. Son palabras no indoeuropeas prerromanas: arroyo, conejo, charco, galápago, garrapata, gusano, perro, silo, toca, zarza, y muchas otras que no tienen una ubicación clara. Encontramos, además, numerosos topónimos de origen ibero que hoy conservamos latinizados: Acci (> Guadix), Basti (> Baza), Dertosa (> Tortosa), Gerunda (> Girona), Ilici (> Elche). También se habla del posible origen ibero(-vasco) del apellido García (<Garseitz) o Blasco, Velásquez y Velasco (con sufijo ibérico -asco) (véase Sanchis Guarner, 1985).
5.2. El sustrato indoeuropeo Desde un punto de vista fonético, se afirma que la sonorización en castellano de las consonantes oclusivas sordas latinas intervocálicas (VITA> vida) se debe al sustrato céltico y al fenómeno conocido como la lenición consonántica, que es propio de estas lenguas, aunque no todos los autores coinciden en esta interpretación (véase Martínez Alcalde y Echenique, 2000). 36
El sustrato indoeuropeo prerrománico también se observa en la morfología, pues se atribuyen a estas lenguas (véase Lapesa, 1981 o Cano Aguilar, 1988) los sufijos -aiko o -aeko que dan como resultado el español -iego, en palabras como andariego, mujeriego, palaciego, etc. Y lo mismo sucede con el léxico, en donde volvemos a encontrar tanto voces comunes como topónimos. Incluiríamos aquí palabras como abedul, álamo, baranda, basca, berro, bota, braga, busto, cantiga, estancar, gancho, garza, greña, puerco, tarugo, toro, virar, etc. Hay topónimos como Segovia (de seg- victoria), Segorbe (de Segóbriga y a su vez de -briga, ciudad), Lobra, Obra, Zobra (con la variante -bra), Alobre y Pezobre (con -bre), etc.
6. Conclusiones Como hemos podido comprobar, las escrituras y lenguas prerromanas abren todavía hoy un mundo tan interesante como inexplorado. A pesar de las contribuciones de autores tan relevantes como Caro Baroja, de Hoz, Fletcher, Gómez-Moreno, Hübner, Humboldt, Maluquer de Motes, Michelena, Siles y muchos otros, el estudio de la epigrafía hispánica prerromana depende aún de que el destino ponga en manos de los investigadores la piedra Rosetta ibérica. Hasta entonces, el campo de operaciones es tan amplio que requiere de la colaboración de ciencias auxiliares tan distintas como la arqueología, la epigrafía, la numismática, la historia antigua, la historia de las religiones, la onomástica, la hidronimia y, cómo no, la lingüística. Éste es, pues, el camino que se impone recorrer para conseguir desbrozar en el futuro los enigmas de este importante periodo de la historia lingüística hispánica.
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El español arcaico. La aparición de la literatura romance. Juglaría y clerecía Miguel Ángel Mora Sánchez
1. Introducción En este capítulo compete tratar el tema -bastante controvertido- de la existencia de una lengua romance, que refleja características lingüísticas del castellano posterior. Se le ha denominado «español arcaico», aun a sabiendas de que muchos son los nombres que se le podrían aplicar. De ahí que en esta introducción haya que dar cuenta de qué se encierra bajo este concepto y cuáles son los principales problemas que se plantean para delimitarlo. Se entiende por «español arcaico» el conjunto de manifestaciones lingüísticas, en una lengua romance cercana al futuro castellano, que se producen en una parte del dominio de la Península Ibérica antes de la aparición de los primeros documentos escritos literarios (s. XII). Sus principales características van a ser dos: la escasez del corpus y su dispersión. De hecho, ha llegado a nosotros de forma muy fragmentada y, en gran parte, a través de textos notariales. Ya entrado el siglo XII nos podemos encontrar con textos literarios que suponen, en palabras de los expertos medievalistas, la culminación de un proceso lingüístico lento e iniciado con anterioridad. El estado de la lengua de estos textos literarios -aunque distante en gran medida del español actual- suponen un grado de evolución de los fenómenos fonéticos, que desgajan el castellano del antiguo latín hablado, muy acentuada y madura, materializada durante siglos, y de la que tenemos escasos testimonios.
1.1. El problema de la transmisión de los textos medievales. Gran parte de estos textos se hallan conservados en códices, cuya versión ha de datarse, en ocasiones, siglos después de la versión original. Por ello, es muy importante diferenciar la fecha de composición de la obra original respecto a la fecha del manuscrito que ha llegado hasta nuestros días. La paleografía es la disciplina que enseña los principios fundamentales para lograr unos textos fidedignos, dotados de una credibilidad que permita al lector o investigador utilizar la versión más auténtica. La validez de dicha versión será el resultado del rigor en la aplicación de dichas técnicas paleográficas. Por eso es necesario diferenciar los distintos tipos de ediciones de textos medievales con las que se puede encontrar el lector actual (Menéndez Peláez, 1993: 53 y ss.): • Edición facsímil: Es una reproducción fotográfica, bien de un manuscrito, bien de una edición impresa (por ejemplo, un incunable), tal cual aparece en el códice o en la versión original que se pretende reproducir. Su valor radica en la posibilidad de poner a nuestro alcance manuscritos o ediciones que, de otra manera, resultan inaccesibles. Habría que destacar las que se han hecho del manuscrito del Cantar de Mio Cid, de las tres versiones que nos transmitieron el Libro de Buen Amor y de la primera edición impresa de La Celestina. • Edición paleográfica: Consiste en una reproducción, mediante los actuales signos grafemáticos y ortográficos, de todos los rasgos gráficos que se pueden encontrar en el texto original manuscrito. Las fluctuaciones en la normativa ortográfica, poco clara y precisa en la época medieval, permitió que los copistas realizaran cambios o alteraciones, sujetas a su único criterio personal, un criterio fonético, que reguló la ortografía medieval, y que en la mayoría de los casos fue manifestación de particularismos articulatorios o fonológicos. • Edición crítica: Es aquella que, a partir de las distintas versiones existentes de una obra, intenta acercarse, con rigor filológico, a la versión original que salió de las manos del autor. Para conseguir este objetivo, se comparan todas las versiones conservadas de una obra; se someten a un tratamiento específico, cuyas normas regula y establece la crítica textual, para reconstruir esa versión, siempre hipotética, que probablemente estará muy próxima a la original. • Edición modernizada: Es una edición en la que se ha realizado una actualización lingüística de un texto medieval. Dicha modernización puede verse representada en varios niveles (ortográfico, léxico, morfosintáctico), que pueden convertirla, muchas veces, en una verdadera traducción, lo que exige del 39
•
«traductor» una auténtica especialización para verter en lengua moderna todos los valores que encierra el texto medieval. Por lo general, van dirigidas a un público no familiarizado con la dicha lengua. Edición incunable: Se denomina de esta forma a aquella edición impresa antes del año 1500, o impresa durante el siglo XVI de obras anteriores. No abundan las obras de literatura medieval que se conservan en este tipo de ediciones. Su valor lingüístico radica en su mayor proximidad con la forma de la lengua original.
1.2. El problema de la cronología del español arcaico. Siguiendo a Menéndez Pidal (1985 : 490) podemos observar la presencia, al menos, de cuatro épocas dentro de la evolución general de este español arcaico. Para dicha división se ha tenido en cuenta la constatación de ciertos fenómenos lingüísticos de especial relevancia para la formación del «español literario» de los siglos XII y XIII. De esta forma podemos distinguir: 1. Período visigótico, que englobaría desde el año 414 hasta el 711. Aquí es posible que el romance primitivo fuera empleado como lengua común. Se caracterizaría por fenómenos que se afianzarán en siglos venideros: el mantenimiento de la grafía ll, la diptongación ante yod (uello/ojo), F-, IT, G(inicial), conservación del grupo -MB-, conservación de los diptongos propios del latín vulgar como AI y AU. 2. Época asturiano-mozárabe, que abarcaría desde el 711 hasta el 920. Su principal característica es la masiva presencia de arabismos en los glosarios antiguos: alcor, alfoz, cármez… 3. Predominio leonés, datado desde el 920 hasta el 1067. En esta época se perciben como anticuados diptongos como -AIRO, -AIRA / -EIRO, -EIRA. También se aprecia una tendencia a la monoptongación, incluso: AU > o. Se produce de nuevo una gran afluencia de arabismos. 4. Intento de hegemonía castellana, que se iniciaría a partir del 1067 y se consolidaría hacia 1140. Se caracteriza por la entrada de galicismos ya bastante evidente en el Cantar de Mio Cid: mensaje, omenaje, usaje… Asimismo se detecta una fuerte inestabilidad vocálica y de algunos grupos consonánticos. Tras estos períodos de evolución de la lengua desde un latín hablado hasta la producción de fenómenos ajenos a la lengua latina, se produce el inicio de la producción literaria entre los siglos XI, XII y XIII que contribuye a la consolidación de una lengua diferenciada del latín hablado tardo-medieval, que culminará con el intento de regularización cuasi normativa de período alfonsí (ya en la segunda mitad del siglo XIII). A estos períodos se van a dedicar los siguientes apartados de presente capítulo, prestando especial atención a aquellos aspectos lingüísticos de las distintas manifestaciones literarias que contribuyeron a la formación del sistema lingüístico del español medieval. De esta forma damos a entender una interpretación más laxa del «español arcaico», en el que incluiríamos las primeras manifestaciones literarias (para la polémica sobre esta interpretación véase Medina López, 1999: 35). 18
2. Hacia una caracterización general del español arcaico. Como ya se sabe el castellano, como toda lengua romance, deriva de la evolución del latín, hablado en este caso en la zona de influencia de Castilla. Lo difícil radica en establecer en qué momento de dicha evolución la distancia con la lengua del Lacio es tal que resulta ininteligible y, por ende, forma una lengua aparte. En el caso del empleo del romance en la lengua escrita se tienen más fuentes, pero es tal la vacilación de uso en los orígenes, que la polémica también la alcanza. De manera que « no se pueden establecer cronologías tajantes: hay textos del siglo XI con menos romancismos que otros del XII» (Ariza Viguera, 2004: 310): todo dependerá del nivel de conocimientos de la lengua de transmisión de cultura hasta entonces -el latín- del notario o escriba. En general, el español arcaico ha llegado muy fragmentado a nuestros días y fundamentalmente a través de textos notariales. En él se aprecian una serie de fenómenos que lo caracterizan, frente a otras lenguas romances de su entorno. De estos fenómenos Lapesa (1981 : 164 y ss.) destaca los siguientes: • Vocalización de /-l+cons-/: SALTU > sautu, souto, soto. • Localización dental de /Ŝ/, /Ž/, que adoptaron los fonemas /ĉ/ y /ĝ/, por su combinación K+ (dezimus). 9
e, i
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Realización palatal de consonantes geminadas /ll/ > [ļ] (CABALLO [cabal.lu] > caballo) y /nn/ > [ņ] (ANNU [an.nu] > año). Con anterioridad, esta forma de hablar el latín propia de la zona norte de Castilla, había sido caracterizada por Menéndez Pidal (1950: 485-502), quien señala una serie de fenómenos propios de esta época dialectal, tales como los siguientes: 1. Constatación de la pérdida de F- > h; 2. Expansión de ž (luego j) en vez de ll e y; 3. Distintos estados de palatalización de G y de /c/ < CT; 4. Realización dentoalveolar del grupo / -SKJ-/ > [ts] > q; 5. Temprana diptongación (ya en el siglo X) de o˛ > ue; 6. Reducción del grupo -MB- > -m-; 7. Antigüedad en la monoptongación de AI> ei > e y de AU > ou > o; 8. Temprana palatalización de KL-, PL-, FL- > /l/. Pero, sin duda, a la hora de hablar de la evolución del español arcaico, la gran aportación de Menéndez Pidal fue la explicación de la evolución fonética del español por influencia de la «yod» -esto es, la /i/ en diptongo-. Parece que la influencia de la yod no solo fue más allá de la evolución vocálica, sino que fue decisiva en la formación del orden palatal dentro de las consonantes. De hecho, el mismo Pidal establece al menos cuatro tipo diferentes de yod, con una cronología también diferenciada, que da paso a un complejo proceso evolutivo que está en el origen del sistema vocálico actual (véase Medina López, 1999: 49 y ss.). •
e,i
3. La aparición de la lengua literaria en romance 3.1. Siglos IX-XI: El problema lingüístico de las jarchas Jarcha es un una palabra árabe que significa «salida» o «finida». Las jarchas son unas pequeñas cancioncillas romances -los más antiguos vestigios de la lírica popular en Europa- análogos a nuestros antiguos villancicos (en sentido antiguo) o nuestras actuales coplas o cantares. Estas cancioncillas están situadas al final de unos poemas árabes o hebreos (imitación estos últimos de los árabes) llamados moaxajas; género inventado en la Andalucía Musulmana [sic] entre las postrimerías del siglo IX y los comienzos del X. Parece ser que las moaxajas se constituían tomando como base esas cancioncillas romances, o sea, estribando en ellas, por lo cual no es extraño que la jarcha se llame también a veces markaz, que significa «punto de apoyo o estribo».
(García Gómez, 1983: 405) Con esta extensa definición de lo que es la jarcha queda planteada la mayor parte de los problemas con los que cuentan esas pequeñas cancioncillas, escritas en no se sabe muy bien qué lengua, al final de un poema mayor, generalmente escrito en árabe clásico y, de forma ocasional, en hebreo. La cuestión es que, junto a la afirmación dada, fruto de la sabiduría de don Emilio García Gómez, existen serias dudas con respecto a su interpretación. De hecho, Solà-Solé (1975: 28) ya dice: «[...] importa señalar aquí que el concepto de jarcha romance es una denominación algo cómoda y extremadamente fluida: en algunas de estas jarchas denominadas romances, el porcentaje de términos árabes es tal que se trataría de una jarcha árabe con algunos pocos términos romances incrustados». En realidad, de los testimonios que han llegado hasta nuestros días sobre preceptiva de la jarcha, ninguno señala que su lengua sea la romance, como muy bien apunta Hitchcok (1980: 21): «La palabra jarcha propiamente dicha hace alusión a unos versos normalmente escritos en lengua vernácula, los cuales por convención del género, formulan la última estrofa de la moaxaja». Y esto no resulta difícil de confirmar como podemos apreciar en la cita de IBN SANA AL-MULK: La jarcha significa el último qufl en la moaxaja. Su condición es que sea haggagiya en relación con la malicia, quzmaniya en cuanto al lenguaje común, ardiente, abrasadora, aguda y cortante, con palabras del lenguaje común y vocablos de la jerga del populacho [...]. 41
(Solà-Solé, 1975: 32) En cualquier caso, la mayoría de las veces es una rara mezcla de romance y árabe combinado, en una proporción aproximada de un cuarenta por ciento de términos orientales y el sesenta por ciento de vocablos romances, según los datos que ofrece Solà-Solé. Sobre la naturaleza de las jarchas existen dos teorías importantes: 1. La primera dice que la jarcha posee un carácter de literatura popular preexistente a la moaxaja. 2. La segunda argumenta que es una parte más de la composición árabe dirigida a un público bilingüe. Emilio García Gómez (1983: 409) presenta el testimonio de un contemporáneo de BEN QUZMÁN, llamado BEN BASSÀM DE SANTARÉN, quien al respecto de la composición de la moaxaja de MUCCÁDAM dice: «Las componía [las moaxajas] sobre hemistiquios [es decir, versos cortos] aunque la mayoría con esquemas métricos descuidados e inusitados [es decir, aquellos a que la coplilla mozárabe obligaba] cogiendo expresiones vulgares en romance, a las que llamaba 'markaz' [estribo], otro nombre de la jarcha, y construyendo sobre ellas la moaxaja». De cualquier forma, estos testimonios son puestos en evidencia ante el escaso número de moaxajas con jarcha en romance, frente al gran número de moaxajas orientales en árabe. También se ha señalado el hecho de que ninguno de los preceptistas de la moaxaja sea de origen andalusí. Por otro lado, son muchas las dudas sobre la interpretación de las jarchas, apuntadas por Hitchcok en el artículo citado, dudas que van desde que la lengua de las jarchas ofrezca una posibilidad de interpretación desde el punto de vista de la lengua árabe, hasta considerar descabellada la unión temática con las cantigas de amigo, en las que aparecía la madre junto a la hija que llora (Mora Sánchez, 1993:10), forzada analogía -según Hitchcok- que ha llevado a malinterpretar un mero juego retórico que suponía la palabra «matre», en aras del confusionismo y de un desaforado intento de buscar las posibles raíces arcanas de la antigua literatura española. En realidad, son muchos los puntos oscuros que existen alrededor de estas pequeñas cancioncillas mozárabes. Nada realmente sólido nos da a entender que sean composiciones líricas preexistentes con una larga tradición oral, sino más bien parecen ser suposiciones de algunas personalidades de la ciencia filológica. Nada, a su vez, desmiente que puedan ser fragmentos escritos por los mismos autores de las moaxajas, pero escritos en lengua extranjera como corresponde a una moda del momento, y que bien podría ser otra distinta del primitivo castellano, como el provenzal, por ejemplo (Rubiera Mata, 1987). No sabemos con certeza si la palabra MATRE significa «matre», como nos dan a entender algunos críticos, o es un mero juego retórico, según apuntan otros. Como podemos observar, todavía queda un largo camino hasta lograr dar una respuesta coherente que satisfaga los desvelos de los críticos y eruditos consagrados al tema.
3.2. El siglo XII: La lengua en el CMC y el Auto de los Reyes Magos En este siglo se incluye un corpus literario -el Cantar de Mio Cid, obra épica, del mester de juglaría, y el Auto de los Reyes Magos, primera obra teatral- que tiene que ser analizado como una fase en la que se considera que el dialecto romance, separado ampliamente del latín hablado, está adoptando una forma literaria. Se continúa en época de fluctuaciones en los hechos de habla; de ahí el intento de reconstrucción de la forma primitiva, distorsionada por las diferentes manos que copiaron los textos. Lo que parece claro es que ambos están muy próximos en el tiempo, y, según algunas teorías, también en el espacio. De ahí que podamos encontrar comportamientos lingüísticos comunes en ambas obras. En el plano fonético es posible señalar las siguientes características como las más destacables: • Ya está fijada la evolución de la vocal tónica. • Permanece la desinencia -t- para la tercera persona de los verbos. • /O/ > ue en el CMC. En el Auto, sin embargo, encontramos uo. • Desaparece la vocal postónica, pero quedan reminiscencias: limite > linde; comité > comde, reputare > rieptar. • Se mantiene la /e/ latina en casos en que luego desaparece, es decir, tras /r, s, n, l, z, d/ (madride, prendare, bien -por bien en Auto-), aunque este fenómeno está en decadencia. • Apócope generalizada de /e/, quizá por influencia francesa: noch, fuert, mont… 42
Ensordecimiento de la consonante que precede a la vocal apocopada: dent = dende. Vacilación en el timbre de las vocales átonas (es un rasgo que se mantiene constante hasta el siglo XVII, aunque en estos textos se produce con mayor intensidad). • Amalagamas fonéticas: nol = no le; alabandos = alabándose; nim = ni me; nimbla = ni me la, etc. • Much, ante vocal; muy, ante consonante. • Don Elvira e doña Sol, según siga vocal o consonante. Ya en el nivel morfosintáctico, se aprecian usos arcaicos comunes que, a veces, alternan con otros que permanecieron en el español moderno. Entre ellos se pueden destacar los siguientes: • Presencia de verbos intransitivos auxiliados con SER: son idos (también aver). • Verbos reflexivos auxiliados con SER: somos vengados = nos hemos vengado. • Uso del participio activo. • Con aver el participio concuerda con el CD (también hay casos donde no varía). • Los verbos AVER y TENER se usan como transitivos para indicar posesión. • SER y ESTAR se emplean en su sentido etimológico para indicar situación. • Destaca la multiplicidad de funciones de «que», aunque también aparecen «como, cuando, ca, porque, maguer». • Orden de palabras: o El regente precede al régimen (como ahora), aunque en CMC abunda la construcción inversa. o Tanto y mucho encabezan la frase. o Entre nombre y complemento se intercalan palabras: «gentes se le llegaban grandes». A todo ello, habría que destacar que el CMC presenta algunas características específicas del lenguaje épico, muy estudiado para su filiación histórico-literaria, así como para su fisonomía lingüística. A la crítica le han llamado la atención, sobre todo algunas, de entre las que sobresalen las siguientes: • Conservación de la /e/ final o la adición a palabras que no la tienen. • Abundancia de yuxtaposiciones. • Abundancia de demostrativos. • Uso de Querer + infinitivo = ir a. • Anarquía en el uso de los tiempos verbales. Dejamos de lado otros textos literarios, como los debates -Disputa del alma y el cuerpo, Razón de Amor con los denuestos del Agua y el Vino, Elena y María-, por dos razones fundamentales: primero, su datación en el siglo XII resulta muy dudosa; segundo, la extensión de los manuscritos conservados es tan escasa, que difícilmente podría caracterizarse un uso de la lengua romance diferenciado de las obras anteriores. • •
3.3. El siglo XIII El siglo XIII tiene una especial relevancia tanto en la historia de la Península Ibérica, como en la historia del la lengua. En esta última es donde podemos distinguir dos épocas: la prealfonsí y la posterior a Alfonso X el Sabio. Fue este último el que llevó a cabo el primer intento de regularización de la lengua castellana. Sin embargo, antes de dicha regularización, la lengua ya había alcanzado un uso literario que se plasma en la obra de un monje riojano, de nombre Gonzalo de Berceo, autor de obras como Vida de San Millán, Milagros de Nuestra Señora o la Vida de Santo Domingo de Silos, entre otras, escritas según parece en la primera mitad del siglo.
3.3.1. La lengua de Berceo Primer poeta de nombre conocido en la historia de la literatura española, sin duda Berceo es la figura más representativa de lo que la crítica ha interpretado como una nueva forma de entender la lengua, el mester de clerecía, pero cuya identidad cronológica, geográfica y, por tanto, lingüístico-dialectal, con las maneras de poetizar del mester de juglaría hace que contengan rasgos concomitantes. Hay que tener en cuenta que Berceo fue un autor prolijo para su época (hay críticos que le atribuyen hasta media docena de obras, incluido el Libro de Alexandre), y las diferencias lingüísticas entre ellas a veces han servido para acercarlas o para separarlas. 43
No obstante, la caracterización más precisa y concisa de un tema tan controvertido como el de la lengua de Berceo, la realizó Alarcos (1992: 15 y ss.), y en ella hay que basarse para hacer un breve repaso de sus elementos más destacados. En los aspectos que tienen que ver con la fonética, la lengua de Berceo se caracteriza entre otros rasgos por los siguientes: • Mantenimiento del diptongo -ie- ante sonidos palatales (viésperas, maliello). • Vocal final en -i para los pronombres de tercera, demostrativos e imperativos…(elli, li, esti, departi, prendi). • Frecuente apócope extrema de la -e final. • Resulta extraña la eliminación de -o en quand, tant, tod. • Aparece un uso conservador de grupos iniciales pl-, cl- y fl- (propios del romance navarro-aragonés): plorar, clamado, flamas. • Conservación de la -d- intervocálica (característica también del navarro-aragonés): piedes, vido. • Resistencia a la asimilación nasal del grupo -mb- (con fluctuaciones): cambio/camio, ambos/amos. En lo que tiene que ver con la morfosintaxis de las obras de Berceo hay que resaltar, como detalle general, que posee rasgos arcaizantes, que se dan en otras realizaciones dialectales fuera de La Rioja. Entre estos rasgos cabe destacar: • La asimilación de la consonante lateral del artículo con una nasal precedente: con + la > conna, en + la > enna. • En los imperfectos y condicionales es frecuente el paradigma del castellano de la época con -ía (primera persona), -iés, -ié, -iemos, -iedes, -ién. • La síncopa en los futuros y condicionales con asimilación: terré, porré. • Variedad en los tiempos de pasado (perfectos fuertes con -i final: nasqui, prisi, vidi; perfectos fuertes desconocidos hoy: escripso, priso, amasco). • Aparición de formas arcaicas del verbos hacer: fes, fech (imperativo < FACITE). Mantenimiento de formas plenas del aver (también en aragonés): aven amargos dientes. En el ámbito del léxico hay que tener en cuenta que, aunque el mester de clerecía se inserta en la tradición literaria culta, la característica fundamental de Berceo es su didactismo: el poeta riojano entendía que su obra iba dirigida a un público no culto, al que intentaba adoctrinar, como se refleja en la «Introducción» a sus Milagros de Nuestra Señora. De ahí que la nota predominante de su léxico sea la variedad, la mezcla de cultismos, semicultismos y voces populares: hay que tener en cuenta que sus obras eran leídas en voz alta, por alguien instruido, pero que su mensaje tenía que llegar a todas la capas sociales (véase Alvar, 2003: 61 y ss.).
3.3.2. Otros textos del mester de clerecía Aparte de los textos de Berceo, el mester de clerecía cuenta con otros tres textos fundamentales datados en el siglo XIII: el Libro de Alexandre, el Libro de Apolonio y el Poema de Fernán González. Sin duda, junto a las obras de Berceo, el Libro de Alexandre ha sido objeto de numerosos estudios lingüísticos por parte de los medievalistas. Obra compuesta en la primera mitad del siglo XIII, parece clara su vinculación con la Universidad de Palencia (Uría Maqua, 2000), aunque la argumentación es en gran parte literaria, la abundancia de fenómenos lingüísticos como la apócope extrema, han vinculado su autoría a Gonzalo de Berceo, u otra persona que compartía rasgos lingüísticos comunes. Por su parte, el Libro de Apolonio se considera fechado a mediados del siglo XIII, aunque parece que el proceso de composición fue más largo, según los estudios lingüísticos realizados sobre la apócope (Franchini, 2004: 350). Aunque está claro que no hay estudios concluyentes, es idea comúnmente aceptada que la lengua de este texto es propia de la zona dialectal de Castilla de mediados del XIII, con abundancia de aragonesismos atribuidos al copista del códice conservado. Por último, el Poema de Fernán González, escrito épico con forma propia del mester de clerecía, cuenta con cierta unanimidad para situarlo alrededor de 1250, sobre todo por criterios histórico-literarios, pero también por criterios lingüísticos. Entre estos, resulta de enorme calado filológico el estudio de la apócope que se ha 44
realizado en alguna edición crítica, situándolo en una época de bajo uso de la misma y que vendría a corroborar la datación histórico-literaria.
4. A modo de conclusión: Hacia una caracterización de la lengua prealfonsí. En un intento de sintetizar todas las características vistas en los textos de esta época prealfonsí, se puede concluir que el sistema vocálico clásico latino tenía diez fonemas, cuyos rasgo distintivo era la cantidad (larga/breve). En esta primera etapa el sistema vocálico latino fue evolucionando y dio paso a un nuevo componente de carácter fonético, que vino a ser la cualidad o timbre (distinción entre vocales cerradas o abiertas). En ese proceso de sustitución de la cantidad por el timbre, se produce una reestructuración del sistema, debido a que el punto de articulación entre algunos de estos fonemas y la lengua tiende a igualarse. De esta forma se constituye el sistema vocálico del «románico común occidental». Tras posteriores reajustes y alteraciones, se alcanzarán los cinco fonemas vocálicos que conoce el castellano actual. Latín clásico
Románico común
Castellano actual
/a/
/a/
Ā Ă Ē
/ę/
Ě
/e/
/e/ Ī /i/
Ō
/i/
/o/ /o/ /o/
Ū /u/
/u/
Ŭ En todo este proceso, el fenómeno más llamativo en la evolución de las vocales resulta la llamada diptongación. Al penetrar el sistema vocálico latino en la Península Ibérica, dos de sus fonemas en posición tónica /e/ , /o/ plantean problemas articulatorios (debidos, en parte, a los hábitos lingüísticos de los autóctonos, que sólo conocerían las realizaciones cerradas de e/o). En su intento de imitar el sonido foráneo, lo bimatizan, así aparece la diptongación en castellano: • e (abierta, tónica) > e e > ie • o (abierta, tónica) > o o > uo > ue En lo que afecta al vocalismo final, en la variante recogida en textos castellanos se observa el paso de la -U > -o, aunque se puedan hallar ejemplos latinizados, que parecen ser el origen de las formas actuales que se dan en algunas zonas del norte peninsular. Se ha señalado el mantenimiento de la -e final en textos tempranos, frente 45
a la tendencia a la supresión que se da en la segunda mitad del XI, muy documentada en el Cantar de Mio Cid, por una clara influencia franca. El sistema consonántico latino era muy parecido al del español actual, con excepción hecha de las palatales y sibilantes. Esta casilla del sistema fonológico del castellano hará su aparición gracias a los fenómenos asociados a la yod -elemento fonético de realización palatal y muy cerrado-. Resultado de esta revolución fonética, llevada a cabo por la yod, será la aparición de determinados fonemas medievales desconocidos tanto para el latín como para el español moderno, que formarán parte del llamado sistema alfonsí, y cuya presencia ya se constata en los textos anteriores: SIMILITUDES CON EL SISTEMA CONSONÁNTICO ALFONSÍ ORTOGRAFÍA
FONÉTICA
FONOLOGÍA
s-; cons.+s; -ss-
[s]
/s/
-s-
[z]
/z/
b
[b]
/b/
u-v
[v]
/v/
c+e; i; ç+o,u,a
[ts]
/ŝ/
z
[ds]
/ź/
x
[š]
/š/
j+vocal; g+e+i
[ž]
/ž/
Este sistema no tuvo una larga duración, ya que parecía evidente la tendencia a una mayor simplificación. De manera que, en la Baja Edad Media se asiste a la pérdida de la sonoridad a favor del ensordecimiento (el caso de la /s/), la no distinción de [b] y [v] o la concentración de los sonidos palatales en la /q/ y la /X/. Con respecto a la ortografía medieval (anterior al intento regularizador alfonsí) y para comprender el aparente caos ortográfico, hay que tener en cuenta lo siguiente: 1. El castellano es una lengua que toma conciencia del código escrito en la Edad Media. Aparece una nueva lengua que nace con una serie de fonemas (los palatales) que no existían en la lengua latina, de ahí las vacilaciones para representar dichos sonidos ([c], [n], [l]) a través de grafemas. 2. Hasta la actividad filológica desarrollada por el equipo de Alfonso X el Sabio no pudo constatarse una regularización ortográfica. Es más, las normas nunca fueron fijas ni rigurosas. 3. Hay que tener en cuenta que el sistema fonológico medieval es distinto al sistema fonológico actual, por lo menos en unos cuantos fonemas. Por ejemplo, la distinción entre b/v, entre s/z o la pérdida fonética de la <h>, procedente de la f- latina. 4. El criterio fundamental de la ortografía medieval es el fonético: se escribe generalmente lo que se pronuncia. Gracias a este principio ha sido posible establecer una diacronía en la evolución del castellano: las grafías nos descubren el sonido y éste nos conduce, inevitablemente, al fonema.
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Constitución de los primitivos romances peninsulares. Surgimiento y expansión del romance castellano. Jaime Climent de Benito
1. El nacimiento de los romances peninsulares La aparición de los romances peninsulares a partir del latín está ligada muy estrechamente a la historia de la Península Ibérica de los siglos VIII al XIII, a la configuración de los distintos reinos cristianos peninsulares y al proceso de Reconquista (y consecuente repoblación); es decir, los primitivos romances (hayan o no perdurado hasta la actualidad) se originan a partir de un cambio social, económico, cultural, religioso y político que afecta a todos los órdenes, transformación que tiene su punto de partida en la llegada de los musulmanes a la Península Ibérica en el siglo VIII (concretamente en el 711 d. C.).
1.1. La aparición de los musulmanes en la Península Ibérica La invasión territorial de la Península Ibérica por parte de los musulmanes en el siglo VIII motivó el replegamiento del mundo cristiano al norte de la Península, zona montañosa que los nuevos conquistadores decidieron no dominar directamente debido al escaso rendimiento económico que se deriva de la explotación de un territorio que, por su orografía, resulta de difícil ocupación. Sin embargo, esta situación no implica que no hubiera cristianos (que se conocen como mozárabes) en las zonas controladas por musulmanes: excepto aquellos que huyeron, los cristianos siguieron viviendo donde siempre lo habían hecho y gozaron de ciertas libertades religiosas, culturales y lingüísticas, aunque con una creciente islamización a medida que pasaba el tiempo. Por el contrario, otros grupos de cristianos, que también permanecieron en tierras musulmanas, acogieron la religión y la cultura de los recién llegados para obtener con ello ciertas ventajas fiscales y sociales, si bien, en un principio, mantuvieron el uso del romance.
1.2. Una sociedad en cambio Así pues, al norte de la Península se localizan los núcleos humanos cristianos que continúan las tradiciones visigodas, sociedades autónomas (constituidas por habitantes autóctonos y cristianos que huyen del sur peninsular) que, a causa de la aparición de los musulmanes, experimentan un cambio ingente en su estructuración (política, social, económica, etc.) y necesitan reorganizarse, lo cual les ocasiona múltiples problemas de todo tipo (económicos, sociales, culturales...). La primera consecuencia evidente de este proceso radica en el hecho de que estas sociedades cristianas se van a desarrollar sin el mantenimiento de contactos o vínculos con el resto de comunidades cristianas de la Península o de fuera, con la excepción de la Marca Hispánica (ubicable al norte de la actual Cataluña), que se convierte en un territorio de frontera del Imperio carolingio respecto del mundo musulmán. Culturalmente, se vive un momento de decadencia, puesto que se persigue la supervivencia en detrimento de la cultura, a lo que hay que sumar el distanciamiento entre sí de los distintos núcleos del norte, factor que no permite un flujo de ideas. En cuanto a los sentimientos religiosos, también se produce una separación en relación con el devenir del resto de reinos cristianos de Europa, lo que, de un modo claro, supone un caminar por independiente que motiva una continuidad de las antiguas tradiciones hispanogodas en todos los sentidos. Esta incomunicación se refleja, de una forma patente, en el ámbito lingüístico del romance, ya que se fractura la antigua unidad lingüística de la Península -aunque es posible que existieran diferencias dialectales entre algunas zonas-, por dos causas relevantes: • al norte de la Península, a partir del siglo VIII, el distanciamiento entre las diversas fuerzas cristianas origina el nacimiento de distintas tendencias lingüísticas dentro del romance unitario peninsular y, así, cada una de estas tendencias va a evolucionar por su cuenta; 48
en los territorios ocupados por los musulmanes van a permanecer numerosísimos cristianos que mantienen vivo su romance (conocido como mozárabe) a pesar de la creciente islamización, si bien este se va a caracterizar por su carácter conservador y poco innovador (puesto que los contactos con otras sociedades que hablen romance son escasos), por lo que no evoluciona en el mismo grado que el resto de romances peninsulares. Aparte, hay que recordar que en una extensión mayor a la del actual País Vasco se hablaba el vasco (lengua no emparentada con el latín), que ya estaba en la Península antes de la llegada de los romanos. A pesar de que el vasco no constituye un romance, sí ejerció influencias en los romances vecinos, muy especialmente en el castellano. •
1.3. Los reinos cristianos peninsulares Con el tiempo, al norte de la Península se configuran distintos núcleos políticos y también lingüísticos: aunque unos y otros no coinciden exactamente, sí se produce cierta vinculación debido a la fuerza unificadora de las capitales y de las fronteras. En el contexto histórico tratado estos reinos van a sufrir diversas transformaciones territoriales a lo largo del tiempo, de modo que algunos de ellos desaparecen y se integran en unidades políticas superiores. En general, y a lo largo de los siglos, estas son las unidades políticas cristianas que se aprecian en el norte peninsular: • Reino de León: nacido en las montañas asturianas, amplía su territorio en los siglos VIII y IX mediante la repoblación de marcas que estaban prácticamente despobladas tras la marcha de los bereberes que las ocupaban -los cuales se enfrentaron en una guerra civil contra los árabes del centro y sur peninsular-, de modo que abarca la zona cantábrica, que supone Galicia, Asturias, Cantabria y norte de Castilla y León. Si bien en un principio Castilla pertenecía a esta unidad política, se independizará en el siglo X: aunque más tarde volverá a producirse la unión de ambos reinos, en esta ocasión será Castilla la que se anexione el Reino de León. Desde un punto de vista lingüístico, en este territorio se hablaba gallego, en el área de Galicia, y leonés (o asturiano-leonés) en el resto de tierras. En general, ambos romances se caracterizan por su carácter conservador, y muy especialmente el gallego, entre otros factores porque la zona geográfica de Galicia no recibió las influencias del árabe. Asimismo, otro factor favorece en este reino el mantenimiento de determinados rasgos lingüísticos del romance primitivo: se trata de la participación, a mediados del siglo IX, de un gran número de mozárabes (que hablaban mozárabe, el dialecto romance más tradicional, conservado mayoritariamente por cristianos en tierras musulmanas del centro y sur peninsular) en la repoblación (junto con gallegos, asturianos, leoneses...) de los territorios antes pertenecientes a los bereberes. Así, este grupo de cristianos huían de las tierras islamizadas en una época en la que se limitaron sus libertades religiosas. Además, los mozárabes, como herederos de las antiguas tradiciones visigodas (por el hecho de haber mantenido su religión y sus costumbres entre musulmanes), ayudan a incrementar el sentimiento de conservadurismo que se despierta en este reino (y que atañe también al romance). De esta forma, en la segunda mitad del siglo IX la monarquía adquiere más poder, se opone al emirato y se vincula a la Iglesia, momento en el que se considera heredera directa del reino visigodo (Lleal 1990: 119). • Castilla: denominada así por sus numerosos castillos en la frontera con el Reino de León, fluctúa en sus inicios entre el poder de los reinos vecinos (Reino de León y Reino de Navarra), hasta que logra su independencia; incluso en el siglo XI alcanza tal poder que se anexiona el Reino de León y el oeste del Reino de Navarra (que incluye La Rioja y zonas vascohablantes -Álava, Vizcaya y Guipúzcoa-). Nacido en Cantabria, constituye un reino de gran personalidad y proporciona una mayor libertad a sus habitantes, a diferencia de otras zonas cristianas, debido al menor apego a las tradiciones visigodas: este territorio se caracteriza por una menor romanización y por una penetración retrasada del cristianismo (en el siglo VII), como sostiene Lleal (1990: 118); de hecho, Castilla rechaza el Liber Iudicum o conjunto de leyes leonesas heredadas de los visigodos (Lleal: 1990: 120). En suma, este carácter va a favorecer la llegada de guerreros y repobladores y, por tanto, el aumento de sus fronteras. 49
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En este territorio se hablaba originariamente el castellano y el vasco, lengua no románica que, por la proximidad espacial y los frecuentes contactos con el castellano, influye en el devenir lingüístico del romance; asimismo, hay que tener en cuenta que un gran componente vasco participa en las repoblaciones efectuadas por Castilla ya en el siglo IX. Además, en el período de máxima extensión de este reino, se incluyen en su territorio los romances del Reino de León, que perderán, poco a poco, su papel político en la sociedad y cederán ante el mayor poder social del castellano, sobre todo el leonés, que reduce su ámbito de uso geográfico a causa de su proximidad espacial con el castellano, el romance de la élite de Castilla. En cuanto al gallego, se produce, además, un hecho relevante: en el siglo XII el Reino de Portugal se separa de Castilla y, por ello, el gallego de este territorio (actualmente conocido como portugués) no recibe las influencias del castellano en el mismo grado que el gallego de Castilla y sigue un camino por independiente, especialmente al establecerse la capital en Lisboa, área alejada de Galicia. Sin embargo, hoy en día se considera que el gallego-portugués representa la misma lengua, a pesar de las diferencias dialectales. Reino de Navarra: nacido en el siglo IX en tierras vascas, alcanzó su momento de máximo apogeo en el siglo XI, en el que controlaba Castilla y Aragón, repobló territorios al sur (como La Rioja) y mantuvo contactos políticos, culturales y religiosos con los francos. Sin embargo, diversos avatares motivaron su desaparición como fuerza política a finales del siglo XI, puesto que fluctúa entre los poderes de los reinos vecinos, que se reparten su territorio: el oeste (con las zonas vascas) para Castilla y el este para Aragón. Si bien el Reino de Navarra se separa en el siglo XII de Aragón, su extensión es bastante reducida: el avance de la Reconquista y de la repoblación de Castilla y del Reino de Aragón por el sur impide la posibilidad de expansión ante los musulmanes, de modo que se estancan políticamente y han de frenar sus intereses; además, su existencia depende de alianzas con los reinos vecinos. Lingüísticamente, en este reino se hablaba en un principio vasco y navarro, e incluso algunas hablas de transición entre los romances más próximos. Así, se puede señalar la existencia de un temprano romance navarro (ubicable en las zonas no vascófonas), que desapareció por la presión de los romances vecinos y especialmente del aragonés, ya que el Reino de Navarra y el de Aragón constituyeron durante una época la misma entidad política. Por esta razón, se podría hablar de un romance navarro-aragonés. Reino de Aragón: se origina en los Pirineos, en el área de Jaca, y mantiene hasta el siglo XII distintos vínculos con el Reino de Navarra; hasta finales del siglo IX se observan, igualmente, relaciones culturales y religiosas con el mundo franco, hasta el punto de que los francos colaboran en las primeras repoblaciones. Su extensión abarca aproximadamente lo que actualmente conocemos como Aragón; sin embargo, tras la muerte del monarca Alfonso I «el Batallador», sin herederos, se cierne una crisis en el reino que conduce al compromiso matrimonial de Petronila I, su sobrina, con Ramón Berenguer IV, de modo que en 1137 nace la Corona de Aragón, a partir de la unión del Reino de Aragón y de los condados catalanes. Antes de constituirse la Corona de Aragón, en el Reino de Aragón se hablaba el aragonés (o navarroaragonés si se tiene en cuenta que absorbe el romance denominado navarro). A pesar de la creación de la Corona de Aragón, los territorios integrantes mantuvieron cierta independencia en todos los ámbitos, tanto política como cultural, y entre ellas la lingüística, por lo que el aragonés se continuó utilizando en su espacio originario y el catalán, en el suyo. los condados catalanes (o Cataluña): constituye la entidad cristiana más diferente a las restantes, ya que no se trata, en un principio, de un reino independiente, sino que forma parte del Imperio carolingio, que crea en los Pirineos una Marca Hispánica para frenar los deseos de conquista de los musulmanes. Así pues, los condados catalanes, en contraposición a las restantes fuerzas del norte peninsular, no se caracterizan por un aislamiento cultural, sino que desde su origen están dentro de las influencias culturales, religiosas y políticas del Imperio carolingio. Con el tiempo logran independizarse, constituir su propia diócesis y extender sus territorios hacia el norte de los Pirineos (lo que sería el Rosellón francés) y hacia el sur; una vez constituida la Corona de Aragón se inician también proyectos de extensión por el Mediterráneo. 50
En el ámbito lingüístico, en este territorio se habla catalán, que recibe constantemente influencias lingüísticas del sur de lo que actualmente es Francia, puesto que se mantienen los contactos culturales a pesar de que, con el tiempo, se independicen los condados catalanes del Imperio carolingio. Así pues, tiene lugar en la Península, para el período que abarca desde el siglo VIII hasta el XIII, la siguiente configuración lingüística, la cual atañe tanto a romances (y, por ello, derivados del latín) como a lenguas no romances: • En los territorios musulmanes, conocidos como Al-Andalus, la lengua de cultura y de poder tanto para musulmanes como para cristianos es el árabe (el árabe hispánico en la comunicación oral y el árabe clásico para la escritura), aunque los cristianos que permanecen en estas tierras (y también los recién convertidos al Islam) usan entre ellos el mozárabe, que va poco a poco reduciendo su radio de acción: a) porque se trata de un romance conservador que sufre la influencia y la presión continúas de la lengua y de la cultura del Islam: se utilizan numerosísimas palabras del árabe en la comunicación cotidiana y se recurre al uso del alifato árabe (y no del alfabeto latino) para la escritura; y b) porque, a medida que avance la Reconquista y la repoblación de los territorios, sus hablantes son subsumidos por el romance de los habitantes repobladores del norte, con un habla más evolucionada después de varios siglos de separación y adaptada a las necesidades de la nueva sociedad: a pesar de que se vuelve a escribir con caracteres latinos, la búsqueda de una mayor integración social motiva, asimismo, el empleo de rasgos dialectales propios de los repobladores recién llegados. En este contacto, los hablantes de mozárabe aportan a los romances peninsulares (sobre todo portugués, castellano y catalán, por ser los romances que se extienden más hacia el sur) un gran caudal léxico propio del árabe hispánico, palabras que atañen especialmente a los nuevos ámbitos de la vida que la sociedad musulmana introduce en la Península. • Al norte de la Península, en los reinos cristianos, la lengua de la cultura y de la escritura, al igual que en los tiempos de los visigodos, sigue siendo el latín. En cambio, en la comunicación oral cotidiana, aparte del vasco, se producen distintas evoluciones del antiguo romance peninsular (a las que habría que sumar algunas hablas de transición), que se pueden agrupar de la siguiente manera, desde el oeste hacia el este: o gallego (o gallego-portugués); o leonés (o asturiano-leonés); o castellano; o navarro; o aragonés; o catalán. En este sentido, tal y como sostiene Bustos Tovar (2004a), se puede aducir que, en un principio, surgieron en los reinos cristianos peninsulares distintos romances con entidad propia, y no que se hablara un único romance hasta entrado el siglo XIII. Sin embargo, algunos romances podrían compartir características y evoluciones en común según se avance de este a oeste, o de oeste a este, lo cual quiere decir que los límites entre los romances en el norte peninsular no resultan tan nítidos; así, por ejemplo, dos romances podrían seguir una misma evolución o cambio lingüístico, pero este no se compartiría de manera general en todo el territorio en el que se utilizara cada uno de los romances. No obstante, con la Reconquista y la repoblación, y la subsiguiente unificación de características lingüísticas, se puede observar que los romances se extienden de norte a sur normalmente en línea recta y que, bajo estas circunstancias, las fronteras entre los romances sí se presentan más claras o definidas en el centro y sur peninsular. En este contexto, hay que tener en cuenta dos aspectos en la configuración de la entidad de un romance: por un lado, la unificación de características que se produce en los territorios repoblados cuando se mezclan habitantes de diversas procedencias dentro del mismo reino; por otro, el papel de los monasterios a la hora de fijar por escrito los rasgos comunes del romance de un área determinada.
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1.4. Algunos rasgos lingüísticos de los romances peninsulares (Lleal, 1990) Ante todo, hay que considerar que ciertas características lingüísticas evolutivas pueden presentar un carácter general a todos los romances, mientras que otras solo son compartidas por varios o solamente dos romances vecinos; también es posible que un romance muestre rasgos evolutivos idiosincrásicos. A continuación, se esbozan algunas características de los romances peninsulares: • Mozárabe: o presencia de arcaísmos léxicos; o mayor conservación de la forma fónica latina; o influencia del árabe hispánico, como es la introducción de palabras del árabe, la omisión del verbo ser, el empleo de un único artículo al- (= el, la, los, las) o el uso vacilante de terminaciones del romance o del árabe para los plurales o la conjugación verbal. • Gallego: o carácter conservador en cuestiones fonéticas, como es la ausencia de diptongación de las vocales abiertas tónicas o la no monoptongación de los diptongos decrecientes; o en común con el leonés, pérdida de la /-L-/ y la /-N-/ intervocálicas y la palatalización de /PL-/, /KL-/ y /FL-/ a inicio de palabra. • Leonés: o conservación de los diptongos decrecientes; o diptongación de las vocales abiertas tónicas. • Castellano: o menor apego a la norma culta del latín, lo cual permite mayor número de innovaciones; o influencias de la lengua vasca; o vínculos con los francos (por cuestiones religiosas o por el Camino de Santiago), por lo que penetran términos propios de las lenguas que están más allá de los Pirineos; o pérdida de /F-/ inicial; o diptongación de las vocales abiertas tónicas, que no afecta al verbo ser o a la conjunción et. o evolución de /KT/ o /(u)LT/ a una africada palatal sorda, que por influencia provenzal se escribe como <ch>; o presencia de sonidos oclusivos de refuerzo entre dos consonantes; o rasgos en común con otros romances vecinos, como la monoptongación de diptongos decrecientes o la palatalización de /PL-/, /KL-/ y /FL-/ a inicio de palabra. • Aragonés (o navarroaragonés): o algunos rasgos en común con el leonés, como la diptongación de las vocales abiertas tónicas; o características en común con el catalán, por ejemplo, la desaparición de la declinación en el pronombre personal o el empleo del determinante posesivo lures, semejanzas que se incrementan todavía más hacia el este, como sería la pérdida de vocales finales (excepto la vocal a); o conservación de algunas oclusivas sordas intervocálicas. • Catalán: o presencia de occitanismos y provenzalismos por los frecuentes contactos políticos y culturales con las regiones al norte de los Pirineos; o soluciones que se separan bastante de las tomadas por otros romances peninsulares; o monoptongación temprana de los diptongos decrecientes; o evolución peculiar de las vocales abiertas tónicas que conduce a la aparición de nuevas vocales y a una evolución diferente de las ya existentes en comparación con los otros romances; o eliminación de las vocales finales -e y -o, lo cual motiva a su vez la pérdida de consonantes finales; o empleo del artículo derivado del latín ipse (es/so, sa), que alterna más adelante con el que procede de ille (el/lo, la). 52
2. La expansión de los romances en la Península: el proceso de Reconquista y repoblación Si bien los romances tienen su origen en el norte peninsular, estos se extienden de norte a sur, normalmente en línea recta, a medida que los reinos van ocupando territorios que anteriormente pertenecían a los musulmanes.
Así pues, este avance en el espacio se relaciona con un sentimiento de Reconquista, que se revitaliza y engrandece debido a numerosas cuestiones (Bustos Tovar, 2004a): • Tras la llegada de los musulmanes el Reino de León se consideró el auténtico y único heredero de la cultura y de las tradiciones visigodas que deseaba recuperar y continuar, sentir que se reforzó con el contingente de hablantes de mozárabe que se refugió en sus tierras, grupo que había mantenido vivas las antiguas costumbres debido a su aislamiento. • Los primeros contactos con la sociedad, la cultura y la religión cristiana de otros reinos europeos más allá de los Pirineos se desarrollan especialmente en el siglo XI, en este caso con los francos, gracias a la intervención del rey Sancho II el Mayor, rey del Navarra. Se producen así algunas alianzas matrimoniales y la llegada del modelo religioso cluniacense vigente en el Imperio carolingio; a ello hay que sumar el desarrollo del Camino de Santiago y la llegada de numerosos peregrinos. Es evidente que estos contactos van a favorecer la entrada de numerosos elementos léxicos de los romances de la actual Francia. En este sentido, la nueva visión cristiana del modelo cluniacense despierta un sentimiento de cruzada que va a favorecer el deseo de recuperar las tierras cristianas que los musulmanes habían ocupado. Asimismo, hay que recordar que los condados catalanes ya participaban desde sus orígenes del contacto religioso y cultural con el Imperio carolingio; sin embargo, el resto de reinos peninsulares había intentado distanciarse de estas influencias para mantener así su autonomía política. • Al sentimiento de cruzada se le alía también un interés económico por ganar tierras, con el fin de crear negocios y obtener ganancias económicas. Por consiguiente, estos factores impulsan el desarrollo de la Reconquista, que va ganando poco a poco territorios para los reinos cristianos, sobre todo cuando los musulmanes padecen crisis, como puede ser la caída del Califato de Córdoba (hacia el 1031): con ello, los romances van extendiendo de norte a sur su espacio vital. No obstante, es necesario tener en cuenta que para los romances peninsulares resulta tan importante la Reconquista como la repoblación: con esta se producen movimientos hacia el sur de numerosos repobladores y en los núcleos donde se agrupan tiene lugar una nivelación de los rasgos lingüísticos diferentes de los diversos repobladores, de manera que los romances de cada reino van tomando forma propia.
3. Expansión del castellano En el proceso de Reconquista y repoblación, el castellano alcanza una extensión enorme en comparación con el resto de romances peninsulares, ya que su avance geográfico no es únicamente de norte a sur de modo lineal, sino que Castilla ocupa territorios lateralmente a medida que desciende hacia el sur; además, el poder político y social de este reino va a presionar intensamente a los romances vecinos (como el leonés y el aragonés) y así amplía todavía más el área espacial de uso: reduce los límites del leonés y castellaniza el aragonés. Este modelo de expansión descrito para el castellano es el que se ha calificado de «cuña». En este contexto, es posible que los fueros o las leyes para los repobladores de las tierras tomadas por Castilla fueran más generosos con las libertades de dichos individuos y que, por tanto, este hecho animara a la gente a participar en el proceso de Reconquista de este reino y a expandir Castilla y el castellano. Asimismo, esta cuña se refleja en otras cuestiones, como es en la evolución de determinadas características lingüísticas. De esta forma, el castellano, a causa de su carácter más innovador (debido a un menor apego a la 53
norma culta del latín, lo que se liga también a la falta de centros culturales próximos al área de Castilla), se decanta por soluciones lingüísticas que rompen la continuidad en el norte peninsular, ya que algunas de las evoluciones son comunes a los romances del este y del oeste, pero no al castellano.
4. Los primeros textos en romance Tradicionalmente, se ha considerado que las Glosas Emilianenses (datado entre principios del siglo X y mediados del XI) constituyen el primer reflejo escrito del español; con exactitud, no se puede afirmar que sea castellano, aunque sí un romance con características de diversos romances peninsulares. Además, junto a las glosas en romance, aparecen también las primeras palabras escritas en vasco. Estas glosas son anotaciones en latín, en romance y en vasco escritas al margen de un texto religioso en latín que pertenecía al Monasterio de San Millán de la Cogolla (La Rioja); en ellas, su autor apunta sinónimos o paráfrasis a palabras del latín que resultan complejas de entender o que son desconocidas con el objeto de intentar dilucidar el contenido del texto. Así, la existencia de estas glosas se relaciona con una larga tradición europea de realizar anotaciones en un latín más inteligible a los márgenes de los textos difíciles en latín, y también con la tradición de recopilar dichas glosas y crear glosarios latín-latín. Por ello, la aparición de las Glosas Emilianenses puede sugerir la existencia previa de glosarios latín-romance que habrían permitido que el autor de las Glosas tomara de ellos la información pertinente para realizar sus anotaciones al margen e interpretar el contenido del texto.
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El español en América: de la conquista a la Época Colonial Carmen Marimón Llorca
1. Introducción: El español de América. Concepto y límites. En palabras de Humberto López Morales (1996: 20) el español es, sobre todo en América que es donde se encuentran el 90% de los hablantes, «un mosaico dialectal». En efecto, América es un inmenso territorio marcado por la diversidad en el que más de 300 millones de personas y diecinueve países tiene el español como lengua oficial. En muchas ocasiones el idioma está en contacto, bien con otras lenguas pertenecientes a culturas precolombinas como ocurre con el quechua en Bolivia, el guaraní en Paraguay, o el nahúa -la lengua de los aztecas- en Méjico; o bien con el portugués -con Brasil limitan Venezuela, Colombia, Perú, Bolivia, Paraguay, Argentina y Uruguay- o con el inglés americano, especialmente presente en Méjico por su prolongada frontera y en Puerto Rico por su especial estatuto con Estados Unidos -allí el español es lengua oficial. También se habla en varios estados de la Unión como Nuevo Méjico, Florida, California, Texas o Nueva York. La frase «español de América» hace, pues, referencia, al conjunto de variedades dialectales que se hablan en el continente americano. Algunos autores como José Moreno de Alba (1988) prefieren utilizar la expresión «español en América» para hacer referencia a la realidad lingüística americana. El cambio de preposición no es baladí y supone una clara toma de postura a favor de la unidad global del español como lengua que, desde este punto de vista, debería entenderse como un conjunto de variedades diatópicas de la misma lengua. Como afirma Manuel Alvar (1996), no hay un español de España y un español de América sino una langue y muchos hablantes. Esta idea de español en América vincula, además, definitivamente, y sitúa al español de América como una parte indisociable de la Historia del español. Como afirma Rivarola (2004: 799), América aporta un nuevo espacio geográfico y mental para una lengua aún en formación y este hecho es inseparable de la evolución histórica de la Lengua española como conjunto en su unidad y en su productiva diversidad. Sin embargo, esta convicción en la unidad de la lengua no siempre estuvo tan clara. Desde el mismo momento de la independencia de las colonias y el establecimiento de las nuevas nacionalidades -1810-20-, lingüistas e intelectuales de una y otra parte del Atlántico se cuestionaron el futuro del español y de su unidad. La comparación entre el español y el latín resultó inevitable y desembocó en una polémica entre los que vaticinaban una futura disgregación del español -Cuervo fue uno de sus más acérrimos defensores- en diversas lenguas y los que preveían una tendencia cada vez más fuerte a la unificación del idioma -como hizo Varela-. Sin entrar en una polémica ampliamente superada, diremos que Menéndez Pidal, en «La unidad del idioma», (1944), dio una respuesta verdaderamente lingüística a las teorías de Cuervo al mostrar que la lengua no es un organismo vivo sino un hecho social y que los procesos históricos de latín y lenguas romances resultan muy diferentes en la mayoría de sus extremos. Desde entonces, aunque es evidente la tendencia a afirmar la unidad lingüística y cultural que se da a ambos lados del Atlántico, la mayoría de los lingüistas son conscientes del riesgo latente que existe de que se agudicen las diferencias. Humberto López Morales (1996: 19-20) por ejemplo, ha señalado algunos factores de índole lingüístico y no lingüístico que, desde el inicio mismo de la conquista, propician esa tendencia a la diferenciación como: a. el diverso origen dialectal de los colonizadores b. la diversidad de lenguas aborígenes c. el aislamiento de los núcleos fundacionales 55
d. la ausencia de políticas lingüísticas niveladoras La referencia que este autor realiza al momento mismo de la conquista (a) y las etapas posteriores de convivencia con las lenguas indígenas (b) y de creación de los virreinatos, germen de los futuros estados (c), pone en primer plano la importancia de los primeros años de la colonización para determinar las características el español de América. En efecto, si los estudios sobre la situación actual de la lengua (d) son imprescindibles para entender la fisonomía del idioma, no es menos cierto que la investigación sobre los orígenes y el proceso de conformación del español en América ha sido enormemente esclarecedora y ha contribuido a establecer las bases lingüísticas y sociales sobre las que se fue conformado el conjunto de variedades dialectales que componen en la actualidad lo que denominamos el español de América. Así pues, lo que venimos a denominar época colonial -entendida como el amplio período que comprende desde el momento mismo de la conquista, en 1492, hasta finales del siglo XVIII-, puede considerarse como una etapa fundamental en la evolución del idioma y muy explicativa de su situación presente. En ella convergen, como vamos a ver, la evolución, selección y consolidación de las tendencias fonológicas, morfológicas y léxicas ya iniciadas en el español peninsular, con la indiscutible novedad que supone la implantación de una lengua en un espacio enorme y desconocido, el contacto con las lenguas indígenas y la conformación de una sociedad en busca de sus propios referentes lingüísticos y sociales. En los siguientes apartados vamos a centrarnos en tres aspectos: el origen regional y social de los colonos españoles con el fin de saber qué variedad regional del español fue la predominante en los años iniciales y hasta qué punto dejó su impronta en la lengua esta información nos dará una idea sobre la variación diastrática que ha sido frecuentemente tenidas en cuenta a la hora de calificar al español de América en sus inicios como vulgar o arcaizante; luego nos ocuparemos de la formación del español de América con especial atención al estado de la lengua en el momento de la conquista y, en particular, al andalucismo, rasgo considerado esencial para entender la conformación dialectal de América. No podemos dejar de dedicar un apartado especial a la influencia de las lenguas indígenas que, aunque discutida por lo que se refiere su calado -fue un fenómeno de adstrato o de superestrato, funcionó o no como una interlengua- resulta imprescindible para explicar la peculiaridad de ciertas franjas dialectales, como las tierras altas andinas. Terminaremos con una referencia a la zonificación dialectal del español en América que, aunque no exenta de polémica sobre los criterios y los límites, a finales del siglo XVIII puede considerarse definitivamente establecida.
2. Los orígenes del español en América. La colonización y los colonos A la hora de abordar el estudio del español en América durante la época colonial importa, desde luego, saber qué español es el que llegó a América, si era una lengua unitaria y cómo evolucionó en el nuevo territorio pero, en la medida en que la lengua es inseparable de los individuos que la hablan y de sus circunstancias sociales y culturales, importan -y mucho- otros datos determinantes que tienen que ver con la procedencia social de los colonos, su origen regional, su número, sus ocupaciones, su distribución territorial o su nivel cultural. Este conjunto de variables lingüísticas y sociales, junto con el análisis de fuentes documentales escritas de carácter público y privado, es lo que se maneja hoy en día para el estudio de la evolución del español en América.
2.1. Quiénes hicieron la conquista Como se ha repetido en tantas ocasiones, la colonización fue planificada en Castilla y gestionada en Andalucía con la colaboración de las Canarias. Según los trabajos de Boyd-Bowman sobre el censo de colonos, entre 1492 y 1580, el 35,8% eran andaluces, el 16,9% eran extremeños, el 14,8%, castellanos y el 22,5% 56
restante de diversa procedencia. En términos lingüísticos esto significa que el 52,7% de los colonizadores tenían como propias variedades meridionales de la lengua, con claro predominio de la andaluza. A este dato se une el hecho de que las tripulaciones de los barcos eran mayoritariamente andaluzas, que los inmigrantes pasaban un año en Sevilla a la espera de la documentación para embarcar y que luego se establecían en zonas relativamente aisladas unas de otras, predominantemente costeras, en las que convivían, además, con los colonos de origen castellano. A este respecto hay que recordar que, en el siglo XVII la diversidad de los dialectos peninsulares era verdaderamente grande pero entre el castellano y el andaluz había pocas diferencias a excepción del seseo y de la reducción de las consonantes finales, por lo que fue la conjunción de estas dos variedades dialectales -con claro predominio del andaluz- habladas por el 67,5% de los colonos el que puede considerarse como factor nivelador del español de América desde sus orígenes. En cuanto al origen social de los colonos, Lipski (1996: 54-56) afirma que, mayoritariamente, la población que emigró a América estaba formada por un conjunto heterogéneo que podría calificarse de clases medias urbanas. A este grupo pertenecían los segundones de las familias nobles, los artesanos expulsados, las familias desposeídas de sus bienes además de algunos reos a los que se les conmutaban las penas. Apenas sabían leer y escribir y, una vez establecidos, se limaban las diferencias pues se ganaban la vida como marineros, pequeños propietarios, artesanos, empresarios, etc. Hablaban un español poco rústico -los campesinos tuvieron muy poca ocasión de viajar- que fácilmente absorbía los cambios niveladores pero que, al mismo tiempo, se hacía arcaizante en las zonas más aisladas de los núcleos de poder e irradiación lingüística.
3. La formación del español de América Todos estos datos demográficos que acabamos de señalar han venido a confirmar la importancia de la contribución andaluza al español de América y de los procesos de nivelación lingüística que tuvieron lugar desde los primeros momentos de la conquista. Aunque, como ha mostrado Frago (1999 y 2003), es posible encontrar en América rasgos de todos los dialectos peninsulares -castellanos viejos, leoneses, riojanos, navarros, aragoneses, emigrados de Castilla la Nueva, extremeños- e, incluso, del catalán y del vasco, no cabe hoy ninguna duda sobre las consecuencias lingüísticas que el peso demográfico de la emigración de las zonas meridionales de la península y, en particular, de Andalucía, tuvo en la formación del español de América. Sin embargo, una vez resituada la lengua -y sus hablantes- en un nuevo mundo, otros elementos empezarán a formar parte del proceso de conformación de la variedad lingüística americana; en particular habría que señalar dos de muy distinta naturaleza: En primer lugar hay que tener en cuenta las consecuencias del contacto con las lenguas indígenas y, unos años más tarde, con las africanas. Aunque se ha discutido mucho sobre su verdadera influencia, es innegable hoy en día y para determinadas zonas dialectales, la influencia léxica y fonética de dichas lenguas. Además y, en estrecha relación con el anterior, está el fenómeno de los llamados americanismos léxicos que tiene que ver tanto con la asimilación del vocabulario indígena como con las transformaciones en el significado que sufrieron palabras del español al contacto con la nueva realidad americana. A estos dos fenómenos hay que añadir, en segundo lugar, el proceso de nivelación dialectal que, a mediados del siglo XVII, probablemente ya había tenido lugar y que daría al español en América buena parte de ya de su peculiaridad lingüística en todos los niveles. Es lo que Frago (2003:23) ha denominado la criollización lingüística que no es sino la consecuencia de la asimilación general y la asunción como propia e identificable de la variedad del español hablado en América como propia.
3.1. El andalucismo del español en América. Desde el punto de vista lingüístico, el andalucismo se sostiene, fundamentalmente, sobre rasgos fonéticos -muchos de ellos no exclusivos del andaluz sino comunes a los dialectos meridionales- y léxicos, con la 57
incorporación de muchas voces dialectales al acervo común. Un rasgo morfosintáctico más tardío, el uso generalizado de «ustedes» está también vinculado a la impronta sevillana del español en América.
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3.1.1. La fonética Los principales fenómenos fonéticos que ponen en evidencia el andalucismo del español de América son, en primer lugar, el seseo y las distintas realizaciones del fonema velar /X/. Aunque se trata de fenómenos considerados caracterizadores del español en América, no hay que olvidar que estamos hablando de cambios panhispánicos que tuvieron lugar durante el primer siglo de la colonización, en una lengua -el español- en pleno proceso de cambio y estabilización fonética y que hasta el siglo XVII, el español en América fue adaptando y asimilando los cambios procedentes de la península. El primer rasgo caracterizador está en estrecha relación con un fenómeno clave para la fonética del español que tuvo lugar a finales del siglo XVI: la reducción de sibilantes. Si en la mayor parte de la península los fonemas /s/ /z/ -grafías ss y s respectivamente- daban lugar a la actual /s/ sorda, mientras que /ts/ y /ds/ -ç y z- se redujeron a /q/ -c, z, actuales- en Andalucía y en América la solución para los cuatro fonemas fue /s/ mayoritariamente dando lugar al fenómeno denominado seseo. Sin embargo, como afirma Candfield (1962), no se trata de un fenómeno uniforme. Este autor distinguió cuatro variantes de entre las cuales, la apicoalveolar castellana era la menos frecuente mientras que la dorsoalveolar andaluza era la más habitual. En cuanto a la evolución del fonema velar /X/, hay que señalar que el proceso de ensordecimiento de las fricativas en la península comenzó en el siglo XV de manera que los fonemas /š/ y /ž/, representados por las grafías x y g/j, respectivamente, hacia mitad del siglo XVI se realizaban como /X/. Sin embargo, en Andalucía y en América se va a producir un relajamiento en la pronunciación de este fonema dando lugar al fenómeno de la aspiración tan característico de buena parte de Andalucía y Canarias y América - [hente], [habón] . Por otra parte, la aspiración de la velar vendrá a coincidir con otro fenómeno de origen meridional, el mantenimiento de la /h/ aspirada procedente de /f/ inicial latina que, en el siglo XVI en el resto de la península, ya de forma casi general, había dado como resultado Ø. Esto dará lugar a pronunciaciones del tipo [kahé] o [hamilia] en lugar de café o familia en las hablas colombianas (Vaquero, 1996: 43). Si bien estos dos rasgos pueden considerarse como definidores de las variantes americana y andaluza, podemos señalar otro conjunto de rasgos fonéticos generales a todas las hablas meridionales -cuyo peso fundamental es el andaluz- y que se encuentran también en el español de América desde sus orígenes (Utrilla, 1992: 85-111) : •
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alteraciones de la /s/ en posición implosiva que dan lugar a aspiración - [loh colore]-, pérdida y asimilación consonántica -[la xayinas] por las gallinas- y alteraciones en la consonante siguiente [demmonte] por desmonte-. Deslateralización de la /ll/ cuya principal consecuencia es el fenómeno del yeísmo -con lo que se neutralizan las oposiciones pollo/poyo, valla/vaya-, pero también la pérdida -[eos] en lugar de ellos- y el rehilamiento -[požo] fenómeno típico de Argentina y Uruguay-.
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Relajación de /r/ /l/ en posición implosiva lo que da lugar a fenómenos de asimilación -[pokke] en lugar de porqué-, aspiración -[buhla] por burla-, nasalización -[vingen], por virgen-, pérdida -[comprá] por comprar-, e igualación -[asucal] en lugar de azúcar.
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Relajación y pérdida de la /d/ intervocálica.
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3.1.2. El léxico En cuanto al léxico hay que señalar que la supremacía demográfica andaluza se manifestó en otros niveles lingüísticos como el léxico del que se han señalado las numerosas coincidencias entre el andaluz y el americano. Vocablos de origen regional andaluz como alfajor, barcina, búcaro, chinchorro, estancia, habichuela, maceta, candela o rancho forman parte del léxico patrimonial americano dándose el caso, como señala Frago, de palabras como maceta cuyo uso frente a tiesto se generalizó en América antes que en España. Al vocabulario estrictamente andaluz habría que añadir en esta etapa inicial lo que se ha denominado «marinerismos léxicos» y que tiene que ver con el hecho de que se hayan incorporado al español de América voces procedentes del léxico marinero más allá de su uso especializado. Señala María Vaquero, por ejemplo, los casos de flete con el significado de «pago de cualquier transporte», aparejo como «conjunto de cosas», guindar como «colgar», amarrar en lugar de «atar» o botar preferido a «tirar». La presencia abrumadora de andaluces y canarios entre las tripulaciones de los barcos y la importancia misma del mar en el desarrollo de América son los factores que se señalan como determinantes del marinerismo léxico en América.
3.1.3. La morfosintaxis Si hay un rasgo dialectal, además de los ya explicados, caracterizador del español americano y vinculado también a las variedades meridionales de la lengua, este es el uso de «ustedes» como forma única para el plural de la segunda persona. Aunque no se puede decir que este fenómeno se desarrollara plenamente en la época de los orígenes y formación, parece que, al final de la época virreinal, estaba completamente consolidado (Rivarola, 2004: 806) como parecen atestiguar los textos de las proclamas independentistas. La preferencia por el «ustedes» tiene origen sociolingüístico y está relacionado con el desprestigio, en el siglo XVI, de la forma «vos» y su sustitución por «vuestra merced», antecedente del actual «usted». Para el plural, la norma madrileña mantuvo los dos grados de deferencia -vosotros, ustedes-, la norma sevillana prefirió y generalizó el segundo -ustedes-, pero sin abandonar del todo el primero; en América se extremó la norma sevillana y se consolidó la forma «ustedes», «con la cual era posible evitar traspiés ligados a la cortesía» (Rivarola, 2004: 806). En cuanto al singular, la consecuencia más trascendente de este reajuste pronominal fue el «voseo». En realidad, la forma «vos», al igual que en la península, desapareció a favor del «tú» de las regiones virreinales, como México o Perú, de Cuba y Puerto Rico, muy vinculadas a la metrópoli y, en general, de todos los lugares donde se mantenía una vida urbana y alto nivel de enseñanza. Sin embargo, como señala Lapesa, en otras zonas de América central sin corte virreinal -Chile, Río de la Plata, Llanos de Colombia y Venezuela, la sierra de Ecuador- se mantuvo la forma «vos» (Lapesa, 1970: 153). La consecuencia más importante para el sistema lingüístico del español será el reajuste de las terminaciones de personal de la conjugación verbal. En general se distinguen tres tipos de voseo (Salategui, 1997:46, Vaquero, 1996: 23): a. pronominal-verbal: vos cantás, tenés, partís b. sólo pronominal: vos cantas, tienes, partes c. sólo verbal: tú cantás, tenés, partís Precisamente la distribución del voseo ha sido para algunos autores uno de los criterios clave para establecer una zonificación dialectal en el español de América.
3.2. El elemento indígena y africano en la conformación del español de América
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No hay duda de la influencia del vocabulario de los pobladores indígenas de América en el momento de la conquista: barbacoa, butaca, cacique, caimán, caoba, hamaca, huracán, loro, maíz, maní, piragua, sabana, tabaco, entre otros muchos, son voces antillanas -arahuco-taínas- que se incorporaron en los años inmediatamente posteriores a la conquista y que hoy son forman parte del léxico panhispánico. Conforme fue avanzando la ocupación del territorio y, por tanto, el contacto con distintos pueblos, lenguas y espacios, nuevo vocabulario se fue incorporando al español en América. Es el caso de los indigenismos nahúas aguacate, cacahuete, cacao, chicle, tiza, petaca, tomate, entre otros o los del quechua como cancha, coca, cóndor, llama, mate, pampa o vicuña. (Vaquero, 1996: 44-47). De la progresiva incorporación de este nuevo léxico dan cuenta los Diarios, como los de Colón -http://www.cervantesvirtual.com/portal/colon/- y las Crónicas de Indias. Sin embargo, más allá del vocabulario no está claro ni hay acuerdo sobre las dimensiones de la contribución indígena en el español de América. Para que se de influencia de una lengua sobre otra no es suficiente ni la superioridad numérica ni la asunción de cierto caudal léxico, pues en ninguno de los casos se produce la interacción que hace posible la influencia en el contacto entre lenguas. La situación de desigualdad, la superioridad jerárquica de los conquistadores y las guerras que dieron lugar a la desaparición de pueblos enteros no son factores favorecedores del contacto lingüístico. Pero por otra parte, sin embargo, la necesidad de comunicarse con los pobladores de América hizo que, como parte de la misión evangelizadora y castellanizadora que el gobierno español delegó en la Iglesia, se ordenara a los misioneros aprender las lenguas indígenas. De ahí la creación de tempranos vocabularios, diccionarios y catecismos en lenguas indígenas como el Lexicón o vocabulario de la lengua general del Perú y la Gramática quechua (1560) de Fray Domingo de Santo Tomás, el Arte de la lengua castellana y mexicana (1571) http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=13906 y la Gramática náhuatl (1571) de Fray Alonso de Molina y la Gramática chibcha (1610) de Fray Bernardo de Lugo o en el Confesionario breve en lengua mexicana y castellana, de 1585, http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=13909, consecuencia directa del III Concilio de Lima (1583) en el que se decidió que los indios aprendieran el catecismo y las oraciones en su idioma y no en latín ni en castellano. En la actualidad se habla de la posibilidad de que, durante un largo período, existiera una interlengua en la que los patrones nativos se superponían al español pero que ni salió del grupo, ni dejó huella en el español como lengua materna. La interlengua funciona como un pidgin o lengua de supervivencia que nadie tiene como lengua materna. Para que las variedades indígenas penetraran en el español tuvo que darse un cambio sociolingüístico y demográfico que permitiera el verdadero intercambio entre hablantes y los prestigiara socialmente. Se señalan como acontecimientos favorecedores los nacionalismos, la revolución en Cuba y en otros países de Centroamérica o la presencia de mujeres indígenas de habla guaraní en el cuidado de bebés y en el trabajo doméstico en países como Paraguay. De todas las lenguas indígenas, las que ha tenido mayor influencia y penetración en el castellano son el guaraní, el nahúa, el maya, el quechua y el aimara. Del guaraní -Paraguay Norte y Oeste de Argentina y Oeste de Bolivia- parece que procede la oclusión glotal entre palabras si la segunda empieza por vocal; al nahúa (lengua de los aztecas) se atribuye la resistencia a la pérdida de -s final en México. Las tierras altas andinas (Perú, Ecuador, Sur de Colombia, Bolivia, Oeste de Argentina y Norte de Chile), habitadas por los incas, estuvieron influidas lingüísticamente por el quechua y el aimara. Los rasgos caracterizadores son: no reducción de la s, reducción de las vocales átonas, presencia de una /r/ sibilante a final de sílaba, pronunciación cuasi africada de /tr/, conservación de /ll/, reducción de un sistema de tres vocales. 61
3.2.1. El elemento africano La llegada masiva de esclavos africanos a las costas Americanas -especialmente en las zonas del Caribe y de la Costa Oeste- dio lugar durante un tiempo a la existencia de un afroespañol, la lengua bozal que despareció completamente. Sin embargo, ya en el siglo XVI y sobre todo en el XVII se pueden encontrar en la literatura villancicos, canciones y representaciones teatrales en las que se imitaba un habla afrohispánica. Como en el siguiente fragmento de un tipo de composición llamada «negrito» de Sor Juan Inés de la Cruz: Ah, ah, ah, que la reina se nos va! ¡Uh, uh, uh, que non blanca como tú nin Pañó, que no sa buena, que eya dici: So molena, con las sole que mirá! 1. Cantemo, Pilico, que se va las reina, y dalemu turo una noche buena. 2. Yguale yolale, Flacico, de pena, que nos deja ascula a turo las negla. Ver http://www.cervantesvirtual.com/bib_autor/sorjuana/. El hecho de que fueran los portugueses los que se encargaran de la trata de esclavos es la razón de que sea el portugués la base del Palenquero y el Papiamento, dos criollos afroibéricos hablados en Aruba, Donaire y Curaçao, el primero, y en Palenque de San Basilio, Colombia, el segundo.
3.3. La criollización lingüística En opinión de Frago (2003: 25), a finales del siglo XVII el español de América ya estaba formado a partir de una base fonética meridional, la asunción de indigenismos y americanismos léxicos y un claro apego a la tradición gramatical. Es lo que este autor denomina la criollización lingüística y que define como «proceso de formación y de expansión social de una modalidad de español propia de los criollos americanos, es decir, de los hispanohablantes nacidos en la tierra que, en su inmensa mayoría, eran descendientes de españoles» (Frago, 2003:23). La doble tensión de no perder el contacto con la península y asimilar todas las novedades, por una parte, pero, por otra, la necesidad de la nueva sociedad americana de identificarse con su propio espacio social y lingüístico, unido al esfuerzo de los nuevos colonos por asimilarse a la sociedad indiana, son las fuerzas que acaban conformando, en esta larga etapa inicial, los que serán los rasgos definitorios del complejo dialectal que es aún hoy el español en América.
4. Los dialectos del español de América Aunque no es este un tema que afecte directamente a la época colonial de la que nos ocupamos aquí, lo cierto es que para muchos investigadores, el origen de la diversidad dialectal del territorio americano y uno de 62
los criterios para el establecimiento de zonas diferenciadas tiene mucho que ver con la etapa colonial, en particular, con el origen social y lingüístico de los colonos, con las zonas de asentamiento, la cronología de dichos asentamientos y la posterior mayor o menor contacto con la metrópoli, con la división inicial del territorio en virreinatos y con la presencia mayor o menor de población indígena, entre otros. Para Henríquez Ureña (1921), por ejemplo, es determinante el papel de los sustratos indígenas lo que le lleva a dividir el continente en cinco zonas influidas respectivamente por el nahúa, el caraibe/araucano, el quechua, el mapuche y el guaraní. Rona (1964), por su parte hizo grandes objeciones a esta división, entre ellas que olvidaba la presencia de otras lenguas y que olvidaba también que éstas no actuaron sobre una única variedad del español, sino sobre variedades ya diferenciadas. Menéndez Pidal (1962) propuso otra zonificación mucho más amplia en tierras altas, del interior, con menos influjo andaluz y tierras bajas, costeras, más andalucistas. Las clasificaciones basadas en rasgos lingüísticos -fonéticos principalmente, pero también morfosintácticos y léxicos- tienen su máximo exponente en las de Rona (1964) y Resnick (1975). El primero distingue 12 zonas mientras que al segundo, a partir de ocho rasgos fonéticos acaba señalando 256 combinaciones. Zamora Munné (1979) distingue nueve zonas a partir de tres rasgos, voseo, pronunciación de la /x/ y de la /s/. Cahuzac (1980) se basó para su propuesta en los términos utilizados para designar a los habitantes rurales y coincidió casi completamente con la división de Henríquez Ureña. Otras clasificaciones, como la de Canfield (1962), basada en la cronología relativa de los asentamientos, o la de Moreno Alba (2001), mucho más reciente basada en sus propias encuestas, divide el territorio a partir del léxico estándar de las capitales del continente. Finalmente, la clasificación por países no parece el criterio más adecuado debido a que países grandes como México, constituyen una única zona y otros mucho más pequeños, como El Salvador, tiene islas dialectales (ver al respecto las síntesis de Alba, 1992, Lipski 1994, Frago 1999). Como orientación presentamos la división que realiza Manuel Alvar en su Manual de dialectología hispánica. El español de América (1996). Por un lado diferencia Las Antillas, que incluye Antillas y el Papiamiento, y el continente. Este último queda dividido en lasa siguientes zonas: México, Los Estados Unidos, América central, Venezuela, Colombia, El Palenquero, Perú, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Argentina-Uruguay y Chile.
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El siglo XV. La transición del español medieval al clásico Elisa Barrajón López y Belén Alvarado Ortega
1. Situación socio-política La crisis que surgió a finales del siglo XIII tuvo sus repercusiones más importantes en el siglo XIV y XV. La crisis afectó tanto al aspecto socio-económico de la sociedad, al poder político y a los medios institucionales, a la religiosidad y a los cambios en la sensibilidad intelectual y artística. Todo ello hizo que hubieran modificaciones en la población rural y urbana en los siglos XIV y XV. Las altas cantidades de mortandad causadas por las epidemias hicieron que en la población rural quedaran muchos lugares despoblados y se produjo un éxodo hacia las ciudades. Por tanto, en el siglo XV los núcleos urbanos crecieron produciendo una economía urbana con un alto uso de la moneda, a pesar de que los trabajos agrarios eran la base del sistema económico y social. Sin embargo, no se puede estudiar la Península como un conjunto económico homogéneo, ya que cada reino evolucionaba de manera diferente. En el reino de Castilla, la Reconquista anexa Antequera, Gibraltar y Estepota, cercando el reino granadino. El reino de Aragón aumenta sus conquistas por el Mediterráneo. El matrimonio de los Reyes Católicos supone la unidad nacional, se unen Castilla y Aragón bajo una única institución monárquica, aunque cada reino era independiente según sus costumbres e idiosincrasia. Granada finalmente queda incorporada al nuevo reino, al igual que las Islas Canarias y Navarra. En el Mediterráneo, Sicilia, Cerdeña y Nápoles también formaban parte del nuevo reinado. Sin embargo, el hecho más importante de esta época es, sin duda alguna, el descubrimiento del Nuevo Mundo (12 de octubre de 1492).
2. Situación lingüística Con el reinado de los Reyes Católicos, no sólo se puso fin a la crisis socio-política que existía hasta el momento, sino que hubo un auge en el desarrollo del panorama intelectual y cultural de la época. Se dio un progreso en la producción literaria y escrita, antes incluso de existir la imprenta, ya que la sociedad en crisis demandaba una respuesta a los problemas del momento. Esta sería la causa de la proliferación de cierto tipo de textos específicos y del consumo individual. Con el nacimiento de la imprenta, se multiplican las traducciones de los clásicos y hace que la difusión sea más extensa. Además, el idioma sufre ahora una unificación entre los dos grandes dialectos: el castellano y el aragonés. El rey Fernando se castellaniza muy pronto, lo que provoca que la lengua de Castilla se propague rápidamente por el reino de Aragón. Los autores de la época alaban al castellano y la consideran una lengua limpia y graciosa, capaz de decir las cosas con más claridad que el aragonés. Sin embargo, el problema lingüístico se crea en el propio reino castellano, ya que Toledo se consideraba la cuna de la lengua castellana, primero con la Escuela de Traductores de Toledo y más tarde cuando se proclama el castellano de Toledo como árbitro del lenguaje. A todo ello hay que añadir la admiración que se tiene sobre la cultura clásica, en ocasiones, superficial. La reina Isabel aprende latín y logra que sus hijos lleguen a dominarlo. En la corte o en los palacios enseñan maestros llegados de la propia Italia, como Pedro de Anglería o Lucio Marineo Sículo. No debemos olvidar la importante labor de los humanistas hispanos, como Alonso de Palencia o Antonio de Nebrija, que emprende la reforma universitaria. Todas estas novedades en el ámbito lingüístico produjeron variaciones en la fonética, en la gramática y en el vocabulario que veremos a continuación. Debemos tener en cuenta que sólo podemos enumerar una pequeña 65
parte de la variación existente, ya que los textos escritos reflejan sólo el uso de la lengua de ciertos sectores sociales y de ciertos registros lingüísticos.
2.1. Variaciones fonéticas Con respecto a las vocales, creemos que en la baja Edad Media el sistema vocálico del castellano era igual que el que poseemos hoy en día, es decir, habría cinco fonemas vocálicos con distinción entre anteriores, centrales y posteriores; sin embargo la incidencia no era siempre igual que la actual: • •
Alternancia entre /ié/ e /í/ vigente, sobre todo, en los diminutivos. Alternancia entre /ué/ y /é/ limitada a unas pocas palabras y que tiene su origen en ciertas condiciones morfológicas, esto es, en la confluencia de los sufijos -ero y -uero.
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Eliminación del hiato, este proceso implica el traslado del acento desde la vocal más cerrada a la más abierta, con la reducción de la más cerrada a semiconsonante o semivocal y su consecuente eliminación del hiato a favor de un sólo núcleo.
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Vacilación entre vocales cerradas (/i/, /u/) y medias (/o/, /e/)
Con respecto a las consonantes:
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La /f/ que seguía apareciendo en la literatura era aspiración en el habla, /h/ e, incluso, desaparecía en Castilla: ebrero (febrero). Las consonantes /d/ y /t/ finales se alternaban: vezindat y vezindad.
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Los grupos cultos de consonantes se alternaban con la reducción: dubda > duda.
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En Castilla se confundían en una misma pronunciación b y v.
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En Castilla se producía el ensordecimiento de /dz/, /z/, confundiéndose con /s/, /ts/.
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La inestabilidad de los grupos consonánticos cultos se va resolviendo en el sentido de perder la consonante implosiva o postnuclear: dino > digno.
•
2.2. Variaciones gramaticales A continuación destacaremos las variaciones gramaticales más importantes en el siglo XV: • •
Se siguen usando formas verbales como andude (anduve), prise (prendí), etc. Sigue la fluctuación de las formas verbales como tenedes junto a tenéis y tenés, entre otras.
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Se utiliza el genitivo partitivo, llegando a empleos en cuanto al orden, poco corrientes.
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Se usan indistintamente los pronombres os y vos, antepuestos o pospuestos al verbo: daros/darvos.
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En el paradigma verbal, -ades, -edes, -ides fueron sustituidos por -ais, -ás, -eis, -ís.
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El uso del artículo antepuesto al sustantivo queda reducido al habla popular.
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Se siguen utilizando oraciones de infinitivo: Ir conmigo (que venga conmigo).
•
Todavía perdura el uso medieval de no utilizar la preposición a con verbos de movimiento. 66
2.3. Variaciones léxicas Con respecto a las variaciones léxicas, debemos señalar la gran afluencia de acervo léxico que experimentó la lengua castellana en este período de tiempo, debido a la introducción de galicismos, latinismos, italianismos, catalanismos, helenismos y arabismos, y por la creación interna a partir de sufijos y prefijos.
2.3.1. Galicismos • •
Pertenecientes a la vida militar: brida, gocete, corchete, pabellón, amarrar, cable, alijar, etc. Pertenecientes a la vida cortesana: galán, marchán, reproche, jardín, gala, chambrana, gaje, forjar, trinchar, etc.
2.3.2. Latinismos Algunos latinismos que se reflejan en las obras literarias del momento son: ofuscar, trucidar, rubor, ebúrneo, tálamo, belígero, clarífico, piropos, belo, colle, geno, luco, furiente, vacilar, volumen, matrona, terrible, silvestre, belicoso, etc.
2.3.3. Italianismos • •
Pertenecientes a la vida cultural: novela, soneto, pórfido, fontana, etc. Pertenecientes a la vida religiosa: camposanto, carnaval, monseñor, etc.
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Pertenecientes a la vida política y al gobierno: embajada, potestad, señoría, etc.
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Pertenecientes a la vida militar: bombarda, lombarda, pavés, escopetero, etc.
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Pertenecientes a la vida marítima: ciar, tramontana, piloto, bergantín, etc.
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Pertenecientes a la vida comercial e industrial: banco, cambio, mercante, ducado, etc.
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Pertenecientes a la vida social: cortesano, princesa, etc.
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Pertenecientes a la educación: bártulo.
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Pertenecientes a la flora y la fauna: bixa, parco, portante, sevático, etc.
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Pertenecientes a la geología: gruta, pantanoso, terramote, etc.
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Pertenecientes a la vida diaria: bernegal, atacar, filigrana, beca, malatía, fantasticado, etc.
2.3.4. Catalanismos Encontramos algunos términos provenientes del catalán y de su contacto con el castellano: linaje, nólito, turrón, orate, brugido, lampuga, etc.
2.3.5. Helenismos •
Pertenecientes a la vida cultural: aféresis, coma, alfabeto, apócope, academia, solecismo, ortografía, bucólico, estoico, antítesis, arpía, musa, sibila, sirena, etc. 67
•
Pertenecientes a la vida política o histórica: héroe, monopolio, tirano, etc.
•
Pertenecientes a la botánica: acacia, acónito, altea, nardo, dátil, frijol, etc.
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Pertenecientes a la fauna: áspid, bisonte, delfín, lince, etc.
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Pertenecientes a la medicina: agonía, arteria, causón, manía, poro, paralítico, etc.
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Pertenecientes a la vida religiosa: tiara, clero, idolatría, cimera, égloga, etc.
2.3.6. Arabismos En estos momentos, el árabe ya no gozaba de la situación de prestigio que había tenido años anteriores; sin embargo, no estamos exentos de su influencia en el castellano. Así, cobran especial interés los arabismos que acabaron por ceder el paso a un término equivalente de origen romance: alcatea > manada, alfaça > lechuga, alfaquim > físico, aljófar > perla, trujamán > intérprete, quina > gálbano, etc.
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3. La lengua literaria 3.1. Retoricismo y oscuridad: el latinismo Durante la primera mitad del siglo XV en el ámbito literario surge un excesivo interés por resucitar el mundo clásico, rechazando con ello la Edad Media que es la que imperaba en aquellos tiempos. Resultado de tan ciega admiración es el menosprecio que sufre el lenguaje literario del siglo anterior por ser considerado demasiado vulgar, rudo e incluso mediocre. De ahí que nazca una nueva literatura marcada por la artificiosidad y el uso desmesurado de la sintaxis latina sin que se medite previamente su adecuación a la lengua española. Ese latinismo que impregna buena parte de las obras literarias del siglo XV obedece a razones puramente estéticas. Los eruditos del momento pretenden alcanzar el grado sublime que lograron aquellos que escribían en griego o latín con el fin de que la lengua romance se nutra de vocablos recientes y acoja un estilo elegante exento de impurezas. Como máximos exponentes de esta tendencia literaria latinizante podemos citar a Juan de Mena, el Marqués de Santillana o Enrique de Villena. Su lengua resulta a menudo difícil por su gran empeño artístico. Los rasgos que evidencian ese enorme influjo de la lengua latina sobre la española son los siguientes: • •
Uso extenso del hipérbaton: «no puede olvidar los amores que de Febo su esposo auía». Así se refleja en la obra de Juan de Mena y en la prosa de Enrique de Villena. Uso de participios de presente: «las tremulantes manos», «las estrellas cayentes». La lengua de Juan de Mena y del Marqués de Santillana constituyen buena prueba de ello.
•
Uso de la figura etimológica, esto es, figura retórica que reitera voces de idéntica raíz: «O vos ravias muy raviosas», «su gran culpa lo desculpa», «de cierta certenidad», etc.
•
Supresión de la conjunción que en las oraciones dependientes de verbos de opinión, pensamiento, voluntad y semejantes: «Non creo las rosas sean tan fermosas».
•
Uso de abstractos en plural: «las amistades», «las virtudes», «las conformidades», etc.
•
Aparición frecuente de oraciones de infinitivo subordinadas, de oraciones de relativo e incluso del infinitivo pasivo: «e desde los Alpes vi ser levantada».
•
Uso del superlativo sintético: «soy apresionado en gravísimas cadenas».
•
Colocación del verbo al final de la frase: «¿Pues qué le aprovechó al triste... si su amor cumpliere, e aún el universo mundo por suyo ganare, que la su pobre de ánima por ello después en la otra vida perdurable detrimento o tormento padezca?».
•
Anteposición del adjetivo al sustantivo: «los heroicos cantares del vaticinante poeta Omero».
•
Comparación mediante frases adverbiales: «así como nieve», «bien como riendo», etc.
•
Uso del adverbio así con adjetivos y adverbios: «así contento que...», «así virilmente que era maravilla», etc.
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La introducción de términos latinos en la lengua literaria no solamente se debe a motivos estéticos, sino también al concepto existente de la poesía como ciencia. En España se acentúa este concepto cuando la escuela sevillana (1395-1415), promovida por el genovés Francisco Imperial, se interesa por temas intelectualistas, morales y alegóricos. Este hecho justificaría que la literatura se inunde de tecnicismos que representan las nociones científicas que el pensamiento renacentista difundía acerca del mundo y del lugar que en él ocupa el hombre. Así, el léxico de Mena es rico en palabras procedentes del lenguaje técnico relativas a la marinería («la mar sin repunta», «fusta», «bonanza», «aguas biuas e muertas»), a la guerra («quadrilla», «escalas», «lombardas e truenos», «trabucos», «azagayas»), etc. A pesar de esta poderosa corriente de refinamiento, el lenguaje popular no permaneció en el olvido. No solamente era reclamado por el pueblo, sino por aquellos hombres cultos del Renacimiento que empezaban a buscar la naturalidad y espontaneidad de la lengua. Es precisamente el Marqués de Santillana el que reúne la primera colección de refranes.
3.2. Del retoricismo al humanismo Los escritores de la época de los Reyes Católicos, más conscientes que Mena o Santillana del valor de la lengua vulgar, lejos de forzarla con el propósito de imitar la lengua latina, revindican la naturalidad y la simpleza en el lenguaje artístico. La evolución artística de Juan de Lucena es muy representativa de esta nueva orientación en la lengua literaria. Tras ese intento de latinizar el léxico y la sintaxis en su Diálogo de la vita beata, escribe su Epístola exhortatoria a las letras, donde el latinismo se atenúa considerablemente, siendo todavía más discreto en su Tratado de los gualardones... e del oficio de los harautes, compuesto durante la guerra de Granada (1482-1492). Jorge Manrique con sus Coplas a la muerte de su padre (1476) inicia este proceso de cambio literario. Si bien sigue utilizando cultismos, los dosifica e intenta dotar de valor poético a las palabras más corrientes. Desecha el retoricismo del período anterior y sus recursos estilísticos principales son una muestra de la escasa artificiosidad y notable sencillez que persigue en sus versos: sustantivación neutra («lo presente», «lo no venido»), empleo del infinitivo sustantivado («aquel trobar», «aquel dançar», «mi morir»), etc. Otra obra importante en la que comienza a manifestarse el español clásico es la Celestina. Supone un abandono de la prosa retoricista y una tendencia hacia la naturalidad y transparencia que caracteriza el lenguaje literario del siglo XVI. La gran novedad de la Celestina es la creación de un diálogo prosístico. Su precursor más inmediato es el Corbacho del Arcipreste de Talavera (1498), en el que ya hallamos algunos monólogos del habla popular. En la Celestina se pulen ciertos procedimientos estilísticos presentes en el Corbacho. A pesar de que aparecen rasgos cultos con los que se persigue un estilo elevado y elegante (vocablos latinos, construcciones de infinitivo o de participio de presente, amplificaciones, etc.), no se realiza un uso tan abusivo de ellos como el que habían llevado a cabo los prosistas de la época anterior.
4. Tratados sobre el lenguaje (gramáticas, diccionarios, etc.) Durante la Edad Media en Europa se vive de la herencia gramatical grecolatina y los estudios del lenguaje se centran en las lenguas clásicas. Era necesario, por tanto, fijar gramaticalmente la lengua vulgar que se hablaba por aquel entonces. En España, el primer tratado sobre nuestra lengua es el Arte de Trobar de don Enrique de Villena (1433). Su propósito es redactar una poética medieval y en su obra se aprecia un esbozo inicial de una fonética y ortografía castellanas. 70
En 1490, por mandato de la reina Isabel, Alonso de Palencia publica en Sevilla el Universal vocabulario en latín y en romance, que constituye el primer esfuerzo lexicográfico romance. Aunque es un diccionario de latín, Alonso no se limita a proporcionar las equivalencias castellanas de cada voz, sino que las enriquece con múltiples informaciones. Entronca con la tradición de los glosarios latino-romances de la Edad Media, pero los supera al tratarse de una obra de carácter enciclopédico que recoge gran parte de la sabiduría almacenada por la tradición humanística. A pesar de ser una obra importante, quedará prácticamente oscurecida por la labor lingüística desempeñada por Nebrija. Antonio de Nebrija es el iniciador de un período de desarrollo lingüístico marcado por un intento de estabilizar la lengua e inculcar en ella el pensamiento humanístico. Durante su estancia en Bolonia, donde estudia con Lorenzo Valla, se impregna del humanismo imperante en la época. De esta experiencia estudiantil extrae dos ideas fundamentales que regirán su labor lingüística. La primera de ellas es la necesidad de resucitar los estudios clásicos en España y subsanar los defectos realizados en la enseñanza del latín. La segunda es su preocupación por las lenguas vulgares, lenguas que podrían ser tan dignas como la latina y cuyo estudio gramatical facilitaría el aprendizaje del latín, ya que el conocimiento exacto de la lengua materna es una gran ayuda para la adquisición del latín como segunda lengua. En 1492 aparece su Gramática de la lengua castellana. En ella se aplican por primera vez a una lengua vulgar los métodos humanísticos que antes solamente se ejercitaban en el estudio del latín o del griego. Nebrija ve en el castellano una lengua totalmente independiente de la latina y de la misma categoría. Sin embargo, esta excelente obra no consiguió sus fines pedagógicos de tal forma que después de 1492, la Gramática no volvió a ser reimpresa. En cambio, su gramática latina, Introductiones latinas (1481) de la que realizó una versión castellana por encargo de la reina Isabel que se publicó en 1486 (Introducciones latinas, contrapuesto el romance al latín), tuvo una mayor difusión. Nebrija crea esta gramática con el fin de que sus alumnos tuvieran un texto fiable en el que consultar las reglas gramaticales latinas. Las dos grandes obras lexicográficas de Nebrija son el Diccionario latino-español (1492) y el Dictionarium (¿1495?). Esta última fue reproducida en facsímil por la Real Academia Española en 1951 con el título de Vocabulario español-latino. Se trata de dos diccionarios bilingües en los que Nebrija asume el modelo de los glosarios manuscritos, siendo su fuente principal los textos clásicos. Son obras independientes, dado que, si la ordenación del Vocabulario español-latino está pensada a partir del castellano, la del Diccionario latinoespañol, que es más extenso que al anterior, lo está desde el latín.
5. Bibliografía Lapesa, R. (1983): «Transición del español medieval al clásico», Historia de la Lengua Española, Madrid, Editorial Gredos, pp. 265-290. Menéndez Pidal, R. (2005): Historia de la Lengua Española, vol. 1, Madrid, Real Academia Española, ISBN: 84-89934-12-6. Penny, R. (): «Evolución lingüística en la baja Edad Media: evoluciones en el plano fonético», en R. Cano Aguilar (coord.) (2004): Historia de la Lengua Española, Barcelona, Ariel. Quilis Morales, A. (2003): Introducción a la Historia de la Lengua Española, Madrid, UNED.
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La lengua en la España de los Austrias: El siglo XVI Roca Marín, Santiago
1. Introducción El siglo XVI está marcado por dos reinados que vienen a coincidir con las dos épocas que caracterizan el Renacimiento en España; el primero corresponde a la época de Carlos V, primera mitad del siglo, y el segundo a la época de Felipe II. Estas dos épocas se caracterizan también desde un punto de vista político, social y cultural de forma diferente: El reinado de Carlos V está abierto a Europa y a todas las corrientes que de ella provengan, es un periodo donde la influencia italiana tiene una gran presencia. Esto se puede apreciar en poesía, en filosofía y en lo religioso; metro italiano, neoplatonismo y erasmismo. El reinado de Felipe II se cierra al exterior y, tras la Contrarreforma, se convierte en el abanderado del catolicismo. Este cierre de fronteras y de conversión católica influirá en todos los aspectos sociales y culturales de la segunda mitad del siglo XVI; el misticismo y el ascetismo tendrán el campo abonado para su desarrollo. La lengua durante este siglo se convierte en lengua universal debido al poder expansionista del imperio y a la labor de difusión que con él se llevó a cabo, amén de la importancia y calidad que la literatura de este periodo supone.
2. Expansión del español La fecha de 1479 supone la unidad de los dos reinos principales de la península tras el matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón; en 1492 el reino nazarí es conquistado y en 1515 el reino de Navarra se incorpora a Castilla, además de las Islas Canarias y de las colonias de ultramar. Esta unión política influirá en el desarrollo y expansión de la lengua castellana. Esta fuerza política y cultural que durante el reinado de Carlos V se hace fuerte en toda Europa y en las tierras americanas supondrá la internacionalización de la lengua castellana, español, por todo el mundo. El español pasa a ser lengua diplomática y adquiere una relevancia que hasta ese momento ninguna lengua nacional había adquirido.
2.1. El español en Europa El reinado de Carlos V supuso el ascenso de España a primera potencia europea. La suma de territorios que hereda el joven príncipe tras la muerte de sus padres es enorme y la relevancia política que conlleva este hecho también lo es. En el periodo de Felipe II se consolida, pero comienza el declive y el cierre de las fronteras, la hegemonía de España y del español irá dejando paso a Francia y al francés en el siguiente siglo. El español adquiere una importancia que no había tenido hasta ese momento en las cortes europeas. Juan de Valdés llega a afirma que en Italia «assí entre damas como entre cavalleros se tiene por gentileza y galanía saber hablar castellano». En las zonas de dominio español se convierte en una lengua administrativa y comercial, la necesidad lleva al aprendizaje. Así, en 1570, se proyectó la creación de una fundación de estudios de español en Lovaina bajo el amparo del Duque de Alba. Lo mismo ocurría en Inglaterra como en Francia. 72
Ante tal demanda, comenzaron a aparecer gramáticas y diccionarios de español, hecho que continuó en el siglo XVII. Como consecuencia de este prestigio se produjo una gran aportación de términos del castellano a otras lenguas, sobre todo al francés y al italiano.
2.2. El español en los territorios conquistados De la herencia dinástica que asume el nuevo y joven rey Carlos I, sin lugar a dudas, la de los nuevos territorios de América es la más significativa en cuanto a la expansión y fuerza que el español tiene en ese momento y tendrá hasta ahora. Esta extensión territorial conllevará una extensión y amplificación del uso del español que deja de ser en poco tiempo la lengua de Castilla para convertirse en la de gran parte del nuevo mundo además de la Península Ibérica como ya hemos visto. La conquista se produjo en un espacio relativamente corto y el dominio territorial fue total. Sin embargo, el español que se impone en América no está desgajado de conflictos, por una parte con las propias lenguas amerindias, ya que si bien se intenta que todos conozcan el español, los religiosos consideran más productivos para sus fines predicar en la lengua amerindia; por otra parte, la propia lengua o dialecto llevado a las nuevas tierras por los colonizadores, que conllevó un proceso, posterior, de homogeneización. Según datos aportados por Cano Aguilar (2002: 226) en el siglo XVI el mayor número de colonizadores procedían de Andalucía, en concreto del Reino de Sevilla. Estos porcentajes fueron cambiando según avanzaron los siglos y se asentaron otros colonizadores.
2.3. El castellano, lengua en España: el español Al igual que ocurrió con otras lenguas peninsulares, por ejemplo el catalán, el nombre con el que se denominaba al romance surgido en Castilla no se había unificado en un nombre concreto: romance, romance castellano o de Casti(e)lla, lenguaje castellano o de Castiella, incluso lengua vulgar para distinguirlo del latín. La hegemonía política de Castilla hace que se imponga como lengua en toda la península el castellano. Juan de Valdés (Lapesa: 1988:298), en 1535, dice: «La lengua castellana se habla no solamente por toda Castilla, pero en el reino de Aragón, en el de Murcia con toda el Andaluzía y en Galicia, Asturias y Navarra; y esto aun hasta entre gente vulgar, porque entre la gente noble tanto bien se habla en todo el resto de Spaña». Debido a esta hegemonía señalada por Valdés afirma Lapesa (1988:299) que «el nombre de lengua española (...), tiene desde el siglo XVI absoluta justificación y se sobrepone al de lengua castellana». Su uso no es generalizado pero sí comienza a ser utilizado de forma mayoritaria, a partir de mediados del siglo XVI es ya habitual. Este neologismo, español, viene a coincidir con una nueva realidad política. De hecho, es el término utilizado en todas la lenguas extranjeras para referirse a la lengua que hablan todos los españoles y así mismo aparece en todas las gramáticas y diccionarios. De la misma manera, se impone debido a su carácter más abarcador y menos exclusivista entre los nuevos súbditos peninsulares no castellanos. Pese a esta innovación en la denominación de la lengua, persistió el término castellano probablemente con un valor más purista y como reivindicación más conservadora.
2.4. El español: la norma Dos corrientes normativas subsisten durante este siglo, aquella que adscribe e iguala la norma a Toledo y aquella que aboga por un modelo literario descargado de cualquier connotación localista. La ubicación de la corte durante este siglo en Toledo fomenta ese apego hacia la norma toledana, norma que no es concretada en ningún tratado gramatical y que entre otros rasgos se caracterizaba por la aspiración de la h73
inicial. La justificación de una u otra viene más por la vinculación que en un primer momento tienen algunos autores a Toledo, como Valdés o Garcilaso que además representa el modelo del perfecto cortesano. El ideal de la lengua literaria es reivindicado por poetas y escritores, sobre todo en la segunda mitad del siglo XVI, como Fernando de Herrera o Gonzalo de Correas. Norma, la literaria, que es despojada de cualquier localismo.
2.5. El español: sus gramáticas Fue en 1492 cuando se publica la primera gramática titulada Gramática de la lengua castellana escrita por E. Antonio de Nebrija que la considera como base de toda ciencia y como guía de la verdad y en 1517 publica su Ortografía, dando lugar al comienzo de una serie de estudios sobre el español por parte de eruditos y gramáticos. Con esta gramática, Nebrija eleva a la categoría del griego o del latín al español y a la vez la preserva de un contagio desmesurado de latinismo o extranjerismo. El castellano tiene su base constitutiva en el latín pero también su propia idiosincrasia. Juan de Valdés publica hacia 1530/40 el Diálogo de la Lengua, obra más apegada a la tradición y menos sistemática aunque de gran intuición lingüística. Le siguieron a esta un número bastante considerable de obras, tanto en España como en el extranjero y sobre todo en el siglo XVII. Dentro del siglo XVI, podemos destacar la gramática publicada en Lovaina entre 1555 y1559 de autor desconocido y la de Cristóbal de Villalón, publicada en Amberes en 1558. Entre los diccionarios podemos señalar el Vocabulario toscazo-castellano de Cristóbal de las Casas publicado en 1570 y el de Percyvall español-inglés publicado en 1599.
3. La lengua: del español medieval al clásico. En este siglo comienza a consolidarse de forma definitiva el español, proceso que culminara en el siglo XVII. Los cambios que comenzaron a producirse en la Edad Media se estabilizan, a esto contribuyen varios factores: los diversos estudios gramaticales, la producción literaria y el prestigio que adquiere la lengua dentro y fuera de la península.
3.1. Plano fonético La evolución y resolución de los cambios fonéticos medievales se estabilizan, prácticamente, en el siglo XVI y constituyen la base del español moderno.
3.1.1. Las vocales Se produce una disminución en las vacilaciones de timbre en las vocales no acentuadas: • •
se prefiere /i/ por /e/, vanidad por vanendad. se prefiere /u/ por /o/, cubrir por cobrir.
•
se produce el cierre de la vocal en /i/, /u/, en palabras que después optarán por la vocal media, fenómeno que llega hasta el siglo XVII, quiriendo, puniendo.
3.1.2. Las consonantes 74
Los cambios fonéticos, como señala Cano Aguilar (2002: 237), más importantes se producen en las consonantes de la época clásica, a partir de ellos se constituye el sistema del español moderno y de las variantes americana y meridional: •
•
Desaparición fonética y gráfica de la F- inicial latina que es sustituida por H-, fallar pasa a hallar. En Castilla no se pronunciaba ya en el siglo XVI pero sí en la zona centro y en las meridionales con aspiración. Pese a su paulatina desaparición persiste en la primera mitad del XVI entre notarios y personal relacionado con la administración, de ahí que en la actualidad persista el término jurídico fallar junto a hallar.. A lo largo de este siglo la distinción entre los fonemas /b/ y /v/, que en algunas regiones todavía persiste, tiende a simplificarse en el fonema /b/, oclusivo bilabial sonoro.
•
Se mantiene en la primera mitad del XVI algunos grupos consonantes que ya se habían simplificado en el habla o transformado, cobdiciar, cobdo, dubda.
•
También perduran en esta misma época formas vacilantes como san o sant, cien o cient.
•
Simplificación del sistema fonológico medieval, se produce un ensordecimiento paulatino de las sibilantes: o
s- y -ss- y s- se simplifican en /s/, fonema alveolar fricativo sordo;
o
G, J y X se simplifican en /x/, fonema velar fricativo sordo.
o
Z y Ç se simplifican en /q/, fonema interdental, fricativo, sordo.
•
Simplificación de los grupos consonánticos latinos, conceto por concepto, manífico por magnífico.
•
Como rasgos meridionales que comienzan a resurgir podemos señalar: o
El yeísmo, el fonema fricativo lateral /l/ se transforma en /y/ o /ž/.
o
Confusión entre /-r/ y /-l/ finales de sílaba o palabra, aunque, como señala Lapesa (1988: 385), son muy antiguas las primeras muestras de confusión, menestrare > menestral.
o
Aspiración de la /-s/ final de sílaba.
o
Comienza la tendencia a la desaparición de la /-d-/ intervocálica procedente de una /-t-/ latina, sobre todo en los participios -ado, -ido.
3.2. Plano Morfológico La mayoría de las modificaciones que se producen durante este siglo en el aspecto gramatical provienen de la Edad Media, en ella, y sobre todo en el siglo XV, es donde comienzan estos cambios que se consolidan a lo largo de los Siglos de Oro. Aunque en la primera época del siglo la vacilación y la inseguridad siguen presentes. En cuanto al verbo, Lapesa (1988: 393) señala la coexistencia de formas verbales como «amáis», «tenéis», «sois», con «amás», «tenés», «sos»; el imperativo «cantad», «tened», «salid» subsisten con «cantá», «tené», «salí»; esta confluencia de formas arcaicas y modernas queda resuelta ya en el siglo XVII, aunque será en el siglo XVIII donde se resuelva ya definitivamente las alternancias verbales. Esta vacilación hace que en muchos casos la lengua literaria opte por las desinencias más antiguas. 75
En el pronombre personal, la opción por la forma más moderna nosotros, vosotros está generalizada a mediados del siglo XVI. El clítico vos perdura durante este siglo, aunque se da la variación con os. Las formas medievales de gelo y gela y sus plurales dan paso ya a finales del XV a la forma más moderna se lo y se la y sus plurales. En lo referente al uso del pronombre en la fórmulas de tratamiento, señala Girón Alconchel (en Cano Aguilar, 2004: 826) que ya a finales del XV se había generalizado tú y vos para la confianza y vuestra merced para el trato deferente, para el protocolario quedaría vuestra majestad. El género en el nombre, durante el siglo XVI, no coincide con el del español moderno en algunos casos; es a mediados del siglo cuando comienzan a resolverse estos cambios. Esto es debido, principalmente, a la entrada de cultismos masculinos de persona terminados en -a, como artista, y femeninos en -o que no eran de persona, como «la sinodo», por lo que se impuso el género correspondiente a su terminación como indica Cano Aguilar (2002:243). En el número del nombre hay menos variación. En el adjetivo, se produce desde principios del XVI la concordancia de género y número con el sustantivo. Los diminutivos más frecuentes eran: -illo, -ico e -ito; siendo -ico la forma cortesana durante el siglo XVI, sin las connotaciones aragonesas y murcianas de hoy como indica Girón Alconchel (en Cano Aguilar, 2004: 861). El superlativo -ísimo se generaliza en este siglo.
3.3. Plano Léxico Durante el siglo XVI se produce uno de los mayores aumentos en el léxico del español que continuará a lo largo el siglo XVII. Esto es debido a dos hechos importantes, por un lado, la importancia de España en el mundo y, por otro, la gran literatura que se va a producir en este siglo. Esta incorporación se produjo desde los propios mecanismos que la lengua tiene para crear nuevas palabras, derivación y composición, o por préstamos, principalmente de las lenguas clásicas pero también de otras; Lapesa (1988:408) señala la incesante entrada de cultismos, sobre todo en los textos literarios, aunque esta entrada de neologismos clásicos es compensada por la utilización de léxico patrimonial. Cano Aguilar (2002: 251) ejemplifica con una serie de cultismos extraídos de la obras lexicográficas de Nebrija, como: conversar, oratorio, pronóstico, etc. Entre los helenismos con los que ejemplifica podemos señalar: anémona, cálamo, crisantemo y los compuestos con -arquía (anarquía, etc.) y -cracia (democracia, etc.) Palabras de origen italiano fueron muchas las que entraron a formar parte de nuestro corpus léxico debido a la estrecha relación, política, cultural y artística que se estableció entre España e Italia. Lapesa (1988:409) señala algunos campos léxicos donde principalmente entraron nuevos términos. Referidos a la guerra, escopeta, centinela, etc.; a la navegación y comercio, fragata, mesana, piloto; a las artes y literatura, esbozo, diseño, balcón; a la vida de sociedad, cortejar, festejar ; y un largo etcétera. Palabras de origen francés también entraron a formar parte de nuestro corpus léxico, como refiere Lapesa (1988:410), en los campos léxicos de prendas de vestir y moda, chapeo, manteo, etc.; de la vida palaciega, sumiller, ujier, etc. De origen portugués, también entraron palabras en nuestro acervo léxico. Lapesa (1988: 411) menciona el campo léxico de la vida en la corte, sarao, y en lo sentimental la recalificación semántica de soledad con el valor de «melancolía o añoranza»' en el valor de saudade; la nostalgia en echar de menos.
76
Los repobladores del Nuevo Mundo no tuvieron reparo en admitir el léxico amerindio para designar una nueva realidad que desconocían y para la que no tenían un equivalente en ninguna de las lenguas próximas culturalmente. Como ejemplo, canoa, huracán, cacique, etc. La expansión territorial, el descubrimiento de nuevos mundos y nuevas lenguas, el auge de la cultura y la ciencia hizo que el léxico del español creciera de forma significativa durante este siglo y que continuara durante el siglo XVII.
4. La literatura en el siglo XVI El Renacimiento español viene a coincidir plenamente con este siglo, dividido en los dos reinados que lo abarcan: época de Carlos V y época de Felipe II, como se ha señalado anteriormente. La primera se caracteriza por una poesía italianizante, por el platonismo y erasmismo, grosso modo; la segunda por la defensa de los valores nacionales: misticismo y ascetismo, principalmente. De forma generalizada, podemos establecer el siguiente esquema de la literatura en el Renacimiento: •
Lírica renacentista: o Reinado de Carlos V: o
•
Garcilaso de la Vega
Reinado de Felipe II
Fray Luis de León
San Juan de la Cruz
Fernando de Herrera
La prosa en el siglo XVI o
Novela
o
El lazarillo de Tormes
La transición al Barroco:
Don Quijote de la Mancha
No obstante, habría que señalar que este primer Renacimiento español, a principios del siglo XVI, no supuso una ruptura con las formas medievales, incluso, teniendo en cuenta el Humanismo que surge en el siglo XV. Entre los poetas que lideran una visión hispana de la literatura sin influencia italiana habría de destacarse a Cristóbal de Castillejo o escritores como fray Antonio de Guevara que mantiene rasgos de la retórica medieval como indica Cano Aguilar (2002:232). Sin entrar en valoraciones estilísticas, sí que es conveniente precisar cuál es el estilo de escritura empleado en este siglo. El estilo imperante en el siglo XVI se puede resumir en el lema: ¡Escribe como hablas!. Célebre es la frase de Juan de Valdés que recoge Oesterreicher (en Cano Aguilar, 2004:754-5): «el estilo que tengo me es natural, y sin afetación ninguna escrivo como hablo; solamente tengo cuidado de usar de vocablos que signifiquen bien lo que quiero decir, y dígalo cuanto mas llanamente me es posible, porque a mi 77
parecer en ninguna lengua stá bien el afectación»
Sin ser un estilo coloquial, finge parecerse a un estilo natural, espontáneo, simple y ligero. Tiene finalidad estética y no es una mímesis del lenguaje hablado. El exponente máximo de este estilo, sin lugar a dudas, es Santa Teresa de Jesús. Conforme avanza el siglo y comienza el aislamiento de España, como consecuencia de la Contrarreforma, se va cambiando, como señala Cano Aguilar (2002:234), esta elegancia natural propia del estilo de la primera época por una lengua más cargada.
5. Bibliografía AA. VV. (1996): Introducción a la literatura española a través de los textos (de los orígenes al siglo XVII), Tomo I. Madrid, Editorial Istmo. (6.ª edición) Cano Aguilar, R. (2002): El español a través de los tiempos. Madrid. Editorial Arco/Libros (5.ª edición) —— (Coord.) (2004): Historia de la lengua española. Madrid, Editorial Ariel. Fradejas Rueda, JM. (2000): Fonología histórica del español. Madrid. Editorial Visor Libros. (2.ª edición) García de Diego, V. (1970): Gramática histórica española. Madrid. Editorial Gredos. Lapesa, R. (1988): Historia de la lengua española. Madrid. Editorial Gredos. (9.º edición, 6.ª reimpresión) Nebrija, A. (1989): Gramática de la lengua castellana. Madrid. Editorial Centro de Estudios Ramón Areces. (3.ª edición) Valdés, J. (1969): Diálogo de la lengua. Buenos Aires. Ediciones Hispania.
La lengua en la España de los Austrias: el siglo XVII José Antonio Candalija Reina y Francisco Ángel Reus Boyd-Swan
1. Introducción. Estado de la lengua Durante el siglo XVII se produce una profunda transformación en el tratamiento del lenguaje que, como es lógico, refleja vivamente la lengua literaria de la centuria: desde la literatura de Cervantes y Lope de Vega a principios del siglo hasta Góngora, Quevedo o Gracián en las postrimerías, la evolución es radical. Si, como puso de relieve Menéndez Pidal (El lenguaje del siglo XVI), en la época de Valdés y Fray Luis las características predominantes son selección y no invención, en la de Góngora y Calderón predominará la invención sobre la selección. En primer lugar surge Cervantes y, como continuador de la época anterior, es difícil de clasificar en una u otra de las tendencias del momento. Su posición responde a los siguientes criterios: 1. Preferencia del español sobre el latín, demostrada en varias ocasiones, en las que ridiculiza el exceso de latinismos; 2. La naturalidad y la selección. «La característica del habla de Sancho es la naturalidad (contrapuesta, sobre todo, al lenguaje algunas veces afectado y ampuloso de D. Quijote). El refrán es uno de sus ingredientes y uno de sus encantos. D. Quijote le critica, no el uso, sino el abuso, la falta de medida». La naturalidad es también la norma de Cervantes cuando hace decir a D. Quijote: «Habla a lo llano, a lo liso, a lo no intrincado, como muchas veces te he dicho y verás cómo te vale un pan por ciento». Y por eso defiende los refranes, porque «no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas». 3. Defiende también el uso del neologismo; 78
4. Es necesario huir de la afectación. D. Quijote dice a Sancho cuando va a hacerse cargo del gobierno de la ínsula: «Anda despacio; habla con reposo; pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo; que toda afectación es mala»; 5. Es partidario de una lengua nacional, por encima de toda diferencia regional, es decir, sin las supremacías de las normas toledanas, burgalesas, etc. Ángel Rosemblat ha estudiado la lengua cervantina y ha observado en ella las siguientes características: 1. Usa el tópico o lugar común. Toma de la lengua popular los tópicos más manidos, los modos adverbiales y frases hechas y los modifica o acumula, o juega con ellos para obtener un efecto expresivo o humorístico; 2. Las comparaciones abundan en Cervantes, tomadas generalmente del habla popular y las utiliza en las situaciones más inesperadas; 3. Del mismo modo procede con las metáforas, y aquí nos encontramos de nuevo en la doble vertiente del habla popular y el habla culta. Cervantes toma las metáforas tradicionales y las emplea a su modo, como las comparaciones; 4. Tanto en la prosa narrativa de Cervantes como en boca de sus personajes cultos o populares, es un recurso importante el empleo de la antítesis: «[...] él se partió llorando y su amo se quedó riendo», «Sancho, amigo, no te congoje lo que a mí me da gusto», etc.; 5. La sinonimia, tan utilizada ya en el siglo XVI, es usada también ampliamente por Cervantes; 6. La repetición de palabras o grupos de palabras era una de las agudezas y galas tradicionales de la lengua poética, y alternaba con la también frecuente sucesión de sinónimos, como formas de amplificación; 7. También es frecuente el uso de la elipsis; 8. El juego de palabras, en el que se combinan la polisemia o la homonimia es también profusamente utilizado; 9. El juego con la forma de las palabras: «[...] y procura la cura de su locura»... La obra de Lope de Vega coincide por un lado con Cervantes y por otro con Góngora. Dice Menéndez Pidal: «Lejos de la serena firmeza que Cervantes muestra en el desarrollo de su estilo, Lope se nos muestra algo ambiguo y aun contradictorio, tanto como en otros aspectos de su íntimo vivir. Defiende siempre la teoría de lo natural, pero en la práctica no es nada exclusivista, sea por dificultades en la aplicación, sea por sugestiones ambientales». Escribe la poesía docta para que no le llamen ignorante en Italia y Francia y la poesía natural para satisfacer su más íntima inspiración y el gusto de su pueblo. Si en tiempo de los Reyes Católicos se impone el buen gusto y con Valdés se exalta el buen juicio, Lope se basa en la razón para su arte docto y antiguo, mientras que ese arte nuevo se funda en el gusto, sin el adjetivo buen. Según Lope, el fin de la poesía popular es «dar gusto» y el gustar como deleite estético es independiente del raciocinio o juicio; tan independiente que puede ser opuesto: Porque a veces lo que es contra lo justo por la misma razón deleita el gusto. Según dice en el Arte Nuevo y ratifica años después en la Epístola a Claudio: 79
Que en lo que viene a ser arbitrio el gusto no hay cosa más injusta que lo injusto. Por ello en el lenguaje primará el gusto, tanto en la obra docta como en la natural. Lope lleva a escena el habla conversacional de la época, al recoger todo lo cotidiano y, como escribe para la representación, se sirve también del gesto y de la entonación. El vocabulario cotidiano de «sociedad de capa y espada» -dice Menéndez Pidal- toma la divinización de la mujer que ya había comenzado en el siglo XV: los adjetivos divino y celestial con el verbo adorar se hacen familiares en extremo; la amada es ahora una porción de cosas como gloria, cielo, serafín, ángel sacro, ángel celestial… y el vocabulario amoroso es abundantísimo: dar y pedir celos, hacer afectos, hacer extremos, estar rendidos, amartelados, etc. Hay aún otro aspecto, que aunque no es nuevo, cultiva Lope: la poesía como ciencia, utilizado en el siglo XV, recordado por Herrera y puesto en práctica en el XVII. Para Lope «no solo ha de saber el poeta todas las ciencias, o al menos principio de todas, pero ha de tener grandísima experiencia de las cosas que en tierra o mar suceden…, porque ninguna hay en el mundo tan alta o íntima de que no se le ofrezca tratar alguna vez, desde el mismo Criador hasta el más vil gusano y monstruo de la tierra». Así el vocabulario aumenta considerablemente y en su poesía docta introduce palabras tomadas de la arquitectura (plinto, arquitrave, acroteras, sinedras, trasdoses), de la pintura (bosquejo, ancorque, genolí, esbelteza, encarnación), de la astronomía (eclíptica, híadas, hélices, textiles, coluros), de la medicina (febricitante, intercadente), etc. Junto a Lope aparece Góngora, con una total renovación del lenguaje. En una época de lucha y de fuerte transición en el uso del lenguaje literario, Góngora tuvo admiradores, pero también detractores de su quehacer poético. Como respuesta al Antídoto contra las Soledades de Juan de Jáuregui (1613), Góngora responde que ha elevado la lengua castellana a la complejidad y perfección de la latina, convirtiéndola en un «lenguaje heroico que ha de ser diferente de la prosa y digno de personas capaces de entenderlo», y defiende la oscuridad de su estilo, como una buena arma para agudizar el ingenio. Las polémicas entre culteros o culteranos y sus contrarios arrecian y, como es lógico, Lope se ve implicado en ellas. Lope siente una ligera admiración por Góngora, por su ingenio, pero no por la lengua que quiere introducir. Siguiendo a Dámaso Alonso, la lengua de Góngora se caracteriza por los siguientes rasgos: 1. El hipérbaton es el cultismo sintáctico más visible y debatido, en todas sus variantes (separación del sustantivo de sus determinativos, del adjetivo atributo, del complemento introducido por la preposición de, del artículo respecto al sustantivo, colocación del verbo al final de la frase, separación del verbo auxiliar del principal y separación de la negación respecto al verbo); 2. Empleo del verbo ser con significado de «servir» o «causar»; 3. El uso del acusativo griego (acusativo de relación o de parte) tiene en Góngora forma de un participio y luego un adjetivo; 4. El empleo, casi abuso, del ablativo absoluto; 5. La repetición de fórmulas como éstas: «A, si no B»; «A, si B»; «No B, sí A»; «No B, A», etc. La influencia de Góngora continúa en Calderón, aunque en menor medida. La diferencia reside en el carácter de sus obras respectivas ya que, mientras la poesía se escribe para ser leída y sobre ella puede meditar el lector, el teatro, y sobre todo el calderoniano, debe representarse y el espectador debe captar todo lo que se dice y mal 80
se podrían entender desde el patio de butacas muchos de los pasajes de Góngora. Por ello, los fenómenos gongorinos se dan en Calderón en menor intensidad y cuantía. Según Alvar-Mariner (1967), se pueden señalar los siguientes rasgos: 1. Anteposición del régimen a la palabra regente; 2. Anteposición del adjetivo; 3. Anteposición del infinitivo al verbo conjugado; 4. Separación por medio del verbo de dos elementos que deberían ir unidos; 5. Transposición del verbo al final de la frase; 6. Uso del ablativo absoluto. Frente a los culteranos, surgieron los conceptistas. Primero, Quevedo y más tarde Gracián. Este último, según Klaus Heder, distingue entre lo material (metro, medida silábica) y lo formal: «Dos cosas hacen perfecto un estilo, lo material de las palabras y lo formal de los pensamientos, que de ambas eminencias se adecua su perfección». O dicho en frase propia de Gracián: «Son las voces lo que las hojas en el árbol, y los conceptos el fruto». O también: «Puédese decir de los conceptos lo que de las figuras retóricas: ni todo el cielo es estrellas, ni todo el cielo es vacío; sirven ellos como de fondos, para que campeen los altos de aquellas, y altérnanse las sombras para que brillen más las luces». Distingue al mismo tiempo entre estilo natural y estilo artificial: el primero es sin afectación, casto y claro, es «como el pan, que nunca enfada: gústase más de él que del violento, por lo verdadero y claro». El segundo es pulido con atención y dificultoso, por lo que en las cosas hermosas en sí, la verdadera arte ha de ser huir del arte y afectación; pero en este mismo género de estilo natural, hay también su latitud; uno más realzado que otro, o por más erudición o por más preñez de agudeza, y también por más elocuencia natural. Así se desliza Gracián hacia el estilo artificioso, donde el arte debe estar entre las «cuatro causas de la agudeza», junto al ingenio, materia y ejemplar. El lenguaje del conceptista es obra meditada que se nutre de expresiones opuestas a las del culterano: en vez de utilizar léxico cultista, usa voces populares, llegando a veces a reproducir los vocablos groseros del pueblo bajo; en vez de innovar introduciendo extranjerismos, crea dentro del castellano, por derivación o composición, nuevos vocablos (algunas veces burlescos, para ridiculizar creaciones culteranas). He aquí lo más destacado: 1. Utilizan cláusulas sueltas y concisas, en lugar de largos periodos hiperbatizados. «En vez de la erudición falsa y pedantesca, propia de los culteranos, el conceptista aspira a poseer una cultura sólida de la que no hace alarde»; 2. El juego de palabras es constante. Gracián opone «la milicia a la malicia», donde bajo la semejanza formal léxica subyace su deseo de luchar contra la maldad; 81
3. Es muy frecuente en Gracián el uso de un mismo significante con dos significados. Cuando habla de los cisnes, dice: «Como son tan cándidos, si cantan han de decir la verdad», donde cándido es, a la vez, «blanco» e «inocente»; 4. Los contrastes y paralelismos son muy abundantes, tanto en Quevedo como en Gracián; 5. Gracián usa los sustantivos con función adjetiva. En cuanto al vocabulario, éstas son las principales aportaciones: •
•
HELENISMOS: o Términos zoológicos: anfibio, foca, parásito, rinoceronte. o
Geológicos: amianto.
o
Medicinales: alopecia, cirro, embrión, epidemia, reúma, síntoma, tráquea.
o
Químicos: fósforo.
o
Matemáticos: cateto, diámetro, elipse, escaleno, hipotenusa, paralelo.
o
Astronómicos, geográficos y náuticos: coluro, cometa, geografía, horóscopo, meteoro, náutico, paralaje, pirata.
o
Gramáticos, literarios y músicos: apóstrofe, apotema, cacofonía, crítico, dialecto, ditirambo, drama, encomio, episodio, epopeya, filología, idilio, idioma, lacónico, léxico, liceo, lírico, metáfora, museo, onomatopeya, palinodia, paradoja, paraninfo, patético, sinónimo, tropo.
o
En el campo del pensamiento y la palabra: análisis, análogo, anónimo, antagonista, antipatía, apología, axioma, categoría, díscolo, empírico, energía, entusiasmo, escéptico, ético, filantropia, misantropía (más tarde cambiarán el acento), hipótesis, ironía, metamorfosis, método, problema, símbolo, simpatía, tesis, tópico, efímero.
o
En el campo de la Historia y la política: anarquía, década, democracia, diploma, economía, emblema, emporio, época, étnico, génesis, monarca, patriota, poligamia, síndico.
o
Referido al mundo antiguo: báratro, cariátide, disco, esfinge, falange, gimnasio, himeneo, mausoleo, quimera.
o
Términos religiosos: ateo, carisma, epacta, místico, neófito, prosélito, sarcófago.
o
Términos introducidos «por un afán barroco de depurar y elevar el vocabulario, pues de todos existían muy a mano sinónimos o cuasisinónimos»: antro, aroma, exótico, hecatombe, holocausto, panegírico, pánico, pira, sandalia.
o
Neologismos: anagrama, cetáceo, hipocondría, diagonal, metafísica.
LATINISMOS: o
Góngora piensa en la necesidad de crear una lengua poética y con un fin eminentemente estético usa el latinismo: emular, erigir, esplendor, nocturno, ostentar, cerúleo, crepúsculo, purpúreo, pluvia, ponderoso.
82
•
•
o
En Calderón no se detiene esta influencia latinista: funesta, inmóvil, exhalación, inmensidad, capacidad, compostura, prodigio, forma, concepto, ejecución, aplausos, ostentación, representación, apariencia, ornato, evidencia, instante, rústico, mísero, pálida, trémulo, piélagos, cólera, fábrica, cándido, bellísimo, república.
o
Menéndez Pidal ha señalado cómo en los poemas doctos de Lope entra el latinismo sin ninguna dificultad: cálamo, epítima, semideo, filantía, equiparar, expeler, reciprocar, velívolas, undísono, ignífera, belipotente, nemoroso, efebo, indeficiente, cristífero, penícoma, frangir, horóscopo, tulipán, sistema, increpar, ileso, truculento, antropófago, sarcófago, apócrifo, esqueleto.
GALICISMOS: o
De la vida militar: carabina, convoy, barricada, brecha, asamblea, foque.
o
De la vida cortesana: contralor, galopín, chalán, hugonote, parque, calesa, etiqueta, peluca o perruca, manteo, broche, galón, ocre.
o
De la vida pública: taburete, hucha, menaje, marmita, carpeta, crema, fresa, panel, dintel, placa, parche, acoquinar.
OCCITANISMOS: o
•
Barrica, farándula, gabacho, gris, tartana.
CATALANISMOS: o
Pantalla, forajido, volantín, revolución, bribón, rosicler.
ITALIANISMOS: o o
En Literatura: novelador, parangonar, facecia, humanista, pasquín. En teatro: comedia del arte, arlequín, arnequín, bufón, trástulo, comediante, tramoya.
o
En pintura y artes plásticas: colorido, contrapuesto, esquiciar, esquicio, mórbido, urchilla, verdacho, verdetierra, esbelto, esfumar, esgrafiar.
o
En arquitectura: apoyo, balaustre, campanil, cartela, casino, centina, cúpula, embasamiento, fachada, filetón, florón, fumarola, imposta, planta, zócalo.
o
En música: concierto, sordina, bandola, banqueta, violín, violón, cabriola, campanela, gambeta, matachín, pavana, saltarelo.
o
En la vida religiosa: piovano, plebe.
o
En la vida militar: atacar, esguazar, duelo, leva, posta, tropa, pasacaballo, farseto.
o
En la vida marítima: magujo, mandarria, góndola, drizar, aduja, filarete.
o
En la vida comercial e industrial: balance, canje, cero, contrabando, julio, capichola, tabí, tercianela.
o
En la vida social: afretelar, cortejar, chanza, espadachín, hipócrita. 83
•
•
o
En juegos y recreos: carnaval, cucaña, estafermo, fogata, truco, empatar.
o
En plantas y animales: garnacha, pistacho, vitela, hipogrifo, fenice.
o
En geología: pantano, tramontar, fumarola.
o
En la vida privada: serrallo, recamo, botarga, corbata, chancear.
AMERICANISMOS: o
Procedentes de la lengua arahuaca: canoa, naboria, cayo, comején, iguana.
o
Del arahuaco insular: huracán, sabana, bohío, hamaca, naguas, cacique, jíbaro, areito, carey, yuca, batatas, maíz, ají, maní, tuna, tabaco, moniato.
o
De la familia lingüística caribe: caribe, piriragua, manatí, caimán, colibrí, butaca, loro, mico.
o
Del nahuatl: petate, petaca, papelote, tiza, chocolate, coyote, ocelote, tomate, cacao, aguacate.
o
Del maya: henequén, posiblemente cigarro.
o
Del chibcha: chucua, chicha, moque.
o
Del quechua: guaco, guipo, quena, mate, gaucho, china, payador, jarana, pampa, puma, cancha, guano, llama, vicuña, alpaca, puma, cóndor, papa, chirimoyo, coca, quina.
o
Del aimara: tití, taita, tata, tola, chulpa.
o
Del tupí-guaraní: maraca, catinga, jaguar, tapir, tiburón, yacaré, piraña, tapioca.
o
Del araucano: maloca, poncho laucha, calchas.
Algunos de estos términos se incorporaron a la lengua habitual todavía en el siglo XVI, pero otros los vemos introducidos en la literatura del XVII, como: o
En Cervantes se ven: cacao, caimán, bejuco, huracán, caribe;
o
En Quevedo: tabaco, chocolate, naguas;
o
En Góngora: flechero parahuay, caribazo, mico, tiburón, batatas;
o
En Lope: batatas, cacao, caimán, caribe, mico, naguas, tabaco, tiburón, vicuñas, aguacate, piragua, huracán, maíz, guacamayo.
2. Cambios lingüísticos Plano fónico En los siglos XVI y XVII, la llamada época de los Austrias, o Siglo de Oro, suele fijarse, para el plano fónico el nacimiento del español moderno. Según Rafael Cano (2004), frente a la lengua medieval y a la moderna, el español de los siglos XVI y XVII combinaría revolución de las estructuras medievales y estabilización de las surgidas de esa revolución.
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En primer lugar, las modificaciones que afectan al sistema vocálico se refieren en esta época casi sólo a la distribución en el léxico de determinados fonemas, o combinaciones. Por otro lado se centran de forma casi exclusiva en la sílaba átona y, aunque tales situaciones de variación van disminuyendo, especialmente durante el siglo XVII, se dan sobre todo en la lengua escrita, especialmente la literaria. Dicha variación puede agruparse en las siguientes categorías: 1. Residuos de la alternancia medieval /ie-/-/i/ en determinadas palabras: la inmensa mayoría de casos de prie(s)sa se concentra en el XVI , pero también Covarrubias, en su Tesoro (1611), remite en prisa a priesa, forma bajo la que se define la palabra; 2. Hay alternancia /e/-/i/ y /o/-/u/ átonas, por motivos no sólo fonéticos sino también por incompleta fijación de los paradigmas de la raíz verbal en la conjugación -ir. Hallamos en el XVII -e- en formas de verbos -ir ante diptongo: seguiente o en verbos -ir donde la disimilación de la vocal radical no triunfo al final: recebir; 3. Las variaciones vocálicas en los cultismos siguen produciéndose, aunque varios de los casos señalados por Lapesa ya no se documentan, al menos en CORDE (envernar, mormorar, sujuzgar, risidir). Sí hay en el siglo XVII algún caso de intelegible (disimilación), también notomía (por anatomía: asimilación). Según Lapesa (1981, 200), durante la segunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII se producen cambios en el consonantismo que suponen el paso del sistema fonológico medieval al moderno: 1. Continúa la distinción entre los fonemas /b/ oclusivo (escrito b) y /v/ fricativo (con grafía u o v); 2. Se extendió el ensordecimiento de la z, la -s- y la g/j que se confundieron con sus sordas correspondientes c/ç, -ss- y x. Santa Teresa escribe tuviese, matasen açer, dijera, ejerçiçio, teoloxia; 3. En las sibilantes dentales se produjeron cambios en la forma y punto de articulación: el aflojamiento de las africadas en fricativas, que al ensordecerse la sonora, se igualaron en un solo fonema interdental correspondiente a la c, z actual; 4. La relajación de la d intervocálica, que había comenzado en el siglo XIV se propaga en las desinencias verbales -ades > -áis, -ás, -edes > -és, -éis, -ides > ís; 5. Los grupos de consonantes latinos ct, gn, ks, mn, pt, se simplifican en el XVII: Alemán afirma que la escritura latina no debe dominar la castellana y así debe escribirse y decirse sétimo y rechazarse contradictor, escriptura.
Plano morfológico La variación de género en los sustantivos no era exactamente la de hoy. Algunas soluciones que hoy han desaparecido (o persisten como arcaísmos) están vigentes en el siglo XVII: la puente, la estambre, los doce tribus, que aparece en el Quijote. Los diminutivos más frecuentes eran, por este orden: -illo, -ico e -ito. En el siglo XVI el sufijo -ico era forma cortesana, pero en el XVII aumentó el prestigio de -ito e -ico ganó rusticidad y evocación dialectal, lo que explica que en el Quijote se use para caracterizar el habla rústica. En el adjetivo era general la vacilación de la apócope de grande, primero, tercero, etc. El superlativo -ísimo se generaliza en el siglo XVI, aunque a principios del XVII debió de sentirse como forma no patrimonial, porque Cervantes lo aplica a sustantivos con fines humorísticos (escuderísimo, dueñísima) y Correas lo califica de no castellano. 85
A mediados del siglo XVI ya se habían generalizado las formas compuestas de los pronombres personales (nosotros, vosotros) frente a las simples: nos, vos. Las gramáticas de finales del XVI y del XVII sólo conocen las formas actuales. Respecto de las fórmulas de tratamiento, en la competencia lingüística de los hablantes debió de haber un sistema algo complejo, porque según Girón Alconchel (2004) recogiendo las observaciones de Correas (1626) había una fórmula de respeto: vuestra merced; una fórmula para la confianza los inferiores: tú; luego había dos fórmulas intermedias: él, ella, para referirse a otro interlocutor presente (al que debía tratarse de vuestra merced) y vos, para inferiores, para iguales y -ya como arcaísmo- para el respeto reverencial al rey, a Dios, … En la morfología verbal, destaca la sustitución de las antiguas formas de la primera persona del presente de indicativo y todas las del subjuntivo de caer, traer y oír (cayo, trayo, oyo) por las formas con infijo velar /-ig-/ : caigo, caiga, etc., a lo largo del siglo XVI y primera mitad del XVII. También alternan todavía hemos/habemos (o avemos). Hasta el primer cuarto del XVII debió de estar favorecida por la posibilidad del uso transitivo de haber, que pedía la forma plena (avemos esperanza), mientras que la forma acortada era una manifestación icónica más eficaz de su empleo como auxiliar (hemos cantado). En los últimos años del siglo XVII se alcanza la regularidad actual. En cuanto a los adverbios, demasiado, usado como adjetivo desde el siglo XV, se empieza a emplear como adverbio cuantificador del verbo en el siglo XVI y en expresiones superlativas en el XVII.
Plano sintáctico En sintaxis se producen importantes cambios, como la plena gramaticalización que se produce entre 1450 y 1630 de la originaria perífrasis haber (o ser) + participio, lo cual se manifiesta icónicamente en la pérdida de significado, de variación morfológica y de independencia sintáctica que sufren sus constituyentes. Durante los siglos XVI y XVII, la marcación de los complementos argumentales (CD con a, concordancia sintáctica del CI mediante clítico, régimen preposicional del verbo) no alcanza todavía el grado de fijación del español moderno, lo que hace que el estado de otros fenómenos conexos (leísmo y laísmo, colocación de los clíticos en la frase verbal) tampoco sea el actual. La construcción del régimen preposicional del verbo presentaba también variaciones que divergían de la lengua moderna y que se pueden agrupar en tres tipos (Cano, 1984, 1999). En el primero alternan el régimen directo (CD) y el preposicional. Hay alternancias medievales (matar/matar en) que se resuelven en el Siglo de Oro o después (huir algo o alguien / huir de algo o alguien); otras empiezan en esta época (contemplar / contemplar en) y se resuelven en el español moderno. Hay soluciones más complejas: encontrar en 1686 mantenía el régimen clásico, encontrar con algo o alguien, sin que se hubiera alcanzado todavía la situación moderna, en la que se distinguen el régimen directo (encontrar algo) y el régimen preposicional asociado al uso pronominal (encontrarse con algo). En el tercer tipo se dan alternancias de régimen según la naturaleza categorial del complemento (nombre, pronombre, infinitivo u oración). Esta variación ha terminado con la elección de un mismo régimen para todos los complementos, pero no faltan restos del antiguo camino. Durante los siglos XVI y XVII se avanza grandemente en el paso del sistema medieval de colocación de los pronombres átonos en la frase al sistema moderno, aunque no de modo pleno hasta finales del XVIII o incluso el XIX. El sistema moderno está regido por un doble principio morfológico y sintáctico: el infinitivo, el gerundio y el imperativo seleccionan siempre la enclisis; en cambio, con el resto de las formas verbales la enclisis o la proclisis están determinadas por la posición del verbo en la frase.
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En las subordinadas sustantivas de verbo conjugado hay que anotar, en primer lugar, la generalización de la preposición de delante de la conjugación que en las completivas de sustantivo y adjetivo (tengo miedo que venga > tengo miedo de que venga), un cambio que se da entre 1550 y 1650, que es uno de los poquísimos cambios que pueden caracterizar el período lingüístico que nos ocupa. Teniendo en cuenta los cambios en la estructura del predicado y la oración compleja, podemos apuntar que durante los siglos XVI y XVII (incluido el final de esta centuria) la sintaxis estaba siendo sometida a dos grandes procesos que darían lugar, más tarde, a la sintaxis moderna. El primero, la marcación de los argumentos de la oración y la extensión progresiva del dativo (lo que origina, por un lado, la fijación del régimen del verbo y la extensión del CD con a, del leísmo y de la duplicación clítica del CI; y, por otro, la reducción y pérdida del laísmo). El segundo, la extensión del artículo a las completivas y a las oraciones de relativo (lenta difusión del relativo compuesto el que). Son dos procesos que conllevan el aumento de la nominalización, de la referencia y de la continuidad referencial, como otros que ocurren en el ámbito de la oración compuesta y de la organización del discurso. En estos complejos procesos de gramaticalización la prosa española se sitúa a las puertas de la misma modernidad lingüística, pero sin terminar de entrar en ella (Girón Alconchel, 2003). En la sintaxis de la oración compuesta destacamos que, dentro de las adversativas, el paso del siglo XV al XVI conoció el declive de mas. Frente a ese término ambivalente se consolidaron pero para la relación restrictiva y sino para la exclusiva. Sin embargo, se documenta un pero exclusivo (no A pero B) a lo largo del XVI y XVII, que en la exclusiva enfática va a llegar hasta (No sólo A, pero B), va a llegar hasta el XVIII. Las partículas excluyentes más usuales en los siglos XVI y XVII son sino y salvo, pero se crean otras nuevas: más de que, amén de, excepto, exceptuando, si ya no. El cambio más importante se produce en las condicionales por la extensión de hubiera cantado y hubiese cantado, y por las confluencias de cantare y cantase, por una parte, y de cantara y cantase, por otra. De modo que a finales del siglo XVI y principios del XVII cantara (ya imperfecto de subjuntivo) sustituye a cantase en la hipótesis dudosa (si tuviera o tuviese diese o daría), y la hipótesis de futuro si tuviere daré desaparece sustituida únicamente por si tengo daré, mientras que si tuviere daría deja su sitio a si tuviese o tuviera daría o diera. Los cambios sintácticos señalados afectan a todos los niveles del análisis y significan un proceso de regularización y estandarización de la estructura sintáctica que acaba, en gran medida, con el polimorfismo y la pluralidad de normas medievales. La regularización y estandarización de la sintaxis significan, por otra parte, su deslatinización.
Nivel textual Y mientras la sintaxis intraoracional se deslatinizaba, la sintaxis interoracional y la organización del texto, en sus líneas generales, imitaban muy a menudo la construcción del período latino (Cano, 1991 y 1992: 197). Hay que señalar dos direcciones por donde avanza la evolución de los mecanismos de cohesión textual. En primer lugar, en esta época se pasa de una sostenida ilación de cada enunciado y período del texto (expresada habitualmente por conjunciones, más que por conectores discursivos) a un predominio de la yuxtaposición de esos grandes segmentos textuales. En segundo lugar, desde mediados del siglo XVII se desarrolla la hipotaxis de los períodos y enunciados, con un crecimiento muy considerable de la causalidad (relevancia de oraciones causales, condicionales, concesivas y consecutivas) y de los conectores de causalidad y contraargumentación (Pons Borderías y Ruiz Gurillo, 2001). Paralelamente, descienden los conectores aditivos, los marcadores no conectores (reformuladores, estructuradores de la información y operadores argumentativos), la parataxis intraoracional y las estructuras subordinadas en construcciones paratácticas: gerundios ilativos, oraciones de relativo continuativas, coordinación consecutiva. En el paso del siglo XVI al XVII se incrementa esta 87
evolución, sobre todo en la prosa ensayística, que se convierte en modelo para cualquier tipo de expresión elegante, eficaz y moderna.
Conclusiones La gramática del siglo XVII es una muestra de que el español clásico es un español intermedio entre el medieval y el moderno. Pero no acaba en 1650. Lo que hace singular a este período son unos cambios (morfológicos y sintácticos) que transforman la lengua medieval en moderna. Sin embargo, no hay una misma cronología para cada uno de estos cambios. En concreto, el siglo XVII puede dividirse a tal respecto en dos períodos: 1. Hasta 1648: que coincide con el reinado de Felipe II hasta la Paz de Westfalia, o desde Lazarillo hasta Gracián; 2. Desde 1648 hasta 1726, es decir, desde los últimos años del reinado de Felipe IV hasta el primer Borbón, o desde Calderón hasta Feijoo. La evolución interna de la lengua correspondiente a estos períodos puede resumirse como sigue: la gramaticalización plena de haber como verbo auxiliar termina hacia 1640 y la regularización y estandarización de la sintaxis intraoracional e interoracional dan un paso de gigante hacia 1726. Pero no terminan, porque el proceso de gramaticalización de tiempos verbales, de determinación del SN, marcación de las principales funciones oracionales, etc., nos muestra cómo se va estabilizando las zonas comprendidas entre el núcleo duro y la periferia de la gramática.
Bibliografía Cano Aguilar, R. (1991): «Sintaxis oracional y construcción del texto en la prosa española del Siglo de Oro», Philologia Hispalensis, VI, pp. 45-67 Cano Aguilar, R. (1992): «La sintaxis española en la época del Descubrimiento», en J. A. Bartol Hernández et al. (eds.), Estudios filológicos en homenaje a Eugenio de Bustos Tovar, I, Salamanca, Ediciones de la Universidad de Salamanca, pp. 183-19. Cano Aguilar, R. (coord.) (2004): «Cambios en la fonología del español durante los siglos XVI y XVII» en R. Cano Aguilar: Historia de la lengua española, Barcelona, Ariel, pp. 825-857. Girón Alconchel, J. L. (2003): «Evolución de la cohesión en el discurso ensayístico entre 1648 y 1726» en J. L. Girón Alconchel et al. (eds.): Estudios ofrecidos al profesor José Jesús de Bustos Tovar, I, Madrid, Editorial Complutense, pp. 331-360. Girón Alconchel, J. L. (2004): «Cambios gramaticales en los Siglos de Oro» en R. Cano: Historia de la lengua española, Barcelona, Ariel, pp. 859-893. Pons Borderías, S. y Ruiz Gurillo, L. (2001): «Los orígenes del conector de todas maneras: fijación formal y pragmática», Revista de Filología española, 81, pp. 317-35. Lapesa, R. (1981): Historia de la lengua española, Madrid, Gredos. Lapesa R. (2000): Estudios de morfosintaxis histórica del español, 2 tomos, R. Cano Aguilar y M.ª Teresa Echenique Elizondo (eds.), Madrid, Gredos. Quilis Morales, A. (2005): Introducción a la historia de la lengua española, Madrid, UNED.
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El siglo XIX M.ª Antonia Martínez Linares y M.ª Isabel Santamaría Pérez
1. Introducción El siglo XIX constituye una de las épocas social y políticamente más agitadas de la historia de España, con profundos cambios en todos los órdenes, algunos de los cuales se habían iniciado ya en el siglo anterior. En el plano político, los sectores tradicionalistas y más conservadores se oponían a los sectores más liberales y reformistas, dando lugar a diversos enfrentamientos durante todo el siglo. En un principio los liberales, herederos de los ilustrados reformistas, dominan el panorama político de comienzos del XIX y pretenden dirigir el país hacia nuevos rumbos; así, por ejemplo, inauguran el constitucionalismo español en las Cortes de Cádiz (1812). Sin embargo, al subir al trono Fernando VII (1814), se imponen los absolutistas. En 1820, se produce un nuevo triunfo liberal que acaba violentamente en 1823 con la persecución y el exilio de los liberales que no regresarán hasta la muerte del rey. Durante años pervivirá esa lucha entre liberales (defensores de Isabel II) y carlistas (defensores de don Carlos) que dará lugar a la primera guerra carlista en 1833 y continuará hasta finales de siglo. El plano económico está marcado por la consolidación del capitalismo industrial. En los albores del siglo España es una sociedad estática cuya principal fuente de riqueza y trabajo sigue siendo el sector agrario, incapaz de mantener una población en aumento, y una sociedad con escaso desarrollo industrial, si se compara con otros estados europeos. A partir de la segunda mitad del XIX, se inicia una cierta expansión económica debido al avance de la industrialización, se intensifica el comercio y se produce un notable progreso técnico que favorecerá el crecimiento demográfico, especialmente urbano. En lo social, la vieja sociedad estamental es sustituida por una sociedad de clases, en la que la burguesía se convierte en la clase dominante a la vez, que el proletariado (clase obrera) va aumentando y consolidando su poder. El pensamiento de esta época se orienta por dos caminos. En la primera mitad del siglo, se centra en la defensa del espíritu y la idea (Idealismo), en reacción al pensamiento racionalista del siglo de la Ilustración, dando lugar al movimiento estético, ideológico y literario del Romanticismo, que se caracteriza por el sentimiento de no plenitud, el desacuerdo con el mundo, la exaltación del yo, el interés por la Naturaleza y el desarrollo del sentimiento nacionalista. Así, la poesía se centra en la exaltación del yo, el intimismo y el desbordamiento afectivo recogido en la obra de Bécquer o de Rosalía de Castro. En reacción contra el idealismo de la primera etapa, se desarrolla en la segunda mitad de siglo el positivismo que se basa en la experiencia y los hechos observables como punto de partida del conocimiento, lo que derivará en un notable desarrollo de las ciencias experimentales y las técnicas. Desde el punto de vista literario, surge el Realismo como evolución del Romanticismo. Así, se mantienen y desarrollan ciertos elementos románticos como el interés por la naturaleza o por lo regional, pero se abandonan otros como lo fantástico o la evocación al pasado en aras de un análisis de la realidad inmediata y cotidiana. Entre los autores realistas es de obligada mención Clarín con su obra La Regenta o Benito Pérez Galdós con novelas como Miau, Fortunata y Jacinta, Tormento, etc.
2. El español y las otras lenguas de España En el ámbito político y sociocultural, el siglo XIX se caracterizará por una política de unificación económica, fiscal y monetaria que también se dirigirá hacia el plano lingüístico debido a la necesidad de regular el uso de la lengua en todo el ámbito de habla castellana. 89
Esta tendencia centralizadora del Estado, iniciada en el siglo XVIII, con unas leyes e instituciones similares en todo el reino obedece a la voluntad de los Borbones de instaurar en España el mismo régimen de gobierno que en Francia y se refleja en una serie de decretos promulgados por Felipe V, a partir de los cuales, el castellano se convirtió en la lengua de la administración y de la enseñanza en todo el territorio español, en detrimento de otras lenguas del Estado. En el siglo XIX se continúa con esta política de centralización del Estado y unificación lingüística. Se fomenta la idea de «nación una e indivisible» y se considera que la diversidad lingüística obstaculiza la difusión del conocimiento y el progreso. Durante el reinado de Isabel II (1833-1868) tiene lugar la centralización administrativa y la jerarquización burocrática del Estado, se implanta la división provincial del país y se crea el cuerpo nacional de seguridad de la Guardia Civil. En este marco, las sucesivas constituciones españolas del XIX (1812, 1814, 1837, etc.) omiten la cuestión lingüística, dando por sentado el uso generalizado del español (Brumme, 2004: 947). Habrá que esperar hasta la segunda mitad del siglo XIX para que empiecen a aparecer las primeras reacciones en Cataluña, Valencia, Islas Baleares, País Vasco y Galicia, fomentadas por el romanticismo europeo que impulsó los nacionalismos y el sentimiento de los pueblos de defender sus peculiaridades históricas, culturales y lingüísticas. Será más tarde, a partir de la Restauración (1874-1902), cuando surgen los regionalismos políticos que reivindican la soberanía política, legislativa y fiscal ante el gobierno central y se impulsa la diferencia cultural y lingüística. Ya en el siglo XX se crean las primeras instituciones encargadas de codificar y velar por las lenguas no castellanas como el Institut d'Estudis Catalans (1907) y la Euskaltzandia (Real Academia de la lengua vasca, 1919).
3. El léxico español La constitución del español como lengua ya se había llevado a cabo en los siglos anteriores. Probablemente los cambios más importantes que tienen lugar en este siglo son los relacionados con el léxico, pero no con el léxico básico o patrimonial, el cual está prácticamente constituido, sino con la entrada de voces cultas de origen latino o griego, así como de neologismos y voces especializadas principalmente. Como bien titula Álvarez de Miranda (2004:1042), el léxico es el espejo de la historia. Por tanto, es en el vocabulario donde mejor se reflejan las experiencias de una sociedad o cultura en una época determinada. En el siglo que nos ocupa, son dos ámbitos de especial relevancia en el desarrollo de la sociedad los que van a ver incrementado su léxico. En primer lugar, hay que señalar la creación y el afianzamiento de un vocabulario político-social, el cual refleja los diversos cambios políticos y sociales que tienen lugar en la sociedad española, iniciados con la crisis del Antiguo Régimen y que persisten en el XIX. Se crea un léxico nuevo o acepciones nuevas que recogen el nuevo clima político e ideológico como son patriota, patriotismo, civilizar, civilización, patriótico, cosmopolita, liberales, revolución, ciudadano, constitución, libertad, progreso, reforma, etc., léxico que se divulga en las publicaciones periodísticas de la época que tenían una influencia considerable en la sociedad del momento. Todo este léxico de la primera mitad del XIX se recoge en obras de corte burlesco como la obra anónima, Diccionario razonado manual para inteligencia de ciertos escritores que por equivocación han nacido en España (1811), el Diccionario crítico-burlesco de Gallardo (1811) y el Diccionario de los políticos de Juan Rico y Amat (1855). En esta misma línea, aunque no es un diccionario burlesco, se encuentra la obra de Domínguez, Diccionario nacional (1846-1847), en cuyas definiciones se reflejan las ideas propias del liberalismo exaltado del autor. A finales del XIX tiene lugar otra etapa de incremento del léxico político (radicalismo, autoritario, socialista, comunismo, descentralizar) y social (burgués, clase media, asalariado, huelga, obrero, etc.). 90
En segundo lugar, los avances científicos y técnicos repercuten en la creación de un léxico que refleje ese progreso, el cual va penetrando y difundiéndose en la lengua general. Si bien es cierto que la ciencia española ha estado siempre por detrás de la de otros países, también es cierto que la mayoría de las voces científicas y técnicas son creaciones cultas procedentes del griego y especialmente del latín. «Nuestra lengua, es verdad, no está tan ejercitada como la francesa en los ramos de astronomía, física, hidráulica, metalurgia, chímica, etc; por conseqüencia, será más escaso nuestro diccionario [i. e., nuestro léxico] que el de aquella nación que haya hecho en estas facultades descubrimientos y adelantamientos nuevos. Pero esta escasez es una pobreza aparente de nuestra lengua, pues que el vocabulario científico y filosófico no es francés, ni alemán, ni inglés: es griego o latino, o formado por la analogía de los idiomas vivos de raízes, ya griegas, ya latinas, que cada nación forma o adopta quando ha de escribir en aquellos géneros, conformando la terminación de las palabras advenedizas o recién refundidas a la índole de su lengua propia».
(Capmany 1786: CXXXII-CXXXIII) Pero es la traducción de obras científicas -en francés durante los siglos XVIII y XIX, y ya en el siglo XX en inglés- la principal vía de enriquecimiento del léxico intelectual, científico y técnico del español, en ámbitos muy diversos como la botánica, la química, la electricidad, etc. De hecho es significativo que el primer diccionario que recoge las voces de las ciencias y las técnicas sea el de Terreros (1786), el cual observa la necesidad de recopilar este léxico partir de la traducción del francés de la obra, el Espectáculo de la naturaleza del Abate Noel-Antoine Pluche (Azorín y Santamaría, 2003). De manera que estas voces cultas y técnicas no se crean en español, sino que entran en España de forma directa a través del francés y actualmente a través del inglés, debido a que tampoco los conceptos o ideas nuevas que denominar surgen aquí, siempre se ha preferido que inventen otros. Así, son galicismos del XVIII: intriga, interesante, resorte, detalle, boga, tupé, complot, compota, corsé, chal, pantalón, etc. En el XIX el flujo de préstamos franceses continúa con la misma intensidad: menú, cognac, champagne, bombón, baca, consola, etc. Y, aunque con menor afluencia, continúa en el XX: croissant, consomé, champiñón, baguete, carnet, bloc, etc. En los últimos años se incrementan las dificultades para la adaptación fonética y por ende gráfica de los galicismos, sin duda debido a un mayor conocimiento de la lengua francesa por parte de las clases alta y media. El galicismo dominante en los siglos XVIII y XIX fue sustituido por el anglicismo. Aunque la entrada de voces inglesas se inicia esporádicamente en el XVIII con bill, malt (malta), stock, ponche, etc., y continua en el XIX: bol, tanque, túnel, mitin, líder, esnob, etc., la inmensa mayoría de los anglicismos penetran a partir del XX. Al igual que ocurrió con el francés, a mayor conocimiento de la lengua por parte de los hablantes de esa comunidad, menos necesidad de adaptación a la lengua nativa.
4. La labor lexicográfica académica y extra-académica. Los diccionarios especializados Como ya sugerimos el diccionario recoge el vocabulario representativo de una determinada época histórica. Por tanto, la aparición de un nuevo vocabulario de especialidad que refleja los avances de los distintos ámbitos 91
científicos y técnicos, debe quedar representado en los diccionarios, los cuales no solo describen el léxico desde una perspectiva lingüística, sino que también sirven para «difundir aquellos conocimientos que, en cada momento histórico, vinculan a una comunidad lingüística determinada con su entorno cultural inmediato» (Azorín, 1992: 448). Tal y como señala Alvar Ezquerra (1995: 195) se puede decir que en la historia de los diccionarios del español ha habido diferentes etapas: en el siglo XVIII aparecen los grandes diccionarios de lenguas; en el XIX, los diccionarios enciclopédicos y en el XX se publican tanto diccionarios generales como diccionarios científicos y técnicos. En el siglo XIX, los diccionarios experimentan un cambio fundamental por lo que respecta al vocabulario científico y técnico, En este siglo nacen los diccionarios enciclopédicos que conviven con numerosos diccionarios de la lengua general, que también ven incrementados el número de entradas especializadas, el uso de marcas temáticas, etc. No obstante, los antecedentes de la lexicografía especializada se encuentran en el siglo XVI donde se tiene constancia de vocabularios técnicos y glosarios especializados de términos náuticos, jurídicos, médicos, etc. En español se ha destacado en múltiples ocasiones la importancia que tuvo el ya mencionado Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes (1786-1793) de Esteban de Terreros y Pando en el surgimiento de la corriente no académica de la lexicografía moderna en español. Es a finales del XVII con el movimiento de los novatores y sobre todo en el XVIII cuando se produce la internacionalización del lenguaje científico. Al mismo tiempo se convierte en algo habitual la traducción de obras especializadas, práctica que contribuye a enriquecer la terminología científica y técnica. Por tanto, se hace necesario la elaboración de diccionarios científicos y técnicos que faciliten la producción y la traducción de obras especializadas en las distintas ramas del saber. «Los que creen que nuestra lengua nacional está circunscrita toda en los libros y en los diccionarios, y no quieren comprender en su inmenso caudal igualmente la lengua no escrita, exclaman que carecemos de voces para las artes. Pregúntenselo al labrador, al hortelano, al artesano, al archirecto, al marinero, al náutico, al músico, al pintor, al pastor, etc. y hallarán un género nuevo de vocabularios castellanos que no andar impresos y que no por eso dexan de ser muy propios, muy castizos y muy necesarios de recopilarse y ordenarse, para no haber de mendigar todos los días de los idiomas estrangeros lo que tenemos, sin conocerlo, en el propio nuestro». (Capmany, :CLXVIIII-CLXIX)
Desde el punto de vista lexicográfico, en el siglo XIX se produce un extraordinario desarrollo de la lexicografía monolingüe española, tanto académica como extra-académica (Bueno Morales 1995). En el caso de la corporación madrileña se publican diez ediciones del diccionario académico de las veintidós existentes. Paralelamente, se desarrolla una práctica lexicográfica que consiste en tomar como punto de partida el diccionario académico vigente y a partir de ahí llevar a cabo una revisión y mejora, aunque no siempre se consiga, de la edición oficial. Es, sin duda, a la hora de incorporar las voces de especialidad donde los autores no académicos más se alejan de la postura oficial, pues adoptaron un criterio menos riguroso y más descriptivo, e incluso más comercial. 92
Con respecto a la incorporación del léxico especializado, la Academia había adoptado la decisión de no incluir en su primer diccionario, el de Autoridades (1726-1739), las voces de las ciencias y las técnicas, porque su intención era realizar un diccionario especializado. Su postura más normativista queda reflejada en las siguientes palabras recogidas en el Prólogo de la novena edición (1843): «Pero hay también una inmensa nomenclatura de las ciencias, artes y profesiones, cuyo significado deben buscar los curiosos en los vocabularios particulares de las mismas: tales voces pertenecen a todos los idiomas y a ninguno de ellos».
(p. IX)
Y más adelante:
«La multitud de términos facultativos pertenecientes a las artes y a las ciencias […] solo debe admitir aquellos que saliendo de la esfera especial a que pertenecen han llegado a vulgarizarse, y se emplean sin afectación en conversaciones y escritos sobre diferentes materias». Sin embargo, la Academia pronto abandonó el proyecto de elaborar un diccionario especializado y, como ha constatado Azorín (2000), no ha dejado de aumentar en las sucesivas ediciones de su diccionario la cantidad y variedad de entradas temáticas. Por lo que se refiere a la lexicografía no académica, poco a poco se fueron incorporando más voces científicas y técnicas -para alejarse de los diccionarios académicos- hasta desembocar en los diccionarios enciclopédicos. Lo que los autores no académicos más criticaron a la Corporación es que la actitud defendida desde los prólogos de las sucesivas ediciones no se correspondía con la práctica, puesto que los repertorios léxicos académicos recogían múltiples voces técnicas. Autores como Núñez de Taboada, Diccionario de la lengua castellana (1825), que utiliza la sexta edición del diccionario académico (1822); Juan Peñalver, Panléxico. Diccionario universal de la lengua española (1842) que parte de la octava edición académica (1837) o Salvá, Nuevo diccionario de la lengua castellana (1846) se insertan en esta nueva forma de elaborar diccionarios a partir de la edición inmediatamente anterior del diccionario académico. Probablemente Vicente Salvá es uno de los mejores exponentes del movimiento lexicográfico no académico. Este autor forma parte de esa corriente diccionarista que, desde finales del siglo XVIII, con la publicación del diccionario de Terreros (1786), fue aumentando la presencia de tecnicismos por diversos medios en los diccionarios generales. El autor valenciano adicionó y completó la novena edición del diccionario académico (1843), pero hasta tal punto que, aunque no se trate de un diccionario de nueva planta, podemos decir que su Nuevo Diccionario de la Lengua Castellana (1846) es una versión ampliada y mejorada del repertorio académico (Azorín 2000: 259). A mediados del XIX, se incrementa la tendencia a aumentar el contenido enciclopédico de los diccionarios, para diferenciarse del diccionario oficial. Surge un género híbrido, a mitad de camino entre el diccionario y la enciclopedia, siguiendo el modelo de la lexicografía francesa. Esta nueva modalidad lexicográfica es introducida en España por Domínguez (1846-7), Diccionario Nacional o Gran Diccionario Clásico de la lengua española, y continuada por otros autores como Gaspar y Roig (1853-55), Diccionario Enciclopédico de la Lengua Española, entre otros. Pero la necesidad de elaborar un repertorio de términos especializados que recoja las voces de las ciencias y las técnicas no se planteará hasta la creación de la Real Academia de Ciencias (1848) que se da cuenta de esta carencia. Se inicia la redacción del Diccionario de Términos Técnicos usados en todas las ramas de las 93
Ciencias que son objeto de las tareas de la Corporación, aunque dicho proyecto no verá la luz hasta siglo y medio después con la publicación del Vocabulario Científico y Técnico en 1983. Sin embargo, a lo largo del siglo, especialmente en la segunda mitad, van apareciendo obras léxicas que recogen el vocabulario propio de un área temática o profesional tales como Hernández de Gregorio, M. (1802): Diccionario elemental de Farmacia, Botánica y Materia médica, o Aplicaciones de los fundamentos de la Química moderna a la Farmacia en todos sus ramos; Echegaray, J. de (1830): Diccionario de Arquitectura naval; Escriche, J. (1831): Diccionario razonado de legislación civil, penal, comercial y forense; (1831) Diccionario marítimo español; Fargas y Soler, A. (1852): Diccionario de música; Casas, N. (1857): Diccionario manual de agricultura y ganadería españolas; Colegio de farmacéuticos (1865): Diccionario de Farmacia. Madrid, Imprenta de los Sres. Martínez y Bogo; Pizzota, J. (1866): Diccionario popular de Historia Natura y de los fenómenos de la naturaleza; Suarez Inclán, E.; Barca, F. (1868): Diccionario general de política y administración; Camps Armet, C. (1887): Diccionario industrial (artes y oficios de Europa y América), y un largo etc. A lo largo del s. XX, especialmente en el último tercio, la lexicografía especializada ha alcanzado una especial relevancia, a lo que ha contribuido el desarrollo de la ciencia y la técnica, además de otros factores claves como el acceso a la información, las relaciones internacionales, los intercambios culturales y económicos, Internet, etc. En este marco se han publicado un gran número de diccionarios especializados, cuyo objetivo es recopilar, describir y presentar los términos propios de cada ámbito de especialidad, no sólo en soporte papel sino también en CD-ROM y en los últimos años en línea, lo cual permite un fácil acceso a ellos. Estas obras léxicas son útiles como herramientas para la comunicación entre especialistas o aprendices de especialistas, pero también para otros profesionales que precisan de las lenguas especializadas para el desarrollo de su profesión como traductores e intérpretes, redactores técnicos, periodistas, etc. No quisiera acabar este apartado sin destacar la obra de Rufino José Cuervo, Diccionario de construcción y régimen del español, ya que constituye un ejemplo único de diccionario histórico dedicado a la sintaxis.
Bibliografía Alvar Ezquerra (1995): «Los diccionarios del español en su historia». International Journal of Lexicography, 8, 3, págs. 173-201. Azorín Fernández, D. (2000): Los diccionarios del español en su perspectiva histórica, Alicante, Publicaciones de la Universidad. Bueno Morales, A. M. (1996): «La lexicografía no académica del siglo XIX: el Diccionario Enciclopédico de la lengua española, publicado por la editorial Gaspar y Roig», en M. Alvar Ezquerra (coord.), Estudios de historia de la lexicografía del español, Málaga, Universidad de Málaga, págs. 151-157. Echenique Elizondo, M. T. y Martínez Alcalde, M. J. (2000): Diacronía y gramática histórica de la lengua española, Valencia, Tirant lo Blanch. Gómez Enterría, J. (1996): «Los vocabularios técnicos y científicos». Cuadernos Cervantes 11, págs. 106-113. Lapesa, R. (1996): El español moderno y contemporáneo, Barcelona, Crítica. Lázaro, F. y V. Tusón (1989): Literatura Española, Bachillerato 3, Madrid, Anaya. Shaw, D. L. (1986): Historia de la literatura española. El siglo XIX, vol. 5, Madrid, Ariel. 94
El siglo XX y perspectivas para el siglo XXI Leonor Ruiz Gurillo y Larissa Timofeeva
1. Introducción El español es hoy una lengua hablada por más de 400 millones de personas en el mundo. La riqueza del español surge de su diversidad; diversidad geográfica, social y de uso. La expansión geográfica a lo largo de los siglos, el desarrollo cultural y literario del idioma con carácter de universalidad aseguran la cohesión y la pervivencia. El deseo de los hablantes por mantener esa lengua común se ve favorecida por la labor que desarrollan algunas instituciones, como las Academias de la Lengua o el Instituto Cervantes. Las Academias cuidan de nuestro patrimonio lingüístico y literario; el Instituto Cervantes difunde nuestra lengua entre los hablantes no nativos. Ahora bien, esta unidad en la diversidad se ve influenciada por distintos factores, entre los que cabe señalar la de los medios de comunicación e Internet, por un lado, y la masiva entrada de anglicismos, por otro.
2. El español en su diversidad Como decíamos, la riqueza del español se encuentra en su diversidad, esto es, en las variedades que vienen establecidas tanto por el usuario como por el uso. Las primeras dan lugar a variedades diatópicas o geolectos, y a variedades sociales o sociolectos. Las segundas, o variedades diafásicas, se establecen de acuerdo con el empleo de la lengua que hacen los hablantes según la situación comunicativa.
2. 1. Las variedades diatópicas Las variedades diatópicas del español se agrupan geográficamente, de manera que se diferencia el español de España del español de América.
2.1.1. El español de España 2.1.1.1. Los dialectos históricos: el aragonés y el leonés Ambos son dialectos de latín que no han llegado a alcanzar la categoría de lenguas. Las circunstancias sociopolíticas y culturales les impidieron alcanzar un uso culto que les diera categoría de lengua. Con el paso del tiempo, estos dialectos han quedado reducidos a una serie de hablas con mayor o menor vitalidad y muy erosionadas por la presencia del castellano. Como afirma García Mouton (1994), son dialectos del latín en su origen, aunque en ellos se deja sentir en muchos aspectos la influencia de la lengua general. El aragonés ha tenido contacto con el vasco en las tierras fronterizas de Navarra; con el castellano por el sur y por el oeste, desde Soria, Cuenca y Guadalajara; con el catalán por el este; y por el noreste de Teruel con el valenciano. La castellanización de las tierras bajas aragonesas ya era un hecho en el s. XV, por lo que el aragonés se concentró en el norte, aunque en esta zona sufrió despoblaciones, colonizaciones por extranjeros, etc. El leonés, por su parte, se extiende por el antiguo reino de León, Zamora y Salamanca. Según García Mouton (1994), nunca existió un bable o lengua asturiana que el castellano fragmentara, pues en realidad siempre hubo muchos bables sin unificar. De ahí que los dialectólogos diferencien tres zonas: bables orientales, con entrada en Cantabria; bables occidentales (que agrupan las hablas más vivas; se extienden por León y 95
entrecruzan sus isoglosas con las del gallego oriental); bables centrales (con el mayor número de hablantes, más urbanos y con más influencias castellanizantes; se sitúa en Asturias). Actualmente, se observan diversos intentos por regular como lenguas lo que fueron los dialectos históricos, de manera que se ha intentado difundir la fabla como variante normativizada del aragonés y el bable como norma del asturiano. 2.1.1.2. Dialectos internos: castellano de Castilla, extremeño, murciano, andaluz y canario De manera general se considera que donde mejor se habla el castellano de Castilla es en Burgos y Valladolid, si bien no es menos cierto que allí se dan rasgos que no coinciden con lo que se considera normativo, como el uso de le por lo para complemento directo de cosa. De las variedades que no tienen su origen directamente en el latín, sino en el castellano, la más cercana por el occidente es el extremeño. A juicio de García Mouton (1994), esta variedad no tiene prestigio entre su propios hablantes, lo que se traduce en la inestabilidad de la lengua, que mantiene diferencias muy marcadas entre unas zonas y otras, y entre unos niveles y otros. La Biblioteca Virtual de Dialectología Extremeña 1 recoge textos digitalizados de esta variedad. Por su parte, el murciano conforma un habla de transición equivalente a la extremeña. Limita al norte con tierras manchegas de Albacete, al este con el valenciano y al oeste con el andaluz. Algunas zonas de Alicante, paralelas al Segura, hablan murciano. Como ocurre en otros dialectos, se observan diversos intentos de convertir en normativo el panocho, habla artificial de cultivo literario local que imitaba el habla de la huerta murciana. El andaluz no es un habla uniforme y además no presenta rasgos específicos exclusivos. Se suelen establecer dos amplias zonas: la occidental y la oriental que, desde el punto de vista lingüístico suelen responder a la zona que iguala y zona que distingue singular de plural. Los andaluces reivindican hoy cierto prestigio, al amparo de la norma sevillana y del auge alcanzado por algunos de sus escritores, entre los que se encuentran Rafael Alberti2 , Federico García Lorca o Juan Ramón Jiménez. El canario presenta los mismos rasgos que la variedad que viajó a América, por lo que sus hablantes son seseantes y su s es predorsal. Al seseo hay que añadir la aspiración que es de carácter muy marcado. En general, las hablas orientales están más evolucionadas que las occidentales. 2.1.1.3. El español en zonas bilingües: Galicia, País Vasco, Cataluña, Valencia e Islas Baleares El español convive en situación de bilingüismo con las otras lenguas del estado (gallego, vasco y catalán), lo que le confiere rasgos particulares en estas zonas. Así, la influencia sobre el español es mayor cuando se trata de lenguas románicas como el gallego y el catalán, de modo que se deja sentir en la entonación, en el vocalismo o en el consonantismo (seseo, velarización en el caso del catalán, etc.). La influencia del vasco sobre el español es menor, si bien cabe indicar la influencia sobre aspectos como la entonación o ciertas alteraciones sobre el orden de palabras. Uno de nuestros más eminentes dialectólogos (Alonso Zamora Vicente 3:) ha dedicado parte de su investigación a estas zonas de convivencia y a otros problemas dialectales.
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3. 1. 1. El español de América El español es la lengua oficial de 18 países hispanoamericanos: Argentina, Uruguay, Paraguay, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala, Méjico, Cuba y República Dominicana. También se habla en otros lugares de América, donde convive con el inglés, como en Puerto Rico, en islas de las Antillas y en zonas de EEUU como Nuevo Méjico, Arizona, Texas o California. En la conformación del español de América influyeron notablemente las hablas precolombinas. Actualmente, el español convive con muchas de ellas en situación de bilingüismo, como ocurre con el quechua en Perú, el guaraní en Paraguay, el aymara en Perú y Bolivia, o el náhuatl y el maya en Méjico. Se ha intentado estudiar la amplia diversidad y complejidad del español de América distribuyéndolo por zonas, aunque es cierto que estas responden a criterios geográficos, más que a criterios propiamente lingüísticos (Kany, Ch. E. (1969), Semántica hispanoamericana. Madrid, Aguilar (1.ª ed., 1960) y Kany, Ch. E. (1969), Sintaxis hispanoamericana. Madrid. Gredos (1.ª ed., 1945)). A pesar de ello, el español de América en su nivel culto resulta bastante uniforme. En este sentido, los diversos proyectos desarrollados para recoger y estudiar la norma culta nos facilitan hoy en día muestras representativas de esta variedad. El Proyecto de estudio coordinado de la norma lingüística culta de las principales ciudades de Iberoamérica y España, iniciado en 1968 (Lope Blanch, 1986) por medio del acuerdo del PILEI (Programa Interamericano de Lingüística y Enseñanza de Idiomas), ha ofrecido resultados enriquecedores del registro hablado culto a uno y otro lado del Atlántico en las ciudades de México, Santiago de Chile, Caracas, Madrid, Bogotá, Buenos Aires, Lima, San Juan, La Paz, Madrid o Sevilla. Actualmente, el Proyecto de la norma culta encuentra una prolongación en el Macro-corpus de la norma lingüística culta de las principales ciudades del mundo hispánico (MC-NLCH), coordinado por José Antonio Samper Padilla y su equipo. Cuenta con materiales de 9 capitales americanas (México, Caracas, Santiago de Chile, Santafé de Bogotá, Buenos Aires, Lima, San Juan de Puerto Rico, La Paz y San José de Costa Rica) y de 3 poblaciones españolas (Madrid, Sevilla y Las Palmas de Gran Canaria) (Samper Padilla, Hernández y Troya, 1998) (http://listserv.rediris.es/cgi-bin/wa?A2=ind9901&L=infoling&P=670). Además de en España y en América, el español se habla también en Filipinas, donde convive con el tagalo y con el inglés, en ciertas zonas de África, en los Balcanes y en el próximo Oriente.
2. 2. Las variedades diastráticas Si se atiende a la diversidad que imprime en el español el hablante de acuerdo con sus rasgos sociales (edad, género, nivel sociocultural, profesión, etc.), se distinguen diversas variedades diastráticas o sociolectos. Si es la edad la que marca el registro, cabe señalar la importancia del lenguaje juvenil, sobre el que se han elaborado diversos estudios, como los de F. Rodríguez (Coord.) (1989) y (2002). Si es el género el criterio diferenciador, se obtiene un lenguaje de hombres o de mujeres. Por su parte, los grupos sociales se consolidan a menudo gracias al desarrollo de las jergas profesionales y de los argots. Dentro de las jergas profesionales o lenguajes de especialidad4 , se distingue el español de los negocios, el español de la medicina, de la ciencia y de la técnica, etc. Los argots (de la delincuencia, el de la prostitución, el carcelario, etc.) se recogen con mayor en menor acierto en diccionarios como los de Villarín (1979) (Villarín, J. (1979): Diccionario de argot. Madrid. Nova), Oliver (1987) (Oliver, J. M. (1987): Diccionario de argot. Madrid. Sena), Besses (1985) (Besses, L. (1985): 97
Diccionario de argot español. (Edición facsimilar de la publicada en 1905). Universidad de Cádiz) o León (1988) (León, V. (1988): Diccionario de argot español y lenguaje popular. Alianza, Madrid). Los sociolectos y los registros convergen al sopesar los rasgos de tema (o campo) y tono. En este sentido, algunos sociolectos vienen marcados por el tema, como los lenguajes de especialidad, que tienen la necesidad de crear un nuevo vocabulario para una realidad nueva de carácter técnico. Un ejemplo de este hecho lo constituye el lenguaje científico, definido por su tono formal, por producirse por medio del canal escrito y por su tenor divulgativo. En el caso de los argots, además, cabe añadir que solo se desarrollan en situaciones comunicativas dominadas por la relación de proximidad y por el tono informal (Payrató, 1988: 169). Otras variedades diastráticas, tal vez menos estudiadas, son el español vulgar (Muñoz Cortés, M. (1958): El español vulgar. Madrid, Ministerio de Educación) y el español popular. Como ocurre en otros casos, la variedad diastrática confluye con los rasgos propios de la situación comunicativa, lo que ha conducido a considerar en muchas ocasiones que se trata de estilos o registros.
2. 3. Las variedades diafásicas Las variedades diafásicas se deciden según las circunstancias concretas de la situación comunicativa: el hablante y el oyente, la relación entre ellos, el tono formal o informal, etc. Para Gregory y Carroll (1978), el grado de adecuación del uso lingüístico al contexto depende de cuatro factores: el campo o tema de que se habla; el modo o canal empleado en la comunicación; el tenor funcional o propósito comunicativo del acto de habla; y el tono interpersonal o relación entre interlocutores. Así pues, puede desarrollarse un estilo espontáneo, semi-informal, cuidadoso o muy cuidadoso, al menos. El estilo más espontáneo e informal de la lengua es el español coloquial. Pese a sus relaciones con determinados niveles diastráticos (popular, vulgar, jergal) no debe confundirse con estos, pues el registro coloquial es patrimonio, en principio de todas las clases sociales. Acudiendo a las variables establecidas por Gregory y Carroll (1978), se distingue por su cotidianidad (campo), su oralidad y espontaneidad (modo), su carácter interactivo (tenor) y su informalidad (tono), como ha descrito Payrató (1988: 50) y (1997). El registro coloquial será, por tanto, la manifestación más informal de la lengua dentro de una escala gradual que va de lo más formal a lo menos formal. (Briz, 1996 y 1998, Briz y Grupo Val.Es.Co., 2002). El grupo Val.Es.Co. se ha encargado del análisis, de la descripción, de la caracterización y de la recogida de muestras del español coloquial5. Lo coloquial es un fenómeno propiamente oral, esto es, se desarrolla principalmente por medio del canal oral, lo que no dificulta su reflejo escrito-literario en obras teatrales y en novelas6 .
3. Las normas del español La diversidad del español actual que se ha esbozado más arriba ofrece una idea bastante acertada de la pluralidad y vitalidad de la lengua. Ahora bien, el español es una lengua supranacional que constituye un conjunto de normas diversas cuya base común está compuesta principalmente por el habla culta. Esta norma culta resulta muy uniforme en todos los territorios geográficos del español, por lo que se considera el español estándar, es decir, «la lengua que todos empleamos, o aspiramos a emplear, cuando sentimos la necesidad de expresarnos con corrección; la lengua que se enseña en las escuelas, la que, con mayor o menor acierto, utilizamos al hablar en público o emplean los medios de comunicación; la lengua de los ensayos y de los libros científicos y técnicos»7 . Las Academias de la Lengua Española, unidas en la Asociación de Academias desde 1951, se encargan, como se indica en sus Estatutos, de trabajar en pro de la unidad, integridad y crecimiento del idioma común. Está compuesta por las 22 Academias de la Lengua Española que existen en el mundo: la Real 98
Academia Española8 , la Academia Colombiana de la Lengua, la Academia Ecuatoriana de la Lengua, la Academia Mexicana de la Lengua, la Academia Salvadoreña de la Lengua, la Academia Venezolana de la Lengua, la Academia Chilena de la Lengua, la Academia Peruana de la Lengua, la Academia Guatemalteca de la Lengua, la Academia Costarricense de la Lengua, la Academia Filipina de la Lengua Española, la Academia Panameña de la Lengua, la Academia Cubana de la Lengua, la Academia Paraguaya de la Lengua Española, la Academia Dominicana de la Lengua, la Academia Boliviana de la Lengua, la Academia Nicaragüense de la Lengua, la Academia Hondureña de la Lengua, la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española, la Academia Norteamericana de la Lengua Española, la Academia Argentina de Letras y la Academia Nacional de Letras del Uruguay9 . Entre las labores de la Real Academia Española, en particular, y del conjunto de Academias, en general, cabe señalar obras lexicográficas como el Diccionario de la lengua española, el Diccionario panhispánico de dudas o el inicio de las tareas relacionadas con el Diccionario histórico. Asimismo, la Real Academia Española trabaja desde 1993 en un banco de datos del español que se distribuye en el Corpus diacrónico del español (CORDE) y en el Corpus de referencia del español actual (CREA). En su conjunto, ofrecen unos 410 millones de registros de todas las épocas procedentes del español de España, de América y de Filipinas.
4. Más allá de la norma Como hemos podido comprobar en los apartados anteriores, la pluralidad de la lengua está en concordancia con lo que hacen con ella los usuarios. Como resultado de las distintas opciones de uso nuestra lengua mejora, empeora, se enriquece, se empobrece; en definitiva, cambia para adaptarse a las necesidades comunicativas de todos y cada uno de los hablantes. La lengua española en las últimas décadas se ha visto afectada por muchos cambios interesantes. Aquí analizaremos brevemente los que, a nuestro parecer, están ejerciendo mayor influencia en el español actual. Nos referimos a la permeabilidad del español hacia otras lenguas, principalmente el inglés; y a los cambios en la lengua relacionados con el uso de las nuevas tecnologías de la comunicación, sobre todo de Internet.
4.1. La influencia del inglés en el español actual Desde siempre las lenguas interactúan, influyen unas en otras y reflejan, en alguna medida, el complejo juego de poderes en el mundo. Así, nuestro globo globalizado actual vive el auge del inglés, de cuyo campo de influencia no se escapa prácticamente ninguna lengua moderna. El estudio de los anglicismos y de su influencia en el español actual ha sido objeto de investigación de numerosos trabajos desde la segunda mitad del siglo pasado. Entre los más recientes podemos citar las aportaciones de Gimeno y Gimeno (2003) 10 , Gómez Capuz (1998) y (2000), Lorenzo (1996), etc. Lo que todos ellos reflejan es que se trata de un debate lingüístico abierto, que requiere estar atentos a su evolución, aunque no parece que vaya a amenazar la integridad del español. No obstante, las particulares circunstancias de la lengua española, lengua que es materna para muchos habitantes al otro lado del Atlántico, no permiten analizar el fenómeno de la influencia del inglés de manera homogénea. En concreto, su influencia es muy importante en Estados Unidos, donde los hispanos superan ya los 40 millones y constituyen la principal minoría del país. En este ambiente nació y está tomando cada vez mayor fuerza el fenómeno de spanglish.
4.1.1. ¿La amenaza de spanglish? El término spanglish es de reciente creación, ya que al perecer nació y empezó a usarse entre 1965 y 1970. Con él se hace referencia a ese híbrido entre el español y el inglés que está conquistando todo Estados Unidos. 99
Y mientras los puristas luchan denodadamente contra el uso innecesario de extranjerismos, o más aún, contra los compuestos interlingüísticos que, en opinión de algunos, no solo no aportan nada a la lengua del Quijote sino que la estrujan y la maltratan, los «hispanos de Gringolandia» están creando una curiosa mezcla en la que empiezan a advertirse algunos indicios de normas y tendencias propias. Como recalca Ilan Stavans (http://pdf.lavanguardia.es/pdf/PdfShow?p_action=showpdf2&p id=39048578&p data=20050328), autor del libro Spanglish: The making of a new american language (en el que incluye su traducción a esta especie de pidgin del primer capítulo del Quijote) no se puede hablar de un spanglish, sino de muchos. Los distintos grupos de inmigrantes de diverso origen que se han asentado en lugares dispares de Estados Unidos usan un idioma particular, con variantes propias solo de su comunidad. Estas variantes a veces difieren tanto que resulta sorprendente comprobar que, a pesar de todo, miembros de grupos distintos se entienden. Sin embargo, es justo lo que sucede. La difusión a través de los medios de comunicación, de los programas de radio y de televisión que se emiten íntegramente en spanglish, así como su uso en Internet han hecho posible que hoy observemos cierta tendencia hacia la unidad en el seno de este pidgin. ¿Estamos presenciando el nacimiento de una nueva lengua? ¿Cómo saldrá el español de este trance? En el intento de contestar estas preguntas y de predecir el futuro de spanglish algunos estudiosos han tratado de indagar en las raíces del fenómeno. Generalmente, se cree que el fenómeno ha nacido en el seno de comunidades hispanas que emigraron a Estados Unidos y que, debido a la escasa competencia lingüística en inglés, iban creando una mezcla idiosincrásica con elementos de ambas lenguas. No obstante, según observan tanto los estudiosos del tema como los propios integrantes de dichas comunidades, el spanglish no desaparece a medida que crece la soltura en inglés, sino que ocurre más bien todo lo contrario. Para la segunda generación de los inmigrantes hispanos, el inglés ya se ha convertido en su lengua materna; sin embargo, en sus ámbitos familiares se produce la situación de trilingüismo, configurada por el uso del español, el inglés y el spanglish como tres hechos bien diferenciados. De ahí que sea pertinente que algunos planteen que el spanglish en realidad constituye un símbolo de identidad de la inmigración latina que, por una parte, desea integrarse plenamente en el país de adopción pero, por otra, no quiere perder sus raíces culturales. Y es que en realidad se debe hablar de la cultura spanglish, ya que en los últimos años ha dejado de ser un fenómeno exclusivamente lingüístico para convertirse en un hecho cultural en toda su complejidad.
4.1.2. El spanglish informático Ahora bien, el término spanglish tiene otra acepción que, aunque de alguna manera se entrecruza con la primera, posee un ámbito de uso más restringido. Estamos hablando del spanglish informático, es decir, del uso de anglicismos en el ámbito de las nuevas tecnologías. No es necesario que pongamos aquí ejemplos de tales usos, ya que son bien conocidos por cualquier usuario más o menos avispado en el uso de ordenador. Sin embargo, y afortunadamente, creemos importante destacar aquí que en el caso de spanglish informático la tendencia en el ámbito español, por lo menos en España, se está invirtiendo. Cada vez más especialistas del ámbito se están concienciando del uso responsable del idioma y buscan las mejores traducciones y no las primeras que les vienen a la mente. Es significativa al respecto la «Nota sobre el uso del idioma» que incluye en su tesis Díez Vegas11 , en la que el autor alerta sobre la utilización injustificable de anglicismos en el ámbito de la informática, y defiende un uso responsable de neologismos técnicos por parte de «los de ciencias». Y es grato constatar que desde el año 1994 en el que fue leída la tesis de dicho investigador, la situación que él denunciaba ha experimentado cambios positivos, pues la tendencia actual consiste en buscar traducciones más adecuadas y más naturales para la lengua española. Aunque también hay que señalar que la situación no es la misma en el ámbito hispanoamericano, donde la proliferación del spanglish, como señalábamos antes, se debe en gran medida precisamente a su difusión a través de Internet.
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4.2. La lengua y los nuevos medios de comunicación Pero la irrupción en nuestra vida de las nuevas tecnologías ha conllevado también otros cambios en el uso de la lengua, que afectan a todos los niveles estructurales. En líneas generales, aunque, naturalmente, hay excepciones, el español que usamos en Internet para comunicarnos, pese a su forma escrita, se caracteriza por una mayor oralidad que el lenguaje epistolar, por ejemplo. Dicha oralidad se plasma en el uso de estructuras elípticas, del lenguaje menos formal, incluso en los mensajes más oficiales, en los que si se utilizara el soporte de papel se recurriría a un estilo más elaborado. Las características propias de un mensaje electrónico, como la rapidez en su recepción y, normalmente, la inmediatez de la respuesta parece que impone un estilo más «coloquial», en el que prima el contenido y no la forma. Se evita todo tipo de digresiones y descripciones, comunes para el género epistolar en el sentido tradicional, y se opta por un lenguaje más elíptico, tanto en el contenido como en la estructura propiamente dicha. Se permite la elisión, o más bien, la reducción de algunos elementos conectivos, de vocales, de adverbios y de otros componentes circunstanciales que no afectan a la carga informativa del mensaje y que el que escribe supone que son bien conocidos por el que lee. El contexto de comunicación desempeña un papel crucial, ya que se intenta acercar al máximo a una interacción inmediata, como una conversación, en la que a veces los interlocutores incluso eliden las fórmulas de saludo en cada mensaje y abordan directamente la cuestión central del mismo. Sin embargo, no debemos olvidar que el correo electrónico no deja de ser un medio de comunicación no directo, por lo que resulta imposible prescindir de determinados elementos conectivos y relacionales que en una conversación cara a cara pueden ser sustituidos por signos no verbales o inferidos del contexto real y palpable12 . Sin embargo, y a pesar de lo que acabamos de decir, los mensajes de correo electrónico suelen respetar muchos de los aspectos estilísticos de una carta. La situación se radicaliza bastante si nos enfrentamos a un medio de comunicación virtual como el chat. Se trata de una conversación virtual directa y esta inmediatez temporal supone aún mayor acercamiento a la oralidad. Al igual que pasa con el lenguaje coloquial, la lengua del chat posee una serie de características propias que hace necesario un estudio particular de los mismos. Como señalan algunos autores, dicha variedad diafásica se caracteriza, ante todo, por un alejamiento premeditado y deliberado de la norma académica 13. Se persigue el objetivo de crear un código propio que identifique a los internautas o, incluso, a los participantes de un chat concreto. Esta situación a veces se lleva al extremo cuando no se respetan las reglas mínimas de ortografía y de sintaxis. Curiosamente, la Netiqueta (normas de comportamiento en la red) considera de mal gusto hacer alusiones o corregir la ortografía de otros usuarios. Asimismo, el afán de acercarse al máximo a una conversación real lleva a un uso continuo de distintos elementos gráficos para hacer lo escrito visible y audible. Emoticones, onomatopeyas o reiteraciones gráficas persiguen cumplir con este objetivo.
5. El español en la red En la red hay trabajos disponibles de lingüistas de reconocido prestigio sobre el tema del uso del idioma en dicho medio. Por ejemplo, en la página del Centro Virtual Cervantes 14 se recogen las contribuciones a los distintos Congresos de Lengua. El profesor Joaquim Llisterri, de la UAB, por su parte, ofrece en su página personal una extensa recopilación de trabajos sobre el tema15 . La importancia de la lengua española en el mundo se refleja en su masiva presencia en Internet. El español se difunde en la red a través de distintos medios, como foros y listas de distribución entre los que se encuentran Hispania, Infoling, EcoSEL, Editexto asociados a RedIris 16 o los del ya citado Centro Virtual Cervantes 17 , por poner algunos ejemplos. En el siguiente enlace 18 la profesora Mar Cruz Piñol ofrece información sobre algunos vehículos de difusión del español en la red. 101
También en los siguientes portales aparecen artículos de temática muy variada sobre la lengua española19.
6. La labor del Instituto Cervantes Desde el año 1991 la lengua española también cuenta con un centro de difusión en el mundo. El Instituto Cervantes fue creado como una institución «para la promoción y la enseñanza de la lengua española y para la difusión de la cultura española e hispanoamericana». Entre sus objetivos y funciones figuran la organización de cursos generales y específicos de lengua española, la participación en proyectos y programas destinados a la difusión de las lenguas y culturas de España, la labor de apoyo y actualización de los materiales didácticos para español como lengua extranjera, etc. Es el organismo oficial autorizado por el Ministerio de Educación y Ciencia que se ocupa de la organización de exámenes y cursos para la obtención del Diploma de Español como Lengua Extranjera (DELE). Actualmente, el Instituto Cervantes cuenta con 56 sedes repartidas por 37 países de 4 continentes. En el portal del centro el visitante puede consultar cualquier información sobre el funcionamiento y las distintas labores del Instituto20 .
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