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Patricio Mejía
Canto a la vida
30 años de práctica artística
Rafael Correa Delgado
Presidente Constitucional de la República del Ecuador
Francisco Velasco Andrade
Ministro de Cultura y Patrimonio
Jorge Luis Serrano Salgado
Viceministro de Cultura y Patrimonio
Daniela Fuentes Moncada
Subsecretaria Técnica de Emprendimientos Culturales
Carla Endara Aguilar
Directora de Emprendimientos e Industria Editorial (e)
Dirección de Emprendimientos e Industria Editorial Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión Textos: Rodrigo Villacís Molina e Inés M. Flores Editora: Adriana Grijalva Cobo Revisión de Textos: Edwin Andino Álvarez Diseño y fotografía: Juan Diego Esparza Impresión: Editorial Pedro Jorge Vera CCE © 2013, Patricio Mejía © 2013, de la primera edición, Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador Teléfono: 381 4550 Quito, Ecuador ISBN:978-9942-07-486-7 Los criterios e imágenes contenidos en esta obra son de responsabilidad exclusiva de su autor, y no necesariamente reflejan la opinión ni la visión del Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador sobre los distintos temas abordados. Esta publicación no puede ser reproducida parcial o totalmente, mediante ningún medio o procedimiento, sin el permiso escrito del autor y del Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador. www.culturaypatrimonio.gob.ec
PINTURA
DE
CANTO
Y DE
VIDA
C
uando en 1968 Francisco Coello, con Nilo Yépez y otros artistas de la Sección de Artes Plásticas de la Casa de la Cultura se tomaron el parque El Ejido para motivar la creación del Centro de Promoción Artística, no hicieron otra cosa que ocupar un espacio propiedad de la comunidad, para beneficio de la misma. Así lo entendió el Municipio de Quito y su alcalde Jaime del Castillo que apoyó esta iniciativa con gran entusiasmo y con una visión acertada de que la cultura forma parte esencial del desarrollo del individuo y de la colectividad. Generaciones de jóvenes y niños han pasado por sus aulas y han recibido los principios y las técnicas de dibujo y la pintura, abriendo su mente y su espíritu hacia la creación artística. Uno de ellos fue Patricio Mejía, un joven nacido en las cercanías de Quito, en Alangasí, afectado desde niño por la poliomielitis y sus duras secuelas. Serían esas circunstancias las que abrirían su visión y su espíritu hacia otros horizontes más allá de sus juegos infantiles. Su mirada de artista salió fuera de las paredes del aula y se posó en los árboles, las plantas y las flores, en los pájaros y en el cielo, en el campo y en los trabajadores. Allí empezó a trasladar al papel lo que sus ojos fotografiaban. Estudió hasta quinto curso y no pudo graduarse por circunstancias ajenas a él. Posiblemente este hecho le señaló su verdadero derrotero, le afirmó en su decisión de ser pintor y la pasión por su nueva meta. Así, fue en el Centro de Promoción Artística donde encontró la mano generosa de Nilo Yépez, el consejo sabio y el ambiente adecuado para hacer volar su imaginación, en medio de la arboleda de El Ejido. Su dibujo al carboncillo fue haciéndose más firme y los colores llenaron los lienzos de paisajes, de pájaros, de flores, de escenas costumbristas, etc. Han pasado los años, Patricio Mejía ha pulido su arte sin apartarse de su vehemencia creativa, y nuevamente ha encontrado en la Casa de la Cultura el espacio propicio, las puertas abiertas para apoyar sus sueños, para que se haga realidad este “canto a la vida” en el libro que ahora tienen ustedes en sus manos. Raúl Pérez Torres Presidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión
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Entrevista
“Hago lo que puedo y no me angustio por lo que no puedo...”
PATRICIO MEJÍA
Llega a mi casa con dificultad, pero puntualmente, y nos ponemos a conversar en un rincón adecuado para leer y para estos menesteres. - Hábleme de sus tiempos de escuela, le pido para comenzar, mientras él mira con cierta desconfianza la grabadora. - Yo me eduqué en una escuelita de mi pueblo, Alangasí, y después pasé al colegio. Ahí conocí a un profesor que nos daba Dibujo, quien vio que yo tenía alguna habilidad en esa materia, tal vez más que mis compañeros, y me estimuló. Incluso me dijo que yo debía seguir por ese camino. Eso me quedó en la cabeza, y todavía me parece estar oyéndole…
- ¿Terminó el colegio?
- Llegué hasta el quinto curso, porque ahí no había todavía el sexto, y entonces quise matricularme en el colegio de Conocoto, pero no me aceptaron, por mi aspecto y condiciones físicas; parece que eso les hacía sentir mal; lo cual me impidió acabar la secundaria. Pero eso mismo; o sea el destino, hizo que me dedicara a la pintura; que me estaba llamando… 11
- ¿Sin ayuda, por su cuenta?
- Al principio no sabía cómo hacer; pero alguien me habló del Centro de Promoción Artística de la Casa de la Cultura, y fui a ver si podía entrar. Felizmente me acogieron con la mejor voluntad, sobre todo el Director en ese tiempo, el maestro Nilo Yépez, que trabajaba ahí con otros profesores, como César Tacco, Jorge Córdova y Galo Duque. Me dieron todas las facilidades, comenzando con una beca, gracias a la cual yo no pagaba ni medio, para aprender a dibujar y a pintar. Los cursos se dictaban tres días a la semana, dos horas diarias; pero me dejaban a mí ir todos los días y estar hasta la hora que quisiera, ¡imagínese!
- ¿Y ese evidente problema de su mano derecha, producto de la polio?
- Me costó mucho, pero aprendí a trabajar a pesar de eso. Primero fue el manejo del lápiz y del carboncillo; el dibujo, que es lo más difícil. El color ya era más fácil: la acuarela, los pasteles y, por último, el óleo, con el cual me quedé, porque fue lo que más me gustó.
- ¿Y cómo conseguía los materiales?
- Eso era para mí lo más difícil; pero felizmente yo estudiaba en el Centro con un grupo de damas, de diez a quince, que tenían plata, y cuando decían que les gustaba un cuadro que yo pintaba, me compraban. Y eso significaba un gran apoyo. También el maestro Nilo me ayudaba con sus propios materiales. Y pude participar con todas esas señoras en una exposición colectiva, y como acabé mis estudios, saqué un diploma. Yo al maestro Nilo le tengo mucha gratitud, y por eso quise hacer una exposición en su homenaje; pero él me dijo: “Patricio, yo no soy quién para merecer algún homenaje; solo quiero verle pintar, y ese es mi mejor homenaje”.
- ¿De qué años estamos hablando?
- De comienzos de los 70, cuando estuve en el Centro; porque a mediados de esa década ya estaba yo pintando solo…
- Alguna vez me contó usted que Gonzalo Endara quiso contratarle como tallerista…
- Lo que pasó fue que una compañera me compró un cuadro, un paisaje de Quito, con casas y todo eso, y lo había llevado a una 12
marquetería, donde el maestro Endara enmarcaba sus obras. Él ha visto mi obra y le ha dicho al dueño de la marquetería que quiere conocerme para que fuera a trabajar en su taller. Esa compañera me sugirió que fuera a trabajar con el maestro, porque podía ganar buena plata. Eso fue para mí muy tentador, pero el maestro Nilo, que me quería bastantísimo, como a hijo, me sugirió que no aceptara la propuesta, porque solo iba a ganar dinero y no iba a prosperar como artista. Solo le va a dar pintando a Endara, me hizo ver. Yo le dije, pero es que necesito esa plata. El maestro me respondió que en todo caso yo tenía que decidir; pero que tarde o temprano me iba a dar cuenta de la verdad. Entonces me puse a pensar y decidí seguir nomás con lo mío, venciendo la tentación.
- ¿Cuándo hizo su primera exposición individual?
- Un año después de mi diploma en el Centro de Promoción Artística, ahí en El Ejido, y en ese mismo espacio. Era el 75, me parece.
- ¿Y colectivas?
- He participado en muy pocas, porque he tenido muy malas experiencias, pues hay algunos pintores que dejan todo para después; cuando yo tenía ya la obra lista, los otros todavía estaban pintando, y casi en la víspera de la inauguración recién querían enmarcar. Era algo increíble, y así no se puede. Pero la Casa de la Cultura me financió una muestra itinerante: Guaranda, Latacunga, Ibarra, Machala. Y gracias a la doctora Inesita Flores, que siempre me ha ayudado, expuse en Guayaquil, en el Centro Cultural de las Peñas.
- Vamos al asunto de la comercialización de su obra, ¿qué me dice al respecto?
- Yo vivo de la venta de mis cuadros, no tengo otros ingresos; pero para eso debo golpear puertas, y hay que buscar a las personas que saben apreciar el arte. Porque, eso más, siempre choca el artista con el que solamente es pintor.
- ¿Cómo los diferencia?
- Yo creo que el artista se sacrifica por hacer lo mejor, por expresar lo que siente, y el que es solo pintor hace las cosas por hacer, buscando solo la venta. 13
- ¿Quienes son los artistas a los que usted más admira?
- Entre los ecuatorianos, a Kingman y Guayasamín; y aquí quisiera decir que el hijo de don Oswaldo, Pablito, también me ha ayudado. Y por supuesto, al maestro Nilo, como artista y como persona, a Wilfrido Martínez también, que siempre ha estado a mi lado y pendiente de las cosas que yo hago. Y entre los extranjeros a Miguel Ángel, a Leonardo, el de La Última Cena…
- Un cuadro suyo parece inspirado precisamente en La Última Cena…
- Así es. Son cosas sorprendentes, que a uno le emocionan. Y entonces, yo digo que el arte tiene que ser así: primero un estudio del tema, para luego realizar una obra.
- ¿Cuánto demora usted en pintar un cuadro?
- Depende del tema; por ejemplo un paisaje, de 60 cm por 80 cm, que es el formato que generalmente uso, a tiempo completo, unos cuatro o cinco días, digamos una semana. Cuando se trata de la figura humana me demoro un poco más, digamos unos quince días.
- Usted me hablaba de tocar puertas para vender…
- En efecto, yo llamo y me citan a determinada hora, ven mis obras y cuando les gustan me compran. Yo tengo mis precios, y aunque tengo también mis necesidades no llego al extremo de vender a lo que me den. Cuando quieren abusar, ofreciéndome cualquier cosa porque ven que necesito, y a cuenta de que otros pintores les piden menos, yo les digo que vayan, nomás; pero que mis cuadros no van a tener.
- Yo sé que algunas empresas…
- Sí, yo les voy a hablar y me abren sus puertas, me dan una oportunidad, un espacio para exponer; muestras que yo llamo internas o privadas, y entonces los ejecutivos y los empleados suelen interesarse y adquieren mis obras. Así he hecho en la Coca Cola, la Cervecería Andina, la Procuraduría del Estado, la Superintendencia de Compañías, la Superintendencia de Bancos, la Contraloría, hace poco... Siempre hay alguien que me compra. De eso vivo.
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-¿Vive solo?
- Como soy el único de mis hermanos que no se ha casado, vivo con mis padres, que ya tienen su edad, y les cuido. Pero disfruto de la naturaleza que hay a mi alrededor.
- Y que es por lo general el motivo de su obra.
- Así es, el entorno de Alangasí; la naturaleza, ese cobijo mío, tan propio: paisaje, gentes, animales, aves, árboles, plantas, flores, frutas; tantas cosas que me inspiran, que me llaman a pintarlas. Observo, memorizo, a veces tomo fotos para hacer después mis composiciones, porque mis condiciones físicas no me permiten andar con el caballete, como me gustaría. Pero soy un buen observador, y me aventuro en los campos, un poquito más adentro; les veo, por ejemplo, a los gorriones, a los colibríes, a los huiragchuros, qué hacen, cómo vuelan. Y los cielos son muy especiales; tienen unos colores diferentes, según las estaciones, varían conforme pasan las horas y cambia la luz solar. Yo me levanto muy temprano para observar esas variaciones, del naranja al violeta, del violeta al azul, que se va obscureciendo, conforme se oculta el sol; son los milagros de la luz… - ¿Al principio, al menos, imitaba usted a algún artista? - Don Nilo Yépez me dijo un día, “usted es sorprendente, nunca ve un modelo; simplemente trabaja y hace lo que quiere…” Y es que yo creo que el arte es así; uno debe hacer lo que quiere, le salga bien o no. No me ha gustado copiar.
- ¿No ha hecho desnudos?
- No, porque la anatomía es muy difícil. Una vez nos llevaron a la Facultad de Artes para trabajar con modelos; pero no me llamó la atención, y por otro lado me di cuenta, como le dije, que es muy difícil. Sin embargo hice unos tres o cuatro, que sí gustaron; pero me demoraba mucho, y el factor tiempo también juega en esto.
- ¿Cómo ve su futuro?
- No le tomo a la ligera, pero tampoco estoy pensando en cómo terminaré. Mi afán es seguir pintando y proyectarme, quizás salir del país, exponer en otras partes. De hecho, algunos de mis cuadros ya están en otros países, como Chile, Colombia, Estados Unidos y hasta en Europa, porque hay personas que han apreciado mi trabajo, que han comprado mis cuadros y se los han llevado lejos. Esa es 15
otra de las cosas que me ha incentivado mucho. Pero déjeme decirle que también ha habido personas que me han ayudado como usted no tiene idea, con sus críticas; a veces duras, sobre todo al principio, impactantes, pero honestas y si se quiere sabias. Unas críticas que, aunque me hayan dolido, me hicieron reflexionar y me han mostrado el camino. Por eso estoy aquí… Rodrigo Villacís Molina
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La pintura ingenua de Patricio Mejía
Una visión panorámica de la plástica nacional nos muestra
una gama muy rica de expresiones en el campo de la pintura; desde las imágenes barrocas de la época colonial, hasta los llamados “nuevos lenguajes”, de los que se aprovechan los que, en términos propiamente artísticos, no saben o no pueden expresarse. Entre ambos extremos hallamos diversas corrientes, como el indianismo, el indigenismo, la neofiguración, el feísmo, el magicismo, el informalismo, el abstracto y otros “ismos”; algunos de procedencia extranjera, como es inevitable; pero adecuados, eso sí, por sus practicantes, a nuestro medio. De modo que la variedad de tendencias adoptadas por los pintores ecuatorianos, es muy amplia, y hay que decir que en todas hay figuras sobresalientes, con algunos nombres de relevancia internacional. Quizás solo el indianismo, con su carácter folclórico, y el indigenismo, con su carga de protesta social, fueron originarios de las tierras altas de este país. Esto, amén de la pintura “naif” -a pesar de este membrete-, de Tigua, en la provincia de Cotopaxi, practicada por esa comunidad, bien orientada en su momento por la antropóloga y folclorista húngara, Olga Fisch, que captó las posibilidades artísticas de aquellos campesinos. “Naif” quiere decir ingenuo, y supone un desconocimiento de las formalidades contemporáneas; esto es, hacer las cosas “de un modo primitivo”, si se quiere, y para algunos, “de un modo ingenuo”. Pero con el paso del tiempo, ese “naif” ha devenido en una manera de comercializar una producción pictórica, destinándola, diríase que exclusivamente, a la demanda turística. 17
Un ingenuismo muy diferente es el que hallamos en la pintura de Patricio Mejía, artista cuya obra responde al significado que traen los diccionarios de Corominas y Moliner: “Sincero, verdadero, sin doblez, que nació libre, que no ha perdido su libertad; nacido en el país, y por eso noble”. Minusválido por efecto de una poliomielitis infantil, de limitados recursos económicos y habitante de un rincón rural de la provincia de Pichincha, al noreste de Quito; no ha viajado, no ha leído más de lo indispensable; fue víctima del acoso de sus compañeros de escuela y colegio, de lo que ahora se llama el “bullying”, y hasta de la incomprensión de sus profesores, que le impidieron alcanzar por lo menos el bachillerato. Descubrió por ventura, y muy temprano, que había algo que podía compensar su infortunio: el arte. Malcopiaba Patricio lo que veía en su entorno; pero eso le emocionaba, le entusiasmaba, le hacía feliz; algo que recién conocía, y como revela en la entrevista, buscó a alguien que le enseñara cómo dibujar, cómo pintar, cómo hacerse artista, o, mejor, cómo sacar a ese artista que lo sentía dentro. Es sin duda una persona inteligente y de una admirable persistencia. De manera que, a pesar de la incredulidad de todos los que le conocían, buscó y encontró el lugar adecuado: el Centro de Educación Artística de la Casa de la Cultura, en El Ejido. Un reducido grupo de profesores, encabezado por el maestro Nilo Yépez, enseñaba ahí a pintar a algunos aficionados y, sobre todo, aficionadas; esas personas que, por lo general, pintan por hobby, los fines de semana. Se dio el caso de que lo acogieron con cariño, con sorpresa al ver sus limitaciones y con admiración al ver el empeño que el nuevo compañero ponía para aprender, con medios disminuidos. Tal vez fue inclusive un ejemplo a seguir para esas personas que lo tenían todo, y quizás no tomaban muy en serio esas clases. Ellas le ayudaron, a veces materialmente y, sobre todo, con su estímulo. Al principio, lo que hacía era como para desanimar a cualquiera, menos a él y a Nilo Yépez que trabajaban sin descanso y luchaban al principio con la línea, que no obedecía a la inhábil mano de Patricio, deformada por las secuelas de su enfermedad. Pero la paciencia y la tenacidad, la fuerza de voluntad y sin duda una gran dotación de fe, fueron haciendo, con el tiempo, que las figuras que trazaba él en el papel fueran luciendo mejor y mereciendo la sonrisa casi cómplice del maestro. Después vino el color y con el deslumbramiento que éste le producía a Patricio, al ver cómo se iluminaban sus dibujos, creció su autoestima y comenzó a sentirse pintor. No se cambiaba por nadie, sobre todo cuando participó por primera vez en una exposición 18
colectiva del Centro, a la que siguieron otra y otra. Después algunas individuales, inclusive una itinerante auspiciada por la Casa de la Cultura, porque su obra no solo que es presentable, sino que es buena y digna de ser expuesta. Él no trata de competir con nadie, solo disfruta del oficio de pintar y vende sus cuadros como cualquier otro pintor, porque de eso vive. Dijo en alguno de esos eventos, en el que estuve presente: “Yo hago lo que puedo, y no me desespero por lo que no puedo”. Eso es, obviamente, saber vivir, estar ubicado; lo suficiente para ganarse el respeto de la sociedad. Al cabo de una trayectoria, a mi juicio, admirable, se empeñó en hacer este libro, que le ha costado toda clase de dificultades, que muy pocos habrían podido superar. Pero aquí está, con una selección de su obra; carboncillos sobre cartulina, y óleos sobre lienzo. Los vacilantes primeros ensayos con el lápiz y luego con los pigmentos, se han transformado en las obras recogidas en estas páginas: ingenuas, como decía, y decorativas, si se quiere; pero producto de un artista hecho a sí mismo con incuestionable vocación, con sacrificio y con fe. Por supuesto, la temática es la que tiene cotidianamente a la vista: la naturaleza, el cielo, el prado, el agua, los árboles, las aves, los campesinos, tratados con un amoroso realismo; pero también algunos motivos inspirados en obras que en los libros ha visto de los clásicos, incluso una interesante versión de La última cena, de Leonardo. Y en cuanto a los carboncillos, constituyen una colección de los personajes con los que el artista se encuentra siempre; agricultores, pastores, músicos, arrieros… La línea ya tiene seguridad, y en algunos casos, esos dibujos son los bocetos de algunos óleos, que a su vez revelan conocimientos del color y de una paleta bien administrada. Su cromática es generalmente intensa, cálida, y por lo mismo alegre. Todo en el contexto de una composición armoniosa, que responde a los otros factores de la obra. Esto significa que Patricio Mejía ya no tiene por qué decir que no se angustia por lo que no puede hacer, pues ya puede hacer lo que quiere, y todo le sale bien, aunque a veces le sale mejor… Rodrigo Villacís Molina
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La entrega de Patricio Artista por vocación, a la que se ha entregado en cuerpo y
alma. Patricio Mejía no ha hecho otra cosa -desde siempre y venciendo sus limitaciones físicas- que buscar la belleza en su entorno, para trasladarla a sus lienzos. La práctica ha sido constante, y la decisión de superarse, admirable. Derívase de ahí un evidente ascenso, día a día, en la calidad de sus cuadros; de modo que hoy puede presentarlos, con gran dignidad, en salas por las que han pasado artistas de renombre. El trabajo que hace Patricio Mejía en sus condiciones de pintor, y de persona con capacidades especiales, es excepcionalmente grato y reconfortante. En sus telas brota la frescura de sus temas, que por lo común giran alrededor de la naturaleza, pero sin rehuir otros motivos, como el campesino y la gente del pueblo. Por eso absorbe en cada asunto elementos de la más variada morfología, con una adecuada cromática y una acertada composición. Sus visiones poseen un encanto amable, al margen de lo que podría opinar, con una óptica superficial, una crítica erudita. Diríase que Mejía se acoge simplemente a su natural sentido de la estética. Podemos añadir que este es un artista sui géneris, en cuya pintura transida de sencillez, hay un encanto lugareño no exento de lirismo. En estos términos, lo que crea cautiva porque está lejos de rebuscamientos y, sobre todo, por su fidelidad al medio; pues él habita en un sector rural, bajo el cambiante cielo de Quito y rodeado de una vegetación que le es tan familiar como el agreste paisaje andino que siempre tiene a la vista. En resumen, la pintura de Patricio Mejía se inscribe en una línea que privilegia lo intuitivo de una auténtica vocación, sobre la erudición y la academia. El resultado es una obra visualmente atractiva y preñada de autenticidad. Dra. Inés M. Flores 21
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GalerĂa
Dulzura y belleza, 2004 Carboncillo sobre papel 44.5 x 32 cm
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Minas, 2006 Carboncillo sobre papel 32 x 44.5 cm 26
Expresiones, 2008 Carboncillo sobre papel 44.5 x 32 cm 27
Folclor y alegrĂa, 1991 Ă“leo sobre lienzo 35 x 20 cm 28
La vaca loca, 2005 Ă“leo sobre lienzo 60 x 45 cm 29
La súplica, 1997 Óleo sobre lienzo 70 x 50 cm
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Al final de la jornada, 1998 Ă“leo sobre lienzo 60 x 40 cm
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Boletaje, 2013 Ă“leo sobre lienzo 80 x 60 cm 32
PĂĄjaros en el nevado, 2012 Ă“leo sobre lienzo 80 x 60 cm 33
Este y otros libros los puede disfrutar en nuestra librerĂa www.libreriadelacasa.gob.ec
Notas Biogrรกficas
Patricio Mejía Delgado Alangasí, provincia de Pichincha, 1964
EXPOSICIONES: INDIVIDUALES 1989. Fundación Tú y Yo, de la Casa de la Cultura 1992. Colegio Nacional Técnico Alangasí 2000. Centro Cultural Mexicano 2001. Sala de Arte del Colegio de Arquitectos de Pichincha 2006. Centro Cultural Villa Carmen. Sangolquí 2009. Galería de Arte del Gobierno Provincial de Pichincha 2010. Sala Manuel Chili, del Ministerio de Cultura COMPARTIDAS 1988. Centro de Promoción Artística, de la Casa de la Cultura 1994. Fundación Pedro Moncayo. Ibarra 1999. Facultad de Odontología de la Universidad Central 2001. Procuraduría General del Estado.
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Agradecimientos Esta publicación ha sido posible gracias al apoyo y contribución de diversas personas e instituciones, a las cuales expreso mi más sincero agradecimiento, especialmente al Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador y a la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión
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Canto a la vida Patricio Mejía ha sido publicado dentro de la Colección Imagen siendo Francisco Velasco Andrade el Ministro de Cultura y Patrimonio. Se terminó de imprimir en el mes de diciembre de 2013, en la editorial Pedro Jorge Vera de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Presidente: Raúl Pérez Torres Director de Publicaciones: Patricio Herrera Crespo