Casapalabras 27

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Juan Goytisolo Señas de identidad

Claribel Alegría

Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana

Lilliam Moro

Premio Internacional de Poesía Fernández Labrador

José Rodríguez Sánchez

Un relámpago de siglos - Acuarela 1


MUSEO DE ARTE

CONTEMPORÁNEO

REAPERTURA 2

MUSEOS

DIRECCIÓN Avs. 12 de Octubre y Patria Telf. 2902-272 Exts. 320-321 Reservaciones Ext. 420 museoscce2006@yahoo.es

HORARIOS DE VISITA Martes a sábado 09h00 a 16h30 Reservación previa para visita de grupos.

2017


editorial

Nuevos retos de la Casa número veintisiete • junio 2017

L

a ciudadanización de la Casa de la Cultura Ecuatoriana debe ser una realidad impostergable, con la integración de nuevos actores culturales en cada uno de los sectores urbanos o rurales de la patria. Un nuevo reto se plantea, reto que junto a la interculturalidad es esencial en nuestro proyecto como país y como Casa, porque queremos y creemos que la cultura será el motor que movilice a la sociedad para construir juntos su futuro, basado en nuestros propios valores humanos y en los valores de las culturas vivas nacionales, provinciales, cantonales, parroquiales y comunitarias, poseedoras de virtudes tangibles e intangibles, que deben ser valoradas como patrimonio de nuestras identidades y saberes. Solo así los derechos culturales pueden ser asumidos y ejercidos a plenitud, y como bien lo señala ese gran ser humano José ‘Pepe’ Mujica: “Si no apuestas al cambio cultural, el cambio material sirve de poco. Una cosa es la pobreza que mides con los números y otra es la que está en la cabeza”. “La cultura de las calles es una cosa contagiosa. Es necesario crear un ambiente cultural en la vecindad, en el barrio, la provincia, el país”, ese ambiente que marque el comienzo de un cambio hacia la ratificación de nuestros valores identitarios, ese cambio que nos posicione en el contexto mundial como una nación grande en cultura, identidades y saberes. Esa es la ruta que se ha fijado la Casa de la Cultura Ecuatoriana, esos son sus objetivos y su meta.

Presidente Camilo Restrepo Guzmán Director Patricio Herrera Crespo Editor Patricio Viteri Paredes Colaboran en este número: José Aldás, Claribel Alegría, Andrea Armijos Echeverría, Jorge Basilago, Graciela Cros, Pedro de Isla, Miguel Donoso Gutiérrez, Arquímedes González Torres, Yuli Marcillo, Lilliam Moro, Mónica Ojeda, Eddison Paucar, Francisco Proaño Arandi, José Luis Rodríguez Pittí, José Rodríguez Sánchez, Juan Romero Vinueza. Edición de textos Katya Artieda Diseño Tania Dávila López Portada Naturaleza viva, José Rodríguez, acuarela, 76 x 56.

Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión Dirección de Publicaciones Avs. 6 de Diciembre N16–224 y Patria Telf.: 2565-808 Ext. 426 gestion.publicaciones@casadelacultura.gob.ec www.casadelacultura.gob.ec Quito–Ecuador. casapalabrascce @casapalabrascce casapalabrascce@gmail.com

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índice

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A cien años del nacimiento de Juan Rulfo, Yuli Marcillo recrea su vida y obra.

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Dos capítulos de la novela Señas de identidad, del inmenso escritor español Juan Goytisolo, fallecido hace poco.

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Poemas de Adam Zagajewski, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2017.

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Dos relatos del gran escritor argentino Abelardo Castillo (1935 – 2017).

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Selección poética de Claribel Alegría, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2017.

30

El escritor nicaragüense Arquímedes González Torres nos presenta su relato Tengo un mal presentimiento.

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Poemas de Lilliam Moro, Premio Internacional de Poesía Fernández Labrador 2017.

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Préstamo para un sueño, cuento del escritor mexicano Pedro de Isla. Antología poética de la escritora argentina Graciela Cros.

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Sueños, relato del escritor panameño José Luis Rodríguez Pittí.

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Miguel Donoso Gutiérrez, escritor guayaquileño, nos ofrece su cuento El reencuentro.

60

El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson, visto por José Aldás desde la perspectiva de los dibujos animados.

62

Clocharde, cuento de la escritora ecuatoriana Andrea Armijos Echeverría.

66

Mónica Ojeda analiza Animal, el último libro de poesía de María Auxiliadora Balladares.

74

Eddison Paucar reseña la última novela de Sandra Araya, La familia del Dr. Lehman.

82

A 150 años del nacimiento de Luigi Pirandello, Juan Romero Vinueza recrea las contradicciones entre personajes y autores.

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Tributo al pintor y escultor mexicano José Luis Cuevas.

86

Rodó, a cien años de su fallecimiento, artículo del escritor ecuatoriano Francisco Proaño Arandi.

Jorge Basilago examina el renacimiento de los géneros radiales dramáticos en nuestro país y Latinoamérica.

Un relámpago de siglos, exposición de acuarelas del pintor boliviano José Rodríguez Sánchez, comentada por Patricio Herrera Crespo.


centenario


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asando el puerto de Los Colimotes, cuando la vista haya cruzado la llanura “algo amarilla por el maíz maduro” que crece en época buena, desde la lejanía, usted podrá ver a Comala, la tierra de donde vienen los murmullos de Juan Rulfo. Una riquísima descripción de la geografía mexicana nos dejó el escritor Rulfo de aquellas tierras: La Cuesta de las Comadres, Zapotlán, San Juan Luvina, Cuesta de la Piedra Cruda, Paso del Norte, la histórica Comala, entre tantas otras, que, aunque descritas de formas diferentes, siempre fueron una misma. Aquella que nos regresa de la ciudad al campo, de las leyes gubernamentales a la sabiduría criolla, al calor de los cuerpos, al poder y la miseria humana, a la muerte, incluso al amor, todo bajo el mando del nombre más poderoso de aquel pueblo: Pedro Páramo.

La magia desde la realidad

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Yuliana Marcillo

Juan Rulfo nació en Apulco, una pequeña población perteneciente al municipio de San Gabriel, en el Distrito de Sayula, Jalisco, México. Vivió la niñez entre Apulco y San Gabriel, pero tras el fallecimiento de sus padres, sus familiares lo inscribieron en un internado en Guadalajara, donde radican sus años más “difíciles”. Fueron muchos los pueblos que sirvieron de inspiración a Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, conocido como Juan Rulfo, para crear a su Comala, pueblo que traspasó fronteras y que después de 62 años de haber servido como referente y fuente de creación, sigue siendo un lugar mágico dentro de la historia de narrativa latinoamericana, de quien se consagró como uno de los más grandes escritores


en lengua española, con sólo dos obras: Pedro Páramo (novela) y El llano en llamas (cuentos). El Comala real, “de clima templado, de agradable y viva fisonomía, con casas encaladas y umbrosas huertas cafetaleras”, según sus estudiosos, poco tiene que ver con el Comala de Pedro Páramo (1955), ubicado, a la manera de un comal, “sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno”, como narra uno de los personajes en las primeras páginas de la novela. En la narración, Rulfo hace un exquisito uso literario de la toponimia, debido a su conocimiento de la historia y la geografía mexicana, que aprendió gracias a la biblioteca de un cura (básicamente literaria) depositada en su casa: “Yo tuve en la casa la biblioteca del cura de mi pueblo, porque estalló la cristiada, una rebelión cristera, y entonces el cura guardó su biblioteca en mi casa, y ahí leí desde Emilio Salgari a Alejandro Dumas, todo; era un cura muy raro, porque no tenía casi libros religiosos, ni novenas, ni cosas así, sino que tenía muchos libros de historia y de novela, tenía mucho de novela y tenía todas las obras de Víctor Hugo, de Alejandro Dumas. También tenía el Índice, el famoso Index Papal, las obras prohibidas”, dijo el autor en una entrevista, señalando además, que el cura era el único que tenía una biblioteca en este pueblo de siete mil habitantes: “recogía de las casas los libros con el pretexto de que era censor oficial, para decirles a las familias si podían leer los hijos esos libros, si estaban autorizados por la Iglesia para ser leídos. Entonces, con ese pretexto, se apoderaba de todos los libros que había en el pueblo”. Así fue como Rulfo joven, terminó conociendo a profundidad la historia de México, sobre todo, gracias a esos libros de crónicas de conquista y de historia.

“En 1970 fue galardonado con el Premio Nacional de las Letras de México y en 1983 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras”.

Una balada triste Hay otra música que suena en el Comala de Rulfo, una que se ajusta a su tristeza innata, esa que le salía por los ojos, que le acompañaba en su caminar, y que según sus biógrafos, tiene relación a la orfandad que vivió al quedarse huérfano de padre y madre antes de cumplir 10 años de vida, y entre otros aspectos que nunca fueron conocidos, porque hacía falta estar dentro de los pensamientos de Rulfo, para poder descubrir el origen de esa balada triste entre la muerte y el abandono, el amor y el desamor, ausencias y desesperanzas, que se escucha en todas las páginas de Pedro Páramo. En referencia al proceso de escritura, Rulfo dijo: “No podía encontrar en la biblioteca el libro que estaba buscando y que necesitaba leer. Tenía una vaga idea de lo que debía ser, pero no lo hallaba entre los libros. Entonces decidí escribir Pedro Páramo. Fue una historia paralela. No pude escribir directamente ese libro, sino que, mientras lo pensaba, iba escribiendo los relatos de El llano en llamas, para habituarme. Luego, años después, ya apareció Pedro Páramo”. Sobre esta obra Gabriel García Márquez dijo: “Pedro Páramo es la novela más bella que se ha escrito desde el nacimiento de la literatura en español. Leerla, significó para mí una conmoción. Tengo la

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impresión de que su grandeza (su belleza) radica en la transposición poética de la realidad”. Por otra parte, su mujer, Clara Aparicio, digamos, la compañía más cercana y personal que pudo tener, en una entrevista señaló que no entendía la personalidad de Rulfo, que no sabía con quién estaba casada. Ella le decía: “¡Ay Juan! Deja de escribir esas cosas que

nadie entiende, tan feas, tan sucias, tan cochinas, y las cosas que hacen los personajes. Debías de escribir como tu primo (Pérez Vizcaíno, quien hacía radionovelas), él sí hace literatura fina, dulce, que le ayuda a la gente a ser mejor”. Actualmente Clara es una viuda que hace marca industrial en nombre de su difunto marido.


La cortina detrás del humo Dejó exactamente lo que quería dejar. En Noticias sobre Juan Rulfo de Alberto Vital, la cual es considerada la biografía más completa dedicada al escritor mexicano, abre las puertas para acercarnos al Rulfo de carne y hueso. Al hombre que siempre estaba inmerso en una nube de humo, que fumaba sin descanso alguno, y que a pesar de haber sido un escritor famoso, con sus obras traducidas a más de treinta idiomas, siempre se mostró como una persona sencilla, tímida, sin ninguna arrogancia. No se dedicaba a promoverse, dice Vital: le tenía miedo a la fama. Al final le daba gusto, pero él no ayudó a hacer su fama, más bien se escondía de la fama y eso le cayó muy bien a la gente. “El huir de la promoción fue lo que le cayó bien a la gente: el escritor humilde y talentoso. El escritor sencillo, huraño, que escribió dos libros y no volvió a publicar más”, apunta. Rulfo, hombre frágil y sensible, maestro de la narrativa moderna universal, nacido el 16 de mayo de 1917, celebrándose en este 2017 cien años de su natalicio, escribió dos obras y no volvió a publicar. Sobre el porqué, él respondió: “esa es la pregunta que más me han hecho en los últimos veinticinco años y, en realidad, no sé qué responder”. Tres años antes de su muerte un periodista en Buenos Aires le hizo la misma pregunta, y él contestó: “Carezco del tiempo suficiente que demanda la realización de una obra”. La “sequía” literaria de Rulfo se convirtió en un asunto mítico y de morbo, de hecho, sus seguidores aseguraban la existencia de dos obras prometidas que nunca vieron la luz: la novela La cordillera y los cuentos de Días sin floresta. Por otra

“Juan Rulfo es considerado uno de los mejores escritores clásicos universales del siglo XX”.

parte, sus allegados más íntimos, señalaron que Rulfo se vio forzado a trabajar en otras actividades, porque los ingresos que recibía por la venta de sus libros no le alcanzaban para subsistir; y también, porque era un perfeccionista en el manejo del estilo y la palabra, y lo que escribió después, no le pareció que fuera superior a lo ya escrito.

Aprendió a ver antes que escribir Rulfo fue también un notable fotógrafo. Él habría dicho que cuando hacía fotos “estaba conjugando la realidad, mientras que al escribir creaba ficciones”. Es así que con apenas 20 años, Rulfo se muda a Ciudad de México. Trabaja de oficinista y durante tres años se dedica a viajar por todo el país. Paisaje, arquitectura y vida rural son los tres ejes de su obra visual. En las cartas que le escribía a una de sus novias, llega a decir que le gustaría poder vivir de la fotografía, este era uno de sus sueños de juventud. Trabajó también como actor y guionista cinematográfico: dejó un valioso legado fotográfico. Juan Rulfo murió solo en Ciudad de México el 7 de enero de 1986, a la edad de 69 años, víctima de cáncer pulmonar, a causa del cigarrillo. Sus voces, sus murmullos, sus muertos, quizá sigan esparcidos en el polvo de Comala, removiéndose entre las ramas de los naranjos.

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Capítulos de la novela Señas de identidad

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T

e habías quedado dormido y, al abrir los ojos, te incorporaste. El reloj marcaba las siete menos diez. Sobre la mesa de mármol había una botella de vino y en la galería sonaban, majestuosos y graves, los primeros compases del Réquiem de Mozart. Buscabas con la vista a Dolores, pero Dolores no estaba. Podías beber un trago de Fefiñanes, helado y rubio, justo para humedecer los labios, y no te decidías. Las nubes habían escampado durante tu sueño y el sol se obstinaba en el cielo enardecido del crepúsculo. Acodado en la balaustrada contemplabas


homenaje las domesticadas colinas ceñidas de viña y algarrobos, las aves que hendían la tenue transparencia del aire, el lejano mar de ondas calladas que la distancia suavizaba y embellecía. Bastaba ladear la cabeza para abarcar de una sola ojeada los esbeltos cipreses del jardín, el cónclave de gorriones posados sobre las ramas del cedro, los juguetes olvidados por los sobrinos de Dolores tras de una distracción nueva y absurda. (Recordabas su alada aparición de la víspera, solemnemente vestido con dos casullas sustraídas del oratorio en un instante de descuido de la criada, delicados y ágiles, levemente sacrílegos, con un rostro disipado y risueño que te había llenado de arrobo.) Dentro de una hora Dolores se presentaría con las gotas recetadas por el doctor d’Asnières, dirigiría una mirada lacónica a la botella inmersa en el cubo y, tumbados en las gandulas del mirador, aguardaríais el claxon fatídico que regularmente anunciaba la llegada de las visitas, la temida irrupción de personas extrañas en aquel analgésico y tierno remanso de paz. Entonces ya no te sería posible apreciar el raudo y fresco caudal del aire entre los pinos ni perderte hasta el vértigo en la difícil geometría de las constelaciones, envuelto una vez más en las mallas de un diálogo que te oprimía y asfixiaba, prisionero de un personaje que no eras tú, confundido con él y por él suplantado. Pero la tranquilidad no había sido turbada de momento y, abandonando el jardín, podías aún, si te apetecía, vagabundear a tus anchas junto al estanque, oler el sobrio y denso perfume de romeral, espiar la súplica muda de los recién descorchados alcornoques. Recorrer el interior de la casa, habitada ahora por las voces severas y rigurosas del Dies irae y desenterrar uno a uno de la polvorienta memoria los singulares y heteróclitos elementos que com-

ponían el decorado mítico de tu niñez, la galería inmensa, el comedor oscuro, las vetustas y marchitas habitaciones. Subir a las apolilladas buhardillas y examinar los armarios maltrechos, las sillas cojas, los espejos empañados y fantasmales. Inclinarte sobre los viejos grabados con marco de ébano que tanto te fascinaran de niño y cuyos resucitados pies se habían grabado en tu trasmundo para siempre: Valenciennes prise d’assaut, et sauvée du pillage par la clémence du Roy le 16 Mars 1677, Panorama délla città di Roma, Vue de la Ville et du Château de Dinant sur la Meuse, assiégée par les Français le 22 May et prise le 29 du même mois en Vannée 1675, achevée et fortifiée depuis de plusieurs travaux. En el adusto despacho presidido por el retrato del bisabuelo podías abrir uno a uno los cajones del escritorio, con los fajos de la correspondencia familiar ordenada por fechas, y calar unos minutos, si así lo deseabas, en el descabellado y anacrónico universo de tus antecesores: cartas de esclavos del desaparecido ingenio de Cruces, solicitando la bendición de «su mersé», el amo remoto —responsable tuyo en el moroso sucederse de las generaciones— que cabalmente les negaba y desposeía; postales de alguna tía, fallecida ya y muy santamente sin duda, escritas en francés con la inconfundible letra picuda de las alumnas del Sagrado Corazón —«Nous avons célébré la fête de l’Immaculée et nous avons fait une procession très jolie mais comme il faisait un peu froid et il y avait quelques enfants enrhumés nous n’avons pu mettre la robe blanche»—, este mismo Sagrado Corazón, con corazón como de grabado anatómico, arterias y venas, aurículas y ventrículos, que figuraba reproducido en diferentes tamaños y con almibaradas posturas en todos los dormitorios de la casa; los recibos de liquidaciones y balances de empresas bancadas de La Haba-

En uno de estos cajones podías hojear incluso, como hiciste el día de tu regreso, una resmilla de sobres escritos con caligrafía vacilante y torpe y descubrir de nuevo, con reiterado asombro, que su autor eras tú: cartas enviadas desde el internado en que consumieras inútilmente parte de tu juventud, en los opacos y ominosos años que siguieron al fallecimiento de tu madre.

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na, Nueva York y París, anteriores a la guerra hispano-yanqui y la disgregación de la familia. En uno de estos cajones podías hojear incluso, como hiciste el día de tu regreso, una resmilla de sobres escritos con caligrafía vacilante y torpe y descubrir de nuevo, con reiterado asombro, que su autor eras tú: cartas enviadas desde el internado en que consumieras inútilmente parte de tu juventud, en los opacos y ominosos años que siguieron al fallecimiento de tu madre; psicodramas redactados para uso de la familia —«De temperamento nervioso y de mucho amor propio. Algo retraído con sus compañeros, le gusta tratar con unos cuantos solamente. Religiosidad y piedad ordinarias. No muy aficionado a juegos en tiempos de recreo»— por olvidados profesores de firma ininteligible; la edición anual del Boletín del Colegio en el que hallaras el promedio de tus notas por asignaturas correspondiente a la temporada 1945-46 —«Religión 9, Filosofía 6, Lengua Latina 8, Lengua Griega 9, Literatura 7, Geografía e Historia 10, Matemáticas 5, Ciencias 4, Medalla de Honor, Oro»— y hasta un sobrecogedor cuadro sinóptico de los Coros y Jerarquías Angélicos, copiado veinte veces en un cuaderno con tu puño y letra, encabezado por una nota pergeñada en tinta verde: «Por haber distraído a sus compañeros durante la lección» —pruebas documentales, fehacientes, del niño pintoresco y falaz que habías sido y en el que no se reconocía el adulto de hoy, suspendido como estabas en un presente incierto, exento de pasado como de futuro, con la desolada e íntima certeza de saber que habías vuelto no porque las cosas hubieran cambiado y tu expatriación hubiese tenido un sentido, sino porque habías agotado poco a poco tus reservas de espera y, sencillamente, tenías miedo a morir. Así reflexionabas a tus solas mientras

la tarde dilapidaba su esplendor en un fastuoso despliegue de fuegos de artificio y la luz desertaba paulatinamente de los claros del bosque que se extendía a tus pies, antes de decidirte, por fin, a beber un sorbo helado de Fefiñanes, encender perezosamente un cigarrillo, cruzar la galería estremecida por el coro del Benedictus y buscar entre los estantes de la maciza biblioteca el álbum de retratos que tal vez te permitiera recobrar la perdida clave de tu niñez y tu juventud. De nuevo podías volver al jardín y acomodarte con aquel en la mesa de mármol, aspirando el aroma antiguo y mohoso de sus páginas; observar con aplacado sosiego el paisaje insomne, el cielo y mar maleables, el sol enrojecido y moribundo: inmovilizados en fotos desvaídas y amarillentas los espectros familiares posaban una y otra vez para ti, como en concertadas y tediosas repeticiones de una escena fallida y tu breve y ya lejana historia renacía con ellos, eslabón de una ininterrumpida cadena de mediocridad y conformismo —aventura y rapiña antes—, fruto inconsciente y culpable de sus vidas taciturnas y ociosas, de su existencia menguada, calamitosa e inútil.

El automóvil era un MG descapotable, de modelo algo anticuado. Sergio te había ayudado a abrir la portezuela y, al acomodarte tú, retiró unos sostenes arrugados que había sobre el asiento. —Ayer noche di una vuelta por la Diagonal con una puta y, al vestirse, los olvidó en el coche. Me di cuenta esta mañana, cuando venía hacia aquí. Tenía unas tetas magníficas... ¡Oh!, la pobre subió las escaleras a gatas. —¿Por qué? —dijiste tú. —Porque no se aguantaba de pie. Ni yo tampoco, dicho sea entre paréntesis... No recuerdo en abso-

luto cómo pude volver a casa. Ana me despertó y me dio un baño. —¿Conducías bebido? —Casi todas las noches conduzco bebido. Para mí es una costumbre. Al principio Ana se preocupaba, pero ahora me deja en paz. —¿Nunca has tenido un accidente? —Nunca. El alcohol me estimula, al contrario. Los reflejos son mejores... Lo único que me embota de verdad es el agua. —Y tu padre, ¿qué dice? —Papá es un asno. Para él la vida se reduce a una cuestión de aritmética. Una casa no es una casa sino un presupuesto; un campo no es un campo sino cierto número de hectáreas; cuando ve el mar sueña en convertirlo en petróleo... Se imagina que es muy listo porque gana dinero y sus empleados se descubren al verle... Por fortuna, Ana es muy distinta. —¿Qué hace tu padre? —Exporta e importa naranjas y cosas así... Algo apasionante, figúrate... Cacao de las islas Galápagos y harina de trigo para fabricar hostias... El muy imbécil cree que más tarde voy a continuar con el negocio. Que duerma, si quiere... El día menos pensado le voy a despertar del susto. —¿Y tu madre? —Ana es estupenda. Reprimida e insegura, pero estupenda. Lo que no entiendo es cómo puede soportar a un cretino como él... Sergio conducía deprisa, sorteando la caótica circulación de las Rondas y, de improviso, torció por la calle de la Cera, en dirección a Hospital. —¿Te gusta el Barrio Chino? —preguntó. —No he estado nunca. —Yo voy todos los días. La única gente interesante de Barcelona se encuentra acá... Putas, carteristas, maricones... Los demás no son personas, son moluscos.


A través de la ventanilla del MG habías contemplado por primera vez la ciudad sucia y desharrapada, con las fachadas de las casas raídas y los andrajos de sus habitaciones aireándose en los balcones. El desahogo ruin de la década de los cincuenta no se manifestaba aún en las zonas bajas y, sustraído de pronto al ozono leve y estimulante de los barrios residenciales, tenías la impresión de zambullirte en un mundo distinto, profundo y más denso, sintiendo que el oxígeno se enrarecía en tus pulmones, timorato e incierto como animal doméstico arrebatado bruscamente a su elemento natural cotidiano. Tabernas sombrías como guaridas de ladrones, cafetines oscuros y malolientes, sórdidas tascas con tapas y bebidas de procedencia dudosa se sucedían a lo largo de las calles míseras y, en las esquinas, mujeres

de origen y profesión inclasificables vendían barras de pan de estraperlo, cigarrillos americanos, encendedores, embutidos que, al menor signo de alarma, ocultaban en sus faldas, escotes, ligas, en abierto y perpendicular desafío a las reglas del pudor y la higiene. En tiendas y colmados una mugre secular parecía acumularse sobre los extraños productos del subdesarrollo ibero: las calderas de aceitunas, los garbanzos y alubias cocidos, los inmensos quesos manchegos grasientos, amazacotados, redondos. Proliferando en tan espléndido caldo de cultivo, la españolísima Corte de Milagros —única Corte perdurable y auténtica de vuestra accidentada y sorprendente historia— exhibía sus vicios y defectos en medio de la indiferencia general de la tribu: brazos torcidos, muñones, llagas, ojos velados como espe-

A través de la ventanilla del MG habías contemplado por primera vez la ciudad sucia y desharrapada, con las fachadas de las casas raídas y los andrajos de sus habitaciones aireándose en los balcones. 11


Dentro de una hora Dolores se presentaría con las gotas recetadas por el doctor d’Asnières, dirigiría una mirada lacónica a la botella inmersa en el cubo y, tumbados en las gandulas del mirador, aguardaríais el claxon fatídico que regularmente anunciaba la llegada de las visitas, la temida irrupción de personas extrañas en aquel analgésico y tierno remanso de paz.

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jos ciegos poniéndote en contacto, a tus diecinueve años de existencia vacua, con la estructura real de una sociedad a la que sin saberlo pertenecías, excrecencia paralela e inversa, aquella, a la de vuestra parasitaria casta —voraz, tentacular, madrepórica—. Os detuvisteis en la calle San Rafael. Sergio te había mostrado un escaparate con un rico surtido de preservativos y te ofreció una cajetilla en la que aparecía dibujada La Gioconda. Tu inexperiencia y candidez avivaba su prurito natural de entendido y, mientras caminabais hacia los burdeles de Robadors, te puso al corriente de sus experiencias. —Las mejores putas son las más baratas. El otro día fui con una de seis pesetas. Desdentada, sarnosa, un verdadero modelo de Solana. —¿Te acostaste con ella? —Le pedí que se desnudara y se lavara en el bidé. Algo extraordinario, te lo juro. Quise hacerle un dibujo pero se cabreó. Me dijo: «Eh, tú, pardal. Et penses que això és l’Academia de Bellas Artes?». —¿Qué hiciste, entonces? —Le di cinco duros y me largué. —¿Sin tocarla? —Sin tocarla. —¿No se enfadó? —¿Enfadarse?... Para ella era un alivio. Imagina, cien veces al día. Por mucho temperamento no hay quien lo aguante. (Cuando días atrás pusiste los pies en Barcelona al cabo de seis años de ausencia rehiciste minuciosamente el itinerario de Sergio, intentando revivir las emociones que te inspirara entonces. El decorado había mudado apenas: los prostíbulos estaban cerrados pero en los bares que los sustituían las mujeres proseguían activamente su comercio: los tugurios y tascas eran los mismos de antes y los sempiternos limpiabotas y los mendigos. Pero habías cambiado

tú y a tu excitación juvenil sucedía una melancólica actitud de despego. El barrio proseguía su existencia lóbrega, ajeno a ti y al ansia de vivir de tus años mozos. Desmayadamente evocabas la fiesta de la Octava del Corpus —el año 56, meses después de la muerte de Sergio— cuando fotografiaste la procesión en la calle Guardia: gladiadores romanos con alpargatas de payés, una santa Eulalia púber que masticaba chicle, el bostezo circular de un cura, un coro atroz de draculines vestidos de acólito; detrás de esto, bajo el rótulo legendario que anunciaba las «Habitaciones Madame», las niñas que habían hecho la primera comunión desfilaban disfrazadas de angelito con alas y túnicas de color blanco y parecían encaminarse al meublé con la mística compunción de los adolescentes de Sade a una orgía sacrílega, demencial, fabulosa. Un olvido más denso que el de otras épocas de tu pasado cubría justicieramente aquel período de tu vida. Única prueba visible, las fotos, solamente, escapaban a él; pero ¿cómo reconstruir con tales elementos los meses, para ti decisivos, de vuestra abolida amistad?). Después de un recorrido por el barrio, Sergio te llevó a uno de sus bares y os sentasteis en compañía de dos mujeres. Tu amigo se movía en aquel ambiente como si siempre hubiera medrado en él y tú admirabas celoso su impertinencia, su juventud, su osadía. Las prostitutas le trataban como a uno de la familia y, en un momento dado, recordabas, se apartó a pegar la hebra con un hombre y le compró un sobre pequeño que guardó inmediatamente en el bolsillo. —¿Te gusta la grifa? —¿Qué es? —Una hierba. —¿Es una droga? —Sí.


—No he probado nunca. —Si vienes a mi estudio fumaremos. Aquel día no fuiste a su estudio ni fumaste la grifa (en realidad, según descubriste después, Sergio no fumaba tampoco: se limitaba a aspirar el humo y exhalarlo en seguida, sin llevarlo jamás a los pulmones). Algo había ocurrido, para ti importantísimo, aunque entonces quisiste ocultarlo. Una de las mujeres te había propuesto ir con ella y accediste ante el temor de que te reconocieran virgen, ignorando también (lo que había reforzado tu arrojo) que se pudiera hacer el amor a la una de la tarde (hasta la fecha lo creías un privilegio exclusivo de la oscuridad, sólo posible al tañido armonioso de la flauta y sobre los divanes orientales de las subyugadoras cortesanas de Pierre Louys). La habitación era pequeña, mal ventilada. El lecho sucio. El armario deprimente. Te desnudaste, temblando, sin atreverte a mirar su cuerpo avergonzado como estabas del tuyo propio, maravillado, al fin, al comprobar que el roce experto de sus dedos hacía de ti un hombre que, aunque con torpeza, se tendía sobre ella y, más torpemente aún, la penetraba (siempre guiado por su mano), encendidas las mejillas, rojos los pómulos, fundidos los dos hasta el placer crispado que te había devuelto a la vida tras aquellos segundos inacabables de olvido, de muerte. Recién incorporado de la cama te habías examinado en el espejo y tu reacción fue, simplemente, de asombro. El hondo amor que desde niño presentías, ¿era éste? (Tomado de: http://assets.espapdf.com/b/

Juan%20Goytisolo/Senas%20de%20identi-

Juan Goytisolo (Barcelona, 1931) En 1956 se marchó a vivir a París, donde se casó con Monique Lange, a la que había conocido en la editorial Gallimard, de la que era asesor literario. Monique era una gran amiga de Jean Genet, el cual influirá notablemente en Juan, quien se consideraba una especie de apátrida y desde 1996 residió en Marrakesh. Su obra estuvo prohibida por el franquismo desde 1963. Goytisolo cultivó la novela, el ensayo, la literatura de viajes, los reportajes, el cuento y las memorias. Entre sus obras destacan las novelas Juegos de manos (1954), Duelo en el paraíso (1955), la trilogía formada por El circo (1947), Fiestas (1958) y La resaca (1958), la trilogía compuesta por Señas de identidad (1966), Reivindicación del conde don Julián (1970) y Juan sin Tierra (1975), y más tarde las novelas Makbara (1980), Paisajes después de la batalla (1982), Las virtudes del pájaro solitario (1988), La cuarentena (1991), El sitio de los sitios (1995) y Telón de boca (2003). En autobiografía Coto vedado (1985) y En los reinos de taifa (1986). Ensayos: El furgón de cola (1967), Obra inglesa de Blanco White (1972), Crónicas sarracinas (1982). Ha publicado también recopilaciones de su intensa labor de colaboraciones periodísticas, como Pájaro que ensucia su propio nido (2001) y Contra las sagradas formas (2007). Formó parte del Parlamento Internacional de Escritores y presidentes del jurado de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO. En junio de 2001 fue nombrado miembro honorario de la Unión de Escritores de Marruecos (UEM), en 2014 se le concedió el Premio Cervantes. Murió en Marrakech, Marruecos, el 4 de junio de 2017.

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premio Autorretrato

«La poesía de Zagajewski —así como sus reflexiones sobre la creación y su intenso trabajo memorialístico— confirma el sentido ético de la literatura y hace que la tradición occidental se sienta una y diversa en su acento nativo polaco, a la vez que refleja los quebrantos del exilio. El cuidado por la imagen lírica, la vivencia íntima del tiempo y el convencimiento de que tras una obra artística alienta el fulgor, inspiran una de las experiencias poéticas más emocionantes de la Europa heredera de Rilke, Miłosz y Antonio Machado».

Entre ordenador, lápiz y máquina de escribir se me pasa la mitad del día. Algún día se convertirá en medio siglo. Vivo en ciudades ajenas y a veces converso con gente ajena sobre cosas que me son ajenas. Escucho mucha música: Bach, Mahler, Chopin, Shostakovich. En la música encuentro la fuerza, la debilidad y el dolor, los tres elementos. El cuarto no tiene nombre. Leo a poetas vivos y muertos, aprendo de ellos tenacidad, fe y orgullo. Intento comprender a los grandes filósofos —la mayoría de las veces consigo captar tan sólo jirones de sus valiosos pensamientos—. Me gusta dar largos paseos por las calles de París y mirar a mis prójimos, animados por la envidia, la ira o el deseo; observar la moneda de plata que pasa de mano en mano y lentamente pierde su forma redonda (se borra el perfil del emperador). A mi lado crecen árboles que no expresan nada, salvo su verde perfección indiferente. Aves negras caminan por los campos siempre esperando algo, pacientes como viudas españolas. Ya no soy joven, mas sigue habiendo gente mayor que yo. Me gusta el sueño profundo, cuando no estoy, y correr en bici por caminos rurales, cuando álamos y casas se difuminan como nubes con el buen tiempo. A veces me dicen algo los cuadros en los museos y la ironía se esfuma de repente. Me encanta contemplar el rostro de mi mujer. Cada semana, el domingo, llamo a mi padre. Cada dos semanas me reúno con mis amigos, de esta forma seguimos siendo fieles. Mi país se liberó de un mal. Quisiera que le siguiera aún otra liberación. ¿Puedo aportar algo para ello? No lo sé. No soy hijo de la mar, como escribió sobre sí mismo Antonio Machado, sino del aire, la menta y el violonchelo, y no todos los caminos del alto mundo se cruzan con los senderos de la vida que, de momento, a mí me pertenece. (De Mística para principiantes, 1997)

(Extracto del fallo del jurado).

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Escribía en la oscuridad A Ryszard Krynicki Cuando vivía en Estocolmo, Nelly Sachs trabajaba por las noches con una luz apagada para no despertar a su madre enferma. Escribía en la oscuridad. La desesperación le dictaba palabras tan pesadas como colas de cometa. Escribía en la oscuridad, en silencio, que sólo interrumpía el reloj de pared con sus suspiros. Hasta las letras eran soñolientas, sus cabezas caían en las hojas. La oscuridad escribía tras coger esta mujer ya no joven como si fuese su pluma. La noche se compadecía de ella, sobre la ciudad se erigía una gris prisión del alba, la aurora de dedos rosa. Cuando se dormía ella los mirlos ya despertaban y no hubo ninguna pausa en la tristeza y el canto. (De Mística para principiantes, 1997) (Tomado de: http://www.elcultural.com/noticias/letras/Poemas-

escogidos-de-Adam-Zagajewski/10880)

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De las vidas de las cosas La piel perfecta de las cosas se extiende sobre ellas tan cómodamente como una carpa de circo. La noche se acerca. Bienvenida, oscuridad. Adiós, luz. Somos como párpados, afirmamos cosas, tocamos ojos, pelo, oscuridad, luz, India, Europa. De repente me encuentro preguntando: «Cosas, ¿conocéis el sufrimiento? ¿Habéis estado alguna vez hambrientas, en la miseria? ¿Habéis llorado? ¿Conocéis el miedo, la vergüenza? ¿Habéis conocido los celos, la envidia, pequeños pecados, no de comisión, pero tampoco curados por la absolución? ¿Habéis amado, y muerto, de noche, con el viento abriendo las ventanas, absorbiendo el frío corazón? ¿Habéis probado la edad, el tiempo, el duelo?». Silencio. En la pared, baila la aguja de un barómetro. (De Lienzo, 1991)


Canción del emigrado En ciudades ajenas venimos al mundo y las llamamos patria, mas breve es el tiempo concedido para admirar sus muros y sus torres. Caminamos de este a oeste, ante nosotros rueda el gran aro del sol ardiente, a través del cual, como en el circo, salta ágilmente un león domado. En ciudades extrañas contemplamos las obras de viejos maestros y, sin asombro, en añejos cuadros vemos nuestros propios rostros. Habíamos existido antes, e incluso conocíamos el sufrimiento, nos faltaban tan sólo las palabras. En la iglesia ortodoxa de París los últimos rusos blancos, encanecidos, rezan a Dios, varios lustros más joven que ellos y, como ellos, impotente. En ciudades ajenas permaneceremos, como los árboles, como las piedras. (Versión de Elzbieta Bortkiewicz)

En la belleza creada por otros Sólo en la belleza creada por otros hay consuelo, en la música de otros y en los poemas de otros. Sólo otros nos salvan, aunque la soledad sepa a opio. Los otros no son el infierno, si se les ve temprano, con sus frentes puras, lavadas por sueños. Por eso me pregunto qué palabra debería utilizarse, «él» o «tú». Cada «él» es una traición a un cierto «tú» pero a cambio el poema de alguien ofrece la fidelidad de un grave diálogo. (De Temblor, 1985)

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Habla más suave Habla más suave: eres mayor que aquel que fuiste tanto tiempo; eres mayor que tú mismo y sigues sin saber qué es la ausencia, el oro, la poesía. El agua sucia anegó la calle; una tormenta breve sacudió esta ciudad plana, adormecida. Cada tormenta es un adiós, cientos de fotógrafos parecen sobrevolarnos, inmortalizar con flash segundos de miedo y pánico. Sabes qué es el duelo, la desesperación violenta que ahoga el ritmo cardiaco y el futuro. Entre extraños llorabas, en un moderno almacén donde el dinero, ágil, sin cesar, circulaba. Has visto Venecia, y Siena, y en los lienzos, en la calle, jovencísimas, tristes Madonnas que ansiaban ser muchachas normales y bailar en carnaval. Has visto incluso pequeñas urbes, nada bonitas, gente vieja extenuada por el sufrimiento y el tiempo. Ojos de santos morenos brillando en íconos medievales, ojos ardientes de bestias salvajes. Entre los dedos cogías guijarros de la playa La Galere, y de pronto sentías por ellos una inmensa ternura, por ellos y por el pino frágil, por todos los que allí estuvieron contigo y por el mar, que aunque potente, es tan solitario. Una ternura inmensa, como si fuésemos huérfanos de la misma casa, para siempre apartados los unos de los otros, condenados a breves momentos de visitas en las frías cárceles de la actualidad. Habla más suave: ya no eres joven, el éxtasis ha de pactar con semanas de ayuno, has de elegir y abandonar, dar largas y hablar extensamente con embajadores de secos países y labios cuarteados, has de esperar, escribir cartas, leer libros de quinientas páginas. Habla más suave. No abandones la poesía. (Versión de Elzbieta Bortkiewicz)

(Tomado de: http://amediavoz.com/zagajewski.htm)

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A mi hermano mayor Con qué tranquilidad avanzamos a través de días y meses, y cantamos en voz baja una negra canción de cuna, cuán fácil los lobos secuestran a nuestros hermanos, con qué levedad respira la muerte, con qué rapidez navegan los barcos por las arterias.

Adam Zagajewski Poeta, novelista y ensayista polaco nacido en Lvov, hoy Ucrania, en 1945. Su infancia transcurrió en Gliwice, Silesia, donde sus padres fueron repatriados poco después de su nacimiento. Estudió Psicología y Filosofía en la Universidad de Cracovia. Fue miembro del

Oda a la suavidad Los amaneceres son ciegos como gatitos. Las uñas crecen confiadamente, aún saben qué tocarán. Suaves son los sueños y la ternura como niebla suspendida sobre nosotros, igual que la campana de Sigismundo antes que el frío la abrazase.

grupo poético Ahora, hasta 1975, y es uno de los poetas más brillantes de la llamada Generación de la Nueva Ola, junto a Kornhauser, Lipska, Krynicki y Baranczak. Censurado por el régimen comunista de su país, emigró a París en 1982. Desde 1989 es profesor visitante asociado de la Universidad de Houston, alternando la docencia con la práctica literaria ejercida desde su residencia actual en Cracovia. Ha sido galardonado con los premios Prix de la Liberté 1987, Gran Premio de Literatura de la Fundación Konrad Adenauer de Weimar 2002 y el Premio Horst Bienek de la Academia de Bellas Artes de Baviera en 2003. De su producción poética destacan Ir a Lvov (1985), Lienzo (1990), Tierra del fuego (1994), Deseo (1997), Anhelo (1999), Regreso (2003) y Antenas (2005). Entre sus libros de ensayo se encuentran Dos ciudades (1995), En defensa del fervor (2002) y Solidaridad y soledad (1982) y Releer a Rilke (2017). Premio Princesa de Asturias de las Letras 2017.

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i Ernesto se enteró de que ella había vuelto (cómo había vuelto), nunca lo supe, pero el caso es que poco después se fue a vivir a El Tala, y, en todo aquel verano, sólo volvimos a verlo una o dos veces. Costaba trabajo mirarlo de frente. Era como si la idea que Julio nos había metido en la cabeza —porque la idea fue de él, de Julio, y era una idea extraña, turbadora: sucia— nos hiciera sentir culpables. No es que uno fuera puritano, no. A esa edad, y en un sitio como aquel, nadie es puritano. Pero jus-

tamente por eso, porque no lo éramos, porque no teníamos nada de puros o piadosos y al fin de cuentas nos parecíamos bastante a casi todo el mundo, es que la idea tenía algo que turbaba. Cierta cosa inconfesable, cruel. Atractiva. Sobre todo, atractiva. Fue hace mucho. Todavía estaba el Alabama, aquella estación de servicio que habían construido a la salida de la ciudad, sobre la ruta. El Alabama era una especie de restorán inofensivo, inofensivo de día, al menos, pero que alrededor de medianoche se transformaba en algo así como un rudimentario club nocturno. Dejó de ser rudimentario cuando al turco se le ocurrió agregar unos cuartos en el primer piso y traer mujeres. Una mujer trajo. —¡No! —Sí. Una mujer. —¿De dónde la trajo? Julio asumió esa actitud misteriosa, que tan bien conocíamos —porque él tenía un particular virtuosismo de gestos, palabras, inflexiones que lo hacían raramente

notorio, y envidiable, como a un módico Brummel de provincias—, y luego, en voz baja, preguntó: —¿Por dónde anda Ernesto? En el campo, dije yo. En los veranos Ernesto iba a pasar unas semanas a El Tala, y esto venía sucediendo desde que el padre, a causa de aquello que pasó con la mujer, ya no quiso regresar al pueblo. Yo dije en el campo, y después pregunté: —¿Qué tiene que ver Ernesto? Julio sacó un cigarrillo. Sonreía. —¿Saben quién es la mujer que trajo el turco? Aníbal y yo nos miramos. Yo me acordaba ahora de la madre de Ernesto. Nadie habló. Se había ido hacía cuatro años, con una de esas compañías teatrales que recorren los pueblos: descocada, dijo esa vez mi abuela. Era una mujer linda. Morena y amplia: yo me acordaba. Y no debía de ser muy mayor, quién sabe si tendría cuarenta años. —Atorrante, ¿no? Hubo un silencio y fue entonces cuando Julio nos clavó aquella idea entre los ojos. O, a lo mejor, ya la teníamos. —Si no fuera la madre… No dijo más que eso.

Quién sabe. Tal vez Ernesto se enteró, pues durante aquel verano sólo lo vimos una o dos veces (más tarde, según dicen, el padre vendió todo y nadie volvió a hablar de ellos), y, las pocas veces que lo vimos, costaba trabajo mirarlo de frente. —Culpables de qué, che. A fin de cuentas es una mujer de la vida, y hace tres meses que está en el Alabama. Y si esperamos que el turco traiga otra, nos vamos a morir de viejos. Después, él, Julio, agregaba que sólo era necesario conseguir un auto, ir, pagar y después me cuentan, y que si no nos animábamos


memoria

Fotograma, película 25 watts.

a acompañarlo se buscaba alguno que no fuera tan braguetón, y Aníbal y yo no íbamos a dejar que nos dijera eso. —Pero es la madre. —La madre. ¿A qué llamas madre vos?: una chancha también pare chanchitos. —Y se los come. —Claro que se los come. ¿Y entonces? —Y eso qué tiene que ver. Ernesto se crió con nosotros. Yo dije algo acerca de las veces que habíamos jugado juntos; después me quedé pensando, y alguien, en voz alta, formuló exactamente lo que yo estaba pensando. Tal vez fui yo: —Se acuerdan cómo era. Claro que nos acordábamos, hacía tres meses que nos veníamos acordando. Era morena y amplia; no tenía nada de maternal.

­—Y además ya fue medio pueblo. Los únicos somos nosotros. Nosotros: los únicos. El argumento tenía la fuerza de una provocación, y también era una provocación que ella hubiese vuelto. Y entonces, puercamente, todo parecía más fácil. Hoy creo —quién sabe— que, de haberse tratado de una mujer cualquiera, acaso ni habríamos pensado seriamente en ir. Quién sabe. Daba un poco de miedo decirlo, pero, en secreto, ayudábamos a Julio para que nos convenciera; porque lo equívoco, lo inconfesable, lo monstruosamente atractivo de todo eso era, tal vez, que se trataba de la madre de uno de nosotros. —No digas porquerías, querés —me dijo Aníbal. Una semana más tarde, Julio aseguró que esa misma noche con-

seguiría el automóvil. Aníbal y yo lo esperábamos en el bulevar. —No se lo deben de haber prestado. —A lo mejor se echó atrás. Lo dije como con desprecio, me acuerdo perfectamente. Sin embargo fue una especie de plegaria: a lo mejor se echó atrás. Aníbal tenía la voz extraña, voz de indiferencia: —No lo voy a esperar toda la noche; si dentro de diez minutos no viene, yo me voy. —¿Cómo será ahora? —Quién… ¿la tipa? Estuvo a punto de decir: la madre. Se lo noté en la cara. Dijo la tipa. Diez minutos son largos, y entonces cuesta trabajo olvidarse de cuando íbamos a jugar con Ernesto, y ella, la mujer morena y amplia, nos preguntaba si queríamos quedarnos a tomar la leche. La mujer morena. Amplia.

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A esa hora no había mucha gente en el bar: algún viajante y dos o tres camioneros. Del pueblo, nadie. Y, vaya a saber por qué, esto último me hizo sentir audaz. Impune.

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—Esto es una asquerosidad, che. —Tenés miedo —dije yo. —Miedo no; otra cosa. Me encogí de hombros: —Por lo general, todas estas tienen hijos. Madre de alguno iba a ser. —No es lo mismo. A Ernesto lo conocemos. Dije que eso no era lo peor. Diez minutos. Lo peor era que ella nos conocía a nosotros, y que nos iba a mirar. Sí. No sé por qué, pero yo estaba convencido de una cosa: cuando ella nos mirase iba a pasar algo. Aníbal tenía cara de asustado ahora, y diez minutos son largos. Preguntó: —¿Y si nos echa? Iba a contestarle cuando se me hizo un nudo en el estómago: por la calle principal venía el estruendo de un coche con el escape libre. —Es Julio –dijimos a dúo. El auto tomó una curva prepotente. Todo en él era prepotente: el buscahuellas, el escape. Infundía ánimos. La botella que trajo también infundía ánimos. —Se la robé a mi viejo. Le brillaban los ojos. A Aníbal y a mí, después de los primeros tra-

gos, también nos brillaban los ojos. Tomamos por la Calle de los Paraísos, en dirección al paso a nivel. A ella también le brillaban los ojos cuando éramos chicos, o, quizá, ahora me parecía que se los había visto brillar. Y se pintaba, se pintaba mucho. La boca, sobre todo. —Fumaba, ¿te acordás? Todos estábamos pensando lo mismo, pues esto último no lo había dicho yo, sino Aníbal; lo que yo dije fue que sí, que me acordaba, y agregué que por algo se empieza. —¿Cuánto falta? —Diez minutos. Y los diez minutos volvieron a ser largos; pero ahora eran largos exactamente al revés. No sé. Acaso era porque yo me acordaba, todos nos acordábamos, de aquella tarde cuando ella estaba limpiando el piso, y era verano, y el escote al agacharse se le separó del cuerpo, y nosotros nos habíamos codeado. Julio apretó el acelerador. —Al fin de cuentas, es un castigo —tu voz, Aníbal, no era convincente—: una venganza en nombre de Ernesto, para que no sea atorrante. —¡Qué castigo ni castigo! Alguien, creo que fui yo, dijo una obscenidad bestial. Claro que fui yo. Los tres nos reímos a carcajadas y Julio aceleró más. —¿Y si nos hace echar? —¡Estás mal de la cabeza vos! ¡En cuanto se haga la estrecha lo hablo al turco, o armo un escándalo que les cierran el boliche por desconsideración con la clientela! A esa hora no había mucha gente en el bar: algún viajante y dos o tres camioneros. Del pueblo, nadie. Y, vaya a saber por qué, esto último me hizo sentir audaz. Impune. Le guiñé el ojo a la rubiecita que estaba detrás del mostrador; Julio, mientras tanto, hablaba con el turco. El turco nos miró como si nos estudiara, y por la cara desafiante que puso Aníbal me di cuenta de

que él también se sentía audaz. El turco le dijo a la rubiecita: —Llévalos arriba. La rubiecita subiendo los escalones: me acuerdo de sus piernas. Y de cómo movía las caderas al subir. También me acuerdo que le dije una indecencia, y que la chica me contestó con otra, cosa que (tal vez por el coñac que tomamos en el coche, o por la ginebra del mostrador) nos causó mucha gracia. Después estábamos en una sala pulcra, impersonal, casi recogida, en la que había una mesa pequeña: la salita de espera de un dentista. Pensé a ver si nos sacan una muela. Se lo dije a los otros: —A ver si nos sacan una muela. Era imposible aguantar la risa, pero tratábamos de no hacer ruido. Las cosas se decían en voz muy baja. —Como en misa —dijo Julio, y a todos volvió a parecernos notablemente divertido; sin embargo, nada fue tan gracioso como cuando Aníbal, tapándose la boca y con una especie de resoplido, agregó: —¡Mira si en una de esas sale el cura de adentro! Me dolía el estómago y tenía la garganta seca. De la risa, creo. Pero de pronto nos quedamos serios. El que estaba adentro salió. Era un hombre bajo, rechoncho; tenía aspecto de cerdito. Un cerdito satisfecho. Señalando con la cabeza hacia la habitación, hizo un gesto: se mordió el labio y puso los ojos en blanco. Después, mientras se oían los pasos del hombre que bajaba, Julio preguntó: —¿Quién pasa? Nos miramos. Hasta ese momento no se me había ocurrido, o no había dejado que se me ocurriese, que íbamos a estar solos, separados —eso: separados— delante de ella. Me encogí de hombros. —Qué sé yo. Cualquiera. Por la puerta a medio abrir se oía el ruido del agua saliendo de


una canilla. Lavatorio. Después, un silencio y una luz que nos dio en la cara; la puerta acababa de abrirse del todo. Ahí estaba ella. Nos quedamos mirándola, fascinados. El deshabillé entreabierto y la tarde de aquel verano, antes, cuando todavía era la madre de Ernesto y el vestido se le separó del cuerpo y nos decía si queríamos quedarnos a tomar la leche. Sólo que la mujer era rubia ahora. Rubia y amplia. Sonreía con una sonrisa profesional; una sonrisa vagamente infame. —¿Bueno? Su voz, inesperada, me sobresaltó: era la misma. Algo, sin embargo, había cambiado en ella, en la voz. La mujer volvió a sonreír y repitió «bueno», y era como una orden; una orden pegajosa y caliente. Tal vez fue por eso que, los tres juntos, nos pusimos de pie. Su deshabillé, me acuerdo, era oscuro, casi traslúcido. —Voy yo —murmuró Julio, y se adelantó, resuelto. Alcanzó a dar dos pasos: nada más que dos. Porque ella entonces nos miró de lleno, y él, de golpe, se detuvo. Se detuvo quién sabe por qué: de miedo, o de vergüenza tal vez, o de asco. Y ahí se terminó todo. Porque ella nos miraba y yo sabía que, cuando nos mirase, iba a pasar algo. Los tres nos habíamos quedado inmóviles, clavados en el piso; y al vernos así, titubeantes, vaya a saber con qué caras, el rostro de ella se fue transfigurando lenta, gradualmente, hasta adquirir una expresión extraña y terrible. Sí. Porque al principio, durante unos segundos, fue perplejidad o incomprensión. Después no. Después pareció haber entendido oscuramente algo, y nos miró con miedo, desgarrada, interrogante. Entonces lo dijo. Dijo si le había pasado algo a él, a Ernesto. Cerrándose el deshabillé lo dijo. (Tomado de: http://www.cuentosinfin.com/

category/abelardo-castillo/)

Y sin embargo sé que algún día tendré un descuido, tropezaré con un mueble o simplemente me temblará la mano y ella abrirá los ojos mirándome aterrada (creyendo acaso que aún sueña, que ese que está ahí junto a la cama, arrodillado y con el hacha en la mano, es un asesino de pesadilla), y entonces me reconocerá, quizá grite, y sé que ya no podré detenerme. Todo fue diabólicamente extraño. Ocurrió mientras corregía aquella historia del hombre que una noche se acerca sigilosamente a la cama de su mujer dormida, con un hacha en alto (no sé por qué elegí un hacha: ésta aún no estaba allí, llamándome desde la pared con un grito negro, desafiándome a celebrar una vez más la monstruosa ceremonia). Imaginé, de pronto, que el hombre no mataba a la mujer. Se arrepiente, y no mata. El horror consistía, justamente, en eso: él guardará para siempre el secreto de aquel juego; ella dormirá toda su vida junto al hombre que esa noche estuvo a punto de deshacer, a golpes, su luminosa cabeza rubia (por qué rubia y luminosa, por qué no podía dejar de imaginarme el esplendor de su pelo sobre la almohada), y ese secreto intolerable sería la infinita venganza de aquel hombre. La historia, así resuelta, me pareció mucho más bella y perversa que la historia original. Inútilmente, traté de reescribirla. Como si alguien me hubiese

robado las palabras, era incapaz de narrar la sigilosa inmovilidad de la luna en la ventana, el trunco dibujo del hacha ahora detenida en el aire, el pelo de la mujer dormida, los párpados del hombre abiertos en la oscuridad, su odio tumultuoso paralizado de pronto y transformándose en un odio sutil, triunfal, mucho más atroz por cuanto aplacaba, al mismo tiempo, al amor y a la venganza. Me sentí incapaz, durante días, de hacer algo con aquello. Una tarde, mientras hojeaba por distraerme un libro de cacerías, vi el grabado de una pantera. Las panteras irrumpen en el templo, pensé absurdamente. Más que pensarlo, casi lo oí. Era el comienzo de una frase en alemán que yo había leído hacía muchos años, ya no recordaba quién la había escrito, ni comprendí por qué me llenaba de una salvaje felicidad. Entonces sentí como si una corriente eléctrica me atravesara el cuerpo, una idea, súbita y deslumbrante como un relámpago de locura. No sé en qué momento salí a la calle; sé que esa misma noche yo estaba en este cuarto mirando fascinado el hacha. Después, lentamente la descolgué. No era del todo como yo la había imaginado: se parece más a un hacha de guerra del siglo XIV, es algo así como una pequeña hacha vikinga con tientos en la empañadura y hoja negra. Mi mujer se había reído con ternura al verla, yo nunca me resignaría a

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Desde que mi mano acarició por primera vez el áspero y cálido correaje de su empuñadura, supe que la realidad comenzaba a ceder, que inexorablemente me deslizaba, como por una grieta, a una especie de universo paralelo... 24

abandonar la infancia. El día siguiente fue como cualquier otro. No recuerdo ningún acontecimiento extraño o anormal hasta mucho después. Una noche, al acostarse, mi mujer me miró con preocupación. «Estás cansado», me dijo, «no te quedes despierto hasta muy tarde». Respondí que no estaba cansado, dije algo que la hizo sonreír acerca del fuego pálido de su pelo, le besé la frente y me encerré en mi escritorio. Aquella fue la primera noche que recuerdo haber realizado la ceremonia del hacha. Traté de engañarme, me dije que al descolgarla y cruzar con pasos de ladrón las habitaciones de mi propia casa, sólo quería (es ridículo que lo escriba) experimentar yo mismo las sensaciones (el odio, el terror, la angustia) de un hombre puesto a asesinar a su mujer. Un hombre puesto. La palabra es horriblemente precisa, sólo que ¿puesto por quién? Como mandado por una voluntad ajena y demencial me transformé en el fantasma de una invención mía. Siempre lo temí, por otra parte. De algún modo, siempre supe que ellas acechan y que uno no puede conju-

rarlas sin castigo, las panteras, que cualquier día entran y profanan los cálices. Desde que mi mano acarició por primera vez el áspero y cálido correaje de su empuñadura, supe que la realidad comenzaba a ceder, que inexorablemente me deslizaba, como por una grieta, a una especie de universo paralelo, al mundo de los zombis que porque alguien los sueña se abandonan una noche al caos y deben descolgar un hacha. El creador organiza un universo. Cuando ese universo se arma contra él, las panteras han entrado en el templo. Todavía soy yo, todavía me aferro a estas palabras que no pueden explicar nada, porque quién es capaz de sospechar siquiera lo que fue aquello, aquel arrastrarse centímetro a centímetro en la oscuridad, casi sin avanzar, oyendo el propio pulso como un tambor sordo en el silencio de la casa, oyendo una respiración sosegada que de pronto se altera por cualquier motivo, oyendo el crujir de las sábanas como un estallido sólo porque ella, mi mujer que duerme y a la que yo arrastrándome me acerco, se ha movido en sueños. Siento entonces todo el


ciego espanto, todo el callado pavor que es capaz de soportar un hombre sin perder la razón, sin echarse a dar gritos en la oscuridad. Acabo de escribirlo: todo el miedo de que es capaz un hombre a oscuras, en silencio. Creí o simulé creer que después de aquel juego disparatado podría terminar mi historia. Esa mañana no me atreví a mirar los ojos de mi mujer y tuve la dulce y paradojal esperanza de haber estado loco la noche anterior. Durante el día no sucedió nada; sin embargo, a medida que pasaban las horas, me fue ganando un temor creciente, vago al principio pero más poderoso a medida que caía la tarde: el miedo a repetir la experiencia. No la repetí aquella noche, ni a la noche siguiente. No la hubiese repetido nunca de no haber dado por casualidad (o acaso la busqué días enteros en mi biblioteca, o acaso quería encontrarla por azar en la página abierta de un libro) con una traducción de aquel oscuro símbolo alemán. Leopardos irrumpen en el templo, leí, y beben hasta vaciar los cántaros de sacrificio: esto se repite siempre, finalmente es posible preverlo y se convierte en parte de la ceremonia. Hace muchos años de esto, he olvidado cuántos. No me resistí: descolgué casi con alegría el hacha, me arrodillé sobre la alfombra y emprendí, a rastras, la marcha en la oscuridad. Y sin embargo sé que algún día cometeré un descuido, tropezaré con un mueble o simplemente me temblará la mano. Cada noche es mayor el tiempo que me quedo allí hipnotizado por el esplendor de su pelo, de rodillas junto a la cama. Sé que algún día ella abrirá los ojos. Sé que la luna me alumbrará la cara. (Del libro Las panteras y el templo, Buenos Aires,

Emecé, 1993. Tomado de https://semioticaiscaa.files.

wordpress.com/2009/02/abelardo-castillo.pdf)

Abelardo Castillo (Buenos Aires 1935-2017) Novelista, cuentista, dramaturgo y ensayista argentino. A los once años se trasladó con su familia a la ciudad bonaerense de San Pedro, donde vivió hasta los diecisiete años. En 1952 regresó a Buenos Aires. A los veinticuatro años obtuvo el primer premio del concurso de la revista Vea y Lea, cuyos jurados fueron Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Manuel Peyrou. Fue editor de las importantes revistas literarias El escarabajo de oro, El ornitorrinco y El grillo de papel. Entre sus libros de relatos están: Las otras puertas (1961), Cuentos crueles (1966), Las panteras y el templo (1976) y El espejo que tiembla (2005). En novela: El que tiene sed (1985), Crónica de un iniciado (1991) y El evangelio según Van Hutten (1999). En dramaturgia, su obra de teatro Israfel recibió el Primer Premio Internacional de Autores Dramáticos Latinoamericanos Contemporáneos del Institute International du Theatre, Unesco, París. Ese mismo año, por la pieza El otro Judas obtuvo el Primer Premio en el Festival de Teatro de Nancy, Francia. Entre muchísimos premios, Castillo recibió en 1986 el Premio Municipal de Literatura por El que tiene sed, en 1993 el Premio Nacional de Literatura por el conjunto de su obra, y en 1994 el Premio Konex de Platino. En 2007 fue galardonado con el Premio Casa de las Américas de Narrativa José María Arguedas por El espejo que tiembla. Por su taller literario pasaron generaciones de cuentistas, y ha sido admirado y querido como un maestro por autores como Juan Forn, Rodrigo Fresán, Gonzalo Garcés, Pablo Ramos y Samanta Schweblin, entre muchísimos otros. Fue una de las figuras más relevantes de la literatura argentina del siglo XX. Incursionó en todos los géneros literarios y se destacó también por su fuerte compromiso social y político. Su obra fue traducida a catorce idiomas, entre ellos el inglés, francés, italiano, alemán, ruso y polaco. 25


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galardón

Soy espejo Brilla el agua en mi piel y no la siento corre a chorros el agua por mi espalda no la siento me froto con la toalla me pellizco en un brazo no me siento comienzo a vestirme a tropezones de los rincones brotan relámpagos de gritos ojos desorbitados ratas que corren dientes aún no siento nada me extravío en las calles: niños con caras sucias pidiéndome limosna muchachas prostitutas que no tienen quince años todo es llaga en las calles tanques que se aproximan bayonetas alzadas cuerpos que caen llanto por fin siento mi brazo dejé de ser fantasma me duele luego existo vuelvo a mirar la escena: muchachos que corren desangrados mujeres con pánico en el rostro esta vez duele menos me pellizco de nuevo y ya no siento nada simplemente reflejo lo que pasa a mi lado

los tanques no son tanques ni los gritos son gritos soy un espejo plano en que nada penetra mi superficie es dura es brillante es pulida me convertí en espejo y estoy descarnada apenas si conservo una memoria vaga del dolor.

Hoy es noche de sombras... Hoy es noche de sombras de recuerdos-espada la soledad me tumba. Nadie que aguarde mi llegada con un beso y un ron y mil preguntas. La soledad retumba. Quiere estallar de rabia el corazón pero le brotan alas.

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El muro de las sonrisas Cuando el amor se aja se marchita se te vuelve amarillo no hay remedio sólo te queda la sonrisa. Cuando te sientes sola entre sus brazos y tu piel es frontera y no te brota el llanto sólo te queda la sonrisa. Cuando te sientes sola entre sus brazos y tu piel es frontera y no te brota el llanto sólo te queda la sonrisa. Cuando el canto se oxida y el paisaje y todo lo vivido es un espectro tu único refugio es la sonrisa: ese muro cerrado impenetrable sin ayeres sin hoy y sin mañanas donde todos los sueños se hacen trizas.

Lamentación de Ariadna

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No te pierdas, Teseo vuelve a mí. La playa está desierta tengo los pies sangrientos de correr en tu busca ¿será que me engañaste dejándome dormida en esta isla? Perdóname, Teseo ¿Recuerdas nuestro encuentro? amor eterno me juraste y yo te di el ovillo y volviste a la luz

después de haber destruido al minotauro. ¿Te secuestró algún dios sintiéndose celoso? No me inspiran temor ni Poseidón ni Zeus es de fuego mi ira y se alzará desde estas aguas hasta el cielo. Vuelve, vuelve, Teseo no te pierdas en los laberintos de la muerte anda suelto el ovillo de mi amor atrápalo, Teseo vuelve a mí soy tu tierra tu luna tu destino. Clava en mí tus raíces.

Canto al hijo que viene Por mi caudal de sangre haces tu viaje al mundo, y te imagino hermoso, coronado de júbilo y misterio. ¿Cómo serán tus ojos? ¿Se habrán abierto acaso entre mis aguas quietas? ¿Cómo será tu voz que ya mi amor sustenta? La adivino cargada de soles y distancias, recogiendo su aroma por verdes litorales. ¿Por qué fui yo y no otra la que engendró tu aliento? Tengo miedo que heredes mi tristeza, mi soledad, mi angustia. Sumergido en mi caja de tinieblas tu corazón palpita. Llegan a él los encendidos ríos de mi cuerpo. ¿Por qué a través de mí haces tu entrada al llanto? Se romperán tus alas entre mis piernas duras y en vez de canto un grito se alzará en tus oídos.


Rito incumplido

A mi madre

Dicen que la muerte es solitaria que nos morimos solos aunque estemos rodeados de aquellos que nos aman pero tú me llamaste y yo no estuve: no te cerré los ojos no te besé la frente no te ayudé a pasar al otro lado estuve lejos lejos de ti que me alumbraste me nutriste educaste mis alas. No cumplí con el rito estuve lejos lejos y ese es el sollozo que me arrebata en olas en cúpulas en grutas y no puede salir y me persigue en sueños y me ahoga. Perdóname/libérame necesito aullar batir tambores un golpe en la cerviz un estallido para arrancar de cuajo este sollozo y no invocarte más en desolados versos.

Mi laberinto Mi laberinto es circular voy cavando en el aire con los ojos clavados en la muerte que me bebe y me bebe en cada vuelta.

Claribel Alegría (Estelí, Nicaragua, 1924) Poeta, novelista y ensayista. Vivió su niñez en la ciudad salvadoreña de Santa Ana, donde estudió la primaria y secundaria. En 1943 viajó a Estados Unidos y en 1948 se graduó en Filosofía y Letras en la Universidad George Washington, en Washington D.C. Entre los años 1944 y 1947 tuvo como mentor a Juan Ramón Jiménez. Ha vivido en México, Santiago de Chile, Buenos Aires, Montevideo, París, Palma de Mallorca y Nicaragua, donde reside actualmente. Entre sus títulos destacan Anillos de silencio (1948), Suite de amor, angustia y soledad (1950), Vigilias (1953), Acuario (1955), Huésped de mi tiempo (1961), Vía única (1965), Aprendizaje (1970), Sobrevivo (1978), Suma y sigue (1981), Flores del volcán (1982), Mujer del río (1989), Fugues (1993), Variaciones en clave de mí (1993), Umbrales (1997) y Saudade (1999). Ganó el Premio Casa de las Américas en 1978, el Premio Neustadt, Oklahoma 2006, y en mayo de 2017 fue galardonada con el XXVI Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. 29


Arquímedes González Torres

E

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scuché golpes en la puerta, pero me negaba a abandonar el sillón en el que miraba la televisión. A la tercera vez, comprendí que habían destrozado la paz de mi estancia solitaria. Era la esposa de mi amigo. Se veía tensa. Cargaba en brazos a su hijo de dos años quien era el diablo personificado. —Tengo un mal presentimiento —anunció, entrando aún sin decir buenas noches ni pedir permiso. Se acomodó en una silla soltando al mocoso que comenzó a hacer travesuras y destrozar cuanto había a su paso. Su esposo había viajado esa mañana a Francia y estaría unas doce horas en vuelo. Iba a unos seminarios sobre administración de empresas. Yo mismo los trasladé en mi vehículo al aeropuerto y me regresé a la ciudad con ella y el niño ogro. Su cara se desbordaba de angustia. Habló de pequeños golpes

en el corazón, jadeos respiratorios y un constante pensamiento negativo que la mantenía nerviosa, sin embargo la mayoría de sus problemas eran por el niño regordete que iba y venía por la sala, tomando el teléfono, el control remoto, apagando y encendiendo el televisor, pidiendo agua, tirando el vaso y yo, impaciente, contaba los segundos para que se largaran pues estaba a la mitad de un documental sobre Monet. Ella insistía en llamar por teléfono a su marido. ¡Las mujeres pueden ser tan tontas! Le expliqué que no se podía porque estaban en pleno vuelo. Era mejor esperar. Para relajarla, comenté riendo: —Igual, si el aparato cae, te darán cien mil dólares de indemnización. Fue un mal chiste porque me miró con ojos de buitre. Cambió de tema.

El niño se tomaba no sé cuántos biberones de leche al día, compraban cuatro bolsas de pañales desechables para una semana, estaba demasiado gordo para su edad, se había vuelto adicto a la Coca Cola y, el médico, temiendo se volviera un triglicérico y colesterótico obeso, lo había mandado a dieta. El esposo había comprado un traje muy lindo para el cumpleaños del niño y también le regaló al monstruito una cama en forma de un automóvil. Pero lo que mi amigo decía y que me lo guardaba, era que estaba ahogado por las deudas. No podía vivir oyéndola acusarlo de ‘avaro’ porque se oponía a más gastos. Entre tragos de whisky, me confesaba que su deuda con las tarjetas de crédito ascendía a quince mil dólares. Yo trataba de no involucrarme, pero una vez le expresé mi rechazo: ¿¡Estás loco!? ¡Te endeudás sólo para satisfacer las rabietas de tu mujer! Mientras platicaba con ella, el pequeño huracán revolvía, iba y venía sin que yo pudiera tomarlo de los cabellos y sentarlo de una vez para que dejara de joder. Le dediqué miradas serias, la mamá observó mi rechazo, lo tomó de la cintura y lo colocó en sus piernas. El niño se agitaba, se retorcía, daba manotazos, la arañó en la cara, la pateó y gritó como perdido en la selva. Ella amenazó con dejarlo sin su Coca Cola de la noche. ¡Pobrecito! El niño lloró como condenado. Ella agregó que mi amigo había comprado casa nueva y pronto se mudarían. Que era grande, tres cuartos, uno para ellos, otro para ese demonio y, el último, para la empleada. Describía una espaciosa cocina, un lindo jardín y una terraza para pasar las tardes. De pronto, recordó el tema que la había traído. —No sé qué voy a hacer si le pasa algo…


cuento Traté de consolarla explicándole que según las estadísticas, es más probable morir en un accidente de tránsito que en percances aéreos y para hacerla olvidar su temor, le ofrecí comida. Aceptó y me arrepentí de la invitación, pero ya era tarde. Preparé unos espaguetis con carne y ensalada. Comí despacio oyendo el interminable y aburridísimo relato de su diaria vida con el pequeño engendro que no paraba de molestar. Su plática era como una infinita vomitada. Guardando mi enojo, miraba a la bola de carne que estaba hipnotizado frente al televisor comiendo o más bien tragando como un cerdo. Se quedaron tres largas y tortuosas horas. Ya me sentía cansado. No soportaba a pequeños ciclones que no pueden ser controlados por sus padres, me hastiaba el monólogo de su fastidiosa vida y que no paraba de hablar como si se hubiera comido un perico. Pobre mi amigo. Al fin, se fueron. Miré una película comenzada. Casi me dormía y cambié a la estación de noticias. Para asombro y horror, hablaban de un accidente aéreo. Un avión se había estrellado cinco minutos antes de aterrizar en el aeropuerto Charles de Gaulle. Petrificado, escuché los primeros informes. Según decían, la nave había estallado poco antes de caer y los restos se habían esparcido en una pequeña población en las afueras de París desatando incendios y matando a decenas de moradores. Calculé las horas. Había una gran probabilidad de que fuera el aparato en el que viajaba mi amigo. Me sentí mal por mi anterior burla. —¡Oh Dios! —solté, tomándome los cabellos.

No podía vivir oyéndola acusarlo de ‘avaro’ porque se oponía a más gastos. Entre tragos de whisky, me confesaba que su deuda con las tarjetas de crédito ascendía a quince mil dólares. Había un dato importante: presentaban el número del vuelo. Llamé por teléfono a las oficinas de la compañía. Aseguraron no tener información. ¡Pero si está en las noticias! Les grité, sin embargo no obtuve más datos. Pidieron que me calmara y aguardara a que se aclararan las versiones. ¡Pero es mi amigo!, insistí. En mi cabeza bailaba la terrible danza del remordimiento por el comentario fúnebre que yo había hecho y me imaginaba los reproches que me haría su esposa. Esperé unas horas y la mujer apareció, esta vez sin el niño que lo había dejado donde sus padres. Lloraba. Su cara estaba desfigurada por el dolor de la terrible noticia y por la confirmación de su mal presagio. La abracé, sentí su pecho jadeando y me entraron unas horribles ganas de besarla y hacerle el amor. La culpa embargó mi corazón y también lloré. —¿Qué voy a hacer? —preguntó convencida de que su marido y mi mejor amigo estaba muerto. Traté de aliviarla, pero no almacenaba palabras para esto. Contó que hacía poco la habían contactado de la aerolínea para comunicarle que el avión en el que viajaba su esposo estaba ‘desaparecido’. Fuimos al aeropuerto en mi automóvil y en el camino, ella me preguntó quejumbrosa: —¿Cuánto dinero dijiste que daban?…

Arquímedes González Torres (Managua, Nicaragua, 1972) Periodista y escritor nicaragüense, ha publicado: La muerte de Acuario (2002), Qué sola estás Maité (2007), Tengo un mal presentimiento (2009) y las novelas Conduciendo a la salvaje Mercedes (2016), El fabuloso Blackwell (2010) y Dos hombres y una pierna (2012). En 2013 publicó el libro de relatos Clases de natación. Finalista del IV Certamen de Novela de Crímenes Medellín Negro, en 2015 y finalista del Premio Internacional de Novela Ciudad Galdós, en España en 2014. Ganador del Premio Centroamericano de Novela Rogelio Sinán 2012, IV Premio Internacional Sexto Continente de Relato Negro en España, 2011 y ganador del Premio Centroamericano de Novela Corta en Honduras, 2010. Es editor del periódico Hoy en Managua.

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Al amanecer lo sacaron al patio

El balsero

Lo que quiso decir se le olvidó de pronto. Pensó en su madre, como siempre ocurre. Tembló, está temblando, y se orinó de miedo. Las manos bien atadas. Detrás de él, el muro.

Cuando lo recogieron era un cadáver más, boca arriba en la balsa, con los ojos comidos por el sol, los párpados abiertos que dejaron pasar la última mirada interrogante al cielo azul bellísimo, indolente.

Miró a sus semejantes levantar los fusiles mientras la voz de Dios gritaba: ¡Fuego!

Mirad el fondo de esas cuencas podridas: ahí reposa la Historia con todos sus discursos.

con un leve empujón de despedida.

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premio Kindertotenlieder

Si algunas piedras de la muralla de Ávila se soltasen, toda se vendría abajo. Es como arrancarle páginas a nuestra biografía: este presente podría desmoronarse con el polvo que desprenden las construcciones que se precipitan. Polvo y solo polvo, como bíblica admonición. Pulvis et umbra sumus. Estos lodos.

Se está tan bien aquí a expensas de tu vida. Déjame un poco más. Yo quiero conocerte fuera de ti, cómo miran tus ojos a los míos: serán espejos para saber quién soy.

La realidad es demasiado escueta para que podamos soportarla. Dentro del corazón continuamente se entremezclan, aparecen a cara descubierta o intercambian disfraces la bondad y la sombra la serenidad y el horror el amor y el olvido, mientras los días pasan comiéndonos el alma.

Quiero dejar mi cara sobre tu piel tan suave porque será parecida a la mía. Llenarme de tu olor, llevármelo conmigo allí donde me lances.

Abrirse paso entre la bruma, difícil avanzar con tanto lodo al corazón de la luz, al corazón de las tinieblas.

Permítete abrazarme, protégeme del mundo y de ti misma. Mi vida a cambio de tu remordimiento.

La tarde y el caos

Veo una luz que no es la vida, es la del túnel: un regreso sin haber llegado. Desmembrado van sonando mis trozos cuando caen en ese cubo de basura. Tu corazón va cayendo conmigo.

Recordando a Joseph Conrad Para María Vaquero, in memoriam En Ávila está cayendo una lluvia delgada y pertinaz que revuelve ciertas sombrías emociones. Siempre el mismo sendero a través de la bruma, abriéndonos camino entre los rostros, a cuestas con un pesado saco de palabras de más, de ingenuidades que hacen enrojecer, tantos buenos propósitos y mapas mal trazados que no nos condujeron a ninguna parte.

En Ávila la tarde se nos venía encima en forma de destino al andar por la calle envueltas por el frío que ya era familiar. Un café como siempre, cigarrillos y palabras palabras para aplacar el caos. Fuimos andando calle abajo y sucumbimos al asfalto; espantapájaros los escuálidos árboles nos alertan, severos, de que no quedará títere con cabeza. Me siento poca cosa entre mis frases, con los años que tengo y cuando los espejos ya no me favorecen; ¡qué manía, qué vicio de presumir verdades si por más que sea grave, solemne y reflexiva todo parece tan vulgar! Pero echaste a correr tropezando con gentes y con ruidos, frenética, corriendo. Cuando pude alcanzarte jadeabas enfadada:

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“¿qué es eso de hacer planes, cuando mi corazón es un zapato viejo dentro de un sucio charco?”. ¿Qué nos queda intentar, dónde meternos, te decía, si el sol, acorralado por el gélido ambiente, se mantiene impotente como un sueño frustrado? ¿en dónde guarecernos, cómo cuidarnos de nosotras mismas mientras la tarde, el café, las palabras palabras ya no bastan, amiga, para seguir viviendo como si no pasara nada?

La Habana Para Glendys Cambero

los amorosos perros abandonados a su sarna, los gatos del terrible festín de los hambrientos, los cuerpos que se compran y venden por las sobras: ciudad de socavones como desgarraduras de un alma que no sana, que no puede cerrar su herida, su desastre, cada día aumentado como un remordimiento. Oh ciudad dibujada con volutas de humo, movida por el son que conjura la muerte, nacida de la cópula del sueño de unos dioses: ángel de la bahía, alas empegotadas de melaza y penuria, vulgaridad y alcohol, permaneces, no obstante, con tus muertos ilustres, con tus medias palabras contra toda retórica, porque lo tuyo es resistir. Quiero decir amor pero digo La Habana, su metáfora.

Como el amor te adhieres en el alma con tu susurro melancólico. Decir amor es recordarte abrazada por álamos suntuosos, con raíces que escarban tenazmente la tierra buscando un asidero contra el feroz olvido.

Los fieles difuntos

Ciudad enardecida entre densos vapores de sudor y lavanda, te aquietas, sin embargo, aletargada, soñolienta, con la apacible dejadez del verde humedecido de tus jardines descuidados.

Pasan, se esfuman de la escena y sólo dejan flotando en la memoria los más escuetos rasgos, boceto de una cara de frente o de perfil, los asuntos pendientes, algunas frases fuera de contexto y los tristes zapatos que anduvieron el paso tan fugaz del día a día.

Te vuelves múltiple y diversa en las piedras estoicas de las columnas y los muros, los muros de las casas desvencijadas, carcomidas, de puertas siempre abiertas, con paredes rajadas por la desesperanza, piedras que van cayendo con discreción solemne al compás de la ruina, como sordos latidos de un corazón exhausto. Sembrada en adoquines o en asfalto, impávida ante el tráfago de almas o gorriones, transitada por miedos vestidos de paisano, te alzas crepuscular, magnífica, maltrecha, con tu belleza mórbida embadurnada de consignas.

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No importan la erosión del polvo y el salitre, la sordidez de las perennes cucarachas, las aguas pestilentes,

... su paso de acordeón, su palabrota... (césar vallejo)

De pronto un golpetazo terminó la rutina, una brusca manera de estropearles la tarde los lanzó al otro lado. Nosotros, los de acá, sólo atinamos a decir unas cuantas bobadas. Hasta que suenen en la puerta, en nuestra puerta, esos toques que nadie más escucha.


Compasión del asfalto Para Carlos Cobiella Long and winding road... (the beatles) Sin un guardia, sin una señal que indique que el camino ha llegado a su fin, o cuánto tiempo falta, o si has equivocado la ruta una vez más, mientras los trozos de uno mismo van marcando lo que hemos recorrido. Nada acorta distancias, no hay mapas, no hay atajos. Ningún compañero de viaje se mantuvo en silencio, ni conservó la voluntad de continuar acompañándote. Camina únicamente, no te fatigues con preguntas. El cuerpo pesa, es cierto,

porque pesan los rostros que llevamos encima. No te lamentes, no existe retirada. Sigue como un obseso o como un dios. No hay compasión excepto la del asfalto estremecido. Andar como si nada recordando canciones a propósito, apretando la mano del invisible acompañante: un verso a veces o un cuerpo ensimismado fueron alivios al cansancio. Y gritas ¡madre! y no aparece la que tú conociste y gritas ¡padre! y no sabrías identificarlo y la llamas a ella y te responde un eco parecido al recuerdo de los actos inútiles. Nadie estará aguardándote al final del camino. Busca la sombra del más humilde de los árboles, reposa si es posible, que ciega el resplandor de la evidencia única.

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Auto de fe entre el cielo estrellado y el truncado destino. (elizabeth barrett browning) El sueño de la razón produce monstruos (francisco de goya) ... si me fuese a morir que tu mano esté sobre mi mano (lina de feria)

I Aquí nunca hay otoño. Pero cuando amenazan los ciclones, cuando las hojas de los árboles caen, verdes aún, entonces hay una tregua bajo el sol. El viento llega del malecón y deshace tu pelo y tus ideas. Caminas estrujando papeles recién traídos de Santiago: el viaje ha sido largo ¿será también inútil? y te preguntas cómo es posible que simples bienvenidas, cómo es posible que tan poco ahora te obligue a tanto.

II Hay que sobrevivir. Y detrás de esa frase siempre los más oscuros desenlaces la estrategia la cómplice aquiescencia la piedrecita en el zapato.

III Bienaventurados los locos como tú que intentan asaltar el paraíso con un cuchillo de cocina oculto entre las ropas.

IV

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Hombres uniformados abren y cierran rejas y dan grandes zancadas por los pasillos de tu vida. No tiembles. Que no vean que te mueres de miedo, que no sepan que no tenías para casos así ningún poema preparado.

Miente, por favor, miente: ¿qué verdad hay tan grande para momentos como estos?

V En el sueño de Dios ocurren cataclismos, bofetadas, suicidios, delaciones. En el sueño de Dios alguien está gritando alguien corre y arrastra su falda estrafalaria barriendo la ciudad con su terror a cuestas llamándose, llamándose. ¡Qué grito el de su rostro embobecido qué a pulmón lleno raja, está rajando ese cielo impasible para que Dios despierte de una maldita vez!

VI El sueño de la razón produce paz, no monstruos. En el banco de un parque crípticos balbuceos la sonrisa babeante. Ya ni los policías la consideran peligrosa.

VII Al otro lado del espejo está la libertad. Ahora la vida te pertenece toda —la locura es la única disidencia que se permite—. Has ganado muchísimos derechos: a no vivir si no te da la gana a no peinarte incluso; tienes también derecho a escupirle a este mundo en pleno rostro a hablar mal de los héroes y acaso hasta un pequeño insulto contra los Infalibles. Al otro lado del espejo ya nadie escuchará detrás de tus paredes ni hablarás en susurro ni andarás de puntillas. Miras por la ventana donde se asoma a veces Dios. A veces. Ahora te pertenece lo que queda de ti. Dicen que entre las ruinas se producen milagros.


VIII Para ti todo ha terminado. Ya solo eres un nombre que muy pocos recuerdan. Ha sonado el portazo de Dios y estás del otro lado.

IX Porque el sueño de Dios es el olvido.

Las falsas imágenes Vienes imprevisible extraña amiga tu rostro de retrato carcomido se instala frente a mí como un augurio. Me das tus señas siempre equivocadas como si no te conociera ya como si no supiera quién te asiste qué viento tan antiguo no te trae descifrando la tarde cabalística con tus pasos de sueño, tus barajas, tus verdades a plazos, tu manoseada paz desde otro cuerpo como si no supiera tantas cosas. Vienes casi jadeante, perseguida, con tu careta siempre inescrutable, con tus joyas, tus trajes más ruidosos, tus sonidos, con tu insistente acontecer de tarde en tarde. Llegas dando saludos musicales muy próxima y lejana como el mar aconteciendo mi futuro a pequeños avisos. Sí, son ellas, las Erinnias del caos que traes entre las manos como un regalo prodigioso. Dispones los colores, las entregas, los caracoles de la predicción, participas del hambre y de la ruina que ya lo llenan todo, tan maldita, tan dulce, tan amable, sin despejar tu rostro, tus caretas, las cosas que yo sé pero que escondes; llegas solo mirando mirándome mirar tu inexistencia como si no ocurriera nada.

Señora de la noche de la luz oblicua de las calles de las puñaladas, de los borrachos y las puertas cerradas señora de los mendigos y los perros hambrientos, de las aceras húmedas. En tu hora todo recobra su sonido: el aire suena más, los pasos en la calle, la soledad suena más. Señora del eco, de la contestación pronta y lejana señora prostituta de la noche ¿me da usted fuego para mi cigarrillo cardíaco? No me deje usted sin la respuesta, es tarde Dios también duerme como todos los otros, ayúdeme a llegar a casa: mis fotos se están volviendo pedazos sucios y amarillos.

Lilliam Moro (La Habana, 1946) Estudió en el Instituto Pedagógico Makarenko y en la Facultad de Letras de la Universidad de La Habana. En 1965 obtuvo el primer premio de poesía en el concurso celebrado entre las facultades de Letras de las tres universidades de la Isla. Formó parte del grupo de Ediciones El Puente. En 1970 se marchó del país y vivió 41 años en España, dedicada a la edición y las artes gráficas. En la actualidad reside en Miami. Sus poemas han aparecido en antologías de España y EE.UU. Poemarios publicados: La cara de la guerra (Madrid, 1972), Poemas del 42 (Madrid, 1989) y Cuaderno de La Habana (Madrid, 2005). En 2004 su novela En la boca del lobo fue premiada en Madrid y publicada ese mismo año. Obra poética casi completa recoge lo publicado y lo inédito de 50 años, excepto lo que se ha perdido por los avatares del destino. Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador 2017. 37


Pedro de Isla

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a nota ocupó tres líneas en la sección financiera del periódico matutino. Darío no tuvo tiempo suficiente para leerlas esa mañana porque se le hacía tarde y el trabajo pendiente le esperaba sobre el escritorio. Ya tendría oportunidad de revisar la información a mediodía —pensó mientras manejaba por las calles del centro de la ciudad—, tal vez antes del almuerzo de trabajo agendado con su cliente más importante. Y si no, aún le quedaban ese par de horas muertas entre el regreso a la casa y el momento de irse a dormir. Bajó del auto y, apenas recargó su cuerpo sobre su pierna derecha, sintió nuevamente el dolor agudo en el pie. Habían pasado dos semanas desde que le quitaron el yeso y el talón de Aquiles seguía molestándole. La fractura también le recordaba su inminente cumpleaños. Pendejo, se dijo, ya no puedo hacerme el valiente. Atravesó en diagonal el amplio espacio de la sucursal bancaria hasta que llegó a su oficina en la esquina más alejada de la entrada. Cruzó la puerta y dejó caer el maletín

negro en el hueco que se formaba entre la pared y el escritorio. Desde su espacio privado, con paredes de madera en la parte inferior y cristal en el resto, mantenía al alcance de la vista a todos sus subordinados, excepto a los que estuvieran en la pequeña bóveda bancaria y al vigilante del exterior. Encendió la computadora y mientras se iniciaban los programas, revisó de reojo las seis filas de clientes que comenzaban a formarse frente a las ventanillas de la sucursal. Esa mañana de lunes, el correo electrónico estaba saturado de mensajes del fin de semana: solicitudes de reinversión de capital por parte de inversionistas a plazo, chistes que había recibido más de una vez, memorandos informando de estados de cuentas que debían ser transmitidos confidencialmente a los abajo firmantes, peticiones de investigación de estatus crediticio de potenciales clientes, cartas solicitud de créditos hipotecarios y correos cadena gracias a los cuales, si lo reenviabas a tus conocidos, se podía salvar a un niño californiano

con leucemia porque una importante empresa donaría un centavo por cada mensaje reenviado. No bien se acomodó en su silla para comenzar a responder los correos más importantes y desechar los inútiles, distinguió junto a la puerta principal a don Onésimo. Lo observó saludar al guardia, quitarse el sombrero y hacer una de sus caravanas, tan pasada de moda, a Silvina, la cajera gordita. También escuchó claramente el beso que le propinó en la mejilla a Camelia, otra cajera del turno y la única casada. Luego, el viejo se irguió y caminó marcando cada paso sobre el suelo recién trapeado rumbo a la oficina donde despachaba Darío. Sí, la mañana prometía ser larga. Existía un claro problema de comunicación: don Onésimo no entendía por qué no era sujeto de crédito y Darío no entendía por qué el viejo insistía tanto si nunca cruzaba la primera fase del proceso para recibir ese crédito hipotecario que tanto insistía en solicitar. Ya se escuchaba a sí mismo explicándole por enésima ocasión que solvencia económica y solvencia moral no son lo mismo, don Onésimo. Se ve que usted es bueno y por lo que me cuenta trabaja duro para rescatar su negocio, pero al banco hay que hablarle con números, aquí las palabras se escriben con números, no con letras. La paciencia de Darío se multiplicaba ante ese viejo sentado en su oficina. A otros solicitantes que no llenaban los requisitos tal y como señala el Procedimiento Estándar para la Tramitación de Préstamos en los casos de Personas Físicas y Morales, aprobado tanto por el Departamento Jurídico como por la Contraloría Interna del Corporativo, simplemente les pedía que regresaran, ahora sí, con la papelería completa, para iniciar el trámite correspondiente y darles una respuesta oportuna a su solicitud.


narrativa Atravesó en diagonal el amplio espacio de la sucursal bancaria hasta que llegó a su oficina en la esquina más alejada de la entrada. Cruzó la puerta y dejó caer De lo contrario, señor, me es imposible comenzar las gestiones que nos exige el sistema estandarizado del banco y las leyes vigentes en la materia. El talón le seguía doliendo. Necesitaba revisar ese pie. No era la primera vez que consideraba levantarse de la silla y dejarlo hablando solo. Sabía que el viejo no tocaría ningún papel, ni se atrevería a leer, aunque fuese por curiosidad, el memorando que sobresalía del altero de papeles. Aunque tal vez sería bueno que leyera las razones de la negativa del crédito a la señora Anguiano: falta de bienes hipotecables, inconsistencia en las referencias comerciales y problemas para presentar un aval con la suficiente solvencia económica. Levantó la pierna bajo el escritorio y movió el pie, despacio, en pequeños círculos, esperando sentir esa punzada repentina que le indicaría el sitio exacto donde nacía el daño. Siguió moviéndolo sin resultados hasta que, a la sexta o séptima vuelta, no estaba seguro, uno de los huesos rozó con algo y el dolor apareció de improviso. El rictus fue inmediato. No se preocupe, señor, desde que me quitaron el yeso siento un dolor de repente, creo que esto va a tardar en sanar más de lo

que esperaba, hasta he pensado en tomarme unos días, pero nada más vea cómo está mi escritorio lleno de pendientes, y si le enseño mis correos seguramente se asustará y entendería por qué no me puedo ir ni un solo día. Don Onésimo asintió con la cabeza, se apoyó en el descansabrazos derecho y siguió explicando su propuesta para liquidar el préstamo en un plazo razonable, una vez que se le otorgara el crédito que solicitaba. Nunca llevaba los papeles que Darío le pedía para iniciar el trámite, por lo que era sencillo intuir que no los tenía. Él, sin embargo, insistía con la vehemencia de su primera visita. Era tan importante obtener ese crédito para salvar un negocio que ya estaba muerto desde hacía años, pero que no puedo dejar caer así como así, porque si lo pierdo sin luchar, qué ejemplo le voy a dejar a mis hijos, a ver, dígame, póngase en mi lugar, qué ejemplo voy a ser para ellos. Malo, bastante malo, pensaba Darío. Llegar a la jubilación y aferrarse a un imposible parece ser lo único que mantiene con vida a este viejo. Eso sucede cuando uno no piensa las cosas, se deja llevar por la avaricia del dinero rápido o le hace caso al sueño ese de ser su

el maletín negro en el hueco que se formaba entre la pared y el escritorio. Desde su espacio privado, con paredes de madera en la parte inferior y cristal en el resto, mantenía al alcance de la vista a todos sus subordinados, excepto a los que estuvieran en la pequeña bóveda bancaria y al vigilante del exterior.

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propio jefe. Tan sencillo que resulta tener un empleo estable, salir de vacaciones con los gastos pagados, con la oportunidad de divertirse sin el remordimiento de que el negocio se quedó en manos de vaya uno a saber quién. Un mal ejemplo cuando, desde pequeños, tus hijos ven que eres el jefe y al mismo tiempo el barrendero, que no tienes un superior, ni una estructura de apoyo sólida y que por lo tanto nunca te puedes jubilar. Mal ejemplo cuando ven que planeaste tu vida tan mal que mientras trabajas para levantar un negocio, no piensas siquiera en que, a la vuelta de los años, una empresa, no como tu pequeña oficinita o tu minibodega, sino una verdadera empresa, llegará con decenas, centenas o miles de empleados, se va a colocar a muy pocas cuadras de donde te instalaste con tantas ilusiones y entonces no encontrarás la manera de competir con ellos y, tarde o temprano, tendrás que pedir un préstamo bancario para

sobrevivir aunque, finalmente y a regañadientes, deberás cerrar para marcharte a rumiar tu fracaso a la desvencijada sala de tu casa. Es un mal ejemplo porque durante años tu familia te verá con menosprecio, más aún mientras te encuentres en esa edad donde eres tan joven que nadie ve en ti la amplia experiencia necesaria para contratarte como un experto en tu área de especialidad, y ya eres lo suficientemente viejo como para que te nieguen un buen empleo porque hay cientos de recién graduados que harán el mismo trabajo por la tercera parte de lo que necesitas para mantener a tu familia. No entenderán que sigues insistiendo en mantener vivo tu negocio propio porque ya no existe otra opción, porque habrás dinamitado los puentes que te servían para regresar a tierra firme, a la seguridad de un empleo de oficina, con sueldo cada quincena, con prima vacacional, con aguinaldo, reparto de utilidades y una jubilación decorosa, una


maldita jubilación como la que se merecen todos los hombres buenos que se parten el lomo para sacar adelante a su familia. Será el peor de los ejemplos porque los jóvenes que realmente van a ser algo en su vida se dedican a trabajar para que, cuando tengan la edad de Onésimo, no necesiten aparecerse a diario en un banco como este, a escuchar la negativa de un muchacho que tiene la edad de su hijo y que le dé palmadas en la espalda antes de retirarse, condescendiendo a la necedad del viejo que siempre ha pagado sus deudas, a veces a tiempo y a veces un poco tarde, pero siempre poniendo peso sobre peso, porque de eso depende lo único que le queda: su honor. Muy mal, porque no se da cuenta de lo importante del ejemplo que les ha dado a sus hijos y nieto s: los sueños, sueños son; y no dan para vestir ni pagan la cuenta del supermercado. Una nueva punzada en el pie hizo saber a Darío que la mañana transcurría y el trabajo estaba parado por la inoportuna visita. Decidió excusarse porque tenía una cita en las oficinas generales con su jefe en media hora. Seguiríamos platicando, pero con el tiempo tan ajustado, usted me comprenderá don Onésimo. Tráigame los papeles que vienen puntualmente especificados en esta hoja y yo le garantizo que agilizaré los trámites: en dos semanas conseguimos todas las firmas necesarias y le hablaré para decirle cuándo tiene el dinero depositado en su cuenta. El viejo no salió del banco hasta que cuestionó cada uno de los papeles solicitados y saludó cortésmente y de mano a los empleados que se atravesaron en su camino rumbo a la salida de la sucursal. Darío esperó a que el hombre hubiese desaparecido al doblar la esquina. Sólo entonces tuvo la certeza de que no regresaría hasta den-

tro de unos días, no más de diez. Se levantó del escritorio, caminó hacia la puerta de seguridad que separaba la zona pública y el área restringida y tecleó su código de seguridad.

Darío regresó lentamente a su escritorio. No podía apoyar bien el pie, y si no fuera por esa llamada de Faustino, hubiese pasado más de media hora en el baño de la sucursal, buscando la forma de eliminar el penetrante olor que dejaba el ungüento de yodo con que se acababa de frotar el pie. Tomó el auricular y se dejó caer en su sillón. —Qué terco, compadre. ¿No podías hablar más tarde? —Es muy urgente —el tono de Faustino lo alarmó. Giró la silla y quedó viendo hacia la pared. —¿Qué te pasa? —Casi nada, que ahora sí me tocó la guillotina. —Ah cabrón. ¿Te dijeron por qué? —Lo de siempre. Que están trabajando en la reingeniería del banco y en esas cosas siempre se busca optimizar los recursos para ajustarlos a los nuevos presupuestos, eso significa que una de dos: o sobra alguien o hay que hacer que sobre alguien. Y me tocó el madrazo. —Muy mal. ¿Ya le dijiste a Clara? —No, apenas me estoy enterando ahorita. Parece que viene fuerte. Hasta le van a pegar a la parte operativa. —Como siempre, los que chingan nunca son los chingados. —El que parte y comparte se jode a la mayor parte. —Ni pex, si necesitas algo, un contacto, una recomendación, lo que sea, no dudes en llamarme, ¿ok? —Por eso te hablo. Voy a necesitar que me ayudes. No quiero perder el tiempo en citas que no funcionan si no conoces a una o dos personas dentro de la empresa. Apenas me enteré supe que debía

hablarte porque confío en ti tanto como tú confías en que te daré la mano cuando lo necesites. —Estoy seguro, tú échale ganas. Yo te daré la mano en lo que pueda. —Primero me voy a tomar unos días, Clara no lo va a entender de inmediato, por lo pronto adiós a las vacaciones en Las Vegas, ya habrá otro momento. El silencio se mantuvo en ambos lados de la línea telefónica. —Bueno, platicamos. —Ok. Pobre Faustino, le llegó su hora, murmuró Darío mientras abría su agenda electrónica y borraba los datos de trabajo de Faustino Alcaraz. Siempre que había recorte en el área de sistemas le hablaba para presumir que se salvó de nuevo. Fueron tres recortes previos y se quedó porque trabajaba como un burro. Su frase pública «tenemos hora de entrada, pero no de salida» encantaba a sus jefes y enfurecía a sus compañeros. «Como no tienes nada más que hacer», le recriminaban, a lo que Faustino respondía con un leve arqueo de hombros. Ahora Faustino también estaba fuera. Una lástima, una verdadera lástima que ya platicaremos, pensó Darío, al tiempo que tomaba una de las pilas de documentos sobre su escritorio. Anguiano, Sara; no procede. Tobías, Segundo; requiere un segundo aval. Treviño, Antonio; no procede. González, Macedonio; bajo reserva. Alanís, Armando; avalúo dudoso. Cada caso requería de, al menos, una llamada para concertar una cita y explicar la negativa del crédito, solicitar más documentos o aclarar dudas de procedimiento. Montes, Felipe... Valdés, Hugo... Mendiola, José María... Laurent, Patricia... Hurtado, Joaquín... Dos minutos antes del mediodía, la puerta de la sucursal dio paso a Hernán. Una vez adentro, no pudo ocultar su sorpresa al ver

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—Cuando corres a cuatro mil personas por todo el país y en un solo día —dijo—, no puedes darte el lujo de hablarles uno por uno, no terminarías nunca. Esta es una de las ventajas del correo electrónico. 42

desde lejos que el escritorio seguía ocupado por Darío. Al mal paso... suspiró y avanzó con firmeza, golpeando el suelo con los tacones de sus zapatos, esperando que al menos lo viera antes de llegar hasta él. Junto a la puerta ya no tuvo otro remedio. —¿Qué haces aquí? Darío levantó la vista. No pareció sorprenderse con la presencia de Hernán. —Este es mi trabajo, ¿no lo sabías? —Sí, pero... —¿Pero qué? —Deberías estar en el Corporativo. Como todo lo que provenía de Hernán, la frase no le gustó a Darío. Para él, un ex subordinado siempre sería eso: un subordinado que debía mantener la distancia y el respeto debido. Sólo que el mu-

chacho parado junto a la puerta, con un descontinuado saco cruzado color azul y una corbata amarilla, no lo entendía. O peor, lo entendía pero se negaba a aceptar quién fue y seguiría siendo el jefe, si no oficialmente, al menos sí en la práctica. —Deberías estar en el Corporativo —repitió Hernán. —¿Tú qué sabes de mi trabajo? No tengo ninguna cita allá ni hoy ni mañana ni el miércoles. En donde si tengo trabajo es encima de este escritorio. Si me dices que vienes de visita social, o sea a pasearte como se te ha vuelto costumbre, te darás cuenta que tengo demasiados pendientes y hoy no pienso quedarme hasta más tarde de lo estrictamente necesario. Hernán no contestó. Se dio cuenta que ese hombre sentado en


la mesa no sabía que era hora de retirarse, de formar parte del recuento de los daños colaterales que deja toda reingeniería organizacional. —¿Revisaste todo tu correo? —¿Sigues ahí? Pues no, apenas lo empecé a leer cuando llegó ese señor, Onésimo, a quitarme el tiempo como si me sobrara para estar escuchando sus necedades. Parece que no tiene nada más que hacer, por su culpa perdí más de una hora. Y luego Faustino con sus problemas. Lo acaban de reajustar y me habló para pedirme que le diera la mano. Hernán no le respondió. Se mantuvo parado junto a la puerta y esperó a que Darío continuara con su discurso. —¿Me perdí de algo?, ¿mandaste algún comunicado importante o sólo alguno de tus chistes de fin de semana? Hernán entró a la oficina, deslizó hacia atrás, despacio, una de las sillas frente al escritorio y se sentó lentamente. —Revísalo. Darío dejó de hablar y miró fijamente a Hernán hasta que el muchacho desvió la mirada para concentrarse en la cutícula de las uñas de su mano izquierda. De inmediato buscó en la pantalla los correos no leídos. Uno de ellos provenía de Recursos Humanos. Malo el asunto. No es buen día para que se acuerden de uno, pensó Darío. El contenido del correo justificaba la cara seria de Hernán y las pesadillas de Clara y Faustino. —¿Lo sabías? Sin levantar la vista, contestó Hernán —Me acabo de enterar. —¿Y tú? —Soy tu sustituto. Me nombraron gerente de la sucursal. —¿Eso es todo? ¿Ahora te enteras por un pinche correo? Hernán hizo la mueca de disgusto que sabía le molestaba a su ahora ex com-

pañero de trabajo. Pensó no responderle, pero de inmediato supo que era una buena oportunidad de mostrar su sangre fría. —Cuando corres a cuatro mil personas por todo el país y en un solo día —dijo—, no puedes darte el lujo de hablarles uno por uno, no terminarías nunca. Esta es una de las ventajas del correo electrónico. Antes lo hacían por carta o el jefe inmediato era el encargado de darles la noticia, pero entonces necesitabas mover mucha gente y distraerla de sus obligaciones o se enteraban del envío de las cartas de despido y sufrían días enteros esperando que les llegara. Ahora algunos lo sienten como un procedimiento frío, lo sé, pero al menos no resulta estresante. A ti te gusta la cacería y sabes que el golpe directo mata mejor que un montón de cuchilladas mal aplicadas. —Terminemos esto rápido —agregó Darío, mientras, comenzaba a recoger sus pertenencias—. Estas solicitudes de créditos están muy atrasadas. Los expedientes están en tres pilas. Los de la derecha son los que no están autorizados y hay que hablarles. Los del centro requieren papelería y a los de la izquierda sólo les falta que se abra una cuenta para que el cliente proceda a retirar el dinero del préstamo. Lo demás ya lo conoces muy bien, todo lo manejo igual que cuando eras practicante en esta misma sucursal. —¿Algo más? —No, nada más. Darío se despidió de mano de sus compañeros y salió, caminando despacio, de la sucursal, de su sucursal, con un cheque de caja correspondiente a su liquidación. Entonces observó a don Onésimo esperando el camión. Le ofreció dejarlo en su casa. Empezaba a sentirse, a los 38 años, un poco viejo.

Pedro de Isla (Monterrey, México, 1966) Obtuvo los siguientes premios: Internacional de Cuento Juan Rulfo, Latinoamericano de Cuento ‘Edmundo Valadés’, Nacional de Cuento de la Universidad de Monterrey y Nacional de Narrativa Yoremito 1998, doble finalista en el Premio Nuevo León de Literatura (cuento) y del Premio Nacional de Cuento Beatriz Espejo, así como Becario del Centro de Escritores de Nuevo León. Ha publicado María Asunción (2014), El Apóstata (2012), Papá se pegó un tiro hoy a las 6:52 de la mañana. (2010), Del Roble, Juárez, crónica de una ciudad. (2010), Todo hombre es como la luna. (2001) y Batichicos (1998). Durante más de 20 años ha coordinado círculos de lectura y talleres literarios en el Tecnológico de Monterrey, la Universidad de Monterrey, la Casa de la Cultura de Nuevo León, el American School of Monterrey y Fábrica Literaria. Miembro del Consejo Editorial de la revista Coloquio y miembro fundador de la revista San Quintín 106, merecedora en dos ocasiones del Premio Edmundo Valadés de Apoyo a la Edición de Revistas Independientes, 1997 y 1998. Vocal de Literatura ante el Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León, Conarte, de 2001 a 2004. 43


El progreso de la huerta Detrás de mi casa la huerta progresa y yo a 500 kilómetros de distancia la imagino y escribo sobre el tema. Llevo el torso desnudo y el pequeño departamento en el que estoy a 500 kilómetros de distancia acumula una temperatura media de 38 grados mientras el sol afuera incendia el piso de cemento, calcinado despojo del mundo. El rectángulo del patio parece salido de la máquina de rayos debajo de la cual me pongo cada día. La palabra carcinoma significa pérdida de ilusión. 44

Escribir con el torso desnudo, descalza y con los pechos colgando frente al teclado es, por lo menos, una experiencia novedosa y carece, por completo, de impostura. En la ilusión la hay. No es que me esté internando en el África


poesĂ­a

o me piense en El corazĂłn de las tinieblas pero en esta ciudad no tengo un solo amigo, ni siquiera tengo un conocido y esta obligada permanencia se parece a un destierro. Por otra parte nunca antes me sentĂŠ a escribir

casi desnuda en la libertad total del cuerpo a gusto sin la hipocresĂ­a de la ropa sudando como animal en el calor valletano y la crisis personal, la enfermedad. 45


La liebre gris Los tulipanes deberían estar encerrados como animales peligrosos, escribe Sylvia Plath, octubre también porque es octubre es viudo y la viudez es peligrosa, ácida o amarga, nunca dulce. En el sur los tulipanes brillan en las mañanas de octubre. La vida cruza frente a mí y la observo dar saltos con el recuerdo del que se fue con la muerte, abrazado a ella en un bote que hacía agua con una liebre gris en la popa diciéndome adiós. (Del libro Pampa de Huenuleo, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2017).

Arte poética Nombres propios: Urca, Cordelia, Boock, Elvis, Newton, Mansilla. Me gustan los nombres propios más que las elucubraciones. Detrás de un nombre propio hay una historia y me gustan las historias. Detrás de una historia hay elementos tangibles como los húmeros de Vallejo, en cambio detrás de las elucubraciones suele haber paja que arde al primer fuego que cruza. (De Cantos de la gaviota cocinera. Antología personal, Amargord Ediciones, Madrid, 2013).

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Cantos de la Gaviota Cocinera

1 Soy una dama que escupe en la calle. Me visto simple y mi vida es un dechado de justicia. Soy una Activa Yegua de la Noche. Un súcubo que expone la superstición y la enfermedad —todo pensamiento está enfermo—. También padezco de fluctuación crítica y voy de la esquizofrenia a la lepra con la majestad de mis actos y mi rostro tallado en Madera de Bebeerú.

3 Soy una dama que frecuenta los gimnasios —un glúteo atornillado a su lugar es un portal al paraíso—. Soy una Gaviota Cocinera de comportamiento y aspecto inconfundibles. Soy audaz cuando la situación lo amerita y se distrae el Ancestro. La mutación es mi Oficio y la mudez mi Desafío. Paso mis días yendo del Animal Beta al Omega. Casi nunca me detengo en el Alfa. Tengo problemas con la Realidad y ni siquiera hago solitarios.

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4 Soy una dama que cree en el Después y sueña con La Estabilidad de la Unión. Abro la puerta porque llaman pero cada vez son Menos las cosas que me interesan. Aunque lo intento no confío en las Leyes Naturales en consecuencia duermo mal. Duermo poco, Montale, y duermo mal. Duermo mal y no se trata de la pésima calidad del lecho /calidad del hecho/ ni de la escoliosis la torsión o los recuerdos. Se trata de este mal de volverse y revolverse en busca de un lugar verdadero. Una Posición Propia.

5 Soy una dama con dificultades para el Sostener. En almuerzos y cenas dejo Caer cubiertos al piso. Ando innortada por las calles y maquillo mis ojeras para que no se advierta este Pesar. Me ha sido negada la Fe. Padezco de sonambulismo y mis encías se retraen. Soy una Sospechosa que practica en silencio. Hago escalas. Afino. Descifro pentagramas. Mi lengua está en penumbras. Hablo en la Oscuridad. Lo mío es Persistir.

6 Soy una dama de músculos nerviosos y cartílagos envarados. Un Instrumento que actúa de acuerdo a reglas elementales de Lo Ordinario: Cuanto mayor es el ave más lento su movimiento. Sin embargo con los años mis garras han duplicado o triplicado su potencia y logro transportar cargas tan pesadas como yo misma. Soy un Halcón Esparvero que transporta a un pato. Soy un Águila Solitaria de las Yungas que transporta a una liebre. Mi alimento es lo sagrado y también lo siniestro. Estoy llena de Madre. Estoy llena de Padre pero en esta función No hay más localidades.

7 Soy una dama de bajo perfil. Un patito maicero. Un gavilán ceniciento. Un cauquén real. Un ave patagónica que trina en Dialecto. Vivo en mi rama. Salgo poco del nido. Rehúyo las entrevistas y no asisto a vernissages. Entre La Loca y La Muda estoy yo: La Cantora. He dado una vuelta completa alrededor de esta idea a pesar de lo cual aún no encuentro ubicación.

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Soy una dama asimétrica que paga con dolor la sumisión de sus vértebras. Soy una Garza Blanca una Bandurria Mora una Cachaña en bandada que vuela cara al viento. Hablo en dialecto sudaqués y la gente me encuentra pintoresca. Soy monolingüe sudaca argento-patagónica mapuche. En otra vida fui consejera espiritual luchadora en fango gimnasta olímpica gata en casa de escritor mujer africana lapidada. En esta soy lenta como semilla de bambú. Los impacientes no me soportan. Ignoro si sembré lo que esperaba cosechar. Ignoro si pretendo cosechar lo que nunca sembré. Soy un personaje de Ficción que escribe una novela en la que hay un personaje de Ficción que escribe una novela y así hasta aburrir. Si me lo pide el editor agrego o quito un Capítulo. Este es mi sino.

13 Soy un Lemon Pie que otros comen con deleite. Un Bay Biscuit una Vainilla un Brownie. Una masa quebradiza una mixtura. Soy un Hojaldre Pampeano un Pastelito Criollo un Bizcochito de Grasa para el mate del gaucho. Soy un Producto Regional. Un souvenir Made in Patagonia FOR EXPORT.

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18 Soy una dama que sufre de Exclusión. Una Criatura Secundaria. Soy un alga marina y su ceniza. Una Kelper continental intelectual emocional. La Patagonia es mi isla. El Kelperato mi insignia. Vivo en la Cordillera. En verano recojo leña. En invierno paleo nieve y escribo con guantes. Toco palabras a través de una tela.

19 Soy una dama acostumbrada a vivir entre Extraños. Usan idiomas que desconozco y por educación sonrío si me miran pero no los entiendo. No sé en qué Dialecto hablan aquí. Llevo la muleta de izquierda a derecha y ellos me observan conmovidos. Soy una dama Carente pero vivaz y en esta situación me aburro. Lengua de señas y miradas de aliento no me resultan suficientes. Paso los días en mi jaulita ciudadana y voy de la cavilación al tedio. Así es en esta Extranjería.

20 Soy una dama Insomne que trajina sin Pausa. Una estructura Compleja que colapsa los sábados. En la vigilia hago Planes. Trabajo con la Imaginación. Le temo al Deterioro. La Realidad me abruma. El Hábito del Indolente es mi castigo. Soy la que por las noches come Ansias. (De Poesía en tierra, FCE/CCEBA, Buenos Aires, 2005).

Graciela Cros (Carlos Casares, Buenos Aires) Desde 1971 reside en Bariloche, Patagonia Argentina. Publicó los siguientes libros de poesía: Poemas con bicho raro y cornisas (1968); Pares partes (1985); Flor azteca (1991); Decimos (1992); La escena imperfecta (1996); Urca (1999); Cordelia en Guatemala (2001); Libro de Boock (2004); La cuna de Newton (2007); la pequeña obra reunida Hacer la de Elvis-Re/escrituras (2009); Mansilla (2010); Cantos de la gaviota cocinera. Antología personal (Madrid, 2013) y Pampa de Huenuleo (2017). En narrativa la novela Muere más tarde (2004), Primer Premio de la Secretaría de Cultura de la Nación por la Región Patagónica, además de tres volúmenes de cuentos. Su obra distinguida y traducida en diferentes oportunidades aparece en antologías del país y del extranjero como Poesía en tierra (Fondo de Cultura Económica, 2005), Antología de Poesía de la Patagonia (Cedma, Málaga, 2006); En el revés del cielo, Diálogo entre dos orillas (Paradiso, 2006); Poetas argentinas (1940-1960) (Ediciones del Dock, 2006); Poesía Río Negro, (FER, 2006); 200 años de poesía argentina (selec. y pról. de Jorge Monteleone, Alfaguara, 2010); Perras (Ediciones en Danza, 2010); El cine y la poesía argentina (Ediciones en Danza, 2011); Amor/ Muerte (Colección Prismática Argentina, Ediciones en Danza, 2015) y La frontera móvil (comp. Concha García, Ediciones Carena, Barcelona, 2015). 49


Sueños José Luis Rodríguez Pittí

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A

quella madrugada, muy temprano, cuando aún el cielo era incoloro y los otros dormían, la niña despertó de pronto, sin sobresaltos, con una extraña sensación de gozo y alegría igual a la que había sentido en su último sueño. Por primera vez en mucho tiempo había dormido profundamente, disfrutando la aventura inigualable de los sueños hermosos que habían terminado, así de repente. No había nada que explicara su súbito despertar. Los otros niños todavía dormían, revolviéndose de rato en rato, como siempre ha-


cuento con un suave cepillo. Luego, en el sueño, la madre se viraba y con cariño y delicadeza la abrazaba, y sin decirse palabra, ambas disfrutaban del placer que hay en compartir con alguien que incondicionalmente nos quiere. La sonrisa del sueño aún no se borraba de su rostro, y el sabor de la felicidad aún le llenaba la mente, aunque era extraño que así pasara. Pero ella dedicó el tiempo a recordar una y otra vez aquel hermoso sueño en que compartía con su madre, hasta que todos los niños despertaron, poco antes que fuera completamente de día. Al amanecer, todos se levantaron y sin decir palabra movieron el tablón que los protegía de los ratones y otras alimañas y, tras salir, lo volvieron a su lugar. Luego, con el acostumbrado mal olor del agua inmunda de la zanja, que ese día les llegaba hasta los tobillos, se dirigieron en fila, por el sendero de las ratas, hasta la salida cuya tapa de metal tuvieron que levantar entre tres.

bía sido; el suave murmullo de las aguas al bajar rápidamente por el canal era el normal, de todos los días; el ruido que producían a lo lejos los animales de la noche era el habitual; y el siseo de la fría y húmeda brisa nocturna al colarse por las rendijas de la vieja madera que cubría la entrada, era el conocido silbido de todo el tiempo. Nada, en la aparente quietud de aquella noche corriente, aclaraba por qué había despertado de forma tan repentina. Pero no importaba. Ella ni siquiera pensaba en eso. Había soñado con su hermosa madre, de cabellos de oro que peinaba con ternura

Y así, sin más, los niños se dispersaron por la ciudad. Unos en pareja, algunos solos, encaraban al ruidoso y demencial tráfico que empezaba a pulular a medida que la urbe despertaba. Otros, casi siempre en grupos de tres, se enfrentaban a los hombres, a quienes quitaban algo, huyendo luego cada cual por su lado. Algunos, menos agresivos, dedicaban su día a recoger o a entregar los paquetes que un hombre, que siempre aparecía en la esquina de una gastada casa, les pedía que entregaran o recogieran de otros taimados individuos, que casi siempre se aparecían en coloridos autos de lujo por las sucias callejuelas de aquel barrio decrépito. El día de la niña no fue diferente y pronto olvidó las alegrías que su mente dormida le regaló aquella

Para vivir pedía dinero, parada sobre la raya amarilla de una negra avenida de la ciudad, a la cual llegó tras una hora de camino, y donde asomaba a las ventanas cerradas de todos los carros que por allí transitaban su rostro doloroso y sucio por el hollín del diésel quemado, dejando marcados a casi todos con la mugre de sus manos, y recibiendo nada en la mayoría de los casos.

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Pero los niños no dialogaban, no jugaban, no reían; tan sólo consumían sus vidas inútilmente, como el etéreo humo de las sustancias que se fumaban, bajo la luz terrosa de un farol de una calle. 52

noche, y se enfrentó con la valentía de siempre a la vida que ya la esperaba afuera del alcantarillado. Para vivir pedía dinero, parada sobre la raya amarilla de una negra avenida de la ciudad, a la cual llegó tras una hora de camino, y donde asomaba a las ventanas cerradas de todos los carros que por allí transitaban su rostro doloroso y sucio por el hollín del diésel quemado, dejando marcados a casi todos con la mugre de sus manos, y recibiendo nada en la mayoría de los casos. Y así, tras observar innumerables peleas entre conductores, vendedores ambulantes, peatones y varias combinaciones de todos ellos, tras ser insultada, empujada, golpeada y varias veces manoseada, tras ser testigo del atropello y muerte de dos

personas, tras presenciar la venta lícita o ilícita de objetos, alimentos, drogas, animales, servicios y hasta personas, tras ver cómo el sol subía por la derecha hasta llegar muy alto y bajaba por la izquierda hasta desaparecer detrás de un lote vacío, donde antes quedaba el último árbol de toda la larga calle, bajo el que a veces se refugiaba del calor, la niña se dio por vencida y caminó de regreso a su hueco, cansada y con sólo unas pocas monedas y un pedazo de emparedado mordido, que alguien a quien ya no recordaba le había regalado, para compartir la noche con los demás niños, que para ese entonces debían estar recorriendo el largo trecho de vuelta. Pero ya, como siempre, se había olvidado de la mayor parte de los


rutinarios sucesos de ese día. Desde hacía mucho tiempo conocía las maneras de sacar de la mente todo aquello que no le gustaba, todos esos instantes de martirio que debía soportar estoicamente. Por suerte para ella, tenía amigos entre algunos de los niños que le daban de esas cosas que conseguían de un tipo en una esquina y que servían para no recordar. Para no sufrir con los recuerdos. Para no llorar. Porque en la calle nadie llora. Porque llorar, no sirve de nada.

Esa noche, como todas, los niños se congregaron bajo un poste iluminado, bastante cercano a la entrada metálica de su lóbrego hogar. Allí intercambiaron cigarros, pitos, agujas, piedras, pipetas, y lo poco de comida que durante el día robaron, les regalaron o se ganaron a cambio de algo. Pero los niños no dialogaban, no jugaban, no reían; tan sólo consumían sus vidas inútilmente, como el etéreo humo de las sustancias que se fumaban, bajo la luz terrosa de un farol de una calle. La noche, esa noche, era tranquila. El aire se movía un poco, con flojera, como el tráfico que también era esporádico, pero no hacía calor, y los policías, que a veces iban sólo a golpearlos y acosarlos con desdén, habían decidido pasar esa noche merodeando por otro lado. Por fin, cuando la modorra agobiante de la mitad de la noche los contagió a todos, decidieron sin palabras ponerse de pie para empezar a caminar quedamente, con desgano, hasta la tapa de su hoyo en el concreto, que entre tres debían levantar con la ayuda de una vara que escondían en una grieta secreta en la acera de enfrente. De pronto, un auto veloz dobló por la esquina y pasó frente a los niños, lanzando por la ventana una

cajeta de colores brillantes. Todos corrieron, peleándose por alcanzarla primero, pero fue la niña, la más ágil de esa gavilla de chiquillos, la que llegó y la tomó primero. Sin nadie que la molestara, se quedó inmóvil en el centro del camino, contemplando con orgullo e inocente placer infantil a través del plástico transparente de aquella gran caja de muñecas, apenas una de las tantas que esa niña afortunada tiró despreocupadamente a la calle. Luego, con amor y adoración cerró los ojos y abrazó fuertemente el obsequio que alguien a quien nunca conocería le había dado, y por segunda vez en ese día, pero con la intensidad inconmensurable de la realidad, la niña sintió esa extraña sensación de gozo y alegría que sólo se vive en los sueños. Y fue tal la emoción y euforia que sintió por el regalo que le dieron, que no oyó el camión que pitó, frenó y trató, con la inútil pericia de aquel conductor, de esquivarla, desviándose lejos del centro del camino.

Y así sucedió la espantosa tragedia. Los niños se dispersaron y cada uno durmió esa noche lo más lejos que pudo de ese lugar. El chofer del camión demoró más de veinte minutos en bajarse de la cabina, y cuando lo hizo caminó sin sentido varios kilómetros antes que lo pararan y se lo llevaran. La policía llegó, mucho después, y en una camioneta cumplieron fríamente con su deber de madrugada. Y cuando por fin concluyó todo aquello, a lo que casi nadie prestó atención, me acerqué a la única posesión que orgullosa tuvo la pequeña niña, y vi con horror que tan sólo se trataba de la caja, cruelmente vacía, de una de las tantas muñecas que una niña afortunada tiró con desidia una noche a una calle cualquiera.

José Luis Rodríguez Pittí (Panamá, 1971) Escritor, artista visual, diseñador, gestor cultural, editor de libros y profesor universitario, especialista en neurocomputación. Es autor de libros de fotografía, cuentos y textos sobre inteligencia artificial. Su obra artística ha sido mostrada internacionalmente y su obra literaria ha ganado premios en Panamá y España, además de formar parte de varias antologías. Algunos de sus cuentos han sido traducidos al inglés, sueco y portugués. Por su libro Sueños, la Universidad de Panamá le otorgó el Premio ‘Darío Herrera de Cuento’ en 1994. Autor de los libros: Crónica de invisibles (narrativa), Sueños urbanos (narrativa), Cuadernos de Azuero (fotografía), Panamá blues (fotografía), De diablos, diablicos y otros seres de la mitología panameña (fotografía), El camino de la cruz (fotografía), Reggae Child (fotografía), Principios de simulación de redes neuronales (inteligencia artificial) y Visión de máquina (inteligencia artificial). (Tomado del sitio oficial www. rodriguezpitti.com).

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Miguel Donoso Gutiérrez

L 54

a luz entraba por la ventana y la notaba rojiza a través de sus párpados cerrados. Se cubrió la cara con la manta azul que se había robado del hotel adonde había ido a parar hacía seis meses cuando su mujer lo echó de casa. Ahora, en su nuevo departamento, aún no se acostumbraba a despertase solo, en silencio, con él como única compañía, temeroso de hablar consigo mismo en voz alta porque todas las veces que lo había hecho pensó aterrado que aquello era un síntoma de locura.

Durante todo ese tiempo de separación no pudo percibir el problema como ahora, ahí, tapado por completo, con los ojos cerrados incluso bajo la frazada. Ya no sabía quién era, ni qué hacía. Irremediablemente veinte años de matrimonio lo convirtieron en otro, él mismo aunque no lo quisiera, uno que no terminaba de gustarle, que lo aburría, que constantemente estaba inseguro porque tenía miedo del mundo y de vivir, de enfrentarse a lo que ya no era rutinario, a lo que ahora era como cuando era soltero

y se volvía a presentar todos los días lleno de sorpresas e incertidumbre. No estaba enfrentando el presente por aferrarse a recobrar el pasado: su mujer, sus hijos, las tres comidas al día, la ropa limpia, la mascota moviendo el rabo en el jardín, ese al que dedicó tanto tiempo y lo llenó de flores como símbolos del tiempo donde inconscientemente se evadía de una realidad que no funcionaba y lo había domesticado. Era como un león con alma de gato suelto en la selva luego de tantos años de cautiverio.


cuento

Se destapó. Miró el techo y buscó el control remoto del aire acondicionado sobre el velador que estaba lleno de cosas. Tanteando descubrió su reloj, sus anillos, las pulseras compradas en el mercado de Coyoacán aquel domingo feliz en familia, su celular y el portarretrato donde estaba con todos ellos, ahora ausentes. Por fin encontró lo que buscaba y apagó el aire, la habitación quedó aún mas silenciosa sin el ronronear del aparato.

El agua estaba fría al comienzo y luego fue calentándose hasta resultar insoportable; era una ducha eléctrica y tenía que desconectarla constantemente para no quemarse la piel. La hora del baño era cuando las ideas se presentaban, pero desde su separación aquello se había esfumado, era como quedarse en blanco viendo el agua desaparecer en círculos por la coladera, como si fuera su espíritu girando en un remolino hacia la nada. No existía la menor posibilidad de retomar todo por lo que algún día luchó y simplemente sabía que debía seguir adelante, reconstruir y reencontrarse consigo mismo: lo primero que tendría que hacer era encontrar una mujer, más joven que él, a quien poder entregarse. Mientras se rasuraba pensó en Nadia, la joven asistente del departamento de personal que le había pedido días atrás una serie de afiches institucionales con los beneficios del seguro social y los derechos de los minusválidos en la nueva constitución. Ella era una mujer alta, delgada y fuerte al mismo tiempo, debía tener unos veintiséis años y sus pechos eran verdaderamente dos planetas que lo convertían en su satélite cada día que se la encontraba en la cafetería de la empresa, lo único que realmente lo alejaba de su antigua vida y lo hacía intuir quien era verdaderamente: un hombre de cincuenta años que dejó de vivir pero que aún tenía ganas de hacerlo. Se preparó un sánduche en pan integral con jamón de pollo y queso ricota, sabía que tenía que cuidarse del sobrepeso y conforme lo comía fue boicoteándose la idea de Nadia, entendiendo que la usaba para evadirse del problema real: aceptar que todo estaba roto, no solo en su hogar sino en su vida y sus creencias, porque el partido socialista había ganado las elecciones y después de dos años en el poder nada había

La hora del baño era cuando las ideas se presentaban, pero desde su separación aquello se había esfumado, era como quedarse en blanco viendo el agua desaparecer en círculos por la coladera, como si fuera su espíritu girando en un remolino hacia la nada.

cambiado. Incluso ese último sueño de justicia que le quedaba también fue destrozado por una serie de gente que llegó al poder y lo único que hizo fue llenarse los bolsillos de dinero, haciendo que toda reivindicación social tuviera como fin chantajear a las clases empresariales para hacer arreglos que los beneficiaran. Esos grandes capitales de los empresarios estaban fuera del país y la circulación de dinero dentro del mercado era cada día menor generando una violencia incontrolable

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Mónica lo abrazaba, se pegaba a él pensando que nunca conoció a su padre y que le hubiera gustado que fuera alguien así. Él solo pensaba que era como bailar con su hija y en controlarse, en no quedar descubierto, pero ella se pegaba más y se movía con sensualidad logrando lo que era inevitable.

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traducida en asaltos, secuestros y miles de cosas simplemente escalofriantes. Lo mejor de todo es que era sábado y no tendría que salir de casa, no tendría que enfrentarse a ese mundo que lo horrorizaba.

2 Sonó el teléfono y se incomodó. Dejó que sonara varias veces. Al parecer la persona que llamaba tenía urgencia de hablar con él porque contó diez repliques del timbre estridente que aumentaba su neurosis. Por fin paró de sonar y pensó en lo que podría comer ese día: pechugas de pollo bañadas en jugo de naranja con un acompañamiento de champiñones, ajo, cebolla y mucho aceite de oliva, además de una ensalada de lechuga y tomate con un vinagre italiano que había comprado, acompañándolo finalmente con un toque de un extraordinario queso parmesano rallado, un regalo de una ex amante llamada Dominique, la cual sostenía que, su bisexualidad, era culpa de sus padres por haberle puesto un nombre que los franceses usan indistintamente para hombres y mujeres. Sonó nuevamente y otra vez contó diez intentos. Se calló e inmediatamente después volvieron a timbrar. Molesto descolgó el teléfono. —¡Aló! —¡Hola! ¿Por qué no contestas? —¿Dominique? —¡Sí! ¡¿Quién más?¡ ¡¿Por qué no contestas?! —Porque no quiero, porque estoy tranquillo y tú deberías entenderlo, quiero estar solo. —No jodas hombre, sacúdete, tengo algo que contarte —ella siempre era así, le restaba toda importancia a su sufrimiento y lo consideraba una pérdida de tiempo porque vida hay una sola y todas esas cosas. —Dime Dominique —le contestó con hartazgo.

—Conocí a un niño precioso, veinticinco añitos y está como quiere… —¡Pero podrías ser su mamá! —¡Pero no lo soy y estoy dispuesta a terminarlo de criar, es lindo! —Creo que estás loca… ¿y qué pasó con Amanda? —Nada, realmente estoy aburrida de ella, se está volviendo vieja, como tú —Dominique soltó una carcajada y él hizo un gesto obsceno con la mano dirigido hacia el auricular. —¿Y? ¿Para eso me llamas? ¡Déjame en paz Do! —así le decía de cariño— estoy planificando mi comida y tengo que ir al mercado a comprar algunas cosas. —Bueno, ¡invítanos! Yo llevo un par de botellas de buen vino y le digo a Xavier que lleve a una amiga, jovencita también, para ver si revives —volvió a reír escandalosa y alegremente. —No, no, perdóname, pero no tengo ganas. —Estás loco, si no nos invitas, me autoinvito, a las tres está bien, creo, chao —y colgó. Él trató de llamarla de nuevo pero ya ella había dejado estratégicamente descolgado el teléfono. Sonrió. Dominique siempre había sido igual, irrespetuosa, transgresora de su intimidad, pero debía reconocer que fue ella quien le salvó la vida las primeras semanas de su separación. Pensó que debería hacer un risotto para acompañar las pechugas. Fue a su cuarto a buscar las llaves del auto para ir al mercado, ahí vio el retrato familiar y sintió ganas de llorar. Camino al mercado pasó por el parque Chile, un lugar donde se reunían putas de mala muerte de servicio diurno, horribles todas y en su mayoría viejas. Saludó con Carmencita, la mayor de todas, setenta y un años, a la que conoció una mañana mientras caminaba perdido en una de tantas borrache-


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ra terribles que había tenido justo al inicio de su separación. Con ella habló ese día y ella cuidó que ninguna de sus colegas se aprovechara de él. Lo llevó a casa, lo arropó en la cama y como una madre amantísima se quedó con él hasta casi entrada la noche cuando despertó. La meretriz setentona le tenía lista una sopa de pollo que le supo a gloria. Desde ese día Carmencita se volvió su amiga y siempre tenía para ella más que un saludo: le compraba sus cigarrillos, flores a veces, y por supuesto le daba plata. Un día le dijo que no era necesario que siguiera en el oficio, que él podría darle siempre un dinerito. Pero ella fue contundente en su respuesta: «He sido puta toda mi vida y puta moriré». Sabía quién era y lo que era, algo que él andaba buscando entender y no podía. Así que ahora su relación era esa: saludarse, darse los buenos días, conversar a veces sentados en una banca del parque alimentando a las palomas. En el mercado compró todo fresco y disfrutó de esa actividad que lo llenaba de felicidad porque lo hacía olvidarse del mundo, se

concentraba solo en tener los mejores tomates, las más frescas lechugas, eligiendo cuidadosamente ya que era, según él, un chef frustrado. Sonó su celular, miró la pantalla: Dominique. —¿Aló? —¡Ya está! —¡¿Ya está qué, Dominique?! ¡Por Dios! ¡Estás loca! —¡Sí, loca! ¿Qué maravilla no? Ya está todo: Xavier ha invitado a una amiga. —Dominique, déjalo así, por favor —le dijo incómodo mientras señalaba unas cebollas al encargado de un puesto limpio como un quirófano. —No te portes como un viejo, se llama Mónica y tiene veinticuatro añitos! —¿Veinticuatro años, pero estás demente Dominique? ¡Es menor que mi hija!… —¡Sí! ¿No te emociona? Ojalá que le puedas absorber algo de juventud porque te estás volviendo una momia. ¡Chaocito! —y colgó. Él no sabía qué hacer, si estar enojado o feliz, era tal el entusiasmo de Dominique que sin quererlo se sentía contagiado.

Las pechugas se cocinaban hundidas levemente en el aceite de oliva y el jugo espeso y oloroso producido por la naranja, los hongos, las cebollas y los ajos. Se inclinó para oler un poco más y se aprobó a sí mismo como cocinero con una sonrisa que se desdibujó en su rostro al recordar que su hijo no lo había llamado para nada ese fin de semana, pero rápidamente lo justificó pensando que era jovencito, que a esa edad se tiene muchos amigos, compinches y la ocupación mayor es conquistar muchachitas, por lo que no le dio mucha importancia aunque sí pudo sentir su falta y el deseo de saber de él. Escuchó un fuerte silbido desde la calle. Era Dominique que jamás tocaba el timbre, decía que le parecía mejor silbar, que le recordaba su infancia y adolescencia en el barrio donde la comunicación por ese medio era algo muy íntimo entre amigos, como un código secreto. A él le parecía vulgar, pero en ese momento lo alegró e incluso entendió de qué tipo de intimidad hablaba ella. Le bajó la flama a la hornilla de las pechugas y fue rápidamente a la ventana para lanzarle las llaves. Se abrió la puerta y vio a su amiga con los dos jóvenes. Se sintió un poco mal porque realmente aquellos dos aún tenían caras infantiles aunque sus cuerpos mostraran algo distinto. El muchacho era alto y fuerte como un caballo. La chica tenía un cuerpo perfectamente bien dibujado y unos ojos de color ocre muy hermosos. Se quedó en silencio por un segundo y Dominique lo sacó de su letargo. —¡Hola! ¿Qué tal? ¡¿Podemos pasar?! —Sí, sí, perdón, adelante, pasen —contestó aturdido, dándose cuenta de que se había quedado mirando más de la cuenta a la muchacha.

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Escuchó un fuerte silbido desde la calle. Era Dominique que jamás tocaba el timbre, decía que le parecía mejor silbar, que le recordaba su infancia y adolescencia en el barrio donde la comunicación por ese medio era algo muy íntimo entre amigos, como un código secreto.

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—Xavier y Mónica —ambos le dieron la mano. Ella se la apretó sin miedo y sonrió con mucha coquetería. —¡La pechugas! —gritó y salió corriendo hacia la cocina. —Yo pensé que se refería a mí —bromeó la chica mirándose el pecho adornado por un collar de piedras de ámbar sobre la blusa escotada y entraron riendo a la sala donde un enorme óleo blanco mostraba una típica calavera mexicana de día de muertos, de esas de dulce que se venden en los mercados y se les escriben nombres de personas en la

frente, para que los enamorados se las regalen a sus parejas y cumpliendo un rito mágico se las coman para encontrarse en el más allá. En la del cuadro se leía Helena.

4 Margot de Keith Jarret se escuchaba en el equipo de sonido y la mesa redonda de madera oscura estaba puesta con muy buen gusto: flores, individuales coloridos, servilletas bordadas a mano, sujetadores de servilleta de plata repujada, copas de agua y de vino, pan cortado en una panera rústica y una vela en un candelabro antiguo. Además en las paredes del departamento había libreros interminables donde Mónica había paseado sus ojos extasiada y ávida leyendo título tras título. Estaba totalmente sorprendida y fascinada, desde ese momento ya flechada por ese hombre mayor que vivía solo, cocinaba, era guapo según ella, un poco grueso, tampoco gordo, pensó por un segundo, pero encantador. Le intrigaba pensar quién era Helena, aunque estaba casi segura de que sería su ex mujer, porque ya Dominique le había puesto al tanto de su separación, de su onda ermitaña y de la necesidad imperiosa de que esa noche ella con su juventud tratara de revivirlo. La comida estaba deliciosa, Mónica repitió pechugas y él la miraba con una satisfacción casi paternal, le recordaba a su hija, pero su actitud cada vez más coqueta lo ponía nervioso, sabía que ya Dominique la había aleccionado respecto a lo que tenía que hacer y estaba preparado para escapar de la seducción de esa muchacha que de pronto tocó su pierna por debajo de la mesa con su pie descalzo, metiéndolo en su pantalón, haciendo que sus pieles se encontrarán y él sintió de inmediato un deseo incontrola-

ble que le hizo tener una erección y una sonrisa nerviosa, casi infantil. Llevaba ya mucho tiempo sin contacto femenino y sabía que no aguantaría más. El muchacho propuso un brindis y pidió cambiar la música, si no era una molestia, para poner algo bailable, entonces, seguro de que sería descubierto en su excitación le pidió al chico que pusiera lo que le gustara, sin desordenar nada de su organizada musicoteca, explicándole los temas que podría encontrar y sugiriéndole la sección de música cubana donde encontraría maravillas. La elección fue Dos gardenias, bolerazo cubano que comenzaron a bailar Dominique y Xavier muy suavemente, pegándose uno con otro. Mónica lo miraba fijamente y él sonreía nervioso, mientras veía el collar de ámbar que ella tenía adornando su escotada blusa. —¿Es ámbar? —preguntó y bebió un sorbo pequeño de su copa de vino. —¡Ámbar ruso, es un regalo de mi madre! —se tomó el resto de su vino—. ¿Me das más? —le pidió con gracia, como si estuviera haciendo una travesura. —¿Sabías que es una piedra preciosa que se forma de resina vegetal fosilizada? —le sirvió, su copa y luego sacó un cigarrillo de la cajetilla ofreciéndole otro a ella que lo tomó rápidamente, entusiasmada por la conversación que iniciaban. —Sí. Se ve que es un hombre informado y no lo digo solo porque sepa lo del ámbar sino porque su departamento está lleno de libros, obras de arte y cosas elegantes, ¿es un intelectual? —sonrió y soltó una humareda hacia arriba, frente a su cara, sin dejar de mirarlo. —Para nada, ni un poco —la verdad se sintió un poco incómodo con la pregunta, siempre quiso ser escritor y nunca pudo, o nunca lo hizo. Ella lo notó. —Pues debería de serlo, ¡con tantos libros!


—Sí, pero no se trata solo de ser un buen lector, sino de tener talento —igual se sintió halagado y alegre levantó su copa—. ¡Salud! —¡Salud! —ella alzó su copa y la bebió de un solo trago—. ¿Bailamos? —él no quería, bromeó diciendo que tenía dos pies izquierdos, que era más tieso que un muerto, ella soltó una carcajada alegre y le dijo que compañero de dos pies izquierdos tiene que bailar bien o por lo menos diferente y ante la insistencia pensó que lo mejor era quedar bien con la chica.

5 Mónica lo abrazaba, se pegaba a él pensando que nunca conoció a su padre y que le hubiera gustado que fuera alguien así. Él solo pensaba que era como bailar con su hija y en controlarse, en no quedar descubierto, pero ella se pegaba más y se movía con sensualidad logrando lo que era inevitable, lo que de inmediato haciendo contacto con el vientre de la muchacha los unió en una complicidad abiertamente sexual. Sonreía satisfecha y lo miraba, mientras él se sentía avergonzado y esa vergüenza era notoria, casi infantil. Ella acarició su cabeza y lo atrajo hacia sus labios. Sintió la boca húmeda y joven de Mónica, ya no pensó en nada, supo que no debía oponerse. A su lado, bailando con Xavier, Dominique la miró y con un guiño de ojos le agradeció a la chica lo que estaba haciendo por su amigo. Destaparon tres botellas de vino más y llegó la noche. Hubo besos cada vez más apasionados de ambas parejas y la muchacha tuvo que dirigir al hombre mayor como si fuera un adolescente sin experiencia. Dominique controlaba la situación totalmente con las miradas y cerca de las once le ordenó a

Mónica, sin decir una palabra, que se lo llevara de la sala: ella obedeció de inmediato y lo condujo hacia la habitación tomándolo de la mano. Lo hizo acostarse en la cama y al ritmo de la música que llegaba de la sala se fue desnudando. Su cuerpo era blanco y bien formado, limpio, sin ninguna marca, perfecto, como si jamás hubiese sido tocado. Desnuda se le acercó y como una madre que alimenta a su hijo le ofreció sus pechos y luego sus hombros y más tarde lo hizo bajar y cubrirla de besos. Para él todo eso era algo imposible de creer, nuevo, delicioso, placentero, pero sobre todo: feliz. Era esa sensación de felicidad que hacía mucho no sentía o no se permitía por pensar que engañaba a su familia y a su ex mujer a la cual no había dejado de amar, lo que hizo que se sintiera liberado, renovado, extrañamente distinto cuando entró en ella y la vio disfrutarlo. Recordó que era él mismo, nadie distinto, sino uno recobrado, reencontrado, el joven y el viejo ahora se unían en uno solo, dejaban de ser dos entidades distintas, el que fue y en el que se había convertido, ahora ahí, sin tiempo, con un poco de los otros dos, como un tercero definitivo, resumen de ambos y que desde ese momento comenzaría a existir con la certeza de que ya nada sería igual, ni estaría dividido. Ella subió y bajo de él toda la noche, incansable, como si esa fuera la única vez en que se verían y él entendió que eso era justamente lo que iba a suceder, que una chica como ella no se metería en una relación estable con alguien mayor, aunque lo pudiera encontrar encantador, no era su objetivo; era un ser libre, dispuesta a conocer, a aprender del mundo, a no atarse a nada que la pudiera someter. Él solo era un instrumento para confirmar su

libertad y ella era lo mismo para él. A la mañana siguiente abrió los ojos y se encontró directamente con la luz del domingo. La vio desnuda a su lado, hermosa, joven, perdidamente satisfecha en el sueño y sonrió, sintiendo nuevamente deseos de levantarse.

Miguel Donoso Gutiérrez (Guayaquil el 4 de enero 1962) Mención Premio Nacional Poesía Joven de México 1978. Antología Poesía Joven de México y Antología Tarea Poética, Instituto Nacional de Bellas Artes, 1978. Los Marineros se Reencuentran, Populibros, poesía, Quito, 1981. Antología Nos llamaran a todos UNAM, México y Mención Única Premio Nacional de Cuento José de la Cuadra, Ecuador, 1982. Antología Jóvenes Cuentistas del Ecuador, Quito 1983. Imágenes sobre el Observador, poesía, Colección Básica Escritores Ecuatorianos, CCE, Quito, 1986. Punta de Santa Clara, cuentos, 1986. Los espacios del tiempo, poesía, 2000, Editorial Imaginaria. Imaginario para Reinventar el Tiempo” cuentos, 2001, Editorial Imaginaria. Área de Candela, novela, 2003, Editorial Imaginaria. Cuatro, poesía, CCE, Quito 2010. Segundo premio en el Premio Nacional de Cuento del Ecuador, convocado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, núcleo de Tungurahua, con el cuento El mirón, la viuda y el policía. 59


José Aldás

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n importante marcador de la cultura es la lectura: el conocimiento general de una nación se enriquece con el incremento de los índices lectores dentro de los sistemas educativos. Quizá por ello es que Europa y Estados Unidos poseen un nivel de enseñanza bastante alto en comparación con Latinoamérica y su necesidad de arte. Los autores tienen otra configuración en el ideario popular ya que son más cercanos al día a día del ser humano de a pie. Una prueba irrefutable inclusive —en menor medida— dentro de nuestro inmediato entorno es Robert Louis Stevenson, escritor escocés nacido en noviembre de 1850, cuya narración El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde se ha convertido en uno de los motivos literarios más cono-


croquis cidos por niños y adolescentes. La ambición de perpetuar la historia escrita por Stevenson toma vigor cuando —como lo pronosticó Umberto Eco— intervienen medios modernos para reproducir la estructura narrativa: ya en las caricaturas de la Warner Bros. existen dos versiones que, al contrario de apartar al lector de su origen literario, acercan al público en general hacia la curiosidad que lo lleva hasta la obra propiamente dicha. 1. Mel Blanc dobla las voces de Bugs Bunny, el gato Silvestre y Tweety en los episodios respectivos donde, en primer lugar, se parodia la historia: Bugs Bunny es adoptado como mascota por Henri Jekyll y existe una interacción directa del conejo con dos de los actuantes principales de la obra de Stevenson. Esta función mixta de los materiales culturales produce un efecto catártico diferente al que el libro solo haría: Warren Foster —director del capítulo aludido— utiliza el Minute Waltz de Chopin mientras Henri Jekyll bebe la poción que lo transformará en Edward Hyde. La primera reacción del conejo es la expresión del miedo (un miedo cómico que disfraza, maquilla, el pánico que la situación crea) ante el monstruo que nace cuando el doctor bebe un líquido anaranjado. Si Stevenson soñó la obra y la escribió solo en tres días, tenía razón cuando le reprochó a su madre por haberle despertado precisamente en la primera transformación, pues, quizá en su mente, se producía un original similar al de la caricatura que intentó plasmar la obra que leemos. Tal vez la primera o la tercera versión del sueño en donde quiso destacar la residencia de los dos lados de la personalidad humana, una noción

filosófica simple: la percepción del bien y el mal encarnado en una historia que sobrevive a su autor por los siglos de los siglos y que los niños ven y recuerdan como a un recién nacido. 2. Muy pocas personas en los sesenta detectaban la discreta maldad de Tweety al vengarse de Sylvester. Dentro de la minúscula estatura del canario también se hallaba un porcentaje considerable de maldad. Un sueño freudiano es lo que propone la caricatura en la que el gato vive en el altillo de la ventana del consultorio del Dr. Jekyll y sueña con un Tweety que, al esconderse, bebe casi todo el contenido de la maligna fórmula. La caricatura —en este caso— no juega con la historia de Stevenson sino que trabaja sobre ella. No es Jekyll sino Tweety el que se transforma. Una insinuación bastante desatendida es la de la poción en sí: algo como si Stevenson (sujeto a la ingesta obligatoria de farmacéuticos constantes para paliar sus dolores, afirmó que nunca pudo escribir en un estado de armonía física) predijera los efectos terribles del uso de las drogas químicas nacidas en la modernidad. Es un laboratorio en el que se crea la fórmula y Henri Jekyll es separado del cuerpo de científicos por prácticas extrañas a las investigaciones que, por lo general, se hacen. Los narcóticos que desatan otra personalidad evidencian esa parte que asocia a la maldad con la locura dentro de una aberrante sinfonía en la que es posible —como Silvestre el gato— desmoronarse del miedo ante la contemplación de los demonios que la ingesta de la pócima produce. La maldad y las pesadillas: un tema de investigación que la literatura no

abandona y en especial Stevenson, quien trabajó con el tema también en una de sus narraciones igual de significativas —El diablo de la botella— para sentar testimonio sobre la pluralidad de la invención literaria en pos de la revelación de los secretos de la mente humana. Algo es seguro en cuanto al triunfo de la palabra por sobre el tiempo: recordamos los epítomes de la imaginación, los grandes logros de la lectura. También de esta forma —en la intervención visual de la contemporaneidad— se actualiza los parámetros de la narrativa. Se hacen posibles diferentes formas de leer la historia y analizarla: el triunfo siempre es de los libros. La historia de Stevenson se reestructuró en base a las necesidades del lector. La historia no se escaparía jamás por las páginas. Queda el trabajo del tiempo que, junto con la tecnología, crearán al DEUS del que habla Stanislaw Lem. Dios todopoderoso: único custodio del conocimiento (oscuro o iluminado) que nos rescata del tedio de la vida diaria. La Literatura en nombre de la eternidad, compartida en la mente de cada uno de nosotros.

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Clocharde Andrea Armijos Echeverría

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reo que amo a la clocharde, huele a orines, a miedo, vergüenza y a perro muerto, pero creo que amo a la clocharde. Sé que le gustan los atardeceres y por eso se sienta en la playita austera del río siempre a las seis menos cuarto. Yo la observo desde la plaza superior, donde doy de comer a las palomas imaginando que cada una de ellas es la clocharde. Ellas también están aquí, parecen sentadas

aunque nunca se sientan y tienen ese matiz ceniciento entre el azul y el gris, pero sobre todo tienen alas. «Voy a volar algún día señor», me dijo una tarde y desde entonces pude ver sus alas. —No confundas lástima con el querer —me aconsejó Santé, pero me ofendí. —No soy un niño, no me enamoro de una mujer como de un perro sediento.


relato

—Una clocharde es un perro sediento, una plaga —dijo con condescendencia. Si la clocharde fuera como una plaga, pienso, sería más constante, en la playa y en la plaza, lo invadiría todo. Pero por lo contrario, es como un punto dorado en medio de un abismo negro y en ese caso somos más todos nosotros una plaga para ella. Le tengo mucho miedo a su singularidad, es como una especie

endémica, pero en extinción. No es que sea una decisión ser un clochard, pero al menos no es como dice Santé: solo un cuerpo con manos sucias. Yo la he visto cantando y riendo, Santé no sonreiría siendo clochard (y la verdad todos podríamos alguna vez serlo), él se echaría a morir ni bien alguien le dijera: «Aléjate mugroso clochard». Una tarde ella alimentaba a las palomas, tomaba un puñado de pan

granizado y se lo metía a la boca, tomaba otro y lo vaciaba en el suelo. Las palomas grises la rodeaban mientras ella abría los ojos para sonreír a su llegada. Yo desde la fuente, intentando perder el tiempo, como siempre, la observaba. Sus piernas se movían al paso de las cabezas de las palomas, es decir, en movimientos bruscos, de segundos, casi intuitivos. —¡Clocharde! —grité sin saber por qué; apenas mi boca pronunció la palabra se arrepintió. Lo sentí porque se me acalambraron los labios. Pero estaba hecho. Ella volvió la mirada, con la boca semiabierta empezó a caminar hacia mí, igual que las palomas, lenta pero áspera. Debe haber pensado que le daría algo porque al llegar empezó a husmear con los ojos mis manos y bolsillos. —No —le aclaré— solo quería preguntarte algo—. Inmediatamente reparé en el abuso de confianza que había aplicado con una mujer que probablemente nunca antes me había visto. Aunque yo llevaba observándola por semanas, aquí el reconocimiento unidireccional no significa nada, si apenas existe. Para mí, que ya amaba a la clocharde, era necesario hablarle de tú, pero ella en realidad no era un ‘tú’, era un ‘usted’, y en mi posición, según Santé, incluso era un ‘algo’. —Solo quería preguntar —continué maquillando mi interlocución— ¿por qué te gustan tanto las palomas? Ella me miró confundida. ¿Cómo podía yo intuir y atreverme? No solo por arrojar algo de pan a los pájaros significaba que las amara, debe haber pensado. Mi lógica se fracturó. Yo no le arrojaba panes o monedas a la clocharde, y sin embargo la amaba. Quizás si lo hiciera fuera más por temor o lástima que por amor. —Voy a volar algún día señor — dijo y me ofreció su bolsa de pan.

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Y vuelvo a caer enfermo, con miedo, con ira, con angustia al pensar que ella está allá afuera atrincherada en una tierra acartonada y húmeda que solo debería estar reservada para la lluvia agonizante y las lágrimas de las muchachas al salir del cine.

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Esta vez me confundí yo, pero, y como sucede cuando uno viaja al extranjero y debe aceptar las costumbres de ese mundo extraño, accedí a tomar un poco del contenido. Arrojé la mitad a las palomas mientras hacía bailar la mano en el aire, a ella le gustó el movimiento y aplaudió una vez; la otra mitad me la llevé a la boca y tragué pensando que esos pedacitos de pan rancio eran mi comunión con la clocharde, el cuerpo de la clocharde, como el cuerpo de Cristo, pero con mucho más sabor del que jamás habría recibido de las manos de un religioso. Ahora sé que amo a la clocharde, también veo muy claramente sus alas. Veo que vuela, y no siempre metafórica o peyorativamente, como consideraría Santé. No es eso. La clocharde camina casi levitando, juraría que la he visto flotar en las aguas marrones del río, encantada, las palomas adornándole el cabello con sus pequeñas garras azules. Me sentí enfermo, el ambiente se tornó amarillento y no tuve más ganas de seguir sentado en la fuente, aunque sí de seguir observándola, de más cerca y a su lado. Me afiebré por varios días. Santé, como me apuntó mientras iba a dejarme el almuerzo, está también harto, pero de oírme hablar de la clocharde. —¡Ya cállate! —me dijo finalmente mientras le contaba lo de la levitación. Me recalcó que lo mío no era nada grave, pero tampoco algo simple—. Enamorarse —dijo— es caer, lo dice el inglés. Pero imagínate, caer en una clocharde, peor aún, ya uno no cae solo en una nube falsa, sino en el suelo frío y sucio donde duerme esa clocharde. Como te digo, tampoco es tan grave, finalmente si uno se cae de alguna manera se levanta o lo levantan, y yo podría levantarte, bien que lo necesitas. No voy a volver en eso. Al oírlo hablar de caídas tan ligeramente, como si uno no se raspara las ro-

dillas o se dislocara una muñeca, noté que mi amigo en realidad no entendía nada. No pienso volver a hablar con él del tema, no me queda mucho tiempo para perderlo en discusiones con él, sé que la clocharde morirá muy pronto. Como un perro callejero, del que nunca me he enamorado, ella busca pedazos de aliento en los basureros. Como a un perro callejero, le caen patadas y manos amenazantes sobre la cabeza, su nariz se acerca a las fuentes de calor, de donde es ahuyentada con asco y miedo. Como a un perro sucio, cuya lana es solo retazos de mugre, a ella le cuelgan la ropa y los cabellos casi desangrándose de su propia piel. ¿Cómo le digo a la clocharde que la amo sin saber si ella conoce el significado de ese verbo etéreo? Si cuando le pregunté por qué amaba a las palomas (aunque preferí usar el verbo ‘gustar’) pareció descolocarse de sí misma y solo me ofreció pan. ¿Qué hará cuando le diga que la amo? ¿me ofrecerá aún más pan? ¿ese pan duro que parece recortado de sus muslos? ¿me ofrecerá su cuerpo? Y vuelvo a caer enfermo, con miedo, con ira, con angustia al pensar que ella está allá afuera atrincherada en una tierra acartonada y húmeda que solo debería estar reservada para la lluvia agonizante y las lágrimas de las muchachas al salir del cine. Mi madre nunca me dejó recoger a esas palomas con la cara manchada de excremento que habían caído de los árboles, de sus nidos, para terminar rompiéndose vértebras y quedar parapléjicas por el resto de su existencia (que sabía sería muy corta). Me daba panes para los gatos que alguna vez fueron blancos y se estacionaban sobre los basureros, para los perros que tenían la piel vuelta una cicatriz negra y arisca. Pero nunca me dejó


llevarlos a casa, me hizo temerles, compadecerles, amarles finalmente, pero de lejos. El único pichón que llegó a la puerta de su casa salió por la misma sacrificado. Y eso me duele ahora con la clocharde porque no quisiera abrirle una puerta trasparente al alivio temporal, de todas formas se irá a seguir buscando qué comer. —No le quedaba nada de tiempo de todas maneras —me consoló mamá mientras metía al pichón en la funda de la basura, y tenía razón. No le quedaba mucho más tiempo del que tuvo bajo el calor de mi mirada. Lo amé en un momento, lo extrañé al siguiente. Quizás esa sea la solución de todo este enigma, y mi labor como amante indirecto e incorpóreo de la clocharde sea dejarla volar, adorar su tiempo limitado

en el mundo por su singularidad misma. Porque finalmente yo puedo vivir ochenta y cinco años, o más, pero soy como todos los demás bastardos que vivirán el mismo promedio de años. La clocharde, en cambio, como diría Santé, en su frío y sucio suelo, es como un lobo exótico en medio del Antártico, deseable y único, pero solo y en peligro. —Voy a volar algún día señor —me dijo la clocharde. ¿Por qué ese día no puede ser hoy? Mañana que la vea, bañándose en el río negro de esta horrible selva asesina, mañana, sentado en la fuente, perdiendo el tiempo, como siempre, la ayudaré a volar. Y si tengo el impulso de bañarme con ella, lo haré. Tendré muy cerca de mí su cuerpo, su pan, su vida, y la dejaré volar.

Ella volvió la mirada, con la boca semiabierta empezó a caminar hacia mí, igual que las palomas, lenta pero áspera. Debe haber pensado que le daría algo porque al llegar empezó a husmear con los ojos mis manos y bolsillos.

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Mónica Ojeda

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arafraseando a Daniela Alcívar Bellolio en uno de los textos que componen Pararrayos (Turbina Editorial, 2016), el pensamiento dinamitado en el lenguaje nos lleva, a veces, a buscar ensanchar la palabra. Richar Rorty ya lo había dicho, a su modo, en Contingencia, ironía y solidaridad (Cambrigde University Press, 1989): los filósofos envidian a los poetas porque crean nuevos lenguajes mucho más elocuentes y estremecedores que los del discurso científico/metódico. No es casual, entonces, que Animal (La Caída, 2017) de María Auxiliadora Balladares muestre una intuición poética que se expande más allá de los textos con los que dialoga —El animal que luego estoy si(gui)endo (2006) de Derrida y ‘Devenir animal’, capítulo de Mil Mesetas (1980) de Deleuze y Guattari—. Porque el verso, por su propia condición, se extiende, y María Auxiliadora Balladares teje en su poesía esa expansión del sentido para encontrar nuevas relaciones. Y es que se trata de un libro que, como apunta Daniela Alcívar Be-

llolio en el texto de contracubierta, no utiliza lo animal como metáfora para hablar de lo humano, sino como un lugar de revelaciones y de relaciones. Lo animal no es aquí un medio para hablar de otra cosa. En Animal, Balladares devela relaciones entre lo animal y lo humano, conexiones y espacios en donde habita la semejanza, intersticios en donde se producen encuentros de todo tipo: pacíficos, violentos, amorosos, curiosos e, incluso, desasosegantes. No instrumentaliza, por lo tanto, lo animal para poner lo humano en el centro, sino que le da a la animalidad su espacio, su lugar de existencia. Y en ese fino tejido de observación la poesía de Animal desdibuja la dicotomía: el impertinente binarismo que creamos cuando nos colocamos en las antípodas de la animalidad. En este sentido, los poemas de este libro —exquisitamente ilustrado por Eduardo Adams, David Kattán y Luiggi Raffo— nos muestran lo humano en lo animal, la animalidad que somos y el conflicto en el intento desesperado por marcar los límites entre una cosa y

otra. La poesía aquí va a la caza del espacio en donde ambas experiencias se encuentran y se miran de frente. Porque Animal se compone, es necesario decirlo, por una poesía de las sensaciones; del existir en estados que carecen de lengua, pero no de lenguaje. La palabra poética ensancha la lengua y nos pone a nosotros, los lectores, a vivir ese efecto que produce mirar de otro modo —al adentrarme en el poemario empecé a sentir que no sólo estaba leyendo, sino mirando—. Lo que se mira es la potencia de los cuerpos como entrecruzamientos de fuerzas que son todas más grandes que cualquier palabra que se elija para decirlas. Por eso la poesía, lenguaje revelador de su lenguaje, es el lugar de las intuiciones, de las percepciones y también de lo instintivo. Los poemas de Mariuxi se lanzan a esa luz, pero también a la opacidad de lo que es sublime: el lenguaje sin verbo nos atrae y nos aterra a la vez porque funciona como un espejo. Balladares, al hallar las relaciones, las semejanzas, los puntos de encuentro entre lo humano y lo animal, escribe poemas que develan una variedad de emociones que van desde el extrañamiento al reconocimiento, y también desde la ternura al horror de lo que negamos y desconocemos de nosotros mismos.

Entrando en lo animal En la primera parte del poemario, ‘Animal’, la voz poética nos habla desde el sujeto cerdo, el sujeto pulpo, el sujeto langosta, etc., palabreando la animalidad con versos como estos del poema ‘Caballo’: Quisiera tener manos y poder llevarme cosas de aquí o dar cuenta de los gorgojos en el huerto


variaciones Si se concentrara si de verdad se concentra —cuando gime de ese modo con mi mano que la roza que sabe cómo tocarla— empezaría a decir palabras. En ‘Perro’, en cambio, lo humano se reconoce, sin extrañamiento, con lo animal del miedo:

Esto se llama libertad y la carga que arrastro se llama hombre o estos, del poema ‘Jorobada’: Al décimo cuarto golpe de la sexta orca el ballenato cayó lo mordieron dos veces al morir mi cría el mar se hizo rojo al alejarme yo el sol enrojeció Ese contraste entre la palabra humana y el animal, ese intento de expresión del animal en su experiencia de ser y de sentir, es lo que abraza la voz poética: el abismo que existe entre la palabra y todas las otras formas del lenguaje. Entre la palabra y lo sentido y lo percibido. No se trata, entonces, de lo animal humanizado, sino de las palabras que usamos para nombrar nuestras experiencias animales: los significados que incorporamos a la respiración de nuestra carne. En la segunda parte del libro, ‘Seguir al animal’, se puede hallar el asombro que, a veces, da paso al temor frente a lo indecible de la animalidad y de la experiencia animal. El poema ‘Perra’ desnuda la situación de la palabra frente a lo inarticulable en un plano invertido de la experiencia:

empiezo a orinar como él sin levantar la pata quiero que me olisquee mi pantalón y me reconozca su igual que me muerda de verdad con ira nos parecemos cuando todo se muestra tan oscuro en el miedo él se esconde entre las cortinas

tal’, por ejemplo, abundan en ello, y el poema ‘Mariposa’ me llevó a pensar en el texto de Thomas Nagel ‘¿Qué se siente ser un murciélago?’ (1974), en donde el filósofo plantea la imposibilidad, absolutamente insalvable, de conocer la conciencia de un murciélago, es decir, su experiencia de ser. Y es que los nexos, además de revelar una inquietante cercanía, también revelan las distancias a través de lo que es cognoscible y lo que no. Por eso, Animal es un libro de caricias y de golpes, de senderos y de abismos múltiples. Emociona su precisión, su ritmo, su cadencia y su sonoridad en el uso de la aliteración, pero también los sentidos que sus versos expanden en la lectura y que hacen de la autora una poeta a la que hay que seguirle la pista.

¿qué luciremos esta noche? ¿piel o pelaje? En la tercera parte, ‘Devenir’, encontramos el conflicto que se produce en el reconocimiento (o en la reticencia al reconocimiento) de la animalidad con su lenguaje sin lengua. El poema ‘Animal’ explora esta faceta de forma sugerente: Te nombro Animal Desapareces En ti me hago aire duro A veces te toco Vas cosido a mí De adentro hacia fuera O voy cosido a ti Sin que nos demos cuenta Te olvido Animal apareces En la poesía de Animal late, también, el miedo a lo que no se puede entender con palabras. Los poemas ‘El ojo del zorro’ y ‘Hospi-

Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) Autora de las novelas La desfiguración Silva (Arte y Literatura, 2014) y Nefando (Candaya, 2016), así como del libro de poemas El ciclo de las piedras (Rastro de la Iguana, 2015), con el que se hizo merecedora del III Premio Nacional de Poesía Desembarco Poético. Actualmente trabaja como docente en el área de literatura de la Universidad Católica Santiago de Guayaquil. Ha sido seleccionada como una de las voces literarias más relevantes de Latinoamérica por el Hay Festival, Bogotá39 2017. 67


Francisco Proaño Arandi

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élebre y con vasta influencia en la literatura y el pensamiento político latinoamericanos de principios del siglo XX, José Enrique Rodó moría en Palermo, Italia, en 1917, a los 45 años de edad. Había nacido en Montevideo en 1872. Su existencia, más bien breve, fue marcada

por la agitación política, pero su pensamiento, que no logró organizar en un riguroso sistema filosófico, cuajó brillantemente en obras como la muy conocida y también debatida Ariel (1900), Motivos de Proteo y El mirador de Próspero, entre otras, incluyendo también su profusa labor periodística. Obras


geografías en las que, por otra parte, se reveló como uno de los grandes prosistas de la lengua castellana en América, junto a otros como Juan Montalvo, antes que él, y José Martí, contemporáneo suyo. Lo esencial del pensamiento de Rodó, en Ariel, fue el contraponer al materialismo y desaforado pragmatismo que, en su perspectiva, caracterizaba a la Norteamérica sajona (esto es, Estados Unidos), el espíritu idealista y quijotesco de la América hispana. En el fondo, el planteamiento de Rodó, que coincidiría con el de Rubén Darío, que entonces llevaba a cabo, como protagonista central, la revolución modernista en literatura, constituía una respuesta a lo que se venía: el avance dominador del imperialismo norteamericano, acrecentado por la disolución del imperio colonial español tras la independencia de Cuba y su anexión a los Estados Unidos, junto con Puerto Rico y las Filipinas. Los tres grandes de la literatura de fines del XIX, Rubén Darío, Martí y Rodó, expresaban con nitidez un marcado antiimperialismo, solo que Martí veía la amenaza desde el punto de vista de la opresión económica y política que se avecinaba, mientras que Rubén Darío y Rodó subrayaban más bien, en sus expresiones artísticas, la renuencia profunda y radical a hipotecar, en aras del materialismo y el mercantilismo norteamericanos, los valores espirituales heredados de la España eterna. Esta concepción se correspondía con el clima intelectual de su tiempo, pero entraña en ello todo un valor precursor para el desarrollo de la ideas políticas sobrevinientes en las décadas inmediatas, entre las cuales cabe destacar, solo por poner dos ejemplos, las de José Peralta, en el Ecuador, y José Carlos Mariátegui, en el Perú1. A cien años de su fallecimiento y en tanto se rememora su vida y su obra en diversas latitudes ameri-

canas, pareciera que los personajes alegóricos de La tempestad, drama escrito por Shakespeare en 1611 y sobre cuyo simbolismo meditó Rodó a fines del siglo XIX, tornaran a acentuar su significado en el drama histórico y viviente de Hispanoamérica, pero no en la perspectiva en que los vio el pensador uruguayo. Para empezar, mientras que el Ariel shakespeariano, aéreo y sutil, personificaba en la concepción de Rodó el espíritu idealista y caballeresco heredado de España, y Calibán, el esclavo negro, la rudeza y el materialismo de los Estados Unidos, al cabo del tiempo, la evolución del pensamiento político ha dado la vuelta, con indudable certeza, los símbolos, mejor dicho, la simbología de los personajes. Antes de entrar en ello, cabe reflexionar, siquiera sumariamente, sobre la evolución experimentada por algunos ilustres intelectuales latinoamericanos a lo largo del siglo XIX, a partir de la emancipación política, abocados a la tarea de construir nuestros incipientes Estados-nacionales y dilucidar lo que somos, tarea que de algún modo no ha concluido aún. Triunfante, en efecto, la gesta independentista, en la tercera década del siglo XIX y al menos en la parte continental de América, la producción literaria, reflejo del pensamiento político predominante y de las modificaciones estructurales derivadas de la emancipación política, se ve traspasada por una suerte de toma de conciencia de una posible identidad americana que, sin embargo, seguirá siendo determinada, durante mucho tiempo, hasta el advenimiento del siglo XX, por una cosmovisión acendradamente europea o europeísta. Dicha toma de conciencia, como la misma ilusión de una identidad propiamente americana, era, más que nada, un supuesto utópico. Un supuesto tal

Lo esencial del pensamiento de Rodó, en Ariel, fue el contraponer al materialismo y desaforado pragmatismo que, en su perspectiva, caracterizaba a la Norteamérica sajona (esto es, Estados Unidos), el espíritu idealista y quijotesco de la América hispana.

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era evidente en concepciones como aquella de la dicotomía entre civilización (lo europeo) y barbarie (lo americano), esgrimida por algunos de los más destacados ilustrados de la época2. El continente hispanoamericano había roto, formal y sangrientamente, las cadenas que le habían uncido a España, pero España misma, y con ella las ex colonias de ultramar, esas nacientes repúblicas, dejaban atrás el espíritu de la Contrarreforma y asumían los nuevos arquetipos literarios en el neoclasicismo propio de la Ilustración francesa y del proceso revolucionario desencadenado a raíz de 1789. En la evolución literaria de lo que más

tarde se llamaría América Latina, pasaríamos del neoclasicismo al romanticismo y luego al parnasianismo y al modernismo, siempre con la mira puesta en Europa. Es justo anotar, sin embargo, que el modernismo, liderado por el gran poeta nicaragüense Rubén Darío, constituyó una revolución estética que provino de América y transformó la escritura hasta entonces prevaleciente a ambos lados del Atlántico, dejó atrás los excesos del romanticismo —pero reconociendo explícitamente la influencia de los simbolistas franceses— y ensayó, a la vez, una visión política e ideológica marcadamente antiimperialista, en momentos en que el fantasma del

imperialismo norteamericano amagaba sobre el continente, tal como señalamos líneas arriba. A fines de ese siglo, muchos de los exponentes de la cultura, cuyas concepciones intelectuales se encontraban centradas particularmente en Francia, volvían la mirada hacia España, revalorando su herencia y recuperando como modelos en los que inspirarse a los grandes del Siglo de Oro: Góngora, Quevedo, Calderón y en especial Cervantes y su obra magna, El Quijote. Ese sentimiento coincidía con la visión de los propios españoles y la toma de conciencia que implicaba el derrumbe de la España ultramarina: toma de conciencia que determinaba los temas y aún la manera de escribir de quienes fueron parte de la llamada generación del 98. En efecto, por un lado, si bien se recuperaba lo mejor de la tradición española, procuraban a la vez configurar un lenguaje nuevo, sugerente, preciso y grávido de contenidos. No es casual que algunos, como el poeta Pedro Salinas, subrayen que «el modernismo no es otra cosa que el lenguaje generacional del 98», verdadera sentencia que el crítico José Triana evoca en su trabajo Una generación en sus textos3. Triana introduce también en dicho texto lo que el historiador Ángel del Río resume en su Historia de la Literatura Española: La fusión entre lo que los nuevos escritores españoles (los de la generación del 98) pretenden y la escuela modernista se realiza ‘oficialmente’, por decirlo así, cuando Rubén Darío llega a España por segunda vez en 1898. Las influencias serán mutuas. El poeta americano — orientado hasta entonces hacia lo francés y hacia una poesía de tipo colorista, plástico, musical— acendra su espiritualismo latente en el contacto con estos jóvenes serios,


Fernández Retamar afirma igualmente: Nuestro símbolo no es pues Ariel, como pensó Rodó, sino Calibán. Esto —añade— es algo que vemos con particular nitidez los mestizos que habitamos estas mismas islas donde vivió Calibán... meditadores, y se va hispanizando poco a poco. El cambio se manifiesta con toda evidencia en su libro Cantos de vida y esperanza (1905). Por su lado los jóvenes españoles se sienten deslumbrados por el verbo egregio, aristocrático, del poeta de Prosas profanas (libro de 1901 prologado precisamente por Rodó). Así se hermanan en los comienzos de la nueva literatura el afán de nueva verdad que estimula a los españoles y el afán de nueva belleza nacido en Hispanoamérica4.

En la cita transcrita confluyen los elementos básicos que sustentan el arielismo: afán de belleza; búsqueda de un nuevo sentido histórico que en América, reasumiendo el ideal quijotesco y los valores de la España eterna, entra en contradicción con lo que significaba, desde la perspectiva de la generación modernista, el imperialismo yanqui; idealismo y espiritualismo. El devenir de la historia posterior a aquella encrucijada finisecular revelaría otras verdades. Y otros pensadores, como queda dicho, trastrocarían la estructura del drama. La pensadora ecuatoriana, Nancy Ochoa, por ejemplo, emprende una crítica científica del arielismo desde la constatación de las realidades estructurales de América Latina en lo político y lo social5 . Dice al respecto lo siguiente:

Si es que Ariel simboliza la ‘civilización’ o cultura europea, y Calibán la ‘barbarie’, podemos estar seguros de que este último es nuestro símbolo, aunque lo recuperemos para nosotros una vez puesto en tela de juicio el dualismo de Sarmiento (civilización y barbarie). De los dos personajes de La tempestad de Shakespeare, Ernesto Renán utilizó al ‘grosero’ Calibán como símbolo del proletariado francés de 1871, dentro del más insolente aristocratismo, justificador de la opresión y de la represión. Por eso, resulta interesante que Rodó haya utilizado a Calibán como símbolo de los Estados Unidos pues vino a ser una primera comprensión del opresor como grosero o bárbaro. En este sentido habla Roig de una «recodificación del símbolo», cuya segunda etapa inicia Aníbal Ponce en 1935, con su artículo ‘Ariel o la agonía de una obstinada ilusión’. El mérito de Ponce es el de haber denunciado el carácter elitesco del humanismo burgués, de tal manera que la pureza de Ariel, el aislamiento del intelectual, vendría a ser un pretexto para ocultar su complicidad con el opresor. Entonces, si esa pureza ya no es virtud, a Ariel solo le queda unirse a Calibán, que es, desde el punto de vista del oprimido, el único virtuoso5.

El poeta y ensayista cubano Roberto Fernández Retamar señala en

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Más allá de la recodifidicación o trastrocación de la alegoría imaginada por Rodó, tanto Fernández Retamar como Ochoa y otros autores reconocen el mérito del escritor uruguayo de haber visualizado, en sus inicios, la emergencia del neocolonialismo imperial desplazándose sobre los pueblos del subcontinente latinoamericano y caribeño.

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su libro Todo Calibán6 la aparición en 1969, independientes unas de otras, de tres obras de autores antillanos en las que Calibán «será asumido con orgullo como nuestro símbolo» —símbolo de la América mestiza, negra e india, y también de la resistencia y la lucha contra el neocolonialismo—. Dichas obras son: la del martiniqueño Aimé Césaire, Una tempestad, adaptación de La tempestad de Shakespeare para un teatro negro; la del barbadiense Edward Kamau Brathwaite, el poemario Islas; y la del propio Retamar, Cuba hasta Fidel, «en la que se habla —indica— de nuestra identificación con Calibán». Nancy Ochoa se hará eco de las puntualizaciones de Retamar y destacará el hecho de que esta recodificación del símbolo Ariel, puesta en juego por tres escritores que escriben en lenguas diferentes (Césaire, en francés; Kamau, en inglés; y, Retamar, en español), supera la llamada ‘psicología de los pueblos’, propia del arielismo, que supone una ‘jerarquización’ ahistórica y proclive al racismo7. Fernández Retamar afirma igualmente: «Nuestro símbolo no es pues Ariel, como pensó Rodó, sino Calibán». «Esto —añade— es algo que vemos con particular nitidez los mestizos que habitamos estas mismas islas donde vivió Calibán: Próspero (los Estados Unidos, el colonialismo y neocolonialismo, etc.) invadió las islas, mató a nuestros ancestros, esclavizó a Calibán y le enseñó su idioma para entenderse con él. ¿Qué otra cosa puede hacer Calibán sino utilizar ese mismo idioma para maldecir, para desear que caiga sobre él la ´roja plaga´?»8. Más allá de la recodifidicación o trastrocación de la alegoría imaginada por Rodó, tanto Fernández Retamar como Ochoa y otros autores reconocen el mérito del escritor uruguayo de haber visualizado, en sus inicios, la emergencia del neocolonialismo imperial desplazándose sobre los pueblos


del subcontinente latinoamericano y caribeño. Retamar reconoce inclusive que «bien vistas las cosas, es casi seguro que estas líneas de ahora (las de su ensayo sobre Calibán) no llevarían el nombre que tienen de no ser por el libro de Rodó, y prefiero considerarlas también como un homenaje al gran uruguayo, cuyo centenario (se entiende que en 1972) se celebra este año» (p. 36 de la obra citada). Desde diversas perspectivas no hay duda que el pensamiento de Rodó y su planteamiento esencial, el arielismo, ha tenido dilatada influencia y ha concitado un debate que dura hasta hoy en diversas latitudes del subcontinente latinoamericano. En el Ecuador, de acuerdo con el libro prologado por Nancy Ochoa, se destacan como pensadores arielistas, con distintos matices, Gonzalo Zaldumbide, Alfredo Espinosa Tamayo, Julio César Endara, Alejandro Andrade Coello, José María Velasco Ibarra, entre otros. Gonzalo Zaldumbide, en 1902, siendo muy joven, pronunció en Quito una conferencia sobre el Ariel, de Rodó, y con ello ganó una beca para estudiar en Europa, lo que constituyó el inicio de su dilatada carrera diplomática. En 1918, Zaldumbide publicaría su importante ensayo José Enrique Rodó; un año antes, en 1917, como un homenaje al escritor uruguayo, fallecido

ese año en Europa, Alejandro Andrade Coello, daría a la imprenta su libro, titulado escuetamente Rodó. Isaac J. Barrera, en su Historia de la literatura ecuatoriana, resalta la presencia de Rodó en su condición de motivador y referente, tanto como lo fue Rubén Darío en la aparición del movimiento modernista ecuatoriano, cuya vigencia algo tardía, pues se hace ostensible solo a partir de 1910, registra nombres como los de Ernesto Noboa y Caamaño, Arturo Borja, Humberto Fierro, Medardo Ángel Silva, José María Egas o Alfonso Moreno Mora, en la poesía, o en la prosa artística, el propio Gonzalo Zaldumbide y el gran periodista Raúl Andrade, quien, significativamente, bautizó a la generación modernista ecuatoriana de ‘decapitada’, nombre que ha hecho fortuna. De cualquier modo, el drama de Shakespeare, que sin lugar a dudas imagina como escenario el ámbito colonial caribeño, parece seguir representándose como un palimsesto fantasmagórico sobre el lienzo del devenir histórico latinoamericano, con nuevos o renovados actores y también, en ciertos momentos cruciales, frente a espectadores singularmente lúcidos y clarividentes, como lo fue Rodó en aquella instancia clave que daba inicio al atormentado y tumultuoso siglo XX.

1 Mario Benedetti observará por su parte que es abusivo confrontar a Rodó con estructuras, planteamientos, ideologías actuales. Su tiempo es otro que el nuestro. Y añade: su verdadero hogar, su verdadera patria temporal, era el siglo XIX (Genio y figura de José Enrique Rodó, Buenos Aires, 1966, p. 128). 2 El argentino Sarmiento, por ejemplo; pero no así Juan Montalvo, para quien, pese a su vasta cultura europea y cosmopolita y tal vez precisamente por ello, la dicotomía se centraba más bien, desde una perspectiva ética, entre civilización (el respeto a las libertades y derechos) y barbarie (la tiranía y el abuso del poder). 3 Triana, José (1970). Estudio intrioductorio a La generación del 98. La Habana, Instituto del Libro, Biblioteca Básica de Literatura Española, p. XI. 4 Ob. cit. pp. XI-XII. 5 Ochoa se refiere a los textos de Arturo A. Roig, Acotaciones para una simbólica latinoamericana, y de Aníbal Ponce, Humanismo burgués y humanismo proletario. 6 Fernández Retamar, Roberto (2005). Todo Calibán. Buenos Aires, Clacso, p. 33. El tema sería abordado por Fernández Retamar en ensayos publicados desde finales de los años sesenta. 7 Ochoa, Nancy, Ob. cit. p. 48. 8 Fernández Retamar, Roberto. Ob. cit., pp. 33-34.

José Enrique Rodó (Montevideo en 1872, Palermo, Italia, 1917) Cuando, como corresponsal de la revista Caras y Caretas, había sido enviado a Europa para cubrir los hechos de la Primera Guerra Mundial. Cayó allí, víctima de fiebre tifoidea. Hijo de una familia acomodada, no terminó sus estudios universitarios, pero se hizo pronto, muy joven, con una sólida y vasta cultura que le posibilitó ejercer la cátedra de literatura en la Universidad, dirigir la Biblioteca Nacional y ser diputado a Cortes por el Parlamento Nacional en 1902 y 1907. Fue periodista y político. En 1895 fue miembro cofundador de la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales y ejerció el periodismo en diarios como El Orden, La Razón, El Telégrafo, Diario del Plata y la revista Caras y Caretas. En tal labor se destacó pronto por su brillante prosa y el manejo de temas políticos, filosóficos y literarios. En el proceso de consolidación del llamado modernismo hispanoamericano, Rodó cumplió en la prosa, lo que Rubén Darío hizo en la poesía. Joven todavía, conoció la fama a partir de la publicación de Ariel (1900), obra en la que plasmó su doctrina fundamental, el arielismo, de vasta influencia en los ámbitos intelectuales y educacionales de la Hispanoamérica de principios del siglo XX. Entre sus obras, a más de la mencionada Ariel, se encuentran: El que vendrá (1896), La novela nueva (1897), Motivos de Proteo (1909), El Mirador de Próspero (1913, uno de cuyos ensayos fue el dedicado a Juan Montalvo) y, publicadas póstumamente, El camino de Paros (1918), Nuevos motivos de Proteo (1927), Los últimos motivos de Proteo (1932). 73


Eddison Paucar

La familia del Dr. Lehmann fue la nouvelle ganadora del primer premio literario La Linares. Con esta obra, su autora, Sandra Araya (Quito, 1980), nos presenta una historia llena de suspenso. «Estas páginas —como dice la contratapa— tienen la peculiaridad de transcurrir en atmósferas atemporales y desasidas de referentes geográficos concretos».

I «La Literatura es lo que hace una pobre cerilla cuando se la enciende en mitad de la noche en medio del campo. No sirve para iluminar nada, sino para ver un poco mejor cuánta oscuridad hay alrededor». 74

Deambula en un auto por la carretera. Hay peñascos con los que, si se descuida, podrían chocar. A lo lejos ve un pueblo y decide acercarse. Con cautela, el carro llega al lugar y la gente lo descubre. El visitante es la novedad del sitio y los pobladores quieren saber a qué se dedica. Soy médico, dice el conductor. La noticia entusiasma a la gente. De inmediato le dan la bienvenida porque hace tiempo que les hacía falta un galeno. Él presenta a su esposa, hijo e hija, que le acompañan dentro del auto. La comunidad les sonríe y les brinda una vivienda. Así, casi como un hecho desapercibido, el poblado ha permitido la intromisión del ser maligno en su territorio.

Con esta puesta en escena, Sandra Araya presenta una narración sombría que juega con su familia (tradición) literaria. Si bien podríamos plantear como punto de partida del mal a la serpiente entrando al Edén para corromperlo, creo que los referentes más justos serían Thomas Sutpen, de ¡Absalom, Absalom!, y Joe Christmas, de Luz de agosto. Todos estos visitantes, incluido el Dr. Lehman, son personajes paridos en las tinieblas, con pasados misteriosos y que no dudarían en usar cualquier medio para satisfacer sus necesidades.


reseña

En esta novela breve, Lehman es acogido como un mesías en el pueblo. Al ser un doctor, la gente cree que viene trayendo vida o, quizá, una cura para cualquier malestar. Pero no, este personaje trae desgracias que terminan conmocionando a todos. El médico es el monstruo que acaba en los juzgados y, finalmente, huye a otro pueblo. Por los siglos de los siglos, en un camino cíclico. Ese es su destino. Y el mal es un tema emblemático dentro del libro. Los otros parientes de la autora se ven reflejados en su estilo de narrar. La prosa precisa que juega, se contradice y pone en duda los hechos expuestos. Una técnica trabajada y depurada que nos hace ver que no solo tenemos aquí a una gran escritora, sino también a una lectora voraz de una tradición depurada por Samuel Beckett y, más que nunca, Thomas Bernhard. Aquí, con una belleza sombría, el narrador testigo de la novela nos susurra la historia desde la mirada opaca de Amy, la hija del Dr. Lehman. Araya no solo cartografía una realidad ficticia, sino que la amplía al presentarnos dos pueblos alejados

del mundo y del tiempo. Lugares perdidos que al parecer se esconden del resto de la civilización. No tienen diferencias significativas con los que uno se podría encontrar en Ecuador o en cualquier parte del mundo. Eso sí, en estos lugares hay una atmósfera que atormenta tanto a los personajes como al lector y se acomoda perfectamente con el relato.

II «La novela no es el género de las respuestas, sino el de las preguntas», sentenció Javier Cercas y el libro de Araya se apega a estas palabras. A lo largo de la historia encontramos distintos puntos ciegos de carácter narrativo. Por ejemplo, ¿cuál es la procedencia de la familia Lehman?, o ¿qué le pasó al doctor del primer pueblo? Estas preguntas resaltan a lo largo del libro y retumban dentro del lector. Son interrogantes que llenan de misterio el ambiente y no descuelgan la trama, sino que la alimentan con insinuaciones. El otro punto ciego es conceptual. Aquí ya no se trata de esca-

motear datos, sino de intentar comprender determinados comportamientos. Así sean incomprensibles. Un ejemplo clásico de esta discusión es intentar conocer si Don Quijote estaba loco o no. En el caso de la nouvelle en cuestión, la pregunta es: ¿por qué los Lehman adoptan a cualquier persona y la hacen pasar como un miembro de su familia para no perder el orden? O quizá, más que un punto ciego, la interrogante que atraviesa toda la novela sea: ¿qué es la paternidad? Un cuestionamiento válido en un ambiente donde todo cambia, menos el doctor. Por ello, diría que esta historia también trata de la desmemoria o, más bien, de la voluntad de las personas para no recordar acontecimientos que pueden doler. ¿Una novela del olvido? «La Literatura es lo que hace una pobre cerilla cuando se la enciende en mitad de la noche en medio del campo. No sirve para iluminar nada, sino para ver un poco mejor cuánta oscuridad hay alrededor», dijo William Faulkner. Y Sandra Araya, con su libro, nos vuelve testigos privilegiados de estas palabras.

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Jorge Basilago

L

a voz femenina suena firme, pero fatigada. Es un fantasma que discute, bromea, se enoja, protesta. Dialoga. Con otras ‘mujeres-espectros’ y consigo misma. Atraviesa sus historias y, contándose, las cuenta. En muchos casos por primera vez. En otros, con la perspectiva que el relato ‘oficial’ jamás se preocupó por registrar. Gracias a la magia de la dramaturgia y la actuación, Manuela Sáenz —de ella se trata— ha vuelto a la vida en la serie Diálogos con mis fantasmas, estrenada a fines de septiembre por la Radio de la Asamblea Nacional.

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Y esa aparición reflota la necesidad de pensar en el retorno de los géneros radiales dramáticos como alternativa enriquecedora, reflexiva y vivificante para un medio enfermo de inmediatez y fugacidad desde hace décadas. «Hay muchas razones para esto: creo que el boom de la televisión afectó a la radio, y el mundo en que vivimos es cada vez más rápido, más demandante de tu tiempo y ya no puedes sentarte media hora a escuchar un capítulo», opina Lola García, creadora y directora de Diálogos con mis fantasmas.

Textos y contextos Hace siete años, los festejos por el Bicentenario de la Independencia despertaron una inquietud más profunda en García —graduada en historia y radialista por vocación—: conocer el rol de las mujeres en las distintas luchas de liberación y afirmación nacional. Así descubrió que la información al respecto, si existía, era tan escasa como sesgada. «Cuando cuentas con tan pocos documentos escritos, necesariamente tienes que hacer ficción para hablar de esos temas: la investiga-


radioteatro ción va más por el lado del contexto histórico o cultural, como saber qué decía la sociedad sobre mujeres como aquellas», reflexiona. Aportar los textos ausentes de aquellos contextos es la misión particular que asumió García desde 1990, casi siempre a través de alguna de las variantes del radiodrama. La posibilidad de generar empatía entre personajes y audiencia —en ambos sentidos—, así como la construcción de identidad que propician el estilo y la forma del relato, son dos de los recursos más importantes para su trabajo. Que tiene, en general, un trasfondo educativo o concienciador: para ella, una historia sensibiliza y promueve cambios que la mera información o acumulación de datos difícilmente conseguirán. «Para nosotros fue muy interesante la propuesta de buscar personajes femeninos que se articulen alrededor del hilo conductor de Manuela Sáenz», explicó Verónica Salgado, directora de la Radio de la Asamblea, que gestionó el financiamiento para realizar la serie. Con el aporte de María Elena Dávila y Carmen Gangotena en la investi-

gación y guión, Sáenz está rodeada de una decena de mujeres que la visitan para contarle sus historias y batallas. Algunas —como Manuela Espejo, Rosa Zárate o Nela Martínez—, fueron personas reales. Otras son mosaicos de época creados para la ocasión, como Tomasa Morán Vera, que representa a las montoneras de Alfaro. La emisora legislativa procura que el enfoque de género sea transversal a todas sus actividades, razón de peso para comprometerse con una producción como esta. Aunque según admitió Salgado, no sólo para reflexionar sobre ciertos procesos históricos, sino también para cuestionar su importancia real y su olvido posterior: «Creo que el género dramático ayuda mucho a ubicar a cada persona en el lugar histórico que le corresponde, porque muchas veces la historia es una construcción vertical y de poder que refleja ciertos hechos y personas e invisibiliza otros», razonó. Sin embargo, García lamentó que «cada vez se apuesta menos» por este tipo de contenidos, que implican un costo bastante elevado (ver recuadro) en función del

«Creo que el género dramático ayuda mucho a ubicar a cada persona en el lugar histórico que le corresponde, porque muchas veces la historia es una construcción vertical y de poder que refleja ciertos hechos y personas e invisibiliza otros».

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modelo radiofónico dominante en la actualidad. Sobre todo para los medios comerciales, muy poco dispuestos a innovar o correr riesgos. «Lo que vivimos hoy en torno a la comunicación es muy grave porque se está perdiendo el apostar a otras narrativas, a nuestras narrativas», subrayó la radialista.

Inmovilidad de contenido Pero el fenómeno mencionado por Lola García no es nuevo. Luego de acompañar hasta mediados del siglo XX el desarrollo del medio, e incluso ser una de las razones principales de su período de mayor es-


plendor, las ficciones radiales —tanto dramáticas como humorísticas— comenzaron a flaquear. Desde luego, tuvo mucho que ver el incontenible auge de la televisión. Pero también la comodidad y mansedumbre con que el universo radiofónico condenó a su propio potencial creativo y dio inicio a «una crisis que se manifies-

ta en la inmovilidad de contenido y forma sonora», según escribió hace tiempo la investigadora española Emma Rodero Antón. Cuando menos en el segmento comercial —con escasas excepciones—, la reiteración del modelo chato y previsible se hizo más que evidente: noticias y música, eso ‘de-

bía ser’ la radio. Peor aún, las mismas noticias y la misma música girando en un «carrusel insoportable», como lo definió alguna vez el conocido radialista cubano José Ignacio López Vigil. La ley del menor esfuerzo. Desborde de información pura y dura, improvisación y vértigo. Renuncia a la sensibilidad, a la reflexión y a la emoción. Varias décadas antes del promocionado ‘fin de la historia’, la radio descartó su vocación de narrar y le extendió el certificado de defunción. «La falta de guiones firmes lleva a que los locutores hagan chistes — igual que los imitadores— vulgares, simples, desprolijos, a destiempo… En fin, un desperdicio», señaló en su momento el guionista y docente argentino Luis Buero. El género cómico, que en la radio latinoamericana vio surgir o consolidarse a artistas de la talla del cubano Tres Patines, la argentina Niní Marshall o el uruguayo Juceca ( Julio César Castro), quedó atrapado entre chistes e imitaciones fáciles, discriminatorios u ofensivos a menudo, carentes de sorpresa, atados a la agenda informativa en el mejor de los casos. Con el correr de los años, la profundización de la tendencia derivó en la lógica desaparición de los talentos que llenaban el aire radial de historias dramáticas o humorísticas. Sin espacios para mostrarse, guionistas, actores y sonidistas buscaron nuevos rumbos lejos de la radio. Y otro tanto sucedió con las audiencias, paulatinamente desacostumbradas a esa clase de propuestas estéticas. «Cuando hicimos nuestra primera incursión, en 1990, ya se habían perdido los grandes artistas del radioteatro aquí. Ya no existían. Entonces, esa primera radionovela la hicimos con el grupo de teatro Malayerba», recordó Lola García, quien tampoco olvida el esfuerzo que demandó aquella producción y las deficiencias técnicas que tuvo. «Estábamos re-aprendiendo», señaló.

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Cuando menos en el segmento comercial —con escasas excepciones—, la reiteración del modelo chato y previsible se hizo más que evidente: noticias y música, eso ‘debía ser’ la radio. Peor aún, las mismas noticias y la misma música girando en un «carrusel insoportable».

Resistencia y resurgimiento

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Hubo, por supuesto, propuestas narrativas que resistieron y mantuvieron en el aire rasgos de aquella tradición original. Pero principalmente desde la órbita de las distintas ‘alternatividades’ de la radio: emisoras públicas, educativas o comunitarias que encontraron en el género nuevas maneras de seducir y movilizar en el plano político, a partir de esa labor artística. En este sentido fue muy importante el trabajo teórico y práctico del mencionado López Vigil y del argentino Mario Kaplún, entre otros, desde la segunda mitad de los años sesenta. «Contamos historias para comunicarnos mejor con nuestras gentes, para acompañarlas en la emoción y también en la reflexión que surge de ella», sostuvo López Vigil, para quien un buen relato sigue el rumbo «del corazón a la razón». Sin embargo, en América Latina, el resurgir del arte radiofónico cobraría un impulso definitivo recién a partir de la década de 1990. En especial desde la creación de la Bienal Internacional de Radio de México, en 1996, que entre sus categorías de competencia incluye una de experimentación sonora. Por esa época también se conformó en Ecuador la Radio Artística Experimental Latinoamericana (rael), luego convertida en el Centro Ex-

perimental Oído Salvaje. Mientras que Lola García, desde el Centro de Educación Popular (Cedep), iniciaba asimismo su recorrido en el género desde una perspectiva más pedagógica. A caballo de este renovado interés, numerosos especialistas y organizaciones comenzaron a repensar y combinar los formatos tradicionales. Se multiplicaron los talleres de guión o actuación radial. El radioteatro y la radionovela sumaron elementos que llevaron al radiocómic o el radiofilm. Surgieron, con el tiempo, productos transmediales como el radiodrama Cuando vuelvas del olvido, coproducción a distancia entre la Universidad Nacional de Entre Ríos (uner, Argentina) y la Universidad Autónoma de México (unam); o híbridos, como los documentales sonoros de Radio Ambulante, plataforma web creada por el narrador peruano Daniel Alarcón: «Es como lo bueno de la radionovela latinoamericana con la producción y el rigor de una radiocrónica», definió el escritor. Por otro lado, la expansión de las nuevas tecnologías digitales aportó recursos estéticos impensables pocos años antes y contribuyó a reducir o eliminar los costos de producción y distribución. De hecho, organizaciones como Radialistas Apasionadas y Apasionados (en Quito) y la Asociación Civil Narrativa Radial (en Buenos Aires), entre otras, comparten contenidos de manera


gratuita y abierta a través de la red. Oportunidad que, no obstante, la radio comercial todavía no ha capitalizado: «Los medios privados no creen en esta posibilidad de la radio de llegar al otro a través de relatos, narraciones, dramas, radionovelas. Sólo quieren invertir una cantidad y saber cuánto recibirán a cambio», lamentó García. Todavía de carácter incipiente y concentrado en las emisoras alternativas, en opinión de Francisco Godínez Galay —director del Centro de Producciones Radiofónicas (cpr) de Argentina—, el reverdecer de la narrativa sonora anticipa un «futuro promisorio para el género y una nueva época para la radio». La idea, subraya Godínez, es reconocer y explotar todo el abanico técnico y creativo del medio, y «tener presente que una inteligente utilización de las posibilidades que dan las tecnologías nos permitirán concretar aquel anhelo democratizador que siempre se queda en potencialidad: abaratar costos, facilitar la producción, multiplicar esfuerzos, expresarse en la arena pública». Faltan detalles nada pequeños, obviamente. Como volver a entre-

nar los oídos y el corazón de las audiencias, distraídas con la dictadura de la imagen, para que cedan una vez más a la sugerente sensualidad de la imaginación. «La noción de radioarte supone que la radio puede ser considerada una de las bellas artes y de ese modo puede promover nuevas gramáticas de la sonoridad», anticipaba un documento de la Asociación Mundial de Radios Comunitarias para América Latina y el Caribe (amarc-alc) allá por 2008. No se trata, de todas maneras, de apelar al arte por el arte. En general, a los radialistas les importa mucho qué se dice, además del cómo. Contemplar de frente a las otras y otros de toda narración, incluso y en especial a los colectivos eternamente condenados a los márgenes y la invisibilidad. «La radio es lo que es porque es el lugar donde mejor puedes expresar la oralidad. Tú puedes reconocer a los pueblos a través de sus relatos, el relato nos acerca, borra las diferencias, nos une», opina Lola García. Y ‘su’ Manuela Sáenz, con un micrófono a guisa de espada, tal vez sonríe. Nuevas luchas simbólicas la aguardan.

«La radio es lo que es porque es el lugar donde mejor puedes expresar la oralidad. Tú puedes reconocer a los pueblos a través de sus relatos, el relato nos acerca, borra las diferencias, nos une».

Diálogos con mis fantasmas, en cifras La realización integral de la serie Diálogos con mis fantasmas costó $18.000. Trabajó en el proyecto una veintena de personas entre actrices, actores, músicos, cantantes, técnicos, investigadoras y guionistas. Además se realizó una edición limitada en CD, de distribución gratuita, que incluye los diez capítulos del programa y las canciones originales escritas por Lola García —musicalizadas por Paúl Salazar, Juan Carlos Velasco y Giovanny Bedoya— para cada personaje. Cada episodio también puede escucharse en línea o descargarse sin costo del sitio web de la Radio de la Asamblea Nacional. 81


Juan Romero Vinueza 82


ensayo La complejidad laberíntica a la cual no estaba acostumbrado el teatro le significó abucheos o críticas que destruían su labor. No obstante, Pirandello se mantuvo en esta lógica de una dramaturgia que cuestionara y desnudase los discursos, que replanteara la manera en cómo se al creador y a lo creado.

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uando se escribe narrativa o teatro, la fascinación por crear personajes es la que manda a la hora de los planteamientos escriturales. Y, al hablar del culto por la creación de personajes, es inevitable recordar que un veintiocho de junio de 1867 nació en un pequeño poblado de Italia llamado Agrigento el que sería uno de los escritores más importantes de la literatura mundial: Luigi Pirandello. Han pasado ciento cincuenta años desde ese momento. El notable autor italiano fue quien representó, de manera cómica y trágica, las desventuras por las que tiene que pasar un personaje que descubre que es un personaje y las que sufre un autor cuando no está conforme con lo que ha creado. Si bien Pirandello escribió poesía, cuento y ensayo, su reconocimiento mundial se debe al teatro y a la novela. Sus primeras publicaciones fueron dos poemarios, pero no es por estos que logró la fama mundial en la década de los años treinta. Se podría decir, incluso, que su faceta como poeta, cuentista y ensayista, ha sido la menos estudiada. Cosa que no pasó con su obra novelística y dramática que sí ha gozado de mayor aceptación y reverencia, confiriéndole el Premio Nobel de Literatura de la Academia Sueca en 1934, dos años antes de su muerte.

Es innegable el reconocimiento que obtuvo por haber revolucionado el teatro de la época. El hecho de formular un metateatro sobre las tablas fue algo difícil de entender para varios de los autores de su tiempo, quienes renegaron de su talento y de su obra, aduciendo que ésta era demasiado reflexiva e inverosímil para el público. La complejidad laberíntica a la cual no estaba acostumbrado el teatro le significó abucheos o críticas que destruían su labor. No obstante, Pirandello se mantuvo en esta lógica de una dramaturgia que cuestionara y desnudase los discursos, que replanteara la manera en cómo se veía al creador y a lo creado. Optaré por referirme a sus dos principales textos: la novela El difundo Matías Pascal (1904) y la obra de teatro Seis personajes en busca de autor (1921). La importancia de ambos libros radica en que en estos se puede apreciar una de las preocupaciones que más asediaron a este autor: la función misma de ser un autor, es decir, de ser un creador de personajes. En los dos casos mencionados, el italiano plantea la labor del autor desde dos puntos diferentes. En la primera, Pirandello desenfoca la labor en sí del autor y la formula desde el personaje Matías Pascal, quien ya no quiere ser Matías Pascal. Lo que sucede es que el perso-

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naje mismo mata a su antiguo yo, de manera filosófica y no física, para poder crear otro nuevo, más acorde a lo que debió ser desde un principio; en la segunda, Seis personajes en busca de autor, Pirandello vislumbra cómo los personajes son quienes están buscando a un autor que se apropie de ellos, que quiera crearlos, que sea capaz de interpretar sus emociones y sentimientos, y, así, los desarrolle de la mejor manera.

El difunto Matías Pascal

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La publicación de El difunto Matías Pascal le significó una fama muy grande en Europa ya que el libro fue rápidamente traducido al francés y al alemán. Sin embargo, la traducción al español se dio años después, en 1924, gracias a Rafael Cansino-Assens, ya que por lo general los lectores hispanos tenían una mayor cercanía con su obra dramática que con sus novelas. La obra pudo ser realizada gracias al encargo y al auspicio de Giovanni Cena, director de la revista La nuova antología de Roma. El texto se configuró como un relato de fácil lectura por su lenguaje coloquial y expresiones sencillas. Se creó a un personaje ridículo, sin atributos importantes, más cercano al hombre mundano y, hasta cierto punto, inepto, del cual nadie recordaría acaso su existencia. ¿Dónde radica la importancia de este personaje sin atributos? Ciertamente, no en su concepción en sí como un sujeto torpe y desdichado, sino que su figura cobra fuerza cuando un evento desafortunado y erróneo, aparentemente lo hace desaparecer de los registros de toda su familia y amigos. Su cuerpo es confundido con el de otra persona que ha muerto. Toda la gente de su pueblo cree que Pascal ha fallecido. He aquí el mayor dilema de la novela y de donde surge todo

el planteamiento de una persona como autora de su propio personaje. Pascal bien pudo reconocer que él no era el difunto, sino que todo había sido un error y que podría volver a su vida normal y deleznable. Pero no lo hace. Acepta esa confusión para poder crearse a sí mismo como un sujeto diferente, con otro nombre y con nuevos proyectos de vida. Intenta vivir la absoluta libertad de no ser la creación de nadie más que de su propia inventiva y deseo. Lo que sucede después es que esa libertad diáfana de la que cree estar gozando no es más que un espejismo. El nuevo Pascal, autodenominado ahora como Adriano Meis, no consta en ningún registro oficial y está alienado de todo ese régimen burocrático y kafkiano que es el simple hecho de habitar en una sociedad. La crisis de identidad que sufre ahora el protagonista es complejísima. Ya no es Matías Pascal —porque está muerto para la sociedad que lo conocía— y tampoco es Adriano Meis, porque ese hombre no existe más allá de su inventiva. Es como si un juego de roles teatrales se desarrollara en la vida real y cotidiana. Un hombre común ya no quiere ser él, deja que un rumor de su muerte se haga verdad y se inventa otro personaje que tampoco podría existir realmente, porque la irrealidad es lo que manda en una impostura, en una cuestión vinculada con la teatralidad. En este punto de la novela se identifica la doble muerte por parte del protagonista. La primera, el error con el difunto; y la segunda, la imposibilidad de existir bajo unas leyes y un registro civil. Adriano Meis al identificar que no podrá vivir jamás como un ciudadano porque no existe como tal, decide suicidarse y regresar a su pueblo natal como la persona que siempre fue: Matías Pascal. En su pueblo ya na-


Los personajes que buscan al autor son personajes tipo, es decir, son básicos, comunes y corrientes, nada fuera de serie. Un padre cincuentón, una madre afligida, una hijastra rebelde, un hijo soberbio, un niño y una niña. Sin embargo, cada uno posee un drama particular que lo llevará a desarrollarse como personaje. die lo recuerda. Es bien sabido que a los muertos se los olvida rápido. Vuelve a su empleo de bibliotecario y, de vez en cuando, visita su tumba para verse ‘muerto y sepultado’.

Seis personajes en busca de autor Esta es quizás la obra más conocida y estudiada de Pirandello. En ella se expone el otro lado de la creación y del reconocimiento del personaje como tal. Desde el prólogo del texto, el autor explica que son los personajes los que han ido a buscarlo a su casa para rogarle que por favor se ocupe de ellos. Los personajes están obsesionados con existir, tengan o no tengan autor. Pero, un requisito básico para que su existencia esté dada realmente es que un autor se digne en crearles una historia y guiar sus acciones. Estos personajes acuden a un director de teatro y se muestran íntegros, completos y complejos, buscando ser lo suficientemente atractivos para que el autor quiera implicarlos en su obra. El drama de estos personajes es justamente el hecho de buscar un drama. Se trata de una obra de teatro que representa el teatro mismo. El metalenguaje que Pirandello utiliza aquí fue lo que lo distanció de las esferas convencionales del teatro de la época y lo que hizo que se considerara, a su modo de realizar la dramaturgia, demasiado cercana a lo intelectual y

alejada de la acción y las emociones. Los personajes que buscan al autor son personajes tipo, es decir, son básicos, comunes y corrientes, nada fuera de serie. Un padre cincuentón, una madre afligida, una hijastra rebelde, un hijo soberbio, un niño y una niña. Sin embargo, cada uno posee un drama particular que lo llevará a desarrollarse como personaje. Cada una de las situaciones que estos viven están arraigadas en su conciencia de personajes tipo, y cuando todos se encuentran en una situación desafortunada, los dramas toman más forma y se comunican entre ellos para configurar la obra en sí y, lo más importante, llaman la atención del director, el cual no tiene más remedio que adoptarlos para ponerlos sobre las tablas e iniciar la obra de teatro. Al final, se desarrolla un conflicto más bien estético sobre la dramaturgia cuando los personajes se analizan como si fuesen ellos mismos los autores. Unos creen que su desempeño es adecuado, otros piensan que son personajes inconclusos, poco desarrollados, o que simplemente están enfrascados en una circularidad inexacta que no los permitirá cambiar. Este planteamiento que Pirandello pone en boca de sus creaturas nos hace pensar: ¿y si nosotros, como seres humanos, no estamos siendo los personajes que queremos ser? ¿Cómo lidiar contra esa fuerza del deseo de ser y de la capacidad de ser lo que buscamos?

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Patricio Herrera Crespo

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n los años ochenta Quito se conmocionó con un movimiento artístico llegado desde el altiplano. Dos muchachos acuarelistas bolivianos despertaron los sentidos estéticos con su trabajo de acuarela. Uno de ellos, José Rodríguez Sánchez, vuelve a estar con nosotros a los 30 años con una muestra de acuarela en mediano y gran formato a la que ha titulado ‘Un relámpago de siglos’.

Como en esos años, nuevamente la Casa de la Cultura Ecuatoriana le acoge y las paredes de la sala Miguel de Santiago muestran la extraordinaria obra, que no es otra cosa que «una alquimia de agua y luz, fruto de 45 años de permanente depuración, soliloquio entrañable (que) intenta deleitar, conmover, emocionar, para que podamos encontrarnos, reconocernos y darnos cuenta que después de tantos

siglos, tantos enfrentamientos, pertenecemos a una sola especie humana» (jcc/jrs). José Rodríguez Sánchez (Cochabamba, Bolivia, 1958), pintor y escultor, pero sobre todo acuarelista, estudió con el maestro Germán Olivera cuando apenas tenía 10 años y ya demostraba sus aptitudes artísticas. Fueron siete años de un aprendizaje continuo, hasta plasmar en forma magistral casas,


paleta del color, el contraste y la transparencia, sino que, además, por la vivencia y la pasión del autor por el paisaje telúrico de Bolivia». Todo ese paisaje real y mágico no solo que admiró a su Bolivia, sino que extendió sus alas como esas palomas de papel que se repiten en varias de sus obras, para recorrer los países americanos, pasar el océano e ir haciendo tambos en otras latitudes como Alemania, Rusia, Italia, Suecia, Ucrania, por ejemplo.

Las décadas de los sesenta y setenta fueron trágicas para América Latina. Una ola de dictaduras militares ignorantes y asesinas recorrió como peste maligna por nuestros países. No se salvaron ni Ecuador ni Bolivia donde los dictadores tenían en la mira las universidades como blancos de sus funestos ataques. Precisamente el cierre de las universidades en Bolivia y la persecución desatada impulsó a los jóvenes José Rodríguez Sánchez y

Lucifer

tejados, patios, paisajes, junto «a visiones de extrema hermosura como rescatador de la cultura ancestral — dicen sus críticos y añaden—. «Es cierto y quizás uno de los temas recurrentes de la propuesta plástica de José Rodríguez es el tiempo. Cada una sus acuarelas despierta en el espectador un claro sentimiento de nostalgia. »Esta impresión trascendente, no sólo se debe al manejo magistral

Lucifer

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Nevado mayor

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David Darío Antesana a emprender el viaje a Ecuador en 1979, con la juventud y los ideales de sus 19 años. Acá se estaba empezando a sentir un aire de democracia y encontraron el afecto de los ecuatorianos como también de exilados chilenos y bolivianos. Recuerdo al poeta Ronny Muñoz, al fotógrafo Jorge Aravena de Chile, al boliviano Eliodoro Ayllón, el querido ‘mushasho’, periodista y poeta, pero

sobre todo amigo, de quien Euler Granda dijo: «periodista, pintor, mecenas, hombre de barro y de gaviota, amigo a todo dar, soñador, hermano y, para completar, poeta, esencialmente poeta... Para José fue una estadía de diez años hasta 1989 cuando retornó a su Bolivia. Traía su equipaje de ilusión y libertad, ese anhelo juvenil de salvar al mundo pero también toda esa visión mágica, esa sensibilidad y la destreza de manejar el pincel para trasladar a la cartulina la luminosidad y la transparencia de la acuarela. Fueron diez años de producción artística, de cursos y talleres donde se formaron muy buenos acuarelistas; recordamos a Marco Serrano, Celso Rojas, Fernando Santos, Manuel Félix García a través de la galería Llimp’i y Wasi (casa donde se pinta), a lo que se conoció como la ‘escuela boliviana de acuarela’ (en Bolivia no hay escuela de acuarela, me dice entre risas). Vuelve al Ecuador gracias a una ex alumna, María E. de Landívar, que es la gestora de su viaje. Lo hace con una exposición de 55 cuadros, con la que celebra sus 45 años de vida artística y rinde tributo al gran amigo y poeta Eliodoro Ayllón, que por tantos años vivió en Quito. Será por ello que el poeta y humanista Jorge Calvimontes, le dice: «...sin haber equivocado tu vocación artística, también vienes de la esfera maravillosa de la poesía, de ese arcano sensitivo que alimenta la riqueza de los mundos interiores, igual que la acuarela que creas para expresarnos los sustantivos de la luz, del sonido, del color del hombre que respira; emergen de tu mano pinturera y son como la estrofa que eterniza la cadencia de los días». Recorremos la exposición admirando ese trabajo pulcro y transparente mientras suenan en nuestros oídos sus palabras y su pintura


que nos invitan a conmovernos, a sensibilizarnos para acercarnos a los otros. Ese es el mensaje de sus obras: Para ser luz, Símbolo de libertad, Espíritu elevado, Trashumante, Cristo interior..., etc., etc., con una historia de vida, de arquitectura y paisaje, de hombre y de Dios, de costumbres y de magia, de tierra y cielo, de testimonio y de denuncia. Guido Díaz dijo en la inauguración: José Rodríguez Sánchez ya no quiere solo mostrarnos sus paisajes, hoy nos trae más que eso; en su obra se desborda no solo la luz húmeda del espacio andino, sino la tibia luz que surge de los seres que habitan esos cerros; esos seres de manos geográficas, de fuego, de agua brotando a manantiales, de diablos, de serpientes. Con esa luz que envuelve sus recuerdos, sus fantasías y sus sueños; con esa luz de sus abuelos, de sus taitas y de sus tradiciones, nos pinta su historia, sus mitos, su música y sus ritos. Con su fuerza onírica, con sus visiones, construye seres integrales en los que se funden paisajes y personas, y crea y recrea nuevos y complejos símbolos para perpetuarse, para mantener vivos a sus espíritus y para decirnos que dentro de ese hábil pintor hay además un sabio, un ser eterno y multidimensional. Allí está José, con el testimonio de su enorme trabajo, pero también, como hace 30 años, con sus nuevos alumnos comenzando una nueva jornada para trasmitir sus secretos del color, de la luz, de la transparencia en la acuarela; sus secretos que ha recogido en «pueblos y hombres como si fueran milagros caídos de la bolsa de algún dios descuidado… Los recobra, sin desempolvarlos y menos acicalarlos, en sus papeles de genial iluminación. Luz es lo único que les da el artista. Claridad que les devuelve su antigua alcurnia», como dijo Jorge Mansilla.

Símbolos de libertad

Concertación

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Foto: Marcelo Arellano

án la Plenaria, entrega a Camilo Restrepo Guzm Patricio Herrera Crespo, director de la Junta a. orian Ecuat la Cultura Presidente Nacional electo de la Casa de

credencial como

CAMILO RESTREPO GUZMÁN, LA CULTURA PRESIDENTE NACIONAL DE LA CASA DE

e Nacional de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Camilo Restrepo Guzmán fue elegido President aria integrada por los directores de los Núcleos para un período de cuatro años, por la Junta Plen Provinciales de la Casa en el país. de Cultura, el Presidente es elegido por la De conformidad con lo que estipula la nueva Ley de dentes de los Núcleos Provinciales y el Ministro Junta Plenaria, la que está integrada por los presi ión. elecc la de acto el da un Director para que presi Cultura o su delegado. Igualmente, la Junta elige se reunió el 18 de mayo con la asistencia de 24 aria Plen Bajo estos términos legales, la Junta el el Lcdo. Patricio Herrera Crespo, quien presidió miembros, y fue designado Director de la Junta un de y ta secre y inal idatos. La votación fue nom acto eleccionario con la participación de tres cand resultados: Camilo Restrepo Guzmán, 22 votos; entes sufragio total de 24 votantes, arrojó los sigui Fabián Saltos, 1 voto; y, Carlos Vásconez, 1 voto. naba, en forma casi unánime, al Lcdo. Camilo Inmediatamente se proclamó el resultado que desig , entregándole la respectiva credencial. El nuevo Restrepo Guzmán Presidente Nacional de la CCE en firmar la acción de personal y entrar legalmente Presidente se posesionó del cargo el 1 de junio al funciones. haber alcanzado este triunfo luego de una auEl nuevo Presidente manifestó que es un orgullo anza depositada en él constituye un reto personal tónoma y democrática elección. Señaló que la confi que la cultura deje de estar postergada a un segundo pero sobre todo social e histórico, para conseguir r privado. plano por el Estado, los poderes públicos y el secto ía institucional y la inmediata derogatoria del Destacó como prioridad la defensa de la autonom terminación del gobierno anterior, e iniciar el estureglamento a la ley aprobado dos días antes de la las reformas a la Ley de Cultura. dio correspondiente para plantear a la Asamblea r del sector cultural, pues ha sido Presidente Camilo Restrepo Guzmán es un amplio conocedo , Secretario General de la Institución, presidente de la Casa de la Cultura entre los años 1992 – 1996 Presidente de la Comisión Nacional de los Dere fundador del Núcleo de Pastaza. Igualmente fue chos Humanos por varias ocasiones. 90


panel

FRANCISCO ORDÓÑEZ, PRIMER DIRECTOR DEL NÚCLEO DE PICHINCHA

Foto: Marcelo Arellano

Francisco Ordóñez triunfó en las elecciones para Director del Núcleo de Pichincha de la Casa de la Cultura Ecuatoriana realizadas en mayo, de acuerdo a lo que dispone la Ley de Cultura. El directorio lo completan Luis Ernesto García y Yaffa Carolina Arellano, como vocales principales, y Santiago Francisco Buitrón y María Paulina Izurieta, como suplentes. El resultado de las votaciones sobre un balotaje de 511 fue el siguiente: para Francisco Ordóñez 204 votos, para Javier Cevallos 145 votos, para Simón Zavala 126 votos, para Marco Orosco 32 votos y 4 votos nulos. En el acto de posesión Ordóñez hizo un llamado a la unidad de creadores y gestores culturales de la provincia para continuar trabajando por la democratización de la cultura. Destacó que el escenario en el que el directorio debe desarrollar su gestión está caracterizado por una rica diversidad cultural, en la que se juntan manifestaciones de los pueblos autóctonos, las culturas urbanas, una intensa actividad en el teatro, la danza y las artes plásticas, la escultura y las artesanías.

juramento al presidente y El Dr. Hernán Rivadeneira, Presidente del Tribunal Electoral, toma el vocales del Directorio del Núcleo de Pichincha.

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Faltas ortográficas Autor: Eduardo Varas C. Género: Relato Colección: Luz Lateral Editorial: CCE Año: 2017

«Faltas ortográficas es un libro escrito desde las pasiones por el cine B, los cuentos de horror, el rock, la comedia televisada y, claro, la literatura. Con estos ingredientes y una prosa siempre eficaz, virulenta y a la vez sonriente. Eduardo Varas ha escrito una colección de relatos memorable». AO

Los sonidos del pensar en el teatro y la danza Autor: Santiago Rivadeneira Aguirre Género: Entrevista Colección: Tramoya Editorial: CCE Año: 2017

«En Los sonidos del pensar en el teatro y la danza, Santiago Rivadeneira Aguirre se transforma en un entrevistador invisible que se mueve en una escueta y evocadora escenografía, para descubrirnos el talante de los que aman su oficio. Frente a la boca abierta del escenario permite, con una acotación certera, que la voz de los creadores llegue definida como si desplegaran el mantra de sus obsesiones, en una muestra exultante de esa pasión fuerte que significa el teatro». ACL

Letreando en Quito Autor: Varios autores (Esteban Poblete, comp.) Género: Narrativa y poesía Editorial: CCE Año: 2017

«La presente publicación es una muestra de varios escritores que en Ecuador se encontraron por medio de la página digital ‘Letreando en Quito’. En esta edición se ha respetado las distintas características estilísticas de cada uno de los autores, lo que enriquece su contenido, dividido en dos partes: Narrativa y Poesía, con ilustraciones de autoría del artista plástico y miembro de los escritores del grupo, Carlos Viver». EP

Revista – Casa de la Cultura Ecuatoriana – No. 26 Autor: Varios autores Género: Revista literaria, de ensayo y arte Editorial: CCE Año: 2017

Este segundo número de la nueva época de la Revista de la Casa de la Cultura presenta las memorias del Encuentro de Intelectuales ‘Estado y Cultura’ realizado en la CCE en marzo de 2015, e incluye dos CD con la versión digital de las intervenciones de los ponentes. En la sección de Arte se aborda la obra de Pedro León Donoso (1894 – 1955) y, en Documentos, se publican nueve cartas inéditas de Efraín Jara Idrovo. La revista incluye, además, sus secciones habituales de Estudios, Narrativa histórica, Diálogo, Fotografía y Notas. AVD


Amistad de árbol Autor: Juan Manuel Ponce Género: Poesía Editorial: CCE Año: 2017

«Y desde los árboles, desde su sombra bienamada, Juan Manuel Ponce propone volver a arder una mañana más, pasar revista entonces a los aconteceres, a los lugares, países de la infancia, a los veranos con olor a almendros, a esos otoños imperturbables, infinitos, extranjeros, paisajes de la memoria acariciados por la mano pródiga de la palabra». RPT

Instantes de mi vida Autor: Gary Esparza Fabiani Género: Biografía Editorial: CCE Año: 2017

«Has demorado mucho en tomar la decisión de sacar a la luz estos testimonios, coloquiales y dialogados, que enriquecen la verdad de la narración y que le hará mucho bien leerlos a la juventud de ahora y de ayer... Y es por supuesto un homenaje, aunque doloroso, a ese gran cosmopolita de estirpe babahoyense, el eterno presidente Jaime Roldós Aguilera». RMR

A-Lucy-naciones de un perpetuo ayer Autor: Germán Ochoa D. Género: Cuento Colección: Cosecha Tardía Editorial: CCE Año: 2017

En el libro de once relatos, A-Lucy-naciones de un perpetuo ayer, el autor vuelve sobre aspectos relativos a la identidad, la memoria ancestral, la ritualidad andina, la participación indígena en procesos electorales, o en acontecimientos históricos acaecidos en la ciudad capital, separados, como si de un parteaguas se tratara, por un texto desopilante alrededor de la fiesta y el erotismo universal.

Arcanos mayores Autor: Alexis Oviedo Género: Cuento Editorial: CCE Año: 2017

«A imagen del Tarot, Alexis Oviedo escribe una historia llena de personajes terribles o entrañables, trashumancias, crímenes y esperanzas, odios e ideales; es una historia cuyos avatares son misterios ­—arcanos— cuyo significado último se nos insinúa y, al mismo tiempo, nos elude... Tiene pues, Arcanos mayores, lo que debe exigírsele a toda obra literaria de valía: fascinación y perplejidad. Su lectura es un reto al que no debemos ni podemos resistirnos». SP

El camino del héroe Autor: Hiram Gallardo Género: Novela Colección: Casa Nueva Editorial: CCE Año: 2017

«Hiram Gallardo nos ofrece una novela original, brillante, conmovedora y, sobre todo, entretenida, que nos conduce por un mundo dual de penetrante ficción: a la vez que caballeresco también plebeyo; rudo y violento pero a la postre benevolente; al tiempo que relata incesantes luchas por la expansión territorial con lucidez nos permite atisbar los consabidos e inocultables conflictos por el poder entre dinastías en pugna que emergen, se asemejan pero que se diferencian en la trama, por disímiles tratamientos que se dan a valores como la justicia y la vida en común». WFH 93


tributo

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l 3 de julio de 2017 falleció José Luis Cuevas (nacido en Ciudad de México en 1934), una de las figuras más importantes del arte latinoamericano y mundial. Dibujante, grabador, ilustrador y escultor, fue uno de los líderes de la Generación de la Ruptura que creó un arte más abstracto, más libre, y rompió con el binomio arte-política del muralismo mexicano lidera-

do por Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco. Fue uno de los representantes más destacados del neofigurativismo. Su primera exposición individual se realizó en 1953 en la Galería Prisse. En los siguientes años Cuevas viajó a Filadelfia para ilustrar la obra de Franz Kafka y exhibió su obra en La Habana, Caracas, Lima y Argentina, donde conoció a Jorge Luis Borges; además, fue amigo de Luis Buñuel, Carlos Fuentes, Leonora Carrington, Julio Cortázar, Juan Soriano, Gabriel García Márquez y Alberto Gironella. En 1965 participó en la exposición The Emergent Decade, en el Museo Guggenheim de New York, como representante del arte latinoamericano. En 1979 regresó a México con la individual José Luis Cuevas. El regreso de otro hijo pródigo en el Museo de Arte Moderno, y en 1998 es motivo de una retrospectiva en el Museo Reina Sofía en Madrid. Su prolífica obra se introduce en los negros senderos de la locura, el erotismo, la prostitución, la deformidad, la angustia y la abstracción. Primer Premio Internacional de Dibujo en la V Bienal de Sao Paulo (1959); primer Premio Internacional de Grabado en la I Trienal de Nueva Delhi (1968); recibió la orden de Caballero de las Artes y de las letras de la República Francesa (1991).


MUSEOS

Museo de Instrumentos Musicales

Pedro Pablo

Traversari de la Casa de la Cultura Ecuatoriana

Uno de los patrimonios sonoros institucionales más importantes de América Latina, instaurado en 1950.

REAPERTURA

2017

Avs. 12 de Octubre y Patria Telf. 2902-272 Exts. 320-321 Reservaciones Ext. 420 museoscce2006@yahoo.es

Atención de martes a sábado 09h00 a 16h30

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DIRECCIร N Avs. 12 de Octubre y Patria Telf. 2902-272 Exts. 320-321 Reservaciones Ext. 420 museoscce2006@yahoo.es

HORARIOS DE VISITA Martes a sรกbado 09h00 a 16h30 Reservaciรณn previa para visita de grupos.


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