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Alice Munro,
Nobel de Literatura 2013
Benjamín Carrión,
Color y magia
drama y paradoja
Muchik
Entrevista en bicicleta a
Teatro Ensayo
Raúl Arias
50 años de teatro puro
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editorial
Hecho en Casa
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sí se llamará la próxima fiesta de las letras y las artes que estamos programando para el 18 de enero. Una celebración y una toma de la Casa de parte de pintores, músicos, cantantes, bailarines, teatreros, cineastas, gestores culturales, colectivos sociales, titiriteros, malabaristas, escritores, que vamos a cantar a la cultura, desde esa expresión libre y democrática que constituye la piedra angular de la creación. Será como un abreboca para las celebraciones de los setenta años de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, mayoría de edad que viene con un nuevo rostro, quizá más experimentado, más sabio, pero esencialmente más democrático y colectivo, acorde con los tiempos que corren en nuestra América, y fundamentalmente en nuestro país. Como en algún momento le expresamos al presidente Rafael Correa, es aquí, en esta Casa de frutos colectivos, donde los poetas, los pintores, los músicos, los escritores, hombres y mujeres, niños, jóvenes y adultos queremos participar de este nuevo país, ser fruto y reflejo de una revolución en marcha, comprometernos a edificar juntos la Nueva Casa. Benjamín Carrión lo decía con propiedad: «Cuando se está construyendo, o cuando se destruye para construir mejor, el poeta, el hombre de pensamiento, tiene que ser obrero de la construcción, animador, director, exaltador de la misma. No es concebible que ante la urgencia de edificar la Casa, nos pongamos a tocar la vihuela. Se puede tocar la vihuela el día del estreno». Y el primer día de los setenta años será el día del estreno, y será un día en el que de todos los sectores de nuestro país, multiforme y diverso, canten al nuevo tiempo, con respeto al pasado y con alegría en el porvenir. Que ese día nos encuentre a todos los ecuatorianos trabajando libres, solidarios, fraternos, en esos materiales del espíritu que nuestros padres bautizaban con honor como «hecho en casa».
número seis • noviembre 2013 Presidente Raúl Pérez Torres Vicepresidente Gabriel Cisneros Abedrabbo Director Patricio Herrera Crespo Editores Paúl Hermann Violeta Luna Patricio Viteri Edición de textos Katya Artieda Diseño Tania Dávila Colaboran en este número: Jorge Luis Cáceres, Alexis Cuzme, Natasha Salguero, Ramiro Díez, María Helena BarreraAgarwual, Juan Carlos Miranda, Wilma Granda, Paulina Simon Torres, Eliécer Cárdenas. Portada Amadores de una sacerdotisa enigmática, José Luis Alfaro de la Cruz Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión Dirección de Publicaciones Av. Seis de Diciembre N16–224 y Patria Telf.: 2 565808 Ext. 426 gestion.publicaciones@casadelacultura.gob.ec www.casadelacultura.gob.ec Quito–Ecuador.
casapalabrascce @casapalabrascce casapalabrascce@gmail.com
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índice
3 Por la designación de Alice Munro como Nobel de Literatura, presentamos su trayectoria vivencial y literaria, así como una muestra de su obra.
6 Raúl Pérez Torres realiza una afinada lectura de la introducción de Fernando Tinajero al libro Benjamín Carrión y la ‘cultura nacional’, trabajado por él en colaboración con Sofía Bustamante y Guillermo Maldonado.
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El escritor Jorge Luis Cáceres nos ofrece su particular punto de vista sobre Los Sangurimas, de José de la Cuadra, con motivo de la reedición de este clásico de nuestra literatura en España.
En nuestro espacio consagrado a la lírica, presentamos en esta ocasión una muestra del poeta mantense Alexis Cuzme.
La escritora y ensayista María Helena BarreraAgarwal ofrece un exhaustivo análisis de Calle 14, clásico de nuestras artes plásticas que podrá verse en la portada del libro que la Dirección de Publicaciones le ha dedicado a Pablo Palacio.
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18 El poeta Gabriel Cisneros nos da una muestra de sus universos narrativos con un ‘Réquiem por Laura’, sensible cuento que arroja luz sobre la insondable alma humana.
19 26 El cuentista y novelista Paúl Hermann pone a consideración de Casapalabras ‘La quinta’, texto que forma parte de Cuentos para androides oxidados, libro ganador de una mención en la más reciente edición del Concurso del Consejo Provincial de Pichincha.
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Celebramos los primeros 50 años de vida artística del Teatro Ensayo de la CCE con una entrevista a Antonio Ordóñez, su director y figura fundamental de nuestras artes escénicas.
25 Ramiro Díez, intelectual y radiodifusor capitalino, realiza un interesante retrato de la pintora mexicana Frida Kalho.
Uno de los entrevistados del presente número es Raúl Arias, poeta quiteño que formó parte del tzantzismo y que anda, en bicicleta, estrenando nuevo poemario.
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Patricio Herrera Crespo revisa el origen del pasillo, establece diferencias entre el baile y la canción y tras recordar a sus más inolvidables intérpretes, presenta tres textos de Medardo Ángel Silva, José María Egas y Arturo Borja, que se convirtieron en canciones.
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El escritor Patricio Viteri Paredes ha traducido del inglés: Metamorfosis, cuento del escritor norteamericano John Cheever, desconocido en nuestro medio. Presentamos un extracto de la ponencia que la escritora Natasha Salguero realizó de El mal ejemplo y otras vainas, una de las más recientes publicaciones de María Eugenia Paz y Miño.
42 Las salas de exposición de la CCE se llenaron del color y la magia del artista peruano José Luis Alfaro de la Cruz. A propósito, una aproximación a su propuesta.
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Juan Carlos Miranda nos ofrece momentos de su poética en danza fragmentada basada en Las olas de Virginia Woolf. Un texto para imaginar al performer en escena.
14 Violeta Luna entrega una lectura de la obra poética de Mariana Cristina García, por la publicación de la Antología Poética editada recientemente por la Dirección de Publicaciones.
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Wilma Granda Noboa emprende un alucinante tour por la vida y trayectoria de Alberto Santana, pionero chileno del cine latinoamericano silente y sonoro.
Paulina Simon Torres reflexiona sobre la homosexualidad en nuestra sociedad y ofrece un puñado de estupendos filmes para todos los públicos que tienen por tema el universo GLBT, a propósito del último festival que este año ofrecerá Cinemateca.
variaciones
Munro Nobel
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a autora canadiense Alice Munro (Wingham, Ontario, 1931) ha recibido el Premio Nobel de Literatura, en reconocimiento al género del cuento y de las mujeres escritoras. La academia sueca la denominó «maestra del relato corto contemporáneo», y destacó su «armonioso estilo de relatar, que se caracteriza por su claridad y realismo psicológico». Considerada por algunos críticos como ‘la Chejov canadiense’, Munro ofrece una narrativa que tiene por escenario pequeñas ciudades donde la lucha por unas condiciones de vida aceptables provoca en ocasiones conflictos morales. Entre sus trabajos más notables destacan Who Do You Think You Are? (1978), El progreso del amor (1986), Las lunas de Júpiter (1982), Escapada (2004) y La vista desde Castle Rock (2006).
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Radicales libres Alice Munro
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l principio la gente llamaba por teléfono para cerciorarse de que Nita no estaba demasiado deprimida, ni demasiado sola, ni comía demasiado poco o bebía demasiado (había sido una bebedora de vino tan diligente que muchos olvidaban que tenía completamente prohibido beber). Ella mantenía las distancias, sin parecer ni dignamente afligida ni anormalmente animada, ni distraída ni confundida. Decía que no necesitaba que le hicieran la compra, que se las arreglaba con lo que tenía a mano. Tenía las medicinas que le habían recetado y suficientes sellos para las cartas de agradecimiento. Sus mejores amigos probablemente sospechaban la verdad: que no se molestaba en comer mucho y que si llegaba alguna carta de pésame la tiraba a la basura. Ni siquiera había escrito a personas que vivían lejos, para evitar dichas cartas. Ni siquiera a la anterior esposa de Rich, que vivía en Arizona, ni al hermano, que vivía en Nueva Escocia y del que estaba bastante distanciado, a pesar de que ellos quizá entenderían mejor que la gente más cercana por qué había seguido adelante con el no funeral como lo había hecho. Rich le gritó que se iba al pueblo, a la ferretería. Eran como las diez de la mañana; había empezado a pintar la verja de la terraza. Es decir, estaba raspándola para pintarla y la vieja rasqueta se le rompió en las manos. A Nita no le dio tiempo a pensar por qué tardaba Rich. Él se incli-
nó sobre el cartel que había en la acera, delante de la ferretería, que anunciaba cortacéspedes de oferta. No le dio tiempo ni a entrar en la tienda. Tenía ochenta y un años y buena salud, salvo una leve sordera en el oído derecho. El médico le había hecho un reconocimiento hacía solo una semana. Nita se enteraría de que el reciente reconocimiento, el certificado médico favorable, se repetía en un sorprendente número de los casos de muerte súbita con que se encontró de repente. Casi te da por pensar que habría que evitar tales visitas, dijo. Solamente debería haber hablado en esos términos con sus malhabladas amigas Virgie y Carol, sus íntimas, mujeres casi de su misma edad, sesenta y dos años. A los más jóvenes ese lenguaje les parecía indecoroso y ambiguo. Al principio estaban más que dispuestos a formar una piña alrededor de Nita. No llegaron a hablar del proceso de duelo, pero Nita se temía que empezaran en cualquier momento. En cuanto se metió con los preparativos, todos menos los más fieles y fiables se replegaron, naturalmente. La caja más barata, a enterrarlo de inmediato, sin ceremonia de ninguna clase. En la funeraria dieron a entender que a lo mejor era ilegal, pero Nita y Rich lo tenían muy claro. Se habían informado hacía casi un año, cuando a Nita le dieron el diagnóstico definitivo. «¿Cómo iba yo a saber que se me iba a adelantar?».
La gente no se esperaba un funeral tradicional, pero sí les apetecía algún rito moderno. La exaltación de la vida. Escuchar su música preferida, todos cogidos de la mano, contar anécdotas elogiosas de Rich mientras pasaban de puntillas y con humor sobre sus rarezas y sus perdonables defectos. Esas cosas que Rich decía que le daban ganas de devolver. De modo que el asunto se despachó enseguida y el revuelo y el calor que la había rodeado se disiparon, si bien ella suponía que algunas personas seguirían diciendo que las tenía preocupadas. Virgie y Carol no lo decían. Únicamente decían que era una vieja bruja y una egoísta si pensaba morirse antes de lo necesario. Se pasarían por su casa y la resucitarían con Grey Goose; eso decían. Nita decía que no pensaba hacerlo, aunque sí le veía cierta lógica. De momento su cáncer había remitido; a saber qué quería decir eso realmente. No significaba que estuviera ‘en regresión’. O no para siempre. Su hígado es la principal sala de operaciones y mientras ella se limite a comisquear no se queja. Lo único que deprimiría a sus amigas sería recordarles que no puede beber vino. Ni vodka. Después de todo, de algo le había servido la radioterapia de la primavera pasada. Ahora es pleno verano. Piensa que ya no tiene un color tan bilioso, pero a lo mejor eso solo significa que se ha acostumbrado. Se levanta temprano, se lava y se viste con lo que tenga a mano. Pero al menos se viste y se lava, se cepilla los dientes y se arregla un poco el pelo, que ha vuelto a salirle bastante bien, canoso alrededor de la cara y oscuro por detrás, como antes. Se pinta los labios y se oscurece las cejas, que se le han quedado muy despobladas, y por la misma consideración de toda la
vida hacia una cintura estrecha y unas caderas moderadas, comprueba los progresos que ha hecho en ese sentido, aunque sabe que la palabra adecuada para calificar todo su cuerpo en esos momentos sería ‘escuálido’. Se sienta en su amplio sillón de costumbre, rodeada de montones de libros y revistas sin abrir. Da unos sorbos cautelosos a la infusión aguada que ahora sustituye al café. En su momento pensó que no podría vivir sin café, pero resulta que en realidad lo que quiere entre las manos es el tazón caliente; eso es lo que ayuda a pensar o a hacer lo que haga durante la sucesión de las horas, o de los días. Esa casa era de Rich. La compró cuando estaba con su esposa Bett. No iba a ser sino un sitio para los fines de semana, cerrado durante el invierno. Dos dormitorios minúsculos, una cocina adosada, a un kilómetro del pueblo. Pero al cabo de poco tiempo ya estaba trabajando en ella: aprendió carpintería, construyó un ala con dos dormitorios y dos cuartos de baño y otra para su despacho, transformó la casa original en un salón-comedor-cocina. A Bett empezó a interesarle; al principio decía que no entendía por qué había comprado semejante cuchitril, pero siempre se implicaba en las mejoras prácticas y compró dos mandiles de carpintero a juego. Necesitaba algo a lo que dedicarse cuando terminó y publicó el libro de cocina que le había llevado varios años. No tenían hijos. Y mientras Bett le contaba a la gente que había encontrado su lugar en la vida como ayudante de carpintero y que eso los había unido más a Rich y a ella, Rich se enamoraba de Nita. Ella trabajaba en la secretaría de la universidad donde Rich daba clase de literatura medieval. La primera vez que hicieron el amor fue entre las virutas
y la madera serrada de lo que llegaría a ser la habitación principal con techo arqueado. Nita dejó las gafas de sol, no a propósito, aunque Bett, que jamás dejaba nada en ningún sitio, no se lo creyó. Después vino la consabida y dolorosa trifulca, tras la cual Bett se marchó a California y después a Arizona, Nita dejó su trabajo por sugerencia de la secretaría y Rich perdió la oportunidad de ser decano de letras. Él se prejubiló y vendió la casa de la ciudad. Nita no heredó el mandil de carpintero más pequeño y se dedicó a leer de buena gana sus libros en medio del desorden, a preparar cenas elementales en un hornillo, a dar largos paseos de exploración de los que volvía con desaliñados ramilletes de lirios atigrados y zanahorias silvestres que metía en latas de pintura vacías. Más adelante, cuando Rich y ella ya se habían instalado, se avergonzaba un poco al pensar en lo dispuesta que había estado a desempeñar el papel de la mujer joven, la feliz rompehogares, la ingenua risueña y atolondrada. En realidad era una mujer —no precisamente una chica— seria, físicamente torpe, tímida, capaz de enumerar todas las reinas de Inglaterra, no solo los reyes sino también las reinas, y que se sabía de memoria la guerra de los Treinta Años, pero a quien le daba vergüenza bailar en público y que jamás aprendería a subirse a una escalera de mano, al contrario que Bett. Su casa tiene una hilera de cedros a un lado y el terraplén de la vía del tren al otro. El tránsito ferroviario nunca ha sido gran cosa, y ahora pueden pasar solo un par de trenes al mes. Entre los raíles la maleza crecía profusamente. Una vez, a las puertas de la menopausia, Nita incitó a Rich a hacer el amor allí arriba, no sobre las traviesas, naturalmente, sino en el estrecho
arcén de al lado, y después bajaron exageradamente contentos. Nita pensaba con detenimiento, cada mañana al sentarse, en los sitios donde Rich no estaba. No estaba en el cuarto de baño pequeño, donde seguían sus cosas para afeitarse y las píldoras para diversos achaques, molestos pero no graves, que Rich se negaba a tirar. Tampoco en el dormitorio del que Nita acababa de salir después de haberlo recogido. Ni en el cuarto de baño grande, al que Rich solamente entraba para bañarse. Ni en la cocina, que se había convertido en el dominio casi exclusivo de Rich durante el último año. Por supuesto, tampoco estaba en la terraza con la verja a medio raspar, dispuesto a atisbar en broma por la ventana, frente a la cual en otros tiempos a veces Nita fingía iniciar un striptease. Ni en el despacho. Ese era el sitio donde su ausencia tenía que establecerse con más firmeza. Al principio Nita necesitaba abrir aquella puerta y quedarse allí, contemplando los montones de papeles, el ordenador moribundo, las carpetas desbordantes, los libros que se habían quedado abiertos o boca abajo y los que se apiñaban en las estanterías. Después empezó a conformarse con imaginarse las cosas. Un día de estos tendría que entrar. Lo veía como una invasión. Tendría que invadir el cerebro muerto de su marido. Algo que jamás se había planteado. Rich le parecía tal pilar de eficacia y capacidad, una presencia tan enérgica y firme que siempre había creído, absurdamente, que viviría más que ella. Después, durante el último año, aquella convicción absurda se convirtió en una certeza para los dos, o eso pensaba ella. (Fragmento del cuento, tomado de El País, ep00.epimg.net)
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Raúl Pérez Torres
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Fernando Tinajero
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Introducción y selección de Fernando Tinajero con la colaboración de Sofía Bustamante y Guillermo Maldonado
penas terminé de leer la introducción de Fernando Tinajero al libro Benjamín Carrión y la ‘cultura nacional’, trabajado por él en colaboración con Sofía Bustamante y Guillermo Maldonado, me entusiasmé pensando en que los intelectuales, los pensadores de este país están vivos, recordando de paso aquello que dijo Lula da Silva aquí, en el Teatro Nacional de la Casa de la Cultura, hace poco, en el sentido de que parecería que los intelectuales habían desaparecido a raíz de la caída del Muro de Berlín. Por fin un libro que nos propone algo diferente, una revisión teórica sobre la ‘cultura nacional’ —entre comillas en el título, comillas dignas de tomarse en cuenta—, una visión del rostro político de la cultura y todo esto dentro de una propuesta crítica alrededor de alguien que, a pesar de sus contradicciones (o precisamente por ellas), como dice Fernando, es la mejor expresión de su siglo, Benjamín Carrión, el Montalvo del siglo XX, como dijo A. Moreano, en alguno de sus libros. Este libro corresponde a la colección del Pensamiento Político Ecuatoriano, propuesta por Fernando, donde hemos leído libros extraordinarios como los de Bolívar Echeverría, Agustín Cueva, El pensamiento político de Montalvo, Eloy Alfaro, La utopía republicana, El pensamiento político de los movimientos sociales, El pensamiento de la izquierda comunista, etc. Es decir que aquí, en este libro, está el mejor Fernando, el polémico, el revolucionario, el teórico, frío y metódico, rompiendo las plegarias de un culto irreflexivo a esa figura patriarcal que, como dice su autor, entorpece el conocimiento de su obra (como le ha sucedido a Alfaro, a Bolívar, a Montalvo, a pesar de ellos y por culpa de sus panegiristas) analizando un siglo de drama y paradoja encarnado, quizá, por Velasco Ibarra en la política y Benjamín Carrión en la cultura. Aquí vemos pasar las primeras décadas del treinta al cuarenta, de una historia barroca (como diría B. Echeverría), el nacimiento de un espíritu letrado, plenamente occidentalizado, con vocación moral por la justicia, vestigios también del romanticismo y del modernismo (nació en 1897). Es decir que Carrión tenía 15 años cuando Alfaro fue asesinado, y desde luego fue alfarista hasta que ingresó al partido socialista; es decir, siempre a la vanguardia del pensamiento político, hasta que algunos dimes y diretes, que será bueno leer en el libro, lo alejó de ese partido. Personalmente, me parece que el quid de la reflexión de Fernando se desarrolla alrededor de esta valoración: «La matriz del pensamiento de Ca-
especiales rrión fue siempre liberal, y nunca pudo superar el ‘cortocircuito entre ella y sus posiciones políticas socialistas’ (Moreano), es decir, ideología liberal burguesa y posición política socializante. Por eso ha dicho Fernando que la historia de la izquierda ecuatoriana es la historia de un largo desencuentro, o lo que decía Mao: ‘El peor enemigo de la revolución es el burgués que lleva dentro cada revolucionario’». Con gran sutileza, Fernando va armando el rompecabezas, analizando y poniendo en su sitio las fichas que configurarán el entramado de esa ‘cultura nacional’, siempre entre comillas, recordándonos hechos importantes para la formación de una ideología. En la matanza de Guayaquil de l922, Carrión tenía 25 años, Carrera Andrade publicaba El estanque inefable, Jaramillo Alvarado editaba El indio ecuatoriano. Aquí apreciamos también que el ingreso de Carrión al servicio exterior no fue consecuencia de la revolución juliana, pues él había ingresado tres meses antes de que ésta se produjera, invitado por el Dr. Gonzalo Córdova, sucesor de José Luis Tamayo, el mismo que ordenó la intervención del ejército en Guayaquil. Aquí también vemos pasar los diversos nombres que tuvo esta ‘colonia estable’ que era Nuestra América, en un principio Abya Yala, luego la Isla de la Mar Océana, las Indias, el Nuevo Mundo, América, Hispanoamérica, América Española, para diferenciarla de la Portuguesa, Iberoamérica, y por fin, Latinoamérica. ¿Por qué Latinoamérica? Con cierto sarcasmo, Fernando dice: «América era propiedad exclusiva de sus clases dominantes y ellas descendían directamente del pueblo latino. Punto», como lo había pensado Rodó en su Ariel, en 1900. El libro también desmenuza la influencia marcada en el ideario
de Carrión, de José Vasconcelos, y su visión alterada y errónea sobre José Carlos Mariátegui, desarrollada en sus primeros libros Los creadores de la nueva América y Mapa de América. Fernando dice que a juzgar por su entusiasmo (y no hay que olvidar que Benjamín era muy entusiasta, muy apasionado), Carrión «celebra y parece compartir que ‘el indio americano’ se encuentra ‘perdido’ en el sentido cristiano del término y necesita ‘una redención’ que sólo puede venir de Occidente». Como dice Fernando: «Dios es blanco y habla en el español de la Academia». De Vasconcelos vendrá también ese proyecto sugestivo de vida en común: Cultura y Libertad (que ya lo había anotado Ortega y Gasset, paradigma de la intelectualidad burguesa de la época), y por allí también el aparecimiento de la fantasía de la ‘raza cósmica’, la defensa sin tregua del idioma español, en perjuicio de tantos idiomas nuestros. Escuchemos estas palabras de Benjamín: «Nuestra América nació al mundo limpia del pecado original de las diversidades lingüísticas. Sus hombres no estuvieron presentes en la construcción de la Torre de Babel. Desde Sonora hasta Cabo de Hornos —con excepción de Brasil—, un solo idioma recio,
rico, numeroso y sonoro, lo hablan 60 millones de hombres, sobre una extensión inmensa, capaz de albergar a media humanidad actual». Suficiente. En alguna parte dice Fernando que hay gente que piensa que varias afirmaciones de Benjamín demuestran que estaba mejor dotado para las letras que para el pensamiento. El proyecto, sugestivo desde luego, era el de una América hispana y tropical que se convirtiera en el crisol de una fusión universal de todas las razas y todas las culturas. Pero ‘blanqueándola’. Carrión se aparta de Vasconcelos cuando él adopta posiciones cercanas al fascismo. En cuanto a Mariátegui, Fernando piensa que la admiración de Carrión es una admiración engañosa. Una cosa es el hecho real del mestizaje y otra la ideología del mestizaje. Carrión no está de acuerdo con el pensamiento de Mariátegui sino con su actitud, a pesar de que lo admira y respeta, es decir, lo respeta tanto que dice: «Cuando un país de los nuestros quiera salvarse por la cultura, quiera hallarse a sí mismo, por lo menos tendría que enviar a Occidente a hombres como Mariátegui…, no los gomosos niños bien que se envían generalmente». (Cita de Alejandro Moreano). Aún así insinúa que fue una equivocación
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de Mariátegui el que se haya alineado al marxismo, y desde luego, la oposición a su indigenismo. En resumidas cuentas, Fernando pasa revista a la ideología de una época, contenida —como él dice— en el antiintelectualismo, determinismo, occidentalismo, hispanismo, la historia como progreso. ¿Qué es lo que permite un salto en el comportamiento político y social de Benjamín Carrión? ¿Será quizá la llegada a la escritura de esos mozalbetes de los años treinta, que destruye el lenguaje señorial y desarticula la ideología del dominador? ¿Será su experiencia mexicana y el conocimiento de su rica y extraordinaria cultura? ¿Será también la lectura de Huasipungo (1934)? Bueno, hay que leer el libro. Luego vendrá lo más rico y sobrio de Benjamín Carrión, Sus cartas al Ecuador luego de la guerra con nuestro país hermano, el Perú; la creación de la Casa de la Cultura después de la insurrección civil que derrocó a Arroyo, la del 28 de mayo; su adopción del lema de la Segunda Independencia; la conformación del Frente Amplio de Izquierda; su permanente apoyo a la Revolución Cubana; su generosidad para con los incipientes escritores y artistas arrimados a su nombre; el Premio Nacional Eugenio Espejo, y, claro, el Premio Benito Juárez, alcanzado en l968 por sus servicios a la causa de la democracia, su permanente actividad de DEFENSA DE LA AUTONOMÍA DE LA CULTURA FRENTE AL ESTADO. Es decir, su gran obra de madurez, según Fernando, ha sido la de ofrecer al Ecuador una razón para vivir y tener orgullo de sí mismo. En relación a la Casa de la Cultura, Fernando habla sobre la urgencia de renovarla, de que le anime un sustento ideológico y creativo acorde con nuestro tiempo. Yo estoy de acuerdo y les estoy
hablando desde una nueva Casa, democrática, incluyente, diversa, libre, comprometida con el pueblo. «La Casa de la Cultura no es una creación arbitraria. Hunde sus raíces profundas en la esencia de lo nacional», decía el Gran Señor de la Nación Pequeña, y repetía: «La Casa de la Cultura Ecuatoriana es la respuesta alegre, optimista, como de árbol joven, seguro del poder de sus ramas y de la fecundidad maravillosa de la tierra en que se halla plantado».
Hay, entonces, que cuidar esta Casa, incluyente, democrática ahora, productora de esa nueva ideología que riega nuestra América y que será capaz de movilizar el pensamiento más profundo de la sociedad ecuatoriana. Así nació nuestra Casa, como el hogar que cada uno de nosotros construye, para estar juntos, para amarnos, para sentir su calor y el prodigio del pensamiento compartido. Solamente que esta Casa ya no es la de 1944, ya no es la que nació al pie de la ‘Gloriosa’ un 9 de agosto, último día de la presidencia de José María Velasco Ibarra; no es la misma porque la dialéctica de la vida y de la historia, porque la humanización de la política y de la economía en nuestra patria, la ha modificado, la ha restaurado, la ha despojado de su vieja pátina elitista, la ha transformado en un
espacio democrático donde no solamente se darán la mano —como antaño— Jacinto Jijón y Caamaño y Joaquín Gallegos Lara, Aurelio Espinosa Pólit y Enrique Gil Gilbert, sino todos los ecuatorianos: negros, blancos, cholos, indios, todas las personas que tengan algo que decir para dignificar a la patria, para alentarla, para democratizarla cada vez más, para enriquecerla con el fluir de todas las culturas, un espacio de confrontación y de crítica, de libertad y de responsabilidad histórica, pero especialmente de lucha permanente contra cualquier forma de colonialismo. Recordarán ustedes que el 18 de julio de 1963, una junta militar mediocre y estrafalaria, comandada por Ramón Castro, Cabrera Sevilla y otros, declaró vacantes de sus cargos a los miembros titulares de la Casa de la Cultura, tildándolos de comunistas a intelectuales como el propio Benjamín Carrión, Alfredo Pérez Guerrero, Demetrio Aguilera Malta, Oswaldo Guayasamín, Oswaldo Muñoz Mariño, Celia Zaldumbide, Carlos Cueva Tamariz y otros grandes pensadores de la patria; o aquel otro momento de 1985, cuando un contingente militar interrumpió las labores de la Casa buscando en todas las oficinas a un grupo subversivo —decían— que mantenía en jaque a los Febres Cordero. Hay, entonces, que cuidar esta Casa, incluyente, democrática ahora, productora de esa nueva ideología que riega nuestra América y que será capaz de movilizar el pensamiento más profundo de la sociedad ecuatoriana. Una muestra, lo que sucedió la semana anterior: en los espacios de la Casa se dieron tres actividades simultáneas, en uno de sus espacios se festejaba el día nacional del pueblo afroecuatoriano, con todas las expresiones de su cultura, en otro espacio la ministra Betty
Benjamín Carrión
Tola inauguraba el XVIII Festival de la Juventud y los Estudiantes, y en otro espacio se encontraban las mujeres de la Amazonía. Esa es la nueva Casa que proponemos, ese es su nuevo sustento ideológico, desde luego, parte integrante del Sistema Nacional de Cultura, encargada básicamente de promover y difundir el pensamiento ecuatoriano, desde todas sus vertientes, con la mayor eficacia y calidad, eludiendo la camisa de fuerza de la burocracia, ese fantasma kafkeano que ha echado por tierra todas las revoluciones. Nunca olvido las palabras del Comandante Hugo Chávez: «Creo que está en marcha la contrarrevolución burocrática dentro de la Revolución; o nosotros derrotamos esa perversa burocratización contrarrevolucionaria o ella derrotará esta Revolución». Y para ello yo creo que hay que partir de la comprensión de que la cultura y todas las formas de creación artística se basan en la libertad. El arte, la literatura, la música, el teatro, etc. tienen sus propias leyes y su propio ámbito. El Estado debe propiciar, presupuestar, mejorar esos espacios. El diseño de las políticas culturales debe salir de la sociedad civil y la ejecución de las grandes tareas (generación de espacios, la base empresarial, económica y tecnológica, el sustento material de la producción artística, las industrias culturales de gran envergadura, la creación constante de un clima cultural en todo el país, propiciando eventos, congresos, etc.), debe acometer el Estado y su órgano (clima cultural). Mis parabienes a Fernando que nos obliga a repensar la historia de la Casa en el Ecuador y que termina su estudio introductorio sobre Benjamín Carrión, con estas sabias palabras hegelianas: «No puedes ser tú mejor que tu tiempo: en el mejor de los casos, serás tu tiempo».
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anaquel Los Sangurimas, edición 1939
Los
Sangurimas, Jorge Luis Cáceres
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osé de la Cuadra fue el que mejor entendió el tema de la construcción de los personajes dentro de un universo narrativo, según la cauta y profunda lectura de Alfredo Pareja Diezcanseco, uno de sus queridos amigos e integrante del ‘Grupo de Guayaquil’. El mismo autor señala que De la Cuadra «se estaba empezando, pues, a meter con sus criaturas, a encarnarse en ellas, y por el único medio en que tamaña osadía puede ser acometida por un autor: sin que lo advierta intruso ni perorante».1 El propio De la Cuadra, en su ensayo El montuvio ecuatoriano, publicado en Buenos Aires, en 1937, recrea con increíble habilidad y síntesis la vida en el campo montuvio, sus costumbres, su fe, su idiosincrasia, y da pautas claras de lo que serían sus novelas importantes: La tigra y Los Sangurimas, más allá de los volúmenes de cuentos Los que se van (escrito en conjunto) y Repisas, donde muestra la construcción elevada de sus personajes tan locales, como universales. De la Cuadra, en su ensayo Advenimiento literario del montuvio, dice sobre esta premisa: «…una y otra literatura, por mucho de sus fines distintos, contradictorios, coinciden en atraer al personaje nacional. Entienden que siendo más regional se es más universal, como siendo más inmediatamente humano se es universal».2 Sobre esto, Pareja Diezcanseco dice: «De los escritores de entonces, De la Cuadra es, no haya
duda alguna, el que penetró más en la vida interior de sus personajes. Es por eso que es el mayor de los cinco, ya se ha dicho».3 Entrando en el tema de Los Sangurimas, el mismo Pareja Diezcanseco califica a dicha obra como la gran novela, aquella donde De la Cuadra «todo lo dio, todo lo supo, todo lo que tenía en la cabeza y el corazón se le alivió».4 Leyendo la edición publicada por editorial El Conejo en su colección Joyas Literarias descubro que el tratadista francés Jacques Gilard define a Los Sangurimas como un «tronco añoso del que se desprenden ramas robustas como Pedro Páramo».5 El comparativo con las ramas robustas me lleva a la descripción que De la Cuadra realiza del matapalo, un tronco que es dador de vida y de muerte, una expresión que encierra al personaje emblemático de Nicasio Sangurima, el señor de Los Sangurimas, como un árbol hueco, muerto, pero con vida eterna. Un tronco que se niega a morir y se niega al paso del tiempo. Es como un dios que lo sabe y ve todo. De la Cuadra, en su ensayo Advenimiento literario del montuvio, dice que el pueblo montuvio deviene en un 10% de personas blancas, el resto de su etnia proviene de indio y de negro que también, debido a los ríos que rodean su geografía, están presentes en su universo. Para entender mejor la obra Los Sangurimas, es preciso conocer algo de la vida
montuvia, como por ejemplo cuando en la obra se habla de los hijos de Nicasio Sangurima: Ventura (Raspabalsa), Terencio (el cura), Francisco (el abogado) y Eufrasio (el coronel), De la Cuadra les nutre de personalidad; Raspabalsa es un pendejo absoluto como lo califica el propio viejo Sangurima, además es mezquino y avaro, pero capaz de cumplir con fe ciega las órdenes de su padre. Terencio, el cura, es un alcohólico, quien convive de vez en cuando en La Hondura, fortaleza de los Sangurimas, con una hermosa mujer que tiene un hijo que lo llama papá. Además de este hecho se deriva que el cura Terencio es un parlanchín descuidado y obsceno. Sobre Francisco, el único profesional de la familia Sangurima, resulta extraño que sea catalogado por sus propios congéneres como un tonto, un lento para la vida campesina, un tipo de extraños gustos, porque en comparación con sus hermanos, no tiene varias mujeres ni hijos regados como una mazorca de maíz, un hecho que demuestra hombría en el mundo montuvio, según De la Cuadra. No es de extrañar que el personaje Francisco sea un abogado, De la Cuadra lo fue en su vida profesional y además, según Pareja Diezcanseco, era abogado de montuvios, a quienes escasamente co-
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braba pero aprovechaba su profesión para deambular por el campo, nutriéndose de historias. El caso de Eufrasio es el caso del personaje clásico, coronel, por montonero, un rango adquirido por propio esfuerzo, dado por sus luchas con el General Montero, un héroe del pueblo montuvio descrito por De la Cuadra en su ensayo Advenimiento literario montuvio. El coronel, como llaman a Eufrasio, es la fiel copia del viejo Sangurima, descrito como un sujeto apuesto, que sabe tocar la guitarra, que conquista mujeres con la misma facilidad que mata y roba. Que se dedica al cuatrerismo y que hace de sus hijos, Los Rugeles, unos rufianes románticos, vestidos con las mejores galas, que montan a caballo de forma extraordinaria y que son temidos como el propio diablo o el cojito, como le dicen los montuvios al demonio en Los Sangurimas. Pero antes de hablar del desenlace y la historia de las Tres Marías y Los Rugeles, quiero remontarme al principio de la novela donde el narrador cuenta historias sobre el viejo Sangurima y su pacto con el diablo. En la obra dicen que Nicasio Sangurima es inmortal y rico debido a un pacto con el diablo, pero que a su vez, Nicasio es tan astuto que engaña al propio demonio para que éste no lo lleve al infierno, enterrando la carta con el pacto en el cementerio, tierra prohibida para Lucifer. En otro relato dicen que Nicasio debe su fortuna y su vida eterna a un entierro y al sacrificio de su primer hijo, que dejó a su primera esposa loca e internada en un manicomio de la ciudad de Guayaquil. Este fenómeno acarrea desde
el génesis de la novela, una figura del misticismo y el temor en torno a Nicasio Sangurima. Un hecho curioso es que el propio Nicasio narra que tiene enterradas a sus dos difuntas esposas en su tierra de La Hondura y que cuando estas ya estaban casi hechas cenizas las llevó a su habitación para que durmieran cerca de él. Cuando leí esta historia, no pude dejar de pensar en el cuento ‘La promesa’, de Lafcadio Hearn, donde el esposo, un samurái, entierra a su esposa junto al jardín de su casa haciendo una promesa: «—Querida mía —repuso el afligido esposo—, nadie ocupará jamás tu lugar en mi casa. Nunca volveré a casarme… —Entonces amado mío —dijo ella—, me sepultarás en el jardín, ¿verdad?, cerca de aquellos ciruelos que plantamos en un extremo».6 ...el propio Nicasio narra que tiene enterradas a sus dos difuntas esposas en su tierra de La Hondura y que cuando estas ya estaban casi hechas cenizas las llevó a su habitación para que durmieran cerca de él. Cuando leí esta historia, no pude dejar de pensar en el cuento ‘La promesa’, de Lafcadio Hearn. La venganza es otro punto magníficamente bien logrado en la narrativa de De la Cuadra. El hermano ofendido asesina al gringo padre de Nicasio y, a su vez, la madre de éste asesina de un machetazo a su hermano, como diciendo, soy mujer, pero no cojuda.
Llegando al punto álgido, la representación de las hijas de Ventura (Raspabalsa), las Tres Marías, es una figura de la virginidad, de la inocencia, pero también derrocha coquetería y picardía propias de la mujer montuvia, como describe De la Cuadra en su nombrado ensayo «sus facciones son agraciadas. Como compensación su cuerpo —salvo la deformación de las extremidades por los rudos trabajos— es hasta los quince años, más o menos, de una enhiesta hermosura. Sus senos —chicos y duros—, su vientre hundido y sus caderas altas, la sazonan de un picante atractivo sexual». Estos apelativos descritos por De la Cuadra se ajustan a la descripción que hace de las Tres Marías en su novela, solo que ellas, al no estar en el trabajo diario del campo, se conservan esbeltas y hermosas, llamando la atención de Los Rugeles, quienes son hijos del coronel y a su vez son los mimados del viejo Nicasio Sangurima. Nuevamente la venganza se hace presente, Los Rugeles enamoran a las Tres Marías y demandan casorio. Pero su tío Ventura (Raspabalsa) se niega; aquí el quiebre de la narración despierta el verdadero demonio del campo montuvio. Cuando a un Sangurima se le niega lo que cree suyo por derecho, surge el celo, la avaricia y la venganza. Los Rugeles cometen un acto atroz de crueldad absoluta contra su propia familia, matan a una de las Tres Marías y clavan una estaca en forma de cruz en su sexo, otra figura literaria que De la Cuadra muestra en su obra. Según De la Cuadra, el montuvio es devoto de la religión católica, pero al no tener estrecha
conexión con ésta, se aparta hacia la santería u otras prácticas de fe. Con la figura de la estaca en cruz, creo que el escritor marca ese alejamiento del pueblo montuvio con la religión católica. El mismo padre Terencio es un demonio que deniega de los preceptos de la Iglesia. Por último, resulta fascinante la estrecha relación que tiene Guayaquil con el campo montuvio, a Guayaquil la llaman ‘la capital del pueblo montuvio’, pero lo curioso es que a raíz de la muerte de María Victoria (una de las Tres Marías), se desata en Guayaquil una horda de noticias referentes a los Sangurimas y a Los Rugeles, donde se los tacha de bárbaros, y se evidencia así el profundo desconocimiento que tienen los habitantes de la ciudad respecto de los habitantes del campo y sus costumbres. Ven con
ojos de desconcierto el incesto que para Nicasio Sangurima es tan normal como que sus hijos convivan y tengan descendencia. La ciudad mira al campo como bárbaro y emprende en su contra a fin de realizar la anhelada justicia citadina. Como diría Pareja Diezcanseco, sólo De la Cuadra entendió la verdadera idiosincrasia del montuvio y la trasladó a la literatura nacional, volviéndola universal para su auténtica comprensión. 1 Diezcanseco Pareja Alfredo. El mayor de los cinco, Quito, 1958, p. 15 2 De la Cuadra José. ‘Advenimiento literario del montuvio’. La revista Americana, Buenos Aires, 1933, p. 966. 3 Íbid, p. 24 4 Íbíd, p. 31 5 De la Cuadra José, Los Sangurimas. Editorial El Conejo, Quito, 1984. 6 Hearn Lafcadio. ‘La promesa’ Cuentos de terror, Alberto Laiseca (comp). Argentina, Interzona, 2013, p. 114.
Jorge Luis Cáceres (Quito, 1982). Ha escrito los libros de cuentos Desde las sombras (Editorial El Conejo, Quito, 2007), La flor del frío (Editorial El Conejo, Quito, 2009 y Editorial Amarante, Salamanca, 2011) y Aquellos extraños días en los que brillo (Borrador Editores, Lima, 2011). Como antologador, preparó el dossier de narradores ecuatorianos para la UNAM de México bajo el título de Lo que haremos cuando la ficción se agote (México, 2011) y la antología homenaje a Stephen King, No entren al 1408 (La Biblioteca de Babel, Quito, 2013; Interzona Editora, Buenos Aires; La Cifra Editores, México D.F., de próxima publicación). Cuentos suyos aparecen en antologías nacionales y extranjeras. Fue elegido por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2012, como uno de los 34 autores latinoamericanos de incuestionable calidad literaria. Los diarios ficticios de Martín Gómez es su primera novela.
Bipolar El cuarteto de nos
Animals Pink Floyd
Esta vida me va a matar Los suaves
Duodécimo álbum de estudio de la banda uruguaya de rock El Cuarteto de Nos. Contiene once canciones inéditas y una nueva versión de ‘Me amo’. A fines de abril de 2009 se filtró en la página web Taringa, gran parte del disco Bipolar, mientras la banda aún estaba trabajando en él. Juan Campodónico, productor artístico, se lamentó mucho sobre lo ocurrido y dijo que esto estaba dañando mucho el trabajo, tanto del grupo como de la gente que grabó el disco. Bipolar salió a la venta el día 27 de septiembre de 2009. El raprock como eje, pero con toques de ritmos folclóricos como la cumbia y la milonga. Ya lejos de la parodia que supieron cultivar, pero igualmente ácidos en su lírica. El disco ocupó la posición número 36 de los Mejores Discos del 2009.
Décimo álbum de estudio de la banda británica de rock progresivo Pink Floyd, lanzado en 1977. Álbum conceptual que critica de forma mordaz las condiciones sociopolíticas de Inglaterra, y la decadencia del mundo industrializado de los años 1970, además presenta un cambio en el estilo musical respecto a su anterior trabajo, Wish You Were Here. La portada del álbum, un cerdo flotando entre dos de las chimeneas de la estación eléctrica Battersea Power Station, fue diseñada por el compositor y bajista Roger Waters, y producida por el colaborador habitual de Pink Floyd, Hipgnosis. Fue éxito de ventas en Estados Unidos, en donde llegó al puesto número tres de la lista Billboard 2006 A pesar de solo permanecer en las listas estadounidenses seis meses.
El primer álbum de Los Suaves apareció en 1982, editado por la Sociedad Fonográfica Asturiana y grabado en los Estudios Norte de Gijón. La producción no es la mejor pero se ve suplida por la calidad de las canciones, a las que solo el tiempo acabaría por colocar en un lugar destacado dentro de la discografía del grupo. Se inicia con ‘Peligrosa María’, todo un clásico de la primera época suave, a la que sigue ‘Mártires del Rock and Roll’, en homenaje a todos los que han caído en el camino del rock. El tercer tema es caso aparte, una de las obras maestras del grupo por excelencia y quizá el mejor tema de todo el álbum: ‘Siempre igual’. Cuenta la historia de un hombre al que la vida le juega malas pasadas cada día.
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ariana Cristina García (1952-1985), quiteña, periodista, mujer dulce, sensible, de profunda calidad humana. De trato cordial y de sencilla pero elegante presencia. Su vocación poética la llevó a un atinado manejo de la palabra desde sus años escolares. Cuatro libros, pequeños y delicados como ella, vieron la luz en 1972, 74, 77, 83. Esto quiere decir que su constancia lírica se vio reflejada en De Alfa a Omega, Cantos transparentes, La voz innumerable y Con la prisa de la vida en las manos, respectivamente. Partió al más allá dejando algunos poemas inéditos que su padre recogió y los publicó bajo el título de Voces para recordar y que integran el volumen 85 de la Colección Básica de escritores ecuatorianos, aparecida en 1987. Me sorprendo hallar entre sus textos el poema ‘Los conejos y mis letras’, de mi autoría, y que es parte de mi libro Corazón acróbata, editado en 1983 por la Universidad Central del Ecuador. Posiblemente su padre al editar ese libro, posterior a la temprana muerte de Mariana lo incluyó por equivocación. Sin embargo, en calidad de lectora y amiga de Mariana, me limito únicamente a presentar esta selección de sus cinco libros publicados. En esta entrega constan poemas considerados importantes y que podrán traducir su personalidad lírica y sus vivencias afectivas, sus recuerdos, sus creencias, sus desacuerdos políticos y sus momentos de dolor y de gozo infinito. En general es un verso limpio, rítmico y tierno. La mayoría de tex-
Violeta Luna tos no tienen nombre ni numeración. Simplemente están ordenados como partes de un solo y largo poema o como estancias que tienen cierta unidad de contenido. A pesar de ello se percibe una variedad de recursos telúricos, de elementos silvestres y naturales que enriquecen la estructura misma de tales unidades poéticas. El océano, la brisa marina, el color de los moluscos, las heladas nocturnas, etc. junto con las alusiones amatorias y nostálgicas generan esas metáforas y esos microgramas de belleza indudable: «Pupila amada / escalera interna / de esmeraldas; / verde arcilla / que me ilumina». «Caracol, / pequeño guardián / del mar; navegante tímido / de sonrisa / doblemente lila». «Pez: / pequeño arcoíris, / transeúnte apresurado / de cristal». Su obra ha recibido el influjo de grandes poetas ecuatorianos, tal vez de un Gonzalo Escudero, un Carrera Andrade, un César Dávila. Y aparte de ello también heredó la rebeldía social y denuncia de los vanguardistas de los años sesenta. No soslaya a su pueblo ni descuida a su América, tampoco olvida la música de John Lennon, la guitarra de Víctor Jara, la voz de Isabel Parra, que aunque encerrados en una temática de circunstancia, contribuyen a fortalecer la emotividad del verso de Mariana. Si la autora viviera, posiblemente su obra habría crecido en madurez y calidad. Sin embargo, las Letras Nacionales la siguen contando entre sus más dignas representantes.
poesía
Confesión Os digo que para ser feliz no me basta ponerme un traje nuevo ni que me regalen una joya; es inútil que yo cambie no puedo sonreír si encuentro un niño cubierto de miseria; yo tengo realmente el corazón un tanto raro yo no estoy de acuerdo con aquellos que pregonan las bienaventuranzas de labios para afuera y a la vuelta de la esquina se roban las estrellas. Os digo que también a veces he saltado sobre los mandamientos he ido de la mano con los pecados capitales y aún así no me encuentro; por eso reniego de los trajes y las joyas y toda la existencia; por eso hoy declaro que este corazón está en huelga mientras anden los niños por las calles envueltos en pobreza.
Amigo: Te marchaste cuando la luna descolgó sus perlas; cuando el rocío humedeció las flores. Partiste en silencio. Apresurado, antes que tu voz pudiese viajar de polo a polo congelando hemisferios y tus diálogos platónicos se cambiasen en estalactitas ambulantes. La nieve cayó en tu mano; un círculo de fuego envolvió tu nunca y tu siempre; al seno de la tierra bajaste prematuramente... Aún deambula tu figura en las aulas; tu risa se eleva sobre todas; y tu espíritu de lucha se proyecta... en la luz y en la sombra.
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Danza macabra Mi esposa ya no baila sobre la cucaracha destrozada que cazó bajo la cama, busca otra víctima menor con quien vaciar el licuado sucio y burbujeante, que la acompaña desde que un Gregorio Samsa paseó sus patas superiores en los refugios de su piel que juró ofrecerme.
Cuerpos al abandono Cuando cae la noche, las parejas anidan en la playa, se retuercen en su arena, sueltan sus mejores frases, se babean una a la otra, se dejan marcas, se bañan de fragmentos mínimos, se fusionan en la oscuridad del abandono.
(De Bloody city)
Cuando cae la noche, grupos sin pareja recorren las tinieblas de la arena, van en busca de cuerpos conectados, inclementes contra otros. Cuando dan con ellos, su deber es la ruptura. Entonces una voz se quiebra, otra protesta y un coro se impone.
Justiciero Cerceno las tajadas negras de esta metrópolis, para bañar en sangre las estaciones de los gusanos de metal: tribunas renovadas para el mensaje.
Cuando cae la noche, una pareja que pudo crear al primero de sus vástagos es testigo de la posible herencia de un bastardo. Cuando cae la noche, alguien cree que ha fallado, alguien ve que su pertenencia ya no es cierta. Cuando cae la noche, las parejas regresan a sus hogares, pero en el camino han dejado de reconocerse. Algo, entre la arena, el mar refunfuñando, el recuerdo de jadeos abruptos, los hace volverse nulos entre sí. 16
(Inédito)
Mamá me volvió un enfermo que adornó su infancia con escobas, un asesino de mariposas sin conversión, un verdugo que decapitó roedores que sobrepoblaron la felicidad. Ahora que retrato calaveras, sospecho que están sucias, como el hedor de las fuentes tendidas en los bordes de esta cloaca. (De Bloody city)
poesía Náusea
Rastro Yo esperaba, agazapado en la oscuridad de la cancha, que mi padre avanzara, que se alejara del hogar que ya no le pertenecía, y mientras sus pasos: largos y compactos se aferraban al asfalto, su oración era la misma: ven a mí desconocido de puñal hambriento y devora mi cara, vuélveme el cuerpo sin nombre, simple cuerpo estorbando la vía, simple cuerpo manchando la tierra. En la madriguera, su destierro no tuvo perdón, y cada regreso, breve y fugaz, fue un portazo reinando en el barrio. ¿Qué fue de aquella puerta testimonial? ¿De aquel trozo de madera oscura y desvencijada? ¿De sus huellas, de sus astillas sonrientes arrancadas con los cuerpos? La oscuridad de la cancha, fue el ácido inmediato, la dosis dura y temeraria, la purga efectiva, que ignoraron las voces de la casa, una casa sin fumigar una casa donde la plaga rumió cada centímetro de ladrillos, una casa de cómodas funerarias.
Mi madre fue el grito único del ayer, la palabra obesa en picada, la palabra descomunal, el puñete rapaz cayendo sobre todo. Por eso, cada vez que mi madre regresó de sus abortos [abortos explosivos en tardes con olor a mar, abortos escandalosos regurgitándose en su vientre] la náusea del amor se alojó en mí: en mis tripas derretidas y en la mancha abierta de mis ojos. Y seguí los puntos ……………………………… Camino de saltos y fracturas ……………………………… Camino de espesas luces ……………………………… Pero no me encontré en ninguno de ellos.
(Inédito)
Alexis Cuzme (Manta, 1980). Editor de la revista metal literaria Marfuz. Administra el blog Ciudad Hecatombe (literatura). Su obra poética consta en varias muestras. Ha publicado en poesía: Complot ante el silencio (2003) Club de los premuertos (2006) Bloody city (2009) Cúmulo sanguinolento (2011) y Trilogía de la carne (2012). En ensayo, Moshpit (2013). http://alexis-cuzme.blogspot.com/
Yo esperaba que mi padre avanzara, que tras su oración violenta retornara a Billy Ocean, al Loverboy que envejeció en sus oídos. La calle lo volvió un rastro, una procesión que se derrite, ágil y despellejada, en los confines de la urbe.
Mi madre fue el grito de aquella historia sucia de manos aplastadas de bofetadas constantes que me construyó, mientras afuera la tormenta de zapatos sobre rostros legaba vacíos.
(Inédito)
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Gabriel Cisneros Abedrabbo
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esempolvando la memoria y desde una distancia que no se mide en kilómetros sino en ausencias, en gestos no entendidos, en una cadena de eventos cómplices para el silencio, hoy que creo haber matado el sentimiento, que fuera nimiedad para usted y motor para mí, le escribo con la intensión inesperada e irracional de liberar todas las palabras que tenía guardadas y las mantuve presas durante más de la mitad de mi vida. Debo confesarle que no recuerdo el instante en que me sentí encadenado por sus ojos, y lo imposible que era sacarse de los huesos aquellos ceremoniales de domingo en los que el mayor motivo para ir a misa era mirarla; saber que respiraba pájaros, y que la hora del ángelus, como en ninguna mujer, resplandecía en su rostro. En mi yo joven e inexperto, que no tenía ninguna inteligencia de la seducción, construí una serie de escenarios donde era posible entretejer el encuentro. ¡Qué difícil no saber, cuando se sabe! Qué difícil gestar esa palabra equivocada que nos hace caminar la espiral en el no retorno. Ese quiebre fue fundamental en mi vida, lo irónico es que usted nunca supo, pero fue el espejo donde comenzaron a nacer mis versos, al principio llenos de lugares comunes, palabras rebuscadas y cacofonías terribles, sin que ello les quitara el alma, incluso hoy que me ruborizo frente a ellos cuando me vienen a la memoria. Me escondo al pensar que hubo una época de inocencia donde el amor estaba signado a unos cabellos
oro y a una mujer que nunca entendería la asimetría de nuestros nombres en el espejo de la vida. Como lo sabe, si alguna vez lo intuyó, tomamos caminos atomizados por mundos totalmente diferentes. Yo de usted tengo una imagen, nunca una palabra, nunca conocer el aguacero de sus angustias o el tic–tac de sus miedos, nunca esa amistad que se anhela. Mas sí, ese dolor que nos olvida. Usted de mí sin pedirlo, sin quererlo, tiene un montón de textos signados por el desamor. Esta epístola no tiene camino de retorno, no tiene esperanza y tampoco el fuego encendido de las viejas historias, es una confesión de agradecimiento a una mujer que no conozco y que me dio la poesía, que me la dio a dolor pleno, que la entregó como lluvia fucsia en las puertas de Babilonia, con ese clavarse los alfileres en los dinteles de la nada. Perdone, la locura es una trama que duele, y este acto me hace sangrar los últimos cantos con los que la evoco. Mañana, cuando la vea en la calle, fingiré no conocerla y seguiré con mi vida, con la mujer que amo, con los hijos que me proyectarán en el futuro, con los fantasmas que desnudan mi perversidad.
Gabriel Cisneros Abedrabbo
Latacunga, 1972. Desde muy niño residió en Riobamba, ciudad en la que converge a la palabra, en la que se fragua y se fragmenta. A partir de ella marca el sendero. Escritor, comunicador social, gestor cultural. Ha publicado: Ceremonias de amor y otros rituales, 1996; Ego de piel y Cópula panteísta, 2003; El otro Dios que soy yo y Ombligo al infierno, 2004; Mujeres para morir, 2005; Peregrinaje y Raptos, 2006; Para justificar el aire en los pulmones, 2009; 20 giros en la pólvora y otros textos, 2010; Mi yo malo, 2013. Ha sido publicado además en antologías, revistas y periódicos dentro y fuera del país.
escritores de la casa
Y
o nunca creí, como la Violeta Parra, que cuando se muere la carne el alma se va al cielo, a rogar por sus abuelos, por sus padres y hermanitos, por sus hijos…, sino que se queda en la tierra secándonos, en complicidad con el viento, las lágrimas de las mejillas. Por eso la mañana en que encontramos a papá reclinado en su escritorio, muerto de muerte natural, junto a una de esas caracolas en las que puede oírse el mar, comprendí que el ángel de la guarda, dulce compañía, al que pedía en mis oraciones, no me desamparara ni de noche ni de día, debía ser mi propio padre, alguien más parecido al señor muy viejo con unas alas enormes que encalló en un lodazal del Caribe, que a uno de esos niños rosados, de cabellos rubios, que apenas si pueden, de lo gordos que están, sostener su vuelo. Así que cada vez que me sentía solo o alguien me rompía el corazón. Así que cada vez que me deprimía o algo me salía fatal, yo sacaba del cajón la fotografía en que papá me lleva de la mano por la orilla del mar, y le pedía directamente a él y no a Dios, me diera fortaleza, me hiciera compañía, me ayudara… Y como siempre salí bien librado, sentí que papá caminaba conmigo, y que a ratos, incluso, me llevaba en sus brazos. Llegué incluso a creer que papá no sólo se había quedado en la tierra para cuidarme, sino también para darse un gusto terrenal y disfrutar de la casa que había terminado de construir sólo un par de años antes de morir; casa de mi infancia y de mi adolescencia y de mi madurez, casa cuya pérdida me convertiría en uno de esos mutilados que despiertan sintiendo hormigueo o dolor en la pierna amputada; en un divorciado de ladrillos; un abandonado de adoquines; un viudo de arupo; un huérfano, ya no solo de padre, sino también de ángel… Y cuando una de esas puertas que rozan contra el piso se cerraba por cuenta propia, ¡Jesús María y José!, ¡mi viejo!… Y cuando un espejo se caía y se partía segundos antes de que alguien llamara para anunciarnos la muerte de un conocido, ¡ay bendito!, ¡mi viejo!… Y cuando la radio se encendía sola y sonaba un tango, ¡diosito santo!, ¡mi viejo!… ¡Mi viejo, virgencita, mi viejo!… Mi viejo era aventurero: rehízo en Quito, a los cuarenta años y en tan solo un par de meses, lo que había hecho en Chile en toda una vida. Mi viejo era mago: combinaba mejor que nadie las camisas con las corbatas, los zapatos con los trajes. Mi viejo era prestidigitador, engañaba al alma arrojando dados, jugando a las barajas, bebiendo escocés sin hielo y conduciendo autos deportivos. Mi viejo era mimo, pues si bien había dejado en Chile a su ex mujer y sus hijos Matías y Christian, nunca lo vi triste. Y no porque haya sido duro de corazón, al contrario, todo era abrir el alma y la cartera,
cuento Paúl Hermann
mi viejo; todo era abrazar y hablar con cariño, mi viejo; todo era cantar bajo la lluvia, mi viejo. Por eso cuando crecí, decidí que debía peregrinar por las playas de su infancia, con la devoción con que un católico fervoroso recorre las calles de Jerusalén, para mirar los mismos buques encallados que él había mirado, recoger en la cuenca de mis manos la misma espuma que él había recogido, habitar la recámara que ocupaba en la solariega quinta familiar y beber té en las mismas tazas de plata de las tardes de su infancia… Fue en esa quinta de fotografías en sepia enmarcadas en óvalos dorados; fue en esa quinta de trajes negros y blusas femeninas con encajes; fue en esa quinta plagada de paraguas y bastones, sombreros y gramófonos de canciones de otros tiempos, que sentí que papá me trataba como al huésped ilustre al que había esperado toda la vida: ora se sentaba junto a mí en el sofá, ora me ayudaba a abrir la puerta del baño, ora se sentaba frente a mí a la mesa a mirarme comer empanadas. Entonces entendí que mi viejo no se había quedado en Quito a disfrutar de su casa, ni siquiera a cuidar de sus pequeños hijos, sino que había transmigrado, cuando le salieron alas de ángel, a la ciudad de su infancia. Diez meses han transcurrido desde que llegué, y aún no he logrado, no sé por qué sedantes infusiones, no sé por qué selladas cerraduras, salir de la quinta…
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Metamorfosis John Cheever Traducción del inglés por Patricio Viteri Paredes
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arry Actaeon poseía una complexión con líneas clásicas: cabello rizado, nariz triangular y un cuerpo grande y ligero, y tenía lo que podría describirse como un gran interés en la innovación. Había diseñado su propio velero (que tenía una inclinación hacia babor), se postuló para alcalde (perdió), cruzó una perra loba finlandesa con un pastor alemán (el American Kennel Club rechazó la inscripción de esa raza), y organizó una cacería de sabuesos en Bullet Park, donde vivía con su encantadora esposa y tres hijos. Era socio en la banca de inversión de Lothard y Williams, donde lo estimaban por su astucia y su temperamento alegre. Lothard y Williams era una firma muy tradicionalista y con una inigualable reputación de probidad, pero rompía lo convencional en un aspecto: uno de los socios era una mujer. Una viuda, la señora Vuiton. Su esposo había sido uno de los socios principales, y cuando murió, la mujer solicitó ingresar en la empresa. En su favor estaban su inteligencia, su belleza y el hecho de que, si ella retiraba la participación de su esposo en la sociedad,
hubiese significado un golpe para la firma. Lothard, el más conservador de todos, apoyó su candidatura y ella fue aceptada. Su intelecto era formidable y estaba reforzado por su extraordinaria e inmaculada hermosura. Era una mujer deslumbrante, de unos treinta y cinco años, y aportaba muchísimo a la compañía. Larry no sentía antipatía por ella —ni siquiera se atrevía a pensarlo—, pero le incomodaba un poco que su hermosura y su voz musical fueran más eficaces en el banco que la astucia y el comportamiento alegre de él. En Lothard y Williams, los socios —eran siete— tenían sus oficinas privadas alrededor de la oficina central del señor Lothard. Poseían los habituales accesorios anticuados: escritorios de nogal, retratos de socios fallecidos, paredes oscuras y alfombras. Todos los seis socios masculinos llevaban relojes de bolsillo, alfileres de corbata y sombreros de copa alta. Una tarde Larry estuvo sentado en esa atmósfera de calculada penumbra, considerando los problemas de unos bonos a largo plazo que tenía la empresa y que se estaban vendiendo
lentamente, y de pronto se le ocurrió que podrían descargar todo el problema sobre un cliente de un fondo de pensiones. Impulsado por su entusiasmo y alegría, irrumpió en el antedespacho del señor Leothard y abrió impetuosamente la puerta interior. Ahí estaba la señora Vuiton, quien llevaba únicamente un collar de perlas sobre su cuerpo. El señor Leothard estaba a su lado, y llevaba sólo un reloj de pulsera. «¡Oh, lo siento mucho!», dijo Larry, cerró la puerta y volvió a su escritorio. La imagen de la señora Vuiton parecía como grabada a fuego en su memoria. Había visto a miles de mujeres desnudas, pero nunca a una tan sensacional. Su piel tenía una blancura luminosa y nacarada que él ya no podría olvidar. El poder y la belleza de la mujer desnuda se fijaron en su memoria como un acorde musical. Había contemplado algo que no debió ver, y la señora Vuiton lo había fulminado con una mirada endiablada y nefasta. Él no podía apartar o racionalizar el sentimiento de que su error fue desastroso; de que de alguna forma había cometido una transgresión que exigiría compensación y
otras lenguas venganza. Un entusiasmo puro lo había impulsado a abrir la puerta sin golpear; y el entusiasmo puro, le parecía a él, era un impulso inocente. ¿Por qué se sentía rodeado de problemas, infortunios y desastres? El hombre es concupiscente por naturaleza; lo mismo podría estar pasando en miles de oficinas. Lo que él vio era algo común, se dijo a sí mismo. Pero no había nada de común en la blancura de la piel o en la poderosa mirada reconcentrada de ella. Se repitió de nuevo que no había hecho nada malo, pero detrás de sus fantasías sobre el bien y el mal, los méritos y las recompensas, subyacía la tenaz y dolorosa naturaleza de las cosas, y él sabía que había visto algo que no estaba destinado a ver. Dictó varias cartas y contestó el teléfono cuando sonaba, pero no hizo nada que valiera la pena durante el resto de la tarde. Pasó algún tiempo tratando de deshacerse de la camada que su perra loba finlandesa había parido. El zoológico del Bronx no estaba interesado. El American Kennel Club dijo que él no había creado una nueva raza, sino que había producido una monstruosidad. Alguien le había informado que los joyeros, los grandes almacenes y los museos estaban vigilados por perros salvajes, y llamó por teléfono a los departamentos de seguridad de Macy’s, Cartier y el Museo de Arte Moderno, pero ya todos tenían perros. El final de la tarde transcurrió frente a la ventana, sumándose a la vasta población de los ineptos y aburridos —el barbero que no hace nada, el dependiente de una tienda de antigüedades donde nadie entra nunca, el desocupado vendedor de seguros, el sastre fracasado—, todos esos miles que se paran frente a las ventanas de la ciudad para mirar la caída de la tarde. Parecía que una ruina sin
nombre amenazaba su bienestar, y él era incapaz de renovar su alegría, su sentido común. Tenía una cena de directores a las siete en el East Side. Había traído a la ciudad su traje de noche en una caja, y le habían invitado a bañarse y cambiarse en casa del anfitrión. Salió de su oficina a las cinco y, para matar tiempo y animarse en lo posible, caminó las dos o tres millas hasta la calle 57. Pero aún era temprano y se detuvo en un bar a tomar un trago. Era uno de esos lugares donde se reúnen las mujeres solas del barrio y son bien recibidas; donde, después de beber jerez la mayor parte del día, se juntan para observar la hora del coctel. Una de las mujeres tenía un perro. Apenas Larry entró al sitio, el perro, un dachshund, quiso abalanzarse contra él. La correa estaba atada a la pata de la mesa, pero se lanzó hacia Larry con tanta fuerza que arrastró la mesa un pie o dos e hizo tambalear un par de copas. No mordió a Larry, pero hubo una gran confusión y él caminó al extremo del bar más alejado de las damas. El perro estaba alterado y sus ladridos estridentes y agudos llenaban el local. «¿Qué estás pensando, Smoky?», preguntó su dueña. «¿Qué diablos estás pensando? ¿Qué le ha pasado a mi perrito? Este no puede ser mi pequeño Smoky. Este debe ser otro perrito...». El perro continuó ladrando a Larry. —¿Los perros le odian? —preguntó el barman. —Yo crío perros —respondió Larry—. Me llevo muy bien con los perros. —Es curioso —dijo el barman—, pero nunca antes escuché ladrar a ese perro. Ella viene aquí todas las tardes, siete días a la semana, y el perro siempre está con ella, pero esta es la primera vez que emite un sonido. Quizá sería mejor si usted se lleva su trago al comedor.
—¿Quiere decir que estoy perturbando a Smoky? —Bueno, ella es una cliente habitual. A usted nunca lo he visto antes. —Está bien —dijo Larry y puso en su consentimiento toda la sensibilidad posible. Llevó su bebida, entró al comedor vacío y se sentó a una mesa. El perro dejó de ladrar tan pronto como él se alejó. Terminó su trago y miró alrededor buscando otra forma de salir del lugar, pero no la había. Smoky se lanzó otra vez contra él cuando atravesó el bar y salió, y todos se pusieron contentos cuando el alborotador se hubo marchado.
El American Kennel Club dijo que él no había creado una nueva raza, sino que había producido una monstruosidad. Alguien le había informado que los joyeros, los grandes almacenes y los museos estaban vigilados por perros salvajes... Él había estado muchas veces en el edificio de departamentos donde lo esperaban, pero olvidó la dirección. Había confiado en que reconocería la entrada y el lobby, pero cuando entró al vestíbulo se encontró con la homogeneidad de esos sitios: un piso en blanco y negro, una chimenea falsa, dos sillas inglesas y un cuadro con un paisaje. Todo le era familiar, pero
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se dio cuenta de que podría ser uno de una docena de vestíbulos, y preguntó al ascensorista si ese era el edificio de los Fullmers. El hombre dijo que sí y Larry entró al elevador. Luego, en lugar de subir al décimo piso donde vivían los Fullmers, el ascensor descendió. La primera idea que cruzó por la mente de Larry fue que los anfitriones estarían haciendo pintar la antesala y que, por esa razón o por cualquier otro inconveniente o cambio, esperarían que él usara el elevador de servicio. El hombre abrió las puertas que daban a una especie de región infernal, abarrotada con basureros apilados, coches averiados para bebés y cañerías cubiertas con una capa rota de asbestos. —Ve por la puerta de allá y coge el otro ascensor —indicó el hombre. —¿Pero por qué debo tomar el ascensor de servicio? —preguntó Larry. —Es la regla —respondió el hombre. —No entiendo —repuso Larry. —Escucha —dijo el hombre—. No discutas conmigo. Simplemente coge el ascensor de servicio. Todos los repartidores como tú siempre
quieren ir por la puerta de enfrente como si fueran dueños del lugar. Bien, este es uno de los edificios donde no puedes hacerlo. La gerencia dice que todas las entregas se hacen por la puerta de atrás, y la gerencia es el jefe. —No soy un repartidor —afirmó Larry—. Soy un invitado. —¿Qué hay en la caja? —La caja —dijo Larry— contiene mi traje de noche. Ahora llévame al décimo piso donde viven los Fullmers. —Lo siento, señor, pero tú pareces un repartidor. —Yo soy un banquero inversionista —insistió Larry— y voy a una reunión de directores donde vamos a discutir la garantía de una emisión de cuarenta y cuatro millones de dólares. Poseo un patrimonio de novecientos mil dólares. Tengo una casa de veintidós dormitorios en Bullet Park, un criadero de perros, dos caballos, tres hijos en la universidad, un velero de veintidós pies y cinco automóviles. —Dios mío —dijo el hombre. Después de bañarse, Larry se miró en el espejo para detectar si había algún cambio en su apariencia, pero el rostro en el vidrio era demasiado familiar;
lo había afeitado y lavado tantas veces que ya no podía revelar ningún secreto. Pudo soportar la cena y la reunión, y más tarde bebió whisky con los otros directores. De una forma que no podía definir, se encontraba todavía perturbado por haber sido confundido con un repartidor, y esperando quitarse un poco la desazón le dijo al hombre que estaba a su lado: «Sabe, cuando esta noche subía en el elevador me confundieron con un repartidor». Su interlocutor no lo escuchó, no comprendió o no le importaba, pero se rió a carcajadas por algo que se había dicho al otro extremo del cuarto y Larry, acostumbrado a ser el centro de atención, sintió que había sufrido otra pérdida. Tomó un taxi a Grand Central y se fue a casa en uno de esos trenes de cercanías que parecen el corral donde se juntan los desviados espirituales, los borrachos y los perdidos. El cobrador era un hombre corpulento con una cara roja y una rosa fresca en el ojal. Él hacía unos breves comentarios a la mayoría de los pasajeros. —¿Sigues trabajando en el mismo lugar? —le preguntó a Larry.
—Sí. —Tú sirves cerveza en Yorktown, ¿verdad?. —No —contestó Larry, y se tocó la cara con sus manos para sentir las ronchas, las arrugas y otros cambios que se hubieran producido en las últimas horas. —Tú trabajas en un restaurante, ¿verdad? —preguntó el cobrador. —No —contestó Larry en voz baja. —Es extraño —dijo el cobrador—. Cuando te vi con este traje formal pensé que eras un camarero. Era más de la una de la madrugada cuando se bajó del tren. La estación y la parada de taxis estaban cerradas, y sólo unos pocos autos quedaban en el parqueadero. Cuando encendió las luces de su pequeño coche europeo que utilizaba para la estación, vio que alumbraban débilmente y, apenas presionó el arranque, se fueron apagando con cada revolución del motor. En unos pocos minutos, la batería murió. Su casa quedaba a poco menos de una milla y a él en realidad no le importaba la caminata. Avanzó con pasos largos y rápidos a través de las calles desiertas y abrió las puertas de la entrada del patio. Estaba cerrándolas cuando escuchó ruidos de carreras y jadeos y vio que los perros estaban afuera. El ruido despertó a su esposa, la cual, pensando que él ya había vuelto a casa hacía mucho tiempo, lo llamó pidiendo ayuda. «¡Larry! ¡Larry, los perros están afuera! ¡Los perros están afuera! ¡Larry, por favor ven rápido, los perros están afuera y creo que están persiguiendo a alguien!». Él escuchó sus llamados mientras caía, y vio las luces amarillas encenderse en las ventanas, pero eso fue lo último que vio.
John Cheever Sin duda uno de los mejores cuentistas norteamericanos contemporáneos, e injustamente olvidado. Nació en 1912 en Quincy, Massachusetts, y murió en Ossining, Nueva York, en 1982. Sus relatos se centran en las clases media y alta que pueblan los suburbios estadounidenses, y donde la soledad, la desazón y las ambiciones van destruyendo unos destinos que se alejan de forma amarga de la American way of life de la posguerra. Se lo ha comparado con Hemingway y Fitzgerald por su contribución al género, y por supuesto está a la altura de Bellow, Updike y Malamud. Sus relatos fueron recopilados en 1978 en The stories of John Cheever y desde entonces su obra fue revalorizada por la crítica mundial; al año siguiente recibió el Premio Pulitzer y el premio del National Book Critics Circle. Poco antes de morir, la Academia Americana de Artes y Letras le concedió la Medalla Nacional a la Literatura. 23
anaquel
El ejemplo y otras Natasha Salguero
J
ulio Cortázar decía que la narrativa entabla una especie de boxeo con el lector atento. Sobre el cuento, opinaba que el autor debe ganar al lector por knock out en el primer round y, en cambio, en la novela, un buen autor debe vencer en diez rounds, por resistencia. María Eugenia Paz y Miño nos está ganando esta vez por knock out, con esta colección de cuentos muy imaginativos, muy jugosos, que agrupa bajo el nombre de El mal ejemplo y otras vainas, entre los cuales hay uno, precisamente dedicado a Cortázar, que trata sobre el romance con un boxeador. El autor, según Cortázar, debía «ganar» mediante el asombro del lector, haciéndole descubrir nuevos personajes, o nuevas situaciones u otras perspectivas. Aparte de la trama y el lenguaje, los finales sorpresivos pero verosímiles son los que nos hacen gustar de un buen cuento.
El mal ejemplo
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En este repertorio llama la atención, entre otras cosas, que varios de los y las protagonistas son personas un tanto o bastante inadaptadas, que no logran integrarse cabalmente a sus respectivos entornos; son parias, faquires, ovejas negras, excluidos, relegados, segregados, travestidos o, al menos, mal vistos. O como diría el rapero Equis: «malas juntas». Y son muy desobedientes de las normas establecidas. Un poquito como todos los artistas, parece. Sin embargo, algunos de los personajes que habitan este mundo ficcional se arrepienten de no haber
traspasado más límites: «pensé que iba a morir y me arrepentí de no haberme dedicado al activismo anárquico, de no haber salido a colocar bombas en los bancos y en los centros comerciales que parecen ser los símbolos del desarrollo absoluto del ser humano». (Testimonio de un faquir urbano). Varios de ellos y ellas critican con ardor «la podredumbre universal que llega a mi casa a través del Internet», y otros aspectos del mundo contemporáneo, en especial el consumismo. Más allá y más acá de los personajes, las voces narrativas de casi todos estos relatos tienen una actitud crítica frente a muchos aspectos de la realidad. Un pensamiento en contra de lo establecido atraviesa casi todos los textos y critica situaciones de injusticia, segregación o discriminación.
Las otras vainas Aparte del mal ejemplo que dan estos personajes desobedientes, críticos, airados y cuestionadores, hay otras ‘vainas’ temáticas. El misterio de la muerte que acecha nuestras frágiles vidas, la explotación y la opresión, los peligros de la ingenuidad, la enigmática presencia del destino, la pasión a favor de la naturaleza y la defensa de la ecología son algunos aspectos que se revelan en esta riqueza narrativa, que muestran bajo muchos lentes la diversidad de nuestro país, desde una fina sensibilidad social. Paz y Miño intenta un camino que es al mismo tiempo de atenta mirada al entorno contemporáneo;
por lo tanto, en este caso ecuatoriano, serrano si se quiere, y al mismo tiempo con la percepción de otros niveles de esa misma realidad, con matices de ironía, humor y hasta sarcasmo, no exento de ternura y compasión. Compasión en el sentido budista del término. No faltan, por tanto, los referentes concretos, como calles quiteñas, ciudades y paisajes nuestros. Hay un frecuente uso del monólogo interior y siendo casi todas las voces narrativas en primera persona, estos recursos literarios nos hacen vivir con más intensidad las peripecias del los y las protagonistas, identificarnos con sus miedos, obsesiones, esperanzas y alegrías.
La autora La autora de estos textos, María Eugenia Paz y Miño, es una mujer valiente. Probablemente ‘desobediente’ como algunos de sus personajes; es actualmente una de nuestras más importantes escritoras (y escritores). Tiene a su haber cuatro libros de cuentos publicados y una antología personal, una novela, un ensayo fruto de su investigación, sobre Ernesto Albán, obra ganadora del Rumiñahui de Oro en el 2008, y este libro que ganó merecidamente los fondos concursables del Ministerio de Cultura el año pasado. Extracto de la presentación del libro
palabra cruzada
El secreto mejor
guardado
L
a historia empezó en Coyoacán, México. Matilde, una jovencita, regresaba del colegio y un día, nerviosa o adrede, no se sabe, dejó caer los cuadernos y un chico que siempre la miraba corrió a recogerlos. Hablaron, se hicieron novios, pasó el tiempo y después se acordó el matrimonio. Entonces sucedió lo inimaginable. La víspera de la boda, él la visitó y le entregó una cajita de madera, pintada de azul. Cuando ella quiso abrirla, él le dijo que adentro había una carta, que por favor la leyera más tarde. Sin decir más, el futuro esposo sacó una pistola y se voló la cabeza. Desde entonces a Matilde la llamaron la ‘novia viuda’. Y guardó celosamente la caja y el secreto de aquella carta. Hundida en la soledad y los rumores, Matilde, con 26 años, estaba condenada a la soltería. Entonces apareció un fotógrafo de origen alemán, viudo, que le propuso matrimonio. De aquella doble viudez nació una niña que el mundo conoce como Frida Kahlo, la pintora mexicana. Y su vida fue un golpe tras otro. Poliomielitis a los 6 años. Resultado, invalidez de la pierna izquierda. De pura rabia, aquella niña se dedicó a dos deportes imposibles: el fútbol y el boxeo. Pero todavía faltaban algunos golpes. A los 18 años un tranvía aplastó el bus en el que viajaba. Resultado: columna vertebral fracturada en tres partes, clavícula y costillas despedazadas, tres roturas de la pelvis, y once en la pierna derecha. Para completar, un pasamanos la atravesó desde la ca-
Ramiro Díez V. dera hasta salir por la vagina. «Así perdí mi virginidad», decía Frida. A lo largo de 32 cirugías, Frida descubrió el dolor y la pintura. Y después conoció al grande de la pintura mexicana: a Diego Rivera. Y se casaron en lo que la gente llamaba el matrimonio del elefante y la paloma, para graficar la diferencia de tamaño entre la pareja dispareja. Y con Diego se hizo mejor pintora y más comunista. Después, quizás por amor, o a pesar del mismo amor, ambos se lan-
zaron al mundo de las infidelidades escandalosas. Diego, con la misma hermana de Frida. Y Frida, con muchos hombres y mujeres a la vez. Pero regresemos a la cajita azul de madera, con la carta misteriosa. Cuando cumplió 15 años, Frida recibió ese regalo de su madre, con la condición de guardar el secreto. Frida leyó la carta una sola vez en su vida, y no fue capaz de leerla de nuevo. Guardó la carta en la cajita azul y muchos años después, un albañil, que reparaba su casa, robó la caja con la carta. No me pregunten cómo llegó la cajita azul hasta Ecuador, y hasta mis manos. Tengo la carta y solo fui capaz de leerla una sola vez. En todo caso, dice: «Una sola persona en el mundo…». En fin, como en el juego de ajedrez, dicen que también gana el que guarda el secreto de su mejor jugada.
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Entrevista en bicicleta a
E
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s silencioso, cuidadoso con la palabras, pero quienes lo conocen dicen que bastan dos tragos para que se ponga dicharachero, a bailar con su sombra, e incluso recuerde los años en que ofrecía recitales poéticos con el torso desnudo, pintado como una bandera pirata. Conocí su obra en 1989 por intermedio de su hijo Raúl, quien me prestó una edición de Trinofobias y Caracol en llamas, de Editorial El Conejo. Fue gracias a este libro que conocí ‘poetitas de mi tierra, poetitas de mierda’, a identificar las trinofobias y a comprender que era posible ser poeta y andar en bicicleta. Raúl Arias militó en el grupo Tzántzico en la decada de los años sesenta y publicó en la revista Pucuna sus primeras producciones literarias. En la década de los setenta formó parte del cuerpo de redacción de la revista La bufanda del Sol. En poesía ha publicado: Poesía en bicicleta (1975), Lechuzario (1983), Trinofobias (1988), Cinemavida (1995), Caracol en llamas (2001), Poesía en bicicleta. Bicipoema (2013). En periodismo: Signos de fuego (1988). En teatro: Luces y espejos en la oscuridad (con Iván Toledo, 1990). En radioteatro: Picadas del viento (2001). Su obra Espejo, un zapador de la colonia americana fue premiada en el Concurso de Libretos de Radioteatro de Radio Televisión Alemana en 1989. Ha producido las series radiofónicas que recogen el pensamiento de escritores ecuatorianos y latinoamericanos, y un documental sobre la vida y poesía de Jorge Carrera Andrade. Le pido a Raúl Arias que me hable de todo esto. El poeta me mira, pestañea, como convirtiéndome en su cómplice...
Paúl Hermann ¿De qué barrio es? Nací en San Marcos, pero siendo muy niño me trasladé al Tejar; mis recuerdos de infancia están en la Chilena, la Mejía, la Imbabura. Estudié en el Cebollar y recuerdo que nos llevaron a la inauguración del monumento al Hermano Miguel que estaba en el entrañable parque de San Blas en el que jugaba trompos, pelota, chullas y bandidos. ¿A qué se dedicaban sus padres? Mi mamá lavaba y planchaba ropa y mi papa era profesor del colegio 24 de Mayo. ¿Por qué en esas duras condiciones de vida, la literatura? En el Montúfar, colegio en el que estudié a partir de tercer curso, tuve profesores que me motivaron; ellos y mi padre me obsequiaban novelas: Dumas, Víctor Hugo, Julio Verne… ¿A qué edad empezó a escribir? Escribí, como todo adolescente, poemas románticos a la niña de cabellos dorados, e incluso publiqué poemas en una sección del vespertino Últimas Noticias, pero en cuarto curso empecé a ganar los certámenes de cuento del colegio. ¿Estudió periodismo por la relación de esta carrera con las letras? Me gustó el periodismo siempre, pero a mi padre no; quería que fuera economista, pero nunca me llevé bien con los números. Cuando me gradué trabajé en el Departamento de Cultura e Información de la Universidad Central y en Radio Nacional.
¿Qué escritores conoció en la Universidad? A Manuel Agustín Aguirre, Raúl Pérez Torres, Iván Égüez, con quienes establecí una amistad que dura hasta ahora. ¿Cuándo se vincula al Movimiento Tzántzico? Cuando ingreso a la Universidad. Ulises Estrella, Simón Corral, Antonio Ordóñez, José Ron, Marco Muñoz y otros integrantes del recién creado movimiento hicieron amistad conmigo, publicaron mis poemas en la revista Pucuna y me invitaron a participar en sus recitales. ¿Qué era el Tzántzismo? Un movimiento conformado un por un grupo de jóvenes inconformes con el gobierno y su incapacidad de generar cambios sustanciales, y que motivados por los conflictos sociales se propusieron generar cambios a través de la cultura. En ese momento creímos que la Casa de la Cultura Ecuatoriana era una entidad lejana al pueblo y estábamos molestos de que las ‘vacas sagradas’ no dejaran la teta, los cargos públicos. Fue entonces cuando una organización conformada por los tzántzicos y gran cantidad de artistas nos tomamos la Casa, presidida en ese momento de dictadura militar por Chávez Granja. ¿Qué hicieron con la Casa? Se conformó, con Fernando Tinajero, Hernán Rodríguez Castelo y Oswaldo Guayasamín, entre otros, una comisión que dialogó con el Gobierno para reestructurar la Casa. ¿Qué opinión tenían de los escritores que los antecedieron? Respetábamos a los interesantes escritores de los años treinta y a autores como Gonzalo Escudero y César Dávila Andrade.
¿A quiénes rechazaban? A grupos y personajes que hacían poesía romántica, poco novedosa, cuando habían problemas sociales más importantes que atender. Con los miembros del Grupo Caminos éramos amigos y rivales porque nos encontrábamos en el Café 77 y hablábamos de poesía. ¿Cuándo siente que escribió su primer poema? No podría hablar de un texto, sino de un grupo de textos; los de Poesía en bicicleta y Trinofobias, que me gustan mucho hasta ahora. Trinofobias es un estupendo nombre. Fobia a los trinos románticos… Exactamente. Los poemas de ese libro surgieron de una visita que hice al San Lázaro, de ver a la gente alienada, casi animalizada.
AH, POETAS DE MI TIERRA Ah, poetas de mi tierra, poetitas de mierda con quienes aprendí a conocer una nueva enfermedad: la trinofobia. Poetas de poetas, esqueletos de oficina, telefónicos versos, dominicales y amarillos, sálvense si pueden, novios de la muerte, vividores de la luna, no se sorprendan cuando guiando mi bicicleta les caiga encima, transeúntes de las vías lácteas, y lean el periódico amarillo el otro día: “Poeta Zutano recuperándose. Le cayó encima un ángel de cien metros”.
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¿El poeta en bicicleta es un poeta del pueblo, en oposición al poeta burgués de traje y corbata? El título muestra desprecio a otros poetas… El título lo encontramos con Iván Carvajal e Iván Égüez, cuando el primero quería publicarlo en la Editorial Universitaria. ¿Cuáles son sus referentes? Cesar Dávila, Nicolás Guillén, César Vallejo, su voz profunda, lírica que me emociona tanto. ¿Literariamente hablando, tiene alguna obsesión? El viento. Lo convertí en personaje de mi radioteatro Picadas del viento y de varios poemas. El viento es un extraordinario elemento de la naturaleza, es sensual, violento, travieso, lascivo, refrescante… ¿Por qué escribir teatro? Siempre me ha gustado leer teatro y verlo en los escenarios. Interpreté un papel en los montajes que hacíamos con los tzántzicos y escribí, conjuntamente con Iván Toledo, una obra sobre Espejo. ¿La llevó a escena? Víctor Hugo Gallegos y sus estudiantes llevaron a escena varios momentos de Espejo en la oscuridad, guión que ganó un premio de la CCE a nivel nacional. Lastimosamente no hubo apoyo económico para montarla completamente, algo que debería ser normal dentro del desarrollo cultural de la ciudad.
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Hábleme de Lechuzario Cinema Mil… Colección de poemas que tratan sobre las cosas que saturaban mi mente entonces; los cambios sociales, la miseria, la necesidad de mostrar la vida, por ejemplo, de un costarricense que hacía funciones de cine en el Teatro Politécnico y me contaba sus penurias. Le regalé algunos libros para que pudiera venderlos y ayudarse.
Vuelos e inmersiones… Poemas que escribí cuando estuve interno en el hospital del Seguro con una infección en el rostro. Tratan sobre la sensación de estar enfermo y sobre las visitas que reciben los pacientes. Eran los días en que asesinaron a Jaime Hurtado, y encontré, en el hospital, a Pedro Jorge Vera viviendo sus últimos días. Lo visitaba, me preguntaba qué novedades había. Yo salí y el falleció al poco tiempo. ¿Escribió narrativa? Publiqué, con el título No es del duende, una colección de cuentos que tuve guardados por años, más otros nuevos. Pude concluir los textos cuando me jubilé, pues tuve el tiempo especial que requiere el escritor para dedicarlo a su obra. Los publicó Iván Égüez. ¿Tiene hábitos de trabajo? A veces las primeras palabras de un poema me sorprendían conduciendo mi camioneta Toyota. Entonces me paraba y las escribía en una libreta, pues cuando no se las plasma del mismo modo instantáneo en que llegan, se corre el riesgo de perderlas. A veces también me llegaban de madrugada o al despertar, y me ponía a escribirlas inmediatamente. Me vienen ideas, yo solo me siento un transcriptor. ¿Qué poema escribió cuando detuvo la camioneta? ‘Visión fantasmal de la ciudad’. Vino el poema con sus dedos de luz. Mientras la pequeña camioneta recorre la ciudad fantasma enchapada en vientos y discotecas iglesias y turistas panteones ahitos de muertos túneles sucios meaderos piletas...
¿Limpia mucho? A veces se presenta de manera mágica algo muy acabado, otras veces encuentro poemas de años a los que hay que hacer muchas correcciones. ¿Cuáles serán los poemas por los que será recordado? Pienso que por los poemas de Trinofobias. He escuchado en seminarios mencionar ese poema, que es uno de los más conocidos. ¿Es motivo de orgullo y a la vez de desencanto que le recuerden por sus poemas iniciales y no por los desarrollados posteriormente? No, en tanto y cuanto dan satisfacciones a los lectores. ¿Fue bohemio? Había bohemia en los sesentas y los artistas siempre celebramos los dones de Baco. Un vino, un ron, un traguito es siempre, en la reuniones un aliciente sabroso. ¿Escribió borracho? Ebrio no, es difícil, pero a veces sí con unos tragos encima, con el vuelo del alcohol. La marihuana es otra experiencia que la viví en Colombia, en Cali, con tres dadaístas. Nos reuníamos y fumábamos mucho. Surgió un poema hablado y colectivo a partir de las palabra “monje” y “monte”. Esta fue, para mí, una experiencia fuerte. ¿Siguió experimentado con la yerba? No, me producía miedo, temor a la muerte, fijaciones. No sentía satisfacción; con un cigarrillo disfruto más. ¿Militó en algún partido? Un tiempo estuve con el Partido Marxista Leninista, pues era el momento en que había que comprometerse con la causa, no sólo escribiendo, sino también militando, como tantos otros escritores a nivel
mundial. Sin embargo sentí un vacío, una forma inadecuada de llevar las cosas, muchas contradicciones. No me satisfizo la militancia. Si volviese a nacer ¿volvería a recorrer el camino de las letras? He tenido satisfacciones, pero de ningún modo ha sido todo armónico, el hecho mismo de publicar es un problema. ¿Qué escribe? He estado recopilando antiguos materiales, cartas incluso, de los años sesenta, para ver si convierto todo en un texto largo, en una novela. Del Centro se pasó al Sur y actualmente vive en Conocoto… Viví, de alquiler, en cinco departamentos pero he logrado construir una casa propia. La diseñó mi esposa, que es arquitecta. ¿Tiene el atelier soñado por todo escritor? Siempre he tenido un estudio por oscuro que haya sido. Cuando escribí lo de Espejo vivía en Miraflores, me instalé en una mesa pequeña, detrás de una ventana pequeñita. Pero no me importaba, pues cuando uno desea escribir, encuentra el sitio adecuado. ¿Cuántos libros tiene? Unos dos mil quizás. Hemos considerado con Luis Corral la posibilidad de donarlos, pero como uno es tan libromaniaco y tiene sus recuerdos, me daría pena desprenderme de ellos. ¿Qué está leyendo? La ultima novela de Iván Éguez, y Sobre los países vigilados, un libro de la periodista argentina Telma Luzani, que habla sobre las bases militares en el mundo.
¿Trabajar en el Departamento de Cultura de la Politécnica Nacional fue gratificante? Fue una etapa interesante, con Iván Rosero, director de Tambores y otros demonios, realizábamos programaciones culturales y talleres, y nos apoyábamos. Hacíamos lo que nos gustaba, vivimos en nuestra salsa por más de 20 años. ¿Pudo, como tanta gente, viajar gracias a la poesía? Yo iba a recitales por mi cuenta, en 1979, por ejemplo, visité Bogotá y aproveché para entrevistar a los curas rebeldes. Ahora pude, con el dinero de mi jubilación, darme el lujo de visitar Cuba. Yo envidiaba a la gente que se iba una y otra vez con invitaciones, pues yo nunca había participado de estos procesos, no me gustaba figurar. Así que estuve muy feliz, conocí personas, les regalé mis libros… Lo interesante es que poco después me llegó una invitación del Ministerio de Cultura de Cuba y del Instituto Cubano del Libro que se canalizó por medio del Ministerio de Cultura del Ecuador. La poesía política no siempre es buena porque nace del compromiso y no del alma… Si no hubiese indignación, si no hubiese el sentimiento necesario saldría falsa; yo la hice con muchas ganas. COCINERO AGEE Este no es tema para un poema, más bien es ducha de agua fría para la poesía. O simplemente un escupitajo para la CIA y compañía.
Está difundiendo una reedición de Poesía en bicicleta, con un subtítulo que reza: Bicipoemas… Son los poemas de Poesía en bicicleta más doce textos nuevos. Es mi tributo a la bicicleta, medio de transporte que he usado desde los 15 años, desde que mi hermana me regaló una bicicleta ATU. Aún la conservo pero guardada, pues me he comprado una nueva, una Ger Bike, cuyos componentes son de todos lados, alemanes, chinos, austriacos, ecuatorianos… Sobre este tema tengo un poema: LAS DOS En el 60 y pico tuve una bici marca ATU y fue la primera y emprendí con ella por El Tejar la indagación del barrio la peluquería de ramoncito la tienda de doña Yola la cruz verde la Ipiales llena de trapos Recién llegó la otra la GER Bike a tono con el tiempo, la nuevecita, alemana, china austropiteca, y la compré en 130, y el joven vendedor me subió diez, que mierda, ya, me parece buena, después de 50 años con la ATU los dólares valen un comino y ahí voy por las calles del limbo nuevamente ¿a cuál amar más entre las dos?
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José Luis Alfaro de la Cruz:
Color y magia
Muchik A
madores de una sacerdotisa enigmática, es el nombre que José Luis Alfaro de la Cruz (La Libertad – Perú) ha puesto al cuadro que ilustra la portada y que forma parte de la exposición ‘Muchik’, que se exhibe en las salas Kingman y Guayasamín de la Casona de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.
Travesía nocturna del águila real
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En el valle del río Moche (actual provincia de Trujillo – La Libertad), entre el 200 y 700 d.C. se desarrollo la cultura arqueológica Moche o Mochica en los valles de la costa norte del actual Perú. Su trabajo en cerámica ha sido considerado como el más fino y delicado del antiguo Perú, en este represen-
taban a divinidades, hombres, animales y escenas ceremoniales. José Alfaro, según César Polo, se formó en la Escuela Superior de Bellas Artes de Trujillo y es, por lo tanto, legatario de una rica y depurada cultura; trae en 26 cuadros mitos y leyendas de la cultura preinca-moche-chimú, que nos permite
Guerrero emergente
Diosa extasiada con tu pacha mama
Sacerdotisa y el gran enigma
visualizar y comprender la cosmovisión de esta misteriosa y refinada cultura. Sus personajes son príncipes, guerreros, sacerdotes, chamanes, músicos y sacerdotisas, y otros dotados de magia que sin perder el carácter de sus personajes, llevan diversos tocados sobre sus cabezas representando felinos, aves, etc., que les dan autoridad y señorío sobre todos estos escenarios diferentes, acompañados de entes fundamentales de la naturaleza, la fauna de aquella época. Por su parte Guido Díaz, director de Museos de la CCE, dice que Alfaro en sus cuadros recuerda la naturaleza de los valles de Lambayeque, Chicama y Lacramarca, donde los muchik celebraban su
vida. Recuerda la montaña y el mar, su intensidad y su calma; sus animales, su vegetación, sus misterios. Recuerda su vida y la de sus padres, jugando y guerreando, navegando en el mar y en la selva; junto con aves, peces, serpientes e insectos fantásticos. Recuerda los secretos de la vida y de la muerte que le enseñaban sus abuelos. Recuerda la alegría y la tristeza; sus juguetes y sus armas; sus navíos, su vestido, sus adornos; recuerda la forma y el sonido de sus flautas, sus conchas y sus tambores. Recuerda sus tocados y sus sombreros; sus casas, los colores del cielo y del agua, el aroma de las flores y hasta el sonido de sus palabras.
Las historias y leyendas que envuelven de misterio y de magia sus cuadros, llenan también el ambiente de las salas, donde la gente mira, admira y se transporta al antiguo Perú, que ha traído a Quito José Alfaro. Decía el Presidente de la CCE, Raúl Pérez Torres, al saludar su paleta y su magia: «Su lenguaje pictórico, fino y alado, no sé desde dónde me trae al recuerdo el lenguaje desgarrado y auténtico del cholo peruano en el Perú, perdonen la tristeza (como diría Vallejo), quizá porque a veces los sueños, cargados de símbolos y metáforas, chocan con una realidad dura y espesa de la que huyen los duendecillos y las hadas que habitan nuestro espíritu».
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Egas y la Calle 14 María Helena Barrera-Agarwal
M
uchas, muy doctas explicaciones se han brindado acerca del cuadro más famoso de Camilo Egas, Calle 14. El presente ensayo no intenta investigar su significado desde un punto de vista académico. El análisis que efectúa privilegia las claves visuales brindadas por el artista, interpretadas conforme a la realidad del lugar y del tiempo en que la escena del cuadro se desarrolla.
El lugar
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Calle 14 es una obra aparentemente simple. Sus elementos son pocos: dos figuras humanas, un andén ferroviario del que emergen cinco columnas de acero, un receptáculo de basura, un graderío, un túnel y unos rieles de tren. La disposición de esos elementos es de corte clásico y parece responder a la regla áurea de la pintura: la atención del observador se ve naturalmente atraída hacia la cabeza del personaje principal, un hombre parado junto a la más cercana de las columnas del andén, punto central de una composición que desde allí se desarrolla en espiral equiangular. Como se verá, la narrativa del cuadro también se despliega en el mismo sentido. El número 14 aparece en cinco letreros, en tres de ellos integralmente y en dos de modo parcial. Esa repetición refleja la señalización repetitiva propia de las estaciones de tren subterráneo neoyorquinas, tanto en el tiempo de Egas como en el nuestro. La identificación precisa de la estación que Egas representa, sin embargo, es imposible: en el sistema ferroviario de la metrópoli existen a presente cuatro estaciones con el mismo nombre. En la década de los treinta, en la que el cuadro fue creado, las estaciones bajo ese apelativo eran cinco. En cada una de ellas, múltiples plataformas podrían haber sido el escenario del cuadro de Egas. Más allá de una identificación específica, el escenario de la Calle 14 es profundamente familiar para cualquier persona que use regularmente el sistema de transporte urbano neoyorquino. La mayoría de plataformas poseen una hilera de columnas de hierro o de acero,
Camilo Egas / Calle 14 (1937)
paralelas a sus bordes. En esas columnas aparecen los ya mencionados letreros que informan el nombre de la estación. En la década de los treinta, continuando hasta al menos aquella de los setenta, esos letreros tenían caracteres negros sobre un fondo blanco y estaban fijados en la columna por seis tornillos, tres superiores y tres inferiores. Esa es la exacta configuración que Egas les da en su cuadro. Aún hoy, la disposición de las columnas, de la plataforma y del graderío de acceso a la misma es inmediatamente reconocible. En el descansillo del graderío se lee, parcialmente, el contenido de un letrero: ‘To 14’. La leyenda completa allí escrita debe haber sido ‘To 14th St.’ (‘A la calle 14’), indicando una vía de salida desde la plataforma hacia tal calle. Para poder mirar ese y otros elementos incluidos en el cuadro, el invisible observador —Camilo Egas— está ubicado entre la columna siguiente y el borde de la plataforma, muy cerca de éste último. La perspectiva desde tal punto es recreada exactamente en el cuadro.
Los personajes Egas incluye en su obra dos personajes. El principal se presenta en primer plano. Es un hombre de edad inde-
ensayo terminada, calvo o de cabeza rapada a cero. Su vestimenta visible es de color gris, compuesta de una levita y de un pantalón, ambos al parecer del mismo material textil. Lleva además unos zapatos oscuros. El hombre de la levita apoya las espaldas en una columna. Su actitud es la de alguien que se halla presa de un frío extremo. Intenta arrebujarse en las escasas ropas descritas, esfuerzo continuo e inútil. Su cabeza está inclinada, como queriendo hundirse entre los hombros para mejor atrapar el minúsculo abrigo que ofrecen las solapas —elevadas— de la levita. Los brazos se cruzan frente al torso, y las manos desaparecen bajo el antebrazo contrario, de modo a hallar un cierto calor, cerrando las mangas de la levita. Aquella izquierda, sin embargo, se ve aún parcialmente abierta, revelando lo poco adecuado del intento. Las piernas se juntan al punto que las rodillas casi se tocan. La tela del pantalón, como la de la levita, se revela delgada en extremo al caer en múltiples pliegues imposibles en un material textil de mayor consistencia. La levita y el pantalón son parte de un traje. No es la indumentaria de un obrero. El pasado del hombre de la levita se insinúa de tal modo, apuntando sutilmente a la clase media. El tiempo de relativo confort que esa ilusión rememora se ha desvanecido, sin embargo. El traje ligero no es adecuado en lo absoluto para el momento en que la imagen es ejecutada. El invierno —ese invisible e indispensable elemento de la Calle 14— ha llegado. Es su inapelable, mordiente presencia la que determina la narrativa del cuadro. El hombre de la levita no está preparado en lo absoluto para enfrentarlo. Sus ropas son tan exiguas que el efecto es similar al de una desnudez total. La situación del hombre de la levita no se comprendería en ausencia del segundo personaje del cuadro. A unos pocos metros del primero, de espaldas a la columna siguiente, aparece otro hombre. Éste, sin embargo, no puede ser más disímil de aquel que se acaba de analizar. La primera de sus características es también la de mayor elocuencia visual: lleva un largo, oscuro sobretodo que, por la manera en que su borde cae, debe estar fabricado de un material denso, propio para los rigores de la estación. Puede presumirse que el traje que lleva es igualmente adecuado al efecto. Adicionalmente, su cabeza está protegida por un sombrero de tipo fedora. El hombre de la levita se encuentra inmerso en su inmediato presente, en la tarea única de conservarse vivo, pugnando por un calor elusivo. Sus ojos aparecen a medias abiertos y está claro no perciben sino lo imprescindible para su lucha por sobrevivir. El hombre del sobretodo, por el contrario, se conduce con la calma que el confort físico provee. Le es dado incluso dedicar su atención a la lectura de un periódico,
en espera del tren que lo conducirá a su destino. Ese tren está por ingresar a la estación, como anuncian las cuatro luces frontales que se perciben en la esquina superior derecha.
La historia Egas incluye en su obra un detalle mínimo, que usualmente se ignora al tiempo de apreciarla. Son precisamente esas cuatro luces frontales que emergen de la oscuridad del túnel del tren subterráneo. Es un detalle que también sirve para contrastar al hombre de la levita de aquel del sobretodo. El primero permanece en el andén ubicado de modo a estar atento al arribo del tren que espera. El hombre de la levita, por el contrario, le da las espaldas. Esas dos actitudes corresponden a una necesidad distinta, tanto literal como simbólica: el hombre del sobretodo no le teme al golpe de aire gélido que llega con el tren, mientras que aquel de la levita busca evitarlo en lo posible, guareciéndose detrás de la columna. Más allá de ese aspecto se halla el símbolo enraizado en tal dualidad: con la llegada del tren, el brevísimo interludio que el hombre del sobretodo ha vivido en ese andén termina de modo eficaz. El tiempo del hombre de la levita es distinto: su permanencia en el lugar no posee límite perceptible. El andén es su destino final. Como tantos otros seres humanos, habita la precariedad de un espacio ínfimo y ajeno. Egas arribó a Nueva York en 1927, justo a tiempo para poder vivir los meses finales de la bonanza de los años veinte, y apreciar la dramática transformación creada por la Gran Depresión. El mecanismo implícito en ese contraste está encarnado en la Calle 14. La distancia real entre el hombre del sobretodo y aquel de la levita es mínima. Quien lleva prendas abrigadas puede muy bien hallarse tiritando pronto. La transición es fácil. Un detalle adicional apunta a esa inexorable metamorfosis: el hombre del sobretodo sujeta en sus manos un periódico, cuyo contenido parece leer con extrema atención. En el cuadro existe otro periódico, parcialmente visible. El mismo ha sido desechado en el bote de basura que se encuentra en la esquina inferior izquierda de la pintura, junto al hombre de la levita. La alegoría es directa: una vez que un objeto deja de tener utilidad, se lo arroja a un gris receptáculo en un gélido andén. Seres como el hombre de la levita —desechados socialmente— sufren una suerte semejante. La sensibilidad de Egas se rebela contra esa realidad, sutil y acerbamente, tornando Calle 14 en uno de los triunfos más universales de la pintura ecuatoriana del siglo veinte.
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El Teatro Ensayo de la Casa de la Cultura Ecuatoriana celebra sus cincuenta primeros años de vida artística llevando sus más recientes obras a los rincones más apartados de nuestra geografía. Antonio Ordóñez tomó la dirección en 1966, dos años después de haber sido creado por el inolvidable director italiano Fabio Paccioni. Llega de representar en Esmeraldas sus manglares y caseríos, en compañía de sus tres compañeros y cuatros compañeras, las obras Canto esperpéntico y Diminutos navíos navegando en la memoria. Se quita el sombrero y se entrega al santo oficio de la memoria.
tablado Teatro Ensayo:
L
de
os orígenes del Teatro Ensayo hay que buscarlos en el seno del Grupo Tzántzico, pues los recitales con visos de espectacularidad que ofrecíamos, despertaron en mí la inquietud por el teatro. Recuerdo Contrapunto, Pepe salta, que mostramos en lugares tan insospechados como la morgue. Los tzántzicos éramos parricidas, malvados, jodidos, contestatarios.
¿Se vincula al Grupo Tzántzico como poeta? Sí. Cuando cursaba quinto curso en el Colegio Mejía, me dejé arrastrar por Simón Corral, con quien hacíamos el periódico Surcos. En Contrapunto decíamos, parados sobre mesas, poemas de Adoum y otros autores fundamentales del país, mientras Ulises Estrella repetía, vestido con esmoquin, versos cursis, para que se sintiera la diferencia… La fecha clave de creación del Teatro Ensayo hay que buscarla, sin embargo, el cinco de diciembre de 1963, cuando bajo la dirección de Marco Muñoz y en plena dictadura militar, llevamos a las tablas Réquiem por la lluvia, obra de José Martínez Queirolo, dramaturgo guayaquileño vinculado al grupo y colaborador de nuestra revista Pucuna, pues aquel día, en el Café 77, nos vio Fabio Paccioni, a quien la Unesco le había encargado, por pedido de Benjamín Carrión, instaurara en el país una escuela de arte dramático, un teatro popular y el teatro ensayo que prevalece. Si Paccioni no hubiese visto nuestra puesta en escena, el destino del Teatro habría sido otro, para mal. Hagamos un paréntesis. El Grupo Tzántzico publicó nueve números de la revista Pucuna, hace poco reeditada de manera facsimilar… Los tzánticos funcionábamos como un taller permanente. Escribíamos, cuestionábamos, orientábamos y nos orientaban. Edmundo Rivadeneria, Jorge Enrique Adoum, Agustín Cueva y José Félix Silva eran como los hermanos mayores de quienes conformamos el Grupo Tzántzico y, posteriormente, La Bufanda del Sol.
puro ¿Se vincula directamente al Teatro Ensayo? A la Escuela de Arte y al Teatro Ensayo. Mi carrera es vertiginosa, pues en la medida en que a Paccioni le urgía instaurar los tres estamentos, en determinado momento se concentra en la creación y dirección del Teatro Popular y a mí me encarga, tan solo dos años después de haber sido creado, la dirección del Teatro Ensayo. Fue una exigencia muy grande, pues a la par debía seguir con mis estudios. En todo caso, el Teatro siguió su curso hasta que en 1972 nos echaron de la CCE…
El Santo oficio del amor, Alejandra Tapia y Antonio Ordóñez
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¿Quiénes conformaban el Teatro Ensayo en aquel momento? Isabel Casanova, Víctor Hugo Gallegos, César Santacruz, Francisco Piedra, Jorge Vivanco. Después el Teatro Ensayo se fue renovando con gente de la Escuela. ¿Por qué los echaron de la CCE? En una gira que realizamos por México y Estados Unidos, y específicamente en un Festival Internacional de San Francisco, dijimos, tras la interpretación de Huasipungo y Boletín y elegía de las mitas, que la condición de los indígenas en la dictadura que vivía el Ecuador no había cambiado y que seguía en condición de servidumbre. Fue entonces que el cónsul del Ecuador dijo que la reforma agraria había cambiado la condición de vida de los indígenas y que, en todo caso, la ropa sucia se lavaba en casa. Dos meses después, en cuanto regresamos, supimos que por informe suyo nos habían sacado de la Casa, presidida en ese momento por un director del Archivo Nacional de Historia. Lo tomamos como un honor y continuamos trabajando, no paramos ni un solo instante. La primera obra que hicimos fuera de la Casa fue Santa Juana de América con Isabel Casanova como actriz.
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¿Dónde ensayaban? Aquí, allá, en el parque El Ejido; en mi casa; en el teatro de la Escuela Espejo; en el bello teatro de la Concentración Deportiva de Pichincha. Pasamos años en ese lugar, hasta que en el 2002, Raúl Pérez Torres, por entonces en su primera presidencia, nos pidió que restituyéramos el grupo al lugar en el que había nacido. Regresamos a los 30 años de su creación.
¿Qué ha ocurrido en todos estos años? Hemos puesto 90 obras en escenarios de toda América y de varios países de Europa. ¿Cómo se solventaban? A pulso. A veces cobrábamos entradas, a veces no, pues nuestra labor era en el campo. En ocasiones también vendíamos publicidad, pero a duras penas lográbamos solventar los gastos que acarrean las puestas en escena, la construcción de la escenografía, la iluminación, la utilería. Ahora mismo, pese a los esfuerzos de Raúl Pérez Torres por lograr para el Teatro un presupuesto, trabajamos en condiciones muy precarias debido a la difícil situación de la Casa, Entendemos las condiciones de la Casa, pero tenemos la responsabilidad, la misión, no el heroísmo, de contribuir al desarrollo del teatro nacional hasta que alguien tome la posta, hasta que tengamos energía. ¿Quién conforma el elenco inolvidable? Han estado yendo y viniendo Víctor Hugo Gallegos e Ignacio Dono-
so, quien me acompaña ahora y se caracteriza por ser una persona excepcional y un brillante intelectual. Debo mencional la colaboración irrestricta de Maritza Cretenier y Petro Ploolg. ¿Qué obras de los últimos años han sido las más representativas? Memoria desde el cascajo seco; La Celestina; El santo oficio del amor; una nueva versión de Boletín y elegía de las mitas. ¿Qué representa actualmente? Canto esperpéntico, obra de creación colectiva y Diminutos navíos navegando en la memoria, nombre sacado de una crónica de Memoria del fuego, de Eduardo Galeano. Esta obra está basada en Las cruces sobre el agua de Joaquín Gallegos Lara y el cuento de Raúl Pérez Torres, El marido de la señora de las lanas, con teatro y danza. ¿Ha tenido una doble vida? Pues fui profesor de la Facultad de Artes de la Universidad Central por 32 años, y director de la Escuela de Teatro, actividades que me permitían solventarme.
¿Vinculó estudiantes de la Universidad al Teatro Ensayo? Se siguen vinculando, y muchos permanecen años, pues el Teatro Ensayo es el espacio que requieren para realizar sus prácticas actorales y profesionales. ¿Qué estudiantes que formaron parte del Teatro Ensayo son actores ahora? Diana Borja, Pablo Tatés, Carlos Guamán, Sonia Valdez, el mismo Jorge Matheus, actual director de la Escuela. ¿Es posible saber, por sus actuaciones, de los actores que han formado parte del Teatro Ensayo? El Teatro Ensayo es experimental, no tiene una escuela estética, se caracteriza más bien por ser un teatro de la resistencia política, somos políticos, tenemos una ideología concreta, lo cual no quiere decir que pertenezcamos a un partido, ni mucho menos que hagamos un teatro panfletario. Bretch decía que el teatro no es una escuela moral ni
de enseñanza. En este sentido hacemos un teatro digno, que busca la libertad del hombre, un teatro comprometido con el país, con nuestra gente y nuestro tiempo. Hábleme de su incursión en el cine… Fui invitado por Carl West para intervenir en calidad de actor en varias películas basadas en obras de la literatura nacional. Sebastián Cordero me llamó para pedirme que actuara en Ratas, ratones y rateros. No lo conocía hasta entonces, pero fue muy grato trabajar para él. Pasado y confeso… Pasado y confeso forma parte del pasado negro que tengo con la televisión. Pese a que yo era cuestionador, un productor me llamó y me invitó a participar. Puse algunos reparos pero acepté por experimentar.
Alguna condición de actor he tenido, pues las cosas que hice me salieron dignas. Posteriormente actué en Historias personales. He hecho 50 años teatro, pero la gente me conoce por las siete cosas que he realizado en televisión, lo cual es un poco triste. Ahora he vuelto a la televisión por pedido de Peky Andino, con quien mantengo una relación muy larga, sincera y grata. ¿Quiénes conforman el Teatro Ensayo en los actuales momentos? José Ignacio Donoso, Carlos Guamán, Valeria Brito, Carla López, Alejandra Núñez… Somos diez; doce cuando interpretamos Las cruces sobre el agua, pues se integran bailarines y técnicos que son también actores (P.H.).
37 Vida y muerte severina. Víctor Gallegos, Susana Carrillo, Antonio Ordóñez e Isabel Casanova
Las
Olas Juan Carlos Miranda
1. EL FARO
J
uan Carlos Miranda nos ofrece momentos de Las olas, poética en danza fragmentada a Virginia Woolf, que estrenó en 2011 y que llevó a países como Chile y Argentina. Tres escenas 1. El Faro 2. Naufragio Escarlata 3. Iridiscente Ambientación: Cualquier sitio Música: Sigur Rós
INTRO en la danza
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El barquero antes de sentarse en la silla plateada se retrata… es un danzante marino, un filósofo del mar. Aúlla en su penumbra los ciclos de la luna, el océano refleja la sal en su cuerpo. El silencio carga en los bolsillos piedras, redes, humo, correspondencias fallidas. Las huellas que trazan los huesos sobre la arena del escenario son saetas multiformes que la danza fragmenta y disemina en 28 minutos.
Un arco de fuego ardía en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar lanzaba llamas doradas… Desde la arena, el cuerpo de Rhoda gime y contorsiona lenta su acústica oquedad. Descansa. Escucha los veleros, otras islas. La música es paradigma del océano en penumbras. Toda su piel está imantada al solar, repta, gesticula, arrastra cabeza, piernas, manos. Sufre de ceguera, busca el faro de la incertidumbre en una danza equívoca de provocada intemperie. El destiempo emerge en el espiral cósmico del caracol. Abre y cierra los ojos. Buscará la salida a otro oleaje de espinadas efervescencias, flota su cuerpo al borde de la playa, donde está el faro de la otra danza? /Jinny estremece a Rhoda. Sentirá otra sed. Mira sus ojos planetarios, verde higuera fosforescente. Soliloquio de Sibelius en el anclaje de las teclas del dormitar en amapola, la silla es el barquero que oscila envuelta en plata y bronce, la luz cenital concentra su malgastada roca, mineral invertebrado, se ondula en doble espacio entre cada oración, salta en el sordo movimiento, ojos que claudican ante la sombra en 180 grados. El haz de luz que atraviesa la sala de cine se inunda por una gran ola que emerge desde la pantalla. Bailan entre piernas, entre ojos, entre espaldas. Te haces uno con el piso, el suelo traga lo que resta del cuerpo, ciénaga concreta, piedra volcánica. Se besarán, monstruos
de agua, en el sudor fosilizado que destilan los cuerpos. El frío ardiente recordará en ellos cómo los maderos se consumen en el fuego helado tras del lente fotográfico, ojo de pez tragado por el ojo del mundo, la imagen de las olas levita sobre las gaviotas. Invernal la tarde crece desolada en el aro gris de una despedida que duró para siempre.
2. NAUGRAFIO ESCARLATA El choque de las olas al romper llegaba a sordos golpes, como maderos al caer sobre la playa. El cuerpo de Bernard emerge desde la profundidad de un silencioso grito, salta para tocar el astro herido del atardecer zigzagueante. Hoy todo es vértigo y velocidad sincronizada, sus brazos, hélices de otra maquinaria, donde la danza provoca una extraña máscara sin gesto. Diagonales dentro de un cuadrante onírico, la marea violenta es el cuerpo, la tinta de la partitura combustiona los enjambres de saltos y caídas repitiéndose una y otra vez, como fotogramas ilustrando el fin de los días. El cuerpo del naufragio es el pájaro escarlata que no cesa de anhelar el arrecife de la música. /Susane desnuda y habita a Bernard, asume que el anillo que sostiene en su mano gesticula movimientos que traga la hojarasca que abraza. /Susane, el piano suena en tu mente, es una canción de cuna,/ un taladro multiforme diseñado para perforar las heridas que guardan su mano tras tocar la tierra, no acarician el agua, la disipan en un torrente invertido, todo lo que sube debe bajar a esta hora, cuando el frío son dardos en la dermis. Sostiene el aullido del anillo, endurecida materia de filigrana, la plata brilla en los ojos pardos de Susane,
danza está cansada de adherir palabras que puedan salvarlos, están solos, la hojarasca es un vestido brujo para las canciones de Bernard, recoge hoja sobre hoja para empapelar de otoño su habitación que entra en el radio de su brillante anillo, canta bajo el peso del cuerpo, piensa que puede volar, a pesar de estar junto a las raíces de este árbol anciano y tosco. Si encontrarse atado a los dedos del otro significa mudarse de piel, abstraerse en el calor, alimentarse del tacto fugitivo y audaz, yo prefiero que las hojas que están secas por el viento y la antimateria sea el encuentro con la muerte, con mi otro yo; viajo en sentido contrario, minutero golpeando la caja acústica de este instrumento musical, que algunos denominan corazón, yo entraría a verte desnuda Susane y solo tu anillo de silverado florilegio me lastimaría al no poder besarte con todas las hojas que cubren este paraíso, las huellas se ocultaron, el bocado de tu fuego traga de a poco el espasmo de vigilia que arremete contra mis manos, ahora que sostienes mi cuello, lo muerdes, lo caricias y devoras. Sabrás que estuve herido todo este tiempo, en este insolente instante de creer que bailaríamos bajo los astros hipnóticos de las embarcaciones, finisterrae el océano nocturno.
3. IRIDISCENTE Rodeado de un círculo dorado, el espejo mantenía la escena inmóvil, como si en su ojo fuera eterna… La máquina de escribir es un cuerpo destruido por el cuerpo lumínico de Neville, las páginas recrean el autorretrato de la luz equidistante. El mar perfora la sombra de las letras, detrás del escenario sin dimensiones habita una mujer gigante como la ola de la danza invernal.
Ecos diluidos en el vacío de la música. Fosforescente líquido el aguaje profundo de la osamenta que baila en el destierro de luz y sombra, qué es el mar. Quién es el naufragio. Cómo se puede bailar bajo el agua oscura del desierto. Tridente lastima la superficie dorada de la ola. Soy la ola que inunda la esfera. Te espero desde el humo de tu cigarro enloquecido. /Luis decolora la voz de Neville. Penetro esa gota de sangre que flota sobre la colina, la herida que se abre ante nuestros ojos como un espantapájaros que traga nidos y enjambres de moscas, el rastreo del zumbido sobre la hierba dorada, exhausta, sus pasos lánguidos, inconformes, esquivos, la gran bestia que mira patear todo esto es la poesía, dice Luis con voz de usurero en el diván de un hotel de mala muerte, con su mordida tritura la tristeza de saber que las palabras carecen de tiempo, ritmo y espacio, que las herramientas del actor ya no son cuerpo, voz y metáfora, que la cuarta pared se derrumbó en la nada, y que todo intento de soslayar este
orden programático de desordenar la gravedad de los objetos en la mínima longitud del verso, eres ola o río, canto o grito, sucesión o finitud, porque al adentrarme en el espiral humeante de tu sangre, consigo que todas tus arterias me atraviesen, acordonen el espacio fugitivo de un suelo que se abre para mostrarme el lado oscuro del reflejo, vibración de pasos andando por dentro, triturando la tristeza, cerrando el pecho como una cavidad donde entrar significa salir desnudo y sin alma, la gran bestia no se asusta con nada, la melancolía es su planeta, la gran explosión su aliada, la fuga de pensamientos su distracción. Neville abandona la piscina roja, las palabras que son bañistas solitarios, flotantes rocas para una red que no puede atrapar a la gran bestia, la hoz, las tinieblas… la poesía. Carta de despedida encontrada en camerinos por el danzante. Querido: Estoy segura de que me vuelvo loca de nuevo. Creo que no puedo pasar por otra de esas espantosas temporadas. Esta vez no voy a recuperarme. Empiezo a oír voces y no puedo concentrarme. Así que estoy haciendo lo que me parece mejor. Me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todos los aspectos todo lo que se puede ser. No creo que dos personas puedan haber sido más felices hasta que esta terrible enfermedad apareció. No puedo luchar más. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y sé que lo harás. Verás que ni siquiera puedo escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirte que… Todo el mundo lo sabe. Si alguien pudiera haberme salvado, habrías sido tú. No me queda nada excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo.
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poema, poema
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l pasillo es un producto artístico mestizo, urbano, de la época republicana. En inicio, se trató de un baile popular cuyo nombre se debería, según la versión más aceptable, a la manera de bailarlo, con pasos cortos», según el libro Pasillo y pasilleros, de Edwin Guerrero. Al referirse a su origen, distingue el pasillo-baile que podría ser una danza francesa llamada passe-pied, que al pasar a la península ibérica llegó con emigrantes portugueses y españoles al Caribe y de allí a Centro América y luego a Colombia y Ecuador. Por otra parte, el pasillo–canción aparece y tiene su apogeo en el siglo XX. Al respecto, Guerrero afirma que su génesis puede estar en el fado portugués, el bolero español y las habaneras. Hay también en el pasillo reminiscencias de los cantos morunos que llegaron a Andalucía. Afirma que la mayor parte de las primeras composiciones con texto se realizaron sobre los versos que no fueron escritos para los compositores, sino que estos se inspiraron en ellos y los musicalizaron. Dice Ketty Wong en su libro Música ecuatoriana (premio Casa de las Américas 2010) que «el pasillo es, en esencia, un poema de amor musicalizado», y coincide con Edwing Guerrero que en los años veinte y treinta del siglo pasado los músicos populares componían los pasillos seleccionando primero los poemas para luego musicalizarlos. Rosario Sansores (Sombras, Imploración de amor), Amado Nervo (Ojos verdes), Juan de Dios Peza (Horas de pasión, Anhelos) de México, Julio Flores (Gotas de ajenjo, Flores negras) de Colombia y nacionales como: Medardo Ángel Silva, Arturo Borja, Ernesto Noboa y Caamaño, José María Egas, Abel Romeo Castillo, Ismael Pérez Pazmiño, Remigio Romero y Cordero, Augusto Arias y un largo etc. Hay que destacar a los compositores, unos de música y letra y otros solo de letra de pasillos que podríamos llamarlos históricos: Benigna Dávalos (Ángel de luz), Luis Alberto Valencia (Aquellos ojos), Enrique Espín Yépez (Confesión, Pasional), César Guerrero Tamayo (El aguacate), Lauro Dávila Echeverría (Guayaquil de mis amores), Luz Elisa Borja Martínez (Lamparilla). Otra faceta del pasillo son los intérpretes. Digamos que hay miles de cantantes que han interpretado el pa-
Patricio Herrera Crespo
sillo, aun famosos artistas internacionales como Paloma San Basilio y Carlos Gardel, según Edwin Guerrero. Pero hay nombres que permanecen en el cenit de intérpretes como Carlota Jaramillo y el dúo Benítez Valencia, a los que sumaría Humberto Santacruz en el piano, sin desconocer a los otros artistas y a las nuevas interpretaciones del pasillo. Concluyamos publicando algunos pasillos de destacados poetas, para volver a nuestro título: Pasillo Poema / Poema Pasillo.
El alma en los labios Medardo Ángel Silva
Para mi amada. Cuando de nuestro amor la llama apasionada dentro tu pecho amante contemples extinguida, ya que sólo por ti la vida me es amada, el día en que me faltes, me arrancaré la vida. Porque mi pensamiento, lleno de este cariño, que en una hora feliz me hiciera esclavo tuyo, lejos de tus pupilas es triste como un niño que se aduerme soñando en tu acento de arrullo. Para envolverte en besos quisiera ser el viento y quisiera ser todo lo que tu mano toca; ser tu sonrisa, ser hasta tu mismo aliento para poder estar más cerca de tu boca. Vivo de tu palabras y eternamente espero llamarte mía como quien espera un tesoro, lejos de ti comprendo lo mucho que te quiero y besando tus cartas, ingenuamente lloro. Perdona que no tenga palabras con que pueda decirte la inefable pasión que me devora; para expresar mi amor solamente me queda rasgarme el pecho, Amada, y en tus manos de seda, ¡dejar mi palpitante corazón que te adora!
memoria Vas Lacrimarum José María Egas
No te arrimes mucho sobre mi desgracia ni afines tu oído para mi canción. Porque es tan dolida y humilde mi gracia para las finuras de tu aristocracia y las maravillas de tu corazón! Yo sé que me sigue tu cariño santo como una estrellita de felicidad. A veces te lloro, y a veces te canto! Pero me da pena que te mires tanto sobre la fontana de mi soledad! Mis invernaderos dañarán tus rosas... Grave y pensativa te hará mi laúd. Yo soy un enfermo que tiene sus cosas... Retira en silencio tus manos piadosas de la herida mala de mi juventud! Yo soy un enfermo que tiene sus cosas... No busques alivio para mi orfandad. Serás, con tus manos floridas de rosas y con tus unciones misericordiosas, como una hermanita de la caridad, Pero yo no quiero que por mí desveles el sueño dorado de tu corazón. Ni agotes tu néctar ni saques tus mieles... Que ya puse al margen de mis horas crueles la dulce ironía de mis salvación. No sé qué destino te puso a mi vera...! ni que bebedizo de magia sutil dejó que mi pobre ceguedad te viera pasar en las glorias de tu primavera como una infantina de cuento de abril! No sé qué herbolario, ni qué hechicería, o qué libro malo me dio su licor... Pero, misterioso faquir, yo quería deslumbrar el asia de mi fantasía con tu fabulosa leyenda de amor. Y no sé qué alquimia doró mi desgracia... y fue todo música y luna y canción! Y soñé rondeles floridos de gracia para las finuras de tu aristocracia y las maravillas de tu corazón.
Pero ya sangraba la herida secreta. Ardía en silencio la llama fatal. Y, cuando quisimos coronar la meta, triunfó la injusticia de nacer poeta, rodó mi celeste vendaje ideal... Y sólo quedaron las alas marchitas, el libro soñado... lo que pudo ser! Y algún misterioso temblor en mis cuitas por tus inefables miradas benditas y tus pecadoras manos de mujer! Algún escondido retazo de pena..., algún idealismo y alguna inquietud... Y no sé qué dulce bondad nazarena para esta fatiga, para esta cadena del santo suplicio de mi juventud! Tengo, por extirpe, mi solar cristiano mi heráldica sabe de la Flor de Lis. Vibran abolengos al tender la mano... Y va por la vida mi amor franciscano como un hermanito del Santo de Asís. Pero no te acerques con unción de gracia. Ni afines tu oído para mi canción. Porque te pudiera tentar la desgracia de hacer la corona de tu aristocracia con las maravillas de mi corazón. (Para el pasillo se toman solo algunas estrofas del poema).
PARA MÍ TU RECUERDO Arturo Borja
Para mí tu recuerdo es hoy como la sombra del fantasma a quien dimos el nombre de adorada... Yo fui bueno contigo. Tu desdén no me asombra, pues no me debes nada, ni te reprocho nada. Yo fui bueno contigo como una flor. Un día del jardín en que solo soñaba me arrancaste; te di todo el perfume de mi melancolía, y como quien no hiciera ningún mal me dejaste... No te reprocho nada, o a lo más mi tristeza, esta tristeza enorme que me quita la vida, que me asemeja a un pobre moribundo que reza a la Virgen pidiéndole que le cure la herida.
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Alberto
Santana y la minga latinoamericana por el cine
Wilma Granda Noboa
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Cómo me imagino a Alberto Santana, el gran pionero chileno del cine latinoamericano silente y sonoro? Pues, para haber filmado cuarenta títulos en Argentina, Paraguay, Perú, Ecuador, Colombia, Costa Rica, Venezuela, Panamá y haber estudiado cine en París —como asegura uno de sus hijos—, presumo que Santana, por lo menos, viaja incansablemente. Impelido de llegar donde quiera que habiten rollos de filmar y máquinas de manivela para extender una sábana blanca y exhibir las películas locales que logra filmar. Se nos llega a decir incluso que para hacer en Ecuador los primeros sonorizados en vivo de 1930 (Guayaquil de mis amores y La divina Canción) y los realmente sonoros de 1949 y 1950 (Se conocieron en Guayaquil y Amanecer en el Pichincha), Santana aguarda en el puerto de Guayaquil el desembarco de una gran máquina Vitaphone de disco acoplado, que su cuñado ruso promete enviar desde Chile. Esas, las únicas ocasiones que él se mantendría quieto, imaginando la desguazada barcaza que irrumpiría en Ecuador con el nuevo invento. Alberto Santana nace en Iquique, Chile, en 1899. Desde muy joven integra diversas compañías teatrales con las que recorre su país. En 1921 dirige y produce su primer argumental Por la razón
y la fuerza. Le gusta el teatro, el periodismo escrito y la radio. Pero sobre todo, el cine, en la transición del silente al sonoro con la que se desmantela casi toda la silenciosa producción latinoamericana, pero Santana no se repliega. Hasta hoy, dicta cátedra en el cine ecuatoriano. Patenta desde hace ochenta años una forma particular de mercadeo que conjuga lo que llamaríamos ahora preproducción, producción y posproducción fílmica. Para ello convoca a una minga entre el público, los actores y posibles financistas. Lo hace a través de medios de comunicación y en escrutinio público elige a los protagonistas. Alertada la mayoría de gente, asiste no sólo a la filmación sino también a la exhibición. Así construye una empresa de producción fílmica sui géneris que sostiene con la venta de ‘bonos de filmación’ comprados por actores y público en general, quienes, finalmente, se convierten en dueños, productores y directores de las películas de Santana. Por ello quizás no encontramos películas de él, porque existirían muchos propietarios urgidos por el único recuerdo físico de la experiencia de filmación, casi siempre frustrada en lo económico. Alberto Santana llega por primera vez al puerto de Guayaquil a finales de los años veinte, desde donde se alista —vía tren— a tran-
sitar por la sierra. Cruza de retro la famosa Nariz del Diablo y luego, a mula o a pie, se encamina a otro lugar remoto en la amazonía ecuatoriana. Por si no regresa, aparte de despedirse mediante impreso clasificado, como es costumbre, se apertrecha igual que otros viajantes para su primera aventura cinematográfica en el país: «traje marinero (sic), botas holgadas, poncho encauchado, polainas, catre plegable, mosquitero, botiquín de mano, cobijas livianas, olla, cuchara y alimentos». (Historia de las misiones en Ecuador. s.a. s/f.). Denota así que hacia donde iba, no existía prácticamente nada. La hazaña se reseñaría en su pretendido libro: Aventura cinematográfica en el corazón amazónico,
escaleta mencionada al final de su primera obra escrita: Grandezas y miserias del cine chileno, donde alude a comunidades históricas que habitan en la selva y que en el folclor latinoamericano se consideran las únicas no sometidas a la conquista española. Algunas etnias sobreviven hasta hoy como pueblos no contactados u ocultos y todavía se hacen películas sobre ellas. Reclaman su derecho a habitar en la selva frente al sempiterno acoso de las actuales transnacionales del petróleo y la minería. Los shuar de entonces, en la época de Santana, fueron los primeros filmados en 1927. Los invencibles shuaras del alto amazonas, título definitivo estrenado en 1927 con dirección del salesiano Carlos Crespi, tiene antes el aporte de otro italiano, el director Carlo Bocaccio, y del fotógrafo ecuatoriano Rodrigo Bucheli, quienes estrenan la primera versión denominada Sobre el Oriente ecuatoriano. Bocaccio debe volver a Italia y encarga a otros concluir la filmación. Los salesianos con misiones en el Oriente desde 1898, financiarían la versión definitiva donde Santana hace cámara, pues vino a Ecuador justamente llamado, según texto mencionado, por el salesiano Ratti. Desde entonces, Santana nos esclarece cómo funciona la minga por el cine ecuatoriano y latinoamericano. Él no consta como director y esto es lugar común en su filmografía ecuatoriana. El crédito es para quien financia la película. Santana viene a quedarse el tiempo más largo que puede en Ecuador, país que no es el suyo y sin embargo lo conoce como nadie, a través de su cámara. Empieza en el Oriente y es el hito importante y vigente. Luego, en Guayaquil, hace periodismo radial y escrito. Vuelve al cine cada vez que puede, y con una brújula similar a la de los iniciales empresarios ambulantes del
cinematógrafo, se torna nómada, embarcado a toda oportunidad de filmar en Sudamérica: Colombia, Perú, Chile, Venezuela o Paraguay, Panamá, Costa Rica LA OLMEDO FILM (1928-1929)
tioqueño, que en 1925 realizan Arturo y Gonzalo Acevedo. El proyecto en Ecuador no se concreta. Sin embargo, en octubre del mismo año, Santana estrena su primer noticiero: Una visita a la ciudad ecuatoriana de Guayaquil, con imágenes de un desfile cívico-militar. En noviembre de l928 realiza para la misma Olmedo un promocional de la Anglo Ecuadorian Oilfields Ltda. llamado Industria Nacional Chimborazo. La Anglo, en la época, dispone de concesiones petroleras y de materiales de construcción, como el cemento. Empiezan las urbanizaciones en ciudades principales. En 1930 codirige con el argentino Francisco Diumenjo, una de las películas más taquilleras del Ecuador:
Guayaquil de mis amores (1930) En 1928, la Empresa Olmedo Films de Guayaquil anuncia la creación de un departamento de producción con un ‘recordman conceptuado’, Alberto Santana, quien llega como director de la compañía chilena Valk Film. Para su primer proyecto Bajo el cielo ecuatoriano, Santana requiere enseguida a actores y actrices e involucra al público en su propuesta: «Necesitamos rápidamente catorce señoritas, seis señoras, dieciocho jóvenes, ocho caballeros, veinticuatro niñitas y sesenta niños que encontrarán trabajo artístico en la película titulada Bajo el cielo ecuatoriano. Santana dará a los interesados nociones gratuitas sobre expresión, maquillaje y belleza fotogénica. Es indispensable contar con cierta independencia moral y económica y óptimas referencias personales». Anuncio remitido en diario El Telégrafo, Guayaquil 3 y 5 de junio, l928. El filme es un ‘remake’ de la película colombiana Bajo el cielo an-
Primer largometraje sonorizado en vivo con voces del dúo IbáñezAntepara. La película tiene auspicio de la casa Columbia, representada por José Domingo Feraud Guzmán, quien financia el viaje del Dúo Ecuador (Nicasio Safadi y Enrique Ibáñez Mora) hacia Nueva York donde graban las canciones de la película. El filme se convierte en un espectáculo cinematográfico sin parangón en el cine ecuatoriano:
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«Guayaquil de mis amores. Ya la han visto setenta mil personas, ¡faltan solo treinta mil para que la vea todo Guayaquil!...». Se construye así una noción del melodrama fílmico imbricado a la música propia, como una especie de rito colectivo al que las mayorías empiezan a rendir culto. Se homogenizan los sentimientos nuevos o desconocidos en las iniciales urbes, para evitar los desbordes. Según crónicas, la fastuosidad del estreno y las entradas agotadas en los primeros ocho días, es un hecho incomparable. Primer intento de convertir al cine en espectáculo multitudinario que logra atrapar al público con retratos de la ciudad y de la cultura montubia.
La divina canción (1931) Santana comparte fotografía con Diumenjo, propietario de Laboratorios Cinematográficos Ecuatorianos y productor del filme. Aparte de dirección y argumento, Santana actúa como Pepón. Otra protagonista es la ecuatoriana Ena Souza, quien participa en películas chilenas y peruanas. La sincronización en vivo es del músico Enrique Ibáñez Mora. Se inauguran aquí las nociones de culpa y vergüenza femeninas, fundamental objetivo de un disciplinamiento social que se gesta en las iglesias, las leyes, la moral y las políticas electorales: «!Jorge!... Escúchame... No me juzgues sin oírme... Óyeme, déjame explicarte... No soy yo la mala... Es la vida la que me ha hecho así... No me abandones... ¡Ampárame contra tanta maldad...!». La divina canción se estrena junto al noticiero Carnaval de Guayaquil en 1931.
Cine catastrófico: Incendio (1931)
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Durante una hora veinte minutos (2.100 metros en 8 rollos) se pro-
yecta la película Incendio, filmada al Cuerpo de Bomberos de Guayaquil y dos mil extras. Con varias cámaras y en distintas locaciones se emplea pirotécnica, trucaje y efectos especiales. La dirección de Santana y la fotografía del alemán Werner Hundhausen, ex técnico de la casa Agfa de Berlín. Los actores Zoila Luz Arízaga y Santiago Campodónico. La música de la Orquesta Blacio para un filme a colores que se revela en Talleres de Fotoóptica Jeremías. Junto a Incendio se estrena el noticiero Sucesos Nacionales 1931. Dos días después, en el Teatro Parisiana se exhibe por primera vez el cine parlante que limita, finalmente, la producción de cine silente en Ecuador. Santana, sin capital propio ni laboratorios adecuados, regresa al Perú y a Colombia donde realiza varias películas parlantes: Dios te dé suerte, Por un beso de tu boca, Al son de las guitarras. En 1938 Santana vuelve a Ecuador donde contrae nupcias con la reina de Bahía de Caráquez, Elvira Estrada Cevallos. Allí filma y estrena Manabí la fecunda. Hacia 1940, todavía en el silente, Santana produce el documental Nuestras víctimas al desnudo, sobre enfermedades venéreas. Filma en Talleres y Laboratorios Cinematográficos Ecuatorianos, TILCE, con producción del doctor Leopoldo Izquieta Pérez, director general de Salud de la República. Posteriormente, viaja con su esposa y su primer hijo, Rodolfo, a Chile. Allí trabaja para el Ministerio de Educación donde hace siete películas infantiles. Además, para Andes Film realiza En la ruta del Norte y Chile está en el Sur. En Chile nace su segundo hijo, Carlos. A su regreso a Ecuador, en marzo de 1949, crea su empresa Ecuador Sono Films y convoca por la prensa a un concurso de Simpatía y Aptitud para elegir candidatas,
quienes, junto al actor ecuatoriano Paco Villar, protagonizan la primera película parlante Se conocieron en Guayaquil. Empieza a cobrar realidad el sueño acariciado largamente por Santana desde cuando llegó a Ecuador, el cine parlante. Seis candidatas resultan finalistas mediante el voto de doscientas mil personas. El evento se difunde profusamente en diario El Telégrafo y Radio Atalaya de Guayaquil.
Se conocieron en Guayaquil (1949)
Se estrena junto al documental El Ecuador que yo he visto. David Saltoff Dager, nieto de uno de los protagonistas, recuerda que el argumento trata sobre un ecuatoriano que combate en la Segunda Guerra Mundial y regresa al país con problemas de adaptación. El filme posee un marcado tinte dramático y de comicidad a cargo de su abuelo, Charni Dager, nos dice: «Alguna escena en un convertible hace que la protagonista, que no sabía manejar, arranque el auto tempestuosamente. Mi abuelo, sentado sobre el asiento trasero, cae hacia atrás y sale del auto. Asunto no planeado y aparentemente muy jocoso que se incorpora al corte final» —concluye. Hacia 1950, Alberto Santana realiza en Quito su segundo filme parlante Pasión andina o Amanecer en el Pichincha. Usa la misma financiación del bono asociado. Santana es guionista y director técnico. Carlos Serrano Polanco, director folclórico y la producción del francés Paúl Feret. Los protagonistas: Martha Elvira Jácome, Salomón Rosero, Paúl Feret, Óscar
Guerra y Jorge Fegan. Según testimonios: un aviador francés se accidenta en los parajes andinos y se refugia en la hacienda El Rancho. Conoce a Rosalía y se enamora de ella. La muchacha mantenía compromiso matrimonial con el hijo del dueño de una hacienda vecina. La policía descubre al fugitivo francés, lo extradita y, al final, Rosalía contrae nupcias obligadas con el antiguo pretendiente. Se filma con una sola cámara. La música es grabada en vivo. Se retratan bellos paisajes naturales y se explota, asimismo, el sentimiento popular expresado en la música ecuatoriana.
Amanecer en el Pichincha (1950)
Posteriormente, Santana se dedica al teatro y radioteatro, en Guayaquil y Machala. Hacia 1962-1963 hace un último largometraje llamado Nace un campeón, sobre dos populares equipos del fútbol guayaquileño, Emelec y Barcelona, como un reto de niños pobres frente a niños ricos.
Charny Dager. Actor en Nace un campeón, de Alberto Santana. 1962-1963. César Carmigniani, conocido actor y director ecuatoriano actúa, cuando niño, en esta película. Co-
menta que sortean mil dificultades para culminar la filmación. Como no había cinta o película para filmar, a fin de que los actores no se descorazonen, Santana simula que filma. «Aquello resulta bueno — dice Carmigniani— porque nos sirve de ensayo». Luego de esta última película, como un elefante memorioso y enorme, Santana recoge lo hecho en varios países y sin más que sus películas y libros, regresa enfermo a Chile donde muere en compañía de su hermana Anatilde. Deja truncos algunos proyectos fílmicos y a su familia en la congoja. Él también se entristecería por dejar su familia y su segunda patria donde no encuentra el sustento económico y menos para curarse. Varias veces intenta hacerse ciudadano ecuatoriano pero no se lo conceden. Guayaquil debe muchos íconos de su cultura urbana a Alberto Santana. Por él se populariza el famoso pasillo Guayaquil de mis amores. Gracias a su última película se evidencia el clásico entre dos equipos guayaquileños de fútbol: Emelec y Barcelona. Santana instaura la promoción adelantada de sus filmes e inventa un singular estudio de mercado que hasta hoy se emula. Su creativa improvisación financiera no le significa réditos económicos, pero sostiene su indeclinable proyecto de vida: hacer cine cada vez. Y le es suficiente. Santana incursiona además en la crítica cinematográfica con el seudónimo Casi-miro. Así publica en la prensa nacional un largo artículo denominado ‘55 años de reseña cinematográfica’, referido al cine mundial y latinoamericano. Incursiona en el teatro y radio-teatro ecuatorianos y deja varias radionovelas escritas. «Quiero a Ecuador, es mi segunda patria —dice Santana en 1949, luego de una quincena de fil-
maciones silentes y sonoras—. Y no descansaré hasta llevarme una buena película que pueda mostrar con orgullo en todas partes. Nuestro país y sus hombres no han dado jamás la importancia debida a la producción de películas a pesar de que el Ecuador, en concepto de técnicos y productores que lo han visitado, es un país ciento por ciento cinematográfico. De esta manera agradeceré las bondades con que este hermoso rincón del mundo me ha recibido siempre». (Diario El Telégrafo, Guayaquil, 24 de abril de 1949). Alberto Santana, durante cuarenta años de vida en Ecuador, permite que nuestra imagen en movimiento se geste como algo construido colectivamente, y hasta hoy perdura esa noción. A ‘presta manos’ o en ‘minga’, tal y como los andinos reconocemos el trabajo a favor del bien común: diez documentales, cinco argumentales y tres proyectos de filmación, entre otros aportes al Ecuador, durante su larga ruta de pionero del cine ecuatoriano y latinoamericano. Santana nos permite reconocernos incluidos a una manera cosmopolita y moderna de comunicar, con imágenes, el nuevo tiempo que aún no concluye. Hasta aquí, los atisbos de memoria sobre Alberto Pérez Santana, nombre propio de un gran pionero latinoamericano del cine *. *Extracto de ponencia presentada al Fes-
tival de Cine Restaurado de Valparaíso, agosto, 2009. Este Festival concede a Cinemateca Nacional del Ecuador su Premio Santiaguillo 2009, por su labor a favor de la memoria cinematográfica del Ecuador. Sobre Alberto Santana se realiza actualmente un documental dirigido por el chileno Hans Mulchi, quien recibe la posta de otra chilena, Adriana Zuanic, fallecida sensiblemente. Cinemateca Nacional del Ecuador participa desde 1999 en este propósito con su investigación y para recuperar películas de Santana en Ecuador.
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Paulina Simon Torres
H
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asta 1997 la homosexualidad era penada en el Ecuador. Un homosexual no era otra cosa que un ciudadano de segundo orden, un ‘delincuente’ que podía ser encarcelado simplemente por caminar por la calle y levantar cualquier tipo de sospecha con su apariencia. Hoy, 16 años más tarde, existen ciertas libertades y aunque nuestro país sigue manteniendo mucho de su estilo conventual, al menos está presente el debate. Las personas de la comunidad LGBTI, hoy con mucho más respaldo que los heterosexuales, han iniciado una serie de luchas por hacer valer sus derechos, los mismos a los que accede cualquier ser humano en un Estado laico con una Constitución supuestamente más humanista que garantiza el respeto a las diferencias
El lago de las mujeres, de Zoltan Paul
y preferencias de cada persona. Hoy, aunque quizá no veamos pronto los resultados positivos, están abiertos procesos para lograr el matrimonio civil igualitario, así como campañas para que las personas trans puedan usar su nombre y foto en su cédula, respetando su preferencia de género; se han presentado, además, acciones para poder inscribir a los hijos de una pareja homosexual con los nombres de sus dos madres, y ya ha participado en elecciones para la Asamblea una mujer transexual. Parecería que al menos, en el debate, están vivas las alternativas de una sociedad más justa e igualitaria. En ese contexto, desde hace once años existe un espacio para la difusión de cine, arte y cultura de la comunidad LGBTI, el festival de cine ‘El lugar sin límites’,
que nació como una muestra de películas internacionales y en los últimos años ha crecido y se ha fortalecido hasta llegar a tener más de 100 títulos en cartelera. Esta edición que se celebrará del 21 de noviembre al 1 de diciembre en Quito, Guayaquil, Manta y Cuenca trae una serie de novedades importantes para cinéfilos. Si bien hemos tratado en esta sociedad la homosexualidad con pinzas, en el mundo del arte ha sido siempre un tema importante y sin tabúes, y este cine que vamos a ver tiene algo para abrirnos los ojos, en todas las direcciones. No es cine para personas GLBT, es simplemente buen cine para cinéfilos. Algunos recomendados importantes: Al otro lado, de Fatih Akin, una obra maestra del director turco-alemán que logra entrecruzar los destinos de varias
escaleta personas primero por amor y más adelante por la tragedia. Una joven mujer alemana ayudará a una turca a solicitar el exilio en Alemania por ser perseguida política, el compañerismo será parte de su relación, que se volverá íntima y apasionada, pero sus vidas están destinadas a tomar rumbos extraños y crueles. El desconocido del lago, de Alain Guiraudie, una pequeña joya del nuevo cine negro. Descubierta en Cannes, es un thriller sexual sobre un asesinato en un paradisíaco lago en el que se reúnen hombres de todas las edades para conocer parejas informales y pasar el rato. Del cruising al asesinato pasional habrá muy pocos pasos, y todos se verán amenazados por la calamidad. El festival contará con películas de 25 países del mundo, entre ellas también documentales. Hijos de Srikandi es uno de los estelares, una producción colectiva de Indonesia que rescata a Srikandi, una figura femenina mítica de la epopeya india Mahabharata, que cambió de sexo para vivir y luchar de igual a igual entre los hombres, y cómo su valor da toda una nueva perspectiva de identidad sexual a lesbianas, transexuales y bisexuales en la sociedad indonesia, en uno de los países con mayor comunidad musulmana del mundo. Los invisibles, de Sébastien Lifshitz, un documental francés que
habla de la enorme diferencia que existe entre el mundo que viven hoy las personas de la comunidad LGBTI y lo que sucedía hace 30 años. Esta película nos pone en un contexto quizá similar al que vivimos hoy en Ecuador, con casi 20 años de diferencia, pero, sobre todo, con el mismo tipo de violaciones de derechos humanos y con las mismas luchas que hasta hoy están vigentes. Hay mucho más para ver durante los diez días del festival: historias de erotismo, de familias homoparentales, de relaciones entre padres e hijos y la asimilación de la elección de género, comedias, dramas, cortometrajes, videoartes, una variedad importante para todo gusto, pero para concluir, es imprescindible recomendar el documental La importancia de llamarse Satya Bicknell Rothon, este documental
ecuatoriano será seguramente una revelación para el cine nacional por la gran sensibilidad y belleza con la que ha sido concebido. Es la ópera prima de la directora Juliana Khalifé y la primera vez que el festival le apuesta a una película ecuatoriana. Juliana convive con Helen y Nicky, dos mujeres inglesas que viven en el campo, aquí a pocos minutos de Quito, son pareja desde hace años y tienen una hija, Satya, una bebé a quien quieren inscribir en el registro civil con el apellido de ambas. La simple noción de que el registro civil pueda alterar un recuadro y decir que una niña puede tener dos madres en lugar de madre y padre, parece el mejor pretexto para levantar al monstruo furibundo de los religiosos fundamentalistas ecuatorianos, que atacan con sus mejores y más agresivas armas a dos mujeres y una niña, que todo lo que hacen es vivir una vida natural y feliz, alejada de toda forma de violencia. La cineasta logrará magistralmente poner en contraste estos mundos y ponernos a los espectadores a pensar realmente cuáles son las prioridades de nuestra sociedad. Finalmente, el festival es una oferta única, diversa y necesaria para abrirnos la mente, el gusto estético y la sensibilidad. Que disfruten de buen cine, en lo último que nos queda de este año.
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ENAJEADOS M O H S E R O IT ESCR
uito er encuentro Q rc te l de co ar En el m io de Quito ras, el Municip et L de d da iu C colomboa los escritores e aj en m ho ió mar rind orrea Lozada y O C io on nt A os an ecuatori Ospina.
A RREA LOZAD ANTONIO CO cuarenta años que yo
mo «Son, quizá, co de vivir y la desgracia o ll gu tengo el or ntonio palabrero de A lo il ch cu l de lo nta, al fi década del sete la de s le Patricio Herrera Crespo, Omar Ospina, Rosy Revelo, Antonio Correa Lozada na fi A Correa. bundos, Antonio ra (foto: Fidel Delgado) er os añ te in con sus ve poco las , deteniendo un to ui Q en ó ll ca y empeginas en l Ecuador, literarios, las pá elo del cormorán es vu er l ll de ta s as as, de Letras de lo ad ci it ar en en er if rd D alas ag so y de s a to en hombre suyas propias y scusiones de Ti o ‘El rostro del di xt s te la su er en nd es ce zó a agitar las rr en l, a jo Raúl Pérez To Bufanda del So imaginario», di ro de la revista la at te de o up participación s en un gr . Se recuerda su ís pa l a repasar escena de a ur lt promocu sí mismo’. prometió con la ecuatorianos y el s m re co to se au io de que se parecía a on os nt A br blicaran li a al Ecuador, ulsor para que pu Desde su llegad op pr el e fu e nd do editor de la tro país. ectores, do la Lectura, ha si s Borges a nues ui y L en Círculo de L ro sé ib L Jo l de de ta de cultura, ña r de la visi or de la Campa donde es asesor it l, ed ia o nc m vi tor y coordinado co ro P 02 jo ia del Conse ador en el 20 squí. Retornó al Ecu ra y de Imaginar tu ul C , Dede l colección Cocha na la io a it ac N ed y jo l linaje del agua se ía E es on , C al po l y br de to a um st en o vi cu ed re de orán, Húm participando ursos nacionales El vuelo del corm úa escribiendo, s, in lo nt el co e y organiza los conc tr , en er , iv ía R os de poes Magdalena Tiene varios libr agua, Crónica de el en as ll ue H uvia, solación de la ll ador. cultura en el Ecu la o nd ie ov om y pr nacionaecuatoriano por y 76 19 e sd de or A nte en el Ecuad n. OMAR OSPIN cía, periodista colombiano reside de comunicació y con vida al ea cultur ar ár G el a in por mantenerla en sp da do O to en ar e m em br tr so AO ía ’, rf do po un a un iners. Fue ce todo el m vista Mundo D al El búho, con re ur lt la cu a de st r lización, ‘le cono vi do re ra dades bo or/editor de la sta Diners, activi de Quito, y cola , vi re oy H la io de Sigue de direct ar ón di ci a de jefe de Redac . Es editorialist edios, así como m s bo ‘gracias a Dios’ am de al s. la historia sejo Editori arte, la cultura y erencias y jurado el nf n co co s as la ad n miembro del Con co on ci a, rela libros en do con la cátedr de publicaciones s y tiene varios le na ra ce ltu do cu ia s ed to que ha combina m en stas y suplem blicó en 2008. Ecuador más de blicados en revi s y relatos se pu pu Ha editado en el ca ni do si ró n C ha ro s lib to arcía, revela . Su de sus cuen n Édgar Alan G lo, como él dice ar gú sc se bu e, del país. Varios ra qu pa o úh po rsidades lB pero sin tiem er ante las adve con la revista E nc ca ve fi e ti rs en ja id de espera de editor… lo l se ci se s fá incipalmente viento y marea— menajeamos. E ra ho nt e co ch — no do ta Sin embargo, pr an es e en , y, además, cu asmo proyeco este hombre qu mo puro y duro oyar con entusi is ap il nt an rí ca de qué está hech er be m de el e refugiarse nes qu el que manda a habría podido in do las institucio sp an O cu ar a; m en un mundo en ur O lt n. cu a sigue scitar, difundir plano la boicotea cho. Hasta ahor de he e ha qu lo no o si N a quiere hacer, su ld a. pa erte a la revist solo le dan la es andonar a su su ab ra tos como éste, no pa — es rrasca y los —que no lo che pese a la bo ndo a sotavento. no ga ve la na en ese pretexto en , ón do m an ti os en la ul s manos en el viente, sigue ul n los ojos clavad vi co ía e op gu ut si , a firme con amba es ho , bú anos e ese sabe, El búho e con seres hum qu es otra cosa qu de no o do nd ci ‘Hasta donde se fo en el e en yo estoy conv mar Ospina, qu s bien, también ue P á. cazadores. Y O er ec an do de que am noche, convenci ede amanecer.’ 48 como él, aún pu
PUEBLO AFROECUATORIANO Con motivo de celebrarse el Día del Pueblo Afroecuatoriano, el Grupo de Danza Ayemblé, con el auspicio de la Casa de la Cultura organizó una interesante exhibición que incluyó una muestra de pintura y libros de autores afroecuatorianos. Como número central se realizó un programa especial en el vestíbulo exterior de la Casona de la CCE, con la presentación del Grupo de Danza Afroecuatoriana Ayamblé y Cofradía de las Artes.
EVENTO DE CINE EN SEÚL-COREA coordinadora de CineLaura Godoy (al centro), de la Cultura Ecuatomateca Nacional de la Casa ma K-Fellowsbip, que riana, participó en el Progra ubre en Seúl y Ecuador se realizó del 1 al 7 de oct reano de Cultura e Ininvitada por el Servicio Co Embajada de Corea en formación, a través de la los dos países. ; consiguió dos intercambio cultural entre el eve mu pro e qu el Archivo Fílmico Coreano y or rea uad Ec Co de ca ate em Cin m Kee-Duk contactos con la archivo del cine coreano: Ki de s oro Durante su estadía realizó tes das era sid con destacados directores, re mujeres. colecciones de películas de ca de varios directores sob áti tem or 17 películas conión ecc col a un y ó a Cinemateca del Ecuad reg y Im Kwon Taek, ent no rea Co e Cin del Promoción maestro Kim Ki-Duk. Igualmente, la Comisión de les se destacan las del gran cua las uno de de e, ent alm on aci ern Busan-Corea, considerado de e Cin de al on temporáneas premiadas int aci ern Int eano Kim Ki-Duk, bién en el 18 Festival con el laureado director cor Laura Godoy participó tam ar log dia de d ida un ort op asiático. Tuvo los mejores del continente s. ia cinematográfica de su paí representante de la vanguard
JODORWSKY EN LA CCE
Vilky Pérez y Brontis Jodorwsky
Brontis Jodorwsky, en la gráfica junto a la productora de TV Vilky Pérez Larrea, impartió el seminario ‘La vida es juego’, organizado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana y el grupo ‘El teatro del barrio’, con sede en Quito y en Baños de Agua Santa. El seminario trató sobre la experimentación y la investigación práctica y teórica en el ámbito escénico y varios aspectos del trabajo teatral. Jodorwsky es un famoso actor y director de teatro, protagonista de la última película de Alejandro Jodorwsky (su padre) La danza de la realidad. 49
de la Título: Domingos sin Dios Autor: Luiz Ruffato Género: novela Editorial: CCE Colección: Terra Nostra Año: 2013 Páginas: 96 Título: Obras completas Autor: Pablo Palacio Género: narrativa Editorial: CCE Colección: Esenciales Año: 2013 Páginas: 388
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La Dirección de Publicaciones de la Casa presenta, como primer número de su Colección Esenciales, una reedición de las Obras completas que se presentaron por el centenario del nacimiento de Pablo Palacio. Este libro bello, de tapas duras, que presenta en portada la pintura de Camilo Egas, Calle 14, incluye, además de sus cuentos, novela, poemas y artículos filosóficos y periodísticos, ensayos sobre el autor y su obra a cargo de Raúl Pérez Torres, Benjamín Carrión, Alejandro Carrión y una amplia investigación deGustavo Salazar
Título: La ciclópea travesía en viaje de Guayaquil a Quito en la República 1830 – 1930 Autor: Alfonso Sevilla Flores Género: Historia Editorial: CCE Año: 2013 Páginas: 700. Dos tomos. En el discurso de lo cotidiano, nada tan básico como la historia del transporte entre dos regiones sometidas a los avatares del tiempo y que en este caso, Alfonso Sevilla Flores lo revitaliza con su erudición y con decenas de ilustraciones pertinentes que recrean la imagen del espacio tratado. Por encima de las dificultades que entraña todo proceso editorial, él tiene el reto obligatorio de seguir investigando, armando y produciendo. Muchos esperamos de su valor intrínseco y de su ética, de su perseverancia y de su plan vital. ¡Adelante! Fernando Jurado Noboa
Título: Pujato Autor: Gabriel Cortiñas Género: Poesía Editorial: CCE Colección: Terra Nostra Año: 2013 Páginas: 96 Centrado en la figura del general Hernán Pujato, pionero en la exploración de la Antártida, el poemario refiere la historia de un grupo de hombres que se propuso construir, desde cero, una ciudad en el hielo. Pujato y su obra fueron la base de la estrategia antártica argentina por más de cincuenta años. Su plan estableció las Bases San Martín y Belgrano, fundó el Instituto Antártico Argentino, obtuvo el primer buque específico para la actividad previa la colonización del continente blanco y proyectó la primera expedición científica terrestre argentina al Polo Sur. Premio Casa de las Américas 2013. Poesía
Domingos sin Dios es el último volumen de una pentalogía titulada Infierno provisorio, integrada además por Mamma, son tanto felice (2005); O mundo inimigo (2005); Vista parcial da noite (2006) y O livro das imposibilidades (2008). A partir de su experiencia, y de individuos salidos de los más bajos estratos sociales, Luiz Ruffato recrea la vida del proletariado brasileño en estas historias independientes, que tienen como eje conductor un lenguaje único —recreado a partir de una puntuación y un ritmo propios— que los entrelaza para dibujar una estampa del Brasil contemporáneo, de que emana «un universo ficcional, cuyo desarrollo estético y ético coloca a su autor entre los grandes nombres de la literatura brasileña». Premio Casa de las Américas 2013. Novela
Editorial: CCE Año: 2013 Páginas: 116
Título: Diez intentos y dos clasificaciones... Autor: Wílmer Efrén Ambrossi Robles Género: Periodismo Editorial: CCE Año: 2013 Páginas: 304 “…artículos compilados a propósito de la participación de la Selección Ecuatoriana en las eliminatorias al Mundial de Fútbol, en sus diversas ediciones. En este texto de amplio análisis se refrescan datos verídicos y hechos sobresalientes de la historia futbolística de nuestro país. Pero, además, se obtienen argumentaciones válidas y enjundiosas en torno a este fenómeno deportivo.
Con el libro El duende y otros aparecidos, de Marcela Esperanza Guevara, la Dirección de Publicaciones de la CCE inaugura su colección La Casa de los Niños. Proyecto esperado y que estará dedicado a los niños y adolescentes de nuestro país. Colección pensada para crear los lectores del mañana. Libros cada vez más requeridos y que no habían sido considerados por la institución hasta la presente administración. El duende y otros aparecidos, el título del libro que presentamos en esta ocasión, sugiere ese estado de ánimo ideal para dejarse atrapar por el encanto de la lectura.
Aníbal Fernando Bonilla F.
Título: Este perro mundo Autor: Ruth Bazante Género: Narrativa Editorial: CCE Año: 2013 Páginas: 178 Título: El duende y otros aparecidos Autor: Marcela Guevara Género: Literatura para niños Colección: La Casa de los Niños
Este perro mundo es una colección de cuentos que nos invita al disfrute y a la reflexión; poseen una trama perfectamente tejida que aborda con precisión la problemática
social y las diferentes facetas de la condición humana de personajes de la vida diaria. Juega con la ternura, el amor, la lealtad, el buen humor, la fantasía, los sueños, la esperanza, el fino erotismo, así como con los vicios, los defectos, las debilidades, dolores y tragedias humanas que ponen al descubierto la problemática social que a diario nos rodea.
Quevedo Rojas, Augusto Rodríguez, Luis Alberto Bravo, María de los Ángeles Martínez, Sonia Manzano, Freddy Peñafiel Larrea, y otras voces menos escuchadas pero igual de resonantes.
María Eugenia Contreras
Título: VI Festival Internacional de Poesía ‘Ileana Espinel Cedeño 2013’. Autor: Varios Género: Poesía Editorial: CCE Año: 2013 Páginas: 187 Libro que recoge los poemas presentados en el marco del VI Festival Internacional de Poesía ‘Ileana Espinel’, realizado este año en Manabí. En total, recoge la obra de 44 poetas, hombres y mujeres de varias ciudades del país, y de países como Cuba, Italia, México, Chile y Colombia. Aparecen en esta páginas autores como Aleyda
Título: Sebastián, un milagro Autor: Ángel Heredia y Rocío Sánchez Género: Testimonio Editorial: CCE Año: 2013 Páginas: 80 Sebastián, un milagro es el testimonio de vida de una pareja joven que después de una lucha incansable por conseguir ser padres, logran traer al mundo un bebé, pero al poco tiempo su vida da bruscamente un giro de 180 grados por una negligencia médica causada a su hijo. En este testimonio de amor y lucha, los sentimientos y el intentar salvar la vida del pequeño juegan un papel fundamental en las decisiones a tomar por la joven pareja, y en donde la fe, el amor y los milagros trasforman súbitamente su interior.
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tributo
Eliécer Cárdenas E.
S
e cumplieron los cien años del nacimiento del escritor cuencano Arturo Montesinos Malo, que realizó una obra importante en el cuento y la novela y tiene un sitial en la literatura ecuatoriana de todos los tiempos, privilegio que va decantando el tiempo, que dispersa las famas adventicias y, en cambio, consolida las verdaderas obras de toda una época. Arturo Montesinos Malo murió casi centenario, con una vida fecunda que la vivió en su tierra natal, luego en Quito y en los Estados Unidos, adonde se autoexilió un poco por la legítima frustración del mezquino eco que en su patria chica y el país recibió su obra; por cierto, nunca minusvalorada pero sí reticentemente reconocida por las ‘estrellas literarias’ del momento y por los críticos, o quienes decían serlo, que manejaban la pluma al compás de amiguismos, antipatías o indiferencias injustas. Nada de esto es importante ahora, cuando la obra del escritor cuencano ha rebasado los límites de la comarca, del país y es universal, con ese universalismo que Arturo Montesinos cultivó desde un principio, apartándose tenazmente del chato realismo y la denuncia, que en su época daban sus últimos estertores repetitivos y exangües. Como señala el crítico ecuatoriano Antonio Sacoto Salamea, «su
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diafanidad, la propiedad y sonoridad del lenguaje que se amalgama en un estilo mesurado, clásico en expresión…», es sin duda uno de los mayores méritos del narrador cuencano, que igual rehuía de lo pomposo que de lo reseco y somero. Su narrativa está viva y palpitante. Tiene color, contextura, carne, pero sin adiposidades, menos aún concesiones a la ripiosidad. Con César Dávila Andrade son las grandes figuras de la narrativa cuencana de esa época y por supuesto de todas las épocas: son dos temperamentos y dos visiones de una realidad a ratos mezquina, por momentos inolvidable, tremenda no pocas veces. Arturo Montesinos Malo construye a sus personajes con la complejidad de sus circunstancias, su presente y pasado, los hace vivir dentro de las páginas de sus cuentos y novelas. Desfilan en ellos y frente a ellos los prejuicios, las hipocresías, surgen las decisiones que deben tomarse, los caminos a elegir. En suma, sus personajes son tan libres como pueda serlo un ser humano, lejos de cualquier corsé determinista o el sino de una clase, una etnia, tal como la narrativa realista social ecuatoriana anterior a su obra acostumbraba imponer, con notables excepciones, por supuesto, a sus personajes, verdaderas mario-
netas de tesis o circunstancias entre sociológicas y naturalistas. Con Arturo Montesino Malo puede decirse que Cuenca dio su primer gran narrador en el sentido moderno, universalista a partir de lo local, desde la microhistoria del barrio, del lugar semirural. Arturo Montesino fue, junto a un exiguo puñado de narradores ecuatorianos de su época, un notable creador en medio de un erial, tras el apogeo y decadencia de la narrativa ecuatoriana de los treinta, frente a la cual él luchó firmemente para que no se le asimile sin más. Era un escritor urbano, con visión muchísimo más amplia que los encasillamientos realistas sociales. Apuntó a una narrativa integral, profesional y límpida, y lo consiguió plenamente.
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