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Del realismo mágico Francisco Proaño A.
60 años de
Pedro Páramo Centenario de
Saul Bellow Ptosis
Relato de Guadalupe Nettel
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editorial
Taller de narrativa
¿Suprimir la matriz?
Durante ocho años, la Casa de la Cultura Ecuatoriana —sus 23 Núcleos Provinciales, sus Extensiones, su Casa Matriz que también dictado por el escritor corresponde al Núcleo de Pichincha— ha pasado de sobresalto en sobresalto y con un presupuesto del Estado que cada vez ha disminuido, viéndose forzada a subsistir y continuar en su papel de número dieciocho • diciembre 2015 promoción y divulgación del pensamiento ecuatoriano, con el apoyo desinteresado de todos los artistas, escritores y gestores culturales de la patria. Presidente Ahora, luego de conocer la visión técnico-burocrática del MiRaúl Pérez Torres Sábados, nisterio de Cultura con respecto al Sistema Nacionalde de febrero Cultura, a diciembre del 2016 Vicepresidente creemos necesario expresarnos unánimemente: Gabriel Cisneros Abedrabbo Es imperativo fijar nuestra posición respecto a la naturaleza y función de la entidad que representamos, debido a que ellas parecen Director seriamente amenazadas por lo que nos fue comunicado por el doctor Patricio Herrera Crespo Guillaume Long, Ministro de Cultura y Patrimonio, en su visita a la Editores Casa de la Cultura Ecuatoriana reunida en Junta Plenaria el martes Patricio Viteri Paredes 24 de noviembre de 2015. Copia de la cédula de identidad Yuliana Marcillo Consideramos necesario dejar constancia de que el señor MinisCopia de un trabajo del en aspirante tro en su presentación se refirió exclusivamente a nuestra Institu- literario Colaboran este número: ción, de la cual se desprende con claridad la virtual desaparición José Aldás, Selva Almada, Pedro Barreiro, Jorge Basilago, Alexis Cuzme, Sabrina Duque, de la Casa de la Cultura Ecuatoriana ‘Benjamín Carrión’, puesto que Gerardo Guinea, Christian Kanahuaty, el proyecto habla de “24 casas de la cultura” (una en cada provincia, Alberto Marrero, Jorge Martillo, Boris Muñoz, incluyendo la de Pichincha), suprimiendo la Casa Matriz, que es Guadalupe Nettel, Yamila Peñalver, la articuladora a nivel nacional de los Núcleos Provinciales, y soFrancisco Proaño A., Fanny Rodríguez, Carmen Váscones. metiéndolos a estos a las Coordinaciones Zonales del Ministerio de Cultura y Patrimonio. En otras palabras, nuestra institución sería Edición de textos atomizada y sus actuales núcleos, que son parte de una institución Katya Artieda única, realizarían el papel que nunca pudieron cumplir las Direcciones Provinciales del Ministerio. Esta velada manera de liquidar a Diseño Tania Dávila López una institución que exhibe un pasado histórico y un presente abierto a todas las modificaciones que demandan los tiempos actuales, prePortada senta el gravísimo intento de someter las actividades culturales a un Llegaste a la cima, Washington Mosquera. control estatal, puesto que también se hace constar que el Ministerio de Cultura y Patrimonio a más de la rectoría, ejercerá las funciones de “regulación y control”. Casa de la Cultura Ecuatoriana Por lo expuesto, consideramos que es oportuno expresar públiBenjamín Carrión camente nuestra inconformidad del espíritu que se contiene en el ‘proyecto de Ley’ al que hemos hecho referencia, y nuestro comproDirección de Publicaciones miso de defender no solamente a la institución que representamos, Avs. 6 de Diciembre N16–224 sino los principios que la han guiado desde su nacimiento: cultura y Patria y libertad. Telf.: 2565-808 Ext. 426 En esa convicción, hemos decidido ratificar nuestros irrenunciagestion.publicaciones@casadelacultura.gob.ec bles principios: www.casadelacultura.gob.ec Continuar como una institución de derecho público con persoQuito–Ecuador. nería jurídica y de carácter nacional; con autonomía de gestión administrativa y con la facultad de elegir de la manera más amplia y Casapalabras Cultura democrática a sus propias autoridades. delula CCE (Hall de la Casona) La transparencia de nuestra gestión administrativaLibrería debe, sin @casapalabrascce gar a dudas, ser auditada y evaluada por la veeduría ciudadana por Casa deyla Cultura Ecuatoriana los organismos de control del Estado, por ser parte delAvs. sector6público de Diciembre y Patria casapalabras2015@gmail.com y del Sistema Nacional de Cultura. 1 Telf. 2902274 – 2223391 Ext. 110 Email: silviastornaiolo@hotmail.com
JORGE VELASCO MACKENZIE
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Inscripciones:
índice
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Entrevista a Gabriel García Márquez por el escritor venezolano Boris Muñoz.
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Patricio Viteri estudia la vida y obra de Saul Bellow.
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Ptosis, cuento de Guadalupe Nettel (México).
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Alberto Marrero (Cuba) nos presenta el cuento Los ojos de Constance Dowling.
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Selección de poemas del libro Los adioses y otros males, de Fanny Rodríguez.
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Muestra poética del escritor guatemalteco Gerardo Guinea Diez.
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José Aldás realiza un estudio de la poesía a través del tiempo, estilos y autores.
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Jorge Basilago celebra el natalicio de Frank Sinatra.
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Menos de cien botellas, cuento de Yamila Peñalver (Cuba).
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Análisis de la obra de Juan Sebastián Cárdenas, por Christian Jiménez Kanahuaty.
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Muestra poética del escritor guayaquileño Jorge Martillo.
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Pedro Páramo celebra sus 60 años. Yuliana Marcillo reflexiona sobre la obra.
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Hernán Rodríguez Castelo realiza una reseña sobre la obra del pintor Washington Mosquera.
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Ensayo sobre el realismo mágico en el Ecuador, a cargo de Francisco Proaño Arandi.
La escritora argentina Selva Almada presenta el cuento El regalo. Celebramos el centenario de Alejandro Carrión.
Poesía de la escritora Carmen Váscones. Un día de protestas, relato de Pedro Issac Barreiro. Metaleros en la literatura, por Alexis Cuzme. Lanzamiento del proyecto musical ‘Cien pensamientos, cien voces’ de Enrique Males.
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Matrimonio perfecto, cuento de la ecuatoriana Sabrina Duque.
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Tributo a Henning Mankell, quien falleció en octubre de este año.
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Monólogo de Svetlana Aleksiévich, ganadora del Premio Nobel de Literatura 2015.
magnetófono
“Las mejores esposas son siempre las grandes amantes. La literatura es mi esposa, mi amante, mi tía, mi hija y mi abuela”.
Boris Mu単oz 4
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l mensaje terminante fue enviado con un amigo personal, luego de una semana de cartas infructuosas: —Dile que, si es un verdadero periodista, él sabrá qué tiene que hacer. Desde las nueve y media de la mañana, el periodista novato esperaba pacientemente sentado en un sofá del lobby del Hotel Mark. La voz en el teléfono de la habitación le había dicho: «Salió temprano. Usted sabe que se la pasa de agasajo en agasajo». Pero algo le decía que estaba ahí, en su habitación, leyendo tranquilamente los diarios colombianos que un hombre con bigotes de charro mexicano acababa de alcanzarle. A las once y media el veterano Premio Nobel salió del ascensor y caminó hacia la puerta del hotel sin mirar a los lados y con el paso rápido del que no quiere ser descubierto. Iba abrigado con un saco de cachemira negro y, debajo, un suéter deportivo que dejaba ver el cuello de una camisa blanca con rayas negras. Unos diminutos lentes oscuros —redondos, de montura antigua— ocultaban sus ojillos de aceituna negra. La forma de vestir y los inesperados anteojos generaban un perfecto contraste con la celebérrima cabeza de rulos color ceniza y los bigotes de leche. Al borde de la puerta se detuvo. Por fin, después de todo: ahí estaba García Márquez. Era el primer día de un otoño resplandeciente y en las calles de Nueva York hacía un frío que calaba los huesos. El periodista novato dijo: —Señor García Márquez. Mucho gusto. Lo estoy buscando para hacerle una entrevista. —¿Para qué me quiere hacer una entrevista? En Latinoamérica hay una magnificación viciosa de la entrevista. Creen que todo el periodismo se reduce a la entrevista. No entienden que la entrevista tiene
A las once y media el veterano Premio Nobel salió del ascensor y caminó hacia la puerta del hotel sin mirar a los lados y con el paso rápido del que no quiere ser descubierto. Iba abrigado con un saco de cachemira negro y, debajo, un suéter deportivo que dejaba ver el cuello de una camisa blanca con rayas negras. Unos diminutos lentes oscuros —redondos, de montura antigua— ocultaban sus ojillos de aceituna negra.
La publicación de esta entrevista, realizada en 1997, fue autorizada por Boris Muñoz, durante el marco del Encuentro y Taller Internacional de Crónica realizado en Quito, donde participó como invitado especial.
sentido sólo cuando el entrevistado tiene algo que decir. Y yo no tengo nada que decir. Es mejor que no pierda su tiempo conmigo —dijo buscando con la vista la enorme limusina plateada que lo transportaba a lo largo y ancho de la Gran Manzana. Controlando su estado de nervios, el periodista novato se atrevió a responder: —Usted sabe cuál es la misión de un entrevistador. —Yo nunca en mi vida he escrito una entrevista. Puede buscar en todo lo que he escrito, y si encuentra una entrevista mía, tráigamela que se la compro. Cuando trabajaba como reportero me iba a los lugares, observaba muy bien a su gente, tomaba algunas notas en una libreta y al volver escribía todo, recreando la situación de memoria. Vamos a tener que invitarlo a los talleres de la Escuela de Periodismo para que aprenda algunas cosas del oficio. —Pero los editores... —Los editores —dijo elevando su dedo índice hacia el cielo— mándelos a la mierda. —¿A la mierda? ¿Cómo? —Bien lejos, a la mierda. Usted no tiene que hacer lo que quieren los editores —acto seguido, García Márquez miró su muñeca y se dio cuenta de que había olvidado su reloj en la habitación—. Mire, es muy tarde. Tengo una cita a las once y media y olvidé mi reloj por el apuro. ¿Usted conoce el significado de la palabra ocupado? Yo soy una persona ocupada y lo que menos me gusta es que me pongan en situación de decir que no. No me gusta que me obliguen a decir no. Todo esto dicho sentenciosamente, mientras tomaba al novato periodista por el brazo y caminaba hacia la limusina. —Pero usted sí tiene cosas que decir. La semana pasada se reunió con el presidente Clinton. Y el problema de la desertificación de Co-
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lombia, en el asunto drogas... —Mi reloj..., voy a llegar tarde. Vamos a hacer algo: espéreme aquí en el hotel. Cuando vuelva, hablamos quince minutos. No sé por qué no entienden que uno es una persona ocupada —alcanzó a oír el periodista novato, mientras la cara de García Márquez desaparecía tras el cristal oscuro de la limusina. Antes de arrancar, el chofer (el mismo hombre con bigotes de charro mexicano que dos horas antes le había hecho llegar a la habitación 1451 los diarios del día) salió del auto con un mensaje: «El maestro García Márquez le manda decir que no se vaya». El periodista novato volvió al mismo sofá donde había estado desde las nueve y media. El lobby del hotel parecía la trastienda de un mercado de puerto, donde empleados y turistas pasaban de un idioma a otro en sus monólogos superpuestos: del francés al inglés, del español al árabe, del alemán a un dialecto de la India. Después de cuatro horas, el conserje del hotel, un argentino con destrezas políglotas, se atrevió a expresar su solidaridad al periodista novato: «No se preocupe, tenga paciencia que los inmortales se hacen esperar». Era la una y media cuando la limusina se detuvo nuevamente frente a las puertas del hotel. Casi al mismo tiempo salió de uno de los ascensores Mercedes Barcha, la sabia esposa de siempre y quizás el más famoso de los personajes de la vida de García Márquez. Caminaba con el mismo afán de invisibilidad de su marido, pero con paso aún más rápido. En un segundo desapareció tragada por una de las puertas de la inmensa ballena blanca con ruedas. Un momento después apareció García Márquez, calzándose en la muñeca el reloj que había olvidado en su habitación, y dijo: —Llevo dos horas angustiado pensando que usted está aquí espe-
rándome. Me tuve que quedar más tiempo en el sitio donde estaba y ahora voy saliendo a almorzar. Venga a las cuatro en punto y hablaremos quince minutos. Sólo quince minutos, porque tengo que salir volando al aeropuerto. Pero sepa que así no es la cosa. Así no se hace periodismo. La entrevista no es esto. La mejor entrevista que yo he leído en mi vida fue la que trató de hacerle Gay Talese a Frank Sinatra. ¿Quiere que le cuente? —Por favor. —Sinatra citó a Gay Talese en un hotel de Las Vegas. Cuando Talese llegó, a Sinatra no se le ocurrió nada mejor que enfermarse. Du-
—Yo nunca en mi vida he escrito una entrevista. Puede buscar en todo lo que he escrito, y si encuentra una entrevista mía, tráigamela que se la compro. rante una semana estuvo Gay Talese tratando de entrevistar a Sinatra y durante una semana Sinatra canceló encuentro tras encuentro. Eso es la entrevista de Talese: la historia de cómo no pudo entrevistarlo durante toda esa semana. Es la mejor entrevista que he leído. ¿Sabe cómo se llama? ‘La gripe de Sinatra’. Ahora son las 3.55. El periodista novato está sentado en el mismo sofá que al principio. Ha revisado mil veces la lista de preguntas. Ha chequeado el funcionamiento del grabador. Se siente sin duda listo, aunque un poco agotado física y
mentalmente por las horas de espera. García Márquez y su esposa irrumpen en el hotel. Antes de abordar el ascensor, Mercedes le recuerda a su esposo: «Gabo, no te tardes, recuerda que te estamos esperando arriba». García Márquez toma asiento y mira su reloj una vez más. —Bueno, ¿de qué vamos a hablar? —Un segundo. Voy a encender el grabador. —¡Ah, no, nada de grabadoras! La grabadora es la culpable de muchos de los problemas y desviaciones del periodismo actual. Si quiere, tome notas. Pero, por favor, guarde la grabadora. Cuál es la primera pregunta. —A dos años del siglo XXI, ¿cómo ve usted la situación de América Latina? Pobreza, drogas, violencia, corrupción... ¿seguiremos siendo un callejón de sueños sin salida? —Sí. Seguiremos siendo un callejón de sueños sin salida. Así será. —¿Lo dice de verdad? —¿Qué quiere que le diga? Para contestar a esa pregunta hacen falta tantas horas que el producto de la conversación alcanzaría para llenar una enciclopedia de cuatro tomos. Siguiente pregunta. —Desde hace algunos años la enseñanza del periodismo ha sido un interés central en su trabajo intelectual. ¿Por qué le preocupa tanto el periodismo? ¿Cuál es el papel que le asigna en la actualidad y en el futuro de Latinoamérica? —Cada día nos olvidamos más de la ética. Las escuelas de periodismo enseñan todo lo que tiene que ver con el periodismo, menos el oficio. El reportaje, que es el género que amo, ha sido degenerado a la entrevista. El reportaje es la reconstrucción de un hecho tal y como sucedió en todos sus detalles. Y eso es cada vez menos frecuente en el periodismo: cada vez hay
menos reportajes y reporteros en Latinoamérica. —Pero se publican buenos reportajes en todos los países de América Latina, y además, hay también excelentes especialistas en reportajes. —Nómbreme uno. —Sin ir más lejos, en Colombia están Germán Castro Caycedo y Mauricio Vargas. Y aquí está Alma Guillermoprieto... —Ah, pero usted me está haciendo trampas. Me está nombrando a los buenos, y esa no es la regla sino la excepción. —Pero el problema del periodismo no es responsabilidad exclusiva de los periodistas y las escuelas, sino también de una concepción contemporánea de los medios de comunicación. —Los periódicos han priorizado el equipamiento material e industrial, pero han invertido muy poco en la formación de los periodistas. La calidad de la noticia se ha perdido por culpa de la competencia, la rapidez y la magnificación de la primicia. A veces se olvida que la mejor noticia no es la que se da primero, sino la que se da mejor. En otros casos, se le pide al periodista que escriba un reportaje y luego llega una publicidad y el reportaje se ve reducido a una columna. Lo que creo es que debemos volver a
1982, García Márquez recibe el Premio Nobel de Literatura
la vieja manera del oficio. Eso es lo que tratamos de meterles en la cabeza a los periodistas que van a Cartagena. Llevamos a periodistas de mucha trayectoria para que les hablen a los jóvenes desde su experiencia directa en los medios. La ética y el oficio son los ingredientes principales. —Al leer sus crónicas recogidas en Textos costeños sorprende la naturalidad con que asumió el oficio de periodista. La crítica habla mucho de cuáles fueron sus influencias literarias pero poco o nada de sus influencias periodísticas. —Es muy sencillo. El reportaje era para mí un género literario. Yo llegué al periodismo con vocación y aptitudes de escritor. Lo que hice fue aplicar al periodismo las mismas técnicas de la literatura. No hay otro secreto que ese. ¿Está tomando notas? —Lo estoy grabando... Con la mente, no con el grabador, no se preocupe. García Márquez no contesta, pero mira su reloj, y el periodista novato se apresura a pasar a la pregunta siguiente.
—Este año se cumplen cincuenta años de la publicación de su primer cuento, treinta de Cien años de soledad, quince del Premio Nobel. ¿Se ha detenido a pensar por un momento qué significa esto? En sus años de La Cueva de Barranquilla, ¿sospechó alguna vez que todas estaban grabadas en la palma de su mano? —No tenía nada grabado en la palma de mi mano. Yo sabía cómo y qué quería hacer, y lo hice contra viento y marea. Quería contar historias reales o ficticias y siempre lo supe. Nunca he ganado un centavo sin la máquina de escribir. Nunca me dejé seducir por algo que no fuera lo que yo quería hacer: contar historias en el periodismo, la literatura o el cine. Lo de la fama, las ventas de libros y el dinero vino después de que hice muchos reportajes que nadie leía y escribí algunos libros que nadie compraba. He sido feliz, y el secreto de la felicidad ha sido hacer siempre sólo lo que me gusta hacer: contar historias. —Usted, que es mediador entre Washington y La Habana, ¿cómo ve en este momento las relaciones
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bilaterales? ¿Será posible un cese al bloqueo antes del año 2000, algo así como un borrón y cuenta nueva? —Esa me parece una afirmación alegrona. —¿Cuál? —La de que yo soy mediador entre Cuba y Estados Unidos. —Pero usted ha tenido varias reuniones con el presidente Clinton y es, además, amigo personal y cercano de Fidel Castro. Si no me equivoco, ha estado muy activo en los trámites de devolución del Canal de Panamá por parte de Estados Unidos. Y hace algunos años intervino para solucionar la crisis de los balseros cubanos... —Nunca he sido mediador. Esa palabra es incorrecta. —Al menos sí ha sido un observador... —Observador sí, pero no mediador. —Como observador, ¿considera usted que es posible poner fin al bloqueo? —No lo sé. Lo único que sé es que ese es un bloqueo injusto y sin derecho. Tiene casi cuarenta años y no les ha servido para nada. El bloqueo de Estados Unidos sobre Cuba es un gran fracaso. Desde hace mucho tiempo. Cuba lo quiere tumbar, pero no hay señales del otro lado. A partir del día en que
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García Márquez junto a Fidel Castro
termine el bloqueo, la situación de los dos países fluirá instantáneamente. De eso sí estoy seguro. —Dicen que hay dos tipos de escritores: aquellos para los cuales la literatura es una esposa y aquellos para quienes es una amante. ¿En cuál bando se ubicaría usted? —¿Quién dice eso? —Me dijeron que lo dijo Carmen Balcells, su editora. —Se equivoca, Carmen Balcells no es mi editora, es mi agente literario. —Perdón, su agente literario. Pero ¿en cuál bando se ubicaría? —Las mejores esposas son siempre las grandes amantes. La literatura es mi esposa, mi amante, mi tía, mi hija y mi abuela. —Si tuviera que contar una historia de amor en este momento, ¿cómo sería? —Ya la he contado. —El amor en los tiempos del cólera, por supuesto. Pero si tuviera que contarla en este momento... —La contaría igual. Sólo que esta vez, en lugar de narrar su vida hasta los setenta años, la narraría hasta los noventa. —Todo escritor tiene una historia que siempre ha querido escribir y que tal vez nunca escribirá. En su caso, ¿cuál es esa historia? —Me surgen ideas a cada rato. Pero no tomo notas, porque si tomo notas les presto más atención a las notas que a la historia. Muchas de
las ideas se van, otras siguen dándome vueltas. Las que resisten esa prueba son las que escribo. La historia, cuando es buena, se impone por sí misma. —¿Y cómo ve el amor en este momento? —Igual que a los quince o dieciocho: como la cosa más maravillosa sobre la Tierra. —Usted ya no tiene quince ni dieciocho. ¿No ha cambiado el tiempo su ideal del amor? —No crea que hay tanta diferencia. Como dice un amigo mío, que tiene ochenta años: el índice de mortalidad infantil es muy elevado, mientras las tasas de longevidad crecen día a día. El amor mueve con la misma fuerza a cualquier edad. —Es cierto. ¿Se enamora usted todavía? ¿Se ha vuelto a enamorar? —Y qué tal si yo le dijera que eso pertenece a mi vida privada. ¿O usted es un paparazzo? —¡He estado esperándolo en la misma silla del lobby de este hotel hace ocho horas, y con su autorización! —¿No será un paparazzo de esos que buscan detrás de la vida de la gente para...? —siguió García Márquez, ignorando al periodista novato, y desenredando el aire con los dedos, como si su mano nadara en una piscina imaginaria. —No, no soy paparazzo. Soy estudiante y periodista. ¿Qué hace en el momento justo antes de sentarse a escribir? —He logrado una rutina. Me despierto a las cinco de la mañana. Leo en la cama entre las cinco y las siete. A las siete me levanto, me baño y tomo el desayuno. Después me visto, como un empleado de banco que va a la oficina, y me siento a escribir. Escribo siempre vestido, nunca en pijama. Apenas me siento, reviso lo que hice ayer y continúo escribiendo lo que estaba haciendo. Porque al terminar el día
anterior ya sabía por dónde seguir. Es una rutina que cumplo todos los días, no importa dónde esté, pues no sufro de bloqueos ni del terror a la página en blanco. Trabajo siempre hay y muchísimo. —Entonces, ¿cuál es su mayor problema al escribir? —El mayor problema es saber cuándo uno se miente a sí mismo. Porque cuando te mientes a ti mismo le mientes al lector, y la mentira es algo que el lector nunca perdona. —¿Se ha descubierto mintiéndose a sí mismo? —Todos los días. A veces estoy escribiendo y me detengo y me digo: «Mmm, por aquí no es la vaina. Esto no me suena». Entonces vuelvo atrás y empiezo de nuevo. Hay que tener cuidado, porque mentirse a uno mismo es lo más peligroso que hay para un escritor. —¿Sigue preguntándose cada mañana frente al espejo quién es y cuál es su lugar en el mundo? —Nunca me he preguntado quién soy, porque siempre lo he sabido. Soy el hijo del telegrafista de Aracataca. Por cierto, ¿de dónde sacó eso? —Lo leí en una crónica de Fernando Quiroz que cuenta las rutinas de Gabriel García Márquez. —Nunca en mi vida he hecho frente al espejo algo distinto de lo que hacen las demás personas. Lo que pasa es que Fernando tiene mucha imaginación y, por supuesto, derecho a usarla. —Entre Relato de un náufrago y Noticia de un secuestro hay cuarenta años de distancia. ¿Cómo juzga el veterano escritor Gabriel García Márquez al reportero novato, feliz e indocumentado que recogió el testimonio de aquel sobreviviente? —No entiendo. —¿Piensa que el reportero novato que escribió Relato de un náufrago hubiera podido escribir Noticia de un secuestro? —Sí, pero hubiera necesitado
los tres años de dedicación absoluta que me tomó a mí Noticia de un secuestro. Relato de un náufrago se escribió en los mismos catorce días que duró el naufragio. Entrevistaba al náufrago por la mañana y durante el resto del día escribía artículos y editoriales. Tenía una presión bárbara. En Noticia de un secuestro tuve todo el tiempo del mundo para investigar y verificar los datos. Mi amigo Antonio Caballero dice que el libro es un reportaje en todo, excepto en una cosa: la falta de presión del cierre que define al reportaje como género. Si tuviera que escribir hoy Relato de un náufrago, lo escribiría igual. Y creo también que si aquel joven que lo escribió hubiera tenido tiempo y dinero, habría podido escribir Noticia de un secuestro. —Pero aquel periodista sin la fama y el prestigio de los que goza usted hoy en día no hubiera podido acceder al poder de la misma forma que usted lo hizo. —No crea. Los periodistas siempre han tenido el poder de llegar al poder. Es cierto que antes era más fácil que hoy en día hablar con un presidente. Pero claro, muchos de los presidentes con los que tengo que hablar son menores que yo. Y eso sin duda me da una ventaja a la hora de llegar a ellos. —¿Cuál es la frontera que separa al periodismo de la literatura? —La realidad es el límite. La literatura es, para usar una expresión de nuestra época, la realidad virtual. Pero hay que ser verosímil en los dos campos. La diferencia es que en el periodismo, además, hay que ser fiel a los hechos. —Le hago esa pregunta porque hay un texto suyo que aparece en un libro como crónica y en otro como cuento. —¿Qué texto? —Se llama ‘Cuento de horror para la noche vieja’ y relata su visita y la de su familia a un castillo de
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El periodista novato volvió al mismo sofá donde había estado desde las nueve y media (...). Después de cuatro horas, el conserje del hotel, un argentino con destrezas políglotas, se atrevió a expresar su solidaridad al periodista novato: «No se preocupe, tenga paciencia que los inmortales se hacen esperar».
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Miguel Otero Silva, ubicado en la Toscana. El castillo estaba habitado por fantasmas. Si mal no recuerdo, usted contaba que había dormido en una habitación de la planta baja pero a la mañana siguiente se despertó con su esposa en el segundo piso y en la misma cama donde el antiguo dueño del castillo había matado a su amante. Ese relato aparece como cuento en Doce cuentos peregrinos y como crónica en Notas de prensa: 1980-1984. —¡Ah, pero eso no es periodismo! Son notas de prensa... y no sólo esa historia, sino todo el libro está lleno de fantasmas. Además, voy a confesarle algo, todo lo que cuento allí ocurrió en verdad. Es una lástima que Miguel Otero Silva no esté aquí para verificarlo. —Por cierto, ¿qué está escribiendo actualmente? —Estoy escribiendo tres historias cortas. Bueno, no tan cortas: de unas 200 páginas cada una. Son historias que quería escribir antes de Noticia de un secuestro. Estaban a la cola, pero sólo ahora he podido entrarles de frente. Pero no se preocupe por escribir esto: no es una primicia. Ya ha sido publicado en todo el mundo y en todos los idiomas. —¿De qué tratan?
—Son historias de amor entre personas con grandes diferencias de edad. —¿Una mujer muy joven con un hombre muy viejo? —Una mujer mayor con un hombre joven. —¿Podría contar algo más? —No puedo porque se me empavan. —¿No es cierto que una de esas historias es el relato de una mujer que todos los años va a una isla a visitar en un cementerio los restos de su madre, y que en esos viajes le es infiel a su marido con un hombre distinto cada vez? —¡Cómo supo eso! —Usted mismo lo contó ante una audiencia de estudiantes en la Universidad de Georgetown, en Washington. —Ah, sí... Pero lo que conté no tiene nada que ver con el resultado final de la historia. En realidad, conté una cosa distinta de la que estoy escribiendo. Esa es una técnica que tengo para probar las historias, que me permite ver las reacciones de la gente: saber qué están pensando, cómo sienten un argumento, si lo que les cuento los hipnotiza. —¿Escribe doble, entonces?
—Álvaro Mutis, quien siempre lee primero que nadie lo que escribo, a veces me dice, cuando le llevo la versión final de un texto: «Ah, pero tú sí que eres cabrón; esto no fue lo que me contaste». —Hay una película que trata de dos amantes que se reúnen una vez al año en una isla, secretamente, para amarse. Los amantes son Jack Lemmon y Shirley MacLaine, la película se llama El año que viene a la misma hora. —Los actores son Alan Alda y Ellen Burstyn y no hay ninguna isla. Como ve, conozco la película. Pero en estos tiempos sabemos que no es la originalidad lo importante, sino la manera de contar la historia. Antígona y Prometeo... Cada siglo se vuelven a escribir los grandes mitos de la antigüedad griega porque son historias inmortales. —Vuelvo a la primera pregunta de este reportaje: a dos años del siglo XXI, ¿cómo ve la situación de América Latina? —Lo único que me interesa es que Latinoamérica vaya adelante y no para atrás. Estamos en busca de la felicidad. Pero por favor no me pongas a hacer teoría política porque hace tiempo que nadie cree en ella, y en estos días nadie sabe qué se debe y qué no se debe hacer. La única certeza es que los latinoamericanos estamos en busca de la sociedad feliz. —Una pregunta más. ¿A qué se debe que los escritores, pese a todas las debacles, sigan conservando el prestigio y autoridad que los políticos y los otros líderes de la sociedad han perdido? —Un buen escritor, un buen artista, logra perpetuarse cuando se identifica plenamente con determinada realidad, cuando es un personaje de su lugar y su tiempo... —«Yo soy yo y mi circunstancia», como decía Ortega y Gasset... —Eso lo dice usted, no yo. Usted está interpretando lo que yo digo. Yo no citaría ese ejemplo.
—¿A quién citaría? —A Dante, Cervantes y Juan Rulfo. Me están esperando arriba desde hace rato —dijo García Márquez mirando el reloj por última vez. —Una pregunta más. —Hace una pregunta me dijiste «una pregunta más», y con ésta son dos. Recuerda: lo más difícil de una entrevista no es saber por dónde empezarla sino dónde terminarla.
—¿Cómo se ve a sí mismo en este momento? —Más simpático y más guapo que nunca. Parecía un final jocoso, pero tenía a la vez algo solemne. Los dos personajes se levantaron de sus asientos y se estrecharon las manos en señal de despedida. Eran las 4 y 40 de la tarde: los quince minutos establecidos se habían multiplicado por tres. Un poco confundido, el periodista novato volvió a su
asiento para poner las cosas en su sitio, mientras García Márquez permanecía infinitos segundos de pie con las manos en los bolsillos de su saco de cachemira negro, como esperando un ascensor invisible. No se miraban, aunque tampoco se decidían a moverse. Por fin, García Márquez volvió a extender la mano: —Ahora sí me tengo que ir. —Nos volveremos a ver. —Bueno, pero no hoy, ¿verdad?
Boris Muñoz Periodista venezolano, autor de tres libros, doctor en Literatura y Cultura Hispánica por la Universidad de Rutgers, Estados Unidos. Es fellow del Carr Center for Human Rights Policy de la Universidad de Harvard, y también de la Nieman Foundation for Journalism y del David Rockefeller Center for Latin American Studies de la misma universidad. Fue editor en Caracas de la revista Nueva Sociedad, colabora habitualmente con las publicaciones Gatopardo, Prodavinci y El Malpensante. 11
Patricio Viteri Paredes
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uando muchos predicaban que la novela era un género muerto, Saul Bellow escribía para demostrar que ningún aspecto de la experiencia humana estaba fuera de los límites del novelista. «Es cierto lo que dijo Conrad: el arte intenta encontrar en el universo, en la materia y también en los hechos de la vida, lo que es fundamental, perdurable y esencial», señaló en el discurso de aceptación del Premio Nobel. Bellow nació en un suburbio de Montreal, en Quebec, Canadá, el 10 de junio de 1915, dos años después de que sus padres emigraran de Rusia. Su padre, Abraham, fracasó en varios trabajos y empresas; tuvo una panadería, un grupo de tiendas, confeccionó sacos para el gobierno canadiense, vendió chatarra y también se dedicó al contrabando de alcohol hacia Estados Unidos (actividad en la que ayudaría el pequeño Saul).
En 1924 la familia se trasladó a Chicago y estos años de pobreza se verán reflejados en su tercera novela, Las aventuras de Augie March, que ganó el National Book Award en 1954. «En Chicago todo era más estrepitoso, más bruto, más tosco, más ruidoso, más caliente, más grande que todo lo que vi en Canadá. Los ferrocarriles y los corrales de la ciudad emanaban un olor a sangre, estiércol, tocino, fábricas de jabón y fertilizante, que representaban un peso sobre el corazón», recordaría más tarde. Con Augie March descubrió su propia voz narrativa y el inicio es un clásico de la literatura norteamericana: «Soy un estadounidense, nacido en Chicago —Chicago, esa ciudad sombría— y me enfrento a las cosas de la forma que me he enseñado a mí mismo, libremente, y dejaré constancia de ello a mi manera: el primero que golpea a la puerta es el primero que entra; es a veces un golpe inocente, y a veces no tan inocente». Los
paisajes, los sonidos, los olores de las calles, la forma en que se viste la gente y la expresión de sus rostros: nada escapa a los ojos de Augie (Bellow), y en cada página se revela una rara percepción que se transmite mediante un lenguaje callejero fresco y reinventado en cada nueva mirada. En 1933 estudió literatura en la Universidad de Chicago y más tarde, en la Northwestern University, se graduó con honores en antropología y sociología. En 1944 terminó su primera novela, Dangling Man, y empezó a enseñar en varias universidades en Chicago, Nueva York y Minnesota. En 1947 se ganó una beca Guggenheim por su segunda novela, La víctima, y se trasladó a París, donde permaneció dos años. No hay duda de que Bellow es uno de los escritores norteamericanos más intelectuales e importantes del siglo pasado. Su novela Herzog (1964), que obtuvo también el National Book Award, es una de las
centenario obras estilísticamente más complejas de la literatura de Estados Unidos y, a la vez, un enorme esfuerzo para analizar muchas de las teorías sobre la naturaleza humana esbozadas por los pensadores contemporáneos. En sus novelas y ensayos aborda el problema de ser un individuo acometido por distracciones físicas, sicológicas e intelectuales en una sociedad materialista y tecnológica, y cómo afrontar la confusión de hechos, ideas y emociones implícitas en la diaria realidad. Casi todos los personajes de sus novelas son judíos que intentan comprender las tradiciones y valores europeos, judaicos y americanos; además, cada novela termina con que el protagonista se da cuenta dolorosamente de sus limitados recursos para mantener la cordura y rechaza las ideas que explican parcialmente los dilemas del ser humano. Herzog utiliza la queja de forma cómica, alejada de esa solemnidad acostumbrada, y la novela implica que la existencia (a pesar de todas las opiniones) tiene valor y merece vivirse. El libro está lleno de ingenio y humor judíos, patetismo, pasión intelectual y moral. El protagonista se sentía fracasado como padre, amante, esposo, escritor y académico, y todos los días enfrentaba la posibilidad real de estar invadido por un proceso de autodesintegración y sicosis. Al final, Herzog se reconcilia con la realidad e inicia su recuperación de forma conmovedora y divertida, como señalando que cuando uno está completamente jodido, lo mejor que se puede esperar es un poco de sexo y comprensión, pues resulta muy difícil encontrar, desde la fragilidad emocional, un significado en el campo del pensamiento. La técnica narrativa fluye entre la primera y la tercera persona, alternada con las cartas imaginarias o reales que Herzog dirige a múltiples personajes vivos y muertos.
Cuando volvió a Estados Unidos, Bellow se radicó en Nueva York durante diez años y se integró al grupo de intelectuales judíos que editaban la revista literaria Partisan Review. En 1956 publicó Seize the Day y tres años después Henderson and the Rain King. A estas obras, siguieron Mosby’s Memoirs (1969) y Mr. Sammler’s Planet (1970). La novela Humboldt’s Gift ganó el Premio Pulitzer en 1975. Arthur Sammler es un anciano que vive en el claroscuro de la condición humana, donde la filosofía, la poesía y la parodia se intercalan para tratar de interpretar la vida en las calles sucias del West Side de Nueva York. Sammler es un humanista, un relojero que experimenta con el inmenso y defectuoso mecanismo de la vida moderna; y aunque no es capaz de volverlo a poner en buen funcionamiento, su intento nos instruye y conmueve. Las mejores obras de este autor se leen como si la novela estuviera inventándose ese momento y ante los ojos del lector. En 1976, Bellow obtuvo el Premio Nobel de Literatura. El comité alabó la excepcional descripción «del hombre que sigue tratando de encontrar un punto de apoyo durante su recorrido por un mundo tambaleante, y que nunca renuncia a su fe de que el valor de la vida depende de la dignidad y no del éxito, y que la verdad triunfará al final». Luego se dedicó a una serie de obras, incluyendo teatro, historias periodísticas, cuentos y ensayos críticos. También ejerció la crítica literaria en las revistas The New Republic, The New York Times Book Review, The New Leader y otras. Fue corresponsal en la Guerra de los Seis Días, empleado por Newsday. En 1968 Francia le nombró Chevalier des Arts et des Lettres. Saul Bellow se casó cinco veces y tuvo cuatro hijos. Murió el 5 de abril de 2005, en Brookline, Massachusetts.
En 1976, Bellow obtuvo el Premio Nobel de Literatura. El comité alabó la excepcional descripción «del hombre que sigue tratando de encontrar un punto de apoyo durante su recorrido por un mundo tambaleante, y que nunca renuncia a su fe de que el valor de la vida depende de la dignidad y no del éxito, y que la verdad triunfará al final».
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Ptosis Guadalupe Nettel
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l trabajo de mi padre, como muchos en esta ciudad, es un empleo parasitario. Fotógrafo de profesión, se habría muerto de hambre —y con él toda la familia— de no haber sido por la propuesta generosa del Dr. Ruellan que, además de un salario decente, le otorgó a su impredecible inspiración la posibilidad de concentrarse en una tarea mecánica, sin mayores complicaciones. El doctor Ruellan es el mejor cirujano de párpados de París, opera en el Hôpital des 15/20 y su clientela es inagotable. Algunos pacientes prefieren incluso esperar un año para obtener una cita con él en vez de optar por un médico de menor renombre. Antes de intervenir, nuestro benefactor le exige a sus pacientes dos series de
fotografías: la primera consiste en cinco tomas cercanas —de ojos cerrados y abiertos— para que quede constancia de su estado antes de la operación. La segunda se lleva a cabo una vez practicada la cirugía, cuando la herida ya ha cicatrizado. Es decir que, por más satisfactorio que les parezca el trabajo, vemos a nuestros clientes sólo dos veces en la vida. Aunque en ocasiones ocurre que el doctor comete alguna falla —nadie, ni siquiera él es perfecto—: un ojo queda más cerrado que el otro o, por el contrario, demasiado abierto. Entonces la persona se vuelve a presentar para que le tomemos una nueva serie por la cual pagará otros trescientos euros, pues mi padre no tiene la culpa de los errores médicos. A pesar de lo
cuento que pueda pensarse, las cirugías de los párpados son muy frecuentes y sus razones innumerables, comenzando por los estragos de la edad, la vanidad de la gente que no soporta las marcas de vejez en el rostro; pero también los accidentes de coche que a menudo desfiguran a los pasajeros, las explosiones, los incendios y otra serie de imprevistos: la piel de un párpado es de una delicadeza insospechada. En nuestro negocio, cercano a la Place Gambetta, en el XXeme arrondissement, mi padre tiene enmarcadas algunas fotografías que tomó durante su juventud: un puente medieval, una gitana tendiendo ropa junto a su remolque o una escultura expuesta en el jardín de Luxemburgo, con la que ganó un premio juvenil en la ciudad de Rennes. Basta verlas para saber que, en una época muy lejana, el viejo tenía talento. Mi padre también conserva en sus paredes obras de factura más reciente: el rostro de un niño muy bello que murió en el quirófano de Ruellan (un problema de anestesia), su cuerpo resplandece en la mesa de operaciones, bañado por una luz muy clara, casi celestial que entra de manera oblicua por una de las ventanas. Comencé a trabajar en el estudio a la edad de quince años, cuando decidí dejar la escuela. Mi padre necesitaba un ayudante y me incorporó a su equipo. Aprendí entonces el oficio de fotógrafo médico especializado en oftalmología. Aunque después, con el paso del tiempo, me fui encargando de las labores de oficina, entre ellas la contabilidad del negocio. Pocas veces he salido a la ciudad o al campo en busca de una escena que inspire a mi veleidoso lente. Cuando paseo, generalmente lo hago sin la cámara, ya sea porque se me olvida o por miedo a perderla. Confieso sin embargo que a menudo, mientras camino por la calle o los pasillos de algún edificio,
siento deseos repentinos de tomar una foto, no de paisajes o puentes como hizo alguna vez mi viejo, sino de párpados insólitos que de cuando en cuando detecto entre la multitud. Esa parte del cuerpo que he visto desde la infancia, y por la que jamás he sentido ni un atisbo de hartazgo, me resulta fascinante. Exhibida y oculta de manera intermitente, obliga a permanecer alerta para descubrir algo que de verdad valga la pena. El fotógrafo debe evitar parpadear al mismo tiempo que el sujeto de estudio y capturar el momento en que el ojo se cierra como una ostra juguetona. He llegado a creer que para eso se necesita una intuición especial, como la de un cazador de insectos, no creo que haya mucha diferencia entre un aleteo y un batir de pestañas. Me cuento entre el escaso porcentaje de la gente a la que le apasiona su trabajo y, en ese sentido, me considero afortunado. Pero esto no debe causar confusiones: nuestro oficio tiene algunos inconvenientes. Por el estudio pasa toda clase de individuos, la mayoría de las veces en situaciones desesperadas. Los párpados que llegan hasta aquí son casi todos horribles, cuando no causan malestar, dan lástima. No es gratuito que sus dueños prefieran operarse. Al transcurrir los dos meses de convalecencia, cuando los pacientes, ya transformados, regresan por la segunda serie de fotografías, respiramos con alivio. Esa mejoría pocas veces alcanza el cien por ciento pero cambia por completo un rostro, su expresión, su gesto permanente. En apariencia los ojos quedan más equilibrados, sin embargo, cuando uno mira bien —y sobre todo cuando ha visto ya miles de rostros modificados por la misma mano—, descubre algo abominable: de algún modo, todos ellos se parecen. Es como si el doctor Ruellan im-
Confieso sin embargo que a menudo, mientras camino por la calle o los pasillos de algún edificio, siento deseos repentinos de tomar una foto, no de paisajes o puentes como hizo alguna vez mi viejo, sino de párpados insólitos que de cuando en cuando detecto entre la multitud. Esa parte del cuerpo que he visto desde la infancia, y por la que jamás he sentido ni un atisbo de hartazgo, me resulta fascinante.
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Mi padre no estaba esa tarde y yo, muerto de frío junto a la puerta, me entretenía con las indecisiones de la lluvia mientras maldecía a una cliente que tenía más de un cuarto de hora de retraso. Cuando su silueta apareció por fin detrás de la reja, me sorprendió que fuera tan joven, debía haber cumplido cuando mucho veinte años.
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primiera una marca distintiva en sus pacientes, un sello tenue, pero inconfundible. A pesar de los placeres que otorga, esta profesión, como cualquier otra, termina causando indiferencia. Recuerdo haber visto pocos casos verdaderamente memorables en nuestro establecimiento. Cuando esto ocurre, me acerco a mi padre que prepara la película en la trastienda y le pido al oído que me deje disparar el obturador. Él siempre accede, aunque sin entender la razón de mi súbito interés. Uno de esos hallazgos ocurrió hace menos de un año, en el mes de noviembre. Durante el invierno, el estudio, situado en la planta baja de una antigua fábrica, se vuelve insoportablemente húmedo y es preferible salir a la intemperie que permanecer en esa cueva gélida y oscura por las necesidades del oficio. Mi padre no estaba esa tarde y yo, muerto de frío junto a la puerta, me entretenía con las indecisiones de la lluvia mientras maldecía a una cliente que tenía más de un cuarto de hora de retraso. Cuando su silueta apareció por fin detrás de la reja, me sorprendió que fuera tan joven, debía haber cumplido cuando mucho veinte años. Un gorro negro, impermeable, le cubría la cabeza y dejaba resbalar las gotas por su cabello largo. Su párpado izquierdo estaba unos tres milímetros más cerrado que el derecho. Ambos tenían una mirada soñadora, pero el izquierdo mostraba una sensualidad anormal, parecía pesarle. Al mirarla me embargó una sensación curiosa, una suerte de inferioridad placentera que suelo experimentar frente a las mujeres excesivamente bellas. Con una parsimonia exasperante, como si el retraso la tuviera sin cuidado, se acercó a preguntarme en qué piso se encontraba el fotógrafo. Seguramente me confundió con el conserje.
—Es aquí —le dije—. Está usted frente a la puerta. Abrí el cerrojo y, en un gesto exaltado que ella no pudo adivinar, encendí todos los reflectores, como cuando en un salón de baile hace su aparición un miembro de la realeza. En cuanto estuvo adentro se quitó el sombrero, su pelo negro y largo parecía una extensión de la lluvia. Como todos lo clientes, me explicó que había conseguido una cita con el doctor Ruellan para que resolviera su problema. «¿Cuál problema?», estuve a punto de preguntar. «Usted no tiene ninguno». Pero me abstuve. Era tan joven, no quería turbarla y preferí hacer un comentario banal: —No parece usted de París, ¿de dónde viene? —De Picardía —contestó ella con timidez, evitando el contacto con mi vista, como suelen hacer los pacientes. Sólo que ahora, en vez de agradecerlo, esa actitud esquiva me desesperó. Hubiera dado cualquier cosa por seguir mirando durante la tarde entera ese párpado pesado y al mismo tiempo frágil y habría dado el doble porque esos ojos se fijaran en mí. —¿Le gusta París? —pregunté yo, empleando un tono falsamente distraído. —Sí, pero no podré quedarme mucho tiempo. En realidad he venido únicamente para la operación. —París la atrapará, puede estar segura. Cuando menos lo imagine se vendrá a vivir aquí. La muchacha sonrió bajando la cabeza. —No lo creo. Quisiera volver cuanto antes a Pontoise, no me gustaría perder el año por esto. La idea de que esa mujer viviera en otra ciudad bastó para deprimirme. Empecé a sentirme malhumorado. De manera repentina, quizás un poco brusca, interrumpí la charla para ir a buscar la película. —Siéntese aquí —la apuré al regresar. Nunca en mi vida profe-
sional había sido tan poco amable. La muchacha ocupó el banquillo y se echó el cabello hacia atrás poniendo su rostro en evidencia. —No sé si usted está enterada —le dije simulando compasión—, los resultados nunca son perfectos. Su ojo no será jamás igual al otro. ¿Se lo ha explicado el doctor? Ella asintió en silencio. —Pero también me dijo que los dos párpados quedarán a la misma altura. Para mí es suficiente. Me disponía a enseñarle una serie de fotografías de operaciones sin éxito con el fin de desanimarla. Pensé en decirle que, de cualquier manera, quedaría con el sello inconfundible de los pacientes operados por el doctor Ruellan, esa tribu de mutantes. Sin embargo, no tuve el valor necesario. Sin decir una palabra, coloqué el telón de fondo blanco detrás de su cabeza, apuntando el reflector hacia sus ojos. En lugar de las tres tomas habituales
disparé el obturador quince veces y habría seguido así hasta el anochecer si mi padre no hubiera llegado. Al escuchar el cerrojo de la puerta, apagué los proyectores de luz. La joven se puso de pie y se acercó al mostrador para firmar un cheque donde leí su nombre en letra de colegiala. —Deséeme suerte —dijo—. Nos veremos dentro de dos meses. No puedo describir el abatimiento en el que caí esa tarde. Revelé las fotos de inmediato; metí las más convencionales en un sobre con el sello del hospital y conservé la que me pareció mejor lograda en el cajón de mi escritorio: una toma de frente, soñadora y obscena. Mis esfuerzos por olvidarla resultaron inútiles. Durante tres meses esperé con auténtico terror a que viniera por la segunda serie, de ninguna manera quería estar presente. Cada lunes echaba un vistazo a la agenda de mi padre para saber
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en qué momento ausentarme. Pero ella nunca vino. Una tarde, a principios del verano, mientras caminaba por los muelles en busca de algún párpado interesante, volví a verla. El cauce del Sena estaba sereno en esos días; las piedras reflejaban su color verde oscuro y su vaivén oscilante. Ella también iba mirando el río de modo que por poco chocamos de frente. Para mi gran sorpresa, sus ojos seguían siendo los mismos. La saludé cortésmente, haciendo lo imposible por ocultar mi júbilo, pero al cabo de unos minutos no aguanté más: —¿Cambió de opinión? —pregunté—, ¿decidió no operarse? —El doctor tuvo un impedimento y fue necesario aplazar la fecha hasta el fin del año escolar. Mañana ingreso en el hospital, como no tengo familia en la ciudad permaneceré dos días interna. —¿Cómo van sus estudios?
—La semana pasada presenté mi examen en la Sorbona —respondió sonriendo—. Quisiera mudarme a París. Parecía contenta. En su mirada advertí esa expresión de esperanza que suelen tener los pacientes en vísperas de cirugía y que otorga a los rostros más deformes un aire de candor. La invité a tomar un helado en la isla Saint Louis. Una orquesta de jazz tocaba cerca y, aunque desde donde estábamos no era posible ver a los músicos, las notas se oían en el muelle como si emergieran del río. La luz del sol le teñía los párpados de naranja. Caminamos varias horas, a veces en silencio otras hablando de lo que sucedía durante el paseo; de la ciudad o del futuro que le esperaba en ella. De haber llevado la cámara tendría ahora alguna prueba, no sólo la mujer ideal sino también del día más alegre de mi vida.
Al anochecer la acompañé al hotel donde se hospedaba, una pocilga cerca de Bonne Nouvelle. Pasamos la noche juntos en una cama decrépita, en peligro constante de irse al suelo. Una vez desnudos, los veinte años de diferencia que había entre nosotros se hicieron más evidentes.
Al anochecer la acompañé al hotel donde se hospedaba, una pocilga cerca de Bonne Nouvelle. Pasamos la noche juntos en una cama decrépita, en peligro constante de irse al suelo. Una vez desnudos, los veinte años de diferencia que había entre nosotros se hicieron más evidentes. Le besé los párpados una y otra vez y, cuando me cansé de hacerlo, le pedí que no cerrara los ojos para seguir disfrutando de esos tres milímetros suplementarios de párpado, esos tres milímetros de voluptuosidad desquiciante. Desde el primer abrazo hasta el momento en que, agotado, apagué la lamparita de noche, sentí la necesidad de convencerla. Entonces, sin ningún tipo de pudor o inhibiciones, le rogué que no se operara, que se quedara conmigo, así, como era en ese momento. Pero ella pensó que se trataba de una cursilería, una de esas mentiras exaltadas que se dicen en circunstancias como esa. Prácticamente no dormimos esa noche. ¡Si el doctor Ruellan lo hubiera sabido! Él que siempre exige a sus pacientes el más absoluto reposo en vísperas de una cirugía. Ella llegó al pabellón preoperatorio con unas ojeras que la hacían verse mayor y también más hermosa.
Le prometí acompañarla hasta el último momento y después, cuando se recuperara de la anestesia, venir a verla de inmediato. Pero no me fue posible: en cuanto la enfermera entró al cuarto para llevársela al quirófano me escapé reptando hasta el elevador. Salí del hospital hecho añicos, como quien acaba de encarar una derrota. Pensé tanto en ella al día siguiente. La imaginé despertando sola, en ese cuarto hostil con olor a desinfectante. Hubiera deseado poder estar ahí acompañándola y lo habría hecho de no haber habido tanto en juego: mis recuerdos, mis imágenes de esos ojos que, de haber visto después, idénticos a los de todos los pacientes del Dr. Ruellan, habrían desaparecido de mi memoria. Algunas tardes, sobre todo en los períodos austeros en que la clientela no ofrece ninguna satisfacción, pongo su fotografía sobre mi escritorio y la miro unos minutos. Al hacerlo me invade una suerte de asfixia y un odio infinito hacia nuestro benefactor, como si de alguna forma su escalpelo me hubiera mutilado. No he vuelto a salir con la cámara desde entonces, los muelles del Sena no me prometen ya ningún misterio.
Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973) Doctora en Ciencias del Lenguaje por la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París. Es autora de tres libros de cuentos (Juegos de artificio, Les jours fossiles y Pétalos, y otras historias incómodas); de la novela El huésped, finalista del Premio Herralde, publicada simultáneamente en francés por la editorial Actes Sud. También publicó Para entender a Julio Cortázar, un ensayo corto sobre el escritor argentino. Señalada varias veces entre los autores más destacados de su generación, ha recibido reconocimientos como el prestigioso premio alemán Anna Seghers (2009), el premio franco-mexicano Antonin Artaud (2008), el Premio Nacional de Cuentos Gilberto Owen (2007), el Prix Radio France Internacional (1993) y el Premio Herralde de Novela (2014). 19
Alberto Marrero Vendrá la muerte y tendrá tus ojos Cesare Pavese
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a idea fue de un amigo encaprichado en que él se relajara. Diviértete, no mires el reloj ni cuentes los centavos, acuérdate que no hay forma de determinar cuándo un violín es perfecto, le dijo. Su amigo ahora es violinista de una orquesta popular, pero antes lo fue de la Sinfónica hasta que se aburrió de ganar una miseria y se largó a tocar en agrupaciones más remuneradas. La gente cree saberlo todo, cuando en realidad no se imagina la magnitud del daño, se dijo mientras caminaba hacia el lugar acordado. Quince o veinte minutos después, sentado en un extremo de la terraza del bar, la vio avanzar con paso lento. No le resultó difícil identificarla entre los muchos cuerpos que se movían de un lado a otro. El amigo se la había descrito con bastante precisión y ya la recordaba como si alguna vez la hubiese visto. Parece que ella también conocía sus rasgos porque se dirigió hacia él sin titubeos. Soy Constancia, dijo en voz baja, como si se avergonzara
de su nombre, con una sonrisa húmeda que contrastaba con el plomo derretido del aire. Entonces yo soy César, respondió él y ella volvió a sonreír, evidentemente ignorando el juego de similitudes. La invitó a sentarse y pidió dos cervezas heladas. Constancia colocó los espejuelos oscuros sobre la mesa y bebió. Un gracioso cordoncillo de espuma se dibujó en su labio superior y él se apresuró a extenderle una servilleta. Y fue en ese momento cuando pudo apreciar sus ojos: grandes, de una miel traslúcida, con tonalidades verdosas y minúsculos ribetes relampagueantes. La muchacha tenía sus ojos y, de pronto, sintió miedo. Un miedo que lo hacía dudar de la terrible decisión que había tomado. El poema de Cesare Pavese a la bella actriz norteamericana Constance Dowling saltó en su mente. El poeta debió sangrar cada palabra, persuadido del efecto que habrían de causar en su amada, y en los lectores de entonces y del futuro. Nada que huela a sacrificio, a cumbre desolada, debe pasar inadvertido, pensó. Constancia intuyó que él se había ido a flotar a otra parte y respetó su encogimiento. O, sencillamente, decidió esperar a
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que actuara de acuerdo con lo convenido. Un estallido de risas interrumpió su momentánea abstracción. En la penumbra que arrojaba un toldo de colores vivos, los ojos de Constancia centellearon aún más. Descubrió que esas pequeñas esferas contenían el mundo y eran como portezuelas a lo desconocido. Su pelo, de un extravagante dorado, reforzaba el impacto que producían sus ojos. Le preguntó cosas triviales y ella respondió cosas triviales que a la larga resultaron una conversación. Dijo que a veces soñaba que la mordía un perro. Siempre es el mismo perro, de color amarillo que destila una baba espumosa por la boca y unos ojos encendidos, abundó ella. Y él que un oso le arrancaba un brazo y luego le abría el pecho con las garras. Y ella que eso era demasiado macabro y, además, imposible en esta isla, a no ser que te largues a un país de nieve. Ambos rieron. Sin más, él le propuso un paseo por la ciudad, no sé, lugares donde uno pueda gastar dinero y quedar complacido, explicó. Ella aceptó poniéndose de pie. Hay demasiada gente mirándonos,
comentó, y sus ojos desaparecieron tras los cristales oscuros. Caminaron eludiendo baches y carretilleros ambulantes, pregoneros de voz estentórea, muchachas con gorros de Santa Claus invitando a Paladares. Al doblar en una esquina, tropezaron con varios niños que dibujaban con tiza en la acera y algunos en el asfalto. Constancia le pidió la tiza a una niña y con rápidos trazos reprodujo la cara de él. ¿Cómo pudo lograrlo si apenas me miró mientras dibujaba?, pensó él esbozando una sonrisa que pretendía disimular su asombro. Luego pintó un pez y una playa con cocoteros para la niña y le dio un beso. Alquilaron un bicitaxi y visitaron tiendas, antiguos cafetines restaurados, museos, callejones de sombra y fuerte olor a mar. Esta parte de la ciudad respira en otra época; la otra, bueno, la otra se derrumba después de cada aguacero, dijo él. Por la tarde nadaron en la piscina de un conocido hotel y tomaron más cervezas y algún que otro mojito refrescante. Satisfechos, decidieron refugiarse en un cuarto de los muchos que ahora se alquilan en la capital. La destreza de Constancia para engendrar pla-
Quince o veinte minutos después, sentado en un extremo de la terraza del bar, la vio avanzar con paso lento. No le resultó difícil identificarla entre los muchos cuerpos que se movían de un lado a otro. El amigo se la había descrito con bastante precisión y ya la recordaba como si alguna vez la hubiese visto.
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Alquilaron un bicitaxi y visitaron tiendas, antiguos cafetines restaurados, museos, callejones de sombra y fuerte olor a mar. Esta parte de la ciudad respira en otra época; la otra, bueno, la otra se derrumba después de cada aguacero…
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cer le provocó la sensación de que tocaba a muchas mujeres a la vez. Ella podía desdoblarse en infinitas mujeres, ser todas y ninguna en específico. Durante una pausa le preguntó cómo y dónde había aprendido a dibujar. Y ella respondió que aprendió sola, como esos niños en plena calle, oyendo las palabrotas amenazantes de los choferes. Después él le contó que al principio del encuentro había sentido pánico. Constance lo miró muy seria y repitió, ¿pánico? Sí, pánico, ratificó él y añadió: No me gusta la vida que llevo, ni lo que veo, ni lo que oigo, ni lo que toco, ni lo que como, ni lo que respiro, ni incluso lo que sue-
ño, dijo. Ella escuchaba sonriendo, como si nada la sorprendiera. Cuando él se calló, ella encendió por primera vez un cigarro y se mantuvo pensativa unos segundos, mirando un punto impreciso de la habitación. De repente le confesó que también estaba harta de muchas cosas: los ronquidos de mis clientes, por ejemplo, olores repugnantes, pendencias, regateos de precio y, sobre todo, del dolor siempre a flor de piel de mi madre. De alguna forma los dos estamos atrapados, dijo ella y se puso de pie para que él la mirara envuelta en una luz teñida de rojo. ¿Tú crees que un cuerpo como este puede
En la penumbra que arrojaba un toldo de colores vivos, los ojos de Constancia centellearon aún más. Descubrió que esas pequeñas esferas contenían el mundo y eran como portezuelas a lo desconocido.
causarte espanto?, dijo ejecutando un movimiento oscilatorio, como de danza oriental. Luego le reveló que su amigo le había pagado anticipadamente para que fuera espléndida y sensible con él, como en una fiesta de despedida. Me has caído bien, ¿por qué no me llevas contigo?, dijo acostándose de nuevo a su lado. Podríamos casarnos mañana mismo y, cuando estemos allá, divorciarnos, si lo deseas. No es eso…, el problema es que no hay forma de determinar cuándo un violín es perfecto, arguyó él repitiendo la enigmática frase que le había soltado su amigo horas antes. No entiendo qué tiene que
ver un violín con nosotros, dijo Constance y comenzó a besarlo en el pecho, a mordisquear sus tetillas, a descender trazando una ruta de saliva con la lengua sobre su vientre rígido. No entiendo lo que me quieres decir, repitió ella con la cabeza entre sus piernas. Ni yo tampoco, respondió él. De pronto, volvió a sentir miedo. Un miedo de último minuto que lo disminuía por dentro. Miedo a no ser lo que esperan de mí, pensó. ¿Por qué la gente espera de otros lo que no espera de sí misma? Gran paradoja. Miedo a no cumplir la decisión que había tomado a espaldas de todos, en contra de la opinión de todos. Pero no estoy en el Hotel Roma de Turín, ni ella es Constance Dowling ni yo Cesare Pavese, el poeta que llamó en vano a tres de sus amantes (¿putas?) para que lo acompañaran en su desesperación, o para que le borraran la idea de quitarse la vida con un puñado de barbitúricos, pensó. Las tragedias no siempre se repiten del mismo modo, dijo en voz alta, y entonces buscó nuevamente sus labios, y luego la penetró con un ardor que la hizo gritar, halarse la cabellera dorada, pronunciar sucias palabras de choferes, esta vez mirándole a los grandes ojos que ya empezaban a alejarlo poco a poco de la muerte.
Alberto Marrero Fernández (La Habana, 1956) Poeta y narrador. Autor del poemario El pozo y el péndulo (colección Pinos Nuevos, 1994). Con La salvación y el eclipse obtuvo mención en el concurso Julián del Casal de la UNEAC, en 1991. Poemas suyos aparecieron en la antología Poesía de hoy en Cuba, publicada en España. En 2003 conquistó el Premio Nacional de Narrativa Hermanos Loynaz con el libro Último viento de marzo. Su libro Los ahogados del Tíber mereció en 2004 el premio de cuento del concurso Luis Rogelio Nogueras, del Centro del Libro y la Literatura en La Habana. En 2007 publicó el libro de cuentos Efecto Babel por la Editorial Letras Cubanas. Premio de poesía Julián del Casal de la UNEAC 2009 y premio de cuento de La Gaceta de Cuba en el 2009. En 2014 obtuvo el Premio de Poesía Alejandra Pizarnik convocado por la Revista Amnios, la Casa del Alba, la Casa del Yeti y la Embajada Argentina. Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillen 2015 con su cuaderno Las tentativas. Cuentos suyos han sido publicados en revistas y en varias antologías de editoriales del país y del extranjero. Es máster en Historia, miembro de la UNEAC y presidente de su sección de poesía.
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Promesa
Permanencia
Madre arranca este lápiz de mis uñas átame al árbol más viejo de la casa quítame el disfraz de hembra desnúdame bajo la lluvia y lava este dolor la sangre de mi boca.
No recuerdo el nombre de mis amantes la mueca de los hombres que decapité sus mitades de vida que arrojé en el baño si duraron una canción o un orgasmo. Me fertilizaron desesperados como insectos que morirán mañana me hicieron parir súcubos, ángeles o monstruos que se volvieron a ellos para acusarlos y robar el fuego con que quemarían mi casa. He aquí yo purificada mil veces y vuelta a nacer por los siglos de los siglos.
Aparta de mí los frutos que engendré mientras dormías… Esperaré dormida a que el sol derrita las cuerdas. Oigas lo que oigas no me niegues la miel mis manos están pobres nada tengo ni un beso pagado que poner en mi boca. Deja que repose en tu vientre y contemos los latidos volveré a tu matriz no me despiertes ni te levantes aplaza mi segundo nacimiento.
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A Noemy Sandoval
Semillas La piel se ofrece. yo solo beso busco con la zurda la llave del pubis. Y luego se pregunta si fui suya él, que se hizo líquido él, que vio su sexo magullado entre mis muslos él, que era un ramaje corpulento después de mí es solo un puñado de semillas.
poesía I A Lorenzo Álvarez En Comala comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Joaquín Sabina Dejo mi casa la cigarrera sin exhalar el último golpe el perro ensimismado en su tristeza la ropa blanca ondeando su disfraz pulcro en la terraza los relojes paralizados y sus alarmas la lámpara en el zaguán a punto de ser tragada por la sombra las flores sedientas en el zócalo el maquillaje envejecido sobre la mesa de noche.
Me voy mis zapatos apuntan contra la puerta y la ropa que tendí se me hace extraña. Me voy no me pertenezco el café que revolví hace una hora huele a mañana. Me voy la huella en mi cama no es mi cuerpo me desconoce el gato que dormía en mis piernas. Presentí la despedida mía es la sal regada en el mantel de fiesta míos los ojos de la incertidumbre en el espejo mía la mano que me saca de este sitio.
Dejo mi oficina los libros marcados, el cortaplumas sin uso las fotografías de ojos inertes sobre la mesa en que apoyé la resistencia de mis codos …el café opaco en el gabinete la ventana semiabierta por donde expulsé toda la rabia o todo el amor. Dejo mi cuerpo las piernas inmersas en agua de flores para darme un descanso de mí misma la garganta trajinada por todo el humo y las palabras que se quedaron encerradas las metamorfosis latentes en la piel tantas veces rota por el irrevocable viaje de los años. Me marcho sin llaves guardadas con etcéteras y equipajes flotantes. Una colonia de insectos paraliza mi lengua (¡qué necesario este veneno!). Dos lados me hacen el reverso de mí misma o el anverso desconocido del que huyo por miedo Recojo esto que soy la mancha que queda en la hoja el punto delante de la palabra un nombre bipolar que no se acaba.
Poemas tomados del libro Los adioses y otros males, publicado en 2015.
Fanny Rodríguez Ojeda Ecuatoriana de nacimiento, colombiana de ancestro. Quince años dedicada a la docencia y veinticinco a las letras. Poeta, narradora y guionista. Integrante de los grupos Colectivo Quilago, Sociedad de Letras y Daquilema Colectivo Cultural. Autora del poemario Lunas en el zócalo 2010; antología Mujeres en vuelo 2003; La voz de Eros, Trama Editores, 2006 (antología de Sheyla Bravo). Participante en encuentros de poesía diversos, poeta seleccionada de la Velada de Trova y Poesía en la segunda y tercera ediciones; participante de la Fiesta de la Poesía organizada por la Alianza Francesa; coproductora de la Velada de Trova y Poesía, cuarta, quinta y sexta ediciones. 25
<<< En la calle, un sueño se hace trizas /qué hacer con su vacío
Lobos vencidos se alejan del circo /decenas de caracoles caminan detrás
Sus pedazos son una eterna caída y lágrimas sobre la vida invisible
Apenas deletrean Down by the Salley Gardens /poema de Yeats y cantan otro en la versión de Van Morrison
Afuera, el corazón se derrama adentro, un hombre no será nombrado. <<<
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El gran vendaval de amor y odio /el filo de las cenizas
Todo entra por los ojos /el vino, la mar, los anillos
El silencio corona los escombros
por esa luz inalcanzable de este jueves /agua madre inocente un silencio trágico revela las huellas de lo que se ha ido.
Ya no más la secretísima e inviolada rosa /la cal de la noche y un vestido en llamas. --Cincuenta y nueve cisnes /los salvajes de Coole flotan en pleno día y el corazón tañe lamentos /dicen palabras de algo caravana infinita hacia el jardín /teatro de un sábado con vino Callar para no saberse /todo se pudre. <<<
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Fácil es morirse de vida.
Mil novecientos sesenta y nueve /agosto y sus rituales del iris el festival de Woodstock /otro mundo abriéndose
<<< Creyeron que su charco era río y el amor inconmovible /árbol muerto en el fin del mundo Tiempo triste, cadena perpetua /antes y después la tierra baldía /la casa no sobrevivió espejo de otras tormentas. <<< Joyce es un separador de libros, una maleta después del viaje /sus manos sacan la ropa y milagros en ríos de luna. En el nido del jueves
poesía Dublín es la casa de Ulises /sucesivamente una hora: 22:00 los ojos capitulan ante péndulos /de la mentira a la verdad la esperanza sobrevive de una buena vez. <<< Jueves estival, sin rostro /vacío de un apetito imperfecto se abraza a mundos imposibles /la médula del torbellino Hombre y mujer se miran cara a cara /espejo ciego de falsos miedos para volver a casa un día imposible. <<<
<<< Al paso de un canto sin voz un puñado de pureza un frío café una copa de vino una mujer sin vestido Los viajes de Gulliver un perro sin memoria lo que nunca avisa un deseo sin nombrar una lengua sin gramática al paso de un canto sin vos /las preguntas sin reposo.
Allende de su calle, ella vivirá, en la soledad de la luna en el conejo que la llama /de día y de noche allí habitará, en la música del bambú y en el coro de pájaros a las 6:00 am Ahí estará el conejo pensando en su belleza como un sudario, entre la imperfección de un libro y collares y pulseras /será un bulto muerto ya. <<< Danza de absurdos y gusanos de nadie /a pocas calles, la deriva ruega la casa desierta es un tren imposible /en lo alto, la cruz celta y la hendidura es lo perdido /el exilio nuevo en sombras yendo hacia una puerta. <<< Un ángel recién nacido derrama su luz en sábanas oscuras /es 9 de agosto y Plinio el Viejo retoza con los Druidas Sin largos días la dignidad es cualquier pesadilla /en la doble esquina que no fueron.
Gerardo Guinea Diez (Guatemala, 1955) Poeta y novelista. Ha escrito 24 libros. Durante 32 años ha sido editor y periodista. Su obra es conocida en alrededor de 25 países. En 2000 recibió el Premio Nacional de Poesía César Brañas. En 2006 ganó el Premio Mesoamericano de Poesía Luis Cardoza y Aragón con su libro Poemas para el martes. En 2007, Editorial Norma publicó la novela El árbol de Adán. En 2009, Letra Negra publicó el poemario Casa de nosotros. En 2009 recibió el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias. Ese mismo año, publicó Salvo la incertidumbre (antología). En 2010 F&G editores publicó su novela Un león lejos de Nueva York. En febrero de 2012 su poemario Cierta grey alrededor fue finalista del Premio Internacional de Poesía Rubén Darío. En 2013, Editorial Germinal de Costa Rica publicó País con lunita. En enero de 2015, F&G editores presentó su última novela, La mirada remota. En 2015 ganó el premio de novela en los Juegos Florales Hispanoamericanos de Quetzaltenango con la obra Un cisne salvado del diluvio y ese mismo año, el Premio Praxis de Poesía en México con el libro Poemas irlandeses.
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Yuliana Marcillo
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n Comala, agosto es un tiempo sofocante. El calor quema desde adentro y va consumiendo hasta que la piel se deshace, cae a la tierra, se pudre con la lluvia, y luego, es arrastrada por los vientos que vienen desde las montañas. Este pueblo se halla sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno. Comala está lleno de ecos. Tal vez parece que estuvieran encerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras. Un pueblo lleno de ánimas, un puro vagabundear de gente que murió sin perdón y que no lo conseguirá nunca de ningún modo. Van de un lado a otro dando con espejismos y fantasmas. En Comala, ambos, cuerpos y espíritu, están conscientes, hablan, sienten y piensan. Todos se mueven libremente por el pueblo; encerrados en un amplio sepulcro, pero habla y actúa según la cantidad de lluvia o humedad que entre en él. Allá no tienen un lenguaje exacto, la gente es hermética, no habla, murmulla. En Luvina, en cambio, los días son tan fríos como las noches, y el rocío se cuaja en el cielo antes que llegue a caer sobre la tierra. Es un cerro ubicado hacia el sur y está plagado de piedra gris, suelo al que no se le puede sacar provecho; no
sirve para nada. No hay dónde descansar los ojos, no florecen las flores, no arropa la lluvia, allá no hay verde y el cielo siempre está cubierto por una mancha caliginosa que no se borra nunca. En Luvina la tierra es blanca y brillante, como si estuviera rodeada siempre por el rocío del amanecer y hay barrancas hondas por todas partes. Dicen que por aquellas barrancas suben los sueños, y todos los que allí habitan desean que sea cierto, que aquellos sueños que al despertar se olvidan, vayan a dar allá, hacia arriba, lejos de aquel horizonte desteñido, para ver si con suerte se hacen realidad.*
La voz de los que lo conocieron Nació en Saluya, una región de Jalisco donde tuvieron origen los mariachis y las rancheras; un lugar pobre, aislado y devastado por los vientos y el calor, «tierra de moribundos, arrayanes y naranjos». Los de ahí decían que su andar era como el de una «ánima en pena», que sólo se soltaba a hablar en esporádicas ocasiones, en esas horas de escritor serio y callado, rencoroso y triste, a
las cuales muchas veces les dedicaba la noche entera; que siempre tuvo un aire de ‘poseído’ y se percibía en él la modorra de los ‘médiums’. Era como un ‘sonámbulo’, cumpliendo de mala gana las actividades diarias de la vida despierta, escribía y leía en las noches; se amanecía sin dormir. Con ironía llegó a escribir: «a todos los que les gusta leer mucho, de tanto estar sentados les da flojera hacer cualquier otra cosa». Los médicos le diagnosticaron «conmoción y choque nervioso»; eran los signos de un temperamento melancólico. En esas tierras y con esas batallas emocionales, el escritor tardío y autodidacta mexicano Juan Rulfo, se convirtió en uno de los grandes escritores latinoamericanos del siglo XX, que pertenecieron al movimiento literario denominado ‘Realismo mágico’. Más que hablar, Rulfo rumia su incesante monólogo en voz baja, masticando bien las palabras para impedir que salgan. Y si salían, se trataba de una entrega de lo más sobria y honesta posible. Así fue como Rulfo nos dejó dos libros que son joyas universales: El llano en llamas y Pedro Páramo (inicialmente titulada como Los murmullos). Comala y Luvina son dos pueblos que existieron en su imaginación y terminaron habitando en la literatura para siempre. Fueron apenas un murmullo, una súplica quizá, destellos de recuerdos que Rulfo fue acumulando desde su niñez, y que con el tiempo, aunque no se consideraba un escritor sino un «aficionado», lo escribió todo en dos libros y en un puñado de otros cuentos que sólo fueron publicados en algunas revistas y periódicos. Después de haber concluido sus dos novelas, Rulfo abandonó la escritura y se dedicó de lleno a la fotografía; dejó un archivo de unos seis mil negativos. Tampoco consideró a la escritura como un trabajo profesional, escribía «por gusto»
ensayo mientras se ganaba la vida como funcionario en la Gobernación de México o como vendedor de llantas. El ejercicio de la escritura y la fotografía fueron para Rulfo una afición: «Para mí el único oficio es el de vivir».
Gracias por el silencio Empleando un lenguaje refinado y popular en sus personajes, uno que él mismo inventó, Rulfo escribía cuentos tratando de buscar una forma para Pedro Páramo, a quien llevaba en la cabeza desde 1939. Una vez que lo hizo, inspirado quizá en su Jalisco rural —según estudiosos es la base de mucha de su prosa—, la voz con la que venía arrastrando se silenció para siempre y no publicó más. «Traía un gran vuelo pero me cortaron las alas. Ahora algo madura, algo se forma y necesito un poco de paz y de silencio para reanudar mi trabajo», habría dicho cuando le indagaban sobre su próximo trabajo literario. En sus biografías se señala que siempre hablaba de nuevas obras literarias que «pronto aparecerían», pero que en la realidad nunca salieron a la luz. En 1965 mencionaba la existencia de una novela llamada La cordillera. Decía que estaba en proceso de escritura, hasta que en 1977 anunció que rescataría parte del material ya escrito para public ar una nov e l a corta, que se
editaría conjuntamente con algunos cuentos. En 1969 se hablaba de otros dos títulos de novelas que ya estarían escritas: Los días sin flores y En esta tierra no se ha muerto nadie, de las cuales tampoco nunca se supo nada. Él consideraba «retóricos» y «rimbombantes» a los textos que le siguieron a Pedro Páramo, optó por un ‘silencio narrativo’ que inició en 1955 y permaneció junto a él hasta el día de su muerte. ¿Es acaso que Pedro Páramo de alguna forma silenció a su propio creador? El hecho de que su autor la pudiera considerar
insuperable, sumado al honesto compromiso que tenía para sí con la literatura, quizá fueron las posibles razones para declinar en el intento. No sin razón esta obra fue considerada por Jorge Luis Borges como una de las grandes novelas de la literatura universal y que le provocó a García Márquez la mayor y más honda impresión después de La metamorfosis de Kafka, como lo declaró alguna vez. También Mario Benedetti, en 1972, en un breve artículo dijo lo siguiente: «…cada uno de los cuentos, aun de los más breves, demuestra la economía y la eficacia de un narrador»; otra cita que resalta la importancia de sus escritos: No oyes ladrar los perros es, sencillamente, una obra maestra de sobriedad, de efecto, de intelección de lo humano. Uno de esos cuentos que no es preciso anotar en la ficha para recordarlos de por vida». Después de la presión a la que fue sometido, Rulfo encontró una salida: justificó el abandono de la escritura con la muerte de su tío Celerino, quien «le platicaba todo». El tío Celerino existió realmente y, con él, Rulfo recorrió muchos pueblos y escuchó sus historias, las cuales eran consideradas fantasiosas. Él sabía que su obligación literaria había concluido. Era un hombre honrado y respetó su decadencia.
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«Pedro Páramo, considerada una de las mejores novelas de la literatura universal, se ha traducido a más de 30 idiomas y ha dejado una impronta imborrable en el universo literario de Hispanoamérica».
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Los muertos de la vida real Al escritor mexicano, cuyo nombre completo era Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, lo aplastaban los fantasmas de sus propios muertos. Su padre fue asesinado cuando él tenía 7 años, en 1923, y casi toda su familia fue masacrada en lo que llamaron ‘La guerra santa’, cuando el clero lanzó al pueblo contra el gobierno, poco antes de la contrarrevolución cristera. Y como si no le faltaran muertos, a los 12 perdió a su madre. Alberto Vital, investigador de la Universidad Nacional de México (UNAM), y autor de Noticias sobre Juan Rulfo, sugiere que Pedro Páramo probablemente empezó a gestarse la noche en que mataron al padre del escritor. Más tarde Rulfo diría: «Jamás he usado nada autobiográfico en mis obras. Muchos creen que un libro sólo muestra una historia real, que narra hechos que pasaron con personajes que existieron. Se equivocan: un libro es una realidad en sí, aunque mienta respecto de la otra realidad». Rulfo describe a Pedro Páramo como un «ejercicio de eliminación», pues desechó más de un centenar de páginas del original de su novela antes de enviarla a una editorial, que en este 2015 cumple 60 años de haber sido publicada por primera vez. «La idea me vino del supuesto de un hombre que antes de morir se le presenta la visión de su vida. Yo quise que fuera un hombre y muerto el que la contara. Originalmente sólo Susana San Juan estaba muerta y desde la tumba repasaba su vida. Allí, entre las tumbas, estableció sus relaciones con los demás personajes que también habían muerto. El mismo pueblo estaba muerto. Debo decirte que mi primera novela estaba escrita en secuencias, pero advertí que la vida
no es una secuencia. Pueden pasar los años sin que nada ocurra y de pronto se desencadena una multitud de hechos», dijo el escritor. Pedro Páramo, considerada una de las mejores novelas de la literatura universal, se ha traducido a más de 30 idiomas y ha dejado una impronta imborrable en el universo literario de Hispanoamérica. Rulfo nunca lo imaginó y de hecho las primeras ediciones fueron regaladas porque no se vendían: «Cuando escribía en mi departamento de Nazas 84, no me imaginaba que treinta años después el producto de mis obsesiones sería leído incluso en turco, en griego, en chino y en ucraniano. El merito no es mío. Cuando escribí Pedro Páramo sólo pensé en salir de una gran ansiedad. Porque para escribir se sufre en serio. Los mil primeros ejemplares tardaron en venderse cuatro años. El resto se agotó regalándolos a quienes me lo pedían».
La búsqueda de un ideal llamado Susana San Juan Según Gabriel García Márquez, algunos nombres de los personajes de Pedro Páramo existieron. Asegura que Rulfo compuso los nombres leyendo las lápidas del cementerio de Jalisco. Es así entonces que Damiana Cisneros, Susana San Juan, Justina Díaz, Fulgor Sedano, Juan Preciado y otros que aparecen en la literatura de Rulfo podrían haber sido fruto de un paseo por aquel
camposanto, para después ‘revivir’ en los relatos que fueron creados por obra y gracia de la imaginación rulfiana. La pasión y entrega absoluta que ronda en todo el libro pertenece a Susana San Juan. Rulfo habría confesado qué le inspiró a crear este personaje de la siguiente forma: «En lo más íntimo, Pedro Páramo nació de una imagen y fue la búsqueda de un ideal que llamé Susana San Juan. Susana San Juan no existió nunca: fue pensada a partir de una muchachita a la que conocí brevemente cuando yo tenía tres años. Ella nunca lo supo y no hemos vuelto a encontrarnos en lo que llevo de vida». Como los ojos de doña Doloritas, los de Rulfo también se endurecieron el 7 de enero de 1986. Gracias a un sensible artículo escritor por Mempo Giardinelli, sabemos que Juan Rulfo pasó sus últimos días de vida en un cuarto «despojado y semioscuro, al menos durante las visitas, y él estaba acostado en la cama de una sola plaza con cabezal de madera arqueado, alto y oscuro. Había una mesa de luz a su derecha y sobre ella unos papeles en los que había escrito algo, con su letra desgarbada y el siempre infaltable lápiz amarillo, de mina 2B, que eran los que prefería», señala. Esos papeles terminaron en la basura, como tantos otros, hasta el último aliento, Rulfo, escribiendo y eliminando, escribiendo y borrando, hasta que su mano no pudo más. *Las descripciones de los pueblos fueron
tomadas de la novela Pedro Páramo, en el caso de Comala, y de El llano en llamas para Luvina.
«Juan Rulfo nunca consideró la escritura como un trabajo profesional. Escribía por gusto mientras se ganaba la vida como funcionario en la Gobernación o como vendedor de llantas».
Juan Rulfo (1917-1986) Juan Nepomucenco Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno más conocido como Juan Rulfo, nació en Acapulco, municipio de San Gabriel, distrito de la cuidad de Sayula, estado de Jalisco, el 16 de mayo de 1917. Murió en México, el 7 de enero de 1986, escritor, guionista y fotógrafo mexicano, perteneciente a la generación del 52. Publicó dos libros: El llano en llamas, compuesto en diecisiete pequeños relatos y publicado en 1953, y la novela Pedro Páramo, publicada en 1955. De 1954 a 1957 fue colaborador de la Comisión del Papalocipan y editor en el Instituto Nacional Indigenista en la Cuidad de México. Fue un incansable viajero y participó de varios congresos y encuentros internacionales, y obtuvo varios premios. Recibió el Premio Xavier Villaurrutia en 1956 por Pedro Páramo. Fue ganador del Premio Nacional de Literatura por el gobierno federal de México en 1970. En 1974 viajó a Europa para participar en el Congreso de Estudiantes de la Universidad de Varsovia. Fue invitado a integrarse a la comitiva presidencial y viajó por Alemania, Checoslovaquia, Austria y Francia. Fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Rulfo ganó el Premio Príncipe de Asturias de España en 1983.
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José Aldás A la invertebrada loca de los ancianos tiempos
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obre todo y sobre todos había escrito Jorgenrique Adoum; largos años de exilio y viajes le hicieron conocedor del mundo y dentro de él (conteniéndolo) el lenguaje. También las personas y sus códigos que él, como por arte de alguna magia oscura extraída de alguno de los libros de su padre, el Mago Jefa, convertía en suaves trinos, a veces, y en complicados aforismos, otras. Los autonautas de la cosmopista, de Julio Cortázar,
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Pablo Neruda
agradece la amistad y la comida de Adoum en el periplo que conlleva el viaje desde Marsella que cuenta el libro. Así se concibió la poesía en el inicio de los libros: con hambre y hembra para poder abarcar la realidad desde un sitio en el que la narrativa escasamente ha logrado indagar (sin mezclar los textos que son considerados como prosas poéticas, con Pizarnik a la cabeza [la temática, el estilo: sin mencionar que fue la encargada de pasar los originales de Rayuela a las prensas], o las novelas que por profundidad literaria han llegado a innumerables niveles poéticos: breves ejemplos
variaciones en el Palinuro de México, de Fernando del Paso, o en La misteriosa llama, de Eco). La poesía se haría cargo del retrato inmediato de la realidad: la fotografía; mientras la narrativa perseguiría una emulación de la realidad: la pintura del caos y del cosmos. Adoum resalta por cualquiera de los lados; poeta perfeccionista, había aprendido de Neruda en el Canto General para escribir sus propios Cuadernos de la tierra que terminan con un Bolívar consumido por el amor y la guerra (para Adoum son lo mismo: «Turbia necesidad de ti, tú me creciste/ como una ocupación indispensable: Tú, mi vicio») o el triángulo que forman cuando están juntos los amantes y entre ellos el lenguaje genérico. Es una afirmación de Nicole, su esposa, la que decía que la relación con el poeta era un triángulo propiamente: la literatura encabezaba la figura que ellos dos completaban. El experimento más arriesgado es el que sobresale en Pre-poemas en Post-español, cuando hace del neologismo su arma secreta. Nada queda diciembremente terminado, entonces, para el que vive muerto ganándose «la vida en esto de perderla entre papeles». Sin embargo, a pesar de no ser el propósito de la nota, es preciso mencionar Los amores fugaces: memorias imaginarias, en donde con la misma sutileza musical construye historias que rozan la poesía del ser humano y de la mujer como arte, como fuente misma de la creación. Pere Gimferrer, en la introducción a Coronación, de José Donoso: «más aún que la poesía, la novela tiene por fin interpretar la experiencia humana, de la que es a la vez crónica y metáfora…», es decir, difiere en la poesía en el hecho de perpetrar o herir. La poesía humana concede la picardía y la musicalidad necesaria para que un texto no decaiga en mera diatriba (Historia de la locura en la edad clásica, de Michel Fou-
Alejandra Pizarnik
cault, es un incisivo ejemplo de la mixtura perfecta entre el lenguaje y la idea, entre la tesis y las palabras que la representan); aunque reste siempre imparcialidad en diferentes textos. La historia no puede recurrir a la poesía aunque sea poesía ella misma: desde Grecia sabemos que los aedas y los rapsodas debían escribir poemas (canciones) para inmortalizar la historia; pero el sabor que nos deja Aquiles es diferente al que nos deja Eneas, o posteriormente, al que nos deja un Dante en la alegoría del mismo Dante; la poesía matiza la narración y revela las pasiones de los humanos. La pasión no es idea, es especulación de los sentidos y por ende busca un código específico que no es la narrativa. La poesía basta: la herida de la realidad, el tajo (Rafael Courtoisie), puede ser inmediatamente suturado; nada tiene que ver que el poeta elucubre so-
bre la perfección o el fracaso de un verso sin decaer en la artificialidad (arreglos de vidrio y hierro en una construcción gótica, parafraseando a Baricco). La lectura hará que esta herida sea cada vez mejor expresada. Citaremos a los poetas a medida que la lectura nos haya aproximado a su trabajo sea cual sea su área temática: de la desgracia y el desencanto, aun en Ecuador, es un auténtico testigo César Dávila Andrade. Baste con decir que es autor releído a través de los tiempos e incluido en los más exigentes currículos académicos (se le extrae de todo a aquel Boletín y Elegía de las mitas o a la inolvidable Carta a una colegiala) cuando estando en Caracas, preso de la tensión y el pánico (este mundo da asco en verdad, pero eso es lo de menos, la tristeza se salva como el amor o la inteligencia porque definen al mundo en una cabeza sin mundo) arremetió con
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Jorge Enrique Adoum
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una gillette (ver la contraparte en Abdón Ubidia: La gillete, en Bajo el mismo extraño cielo) en medio de su yugular, el cuello decimos, frente a frente con el espejo. El murciélago que se pregunta dónde voy, quién soy y el espejo queda ciego (murciélaga, te recuerdo, ya no te sobrevivo). Muere para este mundo y deja así lamentos como aves heridas: «Cómo escucho en la noche de caídos termómetros,/ volar, rotas las alas, el ave de tu tos». En 1945 inicia sus colaboraciones para la revista Letras del Ecuador de la CCE: «El alcohol, más eficaz y menos nocivo que la poesía, lo iba liberando de sí mismo, de nosotros y de los otros. Olía ya a guarapo, pedía dinero y nadie podía negárselo: ¿no era su embriaguez una lucha desesperada contra la realidad que le resultaba pequeña?», cuenta Adoum cuando regalándole unos lentes le hicieron daño: el mundo es lindo, los humanos no. Luego los empeñó por alcohol cerca de la Plaza del Teatro, del Mercado Central. El tiempo pasa aunque no exista. El planeta gira y de alguna manera el lenguaje como el ser humano
evoluciona y con ellos sus medios de expresar la realidad. Trataremos algunos textos que nos aproximen a estas manifestaciones de lo contemporáneo (sin utilizar como referente directo a poetas europeos o anglosajones) usando textos específicos. México es inmediatamente protagonista con Paz (Premio Nobel) pero desde allí nos hereda una larga trayectoria que incluye a José Emilio Pacheco: «Poema de amor con una línea de Hemingway: yosoytú/ no/ me/ separes/ de/ mí» en el resumen del siglo XX que vivió con sus propios ojos. También Marco Antonio Campos con Ningún sitio que sea mío (Penagos, 2010), en donde sobresale el exilio de un poeta transeúnte del mundo: «andando el tiempo ha andado por el mundo» y desde siempre la luz. Semánticamente luz es un símbolo que representa la refracción en los ojos por efecto de la física. Para cada ser humano, luz tendrá los semas que difieran de cada perspectiva. En lo menos citaremos a la narrativa pero nos ayudaremos de Leonardo Valencia con la brevedad del Kazbek, que propone la luz
negra: los títeres del escritor inmiscuidos, entrometidos, con su historia personal. ¿Qué es la luz? ¿Una manifestación artística que proporciona placer ante la lectura impávida de otro ser humano? ¿Qué es la poesía? ¿Qué es el lenguaje? Vagas respuestas nos afligen en cuanto el conocimiento es reducido: «Oh, dicha de entender, ¡mayor que la de imaginar o la de sentir!», dice Borges en La escritura del dios —y un poeta podría contradecirlo con su hacha académica espesa—, de todas maneras un retrato sencillo de la luz: «eso digo si fue. Por eso no vale la pena/ llevar ala ni cántico, por eso la luz…». ¿Es la luz desencanto para el poeta Campos?; la aproximación temática que se le atribuye es George Trakl. Son festivales y antologías los que hacen conocer, con suerte en esta tierra de loterías literarias, a los poetas en boga de un país o una ciudad. A veces las referencias son ineludibles. Biblioteca hablando dice Cuerpojo Azul (2010) de Ana María Durán C., libro que introduce a la idea de una posible, visible, palpable arquitectura de la poesía: referencias en sencillo llano lenguaje de Idea Vilariño e Ida Vitale, uruguayas ambas (Benedetti agua y respiro, en su debido tiempo fue amor y misterio. Excelente narrador de vena innata hace que uno de sus personajes en Gracias por el fuego recuerde el poema —Corazón coraza— que el compañero de clase escribió y queda perfecto para el vuelo que sobrevive el avión en donde viaja), que dejan cosas insólitas como: «ya no sé/ de dónde/ asirme/ cada esperanza es/ un dedo sin mano». Un tachón y dos borrones, la sobrescritura a máquina y la imagen de un texto que es cuadro y poesía. Edificio y herida: ‘Bajo tus manos/ soy trompo/ que vuelve a bailar’, pequeñas incisiones al estilo de Basho en epigramas que resumen el sentimiento y el tiempo. Dejan atrás o delante (¿qué importa
Idea Vilariño
en la aporía de Zenón ser uno u otro de los contendores?) a la física redentora de la ficción. Reducción de la narrativa. Una breve selección de Tu bata flotante de seda roja y oro con traducción de Francisco Alexander (Línea Imaginaria, 2002): Schahid (siglo X del persa): «Si el dolor como el fuego diera humo/ reinaría en el mundo una noche eterna». La brevedad que precisa un mundo sin alteraciones desde el ángulo del poeta: una fotografía inmediata de la realidad. Invocaciones de un recuerdo: ‘Ah, si pudiera esconderme dentro de mis cantares/ para besar tus labios cada vez que los cantes’, por Umara del siglo X. Finalmente biblioteca dice, Cuando el amor, de Fabián Guerrero Obando. El poeta visitaba una antigua librería y enseñó con algún libro de Luna de Papel. Llegó un día y dejó aquel libro. Resucita una meditación necesaria para el que escribe: ¿será la poesía una reescritura del amor? ¿Del dolor y la angustia? La poesía no es únicamente amor, no es solo la enfermedad y el amor que propone el libro. Guerrero había tentado con muchos otros poemarios como Zanja, que consta con una caprichosa selección de fotografías. Libro arte. Quedan sin embargo muchas manifestaciones contemporáneas por analizar en
el marco del lenguaje y el estructuralismo que los define. Ernesto Carrión es una idea suelta que por experimental y orientada debe ser tratada con la óptica del tiempo y el juicio que queda para los que quedan (en la historia y en el lenguaje). Para finalizar, unas cuantas aclaraciones de precisión: es la generación beat estadounidense la que marca a la poesía como a res en matadero (res es latín significa cosa), con Kerouac o Gingsberg o Bukowski. Por otro lado una poesía concreta y de locura extrema: «la alegría de escribir, el poder de perpetrar/ la venganza de una mano mortal», dice
Symbrowska, y algo con respecto a Extracción de la piedra de la locura, que es a la vez uno de los cuadros más estremecedores de Brueghel y el testimonio intrínseco de Alejandra Pizarnik. Siempre que la poesía haya logrado dar musicalidad al lenguaje ha cumplido su cometido como cántico y ala. Luz. Música en Tomás Transtromer, Nobel al igual que Paz o Symbrowska. No excederemos con los beneficios terapéuticos de una locura al azar que domina y nomina. Para eso haría falta la sombra de la luz, a tratarse desde otros ángulos, otros tiempos. El que tenga oídos que escuche.
José Emilio Pacheco
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Jorge Basilago
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partitura
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esierto de California, 1949, 3 a.m. Un vehículo descapotable avanza velozmente desde una de las lujosas mansiones de Palm Springs hacia un pequeño poblado llamado Indio. Una vez allí, sus ocupantes —un hombre y una mujer treintañeros, tan elegantes como borrachos— extraen un par de pistolas de la guantera y, entre risotadas, arremeten a balazos contra casas, monumentos, comercios… Agotadas las municiones, guardan las armas y buscan un teléfono: «Oye, Jack —le dice Frank Sinatra, el hombre de la balacera, a su sorprendido y adormilado agente de prensa, Jack Keller—, acabo de conocer a esta muchachita, la actriz Ava Gardner. Estábamos un poco bebidos y teníamos ganas de divertirnos, así que decidimos conducir hasta Indio y tirotear todo el pueblo». Siete horas más tarde, Keller había destinado varias decenas de miles de dólares a silenciar el inminente escándalo, incluido el caso de un hombre herido levemente en el estómago. Eso era por entonces Sinatra en los Estados Unidos: un semidiós de voz cautivadora, que tenía casi todo per-
Frank Sinatra y Ava Gardner
mitido y no le importaba pagar para que se le permitiera el resto. Varias veces millonario antes de cumplir los 35 años, era ya ‘La Voz’. La encarnación máxima del show-business. El sueño americano hecho persona. El hombre casado y con tres hijos enredado en cada falda que le pasaba cerca. Un niño caprichoso, tan hambriento de vida que a menudo se atoraba con el amargo sabor de su reverso: «Debes amar la vida, nena, porque morir es una mierda», le advirtió a una de sus incontables amantes. Y tal vez sabía de lo que hablaba.
Eso era por entonces Sinatra en los Estados Unidos: un semidiós de voz cautivadora, que tenía casi todo permitido y no le importaba pagar para que se le permitiera el resto. Varias veces millonario antes de cumplir los 35 años, era ya ‘La Voz’. La encarnación máxima del show-business. El sueño americano hecho persona. 37
El chico de Hoboken
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Fue un parto difícil el que afrontó Natalie Catherine ‘Dolly’ Garavente el 12 de diciembre de 1915. Su primogénito, Francis Albert, de saludables y desmesurados seis kilos de peso, se negaba a salir. Lo sacaron con fórceps y casi lo matan en el proceso. Madre e hijo sobrevivieron con marcas para toda la vida: ella, partera de oficio, no podría tener más hijos; él llevaría una cicatriz horrible tras la oreja izquierda, a causa del tímpano perforado por la impericia médica. En la casa familiar del modesto suburbio de Hoboken, la zona más italiana de Nueva Jersey, los esperaba Antonino Martino ‘Marty’ Sinatra. Originario de Sicilia, bombero, boxeador ocasional y cantinero por las noches, hacía lo posible por sacar adelante a los suyos y tener un hijo profesional. Ingeniero civil, se repetía como una plegaria. Pero el muchacho tenía otros planes. Rebelde y travieso, prefería las calles a las aulas, los naipes a los libros y las amistades reacias al trabajo. En cualquier barrio italiano, en plena Ley Seca, todos conocían a alguien relacionado con la mafia. Todos sabían algo y lo callaban. El joven Sinatra, desde luego, no fue la excepción. Pero él quería cantar, antes que cualquier otra cosa. Su único sueño era emular a sus admirados Bing Crosby y Al Jolson, cuyas canciones escuchaba por radio. Y pese a la desconfianza paterna, consiguió el apoyo de Dolly; aunque sin cheques en blanco: ella lo autorizó a dejar el colegio en su último año para perseguir el estrellato, a condición de que entretanto consiguiera un empleo y se casara por la iglesia con una buena chica italiana. Así, el futuro artista fue recadero en periódicos locales, camionero, repartidor y camarero cantante, entre una multitud de ocupaciones que jamás
Tommy Dorsey y Frank Sinatra
le duraron mucho. Hasta protagonizó una película pornográfica, apoyado en sus grandes dotes… dramáticas. Al poco tiempo conoció a Nancy Barbato, la hija de un estuquista siciliano. Pronto se comprometieron y asistieron juntos al último concierto de Bing Crosby: Frank salió de allí convencido, más que nunca, de su destino. Enseguida se anotó en un concurso radial de talentos junto a unos vecinos suyos,
The Three Flashes, convertidos para la ocasión en The Hoboken Four. Cuentan las malas lenguas que la inefable Dolly, muy bien conectada con el Partido Demócrata local, amenazó a los otros muchachos para que permitieran a su hijo sumarse al grupo. El caso es que ganaron la competencia y muchos ojos se posaron en ese vocalista delgado y de ojos azules, que abandonó la gira del premio por conflictos con sus compañeros.
«Tommy Dorsey fue un maestro para mí, tanto en la música como en el negocio», confesaría Frank años más tarde. En el primer caso, hizo docencia por las buenas: le enseñó técnicas de respiración, pulió su fraseo y acentuó su capacidad de transmitir emociones al cantar. Del negocio, le dejó la lección de no confiar en nadie y una cláusula de rescisión abusiva —un tercio de las ganancias del cantante, a perpetuidad— cuya anulación le llevó varios años de litigio.
Camino ascendente Luego de casarse con Nancy, en 1939, el camino ascendente de Frank ya no se detendría. Aunque sus pasos iniciales por las bandas de Harry Arden y Harry James, antiguo trompetista de Benny Goodman, fueron tropiezos económicos. Lo salvó su enorme autoconfianza y el paciente apoyo de Nancy, que trabajaba como secretaria para ayudar a la economía del hogar. Recién cuando el trombonista Tommy Dorsey le ofreció el rol de cantante en su orquesta llegó el salto definitivo al éxito. El inicio de su época dorada. Allí grabó sus primeros sencillos, llegó al N°1 de la revista Billboard —con la balada I’ll never smile again—, debutó en cine y despertó la histeria de miles de adolescentes. «Tommy Dorsey fue un maestro para mí, tanto en la música como en el negocio», confesaría Frank años más tarde. En el primer caso, hizo docencia por las buenas: le enseñó técnicas de respiración, pulió su fraseo y acentuó su capacidad de transmitir emociones al cantar. Del negocio, le dejó la lección de no confiar en nadie y una cláusula de rescisión abusiva —un tercio de las ganancias del cantante, a perpetuidad— cuya anulación le llevó varios años de litigio. Bajo los escenarios, llegaron poco a poco los hijos —Nancy en 1940, Frank Jr. en 1944 y Christina en 1948— y las amantes, infinitamente más numerosas. Se incrementaron también sus caprichos y sus aires de divismo, como los múltiples cambios de vestuario, los autos lujosos y la obsesión por ducharse hasta doce veces al día, que le valió el apodo de ‘Lady Macbeth’ por parte de los otros músicos de Dorsey. Pero no se puede afirmar que Frank se haya transformado a causa de la fama; sólo tuvo acceso a las oportunidades que antes le fal-
taban: visitas frecuentes a la Casa Blanca, reuniones con Charles ‘Lucky’ Luciano y la cúpula de la Cosa Nostra en la Cuba prerrevolucionaria, todo el mundo a los pies de su voz. La Voz.
Caer y levantarse Su brillo declinó un tanto hacia el final de la década del cuarenta, hecho que le costó asumir. Además, por esa misma época conoció a la mujer que sería su gran amor y la causa de sus mayores angustias sentimentales: Ava Gardner. Como él, la actriz era capaz de mantenerse borracha el día completo, decir obscenidades a la par de un camionero furioso y fumar incansablemente. Se casaron en 1951 pero Frank nunca logró conquistarla. Aplicó mil técnicas de manipulación, intentó suicidarse varias veces, recurrió a los habituales obsequios costosos... nada dio resultado. La separación llegó apenas dos años más tarde, mientras la carrera del cantante retomaba la buena senda para nunca más dejarla. Porque todo sueño americano exige una resurrección. Y la de Sinatra se llamó De aquí a la eternidad. Gracias a su papel en esa película —que, según afirma otra vez la maledicencia, obtuvo gracias a las ‘amables sugerencias’ que sus amigotes mafiosos les hicieron a los productores—, consiguió un Óscar como Mejor Actor de Reparto y volvió a los primeros planos. En el ámbito de la música popular soplaban los vientos iniciales del rock and roll, aunque la opinión de Frank al respecto no era nada halagadora: «Es la forma de expresión más brutal, nauseabunda, desesperada y viciosa que he tenido la desgracia de escuchar», dijo. Con la voz algo menos tierna y melodiosa, cortesía de sus años de complicidad con Camel y Jack Daniel’s, supo virar hacia un estilo
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algo más directo, de fraseo abreviado respecto de sus inicios. Hizo de Las Vegas su centro de operaciones, y del Rat Pack —Pandilla de Ratas— algo así como su familia: Dean Martin, Sammy Davis Jr., Joey Bishop y Peter Lawford lo secundaban en todas sus correrías públicas y privadas. Quedaron para la historia sus fiestas interminables, de las que nadie podía retirarse si Sinatra decidía continuar. «Este es el mundo de Frank, nosotros sólo vivimos en él», admitió Dean Martin, quien no obstante llegó a llamar a la policía un amanecer, para ver si así conseguía dar por terminada una reunión nocturna en su propia casa.
Presidente de la Junta
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Desde 1960, cuando rompió relaciones con Capitol para crear su propio sello discográfico —Reprise Records—, Sinatra se ganó también el mote de ‘Presidente de la Junta’. Incrementó su poder y lo diversificó por medio de empresas productoras de cine, radio y televisión, una línea aérea, inversiones en bienes raíces y acciones en casinos y hoteles. Se volvió íntimo de John F. Kennedy y le presentó numerosas mujeres a espaldas de su esposa Jacqueline Bouvier. Participó de la campaña que lo condujo a la presidencia e hizo valer su influencia sobre el capo mafioso Sam Giancana, para conseguirle votos en distritos clave. «Fundó Reprise como una autodefensa contra la tecnología nueva que estaba de moda: la sobregrabación, las pistas varias, la frialdad de los estudios dominados por las máquinas, no energizados por público en vivo —sostuvo su hija Nancy—. Para él era importante tener el control de sus fechas, luchar contra los técnicos que querían sobreproducir y mantener la vida y la espontaneidad de su trabajo». Veterano y ya
Dean Martin, Sammy Davis Jr y Frank Sinatra
un tanto cansado, se las arregló sin embargo para grabar un puñado de discos importantes. Aún desparejas, sus colaboraciones de los años sesenta con Count Basie, Duke Ellington y Antonio Carlos Jobim merecen un lugar en cualquier recuento básico de su discografía. Pero tal vez en busca de la juventud que le faltaba, se casó con —y enseguida se divorció— Mia Farrow, treinta años menor que él. «¡Ah! Siempre supe que Frank terminaría en la cama con un niño
pequeño», fue el irónico comentario de Ava Gardner al enterarse. El comediante Jackie Mason fue un poco más allá: «Frank remoja su caja de dientes y Mia cepilla sus frenos… Luego ella se quita sus patines y los coloca muy cerca de su bastón. Y mientras él se quita el peluquín, ella deshace sus trenzas», bromeó. Chiste que le valió la rotura de la nariz y los pómulos por parte de dos desconocidos que nadie logró vincular con Sinatra.
Frank Sinatra y John F. Kennedy
Apogeo de su decadencia Grabó mucho menos en las tres décadas siguientes. Vuelto a casar con Barbara Blakeley —exesposa de Zeppo Marx— en 1976, se concentró en sus diversas actividades filantrópicas y en realizar giras por distintas partes del mundo. Su nombre seguía atrayendo multitudes y su estilo permanecía intacto, pero ya no era el mismo: «Traído por el entonces cantante Palito Ortega y el empresario Ricardo Finkel, debutó en Buenos Aires tres días después, mostrándose en el apogeo de su decadencia», resumió el periodista y músico Gabriel Senanes sobre su actuación en Argentina en 1981. Pese a todo, llenó estadios, cosechó aplausos y millones como en sus buenos tiempos. Con los años y los excesos jugándole en contra, fue retaceando sus apariciones públicas conforme los achaques se le hacían menos manejables. Aunque a fines de los ochenta completó dos giras por todo Estados Unidos acompañado por Sammy Davis Jr., Liza Minnelli y Shirley MacLaine. Simpatizante histórico del Partido Demócrata, recibió sendas condecoraciones por parte de dos presidentes republicanos: Richard Nixon y Ronald Reagan. Pero como contracara
vio partir, antes que él, a sus amores de antaño y sus amigos de siempre: Ava Gardner y Sammy Davis Jr. en 1990, Dean Martin en 1995. En 1994, mientras interpretaba My Way —A mi manera, vaya declaración de principios para los finales— en un concierto, se desvaneció y fue hospitalizado. Querían dejarlo en observación pero no aceptó. Prefirió refugiarse en su avión privado, con su vaso de whisky y el humo de sus cigarrillos favoritos en los pulmones. «El aire fresco me hace vomitar», decía con frecuencia. Murió cuatro años más tarde, el 14 de mayo de 1998. Pidió ser enterrado con un paquete de Camel sin filtro y su imprescindible botella de Jack Daniel’s. Como epitafio hizo grabar en su lápida el título de una de sus canciones más conocidas: The best is yet to come. Lo mejor está por venir. Si hay vida más allá, Sinatra parece tener buenos planes para ella.
Simpatizante histórico del Partido Demócrata, recibió sendas condecoraciones por parte de dos presidentes republicanos: Richard Nixon y Ronald Reagan. Pero como contracara vio partir, antes que él, a sus amores de antaño y sus amigos de siempre: Ava Gardner y Sammy Davis Jr. en 1990, Dean Martin en 1995.
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Yamila Peñalver Cien botellas en una pared, cien botellas en una pared, si una botella se ha de caer…
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omó la decisión de espiarle una mañana al cruzar frente a su puerta y sentir aquellos gritos. Gritos de mujer. De mujer maltratada por un hombre. Un hombre que, entre golpe y golpe, a ratos, también la ofendía: ¡Cállate, estúpida! ¿Estás loca? Pese a sus buenas costumbres pegó la oreja a la puerta y contuvo la respiración. Fue inútil. Del otro lado, cual si presintieran la presencia de intrusos, optaron por el silencio. Otro día se lo tropezó en el parque camino del mercado, zaran-
deando a una gordita con cara de buena gente, y a paso rápido se alejó sin ser vista para ocupar un banco cercano. Nunca pudo contenerse ante las intimidades humanas. La gordita en cuestión intentaba escapar del agarre y el tipo la sacudía aún con más fuerza, e incluso le dio dos bofetadas, antes de dedicarse a la insólita tarea de desabotonarle la blusa. Por suerte no andaba casi nadie por los alrededores, sólo ella y un viejo que volvía de comprar el periódico (el pobre debió poner los ojos como platos al ver a aquel troglodita
de barba blanca, todo desarrapado, sobándole los pezones a una gorda que se desgañitaba del dolor). El troglodita se llamaba Moisés; aunque por su manera de caminar, los ojos inyectados en sangre bajo las gafas oscuras, la risa luciferina y ese olor peculiar mezcla de sudor, perfume caro de hombre y efluvios de alcohol con algún componente indefinible, cualquiera hubiera podido confundirlo con el propio anticristo. Sus apartamentos quedaban uno encima del otro, ella en el piso de arriba. Gracias a eso pudo
cuento informarse también sobre diversos asuntos antes de llegar a catalogarlo como una seria amenaza. Sabía, por ejemplo, que guardaba un rencor eterno, una rabia absoluta contra «ellos», «los otros», «canallas», «estúpidos», «bastardos representantes del género humano», blanco indispensable de su odio mortal. Estaba convencida de que habría muerto de no poder denostar contra todos y todo lo existente; pero eso no le hacía especialmente peligroso en su opinión, así que apenas se preocupó (los primeros días luego de mudarse para el edificio), al escucharle despotricar, a horas tan sublimes como las que las personas utilizan para dormir, acerca de cualquier bazofia que le pareciera digna de interés. Debió, no obstante, acostumbrarse a permanecer despierta hasta que el tipo caía rendido por el exceso de alcohol, y muy pronto acabó por aficionarse a escribir de madrugada. Claro que muchas reuniones del cdr fueron convocadas (en cada cuadra un comité y en cada barrio Revolución); pero no dieron ningún resultado. Cierto que alguna que otra vez vino la policía y se lo llevó a dormir la mona tras las rejas; eso cuando le daban las tantas en su espectáculo y alguien con teléfono no los dejaba dormir a «ellos», «los otros», «los fianas», y entonces no les quedaba más remedio que venir a buscarlo. Porque de la cárcel, así con mayúscula, lo salvaba su abultada historia clínica, y de Mazorra, ese otro lugar hecho a su medida, el pequeño detalle de tener una familia que podía, según las instituciones pertinentes, hacerse cargo. Pero estas cuestiones pasaron a ser secundarias cuando el tipo empezó a ponerse violento. Primero, la pateadura a aquella infeliz que tildaba de loca mientras la golpeaba; después las vejaciones a la pobre gordita a plena luz del día en medio de un parque. ¿Hasta dónde sería capaz de
llegar? Escritora al fin, llegó a imaginar las más terribles historias. El juego a la postre le resultó tan divertido que decidió escribir una novela tomándolo como personaje. Y de pronto, ¡zaz!, el asunto tomó un cariz imprevisto. De la noche a la mañana, la misma gordita buena gente acabó por enredarse en una absurda relación con el loco del vecino, pese a todas las señales que le auguraban un terrible desastre. ¿Cómo puede ser tan tonta?, pensaba nuestra flamante literata (comenzando a creer que quizás la inocente fuera la víctima de los párrafos iniciales de esta historia). ¿Cómo ayudarla? Ocurrió entonces otro suceso inesperado. Resbalar con una cáscara de plátano, incidente manido, tanto en la televisión como en el cine, suele suceder a veces con más frecuencia de la que se cree; pero que le sucediera a ella, Eva Luz de La Portilla, resultaba inconcebible. Siempre se había fijado muy bien por dónde iba, so pena de tropezar y caer, en un mundo tan convulso como el nuestro. Debía reconocerlo sin embargo: resbaló, se cayó en plena calle (con gran estrépito incluso) y fue a dar, contra todo pronóstico, a los pies de Moisés. No entendía nada ella, barruntó él en lo alto, que para eso de estarse cayendo las mujeres tenían el uno. Eran torpes, muy torpes casi siempre; mejor dicho, siempre, que ni su madre se salvaba del flagelo de la estolidez. Y es que había que ser estúpida, tarada, trozo de imbécil, para no ver una cascarita en el pavimento, y si esperaba que le hiciera el favor de ayudarla estaba muy jodida, que mucha preocupación traía ya con andar a la caza de los infames, tunantes y cuantas ratas apestosas pululaban por la ciudad. Porque La Habana puede ser una ciudad muy sucia, ¿lo sabías?, continuó como si tal cosa, mientras Eva intentaba incorporarse ante la
El troglodita se llamaba Moisés; aunque por su manera de caminar, los ojos inyectados en sangre bajo las gafas oscuras, la risa luciferina y ese olor peculiar mezcla de sudor, perfume caro de hombre y efluvios de alcohol con algún componente indefinible, cualquiera hubiera podido confundirlo con el propio anticristo.
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indiferencia de su mirada, el dolor recorriéndole cada parte del cuerpo (dolor y no vergüenza, que caer, lo que se dice caer, puede pasarle a cualquiera, incluso a una escritora de cierto éxito. Ya conocía ella a muchos que también habían caído y de alturas lamentables). Hay suciedad de muchos tipos, basura para todos los gustos, seguía Moisés. Es interesante la basura, permite conocer a la gente, hurgar en sus miserias, saber qué comió, cómo vive y hasta lo que piensa. Porque el hombre piensa como vive, eso lo dijo Marx; aunque seguro no lo sabes, las mujeres nunca saben nada. De todas formas ese era un farsante igual que los demás, con lo mal que vivía y mira sobre todas las cosas que tuvo tiempo de pensar. A otro con ese cuento... Pero bueno, Engels lo mantenía precisamente para que pensara, se dijo sin dejar de observarlo, aún adolorida, en el momento en que tornaba a enfrascarse en otro complicado diálogo. …que al final todos nos volvemos basura y de la peor clase, pútrida e insignificante, pasto de los gusanos
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y un sinfín de alimañas. La muerte es la magnificación de la basura, la basura en su más alta expresión, y la vida otro tanto, peor que peor… Y deja de mirarme de ese modo o tendré que espantarte un tortazo, no me gusta que me miren. A ella le interesaba la violencia en cualquiera de sus manifestaciones; pero no estaba dispuesta a sufrirla en su persona, por eso, desde la posición en que se encontraba, se fue levantando como pudo, apoyando primero un pie (el izquierdo, para que no vayan a acusarla de supersticiosa) y después el otro, para volver a caerse en el acto. ¡Ahora sí!, parece que me torcí el tobillo y no hay un alma por todo esto. Porque no podía dejar de extrañarle (je, je) que a las tres en punto de la tarde aquella cuadra se encontrara tan repentinamente desierta, cosa que no ocurría ni siquiera muy temprano en la mañana. Mire, le dijo tratando de ser amable, no puedo caminar y necesito llegar hasta mi apartamento, le ruego que me ayude, es en el tercer piso. La miró con espanto y ella se preguntó si alguna vez habría sentido compasión por alguien, para responderse enseguida que si no lo hizo era inútil culparlo, pues estaba claro que nadie la sentía por él. Daba lástima, pero se cuidó mucho de decírselo, no fuera a ser que en realidad le pegara, no le creía capaz
de digerir una muestra semejante de afecto. En fin, él la miró con espanto y luego se echó a reír con su risita diabólica, encendió un cigarro y continuó observándola, al parecer, analizando la situación. Puedo subirte, concedió por fin, ¿y tú qué me darías a cambio? El colmo de la desfachatez. ¿Qué se pensaba ese loco? Eva volvió a pararse, apretando los dientes, y le dio la espalda en pos de la entrada del edificio. Cada salto le parecía una eternidad; de pronto sintió que la aferraban por detrás levantándola en peso, un brazo bajo su axila y el otro bajo las corvas. No se detuvo hasta el segundo piso, donde sin mucho esfuerzo la apoyó contra la puerta (en ese momento le recordó al Viejo y, sin poder evitarlo, le vino a la mente también el Asesino) para sacar la llave y abrir. A pesar del peligro que podía significar estar a solas con un tipo semejante, no se molestó en protestar: jamás pensó que alguna vez pudiera husmear en su guarida. La casa resultaba tan o más desastrosa que el dueño, un paraíso de la mugre y el reguero más atroz. La dejó en la sala sobre una butaca desvencijada que olía muy mal y se perdió en una de las habitaciones (la cocina, quizás. No estaba segura con aquel desorden) para regresar con una botella que se empinó de golpe hasta quedar sin resuello. Volvió a encender un cigarro, dos, atiborró de humo la habitación, y entornó los ojos para observarla. Era muy fresca ella, le dijo por fin, mira que pedirle ayuda como si fueran viejos conocidos. Que ni le pasara por la cabeza tomarle el pelo, nadie lo había hecho en mucho tiempo. Que no dudara que podía eliminarla, desaparecerla, reducirla al sueño eterno; era cosa fácil eso, y después se iría él mismo a dormir de lo más tranquilo.
La muerte en su boca adquiría el significado del descanso, la tonalidad salvadora de los dioses, algo sin mucha complicación, el paso fugaz de un estado a otro, de la existencia a la nada (uy, qué miedo). Aunque mirándolo bien, no le pareció un asesino; al menos, no de los clásicos, de esos que premeditan y calculan. Eran sólo un hombre y su delirio: violentos, descarnados; pero comunes a fin de cuentas. Le resultó entonces mucho más interesante que al principio. ¿Qué hizo para terminar de ese modo? ¿En qué momento decidió tirar su vida por la borda o qué extrañas circunstancias lo impulsaron a hacerlo? Él, en tanto, continuaba expulsando humo, pródigas volutas grises que se deshacían con lentitud. Tiene muchos libros, le comentó Eva por decir algo, señalando el gigantesco estante que cubría toda una pared. Moisés enarcó las cejas. ¿Qué sabrás tú?, se burló. No poco, soy escritora. Bah, una profesión de mierda, en su mirada brilló el desprecio. ¿En serio?, ella pasó la vista sobre los gruesos tomos. En ese caso, ¿por qué los conserva? Porque me da la gana, y cállate de una vez. Por lo pronto prefirió no enfurecerle y acogerse al silencio; poco después fue él quien habló: conservaba los libros porque no molestaban, no hacía falta vigilarlos, se estaban quietos en su lugar y punto. No eran complicados los libros; a lo sumo, extensos e incomprensibles sólo para los tontos. Nada que ver con los seres humanos, tanto ruido y al final, muy pocas, poquísimas nueces. Interesante razonamiento, aunque fácil de rebatir para una interlocutora tan avezada: Es posible, pero los libros, al fin y al cabo, son obra de la inteligencia humana. Definitivamente se había propuesto sacarlo de quicio. ¿Qué buscaba? ¿Sostener un debate interminable? ¿Confundirlo? Que se fuera
Resbalar con una cáscara de plátano, incidente manido, tanto en la televisión como en el cine, suele suceder a veces con más frecuencia de la que se cree; pero que le sucediera a ella, Eva Luz de La Portilla, resultaba inconcebible. Siempre se había fijado muy bien por dónde iba, so pena de tropezar y caer, en un mundo tan convulso como el nuestro.
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A pesar del peligro que podía significar estar a solas con un tipo semejante, no se molestó en protestar: jamás pensó que alguna vez pudiera husmear en su guarida.
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olvidando de eso, jamás le haría tragar sus embustes. ¿Para qué me trajo entonces?, aprovechó Eva la oportunidad. ¿Su hija no viene hoy? La última pregunta dio justo en el blanco. Furioso le increpó: ¿De qué hija hablas? ¿Estás loca? Daba risa, para Moisés, rey de los desequilibrados, todo el mundo parecía estarlo más que él. Esa muchacha que suele visitarlo, continuó ella como si tal cosa. No era su hija, sino apenas un incordio, un torpe remedo de mujer que se veía obligado a soportar. De buena gana la espantaría. ¿Y cuál es su nombre?, quiso saber Eva con impaciencia. Zeta… se llama Zeta, ¿puedes creerlo? Ni siquiera perdió tiempo en cuestionarse el nombrecito (no iban por ahí quienes se hacían llamar Equis, Ele o Eme, ¿por qué una Zeta tendría que escandalizarla?). Y bien, insistió, ¿vendrá hoy a visitarlo? Eso no le importaba un carajo, ¿quién le dijo que podía ir por ahí metiéndose en los problemas ajenos como un vulgar policía? Una, en todo caso, una vulgar
policía, aunque sin dudas la comparación le gustaba. Más por lo de vulgar que por lo de… en fin, a ese ritmo iba a terminar orate igual que el tipo. Quizás lo mejor fuera hacer las cosas de otro modo. Mire, le propongo un trato, lo miró de frente y le dirigió su más amable sonrisa. Empecemos de cero, ¿quiere? A fin de cuentas somos vecinos, tenemos que seguirnos viendo a diario… Me llamo Eva, Eva Luz de La Portilla, y le tendió una mano que él nunca llegó a estrechar. Así que Eva… rumió apenas por lo bajo y nuestra heroína, para su disgusto, alcanzó a notar que ahora la miraba de forma distinta. Al menos de su desprecio evidente se salvaba con la amable indiferencia de los que se saben superiores. Para su asombro repentino carecía de defensas. Queriendo salir del paso preguntó: Y a esa Zeta, ¿la conoce desde hace mucho? Si algo no soportaba de las mujeres (si es que quedaba alguna cosa que soportara de ellas) era esa
obstinación rayana en la imprudencia. ¿A qué venía tanto interés por semejante esperpento? ¿Qué podía importarle un ser tan insignificante, nimio, prescindible, baladí, insulso y falto de atractivo como aquel? Eva sonrió. En su modesto criterio, alguien en pleno uso de sus facultades mentales, pero tan ingenuo como para escoger entre todos los amantes posibles a un tipo casi esquizoide, sólo por encontrarlo sumamente apetitoso (entiéndase: bueno, buenísimo, tronco de macho), merecía sin dudas toda la atención del mundo. Me gustaría conocerla, comentó como al descuido. Moisés negó con la cabeza. ¿Por qué no? Mejor se tragaba la lengua de una puñetera vez o se la haría tragar él. Dejó la botella sobre el piso y se movió hacia la butaca con gesto amenazador. Ella de nuevo optó por callarse. ¿Es cierto que fue usted jurista?, volvió a la carga, sin embargo, al cabo de un rato. La mirada del hombre se mantuvo impasible mientras daba cuenta de los últimos restos de alcohol, terminó por hacer una mueca indefinida y contestó: Puedo ser lo que tú quieras, para eso eres la escritora. No le prestó mucha atención al énfasis puesto en la última palabra. ¿Por qué dejó de ejercer?, preguntó en cambio, para arrepentirse enseguida al verle recorrer la habitación a grandes trancos, deshaciéndose en escarnios a cual más peyorativo. La llamó retardada, taruga, mostrenca e infame, así, en orden ascendente. Mira que preguntarle eso. Ella, la miserable autora de sus días, la causa de todos sus problemas, que le endosaba compañías que nunca le pidió. Con qué derecho, a ver, ¿con qué derecho le inventó una vida tan absurda? De La Portilla, como suele decirse, no salía de su asombro. Sólo atinaba a abrir más y más los ojos, como intentando atrapar una realidad empeñada en desvanecerse.
Los pocos tornillos que le quedaban los acaba de perder, se dijo. ¿No comprendes?, seguía Moisés. Claro, qué vas a entender tú… Es cierto, gracias a ti fui un honorable jurista, alcancé incluso una magistratura en el Tribunal Supremo de la República, ¿y todo para qué? Pues para que un día se te ocurriera dejarme en la calle, sin trabajo, sin familia, convertido en un loco de mierda. ¿De qué diablos habla? Probablemente la estaba confundiendo con alguien. Lo peor, sin embargo, fue descubrir el engaño, prosiguió él cada vez más descompuesto, la terrible farsa que nos hiciste vivir. El más grande embuste que se haya visto jamás. Acabó por sentir miedo, era muy miedosa ella y, en su imprudencia, vino a parar a manos de aquel desquiciado, un lunático del que ahora no encontraba cómo librarse. Oiga, le dijo, cálmese un poco, le aseguro que… ¿No se daba cuenta?, Moisés la aferró por los pelos. Ninguno existía: Zeta, Linda, Alix vivían confinados por siempre a las páginas de su última novela. Entonces, quiso saber ella, aturdida por el dolor y lo absurdo del incidente, ¿cómo podían coincidir los dos justo en ese momento en la misma habitación? ¿No eran reales acaso la suciedad, el desorden y aquel terrible arranque de ira? Bienvenida al club, tonta, se burló él con desgano; se trata sólo de otra historia en manos de una aprendiz. De buena gana acabaría contigo; pero no puedo sin su consentimiento, en el fondo sospecho que quiere perdonarte y hasta podría jurar que te admira... Eva por un momento deja de observarle concentrada en sí misma, luego comienza a repetir por lo bajo cierta tonadilla infantil. Una a una escucho las botellas estrellarse contra el piso, mientras la cuenta se reduce peligrosamente a cero.
Yamila Peñalver Rodríguez (La Habana, 1978) Licenciada en Psicología y egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Finalista del Concurso Nacional de minicuentos Casa Tomada (2006) y mención en el certamen Celestino de Cuento 2011 y 2012. Próximamente aparecerá publicado en la colección Analekta de la Editorial La Luz, su libro Menos de cien botellas. 47
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regalo Selva Almada
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uso la caja cuadrada, de cartón, enorme, envuelta en papel estraza y asegurada con varias vueltas de piola, sobre la cama de los padres y se sentó al lado con las manos cruzadas sobre las rodillas. La habitación estaba en penumbras, con los postigos cerrados. Hacía calor. Uno de los perros, el galgo atigrado que dormía en la cama de la hermana, abrió un ojo ámbar y la miró sin levantar la cabeza apoyada en las patas delanteras. Movió la cola finísima, larga y dura como un látigo, sobre las sábanas revueltas y volvió a caer en el sueño. En el sopor de ese verano interminable, seco, que abre rajas en la tierra del ancho del dedo de un hombre. Miró de reojo la caja. Sentía en los labios la raspadura de los troncos colorados de la barba de tres días del Gringo.
Había bajado de la F100 flamante, roja, con los parachoques cromados. Una camioneta nueva con cada cosecha. Había salido del interior de cuerina negra cubierta de polvo del camino y pisado el suelo con sus botas también recién compradas, de cuero de yacaré y puntas de acero, los vaqueros roñosos, bien ajustados, marcándole la hombría. Ella y la hermana, un paso detrás del padre, lo recibieron en la entrada. La madre se había quedado bajo los árboles, esperanzada de que el Gringo, en este viaje, le trajera al hijo. Pero no. Vino solo. Antes, los cuatro, el padre, la madre, la hermana y ella estaban despatarrados en las sillas, en la sombra de las copas inmóviles pues no corría una gota de viento, callados porque parecía que hasta hablar daba más calor. La madre abanicándose con una revista vieja. Ella fue la que se puso de pie de golpe y dijo:
—Viene el Gringo. Oigo su camioneta. Parece imposible reconocer el motor de un vehículo que cada vez es uno nuevo, pero la madre acierta siempre. Sexto sentido. O instinto materno. O rara habilidad en una mujer que no se destaca por sus habilidades. El padre había hecho un gesto, desacreditándola, pero igual los tres pararon la oreja. Y sí, a lo lejos se escuchaba algo. El padre se levantó de la silla y caminó unos cincuenta metros hasta la entrada. Se puso la mano sobre los ojos. Vio la polvareda y delante un punto metálico moviéndose a toda velocidad, tomando rápidamente el contorno de un coche. Podía ser el Gringo como cualquier otro, pensó para sí por no dar el brazo a torcer. La hermana y ella también abandonaron sus asientos, pero se quedaron en el lugar. La hermana se puso en puntas de pie como si desde allí pudiera ver algo la muy tonta.
relato La madre se agarraba el escote del vestido con un puño como si el corazón fuera a saltarle del pecho. Recién cuando la trompa de la camioneta apareció en su campo de visión, las chicas corrieron atrás del padre. La madre no. Se quedó en su sitio con la revista colgando de una mano y la otra mano en el surco de los pechos, seguramente rezando para que Dios pusiera a su hijo en el asiento del acompañante. El padre y el Gringo se abrazaron, se estrecharon las manos, se palmearon las espaldas, volvieron a abrazarse. La hermana también fue y lo abrazó al recién llegado. Ella le sonrió, pero no se movió. Ya estaba grande para ir a colgarse del cuello de un hombre. El Gringo bajó varias cajas y dejó para el final la caja más grande. —Ah, esta te la manda especialmente para vos —le dijo. Ella se adelantó para agarrar la caja y el Gringo no terminó de soltarla del todo.
—Si no me das un besito no te la doy. Ella tironeó un poco. —Sin beso, no hay regalo. ¿O querés que le diga a tu hermano que sos una desagradecida? Ella estiró la cabeza por encima de la caja y besó la mejilla áspera del hombre. Tenía un olor dulzón a tabaco y caña Legui. Entonces él soltó la caja bajando los ojos por la blusita translúcida y la pollera corta que dejaba al aire las piernas con la erupción tenue de las primeras afeitadas. —Le voy a decir que se le está poniendo linda la hermanita —dijo en voz baja. Y enseguida: —Y usted, madrecita, no piensa venir a saludarme. Ella se metió con la caja en la pieza. No se animaba a abrirla. Quería retrasar todo lo que pudiera el momento. Su hermano había comprado un regalo para ella. Especialmente, dijo el Gringo. ¿Ha-
El padre y el Gringo se abrazaron, se estrecharon las manos, se palmearon las espaldas, volvieron a abrazarse. La hermana también fue y lo abrazó al recién llegado. Ella le sonrió, pero no se movió. Ya estaba grande para ir a colgarse del cuello de un hombre.
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Pero el Gringo es el patrón y eso hace la diferencia. Es el patrón de su hermano y en cierto modo de toda la familia que espera los giros y las encomiendas que el hermano manda, desde Formosa donde trabaja los campos del Gringo.
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bría pensado en ella y buscado el objeto? ¿O habría visto el objeto y pensado inmediatamente en ella? Cualquiera de las dos opciones estaba bien. Su hermano, a quien no veía desde hacía tres años, le había mandado un regalo en una caja muy grande. No parecía tratarse de los frascos de agua de colonia que solía enviar. Ni de los jabones con formas de corazón o trébol que daba pena usar de tan amorosos que se veían, ni de los estuches de maquillaje que seguían intactos en un cajón de la cómoda porque el padre no la deja pintarse todavía. Tampoco de las blusas bordadas y con festones que son preciosas pero tampoco las usan porque estarían muy de moda allá, pero acá. Todo comprado en la frontera con Paraguay. En el mercado negro, había escrito su hermano en una carta y ella sintió el vértigo de la ilegalidad, del contrabando.
El Gringo no es tanto mayor que su hermano. Pero el Gringo es el patrón y eso hace la diferencia. Es el patrón de su hermano y en cierto modo de toda la familia que espera los giros y las encomiendas que el hermano manda, desde Formosa donde trabaja los campos del Gringo. Con lo que el padre hace acá en el campo, con la sequía de este año y las vacas que se caen de flacas, no podrían vivir. ¿Pensaría en serio el Gringo que ella se estaba poniendo linda? Desde afuera le llega el rumor de la conversación animada, risueña, que crece bajo la sombra de los árboles. Seguramente el padre sacó la damajuana del pozo de agua donde la sumerge para que el vino se mantenga fresco. Es probable que el Gringo se quede a comer como siempre que viene. Se queda a comer y el padre y él se emborra-
Puso la caja cuadrada, de cartón, enorme, envuelta en papel estraza y asegurada con varias vueltas de piola, sobre la cama de los padres y se sentó al lado con las manos cruzadas sobre las rodillas (…). Miró de reojo la caja. Sentía en los labios la raspadura de los troncos colorados de la barba de tres días del Gringo.
chan como si el Gringo no fuese el patrón sino un hijo más. Pero ahora está claro que el Gringo no es como su hermano. Siente los labios cortados por la barba del Gringo como si hubiera atravesado desnuda un monte de espinillos. Le da vergüenza salir ahora después de esconderse en la pieza como un animal arisco. Con qué cara caer bajo los árboles ahora que están todos alegres y achispados. ¿Qué habrá adentro de la caja? No puede adivinar así que fantasea con cosas improbables. Como un mono marrón clarito con una larga cola que le permite agarrarse de las ramas de los árboles, de esos que el hermano contó en una de las cartas que hay pila en el Norte. Pero si fuera un mono, la caja tendría agujeritos para que respire. El galgo atigrado gime, se le encrespa el lomo y le tiemblan los carrillos enseñando la doble hilera de dientes afilados. Está soñando quizá una pelea de perros. Este galgo participó y perdió en una carrera de caza a la liebre. Fue por unos meses una gran promesa para su padre. Lo crió y lo entrenó, pero puesto en la pista fue un fracaso. Al galgo lo trajo el hijo, de cachorrito, y le metió en la cabeza al padre que ganarían fortuna. Se apuesta fuerte en las carreras de galgos, eso es verdad. Pero el hijo se fue dejando al perro, una preciosura de animal, con el cuerpito
marrón y las rayas oscuras, la cara picuda. Se fue dejando la promesa, como dejó los huevos de tortuga enterrados en el patio. Hace un rato, en cierto modo, el Gringo le ha dicho que ella promete ser una mujer hermosa. Pero a su edad, que no es mucha ni es poca, ha visto tantas promesas romperse en el aire. ¿Para qué sirve una promesa si no se cumple? Se va haciendo la noche. Por las hendijas de los postigos le llega el olor a leña quemada. Están preparando un asado. En algún momento habrán salido en la camioneta velocísima a comprar la carne y más vino y tal vez sidra helada para las mujeres. Su hermana habrá ido con ellos, seguro. El galgo se espabila. Se estira sobre sus cuatro patas largas y flacas. Si no oliese tanto a perro podría pasar por un gato grande, por lo delicado. Salta de la cama, sus uñas negras se clavan en el piso de tierra, acomoda las vértebras del esqueleto, bosteza abriendo su fino hocico y sale por la puerta al patio, la noche, la fresca. Ella se decide y desanuda los piolines, rompe el papel —oyó que romper el papel trae buena suerte—, abre la caja. El acordeón a piano verde niquelado, con sus teclas de nácar, resplandece como una de esas víboras gigantes que, dicen las cartas de su hermano, son muy comunes por allá.
Selva Almada Vive en Buenos Aires. Es la autora de la no ficción Chicas muertas y de las novelas Ladrilleros y El viento que arrasa, entre otros libros de cuento y poesía. Su obra está traducida a varios idiomas. Codirige el ciclo de lecturas Carne Argentina. El cuento El regalo fue publicado por primera vez en la antología Timbre 2 (editorial Pulpa, 2010) y ahora forma parte del libro El desapego es una manera de querernos, que saldrá en noviembre, en la editorial Random House. 51
Que consiento en mi morir…
Jorge Manrique
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Mansas sombras dormidas sobre mi corazón anochecido. Vas llegando, mi paz. Vas llegando a mi cuerpo, ya extenuado. Vas muriendo, mi decaída, mi tenue luz nublada. Vas muriendo, mi luz. El corazón, tranquilo, va aquietando su alocado latir. Soledad, revuelta soledad, a tu campo turbado va llegando mi paz. Tus manos. Tus labios. Tu dulce cuerpo mío. Toda tu vida tuya, tan mía, ya perdida. En mi tranquila sombra, ya inundada de paz. Larga mirada. Larga. Hoy que mi corazón va aquietando su paso. Hoy, ya nublada mi luz. Tus labios, en mi vida, dándome el agua clara de tu último dolor. Tu mirada, en mis ojos, recogiendo mi última luz. Mi luz, ya amortecida, y la luz tuya confundidas. Aquí en medio de mi sombra «Que te sea la tierra liviana» quieren tus labios dulces. Mi cuerpo ya extenuado, va encontrando por fin su tranquilo morir. Tu guerra, tu batalla, vencida ya por esta mi eterna, mi tranquila, mi única paz.
Apagada mi voz, voy cerrando mi pecho, donde tú, la que vive, la eterna, la viviente, dulce, clara, tranquila, has llenado mi vida. Vuelvo hacia ti, mi tierra. Vuelvo, a fundir mi cuerpo con tu cuerpo. A fundir mis pupilas con las claras corrientes de tus aguas. Vuelvo hacia ti en comunión perfecta. Fuera, fuera de ti, nunca he vivido; pero hoy a unirme vuelvo, a reclinar mi frente en tus brazos oscuros, en comunión perfecta. Vuelvo hacia ti, mi tierra, a renacer en ti, eternamente. A renacer en ti. En mi eterno morir, hay una cruz callada frente a mis ojos fríos. Llega, llega mi paz. «Que te sea la tierra liviana», dicen tus labios míos. Vuelvo hacia ti mi tierra. Pesa sobre mis ojos tu viejo polvo oscuro, madurado en los siglos. Aquí, aquí está mi garganta presta a volverse polvo. Presta a volverse polvo mi palabra. Vuelvo, extenuado, a ti, tierra, mi tierra, lleno de voluntad hacia tu polvo. Clara y pura, tu luz llenando está mi última mirada.
(Quito, 1935)
centenario
Tiniebla Conozco desde siempre, desde antes del primer día, toda esta oscura historia. Sé cómo crece el grito, cómo se corta el aire. Veo saltar la sangre, veo cegar un ojo, morir una paloma, anegarse una casa, flotar un ahogado, aguas de pesadilla, huir, mientras la sed quema la voz. Conozco esta tiniebla, esta sed, este grito. Oscura, oscura, oscura, negra tinta regada sobre un ojo sombrío. Conozco yo estas uñas, este pie de caballo ciego, esta garra de zorra. Conozco esta ceniza impalpable y ardiente lloviendo sin cesar sobre el alma incendiada. Siento esta sed. Quiero esta sed, esta candela. Arde el aire, arde el mar, arde la sangre. Veo, arder una llama que alimentan oscuros, negros, tenaces, fieros, hoscos gritos sedientos. Esto no tiene fin, esto no tiene alma ni cabeza, esto es sólo una sed, una tiniebla, un ansia. Es sólo una perpetua tiniebla sin amparo. Conozco esta casa en ruinas, este cristal trizado, esta cabeza rota y este ojo saltado. Conozco esta desdicha. La conozco. La odio. Quiero herirla también. Quiero llorarla. Quiero una lluvia larga que la moje y derrumbe. Quiero un rayo, un cuchillo, un suave gato negro. Conozco esta espantosa tiniebla encenegada, por tus sombras camino sin tropiezo ni duda. Conozco ya este clima, este aire, esta hondonada, y en su sombra me entrego, me recojo y me lloro. Estoy aquí perdido, estoy ciego y atado. Conozco esta tiniebla, tengo sed de una luz, Y no sé de una luz, y me pierdo y entrego. Llevo hasta mi garganta mis manos enlutadas y me hundo las uñas en mi voz tenebrosa.
Alejandro Carrión (Loja, 1915 – Quito, 1992) Escritor y periodista. Miembro de Número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, así como de la Academia Ecuatoriana de Ciencias Sociales y Políticas y del Grupo América de Quito, Vicepresidente de la Unión Nacional de Periodistas. Director de la revista política La Calle (que fundó, en 1956, con Pedro Jorge Vera) y de Letras del Ecuador, publicación literaria de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Colaboró en diarios y revistas como La Tierra, Sábado, El Comercio, Últimas Noticias, El Sol, El Universo, La Razón y El Tiempo de Bogotá. Fue redactor del diario Las Américas de Washington y de la revista Vistazo. Entre su producción literaria política tenemos: Luz de nuevo paisaje, Aquí, España nuestra, Poesía de soledad y el deseo, Tiniebla, Agonía de árbol y de sangre, Los compañeros de Don Quijote. En 1986 se le confirió el premio Eugenio Espejo. Ganó el premio de Mary Moorss Cabot de periodismo de la Universidad de Columbia, Premio Losada de Buenos Aires. Murió el 4 de enero de 1992 en Quito.
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Llegué para ser servido
Hernán Rodríguez Castelo
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Tomado del catálogo de la exposición.
A
brir una nueva muestra de Washington Mosquera es abrir puertas hacia nuevos ahondamientos, nuevos virtuosismos de oficio y acaso enfrentamiento de algún nuevo reto. Que en la presente es lo que sorprende: él, que es finísimo oficiante de los pequeños formatos y las miniaturas, ha arremetido con el gran formato. Y hay la tela de ese más bien para él inusitado formato en que se lo siente casi desconcertado por ese amplio espacio vacío en que ha sentado al personaje de formal traje amarillo entre pensando y posando. La primera victoria debía darse con ese gran espacio para vencerlo y, de ser posible, adensarlo de valores visuales, aunque fuesen puramente cromáticos y texturales, y
enriquecerlo de claves de sentido. Y se ha logrado en ese Primavera vino a la fuente morada, en que la perspectiva construida con elementos geométricos dio otra dimensión al espacio y se enriqueció el juego con texturas —alguna un rico textil—, con el fino trabajo del cielo y el agudo contraste entre el elemento vegetal de bullentes formas y rica cromática que parece agazaparse en la esquina inferior derecha y los bloques de severa geometría. Y en otras piezas con algún espacio en el que se han situado elementos ajenos a ese espacio se ha creado una relación enigmática entre ese espacio-mundo y el existente o perplejo o vacío. O esas cosas, que han cobrado la sólida consistencia del buen dibujo, incitan a leerlas como signos.
paleta
Primavera vino a la fuente morada
Rica dimensión sígnica cobran, en virtud de este juego, los elementos del bodegón Llegué para ser servido con el pez flotando en ese vacío de amarillos encaprichadamente trabajado. Y el vacío del espacio vacío —este de evanescentes azules monetianos apenas iluminados de cálidos— configura el clima existencial para el personaje de paletó ocre y sombrero negro ensimismado con algún perplejo pensamiento o algún perturbador recuerdo. Pero en la mayor parte de las telas, en que no se instaló el vacío y los espacios no fueron sino fondos o ambientes para figuras, rostros o escenas, el artista trabaja a gusto y aferra con sus maduros poderes de fino dibujante y seguro alquimista del color y la materia, emociones, recuerdos, pensamientos. Nuevos asedios a su mundo interior de los que torna con rico botín. Siempre le sedujo la magia y la maravilla, y eso que marcó su estilo hasta hacerlo inconfundible está, por supuesto, vivo en estos paneles del santuario de su imaginación creadora.
Pero en la muestra siento algo nuevo. Aunque no supiera que el joven artista —a sus algo más de sesenta años sigue joven— ha permanecido meses en España, Países Bajos e Italia viendo pintura y deslumbrándose ante las lecciones que desde esos lienzos plenos de vida y de sabidurías le han leído —en el viejo sentido que desde el medievo tuvo este leer lecciones el maestro— esos grandes maestros, en estas telas está la confesión y testimonio.
Siempre le sedujo la magia y la maravilla, y eso que marcó su estilo hasta hacerlo inconfundible está, por supuesto, vivo en estos paneles del santuario de su imaginación creadora. Qué confesión más franca y cálida de admiración por el enorme maestro es esa versión personalísima de Las Meninas. En el escenario armado por Velázquez, las tres figuras, pero aún sin posar para el exigente don Diego. Pienso que este inagotable Velásquez ante cuyas magistrales telas se habrá quedado deslumbrado, casi perplejo ante milagros como el cuadro de Las lanzas, le ha dado a nuestro artista lecciones que aún fructificarán en su obra futura.
Se pasean las infantas de Velázquez
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Pero en la mayor parte de las telas, en que no se instaló el vacío y los espacios no fueron sino fondos o ambientes para figuras, rostros o escenas, el artista trabaja a gusto y aferra con sus maduros poderes de fino dibujante y seguro alquimista del color y la materia, emociones, recuerdos, pensamientos.
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Personaje Veneciano
Y Goya. Goya le ha seducido con su poder de hacer mágico lo que toca, en ese largo espectro que va de lo negro a lo festivo. En la muestra de Mosquera hay muy poco de sombrío. Su versión de lo mágico tiene siempre, hasta en lo menos claro, toques de luz. Y en sus rostros —¡cuántos, qué bellos, qué insinuantes los rostros de esta muestra!— y personajes se siente la seducción de flamencos y venecianos. Como para darnos una pista ha titulado un cuadro Personaje veneciano. Pero no hacía falta: su Zapatera es veneciana y es veneciano su Personaje de otros tiempos o esa dama con el libro abierto. Y el Espié por el cerrojo da la clave de tantas miradas como furtivas a gentes de esos tiempos fastuosos de fasto que culminaba en su fijación por los artistas cortesanos. Pero hay más seducciones de la cultura y arte de tiempos ilustres
que da forma a inquietudes actuales del artista. Lo que acontece en la tela Migrantes en el gran vuelo de la barca. En Europa, más allá de la iluminada serenidad de los grandes museos, se habrá asomado a la enorme tragedia de los migrantes. Sus migrantes son herederos de esos viajes de tiempos heroicos en busca del vellocino de oro. En fin, con todo esto, la muestra es una expresión visual nutrida por nostalgias. De lo vivido a —esto aun más intenso— lo que se habría querido vivir. Lo clásico, lo medieval, lo renacentista. Pero antes de dejarla hay que volver a los rostros. Cada uno es un mundo. Un clima espiritual. Los ojos con mirada hacia el pasado, hacia el futuro, hacia el propio interior, hacia nada. Con originalidades, casi deliciosas extravagancias, como las damas con el sombrero-pez.
Y los ojos: allí están las claves de vida y mundo. De todo ese peso de vida y mundo que da su gravedad a esta exposición que a una ligera y superficial mirada podría parecer simple alarde de preciosismo y oficio.
Migrantes en el gran vuelo de la barca
Washington Mosquera (Quito 1953)
Espié por el cerrojo
Dibujante, pintor, grabador, con estudios en el colegio de Artes Plásticas de la Universidad Central, el Athelier de Gráfica Druckwerkstatt Berlin, Alemania y en Israel. Desde 1974 incursiona profesionalmente en el arte principalmente como dibujante, ilustrador, de periódicos, libros y revistas, firmando bajo el pseudónimo de ‘El Discípulo’, hasta 1980 cuando empieza a firmar con su nombre. Ha realizado 28 exhibiciones individuales a partir de 1974 y 44 colectivas en varios países de América, Europa y Oriente Medio. Ha sido invitado a Bienales Internacionales en La Habana, Valparaíso, Barcelona, El Cairo, entre otras. Ha ilustrado varios libros, periódicos, revistas; además, realizó y dirigió escenografías para cine y televisión. Ha obtenido varios reconocimientos a nivel nacional y mundial.
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Christian Jiménez Kanahuaty
Z
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umbido (451 Editores, 2010), Los estratos (Periférica, 2013) que ganó el premio Otras voces, otros ámbitos en 2014 y la reciente novela Ornamento (Periférica, 2015) son el material literario sobre el que esta reseña se centrará. Y tratará de indagar a partir de ellas algunas de las claves que muy probablemente estén presentes en la nueva narrativa latinoamericana contemporánea de formas muy variadas y dosificadas. Juan Sebastián Cárdenas nació en Popayán en 1978 y es también traductor. La labor de traducción implica pensar al mismo tiempo dos lenguajes y dos tipos de poéticas. Es decir, dos maneras de mirar y estructurar el mundo y quizá por ello, uno de los principales rasgos de las novelas de Cárdenas sea el juego constante con el lenguaje y con las palabras. En primera instancia quisiera que se entendiera por lenguaje también discurso, porque ésta fórmula nos ayudará a ingresar a un mundo estructuralista. Me explico. En las tres novelas del autor colombiano, los juegos binarios entre bien/mal, orden/desorden, lejos/ cerca, limpio/sucio, oscuro/luminoso, memoria/olvido y quietud/ movimiento se establecen como los motores de sus novelas. Zumbido, Los estratos y Ornamento son nove-
las de viajes, pero el viaje a veces es físico a través de un territorio que se puede denominar como ‘urbano’ en genérico porque lo integra tanto una parte moderna como una postergada, degradada, pobre, y otras, el viaje presentado es más bien psíquico. Allá donde en 2010, a través de Zumbido, el viaje tenía que ver con el recorrido de la ciudad, cinco años después en Ornamento, el viaje es más hacia la conciencia. En algunos pasajes de ambas novelas las drogas en forma de frutos jugosos y en otros pasajes las drogas fabricadas en laboratorios, ayudan a los personajes principales a dos cosas: la primera es a asumir su entorno y la segunda a verse mejor a través ya no de los ojos de los demás personajes de la trama, sino que se ven mejor a sí mismos, como en un acto de desdoblamiento, donde las acciones realizadas son vistas justo en el momento en que se realizan, como si uno fuese actor y espectador al mismo tiempo. Quizá por esta razón la primera voz del singular sea la voz preferida del autor. A través de ella la trama va adquiriendo forma y movimiento. Se dinamiza conforme el ‘fluir de la conciencia’ se va organizando y va recordando aquello que pensó ya haber olvidado. Aquí es necesaria una anotación.
En las novelas de Cárdenas el lector encontrará aquello que dijimos que era un juego binario. Sabemos que la construcción por binarios opuestos abre la posmodernidad, pero dentro de ese modo de pensar y catalogar la realidad, Cárdenas parece no sentirse tan cómodo. Para ser más claros, Cárdenas profesa una fe en la duda. Hay una política de la sospecha constante en las tramas de Cárdenas, sus personajes y, por ende, también sus acciones, siempre están puestas en duda. La duda como principio metodológico ayuda a ver lo que hay alrededor y les ayuda a ellos, en tanto personajes, a verse a sí mismos y poner a prueba sus creencias. Es por ello que cuando piensan en, por ejemplo, el color blanco, inmediatamente después piensan en lo negro, pero incluso van más allá. Se preguntan sobre lo negro, y piensan en los mejores argumentos para reforzar y aceptar que aquello que vieron al principio como blanco, en realidad, es negro. Su principio podría asimilarse con el de la dialéctica, pero entendemos que la dialéctica implica una síntesis; y lo curioso en el caso de las novelas de Cárdenas es que ésta o no aparece de forma explícita o es dejada a discreción de los lectores, lo cual, dicho sea de paso, hace de las novelas de Cárdenas una obra abierta.
geografías Y la noción de obra abierta, como aquella en permanente construcción, nos ayudará a entender el siguiente aspecto notable de la narrativa de Cárdenas. Allá donde escritores como Rodrigo Hasbún, Esteban Mayorga y parte de la narrativa de Félix Bruzzone borran el entorno y el lugar donde suceden sus historias, en Cárdenas, como en Samanta Schweblin, Valeria Luiselli, Guadalupe Nettel y algunos de los momentos narrativos de Sergio Chejfec, existe la necesidad de configurar el espacio. Hay la impronta por nombrar el entorno y las edificaciones ya no son simples espacios por donde transitan los personajes, o construcciones habitacionales, sino que son personajes también de la trama. Y que obviamente, por esto mismo, también transmiten sensaciones, como ocurre por ejemplo en los espacios abiertos y lúgubres de Zumbido, y los lugares por los que en Los estratos el personaje acompaña a una ex psiquiatra en busca de la chatarra que le sirve de materia prima para sus transacciones, y aquel otro espacio donde ella misma los restaura, para finalmente encontrarnos con ese otro espacio casi aséptico, planteado en Ornamento. Hay, por tanto, una mirada arquitectónica en Cárdenas, y eso hace que sus novelas no estén solamente pobladas por seres que podrían tener sus vidas en cualquier otro escenario topográfico, sino que son seres que viven y que quizá, aunque esto parezca un exceso, sólo tienen razón de ser en una latitud específica como la colombiana, y más aún, la bogotana. Volvamos ahora sobre el lenguaje: ya desde Zumbido hay una propuesta sobre el lenguaje. Recordemos esa grabación que sirve para que en esta novela se inicie un gran culto sacro y pagano (una vez la suma de contrarios da un resultado
acalorado) y que derivarán casi irreversiblemente en Ornamento en el discurso de aquella mujer (paciente número 4) que una vez sometida a un tratamiento con una droga, empieza a hablar en sueños. Este acto de ‘asociación libre’ es más o menos la revelación del acto de creación. Es casi un acto performativo. Es decir, sus personajes hacen cosas con palabras. Crean realidades y nos envuelven en ellas, y ellos mismos son inducidos por ese discurso que no se cansa de nombrar y de referir hechos; hechos que en muchos de los casos siguen repercutiendo en el presente. Así, quizá, la memoria también juega un rol decisivo en la obra de Cárdenas y esto si bien puede no ser tan claro en Ornamento o en Zumbido, sí lo es en Los estratos. La asociación libre es la forma más interesante en que una palabra nos remite a otra por una cadena de imágenes que en muchos casos no están del todo aclaradas. Y en este sentido, lo que el lector encontrará en estas tres novelas es una forma donde la exploración narrativa está unida a la exploración verbal. Es un tejido que al final, uno nota como el subsuelo de la trama que uno acaba de ver, contemplar, y sí, también de la cual uno acaba de salir. Porque esa forma técnica ayuda a que el que lee las novelas no sea solamente un lector, sino un participante de esas tramas. Cárdenas logra meterte en ellas, tanto por la construcción del espacio, como por el lenguaje que usa a través de cada uno de los personajes; y de este modo, se puede decir que la novela responde a una coralidad de voces (e identidades) que ayudan al que está leyendo las novelas a interactuar (e identificarse) con eso que está escrito en las páginas. Quizá otro de los factores determinantes en la obra de Cárdenas sea un discurso que también hace gala de la ironía para no sólo sacar-
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En las novelas de Cárdenas el lector encontrará aquello que dijimos que era un juego binario. Sabemos que la construcción por binarios opuestos abre la posmodernidad, pero dentro de ese modo de pensar y catalogar la realidad, Cárdenas parece no sentirse tan cómodo. Para ser más claros, Cárdenas profesa una fe en la duda.
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le partido a las situaciones que de otro modo podrían ser melodramáticas, sino que la ironía aparece justamente para ensamblar con verosimilitud aquello que justamente por su carácter de estrambótico podría no ser aceptado por el lector. La ironía ayuda a que también las novelas dejen más preguntas que respuestas y, en ese sentido, no sean un panfleto o una novela moral, sino que sean, al final de cuentas, novelas que implanten ideas en los lectores. Ideas que en muchos casos, como en el de los desperdicios que se usan para construir luego objetos de arte que serán vendidos a coleccionistas, nos plantean primero el juego sobre la crítica del arte contemporáneo y la restauración y en segundo lugar nos plantean algo que también Valeria Luiselli nos sugirió en la novela La historia de mis dientes (Sexto piso, 2013), que es el hecho de que los desperdicios, los objetos y las mercancías tienen un valor, pero ese valor ya no es el valor de uso, sino que es un valor afectivo y más aún su valor está fijado por las historias que contienen esos objetos. Luiselli desarma el discurso de la experiencia del trabajo y pone los afectos como protagónicos; en el caso de Cárdenas lo que sucede con los objetos es su inscripción en la reafirmación de las leyes del capitalismo. Los objetos valen según y conforme a las horas socialmente necesarias para su elaboración. Y esto también es así porque el trabajo también encuba el ocio y el tiempo de descanso que es algo que está muy presente en las novelas del autor colombiano. Y es interesante notar cómo el dinero y el trabajo y la construcción y fabricación de los objetos hoy empieza a ser de nuevo motivo de indagación por medio de la narrativa, toda vez
que se entendería que es justamente la crítica al capitalismo lo que no está en duda en estos momentos, lo que nos hace pensar en el carácter mismo de nuestras críticas, es decir, que se presentan más dudas sobre nuestras propias críticas y esto genera que nos posicionemos frente a ellas, para de nuevo criticar o para ver qué más hay dentro de ese discurso que se refuerza constantemente a pesar de nuestras acciones. Y esto es aún más perverso cuando ya en Ornamento las drogas adquieren casi la pátina de lo doblemente artificial. Una droga creada en laboratorio ayuda a las mujeres en determinados instantes de sus vidas. Y las mujeres más allá de que puedan parecer mercancías y objetos que están al servicio de la ciencia porque ayudarán a probar la eficacia o el desastre de una droga, nos ayudan a ver que las drogas o mejor dicho el discurso sobre las drogas, es también poroso porque ya no se trata sólo de drogas duras, sino de ‘drogas de diseñador’ que si superan la prueba, pueden llegar a comercializarse sin problemas. Digamos para volver un poco más sobre el capital, que el neoliberalismo se enquista tanto en la sociedad moderna que ya encuentra con mucha más facilidad lugares donde puede reproducirse y normar. Lo farmacéutico, la chatarra, el arte contemporáneo, la religión son sólo algunas de las facetas que Cárdenas nos muestra como aquellos lugares donde todo funciona en base a un valor que se traduce en una determinada cifra monetaria. En ese sentido, la obra de Cárdenas nos ayuda a preguntarnos sobre los lenguajes, sobre las funciones del arte y sobre la relación capital-trabajo que existen en la actualidad en las ciudades de América Latina.
Y es posible que lo que él dice esté mucho mejor planteado que las investigaciones sobre la mercantilización del género o la sobreexplotación de los trabajadores, o las relaciones migratorias y las desigualdades sociales inherentes a la permanente diferenciación de clases sociales, lo cual implica pensar desde su narrativa en cómo las jerarquías cuando se intentan desmontar, inevitablemente montan otras jerarquías que pueden parecer mejores que las anteriores, pero que luego, inexorablemente, se degradan y terminan dañándose. Así, la obra de Cárdenas implica repensar la narrativa actual desde otras preocupaciones y desde una mirada más teórica y consciente del propio oficio de la escritura. Implica pensar la literatura no como algo aislado de los otros conocimientos sobre lo social, sino como integrada a ellos, y que las voces narrativas, junto con el paisaje que las envuelve, son tan importantes para el desarrollo de una historia como aquello que se intenta contar. Y finalmente, que la novela, más allá de lo que dicen escritores y críticos agoreros, no es un género muerto y no está en desventaja con la televisión o las series televisivas, o el cine, sino que va incorporando de todas estas otras experiencias elementos que la nutren y la reconfiguran, generando así un organismo ya no unicelular sino multicelular capaz de mutar constantemente y de incorporar desde la historia las distintas oralidades, la violencia, el amor y sus formas dilatadas en que se hace presente en la modernidad y las dimensiones del arte ya no desde una mirada encantada y casi idílica, sino desde una posición situada desde la crítica y propositiva, lo cual hace que la novela sea como aquel organizador de
todos los discursos vivos de la sociedad. Algo que parece entender muy bien Cárdenas cuando por un lado sus personajes tratan de escapar de sus condiciones. La huida como motor de todo, en Zumbido porque la casa es el peor lugar al cual uno podría regresar, en Los estratos porque todos los lugares son mejores que donde se está y en Ornamento porque la vida con la posible nueva mujer (paciente número 4) es aparentemente mucho mejor que la que se tiene junto a la esposa. Y por otro lado, cuando estas tres novelas tienen como a sus principales motivadoras a mujeres, en las tres, la trama quedaría trunca sin la presencia de esos personajes. Y son estos personajes, el verdadero otro, el verdadero reverso de la vida, que junto con la ciudad, les devuelven a los personajes su forma corporal. Gracias a ellas, ellos son algo; son cuerpo y tienen voz. Y esta es la gran apuesta de Cárdenas. Decir que a pesar de la modernidad, del neoliberalismo, de las historias y sus crisis, de las verdades únicas y de sus detractores, aún los sujetos son entes corporales, vivos, únicos y solitarios que sólo buscan comunicarse con los demás, pero en su imposibilidad de entablar un diálogo por medio de un lenguaje óptimo, buscan huir, intentan reconstruir pasados o se refugian en el discurso de la ciencia. Tenemos por tanto, un escritor al cual no le da miedo ir a tientas y tampoco duda cuando es hora de sondear el exterior para reconocer otro tipo de pulsaciones. Leer a Cárdenas, además de ser una experiencia estética, es un acto de comunicación con uno mismo y con los demás, y es un acto también de confrontación con lo que uno cree que sabe y cree conocer.
En ese sentido, la obra de Cárdenas nos ayuda a preguntarnos sobre los lenguajes, sobre las funciones del arte y sobre la relación capital-trabajo que existen en la actualidad en las ciudades de América Latina.
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i la única certeza será saber que un día estuvimos aquí donde se aloja el humo de cigarro como ancianos en parques y que mi recuerdo se remita a un montón de cervezas vacías a una palabra suya intentando decir amor a una tarde de hojas secas y de un fotógrafo mirando la nada del día a cruzar el río en lancha y después besarnos en los ferrocarriles de la nariz del diablo a un sol llorando antes de diluirse en la noche a una canción que ud decía como sirena engañando marineros a una mañana de lluvia con el barro manchando sus tobillos a un pasillo que lejano sabía a trío de lagarteros con guitarra de palo y ahora para qué recordarla/ afuera existen vanos intentos de lluvia fallidas ganas de huir bajo el paraguas entre la música de grillos ocultos en los árboles para qué recordarla caracola perdida en un mar de arena es que el recuerdo es como un cangrejito sacando la cabeza del infierno *
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Podría decir que era un pecador que sus confesiones lo conducían al infierno. Creía en ángeles como en demonios. Desaparecer, huir tras la sombra es condenarse. Señor, sus extravíos inquietaban mis horas. Todo confesor es cómplice, un catador de faltas.
Si no expresamos el infierno la oscuridad nos condena. No pude ver su cara, pero estoy seguro que estaba marcado, que una cicatriz laceraba su rostro como latigazo del mal. Yo pecador me confieso, era la frase inicial. Luego saltaba pus. Escribía sueños, pesadillas. Cifraba su transcurrir. Anotaba versos como firmando su condena. ¿Amó? Amaba más con maldad que con ternura. Señor, sus extravíos inquietaban mis horas. ¿Mi Dios es ruin? ¿Dios eres ruin?
poesía * Dice el poeta a sus poemas en llamas: La poesía es ambigüedad erigida en sistema, su destino es emparejarse con el horror. En otro sendero, exclaman: Ábrete abismo, ten mi cuerpo, pudre mi palabra. Vagan, vagan las voces. * La noche es tejida por arañas. Veo pájaros, copas de agitados árboles, veo hojas resecas en el camino, mis manos aferradas al morral, veo mi sombra y a la otra no observada por su dueño. Avanzan como transportando un cadáver. Oigo mi respiración y la del otro. Escucho mis pasos, el incesante cabalgar de mi corazón, como lava de volcán desciende el sudor.
inhalar vidrio molido para volar sobre el pozo, irte al desamor a bordo de venas cortadas, escuchar una y mil veces esa balada que va directa a tu corazón. El amor es una cursilería que mata. Te impulsa a prometer el cielo desde el infierno mismo. Vender cuotas de amor eterno aunque luego se pudra en una botella. Jurar amar hasta la muerte cuando el olvido está en la esquina. Este sentimiento te lleva a tatuar corazones. en muros y paredes/ hojas de cuadernos y correos electrónicos. Corazones que laten gritando que estás vivo. El amor es una cursilería que mata. * No estoy para nadie. Afuera alguien está gritando locuras. Y muy dentro de mí también. Qué ocurre cuando te seduce la zona oscura. Qué.
* La tristeza llega puntual los domingos. Lo he leído mil veces ya, pero no me canso. He llegado a la conclusión de que uno de estos domingos. Me arrastrará al infierno. * El olor de la última mujer inunda mi cuarto. Está en cada pliegue de la almohada. La última mujer se ha llevado sus pertenencias, sólo quedan olvidadas hebras de recuerdos. * El amor es una cursilería que mata. Te impulsa a escribir versos que no dirías en otras circunstancias. Cuando usas máscaras. Cuando viajas con pasaportes falsos. Cuando te proteges tras cortinas de humo. Cuando te rigen códigos de vulgar hipocresía. El amor es una cursilería que mata, te impulsa a inyectarte veneno en la sangre,
Jorge Martillo Monserrate (Guayaquil, 1957) Ha publicado los poemarios: Aviso a los navegantes; Fragmentarium (Premio Nacional de Literatura ‘Aurelio Espinosa Pólit’, 1991); Confesionarium; Vida póstuma; Últimos versos de un poeta decadente; y El amor es una cursilería que mata (Premio Nacional ‘César Dávila Andrade’, 2009). Además es autor de los libros de crónicas: Viajando por pueblos costeños; La bohemia en Guayaquil & otras historias crónicas y Guayaquil de mis desvaríos. Próximamente publicará los libros de crónicas urbanas: El carnaval de la vida de Julio Jaramillo; Crónicas del Guayaquil profundo; y mantiene inéditos: Guayaquil me matas y otras descargas; Retratos de Guayaquil; A bordo de la crónica; Historias y personajes de la noche; Historias prohibidas de amor y sexo & otras crónicas que forman parte de la Serie: Crónicas del Guayaquil profundo.
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Escribo sobre hallazgos
de una vida
Insoportable existencia Sentida vida interminable Paso leve ÂżIgnoras algo? Momento total: Esa muerte cotidiana y esta vida (La mĂa) No la dejo.
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poesía Escribo sobre hallazgos de una vida Mi cuerpo retaguardia del tiempo Crea su origen Estoy marcada por un instante Casi inmaculado casi pagano Goza la erótica Su hermosa existencia Dentro de mí Fuera de mí.
Alzheimer Alzheimer, habitación vacía. Apagamiento. Borrón sin cuento nuevo. No desea nada. Nada sea. Así no será. Morir dentro de uno antes que fallezca el cuerpo. Éste aparece como una nuez seca. Sin sabor la lengua que no sabe. ¿Ya no sabe?…a
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La razón huye Del cuerpo humanamente bello e irreverente Maldito por no dejarse Se despoja de toda ligereza.
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Perforación No tuvo tiempo de preguntarse si quería nacer o no. Simplemente la bala perforó el vientre, traspasó el útero, rompió la tela, atravesó la placenta y remató como tiro al blanco en el cuerpecito. ¿Lo demás? Sacan la bala perdida alojada en la mujer. Enmudece la soledad de ser. El gatillo, la huella y el ataúd blanco. La madre vaciada.
Carmen Váscones Samborondón, Ecuador, 1958
Psicóloga Clínica. Libros: La muerte un ensayo de amores; Con/Fabulaciones; Memorial a un acantilado; Aguaje; Oasis de voces, Antología poética, en colección Palabra Viva, CCE. Ha sido publicada en antologías nacionales e internacionales y su obra traducida parcialmente al inglés, italiano, francés, polaco, alemán y portugués. Poemas tomados del libro El actuante o una vida innominada (inédito).
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Pedro Issac Barreiro
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odo hacía suponer que el gobierno estaba a punto de caer. En toda la ciudad no se hablaba de otra cosa, y, más bien, las personas especulaban acerca de cuándo se produciría la caída. El coronel estaba viviendo lo que parecían ser los últimos días de su mandato y en las calles y barrios la convulsión social había llegado a niveles explosivos, tanto por el impacto que en la conciencia colectiva causaban las permanentes denuncias acerca de los actos de corrupción atribuidos a numerosos funcionarios del régimen gobernante, cuanto por la exacerbación de las viejas frustraciones y desencantos de una población que sentía, una
vez más, que había sido traicionada por aquellos a quienes había elegido como sus conductores. Parecía que la población, sobre todo la quiteña, en un acto de catarsis colectiva, quería exterminar las evidencias del grave error cometido por ella misma en el momento de elegir a sus mandatarios. Todos los días y a cualquier hora se organizaban manifestaciones populares que recorrían las principales avenidas de la ciudad en señal de protesta por las mismas cosas que la gente siempre ha protestado: el alto costo de la vida, los bajos salarios, el enriquecimiento de unos pocos, los abusos de la autoridad, la posible alza del precio de los com-
relato bustibles, los escándalos ocasionados por unos cuantos funcionarios del gobierno, el crecimiento incontrolable de la pobreza, la injerencia norteamericana en los asuntos internos de nuestro país, etc., etc. Y como sucede en esas circunstancias, los gritos de la gente emergían y se abrían paso entre la maraña de pancartas y hojas impresas volantes que las personas llevaban y repartían de manera permanente mientras duraban las marchas. Se escuchaban frases que, aunque fueron acuñadas en otros países en momentos de grave efervescencia política, parece que quedaron destinadas a ocupar un lugar importante dentro de las ‘consignas’ que emergen de las gargantas de los manifestantes, y por tanto, resultan muy familiares y se las pronuncia a voz en cuello, de manera casi automática mientras las protestas avanzan y van tomando fuerza. Debe ser por eso que el conocido estribillo el pueblo unido jamás será vencido nunca falta y —estoy casi seguro de ello— es tarareado, aunque sea mentalmente, hasta por los tranquilos transeúntes que no se atreven a protestar en público, pero que comparten las mismas desesperanzas e ilusiones de aquellos que enfrentan, abiertamente, los riesgos de la insurgencia organizada. Pero también se escuchaban otras frases que, sazonadas con la tradicional ‘sal quiteña’, respondían a las emociones del momento y que, por su espontaneidad, su sonoridad y su gracia, contribuían a aligerar el esfuerzo de las caminatas y causaban verdaderas explosiones de alegría, indispensables para mantener en alto el ánimo de la protesta. De repente, salido de nadie sabía dónde, circulaba un pequeño papel impreso y al minuto siguiente ya todo el mundo estaba gritando: ¡Brasil ya tiene a Lula, nosotros una mula!
¡Brasil ya tiene a Lula, nosotros una mula! Y así, día tras día, una y otra vez, en las mañanas y en las tardes, ya sea bajo un sol que hacía reverberar el pavimento o bajo una llovizna que calaba los huesos, en medio de las estrechas y largas calles del centro histórico, la ciudad retumbaba al grito de: ¡Que llueva, qué chucha, el pueblo está en la lucha! ¡Que llueva, qué chucha, el pueblo está en la lucha! El descontento popular crecía con cada nuevo desacierto del gobernante y, poco a poco, se sumaban a las protestas no solamente más estudiantes, más empleados públicos, más obreros sindicalizados y campesinos, sino también grupos de jubilados y hasta amas de casa que, seguramente, nunca antes habían participado en este tipo de desfiles y que, por los encendidos colores que sus caras adquirían después de cada grito, se admiraban de escucharse a sí mismas pronunciando, a voz en cuello, tan efervescentes consignas. Una de esas frías y lluviosas tardes, de regreso a mi trabajo, caminaba, un poco apresurado, por la amplia vereda occidental del parque El Ejido, cargando, como siempre, mi maletín negro colgado del hombro, e intentando protegerme, con un despatarrado paraguas, de la ligera llovizna que comenzaba a caer sobre la ciudad. Me encontraba exactamente frente al enorme edificio de ‘El Seguro’, a la altura de una de las poco estéticas paradas del trole, cuando comenzaron a escucharse los característicos gritos de las protestas populares, el ruido de las miles de apresuradas pisadas sobre el pavimento, y uno que otro estallido producido por los lanzabombas que utilizan los policías en
Cuando llegamos a la parte central me sentí exhausto pero aliviado y orgulloso de mí mismo, pues, muy profunda y sinceramente, sentí que no solamente había hecho una buena acción, sino que, además, había puesto en riesgo mi propia seguridad en beneficio de otra persona —un perfecto desconocido—, a quien seguramente no volvería a ver nunca más.
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Todo hacía suponer que el gobierno estaba a punto de caer. En toda la ciudad no se hablaba de otra cosa, y, más bien, las personas especulaban acerca de cuándo se produciría la caída.
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tales circunstancias. Los manifestantes corrían en desbandada hacia el norte, por la avenida 10 de Agosto, perseguidos por un piquete de policías antimotines que se había movilizado desde uno de sus centros de operaciones ubicado en el edificio del Banco Central, frente a La Alameda. Y, por supuesto, apoyando la operación, también venía un pesado y ruidoso carro blindado —el trucutú—, cuya característica estampa es, desde hace algunos años, tan familiar a los habitantes de la ciudad Luz de América. A la cabeza del grupo en fuga venían, como era de esperarse, los más jóvenes: los estudiantes, que, cubiertos con trapos de cualquier color sobre sus cabezas, pero especialmente sobre sus caras, y con piedras y cuadernos en sus manos, se detenían con frecuencia para hacer frente a las llamadas ‘fuerzas del orden’ y para gritarles, a todo pulmón, el consabido «chapas hijos de tales y cuales» y, de inmediato, volver a emprender la carrera hacia algún lugar más o menos seguro. Formando la retaguardia del grupo, y con verdadera angustia dibujada en sus facciones, venían las personas comunes y corrientes, es decir la gran variedad de transeúntes a quienes estas ‘bullas’ les ocasionan trastornos de toda índole, desde alzas súbitas de la presión arterial, hasta trastornos digestivos, dete-
rioro de sus negocios, tropezones, caídas, pérdida de zapatos y, lo más común, ahogos y enrojecimiento de los ojos, la boca y los párpados. Y yo, que debía llegar a mi oficina, ubicada en el extremo sur de El Ejido, iba, como siempre, ‘en contravía’, es decir, directamente hacia el trucutú. El olor y la molestia causada por los gases lanzados por la policía eran cada vez más intensos y la gente comenzaba a desesperarse y a atropellarse a pesar de la amplitud de la calle. Todo el mundo corría y algunas mujeres se sacaron los zapatos de tacones para darle mayor comodidad y velocidad a sus piernas. En ese instante, cuando el ardor de los ojos era casi insoportable, y yo también comenzaba a contagiarme de la angustia, lo vi: venía entre los rezagados, abriéndose paso en medio del tropel de la gente en fuga, con los ojos desorbitados y la boca entreabierta, seguramente tratando de aprovechar el escaso oxígeno que quedaba entre tanto humo y tantas personas tratando de huir atolondradamente. Sus brazos y sus manos, transformados en verdaderas aspas, se movían con evidente desesperación haciendo girar las ruedas de su silla mientras trataba de mantener sobre sus escuálidas y, seguramente, inmóviles piernas, una pequeña caja de madera llena de caramelos, chicles y otras golosinas a los que intentaba proteger de la lluvia —que para ese rato ya era más intensa— doblando penosamente su cuerpo hacia adelante. Sin pensarlo dos veces, corrí a su encuentro, y, con los lentes empañados casi por completo, me coloqué detrás de él y comencé a empujar la destartalada silla de ruedas mientras sentía que por mis mejillas resbalaban gruesa gotas de lágrimas que, en ese momento, no sabía si eran por los gases lacrimógenos o por la desgarradora experiencia que en ese instante estaba viviendo. Nunca pensé que empujar la silla,
acomodarme los lentes, limpiarlos para poder mirar dónde pisaba, sujetar mi bolso que se resbalaba a cada instante de mis hombros, limpiarme la nariz y mantener el paraguas abierto para lograr al menos una precaria protección frente a la lluvia, me hubiera causado tanta dificultad. Me desesperaba por avanzar pero me faltaban manos para atender simultáneamente todas esas tareas imprescindibles en esos momentos. Mientras tanto él —el señor de la silla de ruedas— hacía también evidentes esfuerzos por evitar que con el sangoloteo al que yo lo sometía, se regaran sus caramelos, seguramente única fuente de ingresos para su alimentación y la de su familia. A pesar de todas esas dificultades, logramos dejar la calzada y subimos a la vereda, siempre con rumbo al norte pues yo pensaba que si llegaba hasta la avenida Patria estaríamos salvados. Por suerte, el piquete de policías se había detenido frente al edificio donde antes funcionaba el Banco La Previsora y desde allí continuaba manteniendo vivo el enfrentamiento, tanto verbal como a pedradas y bombazos con los manifestantes que se habían parapetado en las dos paradas del trole y detrás de las rejas de los graderíos externos de ‘la Caja’ del Seguro. Desgraciadamente, apenas habíamos recorrido unos cuantos metros por esa vereda, cuando nuevos gritos de los manifestantes pusieron en movimiento a los policías, dispuestos, sin lugar a dudas, a acabar de una vez con la insurrección y con los insultos que retumbaban en medio de los truenos y relámpagos tan característicos de las lluviosas tardes de los inviernos quiteños: ¡Qué llueva, que llueva el pueblo no se ahueva! ¡Qué llueva, que llueva el pueblo no se ahueva!
Nunca pensé que empujar la silla, acomodarme los lentes, limpiarlos para poder mirar dónde pisaba, sujetar mi bolso que se resbalaba a cada instante de mis hombros, limpiarme la nariz y mantener el paraguas abierto para lograr al menos una precaria protección frente a la lluvia, me hubiera causado tanta dificultad.
Así es que, apremiado por las circunstancias, e intentando alejarme lo más rápidamente posiblemente del lugar, decidí cambiar de ruta, guardé mis lentes en el bolsillo de mi empapado saco, y, en la primera oportunidad, ya medio a ciegas, instintivamente, desvié el vehículo con su valioso cargamento hacia el interior del parque por una de las tantas callejuelas que la administración municipal había pavimentado hacía pocos meses. Y por allí también escaparon muchas otras personas, seguramente en
busca de la protección de los viejos árboles que han logrado sobrevivir a pesar de su carga de años y de la contaminación de la zona. Cuando llegamos a la parte central me sentí exhausto pero aliviado y orgulloso de mí mismo, pues, muy profunda y sinceramente, sentí que no solamente había hecho una buena acción, sino que, además, había puesto en riesgo mi propia seguridad en beneficio de otra persona —un perfecto desconocido—, a quien seguramente no volvería a ver nunca más. Ya tranquilos —él y yo—, secándonos un poco las manos y la cara, nos despedimos con un apretón de manos, mientras escuchaba cómo me agradecía por la ayuda que le había prestado, sobre todo porque —según él— en esta ciudad, y peor en estos tiempos, era cada vez más raro encontrar personas dispuestas a ayudar a un inválido. Me emocionó mucho su sencillo discurso y le dije que si alguna vez nos volvíamos a encontrar, contara conmigo en caso de necesidad. Le dije que para eso estamos los seres humanos: para ayudarnos. Di media vuelta y, pensando en todo lo que había sucedido esa lluviosa tarde de marzo, me alejé hacia el sur con rumbo a mi oficina. Había avanzado unos veinte o treinta metros cuando, conmovido todavía, me detuve para darle un último vistazo a mi nuevo amigo. Él se había puesto de pie, se estaba sacudiendo la ropa, empezó a doblar cuidadosamente la silla de ruedas, y con un extenso plástico transparente que sacó de no sé dónde, la envolvió cuidadosamente. Encendió un cigarrillo, se puso la caja de caramelos bajo el brazo, y echando grandes bocanadas de humo se alejó, muy erguido y con paso casi marcial, hacia el tranquilo sector de la Casa de Cultura Ecuatoriana. Quito, marzo de 2005
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Alexis Cuzme
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l estampado de su camiseta negra, calavera-baphometcruz-invertida-sangre, resalta en la noche, mientras, un reflector cae sobre el cuerpo, lo visibiliza en el espacio, lo vuelve un ente de espanto. Su mirada, casi oculta por su cabellera, proyecta rabia. Y habla desde una oscuridad existencial, se remite a nombres extraños. Su voz electrizante suena como hierro golpeado. En su palabra fluye el metal… No, no es Dio, desplazándose sobre un escenario, interpretando sus himnos históricos. Empuñando una espada y diciendo «Holy Di-
ver». Cantándole a las voces extrañas. No, a quien me refiero es a uno de los miembros de aquella comunidad en crecimiento. Una comunidad que ni siquiera sabe que existe. La comunidad de los metaleros literarios. ¿Pero qué o quién es un metalero literario? ¿Se trata de un escritor que es metalero o un metalero que ha decidido escribir? ¿Qué elementos poseen en su personalidad o vestimenta para reconocerlos? Digamos que todos ellos tienen relación con la música metal, sea como oyentes o integrantes de
ensayo bandas. Han integrado en sus textos a personajes e historias relacionados a esta cultura. Pero lo más importante, todos ellos han sabido proyectar, desde sus distintas sensibilidades y estilos poéticos y narrativos, la esencia metalera: libertad, rebeldía, añoranza de cambios radicales, pero sobre todo develar una maldad que se consume diariamente, una maldad que rodea y desespera. Una maldad a la que le escriben con ira. No solo se trata de una comunidad que nombra y cita en sus textos a bandas locales o internacionales. Se trata de autores que son parte de la cultura metalera, activistas del metal que están dentro de este movimiento musical no ahora, sino hace varios años, que proyectan mediante su obra las distintas particularidades que los bifurcan en su postura de autores-metaleros.
Argentina y su Feria del Libro Heavy Ferias de libros existen en distintas ciudades y de distinta temáticas a nivel latinoamericano, pero nada como la Feria del Libro Heavy que el escritor Gito Minore creó desde su natal Argentina en 2013. Una propuesta osada que reunió a escritores vinculados al metal. El objetivo central era el reconocerse entre autores, discutir y generar un escenario de debate en torno al metal, sus protagonistas y quienes se encontraban detrás de todo este análisis: periodistas, docentes y escritores. Tres ferias se han realizado hasta ahora y producto de ellas se han publicado dos libros-memoria, donde constan ponencias, no solo de autores de ficción abogando por sus músicospersonajes, sino también trabajos de académicos que sostienen un discurso alrededor de temas coyunturales
dentro del metal, sea desde lo religioso, sexual o filosófico.
Chile y sus antologías metalenguaje En 2013 se hizo una convocatoria inusual a través de las redes sociales: se abría el concurso para enviar textos poéticos y narrativos a todos aquellos autores, a nivel latinoamericano, que tuvieran una propuesta vinculada al metal. El resultado sería la selección y publicación de estos textos en dos antologías. Antología metalenguaje, literatura y escena metalera, así se titularon los libros publicados en 2014. Uno con poesía y otro con narrativa. Así empezó a gestarse, desde Chile, la evidencia de que un movimiento latinoamericano existía, y que muchos de esos autores ya venían publicando en sus países. Andrés Silva Catalán y Pablo Lacroix son los editores responsables de que el metal y la literatura hayan encontrado la fusión adecuada para visibilizarse, no solo desde Chile, sino desde los países de los cuales provienen sus autores.
Sus voces suenan como hierro electrizante. Hablan desde una oscuridad existencial, se remiten a nombres extraños. Sus miradas, casi ocultas por su cabellera, proyectan rabia. El estampado de sus camisetas negras, calaverabaphomet-cruz invertida-sangre, resalta en la noche, mientras un reflector cae sobre sus cuerpos y los visibiliza en el espacio.
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El caso de Ecuador, aunque de menor resonancia, también posee voces poéticas y narrativas de autores vinculados al metal. No hay una comunidad como tal escribiendo y publicando en exceso. Menos reconociéndose desde sus pequeñas fronteras geográficas locales. Sin embargo existen. Escriben, publican, los leen y se promocionan.
Mayarí Granda
Ecuador y su generación oscura
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El caso de Ecuador, aunque de menor resonancia, también posee voces poéticas y narrativas de autores vinculados al metal. No hay una comunidad como tal escribiendo y publicando en exceso. Menos reconociéndose desde sus pequeñas fronteras geográficas locales. Sin embargo existen. Escriben, publican, los leen y se promocionan. ¿Cómo se los ha reconocido? Fácil: todos ellos poseen un nexo con el metal. Metaleros que decidieron escribir, que volcaron situaciones, personajes, escenarios
e irrumpieron con sus trabajos. Y aunque lo han hecho sigilosamente, su obra continúa circulando, alimentando el imaginario de la comunidad metalera literaria. Entre los miembros de esta ‘comunidad’ encontramos a los siguientes escritores, desperdigados en algunas ciudades del país: Marco Martínez, novelista, autor de El enemigo necesario, desde su natal Guayaquil hace que sus personajes recorran una urbe acelerada, tóxica, vista desde el margen, donde el metal y la vida transcurren como dibujos animados distorsionados. Una novela que le mereció el Premio Medardo Ángel Silva a mejor novela corta en el
2007, otorgado por el Ministerio de Cultura. José Núñez del Arco, poeta y narrador, autor de El aullido de las moscas, procedente también de Guayaquil. Un autor relacionado con el gótico. Un primer libro de cuentos donde el terror es la tónica para recrear situaciones y los personajes se enfrentan a tragedias urbanas enlazadas con mitos y leyendas de un horror descontrolado. Paulina Soto, poeta y narradora, desde Loja, no solo que denota el compromiso que puede desarrollar una autora metalera para vincular el metal a su trabajo literario. Sus libros Muchachas ocultas, Alas, Carias y puñaladas, registran a una narradora que busca develar el lado salvaje de una metalera. Pero también, y esto mediante su poesía, aboga por un misticismo desde la naturaleza. Una de las mayores exponentes de la figura de la metalera escritora es, sin duda, la poeta Mayarí Granda Luna, que desde Quito no solo se ha empoderado como la voz mayor de este movimiento, sino que ha construido una obra que habla del activismo metalero en esencia. Autora de los poemarios Desvaríos
No solo se trata de una comunidad que nombra y cita en sus textos a bandas locales o internacionales. Se trata de autores que son parte de la cultura metalera, activistas del metal que están dentro de este movimiento musical no ahora, sino hace varios años, que proyectan mediante su obra las distintas particularidades que los bifurcan en su postura de autores-metaleros.
de ciudad, Con una gillete en la lengua, Poemas para lunáticos, Bajo el signo de la bestia. Diego Rojas, desde Machala, también propone en su poesía una puesta en escena donde habita la esencia del metalero: vejado, luchando para que el sistema no lo aplaste, enfrentándose a una sociedad que ve con desconfianza a su alter ego, vinculado a una cultura ‘peligrosa’. Poetas y narradores que encontraron en la literatura la manera de complementar su arte. Muchos de estos autores son músicos. O estuvieron y están en bandas. Se han enfrentado al público como cantantes o tocando un instrumento, y también bajo el silencio atento de lectores que les siguen el rastro. Sus voces suenan como hierro electrizante. Hablan desde una oscuridad existencial, se remiten a nombres extraños. Sus miradas, casi ocultas por su cabellera, proyectan rabia. El estampado de sus camisetas negras, calavera-baphomet-cruz invertida-sangre, resalta en la noche, mientras un reflector cae sobre sus cuerpos y los visibiliza en el espacio.
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Enrique Males, amauta del canto y la poesĂa.
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partitura
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l lanzamiento del proyecto musical ‘Patsak Shimikuna, Patsak Yuyaykuna’ (cien voces, cien pensamientos), que inició en octubre del 2014 bajo la dirección, creación y composición musical de Enrique Males, se realizó en noviembre pasado en el Teatro Nacional de la Casa de la Cultura Ecuatoriana ‘Benjamín Carrión’. El proyecto consistió en agremiar a cien personas de diversas edades, pensamientos, profesiones, estratos sociales, niveles intelectuales, etc., para que aportaran escribiendo un párrafo sobre temas relacionados con el ser, la conciencia, la solidaridad, la hermandad, la madre tierra, la vida, el amor, la esperanza, entre otros. Estos pensamientos se convirtieron en canciones que se incluyen en dos discos musicales de Males. «Se trata de un proyecto colectivo, incluyente, en el que forman parte 150 personas. En esta creación musical intervienen músicos de una amplia trayectoria artística. Lo que se busca es involucrar en un trabajo artístico musical colectivo a diversas generaciones como incentivo de unidad, aprendizaje e inclusión con el fin de recuperar distintos factores esenciales de la vida, entre estos, la voz, la palabra, el pensamiento, el respeto, el compromiso, la diversidad, la esencia de nosotros mismos, elementos que repercutirán en lo individual y lo social. Queremos incentivar al público a sumergirse en el maravilloso mundo de los sonidos ancestrales andinos y latinoamericanos, fortaleciendo así los elementos de la cultura popular», señala el artista. Dentro del marco de la celebración de los cincuenta años de trayectoria de Males se llevaron a cabo, además, distintas actividades como el reestreno de la obra de música, poesía y video Rumiñahui cóndor indómito tres, fin de la trilogía de la reivindicación, que se realizó días después del lanzamiento del proyecto, en noviembre, en el Teatro Prometeo de la Casa de la Cultura. La obra «plantea concienciar sobre el verdadero valor del vientre de la Allpa Mama (Madre Tierra) que está en peligro de extinción, nos invita a retornar al sagrado círculo de nuestra existencia y comenzar a buscar su verdadero sentido; lo importante es saber que la vida es una cita sagrada y un inagotable reto». (Y.M.)
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Francisco Proa単o Arandi
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ensayo
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ebemos empezar por distinguir entre dos vertientes literarias que tienden a confundirse, puesto que abarcan elementos análogos: el realismo mágico y lo real maravilloso. Una y otra sustentan algunas de las producciones literarias más significativas de América Latina: entre las de índole mágico realista, la más trascendente, con seguridad, Cien años de soledad, de García Márquez; entre las pertenecientes a la estética de lo real maravilloso, las obras de Alejo Carpentier, en particular El reino de este mundo y Los pasos perdidos. Lo real maravilloso —tendencia más circunscrita al ámbito del Caribe (que Carpentier se propuso exaltar)— comporta una visión signada por (o más bien enfrentada a) lo insólito, lo extraordinario, lo maravilloso (valga la redundancia). El realismo mágico proyecta una visión más universal: indaga en la realidad, pero en una realidad que, en cualquier momento, puede ser invadida por sucesos extraordinarios, o, mejor dicho, a la que subyace, latente, un fondo de irrealidad, mito y magia que el autor revela de pronto como una forma de subrayar aspectos inéditos del mundo que narra y expresa. En el realismo mágico la realidad es confrontada, casi sistemáticamente, con la irrupción, muchas veces abrupta, de lo irreal o fantástico. Pero no se trata de literatura fantástica. Esta tiene como objetivo central la creación de un mundo absolutamente contrario a la realidad, paralelo o adverso; en todo caso, distinto. En contrapartida, la literatura de autores mágico realistas como García Márquez o Salman Rushdie mantiene siempre, a raja tabla, su cordón umbilical con la realidad, a la que ironiza y expresa mediante la metáfora poética. Hay en el realismo mágico un pacto implícito entre autor y lector:
la aceptación de un clima de verosimilitud en el ámbito espacio-temporal de la narración, por el cual las irrupciones de lo irreal son percibidas y aceptadas como ‘normales’ en el decurso del texto. En lo real maravilloso el autor describe lo sobrenatural o extraordinario de manera neutral, sin pacto implícito ni explícito por el cual el lector pudiera circunscribir la realidad de aquello descrito o revelado a los límites de las páginas de la novela.
Oralidad literaria precolombina Es de suponer que en el desarrollo de una literatura de carácter oral como la que existió en los territorios incaico-quiteños antes de la conquista española, habrían ocupado lugar privilegiado y recurrente los temas de carácter mítico fraguados en la imaginación de los pueblos originarios para explicar, explicarse y describir los hechos inherentes a su existencia en el mundo, el origen de la realidad y su devenir histórico. Aunque fuera del ámbito específicamente quiteño, puesto que fueron recogidos en el antiguo Perú, guardan un interés primordial en el sentido indicado los testimonios y relatos orales incluidos en el libro La lluvia, el granizo y los dioses de Huarochirí, suerte de Popol Vuh de la cultura precolombina extendida a lo ancho y largo del Tahuantinsuyo. Cabe puntualizar una realidad incontrovertible: cada etnia de las existentes en todos esos vastos territorios mantiene sus propias y peculiares cosmogonías, patrimonio de enorme riqueza y diversidad cultural y lingüística. Para el caso quiteño-ecuatoriano cabe citar, a modo de ejemplo, el mito de Pacha, recogido por el historiador Juan de Velasco, leyenda que por sus implicaciones míticas y trágicas es muestra de una literatura
Donoso Pareja señala la existencia de una continuidad de textos ecuatorianos, derivada, subraya, «de esta vertiente de nuestra narrativa encabezada por De la Cuadra con Los Sangurimas (1934), inscrita en lo real maravilloso, y, en muy menor grado, del realismo mágico tímidamente bocetado en Don Goyo (1933) y La isla virgen (1942), por Aguilera Malta».
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Otro importante exponente del realismo social, Demetrio Aguilera Malta, exploró, más allá de su adscripción a esta tendencia, temas que más tarde serían reconocidos como propios de una escritura realista magicista.
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oral fecunda, merecedora de mayores investigaciones. Según Juan de Velasco, el primer hombre, llamado Pacha, tenía tres hijos que debieron luchar con una serpiente gigantesca a la que hirieron de muerte con sus flechas. Al morir, el monstruo vomitó tanta agua que inundó la tierra, obligando a Pacha y sus hijos a refugiarse en la cumbre del Pichincha. Cuando comenzaron a mitigarse las lluvias, Pacha envió a una paloma torcaz —llamada quitu—, la cual regresó con unas hojas verdes en su pico. Seguros de que el diluvio había terminado, Pacha y sus hijos bajaron hasta la altiplanicie donde hoy se asienta Quito y repoblaron la tierra. Es interesante, en este mito, su conexión o coincidencia con los existentes en otras literaturas: la hebrea, con el mito de Noé; la caldea, con la historia de Gilgamesh. El historiador Jorge Salvador Lara se refiere así a esta historia: En este mito genésico, testimonio de los tiempos primeros, de cuando el hombre comenzó su lucha y agonía en tierra quiteña, ya aparecen los cuatro factores esenciales del drama de los tiempos: Dios y el demonio, el hombre y la tierra. Pacha, primer hombre y a la vez primer dios, generador de pueblos; el Pichincha, causa de destrucción con sus aluviones de agua y lodo, a veces también lava, vómito de las alturas que se desgalga por las serpentinas quebradas que caracterizan sus flancos, y a la vez monte protector, áncora salvadora para el hombre auroral; y Quito, plano intermedio entre la altura del monte y el abismo de las aguas empozadas.1 El hombre de estas tierras fue desde siempre capaz de imaginar historias por las cuales explicar sus orígenes y su historia, lo que constituye una verdadera literatura oral, o tal vez escrita, si los quipus incásicos fueron una forma de escritura
y no solo un sistema rudimentario de contabilidad. A la vez, ese fondo mitológico, y en general el conjunto de la cultura precolombina, ha persistido, pese a la represión, constituyéndose en una verdadera cultura de resistencia que hoy, al cabo de cinco siglos de ocultamiento, reaparece en la actual emergencia histórica y política de los pueblos originarios.2
Las primeras literaturas coloniales Un momento crucial en la evolución de nuestra literatura —la producida en el espacio humano de lo que hoy es el Ecuador— abarca los siglos XVI y XVII. Se registra entonces una concatenación de tendencias que, cada una con su peculiar especificidad, responden a una matriz vital e ideológica —hispano-barroca— que les brinda su especial fecundidad. Ellas son: las Crónicas o Historias de Indias; las Relaciones de los misioneros quiteños o que partieron desde Quito para evangelizar los pueblos de la Amazonía; y la literatura mística quiteña. Momento, no cabe duda, de singular vitalidad. Los Cronistas dejaban testimonio histórico y literario de lo que veían y vivían en medio del vértigo expansionista de la conquista española; los misioneros se revelaban como viajeros intrépidos y sagaces observadores; los místicos transponían todo ese ímpetu conquistador, evangelizador y exploratorio en textos de exaltada espiritualidad, como contrapartida interior a las gestas en marcha en el más amplio ámbito geográfico. ¿Qué fueron en esencia los Cronistas? ¿Sus obras pueden catalogarse de literarias? En rigor, las Crónicas o Historias de Indias son testimonios documentales escritos, en su mayoría y con la excepción
del Inca Garcilaso de la Vega, por europeos. Agustín Cueva3 señala que se trata de textos no literarios, «que apenas si esconden el propósito perseguido (servir a la explotación del Continente) y la visión instrumental que del Nuevo Mundo va gestándose, de acuerdo con los requerimientos implacables de la dominación». Hace falta, sin embargo, averiguar la visión del mundo sustentada por aquellos, entre los conquistadores, que asumían el papel de cronistas. Hombres como Gonzalo Fernández de Oviedo, autor de la Historia general y natural de las Indias; Pedro Cieza de León, autor de la Crónica del Perú, donde, al describir la geografía física y humana de una gran parte de lo que fue el Tahuantinsuyo, empieza por su región norte, es decir, Quito; o Miguel Cabello Balboa, autor de la Miscelánea Antártica y de la Verdadera descripción y relación larga de la provincia y tierra de las Esmeraldas. Citamos deliberadamente algunas de las Crónicas de Indias de más evidente valor literario, a las que añadiríamos, por su brillantez, los Comentarios reales del Inca Garcilaso, mencionado arriba. Hay dos elementos que, como un hilo inductor, identifican la visión del mundo de estos escritores. Un primer elemento es el haber reflejado artísticamente la realidad impactante y deslumbradora del nuevo mundo que se aparecía a los europeos: una escritura que prefigura ya, décadas antes, el apogeo de la lengua castellana en su obra suprema: El Quijote. Un segundo elemento está constituido por el específico contexto cultural —fundamentalmente novelístico— del que provenían los conquistadores. En efecto, puede rastrearse en las Crónicas las estructuras culturales propias del mundo europeo que acababa de emerger del Medioevo y emprendía la magna aventura del Renacimiento.
El europeo que llegaba a América en las postrimerías del siglo XV y principios del XVI traía en su imaginación un bagaje de historias y leyendas provenientes de una larga tradición, enraizada en el más profundo pasado medieval. A ello agregaba, en su mente, y posiblemente traía en sus baúles y alforjas, libros como el Amadís de Gaula, la Historia del Caballero Cifar, Tirante el Blanco, y, principalmente, Las Sergas de Esplandián, obras de gran éxito de masas y llenas de fantasías e historias que, al contacto con la desmesurada y desconocida realidad americana, abrían la imaginación a otras inéditas leyendas que, en varios casos, dieron motivo para expediciones muchas veces trágicas. Irving A. Leonard4 ha investigado este fenómeno y, entre otras cosas, cuenta cómo la propia Santa Teresa de Jesús fue muy aficionada a la lectura de estos libros y es probable que tal circunstancia haya influido en uno de sus hermanos, Agustín de Ahumada, quien en carta fechada en Quito el 25 de octubre de 1582 informaba al Virrey del Perú sobre la expedición que preparaba: «…quedo en esta ciudad, tratando con la Rl. Audiencia della que favorezcan y ayuden a que desta ciudad salgan conmigo hasta cien hombres, para yr en demanda de ver cierta provincia que unos vecinos desta gobernación dieron en ella y la vieron la más rica de gente y oro que se a visto, que lo que della cuentan y señas que dan, se cree sin duda debe de ser El Dorado, en demanda de quien tantas veces se an perdido mil capitanes y gentes y está tan cerca de Ávila, uno de los pueblos desta gobernación, que en ocho días de camino se está en ella…”.
La apelación constante a lo maravilloso dota de un espesor indudablemente literario a las Crónicas
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y las emparenta con el realismo mágico y, sobre todo, con lo real maravilloso, como tendencias que encontraremos siglos más tarde en la literatura latinoamericana del siglo XX. Esta vinculación no solo atañe al tema o temas, sino que es estructural: en el realismo mágico, por ejemplo, lo mágico y lo maravilloso se vuelven verosímiles en el contexto de la obra literaria. Así también encontramos esa percepción de verosimilitud en las Crónicas de Indias, como podemos advertirlo en la carta de Agustín de Ahumada. El momento inmediato siguiente a las Crónicas corresponde a las llamadas Relaciones de los misioneros, un momento que se adecúa al espíritu de la Contrarreforma propio de la España de Felipe II: ultracatólico y misionero. Entre dichas Relaciones se encuentran textos de indudable valor literario y, lógicamente, histórico, testimonial y científico, por lo que aportan al conocimiento de esas tierras
y pueblos. Allí también aparece la percepción de lo maravilloso o lo mítico. También, cabe añadir, se trataba de autores europeos, en su mayoría. El acompañante de Orellana en su gesta de descubrimiento del Amazonas, Fray Gaspar de Carvajal, habló ya en su Relación de las ‘Amazonas’, mujeres guerreras. En el siglo XVII, el misionero padre Rafael Ferrer incluye en su informe o Relación pasajes como el siguiente: «Preguntole un día a un indiano de edad y juicio: ¿de qué otras naciones situadas por las partes orientales tenía noticia? Mostrole el indiano un árbol elevado y muy frondoso, y cogiendo la más pequeña hoja de él le respondió: esto y nada más somos todos juntos los cofanes; todas las demás hojas que ves son tantas otras naciones desde nuestros confines, regadas por tantos ríos cuantas son las ramas del árbol, las cuales van a unirse con la madre de todos los ríos».5
El siglo XX Saltémonos la egregia figura de Juan de Velasco, cuya Historia del Reyno de Quito, escrita en su exilio italiano a fines del siglo XVIII, ha sido acusada de inverosimilitudes e invenciones por investigadores posteriores, circunstancia que, sin que logre apartarlo del gremio de los historiadores, lo sitúa como un auténtico precursor, al menos de lo real maravilloso de siglos posteriores. Benjamín Carrión quiso transponerlo a los dominios de la novela, como precursor de ésta en el Ecuador: «Nuestros grandes nombres no son, en la primera época, ni de novelistas ni de relatores: Espejo, Olmedo, Montalvo. Quizás sí existió una excepción: la del Padre Juan de Velasco, autor de la Historia del Reyno de Quito, cuya potencia de inventiva, de narración y cuento —de mitificación y mentira afirman los sabios— es realmente asombrosa. Pero, aun cuando al fantástico cronista de los shyris de Quito lo quisiéramos traer hacia los dominios de la novela, y abrir con su gran nombre el capítulo literario mejor y más logrado, ya ese nombre está definitivamente ganado por los historiadores, e inscrito a la cabeza de su lista. Eso mismo le pasó a Heródoto, el primer novelista de Grecia».6
Sorpresivamente, en el seno del movimiento social realista de los años treinta aparecen obras que la crítica posterior ha identificado como antecedentes del realismo mágico, cuyo apogeo tiene lugar en la década de los años sesenta. Dos autores, entre los de aquella generación, escriben textos que acusan claramente las características fundamentales de esa tendencia, demostrando, además, que el entorno natural y cultural que inspira sus
creaciones exige una expresión adecuada a su realidad, que es mítica y mágica. Esa necesidad daría lugar a una escritura mágico-realista y esos dos autores serían José de la Cuadra y Demetrio Aguilera Malta. Entre los varios textos de José de la Cuadra que se caracterizan por su aproximación a esa tendencia, sobresalen los cuentos La Tigra, Guásinton y Banda de Pueblo. Finalmente, podría decirse que su escritura adopta claramente las características del realismo mágico posterior en su novela corta, Los Sangurimas, publicada en 1934, y en una novela que dejó inconclusa, Los monos enloquecidos. En Los Sangurimas encontramos una verdadera cosmogonía expresiva de una realidad mítica, mágica, violenta, que se desarrolla en el espacio de una familia marcada por la presencia omnímoda de un patriarca ancestral y cuyos hechos y tragedias sintetizan, como treinta años después lo hará Cien años de soledad, la verdad íntima de la latitud latinoamericana, de su trópico y aún más allá. Entre los estudios y aproximaciones que se han hecho de la circunstancia precursora de la novela de José de la Cuadra, sobresalen los de Fanny Carrión de Fierro: José de la Cuadra, precursor del realismo mágico hispanoamericano (Ediciones de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Quito, 1993), y José de la Cuadra: del realismo social al realismo mágico. También cabe citar: Oralidad y lo mítico-maravilloso en la obra de José de la Cuadra (Diego Araujo Sánchez, en Revista Re/incidencias, No. 2, 2004); y el capítulo ‘De Los Sangurimas a Cien años de soledad’, de Miguel Donoso Pareja (en Nuevo realismo ecuatoriano, Eskeletra Editorial, 2002), aunque este cree que la novela de De la Cuadra estaría más cerca de la vertiente ‘real maravillosa’ que del realismo mágico propiamente dicho. La verdad es que la narración
…las interinfluencias actuantes en el universo de la cultura, ahora fatal o felizmente globalizada, gravitan también en la literatura, determinando ensayos escriturales de toda índole, y, sin embargo, persiste siempre, ineludible, en el horizonte, vívida, una verdad: que nuestra realidad seguirá siendo signada por lo maravilloso y lo mágico.
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La verdad es que la narración de De la Cuadra ‘recuerda’, treinta años antes, tanto la estructura esencial, como varias de las temáticas y el sentido general de la obra maestra del Premio Nobel colombiano.
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de De la Cuadra ‘recuerda’, treinta años antes, tanto la estructura esencial, como varias de las temáticas y el sentido general de la obra maestra del Premio Nobel colombiano. Otro importante exponente del realismo social, Demetrio Aguilera Malta, exploró, más allá de su adscripción a esta tendencia, temas que más tarde serían reconocidos como propios de una escritura realista magicista. Don Goyo (1933) tiene como personaje central, asimismo, a un patriarca ancestral, legendario, cuyo nombre da el título a la novela, en tanto transcurre su historia en un clima de relaciones humanas signadas, muchas veces, por un misterioso orden cosmogónico que impera implacable sobre los hombres. Más tarde, Aguilera Malta publicaría otras dos novelas que bien pueden catalogarse dentro de la corriente del realismo mágico: La isla virgen (1942) y Siete lunas y siete serpientes (1970). Entre los estudios sobre Aguilera Malta que subrayan, ade-
más, esta aproximación de Aguilera al realismo mágico, se destacan los de Jorge Dávila Vázquez (Demetrio Aguilera Malta, en Historia de las literaturas del Ecuador, vol. 6, 2007) y de María Soledad Troya (Don Goyo, el héroe cholo de Aguilera Malta, Quito, 1997). En 1972 se publica Bruna, soroche y los tíos, de Alicia Yánez Cossío, novela que su autora había titulado primero como La ciudad dormida y que habría sido terminada en 1965. Sin duda, se trata de una obra que, por sus temas, personajes, lenguaje y niveles llenos de misterio y desmesuras que desafían el orden lógico de la realidad, adscribe plenamente a la vertiente del realismo-mágico. Lo interesante es señalar que la obra cimera de esta corriente solo se publicaría dos años después, en 1967: Cien años de soledad, de García Márquez. Al respecto, lo significativo, dice el crítico Raúl Serrano7, es la adscripción (de Yánez Cossío) a una estética que, debe subrayarse,
se correspondía con una búsqueda, a nivel latinoamericano, de verdaderos parámetros identitarios y de renovación de la escritura —los años sesenta—, y que, en el Ecuador, tenía ya antecedentes como los citados arriba: De la Cuadra y Demetrio Aguilera Malta. Algo digno de señalarse en esta obra, a más de sus valores estructurales intrínsecos, es el hecho de que el clima novelesco mágico-realista tiene lugar en una ciudad altiplánica, recoleta y franciscana: Quito. Donoso Pareja, en el estudio antes citado,8 señala la existencia de una continuidad de textos ecuatorianos, derivada, subraya, «de esta vertiente de nuestra narrativa encabezada por De la Cuadra con Los Sangurimas (1934), inscrita, como hemos visto, en lo real maravilloso, y, en muy menor grado, del realismo mágico tímidamente bocetado en Don Goyo (1933) y La isla virgen (1942), por Aguilera Malta». Los textos que cita son: María Joaquina, en la vida y en la muerte, de Jorge Dávila Vázquez; Bruna, soroche y los tíos, de Alicia Yánez Cossío; y El triestino James-Joyce Francescoli, de Guido Jalil. Muchas de las novelas y relatos aparecidos en el Ecuador
de las últimas décadas, más allá de su adscripción a las diversas modalidades del realismo crítico o realismo abierto puestas en práctica a partir de la ruptura generacional de los años sesenta, denotan a momentos, y de manera deliberada o no, situaciones, hechos, personajes, en que la realidad-real es cuestionada y vuelta a ser proyectada desde perspectivas propias del realismo-mágico, sin que formen parte de esta tendencia. Una cosa es indiscutible: sin duda, la creciente urbanización de la sociedad, la simultaneidad de experiencias e información que hoy vivimos con el mundo en su conjunto, las interinfluencias actuantes en el universo de la cultura, ahora fatal o felizmente globalizada, gravitan también en la literatura, determinando ensayos escriturales de toda índole, y, sin embargo, persiste siempre, ineludible, en el horizonte, vívida, una verdad: que nuestra realidad seguirá siendo signada por lo maravilloso y lo mágico, por lo increíble y lo desmesurado, por lo misterioso y lo trágico, claves del arte, deidades que no han dejado ni dejarán de presidir los destinos humanos.
1 Salvador Lara, Jorge (1995). Breve Historia contemporánea del Ecuador. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica, pp. 31, 32. 2 Bolívar Echeverría ha reflexionado sobre el hecho de que en la aparente actitud ‘conformista’ del indígena ante la situación de dominación, anide nada más que el disimulo, como estrategia de sobrevivencia antes del día de su liberación (en ‘El ethos barroco’, Discurso crítico y modernidad, ensayos escogidos. Bogotá, Ediciones Desde Abajo, 3 Cueva, Agustín (1993). Literatura y conciencia histórica en América Latina. Quito: Planeta, pp. 5768. 4 Irving, Leonard A. (1083). Los libros del conquistador. La Habana, Casa de las Américas. 5 Rodríguez Castelo, Hernán (1980). Literatura en la Audiencia de Quito, Siglo XVII. Quito: Banco Central del Ecuador, p. 134. 6 Carrión, Benjamín (1950). El nuevo relato ecuatoriano, crítica y antología, Tomo I. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, p. 9. 7 Serrano, Raúl (2012). ‘Alicia Yánez Cossío’, en Historia de las literaturas del Ecuador, Vol. 8, Literatura de la República 1960-2000. Quito: Corporación Editora Nacional, pp. 127-128. 8 Donoso Pareja, Miguel (2002). Nuevo realismo ecuatoriano. Quito: Eskeletra Editorial, p. 28.
Francisco Proaño Arandi Novelista y cuentista. Nació en Cuenca, en 1944. En los años sesenta se vinculó a los movimientos de vanguardia de entonces. Participó en revistas como Z, Indoamérica, Procontra; junto con Alejandro Moreano y Ulises Estrella fundó la revista La bufanda del sol, y fue parte del movimiento ‘Tzántzicos’. Fue director de la revista Letras del Ecuador de la Casa de la Cultura Ecuatoriana (2002-2003); editorialista del diario Hoy, de Quito; miembro de la Casa de la Cultura Ecuatoriana; jurado de la I Bienal de Novela Ecuatoriana y en los Premios Aurelio Espinosa Pólit de la Universidad Católica de Quito. Jurado del Premio Casa de las Américas, La Habana, Cuba, 2008. Entre sus obras destacan: Antiguas caras en el espejo, novela (1984, Premio José Mejía Lequerica), Oposición a la magia, cuentos (1986), La doblez, cuentos (1986), Del otro lado de las cosas, novela (1993), Historias del país fingido, cuentos (2003, Premio Joaquín Gallegos Lara) y Tratado del amor clandestino, novela (2008, Finalista en la XVI edición del Premio Internacional ‘Rómulo Gallegos’ 2009). 83
Svetlana Aleksiévich
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or la noche un lobo entró en el patio. Miré por la ventana, y allí estaba con los ojos encendidos. Como faros... Me he acostumbrado a todo. Hace siete años que vivo sola, siete años, desde que la gente se fue. Por la noche, a veces, me quedo sentada hasta que amanece, y pienso, pienso. Hoy incluso me he pasado la noche sentada, hecha un ovillo, en la cama, y luego he salido afuera a ver qué sol hacía.
¿Qué le voy a decir? Lo más justo en la vida es la muerte. Nadie la ha evitado. La tierra da cobijo a todos: a los buenos y a los malos, a los pecadores. Y no hay más justicia en este mundo. Me he pasado toda la vida trabajando duramente, como una persona honrada. He vivido con la conciencia en paz. Pero no me ha tocado lo que es justo. Se ve que a Dios, cuando repartía suerte, cuando me llegó el turno, ya no le quedaba nada para darme, al parecer.
nobel Un joven puede morir, el viejo debe morirse... Primero esperaba a la gente; pensaba que regresarían todos. Nadie se había ido para siempre; la gente se marchaba por un tiempo. Pero ahora sólo espero la muerte... Morirse no es difícil, sólo da miedo. No hay iglesia... El padre no viene por aquí... No tengo a nadie a quien confesar mis pecados... La primera vez que nos dijeron que teníamos radiación, pensamos que era alguna enfermedad; que quien enferma se muere en seguida. Pero nos decían que no era eso, que era algo que estaba en la tierra, que se metía en la tierra y que no se podía ver. Los animales puede que lo vieran y lo oyeran, pero el hombre no. ¡Y no es verdad! Yo lo he visto... Este cesio estuvo tirado en mi huerto hasta que lo mojó la lluvia. Tiene un color así, como de tinta... Allí estaba brillando a pedazos... Llegué del campo del ‘koljós’ y me fui a mi huerta... Y había un trozo azul... Y a unos doscientos metros más allá, otro... Del tamaño del pañuelo como el que llevo en la cabeza. Llamé a la vecina y a otras mujeres y recorrimos todo el lugar. Todos los huertos, el campo... Unas dos hectáreas... Encontramos puede que cuatro pedazos grandes... Uno era de color rojo... Al día siguiente llovió. Desde por la mañana. Y para la hora de comer desaparecieron. Vino la milicia, pero ya no había nada que enseñar. Sólo se lo contamos. Unos trozos así... (Muestra con las manos). Como mi pañuelo. Azules y rojos... Esta radiación no nos daba demasiado miedo. Mientras no la veíamos y no sabíamos qué era, puede que nos diera miedo, pero en cuanto la vimos, se nos pasó el temor. La milicia y los soldados pusieron unas tablillas. A algunos junto a la casa y también en la calle les escribieron: setenta curíes, sesenta curíes...1
Siempre hemos vivido de nuestras patatas, de nuestra cosecha, ¡y ahora nos dicen que no se puede! Para unos fue un duro golpe, aunque otros se lo tomaron a risa... Nos aconsejaban que trabajáramos en la huerta con máscaras de venda y con guantes de goma... Entonces vino un sabio importante y pronunció un discurso en el club diciendo que teníamos que lavar la leña... ¡Ésta si que es buena! ¡Que se me caigan las orejas! Nos mandaron lavar las mantas, las sábanas, las cortinas... ¡Pero si estaban dentro de la casa! En los armarios y en los baúles. ¿Qué radiación puede haber, dígame, en las casas? ¿Tras las ventanas? ¿Tras las puertas? Si al menos la buscaran en el bosque, en el campo... Nos cerraron con candado los pozos y los envolvieron en plástico... Que el agua estaba ‘sucia’. ¡¿Pero qué sucia?, si estaba más limpia que!... Nos llenaron la cabeza con que si os vais a morir... Que si debíamos irnos de ahí... Evacuarnos... La gente se asustó... Se les llenó el cuerpo de miedo... Algunos empezaron a enterrar por la noche sus pertenencias. Hasta yo recogí toda mi ropa... Los diplomas por mi trabajo honrado y las cuatro monedas que tenía y que guardaba. ¡Y qué tristeza! ¡Una tristeza que me roía el corazón! ¡Que me muera si no le digo la verdad! Y un día oigo que los soldados habían evacuado a toda una aldea, pero un viejo y su mujer se quedaron. El día antes de que sacaran a la gente y los subieran a los autobuses, ellos agarraron a la vaca y se metieron en el bosque. Y allí esperaron a que pasara todo. Como durante la guerra. Cuando las tropas de castigo quemaron la aldea... ¿De dónde tanta desgracia? (Llora). Qué frágil es nuestra vida... No lloraría si pudiera, pero las lágrimas me caen solas...
Me he acostumbrado a todo. Hace siete años que vivo sola, siete años, desde que la gente se fue. Por la noche, a veces, me quedo sentada hasta que amanece, y pienso, pienso. Hoy incluso me he pasado la noche sentada, hecha un ovillo, en la cama, y luego he salido afuera a ver qué sol hacía. ¡Oh! Mire por la ventana: ha venido una urraca... Yo no las espanto... Aunque a veces las urracas se me llevan los huevos del cobertizo. Así y todo no las espanto. ¡Yo no espanto a nadie! Ayer vino una liebre... Si cada día viniera gente a casa. Aquí, no lejos, en la aldea vecina, también vive una mujer; yo le dije que se viniera aquí. Tanto si me ayuda, como si no, al menos tendré con quien hablar. Llamar... Por la noche me duele todo. Se me doblan las piernas, noto como un hormigueo, son los nervios que corren por dentro. Entonces agarro lo que encuentro a mano. Un pu-
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Un joven puede morir, el viejo debe morirse... Primero esperaba a la gente; pensaba que regresarían todos. Nadie se había ido para siempre; la gente se marchaba por un tiempo. Pero ahora sólo espero la muerte... Morirse no es difícil, sólo da miedo.
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ñado de grano. Y jrup, jrup. Y los nervios se me calman. ¡Cuánto no habré trabajado y padecido en esta vida! Pero siempre me ha bastado con lo que tenía y no quiero nada más. Al menos si me muero, descansaré. Lo del alma no sé, pero el cuerpo se quedará tranquilo. Tengo hijas e hijos... Todos están en la ciudad... ¡Pero yo no me voy de aquí! Dios no me ha librado de daños, pero me ha dado años. Yo sé qué carga es una persona vieja; los hijos te aguantan, te aguantan y al final acaban por herirte. Los hijos te dan alegrías mientras son chicos. Nuestras mujeres, las que se han ido a la ciudad, todas se quejan. Unas veces es la nuera, otras la hija
quien te ofende. Quieren regresar. Mi hombre está aquí... Aquí está enterrado... En el cementerio. Pero si no estuviera aquí, se habría ido a vivir a otra parte. Y yo con él. (De pronto contenta). ¿Aunque para qué irse? ¡Aquí se está bien! Todo crece, florece. De la fiera al mosquito, todo vive. Ahora se lo recordaré todo... Pasaban más y más aviones. Cada día. Iban bajos, sobre nuestras cabezas. Volaban al reactor. A la central. Uno tras otro. Y entre tanto estaban evacuando nuestro pueblo. Nos trasladaban. Tomaban al asalto las casas. La gente se había encerrado, se escondía. El ganado bramaba, los niños lloraban. ¡La guerra! Y el sol brillaba... Yo me había metido en casa y no salía; la verdad es que no me encerré con llave. Llamaron unos soldados: «¿Qué abuela, está lista?». Y yo les digo: «¿Qué, me vais a atar de pies y manos, vais a sacarme a la fuerza?». Los chicos se quedaron callados y al rato se fueron. Eran tan jovencitos. ¡Unos niños! Las mujeres se arrastraban de rodillas ante sus casas... Rezaban... Los soldados las agarraban de un brazo, del otro y al camión. Yo en cambio les amenacé que si me tocaban, si me rozaban siquiera, les daría con la azada. Y juré. ¡Cómo juré! Pero no lloré... Aquel día no lloré. De modo que me quedé en la casa. Afuera todo eran gritos. ¡Y qué gritos! Pero luego todo quedó en silencio. Sin un ruido. Y aquel día... El primer día no salí de casa... Contaban que iba una columna de gente. Y otra de ganado. ¡La guerra! Mi hombre solía decir que el hombre dispara y Dios lleva las balas. ¡A cada uno su suerte! Los jóvenes que se fueron, algunos ya han muerto. En el nuevo lugar. Y yo sigo aquí con mi bastón. En pie. ¿Que me pongo triste?, pues lloro un rato. La aldea está vacía... Pero
hay todo tipo de pájaros... Volando... Hasta un alce pasea por aquí, como si nada... (Llora). Se lo recordaré todo... La gente se fue, pero se dejó los gatos y los perros. Los primeros días iba de casa en casa y les echaba leche, y a cada perro le daba un pedazo de pan. Los perros estaban ante sus casas y esperaban a sus amos. Esperaron largo tiempo. Los gatos hambrientos comían pepinos... Tomates... Hasta el otoño le estuve segando la hierba a la vecina delante de su casa. Se le cayó una valla y también la clavé. Esperaba a la gente... En casa de la vecina vivía un perrito, lo llamaban Zhuchok. «Zhuchok —le decía—, si te encuentras primero a alguien, llámame». Por la noche sueño cómo se me llevan... Un oficial me grita: «Abuela, dentro de un momento vamos a quemarlo todo y a enterrarlo. ¡Sal!». Y se me llevan a alguna parte, a un sitio desconocido. Incomprensible. No era ni ciudad, ni aldea. Tampoco una tierra... Me ocurrió una historia... Tenía yo un buen gatito. Vaska. En invierno me asaltaron las ratas y no había modo de librarse de ellas... Se me metían debajo de la manta... El tonel donde guardo el grano; le hicieron un agujero. Vaska fue quien me salvó... Sin Vaska hubiera estado perdida... Con él comía y charlaba... Pero entonces Vaska desapareció... Puede que lo atacaran los perros hambrientos y se lo comieran. Todos andaban famélicos, hasta que se murieron; los gatos también pasaban tanta hambre que se comían a sus crías; durante el verano no, sino con la llegada del invierno. ¡Válgame Dios! Las ratas hasta se comieron a una mujer... Se la zamparon... Las malditas ratas pelirrojas. Si es verdad o no, no sabría decirle, pero eso es lo que contaban. Merodeaban por aquí unos vagabundos... Los primeros años las
cosas en las casas no faltaban... Camisas, jerseyes, abrigos... Toma lo que quieras y llévalo a vender... Pero se emborrachaban, les daba por cantar. La madre que los... Uno se cayó de una bicicleta y se quedó dormido en medio de la calle. Y por la mañana sólo quedó de él dos huesos y la bicicleta. ¿Será verdad o mentira? No le sabría decir. Eso es lo que cuentan. Aquí todo vive. ¡Lo que se dice todo! Vive la lagartija, la rana. Y el gusano vive. ¡Hasta ratones hay! Se está bien, sobre todo en primavera. Me gusta cuando florecen las lilas. Cuando huelen los cerezos. Mientras los pies me aguantaban, yo misma iba a por el pan: a quince kilómetros sólo de ida. De joven me los hubiera hecho corriendo. La costumbre. Después de la guerra íbamos a Ucrania a por simiente. A treinta y cincuenta kilómetros. La gente llevaba un pud;2
yo, tres. Ahora sucede que ni en casa puedo andar. Las viejas incluso en verano tienen frío. Vienen por aquí los milicianos, pasan para controlar el pueblo, y entonces me traen pan. ¿Pero qué es lo que controlan? Vivo yo y el gatito. Éste ya es otro que tengo. Los milicianos hacen sonar la bocina y para nosotros es una fiesta. Corremos a verlos. Le traen huesos al gato. Y a mí me preguntan: «¿Y si aparecen los bandidos?» «¿Y qué van sacar de mí? —les digo—, ¿qué me pueden quitar? ¿El alma? El alma es lo único que me queda». Son buenos muchachos... Se ríen... Me han traído pilas para la radio, y ahora la escucho. Me gusta Liudmila Zýkina,3 pero ahora, no sé por qué, rara vez canta. Se ve que se ha hecho vieja, como yo... A mi hombre le gustaba decir... Solía decir: «¡Se acabó el baile, el violín al estuche!».
Le contaré cómo me encontré con el gatito. Mi pobre Vaska había desaparecido... Lo espero un día, lo espero otro... Un mes... En fin, que me había quedado como quien dice más sola que la una. Sin nadie con quien hablar. De modo que un día decido recorrer la aldea, y por los huertos vecinos voy llamando: Vaska, Murka... ¡Vaska! ¡Murka! Al principio había muchos gatos, luego desaparecieron todos Dios sabe dónde... Se exterminaron. La muerte no perdona... La tierra da cobijo a todos... De modo que iba yo por ahí... Dos días me pasé llamando. Y al tercer día lo veo, sentado junto a la tienda... Nos miramos el uno al otro. Él contento y yo también. Lo único, que no dice palabra. «Bueno, vamos —lo llamo— para casa». Pero él que no se mueve. De modo que le pido que se venga conmigo: «¿Qué vas a hacer aquí solo?
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Se te comerán los lobos. Te harán pedazos. Ven. Que tengo huevos, tocino». ¿Cómo se lo explicaría? Dicen que los gatos no entienden a los humanos. ¿Y entonces cómo es que entonces éste me entendió? Yo delante y él corriendo detrás. ¡Miau!.. «Te daré tocino»... ¡Miau! «Viviremos juntos»... ¡Miau! «Te llamaré Vaska»... ¡Miau!... Y ya ve, dos inviernos que llevamos juntos... Por la noche a veces sueño que alguien me llama... La voz de la vecina: «¡Zina!..» Calla un rato, y otra vez: «¡Zina!». Si me pongo triste, lloro un rato... Voy a ver las tumbas. Allí descansa mi madre. Mi hijita pequeña... La consumió el tifus durante la guerra... Justo después de llevarla al cementerio, después de que le dimos sepultura, de pronto entre las nubes salió el sol. Brillaba que daba gusto. Hasta me dieron ganas de regresar y desenterrarla... También mi hombre está ahí... Fedia... Me quedo sentada junto a todos los míos. Suspiro un rato. Y hasta hablar con ellos puedo, tanto con los vivos, como con los muertos. Para mí no hay diferencia. Los oigo tanto a unos como a los otros. Cuando estás sola... Y cuando estás triste... Muy triste... Justo al lado de las tumbas vivía el maestro Iván Prójorovich Gavrilenko. Se ha marchado a Crimea con su hijo. Algo más allá, Piotr Ivánovich Miusski... El tractorista... Era estajanovista,4 en un tiempo todos se hacían estajanovistas... Tenía unas 1 Unidad de medida de la radiactividad. 2 Medida de peso rusa: 16, 3 kilos. 3 Célebre intérprete de canciones populares.
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4 Trabajadores que, siguiendo el ejemplo del minero soviético Alekséi Stajánov, superaban con creces la norma de producción.
manos de oro. Se hizo él mismo los artesonados de madera. Y qué casa; la mejor del pueblo. ¡Una joya! ¡Oh qué lástima me dio, hasta se me subió la sangre cuando la destruyeron... La enterraron. El oficial gritaba: «No padezcas, mujer. La casa ha caído dentro de la ‘mancha’». Aunque parecía borracho. Me acerqué a él y veo que está llorando. «¡Ve, mujer, vete!», me dijo y me echó de allí... Y luego ya Misha Mijaliov, que cuidaba de las calderas de la granja. Misha murió pronto. Se fue y al poco se murió. Tras él está la casa del zootécnico Stepán Býjov... ¡La casa se quemó! Por la noche unos granujas la prendieron fuego. Forasteros eran. Stepán no vivió mucho. Lo enterraron en alguna parte de la región de Moguiliov. Una segunda guerra... ¡Cuanta gente hemos perdido! Kovaliov Vasili Makárovich, Maksim Nikiforenko... En un tiempo vivimos con alegría. Durante las fiestas cantábamos, bailábamos. Con el acordeón. Y ahora esto parece una prisión. Cierro, a veces, los ojos y recorro la aldea... Qué radiación ni qué cuentos, cuando las mariposas vuelan y los abejorros zumban. Y mi Vaska cazando ratones. (Llora). Dime, hija mía, ¿has comprendido mi tristeza? Se la llevarás a la gente, pero puede que yo ya no esté. Me encontrarán en la tierra... Bajo las raíces...». Zinaída Yevdokímovna Kovalenko, residente en la zona prohibida.
Svetlana Aleksiévich Nació el 31 de mayo de 1948 en Stanislav, Ivano-Frankivsk, Ucrania. Es autora de U wojny ne zenskoje lizo (La guerra no tiene rostro de mujer, 1985; ed.2act. 2008), Zinkovye malchiki (Los muchachos de zinc, 1989; ed. act. 2007), Tchernobylskaya molitva (Voces de Chernóbil, 1997; ed. act. 2014), Poslednie Svideteli (Últimos testigos, 2004) y Vremya sekond-khend (Tiempo de segunda mano, 2013). Escribió también tres piezas teatrales y de 21 guiones para cine. Ha recibido innumerables galardones, entre los que cabe destacar el Premio RyszardKapuscinski de Polonia (1996), el Premio Herder de Austria (1999), el Premio Nacional del Círculo de Críticos de Estados Unidos (2006), el Premio Médicis de Ensayo en Francia (2013) y el Premio de la Paz de los libreros alemanes (2013). En 2015 le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura por «sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo» convirtiéndose en la decimocuarta mujer en ganar este galardón.
cuento
Sabrina Duque
T
engo el matrimonio perfecto. Sonrío ante esa idea mientras acaricio el catre… tocar esas sábanas toscas me hace pensar en lo que él me hará en pocos minutos y mi piel tiembla en anticipación. Sexo. El sexo es lo único que funciona en nuestra relación. Siempre mejora, incrementando en deseo, creatividad y lujuria. La primera vez —¡Dios mío!— pensé que iba a morir. Me hizo olvidar de cualquier otro que hubiera pasado por mi cama. En realidad, hoy tengo dificultades en recordar a aquellos amantes. Me parecen figuras pequeñas, inconexas con mi historia, personajes de alguna película que me parece haber visto, pero ya olvidé el argumento de ese filme y no puedo recordar el desempeño de esos actores. Pero él ignora su poder. Piensa que lo mío son sólo palabras. El sol del mediodía entra por la ventana
y me hace cosquillas en la espalda descubierta. Miro la habitación desnuda, pintada en dos tonos de verde que parecen robados de la sala de espera de un hospital público. Bueno, esto es como un hospital, el lugar donde sanamos las heridas de nuestro amor con sesiones de cama inolvidables. Matrimonio perfecto. Tengo al hombre que amo y él me tiene sólo en este momento. El segundero suena, tic, tac, tic, tac, señalando lo que falta para mi sesión semanal de orgasmos. ¡Qué ironía! Si las cosas fueran diferentes, si él estuviera conmigo todo el tiempo, mi vida sería miserable. La porquería perfecta que él había creado para mí. ¡Qué ironía! Él solito me envió a este paraíso que él llama infierno. Infierno el que él me hizo pasar. Ese sí era un infierno, repleto de llamas que me abrasaban, ahogándome en lágrimas, llorando hasta que la cabeza estaba por reventar. Vivía en el miedo. No podía salir sin que él lo supiera. Llamaba a verificar a la casa de mis amigas que, efectivamente, estuviera ahí y exigía hablar conmigo. Revisaba mi guardarropa y censuraba lo que era demasiado sexy para salir. Era una esclava. Quería huir, quería dejarlo. Pero cada vez que me llenaba de valor, él llegaba y me arrastraba a la cama, donde ejercía esos poderosos
argumentos que me convencían y me dejaban pidiendo más. Escucho los pasos. Se están acercando. Estoy lista. Desnuda bajo las sábanas. Y ruego cada día que los años que le dieron por matar al demasiado sonriente portero de nuestro edificio pasen muuuy despacio, para que yo pueda disfrutar lo suficiente de mis visitas conyugales. ¡Mi matrimonio perfecto! Sabrina Duque (Guayaquil, 1979) Escritora y traductora. Vivió en Lisboa, donde escribió sobre el inventor de la lobotomía, meseros cascarrabias y un director de sonido que oye demasiado. Ahora vive en Brasil, donde ha publicado textos sobre dibujos animados feministas. Sus historias han sido traducidas al portugués, italiano e inglés. Está preparando su primer libro de no ficción, “Crónicas iLusas”. Ha colaborado con El Estado Mental (España), Gatopardo (Ecuador), Mundo Diners (Ecuador), Folha de São Paulo (Brasil), O Estado de São Paulo (Brasil), Internazionale (Italia) y en el portal storybench.org (EE.UU.). Desde 2012 escribe regularmente para Etiqueta Negra. Fue finalista del premio Gabriel García Márquez de Periodismo 2015.
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Los fenómenos naturales en la historia del Ecuador y el sur de Colombia Autor: Varios autores Género: Historia Editorial: CCE Año: 2015 Academia Nacional de Historia «Este libro busca dar una visión panorámica de esos fenómenos naturales que afectan a la vida humana y la económica social. Ha sido escrito por un conjunto de historiadores y geógrafos vinculados a la Academia Nacional de Historia del Ecuador y a la Academia Nariñense de Historia de Colombia, como culminación de un proyecto de investigación científica desarrollada entre 2014 y 2015».
EugEnio BarBa brindisi, 1936 Director, Pedagogo y Teórico. Es uno de los referentes ineludibles del teatro contemporáneo en el mundo. Fundador del Odin Teatret, grupo con el que ha mantenido una intensa actividad artística por más de cincuenta años. En todo este tiempo ha dirigido 76 producciones con el Odin Teatret y con la intercultural Theatrum Mundi Ensemble, algunos de los cuales han requerido hasta dos años de preparación. Entre las más reconocidas están: Ferai (1969), La casa de mi padre (1972), Cenizas e Brecht (1980), El Evangelio según Oxyrhincus (1985), Talabot (1988), Kaosmos (1993), Mythos (1998), El sueño de Andersen (2004), Ur Hamlet (2006), Don Giovanni All’Inferno (2006), Las bodas de Medea (2008), La vida crónica (2011). En 1979 Eugenio Barba fundó ISTA, Escuela Internacional de Antropología Teatral abriendo así un nuevo campo de estudios: la Antropología Teatral. Entre sus publicaciones más conocidas, traducidas a muchos idiomas, están: La canoa de papel, Teatro: soledad, oficio y revuelta, Tierra de cenizas y diamantes: Mi aprendizaje en Polonia, seguida de 26 cartas de Jerzy Grotowski a Eugenio Barba, Arar el cielo, La conquista de la diferencia, Quemar la casa y El arte secreto del actor: diccionario de Antropología Teatral en colaboración con Nicola Savarese. Ha sido investido doctor honoris causa por las universidades de Bolonia, La Habana,Varsovia, Hong Kong, Buenos Aires, Edimburgo, Shanghai, entre otras.
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La canoa de papel
El arca
Autor: Eugenio Barba Género: Antropología teatral Editorial: CCE Año: 2015
Autor: Óscar Acosta Género: Narrativa Editorial: CCE Año: 2015 Colección: Terra Nostra (Honduras)
«Los libros de Barba no pueden, entonces, sino recoger el pensamiento conmovido que resulta de mirar la propia experiencia. Desde el desentrañar los impulsos íntimos que se revelan para modelar la vida y la práctica del teatro, hasta el sistematizar la acción empírica que, desde el rigor y el respeto por el oficio, supone los pasos que van haciendo el camino. Sus libros contienen el pensamiento que reflexiona e impulsa al mismo tiempo». P.V.A.
«El arca es un libro que está compuesto por 18 relatos cortos. Aquí el lector ingresa a un mundo inusual, fantástico, mitológico, misterioso, como la vida misma. En el primer relato, ‘La veleta’, asistimos a la transformación de un gallo, que con su canto liberador espanta maldad, sufre las consecuencias de la oscuridad ya que es maldecido por las asistentes a un aquelarre, quienes lo transmutan en veleta, símbolo de la vida que pasa según la dirección del viento».
La mamá Autor: Guido Díaz N. Género: Narrativa Editorial: CCE Año: 2015 Colección: Cosecha Tardía
«Cuentos bodegones, bellos espacios de exageración, el diseñador, el arquitecto, el Guido, el niño, escribe para que no se le ocurra a la memoria desgastar la intimidad, esa sensualidad de los aromas, ese recuerdo de las primeras mariposas, del sutil extravío de la ingenuidad. El autor no llegó nunca a aviador ni astronauta, pero en este libro prosigue su vuelo…». R.P.T.
Piedad Paredes - Donación Textos: Ivonne Zúñiga y Mireya Salgado Gómez Género: Arte Editorial: CCE Año: 2015 «Piedad Paredes Álvarez, pintora trascendente del siglo XX, propone en estas páginas no sólo el decurso plástico y cromático de su particular cosmovisión del mundo, sino aquella lúcida y personal destreza para percibir y recrear sin limitaciones las múltiples formas y matices del cotidiano vivir de nuestro pueblo. Muestra plástica compilada por quienes ahora —desde la intimidad familiar y sucesoria— descubren la fascinación que experimentaba la artista, al confrontar su oficio con las tendencias abstractas, fantásticas, oníricas y estilizadas de la pintura nacional». R.P.T.
Series fotográficas: UK Stories / Habitáculos Visuales Autor: Raúl Yépez Collantes Género: Fotografía Editorial: CCE Año: 2015 Casa de la Cultura Ecuatoriana y la Universidad Católica «Dos instituciones culturales se han unido en forma inusitada, concentrando esfuerzos, para auspiciar la ejecución del proyecto artístico de Raúl Yépez Collantes, ‘Yepo’. Se trata de la organización y presentación en paralelo de dos exposiciones con imágenes de las series fotográficas UK Stories y Habitáculos Visuales, más la publicación de un libro-catálogo con la totalidad de las obras». 91
De Patria criolla a República oligárquica Autor: Jorge Núñez Sánchez Género: Ensayo Editorial: CCE Año: 2015 Academia Nacional de Historia
Introspecciones Autora: Verónica Falconí G. Género: Ensayos Editorial: CCE Páginas: 122 Año: 2015
La escritora, pensamiento y obra Autora: Zoila Ugarte de Landívar Género: Opinión Editorial: CCE Páginas: 348 Año: 2015
Sueño de lobos Autora: Abdón Ubidia Género: Novela Editorial: CCE Páginas: 306 Colección: Letras Claves Año: 2015
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«Este libro es una suma de reflexiones sobre dos temas del mayor interés: el origen de la nación ecuatoriana y su Estado nacional, y las características del poder oligárquico en el Ecuador. Son dos temas vinculados que hacen referencia al ser nacional, pero también a la cerrada estructura de poder formada por unas pocas familias, que tuvieron la habilidad de controlar todos los recursos fundamentales y manejar a su antojo el poder político desde la fundación de la República».
«Introspecciones motivadas por una convicción de evidenciar las virtudes, los errores, las pasiones, las certezas y las dudas, el asombro de los días por venir, el deseo de plenitud, de armonía y de compromiso por dotar de acción a la palabra encarnada de la mujer. Verónica Falconí propone, con sutil vehemencia, reconfigurar la esencia femenina sugiriendo al lector diversas variables que no solo permitan la introspección, sino las estrategias espirituales para enfrentar el vacío y la angustia existencial del desencanto contemporáneo». R.P.T.
«Considerada Zoila Ugarte de Landívar figura fundamental de la prosa ecuatoriana de finales del siglo XIX y comienzos del XX, resultaba un vacío urgente de llenar contar con un corpus de sus escritos. Esta publicación, en tres apretados tomos, responde a esa necesidad. Estos ricos volúmenes devuelven a la corriente viva de la cultura y la literatura nacional la obra de una de las figuras más importantes y sugestivas de este campo».
«Sueño de lobos es la historia de un hombre (de una cuidad, de un país, de un mundo) cualquiera, que desorientado, insomne y confuso, vaga por las noches de Quito. Los sueños y pesadillas de los sesenta y ochenta, empapan la novela, fiel retrato de una época y de una urbe inequívocas. Declarada en 1986 el mejor libro del año y ganadora de un premio nacional, ha sido traducida al inglés y ha alcanzado numerosas ediciones y elogiadas críticas».
Y todavía seguía allí… Autor: Varios autores Género: Narrativa Editorial: Centro de Difusión y Publicaciones – Espol Páginas: 280 Año: 2015
«…Sin desdeñar la palabra microliteratura ubicada al pie del título de la obra de nuestra edición: Y todavía sigue allí…, podremos afirmar que estamos frente a un brote ingenioso e instantáneo de literatura en expansión, que aún no termina por definirse, una manifestación que reclama para sí una poética autónoma, donde el matiz que la domine sea la brevedad, libre de la inmediatez, la ligereza o la reducción». R.M.B.
Historia de los desastres naturales en el Ecuador Autor: Franklin Barriga López Género: Historia Edición: Academia Nacional de Historia – Sección Nacional del Ecuador del Instituto Panamericano de Geografía e Historia Páginas: 522 Año: 2015
«Anhelo que Historia de los desastres naturales en el Ecuador sirva para la orientación de mis compatriotas en el tema de concienciación ciudadana respecto a los peligros que entrañan las fuerzas desatadas de natura, con miras a colaborar para la mejor eficiencia y eficacia de las labores de prevención, tan imprescindibles en nuestro medio». F.B.L.
No mueras joven, todavía queda gente a quien decepcionar
«La lluvia es el perfecto ejemplo de barroquismo en el poemario de Andrés Villalba, porque así como la lluvia menuda que cae en las estertorosas calles quiteñas, deja oler el curry y la mirra (perdón por la cacofonía) de un hombre, o mejor dicho de una voz poética que se convence de no haber nacido en dicha ciudad. El poemario de Andrés Villalba es el vínculo entre el hombre y la palabra a través de la creación de un esfínter». I.K.
Autor: Andrés Villalba Becdach Género: Poesía Editorial: Ediciones Cinosargo (Chile) Páginas: 160 Año: 2015 Mi vida y mis pasiones Autor: Juan Cordero Íñiguez Género: Biografía Tiraje: 250 ejemplares Páginas: 250 Año: 2015
«He creído que esta es una buena oportunidad para presentar a mi familia y a mis amigos una microbiografía a la que he titulado Mi vida y mis pasiones, y que es un informe de labores de lo que he podido ser y realizar en estos setenta y cinco años de vida, acogiéndome a las oportunidades que he tenido por la confluencia de factores como la Gracia de Dios, destino (o predestinación), voluntad, suerte u otros más misteriosos e insondables». J.C.Í.
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La Feria Internacional del Libro (FIL) 2015, realizada entre el 13 y el 22 de noviembre, tuvo como figura destacada al chileno Raúl Zurita, ganador del Premio Nacional de Literatura 2000 y doctor Honoris Causa por la Universidad de Alicante. Autor de libros como Purgatorio (1979), Antiparaíso (1982), Zurita (2011) y Tu vida rompiéndose, una antología personal editada por Lumen en el 2015. Un total de 115 escritores entre nacionales e internacionales participaron en la Feria ‘Las otras palabras’. Chile aportó la mayor delegación con unas 70 personas, entre ellos al menos 20 intelectuales y artistas, la conmemoración por los setenta años del Premio Nobel otorgado a Gabriela Mistral y tres relevantes grupos editoriales: Independiente, la Furia y la Cámara Chilena del Libro, que es la institución literaria de mayor alcance en ese país. De los 115 escritores, 72 fueron autores ecuatorianos y 43 extranjeros. Además, se realizaron 32 presentaciones de libro, 11 recitales de poesía, 18 presentaciones de cine, 4 conciertos, entre otras actividades.
El presidente de la Casa de la Cultura, Raúl Pérez Torres, recibe al presidente de la República, Rafael Correa Delgado.A los lados, Guillaume Long, ministro de Cultura y Gustavo Jalkh, presidente del Consejo de la Judicatura.
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Vista exterior de la Feria en los locales del Museo Nacional en la CCE.
El sector infantil fue importante en la Feria. El Presidente de la República departe con los niños.
Alexis Cuzme, en nombre de la editorial Mar Abierto de la Universidad Técnica Eloy Alfaro de Manabí, entregó un lote de libros a la Dirección de Publicaciones de la CCE, en el marco de la Feria del Libro.
panel
Presentación del libro La canción de Mario. Benedetti musicalizado, de Jorge Basilago y Guillermo Pelegrino.
Stand de la Casa de la Cultura, donde se ofreció una gran variedad de temas con el 50% de descuento.
Una novedad fue el dispensador de libros que presentó la Campaña del Libro y la Lectura.
Los 23 núcleos de la CCE presentaron una importante selección de libros editados en sus respectivas provincias.
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tributo
Henning Mankell:
«H
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e oído cantar al mirlo, luego he vivido», reza el epitafio con el que Henning Mankell pidió que sellaran su tumba. Y así se hizo. El maestro de la novela negra nórdica y uno de los narradores más leídos y celebrados de Europa, falleció la madrugada del cinco de octubre de este año, en Gotemburgo, a la edad de 67 años. Mankell nació el 3 de febrero de 1948 en Estocolmo (Suecia) y creció en la isla de Sveg. Su padre era juez y su abuelo compositor y pianista sueco. Su madre abandonó el matrimonio y a sus tres hijos cuando el escritor tenía un año. No la volvió a ver hasta que cumplió 15: «Acaso hoy la puedo comprender un poco», dijo hacia el final de su vida. «Se dio cuenta de que esa no era su vida. Quería ser libre, y uno podría decir que tuvo el coraje para hacerlo. Pero, por otro lado, no hay que abandonar a los niños». Su padre fue quien de algún modo lo llenó de historias de crímenes desde que era niño, debido a su trabajo
vinculado con la abogacía. «Me inventé otra madre en la cabeza, para reemplazar a la que se había ido», dijo. Y así descubrió que la imaginación podía tener tanta fuerza como la realidad. Mankell fue no sólo un gran autor de libros policiacos, sino que, a través de sus relatos, trazó un retrato crítico de la sociedad europea contemporánea. Sus obras tratan temas como la integración de los inmigrantes, la violencia de género o el profundo malestar que se oculta debajo de la aparente perfección de los estados nórdicos. Novelista, pero también escritor de libros infantiles, obras de teatro y guiones cinematográficos, el escritor saltó a la fama mundialmente por sus doce novelas policiales protagonizadas por el inspector Kurt Wallander. Entre sus historias se encuentran: Los asesinos sin rostro (1991), Los perros de Riga (1992), La leona blanca (1993), El hombre sonriente (1994), Tras la pista falsa (1995), La quinta mujer (1996), El hombre sonriente, entre otras.
El día en que supo que tenía cáncer El día en que Mankell se enteró que tenía cáncer, dijo: «De repente fue como si la vida se estrechara. Aquella mañana, recién estrenado el 2014, cuando me dieron el diagnóstico, fue como si la vida se encogiera. Escaseaban las ideas, una especie de paisaje desértico se me extendía por dentro, en la cabeza. Puede que no me atreviera a pensar en el futuro. Era territorio incierto, minado. Así que volvía continuamente a la infancia». La noticia se dio el 8 de enero de 2014 y le llevó a pasar dos semanas postrado en cama: padecía de cáncer de pulmón con metástasis en la nuca. Su último libro, Arenas movedizas, va intercalando recuerdos con sus pensamientos sobre la muerte, en medio de dolorosas quimioterapias. Sus allegados anunciaron que «se apagó plácidamente», Henning Mankell recibió a la muerte mientras dormía. (YM)
Taller de narrativa dictado por el escritor
JORGE VELASCO MACKENZIE Sábados, de febrero a diciembre del 2016
Requisitos: Copia de la cédula de identidad Copia de un trabajo literario del aspirante
Inscripciones: Librería de la CCE (Hall de la Casona) Casa de la Cultura Ecuatoriana Avs. 6 de Diciembre y Patria Telf. 2902274 – 2223391 Ext. 110 Email: silviastornaiolo@hotmail.com
En esta navidad regala felicidad, regala libros 14 al 18 de diciembre de 2015
mรกs lectura mรกs cultura