5 minute read
Selección de poemas inéditos
from Casapalabras 45
Poemas inéditos
Patricia Noriega Rivera
Advertisement
I
Hay que liberar a la luna contenida en mis ojos Y en los ojos de los gatos que queman al viento La veo diáfana, danzando entre los cabellos de Ilaló, desteje tormentos, su luz ruge como una bestia alucinada. Hay que salvar a la luna, salvarla de mí y de mis ojos que la beben.
II
Te he visto Patricia, has pensado en tu infancia fría, en el color de la muerte. Detrás de tus paredes brillaba el sol, pero tú te revolcabas en la tristeza de un ángel ebrio. Tu aire olía a plumas y a llanto. Estabas sola, he visto tus palabras suicidas, donde figuraban tus huesos callados. Te conozco, he visto la lava de tu averno, pero también la espuma del fénix. Ya no eres más la niña de tiza en el muro de la escuela, después de la lluvia.
III
Las campanas anuncian la melodía de mi pequeño Juan. Él toma las cenizas que siguen intactas en el centro de la casa, coloca fuego en mi herida y la vuelve luz. Él es la esfinge que da paz a mi sangre, con sus cabellos de tierra y su cuerpo de mar.
Sabio pájaro de amor.
IV
Me atreví a amar, aunque lo haya perdido todo, aunque el sonido de mi voz haya muerto. Aunque los pétalos de sombra ya no cubrían el alba.
Me atreví, sí, con mi vestido arrugado, con las predicciones rotas en el zaguán de la abuela. Ya no cantaba al sol de mi ebriedad, pero amé y esa fue mi nueva perdición.
Adentro de mi máscara, tintineaba la lluvia y escuché su tierno llanto aflorar en el silencio. Yo estaba desnuda, solo llevaba un sombrero negro con plumas.
Él me espiaba desde lejos, Y en el aire comprimido del túnel se escuchó la voz del viejo Silvio. No sé si era música o alaridos de muerte, lo que intentó estocar la jaula.
Mi memoria era el miedo. Al salir del cine, cuando el cielo era un lobo, profanó mi casa, para siempre. Yo moraba en el bosque con seres no ordinarios. Entonces empezó a aullar, como uno más. Y abrió sus ojos, entrada del tempo y los atravesé. Adentro está el mar, hay guitarras y jaguares. Se escucha música y risas que me llevan al abismo. Y hay sol y lluvia y las palabras están libres en su cielo.
Me atrevía amar, ahora mi esencia es la del lobo me hundí en su espíritu, me abismé en su imagen purísima, los pájaros entraron para embriagarse en mi corazón.
V
Tierra, cuerpo desnudo junto al mar Tierra sin miedo, pero llena de nuestro miedo Tierra Dios, tierra fuego que desviste a sus hijos para purificarlos Tierra, barco blanco que reposa Tierra, tiempo-espacio solo tuyo. Déjame soplar tus arterias, hallar de nuevo los rostros que no he visto, dame mis alas y retira estos pétalos secos. Devuélveme la libertad de perturbarme con la luna. Tierra, perdón por castrar tu cielo, por romper los ríos y la lluvia. Tierra, mi cactus llora porque presiente la muerte, Tierra, rostro en sombra, devuélveme el sol. La soledad es un viento negro que destruye Tierra, limpia el aire enrarecido, contaminado con la frialdad humana. Corazón de la Tierra, sana pronto tus roturas, Volveremos mejores, vestiremos de brillo. Madre.
VI
Mañana, cuando el sol haya muerto, construiré tus alas negras, al compás de un blues sombrío. Daré luz a tus ojos con néctar de Aguacolla, te erigiré en el mismo lugar del escorpión.
VII
¿A dónde voy? Los manicomios y las tumbas están llenos. Y yo sigo afuera. Corro con mi corazón aun latiendo en mi mano.
VIII
En el cadáver del viento. No soy yo. Soy fuego, soy miles de hembras que se erigen en el águila, para remontarse sobre el pajonal y encontrar la fecundación.
Bajo la sombra de una nube gris, no soy yo. Soy uno y dos cuerpos fracturados en el brazo del amor, somos todos mirando en el cenagal a dos criaturas pendiendo de un potrillo de madera.
En el fondo de una cárcava no soy yo asiéndome a la muerte, soy órbita perpetua hablando con las piedras, con las astillas que alguien olvidó encender.
En su rostro y en el mío, no soy yo, ni él. Es la luna, maíz de oro que fulgura en un túnel pedregoso.
Con la cadencia del tambor soy yo. Me ilumino y cabriolo con árboles y aves, como una chuquirahua en el cerro.
Soy la mujer jaguar, soy anzuelo, cuerno que advierte que el corazón se desprende. Cuerpo de hierro que frena la cascada turbulenta.
En la aurora de magnolia, no soy yo. Soy tierra. Aguardo, sosegada en el tabernáculo. Aprendo a hilar la vida desde mi vientre inútil, con el triste barro que me es.
XIX
Un asiento de piedra es real en esta historia. Un asiento caliente de sol, ojo izquierdo del águila.
El caos es también real, invade miope la ciudad y mi espíritu. Asciende desde los pies, pasa por mis piernas, pliego de nailon de agua, hasta llegar azaroso a una minúscula porción de esencia que me regresa del vientre. Hago puño para no soltarla.
Reposo en la música que martillea las paredes del cráneo, y que convierte a mis cabellos en petirrojos asustados. Led Zeppelin suena en el plano de una realidad lejana. Robert Plant flota en el corazón de un pájaro que se halla, detrás de una vitrina de sangre.
Solo el sonido tentacular de Dyer Maker queda, la banqueta del parque está hecha de humo. Las líneas de la vida son una rayuela antigua, apenas perceptible.
Necedad de poeta, el perderse en las garras de un puma que se lanza al vacío. El sol palidece y sigo conteniendo su esperma, como un acto divino encerrado en el metal de una urna. Sigo aquí, mujer secreto, moléculas rasgadas, fría, colocando velas y cruces, para que vuelvas.