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Humberto Montero analiza

Miguel Ángel Varea Maldonado, e m a n c i p a d o del colegio, de la estructura académica primaria, y de la que fuera secundaria para él, se refleja suspendido en su generación, en la de los sesenta psicodélicos, tardíos en el Ecuador, pero proactivos, presentes y roqueros en Varea: el joven que cursaría dos años de universidad en Quito y algo más de un año de grabado calcográfico en Madrid. Luego de eso: su propia escuela, su academicismo y su labor. Algo semejante a lo que forjaría Kurt Schwitters en su mundo oneman-dadaist. Destino inamovible como los destinos de esos tantos que se encarrilaron en su propio tren de una sola estación.

El graduado de las academias se libera de sus nombres que lo inscriben como ciudadano y se designa tan solo como Miguel. Libre en su espacio y libre para caligrafiar dibujos en el levitado tiempo de artista. Y es que el tiempo se detuvo para el que siempre insistió ser joven y anárquico, y que en su obra evolucionó a partir del tiempo que él mismo impuso y que escogió edificarlo a su modo.

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Esta es la designación que propone la ucronía de Varea, la cualidad sincrónica de un tiempo cero a partir del cual el ser que en él discurre, el Miguel autobiográfico, evoluciona en su cordura y su locura, ambas dualidad de mente creativa y productora, y se perenniza como habitante infinito de su espacio, de su tiempo y de su mundo; y, por consecuente generación casi espontánea, de sus significados, formas y estética.

Asuntos difíciles, aguafuerte, 1983

De esta manera nos llega el mundo de Miguel: de expresión hierática, arte-artesanal en forma; caligráfico en trazo, con su propia Este Miguel poético voz interna, la única audible; y con despliega narraciones su propia escritura ortográfica, la única extraordinarias fuera del posible. Es un mundo libre y confinado orden común que avanza en sí mismo, con tantos habitantes, con el tiempo ajeno al tanta compañía y tanta soledad, hecho ordinario, y que no son a la medida del demiurgo que lo detusino propias del orden vo, lo crío y que fue capaz de edificarlo. ucrónico del dibujante.

Es así que resulta muy fácil conocer a este artista a través de su obra, pues esta ha sido auto- rretratada por el demiurgo que la firma y la refrenda como Mi- guel, y que nos permite conocer un mundo dibujado a imagen y semejanza del autor. Así identificamos el dibujo caligráfico. Un dibujo de plumi- lla fina, iluminado y trazado con meticulosidad oriental; minucio- so en la acumulación de líneas sueltas o visceral en cuanto a las acumulaciones entramadas que dan volumen, que producen sombras como metonimias de una fuente de luz viva: la del de- miurgo, y que, principalmente, describe espacios, volúmenes y sobre todo personajes de la mis- ma naturaleza de su «autodeter- minado» entorno.

Este Miguel poético desplie- ga narraciones extraordinarias fuera del orden común que avan- za con el tiempo ajeno al ordina- rio, y que no son sino propias del orden ucrónico del dibujante, y dentro de entramados retóricos o en estampas que conforman por- tadas de historietas que el lector de esos dibujos, observador de la palabra de Varea, pueda ser ca- paz de articular.

La poiesis descrita se eleva con la técnica empleada que se percibe en cada dibujo; tan pro- lija en el detalle. Una técnica aca- démica que le permite acumular las tramas que conforman los vo- lúmenes naturalistas del dibujo y con la que es capaz de figurar rasgos estáticos, los hieráticos de rostros, por ejemplo, o de definir movimientos en un tiempo des- criptivo y siempre imperfecto a partir de posturas asimétricas de

pies volteados o de rostros henchidos y ahogados en palabras.

Así se conforman los personajes en el mundo suspendido de Miguel Varea. Muy observadores con quienes los miramos detalladamente, aunque —casi siempre, y esa es la norma de la excepción— silenciosos y atentos a lo que suena en su ambiente. Rock clásico, seguro: de Creedence, de los Allman Brothers, de Cream, de Canned Heat… O síntesis aditivas de bullicios transeúntes idealizados en el topos de Varea.

Esa música, esos ruidos (también ucrónicos, suspendidos en el tiempo…), se absorben invadiendo en los espacios diagramados y alterando la presión atmosférica tan perceptible, visualmente, como partículas sonoras que, de una manera sinestésica, Varea las resuelve con meticuloso puntillismo entre los espacios y las formas: auténticas brumas atmosféricas con volumen, tono y voz personal. Y con lo lleno va el vacío. Amplias zonas no tratadas en el soporte, sin trazos ni manchas de alguna tinta, y tan solo blancas o pletóricas de blanco que por lo general determinan consonancias con lo lleno. Las podemos apreciar en ciertos detalles que aparecen en las obras, por ejemplo, en varios marcos sin dibujos o cabezas con tan solo labios y liberadas de expresión.

Esas representaciones figurativas pueden ser naturalistas o caricaturizadas, aunque siempre con carácter, para lo cual, Miguel Varea incluso agranda y abulta personajes —anónimos en una suerte de «carga montón»—, y los acopia en espacios apretados con el fin de generar hipérboles figurativas o acumulaciones pictográficas; o para configurar sitios referentes consigo mismo (habitaciones, el estudio, su taller) y muchas veces incluyéndose, autorretratado, como el habitante principal de las ucronías de Varea.

En cuanto a la paleta de color que más lo identifica, no es sino la del tintero. Monocromática en la mayoría de dibujos, o de color local «A mí me fascina que tiñe la atmósfera de una pintura o de un texel mundo de la to protagónico. Y es que no podría droga, ese hecho ser de otra manera, el color se suspende en de ir a conseguirla, el grado cero de la esfera de significación de esa marginalidad, su autor definiendo la temperatura de los amesos barrios, esa bientes-sin-tiempo de cada composición. Amgente, ese secreto, bientaciones y ambientados en los ambientes ese misterio; esos de Miguel, siempre demundos del centro signados con etiquetas nominales: «Asunto dide Quito, San fícil», «Bestia de arriba, bestia de abajo», «Los Roque, San Marcos, dioses», «Herradero», «Sota de tripas». MuSanto Domingo. Esa chas de estas complementadas con máximas gente donde voy a que sentencian y que devienen como bases cargarme me abre un textuales de estructura: mundo alucinante». —Apotegmas: «En este momento nace una presencia de lo bello». —Adagios: «Los estados emocionales fuertes y profundos dejan huellas indestructibles en nuestra memoria». —Confesiones: «A mí me fascina el mundo de la droga, ese hecho de ir a conseguirla, esa marginalidad, esos barrios, esa

Reunión, gráfico

gente, ese secreto, ese misterio; esos mundos del centro de Quito, San Roque, San Marcos, Santo Domingo. Esa gente donde voy a cargarme me abre un mundo alucinante». —Metáforas descriptivas resueltas con el solecismo estricto de Varea: «Somos instantes ke duran añísimos en universos ke nos hacemos a punte rekorrer kaminísimos más trillados ke la misma mierda». —Aforismos: «…Las experiencias cotidianas. Cuotidianas experiencias».

—Etopeyas: «Borrachera psicodélica. La gente está alucinando porque está intoxicada y ya no ve la realidad como es». —Definiciones: «La pelona viene a ser akella vieja ke te lleva sin remedio a la kaja: fetiche rituado por los llamados deudos. Experiencia trágika».

Cuánta capacidad descriptiva de rasgos internos, psicológicos, morales contiene una sentencia de Miguel Ángel Varea Maldonado, devela un dibujo de Miguel Varea Maldonado, con

(Fotos tomadas de: https://miguelvarea.com)

viene una composición de Miguel Varea. Son tantas que alumbran un mundo alucinante y que develan un temperamento adictivo, «drugo o guardado», como él mismo lo designa, de un solo habitante en su propia ucronía.

Para saberlo se ha de mirar atentamente la obra de este autor sincrónico y agudo con el fin de percibir su latente estado de cordura y su manifiesta esencia de locura sintetizados en la ucronía de un tiempo que, para Miguel Varea, para el que firma Miguel en cada obra, habrá sido siempre el mejor.

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