Letras del Ecuador 206

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ISSN 1390-9452

LETRAS

DEL ECUADOR

Alrededor de la fama

L

a compulsiva necesidad de reconocimiento por parte de los demás es, entre otras, una de las tantas pruebas de la fragilidad de nuestra naturaleza. En ocasiones, lleva a la autodestrucción del personaje, cosa común en actores de cine, presentadores de televisión, protagonistas de la farándula, sin negar que este fenómeno de búsqueda de la fama pueda llegar inclusive a los escenarios de la política, el trabajo de escritores y artistas, y hasta a las mismas obras de filantropía. ¿Qué conduce a tal comportamiento? ¿Qué lleva a ciertas personas a conseguir por todos los medios que su nombre y su obra sean conocidos y destacados por sus congéneres? ¿A que busque obsesivamente su aparición en titulares de prensa, espacios de televisión y radio, en las novísimas redes sociales y aún en las columnas de la crónica? ¿Es solo narcicismo o hay algo más en esta reiterada actitud? ¿No será —guardando las distancias con ciertas conductas patológicas—, nada más que el puro deseo de trascender de esa inevitable mortalidad a la que todos estamos sometidos? En todo caso, como bien nos decía hace poco un ilustre escritor, la fama no deja de ser otra cosa que la perversión del prestigio.

Dibujo de Pilar Bustos

El ensayo como tentativa Juan Valdano Morejón Vamos de la mano mi libro y yo. Michel de Montaigne

P

obre e inexacta es la enunciación que el DRAE consigna sobre la palabra «ensayo». Dice: «Ensayo: Acción y efecto de ensayar. 2. m. Escrito en prosa en el cual un autor desarrolla sus ideas sobre un tema determinado con carácter y estilo personales. 3. m. Género literario al que pertenece el ensayo». No es de extrañar esta generalidad cuando se trata de explicar la naturaleza del más moderno de los géneros literarios. No obstante hay aquí una palabra que, a mi parecer, da en el clavo: el verbo ensayar. Y en seguida salta la pregunta: ensayar ¿qué? Es esto lo que intentaré responder aquí.

La retórica clásica, a partir de Aristóteles, había identificado los rasgos propios de la lírica, la épica y la dramática, los tres géneros tradicionales, pero del ensayo nadie se ocupó sino solo a partir de finales del siglo XVI. Los preceptistas del siglo XVIII (Boileau, Luzán) establecieron las pautas que supuestamente se cumplen en cada uno de los géneros tradicionales, normas que las dedujeron del estudio de las obras maestras de los clásicos griegos y latinos. Estos «legisladores el Parnaso», como se los llamó, dictaron, desde la estética neoclásica, las reglas que el poeta debía respetar al crear su obra. Tal dictadura fue, evidentemente, desobedecida por los románticos del siglo XIX quienes en

asuntos del buen gusto, así como en lo relacionado a la expresión del pensamiento, optaron por la libertad y la espontaneidad del genio. Luego de estas batallas entre eruditos y poetas (como la de Hernani, la más celebrada de todas y que tuvo a Victor Hugo como su protagonista), lo que quedó en claro fue que los géneros literarios son formas propias de la comunicación humana, estructuras que los griegos —en esto como en tantas cosas— habían plasmado y que la tradición las consagró como modelos de validez permanente. Tal idea fue el sustento del clasicismo. Fue Benedetto Croce en el siglo XX quien negó fundamento teórico a toda división en géneros. Karl Vossler se sumó a esta desconfianza. Hoy en día, este enfoque netamente retórico ha perdido vigencia. Lo que prima es destacar la naturaleza particular de una obra literaria. Como dice Wolfgang Kayser: «cada obra poética posee tan esencial singularidad, y lo poético es tan individual y uno en sí mismo, que toda subordinación a un grupo solo puede apoyarse en exterioridades»1. No obstante de ello, soy de los que afirman que los géneros literarios parten de una actitud propia y característica, la cual determina su naturaleza y su tono. Si partimos de la idea de que los géneros literarios son modos particulares de representar el Continúa en la página 3

No 206 julio de 2016

Composición, Humberto Moré, esmalte sobre cartón, 122 x 122 cm.

Contenido Seis retratos literarios • Figura y sueño de María Moliner a cincuenta años de su diccionario • Errancias, poesía de Alexis Naranjo • Obra mural y escultura artística de Jaime Andrade Moscoso • El musical «Los miserables» • Los gremios de fotógrafos en Quito • La terquedad de los eDoc • El asesinato de García Moreno: una novela negra • Una reflexión sobre la obra de Alfredo Costales Samaniego • Al otro lado: fotografía de Misha Vallejo


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