José Luis Trullo: La pureza de las mayorías

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José Luis Trullo

EL ESPÍRITU DE LA BURBUJA

Manresa, 1993


EL ESPÍRITU DE LA BURBUJA Nota preliminar El nuevo vestido del emperador Primera parte Cómo se forma una mayoría La ley de la concurrencia La espiral del reconocimiento El nuevo puritanismo ilustrado Dorian Gray ha vuelto Los medios son los fines Pornofonía y sexofobia El enemigo del pueblo El crepúsculo de los ídolos La vida de las abejas Fin de la primera parte El espíritu de la burbuja Segunda parte Cómo se deforma una minoría La vida de las abejas Salir del armario para caer en la ratonera Presentación del eterno femenino La retaguardia del proletariado La venganza del otro mundo El rifle y el botiquín La leprosería descapotable Autopista a la capital Del bienestar al consenso universal Fin de la segunda parte Por una acracia sutil

Despedida y cierre


NOTA PRELIMINAR EL NUEVO VESTIDO DEL EMPERADOR Uno de los grandes descubrimientos de la era contemporánea es que las críticas al sistema no sólo no deben reprimirse (puesto que el interdicto genera siempre el deseo de su transgresión) sino que, por el contrario, es mucho más rentable estimularlas cuantitativamente, e incluso desde dentro del propio sistema: así, con la proliferación cancerosa de análisis mil y una veces repetidos, pero no por ello menos ciertos, la crítica se anula a sí misma según el conocido principio de que, si todo sigue igual después de tirar de la manta, es que la manta no existía. Este es el caso de las verdades como puños, del tipo Dios ha muerto / nosotros los hemos matado, o bien El medio es el mensaje. De tan sabidas y sobadas, nadie diría que gozan de una salud de hierro; es más, cada vez que comprobamos que es así, y que no hay Dios ni más mensaje que la exhibición que el medio hace de sí mismo y de su capacidad de comunicar, retrocedemos espantados, como si descubriéramos que aquello que no teníamos en mayor aprecio que el que deparamos a un slogan publicitario resulta, para nuestro escándalo, verdadero. El truco del almendruco: los diagnósticos más certeros se convierten, de manera involuntaria pero acorde con los intereses del sistema, en un bumerán que, lejos de aliviar la patología, se estrella contra los piños del médico. Por eso la universidad (sobre todo, en Estados Unidos, pero cada día más en España, y Miguel Morey o Eduardo Subirats son un ejemplo paradigmático) se financia con cargo a los presupuestos del Estado, pues éste es el primer interesado en que la verdad, circulando de mano en mano como un billete de mil, se devalúe al contacto con el aire y pierda toda su carga nociva. Sin embargo, lejos de incurrir en una tentación esotérica que retirara la verdad del mundo para encerrarla en una caja de seguridad, debemos empezar nosotros mismos a pensar la verdad, a perderle el miedo a retomar los argumentos en apariencia más socorridos para constatar su actualidad: a menudo, el cambalache en que se ha convertido el cruce de las opiniones parece dar por supuesto que sólo los juicios novedosos son auténticos, porque son más recientes. Contra esta tendencia, hay que transformarse el criterio en un recinto rumiante: masticar lentamente la idea, deglutiendo su jugo y extrayendo toda su vitamina, sin prisa ni afán. La crítica es, en (su) origen (kantiano), una operación de establecimiento de los límites de los acontecimentos: devolver un problema a sus justas dimensiones permite, entonces, acometer su transformación y abrir el tiempo de la esperanza (en la línea de la novena tesis marxiana sobre Feuerbach). La historia de la moderni-


dad, sin embargo, es la demostración palpable de que la crítica no sólo no ha permitido transformar los problemas, sino que éstos han adquirido una opacidad cada día mayor a nuestros ojos. Por así decir, ahora ya sabemos que la verdad no sólo no nos hará libres, sino que nuestra esclavitud se ha vuelto insoportable por menos inconsciente. Existe en torno a la realidad social una omertà que preserva el estado de las cosas oculto tras un pacto de silencio; en este contexto, el crítico ya no es, en modo alguno, un albatros que se dirige a la sociedad para denunciar sus carencias (ya no debe acusar), sino un niño que señala el cuerpo desnudo del emperador y grita que su nuevo vestido es una trampa, un ultraje, una gran mentira que se alimenta colectivamente. Ese grito no aspira a transformar la realidad, ni siquiera a describir lo que de cualquier modo resulta obvio (pues que salta a la vista), sino que se presenta como un auto de fe del crítico a la verdad, casi un camino de perfección individual mediante el cual deja constancia (ya no para las generaciones futuras, que seguramente serán más cínicas todavía) de su disidencia personal y, quizá, de su poca disposición a alimentar la vanidad de la hoguera en la que quema la última llama de occidente (que ya no es prometeica, sino de la secta del perro). Así, tal vez, pueda justificarse que todavía se escriban libros salmodiando lo que todo el mundo sabe, puesto que todo el mundo contribuye a perpetuarlo: para resquebrajar siquiera un poco la esfera del consenso, de la aquiescencia y del fatalismo, de la ignorancia a gritos y la verdad silenciosa. Escribir un libro, a finales del siglo, ya no puede ser más que levantar el acta de la imposibilidad de transformar el mundo y, como acto póstumo, la necesidad de seguir describiéndolo para, desafinando en medio de la sinfonía colectiva del miedo y la impotencia, oír por última vez el sonido imperfecto y lejano de la anomia primordial, perdida al principio de los tiempos. Por este motivo, quizá las páginas de este volumen se le revelen al lector plagadas de obviedades (en realidad, se trata de una sola obviedad mascada a fuego lento), lo cual no quiere decir que sean falsas, sino todo lo contrario: la obviedad es como la punta de la nariz, que para verla tenemos que bizquear y se trata de una mueca sin duda censurada por el buen gusto. Todo es tan obvio que, al acabar de leer, lo más probable es que tengamos la persistente impresión de no haber aprendido nada. Y esa es, en cierta forma, su ambición: no se trata de un texto pedagógico, que sacie en su propia completud la totalidad de un saber, sino que exige ser convalidado en el ámbito de la experiencia, puesto a prueba, calibrado. Si, muchos años después de haberlo leído, este volumen resiste la prueba del recuerdo, será sin duda porque habrá satisfecho su objetivo.


LA LEY DE LA CONCURRENCIA El Mercado, la Cultura y la Rebelión 1.

La ley de la sociedad contemporánea es la concurrencia. Esto quiere decir que todo concurre hacia un punto en el que lo múltiple acepta involucrarse en un movimiento centrípeto que desemboca en la unidad.

1.2

La unidad de lo recíproco carece de contenidos: es una escena, es el drama de acudir a la llamada a concurrir. Poco importa que, a la sazón, lo múltiple sea en verdad múltiple, puesto que la única multiplicidad espantosa es la diseminación escénica. La concurrencia es la garantía de que lo múltiple se aviene a mostrarse en los cauces previamente determinados como escena.

1.3

Excurso. España entera concurrió, en 1977, a la llamada a esa disciplina escénica que se llamaron los Pactos de la Moncloa. Desde entonces, lo múltiple español es una eterna variación sobre un mismo tema, puesto que tema y forma, escena y drama, son siempre una y la misma cosa.

2.

La escena contemporánea, en su concurrencia, se llama Mercado. Todavía no somos plenamente conscientes de que esta evidencia trasciende el marco de la información económica y se ha adueñado del tuétano de la sociedad contemporánea. Es una verdad cuyas proporciones debemos seguir rumiando hasta tragarla del todo y comprender su sentido.

2.1

El Mercado no es un establecimiento determinado donde se pueden comprar y vender cosas. Es la escenificación permanente de la concurrencia, el único argumento del drama que se representa en la sociedad contemporánea.

2.2

Lo que no concurre (al Mercado), no existe. Existir es, pues, concurrir (al Mercado): aceptar la escena de la concurrencia y derivar las consecuencias de esa elección.

2.3

Las consecuencias de elegir y aceptar el Mercado como escena de la concurrencia son dos, pero la misma: de un lado, que lo que concurre recibe un valor en función de la oferta y la demanda, del cual se deriva su posición dentro del sistema (del Mercado); de otro lado, que lo que no concurre, carece de


valor puesto que no puede ocupar una posición dentro del sistema (del Mercado), al no poder ser demandado ni acceder a ofertar. Uno y otro lado de la moneda son el mismo: existir es concurrir, posicionarse respecto a las fuerzas concurrentes, dirimir los vectores en un resultado: valor de cambio, o cotización. 2.4

Cotizar es cotizar-se, entrar en concurrencia, recibir vectores de ofertas y emitir vectores de demanda, y resolver la diferencia en un acto: la compra. Comprando, distribuimos las fuerzas concurrentes a nuestro alrededor según un orden de prioridades, según una solución que apacigua oferta y demanda. Comprando, en verdad, concurrimos realmente, puesto que sin compra las fuerzas que concurrentes se dispersan. La compra es el acto primigenio de la sociedad contemporánea.

2.5

Excurso. Las familias de todas las ciudades desarrolladas saben perfectamente cómo deben emplear su tiempo libre: concurriendo, es decir, comprando. Y la mejor sede de la concurrencia son las Grandes Superficies, punto-cero en el que concurren todas las mercancías (oferta) y concurren todos los compradores (demanda). Sin embargo, el juego de la concurrencia es tal que el comprador se convierte, en la Gran Superficie, en un vendedor (vende su propia concurrencia: se ofrece a la mercancía), mientras que la mercancía, dada su capacidad de generar el efecto concurrente, se transforma en demanda (busca un comprador para consumar así el acto de la concurrencia global).

3.

Pero estos son los epifenómenos, los acontecimientos visibles (aunque paradójicos) del sistema de la concurrencia. No son tampoco los más acuciantes, aunque sí se presentan como tales. La concurrencia, como ley, legisla, y no sólo en tal o cual sede, sino en todas partes, hasta convertir el planeta entero en un fenómeno de concurrencia.

3.1

La cultura concurre. Antes que todo, induciendo a los que se introducen en su ámbito a concurrir. Quien no concurre, no existe; quien existe, concurre. Más allá, no hay nada: cuanto vale, cotiza, porque se posiciona dentro del arco cultural; si no cotiza, es que no vale, porque no se halla dentro del arco cultural. Esto es tanto como decir que el espectro cromático no incluye el infrarrojo y el ultravioleta porque el ojo humano es incapaz de percibirlos: por supuesto que no existen, en tanto no concurren a la percepción.


3.2 3.3

Lo real cultural concurre; lo que concurre es real cultural. Excurso. Hoy más que nunca resulta absurda la idea del inédito. Seguramente, hay más papel impreso que escrito. Existe incluso la absurda idea de que no es que el escritor publique porque escribe, sino que quien publica es escritor porque publica.

3.4

"No nos engañemos: no existen genios ocultos" (M. García-Posada, 6 de julio de 1994, pág. 12). Todos quieren salir en la foto, porque el mundo como tal sólo existe en tanto escena de la concurrencia. Fulanito no existe si Menganito no habla de él en los papeles; existe, incluso, una airada reacción general de desaprobación cuando Fulanito muere y el diario no le dedica tantas o cuantas páginas, como si toda la vida de Fulanito se midiera en términos de concurrencia. Como si Fulanito empezara y acabara en la valoración póstuma que Menganito hace de él. Como si Fulanito nos interesara sólo en términos de presencia pública, como valor de cambio que cotiza en la bolsa de la prensa.

3.5

Salir a la luz pública significa concurrir, posicionarse dentro del arco cultural para poder ser tasado y recibir un valor de cambio. Obtener reconocimiento no es más que ingresar en el arco de los animales que han superado el examen de la aceptación pública. Si no se sale a la luz, no se obtiene el reconocimiento; si no se obtiene el reconocimiento, no se sale a la luz.

4.

El Mercado Cultural actúa como comisario social, instigando a los escritores a que concurran: un escritor oculto es peligroso, puesto que no ocupa un lugar dentro del arco cultural, no tiene precio, se desconoce su valor de cambio y, como tal, desequilibra la escena que la ley de la concurrencia quiere absoluta.

4.1

Cuando un editor coloca en la portada de un libro la cifra de ventas expresa a las claras que lo que importa en él no es tal o cual contenido, sino el hecho milagroso de que sea aceptado. Así, cuando alguien lo compra no busca tal o cual contenido, sino qué posee ese libro para ser aceptado, de modo que pueda entender mejor lo que su sociedad le pide a él para, a su vez, poder ser aceptado.


4.2

Comprar un `best-seller' es concurrir al Mercado Cultural en inmejorables condiciones. Escribirlo, convertirse en centro de concurrencia. Existe, por ello, el síndrome del Tercer Libro, que ataca a los escritores más que inéditos, pero menos que consagrados, y que consiste en tomar conciencia de que nunca dejarán de concurrir para ser centro de concurrencia. Llega, entonces, el desánimo, el rencor, y la mayoría acaban abandonando la profesión. Incapaces de abandonar una dinámica a la que ellos mismos se han prestado (al concurrir y hacerse visibles), se pillan los dedos en su propia trampa y acaban con las tripas en salmuera.

5.

Final. Hoy en día, y más que nunca, la única rebelión es carecer de imagen: no concurrir, no salir en la foto, abstenerse de dar signos de vida. No se trata de encerrarse, puesto que el Mercado es quien encierra a los que penetran en sus pasillos. Carecer de imagen es tanto como permanecer en el sitio propio, pesar el cuerpo por la fuerza con que la tierra lo atrae y no en función de su valoración pública. Carecer de imagen es no concurrir para que todo pueda ocurrir.

El último día será la fiesta de la gravedad y la pluma llegará lenta al suelo y rápido el ladrillo y será evidente aunque nada se vea ya nunca más


LA ESPIRAL DEL RECONOCIMIENTO Representación y Personalidad 1.

La personalidad es una máscara, el carácter es una venda de queratina que nos envuelve como un tórax mentiroso. Pero es una máscara útil, útil al menos para jugar cierta partida social que solicita de los participantes la acreditación de un buen comportamiento.

1.1

No es que los juegos de rol emulen el comportamiento social, sino que el comportamiento social es un juego de rol en toda regla, y ahora más que nunca: cada jugador posee unos atributos, de los cuales se deduce una conducta, a la que el jugador debe obedecer a riesgo de perder su lugar en el juego (un lugar que es una función: sólo `es' en tanto cumple un papel y lo consuma).

1.2

La entidad hombre/mujer es una materia informe que quiere permanecer informe; la mera exigencia social de asumir un papel/un lugar/una función en el tablero sólo se satisface a cambio de aplastar ese fondo (fondo sin forma) del que la entidad hombre/mujer surge y al que, a la sazón, la entidad hombre/mujer debe volver.

1.3

Lo informe es la vocación que estaba al principio pero que sólo se descubre al final de la partida.

2.

La ficción de la personalidad se construye en la sociedad contemporánea a partir de y en dirección al status.

2.1

El status es la imagen privada que la entidad hombre/mujer se enfunda para jugar la partida social. Tener status es concurrir a la escena para desempeñar el papel que previamente la banca había diseñado a fin y efecto que el juego pudiera empezar.

2.1

La sociedad tecnocrática baraja su mazo y reparte las cartas entre los jugadores, que deben realizar su apuesta en función de unas reglas que muta constantemente: de ahí que las máscaras pierdan su función en cuanto las reglas del juego han cambiado. En este juego abominable, todos pierden porque (para que) la banca gana siempre.


2.2

El juego social es móvil y lábil. No hay estatuto que cien días dure, ni quien lo pueda soportar. Como quiera que en la trampa de la personalidad se ha caído desde que se tiene uso de razón (puesto que la razón coincide con la asunción de un papel en el juego: ya no hay intelección atópica, se habla desde un punto y para fortalecer ese punto), estallan los plomos por doquier: la entidad hombre/mujer, informe y vigente, ejecuta su venganza cuando se incendia el atrezzo.

2.3

Excurso. Mirad esos juguetes rotos que yacen en el suelo, y que un día fueron dioses. Ejecutivos que nadaron a favor de la corriente y que ahora se dejan llevar por las aguas hacia la desembocadura. Jugadores que se asimilaron a su función (a su máscara), creyendo en una certeza final, y que descubrieron de la noche a la mañana que la función se había transformado a sus espaldas. Ataviados para representar una comedia de capa y espada, deben pronunciar ahora la letra de una farsa de fidalgos despojados de su honra.

3.

Ya conocemos su origen, su modo de actuación y el desenlace que le aguarda; pero, ¿cómo se construye una personalidad?

3.1

Una personalidad se construye penetrando en la inercia del reconocimiento. Yo me reconozco en un palo de la baraja, un palo que es un status y que, en cuanto tal, me asegura para empezar una máscara, un lugar y una función el juego.

3.2

Yo existo porque me reconozco en tal o cual máscara que, al precederme lógica y jerárquicamente, me legitima antes de que pueda participar en el desarrollo mismo de la partida. Más aún: la banca franquea el acceso a la partida únicamente a quienes se han reconocido en uno de los palos del mazo, esto es, a quien ocupa un lugar y asume una función previamente determinadas por la propia banca.

3.3

Reconocerse es ya una manera de empezar a jugar. Emular un palo u otro del mazo es pagar el primer peaje de la autopista que nos conduce a la personalidad, y que recorremos desde el principio con el `target' final en el bolsillo.

3.4

No reconocerse en un palo del mazo es no ocupar un lugar/no poseer una función en el juego de la concurrencia social. No asimilarse a un status es no


alcanzar la existencia, que no es otra cosa que jugar la partida en consonancia con el lugar y la función que el jugador ocupa. "Creo que, como yo, hay muchas personas que no son histéricos ni añoran tiempos que no han conocido. ¿Es posible que ni una sola de estas personas hable por televisión? ¿Cómo es posible que yo, estudiante normal, nunca me sienta representada?" (Julia Carlavilla, El País de las Tentaciones). 3.5

Excurso. La juventud española es el paradigma del deseo de concurrir a la partida respetando las reglas del juego, con una escrupulosidad tal que pone en peligro el futuro mismo de la partida. Puesto que el juego social es móvil y lábil, exige ser vulnerado o, en todo caso, cuenta con el `desvío' (voluntario o no, el efecto es el mismo) necesario para que las propias reglas se transformen y se introduzcan novedades en el decurso del juego. Sin embargo, la sumisión de la juventud al juego social es de una naturaleza tal, que se ha caído de la partida antes de empezar a jugar. Quizá por primera vez en la historia de Occidente, podemos comprobar que el juego social siempre ha deseado ser transgredido, y que existía una regla secreta en el interior de la inercia del reconocimiento según la cual la asimilación del jugador a su palo, para ser perfecta, debía no ser completa. (Pues el reconocimiento no describe un círculo sino una espiral).

4.

La representación, que es la regla de juego básica de las sociedades con1 temporáneas , y en la cual se asientan todas sus instituciones básicas (mercado, democracia, medios de comunicación), es el motor de la espiral de la representación: no tiene otro, y es inútil buscarlo en una instancia superior (histórica) o inferior (económica).

4.1

La democracia es la delegación de mi poder de intervención política en un tercero que sigo siendo yo: en ningún caso pierdo yo mi propia opción al delegarla en él, sino que la transfiero por motivos operativos y/o tácticos. La miseria de las masas apolitizadas consiste en creer que, mediante el acto de la delegación, se declina toda responsabilidad ulterior, cuando ésta jamás es delegable (únicamente lo es su incidencia práctica, y en un sentido muy restringido).

1

Vid. "Crisis de la representación y obscenidad teatral", en AA.VV. Los márgenes de la teatralidad. Los Trabajos de Sísifo, Manresa, 1993, pp. 7-25.


4.2

La miseria de las masas apolitizadas se convierte, en el ámbito psicosocial, en una reivindicación activa de fetiches con los que sentirse identificado. Como si la densidad participativa que se le sustrae a la esfera política fuera perversamente compensada (pero es una compensación ficticia, y además literalmente imposible) por una ansiedad de participación simbólica con los palos del mazo social, las masas anónimas aspiran a realizarse por entero reconociéndose en tal o cual personaje social, cuyo status pasaría así, y por una especie de transustanciación mágico-ritual, a ser también el status de quien en él se reconociera.

4.3

Excurso. Si el hombre que pisó la luna no pisaba con su pie, sino que era la humanidad quien a través suyo pisaba, podemos proyectar nuestra incapacidad de crearnos a nosotros mismos en cualquier fetiche, puesto que el mercado está atiborrado de ellos (todos concurren): así, ganamos partidos de fútbol en plural, cuando es evidente que no ha existido entre los once jugadores y nosotros delegación alguna (no poseemos un poder cuya ejecución depositaríamos en un tercero, como en cambio sí ocurre en la delegación política): en este sentido, nunca podrán representarnos. Curiosa paradoja: no nos sentimos representados por quien efectivamente nos representa y, en cambio, nos lo sentimos por quien no nos representa, simplemente porque no puede.

5.

Ya es hora de romper la baraja: no más ansia de status, no más palos que ni representan a nadie ni deberían hacerlo, puesto que la entidad hombre/mujer es informe y, como tal, sólo se puede formar a sí misma. Basta ya de renunciar a lo que es nuestro para abrazar lo que es de otros: ha llegado el momento de asumir las propias responsabilidades. Crearse una existencia no es asunto de fetiches, sino de elección radical que se ejecuta día a día, sin decorados ni lugares privilegiados. No hay un texto, y vivimos introduciendo la morcilla que es el verbo propio en una obra que no existe. El juego social es la anarquía (ausencia de centro) y nadie puede exigir ocupar en ella una función, simplemente porque las funciones deben crearse a sí mismas en función de cuál sea el no-lugar en el que cada quien decide no-instalarse. Es preciso amotinarse contra la constitución de la escena cerrada en que la sociedad occidental se ha encastillado y sacar los brazos entre los barrotes: afuera está el adentro, que es nuestro y nadie nos ha robado, porque nosotros lo expulsamos. Hay que denunciar la servidumbre voluntaria de una juventud que se ha condenado a sí misma por no ser capaces de cometer el


delito de vivir, y castigar a hervir a fuego lento a una paternidad que ha narcotizado los mejores instintos de su prole a cambio del salario del miedo y la impotencia. Gritemos de una vez que el emperador estรก desnudo y que los sastres que le tejieron su capa son unos impostores a sueldo de un poder que ahoga pero no aprieta.


EL NUEVO PURITANISMO ILUSTRADO La pureza del sujeto moderno 1.

Al igual que el puritanismo religioso surgió para `purificar' la reforma anglicana de los vestigios del papado católico y romano, el nuevo puritanismo ilustado cumple una clara misión histórica, cual es proporcionar al sujeto moderno (al individuo enmascarado) un mundo expurgado de las diferencias que le contaminan su percepción.

1.2

Como quiera que la modernidad se concibe a sí misma como un proceso de progresiva `iluminación' del mundo de los objetos (que se configuran en cuanto tales a partir de la comprensión que realiza el sujeto de sus límites claros y distintos), el puritanismo ilustrado se revela como el impulso `clarificador' de la razón humana para convertir el ámbito de las cosas en una red de identidades prístinas, todas diferentes entre sí y diferentes, a su vez, del sujeto que accede a su conocimiento. La tecnociencia es, en este sentido, el medio definitivo por el cual el sujeto dispone en todo momento de un cosmos ordenado y estable de objetos susceptibles de manipulación y control.

1.3

La tecnociencia es esencialmente puritana, pues se erige en garante del mundo de las cosas en tanto razón instrumental y se toma a sí misma como causa y consecuencia de la `depuración' del caos de las percepciones. Los saberes de la modernidad deben ser científicos y puritanos, pues cumplen una función `escrutadora' de las tinieblas de lo real, tinieblas que se esfuman por acción de la luz de la explicación y la evidencia de su cumplimiento.

1.4

El puritanismo ilustrado participa de una dinámica general de la cultura moderna que, habiendo transformado el mundo de los objetos en un gran almacen de mercancias siempre disponibles, se encomienda a sí mismo la tarea de velar por la integridad impoluta del sistema purificador.

2.

La presencia del nuevo puritanismo ilustrado (que alcanza una relevancia

2.1

civilizatoria y no se conforma con resolverse en los despachos y los laboratorios) se evidencia en todas las manifestaciones de la vida cotidiana: en nuestras letrinas, en nuestras mesas, en nuestro cuerpo, en nuestro ocio, en nuestras cocinas. Es la manía por el alimento integral, que es más sano aún que el alimento real, pues carece de sus efectos indeseables y nos proporciona más hierro,


más calcio y más vitaminas que las que posee, en su suficiencia insuficiente, el propio alimento. El alimento integral no es en modo alguno íntegro, pues ha sido sometido previa y científicamente a los análisis dietéticos que traducen las sustancias en valores energéticos y proteínicos, de manera que el alimento pierde su valor de uso para adquirir un valor nutricional, calculable y operacional (de cambio). 2.2

Es la manía por la vida saludable, que es más natural que la vida de la naturaleza misma, llena ésta de peligros y riesgos innecesarios. (En la civilización del ascensor, ahora existen aparatos que `simulan' el ejercicio de subir escaleras). Ese concepto puritano de la salud tiene muy poco que ver con el manoseado `culto al cuerpo', puesto que ambiciona someterlo a la disciplina del orden y la preceptiva volumétrica del ojo: estar sano es parecerlo, mostrarse como tal, o lo que es lo mismom, ajustarse al `ordo' plástico, el cual reduce el cuerpo a un mapa de accidentes legibles.

2.3

Es la manía por el entorno higiénico, desprovisto de todo tipo de gérmenes y agentes extraños al propio sujeto, el cual se siente más y más amenazado cuanto mayor es su poder destructor. La prueba del algodón es el límite contra el que se estrella la mirada, que no adivina los múltiples riesgos que alberga un humilde inodoro (la palabra es significativa: un mueble que evita percibir el olor de lo que más huele). Un topos higiénico es un espacio sometido totalmente al canon racional de la salud y la pureza ambiental, libre de impurezas, totalmente aislado.

2.4

Es la manía por el sonido digital, más rico y perfecto aún que el sonido real, más satisfactorio aún que la audición de una orquesta en la sala de conciertos, más cercano aún a la idea sonora que la propia ejecución, a la que le faltará siempre el `filtro' tecnológico que transforma la escucha en recreación del poder de la ciencia contra la terca imperfección de la realidad (¿cuándo hemos podido escuchar una sinfonía en una habitación?)

2.5

Es la manía por los productos reciclables, que aparten de la vista el testimonio palpable de la resistencia de los objetos a ser `completamente' manipulables, consumibles y desechables. No hay nada más traumático para el puritano que la acumulación de basuras en su propia casa, puesto que le devuelven la imagen derrotada de su acto predador, de su propia fantasía devoradora. Reciclar es vencer definitivamente al objeto que se empeña en so-


brevivir después de su uso: no se recicla para no dañar el medio ambiente, sino para demostrarle que nos pertenece por completo. 2.6

En todos los casos, se trata de una batalla implacable del sujeto contra el mundo de las cosas, que se agita y conmueve bajo el peso pesado del uso y reclama una atención que cada día es más difusa, más etérea, más ambiental. Incluso se ha escrito que los objetos, borrados por acción del poder humano, ya no existen sino como `residuo', como última protesta antes de ser definitivamente ingeridos por el sistema del consumo y el reciclado.

2.6

Del mismo modo que la investigación microelectrónica se lleva a cabo en la llamada `sala blanca', en la cual no ha entrado ningún cuerpo real que pueda perturbar la fabricación de objetos artificiales, el nuevo puritanismo ilustrado trabaja constantemente, no sólo por dominar el mundo de las cosas, sino (sobre todo) por tratar de eliminar los rastros de su crimen. De ahí que las instituciones públicas consideren como una prioridad absoluta implementar políticas para luchar contra los residuos, mientras se acerca el día en que puedan fabricarse objetos que no generen resistencia y se presten dócilmente al uso y consumo del sujeto ilustrado.

2.7

En el camino de la modernidad por ajustar la totalidad de lo real a la medida del hombre, los objetos que nos rodean son la escena en la que se desenvuelve la penúltima batalla. Limpiar el entorno, higienizar la casa, depurarse el cuerpo de toxinas y virus, es el combate definitivo para someter la variedad de lo real a las necesidades de un sujeto que, en su puro afán de integridad, sólo quiere contemplarse a sí mismo en el espejo deformado de una tierra purificada, libre de todo lo que no sea él mismo y las criaturas por él creadas o transformadas.

3.

Pero el puritanismo no se conforma con la higienización de los escenarios en los que se desarrolla su batalla contra las cosas, sino que se vuelve contra su propio agente: de ahí que la moral, y la moral sexual ante todo, sea su controversia favorita (en realidad, es la higienización del cuerpo y sus humores la que genera una cultura de la limpieza y el expolio de los excedentes, y no al revés). El cuerpo es el gran enemigo del puritano, puesto que expone y resume todas las `taras' que más le ocupan y le preocupan: la denuncia de la grasa, el testimonio de los desechos, la elocuente persistencia de la asimetría en todas sus manifestaciones, muestras sintéticas de que el imperio del


alma (= armonía y equilibrio) debe resolver antes que nada una deuda pendiente con el cuerpo (= inarmonía y desequilibrio). 3.1

Las preceptivas racionales del cuerpo (griegas, renacentistas o posmodernas, se trata siempre del mismo asunto: someter la materia informe a la forma, trabajar el músculo según el dictado del entendimiento distribuidor, arquitectónico) se construyen en el solar vacío de Occidente para levantar un edificio de proporciones y volúmenes, de simetrías y contrapesos, en que el cuerpo pretende mostrar una plenitud que no es la suya, sino el `signo' de la victoria de la razón. Un cuerpo `bonito' es un cuerpo obediente, sometido a la fuerza trabajadora del gimnasio, del duro esfuerzo por liberarse de los hidratos de carbono, las toxinas y el colesterol. Al cuerpo se le somete puritanamente en el caballo de tortura del gimnasio, que lo libera de sus molestas imperfecciones, asimetrías, disconformidad, de manera que el puritano consigue que su cuerpo culpable se incline ante sus exigencias (ese es, y no otro, el éxito de la mal llamada `cultura del cuerpo': valiente majadería, cuando el cuerpo es, de suyo, inculto).

3.2

Pero el sometimiento de la apariencia del cuerpo no es, ni mucho menos, la principal preocupación del puritano, sino la primera de sus múltiples técnicas de dominio sobre las pulsiones (un término anticuado sólo para los advenedizos del psicoanálisis): en seguida le suceden las técnicas de reconducción del deseo, del mero deseo sexual por supuesto, pero también del deseo de ruptura, violencia, fiesta, derroche y libertad. El puritano quiere creerse habitante de un mundo expurgado de los humores del cuerpo, de los caprichos del deseo, de la veleidad de las carnes (que son siempre débiles: ¡que se lo digan a él!), y se encuentra en cambio con un campo minado con los explosivos que previamente él mismo ha sembrado. De ahí que crezcan día a día los casos de predicadores (televisivos o no) que abusan de sus monaguillos hasta hartarse: habitantes de un pecado que ellos y sólo ellos han promulgado, caen víctimas de su propia trampa al verse superados (claro está) por un deseo superior incluso al deseo corporal: el deseo insaciable, pues crece proporcionalmente al éxito de la norma, de la transgresión.

3.3

El puritano, además de luchar contra sí mismo y contra cuantos vestigios le muestran en los cuerpos del prójimo el inocente ejercicio del capricho corporal, lucha en muchos otros frentes: censurando el espectáculo del cuerpo triunfante (en la fotografía de Mappelthorpe, sí, pero también en tantos otros


sitios), sometiéndolo al imperativo correcto de la decencia o, tal como se le califica ahora desde las filas de un mal entendido progresismo, de la dignidad de las personas. La indignidad es la que comete diariamente el puritano contra el cuerpo soberano, insistiendo en su cruzada (moral y audiovisual) contra las pasiones que se niega a sí mismo para abrazar una fe, llámenla cristiana o con nombres más prestigiosos y zalameros, en la que sólo hay espacio para la idea, limpia de su polvo y paja (con perdón), reluciente en su pureza fosforecente, brillando en un escenario vacío en el que hace veinticinco siglos que se viene representando la misma función, y tres que esa función se tornó pesadilla tecnocientífica, integral, higiénica y reciclable. 4.

El cuerpo no necesita ser liberado, pues no está cautivo, sino que lo sentimos en el espacio que ocupamos, en el gesto con que tendemos hacia el mundo. De lo que debemos liberarnos es de la cultura del cuerpo, o lo que es lo mismo, de la mera cultura que asimila forma a función, función a identidad, e identidad a robo: robo de lo humano y su versatilidad.


DORIAN GREY HA VUELTO Objeto, reflejo e ideal 1.

El único país del mundo que recibe a turistas e inmigrantes con sus ideales labrados en piedra no parece, en cambio, estar dispuesto a llevarlos a la práctica. Al menos eso es lo que se desprende de la creciente cruzada audiovisual que se ha activado en los Estados Unidos desde finales de los años ochenta (o sea, desde siempre), en cuyas piras inquisitoriales han ardido ya desde Madonna hasta Almodóvar, pasando por Public Enemy, Richard Mattelthorpe y el mismísimo Michael Jackson. La purga, que no parece dispuesta a dejar títere con cabeza, presenta todo el aspecto de un mal remedo de la tristemente famosa caza de brujas del senador MacCarthy, con la importante diferencia de que, en este ocasión, el enemigo ya no se encuentra fuera, sino dentro, e inscrito indeleblemente en el bajovientre de todos y cada uno de los norteamericanos.

1.2

La cuestión fundamental, que a los ojos del censor justifica su intervención, consiste en elucidar la relación ambigua que se establece entre la difusión de los modelos culturales a través de los medios de comunicación y su capacidad de modificación de las conciencias individuales. La concepción puritana del mundo (que, aunque típica de los países anglosajones, trasciende los marcos nacionales) confía en el poder educador de la cultura, que en última instancia se concibe como instrumento de acción sobre la conducta del receptor, indicándole el buen camino y mostrándole las fatales consecuencias que se derivan de optar por el malo. En este sentido, el gran legislador de almas que siempre quiso ser Platón desaconsejó la lectura de las epopeyas homéricas en su república ideal, ya que consideraba que ofrecían un ejemplo pernicioso a los más jóvenes.

1.3

Y es que el puritano, como señalaba Oscar Wilde, carece del más mínimo sentido estético: su relación con las obras culturales se dirime en términos de estricta enseñanza. Sólo un puritano puede sentirse escandalizado ante la exhibición del triunfo del mal, puesto que, en su opinión, ello significa una invitación formal a seguir el mismo comportamiento. La estructura premiocastigo que, según el más tosco conductismo moral, se dibuja en el horizonte de expectativas del puritano, impidió durante años años a los guionistas de Hollywood escribir historias en las que el gángster no fuera aplastado bajo el peso de la ley. Como si, en una irónica inversión del orden lógico del mundo,


la ficción gozara de una autoridad o, cuanto menos, de una plausibilidad sobre las conductas que a la sazón atentaría contra el sistema que las ha generado. 1.4

Esta comprensión unívoca y rudimentaria de la relación entre estímulo y respuesta permite explicar la extraordinaria candidez con la que los norteamericanos se relacionan con sus fetiches culturales, convencidos como están de que cumplen efectivamente una función normativa en la articulación de la sociedad. Esta ingenuidad, de la cual la censura es consecuencia lógica (puesto que toda obra cae bajo el dominio del modelo pedagógico, hay que impedir a toda costa la difusión de malos ejemplos), es la que justifica la compulsiva tendencia a la emulación que manifiestan los norteamericanos, ya sea siguiendo los pasos de un yuppie de Wall Street o imitando la cruzada justiciera de Charles Bronson.

2.

El puritano es un iconoclasta: odia las imágenes porque conoce su fascinación y padece las consecuencias de su propia pasión.

2.1

Al igual que la adquisición del status configurador de identidad se obtiene mediante el reconocimiento de la entidad hombre/mujer con los palos de la baraja, el puritano se vale de las imágenes, no para conocer el mundo, sino para reducirlo a la medida de su ideal. Aristóteles pidió al poeta que explicara, no cómo sucedió la historia, sino cómo debería haber ocurrido: el puritano exige al espejo, no que le devuelva su imagen (siempre menor de lo que sueña), sino que le persuada de que es como le gustaría ser.

2.2

Todas las imágenes pertenecen, para el puritano, al ámbito de la utopía del deseo. De ahí que, frente a la imagen pervertida (y con mayor motivo si es real), reaccione horrorizado, puesto que ve proyectado en la línea del futuro lo que no es sino el margen del presente.

2.3

Los fetiches culturales son, para el puritano, puros fetiches cultuales. El puritano se aferra al pasado mítico en el que Dios se encarnaba en un trozo de pan y en una copa de vino.

3.

La censura no es, en este contexto, un arma solamente ideológica, sino que adquiere una enjundia civilizatoria, ya que apunta al centro de la producción simbólica de la sociedad puritana.


3.1

Impedir la proliferación de imágenes contradictorias es el modo que tiene el puritano de renovar la alianza con la divinidad. Sólo la imagen pura y recta, ejemplar y moralizante, puede dar a Dios lo que es de Dios, y que es, como ya sabemos, un alma pura en un cuerpo incontaminado por el tráfico del mundo.

3.2

El puritano se reconoce (entabla una relación de pertenencia con las imágenes) en las escenas reales de sexo o violencia, y por eso mismo las censura: no sólo porque, según la clave simbólica del puritano, le invitan a actuar en consecuencia, sino porque le recuerdan quién es. Pero esa es la trampa: sabiendo perfectamente quién es, prefiere olvidarlo y sumirse en la idealidad de una imagen que no es, ni quizá llegue a ser nunca.

3.3

El censor es el puritano a la máxima potencia, pues no sólo ve lo que ve, sino lo que teme ver, y así multiplica su prurito higienizador con la intervención de la astucia escrutadora. La célebre confusión que indujo a la censura española a cortar la escena en la que Rita Hayworth empieza a quitarse un guante en Gilda produjo muchos más efectos lúbricos en la población que la exhibición completa de una secuencia que, a la sazón, daba mucho menos de lo que prometía. Pero el censor siempre se avanza a los acontecimientos y juega, muy a su pesar, contra sí mismo, puesto que escapa de sus prejuicios como si cargara una mochila de piedras a la espalda.

4.

Unicamente una sociedad desgarrada en virtudes públicas y vicios privados puede alimentarse de la estrategia de Dorian Gray. Pero Dorian Gray ha vuelto y clama venganza. La tela ha envejecido y el modelo reconoce que, no reconociéndose en su imagen, se ha perdido a sí mismo: su estratagema se revela falsa, la cortina cae y todas las lacras que se ocultaba a sí mismo se le vuelven visibles en toda su crudeza. El espejo se venga y, a la pregunta de rigor, contesta que la más guapa del reino nunca ha existido.


PORNOFONIA Y SEXOFOBIA 1.

No existe palabra en la lengua española, ni en ninguna otra, que signifique al mismo tiempo tanto y tan poco como pornografía. El Tribunal Supremo, el cual (como todo tribunal) se cree con derecho a legislar sobre las palabras, la definió recientemente como "la descripción de actos encaminados a excitar la lubricidad de las personas". Se trata, pues, de una interpretación subjetivista del fenómeno pornográfico, que valora antes la reacción que éste genera en el espectador que su propio contenido. Así, y paradójicamente, puede resultar mucho más pornográfica una novelita rosa (que promueve los instintos más bajos de ciertas muchachitas) que una película calificada X (cuya dinámica explícita genera repulsión y libera pocas energías eróticas).

2.

Esta visión subjetivista de la palabra `pornografía', sin embargo, colisiona frontalmente con su uso común, el cual se codifica de manera clara y unívoca: se considera pornográfica la publicación, filmación o representación del acto sexual real. Esto último introduce una diferencia drástica entre la definición subjetivista (lábil e inaprensible como los propios sujetos) y la puramente objetivista. Si el mismo acto sexual es o no pornográfico en función de la turgencia del miembro masculino y su mayor o menos proximidad al orificio femenino, es obvio que el término se nos vuelve a escapar de las manos y retornamos a la problemática nebulosa inicial.

3.

Existe, además, una tercera vía que añade más confusión si cabe a una palabra que, según se ve, concentra en su interior un haz invisible de potencias significativas: se trata de aquellas películas (y pienso en Oshima, por supuesto) en las cuales se muestra un acto sexual real pero, ay, dotado de un tratamiento estético. Este salvoconducto evanescente que no atañe al objeto o al sujeto, sino al `modo de mostrarlo', contribuye a enredar la cuestión hasta llegar al punto crítico de inducirnos a cambiar de escena. (Y el lector comprenderá que si no aludo al marqués de Sade es para no tapiar definitivamente las puertas de salida).

4.

Una vía de acceso al problema puede ser el análisis histórico de los conceptos. Los procesos sumarios incoados a la obra de D.H. Lawerence o Henry Miller, que hoy se estudian en las escuelas de medio mundo, bastarías para conceder a la palabra pornografía un contenido cultural (ni subjetivo, ni objetivo, sino exactamente al proceso que propicia la decisión sobre qué es suje-


to y qué es objeto) que la aproximación convencional suele obviar. De sobras conocida es la anécdota que protagonizó Stalin al concluirse la ejecución de la quinta sinfonía de Shostakovitch: "Esto es pornofonía", gritó escandalizado. Con ello quería decir varias cosas a la vez: por lo pronto, que la música le había desagradado, pero también, y sobre todo, que ese tipo de música debería ocultarse y no ser de dominio público. 5.

Esta polisemia de la palabra, que alude al escándalo que produce en la persona al perciber como visible algo que no se debería mostrarse, es tal vez el interruptor que irradiará un poco de luz en la habitación oscura del problema. Efectivamente, es el propio dispositivo de la representación en cuanto tal el que debería considerarse pornográfico, puesto que implica por igual tanto al sujeto/espectador como al objeto/mercancia y al proceso/ comunicación.

6.

La modernidad, en su afán de iluminarlo todo, de traspasar la opacidad del mundo y reduplicar la realidad en su reflejo para adquirir la identidad que resulta del proceso, ha consumado el principio del vivir para ver: el ser es visible, se achata en su imagen, según el principio de la metafísica que describiera Heidegger desde la primera hasta la última línea que escribió. Y la propia mirada, que se transforma en agente del deseo (del deseo de ver, de poseer el objeto que nos niega), es pornografía: evidencia sin sombra, truculencia sin secreto, obscenidad.

7.

Desmond Morris ha conseguido diseñar una microcámara para filmar el orgasmo: se despliega así la esencia porno de la ciencia, que sólo quiere ver, ver para creer, ver para ser y vivir en la sede de la mirada poseedora. Por fin la pornografía podrá apoderarse del momento culminante que condenaba uno a uno todos sus coitos a la interrupción risible: por fin veremos lo invisible.

8.

9.

Los científicos han filmado nuestros intestinos, nuestra úlcera de estómago, nuestro tumor cerebral, nuestro feto en el vientre. Han filmado incluso la memoria: ahora han filmado el placer y pronto nos fotografiarán la personalidad o el carácter: de nada servirá decir que no somos `eso' que se ve, puesto que nuestra creencia en la inmaterialidad del sujeto se desvanecerá como las pinturas subterráneas descubiertas por la compañía del metro. Pero la pornografía es pornofonía: grita, se desgañita para que los ciudadanos se enteren de la buena nueva de que por fin cayó el muro de la materia y


las ilusiones se han despejado: no somos más que hueso y músculo, Dios no existe porque es invisible, no se le ve por ninguna parte y, ¿cómo podemos creer en alguien que se esconde? Que salga de donde quiera que esté y dé la cara en un reality show, como todos hemos hecho, y empezaremos a considerar nuestra fe en la televisión como una mera prolongación de la antigua teología. 10.

La pornofonía es sexófoba: odia la carne, la promiscuidad de los fluidos orgánicos, el éxtasis de una piel que se revela suave al tacto y agradable cuando huele a sudor de amor: la mirada es pasto del deseo de no consumarse, y el sexo le repugna como si fuera un obstáculo infranqueable. Pero el ojo siempre quiere más, aspira al todo que él mismo rechaza cuando se vislumbra al final del trayecto: zarandeado por su propia ansiedad, arrojado hacia adelante en busca de quién sabe qué límite absoluto, no confía en los triunfos parciales y sólo sueña con el día en que el mundo se convierta en una inmensa pantalla sin referentes, como el mapa del emperador borgiano que se superponía punto por punto al territorio y lo asfixiaba bajo su peso.

11.

De la polaroid al vídeo doméstico: el puritanismo sexófobo odia hacer el amor, porque el sudor les recuerda que están vivos, ellos, que querrían ser criaturas electrónicas: por eso filman sus coitos conyugales, para verse luego en la pantalla y creer, aunque sea durante el momento de la emisión (performance que hace real lo que se ve, y sólo dura lo que dura las imágenes), que no tuvieron cuerpo, ni olían sus sobacos, ni recordaban el peso abomiable

11.

del consorte cuando se agita en busca del final. El puritano odia el cuerpo, y por eso quiere verlo: para desenmascarar su misterio y reducirlo a un amasijo de órganos, para persuadirse de que no se pierde nada cuándo se niega a sí mismo la satisfacción de sus pulsiones. Así que errará el futuro si, al volver la vista atrás y comprobar el empacho pornográfico de la sociedad actual, quisiera creer que ésta fue una época lúbrica y libertina: todo lo contrario. Hoy en día, las vírgenes dan clases de sexología en los colegios y los matrimonios consumen promiscuidad magnetoscópica. El puritano quiere ver, sólo ver, verlo todo porque se odia a sí mismo, y el espectáculo de su ira le afirma en su decisión de castrar su sexualidad hasta límites insospechados (e invisibles).

12.

La obsesión de la sociedad del espectáculo por desnudar a sus musas es el síntoma que nos permite entroncar el culto a lo raro y su proscripción si-


multánea, en un sólo movimiento: desnudar es, para el ojo puritano, acceder a la esencia visible del orbe, hacer público lo privado para imponer su hegemonía mediática y, en consecuencia, dictaminar que las musas nos pertenecen puesto que nos hemos apropiado de su imagen. Nada tienen de sexual la actriz X, Y o Z en top less (la fotografía pretende exactamente mostrar su igualdad con la masa que la adora): se trata de una posesión ontoteológica, casi de una violación ritual perpetrada por una muchedumbre obsesionada con el ojo, siempre el ojo. 13.

El ojo es pornófono y sirve a una cultura sexófoba: la profilaxis total que evita el contagio con la realidad contaminante se anuncia así como la utopía por fin realizada, espíritu sin mancha corporal, espectro inmaterial que muestra un cuerpo al que se le han amputado los órganos para mostrar el sudario del eidos. El ojo es moderno, y todo lo demás ya es historia.


LOS MEDIOS SON LOS FINES (Lo real es fantasmal) 1.

Los medios no median; ya no entablan relación entre dos puntos, sino que son el epicentro hacia el que concurren todas las miradas. Ellos, en propiedad, constituyen la mirada, y así se cierra el arco de las mayorías como totalidad integrada, es decir, como pureza consumada y autorreferente.

1.1

Los medios son el sismógrafo de las masas: indican cuáles son sus movimientos para que los directores de márketing sepan a qué atenerse (y esos directores de márketing que son los asesores de imagen de los políticos profesionales); y viceversa, señalan el norte hacia el que las masas deben dirigirse, sin que pueda decidirse cuál es la jerarquía entre una y otra cara de lo mismo, ni lógica ni cronológica.

1.2

Alcanzado el punto álgido o cúspide de la representación, allí donde el mundo se subsume en su reflejo ideal, allí donde la sombra devora al objeto que la produce, los medios se intoxican con su propia poder. "¡No os suicidéis!", gritaba el locutor de la MTV al dar la noticia de la tropelía de Kurt Cobain, persuadido de que los medios otorgan a todo lo que irradian un aura de respetabilidad y deseabilidad irreprimible.

1.3

El doble vínculo es, en el caso de los medios, la ley y no un accidente. Todavía recuerdo la campaña que TVE emitió contra sí misma, bajo el reinado de Pilar Miró: como quiera que conminaba a dejar de ver la televisión, si la obedecías ella ganaba (al atender su recomendación) y, si no lo hacías, ganaba también (pues seguías enganchada a ella).

2.

Si lo real sólo es tal cuando concurre y se reconoce en uno de los palos de la baraja, es obvio que la realidad en cuanto tal (esto es, autonóma e indiferente) deja de tener importancia y adquiere ese estatuto fantasmal que es la falta de estatuto. Así se entiende que el orbe entero corra tras las cámaras para ser enfocadas y, desde modo, puede acceder a la realidad, que no es ya ser en sí sino ser para otro: para el espectador que yo soy, y que el otro realiza por mí cuando me ve y yo lo veo.

2.1

Los matrimonios aburridos por la gimnasia sexual graban sus propias acrobacias para ingresar, así, en el mundo real de las imágenes. Los turistas


aturdidos por las diferencias culturales fotografían el mundo exterior para recuperarlo como estricta representación, ya que la vivencia in-mediata no sólo no les satisface, sino que se ha evaporado por completo en su reflejo. Triunfo absoluto del espejo, desaparición completa del mundo bajo el peso de la mirada devorada. 2.2

Los medios se contemplan a sí mismo extasiados en la imagen de su propio éxito, atónitos ante las consecuencias de un proceso en espiral que no sabemos cuándo comenzó ni cómo acabará. Pero los propios medios se ven impelidos a alimentar un hechizo que corre peligro de estallar por exceso de concentración, y acuden en busca de una realidad que ya no existe, porque emprendió el camino hacia el Ente que las hechizaba. (El mundo al revés).

2.3

Lo real es mediático; lo mediático es real. El afuera no existe, lo que no existe está afuera. Lo que concurre, es; lo que es, concurre. Así se transmutan todos los valores.

3.

La atmósfera que cubre nuestro ángulo de visión se ha convertido en una pantalla del tamaño del cielo, y los medios nos hablan (como la madre de Woody Allen en Historias de Nueva York). Pero el embrujo panóptico no satisface la pasión que promete, sino que alimenta una tensa espera, una trepidación que no se alivia, un calvario sin crucifixión final al acecho de una resurrección que no se produce.

3.1

Los medios viven encadenados a una espera infinita que ellos mismos retrasan hasta la extenuación y el asco: prometen una realidad plena, pero nos entregan realidad mediática. Millones de espectadores se cuelgan del aparato aguardando resultados que no se producen, causas que no tienen consecuencias, fenómenos que (como las antiguas pinturas descubiertas por las excavaciones del metro) se desvanecen al entrar en contacto con la realidad. Nunca se había acercado tanto Occidente a la utopía consumada, y nunca ha sido tan consciente de que es inalcanzable. Judaísmo televisivo, platonismo mediático.

3.2

Los medios persiguen a la realidad para envasarla y ponerla a disposición del consumidor. Pero, en el proceso mismo de elaboración (en la edición), la materia prima del hecho se pudre ya antes de devenir noticia en la cocina del televisor: de ahí la permanente sensación de cropofagia que asalta al consu-


midor, el cual insiste en pedir alimentos cada vez más frescos, sin poder comprender que es el propio medio el que corrompe lo que toca. La carrera se acelera en progresión geométrica, pues quedan cada vez menos hechos frescos (cada día es mayor el porcentaje de la materia congelada: aniversarios, conmemoraciones, etc.) y más noticias en el cubo de la basura, agusanadas. 3.3

El desarrollo final de esta vorágine son los reality shows: sin edición, muestran a la realidad cruda encaramada a la tarima de los medios que, por su parte, se retiran ante el empuje de unos espectadores que se han convertido en actores para poder acceder a la existencia verdadera, que es siempre mediática.

4.

Ya no podemos reivindicar la realidad, porque la realidad ya no existe. Esto no es un enunciado vacío, ni una profecía fútil, ni siquiera un pronóstico: es una evidencia que sólo alcanzaremos a creer cuando la pronuncie el presentador del telediario.


EL ENEMIGO DEL PUEBLO El escándalo como catarsis 1.

Las masas son, por definición, puras: su sola existencia habla a favor del principio que las rige, sea de la índole que fuere.

1.1

La comunidad es esencialmente una construcción integrante: a la mera voluntad que observa toda institución de perpetuarsem añade la sociedad humana una inquietud constante y creciente por mejorar sus sistemas de inmunidad, sus extrategias de exclusión de cuanto atenta contra su perfecta redondez parmediana.

1.2

No hay colectivo más saludable que aquel que ha exiliado a sus miembros perniciosos al limbo de la representación: los muertos, los héroes, los sucios, los enemigos (de la patria, del capital, del proletariado, de la democracia). Allí amordazados, cumplen una función perpetuadora, profiláctica, a la que ellos a su vez se prestan creyendo consumar así su propia esencia.

1.3

Fernando Pessoa imaginaba una sociedad en la que los individuos más capaces serían expulsados a una isla; de esta manera, "los superiores serían alimentados como animales enjaulados por la sociedad normal" (Libro del desasosiego, 227). Así ocurre en la era de la concurrencia universal, donde todo aquel que rompe el cerco de la mesocracia (que siempre es aritmética: por eso la estadística asegura que, si tú tienes dos coches y yo no tengo ninguno, yo tengo un coche) ingresa de inmediato en el espacio prohibido del reconocimiento social. Rehenes de su diferencia, los diferentes se encuentran así nuevamente inmovilizados por la mesocracia, que les perdona la indiscreción a cambio de una bolsa de cacahuetes.

2.

La expulsión del disidente no sólo es un acto fundamental de la sociedad de la integración concurrente, sino que le proporciona, en rigor, su acta de constitución. Expulso, luego existo.

2.1

La escenificación de la expulsión del disidente es, por tanto, el lugar en el que la sociedad accede a su propia consumación. Pero, como quiera que en ese punto cero la sociedad misma está ausente, puesto que se apuntala en lo que ella no es porque no quiere serlo, la comunidad se halla permanentemente privada de su origen, el cual es siempre negativo, excluyente. De ahí


que la escenificación de la expulsión se convierta en un ritual que exige ser repetido cíclicamente, y mediante el cual la sociedad se asoma a un origen que (como Eurídice tras los pasos de Orfeo) desaparece en cuanto cree atisbarle los hombros. 2.2

La ejecución en la plaza pública, las celebraciones festivas en los circos, los sacrificios humanos en los templos; el cuerpo suspendido del ahorcado, la cabeza del guillotinado, la sangre del fusilado, son todos ellos objetos de fascinación para esa masa que se maravilla ante su derroche de fuerza y autoridad. A estas alturas, la propia autoridad (autos = que sólo rinde cuentas ante sí misma) se ha asimilado al triunfo del verdugo, y por ese motivo la existencia misma de la masa habla a favor del principio que las rige, sea cual fuere.

2.3

Nadie debe quedar excluido el día de esa epifanía del orden que es la ceremonia de la exclusión: precisamente, porque se trata de dar visibilidad a la concurrencia en un movimiento centrípeto que, como reacción inversa, expulsa centrífugamente a lo que no le rinde pleitesía. Pues no es en sus signos donde el poder se manifiesta, sino donde se constituye.

3.

El enemigo se identifica, no con lo que está fuera, sino con lo que se sitúa en el confín de la propia conciencia colectiva: allí donde (todavía) puede pensarse la diferencia de manera que ésta pueda cumplir la función integradora que esconde y nutre toda exclusión. La figura del enemigo surge en ese intersticio en el que la comunidad está a punto de formarse porque está a punto de disolverse: es un punto suspendido entre tensiones contrapuestas que su presencia activa de manera involuntaria pero fatal. Y es la resolución de esas fuerzas encontradas en forma de dramatización de la exclusión del disidente (que lo es, no antes ni después de la representación teatral, sino mientras ésta se desarrolla) la que redunda en la formación del grupo como entidad inteligible.

3.1

La célula grupal posee, contra lo que pudiera pensarse, una manifiesta permeabilidad al movimiento: puesto que, según se ha dicho, la dinámica social no es circular sino que describe una espiral, es el espacio residual que su movimiento describe el que ocupa, cubre y disimula, todo a un tiempo, la organización comunitaria. La condición de posibilidad del orden no será ya sino la conformación de un ámbito positivo, de una presencia cuyos bordes coincidirán exactamente con lo que se escapa, lo que excede y se ausenta. Por


ello el ritual se repite, y los enemigos se multiplican: porque la comunidad siempre escapa y el adversario contribuye a fijarla, siquiera precariamente, en unos márgenes estables. 3.2

La función del enemigo es simultánea a la consolidación de un lenguaje: es él quien señala la distancia entre lo que se dice y lo que se calla, lo que aparece y lo que escapa. Y, en esa misma dimensión esencial, el enemigo es el cómplice indisoluble de todo sistema y de toda tentativa de integración: él se instala en la frontera del sentido, y por ello es el sentido, el principio de legitimidad y el criterio de verificación: como el abismo, el enemigo proporciona el alivio de la tierra firme, ya que comunica a la comunidad su situación en el plano y la evolución de sus estrategias, participando en su perfeccionamiento constante y renovado.

4.

El escándalo es la ceremonia primordial en la que la sociedad contemporánea escarnece a sus enemigos y depura las responsabilidades que se deducen de su rol.

4.1

En una sociedad en la que la concurrencia se traduce en valor, o sea en posición dentro del sistema, o sea en función, o sea en status, o sea en identidad, ser sujeto de escándalo es tanto como perder la identidad. El estigma de entrar en el túnel del mundo se expía con el estigma de salir (de puntillas) por la puerta de servicio.

4.2

El escándalo es el drama puritano mediante el que la comunidad integradora se libera de sus excrementos, expulsa al divergente, lo marca con una cruz de tiza en el gabán y lo condena a vagar a bordo de la nave de los locos rumbo a Finis Terre.

4.3

Caer en desgracia es el reverso de salir a la luz, con la única diferencia de que la oscuridad anterior al reconocimiento se ilumina un día de agosto y la posterior se prolonga hasta el día del Juicio Final. La marca del triunfo se puede borrar, porque la mesocracia gusta de conceder caprichosamente sus favores; el fracaso, en cambio, es ineluctable e irreversible.

4.4

Aunque escandalizar ha perdido mucho de su antiguo prestigio, continúa siendo la operación por la que la sociedad puritana (pero, ¿acaso hay alguna que no lo sea?) se provee de enemigos que le comuniquen el parte meteo-


rológico. No hay mayor colaborador del orden que el escandaloso profesional, a quien hoy en día se aúpa a las cátedras universitarias y se divulga en los periódicos, puesto que ya sabemos que la crítica se devalúa al introducirla en la vorágine de las mercancías. 5.

Sólo hay un escándalo autónomo, y es el del silencio. Sólo hay un enemigo del pueblo que se sobrepone a la astucia de la razón conservadora, y es quien se calla el secreto de las aguas envenenadas pero cocina con ellas una sopa infecta y repugnante que se sirve en los restaurantes de postín. Sólo en la ausencia de rastros podremos recuperar el sentido de las palabras que dicen y son dichas, que escuchan y son oídas. Sólo hay un triunfo, y es el de la indiferencia.


EL CREPUSCULO DE (TODOS) LOS IDOLOS 1.

Las mayorías son, por definición, puras, pero no del todo: la mayoría total y completa es insoportable, y en cuanto el círculo empieza a cerrarse se tuerce su trayectoria para describir la espiral que retrase la conclusión del proceso al infinito. Los agentes de esta desviación de las mayorías son los ídolos (el genio, el héroe, el líder, el hombre carismático y, en nuestra sociedad paradójica, el maldito, el hereje, el proscrito).

2.

Como quiera que la historia se contenta con las imágenes y prescinde de los hechos, siempre se había creído que el führer sojuzgaba a las masas. Ahora, en cambio, empezamos a entender que eran las masas las que sojuzgaban al führer, que osaba clamar en voz alta lo que ellas se susurraban al oído. Nunca como ahora habíamos comprendido la esencia del nazismo.

2.

Las mayorías utilizan a los ídolos como juguetes en los que se realizan sus más secretas inhibiciones: ellos son promiscuos porque las masas son castas, ellos son valientes y arrojados porque las masas son cobardes y apocadas. Su vida está llena de los peligros de los que nosotros nos protegemos: y, como quiera que una vida sin amenaza es una réplica de la catalepsia, nos proyectamos en nuestros ídolos para vivir sus peripecias de manera secundaria, con todas las ventajas y sin ninguno de los peligros. Necesitamos a los ídolos para que expíen por nosotros el tedio de la mayoría a la que, sin embargo, alimentamos con nuestra impotencia, nuestra claudicación, nuestra miseria moral.

3.

El mundo se ha dividido, desde el principio de los tiempos, en hormigas laboriosas y previsoras y cigarras lúdicas y bohemias. La novedad de esta nuestra época paradójica es que las hormigas subvencionen a las cigarras por continuar deleitándonos con sus hazañas; más grande aún es que éstas vendan sus memorias por un puñado de lentejas.

4.

Pero el puritano, no se olvide, es un mitómano del espejo, esto es, un narcisista que se mira en todos las imágenes para dejarse cautivar con un reflejo ideal del que quisiera ser la continuación pero del que sólo llega a ser la parodia. Así, las hazañas de la cigarra le acusan directamente, le señalan con el índice, pues en definitiva se atreve a realizar lo que el puritano se ha prohibido a sí mismo, aunque sin renunciar nunca a ejercerlo de manera se-


cundaria a través de la identificación con el ídolo. Esta dinámica móvil de culpa/liberación que genera la admiración por el ídolo se transforma, a la sazón, en un auténtico rencor: el resentimiento de las mayorías por la exhibición de fortalece del ídolo se vuelve en contra suya, y a la sazón la muchedumbre engulle al disidente al que había mantenido en lo alto del áureo pedestal para colocar, en su lugar, un nuevo monigote con el que distraer sus ratos de ocio. 5.

No hay que extrañarse del hábito de las masas de encumbrar y despeñar, en un margen a menudo de pocos meses (el paradigma es Michael Jackson, que por agradar a sus seguidores hasta renegó de su raza), a los ídolos que alimentan y apaciguan su hambre de satisfacción gregaria. Simplemente, hay que introducir esta evidencia en el análisis de las mayorías, y no dejarse engañar por un culto a la personalidad que (siempre) oculta la firma de su sentencia de muerte.

6.

El magnicidio es el crimen que desvela la totalidad del sistema de la representación: cuando un perturbado cede a la compulsión asesina, ejecuta la sentencia de muerte que las mayorías dictan contra todo aquel que transgrede su homogeneidad (aunque, paradójicamente, lo utilicen para aliviar su tersura insoportable).

7.

La esencia del aplauso es el asesinato. Cuanto más bella es la impresión que la rareza de una interpretación origina entre el público, más intenso y persistente es el ruido que éste produce para, de esta manera, ahuyentar la sombra de la excelencia. Al igual que los diputados aplauden en el Parlamento para acallar las protestas de la oposición, el público aplaude para disminuir los efectos (en una mezcla de éxtasis y culpabilidad) que genera el ídolo en las mayorías. Y es que la burbuja debe ser amenazada para comprobar su estado de salud, pero al mismo tiempo debe ser conjurada para conservarla en inmejorables condiciones: al fin y al cabo, el ídolo se revela como un instrumento con el que las mayorías ponen a prueba su maquinaria de integración social y perfeccionan sus defensas inmunológicas.


FIN DE LA PRIMERA PARTE EL ESPIRITU DE LA BURBUJA

Cuanto todo esté expurgado, cuando se haya puesto fin a los procesos virales, a toda contaminación social y bacilar, sólo quedará el virus de la tristeza, en un universo de una limpieza y una sofisticación mortales. JEAN BAUDRILLARD. Una metáfora vale más que mil palabras. Imaginemos que la burbuja fuera el estado de la civilización occidental en su grado de máximo desarrollo. El sueño por el que se puso en camino y, paradójicamente, su desgracia como pura realidad. La burbuja sería entonces la realidad del sueño (ya no el sueño de la realidad: eso pertenecería al grado cero de la civilización). La burbuja: una superficie tersa, limpia y transparente, sin accidentes, sin aristas, perfectamente satisfactoria. Con la burbuja se consuma el proyecto de las luces: tener la cosa a-la-mano, despojada, reducida, anulada. ¿Pérdida de su valor de uso? Ni siquiera eso. La cosa útil no es cosa. La cosa es un territorio vacío, previo a la decisión del valor (de uso, de cambio y aún más allá: el valor es un topos humano que aplasta y llena el espacio de la cosa): no hay, ya, cosa, cuando hablamos de cosa. Hay hombre. El hombre habla. La cosa es muda. La burbuja habla. La burbuja está hecha de palabras. Más aún: la palabra es la burbuja. La palabra succiona las cosas, les asigna un valor, relaciona los valores y las cosas, entre sí y hacia sí, y clausura el territorio del que las arranca. La burbuja irradia energía: el valor de la energía es el argumento que cierra la puerta de salida de las cosas, cuando han accedido a entrar en el juego con la inocencia del que no conoce más que el juego. La cosa es juego; la burbuja, juega. La burbuja juega a estimular la cuerda lúdica de la cosa (a tensarla para sustraerle la resonancia) para someterla sin preámbulos a su dictado imperioso. Pero, ¿cuál es el imperativo de la burbuja? Ya se ha dicho: echar luz sobre lo oscuro, des-cubrir lo cubierto, igualar lo diverso, aplastar los relieves de cuanto perturba el encefalograma plano de la Razón Dueña de Sí y del Mundo. El imperativo de la burbuja es la exigencia que impone a las cosas, a todas y cada una de las cosas, dirigirse hacia su seno acoge-


dor (redondo, enorme, suave) y desprenderse, por tanto, de lo que escinde el destino de las cosas en ciento dos mil rutas divergentes. La burbuja es el sueño (hecho realidad) de que las cosas se pongan de acuerdo. El sueño del consenso universal. El sueño de la fraternidad humana. El sueño del gobierno planetario. El sueño de la unidad de la pluralidad. La burbuja es la pesadilla de Hegel, mostrando el camino que conduce a la asfixia de la cosas bajo el abrazo letal del espíritu absoluto. La burbuja es la pesadilla de Marx (no sólo de un mítico Marx humanista), trazando las líneas maestras de una reconciliación total del hombre consigo y con los demás. La burbuja es la pesadilla de la técnica, que acrecienta las necesidades, cuando su vocación era apaciguarlas. La burbuja es la pesadilla de la estética, ampliando sus límites a los retretes, los botes de sopa, la piel humana, el correo, las dunas del desierto... La burbuja es la pesadilla del sueño hecho realidad. La burbuja es el estado final del sueño de la Razón. ¿Hay espacio suficiente para pensar la burbuja cuando ya nada escapa a su control? Si es así, la burbuja todavía no ha alcanzado su grado máximo de desarrollo y, entonces, no sería propiamente dictado alguno, sino horizonte de amenaza. Y, aun así, la hipótesis es la contraria: la burbuja hace tiempo que se ha cerrado sobre sí, expulsando el pensamiento crítico que pudiera inquietarla. Entonces, ¿qué se pretende, al acercarse a un dominio que no se abre ni se cierra, sino que disuade la propia capacidad de establecer los límites de la acción y del pensamiento? ¿Existe quizás, en la vacilación de la categoría del límite, una vía de acceso importante a esta omnipresencia evanescente de la burbuja, que juega con las cosas, y con las palabras, para distraerlas de su centro y arrojarlas, así, al estrato traslúcido de la burbuja? Hemos hecho lo siguiente: partiremos de la base del carácter primordialmente indeciso del espíritu de la burbuja, hasta el punto de detectar su campo de acción en la ambivalencia de la propia posibilidad de establecer su principio y su conclusión. El espíritu de la burbuja, de este modo, no se manifiesta en cuanto tal o cual fenómeno, sino en la forma de la oscilación de la crítica del fenómeno: el espíritu de la burbuja es, por tanto, el estado de indecisión de la razón cuando, consumada/triunfante/dominadora, ha aplastado la dimensión crítica para perder, como consecuencia, su posibilidad de autoconocimiento. El espíritu de la burbuja significa, pues, el fracaso en el éxito, la penuria en la abundancia, la oscuridad máxima en la época de la total irradiación de la luz.


El espíritu de la burbuja es la paradoja de la Razón. Pero la burbuja tiene una carta escondida en la manga: porque la burbuja es científica, o mejor, tecno-científica, que es ese estado patológico de la razón en el que los medios se adueñan del fin, que lo secundario aplasta a lo primario, que lo peor es el principio comprensivo de lo mejor. La ciencia, como forma privilegiada de la Razón, como su uso más propio, apuntala y refuerza el discurso de la burbuja: hacer ciencia exige enmudecer los fenómenos para hacer hablar a los principios, descubrir la regularidad que, a despecho del caos de las apariencias, conduce el curso del mundo con pulso firme. ¿No está el libro del mundo escrito con los caracteres de la matemática? De lo que se trata es de aprender a leer. La ciencia es la caligrafía del orden. La ciencia es la madre de la experiencia: sin auxilio de la ciencia, la experiencia carece de resonancia organizativa, se extravía en y para sí misma, renuncia a entrar en contacto con otras experiencias y, en definitiva, se hace ingobernable. La experiencia es solitaria, muda, terca y autorreferencial; la ciencia la arranca de su ensimismamiento para iluminarla, explicarla y hacerla pública. La explicación es un modo de socialización. Pero la ciencia es un estadio primario de la razón, a la cual se le exige una proyección, una transformación del mundo. Si hacer ciencia es aprender leer, ¿será la técnica aprender a escribir? Sin duda. Escribir es introducir una regularidad nueva en el curso del mundo, para provecho de los hombres. La técnica es la prescripción del orden humano al mundo en su totalidad. No hay mundo donde no hay técnica. Así reza el discurso de la burbuja en la epoca de su consumación como primado absoluto de la tecnociencia y su proyección política: la tecnocracia, oligarquía de los señoritos, despotismo ilustrado del empollón de la clase. La dialéctica entre luces y sombras, tan antigua como las teogonías y teofanías, cobra un nuevo sentido bajo el amparo de la madre ciencia. Ella ha llegado para quedarse, eso está claro, pero el combate por la explicación de los fenómenos no ceja nunca: nuevas enfermedades, nuevos cultivos, promesas cada vez más y más remotas de felicidad. Una búsqueda sin término. Se diría que la ciencia no inaugura una época de tranquilidad, de orden total, sino de pureza e incertidumbre por el porvenir, que en lugar de oscuridad arroja luz, rayo cegador, tedio letal. Ahí está la ingeniería genética, proyectando el trazado de un mapa total de la estructura molecular de la especie el cual, tal vez, permitiera clausurar el peregrinaje del hombre hacia sí mismo. Pero sólo es una ilusión. Una vez alcanzado el triunfo


anunciado del proyecto Genoma Humano, se abrirán nuevos espacios de indefinición, brechas más profundas en el muro de la explicación científica. ¿Dónde está el límite de la ciencia? Ahí está la lucha a ciegas contra la única enfermedad que vulnera el discurso tradicional de las patologías. El SIDA es la actualización (cruel) de la fábula del erizo y la zorra: nuestros científicos deambulan de un lado para el otro del huerto, y encuentran siempre el mismo rostro del fracaso. Ahí está la cosmología moderna, que tiende día a día y con mayor decisión hacia la mística y la poesía. Como si el principio no pudiera tener principio o, caso de poseerlo, al menos quedara sustraído para siempre a la descripción. Los enigmas de la materia son, en verdad, los que la ciencia no puede resolver sobre sí misma. Hay una resistencia primordial de la teoría científica a aceptar sus propias reglas del juego. Recientemente, parece que la metaciencia coquetea con un retorno a la perspectiva hippie de una ciencia como forma de arte. Puro impresionismo. De todos modos, parece lejano el horizonte de un mundo sin ciencia, puesto que la ciencia ha configurado el rostro del mundo tal como ahora lo conocemos.


LA VIDA DE LAS ABEJAS 1.

Aunque la investigación social avanza que es una barbaridad, no cabe duda de que todavía nos hallamos lejos de establecer las bases del comportamiento de las masas. Se ha intentado describir desde distintos frentes la pulsión concéntrica inherente a los grupos humanos, pero queda por explicar aún cuál es la extraña perversión que les induce a contradecirse a sí mismos. Del mismo modo, cabe preguntarse una y otra vez hasta qué punto la época de la modernidad (burguesa y puritana, progresista e ilustrada) es una consecuencia lógica de la historia total de Occidente, una vuelta de tuerca, una exacerbación de tendencias presentes desde el Imperio Romano o, por el contrario, se trata de una inesperada deformación de los principios que ella misma quería cumplir en su persona. No se trata de un asunto lateral, sino central: es preciso seguir depurando el análisis, ahora más que nunca, puesto que de la resolución de este atasco conceptual se deduce la reversibilidad del proceso histórico moderno (al que podría suceder, por ejemplo, una nueva Edad Media), o bien su más que previsible disolución, emborrachado de triunfo.

2.

La espiral en la que se halla inscrita la modernidad (esto es, la humanidad entera) trabaja contra sí misma: no como una mera etapa negativa cuya superación dialéctica le conduciría hacia la perfección del sistema, sino como vocación de suicidio. Una tesis semejante, que nada tiene que ver con un moralismo que, a la vista de las consecuencias del progreso, sólo aspiraría a invertir el sentido del proceso, tiene que ver sobre todo con la estructura misma de la realidad histórica moderna: todavía hay que firmar al pie del principio que enuncia que la historia es un proceso sin sujeto, aunque este proceso lleve implícita la existencia misma del sujeto (la historia misma es el único argumento del sujeto moderno). Esto no quiere decir que ya nada puede hacerse para cambiar las cosas, sino que el modelo mismo de la modernidad sólo se consuma como autodestrucción, no necesariamente de la vida en el planeta (como anuncian profetas a sueldo de los intereses más oscu-

3.

ros), sino de sus propias leyes: su esencia es paradójica, puesto que segrega su propio veneno, del que se inocula una dosis letal a través de los enemigos que ella misma se crea a su medida. Así, si todo grupo vivo (humano o animal: en este sentido, la historia de la humanidad no sería mucho más divertida que el improbable relato de la vida de las abejas) tiende a perpetuarse a través de formas de control social,


además de representaciones simbólicas colectivas, sólo la sociedad moderna tendería, no sólo a constituir su identidad y a preservarla de los peligros, sino a sobrepujarse una y otra vez a sí misma para ganar una seguridad cada vez mayor: el límite de esa búsqueda no sería ya otro que la propia destrucción, puesto que el enemigo acérrimo de la identidad es siempre la identidad misma. 4.

Pero, mientras se acerca el día de la consumación final del proceso histórico que empuja a la modernidad hacia el punto en el que ya no quedarían territorios por explorar, gérmenes por vencer, minorías por integrar, cabe inspeccionar su interior y tratar de ser más modernos que la modernidad misma: esto es, autocríticos. Y la autocrítica toma forma de un aguijón que se clava en la superficie tersa de la burbuja de la identidad.


SALIR DEL ARMARIO PARA CAER EN LA RATONERA 1.

Llevamos unos años, pocos todavía pero ya serán muchos, en que la ortodoxia pseudo-progre se ha propuesta como única meta la expiación de la mala conciencia del Occidente WASP propiciando la teórica `liberación de las minorías' (liberación teórica, en el campo teórico-científico, y teórica liberación, pues sólo es una manera sutil de apresar el pez en la red). La presuntísima revolución ha comenzado, como todas, por el tejado: por acción y gracia de las élites universitarias y editoriales, imagen de la logia protosubversiva con la que los yanquis han conseguido inmovilizar en las aulas la movilidad social de las calles.

2.

Los españolitos, que mercadeamos con nuestro complejo de inferioridad pasando del casticismo unamuniano al cosmopolitismo de alpargata en un visto-y-no-visto, hemos tomado buena nota de lo peor de todo y, ahora, nos subimos al AVE de los movimientos políticamente correctos, deprisa deprisa. La toma de la Bastilla está jalonada por logros parciales que auguran triunfos finales: Alberdi, Subirats y Camps `purifican' la televisión de grosería y malas maneras, mientras en Catalunya un americanísimo `lobby' feministoide realiza un marcaje fascista-inquisitorial del pobre Pompeu Fabra para crucificar la prehistoria de la posmodernidad.

3.

Es en esta línea que debemos inscribir la cruzada homófila que ciertos medios de comunicación, poco sospechosos de connivencia con el WASP, han emprendido con la intención presunta de dar cuenta de un movimiento que bascula entre la ambición de obtener un espacio propio y la evidencia de aspirar al espacio común, al `reconocimiento'. Esta última aspiración, la de ser `reconocido' (como si no bastara con las opciones personales, que siempre se deberían `convalidar' a nivel popular-administrativo) es la cuña que nos franquea el paso al origen del problema. Porque hay un problema, y no atañe a los bajos, sino a los altos: a la cabeza, esto es, a la ideología y el concepto.

4.

Ser homosexual es una manera personal e intransferible de vivir la propia vida. Nada importa que sea genética o adquirida, sino su desarrollo saludable y no conflictivo. Como cualquier opción personal, se plantea y resuelve en la intimidad de cada quién, y esta intimidad debe, también, extenderse cuanto antes al espacio público (¿por qué el homosexual no puede besar en la calle,


en la boca o donde le venga en gana?) Nadie debe inferir de este hecho, insisto, completamente personal, ninguna característica que condene al homosexual a `ser' de tal o cual manera: ni más sensible, ni más propenso al arte, ni más nada de nada. En eso consiste la no-discriminación: en no deducir de una preferencia una psicología, en no confundir el culo con la témpora. Esta sería la línea argumental de cualquier panfleto moderno, que aspira a considerar a los hombres y mujeres sin distinción de credo, raza y sexo, sino como individuos válidos en y por sí mismos, más allá (¡o más acá!) de cualquier otra consideración personal. 5.

Pero, ¡ay!, pronto reparamos en que la paradoja de las minorías no es otra que el deseo de interiorizar la `marca' que ha inscrito el discurso de la normalidad en su frente: para el WASP, preferir el hombre a la mujer, o la mujer al hombre, `significa' toda una rotación de los valores, un auténtico `cambio de marcha' de la existencia. No es sólo una cuestión de agujeros, sino una alternativa a gran escala, puesto que cuestiona `su' propia interpretación de lo que es o no normal, aceptable e così via. Lo más grande es que esta `anormalización' de la homosexualidad, no sólo no es impugnada por el gay, sino que es asumida como una seña de identidad. Como si no bastara con seguir el propia camino, sino que precisara el consentimiento del padre airado (¿la absolución?), el gay hace de la exclusión una bandera, de su vida una palinodia, tratando de `argumentar', con los instrumentos del WASP, la legitimidad de su conducta (mayorizarse, en definitiva).

6.

Así se entiende que haya quien hable del "reconocimiento de la diferencia", como si únicamente los homosexuales (o las mujeres o los negros) tuvieran derecho a ser diferentes, y todos los demás, por el sólo hecho de haber nacido blancos y mantener relaciones sexuales heterosexuales, tuviéramos que ser todos iguales. Esta concepción de la propia sexualidad como marca definitiva y definitoria le hace el juego al discurso WASP, y fortalece sus recelos a la pluralidad de la identidad: si tú eres homosexual, tú no eres como nosotros, tú eres diferente. La paranoia del acusador se traslada al acusado, hasta el punto de que, a cambio del salario de la identidad, éste es capaz de asumir todos los asesinatos, aunque sean imaginarios.

8.

Éste es el punto: el deseo de una identidad, no individual, sino colectiva. La expiación de la minoría mínima, que es la persona, subsumiéndola en la mayoría máxima, que es la tribu, la grey, el clan, la logia, la mafia o el club. El


gay no quiere ser él sólo, quiere rodearse de otros como él; no realiza su propio camino, sino que lo somete al veredicto excluyente y exclusivo de ese acusador que es ahora él mismo, y quiere por tanto verse acompañado, fer pinya con los otros acusados. El problema, por supuesto, es que los gays, por separado, "no hallan asideros, ni modelos" (J.A. Buxán, Babelia): pues qué duro es hacerse cada cual la propia vida, sin red ni santos a los que beatificar (Genet, Maurice, ¿qué tienen entre sí más que pertenecer a la sagrada fraternidad, como se denomina en los círculos de pseudo-cultura a la preferencia anal?) 8.1

La vida es una senda tenebrosa, en la que cabe trabajar sin descanso, contra dogmatismos de clase y reglas de conducta. Pero ese `gay prototípico' al que se refieren una y otra vez los portavoces rosas (y que sólo existió en la mente del censor, hasta que el progresismo de quiosco lo adoptó para su uso y disfrute), por pereza o por cobardía o quizá por las dos cosas juntas, necesita ídolos, normas, fetiches, catecismos, revistas, libros, fiestas, festivales de teatro, para prosperar en la vida.

8.2

Ciertamente, toda identidad colectiva sólo puede forjarse y mantenerse vigorosa poblando el cielo con signos en los que reconocerse: y con enemigos. Así se explica el encono fanático con el cual gays y lesbianas reducen, como jíbaros conceptuales, la heterosexualidad casi al nivel de una pura patología, devolviendo el desprecio que recibieron del WASP multiplicado por mil y, por tanto, certificando su triunfo póstumo. El grupo es una entidad fantasmagórica, que exige como cuota el sacrificio de la propia identidad, la cual es un fardo pesado que hay que sobrellevar y que, seguramente, no todo el mundo está en condiciones de cargar al hombro. Es más cómodo desembarazarse de él ingresando en una u otra cofradía, y dejando que el tópico y el lugar común sigan produciendo rentas de seguridad que, de otro modo, sólo significarían un evidente riesgo `financiero'. El peligro es, como dice el señor Buxán en el mismo lugar, "sentirse menos solo", esto es, disolverse en la mayoría (aunque se trate de una minoría, mimetiza los peores modos con los que la mayoría normalizada calza a los individuos en su cinto), dejarse llevar por el arrullo del rebaño `reconocido' y `reconocible'. Aunque ese reconocimiento implique salir del armario y entrar, de cabeza y con los ojos vendados, en la ratonera de la mafia grupal, la gran familia de sujetos despojados de su individualidad, en nombre de un crimen que nunca cometieron.


PRESENTACION DEL ETERNO FEMENINO POR SU MAJESTAD EL PROGRESISMO 1.

El fetiche de la identidad (que es pura y concurre, puesto que para resultar inteligible debe identificarse con los palos de la baraja y ser, de este modo, reconocible y existente, ya que no hay identidad no reconocida ni reconocimiento sin identidad) es la zanahoria con la que el WASP conduce al burro al redil. El exterior es áspero, el interior es caliente; afuera llueve, pero adentro se está muy bien, ya que la mayoría acoge a sus cachorros y les garantiza protección y alimento a cambio de la simple fidelidad.

2.

Pero la identidad es un dédalo: como quiera que se fundamenta en la identificación que pide y puede ser reconocida, nunca se escapa del círculo de lo que existe. No es posible aspirar a vestir una identidad original: la identidad es un vestido que se teje con los retales del deseo del WASP. Así, la identidad se forma históricamente en función de todos los elementos que la cultura puritana pone a disposición del aspirante. No hay afuera, todo está adentro: la identidad es un arco cerrado del que sólo se escapa a costa de desprenderse del instinto gregario, de la pulsión atávica de ser para abrazar la fortaleza de devenir.

3.

La mujer ha sido siempre el rostro atópico, la gran desconocida. Sus flujos y reflujos orgánicos y psicológicos han instigado el miedo que, a vuelta de co2 rreo, el WASP ha transformado en mitología : el eterno femenino es la ilusión fantasmagórica de todo cuanto el macho triunfador ha aplastado y retorna, en forma de pesadilla artística. Espacio sin espacio, desprovista de identidad y marcas, la mujer ha sido, hasta hoy mismo, la extrañeza del afuera inscrita en el vientre del adentro, confinada a ese extraño vórtice/mazmorra que es la cocina, pero provista de una fascinación enfermiza, de un deseo y de un rechazo que habla de lo que no es, de lo que resiste, de todo lo que se escapa. (Si no fuera porque la identidad es la alienación, diríamos que la mujer ha vivido alienada: pero, en realidad, las cosas son muy diferentes, aunque jamás llegaremos a comprender cuánto).

4.

2

La mujer asume ahora la vanguardia del progresismo: dicen que suyo es el futuro, y dicen bien, porque el destino de la mujer es beber hasta las heces

Vid. "Mujer de perdición", en Arquetipos teatrales y convenciones sociales. PPU, Barcelona, 1991, pp. 73-88.


del cáliz de la cultura WASP. Como si tuviera que recuperar los tres milenios perdidos, la mujer es más WASP que el WASP: es políticamente correcta. 4.1

La PC es el viejo puritanismo de toda la vida, dignificado por la ortodoxia progre. Así como el WASP odiaba las imágenes, las feministas las odian también: conocen su inmensa capacidad de generar identidades que, como pura ilusión de un deseo proyectado hacia el limbo de la representación,

5.

El feminismo es el caballo de Troya que el WASP introdujo en el campamento de las mujeres para neutralizar los planes de acoso y derribo del falocentrismo.

5.1

El feminismo sólo podía nacer en los EE.UU.. Tierra puritana por origen y desembocadura, utopía cumplida de una secta visionaria y endogámica que suplantó a la población indígena para no tener que mezclarse con ella (mientras que, en el cono sur, los españoles se hibridaban con los indios y daban pie a una cultura más viva y, por lo tanto, condenada a la subyugación), los EE.UU. se han especializado en la manufacturación de sueños vanos para consumo de todo el planeta. Sabido es que, mientras que el país real se depuraba de disidentes por arte y gracia de Mc Carthy y J. Edgar Hoover, las mentes pensantes se recluían en sus reservas universitarias para, desde allí, segregar los mitos del progresismo moderno y, entre ellos, el feminismo como hija del regimiento.

5.2

El peor feminismo (esto es, el que libera a la persona de sexo femenino para afiliarla al gineceo obligatorio) es un progresismo de salón, de aula pija, de lecturas rápidas y ansiedades ocultas. Es una revolución desde el tejado, acometida con las armas del enemigo para brindarle la cabellera de las personas de sexo femenino en una bandeja de plata. En esta tragicomedia, Salomé es el WASP, la feminista obececada es Herodes y yo soy Juan Bautista, pobre de mí.

5.3

El feminismo, como despotismo ilustrado que sin duda es, exige todo para las mujeres, pero sin las mujeres reales (y, cuando sea necesario, contra ellas). En España, se trata todavía de una tradición joven, pero empiezan a madurar los frutos del árbol tardío del progresismo castizo y, ¡oh, desilusión!, tienen muy poco que ver con los planes de la tabla feminista. Y es que, al igual que el buen salvaje pintado por el etnólogo metropolitano, la mujer libe-


rada se parece demasiado al sueño de la razón para dudar que sea un monstruo. 6.

Invertida la imagen de la modernidad, es a las mujeres a quien corresponde consumar el triunfo del WASP: asumiendo su discurso, adoptando quisquillosamente todos y cada uno de sus atributos y, en la metamorfosis, dejando afuera su diferencia, el WASP se perpetúa muriendo, como el gusano se prolonga en la mariposa a la que, ignorante, ha provisto de alas.

7.

Es difícil poner en duda que el progresismo feminista no sólo es puritano, sino que lo es de manera furibunda y antediluviana. En fecha reciente, se ha consolidado en España un triunvirato (formado por Cristina Alberdi, Victoria Camps y Marina Subirats) cuyo propósito es, literalmente, purificar la escena pública de sexismo. Este programa, loable por lo que significa de eliminación del tradicional agravio comparativo entre los sexos, se ha revelado en seguida como el enésimo asalto de la cultura WASP (enemiga del cuerpo, de la líbido y de las pasiones) contra el espejo de/formante de los medios.

7.1

Como quiera que el puritano/el WASP/el progre/la minoría/la feminista aspira a construirse una identidad para concurrir a la escena pública matoritaria, y para ello sabemos que la imagen utópica/idílica proyectada en la pantalla de los medios es la condición sine quae non, dada su generosidad ontogenética, el triunvirato español se puso manos a la obra y su primera gesta no se hizo esperar: censuraron (pero la censura es siempre algo más: es un arma ideológica) un culito respingón que asomaba en un minúsculo fotograma en un anuncio televisivo de automóviles. La anécdota tiene su molla, puesto que adujeron, muy políticamente correctas, que consideraban al culito (al que, por cierto, acompañaba en el anuncio junto al culito de un niño: pero los niños no tienen sexo, n'est-ce pas?) una demostración de que la publicidad reduce a la mujer a un objeto sexual, etc. No deja de ser sintomático que las feministas, como puritanas que son, vean en la exhibición de un culo un menoscabo de la dignidad (palabra con la que se camufla la antigua decencia) femenina, y no lo sea en cambio la exhibición de su inteligencia o de sus ojos o de sus zapatos. Y es que, como se va haciendo evidente, al feminismo progresista le unen al puritanismo de toda la vida muchas más cosas de las que los separan.


8.

La asunción del discurso WASP por la totalidad del globo y, a fortiori, por las minorías oprimidas a las que se exige liberar su diferencia bajo el imperio del derecho a/de la identidad, no impide en este caso que sea a costa de revivir la mitología más rancia del eterno femenino; una mitología, que debería hacernos reflexionar sobre las dimensiones de la estafa progresista.

8.1

Aunque existe un cisma profundo en el seno del feminismo entre un concepto masculinizado del género al que habría que expiar, purificar de toda connotación histórica, y otro concepto hiper-feminizado, deudor de las más apolilladas leyendas carpetovetónicas, ambos se mantienen en la tradición secular que considera la mujer un depósito de cualidades inmateriales -dirá el uno- o materiales -dirá el otro-, de manera que la mujer sería algo así como un testimonio de la humanidad más esencial, frente a la perversión cultural que el hombre impuso al mundo en el alba de los tiempos.

8.2

La paradoja de este feminismo de escuadra y cartabón consiste en que, siendo fruto de la historia, trabaja contra ella para preparar su triunfo: puesto que todo lo que la mujer sea en el presente, lo es como consecuencia de la historia, ya ha visto mancillada su pureza primitiva; y si, por contra, la mujer ha sobrevivido al contacto contaminador de la cultura del macho, no puede tratarse más que de una estrategia de autodestrucción de un mundo para asimilarse por completo al modelo mayoritario que es, y será siempre, la identidad moderna y pura del WASP.

8.3

El eterno femenino, que fue la coartada de la que el WASP se valió para inmovilizar la extrañeza de la mujer sin atributos y reducirla a un fantoche poético de la peor calaña, revive ahora en los discursos feministas como una sombra que pende y pende sobre sus cabezas progresistas. Esta doctrina bárbara y troglodítica, propia de unas mentes huérfanas de Dios que, en compensación, se han apuntado a la militancia mariana, quiere creer que la mujer, por el sólo hecho de tener una vaina entre las piernas, posee unas cualidades (que pronto se revelan como calidades) innatas de muy variada índole, pero asociadas siempre con los valores espirituales: así, el hombre encarna valores de acción y energía, mientras que la mujer simboliza la ternura y la paciencia; el hombre trabaja por la guerra y la mujer, para el amor, etc. En síntesis, un rosario de tópicos de antiquísima prosapia que evocan el peor rostro de la ideología reaccionaria, a la que no debe sorprendernos descubrir trabajando en el centro mismo del feminismo en favor de unos dere-


chos que, a la sazón, se revelan obligaciones: obligación de vestir el disfraz de la feminidad, de sacrificar la personalidad a la Santa Matrona de la identidad colectiva, tribal, mayoritaria. 9.

Contra la religión progresista, hay que liberar a las mujeres del feminismo o, mejor, dejar que se liberen por sí mismas, cada cual con su jubón al hombro. Hay que hacer de la capa un sayo y denunciar en voz alta la conspiración represiva que se oculta tras el pellejo de la oveja, puesto que las orejas del lobo se distinguen bajo la caperuza roja.

10.

Cada mujer es un mundo propio, suyo, autónomo si así lo desea, y las exigencias de la identidad femeninano son menos violentas que las de cualquier otro imperativo colectivo que, paradójicamente, discrimina a las personas por razón de sexo, o de lo que fuere en cada caso. Como quería Luis Antonio de Villena (y, al igual que él, tantos otros que aspiraban a conquistar para sí la libertad del individuo contra la coacción de la masa, sean mayoritarias o minoritarias), "ser uno mismo o morir".


LA VENGANZA DEL OTRO MUNDO 1.

La sombra del WASP es alargada: tanto, que recorre el mapamundi reclutando adeptos, trocando indigenismo por progreso a la par que deuda exterior conmutable en bonos culturales, vendiendo la felicidad de la que carece a cambio de la ilusión que le sobra (pues el mundo WASP, o sea, Occidente, es sólo eso: ilusión o, tal vez, utopía irrealizada por irrealizable).

1.1

Occidente se mira en el espejo del otro mundo. ¿Por qué tercero y no, simplemente, otro? Porque el tercero ya se ha colocado en la parrilla de salida, detrás del segundo que, obedientemente, ha asumido que el WASP siempre tuvo la razón y fuimos nosotros, los de abajo, quienes vivimos equivocados milenios de existencia aciaga, sepultados bajo el fardo de nuestra ignorancia salvaje.

1.2

Cuando el WASP intuye (puesto que, al no aparecérsele en forma de imágenes, no puede reconocerlo) que su proyecto ha fracasado, que nunca seremos libres, ni fraternos, ni ricos, ni guapos, ni rubios, sale entonces a la caza de admiradores cuyo fervor sea, a un tiempo, la deuda y el pago de la deuda que el `otro mundo' contrayo con el WASP al no romanizarse y/o al no cristianizarse.

1.3

La base del ecumenismo del progreso es romana y católica: sólo una cultura unificada al dictado del emperador, que subyuga a las personas bajo el peso del escudo colectivo, de la creencia común, de la alienación masiva, puede confiar con tal ceguera en la bondad de sus propósitos. Que un pueblo se considere elegido de los dioses no es extraño, si tenemos en cuenta que los masai siempre se han tenido por tales: el salto cualitativo del fatuo masai al colonizador progre es que éste posee la ciencia para someter a aquél, y que encima le dé las gracias.

1.4

El paternalismo occidental es insoportable, no sólo para los pueblos que lo padecen (y que buscan el camino hacia el centro del mundo WASP, sin encontrarlo), sino para los espectadores: ¡qué show descorazonador, comprobar cómo tantas culturas han podido sobrevivir a su estulticia, lejos del manto protector de la cultura blanca! Y es que la sola existencia de una tribu en una selva indómita desmiente la empecinada creencia del WASP de que el progreso no es sólo un camino más para la supervivencia de tal o cual etnia, si-


no la única senda posible (al WASP nunca le ha bastado su propia verdad, sino que ha tenido que suplantar la del otro para reflejarse en su derrota). Eliminar todos los vestigios de la barbarie indígena será, por tanto, no una etapa más de la colonización sino el objetivo primordial y único: de este modo, el imperio podrá contemplar su apuesta figura en los espejos de los cinco continentes y dormir apaciblemente el sueño eterno de la verdad, al comprobar que tenía razón cuando inició la cruzada civilizatoria del planeta. 2.

Sin embargo, las cosas no son tan sencillas (pero la sencillez del argumento WASP es su fortaleza mortal: como la cuenta de la vieja, su obviedad desarma nuestros peores cálculos). Más allá de la cruzada civilizatoria que, todos a una, empujan la ONU, la OMS y el Banco Mundial como una Trilateral legitimada desde fuera por el Dios ausente, podemos hallar las pistas de algún crimen, alguna paradoja y alguna venganza póstuma pero cercana.

2.1

El crimen. Las ayudas al desarrollo, los planes de cooperación, la inversión extranjera en el otro mundo, son la manzana envenenada que Papá Colonizador (que necesita ver cómo sus hijos le imitan para justificar su existencia) muestra a los ojos de la población negra, asiática o de cualquier otro color. La estrategia es lenta, pero segura, y basta con introducir el caballo de troya del televisor en todos los hogares de todo el planeta: así, la civilización se reproduce a ritmo de CNN y de MTV, con el objetivo básico y primero de crear la ilusión de que compartimos un mundo, un sueño, una sola humanidad. Sólo cuando ese mundo otro que tememos porque no nos teme admite la escena del consenso, y empieza a concurrir con sus cartas al juego universal de la especie unificada, empiezan a recogerse los frutos de la operación civlizatoria (que ahora ya no se ejecuta con la espada, sino con el mando a distancia: el brazo tecnológico).

2.2

La televisión de/forma las conciencias individuales, pero la universidad de/forma las conciencias regentes: bien lo sabían los mandamases de entreguerras cuando enviaron a estudiar a los vástagos de las monarquías africanas, asiáticas e hispanoamericanas a las aulas occidentales, cuya sola función sería la de excitar un complejo de inferioridad hábilmente manipulado para que, a su vuelta a la sabana de origen, fueran ellos los que se encargaran de occidentalizar al otro mundo. La universidad fue una fábrica de traición a gran escala, y la descolonización se llevó a cabo bajo la tutela paternal del WASP, que esperaba con la red a punto para recoger el botín.


2.3

Ahora que empezamos a contemplar, bajo los auspicios de la CNN, que el mundo se parece cada día más a la distopía que el déspota ilustradocatólico-romano guardaba en su cabeza, vislumbramos el origen histórico de la gran trampa de Occidente y podemos ya trazar las vías de continuidad entre el pasado y el presente de la civilización que está llamada a acabar con el planeta tierra (todo un honor que nadie podrá reconocernos en un futuro que se antoja, por fin, inexistente).

2.4

La ilustración, hija de Roma y de Jesuralén, inventó un concepto de humanidad que no era más que la idea-marco a la que todo el orbe debía concurrir: asistidos por una razón particular que se erigió a sí misma en general, el progresismo ilustrado se propuso (como quiso Augusto y como quisieron Cristo, Carlomagno o el gran Cola de Rienzi) llevar a las ovejas a su redil, puesto que el WASP realiza su sustancia en cuanto reflejo de sí mismo en la suplantación de la identidad ajena (de la alteridad inmaculada por la huella de la razón tecnocientífica). Así, el marco conceptual de una sola humanidad abandonó la matriz plural de Atenas, en la que la Hélade no era más que una fraternidad sin homogeneidad, para introducirse en la senda tenebrosa de Roma, que todavía padecemos como una utopía impuesta a machamartillo por un emperador exhausto y sin nombre que, para colmo, sufre la enfermedad (tan WASP) de la mala conciencia.

3.

La paradoja. Y es que esa es una de las peculiaridades de la modernidad respecto de sus antecendentes históricos: a diferencia de cualquier cultura premoderna, la civilización occidental ha atraído a la crítica que se desplegaba extramuros para que asiente su púlpito en las aulas mediáticas de la prensa o de la universidad (ya lo decíamos al principio: la crítica es el lujo que el poder se permite para cubrir las salidas y taponar las entradas de lo extraño en el cuerpo del progreso). De este modo, la modernidad fabrica dialécticamente su tesis y su antítesis, su tecnócrata propagandista y su catedrático antagonista, y se cierra el círculo por el que podría introducirse el resquicio de lo imprevisto, lo azaroso, lo mortal.

3.1

Así podemos entender que Occidente segregue al mismo tiempo la acción destructora sobre el medio natural y sus opositores a esa misma acción: el ecologismo es la paradoja emblemática de una cultura que no sólo se afirma (lo cual no basta para sobrevivir) sino que también se niega a sí misma, con lo que se adelanta a los enemigos y se perpetúa en el tiempo y el espacio.


3.2

El turismo exótico (trekking, safaris, excursiones al Orinocco o al Kilimanjaro, expediciones por el Sahara o el Amazonas: justas medievales para un colonizador desocupado), cuyo auge creciente encontrará sus límites futuros en las consecuencias que el propio turista genera en el paisaje, es la paradoja de una civilización que se quiere reflejar en todo el planeta y, cuando lo consigue (la urbanización total del territorio), se aburre, se cansa, se deprime y sale a la busca de territorios vírgenes, extensiones ilimitadas que él mismo se encargará de cercenar día a día con su afán civilizador. Se aproxima el día en que los turistas formarán un grupo de presión para conseguir que se delimiten reservas lúdicas en las que seguir viviendo la ilusión de que todavía quedan espacios libres (lo cual muestra y demuestra que el WASP querría ganar, pero se deprime con su victoria).

3.3

La mala conciencia de Occidente (que pesa en su inconciencia como un crimen impune) se reproduce de manera espontánea, con la fatalidad con la que el cuerpo humano segrega anti-cuerpos para anticiparse a la acción nociva de la enfermedad. Existen ya en Este Mundo Civilizado asociaciones civiles que velan por la supervivencia de las tribus indígenas: lo nunca visto, pues no hay otra cultura que, al mismo tiempo, cometa un crimen y se sentencie a sí mismo tras un juicio sumario (sin más testigos que los propios asesinos). En este sentido, podemos decir que Occidente es, no la cuna de la cultura, ni el faro del mundo, sino la única cultura paradójica por esencia, y quizás de ahí proceda su capacidad para integrarlo todo, aceptarlo todo (ya sé que Hegel estará riendo complacido en su limbo filosófico)

3.4

La tentación conservacionista del WASP se realiza, sobre todo, como culto a lo exótico, lo folclórico, lo decorativo: el auge de la música étnica (cuyo paradigma es el festival de coros y danzas que Peter Gabriel organiza bajo el nombre de WOMAD) nos informa de que el culto occidental a la diferencia se reduce a una dimensión turística, inofensiva para sus propios intereses. Proteger las `culturas indígenas' es, para el WASP, vaciar sus modos de vida propios, conservando su manifestación exterior y festiva: en este sentido, el Mundo Civilizado no quiere verse desposeído de los colores del Mundo Salvaje al que él mismo se empeña en reducir al tamaño de un parque de atracciones.


4.

La venganza. Pero el mundo occidental, a Dios gracias, es del todo punto incapaz de controlar los efectos imprevistos de sus incursiones bélicas a lo largo y ancho del planeta. Y, de la misma manera que la caída del muro de Berlín generó un amplio movimiento migratorio de seres alucinados por el sueño que el WASP les había vendido para incitar su revuelta, la emigración procedente del Otro Mundo supera sus peores cálculos.

4.1

La inmigración es la venganza póstuma de las culturas arrasadas por el WASP que, como en el caso del feminismo, son más papistas que el papa: son occidentales mediáticos, esto es, completamente alucinados por el reflejo y desprovistos del referente real que impide que el WASP se crea su propia mentira. Así como la franja del sudeste asiático es más capitalista que el capitalismo, y de este modo se venga de una manera inesperada del expolio del colonizador, los africanos que arriban a las costas europeas son más europeos que los europeos: son hiper-europeos, pues no ven más que su sueño de incorporación al Mundo Civilizado, desprovistos como se ven tanto de su raíz originaria como del tronco de su cultura y de las ramas del bienestar. Ese es el castigo póstumo que padece el emperador por distribuir su propia utopía a un precio tan barato, y esa es la venganza del espejo que se revela, al final, como una pantalla justiciera y fatal.


COMO HACER QUE EL TERCER MUNDO SE PAREZCA AL PRIMERO 1.

Ante todo, deben aniquilarse todas las culturas milenarias, politeístas, animistas, bárbaras en fin, que mantienen a los pueblos subyugados bajo el poder las sombras. A cambio, les daremos a elegir entre alienarse en nombre de Cristo o de Mahoma, según su gusto.

2.

Se arrasarán las aldeas, las sendas y los claros naturales, y en su lugar se edificarán ciudades, autopistas y plazas duras. Aunque la función sea exactamente la misma, con el cambio se generará riqueza y beneficios a las constructoras de ciudades, autopistas y plazas duras (que serán siempre de origen europeo o norteamericano).

3.

Se instalarán concesionarios de la General Motors, Yamaha y Renault para abastecer de automóviles y motocicletas a la población con los que poder justificar la construcción de las autopistas.

4.

Los sabios, brujos, rapsodas contadores de cuentos deberán convalidar sus conocimientos en una Universidad del mundo civilizado, pues nada se puede esperar de unas culturas que han mantenido al hombre en la ignorancia y la bestialidad. A cambio, los etnólogos de las universidades occidentales se darán de cabezazos contra la pared, lamentando el haber perdido el último vestigio de la civilización no escrita.

5.

Los niños mayores de ocho años serán ritualmente iniciados en los arcanos de la MTV, para que aprendan cuál es la música del Espíritu Libre. Aquellos que muestren aptitud para las bellas artes, podrán cursar estudios de música clásica y tocar a Mozart o Chopin como si fueran blancos.

6.

Las bebidas ancestrales serán pasteurizadas y envasadas al vacío, si bien el propósito del Banco Mundial y la OMS es que, en el 2010, en Africa sólo se beba Coca-Cola.

7.

Las tribus nativas están obligadas a destinar el 10% de su población al turismo. Los sujetos seleccionados para este menester no vestirán los jeans & jackets de sus compatriotas, sino plumas y taparrabos que copiarán de los libros de antropología escritos por cualquier estudioso occidental.


8.

Los africanos están obligados a conocer su propia historia, por lo que se suscribirán al boletín mensual de la National Geographic y al servicio de consultas de la Encyclopaedia Brittanica, con un descuento promocional para paliar tanta discriminación padecida en el pasado.

9.

Los negros seguirán tratamientos de blanqueamiento de la piel, de lo cual estarán liberados el 10% turístico citado en el punto 7 que, por el contrario, deberán emplear las técnicas pertinentes para conservar pura su negritud.

10.

Africa será declarada miembro de pleno derecho del Primer Mundo el día que esos negros huelan a Eau de Pochas, vistan trajes de Armani, conduzcan un Toyota y hablen como hablan las personas civilizadas, y no como animales inumundos, que eso es lo que parece, joder ya.


EL RIFLE Y EL BISTURI 1.

¿Enseñar a pescar o regalar un pez? La pregunta es retórica, porque presupone siempre la necesidad ineluctable de extender el evangelio del progreso: pero Papá Colonizador (que, como ya hemos visto, se halla embriagado con su aspiración imperialista), dueño y señor del planeta por la gracia de Dios, necesita sentirse necesario, útil: humanitario.

2.

El humanitarismo ha sido siempre (y lo sabemos desde Nietzsche) la expiación de la mala conciencia; pero también es la coartada que legitima la intervención militar y, ahora ya, sanitaria (que es poco más o menos lo mismo: el rifle y el bisturí son armas bélicas). De la invasión de Panamá o Granada por parte de la US Army a la invasión de Etiopía o Ruanda por Medicus Mundi existe sólo una diferencia, y es el apodo que oculta el nombre de Dios.

3.

La introducción de la medicina tecnocrática y farmacéutica en los territorios del Otro Mundo no vienen a suplir una carencia de las culturas indígenas, sino a vulnerar el equilibrio (más o menos precario, pero indudable) que la medicina tradicional había logrado a lo largo de miles de años de curas artesanales.

3.1

El cuerpo del indígena, al asumir el expolio inmunológico que la farmaquímica inflige en su organismo, se encuentra desprotegido ante los ataques de las enfermedades de la civilización. ¿De qué otro modo cabe interpretar que el territorio preferido del SIDA sea el Africa negra, sino como demostración palpable de que la farmaquímica no sólo no les ha hecho más resistentes al dolor, sino que les ha debilitado hasta el punto fatídico de que mueren por exceso de medicamentos? Así como la guerra de los mundos la ganaron los hombres por arte y gracia de un resfriado contra el que los marcianos no tenían respuesta, la guerras de las culturas la ganará Occidente por arte y gracia de la gragea.

3.2

Paradoja: mientras que los médicos africanos asisten a congresos europeos para aprender las múltiples ventajas de la aspirina, los médicos europeos viajan a los poblados indígenas para tomar buena nota de la sabiduría ancestral de las raíces y las hojas de los árboles. Si no fuera por sus consecuencia trágicas, semejante movimiento de traslación cultural daría risa.


4.

Las ONG son las brigadas que tratan de paliar el mal que sus propios gobiernos causan entre la población. Dejando a un lado las catástrofes estrictamente naturales (erupciones volcánicas, terremotos, sequías), las víctimas de las guerras étnicas y demás conflictos bélicos nos muestran el rostro abominable que se oculta tras la acción colonizadora de Occidente sobre el mundo y, ante todo, los efectos perniciosos de la aplicación de un modelo de estado nacional en unos territorios que, no sólo la rechazan, sino que sufren por su causa.

5.

Después de décadas durante las que el progresismo estigmatizaba todo aquello que hediera a cristianismo, ha bastado una hambruna en el continente negro para que los misioneros (esos agentes del imperio, esos lobos con piel de cordero) se vean veloz y eficazmente rehabilitados: incluso la televisión pública española les ha dedicado reportajes laudatorios, con el número de cuenta bancaria sobreimresionado en la pantalla. Pero es que, por fin, el progre ha comprendido que su causa y la del cristiano es una y la misma. Más aún: el progre acaba de reconocer que es él mismo cristiano viejo.

6.

Pero, lo que es más importante: ¿quién proporciona materiales e instrucción a los ejecutores de la violencia étnica, sino esos propios gobiernos occidentales que, presos de la mala conciencia o del cinismo del Leviatán, pide después a la población civil que se rasque el bolsillo y el remordimiento para paliar las consecuencias de sus atrocidades? Miren lo que pasa en Ruanda: los cascos azules franceses entierran a los muertos que han provocado los soldados tutsis instruidos por el ejército galo.

7.

La solidaridad: ese abracadabra con que el WASP se saca de la chistera una fraternidad de poliuretano, ese sortilegio mediático que embruja tanto al que da como al que recibe, pues con la dádiva gestual se cierra el círculo de fuego en el que se encierra la humanidad entera bajo la tutela del humanitarismo de salón. Los progres no tienen memoria, y ya no recuerdan que la caridad es un atributo eclesiástico con el que se tranforma al infiel en un cordero de Dios.


LA AUTOPISTA A LA CAPITAL 1.

El mundo camina con paso firme hacia el consenso de todas las formas de vida, de todos los gustos y manías: incluso, como ya hemos visto, la rebeldía adopta un aire standard, de modo que las fuerzas desintegradoras se integran en la totalidad a la cual creían menoscabar. El progreso es una autopista de miles de carriles de dirección única, jalonada de hipermercados cuyo peaje es el consumo y el premio a los conductores del automóvil de la identidad, la concurrencia al macrofestival de la burbuja purificada de las mayorías triunfadoras.

2.

La dirección única de la autopista del progreso es la metrópoli: una sola ciudad hermanada por las mismas rutinas, réplicas unas de otras, clones urbanos del que ya hemos olvidado el original.

3.

La metrópoli del futuro es la capital tentacular (cuya lanzadera actual es la conurbación, estado larvado del terriorio completamente hominizado del siglo XXI) a la que todos los pueblos y las ciudades medianas y pequeñas querrán concurrir: se organizarán consultas populares para integrar los municipios en la gran red capitalina, y los ciudadanos gozarán de la perspectiva de pertenecer, por fin, a la raza de primera clase de los metropolitanos furibundos. Aplastados por el complejo de inferioridad que desde el centro se incentivó durante décadas, la periferia se dejará introducir en el movimiento centrípeto que desemboca en la megalópolis, y en pocos años la superficie de la tierra será una sola ciudad, grande y libre (?).

4.

El fenómeno de las migraciones interiores en la España de los años ochenta y noventa todavía no ha sido estudiado como merece. A la migración estomacal del fascismo caudillista, centrífuga y diseminada (Barcelona y Madrid, pero también Suiza, Francia y Holanda), le ha sucedido una migración cultural, de lujo, que concurre a las ciudades atraída por el panal de rica miel de la fiesta constante que organizan las grandes superficies en sus hangares descomunales. Seducidos por la grandeur parisina de la Gran Barcelona, los

5.

vástagos de las provincias reniegan de su origen (y, para demostrarlo, lo primero que hacen al llegar a la capital es empadronarse en el ayuntamiento) y se aposantan en el centro de la fiesta, a verlas venir. Los emigrantes culturales son, por regla general, universitarios que cambiaron su capital de provincias por la capital del reino o de la primera autonomía


española: aspiraban a todo en general y a nada en particular, o sea, querían hacer acto de presencia, entrar dentro del espectro de la mirada planetaria que converge en la gran plaza metropolitana. Acomplejados en la periferia y lacerados por la ideología universitaria (que no libera luces, sino oscuridad y demagogia, gregarismo y sociopatías: el sueño de la razón financiada por las arcas simbólicas del poder omnímodo de las mayorías), los emigrantes culturales desembarcaron en las metrópolis cuando sus ciudadanos empezaban a desplazarse hacia fuera, en busca de las nuevas zonas residenciales de las inmediaciones urbanas. Curiosa suplantación de una población autóctona y hastiada bajo el peso de su triunfo avasallador por una población sobrevenida, hija de la utopía mediática alimentada por la televisión y la ideología concurrentista de final de milenio, en el que (¡oh, paradoja insoluble!) ni están los que son, ni son los que están.


LA LEPROSERIA DESCAPOTABLE 1.

En la Edad Media (era dorada en la que nada se comunicaba con nada y la autarquía no había que reivindicarla, sino que bastaba con ejercerla), las leproserías constituían los espacios privilegiados de la exclusión. A falta de las cárceles, escuelas, clínicas y discotecas en las que la modernidad ha confinado al disidente, la Edad Media aislaba al leproso no porque estaba enfermo (creo que la cultura medieval tenía un sentimiento del dolor más noble que la hipocondría médica moderna), sino porque se comunicaba: nunca hubo una afección con mayor capacidad de anticipar el futuro hiperconectado, y en ese sentido hay que relacionarla con un germen global que se realizará plenamente siglos después en las enfermedades venéreas y, al final, en el SIDA.

2.

El SIDA es la enfermedad paradójica por excelencia, porque no es una enfermedad: es la posibilidad siempre abierta de que el cuerpo maxiprotegido y miniresistente por la ciencia médica se hunda bajo el peso de su falta de recursos. En este sentido, y en la línea que ha descrito Jean Baudrillard, el SIDA es algo así como la venganza del sistema inmunológico al ser atosigado por la farmaquímica industrial, que le despoja de su iniciativa y le transforma en un cuerpo-burbuja, vulnerable a todo.

3.

El sidoso, en esta línea, sería el leproso moderno que devolvería a la sociedad higienizada y puritana la imagen de la máxima comunicación: del contagio. El WASP es un obseso del WASH: que una actividad tan repleta de fluidos y gérmenes como el sexo se cebe en el cuerpo occidental es tanto como recordarle que nunca estará a salvo del mundo, que jamás la burbuja será perfecta y que cuanto más se acerca a la utopía de la blancura aséptica y profiláctica, más lejano está el día de su cumplimiento.

4.

El sidoso está, como todo diferente que lo es, afuera: desde allí, sin embargo, grita a la mayoría la condena que le lacera el ánimo, pero que le mantiene excluido de un modo que quizás no imagina. El sidoso chilla: ¡Nadie está a salvo! ¡Tu también puedes saltar la cerca de la salud y caer presa del síndrome! Ejerciendo el terrorismo informativo que caracteriza a la pura desesperación, el sidoso se reintroduce en la mayoría: quiere ser aceptado, mimado por ella, y por eso admite que no padece tanto por la enfermedad co-


mo por la marginación. Y es que, hoy en día, hay una patología mucho más temida que la muerte: estar afuera. 5.

Afuera llueve, afuera no me reconozco: pero si consigo hacer de mi enfermedad una seña de identidad, un status quo, un rol con el que concurrir a la escena total, entonces expío mi exclusión e ingreso con pleno derecho en la cofradía de las masas. Ya no me importa morir: ya sólo quiero que la masa me arrulle con su canto elegíaco, que me haga un mártir, una víctima coreada como si fuera un héroe de esa peculiar victoria moderna que se llama derrota.

6.

Así que el sidoso también quiere salir del armario (cuando el armario es la escena pública, puesto que está amurallada desde dentro): aspira a ser reconocido como tal, y así se presenta ante los ojos de la audiencia mediática. Paga el peaje de sus bienes más preciados (la intimidad, la compañía de los seres queridos) para obtener a cambio el minúsculo consuelo de una identidad: una identidad patológica, mero placebo, pero que a fin de cuentas es lo único que importa en este mundo soñado de personajes sin cuerpo.

7.

La leprosería es, ya, un recinto descapotable donde el piloto luce la cabellera al viento: que todos lo vean, soy un sidoso y me reconozco en mi enfermedad, puesto que yo soy ella y en ella me reconcilio con los miembros de mi secta de enfermos y, consecuentemente, encuentro el abrigo de las masas. No quiero morir solo, quiero que me mate el amor maternal de la mayoría en su saludable pureza infinita.


DEL BIENESTAR AL CONSENSO UNIVERSAL 1.

Pocas ideas tan centrales en la cultura planetaria de finales de siglo como el bienestar. Alrededor de una idea tan vaga, la abigarrada muchedumbre de colores y sexos distintos forma una concentración humana densa y uniforme como la yema de un huevo duro: densa y uniforme como la unanimidad mayoritaria.

1.1

Es obvio que el concepto de bienestar es, en origen, subjetivo (esto es, individual) y en eso consiste su peligro: si estar bien, de acuerdo con uno mismo, del modo que sea y en cualquier circunstancia, es un camino personal, tiemblan los fundamentos de la mayoría, que para atraer a los individuos debe contar con su insatisfacción y ofrecerle a cambio la calma de penetrar en el círculo (del bienestar objetivo: del consumo).

2.

Una encuesta reciente del Centro de Estudios de la Realidad Social (¡como si hubiera otra realidad!) demostraba que la juventud española era la más rara [sic] de Europa, puesto que retrasaba la salida del hogar familiar hasta más allá de los treinta años. El motivo aducido por los encuestados era, entre el haz de tópicos fabricados por la sociología mediática y que luego el mundo devuelve obedientemente (paro, vivienda, etc.), que no estaban dispuestos a perder una brizna bienestar por ganar una independencia de la que sólo conocían el apellido. Aunque la encuesta no especificaba en qué cifran los jóvenes su bienestar, es de temer que la respuesta se aproxime bastante a mi hipótesis: en consumir cosas inútiles.

2.1

Consumir es concurrir, pero consumir cosas inútiles es trepar por la jerarquía social y encumbrarse en la cima del mundo. El Banco Mundial (garante del consenso universal en épocas de paz; en tiempos turbulentos, le cede el testigo a la ONU) emplea en sus informes una tabla adecuada para certificar que bienestar es igual a culto a lo superfluo: en la tabla, se contabilizan aparatos de televisión, transistores, coches... Cuanto más estupideces compras,

2.2

más desarrollado eres y, por lo tanto, más feliz te sientes. Una regla de tres tan simple que haría morir de envidia a los astrólogos de Babilonia. La sociedad contemporánea no es ya hipócrita (una práctica más propia de la modernidad incipiente, cuando el WASP enseñaba las cartas y no le pasaba la patata caliente a las minorías), sino cínica: sólo así se puede comprender que cundan por doquier las lamentaciones por el consumismo generali-


zado de las masas, que si qué horror, que si qué materialistas somos todos, para pasar a continuación a dar la voz de alarma cuando un socavón en la economía (1993) hace descender las tasas de consumo privado. Y es que el puritanismo también tiene un límite, puesto que no es un fin sino un medio (ya sabemos para qué). 2.3

Hace unos meses, el Departamento de Comercio de la Generalitat de Catalunya emitió unas cuñas en la radio pública que indican hacia qué puerto se dirige el buque de Occidente: más o menos, los anuncios trazaban una línea recta entre el consumo privado, la buena marcha de las empresas, el despegue de la economía y, como guinda del pastel, el bienestar común (que, a su vez, estimula la capacidad adquisitiva, y vuelta a empezar). Consumir no sólo es concurrir, sino que es fortalecer la mayoría.

2.4

Entre los numerosísimos términos con los que los economistas orgánicos (o sea, todos) tratan de maquillar de ciencia lo que es ideología, hay una que me resulta especial antipática: es aquella que utiliza el Mercado Común (nombre real de la Unión Europea) para medir la felicidad de sus ciudadanos y que se llama Unidad de Compra. Sin embargo, la palabreja se deduce fatalmente de cuánto se ha venido tratando y consuma la tendencia de las sociedades occidentales (o sea, del planeta) a asimilar los medios a los fines y, de este modo, fabricar el consenso universal, que es de lo que se trata.

2.5

La mayoría es la mayoría de los consumidores. La sociedad es la sociedad de los concurrentes. La existencia es la existencia de los medios. El arco es el espectro de la identidad bajo la que cae la totalidad de lo real, como una volanta tendida en el mar del caos primordial para pescar en ella a tirios y troyanos. Por eso la marginación social es una tumor insoportable para el progresismo maternal que quiere acogerlo todo en su regazo, por eso la segregación es una amenaza para la red que todo lo pesca.

3.

Marginación, ¿respecto a qué modelo central? ¿Respecto a qué norma invisible, a qué dictado económico, social, político?

3.1

La caída del bloque comunista ha congelado, durante un lapso de tiempo que todavía se prolongará algunos años, todo asalto a la razón capitalista. Según el más elemental argumento cavernícola, si tú y yo estábamos en pugna, y tú te caes, entonces es que yo estoy de pie. Así las cosas, se ha ex-


tendido una densa humareda alrededor del capitalismo económico, y los antiguos marxistas se han reciclado en tecnócratas que, como no puede ser de otra manera al tratarse de una suplantación por descarte, son más capitalistas que los capitalistas de toda la vida. 3.2

El capitalismo como modelo económico no vamos a tratarlo aquí, entre otras cosas porque este no es un texto sobre la realidad de los símbolos sino sobre los símbolos de la realidad. Aun así, es preciso dilucidar cuáles son los efectos que ha tenido para la definitiva purificación de las mayorías la consolidación del modelo de bienestar capitalista, así como sus estrategias más comunes, aunque tal vez no las más visibles.

4.

Al parecer, el bienestar es lo más parecido a la vida ultraterrena aquí en la tierra, e incluye un haz de valores que no pueden dejar de evocar la matriz de la que se desprenden la modernidad como proceso histórico y el progresismo como praxis de la modernización. Estos valores se sintetizan en un ansia de vida pura, sin accidentes, sin peligros, segura, caliente, atemporal; el confort es sólo el medio para alcanzar la última utopía de Occidente, que no es otra que luchar para dejar de luchar, vivir para dejar de vivir y vegetar hasta el final de los días.

4.1

El principio cardinal del bienestar es, por supuesto, el status: tener un lugar en la escena pública que redunde en una comodidad privada. La figura emblemática del status es la nómina, ingreso seguro para afrontar el mundo inseguro, en la cual el individuo se identifica y con la cual el individuo puede endeudarse a fin y efecto de acrecentar su propio bienestar. El estado supremo de la pureza del status es, en consecuencia, el funcionariado.

4.2

El funcionario es el puritano del hogar: allí donde, según Fernando Pessoa, "no se siente nada" (Libro del desasosiego). El hogar es, ante todo, la propiedad escriturada de la vivienda, mediante lo cual se anula el riesgo del azar y se cierran las puertas a lo imprevisto. En la configuración de la burbuja que el bienestar contribuye a llevar a ebullición, la propiedad escriturada de la vivienda es tanto como la textura material y consistente de la certeza, el punto firme sobre el que el funcionario sale a la escena pública para afirmar su status quo.


4.3

El funcionario es el puritano de la familia: allí donde, según el sentido común, no encontraremos más que amor y atenciones, un seno materno en el que abandonar la lucha por la existencia en aras de un sentimiento incondicionado, casi de un deber de recíproca pertenencia. Tal vez la familia sea una institución pareja a la civilización, pero cabe dudar si no habremos perdido, tras los vaivenes del maoísmo adinerado de los sesenta y setenta, la oportunidad de experimentar nuevas formas de sociabilidad basadas, ya no en la sangre, sino en la asociación de individuos libres y autónomos. No es cierto, por otro lado, que la familia esté en crisis: únicamente dormita en un estado letárgico, a la espera de una oportunidad (que se adivina vecina) para recoger los pedazos de la sociedad puritana cuando ésta ya se avenga a firmar el armisticio con la vida breve.

4.4

El funcionario es el puritano de la salud y la longevidad a todo precio. Sólo desde una perspectiva en la que la vida se reduce a la supervivencia a toda costa, a la estrategia celular que se concreta en el puro deseo de incrementar la desgracia del mundo, puede defenderse la abominación de una cultura que proscribe el aborto y la eutanasia, así como el suicidio y la eugenesia (si queremos morir dignamente, ¿por qué no queremos nacer dignamente?). La religión contemporánea de la salud a toda costa sólo tiene cabida en una sociedad presa del miedo e incapaz de abrir el espacio del sufrimiento fértil: por el contrario, el médico y la enfermera son los sicarios del terror, cuya misión no es otra que desposeer al individuo de su propia vida para entregarle, a cambio, la pura dependencia de un concepto demasiado cristiano de la vida para llamarlo de otra manera.

5.

El bienestar así entendido no es más que el cielo aquí en la tierra: el tedio de un cuerpo inerme, la salud de una vida sin matices, eternamente cerrada sobre sí misma, irrelevante en el sentido literal de la palabra. Sin embargo, una pulsión secreta late en el bajovientre del puritano: es la llamada de la selva, el instinto primitivo que ruge y se revela ante la asfixia de la burbuja y le pide que rompa las cadenas del bienestar. ¿De qué otra manera, si no, podríamos interpretar el auge creciente de la oferta lúdica en la que el riesgo, la aventura, en suma, el peligro de muerte y la opción al sufrimiento que manifiestan ya no sólo los ejecutivos, sino los funcionarios reales de la sociedad tediocrática? En el deporte de riesgo, el individuo se rasca el bolsillo para reproducir aquello por lo que, hace unos años, luchaba por salir y justificaba el progreso tecnológico: trepar montañas, bajar ríos, dormir al raso, comer gusanos, etc.


Como si la especie humana se negara a coincidir con la distopía del progreso, el individuo se libera los fines de semana de ese bienestar por el que trabaja de lunes a viernes, y recupera así la dimensión esencial de una vida precaria. Aun así, el riesgo se reduce a un ámbito lúdico y festivo, y sólo significa a la sazón un vano simulacro del riesgo real de una vida sin nómina, ni vivienda escriturada, ni familia ni salud farmacológica. Ese es el drama del bienestar, que achata el relieve auténticamente valioso de la vida y lo transforma en un sucedáneo insatisfactorio que sólo pide ser satisfecho de manera gregaria. Y, durante el camino, la diversión se tuerce en una mueca de tedio y las masas acomodadas piden nuevas diversiones, emociones cada día más escabrosas y, a la par, menos seductoras, pues un riesgo limitado entre barrotes es la muerte confinada entre algodón. 6.

Por eso, el puritano ya no se conforma con su propio bienestar (que le aburre y cuya tediosa evidencia le susurra al oído que se ha equivocado: ¿de qué otro modo podríamos interpretar las sociopatías depresivas de las que adolecen las clases acomodadas?) y se propone extenderlo al resto del universo. De nuevo, la opción particular se proyecta en modo de proyecto universal de control social y político, puesto que en última instancia es el dominio de los modos de vida lo que se halla en juego (y el modo de vida es la sustancia de la vida, y nada más).

6.1

La pesadilla del bienestar sólo la conoce quien la sueña, pero el sueño del bienestar es, como el espectro de Occidente para los inmigrantes alucinados, un anzuelo de seducción asegurada. Por eso cabe afirmar que el bienestar es, ante todo, un método de confinamiento y una estrategia de integración.

6.2

La integración es el deseo del funcionario, del burgués, del puritano, del progre, del WASP, del tecnócrata (todos ellos sinónimos de una única condición social), porque en ella se refleja la bondad de su elección. Siempre lo mismo: al integrista no le basta con realizarse a sí mismo, sino que debe realizarse en los otros.

6.3

Pier Paolo Pasolini, que durante muchos años fue un teórico de la revolución desde abajo, se despertó a la realidad el día en que pudo comprobar el efecto que la televisión tenía sobre ese populacho virginal en el que había depositado toda su esperanza. Desde entonces, el populacho ha perdido sus últimos vestigios de virginidad para abrazar la religión de la pureza, la salud, el


bienestar, la higiene, la identidad como masa reflejada en el espejo de los medios. El WASP ha vuelto a ganar y, esta vez, para siempre, puesto que los excluidos sólo aspiran a integrarse y los que miembros de la ciudadela occidental sólo piensan en incluirlos: reciprocidad total de oferta y demanda, constitución y perfección supina de la burbuja puritana, escena completa del drama de la identidad de las mayorías que, ahora ya, asisten al espectáculo de sí mismas en la pureza total de su triunfo.

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