EL ÁRBOL EN LA POESÍA ESPAÑOLA DEL S. XX

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EL ÁRBOL EN LA POESÍA ESPAÑOLA DEL SIGLO XX Edición a cargo de José Luis Trullo Prólogo de León Molina

Libros al Albur Sevilla, 2015


GOTAS DE LUZ Un libro que tiene como centro poemas de poetas españoles del siglo XX en los cuales aparecen los árboles. Una buena idea, sin lugar a dudas. Porque en el árbol se dan cita diversos elementos que entroncan con el quehacer poético; el árbol como elemento central del paisaje inspirador, como rica fuente de metáforas de la vida y la muerte, el tiempo, la resistencia, el fluir de lo que existe, la belleza y sus caras… y el árbol también como presencia en sí mismo, como sujeto de la belleza viva y cambiante de la naturaleza y su poder de diálogo con el poeta. La sensibilidad de los poetas y su poder demiúrgico para expresar el mundo con las voces del lenguaje hacen el resto y nos ofrecen la visión de la vida entre boscajes. Chopos de música verde van con el agua; la llevan de un eterno manantial a una claridad eterna. En el comienzo de este libro nos topamos con estos versos de Juan Ramón Jiménez que sirven de pórtico a toda la poesía que se irá desgranado a lo largo de sus páginas: el árbol como mediador de lo eterno, como fuerza que mantiene el discurrir del universo. Y a partir de aquí, y enmarcada en esa amplitud, se abren las voces de los poetas. En la luz celeste y tibia de la madrugada lenta, por estos pinos iré a un pino eterno que espera. Un pino eterno entre los otros pinos esperando, un pino que siendo eterno, está vivo y morirá. El nombre de ese pino es “hombre” y el poeta paseando en la dulce claridad del amanecer, lo sabe. La soledad era eterna y el silencio inacabable. Me detuve como un árbol y oí hablar a los árboles. El rumor del bosque no es más que una intensificación del silencio, la materia prima del poema. Los árboles hablan sin decir nada. El poeta los entiende. Y transcribe para todos su voz. Espero el desprenderse de mí el verso como el árbol de otoño espera el desprenderse de la hoja.


Cumplido el ciclo, las hojas se desprenden del árbol y caen para reintegrase al mundo de otro modo. Caen cuando no les queda más remedio que caer. Cuando han adquirido el color de los poemas. Antes de mi muerte, un árbol está creciendo en mi tumba. ¿Hay para todos nosotros un árbol señalado que, desde nuestra muerte, se lanzará al lento desarrollo de nuestro olvido? Si no es así debiera serlo. No habría mejor metáfora para el ser metafórico. oh, sí, la vida es como un bosque. A veces, las verdades luminosas son verdades de cajón. Una de las habilidades del poeta es ver lo que está a la vista, aquello que la fatiga de la mirada con frecuencia esconde. Y la vida, sí, es como un bosque. Observar el bosque y desgranar sus atributos es observar la vida. Míralo todo bien una vez más. Sin lágrimas aprende la honda lección de vida quieta, oscura. La vida lenta y silenciosa de los árboles es como nuestra vida, pero como esa parte de nuestra vida que se esconde por debajo del accidente y la apariencia. Esa verdadera vida, que como también dijera el poeta, está ausente. Y es cierto, pues la encina ¿qué sabría de la muerte sin mí? Como nosotros aprendemos del árbol, el árbol aprende también de nosotros. El árbol tiene su lugar en la rueda de la inteligencia. La rueda que a ambos nos eleva y nos acaba. El dolor verdadero no hace ruido: deja un susurro como el de las hojas del álamo mecidas por el viento. El ruido, el griterío del mundo, son distracciones. Lo que funda nuestra existencia es ese “susurro” que nos enfrenta a nuestra condición mortal. Toda belleza esconde reflejos de dolor. Yo sé que morirás, que moriremos en la niebla y a la luz de nuestros bosques recorridos por las yeguas salvajes a cuyo galopar todo responde. Yeguas salvajes galopando por el bosque que alumbran nuestra muerte. Metáfora que nos dice, que nos anuncia, que deja constancia de la trágica belleza de nuestro paso por el mundo.


El bosque es el camino del rayo. La iluminación, al fin y al cabo. El brillo cegador que se propaga, mejor que en ningún otro sitio, en las umbrías silenciosas. descubrir en los árboles la semilla del fuego La semilla de la consumación, que es también la semilla de la destrucción, el poder de acabamiento que guarda en su interior todo lo que un día tuvo comienzo. como tú, negra torre de arduos filos, ejemplo de delirios verticales La profusión del árbol como exceso, como desenfreno, como torre que un día irá dejando caer sus sillares deshaciéndose, como nuestros sueños, como nuestra vida. Todo el árbol Irguiendo está su ansia de la raíz al canto. Nadie mejor que el poeta sabe que nacimos para cantar. Que desde nuestra semilla estamos llamados a ser canto, aunque el canto sea de olvido. El árbol nos enseña que la existencia es un decirnos y luego callar en brazos del olvido. olmo, quiero anotar en mi cartera la gracia de tu rama verdecida. Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera. El constante y renovado ciclo del árbol nos conduce a la aspiración de la esperanza. El bucle de la vida que apreciamos en las hojas renacidas nos llama, nos pide que vayamos con ellas, que dejemos libre el paso a la savia que duerme en nuestro interior. El árbol viejo calla, no tiene hojas pero tiene un misterio que da otra sombra. Lo que se ve y lo que no. Lo que está y lo que no está. Lo vivo y lo muerto. El árbol lo muestra todo. El árbol siempre habla. En él nuestros ojos pueden leer lo que no está escrito en parte alguna. El ciprés, junto a la alberca, velando a la luna muerta, me está llamando: — Ven, ven…


Con sus mágicos pinceles, la luz dibuja el cuadro del porvenir, el final que no debemos olvidar y que envuelto en sus colores, el árbol nos recita. El árbol y la luna muerta. Y nosotros. Al silencio le abrí, y olivo del silencio es el cuerpo que vivo. Árbol interior, de las colinas trasplantado a los bancales del alma. El árbol prestando su tenaz madera al poeta que lo riega de silencio. El silencio fructífero y resistente solo puede sostenerse en el agrietado tronco de un olivo. Fatalidad de la raíz. No queda más remedio que ser. Somos. Crecemos. Seremos el árbol de nuestro devenir. al árbol de la vida presa, el cielo te da la libertad. No hay bosque sin cielo. En él se dibuja y cumple. Si contemplamos el árbol, es porque también estamos contemplando su cielo. A él nos arroja. A él nos entrega con sus brazos poblados de rumores. Escribir es como la segregación de las resinas. Esta es, por fin, la enseñanza de los árboles para el poeta. La poesía como lento goteo de la gracia que la vida segrega. La tenacidad, el silencio. La nueva vida que solo puede surgir de la vida misma y con sus mismos materiales. La gota de luz como una lágrima de resina que resbala de nuestro tronco. En las páginas que siguen, lector, podrás penetrar en la arboleda de los poetas, que es el la arboleda de todos. Que los hados del bosque te sean propicios.

León Molina


NOTA DEL EDITOR Hace ahora diez años, movido por el puro y simple afán de darme un homenaje como lector, tuve la ocurrencia de transcribir todos aquellos poemas que, a lo largo del siglo XX, muchos de mis poetas favoritos había consagrado a la glosa y loa del árbol. Durante todo este tiempo, esa transcripción había permanecido en un rincón del disco duro de mi ordenador. Aunque no descartaba (ni descarto aún) escribir algún día un ensayo a partir de la interpretación de estos poemas, lo cierto es que atesoraba dicho material como un pequeño tesoro íntimo, casi como un secreto. Bien, creo que ha llegado el momento de compartir estos poemas con todos aquellos amantes del árbol y de la poesía, y hacerlo de manera generosa, sin ánimo alguno de lucro: lo que uno mismo no ha creado, no es bueno apropiárselo de forma rácana y avara. Quiero agradecer por anticipado al poeta y aforista León Molina, amigo y maestro, por haber escrito un maravilloso prólogo que constituye un pórtico insuperable a la lectura de unos poemas que rinden tributo a una de las criaturas más perfectas de la naturaleza, quizá la única que, de no haber irrumpido la humanidad en el orbe como elefante en una cacharrería, merecería por sí misma enterrarnos al resto de seres vivos, siempre tan afanosos, agónicos y movedizos. Y a los lectores por la hospitalidad que puedan brindan a este libro, el cual aspira a ser divulgado y compartido sin otra restricción que la de preservar el carácter gratuito del mismo, sin vocación comercial alguna. Larga vida a los árboles.

José Luis Trullo


JUAN RAMÓN JIMÉNEZ ¡VENTURA! ¡Ventura! ¿Qué árbol invisible e infinito de tu fruto, que el alma a veces coje, pleno? ¿Cuáles de estas ideas son tus ramas, de estos sentimientos son tus flores, de estas canciones son tus pájaros, de estas sonrisas son tus aromas? ¿Qué te alimenta tus raíces? ¿Cómo, por dónde, igual que este limón por mi ventana, entras en nuestra cámara más honda y rozas, allí, el corazón?

CUESTA ARRIBA ¡Inmenso almendro en flor, blanca la copa en el silencio pleno de la luna, el tronco negro en la quietud total de la sombra; cómo, subiendo por la roca agria a ti, me parece que hundes tu troncón en las entrañas de mi carne, que estrellas con mi alma todo el cielo!

SÍ, CADA VEZ MÁS VIVO ¡Sí, cada vez más vivo –más profundo y más alto–, más enredadas las raíces y más sueltas las alas! ¡Libertad de lo bien arraigado! ¡Seguridad del infinito vuelo!

NOSTALJIA ¡Hojita verde con sol, tú sintetizas mi afán; afán de gozarlo todo, de hacerme en todo inmortal!


TARDE ¡Cómo, meciéndose en las copas de oro, al manso viento, mi alma me dice, libre, que soy todo!

TODA LA FLOR ¡Toda la flor, toda la flor! ¡Qué como dar a todo toda la flor; cómo quedarse sin toda la flor dada? ¡Aroma del recuerdo de las flores dadas! ¡Ay, qué dulzura! —Y el tronco, fuerte con la dádiva, bajo la noche fría; árbol, sin flor, de estrellas—.

AL IRSE DEL CAMPO, EL SOL Al irse del campo, el sol pone en los árboles verdes un oro en lágrimas, trémulo como un llanto de mujeres... El campo tiene, a la tarde, claros verdores dolientes, dulces verdores, tan pálidos que parece que se mueren. Son verdores que se ponen todo lo tristes que pueden, porque el valle sepa cómo los árboles se enternecen. Y hasta los pájaros van a las copas a esconderse, que no están bien tantas alas cuando las ramas se duelen... Todo por el corazón que, en una colina alegre, mira la puesta de sol sobre los árboles verdes.


BAJO LOS CASTAÑOS Bajo los castaños, a la sombra de la luna de oro los elfos de barbas blancas jugaban entre nosotros... Se caían en la hierba, riendo; ganaban los troncos y despertaban los nidos con fantásticos asombros. Qué algarabía de plata hacían en el arroyo! le partían las estrellas al agua tibia... y del fondo de las urnas verdinegras salían verdes, viscosos, las barbas llenas de légamo, ciegos los azules ojos. Tras las mariposas negras corrían como unos locos, le quitaban a los flores las luciérnagas... Ya el oro de la mañana soñolienta era, entre los pinos, rojo; el alba llegaba, dulce y malva sobre el mar brumoso... Bajo los castaños, a la sombra de la luna de oro, los elfos de barbas rosas jugaban entre nosotros...

TRONCOS QUE ME CALENTÁIS Troncos que me calentáis, — troncos de ramas de fuego, ayer áureos de relumbres, hoy desgajados y negros!


El campo viene en vosotros a mi hogar, y un sentimiento de cielo azul y verdores entibia, dulce, mi invierno. La aurora os tocó de oro, el rocío de luceros, blandos, dorados estabais en el bosque mañanero. Y pájaros de colores cantaron en vuestro espléndido refugio, arrullados de los madrigales del viento... Aún guardáis la alegre huella de las manos de los elfos, aún los muslos de las ninfas perfuman vuestros incendios; entre las llamas, la luna da, a veces, su ceniciento dolor, como si su plata fuera pensamiento vuestro... Oléis, al arder, a vida! sangre de tierra y de cielo se derrama de vosotros, hoy desgajados y negros! ...Y pájaros de colores cantaron en vuestro espléndido refugio, arrullados de los madrigales del viento...

AÚN ESTÁ ALUMBRADO EL DÍA Aún está alumbrado el día y ya es de oro el arroyo, de la luna soñolienta, encendida entre los chopos. Los chopos son amarillos —de sol? de luna de oro?— y el agua dorada y negra los mece en su fresco fondo.


Qué temblor de oro de hojas! qué brisa! El campo está solo y huele a flores perdidas y a luceros melancólicos... Y caen en las praderas letras y suspiros rotos de coplas que se cantaron por las sendas, al retorno...

TRONCO ABIERTO Y DESNUDO Tronco abierto y desnudo, que ha estado reflejando su ceniza y su pena en el agua dormida, mi corazón de invierno ha tenido, llorando, un agua, una ceniza, una pena, una herida... Su luto se cortó sobre amarillos muertos en los ocasos tristes como marchitas rosas, colgaron los sollozos, como nidos desiertos, de la maraña de sus ramas espinosas... Mas qué soplo de gracia pasa sobre este frío? está la brisa azul y verde la pradera, y, a la música clara de los oros del río, mi corazón florece en flor de primavera!

PINO BLANDO Y FRAGANTE Pino blando y fragante, que sombreas la entrada de la casa, tú haces fresco el sol, dulce el cielo, te coronan los pájaros con una desatada y eglógica ternura, reguero de consuelo! Tienes en ti el encanto del amor, de la gloria, de la paz; el sol vivo se mece en tu armonía, y, a tu verdor con ritmo, se olvida la memoria del vivir, en la calma luminosa del día! Paz doliente y de música! oh, paz arrulladora que haces muerte mi vida! mi corazón suspenso, igual que el corazón de un niño ríe y llora, embelesado en lo infinito y en lo inmenso! Árbol que sobre el alma sueñas tu estremecida sombra! blandura! olor!


... Ponga la buena suerte sobre la verde hierba de mi tumba perdida un pino que sombree y que arrulle mi muerte!

ÁRBOL, ANTE EL CALLADO RUMOR Árbol, ante el callado rumor que al viento haces con tus ramas de pájaros, yo no sé lo que quieres... si entre las alegrías del invierno renaces o si entre las tristezas del estío te mueres... Quién rige tu armonía constante? quién ordena la permanencia de tu eterna maravilla? iguales son, en ti, la alegría y la pena... dulce es lo que en ti cae, dulce lo que en ti brilla. Con qué sueño hila Dios tu mayor hermosura? cuál es el ornamento de tus días mejores? tu gala de hojas secas, tu pompa de verdura, tu corpiño de nieve, o tu manto de flores?

OH, CIPRÉS VERDINEGRO Oh, ciprés verdinegro; el rosal te engalana — y la rosa parece la luz de tu tristeza; en tu dolor, qué suave es la seda temprana! qué guirnalda de vida en qué augusta nobleza! Enmedio del jardín desolado y agreste que pone al valle yermo su oasis de poesía, eres como mi amor, sobre campo celeste: la rosa es su belleza, tú mi melancolía. Ella te da su gracia, tú le prestas tu anhelo; tú de ella te embalsamas, de ti ella se hace negra... con qué pasión mezcláis consuelo y desconsuelo! tú haces triste la rosa y la rosa te alegra.

EL HACHA FRÍA HA ROTO El hacha fría ha roto tu corazón abierto, — cuando el último pájaro cantaba entre tus hojas; mas tú, robusto tronco caído, no estás muerto aunque tus hojas verdes se hayan tornado rojas...


La brisa, sobre ti, azula sus cristales, y, en la ilusión de oro de la aurora primera, con su fragante mano te adorna de vitales guirnaldas frescas la divina primavera! Quién fuera como tú, viejo tronco, caído en la pradera blanda, risueña de colores; tu sangre palpitante triunfa del olvido, y, en tierra ya, te llenas de verdor y de flores!

CHOPOS DE MÚSICA VERDE Chopos de música verde bordean el agua fresca; a su sombra y a su música el claro arroyo platea. Plateando va y llorando por florecientes praderas, salpica las flores, moja la tierna y menuda hierba. Le da a la fronda un espejo, y en su remanso gorjean los chamarices, mojadas las gayas plumas de perlas... Chopos de música verde van detrás del agua fresca, cuando da una vuelta el agua los chopos dan una vuelta... Los arroyos, dónde acaban? quién vio su querella muerta? se derraman en el alba o paran en las estrellas? Su cantante platería qué suspira o qué recuerda? ...ojos, manos, bocas huyen en la corriente que sueña... Chopos de música verde van con el agua; la llevan de un eterno manantial a una claridad eterna.


DESPERTÉ SOBRE LOS CÉSPEDES Desperté sobre los céspedes... Ya el sol rosa y melancólico era débil y divino tras los pinares medrosos. Largas estaban las sombras y entre los oscuros troncos erraban luces de música de un dulzor fantasmagórico. Herían alas con sol el azul de oro glorioso; de los caminos .venían tristes coplas de retorno. Y una mariposa leda daba al prado silencioso una ilusión blanca, ornada de luz, de flor y de oro... Perezoso y distraído, eché una flor al arroyo; la flor se fue sobre el agua; lloré mi amor... Por los troncos el sol poniente tejía formas de un bien ilusorio que daba risa a los labios y lágrimas a los ojos...

QUERÍA DECIR UN NOMBRE Quería decir un nombre la música de mi flauta... No pudo. La tarde iba rosando las verdes ramas... Un nombre de un cuerpo blanco, coronado de esperanzas, que holló las orillas verdes unas tardes ya lejanas; nombre suave, que era el nombre sosegado de mi alma,


que en una palabra unía todas las gratas palabras... Hablaba el dulce verdón no sé qué... Por la cañada se iba riendo el arroyo a la sombra de las zarzas; un olor a rosa humilde ungía la tarde clara; me dolía el corazón como si me lo rasgaran... La mariposa era un nombre, un nombre llevaba el agua, flotaba un nombre en el sol, un nombre el verdón cantaba... Quería decir un nombre la música de mi flauta... No pudo. La tarde iba sangrando las verdes ramas...

EL ÁRBOL JUEGA, HOJA POR HOJA El árbol juega, hoja por hoja, con el brillo de una luna desnuda—hoguera verde y viva—, y bajo el cielo gris, velado de amarillo, entona una monótona romanza pensativa. Entre los troncos hay claridades distantes, pasa un voluble olor de rosas cristalinas, los grandes surtidores, cargados de diamantes, irisan sus rasgadas y frescas muselinas... Viene el mar en el sueno; de oro es la verdura; los horizontes tienen claridad de bengalas; y cien pájaros raros vuelan por la espesura en un silencio blanco de picos y de alas...

VACIARME ¡Crearme, recrearme, vaciarme, hasta que el que se vaya muerto, de mí, un día, a la tierra, no sea yo; burlar honradamente, plenamente, con voluntad abierta, el crimen, y dejarle este pelele negro de mi cuerpo por mí!


¡Y yo, esconderme sonriendo, inmortal, en las orillas puras del río eterno, árbol (en un poniente inmarcesible) de la divina y májica imaginación!

LA PRIMAVERA VIENE En mis álamos blancos ponen las nubes lijeras copas rosas por los azules. Por los azules la primavera viene pintando luces.

EN LA PRIMAVERA VERDE Me da pena cuando veo en la primavera verde algún arbolillo seco.

LUCERO EN FLOR DE ALMENDRO En efímeros pitos de la juncia del lirio, ibas silbando estribillos alegres por los campos tempranos. Te comías las rosas, sorbías el olor duro y opaco del leve guijo del arroyo; parabas la corriente; cada pie en una orilla, [con tus abiertas manos. Y si yo te quería retener en mis brazos, tú, sacándote un ala por el pecho, me esquivabas cerrándome lo blanco. ¡Lucero en flor de almendro, nardo vibrante y casto, que colgaste mi alma con la ternura de tus suaves brazos!

DE LOS LEJANOS MUNDOS Vámonos a pensar al jardín solitario. Allá, bajo el lustroso laurel, las violetas y las rosas perfuman un profundo sagrario hecho para el amor de los tristes poetas. Ha salido la luna y su blanco sudario cobija de largueza las lejanas siluetas, y al fresco de la brisa nocturna, el incensario de la tierra embriaga las soledades quietas.


Vámonos a soñar en el tibio paraje del laurel. Las guirnaldas del lunado follaje alternan con lo eterno de los cielos profundos. Enlazadas mis manos con las tuyas de nardo, pasaremos las horas al sol del alto y tardo titilar, en sus reinos, de los lejanos mundos.

VOZ DE MUJER EN SU CENTRO Los árboles se derraman sobre la calle en silencio, que se abrió más larga y sola, corrida del aguacero. Ya el cénit va sonriéndose, se abrillantan los luceros; puertas de secretas nubes enseñan tierras y cielos. Y en el silencio se abren cánticos que, sin romperlo, nos gritan voces de luces, voz de mujer en su centro.

DE UNA MANO DE LA AURORA (LA HERMANA) El pino verde ante la alta aurora. Ya la mula sacaba, ton, tin, ton, el agua de la noria. El lechero ponía la leche tibia en el umbral. Las cinco, la hora bien tocada de la torre del pueblo se oía limpia en la frescura rosa. Y el pino verde ante la alta aurora. Poníamos tu nombre, con el dedo, hermana Victoria, en el cristal ciego de vaho. Y por las rotas y alegres lágrimas veíamos, aún entre la suave sombra, y ya casi con el sol, las moras, las alondras y las rosas. ¡Y entre ellas, tú, serena con tus sienes mates, traída de una mano de la aurora!

VENDRÁN CON LAS HOJAS NUEVAS ¡La otra noche se llevó el viento más hojas secas! ¡Qué pena tendrán los árboles esta noche sin estrellas! He entreabierto mi balcón. (La luna camina muerta, sin luz de beso ni lágrima, amarilla entre la niebla).


He acariciado los árboles con miradas de terneza que les van abriendo hojillas verdeluz de primavera. ¿No estarán soñando así, con sus pobres hijas secas? Yo les digo: “Ya lo veis. Viene con las hojas nuevas”.

COMO LOS ALMENDROS Yo les dije que me gustaba (ella me estaba escuchando) que el amor echara flor como los almendros blanco. (Alzó sus ojos azules y se me quedó mirando con una sonrisa seria en los virjinales labios). Cuando bajé, por su calle, un oscurecer de mayo estaba en su puerta oscura igual que un almendro blanco.

ENTRE LA BRUMA ¡El jardín solo! Un sol último enciende los brotes nuevos que ayer mismo, entre la bruma, estallaron los almendros. Entre la bruma de hoy, por el blancor verde y fresco, negros, los mirlos se silban en el inmenso silencio. En torno, el agua sonríe limpia, viva entre los fresnos, ondulando su delicia su cuerpo desnudo lento.

LA ACACIA DE PADREDIÓS En el patio está la acacia llena de flor amarilla, la acacia que Padrediós ha perdido con su vista, él que la miraba tanto cuando todo lo veía. Viene el niño: “¡Padrediós, mira tu acacia florida!” Y el padre pone en la acacia su frente oscura y la mira, como mira Dios, con ese diamante que está en su mina.

LOS TRONCOS MUERTOS Ya están ahí las carretas. (Lo han dicho el pinar y el viento, lo ha dicho la luna de oro, lo han dicho el humo y el eco…) Son las carretas que pasan estas tardes al sol puesto, las carretas que se llevan del monte los troncos muertos.


¡Cómo lloran las carretas camino de Pueblonuevo! En la paz del campo van dejando los troncos muertos un olor fresco y honrado a corazón descubierto. Y cae el ángelus, como un relente de consuelo, sobre los campos talados que huelen a cementerio. ¡Cómo lloran las carretas camino de Pueblonuevo! Los bueyes vienen pastando, a la luz de los luceros, un vaho en el que se unen la vaca, el establo, el heno. Y detrás de las carretas se retarda el carretero, con la ahijada sobre el hombro y en silencio el pensamiento. ¡Cómo lloran las carretas camino de Pueblonuevo!

LLEVANDO MI PROPIO RÍO Álamo preso y con alas que me tiemblas el camino del remanso adonde voy llevando mi propio río. ¡Tarde inmensa toda ensueño y toda ensueño vacío! ¡Agua que vengo a mirar llorar, llorar de mí mismo! Y tú, camino sin nadie, solo, verde y florecido, ¿quién te fue abriendo en el valle, y hasta dónde, di, camino? ¡Por mi llanto, agua perdida, tarde por tu vano grito, álamo por tu ala presa, por tu soledad, camino!

CON EL PINO MAYOR Firme y solo con el árbol. (El tronco para la copa). Preso en mi ser como el árbol. (Pensando y soñando siempre). Hondo y alto como el árbol.

HISTORIA Verde murmullo de los pinos, fuente honda del pinar, sol de la gloria en los caminos, arena roja contra el mar.


Tarde, la tarde grande y pura, radiante de espresión, aire cristal, rumor frescura, vida del nuevo corazón.

LA LUNA EN EL PINO La luna estaba en el pino, rosa en el cielo violeta. … Hoy viene en una carreta muerto, sin rumor, el pino. ¿Vendrá la luna en el pino? Sobre el polvo del camino, esa dulzura violeta ¿la baja el cielo, carreta, a su luna en el camino? ¿Pasa la luna en el pino? ¡Qué tristemente va el pino rozando el suelo violeta! Llanto de luz la carreta llora del verdor del pino. ¿Llora la luna en el pino? ¿Dónde está el lirio divino, naciente solo y violeta? ¡Lleva rosa la carreta como un resplandor divino! ¿Está la luna en el pino? La luna estaba en el pino, rosa en el cielo violeta. … Hoy se va en una carreta, muerto, sin rumor, el pino. ¿Se va la luna en el pino?

LA VEJEZ DE LA LUNA Una a una, las hojas van cayendo de mi corazón mustio, doliente y amarillo.


El agua que otro tiempo, salía de él, riendo, está parada, negra, sin cielo ni estribillo. ¿Fue un sueño mi árbol verde, mi copa de frescura, mi fuente entre las rosas, de sol y de canciones? ¿La primavera fue una triste locura? ¿Viento aquella florida bandada de ilusiones? Será mi seco tronco, con su nido desierto; y el ruiseñor que se miraba en la laguna, callará, espectro frío, entre el ramaje yerto hecho cenizo por la vejez de la luna.

EL ÁRBOL ÍNTIMO Ya el árbol no es de hojas secas, ya el árbol sólo es de sol (árbol que era anteayer de oro yerto de dolor). Ya el árbol se ha resignado a su sereno morir. (Dos meses de pensamiento lo han hecho de oro feliz).

EL PINAR MÁS DESPIERTO Voy por el pino umbrío como por un palacio, mi frente palidece de verde y de frescura, ramas altas pasadas por el sol de topacio señalan mi pasar del oro de la altura. La arena cruje en rico y vivo dinamismo con un olor de carne que no fuera de rosa; en la fuente, creyérase que ha bebido ahora mismo la eterna fujitiva desnuda y cautelosa. ¡Por dónde! Eternidad, ¡clava mi ardiente vida, lo mismo que una estatua, en este lleno instante! ¡Que se seque tras mí la senda conocida, que altere mi memoria un ave fulgurante!

HOJILLAS NUEVAS ¡Mira, por los chopos de plata, cómo trepan al cielo niños de oro! Y van mirando al cielo y suben, los ojos en el azul, con frescos sueños.


¡Mira, por los chopos de plata, cómo llegan al cielo niños de oro! Y el azul de sus bellos ojos y el cielo se tocan… ¡Son uno ojos y cielo! ¡Mira, por los chopos de plata, cómo mueven el cielo niños de oro!

LAS PALOMAS Alrededor de la copa del árbol alto, mis sueños están volando. Son palomas coronadas de luces únicas, que al volar derraman música. ¡Cómo entran, cómo salen del árbol solo! ¡Cómo me enredan en oro!

INFLAME ¿Sostiene la hoja seca a la luz que la encanta, o la luz a la hoja, encantada?

LA CALIDAD Arraigado. Pero que no se vea tu raíz. ¡Sólo, en el día nuevo, lo verde, el pájaro, la flor!

EN LA ENTRAÑA Como el tiemblo de invierno último, siento mi hojarada volando ya en el viento. ¿Tesoro, visto por la muerte, al hondo? ¡Tesoro al aire, subidor de fondo! ¿En la poza tendré que naufragarlo? ¡No, yo podré por mi raíz alzarlo! Sí, me entraré en la entraña terrenera, ¡que quiere darme a luz la primavera!


EL PARQUE VIEJO Miro por la verja helada el viejo parque desierto. Todo parece sumido en un centenario sueño. Sobre la fija arboleda, en el trasparente cielo de la tarde tiembla y brilla un diamantino lucero, y del fondo de la sombra llega acompasado el eco de algún agua que suspira al darle otra gota un beso. ...Mis ojos pierdo imantados en el vaho del sendero. Una flor que se moría ya se ha quedado sin pétalos. De una rama amarillenta, al aire trémulo y fresco, una lívida hoja mustia, dando vueltas, cae al suelo. ...Ramas y hojas se han movido, no sé qué turba el misterio; de lo espeso de la umbría, como una nube de incienso, sale una rosa fantástica cuyo suavísimo cuerpo se adivina eterno y solo en mate y flotante velo. Sus hojas clava en mis ojos y entre las brumas huyendo, se pierde callada y lenta en el irse del sendero... Desde el profundo ramaje, vuelve monótono el eco de algún agua que responde al darle otra gota un beso. Y sobre un magnolio verde, en el traslúcido espejo del ocaso, brilla y tiembla una lágrima lucero. El jardín vuelve a sumirse en su centenario sueño y un ruiseñor solo y alto dice en el hondo silencio, con lenguaje que por obra del instante yo comprendo: «Mi rosa y yo aquí vivimos, y yo y mi rosa sabemos que nos vamos en otoño y en primavera volvemos. Como los árboles somos, que no mueren en invierno. ...Nuestro pasar, como el suyo, es el volver de lo eterno».

DE UN AMOR Eran las ramas secas de la vida, las hojas que en otoño caerán; en tropel se acercaron al camino, para vernos pasar. Y sacando los ojos encendidos por la cerrada verja del jardín, al lado de nosotros se atrevieron sus bocas a reír. En el divino cielo del crepúsculo el sol iba rindiéndose a lo azul; el aire estaba lleno de ternura, de música y de luz.


Májica y melancólica, una niña, entre tanta hoja seca, mustia flor, con sus ojos cargados de presencia, al llegar me miró. Sus labios sin frescura se entreabrían en inmensa sonrisa de bondad; santa rosa con fiebre, se secaba sin reír ni llorar. Cuando la primavera dice al mundo: «¡Canta, abre tus brotes al amor!» ¿por qué no volverán las mismas flores que el invierno enterró? Envidioso y traidor el viejo otoño a esta única flor hará morir: «¡Si el otoño me quiere, dulce niña, moriré yo por ti! La caja de los muertos no es tan larga como una vida. Y si te mueres tú, se quedarán tus ojos con mis ojos, viviendo de la luz. Te querré siempre, y con nuestra dicha dentro de mi caliente corazón, por el mundo ignorante, sonriendo pasaremos los dos. Yo te daré la gala de mi vida. En la noche sin fe de mi sufrir, yo te vi el corazón abriendo todos sus sueños hacia mí...» La niña me miraba. Y en el aire oloroso de acacias se cruzó un efluvio de besos y de lágrimas dulces como primicias del amor.

COMO UN DETENIDO INCENDIO Otoño ¡ya estás aquí! Otoño ¡qué bien te siento! ¡Cómo tu sol amarillo me ilusiona los recuerdos! Parece que entre las hojas de tus árboles serenos, un sinfín de cielos grandes y de horizontes inmensos, en una ronda infinita, me acarician de sus lejos... Cosas conocidas que yo creí que habían muerto, historias, leyendas, vidas que pasasteis un momento por mi vida, se dijera que volvéis muertas... No quiero hablar. Dejadme soñar, dejadme volver al sueño a ver si se hace verdad otra vez con el ensueño. Un cuento que sea único, un sueño que sea eterno con todo el encanto solo de los misterios. Eternidad de las cosas bellas, ¿de qué oculto centro volvéis, cosas que un morir cualquiera se llevó? Ungüento de piedad en hermosura derramáis en mis silencios, y me convertís en mieles mis amargos pensamientos.


La tarde cae. Una ronda de maravilla en suspenso, una ilusión indecible, un divino desconcierto por el paisaje sufrido que desde mi sombra siento, va a ser una clara música de secreto rendimiento. Todos los árboles fuljen, estallan mil besos frescos en jardines del amor de un alegre cementerio. Otoño ¿será el morir, como tú, un otoño eterno, permanencia de oro fijo como un detenido incendio?

UNA ARMONÍA SIN FIN Mi alma es hermana del cielo gris y de las hojas secas. Sol interno del otoño ¡pásame con tu tristeza! (Los árboles del jardín están cargados de niebla. Mi corazón ve por ellos esa mujer que no encuentra; y en el suelo húmedo me abren sus manos las hojas secas. ¡Si mi alma fuera otra hoja y se perdiera entre ellas!) El sol ha mandado un rayo de oro estraño a la arboleda, un rayo flotante, dulce luz a las cosas secretas. (¡Qué ternura tiene el último sol para las hojas secas! Una armonía sin fin vaga por todas las sendas, lenta íntima sinfonía de músicas y de esencias, que dora el jardín de una más divina primavera). Y esa luz de bruma y oro, que pasa las hojas secas, irisa en mi corazón no sé qué ocultas bellezas.

OTRO YO Alguna noche que he ido tarde al jardín, en los árboles he visto a otro yo enlutado que no deja de mirarme. Me sonríe y, lentamente, no sé cómo, va acercándose, y sus ojos quietos tienen un brillo estraño que atrae. Y corre, como un maldito, al rincón de los rosales, y vuelve con un clamar y un reír de espantaánjeles. Y se pone una careta (y no deja de mirarme) y tras los huecos de yeso sus ojos brillan infames.


Me hace jestos imposibles, imita demonio y ánjel, y se cambia el parecer, con sombra y luna en el traje. He huido. Y desde mi cuarto, a través de los cristales, lo he visto subido a un árbol y sin dejar de mirarme.

EN FLOR Brotando todo estoy de flor y hoja, en esta verde soledad luciente donde hablan dos pájaros tranquilos. Como al almendro, abril me llena todo de brillos ricos, cálidas estrellas sacadas por mis íntimas raíces. ¿Una vez más esta frescura nueva, que cubre el tronco gris, que lo promete de nuevo alegremente renovado? Si lo eterno es instante, ¡eternidad perfecta, fiel, con la promesa májica de lo que si no es ser bien podría! Promesa que es pasado y porvenir, presente que es promesa de sí mismo, que en la repetición tiene su gloria. No será en otro abril mejor color, olor mejor, mayor felicidad de vida en flor que en este alto abril. Abril penúltimo, que en hora retenida, es el colmo supremo de quien ama el retorno gustoso de su vida.

LA COPA FINAL Contra el cielo inespresable, el álamo ya amarillo instala la alta belleza de su éstasis vespertino. La luz se recoje en él como en el nido tranquilo de su eternidad. Y él álamo termina bien en sí mismo.

VIENTO DE AMOR Por la cima del árbol iré y te buscaré. Por la cima del árbol he de ir, por la cima del árbol has de venir, por la cima del árbol verde donde nada y todo se pierde.


Por la cima del árbol iré y te encontraré. En la cima del árbol se va a la ventura que aún no está, en la cima del árbol se viene de la dicha que ya se tiene. Por la cima del árbol iré y te cojeré. El viento la cambia de color como el afán cambia el amor, y a la luz del viento y afán hojas y amor vienen y van. Por la cima del árbol iré y te perderé.

PALACIO VERDE Desnudo, entre el verde rico de una galería de álamos, vivo de ojos de sol, va el arroyo plateado. Blanco y amarillo es el prado que anda separando, pajitos, ladera suave en un lado y otro lado. Ramillitas de alegror, se mojan en él los pájaros. ¡Los aleteos, los troncos goteantes, irisados! Las columnas de los troncos, muy negros sus ojos magos, ven y siguen la armonía; acompañamiento estático. Color, música, relumbre. El aire lento y dorado cae de un jardín del sol, regando luz, oro echando; y al rizar la plata en marcha, el hondo palacio alto se rompe en un abre y cierra de horizontal verde ancho… Me digo: “Para tu sed torturada qué descanso, si tu vida quiere y es flor de agua, luz del álamo”.

ABRE SUS ALAS LA MADRE ¡Árbol, la madre, de dios, con ramas de cielo vivo, que un viento de eternidad mece con ritmo infinito!


El niño se echó a llorar, y la madre lo ha cojido con ternura y lo ha entrañado, arrullándolo, en su sitio. La madre toda, que siempre da un niñodiós con su niño, lo acompaña de cantar en su misterio divino. Es cielo lo que le mana, es una gloria de limbo de entraña lo que le echa encima a su niño chico. Abre sus alas la madre, y el niño ya está mecido y rozado y aireado, y sonríe al paraíso. Y pues dios está en sus ramas y ella canta con dios mismo, poco a poco sale dios y toma al niño consigo.

UNA A UNA, LAS HOJAS SECAS VAN CAYENDO Una a una, las hojas secas van cayendo de mi corazón mustio, doliente y amarillo. El agua que otro tiempo salía de él, riendo, está parada, negra, sin cielo ni estribillo. ¿Fue un sueño mi árbol verde, mi copa de frescura, mi fuente entre las rosas, de sol y de canciones? ¿La primavera fue una triste locura? ¿Viento aquella florida bandada de ilusiones? Será mi tronco seco, con su nido desierto; y el ruiseñor que se miraba en la laguna, callará, espectro frío, entre el ramaje yerto hecho ceniza por la vejez de la luna.

ENTRETIEMPO ¡Los árboles deslumbrantes del otoño, por la tarde, en esos parajes limpios del campo, cuando se han ido todos, y no queda más que uno con la soledad! ¡Las cosas que ellos nos dicen! ¡Los inmensos imposibles que nos transparentan! —¡Oro eterno nos quema los ojos!— ¡No acaba la hoja con sol ante nuestro corazón!


RAMA DE ORO Doliente rama de hojas otoñales que el sol divino enjoya y trasparente, cuando hurta el sol la nube, polvorienta rama es, de miserias materiales. Todas las maravillas inmortales que la hoja de oro exalta y representa, se las lleva la hora turbulenta al centro de los senos celestiales. Corazón; seco, vano y pobre nido, en que los sempiternos resplandores hallan, un punto, refuljente calma; cuando el amor te deja en el olvido, se truecan en cenizas tus fulgores, y es vil escoria lo que creíste alma.

ÁRBOLES ALTOS ¡Abiertas copas de oro deslumbrado sobre la redondez de los verdores bajos, que os arrobáis en los colores májicos del poniente enarbolado; en vuestro éstasis dorado, derramáis vuestra alma en claras flores, y desaparecéis en resplandores, ensueños del jardín abandonado! ¡Cómo mi corazón os tiene, ramas últimas, que sois ecos, y sois gritos de un hastío inmortal de incertidumbres! ¡Él, cual vosotras, se deshace en llamas, y abre a los horizontes infinitos un floreces espiritual de lumbres!

CADA CHOPO, AL PASARLOS Cada chopo, al pasarlos, canta, un punto, en el viento que está con él; y cada uno, al punto —¡amor!—, es el olvido y el recuerdo del otro.


Sólo es un chopo —¡amor!— el que canta.

ALREDEDOR DE LA COPA Alrededor de la copa del árbol alto, mis sueños están volando. Son palomas, coronadas de luces puras, que, al volar, derraman música. ¡Cómo entran, cómo salen del árbol solo! ¡Cómo me enredan en oro!

ARRAIGADO Arraigado; pero que no se vea tu raíz. ¡Sólo, en el día nuevo, lo verde, el pájaro, la flor!

PINAR DE LA ETERNIDAD En la luz celeste y tibia de la madrugada lenta, por estos pinos iré a un pino eterno que espera. No con buque, sino en onda suave, callada, eterna, que deshaga el leonar de las olas batalleras. Me encontraré con el sol, me encontraré con la estrella, me encontraré al que se vaya y me encontraré al que venga. Seremos los cinco iguales en paz y en luz blancas, negras;


la desnudez de lo igual igualará la presencia. Todo irá siendo lo que es y todo de igual manera, porque lo más que es lo más no cambia su diferencia. En la luz templada y una llegaré con alma llena, el pinar rumoreará firme en la arena primera.

LA PALMA SECA La que fue verde mece hoy su cobre, final tesoro. De sus recuerdos saca una danza de raro entono. ¡Con negras uñas de rojos dedos, en rectas ondas, sus menos brazos al aire ajeno buscan la boca! Su alzarse roto, su vuelta triste, sus senos tienen (ya no es su tronco) la gracia huida de quien no debe.

SOBRE LO VERDE FIJO ¡Mira el laurel lleno de nieve! ¡Qué azul tan blanco, qué hermoso invierno! No, luz, es mayo, es mayo pleno; no, amor, son rosas para guirnaldas de la belleza


que es de después; donde lo frío no es frío, es blanco completo, unánime sobre lo verde fijo.

PRIMAVERA 63 (CON ELLA Y SIN PÁJARO) El sauce y el almendro que vimos esta tarde en Kenwood, allí estarán pasando su belleza esta noche de primavera viva, sin verse el uno al otro, sin ellos mismos verse, sin saber estos nombres que les damos, sin ser vistos de nadie, sin pájaro en su sitio; el sauce casi verde, el casi blanco almendro (verdoso, sonrosado) entre la lenta bruma del bosque de colinas, troncos, troncos y troncos negros, hacia el poniente grana y amarillo. Cada segundo de aquel preciso ser y estar en flor y en hoja, copiados por el lento riachuelillo como el poniente grana y amarillo, será una gracia nueva de línea y de color, de olor y toque, de sabor y de oído, en esta vaga luna que al sol ha sucedido; sin verse el uno al otro, sin ellos mismos verse, sin saber estos nombres que les damos, sin ser vistos de nadie, ni olidos ni tocados, ni gustados ni oídos, el sauce casi verde, esbelto, el blando, casi blanco almendro, sin pájaro en su sitio; entre la bruma lenta del bosque, troncos negros, troncos, troncos y troncos hacia el poniente azul y platecido.


Cada segundo suyo, cada segundo mío, perdiendo su belleza, pasando mi sentido, el sauce y el almendro que vimos esta tarde en Kenwood, sin pájaro en su sitio; troncos y troncos negros contra el poniente grana y amarillo.

EN SU COPA DE GLORIA Debajo de su olmo, están todas sus hojas. Él las mira caídas, ellas le ven la gloria azul con nubes blancas que es ahora su copa. ¡Allí arriba rieron con los pájaros todas! (Hoy las ardillas grises las entresaltan locas.) No las quemo, las dejo que se entren gustosas en la tierra, que es el mantén de sus bocas, para que a las raíces les den sus almas rojas; las raíces que fueron sus hondas formadoras. ¡Ojalá no se pierda una, una sola, sola! ¡Ojalá otra vez sean todas verdes canoras! ¡Ojalá todas vuelvan a la gloria su copa, ojalá todas tengan en su copa su gloria!

ÁRBOLES HOMBRES Ayer tarde volvía yo con las nubes que entraban bajo rosales


(grande ternura redonda) entre los troncos constantes. La soledad era eterna y el silencio inacabable. Me detuve como un árbol y oí hablar a los árboles. El pájaro solo huía de tan secreto paraje, solo yo podía estar entre las rosas finales. Yo no quería volver en mí, por miedo de darles disgusto de árbol distinto a los árboles iguales. Los árboles se olvidaron de mi forma de hombre errante, y, con mi forma olvidada, oía hablar a los árboles. Me retardé hasta la estrella. En vuelo de luz suave fui saliéndome a la orilla, con la luna ya en el aire. Cuando yo ya me salía vi a los árboles mirarme. Se daban cuenta de todo, y me apenaba dejarles. Y yo los oía hablar, entre el nublado de nácares, con blando rumor, de mí. Y ¿cómo desengañarles? ¿Cómo decirles que no, que yo era sólo el pasante, que no me hablaran a mí? No quería traicionarles. Y ya muy tarde, ayer tarde, oí hablarme a los árboles.


ÁNGEL GONZÁLEZ

BOSQUE Cruzas por el crepúsculo. En el aire tienes que separarlo casi con las manos de tan denso, de tan impenetrable. Andas. No dejan huella tus pies. Cientos de árboles contienen el aliento sobre tu cabeza. Un pájaro no sabe que estás allí, y lanza su silbido largo al otro lado del paisaje. El mundo cambia de color: es como el eco del mundo. Eco distante que tú estremeces, traspasando las últimas fronteras de la tarde.

RAFAEL ALBERTI EL OTOÑO, OTRA VEZ (fragmento) Cuando barro las hojas del otoño, siento como si el mar, metido en ellas, muriera, sollozando. * * * Era alta y verde. Tenía largas ramas por cabellos, con hojas rubias, perennes. * * * Espero el desprenderse de mí el verso como el árbol de otoño espera el desprenderse de la hoja. * * *


Viniste al bosque mientras te buscaban para prenderte… Tú nada sabías. En diferente clima, a tantos miles de leguas de tu casa verdadera, eran, eran los mismos, los oscuros y tristes de otros años. Tú escuchabas caer las hojas en la noche, mientras ellos corrían como ratas, de tiniebla en tiniebla, en busca de los otros. Otoño silencioso de este bosque, ¿me estoy desvinculando de la patria, alejado, perdiéndome? Haz que tus hojas, que se lleva el viento, me arrastren hacia ella nuevamente y caiga en sus caminos y me pisen y crujan mis huesos confundiéndose para siempre en su tierra. * * * Los árboles defienden, contra el viento, las penúltimas hojas de sus ramas. ¡Qué fuerte batallar heroico y triste! * * * Quisiera que estos árboles plantados por mi mano crecieran por lo menos cada día la altura de una hoja. Me he de marchar –¡ay! ¿cuándo?– y quedarán aún niños pequeños.

DEBAJO DEL CHOPO, AMANTE Debajo del chopo, amante, debajo del chopo, no. Al pie del álamo, sí, del álamo blanco y verde. Hoja blanca tú, esmeralda yo.


YA NO SÉ, MI DULCE AMIGA Ya no sé, mi dulce amiga, mi amante, mi dulce amante, ni cuáles son las encinas, ni cuáles son ya los chopos, ni cuáles son los nogales, que el viento se ha vuelto loco, juntando todas las hojas, tirando todos los árboles.

Sonánbulo entré yo anoche Sonámbulo entré yo anoche en tu jardín. Nadia había. ¿Nadie? — Sí. Sobre el limonar lunero, la luna. Debajo, tú. ¿Sola? — Sí. — ¿Qué haces tú? — Soñando estoy un traje para mi boda. — ¿Conmigo? — No.

RETORNOS DEL AMOR EN LOS BOSQUES NOCTURNOS ¡Son los bosques, los bosques que regresan! Aquellos donde el amor, volcado, se pinchaba en las zarzas y era como un arroyo feliz, encandecido de pequeñas estrellas de dulcísima sangre. Los bosques de la noche, con el amor callado, sintiendo solamente el latir de las hojas, el profundo compás de los pechos hundidos y el temblor de la tierra y el cielo en las espaldas. ¡Qué consuelo sin nombre no perder la memoria, tener llenos los ojos de los tiempos pasados, de las noches aquellas en que el amor ardía como el único dios que habitaba los bosques!


LLOVIÓ, LLOVIÓ, LLOVIÓ… Llovió, llovió, llovió como en otoño llueve en los bosques junto al mar. No había esa tarde en el bosque más que el agua que ávidamente iba entre las hojas bebiéndose la tierra. De las mojadas sombras, dulces, mínimos, sus pálidas coronas entreabrieron los pensativos hongos infantiles. Inmóviles, los árboles no eran más que troncos dormidos. La muchacha iba, tranquila, por el bosque mudo. De pronto, un árbol la miró y sus ramas ansiosamente descendieron… Nunca volvió a entrar nadie más en aquel bosque.

CANCIÓN Hoy amanecieron negros los naranjos. Los azahares tan blancos ayer a la tarde, negros. ¡Qué negros han despertado! No sé qué viento ha caído anoche por la barranca. Si no el viento, algo ha caído anoche por la barranca. Algo Al balcón esta mañana, igual que todos los días, me asomé a ver los naranjos, y vi lo que estoy diciendo. Algo, algo que, por no entender del todo, me callo.

LOS BOSQUES HURACANADOS Los bosques huracanados y la soledad perdida de los lagos encantados


ABIERTO A TODAS HORAS

En cuanto llega el viento del otoño, todas las casuarinas afinan el oído y el bosque, enmudecido, se prepara a oír la mejor música de las cuatro estaciones. * Este bosque, este bosque es igual que otros bosques. Y, sin embargo, yo quizás quisiera estar en otros bosques. * Cuando barro las hojas del otoño, siento como si el mar, metido en ellas, muriera, sollozando. * Era alta y verde. Tenía largas ramas por cabellos, con hojas rubias, perennes. Toda ella siempre andaba en primavera. Me pregunto ahora, lejos, perdido entre tantos muertos: ¿Le habrá llegado el otoño? Y si alta y verde era siempre, ¿cómo podrá ser ella en otoño? * De pronto, el sol irrumpe entre las nubes para echar una rápida ojeada y quedarse tranquilo. Llovió poco. Saldré al instante y quemaré las últimas hojas verdes que aún tiemblan en los árboles y apuraré la copa del otoño. *


Espero el desprenderse de mí el verso como el árbol de otoño espera el desprenderse de la hoja. * Quisiera que estos árboles, plantados por mi mano, crecieran por lo menos cada día la altura de una hoja. Me he de marchar —¡ay!, ¿cuándo?— y quedarán aún niños pequeños. * Viniste al bosque, mientras te buscaban para prenderte… Tú nada sabías. En diferente clima, a tantos miles de leguas de tu casa verdadera, eran, eran los mismos, los oscuros y tristes de otros años. Tú escuchabas caer las hojas en la noche, mientras ellos corrían como ratas, de tiniebla en tiniebla, en busca de los otros. * Los árboles defienden, contra el viento, las penúltimas hojas de sus ramas. ¡Qué fuerte batallar heroico y triste!

LA MONTAÑA, ¿QUIÉN LA SUBE? La montaña, ¿quién la sube? Si hubiera nacido olivo, la subiría. Pero hoy, sin moverme, desde el valle, me veo subir, me veo olivo, montaña arriba. ¿Quién es aquel, me pregunto, sin moverme desde el valle, que da olivas, que está derramando olivas con el aire, cada vez que pasa el aire?


AIRE DE LA MONTAÑA Aire de la montaña pasado por el valle. Las higueras, las viñas, los olivos, los castaños, los pinos, los nogales, qué felices por ti, qué estremecidas, qué dichosas palabras musicales, qué susurro infinito en la mañana, aire azul de las cumbres libres, aire, sin saber que la muerte anda por otros montes y otros valles.

RETORNOS DEL AMOR EN LOS BOSQUES NOCTURNOS ¡Son los bosques, los bosques que regresan! Aquellos donde el amor, volcado, se pinchaba en las zarzas y era como un arroyo feliz, encandecido de pequeñas estrellas de dulcísima sangre. Los bosques de la noche, con el amor callado, sintiendo solamente el latir de las hojas, el profundo compás de los pechos hundidos y el temblor de la tierra y el cielo en las espaldas. ¡Qué consuelo sin nombre no perder la memoria, tener llenos los ojos de los tiempos pasados, de las noches aquellas en que el amor ardía como el único dios que habitaba los bosques!

DE LOS ÁLAMOS Y LOS SAUCES 1 Dejadme llorar a mares, largamente como los sauces. Largamente y sin consuelo. Podéis doleros... Pero dejadme. Los álamos carolinos podrán, si quieren, consolarme. Vosotros... Como hace el viento. Podéis doleros... Pero dejadme.


2 No puede, como es pequeño, con tantos árboles grandes. Solo con la yerbabuena, la flor del aire. Álamo, me pesas mucho; me doblas los hombros, sauce. Se sentó. Y aunque era río, no vino el agua a ayudarle.

3 Y cantaré más alto, aunque esta tierra ni me escuche y hable. Y echaré mis raíces de manera que crezcan hacia el aire. ¿De quién es esa voz, esas ramas que pasan sin pararse? De los álamos tienen el tiemblo, y el silbido de los sauces. ¿Adonde irán, perdidas, cantando, ciegas, sin mirar a nadie? Van a la mar, al mar. Si no volvieran, es que quieren quedarse.

4 Veo en los álamos, veo, temblando, sombras de duelo. Una a una, hojas de sangre. Ya no podréis ampararme. Negros álamos transidos. ¡Qué oscuro caer de amigos!


Vidas que van y no vienen. ¡Ay, álamos de la muerte!

5 Se oyen caer, se oyen en estas soledades, con sonidos que el paso del mar moja y alarga, entre cielos belígeros, perdidas claridades, que si la aurora endulza, la muerte las amarga. Como allí hasta las tumbas fallecieron y queda para yacer tranquilos ni brizna que os recuerde, llegad, claros extintos. Dormid en la alameda, que el sueño de los álamos es aún blanco y verde.

6 Salí a ver los álamos. La tierra huía, temblando. Descoyuntada, la tierra. Sólo vi huesos desparramados. ¿Cómo vosotros ausentes, álamos? Se oía mudar de forma al planeta. Desprenderse de su arrugada corteza, amarillenta de pobladores ya muertos. Álamos, ¿cómo vosotros risueños? La sombra, siempre la sombra cedió las llaves del fuego. Triste desgracia es quemarse cuando propagan los ríos su horror ardiendo a los mares. Salí a ver los álamos. (Nadie.)


7 Hoy tengo horas y horas, amigos sauces y álamos, de pensar en la lluvia y de miraros. Esta tranquilidad involuntaria, este impuesto aislamiento me hacen estar, amigos, con vosotros y comprenderos. Fieles, siempre a la misma altura, siempre en la misma grada del cielo y con la misma delgadez de aire y el mismo fijo pensamiento. Dadme la mano, amigos en el mal tiempo.

8 Álamo frente al castaño, desnudo, desenvainado. -Estoy pensando. Mueve sus hojas, las tira contra tu filo, agitado. -Estoy pensando. Espada seca, esta noche puedes quemarlo de un tajo. -Estoy pensando. (Saltó al aire y no se supo en dónde cayó clavado.)

9 Más que olvidados estaban, por funerales y pena larga.


Les dije; «¡Fuera de casa! Lejos, con esos verdes lamentos y ese redoble de muerto. No quiero frente inclinada. Cabeza alta, mirada alta, bien alta». Así les iba diciendo, sin ver que su largo pelo me amortajaba. ¡Ay sauces, me amortajaba!

10 Anda serio ese hombre, anda por dentro. Entra callado. Sale. Si remueve las hojas con la tierra, si equivoca los troncos de los árboles, si no responde ni al calor ni al frío y se le ve pararse como olvidado de que está en la vida, dejadle. Está en la vida de sus muertos, lejos, y los oye en el aire.

11 Así como los álamos que olvidan el desvanecimiento de los sauces; al igual de las piedras vagabundas que terminan de pronto en un estanque; como la misma luz que lo sabía y llega en un momento a no acordarse; como la misma mano que lo escribe y sin relampagueo se desvae; así como esta niebla que unifica en la nada lo que ya no es de nadie; así hombres, naciones,


así imperios, estrellas, mares... Iba a decir, mas cuando fue a decirlo, había muerto el lenguaje.

12 Ahora me siento ligero, como vosotros, ahora que estoy cargado de muertos. Voy a crecer, a subir. Voy a escalaros ahora que tengo mil años. ¡Detenedme, que ya subo! ¡Paradme, que ya os alcanzo! No me dejéis, ya en el viento, mirar abajo.

13 Estáis tranquilos, esbeltos, mientras los otros se están muriendo. Sosegados, mientras me están desangrando. ¡Qué oscuro remordimiento! Vais a cantar. Yo me alejo.

14 Perdidos, ¡ay, perdidos! los niños de la luz por las rotas ciudades donde las albas lentas tienen sabor a muerto y los perros sin amo ladran a las ruinas; cuando los ateridos hombres locos maldicen en las oscuridades, se vuelcan los caballos sobre el vientre desierto y solamente fulgen guadañas repentinas;


entonces, que es ahora, pienso en ti, en esa noble osamenta abonando trigos merecedores de más verdes alturas, árboles que susurren tu nombre dignamente, y otro cielo, otra aurora por los que te encontrarás tranquilo, descansando, viéndote en largo sueño remontar las llanuras, hacia un clamor de torres erguidas al poniente. Pienso en ti, grave, umbrío, el más hondo rumor que resonara a cumbre, condolido de encinas, llorado de pinares, hermano para aldeas, padre para pastores; pienso en ti, triste río, pidiéndote una mínima flor de tu mansedumbre, ser barca de tus pobres orillas familiares y un poco de esa leña que hurtan tus cazadores. Descansa, desterrado corazón, en la tierra dura que involuntaria recibió el riego humilde de tu mejor semilla. Sobre difuntos bosques va el campo venidero. Descansa en paz, soldado. Siempre tendrá tu sueño la gloria necesaria: álamos españoles hay fuera de Castilla, Guadalquivir de cánticos y lágrimas del Duero.

HAN DESCUAJADO UN ÁRBOL Han descuajado un árbol. Esta misma mañana, el viento aún, el sol, todos los pájaros lo acariciaban buenamente. Era dichoso y joven, candido y erguido, con una clara vocación de cielo y con un alto porvenir de estrellas. Hoy, a la tarde, yace como un niño desenterrado de su cuna, rotas las dulces piernas, la cabeza hundida, desparramado por la tierra y triste, todo deshecho en hojas, en llanto verde todavía, en llanto. Esta noche saldré -cuando ya nadie pueda mirarlo, cuando ya esté soloa cerrarle los ojos y a cantarle esa misma canción que esta mañana en su pasar le susurraba el viento.


EL BOSQUE ES GRANDE Y SOLITARIO... El bosque es grande y solitario, vive como encerrado dentro de una nave de silencio tan sólo conmovido por el propio silencio de sus hojas. No sabe que está el cielo más arriba, sostenido por él, por los callados puntales de sus troncos. Su extraña luz le brota de sí mismo. Lo habita solamente, negro y mudo, un caballo que a veces hunde los ojos en el bosque y piensa: -¿Por dónde andará hoy ese caballo que habita solamente, negro y mudo, este bosque?

Y SIN EMBARGO, BOSQUES... Y sin embargo, bosques, y sin embargo, mares, no estamos solos, nunca nadie está solo, sino aquellos que están muertos de verdad en la vida, con la sangre y los ojos y el corazón cerrados a las profundas luces y sombras que los ciñen. Yo os pueblo, mares, de mis cosas. Bosques, de mis cosas también yo os pueblo. Sombras no son. Mirad esa muchacha. Vedla cómo marcha a mi lado entre los troncos y sale al mar, entrándome en las olas. Y sin embargo, bosques, y sin embargo, mares, parecéis que estáis solos, como yo lo parezco también hoy tan distante de vuestros verdes ámbitos.

NO SE OYE EL MAR HOY EN EL BOSQUE... No se oye el mar hoy en el bosque. ¿Acaso irrumpió en él de pronto esta mañana, quedándose encantado, mudo sueño de sal, entre las ramas? Corro, inquieto, a buscarlo antes que el bosque cierre sus ventanas y el mar se muera sin saber ya nunca los caminos que llevan a la playa.


VICENTE ALEIXANDRE EN EL BOSQUECILLO Así la vida es casi fácil. La vida no es tan difícil. Es día de fiesta, nos levantamos por la mañana, y el mar está enfrente. Pesada plata con luz, con lomo tranquilo. A veces una barquilla resbala; apenas se mueve. Y estamos los dos asomados. ¡Qué hermoso ese cielo! Cielo grande, rendido, redondo, completo. Cielo todo sobre las aguas. Y salimos. Y la ciudad asciende, y arriba está verde. Ah, tranquilo bosque donde a veces moramos. Largo es el día en sus troncos. Y allí la tarde de arriba adviene. Es la luz. Tamizada entre los pinos, pura, fresquísima. Toda la idealidad se presiente invisible, más allá de las copas ligeras. Pero a nosotros nos basta esta pasión serenada en bondad, este alegrarse a la hora en que mirar el mar alejado que aguarda es casi inocencia, es casi alegría continua que, en un instante sin bordes, se diera. Aquí en la eminencia, el bosquecillo, y allí abajo el mar desplegado, el mar contenido, el mar en que tantas veces hemos bogado, sumos, en la mañana. La tarde se cumple, y tú estás tendida, y yo veo las mariposas estivales, los lentos gusanillos de colores, el diminuto insecto rojo que sube. Por tu falda ruedan briznas, parecen rodar, descolgándose para ello, los cánticos de los pájaros. En tu dedo brilla una mota de sangre. Pulcra coccinela que ha ido ascendiendo y sobre tu uña un instante se queda y duda. Élitros leves, finas alas interiores que sorprendentemente despliega. Vuela y se aleja en el zumbido del bosque, puro, caliente. Casi hubiera podido mirarla sobre tus ojos. Punto dormido, punto encendido, allí como la vida toda, dulce en tus ojos. Y luego bajamos. Crujen las púas secas de los pinos bajo el pie claro. Tarde encendida y clara. Tarde con humos. Lejos el mar se calla. Pesa, y aún brilla.


¿Oyes? Sí, allá la ciudad parece lentamente encenderse, baja, sin ruido. Y nosotros ya no nos vemos. Ven. ¡Qué, ligeros! En tu talle, la vida misma. Casi volamos. Casi nos derrumbamos, corriendo, desde aquel monte, rumbo a la gloria. Rumbo al silencio puro de ti, oh noche.

IDEA DEL ÁRBOL Como la corteza misma de un árbol. Rugosa en su materia paciente, acumulada con severidad pero con indefectible perseverancia, no hay sino la materia, la encarnizada materia, que no sería como llamarada, sino como lo que queda tras el desconocido ardimiento. La combustión se origina en las primitivas exhalaciones, cuando la tierra se abre y respira con fuegos sobre los cráteres de la llanura. Fuegos misteriosos que azuzados por la transfiguración geológica [como unas lenguas pululan. Mejor, suplican o se lamentan, mejor, increpan o, más, denuncian, [y con fatigado resuello se extinguen. Todos los aceites del mundo, los oleosos minerales como una [sangre circulan y se asoman y espiran, y respiran, y callan. Azules lenguas silenciosas, que en filas sobre el gran desierto la [transustanciación profundísima están figurando. Pero allí la materia es un aire, un resplandor, un velo quemador, [solo un viento. Y cuando el simún receloso se estira y cubre su dominio tenaz, se oscurecen. Y las delgadas lenguas instantáneas dimiten y el negror se restaura, solo interrumpido o, mejor, coronado por la abrasada noche de las estrellas. Pero un árbol no es lengua, aunque también trabajosamente se yergue. No es hombre, aunque casi es humano. La fantasía del hombre no [podría inventar la materia del árbol. Su vida tenaz y su inmovilidad rigurosa. Y su movimiento sin tregua. Y su desafiante fuerza rendida. Aquí sin posible comparación, la madera no es carne, aunque puede ser herida y ser muerta. No agua, aunque su savia mane con sufrimiento, en transparentes [gotas hialinas. Ni es sangre, aunque pueda correr hacia el mar y teñirlo como un [río que hunde su espada al morir, que es dar vida.


Pero el árbol es una idea y es anterior a la idea. Una idea concéntrica que como un pensamiento demorado va [geométricamente conformándose desde un núcleo. Una idea lentísima, precisa en su salvación, y ahí expuesta. Una palabra no la diría: la palabra es humana. La traduce ese ser. Él la expresa y la configura. Y él es una precisa definición, en su neto lenguaje: «Es El Árbol.»

MANUEL ALTOLAGUIRRE LAS SOMBRAS No se mudan de sombra los laureles. Desnudos por el sol, dejan caídas hasta el sueño sus túnicas delgadas y sin sacar los pies de ese ropaje a vestírselo vuelven noche a noche. Sobre el brillante césped extendidas esas islas de sombras sólo esperan, para alzarse a cubrir troncos y ramas, que el sol se oculte tras el horizonte o que las nubes lleguen, levantando el hábito invisible hasta las copas.

ÁRBOLES Árboles a la vía, desenfrenados locos, en sucesión perenne hacia mí, tras de mí, detrás de los cristales. Yo estoy quieto, pero soy trasportado, a veces sin saberlo, por entre los paisajes del día y de la noche, que se amontonan grandes en la inmensa llanura de detrás de mi espalda, que, pequeños, se entran a sumergirse en niebla por los recintos del recuerdo. Videncia de mis fines, como perlas o soles,


en horizontes curvos. Arcos. Linderos últimos de la estación de término. Y aún más allá del aire, campo propicio al alma. Ascensión milagrosa. Asombro. Comentario.

COPA DE LUZ Antes de mi muerte, un árbol está creciendo en mi tumba. Las ramas llenan el cielo, las estrellas son sus frutas y en mi cuerpo siento el roce de sus raíces profundas. Estoy enterrado en penas, y crece en mí una columna que sostiene al firmamento, copa de luz y amargura. Si está tan triste la noche está triste por mi culpa.

LA POESÍA Tan clara que, invisible, en sí misma, se esconde, como el aire o el agua, transparente y oculta; desierta no, surcada por pájaros y peces, herida por los árboles.

ÁRBOLES La primavera vendrá cuando tu mano cerrada, iracunda contra el frío, se abra despacio en el aire; cuando tu boca pronuncie sus nuevas flores de música;


cuando tus dos ojos negros formen su nido en las ramas. Somos árboles que, juntos, sentimos en la primavera que quiere subir al cielo, interior niño que quiere trepar y asoma sus manos que brotan primaverales.

A UN OLMO ¡Qué lenta libertad vas conquistando con un silencio lleno de verdores! Apenas si se nota en ti la vida y nada hay muerto en ti, olmo gigante. Tus hojas tan pequeñas me enternecen, te aniñan, te disculpan de los brutales troncos de tus ramas. Las hojas que resbalan por tu rostro parecen el espejo de mi llanto, parecen las palabras cariñosas que me sabrías decir si fueras hombre. ¡Quién como tú pudiera ser tan libre, con esa libertad lenta y tranquila con la que así te vas formando! Tú permaneces, pero te renuevas, estás bien arraigado, pero creces, y conquistas el cielo sin derrota, dueño de tu comienzo y de tus fines. Si yo tuviera comunicaciones con las duras raíces ancestrales; si mis antepasados retorcidos me retuvieran firmes desde el suelo; si mis hijos, mis versos y las aves brotaran de mis brazos extendidos, como un hermano tuyo me sintiera. Olmo, dios vegetal, bajo tu sombra, bajo el rico verdor de tus ideas, amo tu libertad, que lentamente sobrepasa los duros horizontes, y me quejo de mí, tan engañado, andando suelto para golpearme contra muros de cárcel y misterio. Las tinieblas son duras para el hombre.


ÁRBOL DE SOLEDAD Aquí en el bosque donde tanta altura a través de los siglos alcanzaron estos frondosos árboles, quisiera dejar crecer en mí las empinadas y retorcidas venas de mi canto, venas que son las ramas de un ardiente corazón enterrado en el olvido que de su sangre vegetal se ufana. Plantada así, mi soledad se eleva, sin otro afán que conseguir del cielo la mirada del sol, tan compasiva como el llanto piadoso de las nubes.

MARÍA VICTORIA ATENCIA LOS CASTAÑOS Son demasiados ya los que me aguardan tras la puerta encajada, me intentan enviar sus continuas urgencias por los quicios incluso del papel que ahora me ocupa, o mientras friego mis manos con activos ungüentos herbolarios; penden sus historias de las ramas ya ocres de los castaños, itinerariamente de un octubre a otro.

FICUS ÍNDICA Antes de que enceguezca o muera o pudiera olvidarme de tu porte, tu cruz alzada hasta un espacio y su convocatoria; antes de que puedas hacerme –forestal– parte tuya, dame un instante de húmedo respiro en el que alcance a sombrear mis ojos, mi permanente duermevela en vilo, mi historial, tan endeble y después, álzame. Estoy, fuera de cuenta, a tu servicio.


Ex Libris. Visor, Madrid, 1984.

POR UNAS HOJAS SECAS Para vuestra belleza de bronce decadente, entre el verde y la nada disponéis de un espacio en el mismo dintel que da entrada al vacío. Los que nos precedieron en tiernamente amaros con hojarasca trenzan el nido de la alondra.

JARDINERO MAYOR Tantas veces el sueño me sorprendió en la tierra que ni el más fiel amante gustó de la delicia de esta cama en que duermo de hojarasca y mantillo. ¿La luz de las caléndulas incendiará el otoño? Si en sólo una semilla está el poder de un bosque, la tierra llegó a darme su profundo secreto. Injertaba, sembraba, trasplantaba, ponía esquejes, sabiamente usé mi navaja. Cuando tiene el jardín una alberca y esmero, satisfecho está el amo. Acostado en su tierra, bajo del algarrobo, me encontraron un día a ella abrazado como quien engendrara un hijo.

PABLO GARCÍA BAENA OTOÑO EN LOS CASTAÑOS Quiero morir de amor esta tarde en el campo. Estoy echado solo, con Dios y mi poesía, sobre la tierra húmeda del castañar que el viento del otoño descrencha con su peine de frío. Mátame dulcemente, muerte que nos acechas: ven ahora callada, ven ahora, callada por el sendero, ahora que el corazón me tiembla de amor, que todavía puedo darlo sangrante y destrozado pero como una fuente puro. Ven que quiero contarte esta tarde en el campo, a ti, que sólo tú podrías consolarme, todo el amargo cauce de mi llanto secreto, a ti, que eres la única confidente que calla. Un pájaro vuela por los pinos. ¿Son tus alas


las que mueven las nubes brillantes por el cielo o vendrás cautelosa avanzando en la sombra, y no oiré ni el crujido de las hojas pisadas? Si eres libertadora de todo sufrimiento, no, no vengas ahora a esta cita en el campo, si te llamo no quiero el olvido en tu sueño sino el quedar por siempre eterno en mi recuerdo. Ven pronto, pronto, muerte. Ven, muerte, que te llamo, antes que el corazón se me enturbie de odios y me ciña el deseo con sus llamas ardientes. Antes de que despierte el desprecio dormido, ven, y en tu dura piedra, haz mi dolor eterno. Ven, muerte, que no quiero olvidar, y ya veo al fondo del dolor la aurora del olvido. Ven, que quiero morir esta tarde en el campo.

PINAR DE LA PIEDRA Hay una débil música enredada en mis dedos como indolentes, verdes algas dormidas, cuando mayo desnuda de negros pabellones mi errante pensamiento. Hay un tejido espeso como aroma de mieles y de trigo, que envuelve adormeciendo roca y nube. Es temprano en la tarde. El arroyo abandona su flauta entre la hierba. Me inclino reverente para beber y el agua pone en mis cerrados párpados su húmeda caricia. Sobre la tierra extiendo mi pereza y mayo me despoja de la corteza gris y extraña de mi traje ciñéndome triunfal con la guirnalda azul de sus ramajes lánguidos y en el silencio olvido el remolino inquieto de mi alma. Ahora soy complacido todo tierra, sólo un montón de tierra donde crecen florecillas salvajes como desnudas piernas deseadas y hay un himno en mis labios, un himno que levanta su corola como la púrpura de la diana en un alba con lluvia. Por el pinar en sombra se difunden sonrisas de armonía cuando la tarde estruja jacintos olorosos en el cáliz temblante de los árboles. La montaña se aleja en éxtasis de humo... Yo espero confiado que tu inicial escrita en la piedra callada vuelva a hablarme en la noche con tu voz, con la voz del agua en el venero, de ese agua que rompe su líquido alabastro en el silencio verde de las hierbas.


LA VIDA ES COMO UN BOSQUE Oh, sí, la vida es como un bosque. Un bosque donde un día entramos confiados. Un bosque interminable que sólo acaba cuando creemos liberarnos de sus torpes lianas, de sus cicutas híbridas y de la saeta cómplice y venenosa de sus flores. Cuando los ojos ya desencajados creen haber encontrado el fin de la terrible pesadilla del bosque y una luz de esperanza se enciende en las pupilas, en las pupilas que al momento frías quedarán como el límpido cristal de una custodia, porque es sólo la muerte quien puede libertarnos, sólo la muerte con su vaho pálido, sólo la muerte es consuelo... Pero la vida, oh, sí, la vida es como un bosque. Yo voy bajo los árboles que estrechan mi camino, bajo alerces gigantes, bajo sauces y álamos y castaños que estallan de esplendor a mi vista, y a veces me detengo y en las cortezas tiernas que esperan toda seña escribo con las uñas mi destino. Y cuando es primavera me diluyo en el aire violado de las lilas e ingenuamente gozo viendo abrirse la aguja blanca de los jazmines y el gorrión cansado de mi mirada se posa en las mujeres desnudas que acechando por entre viejos arbole son iguales que flores armoniosas y mi boca se enreda en la culebra de sus pintados labios cuando huyen los ángeles. A veces pasan sombras por mi mismo camino. Amigos o enemigos que se cruzan, que pasan ocultando sus virtudes o derramando el bálsamo agrio de sus pecados donde innúmeros gusanos barbotean su hambre. Pasan, y yo he sentido la delirante garra de un jaguar que mecía con ternura mi corazón. Era el amor. Y amé las sombras que pasaban, las sombras que pasaban soberbias con sus dones inaccesibles. Amé la altivez escarlata de unos labios, la linea noble de algún cuerpo ágil, unas manos que se esquivan y se enlazan como palomas amantes, el azul de la nieve en unos ojos, y amé también las sombras que se ofrecían humildes.


Sentí sobre mi alma el halago suave y enervante de un terciopelo. Era el odio. Y bebí sediento de su copa, sorbo tras sorbo, hasta caer rendido en la tierra del bosque. Y odié el cautivo pájaro de la sangre en el cuerpo, los ónices prohibidos de las ojeras, la estremecida música de los silencios y el turbio vino amargo de los abrazos presentidos. Oh, sí: la vida es como un bosque, un bosque donde al alba resuenan las lejanas arpas suavísimas, desvanecidos coros que tiemblan como telas de araña entre los árboles y hay días en que el bosque serena todo viento y se hace pequeño y casi débil como el nácar rosa de las caracolas y es dulce pasear esos días por los senderos íntimos, por las sonantes frondas, hasta llegar junto a la fuente donde descansaríamos inmutables, la fuente con el agua tantas veces anhelada, la fuente que en sus ojos tiene nuestro reflejo. Pero hay que seguir caminando porque la vida es como un bosque. Un bosque donde sopla furioso un viento rojo que roe nuestras carnes, en esos días en que los árboles se doblan bajo huracanes de deseo y los cuerpos gimen en las madrugadas de insomnio bajo el dolor indescriptible de las caricias y hasta las mismas estrellas derraman gota a gota su misteriosa sensualidad. Y estos días teñidos con las ardientes flores del alazor también pasan. Oh, sí, la vida es como un bosque. Un bosque sembrado de esqueletos y sal, un bosque donde se balancean rígidos los ahorcados en cada árbol. Un bosque que se entristece en el otoño con la verdina que oculta los párpados de los suicidas, de los que quisieron talar rápidamente el bosque interminable y su mirar se quedó cuajado para siempre en el crepúsculo. Y en estos días hay que gritar hasta que los espejos caigan hechos puñales porque el pelo flotante de una mujer ahogada pasó acariciando nuestros rostros. Gritar, gritar... Por el camino pasarán las sombras y nadie preguntará por nuestro grito. Solamente los perros aullarán temerosos a la muerte o la luna y el grito hecho columna será lo único que pueda sostenernos. Pero, lejos, ¿no se oyen las flautas? Oh, sí, la vida es como un bosque.


CITA Junio acecha en la noche. Sus ojos amarillos de rapaz carnicero fulgen entre las hojas del magnolio y los ficus como en aquellas selvas de Rousseau, fiera lánguida que el estío acollara con mano que ciñendo va su caliente grupa, su deseo atigrado presto a saltar caníbal sobre el cuerpo en martelo. Tú también al aguardo en el jardín nocturno de donde huyó la luna, oyes leve la grava crujiendo en el sendero, seguro de las res que te sigue fielmente —entre los altos bojes, los sigilosos pasos— para entrar, pues la noche del Bautista se inicia, con buen pie en las magias carnales del verano.

CASIDA (fragmento) Ay, no se puede ser desgraciado bajo las palmeras, bajo el toldo granate que adelanta la noche en el patio, con las manos humedecidas en el agua perfumada de azahar que refleja el cobre sangriento de las ánforas. Bajo las palmas grávidas de dátiles que se elevan en busca del beso febril de la noche de Junio, cuando Juan tiene un placer para cada momento y sólo el respirar es voluptuosidad.

COMO EL ÁRBOL DORADO (fragmento) Como el árbol dorado sueña la hoja verde, ahora que no estás y en los bosque nevados cruje lívidas urnas, fantasmal, el invierno, los jóvenes deseos a la deriva quieren cubrir tu memorial de húmedas laureas.


BLAS DE OTERO ÁRBOLES ABOLIDOS Árboles abolidos, volveréis a brillar al sol. Olmos sonoros, altos álamos, lentas encinas, olivo en paz, árboles de una patria árida y triste, entrad a pie desnudo en el arroyo claro, fuente serena de la libertad.

HOJAS DE MADRID Hojas sueltas, decidme, qué se hicieron los Infantes de Aragón, Manuel Granero, la pavana para una infanta, si está Madrid iluminado como una diapositiva y sólo en este barrio saltan, ríen, berrean setenta o setenta y cinco niños y sus mamas ostentan senos de Honolulú, y pasan muchachas con sus ropas chapadas, faldas en microsurco, y manillas brillantes y sandalias de purpurina, hojas sueltas, caídas como cristo sobre el empedrado, decidme, quién empezó eso de cesar, pasar, morir, quién inventó tal juego, ese espantoso solitario sin trampa, que le deja a uno acartonado, si la plaza de Oriente es una rosa de Alejandría, ah Madrid de Mesonero, de Lope, de Galdós y de Quevedo, inefable Madrid infestado por el gasoil, los yanquis y la sociedad de consumo, ciudad donde Jorge Manrique acabaría por jodernos a todos, a no ser porque la vida está cosida con grapas de plástico y sus hojas perduran inarrancablemente bajo el rocío de los prados y las graves estrofas que nos quiebran los huesos y los esparcen bajo este cielo de Madrid ahumado por cuántos años de quietismo, tan parecidos a don Rodrigo en su túmulo de terciopelo y rimas cuadriculadas.


CARLOS BOUSOÑO UN ÁLAMO Míralo dulce. Míralo sonoro por la brisa de abril, que aún huele a frío sol. Míralo suavemente en esta tarde de mayo, en este junio soñoliento, en el agosto verdemar y en calma, serenamente. Míralo. Que tu mirada se demore en hojas, en bullicio intrincado, en píos y gorjeos que brotan, escondiéndose, entre aquella ancha copa vegetal, esponjosa, que absorto tú contemplas removerse con tanta levedad. Míralo bien. Repasa con amor su adorable presencia, en esta tarde de septiembre, cálida aún. Aprende su armonía luego frente al atardecer, su estar ahí durando, ya despojado de hojas su ser, mientras tú lo acaricias con los ojos, lo sabes. Por completo desnúdate mentalmente, sin lágrimas. Míralo todo bien una vez más. Sin lágrimas aprende la honda lección de vida quieta, oscura.

CLAUDIO RODRÍGUEZ LA ENCINA, QUE CONSERVA MÁS UN RAYO La encina, que conserva más un rayo de sol que todo un mes de primavera, no siente lo espontáneo de su sombra, la sencillez del crecimiento; apenas si conoce el terreno en que ha brotado. Con ese viento que en sus ramas deja lo que no tiene música, imagina para sus sueños una gran meseta. Y con qué rapidez se identifica con el paisaje, con el alma entera


de su frondosidad y de mí mismo. Llegaría hasta el cielo si no fuera porque aún su sazón es la del árbol. Días habrá en que llegue. Escucha mientras el ruido de los vuelos de las aves, el tenue del pardillo, el de ala plena de la avutarda, vigilante y claro. Así estoy yo. Qué encina, de madera más oscura quizá que la del roble, levanta mi alegría, tan intensa unos momentos antes del crepúsculo y tan doblada ahora. Como avena que se siembra a voleo y que no importa que caiga aquí o allí si cae en tierra, va el contenido ardor del pensamiento filtrándose en las cosas, entreabriéndolas, para dejar su resplandor y luego darle una nueva claridad en ellas. Y es cierto, pues la encina ¿qué sabría de la muerte sin mi? ¿Y acaso es cierta su intimidad, su instinto, lo espontáneo de su sombra más fiel que nadie? ¿Es cierta mi vida así, en sus persistentes hojas a medio descifrar la primavera?

YO PREGUNTO (fragmento) Yo pregunto qué sol, qué brote de hoja o qué seguridad de la caída llegan a la verdad, si está más próxima la rama del nogal que la del olmo, más la nube azulada que la roja.

CÓMO VEO LOS ÁRBOLES AHORA Cómo veo los árboles ahora. No con hojas caedizas, no con ramas sujetas a la voz del crecimiento. Y hasta a la brisa que los quema a ráfagas no la siento como algo de la tierra ni del cielo tampoco, sino falta de ese dolor de vida con destino. Y a los campos, al mar, a las montañas, muy por encima de su clara forma los veo. ¿Qué me han hecho en la mirada? ¿Es que voy a morir? Decidme, ¿cómo


veis a los hombres, a sus obras, almas inmortales? Sí, ebrio estoy, sin duda. La mañana no es tal, es una amplia llanura sin combate, casi eterna, casi desconocida porque en cada lugar donde antes era sombra el tiempo, ahora la luz espera ser creada. No sólo el aire deja más su aliento: no posee ni cántico ni nada; se lo dan, y él empieza a rodearle con fugaz esplendor de ritmo de ala e intenta hacer un hueco suficiente para no seguir fuera. No, no sólo seguir fuera quizá, sino a distancia. Pues bien: el aire de hoy tiene su cántico. ¡Si lo oyeseis! Y el sol, el fuego, el agua, cómo dan posesión a estos mis ojos. ¿Es que voy a vivir? ¿Tan pronto acaba la ebriedad? Ay, y cómo veo ahora los árboles, qué pocos días faltan...

PINAR AMANECIDO Viajero, tú nunca te olvidarás si pisas estas tierras del pino. Cuánta salud, cuánto aire limpio nos da. ¿No sientes junto al pinar la cura, el claro respirar del pulmón nuevo, el fresco riego de la vida? Eso es lo que importa. ¡Pino piñonero, que llegue a la ciudad y sólo vea la cercanía hermosa del hombre! ¡Todos juntos, pared contra pared, todos del brazo por las calles esperando las bodas de corazón! ¡Que vea, vea el corro de los niños, y oiga la alegría! ¡Todos cogidos de la mano, todos cogidos de la vida en tomo de la humildad del hombre! Es solidaridad. Ah, tú, paloma madre: mete el buen pico,


mete el buen grano hermoso hasta el buche a tus crías. Y ahora, viajero, al cantar por segunda vez el gallo, ve al pinar y allí espérame. Bajo este coro eterno de las doncellas de la amanecida, de los fiesteros mozos del sol cárdeno, tronco a tronco, hombre a hombre, pinar, ciudad, cantemos: que el amor nos ha unido pino por pino, casa por casa. Nunca digamos la verdad en esta sagrada hora del día. Pobre de aquel que mire y vea claro, vea entrar a saco en el pinar la inmensa justicia de la luz, esté en el sitio que a la ciudad ha puesto la audaz horda de las estrellas, la implacable hueste del espacio. Pobre de aquel que vea que lo que une es la defensa, el miedo. ¡Un paso al frente el que ose mirar la faz de la pureza, alzarle la infantil falda casta a la alegría! Qué sutil añagaza, ruin chanchullo, bien adobado cebo de la apariencia. ¿Dónde el amor, dónde el valor, sí, dónde la compañía? Viajero, sigue cantando la amistad dichosa en el pinar amaneciente. Nunca creas esto que he dicho: canta y canta. Tú, nunca digas por estas tierras que hay poco amor y mucho miedo siempre.

COMO EL SON DE LAS HOJAS DEL ÁLAMO El dolor verdadero no hace ruido: deja un susurro como el de las hojas del álamo mecidas por el viento, un rumor entrañable, de tan honda vibración, tan sensible al menor roce, que puede hacerse soledad, discordia,


injusticia o despecho. Estoy oyendo su murmurado son, que no alborota sino que da armonía, tan buido y sutil, tan timbrado de espaciosa serenidad, en medio de esta tarde, que casi es ya cordura dolorosa, pura resignación. Traición que vino de un ruin consejo de la seca boca de la envidia. Es lo mismo. Estoy oyendo lo que me obliga y me enriquece, a costa de heridas que aún supuran. Dolor que oigo muy recogidamente, como a fronda mecida, sin buscar señas, palabras o significación. Música sola, sin enigmas, son solo que traspasa mi corazón, dolor que es mi victoria.

CIRUELO SILVESTRE Y delicadamente me estás robando hasta el recién cultivo de la mirada, pura canción, árbol mío, tú nunca prisionero o traicionero. Hojas color de cresta de gallo, ramas con el reposo estremecido de un abril prematuro, con la savia armoniosa que besa y que fecunda, y pide, y me comprende en cada nervio de la hoja, en cada rico secuestro, en cada fugitiva reverberación. Cuando llegue el otoño, con rescate y silencio, tú no marchitarás. Aquí, en la plaza, junto a tu sombra nunca demacrada, respiro sin esquinas, siempre hacia el alba porque tú, tan sencillo, me das secreto y cuánta compañía: en una hoja el resplandor del cielo.


LA VENTANA DEL JUGO La semilla de la mirada, el jugo de estos ojos de ciego que miran hacia el cielo, te buscan. Da tu sabor. De una vez abre tu mano, viva naranja, entraña del aire, humilde cintura fina y bravía. Entra en el fruto de la materia, nunca carcomida y siempre sorprendida por ti, viejo ladrón que estás robando y al mismo tiempo dando fecundidad, y libertad, y alba. Tan libre siempre, ácido en el limón, dulce en la fresa, azul noche de marzo en la brea, sabio cristal ardiendo, rezumando en la vida. Da, entre calles oscuras, tu verdad, tu inocencia olorosa, tu lluvia luminosa. Y a mi tú no me vengas con mentiras, con músicas, con esperanzas: abre tu pulpa. Y no entres en mi cuerpo con rapiña, acariciante, como si fueras hijo de la luz. Entra como naranja recién amanecida y exprimida, agua pura volando y entregándose. aún con dolor, ahora.


GABRIEL CELAYA EN LAS LANDAS Entre los pinos rectos iguales, igualmente multiplicados como un falso laberinto, siempre con un sol bajo, rojo y rastrero como si siempre estuviera atardeciendo, ardiendo entre un olor a resina pura, líquida y dorada y unos troncos negros, la carretera estúpida y derecha como en un plano trazada, perforaba. Mas de pronto sonaba el ruido de una sierra y en un claro, era rubia la madera. Estaban las tablas apiladas medidas, clasificadas, tierna y tristemente humanas. Yo cerraba los ojos. ¡Tanto olía! ¡Tan dulcemente espesa rezumaba la resina! Luego, en medio del bosque, en una casa de madera confortable y modesta, que era como una isla entre los batallones


de la infantería de los anónimos pinos, comía como se come en Las Landas: comulgando con las sustancias. Y después, al marcharme, otra vez, los pinos, otra vez el mundo natural y sin sentido, otra vez lo espeso, monótono y cerrado, y a su través, hendiendo, la terca carretera. ¡Y otra vez el olor de la resina! Entonces paraba el coche, suspendía la vida, me sentía de pronto en un mundo inmemorial, en el bosque, en la noche, y respiraba despacio o me respiraban quizá desde muy lejos. Y no entendía nada. Y me parecía que estaba en el centro de lo absoluto como un dios distraído o como un animal que sabía sin saber.

Y el mero hecho de estar allí parado resultaba algo tremendo, revelador, ¿de qué?


Ni sabía, ni aún lo sé, Pero allí sigo viviendo Con el motor parado Algo que es más que un recuerdo.

A JOSÉ LUIS PRADO NOGUEIRA Donde comienzan las melancolías y un sendero se pierde por el bosque, y todo es transparencia temblorosa, y el aire, inmaterial, claro del Norte, cuando un paso cualquiera es decisivo y el mundo suspendido escucha insomne cómo el hombre camina ciegamente y se dice a sí mismo, pisa, rompe un silencio de siglos, un cansancio de musgos femeninos verde-cobre y fúlgidas serpientes de ojos de oro y sombras entre ramas arrastrándose, yo veo al increíble, al alto enfermo que me mira sin ver, que me ve doble, me deja agazapado entre las zarzas e impone rectitud como los robles. Yo sé que morirás, que moriremos en la niebla y a la luz de nuestros bosques recorridos por las yeguas salvajes a cuyo galopar todo responde. Yo sé, no sé -¿quién sabe contra todo?que podemos muy poco, pero noble es tu tristeza, triste la victoria falaz que canto por salvar al hombre. No quisiera mentir. Y a veces miento porque vivimos en un mundo doble. Y por eso quizá tu media muerte nos levanta mejor sobre la podre.

Contra el hecho más claro, contra el mundo, contra todo el teatro de los nombres grandiosos, pues es mísero el derrumbe, en verdad, en verdad nos sobreponen


tus versos ya salvados del abismo, tu presencia real en estos bosques transidos de presencias inestables, tu valor, pese a todo, de ser hombre.

BUENOS DÍAS (fragmento) ¡Cómo tiemblan las hojas pequeñitas y nuevas, las hojitas verdes, las hojitas locas! De una en una se cuentan un secreto que luego será amplitud de fronda. Nadie es nadie: un murmullo corre de boca en boca. Cuando canta un poeta como cantan las hojas no es un hombre quien habla. Cuando canta un poeta no se expresa a sí mismo. Más que humano es su gozo, y en él se manifiesta cuanto calla.

JUAN EDUARDO CIRLOT ÁRBOL AGÓNICO El árbol que en mis ojos sufre y crece espera tus palomas deslumbradas. Sin frutas, con las hojas desoladas extático se eleva. No florece. Sin la sangre celeste. Permanece siempre estéril; las ramas desgarradas como arterias sin flor, deshabitadas: vestigio de otro mundo que perece. Vestigio de mi horror cristalizado en lamentos sin voz; duros fulgores metálicos, que cubren la tortura

eterna de este monstruo maniatado que extiende ya reseca su locura bajo un cielo azul y sin clamores.


ANTONIO COLINAS LA ESPERA EN LA PENUMBRA En las laderas de este monte sueño. Conmigo está el otoño, sus riquezas. Arde, gotea al sol la zarzamora y en ella están los pájaros bullendo. Poso los ojos en las hojas secas del robledal, contemplo el avellano sin su flor diminuta, carmesí. Pasa el mendigo bajo el cielo en llamas. Olfatea la brisa, busca un lecho por la pradera, entre el sopor del heno. Allá en el valle tiembla la arboleda y el humo azul esfuma los tapiales. Como un ladrón, oculto en la espesura, sorprendo la llegada de la noche. Me dejan mudo las primeras sombras, el roce de unos pies en los helechos. ¡Qué escalofrío pasa por mi sangre! ¡Qué acritud la del mimbre entre mis dientes! Del fondo umbrío de los bosques siento brotar tu corazón, tu amor oscuro.

HOY COMENZÓ EL INVIERNO Ya no podré olvidar que hoy comenzó el invierno. En un lugar remoto de la arboleda había ramas acrisolando rayos de sol, relámpagos. Sobre un tronco caído estábamos sentados mirando la hermosura de plenitud henchidos. Gozosos rumoreaban los pies sobre las hojas. Agotaban los ojos la poca luz y un cuerpo se embebía en el otro, le entregaba su vida. En un lugar remoto de la arboleda fuimos atesorando dichas, horas de paz, ensueños. De una mano a la otra pasaba mucho amor mientras iban los pájaros cruzando hacia el ocaso más bello coronado todo de nubes rojas.


CABALLOS Y MOLINOS EN EL PINAR I Escucho el corazón del pinar que gotea sonámbulo en su espacio de silencio y aroma. De su profundidad espero una llamada o algún ser fabuloso que conmueva la tarde, pero de él sólo brotan los caballos oscuros que van buscando el caz claro de los molinos. Cruje el casco en la arena y el bosque crea ecos de relinchos celosos, y una luz muy madura se posa en cada lomo, en los ojos mortales. Muerte, muerte a la mente que razona y ansia, puesto que el mundo habla con el lenguaje fiel de la materia y de las sensaciones plenas. Muerte a la voz y que arda la pupila, feliz por la presencia maga de los nuevos misterios. Contemplar un paisaje de vestigios antiguos que ocultan los zarzales, la montaña secreta; ascender al poblado en que el hombre no existe y mirar en lo alto tanta luz planetaria, la ceniza y la nieve, los caballos que abren, con sus cabezas nobles, en el pinar, la niebla que sube de los prados, una vida absoluta. II Acaso sólo tú, que, como el Tiempo, eres nueva, inocente, sepas de esas fuerzas que brotan del monte, de la vida natural que aún nos donan. Ves salir del pinar los caballos nerviosos y en ellos ves el mundo primitivo, impensado: la madera, la carne, el agua y las piedras, tal como son: materia y signo del Gran Todo. Signo de algo total que nunca te han nombrado, signo real (no un sueño, pues soñar aún no sabes), imágenes hermosas en un espejo roto que nadie, hasta ahora, ha logrado reunir con armonía tal que apacigüe al humano. Ves la Vida, su fuerza animal y secreta, con incontaminado y gozoso estupor. Y es ese gozo, Clara, el que da un sentido a quienes ya probamos una vida distinta, a quienes con la edad miramos asustados la otra cara astillada de un espejo desierto.


III En invierno la helada caerá sobre la sangre y la nieve en los lagos negros de vuestros ojos, y el pinar no tendrá ese fuego de ahora que incendia sin dejar cenizas en la tierra. En el invierno el hielo inmovilizará la rueda del molino, el flujo de la fuente y acaso ya no estéis en el umbral del bosque sacudiendo las ramas con vuestros belfos rojos. El invierno está hecho de sueños enterrados, de fragores ocultos y de crepitaciones que no pueden vencer el frío de la tierra. Mas hoy, lejos aún de ese tiempo cerrado, hemos visto llamear las grupas relucientes perladas de resina, las frentes salpicadas de polen ardoroso, la vida entre los troncos; aunque, como el invierno, ahora esté la Historia (las ruinas del poblado minero y sus mil muertos, la lección de otros tiempos que vinimos a hallar), sepultada en la tierra, negada por el júbilo polvoriento, metálico, de todos vuestros cascos.

EN ESA ZONA EN QUE EL PINAR SE TALA Poned el verde sobre el rojo y el azul sobre el verde. Poned el pinar cerrado y ardoroso sobre la tierra como teñida de sangre. Y el cielo, volcado sobre el pinar. Presentid, en el rústico altiplano, que otro azul más azul —el mar— lo cerca todo. Esta es la verdadera realidad: la de un espacio planetario, excelso, que alguien está fundando todavía. Así empezó la historia de los hombres: en esa zona en que el pinar se tala y se ara la tierra, y se construye una casa con los trozos de roca junto al redil y el pozo. Y se planta un árbol en la puerta que dará fruto y sombra, y una pequeña viña


(suficiente para que con sus zumos se adormezca la furia de la diosa Razón.) Y da fe de que todo está bien hecho, el que el rebaño huya de tu lado como de una fiera, cuando llegas, el que quien tala y ara te señale allá arriba, entre dos montes, el camino perdido que buscabas y te ofrezca su agua con afecto, aunque, como el rebaño, huya de tus ideas, de tu mundo, como de un apestado. Cuando partes, te pesa como plomo la cabeza abrumada, hace tiempo, de inútiles lecciones. Con la resina de los troncos muertos gotea en el camino tu soledad civilizada.

OTOÑAL En el fondo del bosque, el canto de la lechuza vacía la noche, vacía el mundo. Discurre un río de estrellas a través de los troncos, por el cauce de sombra, y el aroma del algarrobo, su excesivo dulzor, enardece la sangre de los mortales. Silencio, sólo un negro silencio tras el pánico, inhumano, canto de la lechuza. Arrastrado por el curso de los astros, en una sucesión infinita de noches, inmenso es el silencio, el vacío del mundo. En el fondo del bosque, el canto de la lechuza es un hilo invisible que une lo divino con lo humano, es la muerte que discurre por el río de la sabiduría, es la sabiduría que discurre por el río de la muerte.


EN EL BOSQUE ¿De dónde nace este clamor del bosque? ¿Es el clamor del silencio? ¿Es un clamor de muerte? Arde el crepúsculo entre los troncos como una hoguera de frío rojo y se oyen disparos en lo impenetrable. Fugacidad de aguas sombrías. Estertor de animales muertos. Aquí quedo en la linde del bosque, en el límite de la luz y del fuego. ¿Seguiré la senda que no regresa o sólo la veré perderse en la espesura como lanza de bronce? Tomar la decisión antes de que la noche tizne la plata de los olivos, descienda como lluvia de carbón. ¿Será posible acallar el pensamiento para abrazar el misterio, soñar que, al fin, todo es sueño profundo? El bosque es el camino del rayo.

LA ENCINA En diciembre, casi sin desearlo, me encontré contemplando en tierra de místicos un atardecer que se consumía —de horizonte a horizonte— con la lentitud de un cálido rescoldo. Ahora ya es de noche y arriba todo es cielo y abajo todo es mar de tierra parda y aquí a mi lado sólo hay una encina vieja y negra, enorme y grave. ¿Qué podría yo hacer en este espacio con esta encina-madre, con esta compañera de grandes brazos negros, de grandes brazos duros, con este candelabro de velas apagadas? ¿Comeré de sus frutos más amargos?


Y, si tiendo los brazos, ¿sentiré cómo hiere su hojarasca de escarcha? ¿Palparé la aspereza de su robusto tronco, que más parece el lomo de la bestia de un apocalipsis? He venido a cobijarme bajo la doble noche de la encina porque era mucho el frío que desprende el manto de esta tierra tan inmensa. Me inquietaba también un vuelo de lechuza en torno a la ruina de un palomar. (Sospecho que mis ojos pueden ser el aceite que el ave busca con inquietud en el centro del páramo.) Así que me he quedado a solas y vacío de cuanto se hace y dice en este mundo, pero lleno del silencio más blanco que reinó en la primera noche del planeta. Los pies ya se han callado sobre el crujido de la hierba helada. La boca sólo puede morder la tierra. Los ojos, húmedos y extraviados, ya no persiguen constelaciones y dudan de si son astros o agujas lo que cae de allá arriba, entre las ramas. Con la idea del amor (ese otro rescoldo que siempre llamea en el pecho de los soñadores) me caliento y espero, voy pasando la noche hasta que alba o muerte sellen esta soledad infinita.

FRENTE AL ENCINAR Bien sé que las encinas de Dodona hablaban por la boca de los dioses. Esta noche, aquí, en mis tierras altas, no me deja dormir su aroma grave. Y cómo resucita el ser puro que fui, el niño-dios que apacentara estrellas junto a manantiales hoy secos. Habla, diosa, a través de las hojas del encinar, enciéndeme, envía tu embriaguez,


arráncale a las ásperas ramas todo el perfume, su estrellada fiebre, concédenos que regrese algún día el niño-dios que fuimos para que resucite, en este tiempo agónico, el cadáver de dolor que seremos.

JOSÉ CORREDOR-MATHEOS RECUERDO AQUEL PASEO Recuerdo aquel paseo solitario en que sólo el silencio era lo que alcanzaba a oír entre las hojas, y podía sentirme como un árbol, sentirme como un pájaro. Y recuerdo también un único paseo acompañado, hace ya mucho tiempo. No puedo recordar quién pisaba las hojas a mi lado.

ME GUSTA CAMINAR Me gusta caminar sin compañía, descubrir en los árboles la semilla del fuego, ver crecer los arbustos con su ritmo tranquilo y sentir cómo a todo lo ilumina la misma única muerte que me ilumina a mí.

SOIS ALGO MÁS QUE ÁRBOLES Sois algo más que árboles, una dura belleza


que puede ser cortada. Con tan frondosas copas, con los troncos que trata de abrazar para sentirme algo más que otro tronco que habrá de ser cortado. ¿Estáis, igual que yo, ignorantes de todo, o la sabiduría os la ha dictado el viento, el mismo que me turba y me serena?

NO HAY NADA QUE ME IMPIDA No hay nada que me impida oír la voz del árbol cuando sueña, las plegarias que brotan de sus hojas. Ya no me queda nada por perder, pero soy tan feliz que soy feliz tan sólo, y los ramos floridos de la infancia se encienden como lámparas cuando acaba la noche.

CARECE DE RAÍCES Carece de raíces. Se sostiene en el aire. Oscila con el viento. Aceptar que carezco de raíces, que no conozco el aire que respiro, ni el viento que sacude el ábol de mis huesos. Carece de raíces. Se sostiene en el aire. Oscila con el viento. Y no he de preguntarle: ¿Por qué naces y mueres, por qué luego renaces?


LLEGARÉ YO A ESCRIBIR ¿Llegaré yo a escribir alguna vez el poema que me abra ese paisaje donde pueda perderme entre los árboles y aspirar los perdidos aromas de la infancia? ¿Cuándo podré crear un mundo tan real como irreal es éste en el que vivo? Todo lo que he logrado es escribir poemas que son sólo poemas. No dan sombra sus árboles, ni frutos. En ellos no hay aromas, ni el silencio que anuncia que el poema se ha escrito.


ÁNGEL CRESPO OTOÑO EN GINEBRA Caen los pájaros secos de los árboles –rojos, dorados, amarillos–, pájaros que han perdido lo verde de su trino y tapizan la tierra. Pero las hojas vivas allí quedan cantando: allí, en las ramas altas, esponjando sus plumas, esperando a las aves nuevas, que el manantial que asciende por los troncos hará brotar: menudas hermanas de rocío. Caen los pájaros, quedan las trinadoras hojas. Con el mundo que gira, ¿quién sabe darles nombre?

DÁMASO ALONSO ÁRBOL SECO ¡Oh, genio de la tierra! ¿Pides auxilio al cielo? ¿A qué cielo? Tus brazos, sordamente cautivos, ¿qué imprecación extática, qué enorme desconsuelo elevan hasta el ámbito de los espacios vivos? ¡Gemidos en la noche! ¡Dolor, dolor! Un lago de atormentada pausa: torva tierra desnuda. Y surges en las sombras, como un fantasma aciago, tú, desolado grito de nuestra eterna duda. Nadie te oirá… Lejana palpitación de un frío, débil polvo de estrellas: de estrellas asustadas.


Huyen eternamente, por el hondón sombrío, hacia las aguas vivas, las corzas azoradas.

CAMINANDO DE NOCHE Son árboles sedientos, cabelleras en súplica, que van la loma arriba, tras la belleza última, y el huracán repela por la ladera abajo hasta las quiebras hondas —oh vida— del barranco. Son árboles que buscan, en soledad y viento, lo que tú buscas. ¡Huye, oh caminante negro!

GERARDO DIEGO VENDIMIA Leñador del ocaso que perfumas los astros a tu paso Guarda bien el compás buen leñador, y ten piedad del sol caído único salvavidas del rubio nadador Guarda bien el compás pero no cantes jamás Canción bajo los árboles sin sangre y frente al mar de luto En el parque hay un árbol desleal y mi poema en flor ya se ha hecho fruto Leñador musical Tu canción la ha aprendido mi loro pasional y a su medida justa desfilan los minutos Quién no sabe el secreto del color


Rasgar la túnica del viento y arrancar del humo póstumo la fruta del amor Pero tú leñador de las estrellas no derribes sus hojas sobre el mar que cuando el sol rescate la antigua primavera se han de secar tu brazo y tu cantar

EL CIPRÉS DE SILOS A Ángel del Río Enhiesto surtidor de sombra y sueño que acongojas el cielo con tu lanza. Chorro que a las estrellas casi alcanza devanado a sí mismo en loco empeño. Mástil de soledad, prodigio isleño; flecha de fe, saeta de esperanza. Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza, peregrina al azar, mi alma sin dueño. Cuando te vi, señero, dulce, firme, qué ansiedades sentí de diluirme y ascender como tú, vuelto en cristales, como tú, negra torre de arduos filos, ejemplo de delirios verticales, mudo ciprés en el fervor de Silos.

TILO El tilo aquel de Santa Catalina en su compás de Siena. ¿No escuchas la cantiga cristalina que en su copa resuena? Los ojos cierro en gozos de fragancia. Tilos de mi niñez. Cómo salváis el tiempo y la distancia y estáis aquí otra vez. Y ya en la pubertad, bajo el celeste azul, sobre la cal,


el que filtró mensajes del nordeste en la Rúalasal. Vosotros, entre abejas monacales de oro sonoro, tilos que desde el huerto veis surtir cristales de mi ciprés de Silos. Porque tú amas los tilos y la calma de su flor en tus nervios, quiero aprender de ti a domar mí alma, mis ímpetus soberbios. Lección de serenada mansedumbre, de paciencia encendida. Flores de ti, mi lámpara y mi azumbre, la razón de mi vida. Como a la flor del tilo en primavera contra el insomnio torvo, beberte en infusión, niña, quisiera, beberte sorbo a sorbo.

EL BOSQUE Lo sabes de memoria. Como el viejo piloto o el pastor de las cumbres conocen sus estrellas, así tú reconstruyes con los ojos cerrados, entre los troncos fieles los ecos de tus huellas. El bosque es el palacio de tus sueños de niña, habitado de trasgos y de benignas hadas. Y cuando ahora recorres sus claros laberintos vuelve el sueño a posársete, ave de alas plegadas. Son los árboles tuyos, hijos del Pirineo, hermanos de los míos, de cántabro linaje. El rosario de vértebras de ese saurio o coloso de punta a punta cruje mensajes del paisaje. Son los fresnos esbeltos, avellanos y escobios, los nogales solemnes y estrellados castaños, las sonajas altísimas del álamo y del chopo, la paciencia del olmo a través de los años. Más arriba los pinos de dolientes agujas, los robles y el encaje de sus hojas dorando, los azules abetos de isósceles pirámides,


las hayas aún sonoras del cuerno de Rolando. Cuando vuelves a casa con las pupilas claras de los pozos de cielo sorbido entre malezas, me tiendes tus dos manos ya casi vegetales, olorosas al beso ciego de las cortezas. Ven, mi reina del bosque; ven, mi infantina errante. ¿No sientes en tus plantas un tirón de raíces? Di a las locas ardillas, curiosas comadrejas que en el huerto heredado también somos felices.

NO SEAS COMO LA FLOR No seas como la flor que ama sólo una quincena y en el fruto que envenena se desnuda de esplendor. Te quiero infinita, amor de raíz oscura y ciega al agua que la navega para ascender a la luz, amor, amor de la cruz tras de la tala y la siega.

LOS ÁRBOLES DEL AMOR Ama el árbol con sus flores, con sus besos de colores, canta el árbol sus amores, sus amores de tenor. Flores de carmín y grana, moradas por la mañana, malvas la noche temprana, los árboles del amor. De todas las maravillas de abril y de sus vistillas, de sus palios y sombrillas de hoja nueva y nueva flor, me quedo con las «olaias» —caminos hacia las playas de Portugal y sus Maias— los árboles del amor. Mis amigos de El Retiro, yo os recuento y os admiro y con vosotros deliro


de fuego devorador. Los ruiseñores, los tordos se quedaron mudos y sordos cuando estallan sus fabordos los árboles del amor. Yo os abrigo en febrero y en marzo espío y espero y en abril soy el primero en denunciaros en flor. Ya triunfó la primavera, la siempre nueva y primera, ya incendian su cabellera los árboles del amor. Pero este año es distinto, su color es más retinto, más violeta, más corinto, más sangrado de furor. Porque con todas sus flores cantan —coro de tenores— nuestro amor, no sus amores, los árboles del amor.

LA RAMA La vi en la hierba, abandonada, rota y me la traje a casa. Aquí en la mesa donde trabajo en sueños, duerme o flota su torso estilizado de princesa. Es una rama tierna y quebradiza de leñoso peral. La eterna danza —mitológica fábula— me hechiza y me incluye en su rueda de esperanza. La gracia universal torna y retorna, savia de luz y sangre de amor puro. Un solo ritmo a la razón soborna cerrándose en anillo alto y maduro, Con qué nubilidad la ram» tuerce la línea de su escorzo, interrumpida cuando frente a la norma del alerce creía en la belleza de la vida. Y ¿quién sabrá dónde la muerte empieza? Líquenes, hongos de escritura rúnica


ya recaman, ya estofan su corteza. Reina de Saba no vistió esa túnica. Y a trechos la piel abre su ceniza para mostrar desnuda —quién pudiera pintar de su rubor el ala huidiza— la carne angelical de la madera. Todo mi cuerpo al contemplar la rama en su ser vegetal se corrobora y un recuerdo magnánimo me llama de cuando fui ilusión de árbol que llora.

ÁRBOLES DEL DORMIDO Árboles del dormido. Qué maraña de ramas y de uñas. Cómo crece la garra y todo en torno entenebrece, erizada de horror, negra de entraña. Sí: la selva me acosa, cierra, araña y cuando al fin el día me amanece, heredada en la luz, se está en sus trece, que el alba miente, si la noche engaña. Árboles del despierto. Ya no sueña mi acorralada rabia, os desgreña, os muerde, lobos del azul del cielo. Quiero luchar, talar. Vuestras raíces volcar al aire, oh gloria sin tamices sobre la cicatriz del santo suelo.

CANCIÓN DE AMIGO ¡Ay!, flores, flores do verde pino. Ay, pino, verde pino, que por el mar se fue, que por el aire vino. Ay, pino sin pinar y sin siquiera un beso sabiendo a beiramar.


Ay, pino, oscuro pino, que cada vez más lejos estelando el camino. Ay, pino sin pinar, que por el aire queda, que se fue por el mar. Ay, pino, pino alto, aunque, es noche cerrada todavía te alcanzo. Ay, pino, negro pino, negro en la lejanía mi destino y tu sino. Ay, pino, pino azul, agrieta en tu corteza letras que sabes tú.

ÁLAMO CERRADO Cuando estoy a tu lado ¿por qué callas? Tus labios apretados, di ¿qué río interior te represan, qué rocío roban volando y brillan, y batallas contra ti misma y tiemblas y avasallas tu cauteloso amor y en desvarío le haces estremecer de escalofrío, amor amordazado en tus murallas? Toda eres tú temblor de álamo verde, temblando estás —mi brisa te remuerde— raíz, tronco, ramas, hojas, flores, cielo. Y se te asoman lágrimas de savia y te rezuman éxtasis de labia y te lastiman pájaros sin vuelo.

PROHIBIDO APEARSE Una rama se despereza surgida de la misma idea que la cinta en la gorra del navegante Una rama se estira y desvanece


como mi vida se hace encaje con la apostasía y un poco de espuma de futuro viaje Escribamos al vecino con papel rayado La hortensia no es necesariamente una sintaxis de aventura ni hay por qué renunciar al dintel grandioso de los días con formato de héroe Una rama ya está dicho se desvanece pero no que de cuando en cuando vuelve retorciéndose a escarbar su origen olvidando la divina porción de lujo que la dicha le brinda Nunca mejor que con polainas de oro profanaremos el templo abandonado Nunca mejor los pórfidos reflejarán las rachas luminosas de la peste Yo sé bien que no es difícil pero a un cazador sin cintura quién le desenlaza de sus sinuosas lianas Adelante exploradores de todo lo creado Adelante sin miedo Todo está pagado

SICÓMORO Y LAUREL Jamás verás el sol si sueñas con compases caminando de madreselva en madreselva Jamás has de lamer la luna si no esperas a que el ópalo vuelva No es pequeña fortuna poder tallarse una sortija a la sombra de un sicómoro No aspirarás jamás el aroma que exhala por las noches la codicia del oro Jamás verás el sol si mides los compases el diámetro y la torre del jacinto Y si la luna gime y palidece no la escuches mi vida que es muy grave cuando se tiene sueño


y una fría pulsera a la sombra de un viejo laurel.

LA PALMERA Si la palmera pudiera volverse tan niña, niña, como cuando era una niña con cintura de pulsera. Para que el Niño la viera... —Si la palmera tuviera las patas del borriquillo, las alas de Gabrielillo. Para cuando el Niño quiera correr, volar a su vera... —Que no, que correr no quiere el Niño, que lo que quiere es dormirse y es, capullito, cerrarse para soñar con su madre. Y lo sabe la palmera... —Si la palmera supiera que sus palmas algún día... —Si la palmera supiera por qué la Virgen María la mira... Si ella tuviera... —Si la palmera pudiera... —La palmera...

EL CASTAÑO DE INDIAS A mi castaño de Indias le dije que se esperase, pero no pudo, y a las primicias de adviento derramó todo el tesoro —su prodigioso amarillo— por la tierra del jardín.


Y ahora yo te lo traía, candelabro ya sin luces de siete brazos. De pronto arraiga, florece setecientos siete brazos, todos cargados de oro, de oro viejo y oro nuevo. Mi candelabro santísimo, oro sonoro de Indias para mi Rey, oro, de otoño en retoño —y éste sí que es oro en hojas que arden y no se consumen— oro de Rey y de ley.

EL CEREZO Era José un hombre viejo que labraba la madera. Y era su esposa María en tierras de Galilea. Caminaban una tarde perezosos por la huerta. Allá arriba, entre hojas largas, se encendían las cerezas. A María se le antoja aquella más alta, aquélla. Y levantando sus ojos dice con su voz más tierna: «José, porque espero el Hijo, alcánzame esa cereza.» José no responde. Mira a lo lejos. Mira y sueña. Una brisa viene y va del cerezo a la Doncella. Y entonces, en el silencio de una música que espera, se oye una voz de infantico: «Cerezo, dale cerezas.» ¿Dónde sonaba esa gloria, en el cielo o en la tierra? En el más hondo capullo de la seda intacta, suena. José se queda pensando


y acaricia la corteza del árbol. Como era junio frondosa estaba la huerta. Las cerezas y las moras se encienden en sangre nueva. Y ya el cerezo a María se le inclina en reverencia. «Mira, José, aquí las tengo, las ramas con las cerezas.» Y la voz del niño dice: «María, come cerezas. Come cerezas, María, antojos de madre nueva.» María arranca una sola y la muerde y sangra lenta. Bajo los árboles quietos María y José pasean.

ROBLES DE ABRIL Robles ancianos, mozos, primerizos qué ejemplo dais con toda vuestra hoja. Lluvia, nieve o ventisca no os despoja de vuestra cabellera y vuestros rizos. Hermosa es la diadema que os decora con tanta majestad; sois todo sienes, sois frente y pensamiento, sois los bienes en que el hombre se afirma y corrobora. Ya bajó primavera a las cañadas, los árboles asoman su hoja niña y rebrillan regatos y cascadas. Y vosotros guardáis hecha la cuna para otra nueva vida que os ciña de caricias de sol, besos de luna.

SUEÑO DEL ALCORNOQUE Siesta del alcornoque Sueño del alcornoque como la rosa en su rosal Los helechos contemplan asombrados


al corpulento cuerpo lento todo olvidado de su muralla natural Habla la plenitud de la vigilia —Sacúdete Despierta La hora es tuya Pero la rosa sigue ruborosa compartiendo la sombra del alamillo vertical ¿Y no hay un hombre una hembra en el paisaje irremisible tácito? Nunca ruedas dentadas podrán mover la luz de las almohadas

LA SOMBRA DEL NOGAL Homenaje a Vicente Aleixandre La sombra del nogal es peligrosa Tupido en el octubre como bóveda como cúpula inmóvil nos cobija e invita a su caricia fresca y van cayendo frutos uno a uno torturados cerebros nueces nueces Por las noches sombra de luna muerta da el nogal y van suicidándose una a una sus hojas quejumbrosas y pies desconocidos invisibles las huellan las quebrantan las sepultan librándolas así del torbellino cólico que azota a lo mortal abandonado sobre la haz funesta de la tierra impenetrable Pero ¿quién pasa quién posa? ¿De quién los pies piadosos redentores?


LOS ÁRBOLES DE GRANADA A Manuel de Falla 1 En el principio fue el invierno. No. No fue la primavera. En el principio fue el sueño soterraño. Las raíces escarbaban con sus uñas. El mantillo de hojas mojadas y podridas entra en las entrañas de la madre. En el principio la madre, la invisible, sueña. Duerme y sueña. Espera y sueña. Despierta, empuja y sueña. Trabaja y sueña. Manuel de Falla se encierra en su torre diminuta, su torre, su almendra, toda prieta de sueños y sansueños. Manuel de Falla, eremita, reza, inventa, trabaja, tañe, acendra. Árboles de la Alta Antequeruela, del Albaicín cerrado y aterido, de la Vega hortelana bien podados, de los místicos Mártires, curvados sobre el Darro, trepando al Sacromonte, por los paseos melancólicos, alamillos de su barrio, lanzas, filos, guardia firme, infatigable de cipreses sin sueño ni relevo, y tiendas de campaña a la redonda, de asombrado verdor, tiempo durmiente. 2 Marzo marcea, Abril se abre. Mayo delira. El Corpus sangra. Árboles de la primavera. Árboles del soto. Árboles del bosque. Árboles de la vida. Árboles, árboles, árboles. Daos prisa, yemas, hojas,


savias, resinas, impaciencias, capullos mínimos, flores, fragancias, sombras móviles, toldos indecisos, nubes errantes, lluvias de la sierra, aguas felices, arroyos, alboreas rizadas, cotas de malla, agujas, acequias y barandas y deslices y escuches. ¿Cómo fue el milagro, muñones, codos, varas quebradizas? Manuel de Falla me lleva a la Alhambra. —Que le enseñen Granada los amigos. Pero a la Alhambra le acompaño yo—. Llueve leve llovizna. Hay que volver a casa a calzar chanclos. La Alhambra se disfraza de Cantabria pensando así adularme. Y cómo huele, qué humedad suavísima. Cómo tiemblan de amor las aguas aéreas del Generalife. Y guardamos silencio. Sólo los ojos hablan, gozan juegos de verdes, rosas, granas, amarillos. Y yo le miro escudriñando —ritmos, ritmos, ritmos— su secreto manar de nueva, esbelta música. Álamos negros, álamos de plata, olmos, moreras, ailantos, aligustres. Arpegiadores cedros y su ventalle en la sien de San Juan. Y los castaños de Indias alumbrando sus situadas candelas, y el magnolio que esconde, asoma ya sus cálices, redundando indecibles esencias y opulencias. 3 Ya está en su ser el bosque. Ramas, hojas, se abrazan, se entrelazan. Ya llegó la unidad, la plenitud. Toda la Alhambra es un solo verde, un verde solo de mil colores abolidos, un universo verso de mil versos unánimes. Es la cumbre del año, el logrado paraíso. Todo se estipuló para llegar a esto: El bosque en su ser. Y la arquitectura, la pálida, la rojiza, temblando en sus paneles de miedo y de placer El bosque, el alma una de la Alhambra. Todos los tordos son un tordo, un ruiseñor los prolongados ruiseñores.


Fuera, en corros, en hileras, en plazuelas, sueltos, exentos, a cuerpo y aire limpio y ardoroso, los árboles de abajo sosteniendo en sus hombros el verano. Y vuelve el maestro a su celda. Atrasa su reloj dos horas y así la mañana laboriosa es infinita, y la tarde sesteante y charladora, y la noche de errantes estrellas no tiene nunca prisa. La música tampoco. Lejanos grillos cantan, cantan. Y Manuel de Falla crea en sueños. La vida humana ¿será bosque, un archipiélago de ínsulas rebeldes? ¿Quién manda a quién? ¿Es la estival la sazón de los hombres? ¿Vivimos para morir, morimos para vivir? ¿Semilla, hoja, flor, fruto? Los árboles nos hablan: aquí estamos. Aprended de nosotros. Y vuestra vida sea bosque eterno. 4 El otoño amarillo. El otoño de oro. El otoño de fuego. El otoño de lumbre, de herrumbre, de ceniza. Altas llamaradas quietas. Vestirse de glorias ya no de este mundo. Árboles del otoño. Árboles de la Vega. Árboles del bosque. Chopos, plátanos, álamos, promesa y colmo agudo, ánimas en paraíso. Los no caducos verdes luchan pero en vano. Los azulados grises, los pizarras reflejan ya, no absorben. Granada arde en gloria, gloria, gloria, y la nieve modula a cada hoja que cae. Manuel de Falla apaga oros en su ermita. Cierra los ojos para escuchar vuelos.


—Vístanse de esplendores la colina y la orquesta que a mí me basta túnica negra y blanca como a la urraca rectilínea. Todo el otoño es templo, holocausto al Altísimo y de la Atlántida remota vienen a visitarme los alciones, dictándome modos y tientos de mar—. El anillo se cierra. Sin saber cómo los oros y los cobres y los fuegos se han disuelto en el aire. Allá en la sierra quedan unos robles velando con sus hojas ascetas y sayales y agarradas la vida soterraña que renace.

BALADA DEL PINO MUERTO Mira el pino muerto, caído de bruces. Ay, qué color lívido, ay, madre, qué miedo. Ni agujas ni piñas. Por el saurio avanzan en escalofrío rosarios de hormigas. Vamos a pinares. Si cierro los ojos, no sé si son cielos ni sé si son mares. Mas del pino muerto haced una hoguera. Estallen al aire vértebras de fuego.

Prefiero la calva de horrenda ceniza que volver a verlo.

TAMARINDO Ahora, sí, vamos a morir unidos, tú, tamarindo de mi desventura, con la fábula agraz de tu hilatura, y yo con la vejez de mis tejidos.


Que ésta es la noche, ay, de los vencidos, gleba caída que la luz rotura, olvido de la sangre en desventura, mi tamarindo en flor de los sentidos. Tú eres mi sueño, eres mi red, mi alcance, todo paternidad, caricia, brisa, melodía y amor de las Bahamas. Tú eres el tiempo en su matiz de trance y yo voy a acostarme en la sumisa moviente sombra rosa de tus ramas.


VICENTE GALLEGO EL OLIVO En su hábito oscuro, con los brazos abiertos, como un monje que al cielo le dirige su plegaria obstinada por la vida del alma, el olivo difunto permanece de pie mientras la tarde dobla sus rodillas. Enhebrado en la luz que se adelgaza, su severo perfil cose el cielo a la tierra, vertebra el espinazo de la tarde. Y un saber de lo nuestro en su reserva humilde sospechamos. Encallecida mano codiciosa cuyos dedos se tuercen arrancándole al aire un pellizco de vuelo, algo extraño nos hurta el viejo olivo: un secreto inminente, temperatura extrema de un decirse que clama en su lenguaje mudo. Y el hombre le dirige su pregunta. Con su carga de hormigas y de soles, con el misterio a cuestas que buscamos cifrar en su oficio sencillo, este tronco orgulloso es sólo eso: sugestión arraigada de las cosas que quedarán aquí cuando partamos, contundente respuesta que a la luz de la luna nos aturde el oído con su seco zarpazo de silencio.


JAIME GIL DE BIEDMA RIBERA DE LOS ALISOS Los pinos son más viejos. Sendero abajo, sucias de arena y rozaduras igual que mis rodillas cuando niño, asoman las raíces. Y allá en el fondo el río entre los álamos completa como siempre este paisaje que yo quiero en el mundo, mientras que me devuelve su recuerdo entre los más primeros de mi vida. Un pequeño rincón en el mapa de España que me sé de memoria, porque fue mi reino. Podría imaginar que no ha pasado el tiempo, lo mismo que a seis años, a esa edad en que el dormir descansa verdaderamente, con los ojos cerrados y despierto en la cama, las mañanas de invierno, imaginaba un día del verano anterior. Con el olor profundo de los pinos. Pero están estos cambios apenas perceptibles, en las raíces, o en el sendero mismo, que me fuerzan a veces a deshacer lo andado. Están estos recuerdos, que sirven nada más para morir conmigo. Por lo menos la vida en el colegio era un indicio de lo que es la vida. Y sin embargo, son estas imágenes —una noche a caballo, el nacimiento terriblemente impuro de la luna, o la visión del río apareciéndose hace ya muchos años, en un mes de setiembre, la exaltación y el miedo de estar solo cuando va a atardecer—, antes que otras ningunas, las que vuelven y tienen un sentido que no sé bien cuál es. La intensidad


de un fogonazo, puede que solamente, y también una antigua inclinación humana por confundir belleza y significación. Imágenes hermosas de una historia que no es toda la historia. Demasiado me acuerdo de los meses de octubre, de las vueltas a casa ya de noche, cantando, con el viento de otoño cortándonos los labios, y de la excitación en el salón de arriba junto al fuego encendido, cuando eran familiares el ritmo de la casa y el de las estaciones, la dulzura de un orden artificioso y rústico, como los personajes en el papel de la pared. Sueño de los mayores, todo aquello. Sueño de su nostalgia de otra vida más noble, de otra edad exaltándoles hacia una eternidad de grandes fincas, más allá de su miedo a morir ellos solos. Así fui, desde niño, acostumbrado al ejercicio de la irrealidad, y todavía, en la melancolía que de entonces me queda, hay rencor de conciencia engañada, resentimiento demasiado vivo que ni el silencio y la soledad lo calman, aunque acaso también algo más hondo traigan al corazón. Como el latido de los pinares, al pararse el viento, que se preparan para oscurecer. Algo que ya no es casi sentimiento, una disposición de afinidad profunda con la naturaleza y con los hombres, que hasta la idea de morir parece bella y tranquila. Igual que este lugar.


JUAN GIL-ALBERT LEVE PALMERAL Agua o sol te estallaba en tu madera alta esa fuente en peso que esclataste, peso con gracia de aire derramaste fina en el mar, curvada, a tu manera. Delgado oasis, pluma viajera, que aquellos amarillos desertaste hacia el norte sombrío que surcaste otros-árboles buscas friolera. Fija indeciso el paso de emigradas, deten brazos errantes del estío por amoroso viento humedecidos; más allá son las brumas apagadas, más allá son las cuencas del vacío donde indolentes brazos caen vencidos.

LOS NARANJOS Larga vereda ocluso que me para la espesura al nivel de su costado ¡Qué peregrino bosque me ha cercado su imposible verdor sobre mi cara! Qué intenso amor unido me depara breves graciosos cuerpos apretados, con la mano celeste retocados uno a uno al pasar cual si pintara. Dentro oh losa, oh jardín, oh nube impacta, oh ambarino refugio de las bocas, oh bosque de agua pura que está espesa, oh labrador prodigio que los toca. Su esmeralda de tiempo deja intacta para a mí sumergirme en la sorpresa.


LOS NARANJOS Cuando los años pliéganse sombríos y el oscuro horizonte nunca dice la ansiada palabra, se recuerda el país que al abrirse nuestros ojos se nos mostró de niño. Unos boscajes caídos en la flor de las montañas cobijan en sus densos esplendores el pagano alimento. En sus umbrías, bajo sombras clementes, regalados, los favoritos de una extraña suerte pacen más que vivir dorados sueños presos de tales frágiles jardines. Nada invocan del cielo suspendido como una tierna colcha iridiscente sobre el vergel, nunca a sus rostros claros se asoma la ansiedad y entre los verdes de sus íntimos huertos se respiran pesadas brisas dulces que refrescan aquel férvido lecho. Soñadores de sus vivos umbráculos los cuidan con una deleitosa complacencia y rigen allí dentro como dioses de la fertilidad. Y llega el tiempo que una nube de olor se esparce henchida hasta largas distancias y a su paso las jóvenes enferman en el seno de sus blancas alcobas y el tañido de viejos instrumentos musicales se deja oír. Tan pronto como brotan foscas bajo ramajes las esferas 3ue se van embriagando lentamente e un soleado hervor, entra en las casas una limpia abundancia y se despejan sobre la faz las fiebres precursoras. Una sangre de oro corre entonces por las venas del hombre y en sus ojos, refléjanse serenos, cual estatuas, sus colmados deseos. Cuando bajan, pues que hombres son al fín como los otros, a la tierra que amaron van envueltos en una fronda hermosa y en su pecho llevan la amarga espina atravesada de quien ha conocido el paraíso.


LA HIGUERA No sé si era nostalgia. El amor y el recuerdo estaban confundidos en mi ser. Entrelazados quedarán en la memoria como un sueño que resplandece, y el corazón seguirá ignorando el origen de tanta clemencia. jCrepitante laxitud que enalteces mi desfallecimiento, mi mísera condición terrenal! Bajo tu sombra morada descansé un día, venturoso, y en el olor caliente de tu existencia me anegué de desesperación, porque el sol ácido, ponía un cerco de mortalidad al amoroso refugio. Cabellos tan frescos como los pámpanos. entre cuyo follaje tentador crece el higo, más triste que la soledad; dulce y caliente es la clara miel de su boca, y entre sus labios maduros busca el poeta el sabor de lo irremediable. ¡Ah, las alas de oro, los listados cuerpecillos de las abejas, cuyos besos de fuego se cumplen, y en cuyo amor se apaga el centelleo de la divinidad! Si mis versos os siguen con admiración y aspiran a eternizar este recuerdo del ser a quien amo, es que mis alas son las palabras y sin ellas caigo desvanecido en un torpe sueño.

OLIVO Y YO Cada cual es feliz si se propone ceñirse su corona. Yo soy un hombre solo, tú eres un árbol viejo. Y cada cual se sabe dulcemente lo que se calla.


Dulcemente, me digo, porque pienso que tal vez la lechuza te fue dulce sobre la rama cuando la noche entera se aclaraba bajo la luna. Digo si será dulce a tu silencio saberte acompañado, saberte preferido, saber que entre los pájaros que cantan hay uno, al menos, nuestro, que ha sabido venir a resguardarse bajo nuestro suspiro tenebroso como quien yendo errante se detiene. Nos eligió.

JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO LAS HOJAS Con el otoño las hojas se van como algunos pájaros: fíjate en los cerezos y en los álamos. Pardas o grises las hojas se esconden como pájaros: fíjate en los jardines y sembrados. Con el otoño las hojas se escapan hacia otros campos: blancas o rojas revuelan como los pájaros.

EL VERDE OSCURO Y TERSO Reinaba el limonero sobre el fondo del jardín y aunque nadie lo regaba debió beber la lluvia y el rocío pues era hermoso y fuerte. Cuando echaba la flor de azahar colmaba la lisura el aire. Y aún ahora en el recuerdo sigue ofreciendo frutos amarillos como hizo siempre que el jardín duró. Despues –en donde estuvo– un edificio


señala la ignominia. A ojos cerrados el verde oscuro y terso de las hojas sigue brillando sobre el tiempo ido.

JORGE GUILLÉN ÁRBOL DE ESTÍO Todo el árbol Irguiendo está su ansia de la raíz al canto. Se remontan Hacia la confidencia del susurro las hojas. Por el viento Del estío adorable se encumbran los deseos. Pende encima de la copa el azul que en el viento fascina. Ved: el árbol Se tiende a la fruición de su azul inmediato.

ÁRBOL DEL OTOÑO Ya madura La hoja para su tranquila caída justa, Cae. Cae Dentro del cielo, verdor perenne, del estanque. En reposo, Molicie de lo último, se ensimisma el otoño. Dulcemente A la pureza de lo frío la hoja cede. Agua abajo, Con follaje incesante busca a su dios el árbol.

PINO El Poeta: ¿Alzas, pino, tu copa como cáliz Como simple copa, sin empaque canónico?


El Pino: ¡Copa mía, obra mía, Aun no ajena a la sed que en mí erige! ¡Con qué anhelante aplomo tendió su amanecer A todas las celestes inminencias! El Poeta: ¿Tu verde mediodía es tu secreto? El Pino: A la común divinidad imploran Otros también artífices, juntos en el espacio. El Poeta: ¿Ilumina tu sol a la nube en asueto? El Pino: No sé si en los ponientes se arrebolan Gradas de paraísos populosos, Plateas arcangélicas. Pero sé, sé la viva plenitud de mi copa. Si el hacha quiebra su cristal inútil, Serán también los míos sus añicos.

ÁRBOLES CON VIENTO El viento hermosea aquel Follaje, quizá de un haya, Aquel otro en un vaivén Muy leve, quizá de roble. Más hermosura a través De esta atmósfera de calle Se eleva aceptando a quien Lo domina todo. ¡Viento! Por esas frondas ya es Una marea que ondula Con verdes ahora bien Soleados, aun más límpidos Y frágiles a merced De las hojas que no paran: Álamo siempre recién Erguido, recién excelso. ¡Arboles! Y más poder Les da el tiempo, que al pasar Atesora una vejez Por encima de los hombres, Tan humildes a sus pies.


ÁLAMOS CON RÍO (Antonio Machado) Frente al blanco gris del cerro, A par del río, la ruta Divisa con ansiedad Álamos, perfil de lluvia. Junto a las trémulas hojas Alguien, solitario nunca, Habla a solas con el río. ¿Álamos de brisa y musa? Mansamente el río traza Su recreo curva a curva Mientra en leve temblor Los álamos se dibujan, Y tan verdes como el río Follaje a follaje arrullan Al dichoso de escuchar Álamos de casi música.

PINARES No se ven hombres. No hay causa De interrupción importuna. Se entrega a una luz que es pausa La copa del pino en luna De verano—castellano. ¿Luego? Creedme: temprano La vida, que va a empezar A mover su brega bronca, Vale más si a un ansia entronca La paz actual del pinar.

RETÓRICA DE RAÍCES Los árboles centenarios De este bosque me descubren El gran enmarañamiento De sus raíces ilustres Como si fuesen invisibles Hipérboles del empuje Con que en la tierra se ahíncan


Para erguir tal pesadumbre. Raíces al sol, qué alarde. Retórica ya, me aturde.

LEOPOLDO PANERO POESÍA Esa pequeña hoja retiembla como una frente caída Todo nos habla de un nuevo reto en soledad La hoja ese misterio que tornasola la desesperación Se descuaja en mi alma con algo de vida transparente. Los árboles mojados presagian su nostálgica prisión pura No sé si es triste tanto amor que viene Todos queremos lograr el arroyuelo perdido A lo largo del recuerdo el pálido oleaje. Los brazos contra el pecho se desdora la espuma del mar También este amor final se esfuerza por abandonar silencio Un poco bella la tarde se espera siempre Se sueña como esa alegrísima humildad donde late mi madre. A lo lejos una fila de graciosos olvidos Desamparada soledad dulcemente verdadera Campos con su mágica calma donde un potro salvaje Bellísimo con la mirada desértica acaricia océanos y nubes. Vosotros que vivís como desbocados cascos de caballos o polvorientos insultos Bebed un poco de agua en la cuenca de la mano y os taladrara trio el amanecer.

A UN PINO DEL GUADARRAMA “Mi vano afán persigue un algo entre los bosques”. L. Cernuda Alto pino dorado, cumbre rota del viento, mojando tus raíces cerca del cauce seco, entre las piedras frías


del Guadarrama yerto. Aún tus ramas conservan la memoria y el vuelo de las hondas nevadas y los blancos inviernos, de las crudas ventiscas y los aires desiertos que las cimas desatan en anchura de espliego hacia el gris horizonte resbalado en el suelo. Alto pino que brotas sobre el vasto silencio de la cumbre desnuda por donde cruza el eco impasible del águila tras el azul sereno de la mañana virgen íntima de romero. Alto pino dorado, fino, fragante, trémulo de sombra y de pureza, solitario y derecho pino de la montaña, cerca de Dios y lejos de la costumbre humana, en el fanal envuelto de la nieve más pura, de la nieve del puerto. Desde la cumbre intacta junto a la luz naciendo, tiembla por las laderas el verdor casi negro de las hayas remotas y los lueñes abetos que al borde de los montes juntan su movimiento como en la mar en calma las olas y los cielos. Alto pino que creces, alto como el deseo, sobre la rota hondura de los barrancos muertos donde al callar se oye el rumor de un perpetuo manantial, de un sigilo derramado y espeso, de una sed que deshace


gota a gota el nevero en pureza y olvido imposible y secreto, en aroma y en agua de continuo desvelo. Contra el alzado tronco de tu frescor somero la sombra se desprende del mediodía lento, dulce como una isla que al agua va ciñendo de levedad, de nieve, de limpio azul intenso, en desnudez de rocas y sol: el aire terso parece rodearte diáfanamente ciego y en su avidez palpita como marino aliento la bruma remansada en los oscuros senos de la montaña, y sube hasta tí, como un beso de la Sierra que duerme, dulcemente, el sosiego. La ignorancia profunda del corazón es eso: brisa y luz, agua y roca, transparencia a lo inmenso tras de las altas cruces del pardo cementerio donde reposa todo quedamente, y son huesos las flores, tierra joven mezclada a Dios, durmiendo. Mecido por tu fronda, que me empapa de céfiro, se derrama en mi sangre la nitidez que siento. La distancia golpea mi corazón entero con el rumor del agua matinal, con lo abierto, con lo azul, con lo grande, con lo alegre y lo quieto que cae de peña en peña levemente crujiendo. En el espacio claro de las cañadas veo


el color de los pinos cambiar al sol ligero, maravillosamente hundido en verde tierno hasta la azul penumbra que enrama los helechos. Alto pino dorado, alto aroma sin dueño en orilla infinita contra los grises cerros, contra los anchos llanos, contra los muros yermos, cárdenos de mañana, cárdenos al sol puesto, mientras la luz en ondas se derrama latiendo en su propio descanso como el hombre en el sueño. El tomillo y la salvia, el verdor del enebro, el benjuí de la cumbre, la fragancia del fuego en la flor amarilla de los piornos resecos, hondamente remejen la humedad y el ensueño que la Sierra a tus plantas desparrama en violento perfume de tristeza, de amor, de sed, de tiempo. Alto pino dorado, alto, dorado, recto pino del Guadarrama, solitario en el cierzo de la mañana limpia, trémula de recuerdo. Lentamente en la tarde la luz es como un velo de quietud, como un agua que se queda cayendo tras el rumor solemne del campo y los senderos; y en la vertiente fría se nos va deshaciendo, a ti la sombra vana y a mí mi pensamiento; a ti la gracia frágil de tu verdor esbelto, y a mí dentro del alma,


dentro del alma, dentro, donde la salvia rompe, no sé qué dulce y viejo dolor, no sé qué dulce fragancia de algo eterno. Y en la estrellada noche que el sideral anhelo de las cumbres levanta como si todo el peso del mundo se quedara tenuemente suspenso de tus ramas, ¡oh pino de Peñalara, tiemblo, tiemblo en mi sangre rota, mana de amor mi pecho, crece de aroma y nieve, tiembla desde el misterio mi corazón, y escucho de algo lejano y cierto el rumor, el ramaje, el crujir verdadero, la soledad del bosque, mi soledad, y rezo.

SOLEDAD DE ENCINA Y PALOMA La sombra cenicienta de la encina, hondamente celeste y castellana, reposa su verdura cotidiana en la paz otoñal de la colina. Como el sigilo de la nieve fina zumba la abeja y el romero mana, y empapa el corazón a la mañana en su secreta soledad divina. La luz afirma la unidad del cielo en la inmensa ternura del remanso y en la miel franciscana del aroma; y, el peso entredormido por el vuelo, la verde encina de horizonte manso refresca el corazón a la paloma.


LOS AÑOS SON UN BOSQUE Los años son un bosque, y cara al viento, suena el cántabro mar al pie del mudo pico celeste, donde estoy desnudo a Tu mirada y Tu presencia siento. Contra mi corazón, con hondo aliento, ruedan las olas, y en las olas dudo, mientras voy desatando el viejo nudo, trenzado de cariño al roble lento. ¡Como este roble que la cumbre cría, algo siento en mi sangre que tú eras, niño perdido aquí, cara a las olas, y atónito de azul desde el Ulía...! ¡Oh niño de mi piel, que perseveras, y a través de mí vas, conmigo a solas!

LA ESTANCIA VACÍA (fragmento) Señor, el viejo tronco se desgaja, el recio amor nacido poco a poco se rompe. El corazón, el pobre loco, está llorando a solas en voz baja del viejo tronco haciendo pobre caja mortal. Señor, la encina en huesos toco deshecha entre mis manos, y Te invoco en la santa vejez que resquebraja su noble fuerza. Cada rama, en nudo, eran hermandad de savia y todas juntas daban sombra feliz, orillas buenas. Señor, el hacha llama al tronco, mudo, golpe a golpe, y se llena de preguntas el corazón del hombre donde suenas.


FEDERICO GARCÍA LORCA CASIDA DE LOS RAMOS Por las arboledas del Tamarit han venido los perros de plomo a esperar que se caigan los ramos, a esperar que se quiebren ellos solos. El Tamarit tiene un manzano con una manzana de sollozos. Un ruiseñor apaga los suspiros, y un faisán los ahuyenta por el polvo. Pero los ramos son alegres, los ramos son como nosotros. No piensan en la lluvia y se han dormido, como si fueran árboles, de pronto. Sentados con el agua en las rodillas dos valles esperaban al otoño. La penumbra con paso de elefante empujaba las ramas y los troncos. Por las arboledas del Tamarit hay muchos niños de velado rostro a esperar que se caigan mis ramos, a esperar que se quiebren ellos solos.

GACELA DE LA RAÍZ AMARGA Hay una raíz amarga y un mundo de mil terrazas. Ni la mano más pequeña quiebra la puerta del agua. ¿Dónde vas, adónde, dónde? Hay un cielo de mil ventanas –batalla de abejas lívidas– y hay una raíz amarga. Amarga.


Duele en la planta del pie el interior de la cara, y duele en el tronco fresco de noche recién cortada. ¡Amor, enemigo mío, muerde tu raíz amarga!

Y EL AIRE VA ENTRE LOS ÁRBOLES Y el aire va entre los árboles Jugando sus dulces ecos, Mientras las parvas descansan Contemplando a los luceros Y el poniente se adormece Lleno de noche a lo lejos. ¡Oh rosario de ponientes Que se van sin comprenderlos!

EL PAISAJE ES UN SILENCIO El paisaje es un silencio Con forma. La tarde muere. La llanura está amarilla, Rayada por venas verdes De los olivares castos Que en las montañas se pierden. Manto amarillo reseco Con los bloques de las mieses. El cielo piensa amarillo En un prado pastoril De tréboles y de hinojos. Me ayuda a cantar gentil La ternura verde y seria De un chopo infantil.

MIGUEL HERNÁNDEZ PALMERA Anda, columna; ten un desenlace de surtidor. Principia por espuela. Pon a la luna un tirabuzón. Hace el camello más alto de canela.


Resuelta en el claustro, viento esbelto pace, oasis de beldad a toda vela con gargantillas de oro en la garganta, fundada en ti se iza la serpiente y canta.

AMOR-frutal Crea tu color mi amor y tu sabor mi deseo. Aspirante a tu sabor, rendido a tu titubeo. Cuando mi mano te tienta, el tacto el amor aumenta si el deseo menoscaba… Tu mundial arquitectura mejor que en mi dentadura sobre los árboles daba.

ETERNA SOMBRA (fragmento) Sólo la sombra. Sin rastro. Sin cielo, Seres. Volúmenes. Cuerpos tangibles dentro del aire que no tiene vuelo, dentro del árbol de los imposibles.

ALABANZA DEL ÁRBOL Imposible sin ti la primavera, los verdes paraísos terrenales. Solicitud y celo maternales requiere tu carrera. Tu producto y tu sombra remunera el trabajo del cuido: alta compensación, defensa umbría, abogado fornido del frescor en lo estivo empedernido. Corpulencia de Dios, sobre alegría, ocupas de verdor la geografía, robusteces el viento, y a su corriente muda imprimes voz, acento, palabra de los cielos.


Naces con voluntad, no con ayuda; vienes de Dios y a Él surten tus anhelos. La soledad tu vegetal criatura acompaña y procura; entibia el sol, depura el cielo ambiente, hace habitable la temperatura de maneras peores; en la copa la luz más reluciente, en lo interior más dulces sus ardores. Debajo de tu amparo creosotado las batallas son paces, el trabajo sosiego sosegado. Agrupas a los hombres y los haces hermanos en tu umbría. La rotación del fruto, la alegría del pájaro fomentas y el bienestar y la salud de paso. Si el aire tú no avientas, si no estás tú en el aire de consuno, sin movimiento alguno se queda el aire, raso. Tienes fisonomía y sentimiento; el sol te da tristeza y las aguas contento. ¡Cúmulo de riqueza! En ti se asiste el agigantamiento del tiempo y del paisaje. Le diré al que te impide y te vulnera ¿qué maldición?, ¿qué ultraje? La inquisición obrera está quemando, mártir de madera, lo hermoso de tu vida; ¡qué imposibilidad de los abriles! Te maltratan los viles y tú, dios, los perfumas. ¿Dónde pondrán su vuelo y su manida las brisas y las plumas? ¡Pobre júbilo umbrío! Quid de los huertos y los panoramas;


te perniquiebra el hacha con su frío, con su calor las llamas. Bautistas ya las ramas, ya es poda los espacios forestales, las savias manantiales, por las frescas matrices que abren ira y acero en la corteza, interrumpen la acción de los frutales y la circulación de las raíces. El árbol está hecho para ocupar el mundo de provecho, como el viento la rama de cantares. Un bosque nos revela e incorpora, ¡oh soledad sonora! la majestad de Dios y de los mares. Hermano y campesino, hay que extender la encina, que propagar el pino, fresco en el campo, ardiente en la cocina. Vuelve a la educación del arbolado a la repoblación de la campaña. ¡Pódame un miembro a mí, pero no al prado! Espúlgale alternado el racimo y el piojo. Cauteriza y restaña O con barro sus heridas del gorgojo. En nombre de los bosques, yo maldigo a quien toma venganza, árbol, contigo.

ODA-a la higuera Abiertos, dulces sexos femeninos, o negros, o verdales: mínimas botas de morados vinos, cerrados: genitales lo mismo que horas fúnebres e iguales. Rumores de almidón y de camisa: ¡frenesí! de rumores en hoja verderol, falda precisa,


justa de alrededores para cubrir adánicos rubores. Tinta imborrable, savia y sangre amarga; malicia antecedente, que la carne morena torna y larga con su blancor caliente, bajo la protección de la serpiente. ¡Oh meca! de lujurias y avisperos, quid de las hinchazones. ¡Oh desembocadura! de los eros; higuera de pasiones, crótalos pares y pecados nones. Al higo, por él mismo vulnerado con renglón de blancura, y orines de jarabe sobre el lado de su mirada oscura, voy, pero sin pasar de mi cintura. Blande y blandea el sol, ennegrecido, el tumor inflamable. El pájaro que siente aquí su nido, su seno laborable, se ahogará de deseo antes que hable. Bajo la umbría bíblica me altero, más tentado que el santo. Soy tronco de mí mismo, mas no quiero, ejemplar de amaranto, lleno de humor, pero de amor no tanto. Aquí, sur fragoroso tiene el viento la corriente encendida; la cigarra su justo monumento, la avispa su manida. ¡Aquí vuelve a empezar!, Eva, la vida.

ÁRBOL-desnudo Ya el pecado, el verdor, se ha retirado a la hierba cencida. Ya no te buscan deseosas manos, maliciosas avispas.


Ya no fluyen tus savias ni tu cuerpo, ya puros a la fuerza: por pura voluntad del puro viento de nieve, de pureza. Dios, el tiempo y el frío: puras nadas, de mondez te han vestido. Como la muerte, árbol ya de ramas, de luz y de vacío. Lo que no cae ni palidece nunca: la desnudez del hueso, sin mentiras, sin pámpanos ni frutas, ni favor ni deseo. De verdad verdadero, ¡Con qué fuerza!, ¡con qué fe! te detallas: transcurre sobre ti la paz serena de lo que esconde: nada. La majestad de lo callado, porque secreto es descubierto. Corporal ya de alma, ya te pones espiritual del cuerpo. A la sombra sin sombra de tus ramas, con afición de azules, el cuerpo se me cae de mí, y, adana, el alma se descubre Se me torna la sangre en las heridas licores cristalinos; la sombra luz, virtud la anatomía y pájaros los nidos. Los ardores verdales de la higuera, no alteran con sus iras mi gana de la fuente: es ser serena, de la nieve: es ser fría.


¡Cuánta! diafanidad, ¡cuánto! silencio con carácter de vidrio, que nos mete a los dos, árbol, ejemplos de Dios por el oído. No se menea nada ante nosotros, dos árboles descalzos: ¡oh, la nada! pictórica de todo de nuestra quietud, árbol. ¿Cuándo? no vendrá abril que desazone nuestras tranquilidades; que no nos pueda hacer, ni con sus flores desnudos temporales. ¿Cuándo? entrará en octubre mi deseo; ¿cuándo? como a los ríos, me dejarás, ¡oh, cuándo!, sin meneos, cuajado, ¡oh, cuándo frío! Aún mi afición por el estío abunda, aún lo mollar requiero. Aún me duele tu viento, tu finura: aún me duele tu viento.

EL SILBO DE AFIRMACIÓN EN LA ALDEA (fragmento) ¡Ay, no encuentro, no encuentro la plenitud del mundo en este centro! En los naranjos dulces de mi río, asombros de oro en estas latitudes, oh ciudad cojitranca, desvarío, sólo abarca mi mano plenitud. No concuerdo con todas estas cosas de escaparate y de bisutería: entre sus variedades procelosas, es la persona mía, como el árbol, un triste anacronismo. […]


Como una miel muy lenta destilada, por la serenidad de su caída, sube la luz a las palmeras: cada palmera se disputa la soledad suprema de los vientos, la delicada gloria de la fruta y la supremacía de la elegancia de los movimientos en la más venturosa geografía. […] ¡Cómo el limón reluce encima de mi frente y la descansa!

ANTONIO MACHADO LOS OLIVOS ¡Viejos olivos sedientos bajo el claro sol del día, olivares polvorientos del campo de Andalucía! ¡El campo andaluz, peinado por el sol canicular, de loma en loma rayado de olivar y de olivar! Son las tierras soleadas, anchas lomas, lueñes sierras de olivares recamadas! Mil senderos. Con sus machos, abrumados de capachos, van gañanes y arrieros. De la venta del camino a la puerta, soplan vino trabucaires bandoleros! Olivares y olivares de loma en loma prendidos cual bordados alamares! Olivares coloridos de una tarde anaranjada; olivares rebruñidos bajo la luna argentada! Olivares centellados en las tardes cenicientas, bajo los cielos preñados


de tormentas!... Olivares, Dios os dé los eneros de aguaceros, los agostos de agua al pie, los vientos primaverales vuestras flores racimadas; y las lluvias otoñales, vuestras olivas moradas. Olivar, por cien caminos, tus olivitas irán caminando a cien molinos. Ya darán trabajo en las alquerías a gañanes y braceros, ¡oh buenas frentes sombrías bajo los anchos sombreros!... Olivar y olivareros, bosque y raza, campo y plaza de los fieles al terruño y al arado y al molino, de los que muestran el puño al destino, los benditos labradores, los bandidos caballeros, los señores devotos y matuteros!... Ciudades y caseríos en la margen de los ríos, en los pliegues de la sierra!... Venga Dios a los hogares y a las almas de esta tierra de olivares y olivares!

II A dos leguas de Úbeda, la Torre de Pero Gil, bajo este sol de fuego triste burgo de España. El coche rueda entre grises olivos polvorientos. Allá, el castillo heroico. En la plaza, mendigos y chicuelos: una orgía de harapos... Pasamos frente al atrio del convento


de la Misericordia. i Los blancos muros, los cipreses negros' Agria melancolía como asperón de hierro que raspa el corazón! Amurallada piedad, erguida en este basurero' Esta casa de Dios, decid, hermanos esta casa de Dios, ¿qué guarda dentro? Y ese pálido joven, asombrado y atento, que parece miramos con la boca será el loco del pueblo, de quien se dice: es Lucas, Blas o Ginés, el tonto que tenemos seguimos. Olivares. Los olivos están en flor. El carricoche lento, al paso de dos pencos matalones camina hacia Peal. Campos ubérrimos La tierra da lo suyo; el sol trabaja; el hombre es para el suelo: genera, siembra y labra y su fatiga unce la tierra al cielo. Nosotros enturbiamos la fuente de la vida, el sol primero, con nuestros ojos tristes, con nuestro amargo rezo, con nuestra mano ociosa, con nuestro pensamiento, —se engendra en el pecado, se vive en el dolor. ¡Dios está lejos!— Esta piedad erguida sobre este burgo sórdido, sobre este basurero, esta casa de Dios, decid ioh santos cañones de von Kluck! ¿qué guarda dentro?

A UN OLMO SECO Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo, algunas hojas verdes le han salido. ¡El olmo centenario en la colina que lame el Duero! Un musgo amarillento la mancha la corteza blanquecina al tronco carcomido y polvoriento.


No será, cual los álamos cantores que guardan el camino y la ribera, habitado de pardos ruiseñores. Ejército de hormigas en hilera va trepando por él, y en sus entrañas urden sus telas grises las arañas. Antes que te derribe, olmo del Duero, con su hacha el leñador, y el carpintero te convierta en melena de campana, lanza de carro o yugo de carreta; antes que rojo en el hogar, mañana, ardas de alguna mísera caseta, al borde de un camino; antes que te descuaje un torbellino y tronche el soplo de las sierras blancas; antes que el río hasta la mar te empuje por valles y barrancas, olmo, quiero anotar en mi cartera la gracia de tu rama verdecida. Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera.

LAS ENCINAS ¡Encinares castellanos en laderas y altozanos, serrijones y colinas llenos de obscura maleza, encinas, pardas encinas; humildad y fortaleza! Mientras que llenándoos va el hacha de calvijares, ¿nadie cantaros sabrá, encinares?

El roble es la guerra, el roble dice el valor y el coraje, rabia inmoble en su torcido ramaje; y es más rudo


que la encina, más nervudo, más altivo y más señor. El alto roble parece que recalca y ennudece su robustez como atleta que, erguido, afinca en el suelo. El pino es el mar y el cielo y la montaña: el planeta. La palmera es el desierto, el sol y la lejanía: la sed; una fuente fría soñada en el campo yerto. Las hayas son la leyenda. Alguien, en las viejas hayas, leía una historia horrenda de crímenes y batallas. ¿Quién ha visto sin temblar un hayedo en un pinar? Los chopos son la ribera, liras de la primavera, cerca del agua que fluye, pasa y huye, viva o lenta, que se emboca turbulenta o en remanso se dilata. En su eterno escalofrío copian del agua del río las vivas ondas de plata. De los parques las olmedas son las buenas arboledas que nos han visto jugar, cuando eran nuestros cabellos rubios y, con nieve en ellos, nos han de ver meditar.

Tiene el manzano el olor de su poma, el eucalipto el aroma de sus hojas, de su flor


el naranjo la fragancia; y es del huerto la elegancia el ciprés obscuro y yerto. ¿Qué tienes tú, negra encina campesina, con tus ramas sin color en el campo sin verdor; con tu tronco ceniciento sin esbeltez ni altiveza, con tu vigor sin tormento, y tu humildad que es firmeza? En tu copa ancha y redonda nada brilla, ni tu verdiobscura fronda ni tu flor verdiamarilla.

Nada es lindo ni arrogante en tu porte, ni guerrero, nada fiero que aderece su talante. Brotas derecha o torcida con esa humildad que cede sólo a la ley de la vida, que es vivir como se puede. El campo mismo se hizo árbol en ti, parda encina. Ya bajo el sol que calcina, ya contra el hielo invernizo, el bochorno y la borrasca, el agosto y el enero, los copos de la nevasca, los hilos del aguacero, siempre firme, siempre igual, impasible, casta y buena, ioh tú, robusta y serena, eterna encina rural de los negros encinares de la raya aragonesa y las crestas militares de la tierra pamplonesa; encinas de Extremadura,


de Castilla, que hizo a España, encinas de la llanura, del cerro y de la montaña; encinas del alto llano que el joven Duero rodea, y del Tajo que serpea por el suelo toledano; encinas de junto al mar —en Santander—, encinar que pones tu nota arisca, como un castellano ceño, en Córdoba la morisca, y tú, encinar madrileño, bajo Guadarrama frío, tan hermoso, tan sombrío, con tu adustez castellana corrigiendo, la vanidad y el atuendo y la hetiquez cortesana!... Ya sé, encinas campesinas, que os pintaron, con lebreles elegantes y corceles, los más egregios pinceles, y os cantaron los poetas augustales, que os asordan escopetas de cazadores reales; mas sois el campo y el lar y la sombra tutelar de los buenos aldeanos que visten parda estameña, y que cortan vuestra leña con sus manos.

EL LIMONERO LÁNGUIDO El limonero lánguido suspende una pálida rama polvorienta, sobre el encanto de la fuente limpia, y allá en el fondo sueñan los frutos de oro... Es una tarde clara, casi de primavera, tibia tarde de marzo,


que el hálito de abril cercano lleva; y estoy solo, en el patio silencioso, buscando una ilusión candida y vieja: alguna sombra sobre el blanco muro, algún recuerdo, en el pretil de piedra de la fuente dormido, o, en el aire, algún vagar de túnica ligera. En el ambiente de la tarde flota ese aroma de ausencia, que dice al alma luminosa: nunca, y al corazón: espera. Ese aroma que evoca los fantasmas de las fragancias vírgenes y muertas. Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara, casi de primavera, tarde sin flores, cuando me traías el buen perfume de la hierbabuena y de la buena albahaca, que tenía mi madre en sus macetas. Que tú me viste hundir mis manos puras en el agua serena, para alcanzar los frutos encantados que hoy en el fondo de la fuente sueñan... Sí, te conozco, tarde alegre y clara, casi de primavera.

(A UN NARANJO Y A UN LIMONERO) VISTOS EN UNA TIENDA DE PLANTAS Y FLORES Naranjo en maceta, ¡que triste es tu suerte! medrosas tiritan tus hojas menguadas. Naranjo en la corte, ¡qué pena da verte con tus naranjitas secas y arrugadas! Pobre limonero de fruto amarillo cual pomo pulido de pálida cera, ¡qué pena mirarte, mísero arbolillo criado en mezquino tonel de madera!


De los claros bosques de la Andalucía ¿quién os trajo a esta castellana tierra que barren los vientos de la adusta sierra, hijos de los campos de la tierra mía? ¡Gloria de los huertos, árbol limonero, que enciendes los frutos de pálido oro, y alumbras del negro cipresal austero las quietas plegarias erguidas en coro; y fresco naranjo del patio querido, del campo risueño y el huerto soñado, siempre en mi recuerdo maduro o florido de frondas y aromas y frutos cargado!

LOS ÁRBOLES CONSERVAN Los árboles conservan verdes aún las copas, pero del verde mustio de las marchitas frondas.

El agua de la mente, sobre la piedra tosca y de verdín cubierta, resbala silenciosa.

Arrastra el viento algunas amarillentas hojas. ¡El viento de la tarde sobre la tierra en sombra!rl

CARLOS MARZAL UNA HIGUERA EN LA ISLA Junto al derrumbadero que asoma a Berbería, calcinada por los años solares, por el corsario mar perseverante que reverbera, en plata, alrededor,


está el árbol, ya negro de tanto como es verde; ya agónico y casual de tan indispensable como vive. Campa el viento a su gusto con un desmán altivo. La sed lega su herencia en el paisaje y hace del pedregal su primogénito. Cuando el espacio tiende hacia la ausencia, cuando el tiempo se obstina en su demora, subsiste de vigor lo riguroso, se salva en sobriedad lo más valiente. La higuera de mujer, el fruto austero, la pulpa apetitosa en su verano, la que rezuma de amargor las ramas, la que tiembla de zumo en su madera. La breve intemporal, la intempestiva, la breva que se grana en su suplicio, la albacora que sangra a nuestros labios. Entre la umbría mórbida, el azúcar. Por su áspera espesura, la pereza. Mi punto cardinal, mi isleña tan carnal, mi fémina frutal, mi femenina.

L.UIS GARCÍA MONTERO CANCIÓN ARBOLEDA Dormía en el refugio de los débiles, una cama revuelta de oscuridades fuertes, cuando bajó su dueño a despertarlo. Puso entonces los pies en un mundo nevado. El frío de las ropas por el suelo, de los amaneceres y los zapatos viejos.


Como los pedregales de la casa no esperan el orgullo de una sombra descalza, pudo abrir los cerrojos de la puerta, llegar al campo libre sin que nadie lo viera. Y se atrevió a romper con su destino. Cortó a la luz del día la flor de los malditos, soportando la noche del cobarde, la angustia de los números y la rabia del ángel. Buscó la soledad de una arboleda, y sigue allí, lejano para sentirse cerca, vigilante de lunas despedidas, con la plata del sueño y el limón del realista.

RAFAEL MONTESINOS A UN ÁRBOL Árbol sin hojas que, abrazado al viento, los años ven pasar indiferente, bañado por el rojo sol poniente te has quedado en mis ojos un momento. Surcos de hormigas, silenciosamente, tu tronco minan con su ritmo lento, lo mismo que este antiguo sufrimiento que mis entrañas mina sordamente. Casi borrados nombres adivino escritos en tu tronco un día, cuando florecieron en ti las primaveras. Igual que tú, parado en un camino, sin resina también me estoy quedando, nostálgico de un mundo sin fronteras.


SOMBRA EN EL JARDÍN Pequeño fue tu paraíso. Míralo. No existió otro más bello en la ciudad. Las palmeras altísimas de pequeño penacho movían pensativas la cabeza. Ellas te vieron solo en la noche de julio, leve arcángel de sombra, despidiéndote. ¿De qué te hablaron, di, qué prometieron a cambio de tus alas funerales? Sólo recuerdas voces en la brisa del verano del Sur, las susurrantes voces de tus palmeras. A ellas tu soledad debe su canto. Ellas sabían ya que hoy volverías, aunque entonces te vieran adolescentemente despidiéndote, alzada ya la mano hasta la exacta fatal altura de tu propio olvido.

CANCIÓN DE LAS PALMERAS ¡Altas palmeras caídas! No sé si el tiempo o si el viento pasó por la vida mía. Lo que pasó es lo que siento. ¡Ya volverán a subir otras palmeras al cielo! ¡Nostalgia del porvenir, del viento que no ha venido y que tiene que venir!

POEMA DE LOS EUCALIPTOS (fragmento) Miro los bellos eucaliptos cuando al crepúsculo se incendian. Todo es verdad porque me amas. Vuelven –¿de dónde?– mis creencias.


FÁBULA DEL LIMONERO Debajo del limonero, la niña a mí me decía: — Te quiero. Y yo me puse a pensar que era mejor la corteza. Tiré las migas de pan. Debajo del limonero, la niña me dio su beso primero. Y juntos vimos caer los limones por el suelo, cerca del amanecer. Debajo del limonero, la niña me dijo un día: — Me muero. Y ya no sé a dónde ir, que el limonar me recuerda la gracia de su perfil.

JOSÉ MORENO VILLA PARQUE SELVÁTICO Este parque, donde camino sin oírme, se esconde en una selva que es mía sin remedio. Voy temblando ante mí. Todo temblor es inicial de un vuelo. Por el parque me voy, pero en la selva me pierdo Los caminos, de nada sirven. Los pies se me hunden en el pensamiento. He volcado mi selva en el parque; voy sin senderos. Y sin meta. Al albedrío del viento. Pero del viento que circula donde ya no hay veletas ni espectros.


Donde las almas finas se quedan en los huesos. Allí donde las ramas de la selva son de largos silencios. Allí donde las ramas son silencio. Allí, donde lo concreto es misterio.

FRANCISCO PINO ESPESA RAMA Espesa rama, tú, fiel de hermosuras, más que bosque cuajada de hojas bellas; su corteza, de nácares y estrellas, primaveras la pintan ya maduras. Los dulces ruiseñores, brisas puras, las aves más variadas, las doncellas auroras, le confiesan las querellas del amor y cuidados y clausuras. Contémplala de amor, cauce y medida, instrumento de luz, savia cumplida, y sus eternas gracias considera; ¡que es morada de flor, de alba porfía, como atril eres tú de poesía, la rama de tu cuerpo en primavera!

EN ESTAS HOJAS En estas hojas blancas estás presa, nadadora de noches perfumadas; aquí tu voz, tu risa, tus miradas, esta rama de amor tejen espesa. Desde el pálido gris a la frambuesa, del cálido tabaco hojas doradas, todas tus sombras rinden concentradas aguas de una corriente que no cesa. Oh lento surtidor que sombras mana, tranquilas formas de figura humana, en líquidos topacios ya resuelto.


Esta tu oscura piel de alga morena cambia la espesa rama en fuerte vena, y en yodo creces: surtidor esbelto.

NO ERES TÚ DE MIS PINOS No eres tú de mis pinos, de la encina de los montes de El Pardo eres lozana, con la misma negrura o más endrina pues te hace más la luz, más castellana. Un endrino muyrosa se ilumina —¡qué velazqueña la color, qué sana!— por un azul y me domina, ¡fina dominación!, la luz más soberana. ¡Soberanía de una forma ardiente! Ya sólo soy tan sólo una indolente vela que tu femineidad empuja, ¡oh negra encina y a la vez rosada que la luz de Madrid, bien azulada, con tanta reciedumbre me dibuja!

SAVIA Pereza sobre la hierba… Bajo la copa del pino ni sueño, ni siesta, laxitud, fluyente, viva. …¡Porque el agua queda lejos ser agua en savia perdida!… —Si la acequia está bien cerca… —¡Lo sé, mas deja que viva vida, sin sueño ni siesta en su vigilia dormida!

LOS GUINDOS —Los guindos están floridos.


—Amor, yo muero aquí mismo. —¿De qué morirás amor? —De ver los guindos floridos. —De ver los guindos en flor.

COLOR Pinos de noviembre: las alas del grajo y las copas verdes. El camino es sombra —pinos de noviembre— con tamuja roja. Y el cielo, un relieve de rojo y ceniza… ¡Pinos de noviembre!

PALABRAS, HOJAS Como el olmo con sus hojas dando sombra en río está, yo también, con mis palabras que nombrándomele van. La sombra que yo derramo es de mi idioma y se irá con mis palabras, las hojas que en el río caerán. Y como el olmo sin hojas luz al río le dará, yo también, sin mis palabras daré al río luz igual.


DEL GRIS AL VERDE A esta neblina de verdes grises que se evapora por el pinar yo te convido; pasa y no pises, hazte de olvido y échate a andar. Hazte de olvido; deja que el ala con su sonido funda tu ser al de esa copa que te regala, bajo el gris verde, su atardecer. Hazte de olvido; deja que el cielo de lejanía te haga favor como a esos troncos los da un consuelo —ya gris, ya verde— de resplandor. Hazte de olvido; deja al aroma que te penetre con el color de tanta mata, que se desploma, bajo estos grises verdes, en flor. Hazte de olvido; deja a la calma que te consuma como al pinar hasta que escuches, sólo, a tu alma del gris al verde como volar.

HABLO DE LOS ÁLAMOS CON MI HIJO Sé que como estos álamos habrá, en otros paisajes, otros álamos. Pero estos álamos, los que se hallan al borde del río que yo nombro con mi alma, ahora que me escuchas, son distintos. Ve, cuando yo los llamo por su nombre, mi patria es quien contesta por mis álamos. Y ellos, fundidos a mi voz, se saben otros. Porque la voz que los define, con la esbelta palabra de mi idioma, se fraguó en esta luz y en esta brisa en corazón distintas y en afán. Y, así, son estos álamos mis álamos, —pasados y presentes y futuros— generación inacabable al borde


del río que ahora nombro con un nombre semejante a ellos mismos, que no tiene límites en el tiempo; y al decirle oigo en el tiempo el nombre de mi sangre; ¡generación inacabable al borde del río de mis nombres que son alma al cielo murmurada por mis álamos! Y, lo mismo, tú, después, cuando en la tarde, ya sin mí, los nombres, hijo —y los consideres como tuyos, jirones de tu fe—, me nombrarás y has de oírme también... —y a nuestros álamos de los demás los hallarás distintos!

CUATRO PINOS Aquellos cuatro pinos, dólmenes de hermosura, ¿comienzan en el alba? ¿comienzan en la tarde? ¿o es el alba o la tarde quien comienza en aquellos cuatro pinos que son ya casi el aire? Tan limpios como el aire tan solos como el aire, tan viejos como el aire aquellos cuatro pinos son, en el alba, el alba; en la tarde, la tarde.

SON LAS HOJAS ¡Las hojas! ¡Son las hojas! ¡Las hermosas! ¡Las hojas del castaño, de la acacia; las hojas de los olmos, de los lilos; las hojas del almendro, de los álamos! ¡Ya están aquí rientes, rielantes, llenas de novedad, líricas, jóvenes, reveladoras de tesoros íntimos! ¡Y, qué rumor sensual de falda y labio apenas si enunciado y brillantísimo calienta al alba el cuerpo! ¡Los sentidos del oído y la vista van llenándose de como un santo fuego! ¡Son las hojas!


¡Ya están aquí, invasoras, dominantes, recatadas, discretas, débilísimas, desaprensivas, frivolas, audaces, prudentes, soñadoras, prisioneras! ¡Las hojas! ¡Son las hojas! ¡Las hermosas; ¡Canta una timidez y una alegría de novicia en el coro azul del aire! ¡Vuela un descoco vegetal'y una jovialidad hermosa por el campo! ¡Reluce un optimismo, una evidente magnífica ilusión! ¡El aire es centro de aciertos y de gracia! ¡Desaparece lo ignoto ante esta dicha! ¡Todo es lar, terrestre donosura, fácil verde! ¡Las hojas! ¡Son las hojas! ¡Las hermosas! ¡Huye del pensamiento el miedo! ¡Todo es límite feliz, cobijo, palio, dosel y techo y vuelo y danza y canto! ¡Qué protección más grata percibimos! ¡Qué maternal su infancia nos ampara con ilusión de eternidad reciente! ¡Las hojas! ¡Son las hojas! ¡Las hermosas! ¡Tanto nos ama Dios en este mayo que al fin, perdida la noción del tiempo, el espacio nos gana! ¡Nada hay fuera del sitio que prestigian estas hojas! ¡Cómo en eternidad bello se muestra debajo los follajes más noveles! ¡El color y el temblor, a fuer de ágiles, como un tiempo perenne nos levantan! ¡Un tiempo bien anclado, bien sujeto a la savia, al amor, al dulce pío! ¡Las hojas! ¡Son las hojas! ¡Las hermosas! ¡Jamás caducará tanta ventura ni tanta juventud! ¡La vida se alza con mucha más ternura entre estos verdes, con más seguridad! ¡La vida canta! ¡Entre las hojas canta para siempre!

ENTRE LOS SAUCES Quisiera, ahora, en la tarde, Ahora, cuando la tarde está iniciada y el sol, casi cobarde de marzo, a la enramada de los sauces color pone dorada;


en esta hermosa hora grata de son, amable de fulgores aún, prometedora de dos consoladores vergeles, bien de estrellas, bien de flores; en esta hora tranquila, cuando reposa el sol sobre los tesos, y, suave, los añila o los funde en accesos de olvido, hasta volver aire sus yesos, quisiera, antiguo amigo, considerar el tiempo que ha pasado y disfrutar contigo del son, no aventajado, que convoca al redil por el collado. Oye, cuál de la esquila, todo el campo perdido se estremece, cómo alinea y perfila lejanías y crece, bajo su son, futuro y palidece; cómo al vuelo del ave, si despacioso y alto se resuelve, grácil se torna y suave y de su edad se absuelve y hacia su primavera, al vuelo, vuelve; cómo, al roce del viento impaciente de marzo, se desprende del color macilento o a sus páramos prende, como a sus sotos de verdor y esplende; así, en la tarde cierta del sentimiento puro, ya vivido, libre de tiempo, abierta a una luz sin olvido, quisiera caminar hacia otro Egido; hallar la primavera como entonces, futura, siempre enfrente, siempre como en espera, serena e impaciente; por ella siempre el sueño adolescente...


Dime, José María, ¿qué más pedir al tiempo?... En el olvido caer que el cielo fía al sueño, no rendido por el soñar, más bien de él poseído. Callo, aquí, entre los sauces, entre los sauces de callar dorado, mientras chopos y cauces se cambian un alado silencio que refiere lo ya amado que queda. Queda, queda fundiéndose a la tarde —nunca huyendo— con su tristeza leda como un alba, cayendo entre las sombras de la noche ardiendo. Ardiendo. Ya las miras en este marzo nuestro, relucientes... ¡Cuánta estrella aún aspiras conmigo! ¡Cuan clementes brillan para nosotros! Ya impacientes rodean al lucero de la tarde, Hidra, Cisne, Casiopea, Andrómeda, Boyero... Contempla esta platea ahora que todavía no alborea. Y súmete en la noche, Entre los sauces líricos, conmigo; de derroche en derroche sígueme que te sigo; di, bajo las estrellas, dime: amigo.

ESE PINO ROSA Los ojos no se engañan. Ven el día de Castilla —la fe le ha trascendido— completo; o sea el campo al cielo unido. Mira ese pino, es rosa al mediodía. Ven la alegría —luz de esa alegría que el paisaje derrama— del sentido que, embriagado de sol, con lo fingido construye otra verdad y a ella se fía.


¿No es Castilla verdad, la verdadera? —¡Lo es¡ —¿Pero no es la parda y triste? —Espérame es la rosa y... —¡Jamás! —¡Oh embriaguez mía! Si te niega otra voz lo que ve el alma, ¡acállala! El delirio aquí es la calma; es ese pino rosa al mediodía.

EL ÁRBOL VIEJO El árbol viejo calla, no tiene hojas pero tiene un misterio que da otra sombra. El misterio es el cielo, ponte debajo, la esperanza es la sombra del viejo árbol. Qué pronto será el cielo todas las hojas, el árbol viejo entonces tendrá otra copa. Cuando un día le talen, ¿será una aurora? El árbol viejo canta, no tiene hojas.

HOJAS IMPERECEDERAS ¡Sombra del olmo, por donde vuelve lo que más se aleja! Todo es ya pasado y tú contra el mismo tronco esperas. El olmo que estuvo antes de ti, y al que consideras sostén hermoso de vida, pues será cuando no seas, te da su sombra de siempre porque tú eterno te veas. Por esa sombra te sabes protegido; canta ella toda tu vida y la ampara con sus hojas que te cercan de recuerdos; ¿no es su son


nuevo, sed de vida vieja? Sombra es recuerdo, es un agua que dulcemente te lleva a creerte de otra orilla desconocida, más cerca. De una ignota orilla, siempre por un soñar, hecha eterna. Y esa ignota orilla es la hermosura que te intenta alzar hermosas las cosas que miras y te rodean. ¡Sombra del olmo por donde vuelve lo que más se aleja! En ellas bogas, te bogan, remeras, las hojas tiernas, altas, finas y sutiles del olmo en que te recuestas, mas ¿van llenando tu bolsa de gracias perecederas? Por eso, cuando ahora miras ya cerca mucho más cerca de lo ignoto, a la otra orilla, te.preguntas tú si en ésta en la que estás y estuviste, tiempo te la representa; y tu vida contemplando en el recuerdo refleja constantemente, te dices bajo la sombra viajera de los follajes del olmo: Volveré cuando hojas nuevas volváis, que la ignota orilla es siempre la primavera. Volveré cuando volváis, ¡hojas imperecederas!

EL SICÓMORO ¿Dónde está el sicómoro? ¿Dónde el árbol oportuno, feliz, el que a mi talla ínfima ofrezca su piedad, su viva misericordia y ciega? Quiero verte, Jesús. ¿Dónde está el árbol de hojas áureas alto sobre los siglos y las turbas? El tiempo es éste, el tuyo, y es tu espacio. Como Zaqueo estoy en el camino eterno, y junto a tu pasar perenne; y es el mismo, es el mismo el sicómoro


que a mi lado se ofrece. ¡Dame sólo el ansia de a él, Jesús, encaramarme!

LAS RAÍCES Y EL AIRE (fragmento)

Raíz de encina Sabed; esa es la vida: profundizar con pena hacia la nada. Vivimos para asir esto que vemos: ¡tierra! Y que nos tome. Vana es la ilusión, vano es el aire que la Rosa predica. Enamorada de abril, abril la llena de un temblor que es brevedad: raíz de su locura. Sabedlo, ¡tantas ansias obligarán a perecer temprano! [...] Raíz de almendro Yo soy, también, de los que sueño. Mirad mis brazos. Vedlos. ¡Sí, estos brazos poseen paralelos, allá en el aire donde todo es fácil, otros brazos floridos, de follaje adornados, a los cuales las brisas acarician y las luces dibujan, como míos, entre copas distintas, de otros tantos tan hermosos! Yo soy también de los que sueñan el sueño real de su hermosura. Vedme: la primavera afina mis sentidos, transparenta mis ansias y me dice que estoy allá, en el aire, erguido, blanco como quieta nevada o noche calma sazonada de estrellas. [...] ¡Somos muchos! Venid a los collados, recorred las pobedas, respirad en los oteros las purezas del cierzo que recorre alegre hacia los bosques, y nos encontraréis.


¡Copas, ramas y flores eso somos! Eso sois. [...] Raíz de encina Muy, muy lejos se azotan cabelleras... Muy lejos se oye nieve sobre guijas... ¿Sujeto soy de extraños pareceres? ¿Otras mentes harán que mi verdad se acople a una ilusión, a un sueño que la experiencia niega? ¿Me impondrán su pensar...? ¡Callad, cambiasteis la verdad por fantasías! No hay otro sitio que éste. ¡No seremos distinta realidad de los olvidado! [...] ¡No! ¡Nunca creeré! La otra existencia, la otra ruta es ésta de la tierra y da en la tierra, en la más pura tierra sin raíces, la que con nuestra muerte hacemos gloria. A la fatalidad vela la lógica. [...] ¿Cómo, dime, creíste, hermano Almendro? ¿Qué razón te movió si razón puede mover a un desatino? Raíz de almendro En mí nació mi fe. Nadie me dijo, sino el propio silencio que, en el aire, bajo un radiante azul, se abren mis pétalos; yo supe que son blancos entre las hojas verdes; yo supe que, en las noches de febrero sienten cómo dormitan las estrellas, meciéndose, en sus sedas; sí, yo supe, desde el primer suspiro de mi vida, que el cielo me esperaba desde siempre, que el aire por mis hojas me hablaría; la fe nació conmigo y en mi savia.


Raíz de encina Si la fe no se alcanza, si ésta brota de la propia raíz en el silencio, yo nunca la tendré. [...] Mas, de nosotros, ¿quién ha visto el aire? Desfallezco de duda... La raíz de vida subterránea, ¿cómo puede apetecer soñar con el azul? Decid, decid, ¿visteis un orto, un color, una nube?... Responded. ¡Mi nueva fe en la duda se consume! Raíz de pino Amiga Encina, siempre donde llega la luz llega la sombra, detrás de toda fe se alza la duda; el árbol, con su copa sabe el sol, ah, pero cuanto más frondosa la derrama, por gozarle mejor, mejor percibe, con más angustia, la inhuible sombra. Olvida, Encina, olvida la tierra sin calor donde la sombra viene a caer, devuélvete a la copa donde juegan las albas. Raíz de encina ¿Quién eres, dime? Raíz de pino Soy... El que con su raíz ha visto el cielo. Ella, como mis ramas, ha sentido caricias de crepúsculos. Estoy al borde de un alcor. Gime mi copa bajo todos los vientos. Mis raíces se muestran en la falda donde, al Norte, el vendaval araña.


El Pino soy. Sujeto los cenizas y malvas de las tierras corridas con mis raíces que asomadas ven los soles y los aires. Raíz de encina ¡Oh monje! ¡oh Pino! Tu raíz es obra del milagro, bebe el cielo cual la rama lo bebe. ¡Sé que la luz lo mismo bate tu cerne que tu copa porque mueres, oh hermoso, en ese extremo de la tierra que es...! Raíz de pino ¡Cielo! Donde surge el fulgor y la materia se derrumba, se olvida, se hace tiempo en luces sucediéndose, allí, muestro mi afán. Mi permanencia la quiero sólo recoger del cielo, de las luces del cielo, del paisaje que, en tal fuga, se logra. Raíz de encina Quien te dio vocación quitó tus dudas. Al borde de la muerte empieza el día. Raíz de pino También la niebla me suprime azules y también en la niebla necesito de la luz del recuerdo para ver de los paisajes los perdidos ortos y la esperanzadora lejanía. Vocación es mi nombre. [...] Raíz de almendro Que siempre nuestro fin es el amor y el aire en nuestras formas se recrea. Háblanos tú, Encina.


Raíz de encina Sí, yo también me alabo al alabar los azules que bajan a mi copa y en mis ásperas hojas se desgarran llenos de caridad. Me sé entre piedras, entre las grises piedras, gris y verde; copa para el pardal, para el jilguero; salpicada de sangre en mis bellotas como ampollas de luz en los ponientes. ¡Entre las claras sombras de la sierra o en esta arena blanca junto al río, me sé querida por la luz y el aire!

LA FLOR DEL CASTAÑO

Estar con el castaño florecido (esos conos nevados que, entre hojas, muestran ¿qué dentadura? en pulpa grácil al cielo con el que flirtean pícaros) o no. Pero vivir lo que el castaño vive, esa floración ahora en risa de un existir milagro, ese reír y más reír que clama: ¡sí, estoy! ¡No, no estoy! Revelación de lo profundo de la tierra, blancura insospechada ahí riendo. Y, sí, cual él ni estar ni sí. ¿Vivir? Ni siquiera. ¡Reír! ¿Por qué?… ¡Y nunca saberlo!

ÁRBOL URDIÉNDOSE Esas ramas el cierzo invención de unas manos El árbol ya no cabe si el pie el atlas nos describen Alguien ve más El baile se extasía si el brazo traza numen Pero el árbol existe bien preciso de huir tanto preciso

si el cerebro


la raíz su compás ese vuelo en su tierra hundido urdiéndose.

LA LECTURA ES EL ÁRBOL La lectura es el árbol del paraíso sí pero al cerrar el libro.

EMILIO PRADOS PERFIL La palma al pie de la estrella. Se abre la caja del agua. Queda en el aire la palma.

ÁLAMO EN CALMA ¿Quién roba luz en las ramas del árbol?… —Si todo el cuerpo del verano, está prendido por el azul del momento; si el día, harto de sol, duerme, cautivo, en el cielo; si, entre los juncos, el agua sueña en la aurora del viento, y el mundo es olvido… —¡Sí!: ¿Quién roba luz en las ramas del árbol?…


VEGA DEL SUEÑO Oliva, olivar, olivo: ¡que viene el día! (Y duerme el río)… Olivo, olivar, oliva… ¡que viene el río! (Y duerme el día)… Olivo, oliva, olivar: mi olvido, olvida olvidar… ¡Olivo!

INSOMNIO ¿Tordos en el olivar? —No, tordos, no. (¿Qué tengo, que no duermo? Soñar no quiero… Pero, ¿qué tengo?) —Tordos en el olivar, no. No, tordos, no.

OTRA VEZ ¡Qué alto el ciprés! ¡Qué alto el lucero! (¡Ay, cuántas hojas sin viento!) ¡Qué alto el ciprés! ¡Qué alto el lucero! (¡Ay, cuánta sombra en el suelo!) Solo estoy, pero no estaba. Cuando la luna salga, solo estaré, pero no estaba…


Sí, cuando salga la luna —¡qué alto el ciprés!, ¡qué alto el lucero!—, ay que noche tan obscura!

TEMBLOR DE ESTÍO ¿Qué me importa la alameda si no he de volver a ella? — Al borde de la alameda hay una rosa entreabierta… ¿Qué me importa la alameda si no he de volver a ella? — Al borde de la alameda hay un lucero que sueña… ¿Qué me importa la alameda si no he de volver a ella? — Al borde de la alameda hay una sombra que espera… ¿Qué me importa la alameda si no he de volver a ella? — Al borde de la alameda llora el agua entre las piedras… ¡Suspiran las hojas secas! ¿Qué me importa la alameda si no he de volver a ella?

DOS CANCIONES DEL VIENTO I ¿Las alamedas se mueven? Orden tienen de quedarse dorminas, porque no hay luna… y se mueven.


Es peligroso el negror cuando el silencio es tan frío… y se mueven. Tan honda es la soledad que, ni se siente el olvido… y se mueven. Y yo, por las alamedas voy perdido… —¿Y se mueven? ¡Orden tienen!

2 ¡Qué altos se mueven los álamos! ¡Qué altos! A nadie quiero llamar, pero la voz se me va… —¿De dónde viene?… ¡Qué altos se mueven los álamos! ¡Qué altos! Y, nadie me ha de buscar… Pero, esta voz que a mí viene, ¿de dónde viene?… ¡Qué altos se mueven los álamos! ¡Qué altos se mueven!

BAJO EL CIPRÉS En el huerto me he dormido. Árbol sin nacer: ¿qué olvido futuro, será tu sombra? Árbol de ayer: ¿en qué sueño tu olvido su mano ahonda? En el huerto me he despertado.


Morado alhelí: ¿qué fuego quema tu aroma lejano? Jazmín —temblor de la noche—: ¿qué fuente te está llamando? En el huerto estoy sentado. Cuerpo triste: ¿en qué rocío tu pena se está mojando?… (Huele el sándalo florido y mueve el viento al mastranzo. Flota la luna en la acequia…) En el huerto estoy llorando.

LA VOZ INMÓVIL El ciprés, junto a la adelfa, velando a la luna nueva, me está llamando: — Ven, ven… (No, no, que no voy, que no). El ciprés, junto a la acequia, velando a la luna llena, me está llamando: — Ven, ven… (No, no, que no voy, que no). El ciprés, junto a la alberca, velando a la luna muerta, me está llamando: — Ven, ven… (No, no, que no voy, que no). La noche cubre al ciprés, como una campana negra.


Sigue sonando: —¡Ven, —¡Ven…

LAS ALAMEDAS

I ¡Altas alamedas! (Y el viento con ellas.) ¡Altas alamedas! (¿Y las hojas secas?) ¡Altas alamedas! (La tarde está abierta.) ¡Altas alamedas! (Y la luna llega.) ¡Altas alamedas! (La noche se acerca!) ¡Altas alamedas! (Y el otoño dice: ¡Altas alamedas!) ¡Altas alamedas! (Y la luna sueña.) ¡Altas alamedas! (El lucero espera.) ¡Altas alamedas! (El agua, ¡tan quieta!) ¡Altas alamedas! (La noche se cierra.) ¡Altas alamedas! (¿Y esa estrella muerta?) ¡Altas alamedas! (El eco repite: ¡Altas alamedas!)


¡Altas alamedas! De lejos las miro… ¿Qué sombra entró en ellas? ¡Altas alamedas! El viento suspira: (¡Altas alamedas!)

II Cuanto estaba lejos vi las alamedas. Cuando estaba en ellas vi las hojas secas.

III A las alamedas me voy a vivir. No me dejarán sus hojas soñar ni dormir. Salí de las alamedas ¿a dónde iré ahora? No quiero robar la muerte, si la muerte no me roba. Vengo de las alamedas; las hojas me siguen. Porque me siguen las hojas siento que mi cuerpo vive.

IV A las alamedas entré a descansar. Me dormí a su sombra: no he de despertar. En las alamedas entré por dormir. Desperté en su sombra, no puedo salir. En las ramas altas la luna se enreda.


Mi cuerpo, en la sombra de las alamedas. Si en las alamedas entré por soñar y olvidé mi cuerpo: ¿quién lo ha de encontrar? En las alamedas el viento se enreda. V Jugando y jugando estaban. Las alamedas, ¿qué pensaban? La tarde estaba soñando con la muerte: ¿y qué soñaba?… Las alamedas, ¿qué pensaban? Jugando y jugando estaban y no soñaban… Las alamedas, ¿qué pensaban? Soñando y soñando estaban… Y ¿a qué jugaban?

VI Volví de las alamedas. Nunca lo hiciera: pensaba y pensaba en ellas. ¡Jugaba a las alamedas! ¿A dónde voy? Pregunté. ¡Nunca lo hiciera! Jugaba a las alamedas…


¿Dónde estoy? Nunca lo hiciera, jugar con las alamedas: pensaba y pensaba en ellas. ¿A dónde fui?… Nunca fuera tan solo a las alamedas. Pensaba y pensaba en ellas… Salí de las alamedas. Nunca lo hiciera… (Noche obscura, noche negra…)

DESVELO ¿Y si las alamedas me llevaran al sueño?… (Y en el sueño, dormido espero.) Ay, si me llevarán… Ay, si me llevan… (Y un silencio me sale del corazón; me recorre todo el cuerpo.) Ay, si me llevarán… Ay, si me llevan…

BAJO LA ALAMEDA Era de noche; era de noche, amor, y las hojas secas, eran de noche. Junto al ciprés, un lucero —amor, sí, que yo lo vi—,


¡tan alto, como el negror del silencio! Amor, sí, que era de noche. Era de noche y sentí que la muerte me llamaba —amor, sí, que era de noche—, y las hojas secas, eran de noche. Era de noche, y estaba con el corazón perdido —amor, sí, que lo sentí que era de noche—, y huí, sí, que era de noche. De noche y te abandoné, amor, sí; porque yo vi que era de noche y la muerte me llamaba. Era de noche y las hojas secas eran de noche. ¡Ay, qué solo me quedé, amor, cuando te perdí: que era de noche! ¡Qué solo, amor, cuando vi que era de noche, y las hojas secas eran de noche! Y aquel dolor que sentí —amor, sí, que era de noche—: ¡qué solo!… Que era de noche aquel frío,


amor, ¡sí!… ¡Qué solo!

ARBOLEDA DEL SILENCIO Arboleda del silencio: ¡cuanta quietud en tus hojas para no quebrar el sueño! El amor pisó el olvido. De su huella nace un río…

OTRA COPLA La noche suelta su sangre desde el cielo… Sobre el suelo —¡qué terremoto de sombras! —, empieza a brotar un árbol… —¿Hasta dónde ha de llegar? Pregunta arriba el lucero. —A donde deba llegar. Le responde duro el tiempo… Y el puñal de la raíz, entra al corazón del sueño.

EL OLIVAR SE HA DORMIDO El olivar se ha dormido… (Hacia la mar se lo llevan entre la luna y el río.)

LA FLOR Y EL REFLEJO ¿En esta rama nació?… —En esa rama. (Se está desnudando el agua.) —¿En esa rama murió? —En esa rama.


¿Dónde la rama se fue? ¿dónde la rama?… (Duerme, sin sueños, el agua.)

JARDÍN CERRADO Jardín cerrado: ¿tus muros filtran el tiempo?… Semilla soy, fecundada del tiempo, en la tierra eterna… —Semilla, no, cuerpo y luz hacia arriba… ¿Y árbol ya? —¡Árbol!

¿TAN ALTO EL ÁRBOL? —¿Tan alto el árbol? ¡Arriba! ¡Hacia arriba! (Cuidado con el lucero…) ¡Más alto el árbol! ¡Arriba! Aún más arriba… (Tras el lucero, la luna…) ¡Arriba! (Y, tras de la luna, el cielo…) ¡Hacia arriba!… (—¿Sin nubes, el sol?…) ¡Más alto! ¡Hacia arriba!


AQUÍ ESTOY Espérame bajo el árbol. Bajo la sombra del árbol. En la yerba, bajo el árbol. Mi corazón tiene sombra. No tiene sombra mi voz; ni mi vida, ni mi muerte… No tiene sombra mi cuerpo. Mi cuerpo —todo Universo—, no puede darte descanso… Pero búscame en el árbol. Bajo la sombra del árbol. Verde, en la tierra, a su sombra; tierno en la yerba, en la sombra del árbol: ¡toda mi sangre a tus labios! Pero, déjame en el árbol. Bajo la sombra del árbol. En la yerba, bajo el árbol. Si otra vez me quieres: me buscas bajo este cielo en que hoy canto, bajo los pies de la yerba, ¡toda mi luz sobre el barro!

EL CUERPO ANTE EL ESPEJO 1 Coge esta hoja. —¿Esta hoja?… ¡Lo que tú me das es tu sombra!… 2 ¿Mi sombra?… ¿Acaso es río de mi cuerpo todo el árbol? Sí, todo el árbol… —¡Pues toma toda mi luz!… —¿Y tus hojas?


3 Río del cuerpo, silencio: deja pasar tu misterio…

4 Agua sin puente es mi agua. Árbol sin tallo y sin ramas. —¿Sin hojas?… —Sin hojas, sí. Y sin sombra.

5 ¡Hacia la mar! Al mar alto subió el río… Al alma se subió el árbol… —Subió y está. —¿Bajo el cielo? —¡Presente ante Dios!… Tal vez. ¡Razón de todo el milagro!

LLEGADA (fragmento) Alamedas de mi sangre. ¡Alto dolor de olmos negros! ¿Qué nuevos vientos lleváis? ¿Qué murmuran vuestros ecos? ¿Qué apretáis en mi garganta que siento el tallo del hielo aún más frío que la muerte estrangular mi deseo? ¿Qué agudo clamor de angustia rueda corazón adentro, golpe a golpe retumbando como campana de duelo, ahuecándome las venas,


turbando mi pensamiento, prendiendo mis libres ojos, segando mi vista al viento? ¿Qué rumor llevan tus hojas que todo mi cuerpo yerto bajo sus dolientes ramas, ni duerme ni está despierto, ni vivo ni muerto atiende a la voz de ningún dueño, que va como un río sin agua andando en pie por un sueño? Con cinco llamas agudas clavadas sobre su pecho, sin pensamiento y sin sombra, vaga con temblor de espectro por ciudades y jardines, al mar libre y en los puertos, triste pájaro sin alas acribillado a luceros. Alamedas de mi sangre, decid, ¿qué amargo secreto mordió las sanas raíces que os dan vida y movimiento?

NEGACIÓN A UN VIAJE (FRAGMENTO) Y están las tiernas ramas que aún invitan; que aún florecen ingrávidas como un mundo que nace. Las tiernas ramas que no conocen el quebranto ni el espantoso choque de dos cuerpos en tierra. Como el mar, como un sueño que se olvida, como el sol en la arena mientras los hombres luchan, ellas vuelan y agitan arriba entre las nubes felices en la lluvia y en la luz que se exaltan. Están las tiernas ramas y las hojas que mecen y la tierra que curva huyendo su horizonte. Viven; no están ausentes, pero resbala el suelo y otro dolor se eleva desde la misma sangre. Sabemos de unos hombres que mueren en la ausencia; de unos hombres lejanos en la piel que resisten, de unos hombres o cuerpos que oscurecen sus hojas mientras muerde la lluvia la arena enrojecida.


Allí donde sin sangre las flores se enfurecen y arde sobre las charcas la espuma enfebrecida, hay árboles que esparcen felices su existencia como las altas nubes sobre el suelo se ignoran. Y el dolor, el dolor esa voz ya permanente que el sueño no retiene y en el pecho rezuma; el dolor inflexible que prosigue en el viento, sin límite, insumiso, fuera de la memoria. No abandono estas playas ni la luz de la luna cuando aún las fieras pisan dulcemente en la sombra donde allí mismo existe la frente que domina, los hundimientos subterráneos que ocultan los gemidos. Lejos, lejos las flores de esa muerte jugosa allí donde se duerme sin límite en la selva; donde quiebra la espuma su olvido entre corales y un caracol señala los más profundos sueños. Lejos las mariposas que un mapa disminuyen; las diminutas sienes brillantes de los insectos; las hojas suspirantes que una bruma sostienen: esa música fácil que prende en la tristeza. Donde el látigo rige sobre el marfil que mancha; donde la inmensa noche con su calor alienta la enfurecida arena contra los mismos cuerpos: lejos, lejos las flores de esa muerte jugosa. No abandono estas playas. ¡Oh sombra sombra elévate! ¡Un árbol crece inmóvil bajo los altos vientos!

ÁRBOLES En pie, delgado, altísimo nivelador de vientos, el material suspiro de mi oculto silencio, dejándome vacío sobre la calle, expuesto por falta de equilibrio, al fácil atropello del asalto de un grito o del cruzar de un beso, cansado, se ha evadido del largo cautiverio,


desatándose al río interior, de mi cuerpo. Pesada está mi frente... Tal vez mi pensamiento, voluntario, sus alas ha fundido en el tiempo. No sé qué ardor de fuera, como un sol de desiertos, me aprieta en la garganta la voz seca del sueño. Mis pies, como dos sombras larguísimas, al suelo peligroso y urbano del día están sujetos. Todo el hablar seguro de mi dolor, deshecho... Los caminos, cerrados para mi amor abierto. Como un carbón inútil, que ardió en inútil fuego, cansado de mí mismo mi soledad entrego. Solo un árbol me llama, nivelador de vientos sobre el jardín... Sus ramas: índices hacia el cielo. Mi frente está pesada... A su sombra me acerco a reposar... Las alas cruzo, de mis deseos, y, a su hermosura blanda mi voluntad entrego. ¡Quiero dormir!... —¿Quién habla entre los tallos tiernos?...


En pie, delgado, altísimo nivelador de vientos, es el árbol, suspiro de mi oculto silencio.

ÁRBOLES La alameda está honda, mas no el tiempo. La sombra, antes de ser, ya alzaba su pilar de armonía, debajo de los árboles que hoy forman la avenida. Los álamos, si están, ya siempre fueron álamos o van a ser o han sido. (Todo es brocal de Eterno bajo este negror frío.) Y, acaso un árbol solo es toda la alameda. (¡Qué obscura voz de Estío bajo las hojas secas!) —¿Un árbol? —¡Sólo un árbol!... Y mi mano se acerca para tocar el tronco o el sueño que la asedia. Mas ¡no hay árbol!... La mano abierta, insiste y palpa. (Como la piel de un eco una sombra resbala.) Y... ¡otro árbol! Y voy y otra vez se me escapa. (Sobre mi mano, el viento se va cuajando en lágrimas.) De árbol en árbol voy formando mi alameda. Del cielo entré en su sombra: ahora soy sombra en ella.


¿Sombra en ella?... ¿Y mi cuerpo?... (Un álamo, sus ramas, húmedas por la luna, hacia mis hombros baja.) ¿En dónde estoy?... (Las hojas parece que se quejan.) Los árboles me buscan, sin encontrar mi huella. .............................................

Un árbol y otro y otro y ninguno, son todos los árboles que llaman... (Pero... ¿y mi cuerpo?) El árbol, mueve libre sus ramas. Cae una flor. (El viento la ha soltado.) Y cruza, ya tan sólo mi ausencia. (Sube al cielo la luna.) ¿Dónde estoy? ¿Dónde estuve?... Y toda la alameda se ahonda; mas no el tiempo que la levanta eterna. Pero, ¿quedó un suspiro? La soledad que duerme junto al cauce del río.

LUZ DEL OLIVO I Recordando un verano del Sur —¡tierra lejana!—, llamaron a mi puerta: «¡Ábreme, soledad!»


Oscura soledad era mi cuerpo y a mi cuerpo llamaron: «¡Ábreme, soledad!» Abrí mi cuerpo entero al Sur —¡tierra lejana!—, y tierra en soledad del Sur, hoy se ilumina.

Il ¡Dormido estoy! (Tres hojas han tocado en mi sangre y no despierto.) ¿Vivo?... ¡Nazco en mí por tres hojas!

III Tres hojas me han llevado y tres hojas me traen! Cautivo de tres hojas en tres hojas me quedo. ¡Fui!... Y encontré que estaba al Sur, donde nacía. ¡Vuelvo!... Y siento que voy al Sur, en donde nazco. ¡No salgo!... Y canta el Sur, por nacer, perseguido. En su olivar inmóvil el Sur me anda buscando... Y al Sur, fuera de mí, por mi olivar me voy. ¿Nació del Sur que lloro el Sur que estoy viviendo?...


¡Tres hojas de un olivo del Sur lo están cantando!

IV Una mano —un silencio— llamó sobre mi puerta: «¡Ábreme, soledad, tres hojas de un olivo del Sur traigo conmigo!...» Al silencio le abrí, y olivo del silencio es el cuerpo que vivo.

V Del olivar que soy canta al Sur mi olivar. Canta en mí por tres hojas el olivar que he sido: «¿Para quién nace el sueño que detiene mi canto?... »Ir y estar, ya conozco por mí, que es vivir ciego... »Sentir que vuelvo y voy, es saber que he cantado... »Y cantar, es nacer sin tiempo en un deseo... »¿Canto al nacer por mí de un tiempo deseado?» Nazco y pierdo mi forma y mi olivar no entiendo... Mas pienso en él cantando que es él mi sola vida. Y por su vida escucho, por darme en lo que soy:


vida mía cantada; canción que en mí recibo... Vida que canta en mí su voz que ya he cantado. ¡Luz del olivo, al Sur de un olivar de sueño!

VI Y otra vez a mi puerta han llamado en silencio: «¡Ábreme, soledad! ¡Soledad, en tres hojas mi soledad te dejo!» (¡Olivo de tres hojas abrí mi cuerpo entero!)

VII Solo en mi soledad, como si en mí no fuera, a mí mismo me canto para saber soñar: ¡De tres hojas nacido en tres hojas vivía! ¡Tres hojas!: mi arboleda total de un árbol solo. ¡Arboleda! ¡Olivar! ¡Canción de un solo olivo! ¡Soledad de arboleda del olivar que soy!... Y salgo al olivar. (Como si en mí no fuera, entro a mi soledad...)

VIII Olivo de mi olivo: ¿porque olivar he sido nazco de un solo olivo?...


IX —Olivo, olivo, olivo: ¡olivar de tres hojas de olivo soy!... «¿Quién habla de olivar en mi olivo?» —¡Olivar soy: olivo de mi olivo olivar!... ¡Y soledad de olivo!

X Canto a mi soledad: yo quisiera decirte, olivar que contemplo, que siempre seré olivo si en ti mi olivar soy. Si olivo de ti salgo y olivo en mí te busco. Si escondo en mí tu olivo y, olivo a olivo, escapo del olivo en que huyo. Si olivo sin olivo, en mi olivo me quedo y olivo adentro bajo para salirme olivo... Si olivo a ti te doy por haber sido olivo —olivo a olivo a olivo— del olivo al que voy. Si mi olivar te canto y tu olivar encuentro, bajo el olivo solo de un olivo olivar. ¡Del olivar de olivo que siempre es olivar y olivo nunca ha sido: verde olivar mi cuerpo bajo el olivo abierto verde del olivar, verde olivo contemplo!


XI ¡Lengua viva de un árbol soy olivar que canto! ¡Me han llamado tres hojas de un olivar sin sombra! Olivar del recuerdo de un olivo sin tiempo... Tres hojas: tres palabras de un olivar me cantan.

XII ¡Trigo es el olivar! (Al sol, el sol del sol, sueña en mi soledad.) Tronco de mi palabra en siesta y luz de espiga, canta en mí la cigarra abierta al mediodía. ¡Quietud! (Mi cuerpo duerme en el olivar...) ¡Junto al mar de mi cuerpo duerme un olivo abierto!

XIII Al sol, del sol al sol, hablo a mi soledad: ¿es olivar mi Agosto?... «¡No hay Agosto en mi tiempo!» —Ni hay olivar sin sueño. «¿Entro por ti a soñar?» —Mi Agosto es soledad...


«¡Y olivar es mi sueño!»

XIV ¡Agosto vengo a ser! ¿Y para ser Agosto soy Agosto de olivo?... —¡Ábreme, soledad, que Agosto me ha vencido!

XV ¡Agosto empiezo a estar! ¡Quisiera verte, Agosto!... Mi Agosto quiero ser: Agosto en soledad. ¡Sólo Agosto, en Agosto de Agosto, es olivar! —Y para verte. Agosto, voy mi Agosto a cantar que. Agosto fui —tu Agosto—, y que Agosto en ti quedo. Que Agosto he madurado y Agosto nunca he sido. Mas para ser tu Agosto, pasé mi Agosto y vivo de Agosto por ti estoy: Agosto de olivar; Agosto de un olivo, Agosto en soledad de Agosto de mí mismo... Dice mi soledad: «¿Agosto y sueño unidos? ¡Agosto, a mi olivar!» XVI ¡Dormido estoy!... ¿Tres hojas en mi sangre han llamado?... Salgo y abro a mi sueño: ¡tres hojas caen adentro!


XVII ¡Agosto, Agosto, Agosto!... otra vez sueño. ¿Y solo?

XVIII ¡Al sol con el olivo! —¿Y solo?... —¡A despertar!

XIX ¡Otra vez agosto!... ¡Y solo! (Mi soledad sangra el mar.)

XX ¡Dormido estoy!... (Dos labios en mi savia han besado y no florezco...) ¿Vivo?... ¡Nazco en mí de un olivo!

XXI Llamo en mi cuerpo: ¡Olivo! Y me abre, su olivar nuevo, mi voz que canta: «¡Tu olivo es despertar!»


XXII Recuerdo que un verano del Sur —¡tierra lejana!—, llamaron a mi cuerpo: «¡Ábreme, soledad!» ¡Destierro en soledad era mi cuerpo!... Hoy mi cuerpo es el Sur; mi voz: ¡tierra lejana!

MEDITACIÓN PRIMERA (en el crepúsculo) Solitario en el borde vacío que avanza lleno a él, presentimiento en la memoria es el jardín que aguarda. Un olmo comunica dos mitades, que lo buscan sin norte, frente a frente –jamás para descanso al asistirlo–, y es la cumbre y central de dos lenguajes. El jardín se disuelve en el jardín. Incorporal, sin tiempo, entre dos luces: curvado el cielo que al jardín admira, un fruto en él, extraño y vivo, ¡vivo! –sin ser jardín–, presiente que ha llegado.

MUCHACHOS QUE BAILAN ¡Árboles!… –¿Una espada? –El fulgor último del horizonte herido al fin de un día. –El paraíso en lo real ¿es sombra?… –Y su verdad, la sangre que esconde.

COLINA DEL SUEÑO Alamillo, el álamo que planté, ya es árbol. Amigo: mi mano ya es árbol.


¡Álamo, alamillo! Alamillo: el árbol álamo, es mi amigo. ¡Álamo! Álamo, mi mano que planté, es mi amigo. ¡Alamillo! Mi mano, alamillo, álamo, ya es árbol. ¡Mi amigo! Alamillo hermano: sobre la colina del sueño, soñamos. ¡Álamos! Amigo, mi hermano: viento en la colina… (¿Se mueven los árboles?) ¡Álamo, alamillo: mi mano es el aire!

¿SOY ÁRBOL? ¿Soy árbol? (Miro a la sombra de mi cuerpo en árbol vivo.) ¡Hablando estoy con mi sombra para saber de mí mismo! Me dice la sombra: “¡Acércate más al brocal de mi olvido!” Me acerco y pierdo la sombra… Vuelto hacia el árbol le digo: ¡Nos salvamos! (Miro al árbol y el árbol también se ha ido.) Cruza un pájaro sin sombra, en diagonal de infinito…


Oigo que murmura el agua: “¡Hacia el árbol voy contigo!”

BAJO A TIERRA Bajo a tierra; subo al árbol, soy flor en rama nueva. ¿Seré manzana? ¡Ya he sido! Ahora soy luz de culebra.

MIRÉ EL ÁRBOL… Miré el árbol… Quieto estaba y quieto está… Yo estoy quieto. Y quieto estuve al mirar. Movimientos los dos juntos somos hoy: eternidad que nos llamó —cuerpo oculto.

UN ÍNDICE Y OTRO Y OTRO Un índice y otro y otro me señalan. Soy el centro de un cuerpo que desconozco. Sacudo mis ramas. ¡Ya! ¡Caigo de mis ramas vivo!… ¿Quién señalándome está?: el árbol del que he caído. En tierra estoy. Caminando los índices que me han dado. Busco en mí, perdí mi cuerpo: índice soy del que entrego.

Y LLEGAN, ME PREGUNTAN Y llegan, me preguntan: “¿Y aquel árbol?” Nada sé. ¡Tan profundo! ¡Tan profundo!…


Estoy tendido en mi lenguaje. Acabo de ver cruzar por él mi propio cuerpo… Me acerco a preguntarle: “¿Y aquel árbol?” Sólo un rumor que no comprendo escucho. Estoy tendido bajo tierra. Alcanzo apenas con mi lengua a mi silencio… A su voz le pregunto: “¿Y aquel árbol?” Se abre un rumor… Caigo hacia mí. (Me oculto.)

DOS AGUJAS Dos agujas —dos hojas de este pino que nos acoge—, dame. Mira, mira… ¡Las cruzo! ¿Ves? “¡Velad!”, dice en su centro —signo de la unidad— los que han cruzado.

¡ANDO SIN VIDA! ¡Ando sin vida!… ¿En dónde?… “Acercándome a ti”, oigo en mi voz desconocida que un árbol me responde. Lo miro —duermo en tierra—; tiendo la mano al tacto de mi sueño. “Sigue hacia ti”, lengua del árbol, la savia de mi voz dice y alienta. Abro los ojos. Pienso: ¿en dónde estoy? Y oigo en el aire: “Fuera y dentro de ti, ¿no ves tu cuerpo?” Miro de nuevo el árbol —duermo en tierra—; mi mano, abierta al sol, en mí se esconde.


ALTO PINAR, NO ME ENREDES —Alto pinar, no me enredes… (¿En qué cielo vegetal se va alejando esa nube?) —Alto pinar, no me enredes… (Ahogándome en el descanso me estoy durmiendo en la tierra.) —Alto pinar, no me enredes: deja que al viento, en tus ramas, húmedo de luz me entregue. —Alto pinar, no despiertes.

¿POR QUÉ TODA LA NOCHE HE SIDO AQUEL? ¿Por qué toda la noche he sido aquel? (Era un rumor la sombra; era un rumor: no el tiempo.) Ahora el sol ha nacido. (La luz, la luz veloz comienza la mañana: no el tiempo.) ¿Por qué en el nuevo día soy aquel? (Vuelve a nacer, vuelve a nacer la sombra bajo el árbol: no el tiempo.) ¡Toco en mí y aquel soy! (“¿Aún estás bajo el árbol?”, me dice aquel: no el tiempo.) Salgo: sé que soy yo quien salgo a aquel: no el tiempo. (Brotando está, brotando está la rama de aquel árbol: ¡el tuyo!) ¿Aquel soy yo?: ¿no el tiempo?… (No hay árbol, no hay rumor, no hay luz, no hay sombra.) —¡El tuyo!


DIONISIO RIDRUEJO A UN ALMENDRO Tú no tienes nostalgia ni escarmiento. Memoria sí, del cielo acariciado que es sólo porvenir, fe en tus raíces, porque van nutriendo el prodigio futuro de las flores. Estas son polvo de la tierra. ¿Cuántas, cuántas veces has muerto? A cada muerte recreces tu presencia adolescente cada vez más pujante y venidera. Por tí la blanca nieve no es olvido; por tí, bravo impaciente malogrado, dulce heraldo de mayo, estación sola que se atreve a fundar la primavera cuando es hielo la luz sobre los ramos. Por tí, por tí tempranos los alcores se pueblan de inocente maravilla y decide la tierra alzar, pausada, la rica desazón de sus olores y el descanso feraz de su verdura. Por tí, que nevarás tus agonías, árbol de la ilusión, sin ver tu tiempo y serás un despojo cuando todo se convierta a tu dulce profecía. Duro hueso es tu fruto, pero dentro de su lechosa entraña están las alas de la incansable vida, y tú no cesas de ser nuevo y reír, de ser eterno, de ser milagro y aventura sólo, ¡oh, soldado infantil de la esperanza!

ANDRÉS SÁNCHEZ ROBAYNA ESTE SOLO ÁRBOL NOCTURNO Este solo árbol nocturno. La sombra se desliza por el jardín recién mojado. Y sus soplos ahincados y húmedos. Fluye el aire nocturno en un lecho de sombras en donde el árbol pesa. Ese árbol sombrío. Fluye. El árbol pesa sobre su escritura.


En el jardín desierto, la ola alta de la oscuridad entra en el frescor —movediza, desleída realidad de la sombra, ola disuelta en el jardín, desvanecida en el instante de abatirse en el centro de la ausencia del árbol y su idea.

CONTEMPLÉ EL ÁRBOL Contemplé el árbol, pero no oí su murmullo. En medio de la tarde de luz madura no había espacio movible del oído. A través del camino no intercambiaba lenguajes. A través del sendero pedregoso mudaba visiones: veía el silencio movedizo, el murmullo inmóvil. El camino conducía al mar. Los árboles eran oídos por el ojo, los pasos giraban sobre sí mismos, el silencio maduraba en las hojas brillantes, y éstas se cambiaban reflejos para luego refugiarse en los ojos, ligeros, volátiles, vegetales planetas de murmullo contemplado. Miré los amasijos de luz; danza de plomo de la hora madura, del murmullo rodante, acumulado de silencio de luz ciega en las hojas vibrátiles, astros atropellados en las hojas, planetas penetrando en el árbol quemado.

EL HILO DE LA TARDE El hilo de la tarde descansa sobre la hoja roja. Ved (el) otoño. Ved el. Sobre la hoja ved el otoño. Ved. Hoja roja en que descansa otoño, vedlo. El hilo de la tarde descansa. Vedlo rojo. Diríase que la hoja roja descansa sobre una hora indecisa. La hora indecisa como el lecho en que la hoja descansa. Digo: diñase que la hoja roja descansa sobre una hora indecisa, lo escribo y lo leo. Y lo desleo: preveo que hoja y hora pueden asociarse de otra forma, establecer una corriente: ved la hora como una hoja, en su descanso de otoño. Vedla. Ved el hilo que va de hoja a hora. Vedlo en su otoño. Sobre la hoja ved el otoño. Ved. Hoja roja en que descansa otoño, vedlo. El hilo de la tarde descansa. Ved la hora roja.

AQUELLAS HOJAS Aquellas hojas, enormes, ¿qué decían? Un lenguaje parecían formar con su rumor, una lengua que debía aprender, hecha de grumos. Eran las espesuras removidas por el viento, allá lejos. Yo acudía al ramaje, a las hojas que hablaban.


CUÁNTAS VECES LAS VI AGITARSE Cuántas veces las vi agitarse, solo, en escapadas, para estar con ellas, para oír, otra vez, los golpes silenciosos, el viento de la tarde en sus nudos, las yemas de los árboles. Pero quién escapaba, o creía escapar, si los árboles eran solamente otro espacio de lo inasible, de cuanto queda como suspendido por sobre la materia del mundo, lo no visible y, sin embargo, acaso más real que la piedra que existe. Allí, bajo el ramaje, me sentaba, entre piedras dispersas, por la hierba, sobre la tierra, cifra de los mundos.

AQUELLA ERA LA LENGUA DE LAS HOJAS Aquella era la lengua de las hojas, la lengua del irrequieto fondo de la luz. ¿Lengua, lenguaje, digo? ¿Una palabra más allá del lenguaje, eso buscaba? Solamente más tarde iba a saberlo, cuando el lenguaje habló, y tan sólo llegó el lenguaje a ser la destrucción de cuanto conocía. Y era, al mismo tiempo, la construcción de todo. Yo volvía otra vez a los árboles, aún no sabía del lenguaje sino sólo su enigma.

EL RAMAJE EXTENDIDO El ramaje extendido, la hierba, como un afloramiento del interior del mundo, las raíces de lo visible, los arbustos, el aire, eran una llamada del lenguaje. Y eran una llamada de más allá de él, como si aquella luz hablara de otro mundo, siendo el mundo mismo. Cruzaba el aire, removía


la espesura, la sombra, vibración, allí, de cuanto existe, en los instantes que dicen lo visible y lo invisible. Ahora, el niño que oyó la lengua de las hojas puede decirle a otro que bajo los ramajes, entreabiertos, hablan los mundos, laten los lenguajes.

EN LAS HOJAS SAGRADAS En las hojas sagradas cae la luz del tiempo, las recorren los cauces diminutos del agua, el aire las envuelve con manos que atesoran, es el fin y el origen, es el fuego del tiempo.

VAMOS HASTA LOS ÁRBOLES Vamos hasta los árboles, te dije. Sé que te gusta extraviarte, y a veces me lo pides tirando de la mano, apresada, como apresada por la luz toda mano requiere ir hasta su deseo, llegar a conocer, aun si el conocimiento no es sino el umbral de otra ignorancia, acaso, vacía de sí misma.

ACÉRCATE A LOS ÁRBOLES Acércate a los árboles, verás y podrás escuchar que no existe un silencio más poblado de voces, que parecen alzarse desde el suelo hasta otro espacio. Allí, el aire claro dice el mundo y cuanto se extiende sobre él y, sin embargo, es él mismo, la lengua de la tierra, la promesa de que bajo el ramaje podrás oír el rumor, tomar la mano pura de lo visible, cuando los mundos te parezca que se disipan, cuando la propia luz se acerque hasta los bordes del tormento de la luz, y sea sólo oscuridad.


ACÉRCATE A LAS HOJAS Acércate a las hojas, llégate hasta el rumor. Niño, ese cuerpo inasible que contemplas late sobre esta hierba, en estas piedras, fin y origen. Que el aire que traspasa las hojas vuelva hasta aquí de nuevo, y que esa lengua sea la del cuerpo del mundo. Escucha de esa boca cuanto hay más allá de los árboles.

LUIS ROSALES HAY TANTOS ÁRBOLES EQUIVOCADOS QUE YA NO ADMITEN ADHESIONES Cuando te vea volveré a equivocarme de primavera Para ser justo es preciso parecer cobarde, ¡ea! En mi casa hay un pino que va a la guerra, se va toda las tardes y nunca llega.

SALVADOR RUEDA La carrera de árboles Se oyó un hondo zumbido de bosques agitados, volvió la muchedumbre los ojos con pavura, y viéronse los árboles venir arrebatados en una apocalíptica carrera de locura. Los árboles frenéticos de todas las ciudades, los que adornaron calles y plazas y jardines, sonando a remolinos de intensas tempestades, vinieron desde el fondo de todos los confines.


Los hombres desgarraron sus nidos y sus frondas, los hombres deshicieron sus ramas en pedazos, los hombres les hirieron con piedras y con hondas, los hombres les rompieron los troncos y los brazos. Y, como roto ejército que emigra de la guerra, venían retemblando los árboles heridos, con las raíces hondas sacadas de la tierra, en medio de un tumulto de ciegos alaridos. Sus pies, como madejas de elásticos alambres, huían impelidos con paso monstruoso, echando sus tentáculos de trémulas raigambres, como la planta inmensa de un cíclope asombroso. Pasaban sacudidos, lo mismo que banderas, deshechos en jirones al dardo de las balas, sin pompas del estío ni verdes primaveras, sin risas y sin luces, sin nidos y sin alas. Vedlos; temblando, avanzan con furia arrolladora, trocados en tragedias sus rústicos placeres, y, consternados, vuelven la cara indagadora a ver si vienen hombres, o niños, o mujeres. Silbando como fustas sus trémulos ramajes, van como en un desfile de homéricas zancadas, huyendo cual de un mundo temible de salvajes, con las temblantes hojas de miedo alborotadas. Buscan las vastas selvas, buscan los bosques altos, el maternal origen que les prestó su aliento, y por las cordilleras irán a grandes saltos, buscando, de sus cunas de riscos, el asiento. Vosotras, cordilleras, eternos oleajes de un temporal inmenso de bloques de granito: Os buscan vuestros árboles de bíblicos ramajes; alzadlos a vosotras, y toquen lo infinito. Ellos semejan torres que el sol viste de lumbres, guardianes que dominan los grandes horizontes, son altos obeliscos que Dios plantó en las cumbres, son bíblicas pirámides que Dios puso en los montes. Los hombres no merecen tener por compañía los cedros de altas crestas y troncos perennales, los pinos resistentes de hombruna bizarría, las cúpulas soberbias de palmas orientales.


Ved la esbeltez del álamo pasar en la carrera, tronchadas sus aristas y vastagos lucientes; y la olorosa acacia, que cruza lastimera, llorando mustias hojas y cálices dolientes. Cipreses inflexibles, cual índices cristianos, laureles de áureos triunfos y glorias revestidos, pasan igual que un roto tropel de soberanos, pasan como un desfile de dioses destruidos. ¡Oh torbellino ciego de locos vegetales, que a vuestras selvas madres subís por las laderas!: Huid de entre los hombres terribles y brutales, y os llenará de nidos el sol las cabelleras. En épocas remotas de siglos venideros, en que en las almas entre la luz de otra cultura, bajad entre los hombres y sed sus compañeros, cuando sus frentes sepan de amor y de hermosura.

El árbol patriarcal Siendo ya adolescente, después de muerto el día, sentí el canto divino de un puro ruiseñor; iba buscando nidos cuando oí la armonía de notas como estrellas del trémulo cantor. De la familia humana símbolo parecía, arrullando a su hembra, que incubaba su amor; y me volví la rama donde colgado había el nido de la gracia la mano del Señor. Me hice un árbol gigante con escritos diversos de espigas y panales, cuadrículas y versos, y supe los idiomas del pájaro cantor. Es mi enorme ramaje metrópolis de nidos; soy germinal de acentos y ovario de sonidos; mi tronco llena un siglo, y aún puede procrear.

LA PALMA Dadme, palmares de oro, la palma más ligera, la palma que del bosque palpite en la cimera, como una larga pluma curvada en móvil haz. porque con esa lanza de revibrar sonoro,


porque con esa pluma de gracia y luz y oro, yo escriba en mi evangelio los salmos de la paz. Quiero cortar mi pluma del palmeral sagrado que está por Dios ungido, por Dios santificado, para trazar mis himnos cual páginas de amor; aguas de cumbres sean mis cláusulas rientes, donde a abrevarse vengan las tormentosas frentes, y siéntanse inundadas de música y frescor. Y, así como cruzando sus rutas sempiternas sepultan los camellos su sed en las cisternas entre el incendio vasto del cálido arenal, hundan las ígneas almas sus labios de improviso en mis estrofas llenas de luz del paraíso, escritas con la palma sublime y virginal. Derramen borbotones cual líquidos veneros, o chorros de simiente lo mismo que graneros, mis líricas cadencias de plena inspiración; la palma dicte el verso preñada en nueva vida, cual si un reglón de nidos meciera estremecida al traducir en música la luz del corazón. Seré el evangelista del nuevo amor del hombre, hecho familia humana de excelsitud sin nombre; ni palma, ni rencores ni guerras narrará; como un triunfal Domingo de Ramos florecientes, hojas de noble oliva derramará en las frentes, y con el óleo santo de Dios las ungirá. Dadme del áureo bosque la palma más divina, la que parezca un arco de puerta peregrina; bajo mi pluma pase la humana procesión; bajo su ojiva de oro pase la vida nueva, y haré que de los cielos sobre las almas llueva una grandiosa pascua de audaz resurrección. Y cuando envuelva en himnos los hombres troquelados en la turquesa nueva, por siempre libertados de los infames grillos y la opresora cruz, seré el pastor que guíe la paz del amplio coro, y haré de mi áurea palma mi báculo de oro, que llevaré en la mano como un lanzon de luz. Seré el pastor tranquilo del nuevo amor humano, que ya anticipa el pueblo, como un zumbar ejano que atruena, cual turbante de inmenso caracol; para narrar sereno sus páginas futuras,


haré un misal sublime de páginas tan puras que no lo haya manchado ni un ósculo del sol. Precisa que sin odios agrúpense las frentes; precisa que, serenas, maduren las simientes, que azadas, ruedas, émbolos, realicen su ideal; y armónica, la raza sus olas desenvuelva, y el sístole y diástole su vida le devuelva, cual dos grandes portentos, al corazón social. Bajo la inmensa cúpula del cielo azul latino, Cristo su pan, de nuevo, nos brinda con su vino lleno de eterna gracia, pleno de santo hervor; bajo la enorme cúpula de la azulada tienda, celebra en paz, ¡oh, raza!, tu bíblica merienda, y haz la naturaleza tu gran mesa de amor. Maduros ya los tiempos están de otra armonía, hilaron las colmenas la miel de otra ambrosia, las aguas del espíritu cambiaron de arcaduz. Futuro, abre tu rosa; mi ardiente fe la canta; ya de la palma cojo la pluma sacrosanta y tiembla entre mis dedos como un airón de luz.

CANCIÓN DE LOS BOSQUES (El guaraní) Entre los boscajes del Chaco bravío, cerca de la cola colgante de un río, igual que una araña, teje el guaraní, tele con sus dedos, cual rueca armoniosa, la, igual que una blonda de sol milagrosa, tela de impalpable, rico nandutí, Sentado a la puerta de tosca cabana, hila, como el huso gentil de una araña, el tul de los bosques temblantes de flor; y, siendo tan rudos sus dedos salvajes, fingen diez palillos que forman encajes al entretejerse con ágil rumor. Tiene del abismo su vida colgada, y mientras combina la blonda trenzada, da al son del torrente su voz de metal; al son del torrente que lo balancea, que lo solicita, que lo bambolea, igual que un columpio de furia y cristal.


Pero, retadora su vista insensata del arco estupendo de la catarata, combina su encaje, firme el corazón; y ve, mientras bailan del huso los giros, deslizarse hidrópicos los torvos vampiros, y boas trazando febril contorsión. En su tienda fofa de junco y de caña, no teme del Chaco la intrépida araña, no, entre los abismos, tiembla el guaraní; hilando su tela del tajo en el filo, ve pasar el verde y atroz cocodrilo con ojos de arsénico que enciende el rubí. Ve el pasar de pumas y hambrientos jaguares, tortugas con conchas de rubios lunares, grandes avestruces de raza mandú; son sus camaradas los monstruos y fieras que saltan los riscos y broncas riberas, hasta que se internan en el Iguazú. A veces, soltando su blonda la araña, brinca, al manotazo de enorme alimaña: es el tigre bélico que llega a luchar; y en saltos veloces, que tronchan los sauces, le hunde el hombre el hierro por flancos y fauces, hasta que al torrente ve el monstruo rodar. Y tras de que afronta del tigre el acecho, y le rompe a tajos los lomos y el pecho, lanzándolo al agua que tiembla al reluz, toma al de la rueca bailar de matices, y hace con las fibras de tenues raíces tules incorpóreos y velos de luz. ¡Oh araña salvaje del Chaco grandioso, que lo mismo vences al tigre furioso que haces un encaje del céfiro al son, y que igual ahuyentas, heroico, a las fieras, que, de los fibrales de verdes junqueras, tramas regias túnicas, como una ilusión! Digno es de tu vida tu trono rugiente, que es la comba bárbara de un ronco torrente donde el sol se filtra, brillando al trasluz; y ves en sus ondas terribles y bellas, romperse de noche montones de estrellas, romperse de día montañas de luz.


LA PALMERA El espacio se enciende como una hoguera donde su lumbre en ondas el sol derrama, y en ese ambiente, lleno de roja flama, alza la palma airosa su cabellera. Las líneas de sus arcos forman esfera, encorvando una rama tras otra rama, y en el tronco una escama tras otra escama desde el pie la acorazan a la cimera. Una cigarra ronca, de un arco asida, cuando el calor ardiente rinde la vida, con su voz prolongada rompe el sosiego. Y alzando sus estivos cantos triunfales, en los campos de trigos y naranjales derrama sus estrofas de luz y fuego.

EN LOS OLIVARES —¿Qué haces, linda Rosa, sola en este sitio? ¿Qué hace aquí la reina del cariño mío? Cara más preciosa nadie la ha tenido, talle más cenceño no lo muestra un lirio. Nadie me convence de que tus hechizos en una pintura yo no los he visto. ¡Vaya una garganta! ¡Vaya un pie bonito! Los ojos, ¡qué grandes! Los dientes, ¡qué chicos! Celos de mirarte tengo en este sitio. —¿De veras? —De veras, por eso lo digo. —Pues estoy mirando la flor del olivo.


—De los olivares en lo apartadito un secreto. Rosa, dejara en tu oído. —Me. da mucho miedo. —En yendo conmigo... —De los espantajos menos me confío. — ¡Válgame Dios, niña, cuánto gesto esquivo! Sabes que estoy siempre soñando contigo; sabes que si aliento, sabes que si vivo, es porque te adoro, es porque te miro. —Y ¿qué es lo que quieres decir a mi oído? —Se llama el secreto la flor del olivo. —Toma de él un ramo, Rosa, bien bonito; póntelo en el pelo en recuerdo mío. —Mejor en la boca, que en ella cogido, así, entre los dientes, le daré martirio. —Como haces, ingrata, como haces conmigo. ¡Ignora tu pecho que por él suspiro! Pero yo te juro por lo más divino, Rosa de mi alma, luz de mi albedrío, que gustoso fuera, por tocar lo lindo de tus labios frescos, la flor del olivo. —Una verdad nunca los tuyos han dicho; tú eres como todos: logro, y luego olvido.


—Que me enclaven. Rosa, lo mesmo que a Cristo, si entera mi alma en ti no la fío. Así de tu boca gustara lo fino, como que te guardo mi entero cariño. Deja darte un beso. —¿Un beso me has dicho? ¡Anda allá, goloso, y limpíate el pico! La flor que se arranca del tallo nativo jamás logró luego volver a su sitio. —¿No te doy el beso? —¡Qué has de dar, inicuo! ¡Cuando eche canela la flor del olivo! —¿Y si yo lo pongo? —¡Apártate, o grito! —Déjame que acabe: Si lo pongo, digo, no en tu fresca boca, no en tus labios finos, no en tu cuello blanco, ni en tus negros rizos; si yo pongo el beso, con dulce cariño, sin rozar el nácar de tu rostro lindo, sin tocar tu cuerpo, sin ajar tu hechizo. —¿Cómo entonces? —¿Cómo? ¡Pues es muy sencillo!: Besando en tu boca la flor del olivo. —¡Graciosa ocurrencia! —Lo quieres? Insisto. —¡Si fuese algo cierto de cuanto me has dicho!... —¿Dudas que te adoro igual que a Dios mismo? —Si en mí no has de darlo, el caso es distinto,


porque es la que besas la flor del olivo. —¿Consientes? —Consiento, pero es si, sumiso, ante el cielo juras casarte conmigo. —¡Lo juro!… Ahora toma un beso, tres, cinco... Besos he de darte, besos de cariño, que al cuello te de]en collares prendidos. Cuenta, Rosa, cuenta, uno, dos, tres, cinco...

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En cuanto a casarme, me uniré contigo…, cuando eche canela la flor del olivo.

EL ÁRBOL DE LAS ESTRELLAS Lleno de cálices blancos, desde el tronco a la cimera, el almendro me parece el árbol de las estrellas. En él, con furia soplando, entreabrió marzo sus yemas y en collares de luceros trocó sus ramas espléndidas. ¡Árbol del cielo, árbol claro, que anuncias la primavera: Parecen risas de niño tus flore cillas abiertas! Bajo el ramaje de plata, hecho de nieve y de perlas, que te viste de blancura y de impecable pureza, muchachas de quince abriles, allá en mi niñez risueña, iban a cortar tus tallos


para adornar sus cabezas. La tradición, que no muere, les refirió la leyenda de que, si en torno al almendro bailaban formando rueda, rondadores les saldrían llenos de amantes finezas, que las harían esposas al caer las flores secas. Ellas alzaban entonces hacia el ramaje las diestras, y con tallos adornaban sus sedosas cabelleras; y, coronadas de flores, después formaban cadena, y en tomo al árbol brillante bailaban danza ligera. Cada vez que sacudían, dando las rápidas vueltas, el esplendente ramaje, con las manos en cruz puestas, un aguacero de flores descendía sobre ellas, como en noche azul y clara se ve una lluvia de estrellas. Eran frescas ilusiones, eran esperanzas frescas, que caían en sus almas anegando sus cabezas. Soltaban, locas, la risa al sentir las flores trémulas, y de risas y de flores salpicaban aire y tierra. Después del rito amoroso, al morir la tarde lenta entre derrames de púrpura y velos de azules felpas, hacia el pueblo, entrelazadas, regresaban las doncellas, flores de almendro llevando en las frentes, por diademas; y en un coro, cuyas notas aún dentro del alma tiemblan, esta canción entonaban por las floridas veredas:

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«Almendro oloroso, que un novio me salga; un novio que vista justillo y chaqueta, que tenga los ojos muy grandes, muy grandes, que tenga la boca muy fresca, muy fresca; que sepa en el campo mover una azada, que sepa las armas mover en la guerra; que quiera a su patria, que quiera a su madre, que quiera al Dios justo de cielos y tierra, y que más que a madre, que a Dios y que a patria, a mí, aunque es pecado, me mire y me quiera.»

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Hoy, que a mi ser impasible la edad del dolor se acerca, y de cuanto amé en el mundo muy poco o nada me queda, por no llorar, los dos ojos cierro a la vida de fuera; y más me entristece el alma ver dentro de mí la rueda de juventud y alegría, de amor y de gentileza, que brilla girando en tomo del árbol de las estrellas.

LAS FLORES DEL ALMENDRO Debajo de un almendro florecido, con ramas como sartas de luceros, de tus pesares íntimos y fieros yo escuchaba el relato, conmovido. Con el trágico acento enfurecido, como chocar de rígidos aceros, juraste de enemigos traicioneros tomar venganza, o sucumbir vencido. —¿Qué hicieras tú? Y al agitar tu mano, diste al almendro un golpe soberano que le arrancó sus cálices mejores. —Lo que ese almendro, dije, hago en la vida; si recibo una brusca sacudida, suelto una lluvia de brillantes flores.


SOMOS LOS ÁRBOLES Hechos selvas, al sol idolatramos, y hacia su luz tendemos nuestras hojas, buscando un beso de sus llamas rojas que allá en cielos remotos contemplamos. Como a Dios los espíritus, rezamos misteriosos suspiros y congojas, y en nuestras ramas lánguidas y flojas los nidos, con amor, balanceamos. Cual almas de los árboles, las flores bordan nuestras agujas de colores en los tallos flexibles y ligeros. Y cuando mueve el céfiro el boscaje, se agitan las estrellas del ramaje,

EL ÁRBOL DE LA MÚSICA Hay un árbol todo flores, todo flores sonrosadas, todo flores, desde el tronco a las puntas de las ramas. Cuando abril llega, vertiendo leves lirios de su falda, con su túnica esplendente el vegetal se engalana, y su viva florescencia de mil insectos se cuaja, de mil abejas que zumban como una orquesta lejana. Llenas de polen pajizo, toman, revuelan y pasan, y, como duendes, pululan en las flores fecundadas. En cada cáliz pequeño entra una abeja dorada, buscando las ricas mieles que entre las hojas se guardan; y, callando un solo instante, mientras cosecha la carga, otra vez lanza de nuevo su nota que no se acaba. De activas trabajadoras


están repletas las ramas, igual que flores de música que sonoras se entrelazan; y parece el árbol bello tener dos cosechas gratas: una de flores de notas, y otra de flores rosadas. Debajo, en amante idilio, quedas se arrullan dos almas, que abril adornó con brotes de ilusiones y esperanzas. En el árbol, gota a gota, el dulce panal se fragua; y debajo, beso a beso, panal de amores se cuaja. Mientras se dicen ternezas, las abejas labran, labran; y cuando estallan los besos, las abejas cantan, cantan.

ORGANISMOS DE HOJAS Paradas en el suelo, sois notas desunidas, pero, al venir silbando los locos vendavales, toman vuestras aristas crujientes espirales, fantasmas rotativos que esconden raras vidas. Vuestros embudos broncos, de bocas retorcidas, describen una danza de giros espectrales, y azotan con sus látigos las iras otoñales vuestro veloz desfile de formas impelidas. Hilando y más hilando, vuestra hojarasca seca va andando y más andando, como alocada rueca que, al describir sus círculos, de un ser la vida adquiere. Y mientras dura el giro de la visión briosa, es organismo errante con alma misteriosa que nace, crece, ondula, camina, canta y muere.


PEDRO SALINAS HOY TE HAN QUITADO, NARANJO Hoy te han quitado, naranjo, todas las naranjas de oro. Las meten en unas cajas y las llevan por los mares a tierras sin naranjal. Se creen que te han dejado sin nada. ¡Mentira, naranjo mío! Te queda el fruto dilecto para mí solo, te queda el fruto redondo y prieto de tu sombra por el suelo, y aunque éste nadie lo quiere, yo vengo como un ladrón, furtivamente, a apagar en sus gajos impalpables y seguros esa sed que nunca se me murió con el fruto de tus ramas.

LAS HOJAS TUYAS, DI, ÁRBOL Las hojas tuyas, di, árbol ¿son verdes, estás seguro? ¡Qué alegría te corona por la mañana, a las once, cuando ya no hay duda y todos dicen: «Qué verde está el árbol»! Los pájaros te lo afirman a gritos, desde las ramas cargadas de confianza en el verdor que sustentan. Pero a la tarde la duda primera te va tocando como un pensamiento vago a una frente, desde lejos. La duda viene primero indecisa, hecha matices, de rosa, de malva, tiernos: el crepúsculo es la duda.


Cuando la sombra le mata ya pareces todo negro. Camina por dentro, hacia tus raíces la angustia de cómo eres. Tus hojas tiemblan, se tocan a ver si así, por el tacto, de su verdor se convencen. Pero el tacto nunca enseña lo que es claro o es oscuro. Y así te pasas la noche inseguro de tu misma primavera. La conciencia de tu ser -¿verde, negro, negro, verde?no la tienes tú, está lejos: las esferas te la traen, las esferas te la llevan. Y tú, mar quieto, ¿qué eres? ¿Eres azul, verde, gris? ¿Eres un alma serena que das paz al que te busca? Qué a gusto estás cuando crees que el azul tuyo ya es tuyo, que los ojos que te miran por tu alegría se alegran; cuando no tienes secretos y el que se acerca a tu orilla ve, igual que ve en la mirada el que quiere del que quiere, lo que buscaba, hasta el fondo, Pero luego, al par del cielo, te vuelves inquieto, gris. Empiezas a desdecirte de la promesa que hacías de entregarte al que viniera a mirarte muy despacio igual que un amor. ¿No puedes cumplir eso que ofrecías? No, no puedes: desde el cielo algo que no es tuyo rige tu color y tu alegría. Y por eso tiemblas tanto a la noche; es que no sabes lo que vas a ser mañana, si serás gozo o tormento, hasta que amanezca el día y tu color se decida.


Y entonces yo, ¿cómo yo voy a saber lo que soy, que tengo el alma tendida delante del cielo mío con el mar del suyo? ¿Yo que tengo el ansia lo mismo que las ramas esperando? ¿Cómo voy a prometerte ser alegre, para siempre, ser todo de día, a ti que eres la luz decisiva? Alúmbrame y seré claro; no te quejes de mi pena si es que tú no me iluminas. No me preguntes; tú tienes mi misma respuesta en tí; lo que tú me digas es lo que yo contestaría. Yo solo nada soy; vivo de la vida que me mandas. Te doy pena si me das pena. Mi gozo va a ti cuando de ti viene a mí, porque te debe la vida, y vuelve adonde nació. Si me preguntas si estoy salvado en la claridad, o perdido entre neblinas, y me callaré esperando a que te lo digas tú que das la luz y la quitas.

¡NO PODRÁS SABER NADA, SAUCE TRISTE! ¡No podrás saber nada, sauce triste! ¡Tú que desmelenado sobre el agua te inclinas e interrogas sin saber nunca lo que el agua dice al pasar junto a ti! ¡Y el río corre, el río corre siempre! ¡Y tú quieto a su lado, te doblas, te atormentas, en el vano deseo de seguirle, de correr, de pasar, de ir hacia algo! ¡Estás junto al recodo que hace el río,


lejos de su principio, lejos, lejos también de su final, y si no sabes nada del ayer de estas aguas, del cálido misterio del mañana también lo ignoras todo! ¿Qué eres pues sauce, qué eres? A veces se desprenden hojas de ti; ¡son mudos mensajeros que envías a allá abajo que confías a la corriente para que ellos lleguen ya que tú no puedes llegar! Y tú te quedas en la orilla, viéndolas cómo corren a lo lejos, que se pierden llevándose tu voluntad dispersa. ............................ Si yo pudiera ser el leñador que te cortara, sauce, que arrojara tu tronco a la corriente acaso tú me lo agradecerías y al darte muerte que camina y anda no sentirías el perder la vida eternamente quieta sauce triste y tu tronco se iría allá a lo lejos oyendo lo que dice la corriente. ............................ Así mis pensamientos van diciendo mientras que yo acodado en la baranda, del puente veo como corre el Guadalquivir hacia Sanlúcar... ¡Esos versos que mando río abajo hacia el mar azulado son las hojas del árbol que se desprenden yendo hacia su anhelo, ya que el sauce está en tierra clavado para siempre!


EL AGUA QUE ESTÁ EN LA ALBERCA El agua que está en la alberca y el verde chopo son novios y se miran todo el día el uno al otro. En las tardes otoñales, cuando hace viento, se enfadan: el agua mueve sus ondas, el chopo sus ramas; las inquietudes del árbol en la alberca se confunden con inquietudes de agua. Ahora que es la primavera, vuelve el cariño; se pasan toda la tarde besándose silenciosamente. Pero un pajarillo que baja desde el chopo a beber agua, turba la serenidad del beso con temblor vago. Y el alma del chopo tiembla dentro del alma del agua. EN LA TIERRA SECA En la tierra seca el alma del viento avisos marinos me daba con los labios trémulos de chopos de estío. Alientos de mar y ansias de periplo, quilla, proa, estela, Circe y vellocino, todo lo mentían chopos sabidores de la tierra seca. Y una nube blanca (una vela blanca) en el horizonte, con gestos de lino, alardes de fuga por rumbos queridos hacía en el mar sin viento de aquel cielo seco de la tierra seca con chopos de estío.


TRÁNSITO ¡Qué princesa final —la última hoja de otoño— pasa por en medio, lenta, de la ancha calle sola! Rubia, desheredada, morganática esposa del gorrión. Presentan armas, inútiles aceros, ramas secas, dobles filas de árboles, la guardia. ¡Adiós! Las encendidas iluminaciones urbanas a su muerte paraísos eléctricos ofrecen, blancos campos elíseos. ¡Arriba! El viento, su destino, ya la sube, alma, al cielo. ¡Adiós! Invierno, ¡qué anarquía!, invierno. Las dinastías verdes cumpliendo trasatlánticos destierros, esperan abril, clarín, restauración segura.

EL ÁRBOL MENOS En el filo del hacha me llevaron un pedazo del mundo. Ciprés: largas sombras azules en un muro encalado, veo. El ruiseñor cimero, cantarín del antojo, oigo. Por su masa secreta, índice vertical del paisaje seguro, sé. En el filo del hacha me lo llevaron todo. Cierro los ojos ante paredes blancas, se me empapa el silencio de ruiseñor huido, tiemblo, inmóvil, en campiña sin clave.


RAPTO A LA PRIMAVERA ¡Cuidado! Desprendidas, precoces, rubias, sobre la capota del coche, están las dos. Hojas. Otoño. Aquí. ¡Corre! Quieren salvarse. A ochenta, a ciento, a mil, sobre los mares, sobre los récords, a llevarlas al otro mundo, a la otra mitad del mundo donde están brotando ahora tiernas las otras. ¡Sálvalas! Furtivamente ponías en la más descuidada rama de un árbol distraído. Despacio, sin que lo advierta, sin que se entere, esa por ti engañada primavera de allí.

CANCIÓN DE LA VIDA TOTAL (fragmento) tú eres, tú, mi raíz, tú, mis raíces. De ti me llega la porción honda, de abajo eterna de mi existir. Por ti soy uno, uno fatal. Fatalidad de la raíz. […] Tú eres mis hojas tú eres lo verde que en mí existía. La primavera se me conoce sólo por ti. Tú eres mi hoja. Por ti soy ciento, mil, más, las hojas.


Por eso vivo entero todo, dentro de ti, de arriba abajo, de abajo a arriba: flor, florecido; trémulo, hoja, hondo, raíz.

LA TIERRA TARDA La tierra tarda, tarda, en hacer su alegría sus árboles, su flor. Hay que echar en el tiempo, en el azar, sembrada una esperanza mínima, seca, que nos quedaba de la vid de antes. Y esperar que la fría lentitud combinada de la tierra y del sol, en rodar de estaciones nos devuelvan un día mayor, sí, renovada, la espiga o la granada, las delicias terrestres. Pero las almas tienen un don de primavera, poder de dioses. Pueden hacer brotar de pronto en páramos, en penas las alegrías súbitas las sorpresas más altas las llamas surtidoras, cuando siembran una querencia ardiendo allí donde otro anhelo ardiente le esperaba y el mundo va deprisa y el gran goce madura sin víspera instantáneo, contra la ley terrena, por el fuego del alma. Y nos brota la flor suprema, la sorpresa en el día, en el aire que menos lo esperaba.


MIGUEL DE UNAMUNO EL CIPRÉS Y LA NIÑA Junto a la verde albahaca está la triste niña, el codo en el alféizar, la rosada mejilla descansando en la mano y clavada la vista de la calle en el fondo, donde en el cielo linda la cerca del convento tras de la cual estira un ciprés solitario su negrura nativa. Está a ver cuándo llega, esperando la cita. Hace ya largo tiempo que sueña, aguarda y mira, el codo en el alféizar, la rosada mejilla descansando en la palma de la mano y perdida la mente sonadora tras del ciprés, la niña. ¿Quién, cuándo, dónde y cómo a la triste dio cita? ¿Quién? Ella no lo sabe. ¿Cuándo? en los dulces días en que perdió la infancia al recoger la vida; ¿dónde? en el medio mismo del alma ya intranquila. ¿Cómo? ¿con qué palabras? ¡sin palabras! Suspira desde el fondo del pecho y aguarda, ¡cuitadilla! Cuando el sol la despide llevándose otro día, del ciprés la negrura con su arrebol aviva. En el cielo encendido severo se perfila como columna trunca resto de alguna ruina,


y parece decirle: ¡ten paciencia, hija mía! Sobre él pasan las nubes como pasan los días, y el galán de los sueños no acude, no, a la cita; y entre tanto atalaya el ciprés la campiña. Mirándole amorosa la pobre le decía: «Mi negro centinela, »cuando llegue, me avisas, »avísame si duermo, »no me dejes dormida; »despiértame si pasa, »que se me van los días »y se me va con ellos »la esperanza de dicha.» Y el ciprés esperaba, y esperaba la niña, y el galán esperado tanto esperar se hada que dio en pensar la pobre en la huerta tranquila que detrás de la cerca su reposo la brinda. Se encerró en el convento buscando allí la dicha que en el mundo no hallaba; esperando la cita del galán de los cielos; esperando rendida que el Esposo Divino la llamara algún día. Y allí todas las tardes se sentaba la niña del ciprés a las plantas, el codo en la rodilla, en la pálida mano la pálida mejilla, y la mente que sueña en los cielos perdida. Y al ciprés confidente la pobre le decía: «¡Mi negro centinela!, »cuando baje me avisas, »no me dejes dormida; »despiértame si pasa, »que se me van los días


»y se me va con ellos ola esperanza de dicha.» Y el ciprés le responde: «¡Ten paciencia, hija mía!» Con paciencia murióse, de esperar se moría, y al pie del árbol negro le dan tierra bendita. Y allí espera la pobre, allí espera dormida a que por fin le llegue la hora de la cita. Y en las serenas tardes de los tranquilos días, cuando el sol al ponerse los cielos encarmina, el ciprés solitario que a la infeliz cobija parece susurrarle: «¡Ten paciencia, hija mía!» ¿Y la albahaca? Se hiela una mañana fría en que un galán que pasa en busca de la dicha al levantar los ojos, hambrientos de la niña, se encuentran, bajo el cielo, la ventana vacía.

EL MAR DE ENCINAS En este mar de encinas castellano los siglos resbalaron con sosiego lejos de las tormentas de la historia, lejos del sueño que a otras tierras la vida sacudiera; sobre este mar de encinas tiende el cielo su paz engendradora de reposo, su paz sin tedio. Sobre este mar que guarda en sus entrañas de toda tradición el manadero esperan una voz de hondo conjuro largos silencios. Cuando desuella estío la llanura, cuando la pela el rigoroso invierno,


brinda al azul el piélago de encinas su verde viejo. Como los días, van sus recias hojas rodando una tras otra al pudridero y siempre verde el mar, de lo divino nos es espejo. Su perenne verdura es de la infancia de nuestra tierra, vieja ya, recuerdo de aquella edad en que esperando al hombre se henchía el seno de regalados frutos. Es su calma manantial de esperanza eterna eterno. Cuando aún no nació el hombre él verdecía mirando al cielo. Y le acompaña su verdura grave tal vez hasta dejarle en el lindero en que roto ya el viejo, nazca al día un hombre nuevo. Es su verdura flor de las entrañas de esta rocosa tierra, toda hueso, es flor de piedra su verdor perenne pardo y austero. Es, todo corazón, la noble encina floración secular del noble suelo que, todo corazón de firme roca, brotó del fuego de las entrañas de la madre tierra. Lústrales aguas le han lavado el pecho que hacia el desnudo cielo alza desnudo su verde vello. Y no palpita, aguarda en un respiro de la bóveda toda el fuerte beso, a que el cielo y la tierra se confundan en lazo eterno. Aguarda el día del supremo abrazo con un respiro poderoso y quieto mientras, pasando, mensajeras nubes templan su anhelo.


Es este mar de encinas castellano vestido de su pardo verde viejo que no deja, del pueblo a que cobija místico espejo.

AL PIE DEL SAUCE Aquí, al pie del sauce, viendo correr las aguas apuraré en mi pecho las penas de mi patria. Aquí, al pie del sauce, las historias de mi España recorre en olvido de lo que en ella hoy pasa. Enfrente, en la otra orilla, un pescador de caña me da cumplida imagen de eso que llaman «masa», del desdichado pueblo que ni odia ya ni ama. Aquí, al pie del sauce, veré correr las aguas por si ellas una cuna trajeran de pasada, cuna en que el cielo un niño dormido nos mandara, y es el Moisés que a todos nos finge la esperanza, el Moisés que nos saque de esta tierra encantada, y nos lleve al desierto donde Dios nos aguarda. Y un día desde el monte, en radiosa alborada, muriéndose de viejo, les muestre en lontananza brillar a nuestros nietos la tierra deseada, les muestre bajo el cielo nacer, por fin, la patria. Aquí, al pie del sauce, veré correr las aguas, mientras en ellas pescan los pobres su mañana, y esperaré que el cielo la patria, al fin, nos abra.


AL PIE DEL ROBLE Al pie del roble aquel de la colina, al pie del roble fue; cuando le roza el viento del recuerdo tiemblan las hojas de él. Fue al pie del roble, qué, ¿ya lo olvidaste? del viejo roble al pie; de aquel que nos cubriera con su sombra y que nos fue tan fiel. Y al pasar junto al roble en primavera ¡oh mi perdido bien! las verdes hojas a tu alma dura ¿no le tiemblan también? ¿Es acaso .más dura ante el recuerdo que la del roble aquél? Al pie del roble aquel de la colina, recuérdalo, ¡allí fue!

LA ENCINA Y EL SAUCE La inmoble encina al cielo inmoble alza redonda la copa prieta que ni cierzo fiero riza mientras el sauce llorón en el agua huidiza la cabellera tiende hundiéndola en la onda. Van sus hojas de otoño del río en la ronda hacia el mar en qué el río vencido agoniza y al llegar del invierno los cielos ceniza menea su manojo de varas sin fronda. Déme Dios el vigor de la encina selvática que huracanes respira en su copa robusta y del alma en el centro una rama fanática con verdor de negrura perenne y adusta, que no quiero del sauce la fronda simpática que a las aguas que pasan doblega su fusta.

ÁRBOL De Ti, Luna, al claror, aqueste valle de amarguras remeda blanco lago


de lágrimas, de noche; su verdura como el haz de las aguas, y sus rocas islotes en que aguardan desterradas su libertad las almas. Arrecidas tiemblan —¡las pobres!— cual las hojas secas de noviembre en el chopo de la orilla del río que no posa, y recogiéndolas cuando caen en su seno, al mar las lleva. Así del leño de la cruz prendidas tiemblan, pobres, las almas al hostigo del cierzo de la sima tenebrosa, que lleva en vilo su temblor sonoro, cual miserere de las secas hojas, sollozos de pasión que en sí no cabe. Forman las almas el follaje prieto del árbol de la cruz, por él unidas en hermandad de amor, y se estremecen en corro a la cabeza coronada por la melena, negra cual la noche, del blanco Nazareno; y cuando, al cabo, el cierzo del abismo las arranca de la copa del árbol misterioso, van al caer rodando por el pecho blanco del Cristo, y a su pie se pierden en el río de sangre que las lleva de la vida eternal al mar sin fondo. Río de sangre que al fulgor de luna del corazón del Cristo, por el lecho de este valle de lágrimas se lleva, crujiendo en remolino congojoso, rebaños de almas, ahornagadas hojas. Y esa tu sangre zapa los cimientos del baluarte de aquella archienemiga de la humana familia, y que es la madre del hastío y la desesperación.

ÁRBOL SOLITARIO Árbol solitario se alza en campo yermo, desafía las iras del rayo del cielo. La tormenta cuajó y suelto el rayo tronchó del árbol el robusto tronco; ¡ay del árbol solo que en un campo yermo desafía las iras del rayo que es ciego!


EN UNA CIUDAD EXTRANJERA (fragmento) Voy a sentarme aquí, bajo este tilo, que me recuerda al tilo de mi pueblo, aquel que alza su copa donde rodó mi cuna y es él cuna de pájaros que cantaron los juegos de mi infancia. Memorias su perfume me trae de aquellas gentes que son las mías, que conmigo se hicieron; ¡la patria resucita!

DE ESTE ÁRBOL A LA SOMBRA De este árbol a la sombra descansó un día; de esto hace ya más de trescientos años, y aun el recuerdo en su follaje vibra. Y ese sagrado ruiseñor que el nido guarda en las ramas, guarda la doctrina que de labios oyó del santo andante, un ruiseñor como él. Cuando declina el mismo sol de entonces y va alargando al pie de la colina del árbol secular la fresca sombra, gorjea la avecilla las palabras que el hombre en lengua humana dijo, a lengua del cielo traducidas. El árbol las entiende y su follaje oyéndolas palpita.

NUBES DE OCASO Al caer de la tarde y al caer de las hojas, hacia el poniente, bogando encima de su larga sombra, se iba mi ensueño, a perderse del cielo en las rosas nubes de ocaso. Y rodando las hojas a la cama del sol, cual mi ensueño,


perdidas iban. ¡Ay mi otoño, mi otoño de gloria! Qué triste es tu calma serena y tranquila; cuando corre al ocaso, a la hora que el sol se traspone, de ensueños la ronda, sembrando en tierra semillas de otro mundo, largas sombras. A la costa del sol van rodando, amarillas olas, que ayer verdes, prendidas al árbol bebieron sus rayos del cielo en la copa, del sol mismo hambrientas, buscando la sola, la eterna ventura de arder de su pecho en la fragua ardorosa. Y allí, cenizas y humo, dar a la tierra lo que de ella brota, y a las nubes, al cielo, lo celeste, y en las celestes costas al sol, al acostarse cada día rendido de su obra, enjugarle el sudor de oro encendido, la savia roja. Y vosotros, también, mis ensueños, del árbol de mi vida frescas hojas, en tierra dejaréis vuestra ceniza, que fue tierra fangosa, y al sol eterno, en el templo de gloria en que oriente y ocaso se hermanan, el alma entera rendiréis en suprema victoria, vuelta, al fin, a su fuente de vida. Al caer de la tarde, y al caer de las hojas, amarillos como ellas, se van mis ensueños rodando cual olas; ¡en el lecho del sol van buscando libertad redentora!

UNA NOCHE SERENA DE OTOÑO Una noche serena de otoño vi a la lívida luz de la luna de nuestro árbol temblar en la copa una hoja, ya última.


Y al llegar la mañana siguiente, tembloroso y con mano confusa arrancaba otra hoja con fecha de tu sepultura. Y al oír cómo gimen al viento de la noche las hojas desnudas, primavera en el fondo del alma me canta verdura. Porque el cielo a que cubre la yerba que te abriga, Teresa, en tu cuna, es un cielo que siempre está verde, de eterna verdura. Es un cielo cuajado de flores, siempre flores que nunca dan fruta; es un cielo de amor siempre virgen que jamás se muda. Amarillo el recuerdo, la muerte, amarillo todo lo que se usa, pero es verde la eterna esperanza, la esperanza pura.

ES UNA ANTORCHA AL AIRE ESTA PALMERA Es una antorcha al aire esta palmera, verde llama que busca al sol desnudo para beberle sangre; en cada nudo de su tronco cuajó una primavera. Sin bretes ni eslabones, altanera y erguida, pisa el yermo seco y rudo, para la miel del cielo es un embudo la copa de sus venas, sin madera. No se retuerce ni se quiebra al suelo; no hay sombra en su follaje, es luz cuajada que en ofrenda de amor se alarga al cielo, la sangre de un volcán que enamorada del padre Sol se revistió de anhelo y se ofrece, columna, a su morada.


DORADAS HOJAS DE LA LENTA TARDE En el Jardín del Luxemburgo, a la caída de las hojas de otoño. Doradas hojas de la lenta tarde de mi vida y del año, sueño al veros las piedras de oro —¡sus rojos letreros!— de Salamanca, donde Dios me guarde. Corazón, nunca has sido tú cobarde; esas hojas te anuncian los primeros hielos de aquí, en París, ¡oh, los braseros, donde el rescoldo entre cenizas arde! Noches en que la lumbre sosegada dormía, en tanto que fuera el relente despertaba a la vida en la alborada; noches en que sentí sobre mi frente la mano del Señor que de la nada ¡me iba exprimiendo el sueño que no miente!

AL PIE DEL ROBLE DE LA MONTAÑA Al pie del roble de la montaña tapé mis ojos llenos de ensueño, soñé la encina, de la llanura, hojas de abismo que sellan cielo.

EL TRISTE TAMARINDO DE LA DUNA El triste tamarindo de la duna vencido a los zarpazos de occidente derrama sin cesar sobre su cuna melena en tronco que no muestra frente. Es el dolido adorador a solas de la mar implacable, su madrastra; que le espurríe sales con sus olas para bizmar sus penas y le basta. Arrastra quieto su miseria oscura, sin luz ni sombra; con sus grises flores, canas de primavera, ¡qué locura de triste amor que no sabe de amores!


REMOLINO DE HOJAS SECAS Remolino de hojas secas entre polvo, contra el suelo… con ellas perdió sus ojos el roble, y es su consuelo.

EL TRUENO AL BOSQUE ATRONÓ El trueno al bosque atronó, pero el rayo a un solo roble hirió de soslayo. Era sordomudo el roble y con desdén noble de ramas se encogió.

ROBLE EN INVIERNO Roble en invierno: verdura de hiedra le hace soñar; sueña en la escarpada altura la que nunca ha de alcanzar. Sueña sus muchos follajes; le hicieron mantillo al pie; de los años los ultrajes le han resecado la fe. Aguas bebe su raigambre del hielo bajo el rigor; vive en invierno del hambre de primavera de amor. Roble en invierno; su jugo preso a tierra, sin subir, siente de la muerte el yugo, pero espera revivir.

MADROÑOS DEL MACHICHACO Madroños del Machichaco que acaricia la galerna, San Juan de Gaztelugache uncido a la mar soltera.


Soledad de la montaña en la soledad costera, rueda a pudrirse en el piélago follaje de la madroñera. Pasan los rojos madroños, llevan sangre de la tierra, pasan las olas de espuma, sal de vida zarandean. Madroños del Machichaco de la soledad montesa, San Juan de Gaztelugache de la soledad costera.

AL ENEBRO DEL BORDE DEL BARRANCO Al enebro del borde del barranco le ha derribado el huracán: hace de puente; sigue aullando abajo fiero el torrente, hambriento can.

HABLABA COMO UN ÁRBOL Hablaba como un árbol; en sus hojas susurraba el aliento del Señor; endulzaba con su habla las congojas en que el hombre madúrase en amor.

UN NOGAL COBIJA A LA CHOZA Un nogal cobija a la choza y el alba se pliega a su techo; los rascacielos termiteras a la rasca ahuyentan al cielo. Del fogón la humareda surge, respiro, suspiro e incienso, la copa del nogal la cierne, sahuma del sol el brasero. Al gallo zagal sin vecinos, no hay calle, se sale al sereno, y al ver recogerse la estrella se emboza sobre el verde en cielo.


RAÍCES MIS ALAS SE HAN VUELTO Raíces mis alas se han vuelto, mi vuelo la tierra zahonda, el cielo a callarse resuelto, acaso el abismo responda.

¿DE QUÉ ES TU RAMA, RAMERA? —¿De qué es tu rama, ramera?, ¿de roble, laurel u olivo? —Del árbol que en primavera se aja en flor sin fruto vivo. —¿De qué te sirve tu verde cuando el ardor te sofoca? —Ay, cuando el verde se pierde polvo de hielo en la boca. —¿De qué es, ramera, tu rama? Quiero partirla contigo. —De la llama que en la cama brama, pues no ama al amigo. —Ve, tu rama es sólo un palo: se le han caído las hojas. —Mas no es eso lo más malo: es que van en sangre rojas. —Ay, ramera, tus afeites huyen del día de luz. —Os purgo sucios deleites y mi rama es una cruz.

LOS ÁRBOLES PLUMAS Los árboles plumas, el mar tintero, no le bastan al verbo del Señor; el cielo de la noche es un letrero, y con su letra en el alma penetra su voz de amor.

HOJA QUE EN TIERRA BUSCAS TU RAICILLA Hoja que en tierra buscas tu raicilla, no la hallarás en barro;


hiende la roca, mientras tú amarilla bajo el piso del carro. Te llegaba su savia hasta la rama de que te desprendiste; Dios os ligó del árbol en la trama y tú no lo supiste. No busques suelta, mi alma, aquí, en el suelo tu raíz de verdad; al árbol de la vida presa, el cielo te da la libertad.

VIENDO EN EL RÍO LA SOMBRA DE UN CHOPO Viendo en el río la sombra de un chopo con dos temblores: del río y de sí, rascándose el cogote piensa Esopo: ¿qué fábula voy a sacar de aquí? ¡Ay moral de moraleja! ¡Ay consejo de conseja!

MI BOSQUE, DE TU MADERA Mi bosque, de tu madera un día han de hacer papel de libros, nueva cantera de otra torre de Babel; pero el zumo de tu verde que a mis abejas dio miel, ¿quién guardará, si se pierde, bosque de mi San Miguel?

AL PIE DE UN ROBLE, OTRA VEZ TIERRA, AGUARDAS Al pie de un roble, otra vez tierra, aguardas entre las raíces y los rocíos, y al alba cada día dices: ¡Tardas tanto, Sol mío!


EN LOS BRAZOS DE UN OLMO En los brazos de un olmo cantaba anidado un ruiseñor; a sus pies un muchacho soñaba dormido con el amor. En la copa la brisa aventaba los cantores del cantor; entre raíces el agua llevaba los sueños del soñador.

TÚ TIEMBLAS Tú tiemblas al pensar en la mañana, llena de luz y flores, y de brisas falaces en que estuviste al borde ¿de qué...? ¡del paraíso! Dominando a la cerca se veían como brazos floridos de un ángel del Señor, verde y lozano, del árbol prohibido de la ciencia del bien y el mal las ramas. Sus frutos refulgían como estrellas caídas desde el cielo; su perfume embargaba la cabeza. Y, ¡santo Dios, qué hambre!, ¡hambre de las entrañas, congoja que subía de la tierra y te ganaba toda! Y tú, pobre hija de Eva, la cerca contemplabas. Viste entonces que el árbol por encima de la encrespada tapia una rama tendiendo te ofrecía su rojo fruto. Recogías del suelo ya una piedra con la cual derribarlo, cuando el árbol, artero, soltó su fruto sobre ti, y al punto, llena de susto y miedo, dejando tú caer la piedra, huíste.


Sigue allí el árbol, es perenne su hoja, perenne el fruto.

JOSÉ ÁNGEL VALENTE ELEGÍA, EL ÁRBOL El árbol pertenecía por la copa a lo sutil, al aire y a los pájaros. Por el tronco, a la germinación y a todo lo que une lo celeste con los dioses del fondo. Por la raíz oscura, a las secretas aguas. La copa dibujaba un amplio semicírculo partido. Porque también el árbol era portador del fuego, herido por el rayo, el árbol. Como otras cosas mayores que nosotros, estaba el árbol no en la ciudad, sino en el mundo, más cieno que ella misma, que aún la circundaba. Árbol. Ciudad. El árbol en lo alto, sobre la lentitud de la subida. Nos llevaban a él, pensábamos, su propia suficiente soledad o su belleza. Soledad o belleza, santidad, forma que en la cercanía del dios reviste lo viviente. El árbol, nos dijeron, fue talado. El árbol, no de la ciudad, sino del mundo, más real, que entonces aún la circundaba. Quien visite el lugar acaso sepa que aquel árbol no podía morir; que en el lugar del árbol para siempre hay, igual al árbol, en la posición antigua del orante, un hombre, igual al árbol, con los pies en la tierra, pero menos visible, la cabeza y los brazos, con las manos abiertas, alzados hacia el cielo, copa, tronco, raíz, para que desde lo oscuro suba lo oscuro al verde, al rojo, y a su vez el fuego regrese de lo alto a la matriz, al centro imperdurables.

ESCRIBIR Escribir es como la segregación de las resinas; no es acto, sino lenta formación natural. Musgo, humedad, arcillas, limo, fenómenos del fondo y no del sueño o de los sueños, sino de los barros oscuros donde las figuras de los sueños fermentan. Escribir no es hacer, sino aposentarse, estar.

EFEMÉRIDES Salir al fin al día, al día vegetal, al fin, seguro, sentirse bien, perfectamente bien, reconciliado, radiante al fin, seguro de no morir o de morir, al cabo tan seguro de sí, de no, de todo, al día vegetal, al día, al nada.


ARRASTRABA SU CUERPO Arrastraba su cuerpo como ciego fantasma de su nunca mañana. Ardió de pronto en los súbitos bosques el día. Vio la llama, conoció la llamada. El cuerpo alzó a su alma, se echó a andar.

AMANECER Amanecer. La rama tiende su delgado perfil a las ventanas, cuerpo, de tus ojos. Párpados, párpados. Se posa apenas la pupila en la esbozada luz. Adviene, advienes, cuerpo, el día. Podría el día detenerse en la rama desnuda, ser sólo el despertar.

Descender Descender por el tacto a la raíz de ti, memoria húmeda de mi tránsito.


LUIS FELIPE VIVANCO BOSQUE DE LA ALHAMBRA Nieve. Y sueño. Y Alhambra. ¡Cuántos árboles! Crecen y el agua no es el agua. Es lucero y es llanto, es sombra y es pisada. Bosque –y tiempo– con luna, y en el viento otras ramas, y en el tiempo otra niña, y en las torres palabras… Palabras que son rejas, (tu reja y tu ventana). De día es más de noche que nunca. Corre el agua y los árboles crecen. Niña. Y vida. Y Alhambra.

EXAMEN DEL AÑO, IX Septiembre, cada chopo es un sueño dorado y cada luz de ocaso tiernamente se humilla a tu dulzura. ¡Ay, dulce otoño! Recuerdo lo que yo presentía cuando una viva llama quemaba mi vida, lo que yo iba descubriendo en el desmayo intenso de las hojas marchitas. ¡Ay, árbol de otoño! Tú solo confirmas con tu oro glorioso la riqueza ideal del año entero. ¡Ay, firme cumplimiento de los ruegos más puros en el dorado enjambre de tu hoguera! Una visión cercana quiebra mis ojos y una débil figura de mujer recorre la altura luminosa de la tarde brindándole al fervor de mis pupilas las pruebas dolorosas de su encanto. Porque ese pelo rubio será para mi anhelo como un río sin puente ni riberas, y el arrullo de las palomas se ha convertido en un seco sollozo de matorrales. ¡Ay! Se me acaba el día de septiembre y las horas agigantadas impiden mi vida. Yo habitaba una mansión invisible, que no pude mirar pero abrigaba mi esperanza, y hoy no me queda más que este prestigio altivo lastimando mi sueño, y los prados y los chopos amarillos le piden a mi angustia que se quede con ellos.


ÁRBOLES ALTOS ¡Ay, árboles altos, tejidos por las manos del viento en la distancia como un lienzo imposible de vagos tornasoles donde sueña el amor su vida perdurable! Vosotros, como un ángel que ha iniciado su vuelo milagroso, acariciáis mis sueños, tiernamente implacables, y los hacéis un solo bienestar desesperado en el convencimiento de mi sangre cantora. Para el ardor del hombre crecéis en el sosiego más intenso, árboles vivos de pujanza entera, para su vocación de altísimos fulgores. ¡Qué dorado equilibrio de brisa y primavera vuestra fronda suspensa sobre el rumor más suave! ¡Qué leve anunciación de las horas piadosas en que desmaya el día su perfección oculta a la mirada y acrece su delicia en el más bello fervor de mi abandono! ¡Y qué alada ascensión en la clara inocencia del sol privilegiado por la gloria excesiva que renueva el ramaje! ¡Ay, árboles altos, límite de mi voz enriquecida por toda la esperanza señora de mi espíritu, que alcanzáis las visiones del gozo más subido y entrañáis la ternura en el vibrante espacio, el amable verdor de vuestra gracia joven que cumplirá extasiado su plenitud de estío! Pero el tiempo no sabe contemplar la hermosura, y, como la tristeza de la carne coronada de olvido, el otoño más lento conmueve las arrogantes hojas y en la desolación de las ramas desnudas queda el silencio amigo colmado por la nieve. Árboles altos, levantad mi dicha en la humildad de ser un hombre terminado. Porque el silencio azul que persistía muere en la mirada y yo no puedo permanecer frente a vosotros sino lanzándome a morir en la región de mi pureza, y manteniendo erguida mi esperanza más allá del asombro de la muerte. iOh bienaventurada locura de mi asombro como un lago dormido entre retamas con el agua dorada fiel a su transparencia! Arboles altos en la luz más desierta y más sensible, cima tranquila para la ventura, cuando el amor ha roto su frágil disciplina, y es divino el amor, y es alta la distancia, alta la luz del cielo, altas las frondas que en la luz resuenan


con las flexibles ramas extendidas en su vigilia ciega de esplendor. Para admirar la altura posamos nuestros ojos en la luz que confina con las alzadas frondas, y es divino el amor, y su júbilo entero trasciende la alegría y sólo afirma la transparencia eterna del Señor. ¡Arboles altos que ordenáis mi dicha, cima tranquila para la ventura como piadosa espuma deshecha en claridad!

RECORDANDO LOS ÁRBOLES DE BUELNA Un chopo entre eucaliptos, más grueso, más prosaico de viento que en Castilla. (Nuestros largos paseos de agosto, nuestros pasos...) Un chopo entre abedules con el tronco tan blanco. (Las manzanas, minganas, paneras, recatando su piel de romería.) Un chopo y los castaños tendiendo hacia el otoño sus erizos dorados. (El mar cuelga, brumoso, su azul sobre los prados.) Un chopo y las encinas añosas del palacio.

CANCIONCILLA DE LA VUELTA A LA MESETA Soy feliz con encinas. (Y claridad profunda de cielo entre las ramas de un jardín en penumbra.) Soy feliz con encinas. (Y relumbrar ocioso


de tarde que recobra sus laderas de otoño.) Soy feliz con encinas. (A la vuelta del campo parto el pan de mis hijos entre muros holgados.) Soy feliz con encinas. (Y alta noche en que escucho —oh poniente con luna— los silbidos del búho.)

PRIMAVERA Impetuosa y humilde, la primavera fuera: viviendas humanas que ensancha y verifica con medidas celestes —sin que le cueste nada— el olor exagerado del campo. Exaltación del cuerpo y ruptura del cuerpo con todos sus programas de costumbre, y vibración de corteza de árbol, de crecimiento natural, lento, secreto. La primavera fuera (y la primavera lejos); en árboles haciéndose más árboles. Los chopos haciéndose más chopos en la chopera. Y las encinas haciéndose más encinas en el encinar. Las encinas grandes y aisladas, al pie del Almanzor, entre el Tiétar y el Tajo, en la provincia de Toledo. Y las hayas haciéndose más hayas —de dentro a fuera, y de fuera, otra vez, a dentro— en el hayedo. Las hayas en laderas invisibles de lluvia, junto a la soledad de un puerto de montaña llamado Piedrasluengas. La primavera fuera (y anterior al que ama). Vida inmediata y cerca de palabras que sueñan, palabras que están tristes... La primavera sin querer nada más que lo poco que basta para el que ve, y respira, y está en la orilla, y sueña. Lo poco que no es nada (y una mañana con encinas, amplia). En vez de pensamientos, senderos y cantuesos. Y en vez de otras lecturas, las rocas de la cumbre primorosas de líquenes. Vamos a ver regar, me dices de la mano por la acera caliente de cemento. Sí, vamos a ver regar, ya que te llevo de la mano y no hay ningún arroyo cerca. ¡Instantes pasajeros de una manga regando la calle en primavera! Qué tristeza de niño sin arroyo, de mozo sin leyendas —en cenizas de instantes— de hayedos o encinares. La poesía es ser joven y seguir siendo joven con leyendas. La poesía es un aura y una canción esbelta y delgadita de cintura. Y un estribillo suelto. Impetuosa y humilde, la primavera dentro. Y en vez de otro universo, ya no hay que pedirle a la muerte más que un trozo inspirado de uno mismo.

COLOQUIO DE LAS ENCINAS (Tres encinas solitarias, pero no demasiado distanciadas, sobre un mismo viso, rodeadas de campos que con la primavera han estado sembrados de triso de centeno y de algarrobas, y que ahora, bajo la canícula, se extienden segados y amarillos. Sierra lejana, y un pueblo, no muy lejos, medio oculto entre los pliegues de la llanura. Hay también un río y una carretera, que no se ven, sino sólo sus árboles.)


UNA ENCINA Rezumando raíz, ebria de agosto. OTRA ENCINA Hermana, ¿sabes tú columpiarte en las ramas? OTRA ENCINA El cielo, el cielo diáfano columpiándose. Somos nosotras sus moradas, habitadas por esta luz sensible, casi con humedad de río. LA SEGUNDA ENCINA Cada anillo de tiempo nos aisla, nocturnas, y tenemos distancias y corazón de estrellas. Constelación terrestre: de norte a sur, el viento, y en su soplo tan largo, sin curvarse, hogueras que arden suficientemente lejanas. LA PRIMERA ENCINA Tarde y noche en el tronco. La mañana brilla alada y ajena. LA SEGUNDA ENCINA La soledad nos crea con esquilas, nos crean las vacas invisibles que van por el crepúsculo. LA PRIMERA ENCINA Rezumando mi edad llego a ignorarme, pero sé que el cambiante trasluz de la llanura siempre sigue ondulado. LA TERCERA ENCINA ¿No habéis oído el híspido relincho de un caballo? LA PRIMERA ENCINA Híspido, pero amable y persuasivo de azules perspectivas y libre galopada. LA TERCERA ENCINA Ser libre, ¿es estar quieta, recibiendo sin fin lo inmerecido? LA SEGUNDA ENCINA Oh arraigadas, oh hermanas, contempladoras de horas, ¿sabemos, aunque siga nuestro verdor cubriéndose de polvo, cuándo empieza el otoño? LA TERCERA ENCINA ¿No oís esas perdices? LA PRIMERA ENCINA Su insistencia es el centro viviente de la tarde. La amarillez en torno pincha con tallos rotos. LA SEGUNDA ENCINA Un zumbido de abejas se incorpora a mi fronda. LA PRIMERA ENCINA Ligeramente grises, oh nubes, oh paisaje. ¡Llevar la muerte dentro sin poder verla nunca!


LA SEGUNDA ENCINA Somos más que unos ojos: conciencia en la penumbra del campo anochecido. LA PRIMERA ENCINA Rojiza frente al alba, negra sobre el ocaso, soy mi tronco y mis ramas fronterizas colgando. LA TERCERA ENCINA ¿Dónde bebe su agua esa paloma duenda que ha pasado volando? LA SEGUNDA ENCINA Calladamente empiezan mis hojas a moverse, calladamente. LA TERCERA ENCINA Calladamente rozan nuestro amor sedentario las yuntas y los muertos, el rebaño y los carros. LA SEGUNDA ENCINA Soy rumor, arrendajo de rumor prisionero. De vez en cuando, un hombre, descubriendo su frente de segador, quemada, me confía su sueño. LA PRIMERA ENCINA Se abrillantan los álamos y sé que el río existe, sé que la carretera tornasola sus curvas hacia el puente de largos pretiles que lo cruza. LA TERCERA ENCINA Concentrado en sus pocos yunteros calla el campo con palabras sedientas de un tinto amoratado. LA SEGUNDA ENCINA Concentrado en sus pocos pastores, también calla, y aún son más silenciosas de veras sus palabras. LA PRIMERA ENCINA Con tanto sol a cuestas, mi vibración no es mía, sólo el área celeste vibra de orilla a orilla. LA TERCERA ENCINA Mis ramas en la siesta son siempre una sorpresa: nunca sé qué relumbres voy a encontrar en ellas. LA SEGUNDA ENCINA ¡Cuántas áureas gavillas de hora quieta en el aire! LA PRIMERA ENCINA Sin dar ni un solo paso, ¡cuánto azul ensanchándose! LA TERCERA ENCINA ¡Qué pálidos retazos pajizos o leonados! LA SEGUNDA ENCINA ¡Qué sideral corona mis abejas zumbando! LA TERCERA ENCINA ¡Qué ocio largo y nutricio de sol en los barbechos! La tierra descansada recobra su pujanza primaveral de savias. LA PRIMERA ENCINA Hay tanto cielo activo que los pájaros


no necesitan volar más. Yo, en cambio, desciendo de mi éxtasis de sol, y con sus rayos derramados me entro por las calles del pueblo. (Sé que las mujeres estarán a las puertas de sus casas, cosiendo, y las niñas jugando, pacíficas, redichas, y los chicos jugando, violentos, naturales.) LA TERCERA ENCINA ¡El pueblo y sus tejados con lluvia! Aún hay familias de pobreza heredada que son mucho más limpias de alma que de cuerpo. Aún hay frescas mejillas de cántaro y de arroyo, donde calladamente al beso de la vida se junta el de la muerte. LA SEGUNDA ENCINA Sin lontananza, crecen espiguillas a mis pies, soleándose. Y aún siguen sus penachos con sol cuando la sombra —¡qué mínima y templada variación en la hora!— con su bozo incipiente cubre los taludes de ese camino hondo que hasta nosotras sube. LA PRIMERA ENCINA Cálida es aún la sombra que azula nuestras copas mientras la luz del cielo presiente otros azules. LA TERCERA ENCINA Sin relieve y oscuras, bajas nubes flotan sobre otras nubes de color rosa pálido. ¡Qué apretados instantes desde ese rosa al rojo vivo, y desde ese rojo, ya marchito, al jacinto! LA SEGUNDA ENCINA Verde y jacinto, el cielo prepara el primer guiño pastoril del lucero. LA TERCERA ENCINA La sierra es una línea seguida, sin picachos, y la quietud del aire se hace quietud de árbol. LA PRIMERA ENCINA Esa pareja amante que espera al primer hijo vuelve de su arraigado paseo vespertino, y se paran, oyéndole venir, junto a nosotras. LA SEGUNDA ENCINA Oh hermanas, oh elevadas un poco sobre el suelo, oh añosas, retirémonos bajo la abovedada vejez de nuestro techo. LA TERCERA ENCINA Oh noche dentro y fuera de esta quietud, oh vida, oh silencio del tránsito de los pies de infinitas estrellas, oh incesante retorno de la misma preñez, oh poesía.


FUENTES BIBLIOGRÁFICAS

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—, Obras Completas, V: Cancionero. Poesías sueltas. Traducciones. Fundación José Antonio de Castro, Madrid, 2002. VALENTE, José Ángel, Obra poética. 2 vols. Alfaguara, Madrid, 1999. VIVANCO, Luis Felipe, Poesía. 2 vols. Trotta, Madrid, 2001.


ÍNDICE TEMÁTICO ÁRBOL V. Aleixandre, Idea del árbol J.A. Valente, Elegía, el árbol —, Escribir M. Altolaguirre, Copa de luz —, Árbol de soledad L. Cernuda, El árbol M. Hernández, Alabanza del árbol —, Árbol desnudo J.R. Jiménez, El árbol íntimo ¡Ventura! —, Sí, cada vez más vivo —, Tarde —, Vaciarme —, Al irse del campo, el sol —, Árbol, ante el callado rumor —, El árbol juega, hoja por hoja —, En la primavera verde —, Voz de mujer en su centro —, La vejez de la luna —, Las palomas —, De un amor —, Como un detenido incendio —, Viento de amor —, Abre sus alas la madre —, Entretiempo —, Alrededor de la copa R. Montesinos, A un árbol M. de Unamuno, Árbol —, Tú tiemblas —, Árbol solitario —, De este árbol a la sombra —, Hablaba como un árbol —, Los árboles plumas A. Sánchez Robayna, Acércate a los árboles —, Vamos hasta los árboles —, Este solo árbol nocturno —, Contemplé el árbol S. Rueda, El árbol patriarcal P. García Baena, Como el árbol dorado (fragmento) L.F. Vivanco, Examen del año, IX E. Prados, ¿Tan alto el árbol? —, Árboles


—, Aquí estoy —, ¿Soy árbol? —, Otra copla —, Bajo a tierra —, Miré el árbol —, Un índice y otro y otro —, Y llegan, me preguntan —, ¡Ando sin vida! —, ¿Por qué toda la noche he sido aquel? J. Corredor- Matheos, Recuerdo aquel paseo —, No hay nada que me impida J. Guillén, Árbol de estío, —, Árbol del otoño F. Pino, El árbol viejo —, Árbol urdiéndose —, La lectura es el árbol J.E. Cirlot, Árbol agónico D. Alonso, Árbol seco —, Caminando de noche R. Alberti, Han descuajado un árbol P. Salinas, El árbol menos —, Canción de la vida total SEMILLA E. Prados, Jardín cerrado RAÍZ F. Pino, Las raíces y el aire (fragmento) M. de Unamuno, Raíces mis alas se han vuelto F. García Lorca, Gacela de la raíz amarga J.R. Jiménez, La calidad —, Arraigado G. Diego, No seas como la flor J. Corredor- Matheos, Carece de raíces J. Guillén, Retórica de raíces TRONCO J.R. Jiménez, Troncos que me calentáis —, Tronco abierto y desnudo —, El hacha fría ha roto —, Los troncos muertos L. Panero, La estancia vacía (fragmento)


RAMA F. Pino, Espesa rama G. Diego, La rama —, Prohibido apearse J.A. Valente, Amanecer J.R. Jiménez, Rama de oro E. Prados, La flor y el reflejo —, Negación a un viaje A. Sánchez Robayna, El ramaje extendido —, Cuántas veces las vi agitarse M. de Unamuno, ¿De qué es tu rama, ramera? HOJA J.A. Goytisolo, Las hojas G. Celaya, Buenos días (fragmento) A. Sánchez Robayna, El hilo de la tarde —, En las hojas sagradas —, Aquellas hojas —, Aquella era la lengua de las hojas —, Acércate a las hojas R. Alberti, Otoño, otra vez (fragmento) M.V. Atencia, Por unas hojas secas S. Rueda, Organismos de hojas M. de Unamuno, Nubes de ocaso —, Una noche serena de otoño —, Doradas hojas de la lenta tarde —, Remolino de hojas secas —, Hoja que en tierra buscas tu raicilla B. de Otero, Hojas de Madrid J.R. Jiménez, Nostaljia —, Vendrán con las hojas nuevas —, Inflame —, En la entraña —, Una armonía sin fin —, Una a una, las hojas secas van cayendo —, En su copa de gloria P. Salinas, Las hojas tuyas, di, árbol —, Tránsito —, Rapto a la primavera F. Pino, En estas hojas —, Palabras, hojas —, Son las hojas —, Hojas imperecederas A. Crespo, Otoño en Ginebra B. Prados, El cuerpo ante el espejo


FLOR J.R. Jiménez, Toda la flor —, En flor 50 EL PINO L. Panero, A un pino del Guadarrama J. Gil de Biedma, Ribera de los alisos C. Rodríguez, Pinar amanecido J.R. Jiménez, Pino blando y fragante —, Desperté sobre los céspedes —, De una mano de la aurora —, Con el pino mayor —, Historia —, La luna en el pino —, El pinar más despierto —, Pinar de la eternidad J. Guillén, Pino —, Pinares P. García Baena, Pinar de la piedra G. Celaya, En las landas F. Pino, Savia —, Color —, Del gris al verde —, Cuatro pinos —, Ese pino rosa A. Colinas, Caballos y molinos en el pinar —, En esa zona en que el pinar se tala G. Diego, Canción de amigo —, Balada del pino muerto E. Prados, Dos agujas —, Alto pinar, no me enredes EL NARANJO P. Salinas, Hoy te han quitado, naranjo J. Gil-Albert, Los naranjos (1 y 2) R. Alberti, Canción C. Rodríguez, La ventana del jugo EL LIMONERO R. Alberti, Sonámbulo entré yo anoche J.A. Goytisolo, El verde oscuro y terso R. Montesinos, Fábula del limonero A. Machado, El limonero lánguido


EL CIRUELO C. Rodríguez, Ciruelo silvestre EL CEREZO G. Diego, El cerezo EL GUINDO F. Pino, Los guindos LA HIGUERA

J. Gil-Albert, La higuera M. Hernández, Oda a la higuera C. Marzal, Una higuera en la isla EL OLIVO V. Gallego, El olivo A. Machado, Los olivos J. Gil-Albert, Olivo y yo E. Prados, Vega del sueño —, Insomnio —, El olivar se ha dormido —, Luz del olivo R. Alberti, La montaña, ¿quién la sube? S. Rueda, En los olivares EL ALMENDRO S. Rueda, El árbol de las estrellas —, Las flores del almendro D. Ridruejo, A un almendro J.R. Jiménez, Cuesta arriba —, Lucero en flor de almendro —, Como los almendros EL MADROÑO M. de Unamuno, Madroños del Machichaco EL CHOPO R. Alberti, Debajo del chopo, amante

C. Bousoño, Un álamo D. Rodríguez, Como el son de las hojas del álamo


P. Salinas, El agua que está en la alberca —, En la tierra seca L. Cernuda, El viento de septiembre entre los chopos G. Diego, Álamo cerrado J.R. Jiménez, Aún está alumbrado el día Chopos de música verde —, La primavera viene —, Llevando mi propio río —, La copa final —, Palacio verde —, Hojillas nuevas —, Cada chopo, al pasarlos M. de Unamuno, Viendo en el río la sombra de un chopo J. Guillén, Álamos con río E. Prados, Álamo en calma —, Temblor de estío —, Dos canciones del viento —, Las alamedas —, Desvelo —, Bajo la alameda —, Llegada —, Árboles —, Colina del sueño LA ENCINA

C. Rodríguez, La encina, que conserva más un rayo L. Panero, Soledad de encina y paloma M. de Unamuno, El mar de encinas L.F. Vivanco, Cancioncilla de la vuelta a la meseta —, Coloquio de las encinas A. Machado, Las encinas A. Colinas, La encina —, Frente al encinar EL ALCORNOQUE G. Diego, Sueño del alcornoque EL ROBLE G. Diego, Robles de abril M. de Unamuno, Al pie del roble —, Al pie del roble de la montaña —, El trueno al bosque atronó —, Roble en invierno —, Al pie de un roble, otra vez tierra, aguardas


EL NOGAL M. de Unamuno, Un nogal cobija a la choza G. Diego, La sombra del nogal EL OLMO M. Altolaguirre, A un olmo E. Prados, Meditación primera (en el crepúsculo) M. de Unamuno, En los brazos de un olmo A. Machado, A un olmo seco EL SAUCE M. de Unamuno, Al pie del sauce P. Salinas, ¡No podrás saber nada, sauce triste! F. Pino, Entre los sauces LA ACACIA J.R. JIMÉNEZ, La acacia de Padrediós EL CIPRÉS

G. Diego, El ciprés de Silos J.R. Jiménez, Oh, ciprés verdinegro El hacha fría ha roto E. Prados, Otra vez —, Bajo el ciprés —, La voz inmóvil M. de Unamuno, El ciprés y la niña EL LAUREL

M. Altolaguirre, Las sombras J.R. Jiménez, De los lejanos mundos —, Sobre lo verde fijo EL SICÓMORO F. Pino, El sicómoro EL CASTAÑO M.V. Atencia, Los castaños G. Diego, El castaño de Indias F. Pino, La flor del castaño P. García Baena, Otoño en los castaños J.R. Jiménez, Bajo los castaños


EL ENEBRO M. de Unamuno, Al enebro del borde del barranco EL TILO G. Diego, Tilo M. de Unamuno, En una ciudad extranjera (fragmento) EL FICUS M.V. Atencia, Ficus indica EL MAGNOLIO L. Cernuda, El magnolio EL LILO S. Rueda, El árbol de la música LA PALMERA M. Hernández, Palmera J. Gil-Albert, Leve palmeral M. de Unamuno, Es una antorcha al aire esta palmera S. Rueda, La palma —, La palmera P. García Baena, Casida (fragmento) G. Diego, La palmera R. Montesinos, Sombra en el jardín —, Canción de las palmeras J.R. Jiménez, La palma seca EL TAMARINDO

G. Diego, Tamarindo M. de Unamuno, El triste tamarindo de la duna ÁRBOLES, ARBOLEDA, BOSQUE, PARQUE, SELVA

M. Altolaguirre, Árboles (1 y 2) —, La poesía A. González, Bosque G. Diego, El bosque L. García Montero, Canción arboleda J. Moreno Villa, Parque selvático R. Alberti, Ya no sé, mi dulce amiga


—, Retornos del amor en los bosques nocturnos —, Llovió, llovió, llovió —, Los bosques huracanados —, Abierto a todas horas —, Aire de la montaña —, De los álamos y los sauces —, El bosque es grande y solitario —, Y sin embargo, bosques —, No se oye el mar hoy en el bosque V. Aleixandre, En el bosquecillo B. de Otero, Árboles abolidos C. Rodríguez, Cómo veo los árboles ahora —, Yo pregunto (fragmento) G. Celaya, A José Luis Prado Nogueira A. Colinas, La espera en la penumbra —, Hoy comenzó el invierno —, Otoñal —, En el bosque J. Corredor- Matheos, Me gusta caminar —, Sois algo más que árboles —, Llegaré yo a escribir L. Panero, Poesía —, Los años son un bosque G. Diego, Los árboles del amor —, Árboles del dormido —, Sicómoro y laurel —, Los árboles de Granada J. Guillén, Árboles con viento K. García Lorca, Casida de los ramos —, Y el aire va entre los árboles —, El paisaje es un silencio M. Hernández, Amor-frutal L.F. Vivanco, Bosque de la Alhambra A. Machado, Los árboles conservan —, A un naranjo y un limonero F. Pino, No eres tú de mis pinos E. Prados, Arboleda del silencio —, Muchachos que bailan L. Rosales, Hay tantos árboles equivocados… S. Rueda, La carrera de árboles —, Canción de los bosques —, Somos los árboles P. Salinas, La tierra tarda J.A.Valente, Arrastraba su cuerpo L.F. Vivanco, Árboles altos —, Recordando los árboles de Buelna P. García Baena, La vida es como un bosque, —, Cita


M. de Unamuno, La encina y el sauce —, Mi bosque, de tu madera J.R. Jiménez, Entre la bruma —, El parque viejo —, Otro yo —, Árboles altos —, Primavera 63 —, Árboles hombres


ÍNDICE

2 6 7 35 35 49 51 54 55 60 61 61 67 70 71 77 80 80 81 98 99 101 104 105 108 114 115 122 130 131 132 134 135 150 181 181 185 185 199 207 223 225 232 235

León Molina, Gotas de luz Nota del editor Juan Ramón Jiménez Ángel González Rafael Alberti Vicente Aleixandre Manuel Altolaguirre María Victoria Atencia Pedro García Baena Blas de Otero Carlos Bousoño Claudio Rodríguez Gabriel Celaya Juan Eduardo Cirlot Antonio Colinas José Corredor-Matheos Ángel Crespo Dámaso Alonso Gerardo Diego Vicente Gallego Jaime Gil de Biedma Juan Gil-Albert José Agustín Goytisolo Jorge Guillén Leopoldo Panero Federico García Lorca Miguel Hernández Antonio Machado Carlos Marzal Luis García Montero Rafael Montesinos José Moreno Villa Francisco Pino Emilio Prados Dionisio Ridruejo Andrés Sánchez Robayna Luis Rosales Salvador Rueda Pedro Salinas Miguel de Unamuno José Ángel Valente Luis Felipe Vivanco Fuentes bibliográficas Índice temático


Libros al Albur

AA.VV., Aforistas españoles vivos AA.VV., Aforistas franceses clásicos AA.VV. El árbol en la poesía española del s. XX Patricia Nasello, Nosotros somos eternos Antonio Reinoso Lamela, Al aire Felipe Valle Zubicaray, Lo que son las cosas Eneas Fog, Escóndete o no te enterarás de nada Vicente Javier Llop, Soledad y destino Álvaro Campos, Escribir a la carrera Emilio López Medina, La ambición Franklin Fernández, Trizas Miguel Cobo Rosa, Manual de insomnios Gonçal Mayos, Macrofilosofía de la Modernidad José Luis Trullo, La literatura contra la cultura

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