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La Carrera hacia la Paz

La República Democrática Alemana (RDA), que seguramente fue la dictadura más eficiente de entre las nacidas al albor del Pacto de Varsovia, aparece siempre descrita como la más cruel y opresiva de todas. En el basto contexto histórico ha quedado definida por poco más que el Muro de Berlín y la policía secreta estatal, conocida como la Stasi. En el contexto deportivo es sinónimo de un grotesco programa de dopaje orquestado por el propio Estado, incurriendo en un fraude olímpico de tamaño descomunal.

En el mismo instante en el que, en 1949, Stalin decretó por la fuerza el nacimiento de la RDA, los aliados del bloque occidental corrieron a declararlo Estado hostil. Dos años más tarde, cuando la RDA creó su propio Comité Olímpico Nacional, el COI rechazó reconocer su legitimidad. Como contrapartida se le permitió participar en los Juegos Olímpicos de 1952 formando parte de un combinado alemán, lo que condujo a unas consecuencias

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nada difíciles de predecir: ningún deportista de la Alemania del Este realizó el viaje a Helsinki. Entre 1956 y 1964, tanto a los Juegos de Verano como a los de Invierno, acudiría una «alianza» alemana altamente politizada. Habría que esperar hasta 1965 para que el COI reconociese a la RDA, y fueron los Juegos Olímpicos de México los que, por vez primera, dieron la bienvenida a una delegación de la Alemania del Este.

En los Juegos Olímpicos de los siguientes veinte años este país, un Estado socialista totalitario de unos diecisiete millones de personas, conseguiría unos resultados impresionantes y sin parangón. Los atletas de la RDA corrían, saltaban, levantaban y nadaban mejor que todos los de los demás países, a excepción de los de la URSS. El «milagro deportivo de la RDA», erigido sobre el abuso sistemático de esteroides anabólicos y auspiciado por el Estado, propició que los levantadores de peso, esquiadores, atletas y gimnastas del país aparecieran, de manera rutinaria, segundos en el medallero de los Juegos. Y esto era así por orden explícita del SED1, el partido que ostentaba el poder, para el cual los deportes se convirtieron en una herramienta propagandística de crucial importancia. Se suponía que estas actuaciones espectaculares ponían de manifiesto la supremacía moral y política del

1 Partido Socialista Unificado de Alemania. Teóricamente, la RDA era un Estado multipartidista en el que el SED lideraba una gran coalición. Pero la realidad era que los cuatro partidos del denominado «Frente Popular» no tenían poder alguno. El poder comunista estaba protegido por la constitución, dándose apenas una sola ocasión en la que el Parlamento dejara de sancionar los dictados del Politburó. Sucedió en 1972 y fue por cuestiones de conciencia sobre el aborto.

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comunismo ante sus compatriotas, además de hacer lo propio a ojos del Occidente capitalista.

En los Juegos de Montreal de 1976, las adolescentes de la Alemania del Este se alzaban con la victoria en once de las trece pruebas de natación femenina que se celebraban. En conjunto, la RDA acumuló nada menos que cuarenta oros en esos Juegos, seis más que los EE. UU., un país de 220 millones de habitantes. Por su parte, la República Federal Alemana (RFA), con sus sesenta y un millones de habitantes, se llevó a casa apenas diez. Ocho años después, en los Juegos Olímpicos de Sarajevo, la RDA alcanzó, de facto, el primer puesto en el medallero, logrando un cuarto de las medallas en liza.

Enormes dosis de Turinabol oral, la «alubia azul» que era testosterona pura y que fue desarrollada por la compañía farmacéutica VEB Jenapharn, propiedad del Estado, fueron suministradas bajo supervisión de la Stasi. Las historias de las espantosas secuelas físicas y psicológicas que dejó en los nadadores, nadadoras y gimnastas adolescentes del país son incontables, aunque no por numerosas menos horripilantes. Dichas historias hablan de daños al hígado, hirsutismo e infertilidad entre las mujeres; entre los hombres hablan de cáncer testicular y espantosas deformidades emocionales y corporales. El testimonio de Hans-Georg Aschenbach, antiguo campeón de saltos de esquí, resultó particularmente impactante. Dopado desde los dieciséis años, aseguró que la combinación de fármacos y enormes cantidades de trabajo físico daba como resultado que por cada medallista de la RDA que conseguía un oro olímpico quedaran discapacitados otros 350 deportistas.

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El hombre que supervisó todo el proceso, que recibió el nombre en código de «Plan Estatal 14.25», fue un antiguo nazi de nombre Manfred Ewald. Director de la tremendamente exitosa Federación Alemana de Gimnasia y Deporte (DTSB), fue uno de los primeros en recibir la Orden Olímpica, un honor que compartió con Jesse Owens y el Papa Juan Pablo II. Dos años después, el primer ministro de la RDA, Erich Honecker, recibió también dicha Orden, igual que la recibiría el dictador rumano Nicolae Ceaușescu. Este último sería ejecutado de manera sumarísima por genocida en diciembre de 1989, mientras que Honecker escaparía a Chile. Ewald fue encarcelado por causar daños físicos de manera intencionada a veinte atletas de élite, después de haberles administrado esteroides anabólicos a todos ellos sin que fueran conscientes de ello. Recibió una sentencia de veintidós meses de prisión. La pena quedó en suspenso.

Todo lo anteriormente escrito es de dominio público, pero ¿cuál era la situación del ciclismo, un deporte con una notoria y controvertida relación con el dopaje, en la Alemania del Este? Siempre me había intrigado este asunto, y pude saber que el ciclismo de competición había gozado de una popularidad extrema en el país, sobre todo en las décadas de los 50 y los 60. Como punta de lanza estaba la mítica Friedensfahrt, la Carrera de la Paz. El denominado «Tour de Francia del Este» se celebraba cada mayo, uniendo Berlín, Varsovia y Praga, y está considerado que llegó a ser un evento mucho mayor de lo que fue el Tour. Yo quería comprender cuán grande fue, para poder apreciar así su significado cultural, político y social. Algunos británicos que

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habían participado en ella me habían hablado de enormes multitudes de público, pero no tenía verdadera comprensión de la realidad cotidiana de aquellos para los que esta carrera era el momento cumbre de la temporada. ¿En qué lugar quedaba dentro del ecosistema deportivo de la RDA? ¿Y dentro del ecosistema del Bloque del Este en su totalidad? ¿Quiénes eran las figuras ciclistas de la Alemania del Este? ¿Hasta qué punto estaban politizadas sus vidas? ¿Hasta dónde llegaba el control y orquestación del Estado? ¿Hasta qué punto estaban condicionados materialmente los éxitos ciclistas por las convicciones políticas o de cualquier otra índole? ¿Cómo era ser un ciclista de competición en un Estado supuestamente tirano, y cómo vivían los deportistas en manos de la Stasi?

Al igual que muchos aficionados al ciclismo me resultaba familiar la historia de Wolfgang Lötzsch. Siendo el ciclista de más talento de su generación consiguió que lo seleccionaran para realizar una concentración de entrenamiento en 1972, cuando apenas tenía diecinueve años. Sin embargo, su padre se había mostrado crítico ante la ausencia de libertad de prensa en la RDA y Wolfgang no lo había denunciado. Al no hacerlo, y al rechazar unirse al partido, se convirtió a sí mismo en enemigo del Estado. Por muy descomunal que fuera su talento jamás representó a su país, jamás viajó al Oeste y jamás participó en la Carrera de la Paz ni en los Mundiales.

El problema para la dictadura fue que Löztsch aplastaba una y otra vez a aquellos que sí representaban al país, ridiculizando aquella hipocresía desde dentro. Seguramente Wolfgang Lötzsch

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fuera el mejor ciclista de la RDA, pero su carrera solo alcanzó la fama por cuestiones ideológicas. Ser seguidor suyo significaba manifestarse contrario al partido, y cuanto más y más ganaba, más crecía y crecía su masa de seguidores. Fuera o dejara de ser un simple ciclista, se acabaría convirtiendo en un símbolo del movimiento de la «resistencia pasiva», por lo que la Stasi le declaró la guerra total.

Doce agentes a tiempo completo y cincuenta confidentes secretos lo hostigaron sin descanso, hasta que, al final, acabó cometiendo un error. Al declarar su apoyo por el músico disidente Wolf Biermann les facilitó la excusa que necesitaban. Cumplió diez meses de encierro incomunicado y, a su liberación, vio cómo le revocaban la licencia competitiva. Después accedió a avenirse con el partido, pero, en cuanto tuvo de nuevo la licencia en sus manos, volvió a las andadas. Su vida y su carrera comenzaron a parecer una partida de ajedrez político, solo que se jugaba en público. Pudiendo dedicarse al ciclismo solo a tiempo parcial, y no teniendo acceso a un equipamiento decente ni a las instalaciones de entrenamiento, seguía humillando a los ciclistas a tiempo completo patrocinados por el Estado, que era quien los pagaba.

En 1979 se presentó junto a la élite del equipo nacional en la Vuelta a Berlín. Era la mayor carrera de un día que se celebraba en la RDA, y una de las pocas que recibían cobertura televisiva. Ante una enorme audiencia saltó del grupo a 150 kilómetros de la meta, siguiendo en solitario hasta la victoria. Fue el momento de máximo apogeo de su «carrera», y nadie podía pasar por alto el simbolismo de aquella victoria. Lötzsch aseguraba ser apolí-

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tico; pero ser apolítico, tan siquiera ambivalente, no bastaba en la RDA, ni de lejos: o estabas con el socialismo o estabas en contra de él. Así que, al ganar esa simple carrera ciclista Lötzsch les había restregado por la cara su posición a los burócratas. Desde entonces, y en adelante, sus entrenamientos fueron vigilados más todavía, y sus opciones de repetir una actuación como aquella se vieron truncadas.

Pero Wolfgang Lötzsch fue uno de los cientos de ciclistas que hubo en la RDA. Así que di por sentado que no se podía tomar este caso como ejemplo de todos los ciclistas de la RDA, ni, tampoco, del ciclismo en su conjunto. ¿O sí?

En 2012 me encontraba trabajando junto a Timm Kölln, un fotógrafo que residía en Berlín. Viajando a lo largo y ancho de la Alemania del Este nos vimos con antiguos ciclistas, periodistas y directivos. Además, rebuscamos en los baúles del Museo de la Carrera de la Paz, escondido entre las comunidades agrícolas de Sajonia-Anhalt. Lo hicimos con la esperanza de exhumar parte del escenario ciclista de la RDA, pero, de manera tan gradual como inequívoca, fue surgiendo ante nosotros una historia extraordinaria. Era, sobre todo, la de una carrera por etapas que duraba dos semanas, pero que daría forma a todo el deporte de la RDA durante prácticamente cuatro décadas.

Siendo hijo del Occidente capitalista no era capaz de comprender de verdad el grado en el que la política (toda la política del siglo veinte) influyó de manera directa en las carreras deportivas de aquellos que participaron en la Carrera de la Paz, además de aquellos que no la corrieron. Del mismo modo, había subesti-

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mado por completo la verdadera resonancia política del ciclismo de competición en la RDA, en particular durante las décadas de los 50 y los 60. En ningún otro sitio, ni tan siquiera en la Alemania nazi, el deporte se había mostrado tan influyente a la hora de dar forma a la manera de pensar y actuar de una sociedad.

Desde el principio, los políticos y diplomáticos occidentales consideraron a la RDA como un Estado ilegítimo y paria, creado sin respaldo legal alguno y alimentado, tanto militar como políticamente, por la URSS. Pero a Stalin no le preocupaban demasiado los clichés diplomáticos. Por contra, encargó a sus sirvientes del Berlín Oriental la tarea de crear un país nuevo y dinámico, y de persuadir a una población de 18,9 millones de habitantes de que hacerlo era buena idea. Había que encontrar la manera de convencerlos de que eran los depositarios del desarrollo de una sociedad nueva, de que estaban fabricando una alternativa a ese imperialismo que había diezmado al continente.

La retórica política del naciente proyecto de la RDA se vio así caracterizada no solo por la estereotipada propaganda comunista, sino también por un optimismo sin igual. Gracias a una enorme máquina propagandística el partido se dispuso a convencer a los alemanes del Este de que estaban erigiendo el Estado socialista modélico. Y como siempre pasa en este tipo de circunstancias se alimentó la idea del enemigo común -el capitalismo-, haciéndolo cuerpo y alma en unas figuras determinadas: el Canciller Konrad Adenauer y el Gobierno de Bonn y de la RFA. La lógica para así hacerlo era manifiesta. En Leipzig, Dresde y el Berlín Oriental los alemanes de a pie habían sufrido unos rigores extre-

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mos e incalculables, consecuencia directa del nazismo. De ahí que el partido intentó demostrar que la RFA continuaba siendo una muralla fascista y un enemigo de clase. Y concluía que, una vez aceptaran este hecho, los ciudadanos de la RDA quedarían liberados de toda responsabilidad moral, emocional y política por la guerra. Además, esto conduciría a la unidad nacional y, finalmente, a la utopía del comunismo. Mientras tanto, los partidos opositores eran descabezados, la policía y la judicatura castradas y las instituciones religiosas eran marginadas.

Los políticos de la Alemania Occidental unieron fuerzas en busca de la reunificación. Además, defendían que, en tanto en cuanto no se realizase dicha reunificación, la suya sería la única Alemania legítima, pues la RDA no era más que un títere soviético. En el Este bullía también el espíritu de repatriación, pero solo aceptaba alcanzarla en forma de Estado socialista. Para muchos esto no dejaba de ser hipocresía pura y dura, un pretexto con el que fortalecer la idea de la supuesta intransigencia del Oeste. Por muchas fanfarronadas diplomáticas que expusieran, jamás tendría lugar; pero tampoco era lo que pretendían. El objetivo era crear y moldear, de manera exitosa, el sentimiento de pertenencia a la Alemania del Este, diferente del sentimiento alemán. Los burócratas del partido sabían perfectamente que lo que se buscaba, en realidad, no era ningún tipo de reconciliación, sino más bien lo contrario. Su objetivo era la unificación de los alemanes del Este, lo que lograrían, en primera instancia y sobre todo, con la sistemática representación de los políticos occidentales como personajes implícitamente corruptos y

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