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FRONTERAS
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AÑO 8 - #14 OCTUBRE - DICIEMBRE 2021 ARG $150 ISSN 2451-5590
Hace 15 años Miguel Yasi visitaba el impenetrable chaqueño para brindar asistencia en la comunidad Qom. Volvió convencido que no sería la última vez. Al poco tiempo fundó “Naqom”, una organización de médicos independientes y voluntarios que, a pulmón, viajan al Chaco dos veces al año para dar atención médica y construir colectores de agua potable.
TARTAMUDEZ COMPARTIDA P. 36
“HAY QUE IR ALLÁ PARA ENCONTRARSE ACÁ”
SUMARIO
NOTA DE TAPA
fronteras.web.unq.edu.ar CLASES PRESENCIALES
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pág
ELENA REYNAGA, ACTIVISTA
16 6 19 8 20 pág
PÁNICO A LA BALANZA
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ENSAYO: VAMOS A POR LOS BIFES
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GABRIELA GARTON, FUTBOLISTA
ENTREVISTA A RAMIRO VISINTÍN
42 30
pág ANIMARSE A CRUZAR FRONTERAS
pág
DOBLE TARTAMUDEZ
pág
CRÓNICA DE LAS DESIGUALDADES REALES
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COLO RZ, CANTANTE
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ABEL AGUSTÍN OJEDA, EX-NN
10 13
pág ENTREVISTA A “EL PELA” IBÁÑEZ
pág
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pág CRÓNICA DE UN TRADER
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pág
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STAFF
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Revista de la Licenciatura en Comunicación Social de la Universidad Nacional de Quilmes Año 8 - Número 14 Octubre - Diciembre de 2021
DIRECTOR: Leonardo Murolo
DIRECCIÓN PERIODÍSTICA: Ximena Carreras Doallo
QUE SE QUEDEN TODOS
DIRECCIÓN GRÁFICA: Javier Vidal
EDICIÓN: Mónica Rubalcaba Marianela Di Marco
CONSEJO EDITORIAL: Pablo Esteban María Eugenia Fazio Natalia García Cora Gornitzky Leonardo Mora Doldán Pablo Morosi Alejandra Pía Nicolosi Leticia Spinelli
ASESOR EDITORIAL: Daniel Badenes
ADMINISTRACIÓN Y REDES: Marianela Di Marco
PARTICIPAN EN ESTE #14: Juan Cruz Arredondo Antonella Ballestero Maria Fernanda Barberena Agustina Bárzola Laura Bender Daniela Castro Emiliano Deiros Hernán Meza Matías Nikitiuk Yanina Núñez Oriana Magalí Peña Florencia Pimazzoni Gloria Patricia Sartori Marcia Sueldo
Por LEONARDO MORA DOLDÁN Son las 5. El sueño se corta de imprevisto. El corazón galopa a mil y falta el aire, como en el sueño, como en la Plaza. El sol apenas asoma, igual que la certeza de que el descanso terminó. La vista borrosa exige anteojos y esa sensación me lleva, otra vez, al sueño en la Plaza de Mayo. No era una fecha cualquiera. Era el 20 de diciembre de 2001 y los gases se impregnaban en mis retinas. “Que se vayan todos”, se escuchaba, “que no quede ni uno solo”. Disparos, corridas, piedras, gases, gritos… hasta que desperté. Yo no estuve en esa Plaza en aquella fecha. Tendría que haber estado porque trabajaba a unas cuadras. Pero no, preparaba un examen en casa. La tele me bombardeó con las imágenes y me paralicé. Me llené de angustia y de bronca, eso sí. Ahora, mientras leés estás páginas, se cumplen 20 años de ese fin de ciclo. La historia de esa fecha (se supone) la conocemos todos. Las pequeñas historias que nos relacionan con ese instante, las que nos hacen recordarlo, no. Y tampoco conocemos esas vivencias personales que, en suma, agrupaban a la gente en Plaza de Mayo. De manera ocasional, la tele, mostró algunos relatos personales. Pocos, un puñado. Justo aquellos que sumaban al miedo, al desconcierto e incluso a sumar más bronca (si acaso era posible). De las otras, sólo silencio.
Rendí el examen acá, en la UNQ. No recuerdo si fue el 20 ó el 21. Expuse sobre una plataforma virtual de educación a distancia. La cabeza estaba en otro lado y por supuesto, todo lo que podía salir mal, salió mal. Quizás no tanto porque di un paso más en la Carrera. Recorro las páginas de esta revista. Voy y vengo entre las páginas. Me invitan los títulos, me llaman las fotos. Me dan curiosidad los personajes. Sin darme cuenta, leí, sin pausa, todas las notas. No encontré el 2001. Y no hace falta. Encontré, sí, autores conocidos. Estudiantes que me padecieron y que leo con orgullo. Encontré escritoras y escritores dispuestos a abrir el juego. Encontré, en estas páginas, muchas historias: grandes, pequeñas. Historias. Relatos que no están en la agenda. Historias pequeñas, desconocidas, curiosas. Historias de esas que, hace 20 años, la tele obviaba en favor del “que se vayan todos”. Camino los pasillos de la UNQ, dos décadas después, luego de casi dos años de enseñanza por plataformas virtuales. Ya no rindo exámenes. Ahora los “tomo”. Y prefiero que se queden todos: los que apuestan por la educación pública, los que no bajaron los brazos, y los que escriben en Fronteras esas historias mínimas que aparecen, te atraviesan y te transforman. Que no se vaya ni uno solo de los que no dejan de buscar porque saben que, como dijo alguna vez Polosecki, “todo el mundo tiene una historia apasionante para contar”.
FRONTERAS ES UNA PUBLICACIÓN DEL ÁREA DE PRODUCCIÓN GRÁFICA DE LA LICENCIATURA EN COMUNICACIÓN SOCIAL DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE QUILMES. Editor responsable: Norberto Leonardo Murolo Roque Sáenz Peña 352, Of. 118, Bernal, Bs. As., Argentina /ISSN:2451-5590 /Contacto: revistafronteras@unq.edu.ar
Esquivo la doble fila de conos naranjas como si entrenara para algún deporte; estos evitan que los autos estacionen y la gente se aglomere. Subo a la vereda y veo las líneas amarillas marcadas en el piso que indican el lugar que cada uno debe ocupar en la fila. Siento la tentación de saltar de una a otra como en mi infancia cuando jugaba a pisar las juntas de las baldosas. Llego al área chica: la puerta de la escuela. Antes, en casa, preparé los elementos protocolares: el spray con alcohol en gel, el barbijo “del Conicet”, otro de repuesto y la máscara de acetato, ¡la máscara! Me puse los lentes de contacto, imposible usar anteojos porque se empañan; la camiseta “segunda piel”; la remera de manga larga; el polerón y las medias de lana; las botas con corderito que no salieron a pasear durante 2020, víctimas también del aislamiento y, arriba, la campera liviana para no perder toda la movilidad. Dudé sobre si era o no exagerada la cantidad de abrigo pero había escuchado -cosa que no oyeron quienes decidieron la vuelta a la presencialidad esa semana- que haría frío. No me arrepiento de la exageración. Llego a la puerta de la escuela con todo encima más el celular con el permiso para circular de la aplicación Cuidar visible en una mano, la lapicera para firmar el libro de asistencia en la otra y la mochila en la espalda. Saludo, de lejos, a los chicos que esperan en la fila para entrar. También a los preceptores, el directivo y el representante legal que me reciben “cordialmente”: me toman la temperatura, me piden el permiso y rocían mi mochila con alcohol. Me limpio las botas en la alfombra, me sanitizo las manos en los tótems rociadores, firmo el libro y subo agotada los dos pisos por escalera. Llego al aula del extremo opuesto para saludar a quienes no son mis alumnos ya que hubo un cambio y ocupan un aula en el primer piso, pegada a la escalera que, ahora, queda lejos. Rehago mi camino en la dirección correcta, me cruzo con colegas que no reconozco porque están tan ataviados como yo, adivino holas y sonrisas. Siento un calor que me ahoga ayudado por el barbijo y ¡la máscara!; el frío polar se retira pero espera agazapado su regreso triunfal. Entro, por fin, al aula y me saco agitada la campera. Los chicos me miran extrañados, algunos frotan sus manos alrededor de la estufa que, por suerte, funciona y está encendida desde la noche anterior. Saludo y les doy la re-bienvenida a la escuela. —¿Cómo están? ¿Querían volver? —Sí, pero ¡qué frío! —contesta un alumno. —¡Noooo! —exclaman muchos. —Yo ya estaba organizada —agrega otra. —Hace mucho frío pero me caen bien, así que la paso bien —dice un copado. —Una mala idea —se quejan varios. —Una buena idea para contagiarnos —ironiza una comentarista ácida. —Si nos vemos, nos vamos a querer abrazar, juntar y no nos dejan —concluye alguien con ternura. Miro sus caras de dormidos, esta vez no veo mi propio gesto de recién me levanto reflejado en una pantalla como hasta el viernes
pasado durante las clases por Meet. Reconozco algunas de esas caras, otras no, ya que se escondieron en el anonimato de las cámaras apagadas mientras duró la virtualidad, fueron nombres y voces que vibraban en rectángulos grises. *** El 15 de marzo de 2020, el Gobierno Nacional dio a conocer una resolución en la que se suspendía el dictado de clases presenciales en los niveles inicial, primario, secundario en todas sus modalidades, e institutos de educación superior, por catorce días corridos a partir del lunes 16. La decisión estuvo basada en políticas sanitarias contra el coronavirus. Estos catorce días se convirtieron en un año lectivo completo ya que la pandemia no dio tregua y se recrudeció. En ese tiempo, docentes y estudiantes tuvimos que reinventar el vínculo con la escuela y la experiencia de enseñanza-aprendizaje. Surgieron las aulas virtuales y las clases sincrónicas, proliferaron los grupos de WhatsApp y la comunicación por correo electrónico, se imprimieron y retiraron cuadernillos para garantizar la continuidad pedagógica. Iniciado 2021 y con un mejor panorama sanitario, se reanudaron las clases presenciales. El “Plan jurisdiccional de la provincia de Buenos Aires para un regreso seguro a las clases presenciales” instauró nuevas modalidades: cursos divididos en “burbujas”, mitad de la clase en casa, mitad en la escuela -el docente quedó entero-; distancias reglamentarias medidas a ojo y otros avatares necesarios para evitar el contagio. Cuando el tren de la presencialidad se puso en marcha, la segunda ola de Covid obligó a una nueva parada y la vuelta a la virtualidad a partir del 19 de abril. Esta vez, la educación virtual no cayó de sorpresa: la experiencia del año anterior y el envión dado por el mes y medio de clases en la escuela facilitaron la continuidad. Nos acomodamos en nuestros asientos en casa, volvimos a la clase con el curso casi entero, mientras tratamos de seguirle el rastro a quienes no se conectaban, y compartimos desayunos pantalla de por medio. Así transitamos el otoño, calentitos frente a la computadora o el celular. Algunos protestamos contra el gobierno de CABA que creía en la inmortalidad de chicos y grandes al no suspender las clases presenciales, a pesar de las restricciones dadas a nivel nacional. Ya sobrepasados por el trabajo, empezamos a contar los días, como cada año, que faltaban para el receso invernal. En eso estábamos cuando el viernes 11 de junio, el gobernador Axel Kicillof en conferencia de prensa anunció: “Según el indicador del decreto de necesidad y urgencia nacional de incidencia de casos, que mide la cantidad de casos cada 100 mil habitantes, en el área metropolitana, tomando la información a hoy con los parámetros y la métrica del decreto nacional, en el Gran Buenos Aires, en los últimos quince días, tenemos 401 casos cada 100 mil habitantes, lo que nos permite salir de la situación de alarma epidemiológica. De acuerdo al sistema de fases, implica pasar de fase 2 a 3, por eso, los
CRÓNICA El miércoles 16 de junio se reanudaron las clases presenciales en el área metropolitana y otras zonas de la Provincia de Buenos Aires. El anuncio del gobernador el viernes anterior tomó por sorpresa a la comunidad educativa. El retorno a la presencialidad coincidió con días de baja temperatura. Aquí, escenas de este viaje de vuelta en el conurbano sur. distritos del conurbano estaríamos empezando con un retorno gradual a la presencialidad cuidada, en estricto cumplimiento al decreto, a partir del miércoles”. A este anuncio sumó el de la adquisición y distribución “por todos los establecimientos escolares públicos” de 33 mil medidores de dióxido de carbono que “permiten establecer umbrales de alarma para ver cuando se ha acumulado demasiado dióxido de carbono y con él, si lo hay, virus. De esta manera, se puede regular la necesidad de ventilación”. También habló de un “plan de vigilancia epidemiológica activa en las escuelas” con testeos aleatorios. *** Mariana es maestra de Nivel Inicial y cuenta que el anuncio del gobernador provocó un revuelo en los grupos de WhatsApp de cada una de las salas del jardín donde trabaja. Después de las 17, cuando ya se había despedido en la virtualidad con el habitual “Muy buen fin de semana para todos, ¡cuídense!”, empezaron las miles de preguntas de las familias a las que respondió: “Serán informados el lunes luego de las indicaciones de nuestra inspectora, gracias. La dirección”. Y miles de preguntas del plantel docente; esas las respondió la directora. Los mensajes recibidos eran entusiastas; los nenes le mandaron audios ansiosos por volver al jardín. “Miles de preguntas, ansias, miedos, alegría y desconcierto, todo mezclado. En nuestra escuela se pudo comenzar, estaban las condiciones necesarias y quisiera que todas puedan, porque el regreso no fue igual para todos. El primer día lo vivencié con alegría y un poco de nervios. Me tocó recibir en la puerta, lo hice con todo el amor posible por el respeto a la alegría que se veía en los nenes; ya habían aprendido en marzo que entran de a uno, se toma la temperatura, se sanitiza, saben del barbijo, saben de jugar, del patio, de cantar. Somos menos, menos ruido, menos personas en la puerta y lejos. Nos
CLASES PRESENCIALES: UN VIAJE DE IDA Y VUELTA
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Por MARCIA SUELDO rearmamos para todo, pero cada día surgen nuevos debates, nuevas cuestiones, temas tabú como la muerte nombrada por los nenes y pensamos no taparla y transitar juntos este tiempo que nos tocó sin experiencia en epidemias y recuento de fallecidos”. Patricia es bibliotecaria y encargada de todo un poco en una escuela media y su regreso fue una mezcla de sentimientos ya que nada la hace más feliz que estar con “les pibes”, reencontrarse, reconectarse pero le parece que fue una decisión apurada: “Como si tanto tiempo de pandemia no hubiera servido para tomar medidas pensadas y cuidadas. La presencialidad es irreemplazable, indiscutible y absolutamente necesaria para fortalecer lazos, pero, como siempre, terminamos cumpliendo órdenes tomadas desde escritorios que poco conocen de realidades áulicas”. *** Confiada en la inmortalidad que parece que adquirí, acá estoy, en clase en la escuela. Sin medidor de CO2 y sin “plan de vigilancia”, ya que trabajo en una institución privada pero con la estufa en funcionamiento y veo a mis estudiantes distanciados y abrigados, lo cual me deja un poco más tranquila. El calor del reencuentro dura hasta que se empiezan a sentir los seis grados de temperatura que entran por la puerta y las ventanas abiertas que burlan la estufa encendida, los abrigos, gorros, guantes, las camisetas y calzas térmicas, polainas, mantas y mis botas con corderito. La ventilación cruzada nos atraviesa cuerpo y alma. Como un enviado divino, aparece el preceptor para decirnos que podemos cerrar la puerta y que alcanza con tener las ventanas abiertas cinco centímetros. Al rato, volvemos al infierno helado, ya que hay una contraorden de Dirección que dice que hay que tener la puerta abierta en su totalidad. La pauta obli-
gatoria del “Plan jurisdiccional” establece: “La ventilación natural de los ambientes, especialmente de las aulas, debe realizarse en forma permanente. Si por razones climáticas o de otra índole, las puertas y ventanas no pueden permanecer constantemente abiertas, deben abrirse cada 20 minutos durante un lapso de 5 minutos”. El debate entre “puerta abierta sí, puerta abierta no” se resuelve al releer la norma y todos tranquilos. Tengo frío, a pesar del abrigo, que parecía excesivo, y la calefacción. Una pregunta se instala: ¿cómo estarán quienes no cuentan con estos privilegios? *** Para Paula, profesora de Arte en primaria y secundaria, la semana del regreso fue complicada por las bajas temperaturas: “El termómetro del auto marcaba cero grados cuando llegué a la escuela. Estuvimos sin estufa y con puertas y ventanas abiertas”. Trabajó con grupos de un promedio de seis estudiantes, debido al ausentismo. “Hay termómetros, alcohol y aparato para medir la circulación de aire en una de las escuelas. La primera semana no tuve calefacción en ninguna de las tres y sólo una suspendió las clases. En dos ya hay calefacción. La que no tiene trabaja con horario reducido”. Laura trabaja como auxiliar en una escuela “dentro de una comunidad vulnerable” donde muchos niños no lograron continuar desde casa con las clases, la mayoría por falta de conectividad. Ella sostiene que el regreso es importante para la socialización y el aprendizaje pero duda ya que el momento no le parece adecuado por la situación sanitaria y por las condiciones edilicias de su escuela: “Los baños no funcionan de modo correcto y a fines de febrero se comenzó la reparación de una pérdida de gas que se concluyó en marzo pero a la fecha Metrogas no se presentó para aprobar la obra y no contamos con gas.
El primer día, todos nos congelamos, de modo literal, y te dicen que era sabido si tiene que estar todo abierto pero no es lo mismo calefaccionar durante la noche la escuela y luego abrir unos centímetros las ventanas. Esos tres días fueron terribles. Creo que estas decisiones responden a presiones políticas más que al sentido común”. Por la falta de gas y el frío suspendieron las clases en esa escuela al final. Romina es profesora de Matemática y trabaja en escuelas de nivel secundario. Gesticula con sobriedad, piensa lo que dice. Opina que “la presencialidad contribuye a un mejor acercamiento del estudiante con el docente, aunque las condiciones climáticas que nos acechan la tornan peligrosa para la salud de ambos. La presencialidad genera sentimientos ambiguos: la alegría de ver a tus estudiantes y a tus compañeros y la preocupación por el cuidado. Cada contagio, cada ausencia ponen a la presencialidad en una posición controvertida, me hace bien y mal a la vez”. *** Pasan los días. Empieza otra semana y me encuentro con nuevas viejas caras: la burbuja B. Repaso lo ya repasado y corrijo lo ya corregido la semana anterior pero con otros pasajeros. La jornada termina, saludo, extiendo mis brazos como si quisiera abrazar al pizarrón, el único con el cual tengo permitido el contacto; los chicos se ríen y salgo. Esquivo los conos naranjas y las montañas de abrigo donde se esconden padres, niños y adolescentes en la vereda de la escuela. Me saco la odiada máscara de acetato y mientras regreso a casa, me pregunto cuánto faltará para volver a la ansiada “nueva normalidad” y dejar el virus, la preocupación y los protocolos atrás. Y así disfrutar a pleno el viaje de vuelta definitivo a las clases presenciales.
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COORDENADAS FRONTERAS
PÁNICO A LA BALANZA Por EMILIANO DEIROS
CONSULTORIO “A los flacos les luce más la ropa que a los gordos”, resuena en mi cabeza mientras camino por Lavalle hacia mi primer encuentro con la Licenciada Lezerovich. Ella sería mi nutricionista, amiga y psicóloga durante los próximos 11 meses. Lleno de nervios y con la certeza de que la consulta no sería del todo exitosa, ingreso al pequeño consultorio ubicado en el 4to piso de un antiguo edificio. El remodelado departamento quilmeño es frío a pesar de los 30 grados de una tarde de diciembre, no obstante, estoy seguro que la sensación gélida que recorre mi espalda es producto de mi mente: es el miedo propio de visualizarme subido en la balanza. Me aterra imaginar el número que la aguja puede mostrar. ¿Y si estoy arriba de los 150? Tengo las piernas cansadas de caminar. Pese a mis 18 años, ya no me resulta fácil mover el cuerpo, así que decido tomar asiento. La espera se vuelve eterna y, con la intención de mantener mi mente callada, observo las prolijas paredes blancas que me rodean. Hay dos personas más en el consultorio: una madre con su hija, ambas son obesas. La niña me mira con timidez, y yo apenas levanto los ojos para observarla. No estoy acostumbrado al contacto visual, las chicas nunca me miran, de hecho, me siento una persona casi invisible. Desde que tengo uso de razón, los ojos de los demás sólo se depositan en mí para juzgar, y, al recordar esos vistazos de rechazo, una serie de frases vuelven a resonar en mi cabeza: “Apa, está cada vez más gordo el nene, eh”; “No, pibe, vos no podés jugar a la pelota, primero tenés que bajar unos cuantos kilitos”; “Está buena la remera, pero a los flacos les luce más la ropa que a los gordos”. “A los flacos les luce más la ropa que a los gordos”. Intento silenciar mi mente otra vez. Reposo mi vista en los hermosos ojos café de la niña y me doy cuenta de que detrás de ellos se oculta una mueca de dolor y tristeza que puedo percibir con claridad. La depresión es, en muchos casos, parte integral de la obesidad.
Como bien marca un informe presentado por la Fundación Favaloro, “el comer en exceso ciertos alimentos puede contribuir a cerrarle paso a la depresión. Muchas personas que padecen de esta patología ven aumentado su deseo de consumir chocolate, alimentos estimulantes, carne y otros productos ricos en proteínas e hidratos de carbono. Estos alimentos tienen en su composición química elementos que aumentan los niveles de serotonina, neurotransmisor que se encuentra disminuido en esta enfermedad”. Esos kilos de más, producto del consumo de alimentos muy calóricos sería el precio que la persona paga por tener un dique de contención a la depresión. Por lo general, las personas obesas no están satisfechas con su imagen corporal y con frecuencia se aíslan del contacto social, o no se atreven a iniciar encuentros eróticos por temor al rechazo, etc. Por ende, se puede establecer un círculo vicioso donde el comer se transforma en un acto para reducir la insatisfacción y la amenaza de depresión. Estamos atravesados por lo mismo, víctimas de un círculo vicioso, y, al parecer, no somos los únicos: según la Segunda Encuesta Nacional de Nutrición y Salud presentada por la Secretaría de Gobierno de Salud en 2019, el 41,1% de los chicos y adolescentes tiene sobrepeso y obesidad en la Argentina y se constituye en el principal problema de malnutrición en el país. De pronto, escucho mi nombre: “Emiliano Deiros, adelante por favor”. Mi corazón comienza a latir rápido, mis piernas a temblar pero con una extraña sensación de seguridad me dirijo hacia el diminuto cuarto en el que cambiaría mi vida para siempre. Llego a la puerta donde me espera la Licenciada. Me recibe con una sonrisa cálida. Daniela es alta, muy alta, o quizás su largo guardapolvo blanco me genera esa sensación. Debe tener alrededor de 45 años. Tiene el pelo castaño crespo, algo despeinado, y su rostro es el de una mujer un tanto estresada. Me da la impresión de que es una de esas personas que nunca se desenchufa de su trabajo. Son las 18 y unas ojeras grandes
En Argentina 6 de cada 10 personas padecen de sobrepeso u obesidad. Una problemática muchas veces invisibilizada y subestimada trae consigo una serie de dificultades sobre las que reflexiono desde mi propia experiencia. se asoman por debajo de sus pequeños ojos marrones. Me da un beso en la mejilla y me invita a tomar asiento. En el escritorio veo un anotador, una lapicera, una foto de dos niñas de alrededor de 13 años, y una taza de café a punto de ser terminada. Junto a la taza y, sobre un pequeño platito de porcelana, una porción de torta de ricota mordida. Me siento raro al verla. Me invade una sensación de culpa. Me pregunto cuándo fue la última vez que comí torta. Creo que fue ayer. Casi todos los días como algo dulce. Según un informe del Ministerio de Salud publicado en 2017, Argentina es, junto con México, Brasil, USA y Australia, uno de los cinco países con mayor consumo de azúcar agregada del mundo, con alrededor de 150 gr/ día. Dicho consumo triplica lo recomendado por la OMS (50 gr/día). Sólo un tercio de la población consume al menos una vez por día frutas y verduras. Los niños, niñas y adolescentes consumen un 40% más de bebidas azucaradas, el doble de productos de pastelería y galletitas dulces, el doble de productos de copetín (snacks) y el triple de golosinas respecto de los adultos, todos ellos alimentos con altos niveles de azúcar, grasa y sal. -Cómo estás- pregunta Daniela con su tono dulce. -Bien- respondo con un hilo de voz casi imperceptible. -Decime, Emi, del 1 al 10, qué tan importante sería para vos bajar de peso. -Once- respondo yo, casi como un reflejo. Mi réplica instintiva genera la risa de la mujer. Comienza a explicarme cómo afrontaremos el tratamiento. Recalca una y otra vez que esto es un trabajo en conjunto, y que más allá de lo puramente alimentario, es muy importante estar fuerte de la cabeza. -Habrá momentos en los que vas a tener ganas de largar todo- me dice casi en tono maternal. Tomaría conciencia de la relevancia de esta frase con el tiempo. Como marca el ya mencionado informe de la Fundación Favaloro, “la importancia de los factores psicológicos en el desarrollo y el tratamiento de la obesidad son claros, por lo que los profesionales tratantes deben proveer de apoyo,
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información y educación, fortalecimiento y facilitación de la catarsis y expresión de conflictos por parte del paciente. El tratamiento debe ser integral para facilitar no sólo instrumentos que le permitan un cambio de hábitos alimentarios y de estilo de vida, sino también debe proveer de herramientas básicas para lograr un fortalecimiento interno esencial”. Sigo escuchando sus palabras pero ya no del todo claras. Ahora resuenan en mis oídos como ecos del más allá. Mi atención está puesta en otro lado. Observo la balanza y me recorre un escalofrío por el cuerpo. La esquivo hace ya unos cuantos años pero hoy no hay escapatoria. Daniela me invita a sacarme las zapatillas. Me desato los cordones con torpeza, mis manos tiemblan y mis piernas parecen las ramas de un árbol castigadas por el viento. Me siento frágil y vulnerable, pero aun así me paro y camino con decisión hacia mi peor enemiga. Coloco ambos pies en la fría estructura de metal y, con unos nervios indescriptibles, levanto la vista hacia la aguja que tarda una eternidad en detenerse. Se frena dubitativa en un número: 138. HOY Enciendo la tele mientras me preparo una ensalada. Publicidad otra vez: Coca Cola, Sprite, Danette y Saladix. Me sirvo un vaso de agua. Chocolinas, Oreo, Lay’s, Mc Donalds y ¡Vamos Manaos!. Según la Segunda Encuesta Nacional de Nutrición y Salud, la publicidad tiene una fuerte influencia en nuestros comportamientos de compra: el 21,5% de los adultos refirió haber comprado en la última semana un producto porque lo vio publicitado. Por otro lado, el 23,5% de los padres compraron un producto porque sus hijos lo vieron en una publicidad. El informe referido a Alimentación Saludable, Sobrepeso y Obesidad en Argentina realizado en 2017, indica que los niños “de modo semanal están expuestos a más de 60 publicidades de alimentos no saludables (...) y 2 de cada 3 publicidades de alimentos en televisión promocionan productos de este tipo”. Miro el plato de ensalada vacío. Tengo un poco de hambre todavía. Agarro algunas frutas. En otro momento me hubiera comido un alfajor triple. Qué rico un Águila triple, es probable que un día de estos me compre uno. Tengo 25 años y ya pasaron siete desde aquella primera consulta con la licenciada Daniela. Pasaron horas de ejercicio, litros de transpiración y lágrimas, incontables crisis, pero por sobre todo aprendizaje y maduración. También quedaron atrás algo así como 45 kilos. Me siento afortunado. A lo largo de uno, tres o cinco años el casi 90% de los pacientes recuperan el peso con el que habían comenzado el tratamiento, con el agravante de que muchos lo superan. Llegan mi mamá y mi abuelo. Se sientan al
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lado mío y toman el control remoto. A Francisco le gusta mirar el canal Volver. A mí me gusta también. Me genera curiosidad ver qué tanto cambiaron las cosas -o no- con el paso del tiempo. Como por obra del destino y luego de un rato de tener sintonizado el canal, comienza a sonar una canción: “Balada para un gordo”, se llama. Un fragmento dice: “Toda la gente te tiene loco con que estás gordo, qué gordo estás. No comas tanto, cuidate un poco, si no parás vas a reventar”. Luego viene el famoso estribillo: “La pinta es lo de menos, vos sos un gordo bueno, alegre y divertido, sos un gordito simpaticón”. Un estudio titulado “Características de personalidad en adolescentes con sobrepeso y obesidad” marca: “un análisis de tendencias mostró que los adolescentes del grupo clínico (con sobrepeso y obesidad) referían mayor extraversión que sus pares con normopeso. Si bien no se encontraron diferencias estadísticas, estos datos descriptivos permiten suponer que los adolescentes con sobrepeso y obesidad deben ser más sociables para agradar a los otros y contrarrestar así el posible rechazo social”. Pienso en mi propia experiencia y me remonto a mis años de escuela. Era un pibe muy sociable. ¿Tendría que ver con este afán de sentirme aceptado pese a mi enfermedad? En realidad es pegadizo el estribillo de la canción. La busco en Google. Es de 1970. Mi papá en ese entonces tendría algo así como 20 años. Supongo que era una sociedad diferente. Si era normal que sonara “Balada para un gordo”, no puedo juzgarlo por lo que me dijo aquel día tras salir del diminuto probador del local de ropa. Él y yo habíamos ido al shopping de Avellaneda. Creo que se acercaba un cumpleaños o algún tipo de acontecimiento que requería de una renovación de
ropero. Comprar ropa para un gordo no es nada fácil. Cada vez que tenía que atravesar por esa situación lo pasaba mal. El proceso siempre se daba de una manera similar: observaba las vidrieras y me gustaba una prenda. Luego ingresaba al local. Acto seguido recibía la mirada del o la vendedora -mirada que mezclaba cierta cuota de rechazo con pánico-. Yo preguntaba si tenían la prenda que me había gustado y de modo automático venía la típica pregunta acompañada de una inspección visual de arriba a abajo: -¿Es para vos? -Sí, respondía yo con vergüenza -De esa justo no nos queda talle, pero en XXL me quedan estas. Tras unos minutos de espera, el vendedor traía las remeras más feas jamás confeccionadas y las dejaba arriba de la mesa. Como era el cuarto o quinto local por el que pasaba, y el cansancio y la resignación ya comenzaban a apoderarse de mí, procedía a probarlas. Pasar al probador era otra guerra aparte: eran en extremo pequeños para un cuerpo de casi 140 kilos y 1.78 de altura. Los movimientos que tenía que ejecutar para ponerme la prenda me obligaban a convertirme en un contorsionista. Por supuesto trataba de cerrar la cortina de manera hermética, para que desde el interior del local, otros clientes o los propios vendedores no pudieran ver mi cuerpo semidesnudo. Terminaba transpirado, casi acalambrado y destruido anímicamente. Lo único que quería era llevarme cualquier cosa y volver a casa. Si tenía la suerte de que me entrara más o menos bien, corría con timidez la cortina y le preguntaba a la persona que me acompañaba cómo creía que me había quedado la prenda. Ese día mi papá me dijo: “Está buena la remera, pero a los flacos les luce más la ropa que a los gordos”.
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VAMOS A POR LOS BIFES
“¿Pero fuiste a la nutricionista?”, dijo la persona uno, la dos, la tres, y así de modo sucesivo. Parece que comer carne es sinónimo de comer bien y, por defecto, abandonarla representa morir de una anemia implacable. No estoy segura de lo que aparece primero, si la pregunta incisiva o las inevitables gastadas, pero algo hay ahí. Por un lado, estos interrogantes que plantean personas que en general no saben ni cómo es un consultorio médico, y por el otro, la vergüenza que tenés que estar dispuestx a atravesar para completar el proceso, cual si fuese un ritual de iniciación. Y todo esto avalado por la prodigiosa frase “es cultural”. Sí, el asado es cultural para lxs argentinxs, no hay duda de ello. Representa la juntada, la comunidad, el pueblo, el compartir, diríamos que es toda una ceremonia. Pero no se alarmen, porque lxs vegetarianxs también tenemos nuestras ceremonias, como pelar los garbanzos para hacer un rico y nutritivo hummus (para lxs que no lo saben, los garbanzos se pelan uno por uno en una tarea que puede llevar horas y que termina con los dedos arrugados, como cuando en la infancia estábamos mucho tiempo en la pileta y jugábamos a tener dedos de viejx). Pero de regreso al tema nutritivo, la fórmula carne = salud nos la enseñan a todxs, o casi todxs, a lo largo de toda la vida, por lo que, en efecto, cuando elegimos abandonar
la carne nos informamos más de lo que cualquier carnívorx hará, a menos que algún problema de salud lxs enfrente a esa situación. Cómo reemplazar, cómo combinar, cómo incorporar variedad, son sólo algunos de los planteos que de modo obligatorio nos hacemos. Es decir, tranquilxs, no abandonamos la carne sin tener un rumbo al que ir. Y el resultado en la mayoría de los casos es que lxs vegetarianxs o veganxs comemos productos que lxs carnívorxs ni saben que existen, o no conocen su sabor, y que se presentan como manjares del inframundo. La carne tiende a encerrar a las personas en un cuadrado y de pronto muchxs se encuentran con que hasta su médicx de cabecera les marca que deben bajar el consumo de carne. ¡Sorpresa, la carne no lo es todo! Así, la carne y los carbohidratos se presentan como los fieles amados de las personas “normales”, después tal vez algunas verduras aparecen, pero siempre como acompañantes, nunca son las protagonistas, y tienen todo para brillar. Las variedades de frutas y verduras que tenemos son un mundo de sensaciones, son un placer para quien está dispuestx a abrir su mente. Y no sólo las verduras (porque no vivimos de ensalada), sino también las legumbres, las semillas, los frutos secos, hay una amplitud de comida que el paladar merece probar, hay algo más allá de la carne. Existen personas que, de mane-
FRONTERAS
ENSAYO
Por FLORENCIA PIMAZZONI
ra literal (doy fe), no se animan a probar una milanesa de zucchini y se pierden de la experiencia que se atraviesa en ese primer bocado, ese sabor que lleva a las papilas gustativas a otro nivel: el sabor de las milanesas de zucchini rosan una expresión artística. En comparación, podríamos decir que comer carne es para vagxs, porque no representa ningún esfuerzo real de cocción, en realidad de cocción sí, pero no tienen que construir el pedazo de carne. Creemos que laburamos un montón cuando picamos cebolla y morrón, o repulgamos una empanada, pero el verdadero trabajo se presenta cuando dejás la alimentación a base de animales, porque, sin ánimos de exagerar, muchas comidas se deben elaborar desde la materia prima, y no me refiero a cocinar el arroz, sino a que, por ejemplo, para comer una albóndiga vegetariana hay que construir lo que representaría a la carne. Nosotrxs no tenemos un churrasco armado listo para mandar a la plancha y salvar una comida, todo representa pasos previos de producción. Una de las cosas que he aprendido en este proceso es que para dar este paso tenés que disponer de al menos una de las características que menciono a continuación: dinero, tiempo o voluntad, y en general a la mayoría nos toca remarla sólo con la última. Es probable que mi afirmación provoque colapsos nerviosos en el “gremio”, pero no
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seamos hipócritas, la comida vegetariana o vegana ya hecha es cara, y eso constituye una forma de exclusión para una parte de la población, por lo que la opción es aprender a cocinar, y a partir de allí se requerirá tiempo y/o voluntad. También es cierto que muchas familias que no habitan la llamada “clase media” comen todos los domingos un asado, que siempre es caro, pero ser vegetarianx es pensar en la totalidad de tu alimentación, es rebuscártela para no caer día por medio en los fideos con manteca (con aceite si sos veganx). Y no sólo eso, sino que es incorporar como un ritual incansable la revisión de los ingredientes de cada producto que compramos en el súper. Aunque ¿no deberíamos todxs revisar lo que comemos? Hagan el ejercicio y empiecen a leer la letra chica, se llevarán sorpresas, por ejemplo (un dato de color), los caramelos masticables de Billiken tienen grasa vacuna, SÍ, GRASA: me rompieron el corazón. Pero no pasa nada, “es cultural”, así justificamos cada acción bien argentina que hacemos, sin plantearnos ningún tipo de interrogante, sin siquiera pensar si todas esas costumbres nos satisfacen. Se asombrarían de la cantidad de personas que me han dicho “a mí mucho no me gusta la carne”, okey, entonces ¿para qué la comés? Porque es cultural, porque tenemos aprendido que la comunidad tiene formas específicas de congregarse y que hacerlo alrededor de un morrón relleno como comida principal no cuenta. Lo que nos lleva a preguntarnos si todas las costumbres son buenas y lindas; tal vez habría que mejorar algunas de ellas, y más si consideramos que el mundo se prende fuego y que la industria cárnica consume y contamina más de lo que se creería. Sólo para acercar un dato concreto, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) indica que se necesitan 15 mil litros de agua para generar un kilo de carne. Y ¿lo vale? ¿Cuántos litros se usaron para que te comas un asadito? ¿A cuántas familias alimentamos con un kilo de carne? Y acá se viene la respuesta de lxs carnívorxs:
“Sí, pero los pesticidas, agrotóxicos y la soja también matan la biodiversidad y corroen los suelos” (nota aclaratoria: tal vez no usarían esas exactas palabras). Es decir, bajo el amparo de una “militancia medioambiental” muchxs argumentan que si todxs fuésemos vegetarianxs destruiríamos las tierras con la agricultura porque se necesitaría sembrar más hectáreas. Y este es un buen momento para aclarar que ese problema se resuelve si se piensa en una agricultura sustentable, si se apoya a las pequeñas y medianas huertas (porque les recuerdo que lxs carnívorxs también aportan, aunque sea en menor medida, al consumo de verduras provenientes de los grandes campos industrializados y, además, se morfan a los animales). Está claro que el tema de la agricultura permite pensar soluciones, pero contra la muerte no hay solución posible. Lo industrial siempre se presenta como un problema, como lo es también ser especista. No sé en qué momento los seres humanos nos creímos con derecho de apropiarnos de todo, de hacer uso y abuso de la naturaleza, de explotar al resto de las vidas. La esclavitud está mal, muy mal, si se ejerce contra nosotrxs, pero tratar a otros seres como esclavxs está bien, muy bien. Así somos, con una doble moral que usurpa cada sector de nuestro cuerpo (tranquilxs, que esta característica vale para todxs en distintos niveles, nadie tiene una moral intachable). Hay cosas que pensar y otras que replantearse y, aunque cada unx tiene sus propios tiempos, es importante que ese tiempo exista, que la empatía crezca, no sólo con otras personas, sino también con otros seres que sí son sensibles al dolor y que no deberían estar al servicio de nuestras “necesidades”. Está comprobado que todo tiempo pasado no siempre fue mejor, y entre tantos cambios que emprendimos, este no debería ser la excepción. En los últimos años las conciencias se han expandido de forma esperanzadora, pero la sensación es que queda camino por recorrer y poco tiempo para hacerlo. Si para comer una milanesa (especista, como nos
gusta decirle) tenemos que matar todo a nuestro alrededor, entonces habría que evaluar los costos y beneficios. Paul McCartney contó hace años en una campaña de la organización PETA (Personas por el Trato Ético de los Animales) cómo se hizo vegetariano durante un día de pesca. Cito textual: “De esto ya hace muchos años, un día que estaba de pesca. Mientras recogía a un pobre pez, me di cuenta: ’Estoy a punto de matarlo, simplemente por el placer efímero que esto me aporta’. Fue como una iluminación para mí. Al ver a ese pez asfixiarse, entendí que su vida era tan importante para él como la mía lo es para mí”. Frente a esta anécdota no hay mucho más que agregar. En países como el nuestro el consumo de carne se presenta como un problema, las cantidades que se ingieren superan por mucho lo que resulta “saludable” (en el supuesto que nos ponemos de acuerdo en eso). Dejarla, o al menos disminuirla, es una opción que se puede llevar delante de modo próspero, pero es necesario que la información circule, que entendamos que los animales sufren y merecen respeto, que nuestra vida no vale más que la de ellos, y también es necesario que el Estado esté presente para responder a una parte de la población que cada día es más grande. Garantizar precios justos y con regulaciones es un comienzo. Sin embargo, sin la conciencia y la empatía no hay forma de avanzar porque, más allá de los sectores vulnerables y con pocas oportunidades de elección (a veces ninguna), la mayoría de las personas eligen consumir carne porque la cultura lo demanda, porque la imagen del gaucho con la que crecimos no nos mostró ningún tipo de piedad hacia otros seres vivos. “Todo bicho que camina va a parar al asador”, con esa idea crecimos, eso nos inculcaron desde lo profundo de nuestro ser, y no es fácil soltar esas raíces, no es fácil ir a un asado y comer milanesas de mijo, no es fácil soportar la gastada, ni tampoco aprender a comer rico. Pero ¿quién dijo que sería fácil?
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FRONTERAS
ENCRUCIJADAS
GABRIELA GARTON, FUTBOLISTA
“EL FÚTBOL FEMENINO POSIBILITA REPENSAR LA DISCIPLINA” Gabriela relata su experiencia como jugadora de fútbol femenino. Refiere a la reciente profesionalización de la práctica y cuenta cómo combinó el deporte con la academia. Por LAURA BENDER Futbolista y Licenciada en Estudios Hispanos por la Rice University de Houston, Gabriela Garton nació y se crió en Minnesota. Hija de padre estadounidense y madre argentina, a los 22 años dejó Estados Unidos para probar suerte en River. A su llegada, la precariedad a la que estaba sometido el fútbol femenino despertó su interés y logró así combinar sus dos pasiones: la pelota y los libros. Gabriela Garton es Magíster en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural por el Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). Convirtió su tesis de maestría en el libro Guerreras. Fútbol, mujer y poder que salió a la venta en 2019. Así dio su primer pero no último paso como investigadora. A sus 31 años es becaria doctoral del CONICET y sueña con publicar su segundo libro. “Siento que en Argentina pude lograr todo lo que me había propuesto”, afirma. Arquera de la Selección Argentina de fútbol femenino, en la actualidad reside en Australia y forma parte del Melbourne Victory. -¿Por qué decidiste venir a Argentina? -Fue una combinación del deporte con lo familiar. Podría haber ido a jugar a cualquier otro país, pero acá estaban mis abuelos y mis tíos. También porque las veces que había venido de visita siempre me encantó. Vine con la idea de jugar en River porque una amiga que había conocido en una prueba anterior con la Selección Argentina jugaba acá y
me dijo: “Venite, no tenemos arquera”. Y me vine. -¿Qué diferencias notaste en materia futbolística al llegar a Argentina? -Muchísimas. Desde los entrenamientos hasta la infraestructura, el apoyo institucional -o la falta de éste- pero, sobre todo, las ideas que tiene la gente respecto de las mujeres que juegan al fútbol. En 2013, cuando llegué y empecé a jugar en River, hablaba con personas que no conocía -en ese momento todavía tenía mucha tonada, así que notaban que era de afuera- y me preguntaban qué hacía acá. Cuando les contaba siempre la respuesta era “pero sos muy femenina” o “¿River tiene equipo femenino?”. No tenían ni idea y no fue hace tanto. Además, al estar en un club grande no entendía cómo podía ser que no tuviéramos cancha para entrenar, a veces si la necesitaba la escuelita del masculino nos la sacaban a nosotras. En Estados Unidos jamás me pasó que tuviéramos que ceder una cancha, cada uno tenía sus horarios y se respetaba de igual a igual, no había un equipo que tuviera prioridad. Allá está más aceptado que las mujeres jueguen, incluso te diría que es más popular entre las mujeres que entre los varones. No sé si todavía existe ese estigma, pero cuando yo era chica los jugadores de fútbol americano se reían de los que jugaban fútbol porque decían que eran “afeminados”.
-¿Creés que en algún momento se igualará el fútbol femenino con el masculino en Argentina? -No pero no creo que sea algo malo tampoco. El fútbol femenino posibilita repensar la disciplina. Es la oportunidad de tener un ambiente familiar, más tranquilo, en que no tengas que estar preocupada porque griten comentarios racistas, sexistas, machistas u homofóbicas desde la tribuna. El clima en los partidos masculinos es violento y tener miedo cuando vas a la cancha es horrible. Creo que a los clubes, sobre todo a los grandes, les costará cambiar esa lógica porque es la única que conocen. Me parece que ellos limitan el crecimiento de la disciplina. Hablan de que quieren que crezca, pero ponen los partidos en horarios complicados para ir, limitan el acceso y la entrada de sponsors. Estamos en un momento en que, si vemos que hay una ola de crecimiento, hay que abrir las puertas y dejar que crezca. No sé si es apuntar a la igualdad pero sí pensar en la apertura de posibilidades para las jugadoras más jóvenes, que tengan espacios donde empezar a formarse y la posibilidad de vivir de eso si es lo que quieren. Apuntar a ganar millones de pesos mientras tu compañero gana 20 mil, no sé si es a donde queremos ir. Es algo que tenemos que pensar entre nosotras y formarnos para poder ocupar puestos como dirigentes, delegadas o directoras técnicas, para poder llevar la práctica hacia donde nosotras queremos.
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-Y en ese sentido, ¿Cómo vivís el fenómeno de la profesionalización? -Es algo que pienso porque lo quiero tratar en mi tesis de doctorado. Quiero hacer un par de capítulos sobre las jugadoras como trabajadoras. También analizar la entrada del mercado en la disciplina porque el tema de los sponsors es nuevo. Me acuerdo que cuando llegué a Argentina un par de veces vinieron a visitarme familiares y les pedí los talles a todas las chicas y busqué los botines más baratos que podía conseguir en Estados Unidos. En un momento, en 2014, conseguí botines a $400 y vinieron mi tía, mi prima y una amiga de mi prima con tres valijas llenas porque acá estaban muy caros y nosotras cobrábamos -si teníamos suerteentre $300 y $600 de viático. Hoy en el equipo de la Universidad Abierta Interamericana (UAI) Urquiza –club para el que jugué hasta 2020- hay al menos 9 jugadoras que tienen contrato con sponsors que les dan botines y ropa. De todas formas, creo que el profesionalismo va más allá de si cobrás un sueldo o
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no. Es también el hecho de llegar a tiempo a entrenar, no faltar, comer bien, hasta tener los botines limpios. Implica que la jugadora se porte como una profesional y que el club también la trate así. Hay condiciones básicas del profesionalismo que muchos clubes todavía no tienen pero igual le llaman torneo profesional. Es un momento interesante para analizar porque es una transición que se dio de manera brusca. -¿Qué cambió en este último tiempo? -Más que nada el proceso previo al mundial, el hecho que hayamos tenido amistosos y hayamos viajado a jugar partidos en el exterior. Estuve en la Selección desde 2015 y AFA nunca había propuesto que viajáramos a jugar, así que eso fue diferente. En el mundial nos brindaron toda ropa nueva, nos tenían más al día y se sentía la presencia de autoridades que en el pasado estaban ausentes. La Copa Libertadores de 2019 fue complicada por lo que pasaba en Ecuador, la sede del torneo. La verdad que la Confedera-
ción Sudamericana de Fútbol se arriesgó al llevar a todos los planteles cuando sabía que había problemas, porque ya había toque de queda cuando llegamos. Si no se resolvía, el aeropuerto estaba cerrado, la mayoría de las rutas estaban cortadas, no llegaba alimento, era una situación difícil y ellos llevaron 14 delegaciones. Para mí fue un riesgo enorme que tomó CONMEBOL que por suerte salió bien. De todas formas, en Quito jugábamos y no nos iban a ver porque no sabían que se jugaba un torneo. Había cero difusión, entonces si no se venden los derechos televisivos, si no se promueve que la gente vaya al estadio ¿quién verá los partidos? También tuvimos una mala experiencia con el hotel que nos asignaron. Era un lugar que todavía seguía en obras y no cumplía los estándares de una competencia internacional. Daba la impresión que la gente de la organización nunca había ido a ver si el lugar estaba en condiciones antes de mandar a las delegaciones. Es una lucha a nivel nacional pero también internacional. Volver del
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mundial a la Copa Libertadores es volver a la realidad sudamericana del fútbol femenino. De todas formas, esta posición subalterna de la mujer es algo global. -¿Y a nivel social? ¿Se sintió más acompañamiento en el último mundial? -Sí, pero no sé si fue por o a pesar de FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociado). Todos los años después del mundial femenino FIFA sale a decir que se sorprendieron por la cantidad de gente que vio los partidos. Y -en cuanto a cómo manejan el tema de los derechos televisivos- no es que venden los derechos de los partidos del femenino y los del masculino, sino que venden todo en un paquete y en base a eso no pueden llegar a saber cuánto genera el femenino y caen en el argumento de decir que no genera nada. Pero, si no lo sabés ¿cómo podés decir eso? Me parece que si tenías millones de personas que veían los partidos, algo generó. -¿Creés que esta nueva ola del feminismo modificó algo? -Sí. Nos dio la posibilidad de ser escuchadas. Porque estos reclamos hace años que se hacen pero nunca teníamos el acom-
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pañamiento necesario desde la sociedad y los medios, que jugaron un papel importantísimo. También porque el feminismo abrió esas puertas, que a la gente le interese y se pregunte “¿cómo puede ser que tengan a la Selección en esas condiciones?”. El rendimiento de la Selección, el clasificar al mundial, ayudó en este primer empujón. Ahora hay que seguir y no olvidarnos que fue un proceso colectivo. En los entrenamientos también lo noto. Cuando cantamos antes de un partido se empieza a cuestionar el lenguaje: ¿Por qué decimos ‘pongan huevos’ si somos mujeres? O a veces cuando habla el director técnico en primera persona plural dice ‘nosotras’ y es un hombre, pero piensa en lo grupal y se incluye. Esa es una mirada interesante. Es empezar a cuestionar las formas de hablar o de relacionarnos que antes eran naturales porque así lo hacían los varones y nosotras lo adaptábamos. -¿Cómo hacer convivir la exigencia del deporte y la carrera académica? -Cuesta. A veces en las universidades sos un número y si no vas, no importa, tenés que volver a cursar. Creo que si queremos que los deportistas de alto rendimiento
continúen con sus estudios debe haber un acompañamiento desde las instituciones. Hay que apoyarlos y no castigarlos por tener que participar en una competencia internacional. Veo también que hay jugadoras que gracias al deporte tuvieron oportunidades que sino no tendrían. Algunas son la primera generación de su familia en hacer una carrera universitaria. En la UAI en particular, las compañeras alientan a que todas estudien. El fútbol femenino es un espacio -por ahí es gracioso porque en el masculino lo ves al revés- en el que entienden que la carrera es corta y tenés que prepararte para lo que viene. Tengo la suerte que en mi caso se complementan carrera académica y deporte porque mi objeto de estudio es a la vez lo que me apasiona y me gusta hacer. Pero pienso que si hubiese sido otro, se me hubiera complicado y tendría que haber elegido. Creo que, en el deporte, y más que nada en relación con las mujeres, hay que trabajar desde lo académico. Sobre todo en Argentina porque se trata de un espacio bastante cerrado para las mujeres. Hay que empezar a repensarlo como un ámbito no exclusivo de hombres.
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“SI A LOS PIBES DE LA VILLA LES DAS UNA OPORTUNIDAD, TIENEN MUCHÍSIMO TALENTO POR DESCUBRIR”
Víctor Ibáñez, “el Pela”, “Vittorio” entre otros apodos que se ha ganado a través de los años, es guarda en la Línea Roca pero posee una faceta artística que expresa a través de sus “narigones”, esos coloridos personajes con los que adorna las paredes frías de las salas pediátricas de Avellaneda y Quilmes. Víctor cree con firmeza que los colores tienen la capacidad de dar a los niños alegría, por eso sus murales desbordan de rojos, verdes, amarillos, azules y rompen con la triste escala de grises que caracterizó a las salas de Pediatría. Colores que representan valor, optimismo, pero sobre todo oportunidades, oportunidades que vio escasear allí en el barrio que lo vio crecer, su querida Villa Itatí. -¿Qué podés contarnos de tu infancia? -Bueno, me llamo Víctor Ibáñez, tengo 43 años, me crié en Villa Itatí pero no en Bernal ni en Don Bosco, porque a nosotros nos hacían decir que éramos de Don Bosco o Bernal porque nos sentíamos discriminados. Pero yo lo digo: era de villa Itatí, no reniego de eso. Nací en San Miguel de Tucumán y a los tres meses mis padres me trajeron a Buenos Aires, a Itatí junto con mis hermanos que en total somos 9. ¡No hablaba ni tucumano todavía! Mi infancia fue hermosa y hemos pasado momentos difíciles, no me di cuenta nunca si pasábamos hambre pero momentos para nada fáciles, sí. Claro que no teníamos las comodidades ni el lujo que
hoy uno aspira a darle a sus hijos pero nunca renegué de eso, todos los que me conocen saben que al cruzarlos por la calle en algún otro lugar jamás miré para otro lado como si dijera: “Ay no, estos son de la villa y yo ya vivo en otro lado”, no, nunca. Repito, una infancia hermosa… -Te amigaste con esas raíces… -¡Sí! Me fui de ahí hace 20 años, ya no me junto con villeros ¡Jajajaj! Me fui, pero no me desvinculé nunca, nunca de los asuntos de la villa, de hecho, tengo el sentido de pertenencia, creo que soy más villero que muchos de los que aún viven ahí. (Es una de las pocas veces que se lo ve reír, recordar esos años en Itatí le ilumina el rostro, rostro que lleva de equipaje una larga barba cargada de anécdotas que muere por contar.) -En la villa tenías dos oficios que te transmitían: o eras futbolista o eras delincuente y eso dependía de la enseñanza de tus padres o de tu capacidad e inteligencia. A muchos pibes que eligieron la delincuencia les fue mal y a los que eligieron el fútbol quizás le sirvió más esa elección. Pero nunca nos
Por HERNÁN MEZA Producción
FLORENCIA PIMAZZONI enseñaban que podíamos ser… no sé, periodistas o artistas plásticos o productores, no teníamos esa posibilidad, nunca nos contaron eso. (No se trata de opiniones de alguien que leyó en libros la situación de la juventud en las villas, Víctor habla desde la experiencia de la carencia, de la falta de oportunidades, desde la ausencia de esos colores brillantes que hoy pinta que son el horizonte de posibilidades del cual está convencido que se priva a los pibes, de una carrera profesional, del arte fundamentalmente.) -Si el arte no era una posibilidad en tu juventud, ¿cómo te diste cuenta que era lo tuyo y que te gustaba, en qué momento te das cuenta de que podías ser artista? -Desde chico siempre me gustó, más que nada, el dibujo, siempre fui creativo; hasta hoy que tengo 44 años, desde que me levanto mi cabeza no para de carburar en hacer cosas y cómo hacerlas, eso nunca se detuvo. En la villa también tenía eso en la cabeza, pero nunca tuve las herramientas y nadie me lo ofreció como posibilidad, nadie nos
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dijo: Mirá, existe esto y vos podés hacerlo. Siempre le decía a mi mamá: ´Cuando pueda, quiero irme de acá´ y no por renegar del lugar donde vivía, vi que si me iba, podría tener más oportunidades. Siempre observo a los pibes, a los niños, ellos son futuro por eso los tengo en cuenta. Y si a los pibes de la villa les das oportunidad tienen muchísimo talento por descubrir, y a veces talentos que ni ellos saben que tienen y que hay que saber despertar, ¡no sabés el talento que hay! Cuando salí de Itatí vi más claro que quería pintar y que quería mezclar el arte con la solidaridad. Mirá, soy ferroviario pero no todo el día, no me identifico con una actividad, no me etiqueto, hace 4 años empecé a cortar el pelo, soy barbero, hago murales; mis hijos dicen “no sabemos lo que es mi papá porque él hace muchas cosas”. Y entonces empecé a buscar la manera de mezclar lo que yo hacía, mis herramientas con alguna movida solidaria, siempre tuve en la cabeza ayudar y lo hago. -¿Qué movidas solidarias organizaste? -Primero empecé con los tatuajes; necesitaba ayudar de alguna manera, y de tanto pensar nació “Un tatuaje lleno de Navidad”. Una vez mientras tomaba mate con mi esposa le dije: “Necesito hacer una ayuda para Navidad, es una fecha muy especial, de mucha emotividad”. Recordé las navidades que pasábamos de chicos y en muchas no teníamos ni para comer, y así nació esa movida, hicimos tatuajes por $100 y un pan dulce: con tres amigos hicimos más de 100 tatuajes en dos días. Al año siguiente repetimos lo de los tatuajes pero la necesidad de ayudar se hizo más grande y con mi señora queríamos hacer algo más, ella me acompaña en todo momento y cuando te acompaña la familia para mí es buenísimo. Entonces organizamos algo para Pascuas, dijimos: “Haremos huevitos de Pas-
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cuas para llevarle a los pibes del barrio”, y ahí fue que comenzamos a pedir donaciones, a mis compañeros de trabajo inclusive y todos aportaron. Pensé que si hacíamos 50 huevos ya habría 50 niños que tendrían su regalito y se pondrían contentos y en menos de una hora ya habíamos hecho los 50 huevos pero quedaban un montón de ingredientes todavía, “armemos 100” dije; hicimos 100, las donaciones de ingredientes no paraban de llegar, hicimos 150, 200, 300 y así llegamos a 500 huevos para Pascuas que los entregamos en Itatí, en el barrio El Progreso, y luego todos los años hicimos eso. (Resulta difícil interrumpirlo cuando cuenta el trasfondo de sus eventos solidarios, cuando parece finalizar levanta la mirada como quien busca que su mente le devuelva la mayor fidelidad posible de los acontecimientos; recuerda, sonríe y continúa.) Después se acercaba el Día del Niño y me puse a pensar qué podía hacer para esa fecha. Hicimos rifas y con eso compramos juguetes, aparte de las donaciones que nos acercaron. Fuimos a mi barrio con más de 300 juguetes y otras cosas, fue impresionante, jamás me lo imaginé poder llegar a tantos pibes, ¡casi 400! -El hecho de que todo el barrio te conozca ¿te ayudó? -Sí, y no sólo eso, no sólo todo el barrio y la gente que me ayuda, sino que también nos colaboró haber salido en notas del diario, en la tele y en otros lugares. -¿Y cómo asimilás el reconocimiento, eso de salir en medios, haber recibido una placa de parte del Intendente de Avellaneda? -Mi intención sólo es ayudar, no me deslumbra el reconocimiento. Hace unos años me hicieron una nota en el diario Clarín y pude
haber tomado eso como un logro, tener el diario para mostrar que salí, pero no, el diario está por ahí y me olvidé y seguí; después vino una entrevista en TN y lo mismo, no me quedo con eso, lo agradezco y sigo. Cuando vino el intendente también, me dio una placa y la tengo como un recuerdo, es decir, no utilizo esas cosas para alimentar mi ego, siempre quiero avanzar. (En una de esas actividades que ya no realiza por cuestiones personales, la de tatuador, Víctor cuenta que le comentó a un cliente su deseo de pintar, que siempre sintió curiosidad y al día siguiente, ese cliente le trajo lo necesario para comenzar: un bastidor, óleos, espátulas y demás. Con esos elementos comenzó a darle vida a sus “narigones”, el colorido personaje que está presente en casi todos los murales de las salas de Pediatría que Víctor pidió pintar.) -Me puse a pintar un cuadro de los narigones, como los llamo, y cuando me di cuenta llevaba como 200 cuadros pintados y me empezaban a quedar chicos: “Algo tengo que hacer con esto”, y de nuevo pensé en algo solidario y ahí es que arranqué con los murales en los hospitales. -¿Cómo es que llegaste a las salas pediátricas de Avellaneda? -En mi barrio había una salita chiquita donde trabajaba una enfermera de pelo blanco con cara de mala, entrabas ahí y era todo blanco y había demasiado olor a hospital. Siempre pensé dentro mío que entrar ahí no era para nada agradable, y son esos recuerdos que se me venían a la mente cuando decidí presentar el proyecto al intendente de Avellaneda y bueno, me lo aceptaron y arranqué. (Se esfuerza para que la protagonista sea la actividad solidaria en sí y salirse de escena, expresa rechazo por los políticos que se acercan mientras pinta para sacarse una foto y
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15 allí herían de muerte a los principios desinteresados que rigen su vida. Elige el barro en vez del champagne, la cómoda indumentaria deportiva por sobre las últimas tendencias de la moda.)
< Volví al “barro”, como me gusta decir, donde no gano plata pero me siento cómodo>
luego desaparecen. “Me ha pasado”, cuenta. Sólo necesita que le faciliten los permisos para ingresar a las salas y los materiales. “Vittorio” no cobra por esa actividad.) -¿Cuánto te facilitó la actividad el contacto con el municipio? -Cuando yo andaba solo tenía que hablar y pedir permiso a mucha gente para entrar a algún lado a pintar, con encargados, directores. Entonces este contacto me sirvió porque la orden para que me dejen pasar la daba el intendente, así que en ese sentido fue muy bueno. -¿A cuántas salas pensabas llegar con los murales? -Acá en Avellaneda hay 32 salas, y mi idea era pintar todas, llegué a pintar 14 de esas 32. Luego empezó a pararse todo con esto de la pandemia y ya no pude seguir. -¿Sólo salas de pediatría? -No, también pinté comedores comunitarios, ahí en Itatí hay uno que se llama “Abuela Eduarda” que está bien en el bajo de la villa, a ese también fuimos a pintarle y a llevarle mercadería, juguetes para todos los chicos. Luego comenzaron a recibir ayuda del Estado y dejamos de ir. Vamos a esos lugares que necesitan y no tienen ayuda de nadie, pero cuando vemos que ya los empiezan a acompañar desde el municipio y a recibir más y mejor ayuda, buscamos otro lugar que esté en situación de necesidad. No sólo salas de pediatría,… si me pongo a contarte no termino más porque son muchísimos lugares. -El comedor “Abuela Eduarda” está en Itatí, tu barrio de la infancia, ¿cómo te recibieron? -Siempre bien, pero te cuento una anécdota: me llaman de ese comedor para hacer
una bandera, y voy. No me conocían algunos pibitos que andaban ahí, sobre todo los más chicos y tratan de “plantar bandera”, de hacerte sentir extraño, como diciendo “¿Quién sos vos, por qué venís de afuera a meterte acá?”. Me querían tumbear por decirlo así, pero ellos no sabían que me crié ahí, y mientras pintaba la bandera, llamo a uno de los pibes y comenzamos a hablar, le conté que había pasado toda mi infancia ahí, y entonces bajó un cambio. Lo invité a participar, a pintar unas letras, no sabés la mano que tenía para eso, dibujaba increíble, tenía un talento grandísimo como para hacer algo con eso. Por eso siempre digo que hay que alentarlos en esas cosas, este pibe no pintaba porque no tenía con qué, y la verdad no quiero pasarme de críticas pero es algo que casi no se hace. -¿Hasta dónde querés que te lleve tu arte? -Mi arte me hizo llegar a lugares donde jamás pensé llegar, a exposiciones, a compartir lugar de exposición con artistas reconocidos del ambiente del arte. Hasta ahí me llevó, a ese lugar que pensé que estaba bueno, pero donde no encontré lo que buscaba o no era lo que esperaba. Llegué ahí, estaba con artistas famosos, yo salido de una villa, porque uno puede llegar a esos lugares… Yo pensaba que ese era mi lugar, que estaría cómodo ahí pero no, lo intenté dos o tres veces pero no pude sentirme parte nunca. Volví al “barro”, como me gusta decir, donde no gano plata pero me siento cómodo. (El arte por el arte y el arte para ayudar, y no por el dinero ni para elevarse en ego; son los principios que defiende con su conducta. Su arte lo llevó donde parecía un lugar soñado que se supone de pares. Pero la aguda observación que lo caracteriza hizo que se encendieran sus alarmas, entendió que
-¿Y tus padres? ¿Cuál fue su reacción al ver tu crecimiento? -Creo que no se dieron cuenta pero no porque no entiendan nada. Al no estar metidos o no conocer el ambiente ni los personajes famosos del arte no tienen una magnitud. Aparte siempre me manejé igual, no es que empecé a creérmela ni nada de eso, no hice alarde de los lugares donde iba con mis cuadros. Mi vieja se pone contenta, obvio, cuando salgo en el diario o en la tele, también mis hermanos, me felicitan y esas cosas, pero incluso acá en casa es algo normal que me llamen a alguna entrevista o algo de ese estilo, lo tienen incorporado y no les parece algo extraordinario. (Tiene tantas historias como tatuajes, tantas anécdotas como pinchazos de tinta en su piel, como si se hubiera tomado la molestia de hacerse un diseño nuevo por cada aventura que se le presentaba o por cada camino que le tocaba recorrer. Son marcas de vida, aunque recalca que de su vida pasada, esa vida que hoy ve desordenada, que no tenía ningún horizonte aparente y de la que se alegra haber salido.) -Ahora tanto mi familia como yo estamos bien, tratamos de hacer las cosas bien como corresponde. Ocho hijos tengo a los 42 años, nunca pensé que tendría ocho, el más grande con 19 y el bebé, Felipe, es un bebé. Son chicos educados y respetuosos, esas cosas se las pasé, porque me las enseñaron mis viejos a mí. -A corto y mediano plazo, ¿cuáles son tus proyectos? -Este año tenía 400 millones de proyectos y tuve un hijo, imagínate, no estaba en los planes, pero ahí está Felipe. Pero mi idea inmediata cuando termine esto de la pandemia es finalizar con las salas de Avellaneda y después intentar hacerlo en Quilmes, ya hablé por el tema de las autorizaciones. Después conversé para que me faciliten el ingreso al Casa Cuna para pintar algo ahí. Luego en cuanto a cuadros, no estoy con eso ahora, estoy enfocado en los murales en las salitas. -Si te leyeran niños y jóvenes ¿qué les dirías? -Quisiera decirles que pueden llegar a donde deseen, a ese lugar que sueñan, que no dejen que las circunstancias le quiten la posibilidad de soñar, que no se piensen incapaces y sobre todo que no dejen que otras personas les impidan crecer y cumplir sus metas. Y si soy ejemplo de algo, es de eso, de soñar hasta conseguirlo. Siempre hay que seguir.
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FRONTERAS ENCRUCIJADAS
“ORGANIZADAS SIGNIFICÁBAMOS UNA AMENAZA PARA LA POLICÍA” Por ORIANA MAGALÍ PEÑA
El trabajo sexual en Argentina no es ilegal pero tampoco está regulado, existe un vacío normativo, en donde las mujeres que ejercen esta labor quedan expuestas a todo tipo de violencia, sobre todo institucional. Se confunde delitos como la trata o el proxenetismo con actividades lícitas como el trabajo sexual que, mujeres mayores de 18 años, realizan con total consentimiento. Es por eso que desde 1994, se comienza con una organización por una sociedad que deje de ver como víctimas a las meretrices y las considere con derechos y como parte de la clase trabajadora. Elena Reynaga es la fundadora de la Asociación Mujeres Meretrices de la Argentina en Acción por Nuestros Derechos (AMMAR) que nace de la necesidad de ser escuchadas. Cansadas del abuso institucional, Elena Reynaga y sus compañeras deciden organizarse y ponerle voz a las injusticias de las que eran víctimas. Además, es secretaria ejecutiva de la Red de Mujeres Trabajadoras Sexuales de Latinoamérica y el Caribe (RedTraSex). Ambas tienen como objetivo apoyar y fortalecer a las organizaciones de mujeres trabajadoras sexuales en la defen-
sa y promoción de sus derechos. Elena nació en Jujuy pero a sus seis años se mudó a Buenos Aires, aunque nunca tuvo un domicilio fijo, hoy planea instalarse en Lanús, localidad donde reside su hija, Elizabeth y sus nietos. -¿Cómo empezaste a ejercer el trabajo sexual? -Soy la mayor de nueve hermanos y me tocó cumplir con el mandato, tenía que estar al cuidado de ellos fui como su segunda mamá, a los 15 buscaba la manera de irme de mi casa y me casé, pensaba que me liberaba pero no fue así, me fue mal. A los 19 ya estaba separada y con dos hijos, trabajaba en una parrilla de cocinera, donde venían chicas de un cabaret cercano, me deslumbré al verlas por la manera en que vestían, y el oro que llevaban, sus tapados de zorro rojo. Y un buen día decidí dejar la parrilla y me fui a trabajar con ellas, empecé haciendo copas, es decir, acompañante y a los dos o tres años empecé a trabajar en la calle, porque no quería trabajar de noche, quería poder llevar a los chicos a la escuela, ejercí desde los 19 hasta casi los 50.
-¿Cómo surgió AMMAR? -Trabajé en países, como Portugal y España, al volver a Argentina dejé el trabajo sexual y me compré una panadería, la tuve cuatro años, no me fue bien, por lo cual volví a los servicios sexuales. Al principio tuve que arreglar con la policía, como hacemos todas, para que no me lleven detenida pero me empezaron a llevar igual. En el calabozo con una compañera empezamos a pensar qué podíamos hacer para cambiar esta situación, teníamos como referentes a las Madres de Plaza de Mayo. Entendimos que por lo que significaba la prostitución en ese momento nadie se ocuparía de nosotras, lo que padecimos no le importaba a nadie, total éramos putas, éramos nada y entonces decidimos organizarnos. Aparecieron dos antropólogas que estudiaban la prostitución, nos entrevistaban y nos contaron la historia de las uruguayas. Nosotras sabíamos que en Uruguay había un sindicato, es decir, ya estaban organizadas y nos interesó. Pensamos si las uruguayas pudieron ¿por qué nosotras no? Empezamos a reunirnos primero en los barrios, después la policía empezó a ver algo que nosotras no
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Elena Reynaga, ex trabajadora sexual, fundó AMMAR y es secretaria ejecutiva de la RedTraSex, cuenta cómo formó el camino que la convirtió en una referente de lucha y da un panorama acerca de lo que viven las trabajadoras sexuales en Latinoamérica.
podíamos ver, no teníamos la madurez para ver que nosotras organizadas significábamos una amenaza para la policía, una amenaza en términos de sacarle la caja chica, nosotras le pagábamos mucho dinero, y éramos alrededor de 200 en cada barrio. Un día, las antropólogas nos presentaron a Teo Peralta, en ese momento Secretario General de ATE Capital, nos dieron un lugar para reunirnos pero la policía nos llevaba detenidas cuando salíamos de las reuniones. Entonces nos mudamos a la CTA que recién se fundaba, conocimos el mundo sindical, y en 1994 formamos AMMAR. No fue fácil, empezamos a participar en los plenarios, escuchar a los compañeros, las problemáticas, así aprendimos y adquirimos formación política.
-¿Qué función cumple AMMAR y RedTraSex? -AMMAR es una organización que nació para defender los derechos humanos y laborales de las trabajadoras sexuales, para empoderarnos, formarnos, y empezar a discutir políticas públicas que favorezcan a nuestro sector, igual sentido de la RedTraSex. Pero en este caso, no sólo formamos una organización sino que formamos catorce, es decir, estamos en la incidencia política nacional y en la regional y en la mundial. Nos constituirnos en 14 países: Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana y México en una red latinoamericana e incidir en diferentes espacios. Vamos a diferentes espacios a discutir y hacer que nuestros
gobiernos nos vean en lugares donde ellos van. Con el gobierno de Mauricio Macri no hemos podido hacer nada, se oponía a todo. -¿Cómo es la situación a nivel país en relación a otros países? -Son culturas distintas, los avances tienen que ver con la sociedad en la que vivís. No es igual la sociedad de El Salvador o de República Dominicana que es súper machista, pacata, donde la iglesia tomó la escena política, que hablar acá, donde hemos construido por años. Las argentinas, por nuestra propia historia tenemos eso de dar pelea, los ciudadanos de nuestro país son aguerridos. En otros lugares, la política es sólo de los políticos. Las compañeras de otros países tenían ese
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ACTIVISTA Y TRABAJADORA SEXUAL ELENA REYNAGA
contexto, eran excelentes promotoras de salud pero no eran actores políticos. No discutían, votaban a partidos de derecha, estaban en contra del aborto, pero a medida que pasó el tiempo se fueron formando. Han tomado conciencia política y eso es un orgullo para nosotras, lo que yo hice acá lo trasladé a Latinoamérica, creía que tendría un efecto rápido, por el contrario, no fue así. La primera que tenía que comprender que esas cabezas eran distintas a las nuestras fui yo, me frustré al principio. Después entendí por dónde entrar, descubrí que soy docente, me gusta enseñar, me apasiona, me gusta ir a la universidad a dar charlas, hoy estoy abocada a la juventud. Con las jóvenes cuando charlas te das cuenta que es muy fácil sacarle los prejuicios, si rascás un poco caen solos, en cambio, la gente de 40 para arriba todavía tiene pegado el prejuicio. Yo estoy grande y quiero dejar acá lo que aprendí, no me lo quiero llevar a la tumba porque no le serviría a nadie, quiero demostrarle al mundo que la universidad te da conocimiento pero la vida también. Hice incidencia política sin saber lo que era, estaba desesperada porque te llevaban presa, porque en la época de la dictadura la pasé mal, y era tanta la desesperación por ser libre que me salió solo. Hoy tengo otras herramientas, puedo juntar la teoría con la práctica y eso es lo que les cuento a mis compañeras. -¿Cuáles son las principales causas que afectan el trabajo sexual? -La clandestinidad en Argentina, el trabajo sexual no está penalizado, pero tampoco está regulado, en el medio hay un vacío. Otra causa es la hipocresía de la sociedad, junto con el abolicionismo, que es una amenaza, las abolicionistas siempre estuvieron pero como hoy estamos organizadas y tenemos voz propia están enojadas, son una amenaza porque son mujeres de poder, son de los medios de comunicación, otras son legisladoras, están en el gobierno, en la ONU. No soy la única que quiere que se reconozca el trabajo sexual y que considera que es trabajo, he construido 14 organizaciones a nivel mundial de mujeres que piensan como
yo. Lo que pasa es que en la historia han vivido de la mujer en situación de calle, de escribir, de presentar proyecto. Ahora, el dinero nos lo dan a nosotras, ya no hay intermediarios, y eso tampoco les gusta, es una disputa por el recurso económico, y no quieren perder el poder. El 89% de las trabajadoras sexuales de Latinoamérica sufre violencia institucional, son violadas, maltratadas, todo eso pasa porque trabajamos en forma clandestina, entonces no hay que pensar demasiado. También nos afecta la crisis económica, somos las primeras en sufrirla, en un principio porque demandar servicios sexuales no es algo de primera necesidad y la crisis hace que recortes lo que no es elemental, por
otro lado, el 92% son jefas de hogar y sostén de familia. Con la miseria y desocupación se limita el trabajo y se cierran fuentes de empleo. -¿Qué es lo próximo en la agenda de AMMAR? -Ahora no estoy de dirigente pero lograr la ley es lo más importante. Seguir con la recorrida de las universidades y buscar de aliados en los estudiantes. Creo que hay tierra fértil para presentar la ley. Por mi parte, siembro para poder militar por Lanús, en dos o tres años dejaré la red, ya no quiero ser la presidenta, ni la secretaria, quiero ser una militante más, ya tengo 66 años.
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“TODOS PEDÍAN OTRA Y CERRÉ CON EL BOMBÓN ASESINO”
Apasionado por la música desde pequeño, Ciudadano Ilustre del partido de Quilmes, Ramiro, a sus 27 años, cuenta lo que representa la música para él, su participación en la Banda Sinfónica de Ciegos, y en el concierto junto a León Gieco en la Ballena Azul de CABA. Por DANIELA CASTRO
BREVE ENTREVISTA A RAMIRO VISINTÍN, PIANISTA Y CONCERTISTA NO VIDENTE -¿Qué significa la música en tu vida? ¿Cuándo empezaste a tocar el piano? -Para mí la música es una forma de comunicarme, es algo que me nace de adentro. Toco varios instrumentos pero mi fuerte es el piano. Desde muy chiquito, a los 3 años, empecé a tocar por afición, como un juego, tocaba en un órgano que tenía, hasta que a los 5 me prestaron el primer piano, ejecutaba ambos por oído hasta que a los 9 o 10 arranqué con mi profesora, que es la misma que tengo ahora. Empecé a estudiar Musicografía Braille, una forma de leer partituras en Braille, y después por partitura. -¿Cómo creés que te condicionó en tu vida no poder ver? -No te voy a decir que es un beneficio, porque no creo que lo sea pero en cuanto a lo musical lo cierto es que aprendí desde tan chiquito por oído porque no puedo ver, sino siento que hubiera sido muy diferente mi experiencia. Me parece que esa es la razón por la que desarrollé una sensibilidad musical tan amplia, no quiero que parezca que me las sé todas pero agarro cualquier instrumento y lo toco, no tengo mucha dificultad.
La música me da eso, tengo limitaciones con un montón de cosas por no ver pero con la música y los instrumentos, no. -Desde que empezaste ¿Cuál fue el trabajo o evento en el que participaste que más te gustó? -Tengo recuerdos de momentos lindos, por ejemplo, cuando me recibí en la Tecnicatura en Piano en la Escuela Municipal de Bellas Artes “Carlos Morel”. Otro recuerdo que tengo es de hace algo así como 2 años, tocamos con Gustavo Chazarreta. En la primera parte toqué obras de Ariel Ramírez en el piano, y en la segunda parte era con amigos, quiere decir que yo invitaba a alguien. Toqué con una amiga temas clásicos que son mis favoritos, y terminamos con Gustavo “El Pacha” Ruíz, un charanguero. A lo último todos pedían “otra, otra” y cerré con el Bombón Asesino. Se prendió todo el público. Para hablar de algo más actual, lo más importante que me pasó fue que entré a trabajar en la Banda Sinfónica Nacional de Ciegos, es algo que me tomo con mucha seriedad, es lo que soñé desde que soy chiquito. Ensayamos los martes, jue-
ves y viernes para las presentaciones que tenemos durante el año, tocamos cosas de León Gieco, algunos tangos. Además, el día que entré a trabajar en la Banda me declararon Ciudadano Ilustre de Quilmes en el Concejo Deliberante, por mi carrera y mi trayectoria, fue muy lindo. El 24 de septiembre tocamos en la Ballena Azul de Buenos Aires, en el Centro Cultura Kirchner con León Gieco y la banda. Fue una experiencia inolvidable. -¿Quiénes son tus referentes musicales? -Si tengo que elegir un ídolo en cuanto a lo que es el piano es el clásico Mozart, mi compositor favorito. Si bien toco piezas de música más moderna tengo preferencia por lo clásico. Y en lo que son los cantantes, es complicado quedarse con uno pero desde que soy chico que me gusta Pavarotti, a los 4 años cantaba sus canciones más conocidas. Me encantaría ser cantante, integrar algún grupo pero ya no tengo la voz que tenía, es algo normal en los hombres, cuando crecemos nos cambia la voz. Igual no es algo que descarte, no pierdo las esperanzas.
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BASADO EN DESIGUALDADES REALES Por AGUSTINA BÁRZOLA
-Laburar laburaba bárbaro, eh, muchas clientas pedían turnos sólo conmigo pero en el medio algo me manoteaba. No soy cleptómana igual. Agarraba cosas del negocio por bronca. Y nunca lo negué. Cuando me engancharon no me quise hacer la tonta ni nada. ¿Qué iban a hacer? ¿Llamar a la policía porque una boluda se robó esmaltes? Es más, mientras juntaba mis cosas para irme alcancé a manotear otro tarro de acrílico y pensé “esta es mi indemnización”. Ja. No es novedad que el trabajo que involucra atención al cliente es agotador. Cuando a lidiar todos los días con personalidades complicadas se le suma la condición de trabajo informal y explotación laboral, el descontento de quien atraviesa estas situaciones se incrementa. Se convive con un sentimiento de tristeza al que se le adhieren la bronca y el deseo de justicia. Así se sintió Francisca durante los cuatro años que trabajó en un centro de estética en Avellaneda, donde comenzó a hurtar objetos del negocio a modo de ‘‘venganza’’. Los robos de Francisca fueron su manera de expresar injusticia frente al maltrato y la desigualdad. El trabajo informal suele ser la primera experiencia de la juventud argentina dentro del mercado laboral. Para algunas personas implicará la única forma de sustentarse y para otras constituirá un empleo temporario. Cualquiera sea el caso, a las ya conocidas problemáticas de la precariedad laboral (falta de aportes jubilatorios, ausencia de un salario mínimo, horas extra no remuneradas y demás) se le suma un sufrimiento psicológico que, en el caso de Francisca, repercutió
Crónica de una trabajadora informal de un centro de estética sometida a explotación laboral. El descontento y la tristeza mezclado con deseos justicieros a como dé lugar.
en la forma de concebir su identidad. Las condiciones de precariedad laboral podían llegar a ser soportables, puesto que para ella se trataba de un empleo del que no dependía para subsistir. Sólo quería obtener cierta libertad económica para no molestar tanto al bolsillo de sus padres. Pero el maltrato tanto de su jefa como de la clientela del local tornó la jornada de trabajo en un tormento que comenzó como una pesadumbre cotidiana y se transformó en una bronca incontenible. Francisca tiene 21 años y nació en una familia de clase trabajadora. Su padre se dedica desde toda la vida a subsistir mediante changas y su madre es asistente social. Nunca pasó hambre pero todos los meses veía a sus padres sentarse en la mesa y hacer cuentas mientras se agarran la cabeza con preocupación. Al comenzar a trabajar pudo invertir de vez en cuando en pequeños lujos que no se había dado antes: ropa, accesorios y salidas. Su trabajo, por más insoportable y poco remunerado que fuera, le permitía por momentos realizar el sueño consumista con el que siempre alucinó. No es ni la primera ni la última víctima del sueño americano. Los destellos del sol sobre su cabello lo asemejan al fuego, ondulado y rojo. Descansa sobre su cabeza una boina de paño color caramelo. Lleva unas argollas de oro con pequeños diamantes incrustados y sobre su cuello descansa un colgante, también de oro, con una piedra verde en su interior. A su ya natural altura elevada se le suman unas botas rojas con taco. Sus ma-
nos juegan inquietas con un anillo de piedras naranjas que lleva en su dedo anular izquierdo. Sus hombros están tensos y sus brazos cruzados. Con una mirada vidriosa que rara vez se encuentra con el ojo ajeno y una voz firme e irónica relata su historia. Comenzó a trabajar en el centro de estética ubicado en pleno centro de Avellaneda en noviembre de 2018. Tenía dieciocho años y cursaba su primer año en la Universidad de Buenos Aires. La citaron para una entrevista que consistiría en realizar un set de uñas un lunes a las once, día que el local permanece cerrado al público. Francisca cursaba por la mañana, por lo que se disculpó con la profesora y salió más temprano de clase para poder tomar en Constitución el tren de las 10:20 que la llevaría hasta Avellaneda. -Estaba nerviosa y emocionada, era mi primer trabajo. Así que once menos diez estaba ahí en la puerta del local cerrado con mi valijita llena de mis cositas para hacer uñas. -sus diminutivos están embebidos en sarcasmo.- Me habían mandado un mensaje que decía que estaban retrasadas, así que esperé. Llegaron a las 12:30. No me dijeron ‘disculpa, pasó tal cosa.’ Nada. La dueña estaba con una remerita de Calvin Klein, un jogging Nike y un bolsito de lentejuelas de Victoria’s Secret. Parecía que recién volvió de un shopping de Miami, era una tipa petiza y gordita con el pelo teñido de rubio. Ni me miró, se sentó en un escritorio, me tendió una mano y me dijo ‘Bueno, arrancá’.- su cuerpo se relaja a medida que se adentra en la historia. Mira de modo constante hacia arriba, como si sus recuerdos se encontraran en el aire.
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La propuesta había sido la siguiente: trabajaría en las condiciones que de manera coloquial conocemos como ‘en negro’. La dueña y jefa, Lidia, aseguraba que los ingresos del local no eran suficientes para afrontar los gastos que implicaba registrar a sus empleadas. Esa era una cuestión que, descubrió Francisca más tarde, sólo le correspondía a Micaela (recepcionista) y Camila (una de las manicuras), hija y sobrina de Lidia respectivamente. Francisca acordó que trabajaría de miércoles a sábados desde las 10 hasta que se fuera el último cliente. Al finalizar el día, la última empleada que se quedaba era quien pasaba escoba y trapo por todo el local. Trabajaba a comisión del 50% y se le otorgaba el dinero del día en efectivo antes de irse. Tenía media hora para almorzar y otra media hora de merienda. Algunos elementos esenciales para trabajar los tenía que llevar ella. El centro de estética tiene una llamativa vidriera llena de insumos para uñas, maquillajes, cremas corporales y perfumes. Al entrar, el escritorio de la recepcionista está rodeado de vitrinas repleta de estos elementos en venta. Los productos son, en su mayoría, importados y por ende de un elevado precio. No parece haber un lugar específico para cada objeto y el desorden del negocio incomoda a la mirada. El auge de la contaminación visual es alcanzado por la presencia excesiva del color fucsia. Paredes, sillones, escritorios, tazas, guantes, uniformes, barbijos. Todo es de color
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fucsia. Una cortina también fucsia separa el mostrador en la recepción de una escalera caracol. Al costado de la escalera se encuentra el baño y una pequeña heladera. A la molestia visual se le suma la sonora: madre e hija discuten de modo constante a los gritos. A Micaela poco le importa realizar las tareas de recepción y en más de una ocasión ha dejado el teléfono que sonara o ha abierto la puerta a clientes sin despegar los ojos de la pantalla del celular. Lidia, que está todo el día con su teléfono en el piso de abajo, la reprende por su desempeño. Los alaridos llegan hasta el piso superior y se fusionan con la música de reggaetón que suena desde un televisor que emite un programa de música. Arriba trabajan cuatro empleadas, el escritorio donde se ubicaba Francisca sigue libre. La sillas donde se desempeñan las manicuras están contra la pared, rodeadas de estantes en los que reposan los materiales de trabajo: pinceles, esmaltes de diversos colores, limas y productos de utilidad desconocida para aquellos ajenos al mundo de las uñas. Los insumos invaden el ambiente con aromas similares a los de consultorios odontológicos. El olor es desprendido de un líquido llamado monómero, que se fusionará con un polvo denominado polímero para formar la pasta acrílica con la que se realizan las uñas esculpidas. El elemento que acompaña esta fusión y construye la uña artificial guiado por la mano de la profesional es un pincel de pelo chato y largo. Es el pincel,
con un tiempo de vida aproximado de seis meses, el elemento con mayor valor económico (alrededor de $5mil) luego de las lámparas de luz UV que secan el esmalte semipermanente, cuyo precio no baja de los $7mil. Casualmente, estos son los insumos que no son proporcionados por el local y corren por cuenta de cada empleada. Un día de trabajo en el local estará determinado por dos cuestiones: el humor de Lidia y la actitud de los clientes. Los servicios ofrecidos son esmaltado semipermanente en uñas, esculpidas sobre la lamina natural de la uña (a veces con decoraciones y dibujos) o extensión de pestañas. El tiempo aproximado en el que cada cliente está en el local es de dos horas. El primer turno es a las 10, el segundo a las 12 y así hasta dar el último a las 18 horas. Pero la teoría no se corresponde con la práctica, la remuneración no es del 50% y no hay horarios para la comida. La verdadera comisión otorgada a las empleadas es de un 15%. Se calcula que un cliente abonará entre mil y mil trescientos pesos de acuerdo al servicio que realice, por lo que la remuneración por cada servicio correspondiente a las empleadas rondará en los $180. Los tiempos de descanso no son tenidos en cuenta ni por Micaela ni por Lidia a la hora de otorgar los turnos. Si tienen suerte, un cliente solicitará un turno a las 12:30 y tendrán media hora para almorzar finalizado el turno de las 10. Fue más de una la ocasión en la que Agustina, empleada en el local desde
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septiembre de 2020, dejó la lima a un lado y se excusó con la clienta de ese momento con el argumento que necesitaba ir al baño. ‘‘Cosas de mujeres’’, decía mientras tomaba su mochila. Bajaba veloz las escaleras y se encerraba en el baño, abría con desesperación el tupper que contenía el almuerzo preparado la noche anterior. Engullía parte de la comida sentada en el inodoro y terminaba de masticarla con disimulo debajo del barbijo a medida que subía las escaleras. -Nunca nos dieron tiempo para limpiar entre cliente y cliente, y ahora con la pandemia tampoco. El protocolo acá no existe. Limpiamos frente a los clientes en la medida de lo posible. Lo más importante es aunque sea poder desinfectar algunos elementos como el corta cutículas.- Las manos de Agustina deslizan la lima por las uñas artificiales con frenesí. Tiene el pelo castaño claro atado en una colita baja. Habla casi en un susurro, dirige su mirada nerviosa al escritorio donde se encuentra Camila. -Y hasta hace poco estuvo la restricción, un toque de queda a las 20 horas. Les pedí por favor que me pusieran un último turno a las 17, así llegaba a atender al cliente y limpiar antes de irme. Vivo lejos -trabaja en otro centro de estética en CABA-, soy de Berazategui, tengo por lo menos 40 minutos de viaje hasta casa. Me dijeron que si, que no había problema.
Cuando llego y miro los turnos el último lo tenía a las 19. La dueña me dijo ‘‘yo llego a mi casa a las 21 y no pasa nada’’. Sí, pero ella vive a tres cuadras. Yo tengo que cruzar el puente Pueyrredón. Por suerte nunca me comí ninguna multa. A lo largo de sus días en el local Francisca fue, junto con el resto de las empleadas que no portaban el apellido de Lidia, maltratada por ella. Obsesionada por la limpieza, se molesta con una taza fuera de lugar, el tarro de un esmalte mal ubicado o una pelusa que se le escapó barrer a la escoba. Estos despistes desencadenan un maltrato verbal caracterizado por frases como ‘‘pendeja de mierda’’, ‘‘no vas a conseguir otro trabajo porque no hacés nada bien’’, y ‘‘agradecé que te estoy dando laburo’’. Pero Lidia no es la única fuente de insultos. Como en todo local que ofrezca servicios personalizados, hay clientes difíciles. Y difíciles es una palabra casi romántica para describirlos si se la compara con lo que dicen las empleadas apenas esa persona se retira. Los problemas suelen ser inexplicables. Hay gente que se queja. Sí, hay ocasiones donde el trabajo no está bien realizado y el cliente tiene justa razón en molestarse. Mas la mayoría de los conflictos implican disputas sin sentido donde el único detonante pareciera ser el deseo de causar una discusión. Pero el verdadero
< Estos despistes desencadenan un maltrato verbal caracterizado por frases como ‘‘pendeja de mierda’’, ‘‘no vas a conseguir otro trabajo porque no hacés nada bien’’, y ‘‘agradecé que te estoy dando laburo’’. >
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problema llega cuando los insultos van más allá de los resultados del servicio. -Una vuelta me preguntaron si tengo el secundario completo.- recuerda Francisca.-De la nada, no venia charlando con la persona. Le respondí que sí. Y me dijo ‘‘¿Pero por qué trabajás acá? ¿No tenés un proyecto de vida?’’. Ni contesté. Y así mil cosas, que te apuran porque tienen que ir a un lado después, que no les gusta como les queda, van abajo y le dicen a Lidia ‘‘esta piba no sabe trabajar’’. Todo expresado de una manera horrible. Te miran de arriba abajo, te consideran menos. La desigualdad social conforma una problemática que se empeora cuando quien se encuentra del lado más débil de la balanza la experimenta con la sensación de injusticia. El no ser más que una simple empleada que le hace las uñas por monedas a quien se encuentra en un plano económico y social superior comienza a constituir para Francisca el total de su identidad. El constante sentimiento de inferioridad causado por el maltrato y las condiciones de precariedad laboral se consumieron en la necesidad de venganza. Era un sábado por la noche de septiembre cuando Lidia argumentó que todas las clientas habían abonado con tarjeta y no tenía dinero en efectivo para pagar la comisión del día. ‘‘Dale, andá a terminar de limpiar arriba que me quiero ir. Después te anoto lo de hoy y te lo pago otro día’’. No hace falta ser un genio para saber que ese día no sería remunerado. Una gota de rabia nació en un ojo de Francisca y viajó por su rostro hasta desembocar en un vaso colmado de bronca. Rebalsó. La idea había dado vueltas en su conciencia hacia semanas pero el plan se organizó en su mente durante los doce escalones que subió con una mopa en una mano y un balde naranja lleno de agua y detergente en la otra. La venganza delictiva sería simple. Sacaría de la mochila
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un frasco de plástico transparente y tapa negra vacio, traído desde su casa, rotulado con ‘Pro Acrylic Polymer’ junto al nombre de la marca extranjera. Bajaría las escaleras de hierro y lo agitaría frente a la recepcionista que nunca despega los ojos de su IPhone. ‘‘Mica, se me terminó. Agarro otro así ya repongo’’. ‘‘Dale, dale’’. Sus manos se ocuparían por el mismo frasco pero lleno con un polvo color nude de $7mil en su interior. El frasco utilizado para trabajar no sería molestado y permanecería lleno hasta la mitad en la repisa donde está siempre. El frasco nuevo sería introducido en la mochila con estampado de flores rosas y azules, y se revendería en un grupo de Facebook de compra y venta en Zona Sur a un precio $2mil menor al que se consigue en un comercio del rubro. Y allí, damas y caballeros, estaba la paga de ese día. Y encontró luego durante la jornada laboral más momentos en los que auto depositarse el sueldo.
Los descargos vengativos de Francisca terminaron en junio de 2021, cuando Lidia decidió poner cámaras en todo el local y fue captada in fraganti. Agustina ha escuchado que una versión de la historia de Francisca es contada a las clientas. Lidia relata todos los días con irritación como una empleada a la que le dio trabajo y el lujo de tomarse días de estudio le robó insumos. Las clientas comparten la indignación de Lidia y casi que no pueden creer cómo la muchacha pelirroja que en ocasiones las atendió de tan buena manera se convirtió en una chorra. No se indignan, sin embargo, cuando terminado el servicio lo abonan y no reciben un ticket. Hay muchos como Francisca y Agustina que componen un eslabón frágil en una cadena que no controlan. Una cadena donde todo el peso de los prejuicios cae sobre ellos y salen de foco los actos de aquellos como Lidia. Y ustedes, ¿con que se indignaron más?
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COLO RZ “TODOS LOS DÍAS ES TU DÍA, TODOS LOS DÍAS ES UN DÍA PARA SACAR UNA CANCIÓN” Por JUAN CRUZ ARREDONDO
Está rodeado de luces y la máquina prendida, invita a pensar en la PC siempre lista para grabar, como la libreta lista para escribir. Hacia al fondo se distingue, entre cables y parlantes, un micrófono que aparenta ser tan usado como en una radio, pero una muy singular, que además de poseer aislamiento acústico, también tiene la imagen de referentes de la industria pop, rock y hip hop de todos los tiempos, como Biggie smalls, Tupac Shakur, N.W.A, B.B King, Freddy Mercury o Michael Jackson, y permite imaginar cómo la aventura musical que antes empezaba en un garaje hoy es posible hacerla desde el propio celular o computadora y en tu propia casa. -Para vos, ¿qué tipo de música hace COLO RZ? -El género que escuchás y pensás ´¿qué hace?´, quiero ser ese que no podés encasillar, lo que trato de hacer en todas mis canciones es que aquel que me escuche diga, “Mira lo que hizo este loco, ¿cómo se le puede ocurrir eso?” Lo combino todo, no tengo barreras de género musical, no me importan, para mí los sonidos van en torno a las emociones. Combinamos trap con salsa, mezclo reggae, rock, soul, todo me gusta. Además, no es sólo la música, a todos mis videos en cierta manera los dirijo, les armo una historia, tengo la intención de armar capítulos, trato de lograr que la persona que mire el video se quiera quedar y contarles a los amigos, mostrarle el video y que algo de eso los lleve a encontrarle algún significado positivo. -¿Tenés algún objetivo a futuro? -Quiero ser recordado en el barrio, que la
gente sepa que puede cumplir sus sueños incluso siendo de zona sur. En el fútbol nunca encajé, traté de encajar en en básquet, boxeo, taekwondo, en deportes de pelea me era más fácil, pero cuando agarro el lápiz o improviso siento que vuelo y es lo mío. Y quiero que en el barrio se acuerden de aquel que pudo cumplir sus sueños, así sea por tocar en los trenes o en grandes shows, que elijan ser ellos, como elijo hacer con mi propia música y transmitir mis emociones y las historias que nacen en ellas. -¿Dónde naciste?, ¿Cómo es el barrio?: -Nací en Glew, en el Sur, una zona roja. En cierto sentido es feo, en general no es el lugar de tus sueños, hay robos, violencia, sin ir más lejos buscás en Google y se ven noticias de robos, asesinatos, vaciamiento de establecimientos públicos…es complicado. Me crié entre Glew, amo mi barrio y la infancia que tuve acá, y también en Florencio Varela, otro lugar bastante picuzo, donde vive la mayoría de mi familia, que es extensa y me apoya mucho. -¿Cómo te iniciaste en el rap? -Descubrí este estilo de música primero en el colegio y después porque investigué por Internet, aprendí de la cultura que había detrás y también que existían las batallas de rap. Cuando tenía 13 años, me metí en Facebook a investigar, a ver dónde habían batallas cercanas en Glew, hasta que encontré una que se llamaba “Glew Under”, y… había unas caripelas y yo, un wachín. Soy una persona sociable, así que no me costó conocer a los pibes, todos rapeaban y me enteré que tenían nombres de raperos. Yo ni sabía qué era eso. Así que como soy colorado, me puse Colo y junté la letra en la
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Enérgico, dinámico y decidido son palabras con las que lo podríamos describir: Colo Rz o también Nahuel Ramírez. En su sala de edición, su propio estudio de grabación, su joven imperio –se anima a decir-, quien con 17 años ya lanzó al menos 5 canciones grabadas de forma profesional y tiene un contrato discográfico con Universal Music, subsidiaria del grupo francés Vivendi.
que comienza y en la que termina mi apellido y me anoté como Colo RZ. Era un 3 vs 3, conocí unos chabones ahí que eran más grandes que yo pero les gustaba como rapeaba, así que me sumaron, y creo que íbamos muy bien hasta que la mochie (expresión coloquial argentina que hace referencia a ser el causante de un fallo o incidente). Fue una experiencia muy linda. Hasta ahora nos vemos con ellos, me enseñaron mucho del rap, fuimos a competencias después de eso, pisé muchos lugares: Merlo, Berazategui, la villa, Santa Teresita, además de representar a nuestra localidad, y rapear en micrófono en lugares abiertos, en la calle, todo eso te deja mucho aprendizaje. -¿Cómo elegiste ser artista? -Hace tiempo, a los 14 años, con mi familia nos dimos el lujo de ir unos días a la Costa, a una playa a la que va gente con mucho capital y yo le rapeaba a esos pibes y ellos me decían que tenía que hacer música, y les respondía “ahh si…”; en realidad nunca había pensado en eso. Y bueno, esa idea creció dentro de mí, cuando llegué a casa
armé un canal de YouTube donde simulaba ser una productora con trayectoria, incluso tenía perfiles de gente “importante” que comentaba mis videos, barberos, fotógrafos, etc. Yo era mi equipo de marketing. Jaja. -¿Y grabaste tu primer tema? -Cuando volví de la Costa, ya en mi casa, me grabé en el baño; un desastre el sonido desde el vamos. Me dejó muchos aprendizajes, salió horrible porque primero grabé el video y entonces se veía que mi boca se movía a otro tiempo en comparación con mis palabras. Después de eso conocí a un pibe que grababa con programas, yo grababa con audios de WhatsApp. Creo que cobraba $50 y así empecé. -¿Cómo llegaste a grabar tu primer tema a nivel profesional? -Tenía 15 años, estaba muy enamorado y con una revolución de sentimientos. En una noche escribí el tema y se lo mostré a mi viejo a la una, era la primera canción que le mostraba y era también una declaración: “Papá, me gusta la música.” Y creo que lo
emocionó, ahí nomás agarró el teléfono, lo llamó a mi tío, y le dijo: “Che, conseguime un estudio que mi hijo quiere grabar”. Y me llevó a trabajar en la carnicería, él carnicero de toda la vida. Ahí junté plata y me fui a grabar a un estudio que me presentó mi tío Zeta, que tiene una banda de rock and roll y otra de pop, también estuvo en bandas de cumbia. Era donde grababa él, salió una buena moneda pero ya tenía mi canción profesional, “Sálvame”. Ahora tiene cerca de las 30 mil vistas. -¿Quién te inspiró por primera vez para ser artista? -Dos cosas. Primero mi viejo, cuando era más chico yo tenía una imagen de él, como alguien serio, todo el tiempo enojado, pero existía una excepción. Cuando entrabamos al auto y prendía el estéreo cambiaba. Se ponía a cantar y yo cantaba con él, cambiaba en el auto, era todo energía, sonrisa y yo pensaba: “Qué locura, cómo la música transmite esta alegría, cómo cambia todo alrededor, sin importar el idioma”. Era escuchar AC DC y todos vivíamos el mismo color, y pensaba
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que quería transmitir ese sentimiento. Segundo, Matías Carrica, lo veía en Telefe, él ganó un concurso llamado “Elegidos”, él me inspiró, es bien de abajo, él era cartonero, hace lo necesario para mantener a su familia y ganó el concurso sin saber cantar, rapeaba. Después, me escuchaba sus canciones o las memorizaba y las cantaba al ir a la escuela. Pensaba que si él lo lograba y si él podía ¿Por qué yo no?. Y es una locura porque hoy somos amigos. Bueno, también la literatura, los poemas, leer libros, la estimulación de la imaginación, Eduardo Galeano, Mario Benedetti, Juan Solá, hay miles para nutrirse, todo tiene su jugo. -¿Cómo es la amistad con Matías Carrica? -Bueno, después de la canción “Sálvame” tenía seguidores y hacía un vivo por Instagram para promocionarme y él entro ahí, y yo no lo podía creer, me solicitó el ingreso y estábamos juntos en Instagram en un vivo. Para mí era increíble, luego me pasó su número, hablamos mucho, le mostré una de mis canciones, le gustó y me presentó a su manager. Hoy es también mío. No lo podía creer, todos los días le decía “Loco sos un groso”. Me ayudó a mejorar
con mi música, lo invité a casa a comer asado, él me invitó a la suya, estamos en la mejor. Un logro que yo aspiraba era sacar un tema con él, y ahora trabajamos en una canción, terminamos en un estudio juntos, es una locura. Siento que vivo una película. -¿Cómo conseguiste el contrato con Universal Music? -El manager que trabaja con Carrica me ofreció un trato, me dijo que “tenía talento, pero quería ver si tenía fuerza”. Él como manager trabaja con gente grosa como Nicki Nicole, así que me ofreció distribuir un tema mío, “Valor”, producido junto a mi amigo y socio Anton Producer, y fue todo bien, amigos y conocidos ayudaron con la cámara y lo demás para producir el video. Me acuerdo que el día que me llamó, me hablaba de un contrato y yo estaba atónito, justo estaba afuera porque acaban de robar en la esquina de mi casa y del otro lado me ofrecían un contrato… No lo asimilaba. Ahora tengo un contrato editorial con Universal Music, puedo registrar mis canciones, ellos también me permiten grabar en un estudio profesional, en “La Nave de Oseberg”, tengo un productor personal por contrato. Queda crecer más porque
quiero entrar en las grandes ligas. -¿Qué pensás de las nuevas tecnologías y la música de nuestra época? -Hay muchas posibilidades hoy con la tecnología, el tema es cómo la uses, sé que hay millones que hacen música y salen todos los días, tengo claro que hay gente como Daddy Yankee en sus comienzos que llevaba sus temas a las radios, gente que la rompe en los trenes, hay contenido para el cerebro así que hay que adaptarse rápido o morir en el intento. Porque hubo un año en el que no saqué música, elegí meterme más en las redes, y esperar el momento adecuado para lanzar una canción pero aprendí y lo entiendo. No hay momento especial, no hay un día especial, todos los días es tu día, todos los días es un día para sacar una canción, todos los días es tu momento. Pensaba que cuando llegaba a tantos seguidores tenía que sacar algo, pero no, cuanta más música hacés, más posibilidades gestas para que te conozcan y pintar de colores el día de una persona. Desde que cambié mi mentalidad no hay jornada que no active, siento que vivo una película.
ENCRUCIJADAS FRONTERAS
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CRÓNICA DE UN TRADER
Por YANINA NÚÑEZ
¿Qué es un trader? Es aquella persona que intercambia una divisa por otra. Marcelo Núñez desde hace 4 años se dedica al trading: con altibajos decidió cambiar sus estudios de montaje cinematográficos por estudios relacionados a la plataforma Forex, donde intercambia una moneda por otra.
-Los primeros dos años perdí mucha plata, nunca gané- nos adelanta. Llego a su casa temprano por la mañana para verlo trabajar en un sistema no tan nuevo pero sí modernizado que me inquieta saber. El joven de 24 años se dedica al intercambio de divisas (trading) hace un poco más de cuatro años, da clases y organiza sus horarios de trabajo de acuerdo de las aperturas de los bancos. A las 4 abre el banco de Londres, un banco bastante volátil. A las 9 abre el banco de New
York, donde se siente más cómodo para comprar y vender monedas como el euro, el dólar estadounidense y el dólar canadiense entre otros. A las 18 abre Sídney y a las 20 abre Asia. Son eso de las 9, el sol entra por una puerta balcón iluminando por completo el interior de su loft, mientras pone la pava para el mate da inicio a su computadora. Luces de colores azul y violeta empiezan a prenderse en el interior de su gabinete blanco con una tapa negra sobre una mesa tam-
bién blanca de 190cm de largo. Tres monitores plasmas, uno de esos ubicado en el extremo derecho puesto en vertical y los otros dos horizontales, se sujetan de una estructura metálica atornillada en la mesa que ofrece la ilusión de que estuvieran suspendidos en el aire. Su teclado blanco, su mouse y auriculares negros empiezan a prender luces de colores a medida que se inicia Windows. -¿Cómo definiría mi trabajo? todo el mundo lo vería como un emprendimiento que
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en verdad lo es pero la profesión del trader es muy peculiar y difícil. Sentado sobre una silla que simula el asiento de un Lamborghini, negro con rayas amarillas en sus extremos, ingresa a diversas páginas donde opera, analiza y monitorea los intercambios de monedas. La primera página web que abre se llama Bouystocks: ahí no realiza cambios de divisas, más bien, es parecido a un plazo fijo pero sin bancos, en una plataforma. Cuenta entusiasmado que su objetivo con esa página es llegar a 400 bots (robots): son softwares automatizados que realizan operaciones de manera constante y genera ganancias. Lleva 171 bots y todo el registro lo vuelca en un archivo de Excel. La segunda página que abre es Binance donde opera criptomonedas pero como están en caída decide esperar al momento más oportuno para comprar. Al mismo tiempo abre una web llamada Forex, su principal fuente de trabajo, donde se intercambian las monedas de todo el mundo. Acá abrimos un paréntesis para que conozcamos juntos/as las diferencias entre Binance y Forex. En las criptomonedas, sus crecimientos y descrecimientos, depende de la compra y venta masiva de la gente y aquellos proyectos que tengan. Por ejemplo, el bitcoin salió como primera moneda con el objetivo de ser un método de pago más sustentable. En cambio, Forex depende de los bancos, de cuánta plata se genera, del desempleo en el país, de la tasa de ventas de viviendas, etc. Para darle una buena cotización a su moneda. Mientras suena música electrónica de fondo, sus ojos reflejan un gráfico similar a lo que se ve en un monitor de ritmo cardiaco; por momentos esas líneas bajan
FRONTERAS
a lo que le denomina tendencia bajista y por otro laten fuerte y sube, lo que sería tendencia alcista. Si la línea es recta, en el monitor cardiaco serían malas noticias pero acá, en el gráfico de Forex, para Marcelo sería mejor porque trabaja con esa estructura de mercado lateral. Analiza, planea una estrategia y opera, está alerta, atento al momento justo de comprar y de vender. El clic del mouse es un sonido constante que de tanto acostumbrarse pasa a ser un ruido silencioso. Pierde u$S 250 en una mala operación pero no lo inquieta, pasa a otra moneda, en este caso el dólar australiano (AUD) contra el dólar neozelandés (NZD). Realiza una venta que se ubica en su zona verde de ganancia que le genera un lucro de u$S 750 aproximado. No se considera fan de ninguna moneda, no compra de manera constante dólares, ya que al final los vende. Cuando el mercado está bajista Marcelo se concentra en vender. En el momento cuando en el mercado bajista está mejor el dólar canadiense que el dólar estadounidense, traza una figura rectangular azul traslúcida y marca su zona; busca una de oferta y aplica la venta, va a cierto punto y arriesga el 1% con un objetivo del 5%. Después del análisis, abre una aplicación que se llama Meta Trader, un intermediario entre el trader y la bolsa, y efectúa la operación. En ese gráfico de líneas azules y rojas, que bajan y suben, proyecta su plan y le da una indicación: parar pérdidas en el 1% de su cuenta, le pone un límite a sus perjuicios y toma ganancias con un mínimo de 3%. Da esta orden a la aplicación en lo que se denomina como Set Limit para que cuando llegue a su precio se active la operación y arranque sola. Una
vez que termina de analizar, cierra todo y monitorea, entra a la aplicación de modo esporádico a ver su operación. -En países como Francia, Italia y parte de España, está prohibido hacer trading porque es un trabajo que se hace sólo dentro de los bancos. Es lo más difícil que hay y te lo venden como algo simple- me dice, mientras asiento con la cabeza e intento entender su tarea. Le pregunto ¿Y si se cae, si hackean la página, perdés todo? -Puede pasar, de hecho, ha pasado, los riesgos están. Confío en el Broker llamado Kot4x porque tiene regulación y está auditado. Abre la página, desliza la ruedita del mouse hacia abajo, cliquea en donde dice “Legales”. Me muestra los términos y privacidad y por quien está regulado. Aparecen bancos de Australia, de Londres. Está auditado en países latinoamericanos como Costa Rica y Panamá. Tiene seguro contra hackeos, eso le transmite tranquilidad. Mientras de fondo se escucha la canción TheNights, de Avicii, sobre la mesa de su computadora observo un diploma enmarcado que dice “FTMO certifícate for a successful challenge” (certificado por un desafío exitoso): con una actitud de orgullo me cuenta que fue su primer logro. FTMO es una empresa de fondeo donde él trabaja. La cuarentena le dio el tiempo que necesitaba para poder estudiar e ingresar. La empresa le otorga un estimado de u$S 50mil para realizar el trabajo de trading que hace para su propia cuenta y si de esos u$S 50mil hace u$S 5mil, le pagan el 70%. ♪“Cuando tenía 16 años, mi padre me dijo: puedes hacer lo que quieras con tu vida,
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CRÓNICA DE UN TRADER decides lo que quieres y trabajas duro para conseguirlo” Avicii – The Nights -Hay gente que termina muy mal por esto. Yo por suerte superé esa etapa. Lleva un lema que se repite a sí mismo y a cualquier persona que quiera comenzar en este trabajo. “Esto es 20% de análisis técnico y 80% inteligencia emocional”. Batalla en una lucha contra su propio ego para no invertir más de lo que su análisis le pide. Cuando recién arrancaba perdió mucha plata al no saber controlarse pero siente que superó ese momento de ansiedad y ahora controla sus impulsos. Para él lo más importante es saber controlar sus emociones porque era lo que más le afectaba. Al momento de ver una pérdida se volvía loco, quería recuperarlo y volvía a perder como un adicto a las apuestas, hasta llegar al punto de decir todo o nada. Aunque no es un experto en psicología refiere al conocimiento del PsicoTrading, que se refleja más en la inteligencia emocional. Vemos que una persona le dejó un comentario en uno de sus videos colgado en YouTube, “¡Anda a laburar, crack!”. -Lo que aprendí en este tiempo es no tomarme las cosas personales, alguien me insulta, no me lo tomo personal, es un problema del otro. -Cuando la gente empieza a hablar de vos es porque algo estás haciendo bien- digo. -O lo estás haciendo horrible- responde y se ríe. Al hacer cosas diferentes, la gente te suele juzgar y eso es algo que cree que debe superar en el trading. En el primer monitor de la derecha se puede ver un chat en Telegram donde tiene su propia comunidad de traders y a quienes le da clases; en esta actividad también encontró su vocación. Suena su celular, se aleja un momento para hablar. “En este mundo se pierde plata porque estamos invirtiendo en un mercado volátil, se puede perder y ganar. Yo a tu hijo le estoy enseñando cómo gestionar riesgos y esto le puede servir en cualquier otro ámbito”, le dice al padre de uno de sus alumnos de 15 años que estudia con él. -Educo hace dos años y tengo tres alumnos que hoy ganan más que yo y ellos empezaron con nada. Invirtieron lo poco que tenían en mi educación. El sol se oculta con lentitud, el atardecer se asoma, una luz suave y difusa refleja la sombra de un árbol sobre el suelo del loft.
Marcelo se pone los auriculares y comienza a dar una clase, o como él dice una “mentoría” por Zoom. La música ya no se escucha pero el sonido del mouse es un acompañante constante. El gráfico vuelve a aparecer, esas líneas azules y rojas que suben y bajan vuelven a ser su centro de atención. Comparte con Bruno, que está del otro lado de la pantalla, sus análisis y resultados de sus últimas operaciones en Forex. -Esta fue la ganancia que tomamos acá, esto me llevó un 10% de ganancia que sería u$S 2500 más o menos. Se escucha el sonido de sus dedos al impactar con las teclas como si fueran una manada de caballos a galope acelerado. Responde consultas de sus alumnos que le llegan por la plataforma Telegram y les comparte capturas de los gráficos. En su academia, que crece cada día, da mentorías a la noche y a la mañana. Se lo ve concentrado en que sus alumnos tengan algo en claro: “al principio te va a ir mal, perderás mucha plata hasta que te empiece a ir bien”, recuerda la vergüenza que le dio cuando recién empezaba y esas ilusiones de riqueza se desvanecían. Logro ver el número de participantes en su comunidad de Telegram, 448 miembros. Entre todos los mensajes se ven consultas, capturas de gráficos, avances, logros y más. Códigos de áreas de otros países además de Argentina como México, Estados Unidos, Bolivia, Panamá y Venezuela que acceden de manera gratuita a las clases de Marcelo por Zoom y a sus videos iniciales en YouTube. Se ve un block de notas con apuntes de sus clases sobre la mesa; tiene armado un pack de 8 clases privadas con el curso grabado. Los alumnos que lo adquieran le pagan un precio estipulado en dólares. -Siempre hago ofertas porque la mayoría de la gente cuando empieza no tiene plata. Para Marcelo la educación es una buena inversión. Hace 4 años que estudia y se encontró con cursos que le han servido y otros que no pero es ahí, en la variedad, donde pudo encontrar que era lo mejor para su estrategia de inversión. -Mi trabajo es así, liviano, en el sentido de cuánta carga le pongo. Pero a veces es demasiado pesado. Arranco a las 8 porque tengo gente de otros países a la que le doy mentoría, a otros se la doy a las 14, otros a las 23 y así. Se levanta y se acerca a la cocina a bus-
car agua, me ofrece y me comenta sobre sus proyectos que ya están en marcha. “Ahora estoy con el trámite de mi empresa en Wyoming, Estados Unidos” me dice, mientras nos asomamos por el balcón. Eligió ese lugar por una menor tasa de impuestos y porque el trading allí es legal, a diferencia de otros Estados. Su idea es poder declarar su empresa en Argentina para poder vivir de eso. -¿Que sería tu empresa? -Mi empresa sería mi academia. Me voy a registrar como inversionista y asesor financiero en la empresa. Entonces, lo pongo como asesoría financiera y ya puedo usar el banco. Vincular lo que es Binance de las criptomonedas al banco para que todos los ingresos se registren y se blanqueen. Se declaren todos. Fue de las pocas personas a la que el confinamiento le permitió crecer en su negocio y generar una ganancia mayor de la que se imaginaba. -¿El dinero que usás en Argentina es de los cursos más que de lo que generás como trader? -Si, de los cursos únicamente. No puedo pasarme de los $100mil por todos los impuestos que hay. Si empiezo a blanquear ese dinero me cobrarán impuesto a las ganancias, impuesto PAIS, impuesto porque cobraré en dólares. Se convierte en un impuesto del 65% por lo cual, si retiro mil dólares, 650 se quedan ellos y yo me quedo con 350. No tiene sentido. La luz solar se apaga en una noche fría, el poco brillo que queda del sol sólo se puede ver reflejado en la luna. La calle está silenciosa, su computadora sigue encendida. Puedo ver su fondo de pantalla, las playas de Cancún. Su objetivo es vacacionar con su novia ahí, ya dieron su primer paso al hacer sus pasaportes. Sólo están a la espera de que le llegue una tarjeta bancaria internacional para poder viajar y disponer de sus ganancias. La perseverancia y paciencia que tuvo Marcelo en estos años lo llevó a encontrar su vocación en enseñar a otras personas y el poder serle fiel a sus objetivos de dedicarse al Trading. -Me compré un sillón, es grande, por eso reacomodé y traje la mesa más para acá porque estaba en el medio- me comenta mientras pasamos por el comedor camino a la puerta.
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FRONTERAS OTRAS FRONTERAS
ANIMARSE A CRUZAR FRONTERAS MARZO 2021 Buenos Aires, tres de la madrugada. No logro serenarme, conciliar el sueño. Tengo que dormir, tengo que dormir - repito como mantra para que mi mente se aquiete, mi respiración ralentice y llegue la serenidad del sueño. Mi despertador tiene su alarma programada para las 6. A las 7 vendrá María del Carmen a buscarme con su Volkswagen, para llevarme al aeropuerto de Ezeiza. Mi hija Valentina, desde el otro lado del Atlántico, me llama para contarme las últimas novedades. Armó un WhatsApp de grupo intitulado “Viaje de mamá”, para involucrar también a sus hermanos, pues estamos todos dispersos por el mundo. *** Ya pasó un año desde que la OMS declaró de modo oficial el estado de pandemia. Fue cuando los contagios por coronavirus se salieron de control. En ese entonces, eran 118mil los casos en 114 países con 4.291 seres humanos que habían perdido la vida y otros miles que luchaban en hospitales por conservarla. Enseguida los principales laboratorios del mundo comenzaron a experimentar las primeras vacunas, que en realidad eran 69, que buscaban aniquilar ese virus tan diferente a todos los que, hasta ahora, habían afligido a la humanidad. Cuando nuestro país toma las primeras precauciones, Europa ya está de rodillas. Italia es uno de los principales afectados: primero cae el norte y luego de un verano, donde los
Viajar es saber superar límites internos y fluir con la vida sin resistencias, aprender a conocerse y a reconocerse, a medir las propias capacidades, los propios valores. Es perderse para rehallarse y amarse en el proceso.
Por GLORIA PATRICIA SARTORI
casos se redujeron al mínimo, comienza una ola creciente de contagios que se expande como mancha de aceite que afecta y alarma a todo el territorio. Surgen nuevas normativas, protocolos, restricciones, son nuevas formas de circunscribir la enfermedad y el miedo, que intentan ponerle una muralla a esa amenaza que tiene silueta de muerte. Así emerge, en distintos países europeos, un imaginario de control que lleva connotado en su color el grado de peligrosidad a la que uno se expone: zona roja, zona anaranjada, zona amarilla, zona blanca. La esperanza de todos está puesta en las vacunas. *** Sin embargo y a pesar de un año de experiencia, seguimos confundidos, ansiosos, conmocionados, inseguros, por mi parte no paro de dar vueltas y vueltas en esta cama. No sé qué haré. Le aseguré a mi amiga María del Carmen que el 6 de marzo de 2021 me iría sí o sí a Malta, a la casa de mi hija Valentina, porque ya no sé dónde ubicarme. Después de un 2020 atroz, donde la vida no me ahorró momentos de dolor, no tengo un lugar dónde posar mi cabeza. Mi mente es el espejo de mi vida actual, un torbellino que me aturde y me marea. ¿Qué debo hacer? Lo mejor en estos casos es respirar hondo y dejarse llevar por la corriente, porque en los vórtices, no hay peligro de desaparecer por completo, siempre hay esperanzas de ser arrojados fuera, en algún lugar donde haya paz. ¿Dónde iré a parar? –insisto– pero la vida aún no responde. En
la puerta de esta casa, prestada, hay seis valijas que documentan mis diez años de vida aquí junto a mi madre y a mi compañero de ruta, que ya me abandonaron, para bajarse en su correspondiente portal de luz, y estoy sola y sin hogar, dueña de una tristeza absoluta y de una soledad que se resiste a camuflar su esencia. *** En mi bolso de viaje hay un pasaporte y dentro un boleto que dice Buenos AiresBarcelona-Malta. Pero, debido a las nuevas restricciones, nadie sabe con certeza si se podrá viajar o cuándo se podrá hacerlo. Hoy los viajes tienen carriles obligatorios: hay corredores rojos que asustan y corredores amarillos donde apenas pueden circular algunas personas elegidas. Son semáforos que restringen el libre tránsito y someten al viajante a cuarentenas y a controles sanitarios que incluyen, relevamiento de temperatura, higienización de manos, hisopados nasofaríngeos o Test PCR, que desalientan viajes por su costo excesivo. Así la pandemia por coronavirus desenganchó las rutas y las personas; las dejó solas en un mar de dudas, donde se debaten entre la tristeza y el miedo que se transformó en angustia. Sin embargo, la ruta que va del temor al amor sigue transitada, porque la gente necesita recargar su espíritu en el surtidor de la fe y la esperanza cuando el eco de los parlamentos públicos y privados resuenan de palabras extrañas a esos nobles sentimientos.
FRONTERAS
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DICIEMBRE 2020 Paula y Andrés habían programado un viaje por la vieja Europa, para festejar su reciente noviazgo. Tenían una gran ilusión de partir. Tuvieron que postergarlo. También Mariana y Carlos habían comprado dos pasajes a Italia para festejar su aniversario de bodas. ¿Qué paso? Tuvieron que anularlo. Iván y Gaspar, mientras brindaban por su viaje a Ginebra, para ver a sus primos, recibieron el llamado de la compañía aérea que les anunciaba la cancelación de su vuelo. Fueron todos baldazos de agua fría en este verano caliente. Es así que, en estos meses, pude observar cómo se transformaron las rutas de esos ansiados viajes al exterior. Casi todos viraron hacia el interior del país. El mundo tiene miedo y el turismo, tan deseado en otros tiempos, ahora es temido. Todo se vive y reproduce en casa. Cayó el velo sobre los paisajes, el silencio sobre los escenarios sonoros y el tapabocas, aún, no permite sentarse a degustar un plato exótico, en un lugar soñado. Todo fue cerrado, resguardado, protegido y puesto lejos del alcance del turista: museos, templos, bares, restaurantes, teatros, centros comerciales. La palabra encuentro se contaminó con contagio y contagio con malestar y muerte. Se sale sólo por necesidad: supermercados, farmacias, hospitales y los proveedores esenciales se mueven con respeto de protocolos de ingreso y estadía en los local. Pero los aeropuertos siguen abiertos llevan y traen a casa a quienes se demoraron por el mundo y yo era una de esas personas “demoradas”. *** “Mamá, no vengas ahora. Tratá de resistir. Está todo muy peligroso por aquí. Estamos en zona roja. ¿Sabés lo que eso significa?” – dice mi hijo Pierluca, que vive en el Norte de Italia. ¿Qué significaba para mí una zona roja? Yo había sufrido en carne propia y en menos de un año, la muerte de mis dos seres más queridos. No podía entender que hubiera algo peor que eso que me había pasado. “La Lombardía es la región con más decesos en el Italia. Más de 24mil muertos. No queremos que te enfermes. La gente cae como moscas y vos estás en la franja etaria de riesgo”- así me decían mis hijos cuando los llamaba desde Argentina, desesperada en mi soledad. Era imperioso sacudirme de encima esa impotencia que da el dolor, así, como hacen los perros cuando están mojados. Era una cuestión de supervivencia. Tenía que levantarme agarrar mis cosas venderlas, juntar dinero y tratar de regresar a lo que había sido mi hogar por casi 30 años. En realidad, no había
una casa ni aquí ni allá, pero todas las circunstancias me empujaban a salir de donde me había atrincherado a la espera del cese del fuego. No sabía cuándo sería el momento de partir, no sabía hacia dónde me llevaría la vida. No percibía una señal, desde ningún punto cardinal. Tampoco desde el cielo llegaban luces. Lo haría antes del invierno. Era necesario salir antes del rebrote. De acuerdo al desarrollo de las noticias que venían de Europa, por lo menos eso lo tenía bien claro. “Parto ahora” –les dije - ¡NO! – me respondieron del otro lado - Hace frío, los días son breves, hay muchos contagios, más restricciones. Te esperamos para la primavera”. ¿Pero quién me espera para la primavera? La única en responder fue Valentina que vive en Malta desde hace años. Ella me asegura que la isla está protegida, que los contagios están controlados. Dicho y hecho. Sin pensarlo, sin cuestionarme nada, sin apelar a razonamientos, tomé mi decisión y saqué mi pasaje para Malta. Lo hice rápido, para esquivar la duda. Ese boleto tenía que darme fuerzas para lavar de mi cabeza tanta nostalgia, tanto amor recibido en esos años de dulce demora, para emprender el camino de otro adiós, y desarmar en poco tiempo un decenio de vida. Había que limpiar armarios, bibliotecas, muebles, estantes, cajones, espacios abarrotados de prendas, zapatos, libros, documentos, vajillas, objetos. Venderlos, regalarlos. Tenía que deshacerme de recuerdos de infancia, de juventud. Limpiar y borrar huellas y memorias de lo que había sido. No podía ni debía dejar nada, pues nadie quiere acarrear cosas ajenas. Cada vida carga ya con sus pesadas mochilas. ENERO 2021 “¿Cuánto cuesta esta mantita?” “No sé…. Era la mantita con la cual nos tapábamos para ver televisión” – le explico con ingenuidad a una señora que vino a comprar lo que puse en venta. “Pero ¿qué precio tiene?” -En lugar de responderle me preguntaba a mí misma ¿cuánto podía costar un objeto así? Un rectángulo de polar blanco, sencillo, con un ribete que simula un broderie…. Y sola me respondía que, a los ojos profanos no podía valer mucho pero para mí representaba todo; todo el amor y todo el valor del cobijo, el calor de mi compañero en esas noches de invierno mientras mirábamos películas, como broche final de otro día de vida juntos. “Si no sabés poner el precio a las cosas, ¿para qué las vendés?” – me dice la mujer y deja la mantita a un lado. Fue un duro golpe pero indispensable para despertar del sueño al cual me había aferrado. Entonces aprendí a ser más fuerte y de ahí en más me animé y puse precio a cada cosa, corté todo lazo
OTRAS FRONTERAS FRONTERAS
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afectivo con ella, la miré con extrañamiento, porque teníamos que ser capaces – la cosa y yo - de despedirnos sin sufrir. También ese doloroso desapego, forma parte del viaje. Hay que ser capaces de resistir a las despedidas, porque en toda despedida hay siempre algo que se rompe por dentro y esa parte quebrada ya no vuelve a reconstruirse jamás. Y así, día tras día, me deshice de todo. Vendí mis pertenencias, junté el dinero que me dieron por ellas, lo cambié en una nueva moneda y lo guardé en mi bolso de viaje, para entregarlo en el momento de mayor necesidad. Sabía que lo usaría pronto. Lo que no fue vendido, terminó dentro la valija o fue regalado. Hubo cosas que no quisieron partir. Creo que quisieron quedarse conmigo.
Marzo de 2021 es el mes en que se aprobará el Plan de Vacunas anti-Covid 19. Esto abre un nuevo capítulo, el de la victoria sobre el virus coronado. Mi deseo es que Malta me abra sus puertas y me deje entrar. Valentina me asegura que puedo hacerlo sin problemas, pero… siempre hay un pero. “Mamá sería bueno que me hicieras llegar una carta de tu doctora con un pedido urgente de reencuentro familiar, debido a tu actual vulnerabilidad física y psicológica” – me dice– Me pareció un pedido exagerado pero no lo cuestioné porque las restricciones cambiaban a diario y entrar a Europa no era nada fácil.
***
Viernes 5, son las 9. La doctora me recibe obligada por los correos electrónicos de mi hija. Estoy segura que no se hubiera activando tanto por un pedido mío. Sentada frente a su escritorio, escribe una larga carta al Ministro de Salud maltés, la digita en su celular minutos antes de llamar a su primer paciente. Le pide al Ministro que me deje entrar y evite la cuarentena en Barcelona. Pongo toda mi fe en esa carta, que será recibida al instante, traducida al inglés en menos de una hora y llevada por Michael -el novio de Valentina- hasta la sede del Ministerio. Malta es una isla pequeña y uno llega rápido y con poco esfuerzo a todos lados pero es el tiempo el que apremia. “La policía aduanera española dice que podés transitar por el aeropuerto”… “Desde el aeropuerto de Malta me dicen que tenés que presentar el test PCR”… “No te olvides de hacer el test, mamá, ah, es importante que lo imprimas”… “Después de la cuarentena tenés que hacer otro test pero no te preocupes porque aquí es gratis”- Los mensajes de Valentina siguen, uno tras otro, sin piedad, colonizan mi celular. ¡¿Cómo me voy a olvidar del test?! Fue lo primero que reservé y pagué a mi pesar. “Patricia –escribe en un italiano imperfecto Michael- el PCR negativo no basta para entrar a Malta porque Malta no acepta pasajeros que vienen del corredor rojo”. – Argentina, figuraba en esa lista roja y, por tanto, tenía que hacer 14 días de cuarentena en un país de corredor seguro, para poder entrar a Malta. Contrariada por las nuevas medidas, me pregunto ¿estoy en condiciones de hacer una cuarentena en Barcelona con 6 valijas y sin domicilio? Mi intranquilidad me lleva de nuevo a la agencia donde compré mi viaje. “Quiero cambiarlo” –le digo a la empleada que me lo vendió- “Quiero ir a Italia”. Me mira y siento que disimula cierto desgano a esa hora de la tarde cuando falta poco para cerrar la oficina e irse a casa. Resignada, comienza su búsqueda en Internet. Busca las condiciones de emisión del boleto, los límites, las pena-
Escrituras, poderes, bancos. Ir y venir, bajo el sol furioso de los mediodías de verano. Subir y bajar escaleras de estudios y consultorios, cumplir protocolos, escribir correos electrónicos, pedir turnos virtuales y presenciales, pagar, cobrar, depositar. Vivo pendiente de lo que me queda, un teléfono, una computadora, ellas me dicen si mi viaje avanza. La decisión de cambiar fecha y destino costaría demasiado. FINES DE FEBRERO 2021 Me despido de mamá. Su casa ya no es lo que era antes. No más alegría ni olor a café. Sus cenizas siguen en el dormitorio. “Vengo a llevarme algunas cosas” –le digo como si me escuchara–. Son cuadros, imágenes de vírgenes, santos, libros de oraciones, crucifijos, rosarios. “Llevo todo a la Iglesia, mamá”. Me pesa que sus restos no hayan podido finalizar su viaje. La Iglesia, abrumada por tantos pedidos, no permite todavía que depositemos su urna en el Cinerario. Y mientras lleno una bolsa para la Caritas Diocesana, descubro enrollado entre los pliegues del vestido de la Virgen, un papelito que mamá cortó, más o menos, prolijo con sus dedos, después de haber marcado el borde con una uña. Allí estaba escrito mi nombre Gloria Patricia, en castellano y sin errores, con su letra simple de quinto grado. Me enternece pensar que lo puso allí, para pedirle a la Virgen su protección. No sé cuándo lo habrá escrito, tal vez en algún momento en que, del otro lado del océano, invoqué su ayuda. Cuando estamos lejos de nuestros hijos, cuando no podemos ayudarlos, las mamás invocamos siempre a seres de luz para que ellos hagan lo que nosotras no podemos hacer cuando estamos lejos, que es cuidarlos. *** En Europa ya llega la primavera y con ella la esperanza, la esperanza de derrotar al virus.
FRONTERAS
lidades, las nuevas tarifas. La miro a través del plexiglás y me callo, para no interferir en el resultado. Después de unos minutos me devuelve la palabra, cargada de cifras: “Habría un vuelo Buenos Aires – Madrid – Linate pero tendría otro precio que incluye las penalidades y la nueva tarifa, digamos que es el doble de lo que pagó pero habría que reservarlo ya, mañana puede variar su precio o no estar disponible”. -Lo voy a pensar –le digo angustiada y salgo de la agencia intranquila como entré pero ahora convencida de que tengo que ir a Malta, cueste lo que cueste. A veces nos encaprichamos y queremos que la vida se amolde a nuestros proyectos. Pero ¿esos proyectos que ambicionamos, son los que nos convienen? Mi vuelo parte a las 13. Es mejor que vaya al aeropuerto cinco horas antes. Las necesitaré si quiero cambiar mi destino. SÁBADO 6 DE MARZO 2021, 1:27 A. M. “Mamá, lo siento. Nuestro pedido de permiso especial no fue aprobado por el Ministro de Salud. No vas a poder entrar a Malta porque no sos ciudadana maltesa y no tenés aquí la residencia. Vas a tener que cambiar el viaje o postergarlo”. Postergarlo ¡Noooo! ¡Nunca! El test PCR, válido por 72 hs. estaba hecho y pagado con esfuerzo, las valijas armadas, la gente había pasado en procesión para saludarme. Las llaves de la casa, entregadas. No podía postergar el viaje. Debía poner todas mis energías en concretarlo. Necesitaba neutralizar todo comentario negativo, serenarme y sostener en pie la idea de partir a toda costa, porque aquí no había más casa, no había más proyectos para mí, sólo unas cuantas valijas. Todo lo demás había sido vendido. “La Policía aduanera española me dice que no podés hacer la cuarentena en Barcelona ¿podrás entrar a Italia? ¿Por qué no llamás a la agencia para ver si te cambian el pasaje? Hacés la cuarentena en Italia y después venís a Malta -propone Valentina en el Whats-
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app- mientras su hermano Mateo, busca en Italia un lugar para que yo pueda hacer mi cuarentena. Para mí estaba claro. Todo debía resolverse esa mañana en el aeropuerto, entre las 8 y las 13. Al cabo de las cuales, por fin sabría dónde iría a parar. “Italia te acepta, porque sos ciudadana y residente y volvés a casa pero no vas a poder salir hoy, tal vez mañana” –escribe Valentina- “Necesito datos, busca la mail de reserva, tenés que hablar con la chica de la agencia, si está cerrada escribile un mail”. “Te estoy reservando un nuevo pasaje”. “Las oficinas de Vueling no abrieron todavía”… “No me dejan reservar online, pero podes bajar en Barcelona y comprar un vuelo a Linate”… ¿Estás ahí mamá? ” Me pregunto ¿Puede una persona conciliar el sueño cuando desde la 1 y media de la madrugada le tiran tantas sogas para ayudarla que la aplastan por su peso? Lucho por controlar mi estrés. Déjenme llegar al aeropuerto –por favor– sólo ahí sabré a dónde iré. Pedí silencio y silencio se hizo. Traté de serenarme, dormir. Me esperaba un largo día. *** 7 A.M. María del Carmen llega puntual. Días antes habíamos ensayado cómo poner 6 valijas grandes en un VolksWagen mediano. Lo habíamos logrado y esa mañana, era sólo repetir aquellos gestos. Funcionó. Últimos saludos al barrio y en la cabeza una sola idea, la de partir. 8 A.M. El aeropuerto parece distinto, casi vacío. Hay zonas cercadas por dónde no se puede circular, otras custodiadas por la Policía. Me habían dicho que no se permitían acompañantes pero yo necesitaba que María me ayudara con las valijas. Sin su ayuda todo sería más difícil. “¡Vamos María, vení detrás mío y que Dios nos ayude!” –le digoNo sé lo que pasó pero las puertas de ingreso se abrieron mientras los policías charlaban distraídos y María y yo pasamos, con los
carritos llenos de valijas, sin que nos pidieran el pasaje. El check-in, a esa hora de la mañana, estaba cerrado. No había nadie a quien preguntar. La vida me dio tiempo para tomar un desayuno compartido, en un barcito que olía, a esa hora de la mañana, a café y medialunas calientes. 9 A.M. Estoy en la cola del check-in. Sola. Me acerco a un empleado que empieza a abrir espacios para recibir a los viajeros. Es un hombre de unos 60 años, alto, rubio, de cara amigable, escondida por mitad, detrás de un amplio barbijo. Siento que es alguien que me puede ayudar. Le cuento mi problema, le digo que no me dejan entrar a Malta, le pido si puedo cambiar mi destino e ir a Italia. Con gentileza toma mis documentos, los abre, busca en la computadora y ¡Zaz! Aparece un pasaje Buenos Aires – Madrid – Milán. Respiro hondo. Siento como el surtidor de alegría llenan mi corazón. Todo lo demás fue secundario: exhibir mi test PCR, pagar la penalidad por el cambio de ruta, la diferencia de tarifa, el exceso de equipaje, el sobrepeso, etc. Nunca había pagado tanto con tanta alegría como en esa oportunidad. El dinero que había acumulado en mi bolso de viaje sirvió para eso, para cambiar mi destino. La vida me respondió sólo a último momento. Por fin ya tenía una meta: volvía a casa. Sentí paz, y la fuerza necesaria para resistir la carga de mis seis pesadas valijas sobre la balanza, caminé sin pausa hacia migraciones para sellar mi pasaporte, pasé por el escáner sin zapatos, ni accesorios, busqué la puerta de embarque entre decenas, esperar con paciencia el llamado para subir al avión y soporté doce horas de vuelo en una cabina abarrotada de pasajeros con barbijos, niños que lloran, butacas incómodas, comida aproximativa, mensajes constantes de los asistentes de vuelo que explican las normas de seguridad a respetar y la voz del comandante que solicita ponerse los cinturones porque hay turbulencias, para luego, volver a repetir lo mismo en el próximo vuelo que espera en el aeropuerto de tránsito hasta que, por fin, uno sale otra vez a la vida cuando se abraza a un hijo que lo espera del otro lado de la puerta que dice “Llegadas”.
COORDENADAS
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FRONTERAS ENCRUCIJADAS
Por EMILIANO DEIROS
Lucas, ex participante del show televisivo “Cuestión de Peso”, nació en San Luis y estudia Derecho en la Universidad Nacional de Córdoba. Es fanático del rugby y hoy encuentra en la danza folclórica contemporánea, uno de sus pasatiempos favoritos. Hace 3 años decidió cambiar su vida y, con 82 kilos bajados, se convirtió en un ejemplo para muchos jóvenes con obesidad. Lucas Pinto tiene 24 años y vive en Merlo, San Luis. Sorprende su entusiasmo y su optimismo. Está lleno de energía y la usa para jugar al rugby y bailar danza folclórica. Es joven pero su hablar pausado y tranquilo parece el de una persona que vivió mucho. Es decidido y, esa convicción es la que lo llevó a donde está hoy. Ingresó al programa “Cuestión de Peso” en 2019 con una remera que marcaba 210 kilos. En el transcurso de 7 meses, bajó 74. Nada de esto fue fácil y Lucas lo recalca todo el tiempo. No se guarda nada y para él hablar de su enfermedad es una manera de recordar a donde no quiere volver. -¿Sufriste sobrepeso desde la infancia? -Hasta el 5to o 6to grado de la primaria era una persona “saludable”. Ahí se me empezó a despertar la obesidad. Respecto de lo genético, mi familia sufre la enfermedad, mis hermanas tienen sobrepeso y mi papá también. Mis tíos, tías y toda la familia por parte de mi vieja tiene un núcleo de obesidad importante. Si te soy honesto, no me acuerdo cuándo fue la última vez que la balanza marcó dos cifras. Para mí, nací con las 3 cifras arriba. -¿Fue difícil para vos el paso por la secundaria? -Sí y no, la verdad. No daba mucho lugar al bullying porque cuando entraba en confianza, yo hacía los chistes del gordo para poner un escudo. Sí capaz notaba la discriminación cuando iba a un boliche, soy una persona sociable. Creo que existen dos prototipos de personas con obesidad: la persona que se guarda, se aísla y la persona que lo muestra, la que sabe que tiene un problema pero lo
LUCAS PINTO oculta y lo justifica todo el tiempo. Sentía la mirada en el colectivo, cuando la gente subía y el único lugar que quedaba era el que estaba al lado mío y elegía ir parada. Una vuelta en la calle, mientras comía un sanguchito de miga, me paró una persona y me dijo: “¿No estás demasiado gordo para comer?”. -¿Creés que en Argentina se discrimina a las personas con obesidad? -Creo que tiene que ver con donde uno vive. En las ciudades más grandes pasa más desapercibida, en los lugares chicos se vive más la discriminación por la falta de información y cultura. No entienden que es una enfermedad y que tienen que cerrar la boca. -¿Cómo se dio tu llegada a Cuestión de Peso? -En aquel momento no podía dormir acos-
“SI SEGUÍ ESTILO DE VI 25 AÑOS MI NO AGUANT tado como duerme, en teoría, cualquier persona normal. Dormía sentado porque me ahogaba todo el tiempo. Me anoté una noche que miraba las redes sociales, pensé que tardarían mil años en llamarme, pero al otro día me dijeron que si quería podía hacer una entrevista. Yo vivía en Córdoba, tenía mi laburo, el departamento, el club de rugby, mi novia. Así que viaje a los dos días para tener una entrevista. En una semana fue todo. -¿Cuál fue el click que te llevó a anotarte en el programa? -Además de no poder dormir bien, estaba cansado de tener que andar ocultar el peso. No era normal que una persona de 22 años esté arriba de los 200 kilos. El no poder practicar rugby, que es el deporte que me apasiona, también fue uno de los motivos. Nunca tuve la intención de matarme pero
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tuviese que ocultar más. Me daban ganas de abandonar porque no sólo era el tratamiento sino el cansancio de una rutina que todos los días te obligaba a levantarte a las 6 y volver, como temprano, a las 22 y 23. Las circunstancias personales también juegan, en ese momento mi abuelo estaba en coma y no podía viajar a San Luis porque tenía la obligación de seguir con el tratamiento. Cuando mi abuelo se despertó me dijo: “Pase lo que pase no te quiero ver acá, vos estás en una carrera y todavía te falta mucho por correr. Yo ya estoy terminando de correr la mía”.
ÍA CON ESE IDA, A LOS CORAZÓN TARÍA MÁS” sí el miedo a morirme. Me habían dicho que si seguía con ese estilo de vida, a los 25 o 26 años mi corazón no aguantaría más. Había llegado a un punto en el cual dije: “Bueno me quedan 2, 3 años, disfruto a pleno lo que falta y ya está”. Pero no, ¿Por qué entregarle mi vida a la enfermedad si le puedo dar batalla? -¿Cómo fue el tratamiento, pensaste alguna vez en dejarlo? -El tratamiento te hace enfrentarte a vos mismo, encontrarte, luchar con tus temores y entender un montón de situaciones. Sí, hubo muchos momentos. Para empezar, el día uno, cuando realizaron la despedida de la comida, me puse frente a cámara y me pregunté qué mierda hago acá. El momento de recapacitar y entender dónde estaba fue el día que me presentaron y me pesaron. Ese día todo el mundo sabía mi peso, no era algo que
-¿Cómo fue el momento en el que te dieron de alta? -Llegué al alta en pandemia, entré al programa en septiembre de 2019 y llegué al alta en abril de 2020. Dejé el piso del estudio con 146 kilos y cuando me pesé en mi casa estaba en 137. La emoción fue enorme, había llegado al puto (sic) objetivo que me propuse en mi vida. Fue la primera vez que me sentí contento y lleno porque fue algo que inicié y terminé yo. Obvio que con todo el apoyo de la clínica y el programa con los cuales estoy agradecido. Fue mi cabeza y mi voluntad, fueron las fuerzas para levantarme todos los días temprano aunque no hubiera ganas. Ahora tengo guardada la remera del programa con la que entré y siempre la tengo presente. Esa nunca la voy a achicar porque me permite saber a donde no quiero volver. Llegar al alta fue cerrar una etapa hermosa que vale mil veces la pena vivirla. -Suele creerse que llegar a un objetivo es alcanzar un peso y que todo se termina ahí. Pero después empieza lo difícil que es mantenerse y seguirse cuidando, ¿no? -Llegar al peso de alta no significa que estés curado, lo único que significa es encontrar una estabilidad en tu enfermedad. Yo tomaba 12 pastillas cuando entré al programa, ahora tomo solo una. La mejor frase que podés usar para el mantenimiento es el día a día, el solo por hoy, es despertarse y hacer las cosas por hoy. El mantenerse es estar en un hilo muy finito entre la flexibilidad y el abuso de la flexibilidad, porque eso lleva a veces a la recaída. Si te abusás un poco, ahí empezás a trastabillar. Se trata de negociar, creo que la clave a veces es planificar. Si llegás
a un lugar que no ibas a ir, planificás cómo y de qué forma comerás. -Se hicieron críticas con respecto a Cuestión de Peso. Se ponía en cuestionamiento lo que hacía el programa con la obesidad al convertirla en un show, en algo espectacular y que para el espectador se volvía un morbo. ¿Qué pensás de eso? -Con respecto a las temporadas viejas, sentía que ponían a la persona con sobrepeso en un lugar de exposición que no estaba bueno. Después, una vez adentro, lo entendí. Es un reallity, un programa de televisión y no deja de ser eso. Es el juego al que tenés que entrar. Cuando quedé eliminado –porque quedé eliminado y después volví a entrar- me dijeron: “Lo que perdiste fue el juego, no el tratamiento”. Al programa lo viví bien, siempre me sentí cómodo. A mí el programa me sirvió y hoy estoy acá, cuento mi experiencia gracias a la clínica y a Cuestión de Peso. Por ejemplo, hoy entendí por qué nos enfrentaban a semejantes platos de comida: para que hoy tengamos control. Para que si vamos a un cumpleaños o a una fiesta no cedamos ante la tentación de la comida. -¿Qué diferencias notás hoy con respecto a tu imagen frente al espejo? -La persona que reflejaba el espejo antes era una persona más retraída, que no aceptaba el cuerpo que tenía. Estaba todo el tiempo más serio, más duro. Me costaba verme enfermo. Hoy me puedo parar frente a un espejo y ver las consecuencias de la obesidad que son los colgajos. Me cuesta todavía aceptar los colgajos y es un tema que trato con la psicóloga. Ahora trato de hablar y planificar la operación para el año que viene. Siento que sacar esos colgajos que tengo es cerrar un ciclo de tratamiento y de aceptación. -¿Creés que tus padres están orgullosos de vos? -Sí, están híper felices porque a veces con la enfermedad uno no se da cuenta que lastima a la gente que más quiere. Mi vieja siempre tenía miedo que me muriera, porque era algo que podía pasar. Ellos están felices y yo estoy feliz porque aprendí que soy yo, soy Lucas Pinto, persona con obesidad o sin obesidad. La enfermedad no me define, lo que importa es ser buena persona.
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CUANDO LA TARTAMUDEZ GOLPEA DOS VECES PADRE E HIJA: UNA HISTORIA COMPARTIDA Antonella, tiene 3 años, es verano y lleva un vestido lleno de florcitas de colores. Se detiene frente a la vidriera de una juguetería, al ver una hermosa muñeca. Se emociona, porque no hay solo una, hay muchas. Algo sucede de manera inesperada, cuando intenta hablarles a sus padres: -Mamm…. La palabra se paraliza en el inicio, empuja con su cuerpo, usa toda su fuerza, como si habla y movimiento entraran en una extraña metamorfosis. Sus padres se miran, la miran y se abre un silencio desolador, el estupor los paraliza. Ellos saben qué sucede, lo saben bien. Diego tiene 13 años; es el tercer día de su primer año de secundario. Todo es nuevo para él en la Escuela Técnica Palaá de Avellaneda, tan nuevo como su guardapolvo azul oscuro. La profesora de Lengua inicia la clase y les pide a los alumnos presentarse. Diego se encuentra sentado en la mitad del aula, hace un cálculo mental: -A un minuto de presentación por alumno, dispongo de 15 minutos. Necesita tiempo, tiempo para pensar, anticiparse, qué decir, cómo decirlo. Ahora llega su momento, la cara de esos compañeros de los que aún sabe poco se desdibujan y toman la forma de un tumulto borroso. Dentro, las emociones se agitan como un mar embravecido; sin embargo, al presentarse las palabras fluyen. Respira, se alivia, pero el
bienestar dura poco. La profesora hace pasar un libro, cada alumno leerá un fragmento y luego se votará al mejor lector. Diego quisiera desaparecer, dos obstáculos en un día es algo demasiado abrumador. Sin embargo, para su asombro, de nuevo lo está haciendo bien. La votación arroja un resultado impensado, es elegido como el alumno que mejor leyó. Siente la benevolencia del destino, que hoy le puso la trampa pero le habilitó la salida. Aunque no siempre fue así, en ocasiones la suerte se ausenta. Pasaron 22 años de ese episodio escolar que es sólo uno de los tantos, tal vez el que mejor recuerda. Diego hoy tiene 45 años; Antonella, 12.Y son padre e hija. ¿QUÉ ES LA TARTAMUDEZ? La tartamudez o disfluencia es un trastorno del funcionamiento motor del habla, que se caracteriza por interrupciones más cortas o más largas. También puede haber movimientos faciales y corporales inusuales relacionados con el esfuerzo de hablar. El origen es atribuido a una alteración funcional en el hemisferio cerebral izquierdo, que corresponde a la parte del habla y en donde puede aparecer este desorden. El tartamudeo puede presentarse en más de un miembro de una familia, incluso en algún antepasado del que no tengamos conocimiento. Se
estima que más de 70 millones de personas en el mundo tartamudean, es decir el 1% de la población total mundial. En Argentina, se estiman cerca de 500 mil. Por otra parte, las estadísticas arrojan que lo padecen cinco varones por cada mujer. En un inicio, Diego siente que se le viene el mundo abajo al darse cuenta que Antonella tiene tartamudez. De manera increíble, la situación se repetía de igual modo: él también había comenzado a la edad de 3 años y con similar tipo de disfluencia. Su hija cada vez que intentaba hablar y se trababa, le traía una parte de sí mismo que había enterrado. Le invadía una sensación de angustia y decepción, porque nunca había contemplado la posibilidad de la repetición. Aquello que desconocía era que la disfluencia a pesar de tener una causa multifactorial, tiene su origen en una predisposición genética. Por esto se considera que de manera regular alguien de la familia lo ha tenido, puede encontrarse en miembros hasta siete generaciones anteriores. Los sentimientos que evoca aparecen entrelazados entre pasado y presente, atravesados por el temor a que ella pase por igual sufrimiento: “Al principio sentí presión y culpa por lo que le sucedía… luché con esto durante toda mi infancia y adolescencia, fue un desgaste enorme intentar que no se me notara al hablar. Mi mamá me había llevado a dos fonoaudiólogas pero al final me decían
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Por MARÍA FERNANDA BARBERENA Convivir con la tartamudez en una familia -padre e hijapuede ser un desafío, pero también una oportunidad para mejorar la comprensión y el acompañamiento de quienes se enfrentan a ella.
que no tenía nada, que serían los nervios, eran tiempos donde no se tenía conocimiento sobre este tema. Así que, a mí, no me quedó otra que buscar estrategias mentales para mejorar mi situación, pensaba rápido lo que diría, armaba la frase antes en mi cabeza para no trabarme luego. Me esforcé demasiado para minimizarlo... no sabía si mi hija también podría con todo eso”. Diego habla de forma pausada, sólo un especialista o quien haya pasado por esta experiencia se daría cuenta de los rastros de la disfluencia. Ahora su mirada se pierde en algún punto del living, mientras habla de su tartamudez: “En lo personal, esto para mí no está cerrado, el control está presente de manera constante, son muchos años... y ante una situación de conflicto o de estrés la posibilidad y el miedo a trabarme se manifiestan”. La falta de fluidez en el habla de su hija le hizo revisar su propia relación con la tartamudez: era algo de lo que antes no hablaba, le costaba enunciar sus propias experiencias y emociones. El tratamiento fonoaudiológico le posibilitó a él también expresarse con mayor soltura. “En el caso de Antonella, en cuanto nos dimos cuenta, buscamos una fonoaudióloga especialista, teníamos la certeza de que cuanto antes pudieran ayudarla sería mejor”. A los tres años es diagnosticada con un nivel de tartamudez severo: hace fuerza con todo el cuerpo para empujar las palabras que se detienen en la punta de su lengua. Las sesiones fonoaudiológicas comienzan a cumplirse de manera religiosa, pero además la familia debe comprometerse; el aprendizaje es conjunto y existen pautas para que el tratamiento tenga mayor efectividad: “Entre otras cosas, debíamos lentificar nuestra propia habla y nuestros movimientos, para que
ella pudiese tomar ese modelo”. En el proceso sobrevienen las dudas, se juegan inseguridades propias, angustias. La contención y comprensión de la fonoaudióloga funciona como un abrazo. Antonella está sentada en el sillón con su hermana, las dos se aburren lo suficiente en este período de distanciamiento social. Ahora, las adolescentes discuten por quién juega a la play, ninguna cede y el intercambio se agudiza. Un silencio se le cuela entre la primera sílaba de una palabra y la siguiente, fracción de segundos, Antonella retoma y sigue despreocupada. En 2013 Antonella completó su tratamiento fonoaudiológico, justo antes de comenzar primer grado. Como por períodos la disfluencia regresaba, sus padres pusieron en conocimiento a cada docente del nivel primario de la situación; en esto la colaboración es fundamental. En años siguientes y a medida que crecía, logró reducir estos episodios, y en el inicio de la adolescencia la reversión es prácticamente total. Cuando se traba un poco no le da atención, para ella es su forma de hablar. No recuerdo cuando era chica y tenía muchos ‘saltitos’, solo me acuerdo que iba al consultorio de la fonoaudióloga y jugaba, entonces me llevaba un juguete, el que yo eligiera de la caja. Eso sí, lo tenía que devolver la siguiente vez que fuese”. Es la hora de la cena, la familia se sienta alrededor de la mesa; en este espacio no hay televisión, una consigna del tratamiento que se transformó en hábito. Es un momento de encuentro, hablan y cruzan miradas, toman la palabra cada uno a su momento. Los celulares se encuentran lejos, descansan sobre algún mueble. Tal vez llegue ese día en que las huellas de
la tartamudez se transformen para todos en una particularidad del hablar, una pincelada de algún rasgo familiar de antaño. PERSONAJES CÉLEBRES Y DISFLUENCIA Alejandra Pizarnik es considerada una de las poetas líricas y surrealistas más importantes de Argentina. Se cuenta que tenía un modo particular de hablar, que pronunciaba con cuidado las consonantes, marcaba las eses, y separaba de modo imprevisto algunas sílabas o se demoraba en otras. La tartamudez de Alejandra es posible que originara esta forma cautelosa de hablar. “Cada día tartamudeo más. Pero no sé si es tartamudez. En el fondo, no quiero hablar.” Acaso por esto ella prefirió refugiarse en la escritura; quizás la falta de soltura en su habla se trasladó a sus palabras escritas y las dotó de una fuerza mayor en intensidad y profundidad, un estilo que será característico de su obra. Otras personas famosas tuvieron disfluencia y no les impidió perseguir sus sueños y alcanzar sus metas: desde Marilyn Monroe, Jorge Luis Borges o Winston Churchill, a Bruce Willis, Nicole Kidman, Samuel L. Jackson, Chiche Gelblung y el Padre Farinello. LA TARTAMUDEZ EN EL CINE En 2010 se estrenó una película que tuvo gran impacto, porque además de ser la triunfadora de los Oscar 2011, visibilizó la tartamudez. Se trata de la película británica “El discurso del rey”, basada en la verdadera historia del Rey Jorge VI, padre de Isabel II, actual reina del Reino Unido. En el film se muestra cómo el Rey Jorge VI,
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En nuestra sociedad actual, los ritmos del tiempo son percibidos como acelerados, los cuerpos y sus movimientos acompañan ese andar casi de forma frenética. En las redes, los tik-tokers hacen movimientos a una velocidad que dificulta seguirles el paso, cuanto más rápido y sin trabas mejor. Millones de niños y jóvenes de todo el mundo copian estos movimientos. En YouTube, los youtubers con más seguidores hablan con una celeridad que casi no resulta de este planeta. Cuanto más cortos sean los videos y contenidos mejor, un audio que dura 2 minutos es un plomo. Los acontecimientos se suceden unos a otros, se deslizan casi sin sentido orientador. En este contexto, en ocasiones la disfluencia opera como un llamado de atención para el entorno, la vida no puede vivirse a velocidad como si se tratase de una carrera de cien metros. ¿Qué lugar le damos a la mirada? ¿Escuchamos con atención? ¿Somos capaces de hacer un paréntesis? Necesitamos crear una burbuja con un tiempo distinto, que se escape a la velocidad del mundo. Abrir un espacio nuevo, para incorporar a quienes lo necesiten.
impulsado por la necesidad de dar un discurso de suma importancia para el Imperio Británico, enfrenta y supera la tartamudez que lo aqueja desde niño, ayudado por Logue, su terapista. Rey Jorge VI: -Ahora estoy aquí. ¿Cree usted que la nación esté lista para dos minutos de silencio en la radio? Logue: -Todo tartamudo teme que le vuelva a suceder. No dejaré que eso suceda. La película fue un estímulo para que muchas personas que no se animaban o aún no reconocían la disfluencia, se acercaran a consultar con un especialista. LA CLAVE DEL TRATAMIENTO PRECOZ Julieta recibe un mensaje en su celular, lee y debe recurrir a su memoria. En cuestión de minutos la situación se facilita, porque le llegan dos fotos. Puede reconocer en la primera foto, a la niña de unos 4 o 5 años que se encuentra en la puerta de su consultorio, sonríe para la cámara. Se emociona; siempre se emociona cuando recibe noticias de quienes fueron alguna vez sus pequeños pacientes. La otra foto es de una adolescente y la imagen es todo un descubrimiento, pero no hay dudas de que se trata de la misma persona. Julieta Castro es Licenciada en fonoaudiología especializada en disfluencias, colaboradora de la Asociación Argentina de Tartamudez (AAT). En su consultorio en zona sur aún se encuentra el cajón de juguetes que los más pequeños revisaran con alegría al finalizar la sesión. En los años que lleva de profesión, ha atendido muchos niñas y niños. En el transcurso de los tratamientos de manera usual, alguno de los padres también tiene tartamudez. “La vivencia de los hijos, suele ser diferente: cuando se vive con naturalidad, es más fácil”. Los pacientes que concurren por primera vez al consultorio, durante su adolescencia, la juventud o en la adultez, llegan con mucha carga, consecuencia de diferentes
situaciones vividas: de burlas, del silenciamiento del tema en la casa, del miedo de hablar, o contracturas por el esfuerzo que hacen al evitar trabarse. “En estos casos, hay que desandar todo el camino, es un trabajo hacia atrás para lograr una mayor comodidad en el habla”. Julieta mira las dos fotos y piensa cuántos años pasaron desde que esa niña fue a su consultorio por primera vez. El recuerdo de una pequeña alegre y dulce viene a su memoria. Los niños y niñas crecen con rapidez; el tiempo juega un papel fundamental cuando se trata del habla y una consulta precoz con un especialista en difluencia es clave: “Cuando el tratamiento es tardío, más allá de los 6 o 7 años, la reversión total es más difícil. Los resultados, aunque no se alcance la reversión total, siempre son más favorables si se trata de manera temprana”. Es importante estar atentos a los signos, los niños evitan lo que les sucede, se tapan la cara con las manos, hablan bajito, sin mirar a los ojos o cambian la palabra. En la actualidad, la tendencia mundial es que, a pesar de su base neurofisiológica, la tartamudez sea tomada como una característica del habla; más allá del nivel de severidad, cuanto menos miedo, mayor fluidez en las palabras. Julieta Castro habla con un tono armonioso y en sus modos desliza una buena dosis de ternura: “La idea es que dejen salir las palabras lo más cómodo que se pueda. Lo importante es el mensaje, lo que tienen para decir y no la forma en que lo dicen”. DÍA DE LA TARTAMUDEZ Es 22 de octubre de 2020, un día especial para la Asociación Argentina de la Tartamudez ya que se celebra el Día Internacional de Toma de Conciencia de la Tartamudez. Octubre en su totalidad es un mes intenso en actividades. Esta vez, como consecuencia del
distanciamiento social, todas son virtuales: charlas para padres, capacitaciones, difusión de videos con testimonios de personas que relatan su experiencia con la tartamudez. La participación es alta y la valentía emociona. Paola, a los 31 años se siente agradecida a su familia por todo lo que hicieron por ella en este camino de superación. Piensa en aquello que le hubiese ayudado cuando era pequeña. “De niña me hubiese gustado tener más espacios de conversación, que por lo general se pierden por la rutina diaria y que se charlara más de la tartamudez en mi familia. Mi abuelo tenía tartamudez, pero de eso no se hablaba”. Clara tartamudea desde chica, en su familia también había familiares con este trastorno del habla. “Me hubiese gustado que se charlase sin ningún complejo... Es importante contar con docentes que potencien a los niños; aun así, con esta forma de hablar tienen que sentir que pueden lograr lo que se propongan”. Los likes, los corazones y mensajes de apoyo se suman debajo de cada mensaje publicado en las redes. Bautista es un joven que tiene claro qué es lo no se debe hacer: “Es frustrante que te digan la palabra que vos querés decir, que se rían de vos”. La jornada se desarrolla con normalidad pero una noticia irrumpe: la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires instituyó al 22 de octubre como “Día de la toma de conciencia de la tartamudez”. La emoción y la alegría se apoderan de los miembros del equipo y sus colaboradores, y la noticia se replica entre los integrantes de la comunidad AAT. “Desde 2016 que veníamos con este proyecto, estamos muy felices de este logro, esto implica que se hable de tartamudez en las escuelas y en las áreas de salud.. Esto aplica para Ciudad de Buenos Aires, pero esperamos que se apruebe a nivel nacional”.
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ENTREVISTA A ABEL AGUSTÍN OJEDA
“HOY QUIERO DESPEGARME DE ESTA MALDICIÓN QUE TENGO”
Por ANTONELLA BALLESTRERO Una vida de situaciones y de decisiones desafortunadas llevó a Abel a conocer un mundo cruel, donde todos los días se pelea por el respeto y la vida. A muchos, la cárcel los vuelve un monstruo, pero a otros la ayuda a darse otra oportunidad. Abel Agustín Ojeda es un nombre que se construyó con los años. Aquel que lo porta sufrió una infancia llena de injusticias, una madre que nunca le dio una identidad porque nunca lo anotó en el Registro Civil. Como consecuencia, jamás pudo acceder a la educación y a un empleo, motivo por el cual en su adolescencia tomó la decisión de salir a delinquir para comer y vestirse. Con un arma en la mano, que le había pedido a unos vagos en la esquina de su casa, robó un auto. A partir de esta primera experiencia decidió que así sería la manera de no pasar necesidades. En 2005, con 21 años, cayó preso por homicidio en ocasión de robo en un supermercado chino de Avellaneda. La justicia tardó 8
años para condenarlo. Abel hace 6 años que es ex convicto y un próximo ex NN, porque su trámite para obtener su DNI está en su etapa final. Hoy, a sus 35 años, tiene la mente encaminada a revertir una vida maldita, hace changas para poder terminar su casa en un terrenito de Claypole junto a su compañera de vida, su mujer Romina, que la conoció mientras estaba en la Unidad 24 de Florencio Varela. -¿Por qué nunca tuviste DNI? -Es una pregunta que se la tendrías que hacer a mi mamá; se lo pregunto y sólo me pide perdón. Con mis otros ocho hermanos también hizo lo mismo, ellos se lo hicieron de grandes. La diferencia conmigo fue que después de tenerme en el hospital de Solano se retiró sin el acta de nacimiento. Ni las huellitas de mis pies tengo. Solo quedé registrado en el acta de parto del hospital. Hoy hay más seguridad, más protocolo, no te dejan salir así nomás.
-Hace cuatros años que empezaste hacer tus trámites para sacar tu DNI. ¿Cómo es vivir sin documento, cuáles son los desafíos? -Difícil, es un impedimento para vivir. Cuando era chico no podía ir al colegio, fui hasta segundo grado. Tuve que dejar porque le pedían a mi mamá mi documento. Lloraba porque yo quería ir a la escuela. Era feo esperar a las cinco de la tarde que vinieran mis amigos del colegio para ir a jugar. Al hospital si no es por una urgencia no puedo ir, no te atienden. Jamás pude sacar un turno. Hoy no cuento con los recursos para darle de comer a mi familia. Si no tenés DNI no sos nadie, la identidad de uno es lo más importante. No puedo ir a buscar un laburo a ningún lado, no puedo presentar un Curriculum ¿A nombre de quién? Si no existo. Tengo dos muelas rotas que no me las puedo sacar porque el dentista tiene que constatar que fue una persona a atenderse a su consultorio, además por si hubiera alguna com-
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ABEL AGUSTÍN OJEDA EX-PRESIDIARIO, EX-NN plicación. No puedo estudiar nada ni hacer cursos porque el titulo no tendría validez, no estoy registrado en ningún lado. Ni siquiera antecedentes penales tengo. -¿Cómo que no tenés antecedentes penales, si estuviste 8 años preso? -Cuando caí detenido me tomaron todas las huellas de los dedos, las palmas de las manos y huellas de las pupilas. Pero el procedimiento que hizo la justicia estuvo mal. Primero tenían que reconocer quién era yo porque era una persona NN, penarme y luego darme la libertad, porque ellos estaban condenando “a nadie”. Para mí fue algo inconstitucional. Ellos te llevan a juicio con cualquier nombre, pero te llevan (se ríe). Para iniciar el trámite de mi identidad uno de los requisitos es la averiguación de antecedentes penales. Al no estar registrado en ningún lado, mis huellas dactilares no existen. -¿Vos te pusiste Abel? -Les dije que me llamaba Abel porque siempre me llamaron así desde chico, Agustín lo elegí yo y Ojeda por el apellido de mi papá. -¿Cuando te llevaban al penal tenías conciencia de a dónde ibas, de lo que te podía llegar a pasar? -Antes de entrar al penal, yo había caído preso unas cinco veces. Y por dentro pensaba si la comisaria era fea, no me quiero imaginar lo que debe ser el penal. Yo me imaginaba a todos agarrados a las rejas, mirándome mal pero no fue así. Aunque en esos 8 años que estuve detenido pasé por varios lugares y el que más miedo me dio fue el de Olmos. Cuando llegás ahí tenés que pasar por un túnel largo y oscuro, después pasas por una “redonda”, un cuarto donde hay varias puertas cerradas, dos o tres policías y el jefe del penal que te tiene que entrevistar. Y ahí es cuando tenés que pelear para que te lleven a una celda de alguien conocido. Sabía que estaba mi compañero de causa, así que pedí que me lleven con él. Cuando me trasladan al piso donde estaba mi compañero tuve que subir una escalera caracol con el mono colgado al hombro, una frazada que hace de bolsa para tus cosas. Y mientras subís, ves los pabellones con los tipos que gritan ´¡amigo vení para acá!´con las facas en las manos. Ahí se te va lo macho.
-¿Cómo es la convivencia en la cárcel? -Si hay alguien conocido es más fácil, podés vivir tranquilo, porque ya tenés tu “rancho”, que se transforma en tu familia. De lo contrario, tenés que pelear todos los días para que no te agarren a puñaladas; para que no te saquen las cosas. Así se vive ahí adentro, las veinticuatro horas es pura maldad. Si tenés bronca con alguno te armás con algo porque es posible que te vengan a buscar en los horarios de celda abierta y peor si te toca dormir en un pabellón abierto, son muchos reclusos en una celda. Mejor que te lleves bien con todos sino no vas a poder pegar un ojo, porque te matan. Muchas veces tuve discusiones y tenía que aclarar que si venían por mí, respondería, tenés que aplicar mafia para que te respeten. Pero hay excepciones, en los pabellones de trabajadores, que se llaman autodisciplinas, se le dice así porque estás en contacto con personas de afuera, que vienen a darte clases y vos elegís estar en ese sector para aprender, es una forma de empezar a reinsertarte en la sociedad. Para entrar en ese sector tenés que tener un 10 en conducta. -¿Tú disciplina como era? -Después de cuatro años empecé a cambiar mi mente, con cosas positivas. Me despegué de la tumbeada. Comencé a trabajar, estudiar, jugar rugby en el equipo Fénix e ir a la iglesia. Empecé a vivir como nunca lo había hecho afuera. Llegaba la noche y estaba cansado. Me adapté al régimen, no me acostumbré. El ser humano no está adaptado para estar preso. La cárcel es lo peor que le puede pasar. Vos al preso le das trabajo, estudio y le das dignidad, le enseñás a valorar la vida. Adentro estará cansado, no tendrá ganas de pelear y sale con un oficio para ayudar a su familia. -¿Qué es lo que te llevó a delinquir por primera vez? -El hambre, yo quería trabajar pero no tenía estudio, no sabía expresarme y mi familia cuando era chico me decía que era una porquería. Yo no tenía confianza en mí. Entonces fui a la esquina con los vagos y les pedí un arma, les dije que quería robar. Así fue, con un pibe le robamos el auto a un tipo. Me acuerdo que le sacaron las partes al vehículo y que me pagaron $20. Con eso me compré un sándwich de milanesa y una gaseosa. Y me dije “nunca más voy a tener hambre, si
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es así como hay que hacer, así va a ser”. Después no paré, yo era pibe, salía con chicas y quería vestir bien. Busqué la forma más fácil, que no fue tan fácil. -¿Qué sensaciones tuviste cuando te dieron la libertad y saliste del penal? -Después de 8 años sale mi fallo, yo quedo
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como co-autor del hecho, había mucha inconsistencia en las declaraciones de los testigos, la policía había hecho mal el procedimiento; el arma que yo supuestamente tenía no estaba y no me habían hecho la prueba de parafina, entonces el juez me dictó 4 años de condena. Te imaginás, que yo tenía 4 años de más, no quería saber nada de seguir en-
cerrado. Llego al penal con mi papel de libertad y se lo muestro al jefe del penal. Al otro día, al mediodía salgo en libertad. Salí con miedo, desorientado. No tenía dimensión del espacio porque adentro vivimos todos pegados, no hay lugar. Me acuerdo que por una semana no podía cruzar la avenida, no sabía calcular la distancia y la velocidad a la que venían los autos. Pero por otro lado, salí contento, me esperaba Romi, mi mujer. De ahí nos fuimos a la casa de mi mamá, fue una sorpresa para ella porque no sabía que salía en libertad. Pasamos un día muy lindo, por primera vez estábamos todos los hermanos juntos charlábamos y nos reíamos. -¿Cómo llegó Romina a tu vida? -A ella la conocí cuando estaba en el penal de Florencio Varela. En ese tiempo pude conseguir un celular, y fue como un recoveco para salir. Mandé un mensaje a la tele, a uno de los programas de trasnoche. Me llegaron como 200 mensajes, seleccioné a chicas de zona Sur. Así que ahí empezó todo con Romi, cae el mensaje de ella y empezamos hablar, al principio le dije que era policía porque nunca dijimos nada de vernos, hasta que ella me dijo que ella quería y le tuve que decir la verdad. Ella se quería matar. Me costó meses convencerla de que viniera a verme, una vez dijo que se había quebrado la pierna. Era mentira, fue una excusa. Por suerte, se animó y vino acompañada con una amiga. Mis últimos tres años de estar encerrado ella siempre vino a verme y desde ahí siempre juntos. -¿Estar preso te ayudó? -Es una experiencia de vida, si no caía preso iba a terminar muerto por la vida extrema que llevaba. Unas semanas antes de caer al penal me habían dado dos tiros, uno entró en la pierna y el otro no entró en el pecho de milagro y eso que me habían apoyado el arma. Siempre digo que Dios me cuidó. Adentro sufrí, extrañé, aprendí amar y a sentarme a comer en una mesa con gente que no era mi familia. -¿Qué expectativas tenés para tu futuro? -Hoy quiero despegarme de esta maldición que tengo, quiero tener mi DNI en la mano, quiero estudiar y hacer la carrera de abogado penalista. Quiero terminar la casa que estamos fabricando con mi mujer; disfrutar de mi familia y amigos, lo que antes no hacía. La vida mía no termina acá, voy a seguir.
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MIGUEL YASI, MÉDICO
“HAY QUE IR ALLÁ PARA ENCONTRARSE ACÁ” Hace 15 años Miguel visitaba el impenetrable chaqueño por medio de una excursión médica para brindar asistencia en la comunidad Qom. Volvió convencido que no sería la última vez. Al poco tiempo y sin pensarlo dos veces, fundó “Naqom”, una organización de médicos independientes y voluntarios que, a pulmón, viajan al Chaco dos veces al año para dar atención médica y construir colectores de agua potable.
Miguel Yasi tiene 53 años, es médico clínico y trabaja en el Hospital Pirovano y en el Hospital Milstein de la ciudad de Buenos Aires. De espíritu viajero, reside en Córdoba donde descansa en sus días no laborales. Descreído de la forma tradicional de hacer medicina, en sus inicios viajó al Chaco en busca de nuevas experiencias. Allí fue que se encontró con la comunidad Qom, sus deseos, sus necesidades y su marginación. -¿Cuándo fue que decidiste estudiar medicina? -Desde chico siempre tuve la fantasía de hacer medicina. Cuando tenía 6 ó 7 años, ir al médico para mí era como un acontecimiento. Me gustaba ver una persona impecable en su ropa y su higiene. Ya durante el secundario, me llevé Biología en tercer año y fue ahí que tuve que estudiar todos los aparatos y sistemas del cuerpo humano. Me enganché... quería ver cómo funcionaba el cuerpo, las hormonas, esta maquinaria perfecta. Luego, me surgió la inquietud de ver qué hacer con este conocimiento y cómo aplicarlo en lo social. En el último tramo de la carrera, casi antes de recibirme, empecé a descreer… -¿Qué sucedió? -Por un lado, sentía inseguridad, tenía miedo de no estar preparado, y, por otro lado, me hacía ruido cómo funciona el sistema médico tradicional... hasta que me convencieron que era cuestión de cerrar círculos e intentarlo. -¿Con qué te encontraste en las prácticas? -Que no había resoluciones en muchos casos, que dejábamos a los pacientes en falta de respuestas. Esa fantasía que todos tenemos de que sos en un consultorio, solo con
un paciente sentado con tiempo, no existe. Tenés que resolver lo antes posible porque detrás tenés otros tantos que te esperan. Entiendo que hay una falta de recursos y no hay manera de atender a todos, al menos en la salud pública. -¿En qué momento aparece la idea de ir a Chaco? -Renegado con la salud alopática, busqué medicina complementaria. Así fue que inicié el posgrado en medicina Ayurveda (medicina de la India). En ese curso me encontré con una propuesta de una fundación llamada “Sai Medicare” para trabajar con la comunidad originaria Qom de la provincia de Chaco. Me embarqué en ese grupo sin dudas. -¿Y cómo fue esa primera experiencia? -Me acuerdo que fui con mi ex mujer y una amiga, ambas pediatras. Empezamos con la atención en una escuela del lugar, hasta que se acercó una señora llamada Amalia que andaba con su niño. Cuando nos vio, nos dijo que la gente más necesitada estaba adentro del monte y que ahí sólo atendíamos a gente gringa. Que el aborigen no podía llegar hasta allí por una cuestión de distancias. Ese día terminé con el auto cargado, y nos fuimos con Amalia. Entramos a las casas y me encontré con otro panorama. Personas diabéticas, hipertensas, sin controles. Chiquitos en estado de desnutrición. Algo que me sorprendió era que no sabían cuándo era su cumple o cuántos años tenían. Pero lo que más me llamó la atención era el agua que tomaban, era de un color oscuro como la Coca Cola. Al final de la jornada, veo que un chico le pide agua a su madre, y ella llena una botella de un estanque. “Señora,
Por MATÍAS NIKITIUK le doy mi agua de mi botella…”, le dije. Ella se dio vuelta, y me miró. Esa mirada fue... catártica. ¿Hoy le doy agua y mañana qué? Pensé. Me fui al rincón a patear un árbol de la frustración. Hasta que me escuchó Amalia y nos dijo que lo que hacíamos en verdad servía, que nos había visto cómo atendimos, con respeto y educación. Me dijo: “Demostró que le interesamos, y acá no le interesamos a nadie”. -Comenzaba a gestarse “Naqom”... -Sí, ya desde Buenos Aires, mandábamos encomiendas de alimentos no perecederos a Amalia para que repartiera entre la comunidad. Hasta que en un momento nos pidieron medicación y eso era una limitación por el tema de la administración. Entonces pensé, ¿Por qué no vamos nosotros? Lo comentamos con otros amigos y se prendieron. Esta primera idea se transformó en 9 personas en un motorhome que llevaba harina, ropa, juguetes, todo lo que se te ocurra. Recibimos muchísimas donaciones, más de lo que imaginábamos. En el segundo viaje ya éramos 30, se sumaron odontólogos, pediatras, clínicos. Y así comenzó a funcionar la organización. En otra oportunidad, comprendimos que más allá de la atención médica, la primera necesidad era el agua y así fue como, luego de haber intentado hacer pozos de agua y no encontrar agua potable, emprendimos la idea de hacer colectores de agua de lluvia lo que resolvió la primera demanda.
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-¿Recibieron ayuda de parte de algúna empresa u organización? -La mayoría de todo lo que logramos fue siempre de ayuda particular, con el granito de arena. En algún momento, una empresa nos dio la oportunidad de charlar con sus empleados y fueron ellos los que juntaron dinero para comprar herramientas, pero siempre fue la gente la que nos dio una mano. Hemos hecho peñas, sorteos, festivales donde recibimos apoyo de grupos musicales. La peleamos, ahora ya desde otro lugar porque hace poco logramos obtener la personalidad jurídica lo que nos habilita a otros medios de financiación. -¿Cómo es su relación con la comunidad originaria Qom? -Los Qom tienen una idiosincrasia particular, son una comunidad desplazada que viven situación de discriminación. Lo vi con mis ojos...en un kiosko decía “azúcar para criollo” con un precio, y al lado, un precio para Qom que salía el doble. La primera vez que repartimos bolsones de comida llegaron con sus documentos en la mano, estaban acostumbrados a cambiarlos por votos. Costó desarmar esa lógica, pero el día que propusimos hacer los pozos y todos se peleaban por agarrar las herramientas me di cuenta que todo había valido la pena. Una vez, una especie de chamán de la comunidad, se acercó, se tocó su pecho, luego el mío, después su cabeza y luego la mía. Hizo unas reverencias...y me dio a entender que estábamos conectados a través de la divinidad o la energía. Yo me siento parte de la comunidad. -Si todos tienen tan accesible su trabajo como médicos, ¿por qué cree que sintieron la necesidad de trabajar allá también? -Creo que todos tenemos una fantasía cuando hacemos medicina de ayudar al más necesitado. Acá hay que tener apertura y conservar una parte del corazón. Los viajes se lo bancan cada uno, y es tiempo y esfuerzo. A veces hay frustración, pensamos que no resolvemos nada. Después se comunica una persona que cree en nuestro trabajo y volvemos a armar la mochila para seguir. Es difícil mantenerse en el viaje, todos los integrantes tenemos vida, cosas personales que resolver y hacer. Sin embargo, llega un punto que internalizamos tanto esta tarea que “Naqom” pasa a ser de lo que tenés que resolver. -¿Cuál es tu sueño en relación a “Naqom”? -Lograr que la comunidad Qom pueda ser independiente y que no dependan de la cari-
dad de nadie, que estimulen su producción, que aprendan a cuidar sus recursos. El monte se está talando... y ellos muchas veces lo permiten por necesidad. Ahora queremos reparar los baños de la escuela de la comunidad ubicada en el Algarrobal. Siempre encontramos cosas para hacer. -¿Qué le dirías a las personas interesadas para que se decidan a sumarse al proyecto “Naqom”? -Les diría que hay que ir allá para encontrarse acá. Entiendo que nadie tiene la obligación de pensar en el otro, pero cuando
uno mira las condiciones infrahumanas de allá, se empieza a replantear algunas cosas de acá. ¿Necesito todo esto que consumo? Cuando conocés otra realidad, lo pensás de otro modo. Cuando una persona hace una donación y se interesa, tiene una oportunidad de ser persona, el mundo es más grande y más chico de lo que pensamos. Un día en la fundación me llegó esta frase: “Hay un incendio en el bosque, un gorrión saca una gotita de un charco y la tira en el incendio. No lo apagó, pero sabe que hizo lo que tenía que hacer.”
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GABRIELA GARTON, FUTBOLISTA
REPENSAR LA DISCIPLINA
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AÑO 8 - #14 OCTUBRE - DICIEMBRE 2021 ARG $150 ISSN 2451-5590
PÁNICO A LA BALANZA