LUIS PÉREZ INFANTE, un escritor cachonero y republicano
El exilio literario español como consecuencia de la guerra civil española presenta lagunas ciertamente pavorosas que el tiempo no acaba de desecar en su totalidad. Con excepción de ciertos poetas, ensayistas, dramaturgos y narradores cuya obra, ya antes de salir de España era valiosa y considerable (Juan Ramón, Alberti, Bergamín, Guillén, Cernuda, Max Aub...), el resto de los intelectuales exilados eran perfectamente desconocidos por los lectores españoles. Entre estos se encuentra, sin duda alguna, el onubense Luis Pérez Infante, que apenas si contaba con 27 años cuando se vio obligado a abandonar el país y cuya obra anterior al estallido bélico era mínima, hallándose dispersa en revistas de muy escasa difusión y, en la actualidad, de difícil acceso. En efecto, Luís Pérez Infante (Galaroza, 1912, Montevideo 1968), es un autor absolutamente desconocido entre nosotros, pese a representar un meritorio papel en el cancionero republicano de la guerra civil, habiendo sido, además, redactor y colaborador de El Mono Azul y publicado textos significativos en Hora de España, la dos revistas literarias más influyentes y valoradas de la Guerra Civil Española. Luis Fernando Pérez Infante vino al mundo el 10 de Junio de 1912 en la calle Nueva de Galaroza. Su padre, Zacarías Pérez Pérez, comerciante, era de Umbrete; su madre, Isabel Infante Moreno, de Cumbres Mayores. Nada sabemos de su infancia, salvo que fue en Galaroza donde realizó sus estudios primarios y secundarios, lo que cuadra con el hecho de que meses antes del golpe de estado de Franco, su contacto con el otro poeta de Galaroza, Jesús Arcensio, es bastante seguro, ya que éste publicó un poema en la revista que Infante dirigía, y al contrario, Pérez infante también colaboró en el suplemento Letras, del diario onubense La provincia, dirigido por Jesús Arcensio y Julio Palacios. Más tarde estudió en Cádiz y luego en la universidad hispalense donde cursó estudios de Filosofía y Letras. Uno de sus profesores será Jorge Guillén, cuyas tesis poéticas abanderará en la revista Nueva Poesía (Sevilla 1935-36) donde publicaran, entre otros, Juan Ramón, Guillén, Arcensio, José Caballero, Unamuno, Buendía... La revista, adscrita al purismo juanramoniano, refleja las tensiones latentes en la sociedad y las letras españolas del momento: “Nosotros -señala su manifiesto-queremos ir HACIA LO PURO DE LA POESÍA, entendiendo por puro lo limpio, lo acendrado.[...] A todo esto oponemos una gran palabra: PRECISIÓN. En este primer número aparecen, además, los dos primeros poemas conocidos del poeta onubense: Miramar y Bellver. Especialmente atractiva es la agria polémica sobre la actualidad del romanticismo que el propio Pérez Infante mantiene con el oriolano Ramón Sijé, días antes de la muerte de éste. La polémica viene a definir no sólo el carácter ciertamente belicoso del escritor de Galaroza, sino la crudeza de un tiempo en el que las borrascas políticas, sociales y literarias estaban a la orden del día.
El estallido de la guerra civil marca inexorablemente la vida y la obra del cachonero. Sabemos con toda certeza que el 18 de julio de 1936, Luis Pérez Infante se hallaba en Madrid, donde opositaba para cátedra de Filosofía y Letras y en las que obtiene una plaza de profesor en Granada, pero ante la imposibilidad de ejercer en esa ciudad, tomada por las fuerzas nacionales, le dan destino en Barcelona donde tampoco ejerce. Por una carta de Ruíz Peña debemos creer que Pérez Infante es, con anterioridad a la guerra, un hombre de ideas comunistas, pero en su obra “sevillana” no encontramos una sola pista ideológica que lo ratifique. En el Madrid asediado, se relaciona con los más importantes escritores del momento, como Alberti, Neruda, Hernández o Bergamín, al tiempo que ingresa en Socorro Rojo Internacional y en la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura. Por las actividades que sabemos desplegó durante el conflicto militar, podemos suponer que Luis Pérez Infante fue un activista irreductible y convencido de la causa republicana. Formó parte de la redacción del semanario El Mono Azul y con posterioridad ingresó en el Teatro de Títeres, con el que recorre los frentes de lucha, así como plazas y hospitales. También publica versos -acaso sus mejores versosen la revista Hora de España. En El Mono Azul, dirigida por Alberti, verá la luz uno de los romances más celebrados de la contienda: La muerte de Durruti, el que narra la muerte del líder libertario catalán, recogido con profusión en los cancioneros de la época y reproducido todavía hoy -con razón-como uno de los ejemplos literarios más solventes y sobrecogedores de la lucha. En esta misma revista aparecerá un romance de LPI junto al poema Viento del pueblo de Miguel Hernández. Tras la derrota republicana, se inicia el éxodo más dramático y cuantioso de la historia española. Ni siquiera la expulsión de los moriscos o los judíos en el siglo XVI, puede compararse en número o dramatismo con el de los derrotados republicanos. Más de medio millón de exilados cruzan la frontera francesa en condiciones más que precarias. Sólo entre el 28 de enero y el 5 de febrero de 1939 se contabilizan más de 250.000. Las limitaciones extremas del viaje -el frío, el hambre, la enfermedad, los bombardeos, el dolor, las heridas...-, hacen que muchos perezcan en el camino o apenas traspasada la línea fronteriza, donde son acogidos en gélidos campos de concentración desprovistos de todo. Ante esta circunstancia el gobierno español en el exilio, con Negrín al frente, acordó con los gobiernos de México y Chile enviar a ambos países un numero considerable de refugiados. Luis Pérez Infante se embarcó en Burdeos en el Winnippeg el 3 de mayo de 1939, de la mano de Pablo Neruda y junto a más de 2000 exilados, como nos cuenta éste en Confieso que he vivido. Ese mismo día los alemanes entran en Francia. En Chile, ya curado de una seria tuberculosis, vivió el poeta hasta 1946, cuando se instala en Montevideo, ciudad que ya no abandonará, salvo para pronunciar conferencias sobre el drama del exilio español. En la capital oriental colaboró con el PCE, con La Casa de España y con el semanario España Democrática. Casado con Luisa Cataldo, tuvo una hija, Tania. Falleció el 29 de abril de 1968, cuando ya el régimen franquista, comenzaba a presentar síntomas de asfixia y descomposición. En breve la biblioteca de la Huebra dará a conocer los poemas editados antes del conflicto civil. Manuel Moya
OTOÑO A Jorge Guillén
Pero también el otoño. El otoño este del parque con fina lluvia perenne y verdor nuevo en los árboles. Sí, el otoño, en que la tierra -jugosa esponja-, se abre en amplios poros al agua que, pulverizada, cae. ¡Qué agudo silbo del viento! (Entre ramas, descuaje.) Soledad. Yo con la lluvia que aclara el alma y el aire. El otoño. Soledad. Yo con las hojas del parque, regando al viento el camino con alfombras orientales. El otoño, sí. Madurez primero. Incierto avance de los árboles desnudos tras las nieves invernales. Primavera -Sol y azul; temblor de vida que nace-. Pero también el otoño. ¡El otoño este del parque!
ESTOS ESCOMBROS
Este latir tan hondo de las piedras, sin carne ya y los huesos calcinados, este, a veces, soñar con lo que fueron, llenan el aire con la voz que acusa de la verdad sin cáscara ni traje. Estos escombros, digo, estos montones, esta fosa común de tantas casas -palacios nunca, sino siempre albergues de la España mejor, trabajadora-, ya viven con más vida que los montes, tienen tan alta voz que ni la nube más impasible, ni ese inmenso cielo pueden seguir guardando su equilibrio. Resulta pues, perfectamente inútil que los culpables quieran ser de roca: porque el diamante es menos que la cera cuando el mar ha perdido su honda calma.