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La conciencia cristiana
La conclusión es que la salvación es por gracia, por fe y no por obras (Ef. 2:8-9). Cristo cumplió los requisitos de la ley a la perfección y, por esa razón, los creyentes no tienen que cumplirla (Mat. 5:17). Esa es la libertad que se fundamenta en el evangelio y nos da el privilegio de saber que nuestro pecado ya no es contado contra nosotros; somos salvos por la obra de Cristo y no por nuestras obras.
Es interesante notar que, como parte de las conclusiones del Concilio de Jerusalén, los cristianos judíos pidieron a los cristianos gentiles que guardaran cierta conducta. ¿Eso estaba anulando la libertad recién proclamada en Cristo? ¿Estaban los cristianos judíos restringiendo la libertad de estos creyentes gentiles? La respuesta es no, porque lo que se les decía a los creyentes gentiles era que la libertad que experimentaban incluía la posibilidad de servir libremente a otros creyentes sin desconocer sus sensibilidades particulares. Esto también es verdadera libertad: poder renunciar libremente a derechos genuinos para servir a otros porque, como Cristo cumplió los requisitos de acciones, somos libres para servir a otros sin la necesidad de hacerlo para ser aceptados por Dios.
Es importante expandir y profundizar un poco más este concepto porque es de suma importancia. Toda obediencia que no nace de la realidad de que somos libres de los requisitos de la ley no es obediencia, sino que es un intento de ganar nuestra salvación por medio de nuestras obras. Sin embargo, cuando sabemos que la ley ya fue cumplida por Cristo, que somos justificados y declarados santos por la obra de la cruz, entonces ya somos verdaderamente libres para obedecer; pero no para ganar algo, sino en la libertad bíblica y más gloriosa de reflejar el carácter de Dios impulsados por el poder del evangelio. Es fundamental que entiendas que si tú haces algo para ganar algo, entonces no lo haces libremente, sino que lo haces para obtener un beneficio. Pero cuando lo haces sin que esté atado a algún beneficio, se trata de un acto enteramente libre.
Usaré el ejemplo de la libertad religiosa para ilustrar el fundamento de lo que estamos hablando. Un país totalitario que demanda lealtad a cierta religión oficial bajo amenaza de cárcel o muerte para los que no la practican nunca sabrá si las personas que obedecen
Libertad y fe la orden lo hacen de corazón, a regañadientes o simplemente para guardar las apariencias. Por eso los cristianos creemos en la libertad religiosa, porque un creyente coaccionado no es un verdadero creyente. Contrario a un régimen totalitario, una sociedad que garantiza la libertad religiosa entre sus ciudadanos fomenta un ambiente de libertad en donde se pueden producir verdaderas conversiones. Esto se debe a que es posible practicar una fe libremente y sin temor a la coacción. Los cristianos somos realmente libres por la obra de Cristo; ningún acto de obediencia personal nos hace cristianos.
La Biblia nos muestra que los actos de redención de Dios en la historia dan libertad a Su pueblo. Esta libertad no es irrestricta ni tampoco es un permiso para actuar como mejor nos place, sino que se trata de la oportunidad para poder servir libremente a un Señor bondadoso que nos ha liberado de la esclavitud del pecado. Este acto de liberación se observa en el Antiguo Testamento de forma majestuosa en el éxodo. Dios libera a Su pueblo de la esclavitud de Faraón. Esta liberación presenta a este nuevo Señor bondadoso, quien pide que la nueva libertad sea correspondida con lealtad. La liberación obtenida por Dios a favor de Su pueblo es el glorioso fundamento de la hermosura de los Diez Mandamientos, que son la guía amorosa de un Señor que acaba de otorgar libertad por Su inmenso poder a un pueblo esclavizado e impotente de alcanzar su propia libertad.
Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre.
No tendrás otros dioses delante de mí. (Ex. 20:1-3)
Dios les recuerda su nueva identidad antes de darles los mandamientos. Ya no son esclavos, ahora son libres. La pregunta que se puede hacer en ese momento es: «Y ahora, ¿qué hacemos con esta libertad?».
Dios les entrega un código moral que les permita reflejar su identidad de pueblo liberado y su alianza con su nuevo Señor. Al contrario de Faraón, que coaccionaba la lealtad del pueblo de Dios, Dios liberta a Su pueblo con Su poder soberano para que el pueblo, de forma voluntaria, le rinda adoración. El gran problema del pueblo de Israel fue que no pudo usar esa libertad para servir a Dios porque permaneció en las obras de la ley y no confió por fe en la obra de Dios a su favor. El apóstol Pablo lo explica de la siguiente manera:
Porque todos los que son de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo el que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas. Y que nadie es justificado ante Dios por la ley es evidente, porque El justo vivirá por la fe. (Gál. 3:10‑11)
El principio de liberación es observado en el Nuevo Testamento a través del gran acto de redención de la humanidad. La cruz de Cristo y Su victoria sobre la muerte trajo libertad para aquellos por los cuales murió nuestro Señor. Este acto de liberación cumple los requisitos de la ley y nos hace libres para así obedecer a Dios sin la necesidad de depender de nuestras obras para obtener la redención. Cristo no solo nos libertó de la ley en la cruz, sino que también venció todo ídolo que nos esclavizaba; por ende, nos dio libertad para no ser idólatras al momento de hacer actos bondadosos. Ya somos redimidos y podemos funcionar en la realidad de que somos libres.
Llevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo. (Gál. 6:2)
Vemos que la realidad del evangelio nos muestra que, bajo la ley de Cristo, somos libres para servir. El contexto de Gálatas es el énfasis de los judaizantes de permanecer en la búsqueda de la justificación en las obras de la ley. Pero se trata de un yugo esclavizante que, como vimos en el Concilio de Jerusalén (Hech. 15), ni los antepasados judíos pudieron cumplir. En Cristo, somos libres y en la ley de Cristo podemos cumplir sin ser coaccionados. Esa libertad permite que obedezcamos en verdadera libertad. Ya no estamos bajo la ley que nos mostraba que no éramos capaces de obedecer todo requisito de Dios, sino que ahora, en Cristo, nos libera para vivir en una ley que es una carga más ligera.
Esta libertad en Cristo es la que permite que el Nuevo Testamento incluya el tema de la libertad de conciencia. Ese es su fundamento radical y necesario. Ya que no tenemos que obedecer la ley, porque nuestras obras no nos salvan, entonces podemos en verdadera libertad disfrutar de amplios aspectos de la creación sin el temor de no violentar nuestra lealtad a Dios.
El punto que deseo enfatizar es que sin la libertad que Cristo nos da en la cruz, no hay posibilidad alguna de libertad de conciencia. Solo por medio del evangelio es que podemos considerar el tema de la conciencia y las libertades cristianas. Como lo dije al inicio, sin el evangelio vamos a terminar en legalismo o antinomianismo. Pero en Cristo, tenemos la verdadera esperanza de poder navegar este complicado tema, porque ¡somos libres! En Cristo, sabemos que las convicciones bíblicas que observemos no nos salvan, pero también entendemos que Cristo nos salvó para servirlo con absoluta libertad y aun rendirle nuestra libertad cuando fuera necesario.
Por lo tanto, sin el fundamento del evangelio, sería muy peligroso comenzar a navegar las libertades cristianas. El resultado sería devastador, porque solo el evangelio permite someter nuestra conciencia con libertad a la Palabra de Dios. Quiero animarte a que, si no tienes un entendimiento robusto de la gracia de Dios manifestada en la persona y la obra de Cristo, entonces dediques el tiempo que sea necesario para meditar en el evangelio antes de continuar estudiando el tema de la conciencia.
Si tienes la tendencia a confiar en tus obras para obtener o sentirte seguro de tu salvación, arrepiéntete y confía plenamente en la obra de Cristo. Si no lo haces, existe la posibilidad de que uses tus convicciones para enseñorearte de otros, mostrando que te consideras superior o más piadoso que los demás. Por otro lado, si tu tendencia es a abusar de la gracia, pensando que puedes vivir como quieras solo porque la gracia de Dios es abundante, esto solo quiere decir que no has entendido la gracia bíblica.