Prólogo por Rod Dreher
El origen y triunfo del ego moderno
CARL TRUEMAN A m nesia cu lt u ra l, i nd iv idua l ismo ex presivo y el ca m i no a la revolución sex ua l
NASHVILLE, TN
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«El origen y triunfo del ego moderno es quizás el análisis y la evaluación más significativos de la cultura occidental escritos por un protestante durante los últimos 50 años. Si quieres entender el estremecimiento social, cultural y político que estamos viviendo, compra este libro y léelo porque lo vale. Muy recomendable». Bruce Riley Ashford, profesor de Teología y Cultura, Seminario teológico Southeastern Baptist; coautor, The Gospel of Our King [El evangelio de nuestro rey] «Carl Trueman tiene el extraño don de fusionar las profundas percepciones sociales de Philip Rieff, Christopher Lasch o Augusto Del Noce con la fe cristiana vital y un estilo maravillosamente atractivo. El Salmo 8 describe la pregunta central de toda época, incluida la nuestra: “¿Qué es el hombre?”. Al explicar el desarrollo del yo moderno y los retos que plantea a la identidad y la felicidad humanas, Trueman da sentido a un mundo fragmentado. Este libro es una lectura esencial para cualquiera que se preocupe por sostener la fe cristiana en una cultura que cambia rápidamente». Charles J. Chaput, arzobispo emérito de Filadelfia «Este es un brillante libro de Carl Trueman que ayuda a la iglesia a entender por qué la gente cree que la diferencia sexual es una cuestión de elección psicológica. De hecho, Trueman muestra cómo la historia que contamos sobre los valores normalizados LGBTQ+ es falsa y tonta. Con sabiduría y claridad, Trueman guía a los lectores a través de la obra de Charles Taylor, Philip Rieff, los poetas románticos británicos y los filósofos continentales para trazar la historia del individualismo expresivo desde el siglo xviii hasta el presente. El rechazo de la mimesis (encontrar la excelencia imitando algo más grande que uno mismo) por la poiesis (encontrar la autenticidad inventándose a uno mismo bajo sus propios términos), además de la soldadura del movimiento romántico de la expresión sexual como un bloque de construcción de la liberación política, da paso al movimiento moderno LGBTQ+ como si fuera una señal. Este libro revela lo importante que es para los cristianos distinguir la virtud y la señal de la virtud. La primera te hace valiente; la segunda te convierte en un complaciente de hombres, lo cual es una línea difícil de seguir en un mundo en el que quedan tan pocos hombres de verdad a los que complacer». Rosaria Butterfield, ex profesora de inglés de la Universidad de Syracuse; autora de The Gospel Comes with a House Key [El evangelio viene con la llave de la casa] «Los modernos, especialmente los cristianos, se preguntan cómo ha llegado nuestra sociedad a este extraño momento en el que se ridiculiza casi todo lo que creían nuestros abuelos sobre el yo y la sexualidad. Esta genealogía de la cultura, escrita con claridad y elegancia, nos ayudará a todos a entender cómo hemos llegado a donde estamos, para que podamos trazar nuestro propio futuro con más claridad y confianza. Este libro es una lectura obligada para los cristianos y para todos aquellos que se sienten perturbados por la dictadura del relativismo que nos rodea». Gerald R. McDermott, ex catedrático anglicano de la escuela Beeson Divinity «Carl Trueman es un magnífico profesor. Agudo, perspicaz y lúcido, este libro es el digno fruto de la erudición y la perspicacia. Pero más que un maestro, Trueman tiene también la voz de un profeta. Dice la verdad con maestría, con poder. Al aportar claridad sobre cómo hemos llegado a nuestro actual desierto como cultura, Trueman nos ayuda a entender nuestros caminos torcidos y nos orienta para seguir rectamente el camino del Señor». Adeline A. Allen, profesora asociada de Derecho, escuela Trinity Law
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«Esta es una obra sorprendente. Combinando el comentario social con una perspicaz historia de las ideas, así como agudos análisis filosóficos y teológicos, Carl Trueman nos ha dado lo que es, sin duda, el relato más accesible e informado del yo moderno y de cómo este ha moldeado e informado las batallas culturales del primer cuarto del siglo xxi. Se trata de un diagnóstico imparcial y minuciosamente elaborado de lo que aflige a nuestra época actual. Este libro es una lectura esencial para todos los creyentes religiosos serios que sienten, con razón, que el suelo se mueve, que los misioneros del yo moderno no se contentan con permitir a los creyentes practicar su fe en paz, sino que ven a estos creyentes y a sus instituciones como objetivos de colonización y asimilación involuntaria. Por esta razón, todo presidente de un colegio o universidad confesional debería leer más de una vez El origen y triunfo del ego moderno». Francis J. Beckwith, profesor de Filosofía y Estudios de la Iglesia-Estado y director asociado del programa de posgrado en Filosofía, Universidad de Baylor «Quienes busquen una lectura ligera que les permita evadir las preocupaciones del mundo no encontrarán su libro preferido en El origen y triunfo del ego moderno. Pero este volumen recompensará ampliamente a los lectores a los que no les importe reflexionar sobre temas importantes (aunque a veces desagradables). Los cristianos se han visto sorprendidos por la rapidez con la que las costumbres culturales han cambiado a su alrededor, pero Carl Trueman demuestra que los pensadores radicales llevan mucho tiempo sentando las bases de esta evolución. Los lectores deberían seguir hasta el final: los últimos párrafos son los mejores». David VanDrunen, profesor Robert B. Strimple de Teología Sistemática y Ética Cristiana, Seminario Westminster de California «Las habilidades de Carl Trueman como historiador intelectual brillan en este profundo y lúcido libro. El origen y triunfo del ego moderno tiene que ser leído por cualquiera que quiera entender nuestras actuales destemplanzas culturales». R. R. Reno, Editor, First Things [Primeras cosas] «Carl Trueman ha escrito un excelente libro: ambicioso en su alcance, pero circunspecto en sus afirmaciones y templado, incluso caballeroso, en su tono. El origen y triunfo del ego moderno resultará indispensable para ir más allá de la superficialidad de las interpretaciones moralistas y liberacionistas hacia una comprensión más profunda, y debería ser lectura obligatoria para todos los que realmente deseen comprender los tiempos que vivimos o estén preocupados por el futuro de la humanidad. Espero que reciba el amplio número de lectores que merece». Michael Hanby, profesor asociado de Religión y Filosofía de la Ciencia, Instituto Pontificio Juan Pablo II de Estudios sobre el Matrimonio y la Familia de la Universidad Católica de América «Nuestra cultura no se levantó simplemente una mañana y decidió rechazar las costumbres sexuales que han mantenido unida a la civilización durante años. La revolución sexual que ha derrocado los supuestos humanos y teleológicos básicos en los últimos 60 años tiene una historia. Con la habilidad de un historiador intelectual, la paciencia y la humildad de un maestro, y la caridad y la convicción de un pastor cristiano, Carl Trueman nos ofrece este necesario libro. No podemos responder adecuadamente a nuestros tiempos a menos que entendamos cómo y por qué nuestros tiempos se definen tal como son. La obra de Trueman es un gran regalo para nosotros en nuestra continua lucha por vivir en el mundo pero no ser del mundo». John D. Wilsey, profesor asociado de Historia de la Iglesia y Filosofía, Seminario Teológico Bautista del Sur; autor de God’s Cold Warrior [El guerrero frío de Dios] y American Exceptionalism and Civil Religion [Excepcionalismo estadounidense y religión civil]
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Índice Prólogo......................................................................................... 11 Rod Dreher Prefacio.........................................................................................15 Introducción.................................................................................19 Parte 1 ARQUITECTURA DE LA REVOLUCIÓN 1 Reimaginando el ser................................................................37 2 Reimaginando nuestra cultura................................................81 Parte 2 FUNDAMENTOS DE LA REVOLUCIÓN 3 El otro ginebrino.................................................................. 119 Jean-Jacques Rousseau y los fundamentos del ser moderno 4 Legisladores no reconocidos.................................................. 149 Wordsworth, Shelley y Blake 5 La aparición de las personas plásticas.................................... 189 Nietzche, Marx y Darwin Epílogo de la parte 2..............................................................225 Reflexiones sobre los fundamentos de la revolución Parte 3 LA SEXUALIZACIÓN DE LA REVOLUCIÓN 6 Sigmund Freud, civilización y sexo.......................................233
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7 La nueva izquierda y la politización del sexo.......................261 Epílogo de la parte 3 Reflexiones sobre la sexualización de la revolución..............309 Parte 4 TRIUNFOS DE LA REVOLUCIÓN 8 El triunfo de lo erótico........................................................317 9 El triunfo de lo terapéutico.................................................353 10 El triunfo de la T................................................................399 Epílogo de la parte 4..............................................................447 Reflexiones sobre los triunfos de la revolución Conclusión no científica del prólogo..........................................451
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Introducción Y peor aún puedo ser; lo peor no ha sido mientras podamos decir: «Esto es lo peor». william shakespeare, rey lear
¿Por qué este libro? Los orígenes de este libro se encuentran en mi curiosidad sobre cómo y por qué una declaración en particular ha llegado a ser considerada coherente y significativa: «Soy una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre». Mi abuelo murió en 1994, hace menos de 30 años y, sin embargo, si alguna vez hubiera escuchado esa frase pronunciada en su presencia, tengo pocas dudas de que se habría echado a reír y lo habría considerado un galimatías incoherente. Sin embargo, hoy en día es una frase que muchos en nuestra sociedad consideran no solo significativa, sino tan significativa que negarla o cuestionarla de alguna manera es revelarse como necio, inmoral o sujeto a otra fobia irracional. Y aquellos que piensan que es significativo no se limitan a los veteranos de los seminarios universitarios sobre teoría queer o posestructuralismo francés. Son personas comunes con poco o ningún conocimiento directo de las filosofías críticas posmodernas cuyos defensores se pavonean a lo largo de los pasillos de nuestros centros de aprendizaje más sagrados. Y, sin embargo, esa frase lleva consigo un mundo de suposiciones metafísicas. Toca la conexión entre la mente y el cuerpo, dada la
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prioridad que otorga a la convicción interna sobre la realidad biológica. Separa el género del sexo, dado que abre una brecha entre los cromosomas y cómo la sociedad define ser hombre o mujer. Y en su conexión política con la homosexualidad y el lesbianismo a través del movimiento LGBTQ+, se basa en nociones de derechos civiles y de libertad individual. En resumen, pasar del pensamiento común del mundo de mi abuelo al de hoy exige una serie de cambios clave en las creencias populares en estas y otras áreas. Es la historia de esos cambios —o, tal vez mejor, el trasfondo de esos cambios— lo que busco abordar en capítulos posteriores. En el corazón de este libro se encuentra una convicción básica: la llamada revolución sexual de los últimos 60 años, que culminó en su último triunfo, la normalización del transgenerismo, no puede entenderse adecuadamente hasta que se establezca en el contexto de una transformación mucho más amplia en la forma en que la sociedad entiende la naturaleza de la identidad humana.1 La revolución sexual es tanto un síntoma como una causa de la cultura que ahora nos rodea dondequiera que miremos, desde las comedias hasta el congreso. En resumen, la revolución sexual es simplemente una manifestación de la revolución más grande del yo que ha tenido lugar en Occidente. Y es solo a medida que llegamos a comprender 1. Soy consciente de que las personas LGBTQ+ se oponen al término transgenerismo como indicando una negación de la realidad de las personas transgénero y por lo tanto como un término peyorativo. Sin embargo, lo uso en este libro para señalar las suposiciones filosóficas subyacentes que deben considerarse correctas si la afirmación de una persona de ser transgé nero debe verse como coherente. Si es legítimo que los teóricos y defensores LGBTQ+ usen términos como cisgénero para referirse a la ideología que subyace a la oposición al movimiento transgénero, entonces también es legítimo usar transgenerismo para referirse a la ideología que la sustenta. Para el significado y uso de cisgénero como término, ver Erica Lennon y Brian J. Mistler, «Cisgenderism», Transgender Studies Quarterly 1, nos. 1–2 (2014): 63-64, https:// doi.org/10.1215/23289252-2399623. También vale la pena señalar que el término transgenerismo fue utilizado por grupos transgénero en la década de 1970: ver Cristan Williams, «Transgender», Transgender Studies Quarterly 1, nos. 1–2 (2014): 232-234, https://doi .org/10.1215/23289252-2400136. La anatematización del término es un buen ejemplo de cómo un grupo utiliza el lenguaje para privilegiar su propia posición y deslegitimar la de sus críticos, una acusación generalmente dirigida a los conservadores, pero claramente no al monopolio de un lado en particular.
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ese contexto más amplio que podemos comprender realmente la dinámica de la política sexual que ahora domina nuestra cultura. Tal afirmación necesita no solo justificación (esa es la tarea del resto de este libro), sino también aclaración sobre el significado de los términos empleados para hacerla. Si bien muchos lectores probablemente tienen cierta comprensión de lo que se entiende por revolución sexual, la idea del yo puede resultar algo más elusiva. Sí, probablemente todos hemos oído hablar de la revolución sexual, y sin duda nos consideramos a nosotros mismos un yo. Pero ¿qué quiero decir exactamente con estos términos?
La revolución sexual Cuando utilizo el término revolución sexual, me refiero a la transformación radical y continua de las actitudes y comportamientos sexuales que ha ocurrido en Occidente desde principios de la década de 1960. Varios factores han contribuido a este cambio, desde el advenimiento de la píldora hasta el anonimato de Internet. Los comportamientos que caracterizan la revolución sexual no son inéditos: la homosexualidad, la pornografía y el sexo fuera de los límites del matrimonio, por ejemplo, han sido perennes resistentes a lo largo de la historia humana. Lo que marca la revolución sexual moderna como distintiva es la forma en que ha normalizado estos y otros fenómenos sexuales. Por lo tanto, no es el hecho de que la gente moderna mire el material sexualmente explícito mientras que las generaciones anteriores no lo hicieron lo que constituye la naturaleza revolucionaria de nuestros tiempos. Es que el uso de la pornografía ya no tiene las connotaciones de vergüenza y estigma social que alguna vez tuvo e incluso ha llegado a ser considerado como una parte normal de la cultura dominante. La revolución sexual no representa simplemente un crecimiento en la transgresión rutinaria de los códigos sexuales tradicionales o incluso una modesta expansión de los límites de lo que es y no es un comportamiento sexual aceptable;
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más bien, implica la abolición de tales códigos en su totalidad. Más que eso, ha llegado en ciertas áreas, como la de la homosexualidad, a requerir el repudio positivo de las costumbres sexuales tradicionales hasta el punto de que la creencia o el mantenimiento de tales puntos de vista tradicionales ha llegado a ser visto como ridículo e incluso un signo de grave deficiencia mental o moral. La evidencia más obvia de este cambio es la forma en que el lenguaje se ha transformado para servir al propósito de hacer ilegítimo cualquier disidencia del consenso político actual sobre la sexualidad. La crítica a la homosexualidad es ahora homofobia; la del transgenerismo es transfobia. El uso del término fobia es deliberado y efectivamente coloca tal crítica de la nueva cultura sexual en el ámbito de lo irracional y apunta hacia una intolerancia subyacente por parte de aquellos que sostienen tales puntos de vista. Como destaco en el capítulo 9, este tipo de pensamiento subyace incluso a las decisiones de la Suprema Corte. También es evidente en los artefactos de la cultura popular: hoy en día no es necesario decirle a nadie que una película con el título Virgen a los 40 es una comedia. La idea misma de que alguien llegue a la edad de 40 años sin experiencia en relaciones sexuales es inherentemente cómica debido al valor que la sociedad ahora le da al sexo. Ser sexualmente inactivo es ser una persona menos que completa, ser obviamente insatisfecho o extraño. Los viejos códigos sexuales del celibato fuera del matrimonio y la castidad dentro de él se consideran ridículos y opresivos, y sus defensores malvados, tontos o ambos. La revolución sexual es realmente una revolución que ha puesto patas arriba el mundo moral.
La naturaleza del ser El segundo término que necesita aclaración es el del yo. Todos tenemos una conciencia de ser un yo. Fundamentalmente esto se conecta con nuestro sentido de individualidad. Soy consciente de que soy yo y no, digamos, George Clooney o Donald Trump. Pero en este libro
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uso el término para significar algo más que un simple nivel básico de autoconciencia. Para mí, ser un yo en el sentido en que estoy usando el término aquí implica una comprensión de cuál es el propósito de mi vida, de lo que constituye la buena vida, de cómo me entiendo a mí mismo —mi yo— en relación con los demás y con el mundo que me rodea. En este contexto, y como queda muy claro en capítulos posteriores, estoy profundamente en deuda con el trabajo del filósofo canadiense Charles Taylor, particularmente como se encuentra en su libro Fuentes del yo: La construcción de la identidad moderna.2 En ese trabajo, Taylor destaca tres puntos de importancia en el desarrollo moderno de lo que significa ser un yo: un enfoque en la interioridad, o la vida psicológica interna, como decisiva para lo que creemos que somos; la afirmación de la vida ordinaria que se desarrolla en la era moderna; y la noción de que la naturaleza nos proporciona una fuente moral interna.3 Estos desarrollos se manifiestan de muchas maneras. Lo más significativo para mi argumento en este libro es que conducen a una priorización de la psicología interna del individuo, incluso podríamos decir «sentimientos» o «intuiciones», para nuestro sentido de quiénes somos y cuál es el propósito de nuestras vidas. Para dar un salto adelante, el transgenerismo proporciona un excelente ejemplo: las personas que piensan que son una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre realmente están haciendo que sus convicciones psicológicas internas sean absolutamente decisivas para quienes son; y en la medida en que, antes de «salir al mundo», han negado públicamente esta realidad interior, en esa medida han tenido una existencia no auténtica. Por esta razón el lenguaje de «vivir una mentira» a menudo aparece en los testimonios de las personas transgénero. 2. Charles Taylor, Sources of the Self: The Making of the Modern Identity (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1989). 3. Taylor, Sources of the Self, x.
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Otra forma de abordar el asunto del yo es preguntarse qué es lo que hace feliz a una persona. ¿Se encuentra la felicidad al enfocarse en el exterior o en el interior? Por ejemplo, ¿la satisfacción laboral se encuentra en el hecho de que me permite alimentar y vestir a mi familia? ¿O se encuentra en el hecho de que las mismas acciones involucradas en mi trabajo me traen una sensación de bienestar psicológico interno? La respuesta que doy habla elocuentemente de lo que considero el propósito de la vida y el significado de la felicidad. En resumen, es indicativo de cómo pienso de mí mismo. Para volver a mi declaración anterior, de que la revolución sexual es una manifestación de una revolución mucho más profunda y más amplia de lo que significa ser un yo, mi punto básico ahora debe ser claro: los cambios que hemos presenciado en el contenido y el significado de los códigos sexuales desde la década de 1960 son síntomas de cambios más profundos en la forma en que pensamos sobre el propósito de la vida, el significado de la felicidad y lo que realmente constituye el sentido de las personas de quiénes son y para qué son. La revolución sexual no causó la revolución sexual, ni tampoco la tecnología como la píldora o Internet. Esas cosas pueden haberlo facilitado, pero sus causas son mucho más profundas, en los cambios en lo que significaba ser un ser humano auténtico y realizado. Y esos cambios se remontan mucho antes de la década de los 60.
Cómo pensar claramente sobre la revolución sexual Habiendo definido los términos básicos de la discusión, quiero destacar un par de errores típicos que los individuos, particularmente aquellos que están comprometidos con puntos de vista religiosos fuertes, pueden cometer al abordar un tema como la revolución sexual. Dada la naturaleza contenciosa de tales temas, y a menudo las convicciones profundamente personales que implican, hay una tendencia a hacer una de dos cosas. Primero, uno puede enfatizar tanto un principio universal y metafísico con el que está comprometido,
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sin entender los detalles de lo que está analizando. En segundo lugar, uno puede preocuparse tanto por los detalles sin ver el significado del contexto más general. Para ilustrar el primer punto, en la enseñanza de la historia a menudo comienzo mis cursos haciendo a los estudiantes la siguiente pregunta: «¿Es la declaración “Las Torres Gemelas cayeron el 11/9 debido a la gravedad” verdadera o falsa?». La respuesta correcta, por supuesto, es que es cierto, pero como mis estudiantes se dan cuenta rápidamente, esa respuesta en realidad no explica nada de importancia sobre los trágicos eventos de ese día. Para hacer eso con cualquier grado de adecuación, uno necesita abordar otros factores, desde la política exterior estadounidense hasta el surgimiento del Islam militante. El punto que estoy haciendo al hacer la pregunta es simple: la ley universal de la gravedad explica por qué todo en general cae hacia la tierra, pero no explica ningún incidente específico de tal caída con ningún grado de adecuación. Aquellos que se aferran a grandes esquemas de la realidad pueden tender a pensar de esta manera. El cristiano podría sentirse tentado a declarar que la razón de la revolución sexual fue el pecado. Las personas son pecaminosas; por lo tanto, inevitablemente rechazarán las leyes de Dios con respecto a la sexualidad. El marxista podría declarar que la razón de la Revolución Rusa fue la lucha de clases. Los ricos explotan a los pobres; por lo tanto, los pobres inevitablemente se levantarán en rebelión. En el marco de cada sistema de creencias, la respuesta es cierta, pero en ninguno de los dos casos son tan contundentes las declaraciones como para ser capaces de explicar los detalles de los eventos en cuestión: ¿por qué la revolución sexual ha legitimado hasta ahora la homosexualidad, pero no el incesto?, por ejemplo. O ¿por qué la revolución obrera ocurrió en Rusia y no en Alemania? Para responder a esas preguntas, necesitamos abordar cuestiones específicas de contexto.
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Este enfoque también se manifiesta de maneras más sutiles y matizadas. Hay una tendencia entre los conservadores sociales a culpar al individualismo expresivo por los problemas que consideran que actualmente ejercen presión sobre el orden occidental liberal, particularmente cuando se manifiesta en el caos de la política de identidad. La dificultad con esta afirmación es que el individualismo expresivo es algo que nos afecta a todos. Es la esencia misma de la cultura de la que todos formamos parte. Para decirlo sin rodeos: ahora todos somos individuos expresivos. Así como algunos eligen identificarse por su orientación sexual, así la persona religiosa elige ser cristiana o musulmana. Y esto plantea la pregunta de por qué la sociedad considera que algunas opciones son legítimas y otras irrelevantes o incluso inaceptables. La respuesta a esto no se encuentra simplemente repitiendo la frase «individualismo expresivo», sino mirando el desarrollo histórico de la relación entre la sociedad en general y la identidad individual. Pero hay un problema opuesto a la tentación que presentan los esquemas explicativos demasiado generalizados que también se debe evitar. Esa es la tendencia a tratar los síntomas de forma aislada. Esto es más difícil de articular, pero la velocidad de la transformación de las costumbres sexuales en las últimas dos décadas proporciona un buen ejemplo. Muchos cristianos se sorprendieron de la rapidez con la que la sociedad pasó de una posición en la que a principios de la década de 2000 la mayoría de las personas se oponían ampliamente al matrimonio homosexual a una en la que, para 2020, el transgenerismo está en camino a normalizarse. El error que cometieron tales cristianos fue no darse cuenta de que las condiciones sociales y culturales más amplias y subyacentes hacían que tanto el matrimonio gay como la ideología transgénero fueran primero plausibles y luego normativos y que estas condiciones se han desarrollado durante cientos de años. Por lo tanto, ya están muy profundamente arraigados y ellos mismos son una parte intuitiva de la vida. La aceptación del
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matrimonio gay y el transgenerismo son simplemente los últimos resultados, los síntomas más recientes, de patologías culturales profundas y establecidas desde hace mucho tiempo. El principio básico es este: ningún fenómeno histórico individual es su propia causa. La Revolución Francesa no causó la Revolución Francesa. La Primera Guerra Mundial no causó la Primera Guerra Mundial. Todo fenómeno histórico es el resultado de una amplia variedad de factores que pueden variar desde lo tecnológico hasta lo político y lo filosófico. Sin el desarrollo de la tecnología atómica, no pudiera haber habido ninguna bomba lanzada sobre Hiroshima. Sin la Segunda Guerra Mundial, no hubiera habido razón para lanzar una bomba sobre Hiroshima. Y sin una cierta filosofía de guerra, no hubiera habido justificación para lanzar una bomba sobre Hiroshima. Es lo mismo con la revolución sexual. Tiene un contexto, una revolución más amplia en la forma en que se entiende el yo, y emerge de una matriz histórica específica. Los desarrollos en la tecnología, en la filosofía y en la política son solo tres de los factores que sirven para hacerlo posible, plausible y, finalmente, real. También sirven para darle forma decisiva y ayudar a explicar por qué ha tomado la forma que tiene actualmente. No puedo dar una explicación exhaustiva de este contexto causal, pero lo que ofrezco en este libro es un relato de los cambios intelectuales, y su impacto popular, que han facilitado la revolución en las prácticas sexuales y el pensamiento que ahora domina aspectos clave de la plaza pública.
El argumento La parte 1 de este libro expone en dos capítulos algunos de los conceptos básicos que posteriormente utilizo para explorar la narrativa histórica. De particular importancia aquí son las ideas de tres filósofos de la condición moderna: Philip Rieff, Charles Taylor y Alasdair MacIntyre. Rieff desarrolló algunos conceptos muy útiles —el triunfo del hombre terapéutico, psicológico, la anticultura y la
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muerte— que utilizo en varios puntos a lo largo de las partes 2 y 3. Taylor es extremadamente útil para comprender cómo ha surgido la noción moderna del yo expresivo y cómo esto se conecta con la política más amplia de la sociedad. Sus contribuciones sobre la naturaleza dialógica del yo, sobre la naturaleza de lo que él llama «el imaginario social» y sobre la política del reconocimiento, permiten responder a la pregunta de por qué ciertas identidades (por ejemplo, LGBTQ+) disfrutan de un gran prestigio hoy en día, mientras que otras (por ejemplo, los conservadores religiosos) están cada vez más marginadas. Finalmente, MacIntyre es útil porque en una serie de libros que comenzaron a principios de la década de 1980, ha argumentado repetidamente que el discurso ético moderno se ha roto porque se basa en última instancia en narrativas inconmensurables y que las afirmaciones de verdad moral son realmente expresiones de preferencia emocional. Estas ideas son extremadamente útiles para comprender tanto la naturaleza infructuosa como la retórica polarizadora extrema de muchos de los grandes debates morales de nuestro tiempo, sobre todo los que rodean asuntos de sexo e identidad. La parte 2 del libro analiza algunos desarrollos importantes en los siglos xviii y xix —comenzando con el pensamiento de Jean-Jacques Rousseau—, examina la contribución de una serie de figuras asociadas con el Romanticismo, y termina con la discusión de las ideas de Friedrich Nietzsche, Karl Marx y Charles Darwin. El punto central aquí es que con la era de Rousseau y el Romanticismo surgió una nueva comprensión del yo humano, una centrada en la vida interior del individuo. Este pensamiento encuentra su corolario crítico significativo en una visión de la sociedad/cultura como opresiva. En Percy Bysshe Shelley y William Blake en particular, este aspecto de la cultura se identifica sobre todo con los códigos sexuales cristianos de la sociedad y particularmente con el estatus normativo del matrimonio monógamo de por vida.
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Parte 1
ARQUITECTURA DE LA REVOLUCIÓN
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Reimaginando el ser Ves, pero no observas. sherlock holmes, un escándalo en bohemia
Observé en la introducción que el argumento subyacente de este libro es que la revolución sexual, y sus diversas manifestaciones en la sociedad moderna, no pueden tratarse de forma aislada, sino que deben interpretarse como la manifestación social específica, y quizás más obvia, de una revolución mucho más profunda y amplia en la comprensión de lo que significa ser un yo. Mientras que el sexo puede ser presentado hoy como poco más que una actividad recreativa, la sexualidad se presenta como lo que se encuentra en el corazón mismo de lo que significa ser una persona auténtica. Esa es una afirmación profunda que, podría decirse, no tiene precedentes en la historia. Cómo se llega a esta situación es una historia larga y complicada, y solo puedo abordar algunos de los aspectos más destacados de la narrativa relevante en un solo volumen. Incluso antes de intentar hacerlo, primero es necesario establecer una serie de conceptos teóricos básicos que proporcionen un marco, un conjunto de lo que podríamos describir como principios arquitectónicos, para
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Parte 1: Arquitectura de la revolución
estructurar y analizar las personalidades, los eventos y las ideas que juegan en el surgimiento del yo moderno. En esta tarea, los escritos de tres analistas de la modernidad son particularmente útiles: Charles Taylor, el filósofo; Philip Rieff, el sociólogo psicológico; y Alasdair MacIntyre, el ético.1 Si bien los tres tienen diferentes énfasis y preocupaciones, ofrecen relatos del mundo moderno que comparten ciertas afinidades importantes y también proporcionan información útil para comprender no solo cómo piensa la sociedad occidental moderna, sino también cómo y por qué ha llegado a pensar de la manera en que lo hace. En este capítulo y en el siguiente, por lo tanto, quiero ofrecer un esbozo de algunas de sus ideas clave que ayudan a establecer el escenario para la interpretación de nuestro mundo contemporáneo ofrecido en el relato posterior de cómo ha surgido el concepto del yo psicologizado y sexualizado moderno.
El imaginario social Volviendo a las preguntas que planteé en la introducción: ¿cómo ha llegado a triunfar en Occidente la actual mentalidad altamente individualista, iconoclasta, sexualmente obsesionada y materialista? O, para plantear la pregunta de una manera más apremiante y específica, como lo hice anteriormente, ¿por qué la frase «Soy una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre» tiene sentido no solo para aquellos que se han sentado en seminarios posestructuralistas y de teoría queer, sino además para mis vecinos, para las personas con las que me cruzo en la calle, para los compañeros de trabajo que no tienen una inclinación política particular y que son felizmente inconscientes de la desagradable jerga y los conceptos arcanos de Michel Foucault y sus innumerables epígonos e imitadores incomprensibles? La afirmación es, después de todo, emblemática de una visión de la personalidad que ha prescindido casi por completo de la idea de cualquier autoridad más allá de la 1. MacIntyre se examina en el capítulo 2.
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Reimaginando el ser
convicción personal y psicológica, una noción extrañamente cartesiana: creo que soy una mujer, por lo tanto soy una mujer. ¿Cómo se convirtió una idea tan extraña en la moneda ortodoxa común de nuestra cultura? Para hacer algún intento de abordar el tema, es apropiado tomar nota de un concepto útil desplegado por el filósofo canadiense Charles Taylor en su análisis de cómo piensan las sociedades, el del imaginario social. Taylor es interesante porque es un filósofo cuyo trabajo también se relaciona con temas históricos y sociológicos más amplios. En La era secular, ofrece un análisis importante de la forma en que la sociedad moderna en general —y no solo las clases intelectuales— se ha alejado de estar impregnada por la fe cristiana y religiosa hasta el punto de que estas ya no son el defecto para la mayoría de las personas, sino que en realidad son bastante excepcionales. En el curso de su argumento, introduce la idea del imaginario social para abordar la cuestión de cómo las teorías desarrolladas por las élites sociales podrían estar relacionadas con la forma en que la gente común piensa y actúa, incluso cuando tales personas nunca han leído a estas élites ni han pasado algún tiempo reflexionando conscientemente sobre las implicaciones de sus teorías. Así es como define el concepto: Quiero hablar de «imaginario social» aquí, en lugar de teoría social, porque hay diferencias importantes entre los dos. De hecho, hay varias diferencias. Hablo de «imaginario» (i) porque estoy hablando de la forma en que la gente común «imagina» su entorno social, y esto a menudo no se expresa en términos teóricos, se lleva en imágenes, historias, leyendas, etc. Pero también es el caso de que (ii) la teoría es a menudo la posesión de una pequeña minoría, mientras que lo interesante en el imaginario social es que es compartida por grandes grupos de personas, si no por toda la sociedad. Lo que lleva a una tercera diferencia: (iii) el imaginario social es ese entendimiento común que hace posibles prácticas comunes, y un sentido de legitimidad ampliamente compartido.2 2. Charles Taylor, A Secular Age [La era secular] (Cambridge, MA: Belknap Press de Harvard University Press, 2007), 171–172. Taylor ha dedicado un libro entero a discutir el
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Parte 1: Arquitectura de la revolución
Como Taylor lo describe aquí, el imaginario social es un concepto algo amorfo precisamente porque se refiere al sinfín de creencias, prácticas, expectativas, normativas e incluso supuestos implícitos que los miembros de una sociedad comparten y que dan forma a su vida cotidiana. No es tanto una filosofía consciente de la vida como un conjunto de intuiciones y prácticas. En resumen, el imaginario social es la forma en que las personas piensan sobre el mundo, cómo lo imaginan, cómo actúan intuitivamente en relación con él, aunque eso no es enfáticamente para convertir el imaginario social simplemente en un conjunto de ideas identificables.3 Es la totalidad de la forma en que vemos nuestro mundo, para darle sentido y para dar sentido a nuestro comportamiento dentro de él. Este es un concepto muy útil precisamente porque tiene en cuenta el hecho de que la forma en que pensamos sobre muchas cosas no se basa en una creencia consciente o en una teoría particular del mundo a la que nos hemos comprometido. Vivimos nuestras vidas de una manera más intuitiva que eso. El hecho de que «Soy una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre» tenga sentido para Joe Smith probablemente tenga mucho menos que ver con que él esté comprometido con una comprensión elaborada de la naturaleza del género y su relación con el sexo biológico que con el hecho de que parece intuitivamente correcto afirmar a alguien en su identidad elegida y parece hiriente no hacerlo, por extraños que puedan haber parecido los detalles de esa autoidentificación a las generaciones anteriores. Quizás podríamos decir que, visto desde este ángulo, el imaginario social es una cuestión de gusto social intuitivo. Y la cuestión de cómo se forman los gustos y las intuiciones del público en general es la cuestión de cómo el imaginario social llega a tomar la forma que toma. concepto: Modern Social Imaginaries [Imaginarios sociales modernos] (Durham, NC: Duke University Press, 2004). 3. «El imaginario social no es un conjunto de ideas; más bien, es lo que permite, a través de proporcionar sentido, las prácticas de una sociedad». Taylor, Modern Social Imaginaries, 2.
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